Huellas 106
Huellas 106
Huellas 106
HUELLAS
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DEL NORTE
ISSN 0120-2537
http://www.uninorte.edu.co/web/huellas
Barranquilla, Colombia
Asistente editorial
Farides Lugo Zuleta Diseño gráfico
Geraldín Acevedo España
Comité editorial
Adolfo Meisel Roca
Adriana Maestre Díaz Colaboraron en esta edición
Carlos Pereira Hernán Vargascarreño, Carlos Dzul, Daniel Palma,
Farides Lugo Zuleta Amalia Moreno, Leo Castillo, Isidoro Adatto, Samuel
Giselle Massard Lozano Whelpley, Gabriela Espejo, Marco Cala, Eudes Toncel,
Joachim Hahn Von Hessberg Norma Rausch, Laura Gómez, Jose Beltrán, Leopoldo
Josef Amón Mitrani Gómez-Ramírez, Valentina Cabana, Lorena Zea,
María Margarita Mendoza Julián Sánchez.
Ramón Illán Bacca
Samuel Whelpley
Impreso y hecho en Colombia
Sergio Álvarez Uribe
Xpress Estudio Gráfico y Digital S.A.S. (Bogotá)
Toni Celia Maestre
Printed and made in Colombia
Prólogo ..................................................................................................................................5
Josef Amón Mitrani
Traducción literaria
Poemas de Emily Dickinson ........................................................................... 7
V e r s i o n e s a l e s pa ñ o l d e H e r n á n Va r g as c a r r e ñ o
Cómic
ChangosPerros .............................................................................................28
Carlos Dzul (México)
MÚsica
Nuestros Beatles andinos
La garzoncollazosmanía que nos vio nacer ...........................................34
Da n i e l A r t u r o Pa l m a Á l va r e z
Poesía
Dos poemas de Amalia Moreno ....................................................................38
Originales
Fragmento del Libro del desasosiego .......................................................43
Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935)
Ensayo
Paul Celan, la herida sangrante
Homenaje a los 100 años de su nacimiento ...............................................51
Samuel Whelpley
Narrativa
La Nao ..............................................................................................................61
Gabriela Espejo
Arte en la U
Cuatro piezas................................................................................................. 79
Norma Rausch
Canciones .......................................................................................................84
J o s e B e lt r á n
Misceláneos
La perra y las violencias no obvias,
conversando con pilar quintana...............................................................86
L e o p o l d o G ó me z R a m í r e z , Va l e n t i n a C a ba n a y L o r e n a Z e a
Epílogo ...................................................................................................................................106
Farides Lugo Zuleta
Colaboradores .....................................................................................................................108
Prólogo
n una de las obras que van a leer a continuación, la gran poeta estadounidense Emily
E Dickinson (en la lírica y personal traducción de Hernán Vargascarreño) nos dice esta
belleza: “Él es el poeta. El que de simples sentidos destila asombrosas sensaciones, y
de especies comunes las más profundas esencias de las rosas que perecen ante nuestra
puerta; y nos asombra que no seamos nosotros los primeros en ser atraídos”. Es, creo yo, una
clara y contundente teoría del arte: el artista es aquel que puede regalarnos —de nuevo,
como cuando éramos niños— el asombro, el abismo. Somos adultos y ya sabemos lo que es
un racimo de uvas o un tarro de miel o una botella de agua, pero, cuando vemos que esas
cosas normales aparecen (son nombradas) en un buen poema, o en una buena pintura, o en
cualquier obra de arte, nos volvemos a asombrar con el mundo, a preguntarnos por la belle-
za inconmensurable de que las abejas hagan esa cosa llamada miel, y nos preguntamos, en
pleno torbellino del asombro, en pleno abismo, cómo habíamos dejado que la miel perdiera
su poesía en nuestras consciencias, “nos asombra que no seamos nosotros los primeros en
ser atraídos”.
Escribo esta página encerrado en mi pequeño cuarto en Europa, lejos de Barranquilla,
lejos del mar, en medio de una pandemia (ese virus que nadie entiende) que, como el buen
arte, nos hace volver a asombrarnos con un árbol o con una cerveza fría servida en la terraza
de un bar o de una tienda, y me pregunto, todos los días, como Emily Dickinson, sobre la
necesidad que tenemos (los humanos) de arte, de asombro, de abismo. Esa necesidad de
contarnos, una y otra vez, el mundo en el que vivimos. Esa ansia, casi absurda, de recordar-
nos a nosotros mismos que existen las flores, los perros, la miel.
En los días de encierro he pensado mucho en esta nueva moda de rechazar las artes y
las llamadas “humanidades” en la academia, aquel lugar común, que cada vez coge más
fuerza en los colegios y en las universidades, de asegurar que debemos aprender las cosas
prácticas, las cosas que sirven para el “progreso”, y no gastar nuestro intelecto en lo inútil.
Y me pregunto, de nuevo, qué sería de este cuartico en el que escribo, lleno de grietas en
las paredes, de este encierro obligatorio, sin la música de Charles Mingus, sin los libros de
Kierkegaard, sin los poemas de Pessoa, sin el teatro de Shakespeare… Mis compañeros de
casa me peguntan cómo puedo aguantar con tanta tranquilidad (y casi alegría) este encierro
desesperante, y yo les respondo mostrándoles mi biblioteca y mis reproducciones de Spotify
y las películas que descargo en el computador. Es que viajar hacia adentro de uno mismo,
intento decirles, es habitar el espacio más grande del mundo, y sólo el arte, cualquier tipo
de arte, nos puede llevar allá. Hace unos días, por ejemplo, llamé a mi amor por la camarita
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5
del teléfono y viajamos, durante horas y horas, por el Japón de Amélie Nothomb en el libro
La nostalgia feliz, y otro día, leyendo juntos a Mark Twain, cada uno en su encierro, lejos
del cuerpo del otro, viajamos a ese sur rudo y mágico de los Estados Unidos. Y vuelvo y me
pregunto: aquellos que defienden la desaparición de las artes en la academia, ¿qué hacen
cuando se las tienen que ver con ellos mismos, con sus propios abismos?
Pues bien, queridas y queridos lectores de Huellas, después de unos meses extraños,
llenos de incertidumbre y de preguntas pandémicas, hemos seleccionado, para este número
de la revista, excelentes obras de arte que, cada una desde su lugar de enunciación, desde
su infinito interior, nos recuerdan que la vida es digna de ser vivida no porque “progresa”,
o porque “avanza” hacia una realidad práctica y estable, sino, más bien, porque asombra,
porque nos desborda. Cierro, pues, con una de estas bellas obras, un breve poema de Leo
Castillo que nos habla, desde el océano íntimo del poeta, sobre ese volver a mirar el mundo:
S e r en at a
Mientras el amanecer
trepa el árbol del día toronja
de mi corazón destila
una luz esmeralda
un agua ultramarina
que te extiende un golpe de ola
un aletazo de labios.
Espero que disfruten la revista como nosotros, los editores, disfrutamos armándola.
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6
Traducción literaria
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7
241
I like a look of Agony,
because I know it’s true-
Men do not sham Convulsion
nor simulate, a Throe-
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8
241
Me gusta el semblante de la agonía
porque sé que es honesto.
No podríamos fingir convulsiones
ni simular angustias.
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9
245
I held a Jewel in my fingers –
And went to sleep –
The day was warm, and winds were prosy –
I said “Twill keep” –
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10
245
Apretaba una joya entre mi puño
y me quedé dormida.
El día era cálido y monótono el viento,
y me dije: la conservaré.
Cuando desperté,
reprendí a mis honrados dedos
porque mi tesoro ya no estaba.
Ahora todo lo que me queda
es solo el recuerdo de una amatista.
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11
282
How noteless Men, and Pleiads, stand,
Until a sudden sky
Reveals the fact that One is rapt
Forever from the Eye –
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12
282
Qué silenciosos se someten
los hombres y las pléyades,
hasta que un inesperado cielo
nos revela que alguien
ha sido cautivado para siempre
de toda vista.
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13
306
The Soul’s Superior instants
Occur to Her – alone –
When friend – and Earth’s occasion
Have infinite withdrawn –
Eternity’s disclosure
To favorites – a few –
Of the Colossal substance
Of Immortality
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14
306
Los instantes superiores del alma
ocurren cuando ella está sola.
Cuando los acontecimientos terrenales
y las ceremonias entre amigos
se han retirado al infinito.
Revelación de la eternidad
para los pocos elegidos
de la esencia colosal
de la inmortalidad.
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15
389
There’s been a Death, in the Opposite House,
As lately as Today –
I know it, by the numb look
Such Houses have – I –
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16
389
Ha muerto alguien
en la casa de enfrente.
Lo sé por el semblante petrificado
que reflejan estas casas
cuando esto sucede.
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448
This was a Poet – It is That
Distills amazing sense
From ordinary Meanings –
And Attar so immense
Of portion – so unconscious –
The Robbing – could not harm –
Himself – to Him – a Fortune –
Exterior – to Time –
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18
448
Él es el poeta.
El que de simples sentidos
destila asombrosas sensaciones,
y de especies comunes
Y si hablamos de imágenes,
él es el revelador. El poeta es él.
El que nos da derecho, por contraste,
a una pobreza incesante.
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19
642
Me from Myself – to banish –
Had I Art –
Impregnable my Fortress
Unto All Heart –
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20
642
Quise desterrarme de mí misma.
Me hubiera gustado hacerlo.
Pero las fortalezas de todo corazón
son inexpugnables.
Y si me enfrento a mí misma,
¿cómo puedo alcanzar la armonía
si no es subyugando
mi propia conciencia?
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657
I dwell in Possibility –
A fairer House than Prose –
More numerous of Windows –
Superior – for Doors –
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22
657
Tengo la posibilidad de vivir
en una casa más prometedora
que la prosa: tiene más ventanas
y sus puertas son más altas.
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23
1013
Too scanty ‘twas to die for you,
The merest Greek could that.
The living, Sweet, is costlier –
I offer even that –
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1013
Muy poca cosa sería morir por ti,
el más sencillo de los griegos
podría hacerlo.
En cambio vivir, amor mío,
es algo más costoso,
y aún así, eso te ofrezco.
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1123
A great Hope fell
You heard no noise
the Ruin was within
Oh cunning wreck that told no tale
And let no Witness in.
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1123
Cayó una gran esperanza
y no escuchaste ruido alguno.
Dentro de ella iba la ruina.
Oh sutil naufragio que no anunció nada
ni tuvo testigo alguno.
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Cómic
ChangosPerros
Por Carlos Dzul (México)
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Música
i Darío Garzón Charry ni Eduardo Collazos Varón se llegaron a imaginar que marca-
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Darío Garzón Charry y Eduardo Collazos Varón se dedicaron metódicamente a recopilar nuestra memoria colectiva.
Aunque suene cada vez más distante, ya sea por el efecto del “perreo” reguetonero, del
“échale vampiro” del rock, el “devuélveme a mi chica” del pop, o los cambios vertiginosos
de nuestra sociedad, hablar de nuestra música tradicional andina, de los bambucos, pasillos,
bundes, guabinas, danzas, valses, es hablar de lo que somos hoy en día. No podríamos com-
prender la Colombia que nos tocó vivir sin entender aquella que nos huye por las grietas
de la memoria, y esto es lo que nos ofrece este gran conjunto de canciones: una manera de
recordar constantemente nuestra complicada historia, las tragedias que nos acecharon y que
aún nos torturan; los amores de los que somos producto, las costumbres de tiempos idos en
los que las serenatas de duetos, tríos y cuartetos eran la manera de consumar las relaciones.
Escuchar estas canciones es sumergirse en el universo de la colombianidad, en sus tra-
diciones, en sus fiestas y alegrías y, por supuesto, en la violencia que han visto las tierras del
Magdalena. Oír “Viejo Tolima”, “¿A quién engañas abuelo?” o “El barcino” es recodar en
cada línea los terribles momentos de sufrimiento, violencia y desplazamiento que tuvieron
que pasar los abuelos durante, lo que Alfredo Molano llamaría, “los años del tropel”. Es
revivir, de forma melancólica, pero muy digna, a todos aquellos que huyeron o murieron
en aquellas décadas del siglo XX, en las que los colores rojo y azul sembraron el terror en
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35
los campos y dejaron cruces en los cerros, para que luego los huérfanos vieran llorar a sus
abuelos sin entender por qué “a unos los matan por godos y a otros por liberales”.
También hay una reivindicación de la cultura indígena en canciones como “Dulce
Coyaima indiana”, en la que se recuerda, con algo de nostalgia, a los sacrificados Pijaos
y el posterior mestizaje, mezcla de español, indígena y negro, que dio origen a la rica y
variada cultura no solo del Tolima, sino de toda Colombia. En ese sentido, esta música es
una reivindicación melodiosa de lo que somos y seremos; una forma de llamar a la unión
entre colombianos, de apegarnos a lo que nos es común más allá de las divisiones que nos
aquejan; una manera de construirnos culturalmente desde las cuerdas del tiple y la guitarra.
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Es un homenaje a la Colombia de antaño, a esa Colombia rural que, pese a estar mar-
cada por la violencia, era muy inocente, sencilla, humilde, de pueblos perdidos de “casas
pequeñitas” y a los que querían regresar, “con el alma enferma de tanto padecer”, quienes
salían expulsados violentamente o por el paso irremediable del “progreso”; sentimiento nos-
tálgico que queda consignado en la canción “Pueblito viejo”, autoría del maestro José A.
Morales e interpretada magistralmente por Silva y Villalba.
Así, como estos desterrados volvían a los pueblitos olvidados, yo vuelvo a estas canciones
porque dieron voz a las nuevas generaciones para entender y narrar la Colombia que no nos
tocó, pero que, sin duda, nos marcó y, querámoslo o no, cargamos con nosotros. A través de
ellas, pude comprender desde muy joven la tragedia de ser tolimense y saberme hijo de la
violencia, aquella que se llevó a mi bisabuelo, dos tíos abuelos y dos primos que quedaron
perdidos en la historia, pero que viven en mi memoria gracias a nuestros Beatles andinos.
Sin embargo, no todo es trágico, así como no todas las canciones hablan de tiempos tur-
bulentos. Ellas también me han dado versos para crear recuerdos de momentos que no viví,
pero que me hubiera encantado ver, como los amoríos inocentes de mis abuelos o el de mis
padres cuando se conocieron en su juventud en Herrera-Tolima, por allá en 1985. De igual
forma, me han acompañado en las serenatas que mi padre dedica a mi madre en tantos de
sus cumpleaños o en las que yo mismo di, en un arranque de vejez prematura, a mis novias
de juventud en las calles de Ibagué, antes de que el “progreso” también nos desterrara a
Bogotá, a ellas y a mí, en busca de una carrera profesional que hoy no significa nada.
Permitir que el olvido se apodere de esta música, de estos compositores y cantautores es
dejar morir una parte de nosotros, una parte fundamental de lo que compone a esta nación
mestiza que políticamente no perdona, pero que musicalmente recuerda.
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37
Poesía
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Canción del Palabrero
Mi realidad es tan pobre
que me gano la vida comiendo vidrio
parado en estas botellas, esquirlas, bombillos
voy a tragarme una lámpara halógena de dos metros
para darle de comer a mis hijos
y mientras me la trago aquí en la calle
ustedes van a dejar sus monedas en mis bolsillos
porque somos diez negros en mi casa todos pacíficos
negros del Pacífico que a nadie vamos a robar
y voy a comer vidrio porque soy el padre de familia
y no voy a comer mierda
ni más faltaba
aquí en pleno escenario y con todos mirando voy a comer vidrio
y espero el aplauso y las monedas
después de tragarme esta luz halógena entera.
