El Torque de Oro - Julian May
El Torque de Oro - Julian May
El Torque de Oro - Julian May
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Julian May
El torque de oro
Exilio en el Plioceno II
ePub r1.1
viejo_oso 17.01.15
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Título original: The Golden Torc
Julian May, 1981
Traducción: Domingo Santos
Portada: Antoni Garcés
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Para Bárbara,
niñera y redactora y organizadora.
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Ábrenos la puerta, y veremos los huertos,
Beberemos su fría agua donde la luna ha dejado su huella.
El largo camino arde, hostil a los extraños.
Vagamos sin saber y sin hallar un lugar…
SIMONE WEIL
—El Umbral
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Sinopsis del Volumen I
LA TIERRA MULTICOLOR
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La Gran Intervención de 2013 abrió para la Humanidad el camino a las estrellas,
proporcionando a los pobladores de la Tierra un ilimitado espacio vital, una
suficiencia de energía, y el título de miembros de una benevolente civilización, el
Medio Galáctico. La Humanidad se convirtió en la sexta de las Razas Unidas, una
confederación de colonizadores de planetas que compartían la alta tecnología con la
habilidad de realizar operaciones mentales conocidas como metafunciones. Estas
últimas —que incluyen telepatía, psicocinesis, y muchos otros poderes— habían
permanecido latentes en el acervo genético humano desde tiempos inmemoriales,
pero raras veces se manifestaban.
En 2110, cuando se inicia la acción del primer volumen de esta saga, reinaba una
especie de Edad de Oro. Más de 700 nuevos planetas habían sido colonizados por los
exuberantes moradores de la Tierra. Los seres humanos con poderes metapsíquicos
funcionales crecían lentamente en número; sin embargo, en la mayoría de la
población, los poderes mentales eran o bien débiles al punto de la nulidad, o bien
latentes… es decir, prácticamente inutilizables, debido a barreras psicológicas u otros
factores.
Incluso las Edades de Oro tienen sus inadaptados, y la estructura psicosocial del
Medio Galáctico poseía su cupo correspondiente. Un físico francés llamado Théo
Guderian proporcionó sin pensarlo a esos desplazados una puerta de escape única al
descubrir un fenómeno aparentemente inutilizable: un bucle temporal de foco fijo,
unidireccional, que se abría al valle del río Ródano, en Francia, tal como había
existido durante la época del plioceno, hacía seis millones de años. Convencidos de
que la Tierra del plioceno tenía que ser una especie de Edén prehistórico, un creciente
número de inadaptados empezó a acudir a la viuda de Guderian, Angélique, para
pedirle que les dejara pasar a través del portal del tiempo al «Exilio».
Desde la muerte de su esposo en 2041 hasta 2106, la rejuvenecida Madame
Guderian rigió un establecimiento peculiar que las autoridades del Medio toleraban
con reluctancia. Su albergue francés, l’Auberge du Portail, servía como fachada para
transportar clientes de la Vieja Tierra a un mundo seis millones de años más joven.
Tras sufrir remordimientos de conciencia acerca del destino de los transportados,
finalmente la propia Madame cruzó la puerta unidireccional al Exilio en el plioceno.
A partir de entonces las operaciones del bucle temporal fueron tomadas a su cargo
por el Medio Galáctico, que había descubierto que constituía un conveniente camino
a la gloria para los disidentes.
El 25 de agosto de 2110, ocho personas, que formaban el «Grupo Verde» de
aspirantes al Exilio, fueron transportadas al plioceno: Richard Voorhees, un capitán
de astronave varado; Felice Landry, una joven atleta desequilibrada cuyo
temperamento violento y latentes poderes mentales la habían convertido en una
desterrada; Claude Majewski, un paleontólogo de 133 años recientemente enviudado
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de su esposa y colega; la Hermana Amerie Roccaro, una consumida monja médico
que ansiaba convertirse en una ermitaña; Bryan Grenfell, un antropólogo en busca de
su amor, Mercy Lamballe, que lo había precedido cruzando la puerta dos meses
antes; Elizabeth Orme, una operadora metapsíquica con el grado de Gran Maestro
que se había visto privada de sus extraordinarios poderes mentales debido a una
lesión cerebral originada por un accidente; Stein Oleson, un inadaptado perforador de
la corteza terrestre que soñaba con llevar una vida de vikingo en un mundo más
sencillo; y Aiken Drum, un emprendedor y joven tunante que, como Felice, poseía
poderes metapsíquicos latentes.
Esas ocho personas efectuaron con éxito el salto de seis millones de años al
pasado de la Tierra… sólo para descubrir, como habían hecho antes que ellos otros
viajeros temporales, que la Europa del plioceno se hallaba bajo el control de un grupo
de humanoides disidentes de otra galaxia. Los exóticos eran también unos exiliados,
que habían abandonado su planeta natal a causa de su bárbara religión guerrera.
La facción exótica dominante, los Tanu, eran altos y agraciados. Pese a una
estancia de más de mil años, había menos de 20.000 de ellos en la Tierra, debido a
que su reproducción se veía dificultada por las radiaciones solares. Puesto que su
plasma era compatible con el de la Humanidad, durante casi setenta años habían
utilizado a los viajeros temporales para sus tareas reproductoras, manteniendo a la
Humanidad del plioceno en un benevolente servilismo.
Antagonistas de los Tanu y superándoles en número al menos en razón de cuatro
a uno estaban sus antiguos enemigos, los Firvulag. Esos exóticos eran en su mayoría
de pequeña estatura, y se reproducían muy bien en la Tierra. En realidad los Tanu y
los Firvulag constituían una sola raza dimórfica… los altos metapsíquicamente
latentes, los bajos poseyendo unas metafunciones operantes limitadas. Los Tanu
llevaban unos amplificadores mentales, unos collares llamados torques de oro, que
convertían sus poderes en operativos. Los Firvulag no necesitaban torques, y la
mayoría de ellos poseían unos poderes mentales más débiles que los Tanu.
Durante la mayor parte de los mil años que Tanu y Firvulag llevaban residiendo
en la Tierra del plioceno (que ellos llamaban la Tierra Multicolor), permanecieron
bastante igualados en las luchas rituales que celebraban como parte de su religión
guerrera. La mayor sutileza y más sofisticada tecnología de los Tanu tendía a
equilibrar la superioridad numérica de los más toscos Firvulag. Pero la llegada de la
Humanidad a través del tiempo inclinó la balanza en favor de los altos exóticos. Los
híbridos Humanos-Tanu no solamente demostraron poseer una desacostumbrada
fuerza física y mental, sino que los humanos mejoraron también la decadente ciencia
de los Tanu inyectándole las habilidades del Medio Galáctico. Los setenta años de
viaje temporal habían visto el traslado de casi 100.000 humanos a la Europa del
plioceno; su asimilación dio a los Tanu una ascendencia casi absoluta sobre sus
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enemigos los Firvulag (que nunca se unieron con la Humanidad y generalmente la
despreciaban).
Los humanos que se hallaban bajo el yugo de sus señores Tanu no llevaban una
mala vida; la gente que cooperaba era tratada muy bien. Todo el trabajo duro lo
efectuaban los ramapitecos, pequeños antropoides que llevaban sencillos torques que
forzaban a la obediencia. (Irónicamente, esos «ramas» formaban parte de la línea
homínida directa que llegaría a su clímax seis millones de años más tarde con el
Homo sapiens.) Los seres humanos que ocupaban posiciones de confianza o se
dedicaban a tareas vitales bajo los Tanu llevaban normalmente torques grises. Esos
torques no amplificaban la mente, pero permitían la comunicación telepática entre
humanos y exóticos; los dispositivos incorporaban también circuitos de placer-dolor,
a través de los cuales los Tanu recompensaban o castigaban a sus siervos. Los torques
no resultaban fáciles de hacer, y necesitaban un raro componente de bario en su
manufactura, de modo que no eran utilizados en la mayoría de los Humanos
«normales» (es decir, no latentes metapsíquicamente), los cuales eran obligados a la
obediencia por otros medios. Si las pruebas a que sometían los Tanu a los viajeros
temporales recién llegados mostraban que alguien poseía significativas
metafunciones latentes, la persona afortunada recibía un torque de plata. Se trataba
de un auténtico amplificador similar a los collares de oro llevados por los Tanu…
pero con circuitos de control. Los Humanos que llevaban torques de plata gozaban de
una posición privilegiada; aunque raramente, podían incluso recibir torques de oro y
la libertad completa como ciudadanos de la Tierra Multicolor.
Los ocho miembros del Grupo Verde, como todos los recién llegados, fueron
sometidos a la prueba mental en una fortaleza Tanu, el Castillo del Portal. Casi desde
un primer momento el grupo demostró no ser en absoluto típico. El capitán de
astronave, Richard, escapó temporalmente y tuvo un terrible encuentro con una
esclavista Tanu, Epone, que lo sometió a la prueba en busca de metafunciones
latentes.
Elizabeth, la ex psíquica y maestra meta, descubrió que el paso por el bucle
temporal había desencadenado el restablecimiento de los potentes poderes mentales
que temía haber perdido para siempre. Su descubrimiento fue notado con excitación
por otro Tanu, Creyn, que prometió a Elizabeth que ante ella se abría una
«maravillosa vida» en la Tierra Multicolor.
Stein Oleson, el fornido perforador, se volvió temporalmente loco por el viaje
hacia atrás en el tiempo. Destrozando la puerta de su celda de detención, no fue
dominado hasta después de haber dado muerte a un cierto número de hombres con
torques grises. Para asegurar la futura docilidad de Stein, se le colocó un torque gris.
Su psique heroica hacía de él un candidato para la lucha ritual Tanu-Firvulag, el Gran
Combate. Aún inconsciente de su recaptura, fue preparado para el viaje al sur a la
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capital Tanu, Muriah.
También le fue colocado un torque —aunque de plata— al joven truhán, Aiken
Drum. Las pruebas de los exóticos habían detectado fuertes latencias metapsíquicas
en él, que podían ser llevadas a un nivel operativo cuando se hubiera acostumbrado a
llevar el amplificador.
El antropólogo, Bryan Grenfell, no poseía latencias mentales significativas. Pero
sus talentos profesionales parecían sorprendentemente valiosos para los Tanu, con el
resultado de que Bryan consiguió llegar a un trato: su cooperación a cambio de la
ayuda de los Tanu para encontrar a Mercy… y un status sin torque.
El viejo buscahuesos, Claude Majewski, mostró no poseer poderes mentales
ocultos. Con un cierto desdén, los secuaces de los Tanu le informaron que iba a ser
enviado al norte, a la ciudad de Finiah, junto con la mayor parte de los viajeros
temporales llegados durante la semana, y puesto a trabajar. Casi antes de darse cuenta
de ello se encontró encerrado en un «corral para gente» del Castillo del Portal, junto
con más de una treintena de otros humanos corrientes, para aguardar la partida de la
caravana al norte. En el dormitorio de la prisión se encontraba Richard, comatoso a
consecuencia del abuso mental de Epone.
Los últimos miembros del Grupo Verde en ser probados por la esclavista exótica
fueron la Hermana Amerie y Felice Landry. La monja no poseía latencias
importantes. Enfrentada a la inminente prueba, Felice pareció presa de un miedo
histérico; su agitación hacía imposible un registro fiable. Epone lo dejó correr, puesto
que la muchacha podía ser probada más tarde en Finiah. Luego, de una forma
espontánea, Epone informó a las dos mujeres de la costumbre Tanu de utilizar a
mujeres humanas para la reproducción, desechando sus indignadas protestas con la
promesa de que finalmente aceptarían el papel e incluso se sentirían felices con su
nueva vida en Finiah. Cuando la mujer exótica las dejó, la fingida histeria de Felice
se esfumó. Había conseguido ocultar a Epone sus fuertes metafunciones latentes,
escapando del torque, al menos temporalmente; y ahora decidió, con una fría furia,
«encargarse» de toda la raza Tanu.
Aquel anochecer, dos caravanas abandonaron el Castillo del Portal, viajando a lo
largo del río Ródano del plioceno en direcciones opuestas. En el grupo del norte,
camino de Finiah, en el proto-Rhin al borde de la Selva Negra, iban el parcialmente
recuperado Richard, Claude, Amerie, Felice, y la mayor parte de los demás
prisioneros humanos. Eran escoltados por Epone y un pelotón de soldados humanos
con torques grises. En la comitiva hacia el sur, conducida por Creyn, iban Elizabeth,
Bryan, Aiken Drum, el malherido Stein, y otros dos humanos con torques de plata:
una antigua oficiala juvenil de un satélite colonial, Sukey Davies, y un hosco leñador
finocanadiense, Raimo Hakkinen.
Al principio el avance del grupo del norte fue pacífico. Sufriendo por la larga
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cabalgada a lomos de la enorme montura del plioceno llamada chaliko, Amerie
empezó a hurgar en su alma y a comprender las neuróticas presiones que la habían
conducido a abandonar su ministerio. Richard, recuperado con la ayuda de Claude,
hervía en impotente rabia cuando quedó clara su posición. Se mostró receloso, pero
subconscientemente receptivo, cuando Felice propuso un plan para escapar.
A dos días de distancia del Castillo del Portal, el plan de Felice se puso en
marcha. Disponía de tres armas: una fuerza preternatural en un engañoso cuerpo de
apariencia insignificante, la habilidad de controlar mentalmente a los animales (un
aspecto de su latencia metapsíquica que había utilizado durante su carrera atlética), y
una pequeña daga que había escapado a todas las detecciones. Felice rompió las
cadenas que retenían a sus amigos del Grupo Verde y las de otros cuatro prisioneros.
Luego Richard, disfrazado con los hábitos religiosos de Amerie, consiguió apuñalar
al oficial de la guardia, matándolo. Mientras tanto, Felice coercionó mentalmente a la
feroz escolta de perros-oso de la caravana, forzando a los animales a atacar a los
demás soldados y a Epone. Se produjo un gran tumulto, en el cual los liberados
prisioneros, uniéndose a los mentalmente controlados perros-oso, mataron no sólo al
resto de los soldados, sino a la propia Epone.
En el momento del triunfo, Felice quiso tomar el torque de oro de Epone,
sabiendo que liberaría las metafunciones latentes hasta entonces aprisionadas dentro
de su cerebro. Pero un medio loco viajero temporal tomó el dispositivo y lo arrojó a
un lago, donde se hundió en aguas profundas. La única forma de impedir que Felice
matara al hombre fue que Amerie le administrara un poderoso sedante de su kit
médico, sumiendo a la pequeña atleta en la inconsciencia.
Desconcertados y asustados, los ex prisioneros se dieron cuenta de que las
noticias del ataque debían haber sido transmitidas telepáticamente por la agonizante
Epone. La mayor parte de los recién liberados eligieron seguir a un alpinista ex
catedrático de Oxford, Basil Wimborne, que propuso conducirlos en pequeños botes
cruzando el prehistórico Lac de Bresse hasta la seguridad del alto Jura. Claude,
acostumbrado a los lugares selváticos tras sus expediciones en los planetas salvajes
del Medio Galáctico, puso objeciones. Aconsejó encaminarse a los bosques de las
adyacentes montañas de los Vosgos, donde iba a ser difícil a los perseguidores con
torques grises montados en chalikos seguirles. Tan sólo Richard y Amerie aceptaron
seguirle, llevando consigo a la aún inconsciente Felice.
Desde un alto risco, los cuatro miembros del Grupo Verde vieron varios botes de
soldados con torques grises perseguir a sus hasta hacía poco compañeros. Aquella
noche, Amerie se sintió extrañamente atraída por el violento comportamiento de
Felice, que parecía reflejar algún rincón oscuro dentro de su propia convencional
espiritualidad.
Mientras cruzaban un torrente al siguiente día, Amerie cayó y se rompió un brazo.
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Los demás montaron un campamento e intentaron decidir qué hacer. Felice parecía
dar por sentado que todos ellos iban a iniciar una existencia de guerrilla, atacando
otras caravanas con la esperanza de conseguir otro torque de oro. Richard se burló de
esta perspectiva. Lo único juicioso que podían hacer era encaminarse hacia el mar,
alejándose de las regiones que sabían estaban habitadas por los Tanu. Claude, que
sabía que Richard tenía razón, pero al mismo tiempo se sentía indeciso de abandonar
tras ellos a la impetuosa muchacha a sus propios medios, decidió retirarse un rato a lo
profundo del tranquilo bosque para meditar. Tras enterrar las cenizas de su difunta
esposa, se quedó dormido, despertándose al anochecer para descubrir a un pequeño
gato del plioceno con ilusiones de domesticidad empeñado en acompañarle de vuelta
al campamento. El gato, pensó Claude, iba a ser una valiosa distracción para Amerie,
que estaba empezando a mostrarse morbosamente preocupada por Felice.
Hombre y animal regresaron al campamento, para descubrir que había
desaparecido todo rastro de los demás. Atemorizado, Claude avanzó a lo largo del
río. Los viajeros temporales habían sido advertidos acerca de los terribles Firvulag
que habitaban los bosques de los Vosgos. Ahora parecía que Richard, Felice y Amerie
habían sido secuestrados por los pequeños exóticos cambiaforma… o recapturados
por los esbirros de los Tanu. tras oír voces, y sentirse impulsado contra su voluntad a
revelar su presencia, Claude se encontró ante el grupo que se había apoderado de sus
amigos. No eran exóticos sino seres humanos… seres humanos libres que habían
escapado de la esclavitud de los exóticos y vivían ahora una existencia fuera de la ley.
Su líder era una vieja mujer rejuvenecida que llevaba un torque de oro: la viuda
del descubridor de la puerta del tiempo y la causante en último término de la
degradación de la Humanidad del plioceno… Angélique Guderian.
El último día de agosto, los cuatro miembros del Grupo Verde, Madame Guderian
y su partida, y otros 200 «Inferiores» (como se llamaban orgullosamente a sí mismos
los Humanos libres) llegaron a un escondite en un gigantesco tronco hueco muy
adentro en las montañas de los Vosgos. El bosque bullía ahora con Tanu y sus
secuaces con torques grises, enviados por Lord Velteyn de Finiah para perseguir a los
asesinos de su hermana, Epone. El propio Velteyn, muy hábil en las metafunciones de
psicocinesis y creatividad, dirigía incursiones personales a la cabeza de su Caza
Aérea, un cuadro de gloriosos caballeros Tanu con armaduras de cristal que podían
levitar gracias a los poderes mentales de su Lord.
A salvo en su refugio, los Inferiores y el Grupo Verde se dedicaron a conocerse
mutuamente. Madame contó a los recién llegados su grandioso plan para liberar a
toda la Humanidad del plioceno de la esclavitud de los Tanu, una tarea que ella
personalmente había emprendido como expiación de sus culpas. Había conseguido
una frágil alianza entre Inferiores y Firvulag contra el enemigo común Tanu; pero el
acuerdo había sido tan sólo mínimamente productivo.