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Poesía
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Avión de papel
La poesía es un avión de papel
que planea sin ruido
se desliza con un sagrado respeto en el silencio
abre una grieta de aire en el mundo
pasa a través con el asombro
dejando un azoramiento en el ser que solamente
un objeto con alas suscita al alcanzar nuestra frente.
No pares en vuelo, no antes de perderte de vista muy hondo
llevando la herida, el beso la herida del beso, tu rasguño:
ave de leve papel tornasolado cambia
no detengas el vuelo
lleva la vida en tu aerodinámica acción
no seas la vida simple
no seas lo que es y no vuela, santa poesía
no nos dejes caer en la tentación
del mundo mondo y lirondo.
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Círculo Vicioso
Helicóptero sin cielo
aburrido es el ventilador
en su prisa inútil por llegar a ninguna parte
aburrida su música inmóvil
con algún sentido que se me escapa
salvo si el viento trae
un indicio de respuesta en el amplio vuelo de su falda
a la pregunta que nunca formulé.
Así deambula el río secreto de tu sangre
sin puerto ni objeto alguno
así te veo ir y venir sin deber ni tener
obligado a rematar este episodio
con un final tontamente predecible.
Como el de este aparato
nocturno círculo vicioso
monótona música de alas, tu destino.
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Originales
Pedi tão pouco à vida e esse mesmo pouco a vida me negou. Uma réstia de parte do sol,
um campo, um bocado de sossego com um bocado de pão, não me pesar muito o conhecer
que existo, e não exigir nada dos outros nem exigirem eles nada de mim. Isto mesmo me foi
negado, como quem nega a esmola não por falta de boa alma, mas para não ter que desabo-
toar o casaco.
Escrevo, triste, no meu quarto quieto, sozinho como sempre tenho sido, sozinho como
sempre serei. E penso se a minha voz, aparentemente tão pouca coisa, não incarna a subs-
tância de milhares de vozes, a fome de dizerem-se de milhares de vidas, a paciência de mil-
hões de almas submissas como a minha ao destino quotidiano, ao sonho inútil, à esperança
sem vestígios. Nestes momentos meu coração pulsa mais alto pela minha consciência dele.
Vivo mais porque vivo maior. Sinto na minha pessoa uma força religiosa, uma espécie de
oração, uma semelhança de clamor. Mas a reação contra mim desce-me da inteligência…
Vejo-me no quarto andar alto da Rua dos Douradores, assisto-me com sono; olho, sobre o
papel meio escrito, a vida vã sem beleza e o cigarro barato que a expender estendo sobre o
mata-borrão velho. Aqui eu, neste quarto andar, a interpelar a vida!, a dizer o que as almas
sentem!, a fazer prosa como os génios e os célebres! Aqui, eu, assim!…
(…)
O mundo é de quem não sente. A condição essencial para se ser um homem prático é a
ausência de sensibilidade. A qualidade principal na prática da vida é aquela qualidade que
conduz à ação, isto é, a vontade. Ora há duas coisas que estorvam a ação — a sensibilidade e
o pensamento analítico, que não é, afinal, mais que o pensamento com sensibilidade. Toda
a ação é, pela sua natureza, a projeção da personalidade sobre o mundo externo, e como o
mundo externo é em grande e principal parte composto por entes humanos, segue que essa
projeção da personalidade é essencialmente o atravessarmo-nos no caminho alheio, o estor-
var, ferir e esmagar os outros, conforme o nosso modo de agir.
Para agir é, pois, preciso que nos não figuremos com facilidade as personalidades al-
heias, as suas dores e alegrias. Quem simpatiza pára. O homem de ação considera o mundo
externo como composto exclusivamente de matéria inerte — ou inerte em si mesma, como
uma pedra sobre que passa ou que afasta do caminho; ou inerte como um ente humano que,
porque não lhe pôde resistir, tanto faz que fosse homem como pedra, pois, como à pedra, ou
se afastou ou se passou por cima.
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Ilustración y artes gráficas
Por Isidoro Adatto
Smothered Mate, Tinta, lápiz de color, marcador y lápiz sobre papel libre de ácido, 21 x 30 cm, 2016.
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Caída libre, Lápiz, tinta y marcador sobre papel libre de ácido, 30 x 21 cm, 2017.
Sin título, Lápiz, tinta y marcador sobre papel libre de ácido, 21 x 60 cm, 2017.
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47
Llueve sobre quemado, Lápiz, tinta, acuarela, gesso, lápiz de color y ceniza sobre papel libre de ácido, 55.5 x 43cm, 2018.
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48
Todo es oh tan real, Lápiz y acrílico sobre papel libre de ácido, 21 x 30 cm, 2017
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50
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Hombre Paleta, Lápiz sobre papel libre de ácido, 19 x 25cm, 2015.
Ensayo
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Aunque el mundo era nuevo, lo viejo se re-
sistía a desaparecer. Joseph Roth, en El busto
del emperador, describe cómo los ciudadanos
se acomodaron a su nueva vida, aceptando las
nuevas autoridades, al final, cada uno siguió
con su existencia. Algunas cosas cambiaron: se
derribaron estatuas, hubo nuevas banderas y al-
gunos nombres dejaron de usarse. Por ejemplo,
la actual ciudad de Chernivtsí, en la región de
la Bucovina, Ucrania, dejó de usar la forma ale-
mana de su nombre: Czernowitz, para acoger
el formato de las nuevas autoridades rumanas:
Cernauti.
Cernauti había sido llamada la “pequeña
Viena”, donde convivían polacos, rumanos, ale-
manes y judíos. El idioma de uso habitual era el
alemán y la convivencia, incluso con las nuevas
autoridades, era relativamente pacífica. En esos
tiempos duros, al mediocre comerciante judío
de madera Leo Antschel y a su esposa Fritzi
Schrager les nació un hijo el 23 de noviembre
de 1920, al que llamaron Paul. Ante la llegada
de las nuevas autoridades rumanas, la familia se
acomodó rápido. El padre “rumanizó” su apelli-
do. Ya no eran los Antschel, ahora eran la fami-
lia Ancel.
HUELLAS
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Una infancia multicultural (1920-1938)
La familia Ancel podría reconocerse como un típico producto del recién desaparecido
Imperio austrohúngaro. Padre y madre venían de familias judías asentadas durante siglos en
la región. Aquellas que, más allá de la bandera o frontera, eran hijas de una idea social: la
del Imperio, y lo que eso significaba. El alemán era el vehículo de esa sociedad. La madre
adoraba la cultura alemana y le inculcó ese amor a su hijo, insistiendo en que en su casa se
hablara fundamentalmente el alemán. El padre, en cambio, se preocupó por educarlo en la
ortodoxia judía y por que aprendiera hebreo. En el instituto donde se educó recibía clases en
rumano. Ese ambiente polígloto era típico de la ciudad y su época, y nunca lo abandonaría
en su vida. De allí que su poesía, aunque mayoritariamente escrita en alemán, también
contenga poemas en rumano:
Nochevieja²
Pronto, nubes negras aparecieron en el horizonte. La llegada de los nazis, las purgas
soviéticas contra los judíos, disidentes y viejos bolcheviques; y el creciente antisemitismo de
la sociedad rumana empezaron a afectar a la familia Ancel. El joven Paul descartó irse a vivir
en Alemania por la creciente discriminación a los judíos, fue a estudiar Medicina en Fran-
cia; sin embargo, mostró mucho desinterés en los estudios y regresó a Rumania para estudiar
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53
Filología y Lenguas Románicas. Comienza también a escribir poesía, indistintamente en
rumano y alemán. Influido por el surrealismo francés (André Breton, Paul Éluard) dejará
testimonio de ello en el libro en que se preocupa por los colores: “Adorno silente lo que él
no destruyó: / el negro centro y la roja liza” (Poema “Posesión de ensueño”); la naturaleza
y la posesión de ella: “La lila, sola ante el olor del tiempo,/ a los dos abrazados goteando
busca/ que miran el jardín desde el balcón abierto” (Poema “Lila en la lluvia”); y los tiempos
turbios que se vivían. Uno de sus poemas, “El Olivo”, parece profético:
Estos poemas, escritos entre 1938 y 1948, los recogería en La Arena de las Urnas (1948).
Pero, en esos tiempos, la poesía quedará a un lado para Paul. Lo importante sería sobrevivir.
³ Fue un abogado rumano, alcalde de Cernauti entre 1941 y 1944. Gracias a su gestión, se salvaron 20.000 judíos de la Bucovina. En el museo
Yad Vashem de Jerusalén, es considerado un “justo entre las naciones”.
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Álamo temblón
(…) El cabello de mi madre nunca llegó a ser blanco.
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En el verano de 1939, Celan regresa a Cernauti,
55 donde lo sorprendió la guerra.
Esas muertes tuvieron un impacto psicológico en el joven Paul, quien siempre fue una
persona demasiado sensible. Se sintió culpable de no haber hecho lo suficiente. Paul, sin
embargo, se enlistó en un campo de trabajo del ejército rumano en la Transnistria4 ; las
condiciones allí eran duras, pero él se sentía más seguro. Estuvo 19 meses, hasta que pudo
volver a Cernauti en 1944. Ya no sería el mismo, ahora era un hombre con una herida que
sangraría constantemente durante lo que le quedaba de vida. En ese momento, escribió la
primera versión de su más famoso poema: “Fuga de la muerte”. Uno de los pocos poemas
a los que se han dedicado libros enteros para su interpretación. El título, aunque hace refe-
rencia a la idea de escape y supervivencia, también remite al concepto musical de fuga, en
el que, mediante 3 voces que parecen perseguirse, se obtiene una pieza musical:
Fuga de la muerte 5
Región ubicada en la orilla izquierda de Dniester en Moldavia, durante la Segunda Guerra Mundial fue ocupada por Rumania.
5 Traducción de Héctor Abad Faciolince disponible en su blog: www.hectorabad.com/fuga-de-la-muerte/
Son muchas las traducciones que existen de este famoso poema. Para decidir cuál seleccionar fue fundamental la opinión de Ricardo Bada, pe-
riodista y traductor español residente en Alemania, a quien debo el primer conocimiento de la obra de Paul Celan.
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Él nos grita entierren más hondo las palas en la tierra los otros toquen y canten
saca del cinto un fierro lo blande sus ojos son azules
ustedes hundan más hondo las palas los otros sigan tocando para el baile
Pocos poemas con imágenes tan fuertes: el prisionero, el verdugo, la muerte, las duras
condiciones del campo de concentración. Pese a sus referencias simbólicas, Paul Celan sos-
tenía que el poema no contenía tantas figuras poéticas: la leche que bebían y que, en ocasio-
nes, era la única comida, realmente era negra. La figura de los mastines, la bala de plomo y
los violines son imágenes reales: en los campos de prisioneros existían orquestas para hacer
“más placenteras” las condiciones de vida de los presos. Sin embargo, el horror de lo descrito
en las imágenes pervive: el hombre que sueña con la muerte, imaginando formas de matar,
la Sulamita, la tumba sin nombre, la muerte en la nieve. Celan, en su poesía, describiría el
HUELLAS
57
horror de la Shoa, como en su momento lo hizo Primo Levi en Si esto es un hombre (1947)
o Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido (1946).
Para Paul Celan, la poesía es un escape en tiempos duros. Los soviéticos volvieron y
Paul siente que no está seguro en su ciudad natal. Saldrá en 1945, apátrida. No volvería
jamás. Ahora su patria sería el idioma alemán. Lo aceptó con incomodidad. Quizás para
describir esa sensación paradójica sea necesario citar lo que el actor Dirk Bogarde dijo; él
fue de los primeros soldados británicos en llegar al campo de Bergen-Belsen, después de ver
el infierno, guardó siempre un profundo rencor hacia los alemanes de su generación, tanto
que “se bajaría de un ascensor si tuviera que compartirlo con él”. Pero, Bogarde obtuvo su
mayor reconocimiento interpretando alemanes, incluyendo nazis. Celan viviría esa ambiva-
lencia: obtendría el reconocimiento en la lengua de los verdugos de su familia.
Se dirigirá primero a Bucarest, donde fue bien recibido, trabajó como traductor y pu-
blicó “Fuga de la muerte” traducido al rumano, en 1947. Sin embargo, no se sintió seguro
en Rumania bajo el control soviético y decidió ir a Viena, viaje que hizo a finales de 1947.
Antes de salir, tomó una decisión fundamental: publicar sus poemas bajo el nombre de Paul
Celan, anagrama de su apellido Ancel.
HUELLAS
El prisionero, el verdugo, la muerte, las duras condiciones
58 del campo de concentración.
Viena-París (1948-1970)
Celan se dirigirá a pie, apátrida, hasta Austria. Tenía, sin embargo, cartas de recomen-
dación con algunas personalidades del mundo cultural de Viena. Sus poemas fueron publi-
cados y pronto tuvieron gran éxito, en una ciudad que, pese a sus ruinas, aún era un centro
cultural de renombre. Un editor suizo mostró su deseo de publicar su libro de poesía que
agrupó bajo el título La arena de las urnas (1948). Este contenía su aclamado poema “Fuga
de la muerte”. Fueron años difíciles. Reconoció que tenía un bloqueo literario; su salud
mental, muy frágil desde joven, comenzó a resentirse. Para sobrevivir se ocupó en oficios
muy diversos: fue traductor, dio clases particulares de alemán, ruso, rumano, francés, in-
cluso, hebreo. Sufrió reveses literarios. Le disgustó la edición de La arena de las urnas, una
editorial alemana rechazó su poesía; al parecer, la cultura alemana de la época cayó bajo la
influencia de la frase de Adorno: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de bar-
barie”. Celan se encargó de desmentir esa afirmación de manera rotunda. En 1952, se casó
y logró publicar, en una gran editorial alemana, su poesía escrita entre 1944 y 1952, que
agrupó bajo el título de Amapola y memoria. Quizás el título de uno de los poemas del libro
resuma bien el objetivo del autor: “La única luz”. Su creación poética es la única luz que
muestra el horror, la muerte, el amor, la poesía, la relación con la tierra, la religión (judía),
la solidaridad humana. También el dolor, la herida y la cura; pero, sobre todo, la esperanza.
La única luz
HUELLAS
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pero se acercan presurosas las barcas con las parpadeantes lámparas del espanto:
tal vez te estallen las sienes, salta a tierra entonces su tripulación,
entonces monta las tiendas aquí, entonces tu cráneo se comba a los cielos –
te rebosa la cabellera de espuma del mar, tu corazón está lleno de copos.
HUELLAS
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Narrativa
La Nao
Por Gabriela Espejo.
La Nao tenía unos treinta y trabajaba en nuestra casa, puertas adentro, cuando yo era niña.
Todos los lunes volvía contando sus épicas aventuras de fines de semana temucanos, por
ahí por los tempranos dos miles.
Es verdad que llegaba todos los lunes con caña y la ñata pelá, pero también con su
desbordante energía de anfeta, porque tomaba pastillas tránsfugas para bajar de peso que le
hinchaban las manos, los pies y la dejaban máquina pa’ limpiar.
—Negrita, ayúdame a sacarme esta argolla. ¿Cuánto me darán por esta en la tía rica?
¿Te gusta? Mira, tiene brillantes… —Me decía mientras se enjabonaba sus manos rojas,
hinchadas y llenas de oros que después empeñaba para comprar CDs, vestidos o cocaína.
El solcito de la tarde se colaba por la ventana de la cocina, y sobre el lavaplatos; meta
espuma, carcajadas y cumbia villera, forcejeábamos para sacar los anillos de los pobres dedos
de la Nao.
Detalle de Nao, por Gabriela Espejo. Técnica: pantimedia y óleo sobre tela.
HUELLAS
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Eye drops, por Gabriela Espejo. Técnica: Acuarela.
La Nao trabajó en la casa un poco más de dos años. Mi mamá cachó que se iba de farras
brutales y la echó, porque ya no llegaba los lunes y a veces la angurri la agarraba con unas
ganas de llorar que la tiraba a la cama con hipo; el rímel corrido, agüita con azúcar en el
velador y todo el despliegue dramático de esos llantos negros. (Te entiendo tanto). Cumbias
chorras tristes de fondo, claro está.
Cuando mi mamá la despidió, la Nao se echó al pollo rumbo a Curicó, donde tenía dos
hijos y donde su ex, el César; celópata, drogadicto y cuasi homicida, no la seguiría.
Mi hermana y yo seguimos en contacto con la Nao durante un tiempo. Por teléfono
y en secreto, porque si mi mamá se enteraba, que se enteró, cambiaría el número y así le
perdimos el rastro.
Años más tarde, muchos años más tarde y cuando la de los llantos negros era yo, se
viralizó un video en el que una mujer discriminaba violentamente a un haitiano en un bus
rumbo a Curicó. Esta mujer era evidentemente la Nao.
Más allá de lo indiscutible, sentí pudor y cariño. Ganas de abrazarla y rescatarla del
apedreamiento social. Ganas de decirle: “Nao, ya está, vamos a tomarnos una chela y cuén-
tame qué pasó”.
Qué ganas de escuchar qué fue de su vida desde que abandonó Temuco. Si logró alguna
vez encontrar a sus hijos, ¿cómo sigue la salud de tu mamá?, y cómo es que había llegado a
odiar tanto a los negros.
HUELLAS
62
Narrativa
T
odos los seres humanos, unos más que otros, a través de nuestras vidas vamos acumu-
lando secretos: misterios personales, manías, cosas que nos han sucedido, acciones que
hemos realizado o deseos reprimidos que no hemos querido contar nunca. Incluso
las personas más sinceras y extrovertidas se han reservado en un momento de su vida
algún asunto privado. Querer blindar estas verdades de la publicidad, cuando implican
energías negativas represadas y quien las mantiene ocultas tiene conciencia o se ve asediado
por sus secretos, puede resultar en un detrimento de la salud mental y física del portador,
que soporta esa carga emocional como quien vive con un defecto físico permanente: el cojo,
el jorobado, el impotente. Como un cojo, un jorobado o un impotente aprenden a vivir con
su condición, yo aprendí a vivir manteniendo algunos secretos, pero solo uno me atormenta
hasta estos días de mi vejez por ser verdaderamente relevante, tan trascendental que si se
hubiera sabido, mi vida se habría ido al estanco. De pronto no hubiera sido destruido como
artista porque podía demostrar ser uno íntegro, pero sí habría terminado en la cárcel. Aclaro
de una vez, no soy un asesino ni un ser despiadado, pero me vi involucrado en hechos ho-
rribles en los cuales perdieron la vida animales y personas.
Cuando uno se deshace del peso de un secreto, la sensación es de liberación. Aquello
que no contamos suelen ser cosas que están mal vistas, social o éticamente: guardamos
secretos, principalmente, para prevenir la vergüenza, la estigmatización o el castigo. En
mi caso, mantener durante tantos años en secreto la verdad de los hechos que he callado,
obedece a resguardar mi integridad como artista, pero, sobre todo, a escapar del castigo le-
gal que me hubiera acarreado las consecuencias de la espiral de locura en la que caí al ser
manipulado y extorsionado, podría decirse, por mi propia conciencia, por mí mismo, o por
la peor parte de mí que no era yo.
A mi edad, setenta y cuatro años, sin hijos, sin esposa o compañera sentimental, con la
seguridad y satisfacción de haber logrado la más importante de mis metas y anhelos de mi
vida, sabiendo que mi nombre perdurará en el mundo por medio de mis libros, no me im-
porta lo que piensen de mí después de muerto si alguien se llegara a enterar de los hechos
que tan celosamente he callado durante décadas. Si voy a hacer esta confesión, es porque
hace mucho no escribo y me hace falta escribir un último libro, estas memorias, libro sin
intención alguna de publicación o divulgación, porque a nadie le interesa salvo a aquellos
que se vieron afectados directa e indirectamente por mis acciones, que en realidad no eran
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mías, porque las llevó a cabo un ser que podría ser identificado como mi persona pero no era
yo, a pesar de que el ácido desoxirribonucleico desmintiera mi decir, no era yo, lo aseguro:
ese no era yo. Los que se vieron afectados directamente murieron horribles muertes a manos
del ser que podría ser yo pero no era yo; y los que se vieron afectados indirectamente creo
que a estas alturas sufrirán de Alzheimer o ya no existen.
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A mi edad, setenta y cuatro años, sin hijos, sin esposa o compañera sentimental, con la
seguridad y satisfacción de haber logrado la más importante de mis metas y anhelos de mi
vida, sabiendo que mi nombre perdurará en el mundo por medio de mis libros, no me im-
porta lo que piensen de mí después de muerto si alguien se llegara a enterar de los hechos
que tan celosamente he callado durante décadas. Si voy a hacer esta confesión, es porque
hace mucho no escribo y me hace falta escribir un último libro, estas memorias, libro sin
intención alguna de publicación o divulgación, porque a nadie le interesa salvo a aquellos
que se vieron afectados directa e indirectamente por mis acciones, que en realidad no eran
mías, porque las llevó a cabo un ser que podría ser identificado como mi persona pero no era
yo, a pesar de que el ácido desoxirribonucleico desmintiera mi decir, no era yo, lo aseguro:
ese no era yo. Los que se vieron afectados directamente murieron horribles muertes a manos
del ser que podría ser yo pero no era yo; y los que se vieron afectados indirectamente creo
que a estas alturas sufrirán de Alzheimer o ya no existen.
Siempre sentí dentro de mí estar destinado a ser reconocido debido a mi oficio. Tardé
mucho tiempo en encontrar ese talento que me otorgara el tan soñado reconocimiento. De
joven, trece, catorce años, lo intenté con la música. Mi primera guitarra eléctrica la adquirí,
como dicen los informáticos, por defecto. Un día vi en televisión una carrera de motocross
y me dio por entusiasmarme con las motos. Miraba las carreras y compré revistas importa-
das sobre el tema, éstas se conseguían en el centro, en un quiosco de un señor que era el
único que vendía revistas importadas. En ese tiempo el internet no existía, si uno quería
aprender acerca de algo, le tocaba ir a la biblioteca municipal o si las conseguía sobre el
tema, comprar revistas. A mi papá lo molesté durante meses rogándole que me comprara
una moto, siempre me contestaba que mejor me compraba un revólver y el ataúd, la moto
era un peligro y costaba un montón de plata. Cuando vi imposible convencerlo de comprar
la moto, dejé de comprar revistas de motocross y hasta de mirar las carreras por televisión.
Mis primeros pinitos en el mundo de la música los di al descubrir grupos como Iron Mai-
den, AC/DC, Slayer, Megadeth, Metallica, Judas Priest. Me cautivó la energía y el estilo de
vida que representaba esta música, y quise aprender a tocar guitarra. Otra vez duré meses
molestando a mi papá, rogándole que me comprara una guitarra eléctrica, aparato que
valía muchísimo menos que la moto, y era menos peligrosa. Para que dejara de molestarle
la vida todos los días a toda hora y siendo una compra menos cara y peligrosa que la moto,
mi papá me compró la guitarra eléctrica. No quiero entrar en detalles de mi época de co-
legial, la adolescencia de la mayoría de personas transcurre sin logros memorables, uno de
adolescente es un idiota que no sabe nada pero cree que lo sabe todo. Para no alargar la
historia, toqué en dos grupos de metal, Morbidus y Tortura. Un buen día fui a visitar a mi
abuelita por parte de madre, llevaba conmigo unas fotocopias con las letras de un trabajo de
un grupo colombiano llamado Parabellum. Las dejé olvidadas en su casa y lo próximo que
supe es que me querían hacer un exorcismo. Mi papá poco se metía en mi vida desde que le
caminara derecho y nunca tuviera la osadía de refutar alguna de sus órdenes. Nunca me dijo
nada acerca de la música que escuchaba ni de los personajes con los que tocaba, por lo que
ni por la cabeza se me pasó que pudiera hacer algo tan vejatorio en mi contra: desapareció
mi colección de discos (no eran muchos, unos quince) y mi guitarra. Le reclamé, se formó
la de Troya, y esa fue la primera vez que me pegó a mano limpia, siempre lo había hecho
con una correa. Hasta ahí llegaron los sueños de ser músico. Después de prestar el servicio
militar, me obligó a estudiar derecho. Derecho o para la calle. Y estudié esa carrera y tomé
HUELLAS
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aguardiente y cerveza y metí perico y fumé marihuana toda la que pude durante toda la
carrera. Cuando me gradué le entregué el diploma y le dije que hiciera lo que quisiera con
ese papel, era más suyo que mío. Nunca ejercí, para ganarme el sustento, me convertí en el
mandadero de la casa, haciendo mandados que cualquier pelagato podía realizar. La rela-
ción con mi papá se tornó tensa, pues él esperaba que yo me decidiera a darle uso al título
de ladrón que había logrado, pero nunca lo complací. Y por no hacerlo, me tocaba aguantar
la cantaleta y el “no sirve para nada”, “usted es un vergajo inservible” eran pan de cada día
salidos de la boca de quien me mantenía.
Desde pequeño me gustó la lectura. Los primeros libros que recuerdo haber leído son
tomos de enciclopedias, luego me entusiasmé con los comics, Condorito mi preferido. Re-
cuerdo mucho un par de novelas gráficas que me regaló alguien cuando cumplí doce o
trece años: “Alí Babá y los cuarenta ladrones” y “La lámpara de Aladino”. El arte gráfico de
estos libros era para mí algo totalmente nuevo, muy por encima de los dibujos caricaturescos
de los Condoritos que tanto amaba. Y las historias eran fascinantes y envolventes. Muchos
años después sabría yo que eran clásicos de la literatura universal cuando leí “Las mil y
una noches”. Mientras estudiaba derecho me dediqué a leer mucha filosofía, no así novela,
pues la veía, erróneamente, como un género menor. Pero no tardé en desilusionarme de la
filosofía por culpa de los propios filósofos que tanto me habían cautivado, pues investigando
acerca de los autores me di cuenta de que muchos predicaban en sus escritos una cosa y
en la vida hacían otra que contradecía sus convicciones. Desilusionado, busqué refugio en
la novela. La primera novela que leí se titula “El delfín”, escrita por Álvaro Salom Becerra.
Yo tenía catorce o quince años cuando la leí. Me cautivó por su carácter de denuncia, una
radiografía de la podrida política colombiana. Tengo setenta y cuatro años y no he visto
mejorar al país nunca, siempre cuesta abajo, somos un país de cafres, corruptos, ladrones,
avivatos y, lo peor, rezanderos. Por mí que eliminen todo rastro de esta puerca raza y este
cagadero con una bomba atómica.
A medida que iba conociendo nuevos novelistas, más me convencía de que yo podía
escribir una novela. Comencé a tomar apuntes y a idear la trama de la que sería mi primera
obra. En mi casa la situación con mis padres no cambiaba, yo hacía de mandadero y reci-
bía gratis el alpiste y la dormida. Mi mamá me criticaba por no tener metas en la vida y a
los treinta años conformarme con hacer mandados, mi papá moriría esperando que yo me
decidiera a ejercer como abogado y estrenara el título de ladrón que me había ganado en la
universidad. Tres meses después tenía listo el borrador de mi primera novela, “Macabros ha-
llazgos acerca de la evolución femenina”. Durante dos años continué siendo el mandadero
de la casa y escribiendo más novelas: “Matar a Bukowski” y “Pesadilla editorial”. Participé
en muchos concursos, envié manuscritos a distintas editoriales, siempre con el sueño de
ser publicado y llegar a vender muchísimos libros y ganar dinero y vivir de la literatura para
demostrarle a mi papá que sí servía para algo en la vida. Mi papá siempre me crio con mano
dura, quizás porque quería formar un carácter fuerte en mí, pero eso no lo entiende uno de
joven, para mí era un tacaño y un tirano que me tenía como alguien inservible y no produc-
tivo para la sociedad. De su implacable manera de criarme, destaco en su favor que nunca se
metió en mi vida personal, desde que obedeciera sus mandatos y en ninguna circunstancia
cuestionara sus convicciones, él no se metería conmigo. Desde mi época de colegial me
gustó el alcohol, fumar marihuana, después en la universidad empecé a consumir cocaína.
La cantaleta era por parte de mi mamá, mi papá nunca se pronunció al respecto. Yo quería
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demostrarle que sí era bueno para algo en la vida, y sufría por eso, por ser un mantenido
suyo y no tener voz ni voto en la casa por el hecho de que no producía un peso. “El día que
produzca plata, se va de la casa y hace lo que quiera con su vida, mientras no produzca, le
toca quedarse acá y marchar derecho”, era una de las frases que más repetía mi papá, su
frase cumbre era: “Le hace falta comer mierdita de la buena”. Llegó el momento en mi
vida, después de los treinta, en que finalmente me rendí y me di cuenta al mismo tiempo
de que con mi papá había que hacer las cosas a su manera, primero que todo, con él nada
era regalado, todo había que ganárselo, y como a mí nunca me gustó el trabajo, pues no me
podía ganar nada.
En el año dos mil siete publiqué, de manera independiente, mi novela “Matar a Bukows-
ki”. Sorprendentemente, cuando mi papá supo de este emprendimiento, se ofreció a pagar
la mitad del costo del tiraje de mil copias. Él nunca fue una persona interesada en la cultura
o el arte, su interés más grande era hacer plata, ahorrarla, invertir y hacer crecer su fortuna.
Dos o tres veces en mi vida lo vi yo leyendo un libro, la prensa sí la leía todos los días, su
nivel de cultura general era bastante aceptable, además, era profesional en el área de la sa-
lud. Pero su inteligencia máxima se veía reflejada en los negocios. Durante dos años me vio
escribiendo en el computador, sabía que me habían rechazado en varias editoriales, creo
que al ver que no me di por vencido y decidí publicar mi novela de manera independiente,
se ofreció a ayudarme monetariamente en dicha empresa quijotesca. Siendo una persona
que veía la realidad de las cosas de manera sumamente objetiva, mi padre siempre supo
respetar a los artistas. Dos veces llegó a la casa con obras de artistas importantes de la región.