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Los Tanu eran extrañamente invulnerables al vitredur y al bronce con los que
solían estar hechas la mayor parte de las armas de las tres razas. Los Tanu podían
sufrir heridas, pero tras unas sesiones de recuperación administradas por redactores
—sanadores metapsíquicos—, incluso las peores heridas resultaban curadas. Madame
y su jefe de luchadores, un nativo americano llamado Peopeo Moxmox Burke que en
su tiempo había sido juez, se mostraron enormemente interesados en la forma en que
el Grupo Verde había conseguido eliminar a Epone. Hasta entonces, ningún Inferior
había sido capaz nunca de matar a un Tanu. Felice mostró su pequeña daga de acero,
y un hecho que Amerie había ya sospechado se confirmó: el hierro era venenoso para
los Tanu, actuando quizá de alguna forma que destruía la unión entre el cerebro
exótico y el torque de oro. (En ese momento Felice clavó sus ojos en el torque de oro
de Madame Guderian con una mirada especulativa, pero la intrépida mujer
simplemente se pinchó con la hoja para demostrar que los humanos estaban hechos
de una materia más resistente.)
En aquel momento llegó al árbol hueco un personaje llamado Fitharn Patapalo.
Aunque su apariencia era la de un hombre bajo y robusto, demostró ser un Firvulag
capaz de adoptar una apariencia monstruosa, uno de los miembros de la Pequeña
Gente que había brindado al principio su amistad a Madame Guderian en el plioceno.
Mientras explicaba su plan para liberar a la esclavizada Humanidad, Madame le pidió
a Fitharn que recitara una antigua tradición que existía entre su gente. El hombrecillo
contó la llegada original de los Tanu y los Firvulag a la Tierra en una gigantesca nave
viviente que tenía como su esposa a Brede, una mujer de la galaxia exótica. El
realizar el increíble viaje a través de millones de años luz agotó fatalmente a la Nave.
Tanu, Firvulag y Brede escaparon del casco en pequeños voladores y contemplaron
cómo los restos del enorme organismo se estrellaban en la Europa del plioceno,
formando un cráter «demasiado ancho para poder ver el otro lado». Para consagrar la
Tumba de la Nave, dos de sus héroes iniciaron una batalla ritual… Sharn de los
Firvulag armado con un arma fotónica llamada la Espada, y Lugonn de los Tanu con
un proyector láser similar llamado la Lanza. Sharn fue derrotado. El vencedor,
Lugonn el Resplandeciente, tuvo el honor de recibir un rayo de su propia Lanza entre
los ojos. Envuelto en su dorada armadura de cristal, con la Lanza a su lado, Lugonn
fue depositado en la Tumba de la Nave para «capitanearla en su vuelo final».
Tras el paso de un millar de años, la remota localización de la Tumba de la Nave
se había vuelto nebulosa en la memoria tanto de los Tanu como de los Firvulag. Pero
la leyenda había hecho brotar las esperanzas en Madame Guderian. La Espada de
Sharn se hallaba ahora en manos Tanu, sirviendo como trofeo al vencedor de la
guerra religiosa anual del Gran Combate. Pero la Lanza de Lugonn debía seguir aún
allí al lado del cráter, junto con las máquinas volantes accionadas por
gravomagnetismo que habían trasladado a los exóticos al suelo desde su agonizante
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Nave. Si los Inferiores podían apoderarse del arma fotónica o de una máquina volante
—o de ambas cosas—, lograrían una ventaja sin precedentes sobre los bárbaros
metapsíquicos que formaban la caballería Tanu.
Inferiores y Firvulag amigos habían buscado en vano la Tumba de la Nave. Pero
ahora Claude, experto en geología futura, les dijo dónde debía estar. Solamente un
lugar en toda Europa encajaba con la descripción, un cráter llamado el Ries, que se
hallaba a unos 300 kilómetros hacia el este, en la orilla norte del río Danubio.
El júbilo siguió a sus palabras, y se decidió inmediatamente montar una
expedición. Con suerte, los buscadores podían regresar antes de finalizar el mes.
Entonces los Firvulag podrían unirse a la Humanidad Inferior en un ataque contra
Finiah… siempre que la lucha tuviera lugar antes del inicio de la tregua del Gran
Combate, que empezaba al amanecer del primero de octubre. La expedición estaría
formada por Fitharn, Madame Guderian, el jefe Burke, una ingeniero de dinámica de
campos llamada Martha, un antiguo técnico reparador de gravomags llamado
Stefanko, y tres miembros del Grupo Verde. Claude los guiaría a todos hasta el lugar.
Richard (por encima de sus protestas) pilotaría un volador si se encontraba alguno
aún operativo. Felice insistió en que ella sería útil en controlar a los animales salvajes
que encontraran con su talento, así como en otras tareas como en cazar su sustento.
(Tenía que ir; en torno al cuello del esqueleto de Lugonn había un torque de oro.)
Fitharn propuso que la expedición recibiera la sanción oficial del monarca
Firvulag, Yeochee IV. Antes de abandonar el árbol, Madame dio órdenes secretas a
un metalúrgico Inferior, Khalid Khan, para que fuera con un grupo de hombres a un
lugar designado por Claude, donde era muy probable que se encontrara fácilmente
mineral de hierro. Deberían fundir tanto «metal-sangre» como fuera posible y traerlo
de vuelta al principal asentamiento de los Inferiores, Manantiales Ocultos, tan pronto
como los grupos de búsqueda Tanu se retiraran. El hierro tenía que ser mantenido en
secreto ante los Firvulag, puesto que su lealtad estaba fuertemente teñida de
oportunismo, y ningún Inferior sabía cuánto tiempo podía durar la incierta alianza.
Amerie iría a Manantiales Ocultos y residiría en la propia casa de Madame. Allí
podría terminar de curar su brazo y podría cuidar de los Humanos fuera de la ley, que
durante años habían vivido sin sacerdote ni médico. Mientras tanto, los mensajeros
partirían hacia otros asentamientos Inferiores esparcidos por toda Europa, con la
intención de atraer voluntarios para el ataque a Finiah… previsto tentativamente para
la última semana de setiembre.
En la fortaleza Firvulag del Alto Vrazel, la pequeña expedición se reunió con un
escéptico Rey Yeochee, el cual advirtió que las regiones al este de la Selva Negra
estaban llenas de Aulladores, deformados Firvulag mutantes que estaban sólo
nominalmente bajo su autoridad. Entregó a Madame una orden real pidiendo la
cooperación de Sugoll, que se decía mandaba a los Aulladores en las regiones en
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torno a las fuentes del Danubio.
Al quinto día después de abandonar el Alto Vrazel, en las montañas de los
Vosgos, la expedición llegó al Rhin… y tropezó con el desastre en la forma de un
cerdo del tamaño de un buey. El animal atacó desde la espesura, matando a Stefanko
e hiriendo seriamente al Jefe Burke. Fitharn aconsejó que regresaran; pero los
Humanos temían que si se retrasaban, los Firvulag podían encontrar por sí mismos la
Tumba de la Nave. La debilitada Martha, que había sido obligada a dar a luz cuatro
hijos en rápida sucesión como esclava de los Tanu, sufrió un inicio de hemorragia.
Sin embargo, se mostró firme en exigir que siguieran adelante… y eso fue lo que
hicieron cinco de ellos, con la intrépida Felice cargando a Martha hasta que ésta se
sintió lo suficientemente bien como para caminar de nuevo por su propio pie.
Lentamente, la expedición fue abriéndose camino ascendiendo por la gran
escarpadura de la orilla oriental del Rhin, hasta la fantasmal zona que denominaron el
Bosque de los Hongos, que cubría las tierras altas donde se halla situada la moderna
Schwarzwald. Hasta el dieciocho de setiembre no alcanzaron el Feldberg, hogar del
jefe de los Aulladores, Sugoll. Este individuo, envuelto en un agraciado cuerpo
ilusorio para cubrir sus horribles deformidades, jugó cruelmente con los humanos
mientras sus hordas de goblinescos súbditos proyectaban odio y temor sobre los
intrusos, exigiendo su muerte.
Claude consiguió un respiro cuando le explicó a Sugoll la causa de las mutaciones
de los Aulladores: la población se había escindido de sus hermanos del oeste hacía
centenares de años, e inadvertidamente se había instalado en una región rica en
minerales radiactivos. Ésos, combinados con la sensibilidad exótica a las radiaciones,
habían ocasionado los terribles defectos de nacimiento. Había esperanzas para los
Aulladores, dijo Claude, si éstos se alejaban de aquella zona y, utilizando sus poderes
moldeadores de formas para asumir un aspecto más atractivo, volvían a emparejarse
con los Firvulag normales. Los Aulladores podían ser ayudados también por las
habilidades de algún ingeniero genético del Medio Galáctico; pero desgraciadamente,
si había por allí algún científico con esas habilidades, seguramente se hallaría
esclavizado por los Tanu para sus propios propósitos.
Para expresar su gratitud, Sugoll prestó su apoyo a la expedición. Las fuentes
subterráneas del Danubio brotaban a muy poca distancia de allí. Un sólo día de viaje
por él llevaría en bote a los expedicionarios hasta el río abierto, que discurría tan
rápida y suavemente que podían esperar alcanzar el cráter del Ries en unos pocos días
más.
De nuevo se pusieron en marcha los cinco expedicionarios. Las habilidades de
navegante de Richard les indicaron que habían alcanzado la longitud aproximada de
la Tumba de la Nave. El veintidós de setiembre llegaron al cráter, en torno a cuyo
borde se hallaban posadas cuarenta y tres máquinas voladoras exóticas, cubiertas de
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polvo y líquenes. Una inspección preliminar convenció a Richard y Martha de que los
aparatos exóticos estaban accionados realmente por motores gravomagnéticos, muy
similares a los que equipaban los vehículos del Medio Galáctico. Convenientemente
limpiados, reactivados con agua destilada, y con los controles exóticos descifrados,
alguno de aquellos pájaros de mil años de edad podría aún volar.
Felice encontró a Lugonn… pero el torque de oro no se hallaba en torno al cuello
del antiguo héroe. Hacía años, un ramapiteco había invadido el posado volador donde
descansaba Lugonn y le había robado el brillante juguete. Frustrada de nuevo en su
búsqueda, Felice reaccionó con gran violencia.
Richard y Martha, que se habían hecho amantes durante el largo viaje, se
dedicaron a reparar uno solo de los voladores y la Lanza proyectora de fotones, que
había sido hallada junto al esqueleto enfundado en la armadura. El tiempo iba
acabándose peligrosamente; pero aunque quedara un sólo día para la tregua del
primero de octubre, los Firvulag se unirían a los Inferiores en un ataque contra la
ciudad de Finiah a orillas del Rhin, fuente del vital bario, sin el cual no podía
construirse ningún tipo de torque.
El veintiséis, Richard probó con éxito el volador. Pero la antigua dolencia de
Martha había vuelto, y la mujer estaba debilitándose por la terrible pérdida de sangre.
Pese a ello, los dos hicieron planes de volar juntos inmediatamente después de haber
colaborado en el bombardeo de Finiah. Tres días más tarde, al anochecer del
veintinueve de setiembre, el volador aterrizó en Manantiales Ocultos con la Lanza
lista para ser usada. Martha se hallaba en estado de shock a causa de la hemorragia, y
Amerie no pudo hacer otra cosa más que llevársela rápidamente para aplicarle
transfusiones, rezando para que se produjera un milagro.
Allá en la orilla occidental del Rhin, un ejército Inferior aguardaba en un
campamento secreto frente a Finiah. La ciudad, espléndidamente iluminada con
parpadeantes luces, permanecía tranquila al amanecer del día treinta. El Jefe Burke
estaba preparado, junto con varios centenares de Humanos libres, muchos de ellos
armados con hierro. El ejército Firvulag, al mando de Sharn el Joven, estaba también
en estado de alerta —aunque aún escépticos—, listos para atacar en dos frentes una
vez se materializara el prometido ataque aéreo.
Richard pilotó el volador hasta una posición encima de la ciudadela Tanu.
Protegidos tras la pantalla del poder metapsíquico de Madame Guderian, el aparato se
preparó para atacar, con el arma a fotones manejada por el paleontólogo,
acostumbrado al uso de los cortadores de rocas. Claude hizo fuego dos veces y falló,
pero su tercer disparo rompió la muralla de la parte del Rhin, permitiendo la
penetración de los Inferiores y una unidad grande de Firvulag. Cambiando de blanco,
el viejo demolió otra muralla al otro lado de la ciudad; Ayfa, generala de las Ogresas
Guerreras, condujo un segundo grupo de atacantes por el lado opuesto al ataque
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frontal. Con las reservas de la Lanza agotándose, Claude supo que solamente quedaba
la energía suficiente para un sólo disparo a toda potencia contra la estratégica mina de
bario en el corazón de Finiah.
Pero ahora de la ciudad ascendía una resplandeciente hilera de caballeros
montados en chalikos de combate. Velteyn y su Caza Aérea habían penetrado en la
ilusión de Madame e identificado al enemigo. El psicocreativo Lord envió esferas de
luz por la abierta compuerta de la aeronave. Esquivándolas, Claude disparó,
acertando en el centro mismo de la mina. Antes de que Richard pudiera sacarles de
allí, las esferas de energía psíquica hicieron su trabajo: Claude resultó seriamente
quemado, Richard perdió un ojo, y Madame quedó tendida en el suelo, rodeada de
humaredas tóxicas.
Medio loco por el dolor, Richard semiestrelló el volador al aterrizar en
Manantiales Ocultos. Al mismo tiempo, la invasión de la ciudad Tanu estaba siendo
llevada a cabo con éxito por las fuerzas combinadas Humanas y Firvulag. La batalla
de Finiah duró veinticuatro horas. Al final de este tiempo la mina de bario estaba
destruida, la ciudad se hallaba en ruinas, la población Tanu había resultado muerta o
había huido, y los esclavizados habitantes Humanos se hallaban enfrentados a una
elección que, para algunos, resultaba extrañamente difícil: vivir libres o morir.
Richard despertó en Manantiales Ocultos y descubrió el cuerpo de Martha en la
capilla de los Inferiores. Recordando la promesa que se habían hecho, la tomó en sus
brazos y la llevó tambaleante hasta el aún operativo volador. Madame y Claude iban a
recuperarse, y sin duda la vieja mujer desearía seguir adelante con sus planes de
liberar a la Humanidad. Pero no Richard. Él tenía sus propios planes. Diciendo adiós
a Amerie con la mano, hizo despegar el aparato gravomagnético hasta situarlo en una
órbita a miles de kilómetros encima de la Tierra del plioceno, y empezó a esperar.
Muy abajo, Felice estaba avanzando penosamente por el bosque en dirección a la
humeante Finiah. Llegaba demasiado tarde para la guerra, pero de una u otra forma
hallaría un torque de oro en la ciudad en ruinas y cumpliría con su promesa de
encargarse de los Tanu.
Los otros cuatro miembros del Grupo Verde se hallaron ante un rostro
completamente distinto de la Tierra Multicolor.
Seis semanas antes, el señor Tanu, Creyn, había montado en su chaliko y partido
del Castillo del Portal. Con una escolta mínima de tres soldados, había conducido a
Elizabeth, Bryan, Aiken Drum, Stein, Sukey Davies y Raimo Hakkinen hacia el río
Ródano. Mientras viajaban, el Tanu les habló a aquellos prisioneros privilegiados de
algo de la maravillosa vida que les aguardaba. Iban a tomar un barco en la ciudad de
Roniah, a orillas del río, y tras un viaje de cinco o seis días llegarían a la capital Tanu,
Muriah. Allí Stein sería curado de las heridas sufridas en su intento de escapatoria.
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Aiken y Raimo y Sukey aprenderían cómo utilizar las metafunciones vueltas
recientemente operantes por sus torques de plata. Bryan ayudaría en un proyecto
cultural de análisis que había sido iniciado por el propio Rey Tanu.
Y Elizabeth… su destino sería el más espléndido de todos. Nunca antes había
admitido el portal del tiempo a un metapsíquico Humano genuinamente operativo
(estaba prohibido por el Medio Galáctico). La mente de Elizabeth era probable que se
hallara aún convaleciente, pero cuando se recuperara, sus habilidades de captación a
distancia y de redacción excederían en mucho a las de cualquiera de los Grandes
entre los Tanu. Creyn, que se consideraba un excelente redactor, era humildemente
consciente de que los poderes de sondeo y curación de la mujer empequeñecían los
suyos. Elizabeth no recibiría la iniciación habitual. No, iría directamente a la Esposa
de la Nave que era la guía y la guardiana de ambas razas exóticas: iría a Brede.
Las promesas del sanador exótico no hicieron más que llenar a Elizabeth de temor
y desánimo. Había una buena razón por la cual el Medio Galáctico prohibía a los
metapsíquicos operativos cruzar la puerta del tiempo. En el Medio, todas las personas
con grandes poderes mentales —Humanas y no Humanas— se hallaban reunidas en
una benevolente Unidad, incapaces de ninguna acción egoísta que pudiera dañar a la
civilización. Pero privadas de la Unidad…
Elizabeth se sentía como si fuera el único adulto maduro arrojado en medio de un
mundo de niños… y niños maliciosos que intentaban utilizarla. No debía permitirlo.
Elizabeth fue despertada de sus desesperadas ensoñaciones por la necesidad de
rescatar a Sukey. Aquella joven mujer, que poseía también poderes de redactora,
había estado hurgando en la mente del inconsciente Stein. Al descubrir en ella los
posos de antiguas dolencias psíquicas, Sukey intentó inexpertamente extirparlos.
Únicamente la intervención de Elizabeth impidió al profundamente traumatizado
vikingo aplastar a su benevolente sanadora reduciéndola a la imbecilidad.
Posponiendo temporalmente su decisión de no involucrarse en nada, Elizabeth
empezó a enseñarle a Sukey las técnicas adecuadas, a fin de que no se dañara a sí
misma ni al hombre del que estaba empezando a enamorarse. Antes de que terminara
el viaje al sur, Sukey fue capaz de aportar a Stein un auténtico alivio a las
disfunciones mentales que lo habían atormentado desde su infancia. Stein, a su vez,
tendió su mente y se ofreció a la de ella. Las dos mentes, actuando al más profundo e
íntimo nivel telepático de sus torques gris y plata, se aceptaron por marido y mujer.
Una unión así, había advertido Creyn, estaba prohibida a una mujer con torque de
plata bajo pena de muerte; pero los amantes supieron guardar bien su secreto. Nadie
supo la verdad excepto Elizabeth.
La alocada reacción de Aiken Drum a sus nuevos poderes mentales y al
deslumbrante esplendor de la Tierra Multicolor fue profundamente distinta. Se recreó
en ambas. En Roniah, fue la estrella de una desenfrenada orgía y el amante de
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insaciables mujeres Tanu. Más tarde, él y su nuevo amigo, Raimo, adoptaron las
formas ilusorias de mariposas y dieron una improvisada vuelta por toda la ciudad a
orillas del río. Su aventura terminó con la destrucción parcial de uno de los muelles
de Roniah como parte de una broma pesada metapsíquica.
Creyn programó lo que creyó que era un firme freno sobre las metafunciones del
atolondrado joven. Sin embargo, a medida que proseguía el viaje, se hizo evidente
que Aiken —que se confesaba a sí mismo un Yanki en la corte del Rey Arturo, un
genio mecánico, un delincuente empedernido, un mago, y que llevaba un traje de
hilos de oro provisto de un centenar de bolsillos— era algo muy alejado de la
normalidad dentro de las metafunciones latentes. Los poderes mentales que habían
permanecido encadenados en su cráneo durante veintiún años de malgastada juventud
eran de un increíble potencial. Elizabeth lo vio claramente… y también lo vio, a un
nivel más limitado, Creyn.