Un cuadro y una escultura, regalos de los maestros, que él apreciaba mucho, pero confesa-
ba: “Esto me lo regaló el maestro tal, porque quería que le prestara plata, pero no se pudo,
ese negocio estaba muy chimbo”. Siempre supo respetar a los artistas porque sabía que el
arte era trabajo. Una vez me confesó, ya muy viejito, que nunca me había refutado por mi
escritura y me había colaborado monetariamente para ese fin porque antes de casado tuvo
un amigo que escribía novelas y le llegaba al consultorio a contarle lo que sufría tratando de
que le publicaran y siempre le daba dinero. Le dolía mucho ver la lucha por la que pasaba
un artista y reconocía que para hacer obra se necesita talento, paciencia, tiempo y trabajo,
los mismos menesteres implícitos para llegar a ganar dinero y hacer un “capitalito”, como él
decía. De pronto le daba pesar ver a gente que “comía mierdita de la buena” y no lograban
sus cometidos.
Se publicó “Matar a Bukowski”, yo solo, vendí cerca de quinientas copias en diez me-
ses. “Vender” es un decir, ya que cambié ejemplares por tres cervezas, por pases de perico,
por otros libros, y en muchas ocasiones solté ejemplares por la suma que me pudieran dar.
Me hicieron entrevistas en una revista literaria y en el periódico local más importante. Por
supuesto que le mostré las entrevistas a mis padres, a mis tíos, a mis primos, a mi abuelita
materna que aún vivía. Pero fue alegría momentánea, porque a pesar de publicar y haberme
dado a conocer, no había ganado un puto peso y frente al señor de la plata seguía siendo el
mandadero de la casa.
Mi papá padecía la enfermedad de Parkinson y la toma de medicina durante ocho años
terminó dañando sus riñones y le diagnosticaron insuficiencia renal, por lo cual fue remitido
a diálisis. En ese momento tenía ochenta y seis años. Verse así de disminuido lo cambió para
bien. A los dos años de entrar a diálisis, me escrituró el apartamento donde yo vivía y otras
cinco propiedades.
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—Eso es para que usted viva, no se vaya a tirar la plata en trago y viejas, tiene que ser
responsable, no se vaya a tragar en un abrir y cerrar de ojos lo que yo hice con tanto esfuerzo.
—No, señor, cómo se le ocurre. Gracias, gracias, la verdad, qué detallazo, creo que ni
me lo merezco.
Sorprendentemente dijo que sí me lo merecía porque lo estaba acompañando y me
estaba portando como un buen hijo.
—Qué tal, Ito, yo le hubiera hecho caso a usted y estuviera trabajando como abogado,
el propio ladrón con título, se imagina que estuviera por allá en Bogotá ganando un montón
de plata, dígame, quién venía a verlo, a cuidarlo…
—Pues sí, por ese lado me sirvió que fuera vago…
Su enfermedad nos unió y lo hizo dar el brazo a torcer. Lo acompañé durante los seis
años que duró en diálisis. Sagradamente, lunes, miércoles y viernes, así estuviera amanecido
de la farra, lo recogía y lo llevaba en su silla de ruedas a la diálisis y luego de la diálisis a la
casa, lo acompañaba a comer, me acostaba con él, mirábamos televisión y hablábamos del
pasado, siempre del pasado.
—Ito, ¿usted por qué me cascó tanto de joven?
—Imagínese, yo tanto que lo casqué, y no fui capaz de enderezarlo…
Me le acostaba encima y le hacía presión en el pecho mientras le anunciaba: “Ahí viene
la plancha número tres”, “la plancha número cuatro”, y a medida que anunciaba una nue-
va plancha ejercía más presión en su pecho hasta que mi mamá decía que no más, que lo
dejara quieto porque le iba a hacer explotar el catéter que tenía en el pecho. Él recordaba
que esa misma me hacía cuando yo era un niño de cinco, seis años, la plancha de presión.
Ya con plata, y reconciliado con mi papá, me fui olvidando de la literatura. Ya no tenía
que probarle nada. Primero dejé de escribir, tenía apuntes para dos novelas, pero nunca
empecé a ejecutarlos, cada vez menos leía hasta que me alejé por completo de las letras.
Mi papá reconoció que yo sí servía para algo, que era escritor y que era buen hijo, dejó de
tacañear y en el momento que debía ser aseguró mi situación monetaria. Pero una verda-
dera pasión nunca muere, si bien ya no tenía nada que probarle a mi papá, sí tenía que
probármelo a mí mismo, y dos años después de no haber tocado un libro o un teclado, me
propuse volver al ruedo literario. Publiqué “El atentado en contra de Shakira y su vida des-
pués del holocausto nuclear”. Se la ofrecí a un conocido y este me propuso hacer una doble
presentación, en Barrancabermeja y Bucaramanga, él tenía contactos para organizar todo
por medio de una institución en la que trabajaba. Así se hizo y resultaron interesantes los
eventos. Las copias se pusieron a la venta en la página de una librería, en la misma librería,
en un bar, y en la calle las que yo llevaba siempre debajo del brazo en una bolsa del Éxito.
Al año siguiente publiqué “Pesadilla editorial”, el lanzamiento se llevó a cabo en el bar de
un amigo, pagué ciento cincuenta mil pesos de cerveza y él organizó el lugar para el evento.
El día anterior al evento fui al bar a ultimar los detalles, me puse a tomar cerveza y a olerme
una bolsa de perico mientras hablaba con mi amigo, el dueño del bar. Salí a fumarme un
cigarrillo en la calle y vi a una pareja que llegaba. Eran jóvenes, de treinta y pico él, ella por
ahí de treinta, hermosa. Me habla el hombre y me pregunta si yo soy Marco Cala. Que sí,
le contesté, y me pregunta si no me gustaría ser publicado por una editorial importante. Yo,
pensando que era broma, no lo tomé en serio.
—Cuál editorial importante ni qué nada, mejor venga mañana que voy a hacer el lan-
zamiento de una novela…
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Amanecí en mi casa con una puta tomando cerveza y oliendo perico. A las dos de la
tarde la despaché y traté de descansar hasta las siete de la noche. Me bañé, me afeité, me
eché gotas en los ojos, me vestí, me perfumé, me tomé dos cervezas que había en la nevera,
armé una pipa con marihuana, le metí un par de caladas y me fui a atender el lanzamiento
de mi tercera novela publicada: “Pesadilla editorial”. Fue la noche perfecta. Más de sesenta
personas asistieron, al final del evento se me acercó el hombre que me había hablado la
noche anterior y me dio una tarjeta de presentación en la que se lo acreditaba como asesor
editorial de una de las editoriales más importantes de Latinoamérica. Casi me orino de la
emoción, todo el trabajo de diez años por fin se vería recompensado, sin estarlo buscando,
sin aspirar ya a ser famoso ni hacer dinero de la literatura para demostrarle a mi papá que yo
sí podía producir me llegaba esta oportunidad. Quedamos en encontrarnos días más tarde
para hablar con calma.
Para no alargar este pasaje que hubiera podido ser el comienzo de la realización de un
sueño, todo terminó en que me querían publicar, pero querían también que yo les pagara
treinta millones de pesos. En mis novelas “Matar a Bukowski” y “Pesadilla editorial” critica-
ba fuertemente a las editoriales y su funcionamiento, y a aquellos escritores ficticios que no
eran más que un producto forzado al público y se habían ganado su lugar en el mundillo
de la literatura por factores ajenos al talento y más cercanos a gratitudes por favores, com-
placencias a amantes y pagos a cambio de publicaciones. No me dio rabia que quien me
contactó me hubiera propuesto pagar por publicarme, siendo objetivo, poniendo los pies en
el mundo real, sabiendo que las letras hacía mucho tiempo eran un negocio, y reconociendo
que, como mi papá decía, “es que la platica vale”, lógicamente, el riesgo lo asumía quien
ponía la plata. Una editorial no iba a asumir un riesgo monetario por publicarle a un autor
nuevo, a un desconocido, mucho menos a un novelista, la narrativa, en un cagadero como
mi país que tiene unos índices de lectura paupérrimos, es lo último que un “lector” va a
escoger para comprar en una librería, en Colombia lo que se vendía en esos momentos, de
lo que vivían las editoriales, eran los libros basura, literatura de autoayuda, el libro de me-
morias de una reina de belleza, el libro biográfico de un cantante de música popular, libros
acerca de políticos, pagados por ellos mismos para engrandecer su nombre, libros amarillis-
tas sobre investigaciones de escándalos de corrupción o crímenes de alto perfil, libros acerca
de cómo criar a los hijos y todo tipo de libros instructivos, todo eso daba ganancias a las
editoriales, mas no la novela, de veinte o treinta novelistas publicados regularmente por una
editorial, uno o dos eran rentables. Muchos me animaban a pagar, era mi sueño, por lo que
había luchado más de diez años, otros, que conocían mi obra y sabían de mis convicciones,
me desanimaban a hacerlo, que no me podía vender, aseguraban, y me acordaba de aque-
llos que se vendieron y terminaron siendo una caricatura de sí mismos, un Gonzalo Arango
que tanto predicaba en su nadaísmo, para traicionar a sus seguidores y terminar diciendo,
cuando levantó noviecita nueva, que había encontrado a dios. Pensé que treinta millones era
mucho, un capital, y que la cotización, ítem por ítem, estaba inflada, ellos no iban a perder,
pero tampoco iban a quedar neutros, algo tenían que ganar sin vender un solo libro. Según
mis cuentas, con quince millones costeaban todo lo que prometían, y se embolsaban quince
milloncitos. Pagar y ser publicado por una de las más importantes editoriales del continen-
te, o no pagar, posar de subversivo y continuar en la lucha del escritor independiente, ese
era el dilema. Me prometían publicidad y distribución nacional, presentaciones en la feria
internacional del libro de Bogotá, y apariciones en radio y televisión. Me dejé tentar por la
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oferta y el nombre de la editorial y le ofrecí quince millones a quien me contactó. Según
él, eso no alcanzaba ni para la impresión de dos mil copias. Ofrecí entonces veinte millo-
nes, como el máximo esfuerzo que podía realizar. Me llegó un correo aceptando la oferta,
pero según quien me contactó, le había tocado rogar y convencer al consejo editorial de mi
calidad para aceptar esa oferta. Dijo que me iban a poner un editor para hacer la novela
más comercial, un “capo”, así lo llamó el asesor editorial. Me dio su nombre e investigué
en internet quién era el “capo” de la literatura. Un recién graduado de literatura que hacía
una especialización en una universidad de Italia. Otro de la rosca, pensé. Esta gente de las
editoriales no sabe nada de literatura, un editor general no llega a leer dos o tres libros al año,
ellos están en otro negocio, leer es lo que menos les interesa. Una editorial es una empresa
como cualquier otra, en la que los puestos de dirección se reparten a dedo según intereses
ajenos a la literatura, el que sabe está estancado toda su vida en un puesto intermedio y el
que no sabe nada de nada es gerente.
En la mesa estaban cuatro novelas para escoger una para ser publicada. “Matar a
Bukowski”, “Pesadilla editorial”, “El atentado en contra de Shakira y su vida después del
holocausto nuclear” y “Macabros hallazgos acerca de la evolución femenina”. De las tres
que estaban publicadas, la que más había gustado, y a su vez la más literaria, era “Pesadilla
editorial”, pero comercialmente “El atentado en contra de Shakira y su vida después del ho-
locausto nuclear” o “Matar a Bukowski” podían ser más atractivas al público por los nombres
que manejaban, Bukowski y Shakira. La elegida para publicación debía ser una de estas dos
novelas. Solo quedaba escoger cuál para empezar el proceso de publicación. Pero todo se
fue al piso cuando me dice el asesor editorial que de suscitarse cualquier lío jurídico por el
uso de los nombres de Shakira o Bukowski en la novela, o por su contenido, yo debía firmar
un documento donde los exoneraba de cualquier responsabilidad, pero sí debía cederles to-
dos los derechos sobre mi obra. Querían que les pagara veinte millones de pesos, un montón
de plata, un “capo” que nunca había escrito una novela iba a editar la mía para hacerla “co-
mercial”, y si demandaban por el uso de los nombres de Shakira o Bukowski en las novelas
o en su contenido, yo tenía que responder judicialmente pero todos los derechos sobre las
novelas los tenía que ceder a la editorial. Mal negocio, además, pensé, me ofrecen muchas
cosas y ya decía mi papá que entre más le ofrezcan a uno en un negocio, más debe alejarse
a pensarlo. Finalmente desistí de pagar para que me publicaran. Independiente, tenía total
control sobre mi obra, con lo que había logrado hasta ese momento me sentía orgulloso,
seguiría escribiendo y publicando de manera independiente, sin mayores pretensiones que
entretener a quien me leyera, tarde o temprano mi obra sería reconocida y valorada en la
proporción que se merecía.
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Cine, teatro y televisión
Ave de paso
Por Eudes Toncel Rosado
Y así al ver a esa niña wayuu que no sabía pastorear, que había olvidado el saber de sus ancestros y que
vagaba sola en la oscuridad y el desierto fue que conocí esta historia. La de una hierba salvaje que venía
salvadora y como langostas arrasó. Tomó otras formas, otras hierbas y siempre la codicia la acompañó. Y así,
una gran bestia wanülü despertó. Y por toda la tierra su sombra se extendió. La voz de los muertos nos advirtió,
pero a los sueños ya no podíamos escuchar. Ya los vientos vienen con fuerza a borrar nuestras huellas sobre
la arena. Por eso canto hoy para que los wayuu y alijunas no olviden lo que el viento del verano borra.
Para que esta historia la canten los pájaros y así permanezca, en el lugar de los sueños y la memoria.
n una árida ranchería en medio del desierto guajiro, una joven: Zaida Pushaina (Na-
E talia Reyes) sale de un año de encierro después de su menarquía, en este ritual bailan,
comen y beben, presenta los tejidos que elaboró; su madre Úrsula Pushaina (Carmiña
Martínez) le da pautas sobre cómo ser una mujer wayuu, el palabrero Peregrino (Vi-
cente Cotes) toca el tambor.
Zaida danza en círculo persiguiendo al danzante que de espaldas esquiva el intento de
tumbarlo, aparece Rapayet Abuchaibe Uliana (Juan Acosta), sobrino de Peregrino, al termi-
nar la danza, le dice al oído a Zaida: “Tú vas a ser mi mujer”. “Alguien necesita de nuestra
ayuda, pero también puede traernos mucho dolor”, dice Úrsula a Zaida como interpreta-
ción a un sueño con su abuela muerta.
Finalmente, Úrsula y Rapayet hablan del respeto y la dignidad que ella infunde en
la región por la fidelidad a su linaje y el poder económico que ostenta, ella le muestra el
talismán de su clan que permanece a su resguardo. Peregrino ofrece unos collares como
parte de la dote para casar a su sobrino con Zaida, pero los Pushaina aseguran que esperan
a alguien con más prestigio y se establece que la dote por ella será fijada en 30 chivos, 20
reses y 5 collares.
HUELLAS
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La trama
La historia que se propone contar la película Pájaros de verano está ins-
pirada en supuestos hechos reales ocurridos en la región de La Guajira (ex-
tremo norte de Colombia) entre las décadas de 1960 y 1980. Es lo que se nos
promete mientras asistimos un relato sobre el cultivo y venta de marihuana
en el seno de una familia indígena de la etnia wayuu, asentada en el desierto
guajiro y conformada principalmente por los integrantes mencionados en la
trama del relato precedente, que resume la primera parte de la película.
A continuación vemos a Rapayet andando por el desierto, trae en el hom-
bro una caja de whisky que entrega a unos señores, luego se encuentra con
su amigo Moisés (John Narváez), celebran por el corone con la transacción
del whisky que sugiere una acción de contrabando. César, el mesero de la
cantina donde toman, les sugiere que los gringos del Cuerpo de Paz andan
buscando marihuana y se establece la posibilidad de reinvertir el dinero del
contrabando de café en conseguírsela a los gringos. Moisés y Rapayet ini-
cian una peregrinación hacia la sierra nevada, lugar donde vive su tío Aníbal
Abuchaibe Uliana (Juan Bautista), allí cultivan la marihuana que, segundos
después, le entregan a los gringos que estaban en el desierto, pero ahora en
las playas de Palomino, y otra vez coronan.
Rapayet se dirige donde los Pushaina con la dote para desposar a Zaida,
Úrsula le advierte que de tanto andar con alijunas se olvidó de las costumbres
y le ordena que mande al palabrero a negociar el matrimonio. Zaida y Rapa-
yet duermen juntos en una hamaca, en medio de la silenciosa noche, llega
Moisés con músicos vallenatos, ella tiene en sus brazos a su primogénito
Miguel Dionisio Pushaina Abuchaibe. Moisés le regala una camioneta a Ra-
payet: “Ya no estamos pa’ chivos, Rapa”, hacen piruetas manejando, mientras
beben y hacen tiros al aire.
HUELLAS
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El camino
“Nosotros entramos realmente investigando un poco sobre la historia de la bonanza ma-
rimbera, pero también las historias que no habían sido contadas y ese lugar en el que estaban
esas historias y lo que pasaba en la trastienda. Logramos entrar y contar las cosas desde ellos,
siempre con mucho respeto, todas las cosas que establecíamos en el guión, que eran tradi-
ciones y costumbres propias, tuvieron la aprobación de las comunidades para que fuera una
representación muy verídica”, advierte la directora Cristina Gallego en una entrevista para
Radio Francia Internacional en la premier de la 50 quincena de realizadores del Festival de
Cine de Cannes 2018.
Sin embargo, el fenómeno del narcotráfico para este periodo en La Guajira tuvo su ojo
de huracán en el mundo alijuna de los criollos y mestizos no indígenas, ni negros; y, en este
negocio, los indígenas wayuu estaban tan marginados que solo unos pocos estuvieron involu-
crados como tristes peones; de allí el primero de un conjunto de elementos fallidos en la trama
de esta película.
Cannes es un gran escenario para mostrar relatos mistificados y exotizados de comunida-
des indígenas alrededor del mundo y que suelen aparecer distorsionados en el relato colonial
surgido desde el norte global y su patriarcado blanco encarnado en Ciro y Cristina como
sujetos mestizos que traen desde su experiencia al cine los retazos de estéticas romantizadas
del sur para coquetearle perversamente a las representaciones racializadas y etnizadas que los
europeos, y un poco también los cachacos quieren ver, cuando quiera que se imaginan desde
Europa o Bogotá la emergencia del fenómeno del narcotráfico en las antípodas de la nación
colombiana.
El desafio de abordar esa complejidad en el margen es mayor cuando se trata de poner en
imágenes, relatos de poblaciones indígenas que tienen de por sí, una problemática inserción
en las dinámicas económicas del mundo colonial y del proyecto republicano de la nación
colombiana.
En el relato de Ciro y Cristina lo wayuu opera como un falso centro de gravedad que nos
promete exotismo, superstición, etnicidad, marginalidad y violencia, a un precio impagable
para las tradiciones que pretenden ser informadas. En este sentido la trama es fallida y en el
camino surgen un montón de distorsiones e imprecisiones que contradicen el relato antropo-
lógico con amplia bibliografía para los wayuu y que evidentemente no fue revisada con juicio,
para dar la versión “verídica” del asunto.
En la trama subsecuente aparecen gestos que así lo demuestran: matan a Peregrino el pa-
labrero en medio de una negociación, Rapayet embarca a la familia Pushaina en una guerra
sangrienta que contradice el sistema de parentesco wayuu donde el marido de la hija no le
traslada conflictos de sangre a la familia de esta; aparece el Cuerpo de Paz como los promo-
tores del lado gringo del negocio de la marihuana y de actores periféricos los wayuu pasan a
controlar los procedimientos de comercialización y exportación de la hierba. Nada más lejos
de la alijuna realidad que aún gobierna el departamento de La Guajira.
En la película los límites del territorio wayuu son imprecisos, confusos e inexactos, exten-
diéndose ambiguamente hasta la Sierra Nevada de Santa Marta, donde habitan los indígenas
HUELLAS
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kogui, arhuacos, wiwas y kankuamos. El sistema normativo y el uso de la
palabra en las negociaciones se muestra como un órgano estático y rígido;
esto nada tiene que ver con la plasticidad con la que este sistema es aplica-
do todavía hoy, para los más diversos procedimientosde negociación en el
mundo wayuu. En una escena se ve la injerencia de autoridades de distintas
comunidades en los problemas de los Pushaina y en un hecho inédito como
increíble Úrsula es obligada a entregar el talismán de su clan. Por solo men-
cionar algunas de las distorsiones e imprecisiones que se pueden enumerar
a partir de la fallida trama.
La trama
Leónidas Pushaina (Greider Meza) bebe licor a pesar de su corta edad,
Úrsula lo regaña. Zaida, Rapayet, Peregrino, Leónidas y Úrsula debaten
sobre el nombre del bebé que lleva Zaida en su vientre. Los hombres be-
ben, las mujeres cocinan. Llega Moisés con la noticia de que necesitan 10
quintales y solo cuentan con 6, bajan burros cargados con marihuana de la
sierra: “Santa Marta Gold, de las semillas de los gringos.
Se encuentran a los policías, les pasan una coima y son escoltados en la
vía. Llegan con la marihuana al desierto a una pista donde están tres grin-
gos y tres avionetas. Reciben el pago por la transacción, la pesan: 23 kilos.
Tienen una conversación sobre el contenido de una de las avionetas, donde
encuentran marihuana comprada por los gringos a otro proveedor.
Moisés mata a dos de los gringos: “Dile a Bill que los negocios se ha-
cen con nosotros”, le dice Rapayet al gringo que sobrevive, que parte en
su avioneta mientras comienzan a desmantelar y enterrar las otras. Aníbal,
Rapayet, Úrsula y Peregrino debaten sobre los dos homicidios de Moisés y
le sugieren que se deshaga de él. Rapayet, varios de sus escoltas y Peregrino,
se dirigen hacia una parranda donde Moisés celebra el corone y escuchan
la canción que les compusieron: “el gavilán mayor”. Peregrino le dice que
por haber derramado sangre en territorio wayuu debe ofrecer una compen-
sación: salir del negocio. Moisés en adelante se encargaría solo de coimear
a la policía y hasta allí se limitaría su participación.
Leónidas acompaña la entrega de marihuana que tenían prevista para
ese día. Úrsula dice a Rapayet que un pájaro, el cardenal guajiro ha estado
visitándoles para cobrar una ofensa. La entrega resulta infructuosa, pues
Gabriel y las personas que bajan con la hierba de la sierra nunca llegan.
Rapayet va a indagar el porqué de la demora y encuentra varios cuerpos
masacrados en medio de la vía. Rapayet mata a Moisés. Nace Indira, su
hija. Los Pushaina y Rapayet hacen las paces con Aníbal, después de matar
a Moisés. Acuerdan una mejoría en las ganancias de Aníbal como parte de
la negociación.
HUELLAS
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La dirección de fotografía estuvo a cargo de David Gallego
El camino
La cultura wayuu es desde esta perspectiva narrada de una forma simplista y esencialista,
lo wayuu aquí es asumido como la manifestación de un ser biológico con unos rasgos caracte-
rísticos particulares: lengua, cultura, tradiciones, rituales e historias mistificadas.
Esta esencialización opera en diferentes escalas de sobredeterminación; una de ellas es
la agencia entre los mismos indígenas; otra, las relaciones entre los wayuu y los habitantes
criollos, mestizos o alijunas de La Guajira, su territorio. Otra escala de esa determinación es la
de las relaciones de lo indígena con la nación colombiana y de allí, a los sistemas de represen-
tación de lo indígena en el mundo del cine por ejemplo, donde se encuentran insertos Ciro y
Cristina.
La Guajira recrea un imaginario necesario para la nación colombiana, escenario de para-
dojas, tensiones y ambigüedades: inhabilitación de puertos marítimos, represión del comercio
con el Caribe insular y Venezuela, narcotráfico extractivista, extractivismo minero energético,
exacción económica, estigmatización del contrabando, violación de los sistemas normativos
autóctonos y reducción arbitraria de las regalías mineras, por solo mencionar algunas de las
dificultades que enfrenta la consolidación de una economía departamental en diálogo con la
economía de la nación colombiana.
Lo que se muestra de esta Guajira etnizada y estetizada, revela una narrativa perversa del
multiculturalismo colombiano, una narrativa que imagina desde un centro de poder: Bogotá,
ideas sobre lo étnico y los acontecimientos históricos de los territorios: el narcotráfico. Sin de-
tallar los detalles y los posibles e imposibles entrecruzamientos.
HUELLAS
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La Guajira y lo indígena que habita aquí, lo wayuu, tiene para decirnos muchas más
cosas en su existencia milenaria. Los estereotipos son prácticas de la representación que fun-
cionan esencializando, reduciendo, naturalizando, haciendo oposiciones binarias, estáticas
y rígidas; son expresiones de las formas que toman las representaciones del poder en el cruce
interétnico.
De allí la brecha tan honda entre ser hombre y mujer que plantea la imposición del gé-
nero en la dominación colonial y en este mismo sentido las brechas que dan un orden racial,
étnico y cultural a las relaciones de dominación en el contexto de la explotación comercial
de los cuerpos y los territorios. Por ejemplo el turismo aquí en La Guajira. Las prácticas este-
tizadas y transaccionales de los cuerpos racializados son expuestas con rudeza en la película,
mostrándonos el estereotipo. Por eso traigo los gestos de la trama.
¿Es La Guajira un exuberante rincón de Colombia repleto de exotismo para imaginar o
es una pequeña esquina del mundo sin gracia? ¿es este un paraíso de recursos naturales, de
allí el extractivismo que sobre este territorio opera, o es un infierno de violencia constitutiva
con gentes obsesionadas con la muerte y el conflicto? ¿es un departamento moderno como
sus sucesivas bonanzas o como sus proyectos mineros o es una nación milenaria, como sus
pueblos originarios?
La trama
Una gran casa de dos pisos se entroniza en el desierto. Se hace un embarque volumi-
noso entre avionetas y camionetas. Hay muchos hombres armados. Se realiza una carrera
de caballos decorados con tejidos. Miguel participa de la competencia quedando casi de
último: “Quiero aprender a manejar una avioneta, no un caballo”.
Leónidas hace tiros al aire, suena el conjunto vallenato; Úrsula quita el arma a Leóni-
das y lo cachetea. Zaida tiene sueños con los muertos y sugiere la protección del talismán
del clan al cuidado de Úrsula. Se realiza un segundo entierro y los Pushaina son invitados,
Úrsula sugiere no ir, pero van. Llevan armas como presente. Se saca al muerto del ataúd, lo
realiza la hija de Aníbal.
Y ahora es el momento en el que los muertos vuelven. El momento de entender qué pasó. Por qué se han
ido y qué mensaje nos traen. Para que escuchemos lo que nos han querido enseñar con su muerte absurda, cau-
sada por la ambición ciega. Ahora que te desenterramos y te llevamos a tu morada definitiva, permítenos callar,
escuchar y entender por qué te fuiste así. Que no seamos ciegos. Que no seamos sordos. Que no haya oro que
brille más que nuestro espíritu. Que no haya ruido ni disparo que nos impida escuchar tu voz.
Lavan a la chica que no puede tocar su cuerpo con sus manos por prescripción ritual,
Leónidas espía mientras la desnudan, es reprendido por Rapayet. Leónidas quiere tocar a
la chica y es impedido por unas señoras; le ofrece plata a un hombre por comer mierda de
perro, el hombre se la come. Aníbal atacado manda a su palabrero paisa a casa de Rapayet
solicitando una compensación por la ofensa a su hija: 2 camionetas, 10 mulas, 2 fusiles y
2 semanas de Leónidas como peón en los sembrados. Establecen cumplir con la compen-
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sación. Llevan a Leónidas a casa de Aníbal, no pide perdón y lo ponen a trabajar en la finca
como peón. Zaida le dice a su madre que “el sueño no me habla desde que fuimos donde Aní-
bal”. Rapayet sueña con Moisés y dice: “Hemos perdido el alma, ya nada nos protege”. Vemos
a Leónidas bebiendo y cercando la casa donde la hija de Aníbal lee en la piscina, se dirige en
vestido de baño hacia adentro, se desnuda frente a un espejo, sonido de grillos. Leónidas viola
a la chica. Corre huyendo de la casa.
El camino
La traducción de lo tradicional en lo moderno nos evidencia que no se puede representar
sin marginalizar e instrumentalizar a esa diferencia exotizada que, en sus rasgos más llamativos
desde una visión esencialista, puede ser tomada, invocando la licencia de la ficción dramática,
de la acción cinematográfica, para luego vendernos una historia “verídica” con la reaparición
del narcotráfico en un lugar donde nunca estuvo.
Como si al recrear escenas de la esclavización, los negros devinieran los amos esclavistas y
los blancos europeos, los peones de las haciendas de la colonización temprana. Así de fallido.
Esta película es tan fallida como su mismo nombre. En una región donde las estaciones no
existen, eso de pájaros de verano no dice nada.
Esta es una historia sobre la aparición del capitalismo despiadado en un contexto cultural
de aislamiento, las transacciones económicas que aquí aparecen vienen cargadas de cierto
romanticismo, de cierta idea afianzada en la tradición y la costumbre. Se desconoce, en este
relato cinematográfico, que los indígenas wayuu se insertaron desde hace siglos en el mundo
de la circulación de bienes, a partir del pastoreo que practican hasta hoy y que, según el relato
antropológico, esto contribuyó fundamentalmente a la transición del nomadismo al sedenta-
rismo; el ganado como valor de cambio posibilitó el intercambio y el poder adquisitivo en las
relaciones económicas en el contexto interétnico desde la colonia.
La trama
Sacan armas de las tumbas. “Rodeado de hombres voy a estar más seguro, collares de mier-
da no sirven pa’ nada”. Leónidas le dice a su madre que intenta hacerle una contra después de
violar a la chica. Peregrino lleva una palabra a Aníbal pidiendo conciliación por la violación,
de regreso a la casa, el chófer entrega el bastón de mando de Peregrino a Rapayet como señal
de que lo mataron.
Zaida, Rapayet y sus dos hijos huyen de la casa. Se realiza una reunión con los líderes y
palabreros de otros clanes wayuu que llegan en apoyo por el asesinato de Peregrino, situación
inédita en La Guajira. Se critica el accionar de Úrsula y sus negocios ilícitos. Perorata de las
bonanzas: la lucha del pueblo wayuu contra los franceses, ingleses, españoles e incluso, contra
el Gobierno, cuando quiso ir a robarles el territorio, cuentan. A Úrsula se le obliga a devolver
el talismán y se realiza una masacre como retaliación a la gente de Aníbal por matar a Peregri-
no. El paisa, encuentra los muertos y se le hace una emboscada. Úrsula busca a Zaida y a sus
nietos en el lugar donde estaban escondidos. “Si los buscas, te mato”, le dice a Rapayet.