El barco llevó finalmente a los viajeros por un descenso torrencial, la Glissade
Formidable, hasta la prehistórica cuenca mediterránea. Navegando por someros
lagos, se acercaron a la capital Tanu, Muriah, que se hallaba al extremo de la
península Balear. La mayor parte de los pasajeros Humanos se sentían más y más
impacientes a medida que el viaje se acercaba a su fin; pero no Aiken Drum. Su
torque de plata, en vez de liberar simplemente sus metafunciones, había actuado
como el disparador de una avalancha psíquica. Los circuitos de control capaces de
contener fácilmente las mentes Humanas normales ardieron ante el llamear mental de
Aiken; y sus poderes, al contrario que los gentiles y compasivos de Elizabeth, estaban
completamente orientados a la agresión. Tras el sonriente rostro del joven del
brillante traje dorado había una personalidad que podía, a su debido tiempo, intentar
dominar no sólo a las razas exóticas de la Tierra del plioceno, sino también a la
propia Humanidad.
Aquí empieza el Volumen 2 de esta saga, que sigue a Aiken, Elizabeth, Stein y
Bryan a partir de su sexto día tras el paso por la puerta del tiempo al mundo de Exilio
en el plioceno.
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Primera Parte
LA OTRA ALIANZA
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1
La libélula flotaba como un destello dorado justo encima del desnudo mástil de la
inmóvil embarcación.
Cuando las primeras brisas agitaron el agua formando hoyuelos como la marca de
la pata de un gato, la libélula salió disparada hacia arriba. Cruzó poderosamente el
cielo y flotó de nuevo. Ahora la embarcación, allá abajo, se había transformado en un
punto solitario en una extensión pastel de someros lagos y llanuras de sal, todo
envuelto en una bruma perlina.
¡Más arriba! Sus vibrantes alas lo elevaron aún más a la luz del amanecer. Los
ojos compuestos que cubrían la mayor parte de su cabeza le mostraron los oscuros
contrafuertes de las laderas continentales extendiéndose hacia el horizonte
meridional, con el borde de Europa marcado por una sola nube ascendente que
señalaba la cascada del río Ródano deslizándose a lo largo de una enorme ladera de
sedimentos hasta la casi seca cuenca mediterránea de la Tierra del plioceno, que era
llamada el Mar Vacío.
¿Debía volar hacia la masa continental? Sus alas poseían la fuerza suficiente
como para llevarle a más de cien kilómetros por hora en breves impulsos. Sabía que
iba a resultarle fácil seguir a la inversa el viaje que había efectuado el barco el día
anterior; o podía volar hacia el este hasta la sobresaliente masa de Córcega-Cerdeña,
donde Creyn había dicho que no vivía ningún Tanu.
Podía ir a cualquier lugar que deseara. Ahora era libre.
Las restricciones mentales programadas sobre él por el esclavista exótico habían
desaparecido. Esta mañana, cuando despertó, el torque de plata en su cuello estaba
más frío que cálido, con los circuitos neurales del dispositivo psicocoercitivo
sobrecargados e inutilizados por el nuevo poder de su mente. Las latencias
metapsíquicas que había desencadenado el torque seguían operantes. Y estaban
creciendo.
Tendió sus nuevos sentidos, escuchando. Percibió el lento ciclo de los ritmos de
las siete personas dormidas en la embarcación allá abajo, y más lejos, los murmullos
telepáticos de otros barcos diseminados por el Gran Lago. En el distante sur —
concentró el alcance de sus sentidos, intentando torpemente afinar su sintonía—
había un conglomerado de resplandor mental. ¡Fascinante! ¿Era posible que
procediera de la capital Tanu de Muriah, el destino hacia el que habían estado
viajando durante aquellos últimos cinco días?
Si lanzaba un saludo, ¿habría alguien ahí abajo para responderle? ¡Inténtalo!
Le llegó una seca e intensa respuesta, sorprendente en su ansiedad.
¿Oh de quién es esa brillante mente demuchacho?
Bueno… ese quién es Aiken Drum.
Espera pequeña mente sigue brillandoasí. ¡Ah!
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No. ¡Deja eso…!
No teapartes oh Brillante. ¿Qué es loqueeres?
¡Suelta malditasea!
No te alejes creo que sé quéeres…
De pronto se vio abrumado por un miedo sin precedentes. Aquel distante
desconocido estaba aferrándose a él, viniendo hacia él de alguna forma a lo lago del
sendero trazado por el haz de su propia mente. Tiró de la presa, y descubrió
demasiado tarde que iba a tomarle casi toda su fuerza cortar la conexión. Se liberó
desesperadamente. Se dio cuenta de que estaba cayendo en el aire, con su forma de
libélula vuelta a su vulnerable humanidad. El viento silbaba en sus oídos. Caía hacia
el barco, mente y voz chillando, y no consiguió recuperar el control y volver a la
forma de insecto hasta unos breves momentos antes del desastre. Temblando y al
borde del pánico, se posó en la punta del mástil.
La proyección de su pánico había despertado a los demás. La embarcación
empezó a agitarse, generando círculos concéntricos en el pálido lago. Elizabeth y
Creyn salieron del compartimiento cubierto de los pasajeros para mirarle; y Raimo,
con una expresión de confusa incomprensión en su rostro vuelto hacia arriba; y el
ceñudo Stein, con la pequeña y preocupada Sukey; e Highjohn, el patrón, que gritó:
—¡Sé que estás ahí arriba, Aiken Drum! ¡Que Dios te ayude si has estado
haciendo alguno de tus trucos con mi barco!
El grito del capitán atrajo al último pasajero, el antropólogo sin torque, Bryan
Grenfell, que se sentía irritado y no comprendía nada de las preguntas telepáticas que
los demás le estaban lanzando ahora a la libélula.
—¿Es necesario agitar el barco de esta manera?
—Aiken, baja de ahí —dijo Creyn en voz alta.
—Ni lo sueñes —respondió la libélula. Con las alas vibrando, el insecto se
preparó a huir.
El Tanu alzó una delicada mano en un gesto irónico.
—Echa a volar entonces, estúpido. Pero asegúrate de que comprendes a lo que
estás renunciando. No constituye ninguna diferencia el que hayas escapado del
torque. Esperábamos eso. Han sido tomadas medidas. Se han dispuesto privilegios
especiales para ti en Muriah.
Una dubitativa risa.
—Ya he tenido un pequeño anticipo de eso.
—¿De veras? —Creyn no parecía preocupado—. Si te queda aún un poco de
sentido común, sabrás que no tienes nada que temer de Mayvar. ¡Por el contrario!
Pero no cometas el error… Incluso sin el torque de plata, ella es capaz de detectarte
ahora, vayas donde vayas. Huir sería el peor error que puedas cometer en tu vida. No
hay nada para ti ahí afuera, completamente solo. Tu realización está con nosotros, en
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Muriah. Ahora baja. Ya es hora de que prosigamos nuestro viaje. Llegaremos a la
capital esta noche, y podrás juzgar por ti mismo si te hemos dicho o no la verdad.
Bruscamente, el alto exótico volvió a entrar en el compartimiento de los
pasajeros. El pequeño grupo de Humanos se quedó en cubierta, desconcertado.
—Oh… qué demonios —dijo la libélula.
Descendió trazando espirales, aterrizó a los pies del patrón, y se convirtió en un
hombrecillo vestido con un traje de hilo de oro. Completamente recuperada la
confianza en sí mismo, Aiken Drum exhibió su grotesca sonrisa.
—Quizá me quede por aquí un cierto tiempo todavía. Mientras me convenga.
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El patrón Highjohn se detuvo junto a Bryan en la proa. Se tocó con un dedo el
torque gris que rodeaba su cuello y rió estentóreamente.
—Nos pondremos en marcha en cualquier momento, Bryan. ¡Vaya recibimiento!
Nunca había visto nada parecido. ¡Simplemente mira a tu bromista amigo dorado ahí
arriba! ¡Van a tener que pasar un montón de tiempo domesticándolo… si es que lo
consiguen!
Bryan miró inexpresivamente al sonriente rostro moreno del hombre.
—¿Qué? Yo… lo siento, Johnny, no estaba escuchando. Creí… haber visto a
alguien. Una mujer a la que conocí hace tiempo.
Con una suave firmeza, el capitán hizo retroceder al antropólogo hasta uno de los
bancos. Los tronquistas hicieron restallar sus látigos junto a los hellads y el barco
empezó a ascender, acompañado por vítores y un estruendoso clamor de su escolta,
algunos de cuyos miembros golpeaban sus escudos con gemas incrustadas con sus
resplandecientes espadas. La Canción Tanu brotó de casi un centenar de gargantas y
mentes, con su melodía extrañamente familiar para Bryan, aunque sus palabras fueran
extrañas:
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buscando durante tres días. Y finalmente había topado con la entrada de la pequeña
cueva, apenas lo bastante amplia para dejar pasar, arrastrándose, su cuerpo de ocho
años. Se había quedado allí contemplando el fétido agujero negro durante más de una
hora, sabiendo que debía registrarlo pero aterrado ante el pensamiento.
Al final, había tomado una pequeña linterna eléctrica y se había arrastrado al
interior. La abertura se retorcía y se inclinaba hacia abajo. Arañado por las piedras
agudas y casi sin respiración a causa del miedo, había seguido adelante. El hedor de
los excrementos de murciélago era horrible. Toda luz del día se desvaneció tras un
recodo del angosto corredor; y entonces la hendidura se abrió a una profunda cueva,
demasiado grande para que su pequeña linterna pudiera iluminarla. Apuntó el haz
hacia abajo y no vio fondo. «¡Cenizas!», llamó, y su voz de niño reverberó en un
lamento roto. Hubo un horrible sonido de roce y chillidos. Muy arriba, allá en el
techo de la cueva, un chorro de ácida orina de murciélago cayó sobre él.
Ahogándose, presa de náuseas, intentó dar media vuelta, pero la hendidura era
demasiado estrecha. No podía hacer más que retroceder sobre su estómago, con las
lágrimas resbalando por sus mejillas, sabiendo que en cualquier momento los
murciélagos podían echar a volar contra su rostro y hundir sus dientes en su nariz y
labios y mejillas y orejas.
Dejó caer la linterna mientras seguía retrocediendo. Quizá la luz asustara a los
murciélagos. Se concentró en sus movimientos, reculando centímetro a centímetro
sobre ásperas piedras, sintiendo cómo se despellejaban sus codos y rodillas. ¡El
pasadizo no terminaba nunca! ¡Era mucho más largo de lo que había sido cuando
entró! Y era mucho más angosto también, presionando contra él, inimaginables
toneladas de negra roca encima de su cabeza, hasta que supo que iban a estrujarle su
vida…
Salió.
Demasiado débil incluso para llorar, permaneció tendido allí hasta que el sol
estuvo muy bajo. Cuando fue capaz de ponerse en pie y regresar tambaleante a casa,
encontró a Cenizas lamiendo un plato de leche en el jardín de atrás. La horrible
expedición en la cueva no había servido para nada.
—¡Te odio! —le gritó, haciendo que su madre acudiera a la carrera. Pero cuando
llegó a su lado ya estaba abrazando al negro gatito y restregándolo contra su sucia y
arañada mejilla, mientras el sonido de su ronroneo ayudaba a calmar su martilleante
corazón.
Cenizas había vivido otros quince años, gordo y complaciente, mientras la
devoción infantil de Bryan hacia el animal menguaba a un vago afecto. Pero viviría
para siempre en el horror del querido animalillo perdido, el miedo, y la oleada de
odio al final, cuando su valiente acción se había revelado inútil. Y ahora estaba
penetrando en otro oscuro abismo…
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La amistosa voz del patrón lo devolvió a la realidad.
—La dama que estás buscando. ¿Te han dicho que estaba aquí en Muriah?
—Uno de los entrevistadores del Castillo del Portal reconoció su foto. Dijo que
había sido enviada aquí. Creyn pareció dar a entender que si yo cooperaba con las
autoridades locales en mi línea profesional, ella y yo podríamos… encontrarnos.
Vaciló tan sólo un momento antes de desabrochar el bolsillo de su pecho y sacar
la lámina de durofilm. Highjohn contempló la foto autoluminosa de Mercy.
—¡Qué hermoso y atormentado rostro! No sé si ella estará aquí, Bry, pero paso
casi todo mi tiempo en el río. Dios sabe que nunca la olvidaría si la hubiera visto.
Esos ojos… Te compadezco.
—Puedes decirlo, Johnny.
—¿Por qué vino aquí? —preguntó el patrón.
—No lo sé. Ridículo, ¿no crees, Johnny? La conocí solamente un día. Y luego
tuve que abandonarla por un trabajo que parecía ser importante. Cuando volví, ella se
había ido. Todo lo que pude hacer fue seguirla. Era la única esperanza que se abría
ante mí. ¿Comprendes?
—Por supuesto, Bry. Comprendo. Mis razones de venir aquí no fueron tan
distintas. Excepto que para mí no había nadie aguardando… Pero hay algo que tienes
que esperar, cuando la encuentres. Habrá cambiado.
—Era una latente. Le dieron un torque de plata. Soy consciente de ello.
El fornido capitán agitó lentamente la cabeza. Volvió a tocarse el collar gris.
—Es más que la conversión de un latente en operante… aunque Dios sabe que el
adquirir de pronto metafacultades tiene sus peligros, o al menos así me lo han dicho.
Pero incluso nosotros los grises, sin adquirir ninguna metafunción de la que valga la
pena hablar, obtenemos algo fantástico a través de este torque. Algo que nunca antes
habíamos tenido. —Frunció sus delgados labios púrpura, y luego exclamó de pronto
—: ¡Escucha, hombre! ¿Qué es lo que oyes?
—Están cantando en su idioma Tanu.
—Y para ti las palabras no significan nada. Pero para nosotros los que llevamos
collar, la Canción dice bienvenidos, y no tengáis miedo, y tú-yo-nosotros. Cuando un
ser humano pasa a formar parte de la sociedad de los torques, gana todo un nuevo
nivel de consciencia. Incluso nosotros los grises, sin metafunciones operantes,
podemos compartirlo. Es más que telepatía… aunque eso forma parte de ello. Es toda
una nueva forma de relación social, una intimidad mente-a-mente. ¿Cómo infiernos
puedo explicarlo? Como ser un miembro de una especie de superfamilia. Sabes que
perteneces a esa gran cosa que avanza arrolladoramente y te arrastra con ella. Nunca
volverás a estar solo en tu dolor. Nunca estarás fuera. Nunca serás rechazado. En
cualquier momento que necesites fuerza o aliento, puedes acudir a la fuente colectiva.
No es algo sofocante porque puedes tomar tanto o tan poco como quieras… bien,
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sujeto a limitaciones a menos que lleves un torque de oro. Obedeces órdenes, pero
exactamente igual que en cualquier cargo o empleo… Lo que estoy intentando decirte
es que llevar esta cosa te cambia muy adentro. No ocurre inmediatamente, pero
ocurre. Cuando llevas el torque, eres educado respecto a lo que deseas ser o no ser.
Tu dama va a ser una persona distinta de la que recuerdas.
—Puede que no me desee. ¿Es a eso a lo que me estás preparando?
—Yo no la conozco, Bry. La gente reacciona de distinta forma a los torques.
Algunos florecen. La mayor parte lo hacen.
El antropólogo rehuyó los oscuros ojos del capitán.
—Y algunos no. Entiendo. ¿Qué ocurre con los que fracasan?
—No hay muchos de ellos entre nosotros los grises. Los Tanu han elaborado una
buena batería de tests para elegir. Los psicotécnicos Humanos que trabajan con Lord
Gomnol intentan asegurarse de que ningún ser humano reciba un torque gris a menos
que su perfil PS muestre que el dispositivo será en líneas generales beneficioso al
funcionamiento del individuo. No desean malgastar los torques, porque no son
fáciles de hacer. Si tus tests psicosociales muestran que eres un rebelde, apto para ser
eliminado o para dejarte hervir en tu propio jugo independentista, no te concederán
un collar gris. Ejercerán su coerción sobre ti de una forma mucho más convencional
para convertirte en un miembro productivo de su sociedad… o te desecharán y te
arrojarán con la escoria. Pero los auténticos ganadores aquí en el Exilio son los que
llevamos torques. Los Tanu saben que pueden confiar en nosotros porque pueden
compartir nuestros pensamientos y controlar nuestras recompensas. De modo que se
nos conceden posiciones de responsabilidad. ¡Mírame! Los Tanu son malos
nadadores. Pero he tenido a miembros de la Alta Mesa, la cúspide de la
administración Tanu, navegando en mi barco.
—Sin el menor temor nunca, estoy seguro.
—De acuerdo… ríete. Pero yo nunca haré nada que ponga en peligro las vidas de
los exóticos, y ellos lo saben. ¡Sería impensable!
—Pero no eres libre.
—Nadie es nunca libre —dijo el patrón—. ¿Acaso era un maldito lirio de los
campos allá en el Medio, pilotando mi transbordador en Tallahatchie con Lee
volviéndome loco de celos? Aquí en este mundo, con este torque, sigo las órdenes
Tanu. Y a cambio recibo mi parte en los placeres mentales que solamente obtienen los
metapsíquicos en nuestro siglo XXII. Es como ver con un millar de ojos. O ascender
con un millar de cuerpos a la vez. No puedo explicarte cómo es. No soy poeta. Ni
psicólogo.
—Estoy empezando a comprender, Johnny. Los torques son realmente más
complejos de lo que parecen a primera vista.
—Hacen la vida mucho más fácil para la gente que puede llevarlos. Toma
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simplemente el asunto del idioma. En nuestro Medio, los sociólogos exóticos sabían
lo vital que era para cada raza tener un solo idioma. Por eso los humanos tuvimos que
aceptar convertirnos en monoidiomáticos como una condición para ser aceptados en
el Medio… y el inglés estándar venció sin disputa. Pero con este idioma mental,
¡cualquier tipo de falsa interpretación verbal es imposible! Cuando otra persona habla
mentalmente contigo, sabes exactamente cuál es el mensaje.
Medio para sí mismo, Bryan murmuró:
—Bárbaro. Por eso el Medio pone unas limitaciones tan estrictas a los metas.
Especialmente a los metas Humanos.
—No acabo de captarte, Bry. ¿Comprendes lo que quiero decir? Si llevaras un
torque, sabría exactamente lo que estás intentando comunicarme.
—Olvídalo, Johnny. Es solamente mi cinismo mostrando sus colmillos.
—Para mí, la unidad mental parece algo ideal. Pero solamente soy un torpe
marino cuyo amor lo abandonó por otro. Si los dos hubiéramos sido capaces de
comprendernos desde el principio… Oh, al infierno con ello. Ahora hay miles de
personas que me aman… es una forma de hablar, por supuesto.
El capitán hizo un gesto hacia la procesión de jinetes. Casi todos ellos le
devolvieron inmediatamente el saludo. Bryan sintió que algo helado se aferraba a sus
entrañas.
—¿Johnny?
El capitán pareció salir de su ensoñación.
—¿Eh?
—No todos los viajeros temporales son sometidos a un test en busca de
psicocompatibilidades antes de adjudicarles un torque. Stein no lo fue. Le pusieron el
collar cuando se convirtió en una amenaza.
Highjohn se alzó de hombros.