Alrededor de la casa, Miguel cabalga su caballo, cinco camionetas surcan el desierto y se
produce una emboscada con muchos disparos la casa de la bonaza arde. Las camionetas de los
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paisas se retiran. En la penumbra, Úrsula baja tosiendo y hay muchos muertos y huellas de
disparos. Indira está en una esquina, Zaida yace muerta en el recibo. Úrsula le dice a Indira:
“En la mochila hay dinero, ve a buscar a Leónidas, vete y no vuelvas”.
El camino
El cine, a su modo, hace al mundo. Aquí se pretende señalar cómo, a pesar de que el
cine puede hacer un mundo, una cultura como la wayuu y un departamento como La Gua-
jira no pueden ser simplificados, no se puede encontrar una forma de presentación sensible
adecuada a la idea material de lo que aquí es.
Esta aproximación resulta problemática, estoy tratando de hablar de las representacio-
nes de una cultura indígena a través del cine y el cine como práctica cultural, forma de
representación, trae fuertes referencias al asunto de identidad cuando pretende narrar el
mundo étnico en una trama histórica.
Estratégicamente se puede uno posicionar para enunciar una crítica al mensaje que las
imágenes de esta película quieren expresarnos, la intencionalidad de los creadores de pro-
ducir una saga en clave abyecta y subalterna. Pero,
El arte como interpretación libre del mundo no debe asumirse como un acto de cortesía a un pueblo —
mucho menos cuando este no lo ha pedido—, debe ser una manifestación de creación originaria que exige
un desnudamiento y señala una iluminación. El filme Pájaros de verano resultó revestido de muchos retazos
(falacias culturales), que distorsionan el arte de vivir del pueblo wayuu.
La trama
Indira busca a Leónidas, él está moribundo en una pequeña choza, sonidos de moscas,
cigarras, aleteo de pájaros. Úrsula va a reclamar donde Aníbal el cadáver de su nieto Miguel,
el palabrero paisa le solicita su participación en el negocio y Aníbal pide que le entregue a
Rapayet. Envuelto en una lona blanca le entregan el cuerpo. Aníbal va en un burro hasta la
pequeña choza donde está escondido Rapayet y le pregunta por Leónidas: “Ya todos estamos
muertos” le contesta antes de ser asesinado. Indira compra tres chivos con el dinero que
tenía en su mochila y se marcha.
Referencias
- Ciro Guerra y Cristina Gallego. (2018). Entrevista en Radio Francia Internacional. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?-
v=ufUyHXZv5PI
- Ciro Guerra y Cristina Gallego. (2018). Película Pájaros de verano.
- Epeeyüi López-H., Miguelángel (2018). “¿Pájaros o estereotipos de verano?”. En El Tiempo 21 de agosto. Disponible en: https://www.el-
tiempo.com/opinion/columnistas/miguelangel-epeeyui-lopez-h/pajaros-o-estereotipos-de-verano-miguelangel-epeeyuei-lopez-h-257874#
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Arte en la U
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Tu silla es mi silla, óleo sobre lienzo.
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Agua con jabón, óleo sobre lienzo.
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Resquicio, grabado en zinc.
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Golpe de dados
Por Laura Gómez Camargo (Universidad Javeriana).
A
hora que juego parqués online porque los tiempos de la pandemia lo demandan -¿al-
guien se habría imaginado que terminaríamos jugando parqués con nuestros primos a
través del celular?-, ahora que el vidrio ya no es el del tablero físico que cuando choca
con los dados produce un sonido de nostalgia, ahora que el vidrio que veo es el de la
pantalla, vuelvo al tiempo y encuentro una imagen muy viva de haber aprendido a jugar par-
qués de verdad muy niña. Digo “de verdad” como una oposición al mundo virtual, aunque
la virtualidad en estos tiempos nos arrebate esa realidad material.
Tendría como 10 años cuando me decidí por aprender, y en la mesa, que no era de
los grandes sino de los viejos, me dejaron sentar por primera vez en un partido. Jugaban
mi abuela, mi tía abuela y mi abuelo cada martes en que mi tía, luego de hacer mercado,
pasaba a saludarnos. Cada una de ellas tenía un Mustang azul en mano y una cajetilla de
esos Mustang, pero de las grandes, junto a las monedas de apuesta. Yo me tragaba el humo,
y veía la agilidad con la que los viejos ya sabían el conteo exacto del tablero; a mí me to-
caba contar con la ficha y disfrutaba moverla golpeándola contra el vidrio. Como augurio
soplaban el dado antes de que las fichas salieran, así les salían los pares fácil. Cuando salía
un 1 o un 6 en algún dado, lo dejaban quieto y seguían tirando el otro. Siempre que juego
viendo a la pantalla del celular me parece oler a cigarrillo, ver la imagen de mi abuela con
un codo doblado sobre la mesa sosteniendo su cigarro y mirando fijamente al tablero sin
mirar a nadie más, sin levantar la cara; siento ver que el reflejo de mi memoria se proyecta
en la pantalla. A mi tía no la recuerdo jugando mucho, pero sí que el día que murió, un día
en el que yo no quise ir al colegio y ella ya estaba viviendo en mi casa por haber envejecido
más, yo jugaba parqués; y antes de que nos avisaran sobre su muerte, como si el último sus-
piro de mi tía fuera también el último soplo de dados, mi abuelo levantó la cara del tablero
para mirar nuestras caras y decirnos: "como que ya murió Georgina"; y seguido de eso tiró
los últimos dados antes de dejar sin terminar el juego. Fuimos mi abuelo y yo esa ficha que
persigue a otra ficha para su entierro, mientras hacíamos el recorrido silencioso que va desde
la plazuela del Cristo hasta el Parque de la Villa en donde está la Catedral.
No recuerdo haber vuelto a jugar nunca porque crecí mientras los otros rivales del juego
morían, como un juego de parqués en que la ficha de la muerte va tragándose a las otras
fichas. Ahora mi abuelo no juega porque dice que no recuerda. Pero sabemos que sí pues, si
se acuerda aún de jugar Naipe Español, con certeza sé que sabe parqués. No juega, tal vez,
porque el sonido de los primeros tres tiros y los humos del tabaco en los que se ahogaba sin
chistar nada le reviven esas ausencias, porque tal vez no tenga gracia un golpe de dados en
un tablero que no tiene fichas para perseguir.
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Canciones
Por Jose Beltrán (Universidad del Norte)
R
espira, nostálgico optimista” es un álbum casero. Su nombre, entre otras cosas, nace
de la extraña relación entre melodía y letra. ¿Por qué de repente con melodía una letra
parece transformar lo que dice?, ¿cuál es esta singular alianza? Invito a leer estas dos
canciones y, luego, a que las escuchen para que puedan vivir esta pregunta.
“Cementerio cósmico”
Sigo viviendo
Por los susurros
De los recuerdos
Que ya no son de nadie, por cierto...
Que ya no son de nadie, por cierto...
Callado
Cabizbajo
Cementerio cósmico
Congelado
Que ya no son de nadie, por cierto...
Que ya no son de nadie, por cierto...
Y un pedazo de papel
En la distancia
Puede ser la diferencia
Entre mirar y ver
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Y así poder mirar
Mi historia
Debajo de un papel (X3
Nostálgico optimista
No saber escuchar Que no supiste controlar
Las viejas lecciones Y ahora te revuelcas
Que te dan Entre tus sábanas
Y mira cómo vienes Pasos torpes
Perdiendo la razón Siempre damos al caminar
Por una simple situación La mejor respuesta
Es la que nunca se da (X4)
Que no supiste controlar
Y ahora te revuelcas Soy sombra
Entre tus sábanas Busco sombras
Pasos torpes Que seguir
Siempre damos al caminar Busco sombras
La mejor respuesta Que seguir (X3)
Es la que nunca se da.
Abandonas tu corazón
En un suelo que ya nadie
Recuerda más
Y mira cómo vas
Buscándole apellidos
A lejanos estallidos
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Misceláneos
En esta oportunidad conversamos con la escritora caleña Pilar Quintana, ganadora del
IV Premio Biblioteca Narrativa Colombiana (2018) por su novela La perra.
Pilar: Me sorprende un poco, pero creo que no tengo nada que objetar.
P: Porque es raro verse en las categorías que alguien más hace sobre la obra propia.
¹ La preparación de esta entrevista en 400 Voces (Emisora Uninorte) fue realizada por Leopoldo Gómez-Ramírez, Valentina Sofia Caba-
na Quiñones y Lorena Andrea Zea Pabón, lo mismo que la versión escrita. La conducción de la misma en el programa de radio fue hecha
por Leopoldo Gómez-Ramírez; puede escucharse aquí.
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L: ¿Usted misma cómo vería su propia obra?
P: Yo sí creo que es una obra realista, aunque he coqueteado un par de veces con lo fantás-
tico. He escrito cuentos y novelas muy realistas; también hay en mí una exploración hacia
el lado de sombra de las personas, hacia el lado oscuro.
L: Pilar, usted fue nombrada una de las y los 39 autores menores de 39 años más interesantes
de Latinoamérica por el Hay Festival, esto fue en 2007. ¿A qué cree usted que se debió esta
distinción?
P: En ese momento, estaban eligiendo a algunos autores de Latinoamérica para ser parte de
esa selección, el evento tenía lugar en Colombia, por tanto, por decisión de los jurados al
país le dieron un poco más de espacio, eligieron 6 autores cuando los países que más tenían
eran 4 o 3. Yo tuve la fortuna de estar allí. Ese año yo había publicado mi novela Coleccio-
nistas de polvos raros, no le fue mal, tuvo presencia en la prensa, tuvo reseñas positivas. En-
tonces, supongo que yo estaba lanzando mi novela en el año justo donde tenía que hacerme
notar para que me pudieran elegir en ese grupo.
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L: Ya que trajo a colación la novela Coleccionistas de polvos raros, una pregunta apenas
obvia: ¿qué es un polvo raro?
P: Yo creo que todos los polvos, de una u otra manera, son raros. En la novela hay dos per-
sonajes: uno que es un poco fetichista, él se esfuerza por buscar polvos que se salgan de la
norma, que sean fuera de lo común, que sean memorables, ese es el personaje masculino;
al personaje mujer, no sé si por fortuna o desafortunadamente, le tocan a veces polvos que
son extraños, que ella dice: “Pero, ¿por qué me pasa eso a mí, por qué no puedo tener una
relación normal?”.
L: Por cierto, cuando estaba mirando la lista de los elegidos y las elegidas en 2007, noté que
hay algunos personajes que tienen hoy en día mucha relevancia. Estaba, por ejemplo, Da-
niel Alarcón, quizás el más conocido productor ejecutivo de radio ambulante. También vi a
Jorge Volpi; yo soy mexicano, en México todo mundo lo conoce, hace no mucho le regalé a
un colega profesor en la Universidad del Norte En busca de Klingsor. También estaba Junot
Díaz, últimamente envuelto en ciertas polémicas, pero me parece que es un gran escritor;
leí de él La maravillosa vida breve de Óscar Wao.
L: En la lista también está Juan Gabriel Vásquez, yo no sabía que él era escritor, acabo de leer
precisamente el libro de Humberto de La Calle, Revelaciones al final de una guerra, y él escri-
bió el prólogo. O sea que fue una lista de gente, incluida usted, bastante notable, ¿no?
me molesta. Tenemos la idea de que la naturaleza es silenciosa, pero la selva no lo es. Por
ruido me refiero a todas las distracciones que hay en la ciudad y todas las obligaciones que
tienes como pagar el arriendo, subsistir. Entonces, quise irme a un lugar apartado donde
pudiera vivir con poquita plata, construir mi propia casa y dedicarme a escribir; y ese fue el
lugar que encontré.
P: Eso fue en el Pacífico, en unos pueblitos que se llaman Juanchaco, Ladrilleros y La Barra
que quedan a una hora en lancha de Buenaventura.
P: Así es.
me molesta. Tenemos la idea de que la naturaleza es silenciosa, pero la selva no lo es. Por
ruido me refiero a todas las distracciones que hay en la ciudad y todas las obligaciones que
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P: Lo era, claro, eligieron a los escritores que, en ese momen-
to, se destacaban en Latinoamérica. Entonces, por supuesto,
nos encontramos nombres que han tenido una carrera bri-
llante.
P: Es cierto.
L: ¿Al regresar, por qué escogió una casa en una playa del
Pacífico?
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me molesta. Tenemos la idea de que la naturaleza es silenciosa, pero la selva no lo es. Por
ruido me refiero a todas las distracciones que hay en la ciudad y todas las obligaciones que
tienes como pagar el arriendo, subsistir. Entonces, quise irme a un lugar apartado donde
pudiera vivir con poquita plata, construir mi propia casa y dedicarme a escribir; y ese fue el
lugar que encontré.
P: Eso fue en el Pacífico, en unos pueblitos que se llaman Juanchaco, Ladrilleros y La Barra
que quedan a una hora en lancha de Buenaventura.
P: Así es.
L: Estuve mirando otras entrevistas que usted ha concedido, me llamó la atención una en la
que usted mencionó que la maternidad es el momento cuando más animales son las muje-
res, incluso, más que en el sexo. ¿Qué significa esto?
P: Influyó mucho, se volvió un tema fuerte. En mi novela La perra, uno de los temas más
presentes es la maternidad y me ayudó a explorarla como tema oscuro, perspectiva que no
se ha abordado mucho o sobre la que está vedado hablar en la vida corriente; para nosotras
las mujeres, generalmente, no es lícito hablar de la oscuridad que hay en la maternidad;
entonces, me pareció necesario explorarlo literariamente.
P: Sí, lo es y creo que también ahí surge una relación bien interesante y una pregunta
por ese tipo de relaciones. Hace unos años, el perro era para cuidar; los gatos, para cazar
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ratones; las gallinas, para dar los huevos. Así vivían nuestros abuelos en sus fincas. Ahora en
la ciudad, sobre todo, pero también en el campo, las personas tienen relaciones entrañables
con sus mascotas, y estas últimas no son solo animales de uso, sino parte de la familia, donde
hay relaciones complejas con la mascota. Esto no había sido tampoco un tema muy explorado
literariamente y me parecía que valía la pena hacerlo.
L: Me pareció muy interesante porque uno observa ese fenómeno en las ciudades, en familias
de clase media, pero usted lo examina en una mujer, humilde, en el campo. Para mí fue sor-
presivo, o sea, tal como usted señala, uno ve parejas o familias para las que el gato, la gata, el
perro, la perra, son una especie de hijo o hija, pero yo no sabía que eso también pasaba en el
ámbito rural. Yo viví algunos años en pueblos muy pequeños en México, y allá, la verdad es
que los perros y las perras tienen una función estrictamente de cuidado de la casa.
P: Sí, allá había esa distancia como la sigue habiendo en todos los campos, pero también había
mascotas que eran parte de la familia y vi también mujeres que habían querido hijos o que no
pudieron tenerlos y cargaban con esa frustración que, a veces, para las mujeres que tienen pro-
blemas de fertilidad o que están con maridos que los padecen, es difícil asumir esa frustración.
Lo vi en ese caserío y esa fue la manera que encontré para contarlo.
L: Otra cosa que me llamó mucho la atención de su novela La perra es cómo usted describe
la desigualdad social. Leí la novela el año pasado, la estuve revisando brevemente hace poco,
pero me acordé en particular de la forma en que describe cómo la familia de Damaris cuidaba
la casa para una familia rica, “cachaca”, supongo. Y cómo eso va permeando toda la relación,
lo que pasa en la infancia (no voy a decir lo que pasa en la infancia para quien quiera leer la
novela), me pareció muy interesante esa forma sutil de abordar la desigualdad social.
P: Es algo que está en nuestra cara todo el tiempo. Soy de Cali, una ciudad que es predomi-
nantemente negra, pero la población mestiza blanca es la dominante económicamente. En
Cali es muy visible que las empleadas del servicio, los choferes, los jardineros, las personas
que venden en la calle frutas, chontaduros, mango biche, todos son negros. Es algo que pasa
en Colombia y que pasa en el suroccidente colombiano: tenemos unas familias privilegiadas
mestizas o blancas; y tenemos a los negros que no poseen nada, que son pobres y que están al
servicio de esas familias. Es algo absolutamente colonial que se mantiene hasta el día de hoy.
Es imposible mirar el Pacífico colombiano, el suroccidente de Cali, hacer una novela realista
y no ponerlo en escena.
L: Soy economista y estoy casi seguro que si escribiera un artículo, por ejemplo, sobre la corre-
lación entre el color de la piel y el ingreso económico —“correlación”, por cierto, no “causa-
ción”— quedaría una relación positiva y estadísticamente significativa entre lo más oscuro: el
color de la piel y los ingresos más bajos.
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P: Exacto. Entonces, una literatura realista, que es la que yo hago, necesariamente se va a
quedar y va a reflejar esa sociedad que tenemos.
P: Yo creo que sí. Lo que pasa es que no habla de la violencia sangrienta, ni de la violencia
más evidente y más explícita, por ejemplo, la violencia en la familia donde los padres pegan
a los hijos, o los maridos les pegan a las mujeres; ni la violencia política de la guerra, en la
que vemos disparos y gente matándose a machete o con motosierra; pero en mi libro sí ve-
mos la violencia que es ejercida sobre las personas y sobre una sociedad de formas sutiles; y
que son más difíciles de hacerse obvias si uno es privilegiado.
P: Sí, yo soy, de verdad, una autora que se demora muchísimo armando las historias, cua-
jándolas. En La perra tuvieron que pasar 12 años desde la idea inicial, desde la imagen que
dio origen a La perra hasta que tuve claro en mi cabeza cómo quería contarla. Cuando eso
pasa, hago en mi mente una escaleta, que es un listado con las acciones que tienen que pa-
sar para que se cumpla la historia; y cuando tengo clarísima esa escaleta y ya me parece que
la estoy viendo, cuando ya soy capaz de nombrar a los personajes, y cuando son ellos los que
me hablan y no yo la que les pone voz, sino ellos los que empiezan a tener su propia voz,
entonces, me siento a escribir.
En ese momento de escritura, yo tenía a mi hijo de nueve meses. Me quedé en la casa
con mi hijo, yo siempre me quedo en la casa porque trabajo allí, pero me quedé más. Tenía
un trabajo que implicaba solamente ir cuatro horas a la semana a dictar un taller y el resto
del tiempo estaba en la casa con él. Entonces, no encontraba un momento para escribirla
y tuve que hacerlo mientras lo amamantaba y cuando él hacía la siesta que eran dos horas
al día. La manera que encontré para escribirla fue en el celular porque no podía usar el
computador con un muchachito pegado a la teta. Trabajé el texto durante unos meses así;
cuando tuve el primer borrador, me senté en el computador a reescribir.
P: ¡Más! Doce años hasta que la escribí. Luego, pasó un año y medio de correcciones. Una
cosa es tener un primer borrador y otra cosa, el producto y la novela hecha, que es publicada
y que lee el lector; para eso tuvo que pasar un año y medio o dos años más.
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L: Y bueno, se ganó el premio.
P: Se ganó el premio.
L: A mí me gustó La perra. Me gustó bastante. Me pareció una novela de esa violencia más
sutil, que no es obvia, pero allí está.
L: Pasando a sus cuentos, le quiero preguntar por sus escritos eróticos, hay uno con un título
muy sugestivo. ¿Tuvo usted problemas con ese título?
P: Me encargaron para la revista Soho un cuento que se llamara “No eres tú, es tu verga”, y
yo dije: “Por Dios, pero es que yo no hablo de tú, ¿podría ponerle ‘vos’ en vez de tú?”. Enton-
ces, se murieron de risa y me dijeron que sí, y lo escribí, pero luego lo transformé y se llamó
“Amiguísimos”, me parece que el énfasis debía estar ahí. Yo creo que la revista Soho quería un
cuento un poco escandaloso con un título provocador para que la gente lo leyera.
L: Por cierto, y aquí sí voy a hacer completamente “spoiler” al cuento. Hablaré del final: ¿cómo
así que no es él, en este caso Juan Diego, el culpable de que ella, Roxana, no tenga orgasmos?
P: Ajá (risas).
Pues, como que no le servía mucho (risas de ambos).
L: ¿Cómo reciben los lectores el hecho de que una mujer hable abiertamente de sexo?
P: En Colombia muchas veces me sentí cómoda haciéndolo. Supongo que, por ser de Cali, so-
mos más abiertos con cierto tipo de palabras, de lenguaje, de temas. Pero, en Hong Kong-Chi-
na, me pidieron que enviara unos cuentos antes de mi llegada, yo iba para una residencia de
escritores allá. Envié los cuentos y traté de mandar los que me parecían más suaves porque yo
decía: “Bueno, esto es una cultura más conservadora, entonces, enviémosle algo que no los
vaya a escandalizar”. Dos días antes del viaje me dijeron: “Oye, ¿no tienes unos cuentos más
suaves?, porque estos no los podemos usar, no son apropiados para la cultura china”. Yo les
dije: “No, pues les mandé los más suaves que tenía”. Hubo censura y fui censurada; a todos
mis compañeros de residencia les tradujeron sus escritos, a mí, no; a todos mis compañeros de
residencia los llevaban a eventos donde leían en voz alta sus cuentos, los míos, no. A mí no me
llevaban y yo no podía leer mis cuentos en voz alta. Eso es censura, censura directa.
Por otro lado, desde Colombia y Latinoamérica, en general, me colgaron muy rápido la etique-
ta de “escritora erótica”. Era un hecho que a mí me molestaba un poco, si bien los temas eran
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eróticos, ¿por qué tenían que poner la etiqueta de “escritora erótica”? A muchos escritores
que escriben de sexo no los llaman “el escritor erótico”, ¿no? Entonces, eso me parecía un
poco molesto.
A propósito, dentro de poco, en esta temporada de Radio Ambulante va a salir un —ya que
hablábamos de Daniel Alarcón— podcast que presenta una reflexión sobre un evento que
pasó en Chile con un libro mío que fue censurado, se llama Caperucita se come al lobo;
será una reflexión en torno a la censura y a la escritura, y a cómo es recibida la escritura de
mujeres sobre todo cuando hablan de sexo.
L: De hecho, estaba leyendo esa noticia en Blu Radio, acabaron distribuyendo ese libro
suyo, Caperucita se come al lobo, por error, en algunas escuelas primarias en Chile.
P: Sí, entonces va a haber un podcast sobre eso con una reflexión bastante larga sobre el
tema.²
L: Me llama la atención de lo que dijo en esa noticia es: “Caperucita original no es un libro
tan sano, la versión original de 1600 es absolutamente erótica y está llena de violencia; era
una sugestión moralizante para que a las niñas no se las comiera el lobo”. Esa no era la
historia que yo sabía de Caperucita, pero de pronto sí tiene usted razón.
P: Yo creo que a Caperucita la leemos de niños, entonces, la tomamos literal. Pero, cuando
vos la lees entre líneas, pues ahí hay una cantidad de subtextos con unos tonos absolutamen-
te eróticos sin discusión.
L: ¿Será que nos da miedo como sociedad entender que Caperucita también se puede co-
mer, conscientemente y sin culpas, al lobo?
P: Creo que sí, muchas veces, tenemos miedo a ver el sexo por lo que es.
P: Yo creo que sí. Un hombre, en la sociedad en la que yo me críe, que tiraba con muchas
mujeres era un perro, pero un perro es alguien que alcanzó un logro muy importante, que
consigue lo que quiere, un hombre al que hay que admirar. Una mujer que hace lo mismo
es una perra, una mujer que no vale la pena, una mujer que no es para casarse, solo “pa’
comérsela”.
P: Yo creo que sí, de contar el otro lado, el lado que me estaba vedado.
Pude hablar de lo que no podía hablar porque era mal visto, porque no
estaba bien que una “señorita decente” dijera esas cosas.
P: Voy a recomendar a Mariana Enríquez que se acaba de ganar el Premio Herralde de No-
vela, quien es una escritora absolutamente maravillosa que me encanta; quiero que salga ya
su novela para leérmela.
P: Me gustó mucho Parásitos³, una película coreana cuyo director tiene un nombre compli-
cadísimo, no me acuerdo… ¡No sé decirlo! Y está muy buena.³
P: Acabo de terminar Ajuar funerario de Fernando Iwasaki, son microrrelatos de terror, creo
que están muy bien logrados.
L: ¿Y de los de usted?
P: ¿De los míos? En este momento, en Colombia solo se consigue La perra, entonces, les
voy a recomendar esa novela.
P: Muchas gracias.
L: Estimada Pilar, muchísimas gracias por tomarse el tiempo para esta conversación. Es
tradición en 400 Voces que él o la invitada, en este caso usted, escoja una canción para ter-
minar el programa: ¿cuál quisiera usted que escucháramos?
P: “Sonido Bestial”.
³ En 2020 Parásitos se convirtió en la primera película no hablada en inglés en ganar el Premio de la Academia (“Oscar”) a mejor película.
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Crónica de un viaje antillano
(o de un viaje al centro de mí)
Por Julián Sánchez González
C
ierro los ojos, abro los ojos. Mis pupilas se ajustan al brillo de un sol ecuatorial que se
refleja sobre una flora tupida que recorre las sinuosas líneas de una cadena de monta-
ñas. Tengo la impresión de estar a más de dos mil metros de altura, en el altiplano de
mis antepasados guerreros, pero un calor soporífero y una densa humedad confunden
mis recuerdos. La alta temperatura y las caricias del viento en mi piel me llevan a la tan
familiar salida de una ciudad de barrancas, en ruta a un puerto olvidado y un sospechoso
castillo tropical de cara al mar Caribe. Miro al frente, estoy en la parte trasera de un vehí-
culo, un pequeño carro que recorre una carretera estrecha. Mis compañeros de ruta: dos
soñadores, custodios del Jardín de Alicia y librepensadores antillanos cuyas historias unidas
contienen las pistas para entender nuestra fragmentada e irresoluta modernidad. Sagrada
Trinidad, fuiste bautizada así por un colombo genocida de otra época, aunque todos siempre
supimos que tu título originario te tendrá como la tierra Arawak de colibríes y abundancia,
Cairi. Hoy eres el pistilo nectarino de la bifurcación oriental de mis andares que se sumerge
al inframundo de brea y mares turbulentos que acarrean historias no contadas del Atlántico
negro, y surge invicto para inmortalizarse en vida. En tu silencio y tiempo, me muestras un
hermoso encuentro de mar y montaña que tal vez solo puede ser sobrepasado en belleza por
aquella sierra madre, pilar del universo y la creación, donde el padre sol se abre generoso
para ser puente y portal. Estar aquí me confirma una vez más que la fascinación de tantos
magos y alquimistas por este encuentro de dos mundos no es gratuita, ya que en sus contra-
dicciones contienen algo especial e innombrable.
Cierro los ojos, abro los ojos. Veo lajas iridiscentes que parecen un espejismo dentro
del verdor que me rodea. Tomo agua, parpadeo, y siento mi cuerpo transportado por una
intoxicación natural. Llego una vez más a aquel momento fugaz y deseado en el que ser y
estar coinciden, en donde la mente permanece receptiva a la sabiduría no hablada del canto
de los pájaros y el vaivén de las ramas. Me sorprendo, como suele suceder, de cuan misera-
bles vivimos confinados en nuestros módulos corbusianos, uno de los tantos especímenes
palpables de las ficciones y laberintos de los que Borges incesablemente nos advirtió. Miro
al frente, estoy en una bahía que le da la bienvenida a un mar voraz pero cristalino, y cuyo
oleaje suena como una fina y tentadora melodía de sirenas. Me advierten no entrar y, a pesar
de un impulso por dejarme ir en la infinidad de ese azul seductor, desisto. Pasos después,
el caparazón de una tortuga centenaria me confronta a manera de memento mori. En este
tipo de vanitas tropical, fertilidad y muerte coinciden: desovar y perecer; exceso y receso;
belleza y horror. Esta es una bahía de parias donde los condenados de la tierra luchan por
llegar a término con la idea de que en vida los opuestos son y serán siempre caras de una
misma moneda. A riesgo de naufragar, navegamos las contradicciones, el Nepantla anzal-
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duesco, y ese estado liminal sin garantías y sin seguros, a sabiendas de que, a veces y solo
a veces, es preciso descender. Oigo en la parte de atrás de mi consciencia una voz dulce:
“Julián, deja que la serpiente cure lo que la serpiente ha causado”. Caminamos un poco más
y encontramos un lugar para disfrutar de un baño de aguas mansas y claras. Sin mis lentes,
la vida se convierte en colores, manchas y pixeles, así que renuncio a mis ojos, medidores
de la realidad que pensamos objetiva, y me adentro en el mar para dejarme mecer en sus
olas —el útero de la Bachué.
Cierro los ojos, abro los ojos. Siluetas negras vestidas de blanco me reciben en un es-
pacio sagrado al aire libre para celebrar la herencia de su sangre, que es mi sangre, pues la
siento viva y efervescente en los ritmos infatigables de los tambores que resuenan. Lejos del
Puerto de España, en la Bahía de Claxton, me encuentro como el único testigo foráneo de
una cosmogonía en la que humanos y espíritus comparten una misma realidad. Las figuras
y energías femeninas, portadoras de la vida y el conocimiento ancestral, son el vehículo y la
fuerza, y aquellas que hacen posible la comunión con el entramado del mundo espiritual y
natural del que tanto carecemos y a la vez anhelamos. Miro al frente, veo tres tamboreros de
edades diferentes, el más pequeño tal vez de siete años, y soy capturado por la rítmica de sus
retumbes, los cantos que los acompañan, y las palmas exhilarantes y el baile libre de todos
los congregados. La experiencia colectiva del trance que permiten los tambores negros es
sublime, y me transporta al disfrute de mi niñez en carnavales con el Son de Negro santa-
lucense, el Mapalé y la Puya, así como de los momentos inolvidables que mi adultez me ha
regalado con la mandíbula de caballo providenciana, el Dondo ghanés y la descarga senso-
rial de los ritmos electrónicos provenientes de Chicago y Detroit. Esa es la inconmensurable
experiencia de la diáspora: un desafío a un entendimiento limitado del tiempo y el espacio
en el que el acto radical de existir es el testamento más importante de su importancia y ri-
queza. Su transmisión generacional y la marca indeleble que deja en lo profundo del ser son
una ventana al legado de nuestros ancestros. Los recibo en ese día como espada y escudo
para mi propia sanación: “Tambó, tambó, tambó, alíviame el dolor”. Con las palabras de
una sabia pitonisa y una pluma de amuleto, regreso a la capital triniteña con el corazón roto
y con la esperanza de recuperar un amor que, a pesar de las buenas intenciones, el tiempo
me enseñaría a dejar ir. Lo primordial siempre será el amor por uno mismo.