—Puedes comprender por qué. El torque puede ser utilizado para someter a la
gente rebelde a corta distancia o a gran distancia. Puesto que tu amigo está aún con
nosotros, supongo que tienen algunos planes para él. Algunos tipos, médicos y otros
especialistas que raramente cruzan el portal… son sometidos también al torque de
buenas a primeras. Ocupaciones esenciales.
—¿Y los metapsíquicos latentes… gente como Aiken y Sukey y Raimo? Al
parecer son sometidos al collar de plata tan pronto como es detectada su latencia, sin
consideración hacia ninguna consecuencia mental adversa.
—Bueno, los platas son un caso especial —admitió Highjohn—. Es un asunto de
genes.
Bryan se lo quedó mirando.
—Los Tanu utilizan mujeres Humanas en sus planes reproductores, Bry. Y
también algunos hombres Humanos. Normales, latentes, son utilizados ambos tipos.
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Pero los latentes son los más valiosos. No estoy muy enterado de los particulares del
asunto, pero de alguna forma imaginan que introducir genes latentes Humanos en su
reserva genética acelerará la llegada del día en que toda la raza Tanu se vuelva
operante. Ya sabes… del mismo modo que la raza Humana se está volviendo
operante en el Medio.
—¡Pero los Tanu son operantes ahora, con sus torques de oro!
—Limitados, hombre, limitados. Ni siquiera los mejores de ellos pueden medirse
con los maestros metas del Medio. Y ningún Tanu le llega a la suela de los zapatos a
uno de nuestros Grandes Maestros. No… tienen aún un largo camino que recorrer en
asuntos de poderes mentales. Pero se supone que este esquema genético les permitirá
dar un gran salto adelante. Los Tanu son grandes creadores de esquemas. Planear y
luchar son sus deportes favoritos… seguidos muy de cerca por fornicar, beber y
gozar. El plan genético es simplemente una de las formas con las que están intentando
consolidar su ventaja sobre los Firvulag. Supongo que ya habrás oído hablar de la
Pequeña Gente, ¿no? Los hermanos raciales de los Tanu. No torque-operantes, sino
simplemente creadores de ilusiones, buenos en creatividad y un poco en captación a
distancia. Los genes de los Firvulag son fuertemente recesivos entre los Tanu, de
modo que las madres Tanu siguen dando a luz ocasionalmente bebés Firvulag. Y los
pequeños gnomos son físicamente más fuertes y se reproducen infernalmente más
aprisa que los Tanu. De modo que si los Tanu quieren mantener el control del Exilio,
van a tener que sudarlo.
—Estoy empezando a comprender la situación —dijo Bryan—. Pero, volviendo a
los torques de plata. Si colocan indiscriminadamente sus collares, entonces algunos
deben derrumbarse bajo la tensión neural.
—Cierto. Algunos se vuelven locos. Cualquier tipo de torque puede causar esto si
la personalidad del que lo lleva es fundamentalmente incompatible. Incluso los Tanu
puros tienen sus desconectados. Torques negros, los llaman. De todos modos, aunque
un plata se vuelva mochales, los Tanu intentan salvar los genes. Una mujer será
puesta en blanco y utilizada para procreación hasta que se derrumbe. Si no puede ser
restaurada por los sanadores, sus óvulos pueden ser trasplantados a ramas. A menudo
eso no tiene éxito porque los exóticos poseen una reprotecnología más bien
chapucera… pero lo intentan de todos modos.
—¿Y los torques de plata masculinos fracasados?
—La esperma puede conservarse fácilmente. En cuanto a su ido propietario…
bien, siempre está la Caza. O las ofertas de vida.
—He oído hablar de la Caza —el rostro de Bryan era hosco—. Pero las ofertas de
vida son algo nuevo. ¿De qué se trata… sacrificios humanos?
—Más bien una ejecución ritual de criminales y personas inadaptadas sin
remedio. Tal como entiendo yo los sacrificios, se supone que la víctima tiene que ser
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noble o pura o algo parecido. Bien, los Tanu poseen ese tipo de asesinato ritual
solamente una vez muy de tarde en tarde… como cuando se corona un nuevo Rey o
Reina. Pero las ofertas de vida normales se producen dos veces al año. Al final del
Gran Combate a primeros de noviembre, y en el Gran Amor en mayo. En el fondo no
se trata más que de limpiar las cárceles y las habitaciones acolchadas. Algo
incivilizado según los estándares del Medio, pero una idea no demasiado mala
cuando piensas detenidamente en ella.
No leas mi mente, Johnny, pensó Bryan. Y en voz alta dijo:
—¿Cómo se convierten los Humanos plata en oro?
El patrón lanzó una sonora carcajada en tono de bajo profundo.
—Hay formas y formas. ¡Tu pequeño amiguito es un buen candidato para ello!
Bryan no supo qué decir. Sí, Aiken podía encajar perfectamente en este loco
mundo de asombrosos poderes y alucinante barbarie. ¿Pero y Mercy, temerosa y
delicada?
El alto Creyn, con sus ropas rojas y blancas agitándose en la brisa, avanzó a proa,
seguido por Elizabeth.
—Ya casi hemos llegado, Bryan. Ahí está el palacio del Rey Soberano… ese
complejo con franjas de luz dorada y centenares de brillantes lámparas espaciadas a
lo largo de la fachada. Terminaremos nuestro viaje ahí. Una vez hayamos descansado
algunas horas, habrá una cena de homenaje en honor vuestro. El Rey Thagdal y la
Reina Nontusvel estarán ahí en persona para daros la bienvenida.
—¿Todos los recién llegados reciben una recepción tan espléndida? —preguntó
Elizabeth. Medio oculta tras el alto Tanu, era una figura casi insignificante en su
mono de ante rojo.
—No todos —le sonrió Creyn—. Vuestra llegada es una ocasión muy especial.
Ha sido un honor para mí escoltaros. Confío poder trabajar contigo en la Casa de
Redacción en tiempos futuros.
De pronto, Bryan comprendió. Por supuesto. ¡La magnífica escolta había acudido
realmente para echarle una mirada a Elizabeth! Y el banquete con la asistencia del
Rey y la Reina sería básicamente para ella. Qué inapreciable presa habían conseguido
los pescadores del tiempo con aquella tranquila y contenida mujer de insondables
poderes mentales. ¡Y qué nuevos planes debían estar elaborando los planificadores
genéticos! Pobre Elizabeth. Bryan se preguntó si ella era consciente del tipo de
tentaciones que a buen seguro iban a ofrecerle los Tanu; y si se daba cuenta del
peligro mortal al que se enfrentaba si declinaba cooperar…
Creyn seguía señalándoles rasgos de la capital Tanu.
—Las estructuras más grandes, esas con las torres y las luces facetadas, son las
sedes de las cinco grandes Ligas Mentales. Podéis pensar en ellas como en clanes
metapsíquicos… porque los lazos que hay entre sus miembros son más familiares que
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profesionales. Las luces violeta y ámbar adornan el Salón de los Telépatas, presidido
por la Venerable Lady Mayvar la Hacedora de Reyes. La Liga de Creadores tiene su
sede iluminados de aguamarina y blanco. En la actualidad, este grupo es presidido
por Lord Aluteyn el Maestro Artesano. Sin embargo, su autoridad ha sido
recientemente impugnada, y puede que se produzcan cambios una vez se hayan
producido las manifestaciones de poder en el Gran Combate. Las luces azul y ámbar
simbolizan la Liga de Coercedores, cuya cabeza es Sebi-Gomnol, un Humano
portador del oro. Más allá de ese complejo se alza la sede de los psicocinéticos, los
movedores y agitadores de cosas, que son presididos por Lord Nodonn el Maestro de
Batalla. En este momento se halla residiendo en su ciudad natal de Goriah. La Liga
de los PC tiene el rosa y el ámbar como sus colores heráldicos.
—¿Y tu propia asociación? —preguntó Elizabeth.
—La Liga de los Redactores tiene su sede fuera de la ciudad, en la ladera sur del
Monte de los Héroes. La iluminación blanca y roja no es visible desde este lado de la
península. Nuestra liga está presidida por Lord Dionket, Jefe Sanador de los Tanu.
Una pequeña figura con un traje de fibra metálica avanzó como deslizándose.
Aiken Drum se quitó el sombrero e hizo una inclinación de cabeza. Su sonriente
rostro estaba en penumbra y parecía una máscara a la luz de las antorchas de la
escolta.
—No he podido evitar el escuchar, Jefe. ¿Cómo es posible que un ser humano,
ese Gumball, o como quiera que se llame, pueda encabezar una de vuestras grandes
corporaciones?
La respuesta de Creyn fue fría.
—Lord Sebi-Gomnol es una persona de extraordinarios talentos… tanto
metapsíquicos como científicos. Cuando lo conozcas, comprenderás por qué lo
tenemos en tan alta estima.
—¿Cómo consiguió su oro? —insistió Aiken.
Incluso Bryan fue consciente de la palpable revulsión que asomó en el rostro del
sanador exótico.
—Será mejor que lo oigas de sus propios labios.
Aiken dejó escapar una desagradable risita.
—No sé si voy a poder esperar. ¡El viejo Gumball suena como la clase de tipo que
puede darme un empujoncito!
Déjanos Aiken Drum.
¡Lo que tú mandes Jefe!
Elizabeth frunció el ceño ante la retirada del grotesco joven. Analizar todas
aquellas interesantes implicaciones iba a tomar una buena cantidad de paciente
trabajo. Esperaba que Lord Gomnol estuviera presente en la fiesta, se dijo a sí misma.
Bryan estaba preguntando:
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—Entonces, ¿el resto de edificios de la ciudad son privados?
—En absoluto —dijo Creyn—. Muriah es una ciudad de trabajo. Las personas
residentes en ella están empleadas primariamente en la administración de nuestra
Tierra Multicolor. Nuestro sistema educativo se halla enclavado aquí, y también otras
operaciones vitales. Pero descubrirás, Bryan, que no somos tan formales en estos
altos asuntos como lo será vuestro Medio Galáctico dentro de seis millones de años.
En nuestro Reino Soberano tenemos una población pequeña y una cultura más bien
sencilla. Muchos de los asuntos de nuestro gobierno son manejados de forma
familiar. Te apasionará estudiar más de cerca nuestra estructura social. Y te
animaremos a ello. Hay cosas que tienes que decirnos acerca de nosotros mismos.
El antropólogo inclinó la cabeza.
—Será un proyecto fascinante. No puedo pensar en ninguna cultura del Medio
que se parezca ni remotamente a la vuestra.
El barco estaba llegando finalmente a un edificio casi babilónico de piedra blanca,
recargadamente adornado con plantas en flor que colgaban de altos e iluminados
balcones. El pórtico del palacio daba frente a un apartadero del camino de sirga. No
había ninguna multitud casual de mirones, sino un amplio grupo de servidores
Humanos con librea aguardando, junto con cuarenta o cincuenta pequeños ramas
vestidos con tabardos blancos adornados con el estilizado rostro masculino en oro, el
emblema del soberano. Cuando el barco se detuvo, la escolta montada subió el tramo
de bajas escaleras que conducía a la entrada del palacio. Los jinetes permanecieron
rígidamente sentados en sus sillas, alzaron muy altas sus antorchas, y formaron en
hileras como una guardia de honor.
Hubo el sonido de un gong y un floreo de trompetas. Una majestuosa mujer Tanu
vestida toda ella de plata y asistida por soldados Humanos con armaduras de plata
apareció en la cabecera de las escaleras. Tendió ambos brazos hacia los viajeros del
barco y cantó una estrofa en idioma Tanu. Los jinetes corearon una respuesta a todo
pulmón.
Creyn hizo de intérprete:
—La Exaltada Lady Eadone, Decana de las Ligas e hija mayor del Thagdal, os da
la bienvenida. Elizabeth responderá.
El patrón Highjohn había estado atareado instalando una pasarela de desembarco
cuyo extremo inferior apoyó en el peldaño más bajo. Le hizo un guiño a Elizabeth y
le tendió una enorme mano morena para ayudarla a desembarcar.
Se produjo un brusco silencio. La intensa brisa del atardecer agitó estandartes,
capas y ropas de los jinetes en los chalikos. Elizabeth, con su sencillo mono rojo,
parecía perdida en medio de toda aquella exhibición; pero su voz física y mental fue
firme y tan solemne como la de la hija del Rey.
Pronunció una frase en idioma Tanu, y luego la repitió en inglés estándar:
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—Gracias por vuestra bienvenida a esta hermosa ciudad. Nos sentimos
impresionados por el esplendor y la riqueza de vuestra Tierra Multicolor, que es tan
distinta del mundo primitivo que esperábamos encontrar a seis millones de años en
nuestro pasado. Os saludamos de todo corazón. Esperamos que seáis pacientes con
nosotros mientras aprendemos vuestras costumbres. Y rezamos porque haya paz entre
nuestras dos razas a todo lo largo de la edad del mundo.
Los tambores y címbalos resonaron. La ordenada escena se disolvió en un
torbellino de carnaval. Los jinetes en los chalikos galoparon arriba y abajo por las
escaleras, lanzando vítores, riendo y cantando. Tras una cortés inclinación de cabeza
a Elizabeth, Lady Eadone desapareció en el interior del palacio. Sirvientes y ramas
acudieron en tropel para ayudar a los viajeros temporales y reunir sus equipajes.
Elizabeth regresó rápidamente al barco antes de que la alocada multitud la
absorbiera. Aturdida, con todas las barreras alzadas contra la cacofonía mental, se
dirigió hacia el patrón Highjohn para decirle adiós.
Bryan estaba allí, recostado contra el marco de la puerta de la timonera, con una
expresión de horror en su rostro.
Creyn pasó junto a Elizabeth, sonriendo.
—Todo está bien. Highjohn hizo un trabajo tan excelente trayéndonos hasta aquí
que he querido darle su recompensa inmediatamente. —El redactor trepó a la pasarela
y desapareció entre la multitud.
Elizabeth avanzó y se detuvo al lado de Bryan, mirando al interior de la timonera.
El capitán se hallaba tumbado en el suelo junto al timón. Su vieja gorra de la Marina
de los Estados Unidos estaba caída a su lado. Tenía los ojos en blanco. Chorretones
de saliva brotaban de su abierta boca y se enredaban en su hirsuta barba negra. El
torque gris estaba empapado de sudor. Las manos de Highjohn arañaban la cubierta, y
su cuerpo se arqueaba hacia arriba una y otra vez en convulsivos espasmos.
Gruñía de éxtasis.
—¿Eso es lo que te hacen, Johnny? —susurró Bryan—. ¿Eso es lo que te hacen,
para curar tu soledad?
Con una suave firmeza, apartó a Elizabeth y cerró la puerta de la timonera. Luego
siguieron a los demás al interior del palacio del Rey Tanu.
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Una chillona multitud remolineaba por la antesala del salón de recepciones
anticipando la llegada de los que un cortesano había llamado los Más Exaltados
Personajes. Tanto Humanos como Tanu llevaban vaporosas ropas de distintos estilos.
La mayor parte de las mujeres lucían peinados fantásticamente elaborados y
enjoyados. La música llenaba el aire, interpretada por una orquesta invisible
compuesta por flautas, arpas y órganos de campanas.
Bryan y Elizabeth y Stein y Sukey y Raimo se habían visto de nuevo tras un
intervalo de tres horas, tras ser conducidos a un recinto acordonado separado del resto
de los comensales invitados. Los viajeros temporales se miraron los unos a los otros y
luego estallaron en risas, tan pasmosa había sido su transformación.
—¡Pero me han quitado mis otras ropas! —protestó Raimo, con el rostro
encendido—. ¡Y me dijeron que esta sería el tipo de cosa que llevarían los otros!
Stein se ahogó en risas.
—¡Y luego dicen de las damas…! Te pareces a una bailarina de ballet. ¡O al
Capitán Marvel!
—Steinie, cállate —dijo Sukey—. Creo que Raimo tiene un aspecto estupendo.
Radiante, el antiguo leñador intentó tirar de su corta capa dorada en torno a su
torso. Llevaba un traje escarlata estilo leotardo con círculos dorados parecidos a
ciruelas, que daba la impresión de haber sido moldeado directamente sobre su
musculoso cuerpo. Unas botas doradas y un cinturón haciendo juego completaban el
conjunto.
Lo han empaquetado para exhibirlo, se dio cuenta Elizabeth. Con su deficiente
habilidad psicocinética y su bajo nivel de inteligencia, ha sido destinado a ser un
juguete.
Raimo le frunció el ceño a Stein.
—Al menos a ti te libraron de ese asqueroso faldellín de pelo.
El vikingo se limitó a sonreír. Lucía magnífico y lo sabía, tras ser ataviado por los
servidores de palacio con una túnica corta de color verde oscuro y corte muy sencillo,
junto con su propio collar y cinturón de piel tachonados de oro y ámbar. A esto le
habían añadido un tahalí adornado de forma similar que sostenía una espada de
bronce para dos manos en una vaina enjoyada. De los macizos hombros de Stein
colgaba una capa de brocado color vino sujeta con un broche de jade. Llevaba su
casco Viksø con sus retorcidos cuernos.
Sukey se sujetaba al brazo de aquella encarnación de una divinidad escandinava.
Su túnica era de gasa de seda blanca cuyo borde se arrastraba por el suelo y con
mangas ajustadas. La simplicidad del vestido quedaba compensada por un elaborado
peinado que recordaba un halo de plata, ornamentado con resplandecientes gemas
rojas. El color rubí de las piedras se repetía en su estrecho cinturón colgante y en los
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anchos brazaletes en sus muñecas.
—Creo que me han vestido con los colores heráldicos del clan en el que voy a ser
iniciada —dijo Sukey—. Al parecer los redactores llevan rojo con blanco o plata. Me
pregunto por qué a ti no te han engalanado en rojo y blanco, Elizabeth.
—Creo que tengo muy buen aspecto en negro —dijo la telépata—. Quizá tenga
algún significado especial. Pasaron mucho tiempo elaborando mi peinado, además. Y
cuando la encargada del vestuario vio mi anillo diamantino, volvió con esta pequeña
y encantadora tiara.
—Tú y yo hacemos buena pareja —observó Bryan—. Una elegante austeridad en
medio de estas aves del paraíso.
Elizabeth pareció divertida.
—No mala del todo, doctor, ahora que te han librado de esas arrugadas ropas de
algodón y esa imitación de sombrero australiano.
El hasta entonces deslustrado antropólogo lucía ahora un atuendo de brillante tela
de profundo color verdeazulado. Llevaba unos ajustados pantalones metidos en unas
botas bajas plateadas, una chaqueta de tubo bien cortada de color plata, y una larga
capa que hacía juego con todo el resto. El atuendo de Elizabeth era igual de sencillo.
Su túnica suelta negro mate estaba adornada con unos estrechos hombrillos de tela
metálica roja; dos cintas sueltas del mismo material, bordado y enjoyado, caían de la
parte delantera y trasera de los hombrillos. Era un estilo que llevaban muchas de las
mujeres Tanu… aunque ninguna de ellas mostraba el esquema de color negro y rojo.
Sukey miró a su alrededor.
—Me pregunto dónde estará Aiken.
—No veo cómo pueden conseguir que el chico luzca mejor de lo que ya luce
ahora —murmuró Stein.
—Hablando del diablo —dijo Bryan.