Abro los ojos, cierro los ojos. Mi mente divaga entre pensamientos banales y el disfrute
de las presencias al tiempo que medito y floto en un templo etéreo que se extiende sobre el
mar. Siento las suaves corrientes de aire marino que entran y salen del espacio, corrientes
que llevan consigo el germen del arcoíris cultural que son estas islas bienaventuradas. Salgo,
miro al frente y veo la superficie de sus paredes doblarse en un perpetuo movimiento circu-
lar, como una cinta de Möbius, mientras mi cuerpo rodea y consume su ínfima e infinita ar-
quitectura, similar a la de una estupa que custodia las reliquias del Buda. Como si se tratase
de un ejercicio tibetano en el que el cuerpo rota sobre su mismo eje o del acto meditativo de
andar a pie del que tanto nos enseñó ese loco místico de apellido González, el explorar estas
formas circulares hace que mi cuerpo se disponga a entrar en comunión con la rotación de
la Tierra. Es la experiencia de la espiral primaria que se ensancha y angosta en tanto la vida
se crea y destruye, la misma que forma la unión elemental de las serpientes cósmicas que
habitan en los mundos amazónicos medicinales y se manifiestan en la consciencia a través
de la glándula pineal. Paro, miro hacia el mar y veo un horizonte en el que se despliega la
majestuosa curvatura de esta isla y en el que, a la vez, se presiente el incendio forzoso que
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acecha las costas de brea de su país vecino. Por este mismo mar también llegaron los ante-
pasados de mis ahora compañeros de viaje, razón por la cual, a lado y lado de este templo
marino, mil y una ofrendas han sido consagradas a los dioses. Mi nuevo par de anfitriones
son dulces, amorosos y familiares. Orgullosos triniteños de raza india amantes de la comida
y entusiastas de aquellos gloriosos doubles de Chaguanas y de un curry de caracoles que
dejarían una impresión palpable en mis sentidos. Este galerista que todo se lo juega por su
amor al arte y esta artista reivindicadora del poder liberador de la sensualidad femenina me
mostraron otra de las tantas caras de esta Sagrada Trinidad: ni blanca ni negra, sino parda y
trigueña. Sus palabras e historias llegaron suaves a mis oídos con un cautivante y sardónico
acento indo-creole: “Wassup puppy bossman?”.
Cierro los ojos, abro los ojos. A la sombra de una acacia roja, árbol regio framboyán, me
veo reflejado, como un espejo que da un vistazo en una dimensión familiar y extraña, en
uno de mis compañeros de viaje. El motivo: la siempre necesaria pregunta del amor, lugar
inevitable para aquellos que vivimos buscando descargas eléctricas del corazón. Para aquel
ser pisciano de maleables emociones y entregado a la idea del romance, el haberse resig-
nado a vivir en secreto, persiguiendo quimeras de amores no correspondidos, ha sido, por
fuerza de necesidad, una forma de sobrevivir en una sociedad pequeña y sofocante. Bajo un
árbol que se extiende como parangón de belleza tropical, fue inevitable pensar en la manera
en que nuestra fascinación por el mundo natural se contradice con nuestro repudio por las
formas igualmente naturales de nuestra humanidad diversa. Así, al escuchar su experiencia
y su dolor quise darle consuelo, pero la tradición y las raíces en el terruño poco saben de
razones, pesando a veces más que la necesidad propia de querer ser sin disculpas ni recla-
mos. Después de todo, y viéndolo desde mi propia historia, dejar mi ciudad de barrancas no
fue a la final una decisión propia, así hubiese vivido bajo la ilusión de que mis decisiones
lo fueron, sino más bien una elección prescrita por las historias colectivas de todos aquellos
que me vieron e hicieron crecer. Ver la cualidad del ser bajo esta luz tenue nos adentra en
un mundo de matices, y en la penumbra es fácil deslizarse, resbaladizo y derridiano, en el
espacio de las relaciones poéticas que se construyen con la propia identidad. Nos confron-
tan arquitecturas imposibles en las que existen espacios que son contenidos por otros espa-
cios, y que nunca serán accesibles a nuestro completo entendimiento, por más cercanos y
transparentes que parezcan. Sin embargo, saber que están ahí y no entenderlos o no saber
en lo absoluto que existen no es una precondición para poder vivir plenamente. Aceptar la
opacidad del ser es un llamado a un paganismo ontológico con matices muy caribeños: vivir
como brujos y brujas o, como diría el otro González, vivir “a la sombra de lo diferente con
amor y asombro”. Así, aceptar el hecho de que el límite de nuestra diferencia siempre está
en permanente reformulación o, puesto en otras palabras, tener por principio regidor que el
cambio permanente es la norma de nuestras vidas es la única manera de realmente existir.
Valorar el proceso y no el resultado final es el objetivo último, así nuestra condena, como
nos recuerda Camus en el mito de Sísifo, pueda a veces parecer insoportable.
Cierro los ojos, abro los ojos. Me veo sentado frente a una viajera de mundos, tangibles e
intangibles, en un suntuoso restaurante tailandés, ubicado a pocos pasos de la Sabana de la
Reina en el Puerto de España. Nuestra conexión, inmediata y certera, pronto cruzó nuestras
diferencias generacionales, raciales, de género e idiomáticas, y nos abrió un portal de co-
municación abierta y libre sobre nuestra fascinación por el arte que se manifiesta por medio
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de la vida. A k u z u r u, A k u z u r u, A k u z u r u: en los espacios de las letras de tu nom-
bre te reinventas e imaginas metáforas de la infinidad de tu ser que, más allá de afro-creole,
femenino y chamánico, se entrega sin condiciones al entendimiento de los misterios de la
vida y el universo. A forma de mantra, la repetición de tu nombre en estas líneas reafirma la
libertad que tenemos de crearnos nuevamente y bajo nuestra propia voluntad y reglas, desa-
fiando los límites de lo que se nos entregó como una verdad unívoca sobre nosotros mismos
y la realidad circundante. Esta es tu vida inspiradora y maravillosa: un acto performativo
total que pone de manifiesto la universalidad de las fabricaciones mentales y culturales bajo
las cuales construimos nuestras identidades. Eres para mí el ser caribeño esencial, uno con
plena consciencia y aceptación de las intersecciones, historias contradictorias y antagónicas,
y los desafíos que se presentan al vivir bajo tu propia piel. Esa sabiduría y elegancia de tus
formas no provienen únicamente de tus años en vida, sino que son el reflejo claro de haber
comulgado con tu pasado, tu presente y tu futuro, y de haber tomado como maestros al
mundo natural, al arte y, en especial, a tu propio cuerpo. Es en tu receptividad valerosa de
la información que recibes de tu propio cuerpo en donde yace el conocimiento más valioso
que necesitas para vivir en armonía con los otros y la madre tierra. Y es conociendo tu his-
toria de vida, entonces, que veo nuevamente cómo la escisión primordial que nos arroja en
este espiral de confusión y dolor que llamamos vida moderna disocia el cuerpo de la mente,
y nos obliga a vivir en un mundo que considera sospechoso, e incluso peligroso, intentar
resarcir esa separación.
Con este cúmulo de vivencias comenzó la enseñanza más grande de mi viaje antillano,
que terminó por ser un viaje al centro de mí propio ser: en un lugar caribeño familiar y
extraño, lejano y cercano, pude ver y sentir una necesidad latente de construir mi cuerpo
libre y mi mente soñadora. Mis experiencias triniteñas me llamaron a resistir las categorías
y la linealidad, black and blur en palabras de Moten, y entender que mis fragmentos son
parte del todo, y que el todo no necesita entender en su totalidad de qué son sus fragmentos
para poder existir. Y así como en el famoso poema de Walcott, aquel pensador y literato de
la isla de Santa Lucía, el mensaje fue claro: “Peel your own image from the mirror. Sit. Feast
on your life”.
Cierro los ojos, abro los ojos. Veo una puesta de sol en los Andes con un despliegue
mágico de tonalidades rosáceas que rodea montañas y nubes imperiales. Esta es también
mi tierra: un hermoso altiplano fértil y frío, donde la topografía es señora y maestra. Aunque
muchos son los regalos y las visiones, tomo aquella imagen de unas mujeres trenzando sus
cabellos como guardianas de una laguna de grandes tesoros y la presiono fuerte contra mi
pecho. Siento una fusión sanadora en la que cordillera y mar se encuentran sin resolución
alguna en un ecosistema interior que me permite transitar mundos y formas de ver la vida, y,
más importante aún, descolonizar mis percepciones del mundo desde la apertura y el enten-
dimiento a las diferencias propias y ajenas. Es así que comienzo a entender que la condición
elemental para el disfrute de mi vida radica en encontrar dicha y gozo en no saber del todo,
no entender del todo y no buscar del todo, pues las respuestas se van dando en la medida
en que me encuentre en la disposición de escuchar y entender. Afina tus sentidos, alinea tu
cuerpo con tu mente y date la oportunidad de ser radicalmente libre.
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A k u z u r u, Smoke, Translucency of Spirit, Goethe-Institut, Lagos, Nigeria, 1999-2000. Foto cortesía de la artista.
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Epílogo
n el encierro prolongado el tiempo se vuelve una sustancia líquida, muy espesa. Los
E días azotan con su homogeneidad. El registro de las voces que nos acompañan se gasta
por la excesiva cercanía. Nos quejamos por volver a salir, pero, cuando esa oportuni-
dad de libertad regresa, desconfiamos y deseamos permanecer presos por voluntad en
nuestro síndrome de la cabaña. Adentro, además de nuestra familia o las simples paredes,
hay otras presencias, otras voces, resonancias del pasado. Es el arte, la creación en nuestras
casas: canciones por la emisora, discos, listas de reproducción en Spotify, películas con pro-
pagandas largas en los canales de televisión, o completas y sin interrupciones en Netflix; los
cuadros que dignifican los bloques de concreto, libros pacientes en las repisas, revistas, sec-
ciones culturales de los periódicos. Todo ello, nos ayudó a resistir, una vez más. La sociedad
nunca estará a la altura del arte y, sin embargo, este siempre nos salva.
En esta entrega contamos con tres grandes poetas canónicos: Emily Dickinson, traduci-
da hermosamente al español por Hernán Vargascarreño; Paul Celan y su herida sangrante, a
quien Samuel Whelpley rinde homenaje en sus 100 años de nacimiento en la sección “En-
sayo”; y Fernando Pessoa, escogido para “Originales”, con un fragmento en portugués del
Libro del desasosiego. De poetas contemporáneos tenemos el placer de presentar los trabajos
de: Amalia Moreno, desgarradora como vidrio molido, y Leo Castillo, preciso y limpio en
la imagen del poema.
Este número tuvo la fortuna de contar con varias colaboraciones visuales valiosas: en
“Cómic” tenemos a un artista irreverente, activo en proyectos fanzineros mexicanos, Chan-
gosPerros (Carlos Dzul); el invitado como ilustrador de portada y para la sección “Ilustra-
ción y artes gráficas”, Isidoro Adatto con muchos claros, líneas, vacíos y, de pronto, un color
estridente; en “Narrativa”, Gabriela Espejo, además de ser la autora del primer cuento,
también hizo los trabajos gráficos que lo acompañan. En “Arte en la U”, por primera vez,
se incluye artes plásticas de una estudiante, el debut fue para Norma Rausch, barranquillera
que se encuentra estudiando en la Universidad Javeriana (Bogotá).
“Arte en la U” tiene otra innovación, publicamos dos letras de canciones para leer y
escuchar, compuestas e interpretadas por el talentoso Jose Beltrán, quien nos comparte su
bello álbum casero Respira, nostálgico optimista. La sección sobre música, por su parte, irá
varias décadas atrás, Daniel Palma hace un análisis del fenómeno musical que representó la
acogida del dueto Garzón y Collazos, clave en la historia de la música popular colombiana.
Como verán, este número quedó muy nutrido, auténtico hijo de un semestre de mul-
tiplicación inexplicable de las tareas y el teletrabajo. Los textos les reclamarán ansiosos su
turno: las primeras páginas de la novela Maniático Engendro, de Marco Cala, una apología
al no futuro y una sátira profunda al despiadado comercio editorial. Una crítica severa a la
película Pájaros de verano por exotizar una cultura ancestral, escrita por Eudes Toncel Ro-
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sado en la sección “Cine, teatro y televisión”. Y el cuento “Golpe de dados” de la estudiante
Laura Gómez Camargo, con un tono de reminiscencia y añoranza familiar desde una ju-
ventud atropellada por la tecnología.
El viaje, una palabra que tomó otra dimensión en el confinamiento, es abordado, en
parte, en la entrevista realizada a Pilar Quintana, quien estuvo explorando varios años el
sur de América. Y, en la crónica escrita, desde un intimismo radical, por Julián Sánchez,
reflexionando sobre sus descubrimientos personales a raíz de un viaje a Trinidad y Tobago.
En Huellas se siguió trabajando, resistiendo, democratizando el acceso a la cultura por-
que, a pesar de la incertidumbre que compartimos como colectividad, el arte nunca ha
existido sin las crisis y eso le resta toda banalidad y lo dignifica.
Farides Lugo
Asistente editorial.
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Colaboradores
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Daniel Arturo Palma Álvarez Amalia Moreno Restrepo
(Desde Madrid, España) (Desde Medellín)
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Leo Castillo Isidoro Adatto Mandowsky
(Desde Barranquilla) (Desde Bogotá)
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Samuel Whelpley Gabriela Espejo
(Desde Barranquilla) (Desde Toronto, Canadá)
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Marco Cala Eudes Toncel Rosado
(Desde Bucaramanga) (Desde Fonseca, La Guajira)
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Leopoldo Gómez-Ramírez Julián Sánchez González
(Desde Barranquilla) (Desde Nueva York)
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Estudiantes
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Norma Rausch Laura Gómez Camargo
(Desde Bogotá, Universidad Javeriana) (Desde Sogamoso, Universidad Javeriana)
Estudiante de Artes Visuales, con én- Hija broncínea del sol, estudiante
fasis gráfico y plástico, de la Pontificia de Sociología y de Estudios literarios de
Universidad Javeriana. Su primera incur- la Universidad Javeriana. Es feminista y
sión en el mundo del arte fue participando champetera; directora del Club de Lectura
en la exposición: “Bogotá: Belleza Sucia” de Sogamoso y del festival de mujeres,
en 2017, con una escultura. Participante literatura y activismos “Sor Josefa Fest”.
de la Feria del Millón, edición 2020, con Entre sus intereses académicos están el
dos fotografías que hacen parte de “Posta- misticismo, la literatura colonial y la del
les de la Cuarentena”. Diagramó y diseñó siglo XIX.
el libro de cocina La cocina de nuestros
abuelos, un volumen de 360 páginas, ac-
tualmente en circulación. También traba-
ja en desarrollo de branding y creación de
contenido gráfico para diferentes marcas.
Su trabajo artístico varía entre: la pintura,
la fotografía, el dibujo, la escultura, la dia-
gramación y la cerámica.
HUELLAS
111
Jose Beltrán Mercado
(Desde Bucaramanga, Uninorte)
Webgrafía
https://www.nytimes.com/es/2019/02/14/espanol/cultura/pajaros-de-verano-pelicula.html
http://jorgelismoncaleano.blogspot.com/2013/
https://pixabay.com/es/
HUELLAS
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SOMOS
EL REFLEJO VÍVIDO
DE LA VALIOSA
CREACIÓN
INTELECTUAL
QUE SE PRODUCE
EN LA UNIVERSIDAD