Un sirviente apartó a un lado unos cortinajes que cubrían la puerta de entrada que
conducía a su reservado. El miembro que faltaba del grupo fue conducido al interior,
y la observación de Stein demostró ser profética. Aiken Drum seguía llevando su
propio traje dorado con el centenar de bolsillos. Tan sólo le había añadido una capa
negra que destellaba como si estuviera espolvoreada con diamantes negros, y un alto
manojo de plumas negras sujetas a la escarapela de su sombrero de ala ancha.
—¡Ya pueden empezar las celebraciones! —declaró el bufón.
—Quizá será mejor que aguardemos al Rey y a la Reina —sugirió Elizabeth.
Raimo estaba indignado.
—¿Lo creerás, Aik? ¡Me quitaron mi frasco!
—¡Vaya con los tipos! Te lo devolvería ahora mismo, picamaderos, si no
estuviera tan confundido respecto a la distribución de este lugar.
—¿Quieres decir que realmente puedes traerlo de vuelta? —exclamó el ex
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leñador.
—¿Por qué no? ¿Sabes lo que significa la palabra whisky? ¿Y aquavit, y todas
esas demás cosas espirituosas que conocemos y amamos? ¡Todas ellas pueden
traducirse como «agua de vida»! Todos esos viejos tipos que pusieron un nombre a
esas bebidas fuertes pensaban que con ellas te devolvían la vida. Así que, ¿por qué no
debería yo poner un poco de vida al licor? Hacer que le salgan piernas para que
vuelva caminando… ¡fácil!
—Tenía entendido que habían programado una inhibición a tus metafunciones —
dijo Elizabeth. Sondeó suavemente, y tropezó con una bien construida defensa.
Aiken le guiñó un ojo. Pasó un dedo en torno a su torque de plata y tiró. El anillo
de metal pareció estirarse… luego volvió con un chasquido a la solidez.
—He estado trabajando en esto, encanto. Y en algunas otras cosas también.
¿Acaso no vamos a ser la atracción de la fiesta?
—¡Claro que sí, muchacho! —rió Raimo.
—Debo decir —observó el radiante joven— que todos lucís espléndidamente,
desde el punto de vista de la sastrería. ¡Casi sois tan llamativos como yo! —Estudió
en silencio a Stein y Sukey por un momento, luego dijo—: Y dejadme ofreceros todas
mis felicitaciones por vuestra unión.
El vikingo y su dama miraron a Aiken con temor y resolución entremezclados.
Maldito seas Aiken, envió Elizabeth. Tiraré de todas tus sinapsis si tú…
Pero el joven la ignoró y siguió, con los ojos brillantes:
—A los Tanu no va a gustarles, puesto que tienen sus propios planes para
vosotros dos. Pero soy un sentimental. ¡El romance debe triunfar!
—¿Sabes de lo que estás hablando? —la voz de Stein era tranquila. Un enorme
puño se cerró sobre la empuñadura de su espada de bronce.
Aiken se le acercó con un salto. Los azules ojos del escandinavo tendieron un
puente sobre el abismo de cincuenta centímetros y se clavaron en los del bribón.
Elizabeth fue consciente del pulso eléctrico del habla mental, bien dirigida en modo
íntimo. No pudo descifrarla; pero Sukey debió comprenderla tanto como su
gigantesco consorte.
La música de fondo cesó. Un grupo de trompetas, con sus tubos de cristal
adornados con colgantes banderines reproduciendo la cabeza de hombre, aparecieron
en el arco del salón de celebraciones y lanzaron una fanfarria. El mariposeante
enjambre de invitados fue emparejándose, y una orquesta al completo empezó a tocar
una vibrante música.
Bryan cruzó su mirada con la de un cortesano Humano que estaba abriendo su
recinto.
—¿Wagner?
El torque gris asintió.
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—Indudablemente, Valioso Doctor. Nuestra graciosa Lady Eadone desea haceros
sentir como en vuestra casa, tanto como sea posible. Los Tanu son muy aficionados a
la música Humana. Los asistentes incluso utilizarán contigo el habla vocal en
consideración a tu status sin torque. Si no te importa, puedes iniciar tu análisis erudito
de nuestra sociedad esta misma noche.
Empezó cuando crucé la maldita puerta del tiempo, pensó Bryan. Pero se limitó a
asentir al hombre.
Aiken estaba preguntándole al gris:
—¿Qué tenemos que hacer ahora, pollito? No queremos cometer ninguna
incorrección ante los grandes.
—Los Más Exaltados Personajes se hallan entronizados en su propia mesa de
banquetes —dijo el cortesano—. Seréis presentados a ellos brevemente, y luego
empezará la cena. La etiqueta de la corte es muy informal en esta sociedad.
Simplemente comportaos con una cortesía razonable.
Aguardaron hasta que los últimos de los ciudadanos privilegiados de Muriah
hubieron entrado en el salón, avanzando de dos en dos. Luego llegó el momento de su
propia entrada.
Aiken se quitó su sombrero dorado e hizo una burlona reverencia a Raimo.
—¿Vamos, querida?
—¿Y por qué no? —rió el leñador—. ¡Si esta fiesta se parece en algo a la última,
las damas se nos unirán dentro!
—Esta fiesta —dijo Aiken— no va a parecerse en nada a la última. Pero vamos a
pasárnoslo muy bien, Ray. Te lo garantizo.
—¿Y qué pasa con el resto de nosotros? —preguntó Stein. Se había colocado el
casco bajo un brazo. Él y Sukey siguieron detrás de Raimo y Aiken.
—Que cada cual se divierta como pueda, amigo —dijo Aiken Drum. Se pavoneó
entre la hilera de trompetas en dirección al salón.
Sin decir nada, Bryan ofreció su brazo a Elizabeth; pero todo pensamiento
respecto a la telépata y su destino había desaparecido de su mente. Mientras
avanzaban a la marcha del Tannhäuser sentía únicamente las punzadas de su fijación:
¡que Mercy estuviera allí! Allí y a salvo en su torque de plata. No atrapada, no
debatiéndose, sino segura en medio de la fantástica familia que formaban los más
afortunados entre los cautivos.
Simplemente que sea feliz.
Penetraron en una gran estancia profusamente iluminada por candelabros de
bronce en las paredes ardiendo con un honesto fuego. Las pequeñas y parpadeantes
lámparas meta eran utilizadas también, pero solamente como decoración, resaltando
extraños tapices y esculturas metálicas a lo largo de las paredes. La mesa del
banquete formaba una gran U invertida, con los varios cientos de invitados alineados
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a lo largo de ambos lados y las secciones laterales, de pie ante sus correspondientes
lugares. En el extremo más alejado de la estancia se hallaba la versión local de la
mesa presidencial… un poco más elevada que los dos brazos a fin de que los
dignatarios entronizados en ella fueran más visibles para los invitados. La pared
detrás de los Exaltados Personajes exhibía una enorme reproducción del motivo de la
cabeza masculina, labrado en oro y profundamente encajada en un complejo mosaico
de las cristalinas luces meta. Cortinajes de fina tela metálica enmarcaban el emblema
y se fundían en un amplio dosel que cubría la hilera de veinte tronos. Había
camareros con librea de pie detrás de cada uno de los invitados. Los Personajes eran
atendidos por una doble hilera de sirvientes, mucho más suntuosamente vestidos que
aquellos que aguardaban detrás de las órdenes inferiores.
Bryan y Elizabeth caminaron hacia la mesa, más allá de las hileras de sonriente
nobleza. El antropólogo intentó ser discreto mientras examinaba a la multitud; pero
había un tal número a ambos lados de la estancia, y tantas de las mujeres humanas
tenían el pelo castaño rojizo…
—El Respetable Doctor en Antropología Bryan Grenfell.
… Y entonces el maestro de ceremonias estaba presentándole, y dio un paso
adelante e hizo una breve cortesía al estilo habitual del Medio, consciente de que la
gente en la Mesa de Honor estaba tendiendo los cuellos para estudiarlo a él y a su
compañera femenina con una ansiedad que no habían dedicado a los otros cuatro
homenajeados. Evidentemente, la etiqueta de la corte no incluía la presentación de los
Personajes a él, pero tampoco sentía demasiada curiosidad hacia las llamativas
figuras en aquel momento. Mercy no estaba entre ellas.
Bryan dio unos pasos atrás y Elizabeth, pálida y con aspecto tenso, fue la última
en el turno.
—La Muy Ilustre Lady Elizabeth Orme, Gran Maestro Telépata Gran Maestro
Redactor del Medio Galáctico.
Por todos los infiernos, se maravilló Bryan.
Los invitados de pie alzaron los brazos. Más sorprendentemente aún, los
Exaltados Personajes se levantaron de sus tronos y se unieron también al saludo.
Todos los reunidos lanzaron una triple aclamación:
—¡Slonshal! ¡Slonshal! ¡Slonshal!
Bryan sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Aquello tenía que ser una
coincidencia lingüística.
El más central de los Personajes masculinos hizo un pequeño gesto retorcido. De
algún lugar llegó un sonido discordante, como de alguien agitando una cadena. Se
hizo el silencio.
—Que prevalezcan la diversión y la amistad —entonó el Personaje masculino. Un
magnífico espécimen físico, ataviado con un atuendo blanco, completamente
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desprovisto de adornos. Su largo pelo rubio y su flotante barba estaban entretejidos
con exquisito cuidado en trenzas y pequeños rizos. Había un claro parecido con el
emblema heráldico de la máscara, y Bryan supo que tenía que ser Thagdal, el Rey
Soberano de los Tanu.
El cuadro se desmenuzó como confetti cuando los invitados se dejaron caer en sus
asientos o fueron de un lado para otro para intercambiarse saludos. Los camareros
Humanos y sirvientes rama empezaron a llenar las mesas con comida y bebida. Los
seis homenajeados fueron sentados en una posición ligeramente inferior frente a los
Exaltados Personajes, y todas las formalidades fueron echadas por la borda cuando
los aristócratas Tanu empezaron a satisfacer su curiosidad haciendo a los viajeros
temporales un torrente de preguntas.
Bryan se halló interrogado por una formidable mujer vestida de blanco sentada a
la derecha del Rey. Un espléndido pelo rojo caía en cascada por debajo de una
caperuza de oro entretejido con dos enhiestas alas repletas de joyas.
—Soy Nontusvel, Madre del Anfitrión y esposa del Thagdal. En cortesía soy tu
Lady, Bryan, y quiero expresarte a ti y a tu compañía mi más calurosa bienvenida a
nuestra Tierra Multicolor. Oh… ¿qué es lo que veo? ¿Confusión en ti? ¿Y quizá
temor? Me gustaría borrar eso, si pudiera.
El poder de su sonriente mente maternal era irresistible, rasgueando en sus
recuerdos como un experto laudista. Una sala de control en penumbra en lo alto de la
torre de un château y un rostro lleno de dulce desengaño. Lágrimas ante la canción de
un trovador. Y al pulsar de otro acorde transición a un huerto de manzanos en flor
ruiseñores la luna naciente carne cálida pelo castaño rojizo y unos ojos visionarios
llenos de atormentado mar. Y luego el arpegio disonante. Pero dónde Gaston dónde
ha ido a través de ese maldito portal del tiempo al Exilio. Allá voy Monsieur le Chat
a las profundidades del sótano…
El festivo atuendo de Bryan tenía bolsillos interiores. Sin intervención de su
voluntad, metió la mano en uno sobre su pecho y tendió el durofilm a la Reina
Nontusvel. Ella contempló el retrato de Mercy.
—La has seguido hasta aquí, Bryan.
—Sí. —Lo hice, y la veo en cada rostro que pasa. Hasta que muera la veré.
Los zarcillos metapsíquicos de Nontusvel avanzaron, tejiendo alivio y distracción.
—Pero tu Mercy está a salvo, Bryan. Bien integrada en nuestra comunidad. ¡Y tan
feliz! Fue como si hubiera nacido para el torque. Como si anhelara inconscientemente
pertenecernos y nos hubiera buscado a través del abismo de seis millones de años.
Los ojos de la Reina eran tan brillantes como zafiros, resplandeciendo con una luz
interior, con lo que no parecían tener pupilas.
—¿Puedo verla? —preguntó Bryan humildemente.
—Está en Goriah, en esa región que vosotros llamáis Bretaña. Pero pronto
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regresará a nuestra Ciudad en la Llanura de Plata Blanca y entonces podrás oírla
contarte su vida entre nosotros. Y a cambio de esta reunión, ¿nos servirás de buen
grado? ¿Nos ayudarás a conseguir los conocimientos que necesitamos, la penetración
que tan vital puede ser para nuestra supervivencia como raza?
—Haré lo que pueda, Exaltada Lady. Mi especialidad es el análisis de culturas y
la evaluación del impacto intercultural y las tensiones resultantes. Admito que no
comprendo enteramente lo que deseáis de mí, pero estoy a vuestra disposición.
Nontusvel asintió con su dorada cabeza alada y sonrió. El Rey Soberano se apartó
de Elizabeth y le dijo al antropólogo:
—Mi querido hijo Ogmol te ayudará a coordinar tus investigaciones. ¿Lo ves? Es
ese alegre muchacho en la mesa de la derecha con el atuendo turquesa y plata,
balanceando la jarra de vino por encima de su cabeza el muy tonto. ¡Ja! Bien, incluso
un intelectual tiene derecho a la diversión. Conocerás su lado más serio mañana. Él
será tu guía. ¡Tu ayudante, maldita sea! ¡Y entre los dos le sacaréis un sentido a este
rompecabezas antes de que empiece el Gran Combate, o yo soy un hijo bastardo de
una mula Aulladora!
Se echó a reír estentóreamente y Bryan, completamente desconcertado, sólo pudo
pensar en un particularmente viril Espíritu Santo de una función de Navidad que
había visto por la tridi cuando era niño.
—Si me permites preguntarlo, Rey Thagdal… ¿sobre qué bases se apoya tu
soberanía?
Tanto Thagdal como Nontusvel estallaron en estentóreas carcajadas, y el Rey
estuvo a punto de atragantarse. Inmediatamente, la Reina tomó una enorme copa de
oro y alivió a su esposo con un generoso trago de dulce vino. Cuando se hubo
recobrado, el Rey dijo:
—¡Me gusta eso, Bryan! Empezar desde arriba, con las figuras de máxima
autoridad. ¡Y empezar ahora! Bien, es muy sencillo, muchacho. Poseo unas
espectaculares metafunciones, por supuesto, y soy un fenómeno en la batalla. Pero mi
atributo más valioso es… ¡la fertilidad! Más de la mitad de la gente en este salón son
hijos y nietos y biznietos míos. Y eso sin contar a los que no están aquí… ¿eh,
Nonnie?
La Reina sonrió discretamente. Le dijo a Bryan:
—Mi Lord Esposo es el padre de once mil cincuenta y ocho… y nunca un
Firvulag, nunca un torque negro entre ellos. Su plasma germinal no tiene parangón, y
por este motivo es nuestro Rey Soberano.
Bryan intentó hacer con tacto su siguiente pregunta.
—Y tú, Noble Lady, ¿acaso posees una historia reproductora igualmente
distinguida?
—¡Doscientos cuarenta y dos hijos! —trompeteó Thagdal—. Un récord entre las
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esposas reales. ¡Y entre ellos unas luminarias tan llenas de talento como Nodonn y
Velteyn e Imidol y Culluket! Y las Exaltadas Ladies Riganone y Clana y Dectar…
¡sin decir nada de la querida Anéar! Ninguna de mis otras esposas, ni siquiera la
lamentada Lady Boanda, me dieron tal esplendor.
Entonces Elizabeth entró en el coloquio, diciendo con suavidad:
—Bryan… haz que Su Majestad te hable de las otras madres de sus hijos.
—Muy sencillo —dijo Thagdal, radiante—. ¡Comparte tu riqueza! Propaga el
fenotipo óptimo, como diría el Loco Greggy. Cada Lady oro y plata tiene derecho a
un primer revolcón con el Viejo.
—Y tras ser impregnadas por el Rey —dijo Elizabeth—, pueden convertirse en
las esposas o amantes de otros nobles Tanu y tener hijos de otros. ¿No es eso
interesante?
—Mucho —dijo Bryan débilmente—. Pero este… hum… plan genético puede
que no fuera bien aceptado desde un principio de la residencia de tu raza en el planeta
Tierra.
Thagdal se mesó la barba. Sus tupidas cejas rubias se unieron.
—No-o-o. Las cosas fueron un poco distintas al principio… en las Épocas
Oscuras, por decirlo así. No éramos muchos, y yo tuve que luchar por los derechos de
mi Reino si la Lady no se mostraba bien dispuesta. Pero por supuesto gané la mayor
parte de las veces, porque por aquellos días yo era el mejor espadachín, en más de un
sentido. ¿Comprendes?
—Hubo una costumbre similar en los tiempos antiguos de nuestra Tierra —dijo
Bryan—. Era llamado el derecho de pernada.
—¡Correcto! ¡Correcto! Recuerdo que uno de los pequeños plata lo mencionó.
¿Por dónde andábamos?… Ah, sí, la historia. Bien, con la apertura de la puerta del
tiempo y la llegada de tu gente del futuro, intentamos organizar más científicamente
la propagación de la raza. Algunos de tus semejantes fueron de una gran ayuda al
respecto. Tienes que conocerlos, Bryan. ¡Me atrevería a decir que pueden alinearse
entre los cuasiabuelos de muchos de los gloriosos Tanu que puedes ver hoy en día! El
buen viejo Loco Greggy, por supuesto… es decir, Lord Greg-Donnet, nuestro
Maestro en Eugenesia y Genética. ¡Y esa mujer maravillosa, Anastasya-Bybar!
¿Dónde infiernos estaríamos si Tasha no hubiera indicado a nuestros decadentes
reprotécnicos cómo invertir la esterilización de las mujeres Humanas? Bueno…
¡todos esos preciosos óvulos latentes se hubieran perdido para nosotros! —Clavó un
codo en el torso digno de Juno de Nontusvel—. Y la mitad de mi alegría es conservar
en la medida de mis capacidades esta pequeña reserva en caliente… ¿no es así,
Nonnie?
La Reina sonrió tontamente.
Bryan dio un sorbo de vino más largo de lo habitual. Se daba cuenta de que
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Elizabeth tenía los ojos clavados en él.
—Y así… hace aproximadamente setenta años, cuando empezaron a llegar los
primeros viajeros temporales, iniciasteis vuestra hibridación con los Humanos.
—Digámoslo exactamente, hijo. Tan sólo los machos humanos contribuyeron a
nuestra reserva genética al principio. Tasha no llegó hasta… ¿cuándo fue?… digamos
unos diez años después de que se abriera el portal. Nuestras Ladies se lo pasaron muy
bien, por supuesto, en aquellos primeros años. Y no tardamos mucho en descubrir que
los híbridos Humanos-Tanu tenían menos probabilidades de ser Firvulag… y más de
ser llevados a buen término por nuestras delicadas madrecitas… ¡exceptuándote a ti,
Nonnie, amor! Incluso nuestros estúpidos genetistas Tanu se dieron cuenta de eso.
Aluteyn y su gente empezaron a buscar a alguien como la Académica Anastasya
Astaurova. Y naturalmente… la Compasiva Tana nos la envió con sus campanillas
sonando. Literalmente.
Thagdal se sumió en otro acceso de risa, que apagó con generosos tragos de vino.
Por todo el salón del banquete los ánimos iban exaltándose a medida que las jarras
eran vaciadas y vueltas a llenar. La cena consistía principalmente en platos de carne
de una asombrosa variedad, junto con enormes bandejas de fruta, y panecillos
horneados en las más extrañas formas. Las atracciones, anunciadas por el maestro de
ceremonias, iban turnándose en medio de la U de las mesas, y los invitados
respondían con lluvias de monedas o huesos con jirones de carne medio devorada,
según la calidad del talento exhibido. Los Exaltados Personajes cenaban de una forma
más refinada; pero allá en uno de los extremos de la Mesa de Honor, donde estaba
sentado Aiken frente a dos nobles vestidos de rosa y oro, se sucedían una serie
ininterrumpida de risas estruendosas y fuertes palmadas contra la mesa.
—Háblale a nuestro querido Bryan de nuestro regalo de los torques, Thaggy —
dijo la Reina.
—Cuéntanoslo a ambos —dijo Elizabeth, con su más perfecta sonrisa de Mona
Lisa.
El Rey agitó un dedo hacia la telépata.
—¿Las barreras aún alzadas, amorcito? Eso no debe hacerse nunca, ¿sabes? Lo
que necesitas es un poco de vino. ¿Hay alguna otra cosa con la que pueda tentarte?
Nontusvel se cubrió la boca con una mano y estalló en un acceso de regocijo.
—Vuestra Majestad es el más benévolo de los anfitriones. —Elizabeth alzó su
jarra hacia él—. Por favor, prosigue tu fascinante historia.
—¿Por dónde andaba…? ¡Ah, sí: torques para los humanos! Bien, tienes que
comprender que una auténtica amistad entre nosotros los Tanu y tu gente no es algo
que pudiera establecerse completamente en uno o dos años. Estaba la compatibilidad
genética, con ventajas que eran manifiestas pero no bien comprendidas. Concedimos
torques de oro honoríficos a Greggy y Tasha en gratitud por sus esfuerzos. No eran
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latentes, como quedó bien manifiesto, y en absoluto psicoadaptivos tampoco. Y luego
apareció Iskender-Kernonn y domesticó a los animales, y le concedimos a él también
un torque honorífico.
—Pobre querido Isky —se lamentó la reina, vaciando su jarra. Un camarero
volvió a llenarla inmediatamente—. ¡Nos fue arrebatado por los Firvulag y su bestial
camarilla de Inferiores!
—Y luego, hará unos cuarenta años, llegó Eusebio y realizó un trabajo tan
espléndido mejorando los torques de los ramas… puesto que allá en el Medio había
sido psicobiólogo y era la primera persona que parecía comprender la teoría que
había tras los torques. De modo que le dimos también un oro, y lo llamamos Gomnol.
¡Y que me maldiga si no resultó ser un coercedor latente superlativo, pese a ser un
tipo feo e insignificante! ¡Vaya shock que resultó para nosotros!
—¿No habíais sabido nada hasta entonces acerca del factor humano de latencia
metapsíquica? —preguntó Elizabeth.
—Somos una raza muy, muy vieja —admitió la Reina—, afligida por una cierta
languidez científica. —Una lágrima brotó de un ojo zafiro y resbaló por su perfecta
mejilla, estrellándose en las blandas profundidades de su corpiño. Se consoló con la
jarra.
—Como dice Nonnie —continuó el Rey—, somos una antigua raza. Más bien
decadente en algunas disciplinas, me temo. Y nuestra pequeña facción, que como tal
vez sepas huyó de su galaxia natal bajo compulsión, se sentía incluso menos
científicamente inclinada que el conjunto de los Tanu… No, excepto Brede (que
realmente no cuenta), no comprendíamos cómo funcionaban los torques para hacer
que nuestras metafunciones se volvieran operantes, y tampoco intentamos demasiado
comprender los propios torques. Simplemente estaban ahí, si me comprendes. No nos
preocupábamos demasiado acerca de los cómos, cuándos y porqués, de modo que la
latencia humana surgió como una completa sorpresa para nosotros. Como señaló
Gomnol, vosotros los Humanos tampoco conocisteis vuestros cuerpos y mentes
durante más de un noventa y nueve coma nueve por ciento de vuestra historia racial.
De modo que no te burles de nosotros. ¿Por dónde andaba? Oh, sí. Las latencias
humanas. Bien, cuando Gomnol obtuvo su torque de oro y se convirtió en un meta, él
conectó en un abrir y cerrar de ojos todo el asunto. Los Tanu son latentes, y también
lo son los Humanos normales… algunos más, pero la mayoría mucho menos, incluso
hasta el punto de la nulidad. En vuestro mundo futuro, los bebés que son
potencialmente operativos son detectados y entrenados por operantes especializados
tales como esta Ilustre Lady. —Hizo una breve inclinación de cabeza hacia Elizabeth
—. Puesto que por aquellos tiempos no llegaban operativos a través del portal del
tiempo, y puesto que nuestros poderes realzados por los torques son dudosos en
detectar humanos latentes, Gomnol decidió que teníamos que construir algún
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dispositivo mecánico para probar mentalmente a la población Humana. Elaboramos
el aparato que os probó a vosotros en el Castillo del Portal. Tenemos otros en nuestras
ciudades principales para detectar a los latentes que nos eluden debido al torbellino
mental en que se hallan durante la prueba inicial. Hay un número importante de
deslices. —Frunció el ceño—. ¡Incluido uno que se ha convertido en un auténtico
desastre! ¿Por dónde iba?… ¡El pruebacerebros de Gomnol! Compréndelo… este
tipo es un psicobiólogo inspirado. Sabía que sería peligroso dotar de torques de oro a
Humanos latentes que no estuvieran completamente asimilados a nosotros.
—Siempre hay ingratos —intercaló la Reina, sombría.
—Así que Gomnol concibió los torques de plata, con sus psicorreguladores
incorporados. Y poco después de eso, los torques grises… para ser utilizados en los
Humanos no latentes que pueden resistir un nivel muy bajo de implicación
metapsíquica. ¡Todo un nuevo tipo de amistad y camaradería surgió ante nosotros! A
partir de la llegada de Gomnol, cuando se hizo posible la producción en masa de los
torques grises… bueno, producirlos con una relativa rapidez, al menos… nosotros los
Tanu fuimos capaces de conseguir la ascendencia sobre este mundo. Los malignos
Firvulag, esos sombríos parientes nuestros, ya no fueron capaces de competir con
nosotros a un nivel virtualmente igual. ¡Disponíamos de ejércitos de leales grises
Humanos para aplastar su superior número! ¡Disponíamos de madres humanas para
contrarrestar la vulgar fecundidad de sus toscas mujeres! ¡Disponíamos de los nobles
platas… nuestros aliados mentales operantes! Y a medida que iba pasando el tiempo,
mucho de los platas fueron promovidos a una ciudadanía total y recibieron su oro.
¿Puede hacerse eso sin ningún daño psíquico en el cambio de torque?
Por supuesto Elizabethquerida el torquedeplata es retirado sin ningún peligro
después que el torquedeoro está en su lugar.
—¡Y piensa! ¡Los brillantes técnicos grises han mejorado nuestra economía
diseñando medios de transporte más eficientes y una mejor producción de bienes!
Gracias al llorado Lord de los Animales, Kernonn, disponemos de monturas y de
animales de carga y de otros animales para protegernos de la depredación de los
Firvulag. Y quizá lo mejor de todo… disponemos de campeones híbridos humanos en
el Gran Combate.
El Rey hizo una pausa. Se inclinó por encima de la mesa, volcando su jarra en el
proceso, y tomó una de las manos de Elizabeth.
—Y ahora, la bondad de Tana se hace insuperable. Nos ha enviado a ti.
La Reina Nontusvel pareció radiar una benevolencia lunar. Había un resplandor
completamente distinto en los profundos ojos verdes de Thagdal.
Impenetrable y tranquila, Elizabeth repitió:
—Y ahora Tana me ha enviado a mí. Pero en nuestro mundo, los dones de Dios
son otorgados a menudo de una forma ambigua. Todavía no me ves como soy
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realmente, Rey Thagdal.
—Pero eso ya llegará, queridísima Elizabeth. Te convertirás en la más noble de
todos nosotros una vez iniciada en nuestras costumbres… por la Presciente Lady
Brede la Esposa de la Nave, la de los Dos Rostros y la poesía. Brede te enseñará, y tú
la enseñarás a ella. Y a su debido tiempo irás a Tasha-Bybar y luego vendrás a mí.
Queridísima Elizabeth.
—Queridísima Elizabeth —llegó el eco de Nontusvel. Seguramente estaba más
llena de buenos propósitos que nunca.
—¡Un brindis! —aulló Thagdal, saltando en pie. Su jarra había sido rápidamente
puesta en pie y rellenada.
—¡Un brindis! —gritaron en respuesta los varios cientos de invitados. El maestro
de ceremonias hizo sonar la cadena del silencio.
—¡Por la raza Tanu y por la raza Humana! ¡En amistad, en compañerismo, en
comunión, en amor!
Los concelebrantes alzaron sus grandes jarras doradas.
—¡Amistad! ¡Compañerismo! ¡Comunión! ¡Amor!
—¡Con especial dedicación a lo último! —exclamó Aiken Drum.
Hubo risas y gritos y grandes sonidos de tragar y vino derramado, con muchos
empapados abrazos y sorber de labios a labios. La pareja real, inflamada por la
bebida y el festejo, se aferraron el uno al otro murmurando y riendo. Un cuerpo de
ballet de hombres y mujeres Humanos, vestidos como urracas con simples leotardos
negros, aparecieron al conjuro de la orquesta y empezaron a bailar una elaborada
contradanza.
Elizabeth le susurró a Bryan:
—Voy a tener que dejarte por un tiempo. Debo mirar en ellos mientras sus
inhibiciones están bajadas. Si quieres, compartiré los datos contigo más tarde. —Le
hizo una solemne mueca, luego cerró los ojos y se retiró a algún punto mental
ventajoso.
Una de las mujeres de negro y blanco intentó arrastrar a Bryan fuera de su asiento
al baile, donde Aiken y Raimo estaban ya girando y saltando como si hubieran estado
dando aquellos complejos pasos toda su vida. Bryan agitó negativamente la cabeza a
la invitación. Dejó que los camareros llenaran su gran jarra una y otra vez, e intentó
apartar de su mente la idea de cómo debían ser ahora las cosas con Mercy.
Cuando finalmente pensó en examinar la jarra más de cerca y descubrió que joyas
y oro se mezclaban, estaba ya demasiado borracho como para que le importara.
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Steinie no bailes con ellos no lo hagas. Mira lo que le están haciendo a Raimo
Diosmío.
Deacuerdo deacuerdo pequeña tranquila disimula no cedas no tengas miedo.
Son muyfuertes especialmente este LordSanadorDionket nunca podré mantenerlo
fueradenosotros sin la ayuda de Elizabeth. No les gusta esa amigablebarrera suya
pero tienen miedo de ofenderla demasiadopronto. Oh Jesús. Esa suciaperra de Anéar
tomando a Raimo ahí en mediodelagente vergüenza disgusto furiaodio… ¡Steinie!
Calma calma estamos protegidos amor Dios bendiga a Elizabeth. Al menos no
hacen bailar a Aiken su baile del revés.
No es un juguete como el tontoRaimo.
Ni yo tampoco Sukeyamor.
—¿Estáis seguros de que no queréis uniros a los bailarines? —sonrió Lady
Riganone a Stein y Sukey. Las urracas con los leotardos negros estaban volviendo a
importunarlos—. Vuestros dos amigos se lo están pasando estupendamente.
—No, gracias, Lady —dijo Stein. Las urracas se alejaron con reluctancia.
Sukey se sirvió otro de los especiados tournedos.
—Son deliciosos, Lord Dionket. —Habló cautelosamente al atento Jefe Sanador,
que se sentaba frente a ella—. ¿Son de venado?
—Oh no, Pequeña Hermana. De hipparion.
—¿De esos adorables caballitos? —exclamó Sukey con desánimo.
Lady Riganone sacudió la cabeza y rió alegremente. Los colgantes que pendían
de hilos de su tocado lavanda y dorado chocaron y repiquetearon.
—¿Qué otra cosa podemos hacer con ellos? Son la fuente de carne más abundante
que tenemos… y gracias sean dadas a la Diosa de que sean tan deliciosos. ¿Te das
cuenta de que esa pobre gente ahí arriba en el bosque herciniano, en Finiah y en esos
otros lugares en el extremo del mundo, tienen que arreglárselas con cerdos y viejos y
duros venados e incluso mastodontes? Nosotros los del sur somos tan afortunados.
Realmente no hay nada comparable al lomo de hipparion asado, sazonado con ajo y
una pizca de tomillo y quizá un poco de esa nueva pimienta, dorado y crujiente por
fuera y rezumando sangre por dentro.
—No seas melindrosa, Sukey —le dijo Stein, sirviéndose él también de una
fuente de aromático guiso—. Cuando estés en Roma, ya sabes. No sé lo que es esto,
pero realmente huele bien.
Dionket metió un huesudo dedo en el profundo recipiente de plata, luego lo chupó
meditativamente.
—Hummm… ragout de promephitis, querido guerrero. Creo que el equivalente
en la Vieja Tierra del pequeño animal tiene que ser…
La imagen mental parpadeó ante Stein y Sukey.
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—¡Mofeta! —se atragantó el vikingo.
—Oh… vamos, vamos, Steinie —exclamó Lady Riganone, radiando solicitud—.
¿Se te ha ido algo por el conducto equivocado? Toma un poco de vino para aliviarte.
El Personaje sentado al lado de Dionket, un fornido gigante con una chaquetilla
sin mangas azul y oro, dijo:
—Prueba alguno de esos erizos en borgoña para asentar tus tripas, Stein. ¡Es un
plato que tu estómago va a apreciar! Y ya sabes lo que dicen de los erizos. —Se echó
a reír, y la imagen mental de su escabroso chiste fue desagradablemente explícita.
Fríamente, Sukey retiró la bandeja de pequeñas exquisiteces lejos del alcance de
Stein.
—El guerrero está recobrándose de una herida, Lord Imidol. No debe propasarse.
En nada.
Las risas y el sombrero de Lady Riganone tintinearon juntos.
—¿No es maravilloso, Dionket? Será una espléndida adquisición para tu Liga de
Redactores. Pero es realmente perverso que te la hayas reservado en la licitación.
Un golpe mental.
—¿Qué quieres decir, Lady? —preguntó Stein.
—Toma un poco más de aguardiente de cerezas —animó el Presidente de los
Redactores—. ¿O lo prefieres de ciruelas o de frambuesas? —Tocó su torque con el
dedo. Tanto Stein como Sukey se sintieron impulsados a relajarse.
No pude evitarlo Steinie se metió. ¡Oh Elizabeth vuelve de ahí y ayúdanos antes
de que Stein haga algo y yo no sea capaz de contenerlo!
…
Sukey mujer ¿quequéQUE maldita sea?
Steinie para apenas puedo cubrirte si se dancuenta de todo lo que hay dentrodeti
te harán daño oh amor por favor calmaparatranquilízate. ¡Malditasea Elizabeth
vuelvedeahí!
Allá en medio del salón, el maestro de ceremonias estaba alzando un trozo de
resplandeciente cadena de cristal y agitándola por encima de su cabeza. La frenética
danza se calmó y la música disminuyó. Todo el mundo volvió a sus asientos. Cuatro
damas Tanu arrastraron al desmelenado Raimo con ellas. Aiken Drum no sufrió tal
indignidad. Regresó tambaleante a su lugar en la Mesa de Honor y se sentó
cautelosamente en el borde de su asiento.
—¡Exaltados Personajes, nobles damas y caballeros, e ilustres homenajeados! —
gritó el maestro de ceremonias—. ¡Ruego silencio! ¡Es el momento de las
contribuciones de nuestros honorables visitantes!
Vítores, golpear de jarras y chasquear de cuchillos sobre bandejas de plata.
El maestro de ceremonias hizo sonar de nuevo la cadena.
—Dos de nuestros invitados —el petimetre con el torque de plata hizo una
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inclinación de cabeza hacia Bryan y Elizabeth— son dispensados de hacerlo por
orden de Sus Asombrosas Majestades. ¡Y otro —señaló a Raimo— ya ha mostrado
suficientemente sus talentos!
Las damas en las mesas bajas gritaron y rieron. Un cierto número de ellas
empezaron a lanzar plátanos a Raimo, deteniéndose reluctantes cuando la cadena del
silencio sonó de nuevo.
—¡Oigamos a Sue-Gwen Davies!
Sukey se sintió empujada hacia el centro de la estancia. Su alma se había vuelto
más y más impotente al examen de las psiques del Rey y la Reina y los demás
Personajes. Los Tanu se sorprendieron de pronto ante la profunda barrera (porque
Elizabeth había regresado para ayudarla muy a tiempo), pero se mostraron dispuestos
a sentirse satisfechos con las revelaciones superficiales que les eran asequibles. La
mente de Dionket habló:
¡Querida pequeña HermanaRedactora aprendiza de sanadoraconsoladora!
Proporciónanos esta noche un pequeño solaz cantándonos una canción de tu
ViejaTierra natal.
La aprensión de Sukey empezó a fundirse. Otras mentes a todo su alrededor
parecieron suplicar: Arrúllanos.
Manteniendo su mirada fija en Stein, cantó una canción de cuna con una voz
suave y clara, primero en galés y luego en inglés estándar. Tras la primera estrofa, un
arpista la acompañó.
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Tras las palabras y la música resplandecía el confortante amor del cuidador. Su
energía sanadora se derramó sobre el hombre-niño al que había hecho renacer, fue
más allá y se desparramó en un gran flujo psíquico por todo el salón. Por un
momento, la suavidad de la canción de cuna apagó todas las demás ansiedades,
ablandó iras y lascivias, disminuyó dolores y frenesíes.
Cuando terminó la canción, los comensales permanecieron en silencio. Y luego, a
un nivel extraño de consciencia, que los humanos provistos de torque pudieron captar
pero no descifrar, llegó un estallido de declaración de muchas mentes Tanu. Fue
cortado en pleno torrente por la dominante voz de Dionket. El Lord Sanador se puso
en pie en su lugar en la Mesa de Honor y alzó los brazos, formando un tau viviente
plata y carmesí.
Mía. Reservada.
Sukey regresó a su lugar, aturdida, y se sentó al lado de su esposo. El maestro de
ceremonias agitó su cadena.
—Sabremos de los talentos de Stein Oleson.
Fue el turno del vikingo de sentirse extraído irresistiblemente de su asiento. Se
puso en pie, con la cabeza descubierta, y miró intensamente a la nobleza exótica
sentada en la Mesa de Honor, sintiendo sus mentes palpar, tantear, hurgar. Y el
pensamiento maternal de la Reina, más compasivo:
¡No hubieran debido ponerle el torque al vidabreve!
Y luego el Rey: Sólo hasta el Combate. ¡Adelante!
Dos de los danzarines urracas aparecieron saltando de los lados, llevando cestos
metálicos llenos de frutas parecidas a grandes naranjas. Uno de ellos tomó una de las
brillantes esferas con una mano y la arrojó contra la cabeza de Stein.
La espada de bronce silbó al ser sacada de su vaina, tirada por las dos manos del
gigante. Partió limpiamente la fruta en dos.
El Rey Thagdal rugió con jovial alegría. Los hombres de blanco y negro
empezaron a arrojar naranjas a Stein tan rápido como podían. La espada relumbraba
como una rueda dorada. Giraba y saltaba, tasajeando en pedazos las volantes esferas.
El Rey puñeó la mesa mientras lágrimas de júbilo corrían por sus mejillas y se
enterraban en su espléndida barba. Los demás Tanu lanzaban chillidos y vítores.
La cadena de silencio sonó.
El maestro de ceremonias rugió:
—¡Oh, ha sido una excelente demostración de parte de nuestro más reciente
guerrero! ¡Bien hecho, Stein!
Empieza la puja.
De nuevo el estallido de habla mental exótica. Esta vez Elizabeth se había
sintonizado a ella. Sin sorpresa, oyó cómo Stein era adjudicado al mejor postor como
un probable gladiador en una confrontación llamada Baja Mêlée. Puesto que el ex
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perforador era uno de los más impresionantes especímenes físicos que habían
aparecido en el Exilio en la última década, los exóticos entusiastas de los deportes
habían alzado la puja hasta lo que era a todas luces un nivel sin precedentes. Estaban
pujando por sus servicios personales ante la Corona —propietaria nominal de todos
los viajeros temporales excepcionales— ofreciendo sus metafunciones, sus riquezas
materiales, sus súbditos humanos con y sin torque.
¡Trescientos grises para la Guardia Real!
¡Mi mina de granates en los Pirineos!
¡La renombrada danzarina Kanda-Kanda y todo su séquito!
¡Un centenar de chalikos de carreras enjaezados en oro!
La muerte de Delbaeth.
El Rey gritó en voz alta:
—¡Alto! —Se levantó de su asiento y miró con ojos llameantes a la sorprendida
concurrencia. En mitad del salón, Stein permanecía inmóvil, con la punta de su gran
espada apoyada contra las baldosas del suelo.
—¿Qué persona se ha atrevido a hacer esa puja? —preguntó Thagdal con sedosa
suavidad—. ¿Quién estima la fuerza de este guerrero de tal modo que se compromete
temerariamente a la destrucción de la Forma de Fuego?
La multitud de comensales contuvo sus lenguas y sus mentes.
—Yo he sido —dijo Aiken Drum.
Hubo un suspiro colectivo, y un sondeo colectivo, y un jadeo mental de
desconcertada sorpresa cuando todas las sondas mentales fueron detenidas en seco.
Thagdal se echó a reír a carcajadas y, al cabo de un momento, lo mismo hizo
Nontusvel, y luego todos los demás. La reacción ante tamaña enormidad sacudió la
estancia.
Elizabeth se deslizó en Aiken en modo exclusivamente Humano.
¿Qué demonios?
Mira tú misma la mente de Thaggy Elizacariñobeth desea con toda su alma la
extirpación del FirvulagDelbaeth-FormadeFuego. Así que pujé.
¿Por Steinie? ¿Tú loco payasoAiken jugando con la vida de nuestroamigo?
¡Elizamalditaseabeth! Salvando al vulnerableStein. La ferocidad mental de la
escueladecombate Tanu carga irrevocablemente de psicoenergía asesina.
Malditasea… sí. Es cierto.
Seguroconmigo. Finalmente conseguiré a Sukey también. Los Tanu lacagaron
realmente cuando me pusieron el torque. Tú lo sabes.
Lo sospechaba. Pero maldita sea te cogerán si la mente-unión falla. Nos cogerán a
los dos si descifran el contacto operante.
Distracción distracción distracción.
El intercambio mental entre Aiken y Elizabeth había ocupado una fracción de
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segundo. El maestro de ceremonias estaba agitando frenéticamente la cadena de
silencio mientras el bromista con su resplandeciente traje avanzaba desde su sitio en
la Mesa de Honor a una posición al lado de Stein. Cuando el tumulto recedió, el Rey
dijo:
—Habla, Aiken Drum.
El hombrecillo se quitó el sombrero e hizo una inclinación de cabeza. Luego
empezó a hablar; y mientras hablaba en voz alta, su mente elaboró una sutil alocución
que de algún modo dio a sus absurdas palabras credibilidad, pintándolas con una
plausibilidad mesmérica que desarmó incluso a los más escépticos de la audiencia
exótica.
—¡Ahora sé que mi puja os ha sorprendido, amigos! Porque mi atrevimiento no
sólo es imprudente, sino que difícilmente podéis comprender cómo sé lo suficiente
del horrible Delbaeth para sugerir su extirpación. Os parece increíble, ¿no?, que un
pequeño torque de plata recién llegado pueda proponer hacer algo en lo que tantos de
vuestros propios campeones han fracasado.
»¡Bien, dejadme deciros cómo son las cosas! ¡Yo soy un tipo distinto de Humano!
Nunca me habéis visto tal como soy. Bien, este hombre grande que está a mi lado es
mi amigo. Y me temo que la Buena Reina tiene razón al decir que no es del tipo que
pueda llevar mucho tiempo vuestro torque gris y vivir. El estilo de entrenamiento de
vuestra escuela de lucha anulará toda la redacción hecha por la pequeña Sue-Gwen y
Lady Elizabeth para restaurar su cordura. Y para salvar a Stein, tengo que
arrebatároslo. Pero no sin ofrecer a cambio un precio justo.
»Habéis estado sondeándome y hurgándome e intentando mirar en mi interior
mientras hablaba. ¡Y habéis fracasado! Incluso el Rey Thagdal ha fracasado. ¡Ni
siquiera Elizabeth puede ya sondearme! Así que será mejor que sepáis que el torque
que me pusieron en el Castillo del Portal creó una reacción mental en cadena que
sigue produciéndose todavía. Asusté a vuestro Lord Creyn, y estoy asustándoos a
vosotros ahora. ¡Pero no os irritéis por ello! No tengo intención de haceros ningún
daño. De hecho, me gusta casi todo lo que veo de este mundo, y cuanto más veo de
él, más parecen encajar las cosas para nosotros juntos. ¡De modo que esperad hasta
que haya terminado de decirlo todo antes de dejaros dominar por el miedo e intentar
aplastarme! ¡Primero ved la forma en que puedo ayudaros a ser más grandes aún que
antes!
»Ahora, lo de Delbaeth. Vi su Forma de Fuego muy adentro en la mente del
Thagdal. Sentí curiosidad, y la estudié mientras comíamos y bebíamos y nos
divertíamos. Y cuando empezó la puja, me dije a mí mismo: ¿Por qué no? Y así pujé
con mis servicios, siguiendo vuestra propia costumbre. Tengo la confianza de poder
exterminar esa amenaza Firvulag. Así que os lo hice saber a todos vosotros, mis
amigos mentales. ¡Y a ti, Rey Soberano de los Tanu! Me abriré por un momento tan
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sólo y os dejaré contemplar lo que está creciendo en mi cráneo. Luego decidid si
deseáis tratarme como un compañero mental, o como un esclavo…
Se expandió hacia todos ellos, y acudieron en tropel.
Elizabeth fluyó por encima y alrededor y a través de los exóticos, recibiendo una
irónica felicitación de Aiken por su habilidad. Los Tanu se tambalearon a través de la
incandescencia, apenas conscientes de las promesas de realización implícitas en los
florecientes brotes mentales. Pero Elizabeth supo.
El Medio te hubiera eliminado inmediatamente Aiken-muchacho.
Bah mira cómo echan a correr pobres como psicoelípticos ratones ciegos.
No… uno de ellos sabe. ¿Ves ahí?
¡Ja! ¡Sí! ¿Quién eres tú viejamentefemenina?
Soy Mayvar. He estado aguardando a los como vosotros desde la llegada de la
Nave. Soy vieja y fea y dirijo la Liga de los Telépatas. Venid libremente a mí para
vuestra iniciación y todo será como esperáis. A menos que tengáis miedo…
La cadena de silencio resonó. Los Grandes y todos los insignificantes y
mezquinos inspectores se alejaron huyendo de Aiken. Éste aguardó educadamente
mientras Elizabeth y Mayvar se retiraban, antes de cerrar de golpe una vez más la
barrera.
—¿Debemos permitírselo? —rugió el Rey Thagdal con voz retumbante.
—¡Slonshal! —respondió la concurrencia.
—¿Debemos enviarlo a la prueba, y que el más atrevido de nosotros testifique su
victoria o su destrucción?
—¡Slonshal!
La voz del Rey descendió al nivel de audibilidad.
—¿Y quién de entre nosotros se atreverá a tomarlo a su cargo y enseñarle nuestras
costumbres a este peligrosamente brillante joven?
Muy lejos por la parte izquierda de la Mesa de Honor se alzó una delgada figura.
Avanzó hacia el centro del salón apoyándose en un largo bastón dorado. Su túnica era
de un púrpura tan profundo que era casi negro, salpicada con estrellas de oro, y
llevaba una capucha que ocultaba su pelo pero dejaba que la sorprendente fealdad de
sus rasgos quedara completamente revelada a los dos Humanos que la aguardaban.
—Mayvar Hacedora de Reyes se hará cargo de él —dijo la bruja—. ¡Yo velaré
por él y, si es apto, tanto mejor! ¿Vendrás conmigo, brillante muchacho? ¿Y traerás a
tu amigo para aprender la forma de luchar en batalla, antes de que los dos juntos os
enfrentéis a Delbaeth?
—¡Stein! —exclamó Sukey.
La bruja se echó a reír. Su mente habló a Aiken en modo íntimo.
Aún en contra de nuestras costumbres haré que él la tenga consigo si tú cumples
tu bravata. Dionket y yo somos aliados. Ahora ¿vas a venir?
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El hombrecillo con el traje de oro extendió ambos brazos hacia la alta y vieja
mujer Tanu. Ella se inclinó hacia él, y se besaron. Luego salieron juntos de la
estancia, con Stein siguiéndoles como sumido en un sueño, unos pasos más atrás. El
maestro de ceremonias hizo una frenética seña, y los músicos iniciaron
inmediatamente la ejecución de un animado baile. Las urracas aparecieron de nuevo
saltando y cabrioleando para arrastrar a los desconcertados asistentes casi por la
fuerza.
En la Mesa de Honor, Thagdal observó al extraño trío desaparecer por la puerta
del lado opuesto del salón. No había movido ni un músculo desde que la mujer de
púrpura se había levantado de la mesa. Pero entonces los opacos ojos verdes
volvieron a la vida. Thagdal sonrió y alzó su jarra, y lo mismo hicieron los restantes
Exaltados Personajes que ocupaban los tronos que lo flanqueaban.
—¿Debemos concederle a Aiken Drum slonshal? —preguntó suavemente el Rey
—. ¿O debemos esperar un poco y ver si la Venerable Lady Mayvar ha elegido o no
correctamente?
Su jarra se volcó. El licor de frambuesas se derramó sobre la pulida mesa como
sangre fresca. Thagdal colocó en posición invertida su jarra en mitad del charco de
licor, se puso tambaleante en pie, y desapareció por una puerta oculta por cortinajes.
La Reina se apresuró tras él.
Sukey se acercó a Elizabeth, llorando mentalmente pero con los ojos secos.
—Dime, ¿qué es lo que ha ocurrido? Por más que lo intento, no lo comprendo.
¿Por qué se han ido Stein y Aiken con esa vieja mujer?
Un poco de paciencia mi pequeña Hermanamental te explicaré…
—¡La Hacedora de Reyes! —Bryan miró con ojos de búho a las dos mujeres
Humanas, luego alzó en su insegura mano su propia jarra dorada en forma de cráneo
con joyas como ojos—. ¡Mayvar la Hacedora de reyes, la llamó Creyn! Una maldita
leyenda. Un maldito mundo. ¡Slonshal! ¡Larga vida al Rey!
Apuró lo que quedaba en la jarra y se derrumbó de bruces sobre la mesa.
—Creo que la fiesta ha terminado —dijo Elizabeth.
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La Reina Nontusvel y tres de sus hijos caminaban por el jardín antes del
mediodía, mientras aún hacía fresco, y si la real dama se sentía aprensiva, sabía
disimular bien sus temores.
La Reina arrancó un capullo color coral de una madreselva y lo mantuvo en alto
como una invitación. Un colibrí se acercó casi inmediatamente, con sus azules y
verdes plumas reluciendo iridiscentes cuando se lanzó perforando los rayos del sol.
Bebió el néctar y soportó el que la Reina cosquilleara su cerebro pajaril. Cuando lo
hubo hecho flotó por unos instantes ante su rostro, zumbando, y luego partió como
una flecha hacia un limonero.
—Esas cosas son perversas, Madre —dijo Imidol—. Se lanzarán contra tus ojos
en cuanto capten una insinuación de amenaza. Nunca deberíamos haberles permitido
salir del aviario.
—Pero a mí me encantan —dijo la Reina, riendo mientras arrojaba la sorbida flor
—. Y ellos lo saben. Nunca intentarán hacerme daño. —Aquella mañana llevaba una
suave túnica azul. Su llameante pelo estaba recogido en una diadema trenzada.
—Eres demasiado confiada —dijo Culluket. Y aquella era la puerta que los otros
dos habían estado esperando.
Imidol, el más joven y agresivo, aprovechó la ocasión con toda la fuerza natural
del metacoercitivo.
—Incluso las criaturas que parecen inofensivas pueden ser peligrosas. ¡Considera
las mujeres Humanas! Cuando se sienten acorraladas, cuando se ven enfrentadas a
shocks psíquicos múltiples, pueden atacar en vez de desmoronarse en el modo
complaciente que nos hemos acostumbrado a esperar de ellas.
—Esta nueva operativa puede ser una seria amenaza —advirtió Riganone.
Culluket tomó el brazo de su madre cuando llegaron a un amplio tramo de
escalones rústicos que conducían a una zona de césped enmarcada por arbustos en
flor. Un pequeño pabellón de mármol se alzaba en el centro del prado.
—Sentémonos aquí un momento, Madre. Tenemos que hablar de esto. No
podemos posponerlo.
—Supongo que no —suspiró Nontusvel. Culluket sonreía tranquilizadoramente y
radiaba afecto y preocupación. De los tres, era el que más se le parecía físicamente,
con los mismos grandes ojos color zafiro y alta frente. Pero pese a su apostura y a sus
grandes habilidades redactoras, raras veces era llamado por los demás miembros de la
Casa para labores sanadoras, pese a que era su hermano. ¿Era cierto lo que decían los
otros de que Culluket era demasiado concienzudo en su escrutinio del dolor?
—Seguro que en la Casa tenemos recursos suficientes para controlar a esa
Elizabeth… con todo su poder sin torque —dijo Nontusvel—. Cuando vea más de
nuestras costumbres, seguramente se unirá a nosotros. Es algo razonable.
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¡Oh Madre incomprensiva! Qué desdicha.
¿Pantalla alzada Cull? ¡Oyentes!
Arribarrápido. Imi aparta a esos jardineros. Riga muéstraselo a ella.
—No deberíais susurrar detrás de mi mente —les recriminó la Reina—. ¡Ese
barullo mental! Os enseñé mejor que eso, queridos. Ahora, una disquisición
ordenada, por favor.
Riganone la telépata se alzó del banco de mármol y se puso a pasear arriba y
abajo, alta y malva, sin conectar con la mente de su madre en modo íntimo.
—A primera hora de esta mañana, tal como había planeado, observé el despertar
de la mujer Elizabeth. Sabía que sus pantallas iban a ser débiles estando medio
dormida, y esperaba ser capaz de penetrar profundamente en ella sin dejar rastros
durante los pocos momentos en que era vulnerable. Me dediqué yo a la tarea, en vez
de Culluket, debido a que mi combinación de facultades telepáticas y redactoras
encaja quizá mejor con las de Elizabeth, de modo que era menos probable que fuera
detectado por ella… Creo que tuve éxito. Observé sus reacciones a los
acontecimientos que tuvieron lugar en la cena de anoche, así como su respuesta
posterior a la retirada del globo de aire caliente y otro equipo de supervivencia de su
habitación. En cuanto a lo primero: contempla nuestra simple cultura con
condescendencia y desdén. Considera nuestros modales bárbaros, nuestros esquemas
mentales adolescentes, y nuestras costumbres sexuales incompatibles con la
monogamia ritual y la sublimación fomentada entre la élite metapsíquica de su
Medio. Nos desprecia. Nunca se integrará voluntariamente. Rechaza y abomina del
papel de consorte real. Había algo muy profundo en sus motivaciones que fui incapaz
de examinar, pero su resolución era clara e inmutable. Nunca se someterá al nuevo
esquema genético delineado por Gomnol. En cuanto a nuestra abstracción de sus
planes de huida… sigue esperando escapar de Muriah de alguna manera y convertirse
en una Inferior.
¡Aliviosatisfacción!
—¡Pero queridos! ¡No podríamos pedir un desenlace mejor! Mi mayor ansiedad
era que ella aspirara a convertirse en reina.
Y yo… terminar compartiendo el destino de Boanda y Anéar-Ia.
¡Nunca!, exclamaron al unísono las tres mentes.
La Reina se expandió para abrazarlos: Queridos niños flores de mi Casa.
Culluket dijo en voz alta:
—De todos modos, no debemos engañarnos. Incluso sin ambición, Elizabeth
amenaza nuestra dinastía. He estado comunicándome con Nodonn en Goriah, y está
de acuerdo conmigo. Tal como están las cosas en estos momentos, nuestro noble
hermano es el obvio heredero del Thagdal incluso pese a sus fallos… y nosotros
podremos ampliar nuestro poder bajo el cetro de Nodonn. Pero no podemos esperar
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tener éxito contra una línea de metapsíquicos operativos del tipo que Elizabeth y el
Thagdal pueden engendrar. Podéis estar seguros de que Gomnol es muy consciente de
eso.
El redactor proyectó dos diagramas genéticos.
—El primero muestra la descendencia si Elizabeth es homocigótica. Greg-Donnet
dice que la operatividad metapsíquica es una dominante autosomal con penetrancia
plena.
—¡Todos los hijos serán operantes! —exclamó con desánimo Nontusvel.
Culluket prosiguió:
—El segundo diagrama supone que Elizabeth posee un solo alelo para la
operatividad. La mitad de su descendencia sería entonces operativa. Une entre sí a los
operativos de la primera generación, y la próxima descendencia dará tres operativos
de cada cuatro. Prosigue las uniones consanguíneas, ¡y tendremos toda una hueste de
metapsíquicos sin torque listos para oponérsenos en la tercera generación!
La mente de Riganone inquirió: ¿Incesto?
Culluket dirigió a su hermana una débil sonrisa.
—El esquema es de Gomnol. No es alguien que sienta escrúpulos hacia nuestros
tabúes Tanu. Y el Thagdal se está haciendo viejo y cada vez más susceptible a las
sucias maniobras del Lord Coercedor Humano.
Las cuatro mentes hicieron una pausa para recordar la antigua infamia. ¡Un
advenedizo Humano como Presidente de la Liga de Coercedores! El pobre viejo Leyr
no había tenido ninguna posibilidad contra él.
—Al menos es un consuelo que el maldito sea estéril. —El joven Imidol desplegó
vívidamente su odio—. ¡De otro modo Gomnol hubiera querido a Elizabeth para él!
¡Profanador de nuestros sagrados azul y oro!
Nos apartamos del tema inmediato Hermano.
—Culluket tiene razón —dijo la Reina—. ¿Pero qué vamos a hacer con
Elizabeth?
Visiones: un globo rojo flotando hacia el este desde Aven, sobre el Lago Profundo
hacia la larga isla de Kersik… Un barco gobernado por Highjohn, o incluso por la
propia mujer, huyendo hacia el sur, a África… Una furtiva figura con un mono rojo
abriéndose camino hacia el oeste a pie a lo largo de la alta espina dorsal de la
península de Aven, guiada por ramas hacia las selvas de Iberia…
Consecuencias: El globo detectado rápidamente y perseguido por psicocinéticos
voladores leales al Rey antes que a la Casa. El barco fugitivo localizado con mayor
facilidad aún por los mismos adeptos PC, las velas de sus palos atrapadas por
galernas conjuradas mentalmente. La mujer huyendo a pie representaría un problema
más peliagudo… ¿pero hasta dónde podría llegar con todo el territorio alertado y
cuatrocientos kilómetros que recorrer antes de alcanzar la tierra firme de España?
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Tendría que rodear la gran ciudad de Afaliah en la base de la península, escapar de su
Caza y de las fuerzas de seguridad de sus plantaciones. De todos modos, si conseguía
alcanzar las zonas selváticas catalanas…
—Estaría fuera de alcance del Thagdal y de nosotros —dijo Culluket—, pero
expuesta a ser capturada por los Firvulag o incluso por el herético Minanonn. Y esto
último, calculo, sería una calamidad aún peor que la que enfrentamos ahora.
El corazón de la Reina se encogió ante la siguiente pregunta.
—Entonces, ¿cuál es la solución?
—Debe ser eliminada —dijo Imidol—. Es el único camino. Y no sólo su mente,
sino también su cuerpo tiene que ser destruido, a fin de que no haya ninguna
posibilidad de que Gomnol utilice sus óvulos en sus obscenas maquinaciones.
Pequeños pinzones color oliva y negro gorjeaban en los limoneros. La brisa del
Monte de los Héroes encima de Muriah estaba muriendo, y empezaba a hacer calor.
La Reina extendió un dedo lleno de anillos hacia una pequeña araña que estaba
descendiendo al extremo de su hilo del maderamen del pabellón. Su hilo flotó en un
insensible viento, haciendo que el insecto aterrizara en la uña de Nontusvel. La
observó posarse allí, peinando el aire con sus patas delanteras, su centelleante mente
predadora tanteando.
—Puede que no sea fácil —dijo—. Sabemos poco de la capacidad ofensiva de
alguien así. Si la enviamos lejos, puede que no desee volver. Puede que se sienta tan
agradecida hacia nosotros que no desee hacernos ningún daño.
La araña inició un tanteante descenso desde el dedo de la Reina. La envió a la
seguridad de la rama de un rosal trepador. Cómete el pulgón, pequeña
cazadoraasesina, para que las rosas puedan seguir creciendo.
—Elizabeth es fuerte solamente en telepatía y redacción —dijo Culluket—. Sus
otras metafunciones son despreciables. No puede evocar ilusiones concretas ni
conjurar psicoenergías. Posee un pequeño factor de PC, pero es inutilizable para
defensa o agresión. No posee poder coercitivo per se… pero su redacción está
desarrollada a un grado formidable.
Imidol envió un irónico empujón a su hermano.
—Y tú, Interrogador, deberías saber, si es que lo sabe alguien, el potencial de
perversidad en la corrupción del poder de curación mental.
¡Imi no tenemos tiempo para chiquilladas! En voz alta, Riganone dijo:
—El Medio Galáctico puso limitaciones en los metas de la categoría de maestros
tras su rebelión. No se trata solamente de una restricción ética sino también de un
bloqueo impuesto del superego, que pude ver muy claramente durante mi sondeo.
Elizabeth no puede causar ningún daño a un ser sentiente excepto en la más grave
defensa de sus semejantes Humanos.
Una pausa mental.
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—Un punto a tener en cuenta —musitó Culluket—. Si tuviéramos tiempo
suficiente… una compulsión autodestructiva podría ser efectiva. ¿No estás de
acuerdo, Hermana Telépata?
—Su tono emocional era profundamente gris —admitió Riganone—. Se siente
sola. Privada.
Y lo está, llegó el suave pensamiento maternal de la Reina.
Secamente, Imidol dijo:
—Cull y yo diseñaremos una compulsión adecuada. Planearemos un empuje
coordinado accionado por los ciento nueve miembros de la Casa que se hallan
presentes aquí en Muriah. Si esto no es lo bastante fuerte, entonces lo probaremos de
nuevo durante el Gran Combate, cuando los demás lleguen aquí.
—No podemos contar solamente con la compulsión —dijo Culluket—. Intentaré
elaborar algunas otras opciones. Y cuando llegue Nodonn, él puede pensar en algunos
medios mejores de enfrentarnos a ella.
—¡El Thagdal no debe saberlo nunca! —les advirtió la Reina.
Ni Gomnol, añadió la mente de Culluket.
—Tenemos tiempo para maniobrar —dijo Riganone—. Recordad que Elizabeth
tiene que ir primero a Brede para la iniciación, y que eso tomará algún tiempo. Ni
siquiera el Rey se atreverá a interferir con una iniciación… o con Brede.
La enigmática imagen de la Esposa de la Nave flotó en todas sus mentes. La
guardiana y guía de su Exilio, más vieja que el más viejo de todos ellos; algunos
decían que era la más poderosa, y unos cuantos no dudaban de que era también la
más sabia. Pero Brede raras veces intervenía directamente en los asuntos del Reino
Soberano en la Tierra. Había sido un auténtico shock para todos cuando el Rey había
anunciado que Elizabeth sería la iniciada de la Esposa de la Nave.
—¡Brede! —Imidol exudó el desprecio de la joven generación hacia los
venerables misterios—. No está aliada con ninguna facción. De todos modos…
Elizabeth es un peligro tan patente para todos nosotros que quizá, si apelamos a la
esposa de la Nave…
Riganone se echó a reír sin alegría.
—¿Crees realmente que Brede no lo sabe? ¡Lo ve todo, oculta allá en su
habitación sin puertas! ¡Lo más seguro es que fuera ella quien le ordenara al Thagdal
que le enviara a la mujer Humana!
—Maldita sea Brede —dijo Culluket con maligno desdén—. Dejemos que la de
las Dos Caras tenga a Elizabeth durante el tiempo de la iniciación. ¿Qué puede hacer?
Cogeremos a la perra Humana de alguna forma cuando la Esposa de la Nave termine
con ella. Elizabeth nunca se convertirá en la dama-reina en tu lugar, Madre.
Nunca, nunca, juraron los otros dos.
—Pobre mujer. —La Reina se levantó y salió del pabellón. Ya era hora de ir en
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busca de las frescas estancias interiores del palacio—. Siento tanta lástima por ella. Si
tan sólo hubiera alguna otra forma.
—No la hay —dijo Imidol. Impávido en sus ropas azul y oro de coercedor,
ofreció a Nontusvel su brazo. Los cuatro echaron a andar por el sendero del jardín.
Allá en la rosaleda, la pequeña araña estaba atareada chupando los jugos vitales
de un pulgón. Cuando el pinzón se abatió planeando sobre ella, ya era demasiado
tarde para eludirlo.
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—No plata… por supuesto que no plata, Bryan. ¡Oro!
La aguda voz de Ogmol, incongruente en un físico tan impresionante, era lo
suficientemente fuerte como para imponerse a los ruidos normales del mercado y
para que vendedores y compradores volvieran la vista hacia él. De todos modos, no
había muchos Tanu paseando por entre los tenderetes, y ninguno masculino, por lo
que Bryan podía ver. De tanto en tanto alguna alta y esbelta dama exótica, seguida
por un cortejo de grises y ramas para llevar los paquetes y sujetar su sombrilla, se
inclinaba sobre las mercaderías de algún joyero itinerante Humano, un soplador de
vidrio o algún otro artesano. Había unos cuantos torques de plata entre los curiosos;
pero la mayor parte de los que se movían de un lado para otro en la plaza al aire libre
parecían ser cabezas de familia Humanos sin torque o grises de las grandes casas con
librea, que habían salido a comprar productos frescos para la cocina, flores, pájaros o
animales vivos, u otros artículos generalmente no disponibles en los muchos
pequeños puestos que se alineaban en el perímetro de la Plaza del Comercio.
—Ya he discutido esto con Creyn —dijo Bryan pacientemente—. Nada de torque
para mí. —Se detuvo para examinar una mesa atestada con una mezcolanza de
artefactos del siglo XXII de lo más variado; cantimploras, frascos de cosméticos medio
vacíos, libros maltratados, ropas ajadas, instrumentos musicales rotos, cronómetros
difuntos y vocoescritoras, unos cuantos artículos comunes de decamolec y
herramientas de vitredur.
—Podría ayudarte en tu trabajo —insistió Ogmol. Se dio cuenta demasiado tarde
de los variopintos artículos que Bryan estaba examinando—. Estas cosas… los
desechos habituales. Los artículos más raros y valiosos de tu época solamente pueden
hallarse en los vendedores con licencia. Pero hay un mercado negro, por supuesto.
—Hummm —dijo Bryan, siguiendo adelante.
Ogmol volvió al tema de antes.
—No hay circuitos coercitivos o dispositivos de ningún tipo en un torque de oro.
En tu caso, puesto que no tienes latencias significativas, el torque simplemente
aumentará tu habilidad telepática, el poder metapsíquico que todos los Humanos
poseen, y te permitirá hablar mentalmente con nosotros. ¡Piensa en el tiempo que
ahorraremos con ello! ¡Considera las ventajas semánticas! No te perderás ni un solo
detalle de tu inmersión cultural. El alcance de tu análisis será más amplio, menos
propenso al error subjetivo…
Un vendedor con un sombrero de paja sonrió y agitó una brocheta de pequeños
pájaros recién asados.
—¿Barbacoa de alondras, Exaltados Lords? ¡Con mi propia salsa de chile estilo
Texas!
—Palomitas de maíz —graznó una arrugada vieja en el tenderete de la siguiente
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puerta—. Nueva cosecha tetraploide. Cada mazorca es una comida completa.
—Hoy ya sólo me quedan unas cuantas trufas del Périgord, Lord.
—¡Esencia de rosas! ¡Agua de azahar para enfriar vuestras sienes! ¡Sólo para ti,
Lord… un raro frasco de 4711!
Ogmol hizo una mueca.
—Es un fraude. Habría que hacer algo respecto a esos tipos… Pero como iba
diciendo, con un torque…
—Las únicas condiciones de trabajo que aceptaré son aquellas que me permitan
una completa libertad. —Bryan mantenía su buen humor. Ogmol hizo un gesto de
resignación y abrió camino hacia un edificio en el lado en sombra de la plaza. Un
cartel indicaba: PANADERÍA-KLEINFUSS-CAFÉ.
Los compradores se apartaron respetuosamente ante ellos. Había algunas mesas
en una terraza llena de flores frente a la panadería. Un rama con un tabardo a cuadros
rojos y blancos acudió trotando, saludó con una inclinación de cabeza, y los llevó
hasta una mesa, donde Ogmol se dejó caer en una silla de mimbre.
—¡Este caminar en el calor del día! Espero que podamos dedicarnos por un
tiempo a investigaciones menos extenuantes, Bryan. Aún estoy derrengado de la
fiesta de la otra noche. No sé cómo consigues permanecer tan activo.
El rama trajo rápidamente dos tazas de café y una gran bandeja de pastas. Bryan
eligió una.
—Bueno, se trata de una píldora. Nuestra raza tuvo que aguardar mucho tiempo,
pero finalmente desarrollamos una cura instantánea para los excesos justo hará un
año o así. Unas píldoras muy pequeñas. Metí una buena cantidad de ellas en mi
mochila. Lamento no haber pensado en ofrecerte una esta mañana.
—¡Ajá! —gruñó Ogmol—. Ahí está el detalle, quiero decir. Si llevaras un torque,
habrías sabido inmediatamente de mis sufrimientos sin que yo tuviera que decírtelo
con tantas palabras. —Vació su café con un largo sorbo, y el rama volvió a llenar la
taza—. Y tus deseos serían conocidos también inmediatamente por los ramas. ¿Ves?
Ese tipo de ahí al lado nunca sabrá por sí mismo si quieres o no otra taza cuando
hayas vaciado ésta… en cambio conmigo nunca habrá ningún problema. No puedes
establecer mucha comunicación verbal con los ramas, ya sabes. Sólo «ven», «vete»,
ese tipo de cosas. Las personas sin torque tienen que utilizar el lenguaje de los signos
con los pequeños antropoides… y eso puede resultar un problema excepto para las
órdenes más simples.
Bryan se limitó a asentir, mientras comía su pasta. Era deliciosa, como las
mejores de Viena. No era extraño que el interior de la panadería Kleinfuss estuviera
atestada de clientes.
—Tal como yo lo entiendo, el torque de oro no puede ser retirado una vez ha sido
instalado en su lugar. Y he sabido también que algunas personalidades sufren serias
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alteraciones al llevarlo. Puedes entender por qué no deseo arriesgar mi cordura,
Ogmol. No hay ninguna razón por la cual mi status de sin torque deba limitar mis
investigaciones. Era un trabajador competente en el Medio sin metafacultades, y lo
mismo puedo decir de mis colegas. Todo lo que se necesita para un análisis válido es
una fuente de material en la que se pueda confiar.
Los ojos del Tanu cambiaron.
—Bien, sí. Haremos todo lo posible por conseguir eso para ti. Mi Asombroso
Padre ha dado órdenes explícitas.
Bryan intentó emplear el tacto.
—Algunas de mis investigaciones puede que escuezan un poco. No puedo
evitarlo en un estudio como éste. Incluso mis observaciones superficiales han
empezado a revelar un esquema de profunda tensión como resultado del impacto de
las culturas Tanu y Humana.
—Esto es lo que mi Padre quiere evaluar, Bryan. Pero las investigaciones pueden
realizarse de una forma mucho más… elegante a nivel mental. Las palabras son tan
densas. —Vació otra taza de café, entrecerró los ojos, y apretó las yemas de los dedos
de sus dos manos contra su torque de oro. Muchos de los varones exóticos poseían
rostros de extraordinaria belleza; pero el de Ogmol era alentadoramente poco
atractivo. Su nariz tenía como un nudo en el puente, y sus labios, sobre una corta
barba que parecía felpa color tostado, eran demasiado gruesos y rojos. Recordaba al
Rey solamente en sus profundos ojos color jade… ahora lamentablemente inyectados
en sangre. Para estar fresco se había puesto un atuendo corto sin mangas de color
azulado y plata, simbólico de la Liga de Creadores. Sus brazos y piernas estaban
cubiertos por un denso y recio vello tostado.
—No sirve de nada intentar alejar psíquicamente las miserias de uno. —Ogmol se
golpeó la frente con los nudillos—. El aguardiente de ciruela siempre se toma su
venganza. ¿Me permitirás conservar una o dos de tus píldoras para uso futuro?
—Por supuesto. E intentaré ser tan juicioso como me sea posible en mis
investigaciones. Puede que así tome un poco más de tiempo, pero lo conseguiremos.
—Considérate libre de ser tan directo como quieras conmigo. —Ogmol dejó
escapar una renuente risita—. Mis sensibilidades no cuentan.
—¿Por qué dices eso?
—Mi deber es ayudarte. Y mi honor. Y como un hermanastro que soy, mi piel no
es tan fina como la de… esto… la fracción pura.
—¿Tu madre era una Humana?
Ogmol alejó al rama con un gesto de la mano y se reclinó en su silla.
—Era una plata. Una escultora del mundo de Wessex. Me pasó su creatividad
latente, pero era demasiado inestable emocionalmente como para permanecer mucho
tiempo en la Tierra Multicolor. Yo fui su único descendiente.
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—¿Quieres decir que existe un prejuicio significativo contra aquellos que poseen
una mezcla de herencia?
—Existe. —Ogmol frunció el ceño, luego agitó la cabeza—. Pero… ¡malditas
palabras!… el desdén con el que somos considerados por los Viejos está fuertemente
teñido por otras emociones. Nuestros cuerpos no están tan exquisitamente formados
como los suyos, pero físicamente somos más fuertes. La mayor parte de los
purasangre no pueden nadar, pero nosotros no tenemos ninguna dificultad en el agua.
Los híbridos son más fértiles, pese al hecho de que los Tanu completos poseen una
libido más imperiosa. Y somos menos propensos a engendrar una descendencia
Firvulag o torques negros. —Repitió la insegura risita—. ¿Te das cuenta, Bryan?
Nosotros los híbridos somos en realidad una mejora del modelo original. Eso es lo
insoportable.
—Hummm —temporizó el antropólogo.
—Como puedes ver, mi cuerpo es superficialmente muy similar al de un
purasangre: pelo fino, piel clara, ojos típicos sensibles a la luz, torso alargado,
miembros débiles. Pero la abundancia de vello corporal es una herencia Humana, y
también lo son mi estructura ósea y mi musculatura más robustas. Tan sólo una
minoría de los varones purasangre tienen este tipo de físico… el Rey y los campeones
guerreros. Allá en la galaxia natal de los Tanu, un cuerpo fornido era casi un
anacronismo. Un recuerdo de los toscos orígenes de la raza.
—Pero la herencia que el grupo exiliado estaba decidido a revivir —observó
Bryan—. Interesante.
El rama acudió corriendo con una gran servilleta, que Ogmol utilizó para secarse
la frente. Realmente era una lástima, pensó Bryan, haber dejado el aldetox en el
palacio.
—¿Pero no comprendes, Bryan, lo difícil que es para los Viejos aceptar el hecho
de que los genes Humanos optimizan su supervivencia racial en la Tierra? El vigor
híbrido representa para ellos un descenso en la escala. Los Viejos son muy
orgullosos. Es ilógico… pero parecen temer nuestra mezcla de sangres.
—Ese modo de pensar no era infrecuente en mi propia época —admitió Bryan.
Tragó el último trozo de su pasta y terminó su café—. Dijiste que podríamos visitar el
establecimiento de Lord Gomnol. ¿Podemos ir ahora?
Ogmol sonrió y tocó su torque.
—¿Lo ves? ¡Otra ventaja! Dame un minuto.
El camarero rama aguardaba pasivamente al lado de la mesa, un niño-mono con
unos ojos inteligentes y tristes. Mientras Ogmol efectuaba su llamada telepática,
Bryan rebuscó en un bolsillo algunas de las monedas locales que le habían
proporcionado, y tendió un surtido al azar. Solemnemente, los dedos del homínido
extrajeron dos piezas de plata.
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—¿No hay propina? —preguntó Bryan, casi para sí mismo. Miró a su alrededor, a
las otras mesas. No había ninguna persona sin torque sentada en la terraza. Los que
llevaban el cuello desnudo debían acudir al self-service del interior, donde camareros
Humanos tomaban sus órdenes verbales.
—Buenas noticias —dijo Ogmol—. Gomnol está libre y se sentirá encantado
conduciéndote personalmente a visitar sus laboratorios… Veo que has pagado. Pero
déjame…
El rama emitió un pequeño hipido de placer y frunció los labios hacia Ogmol.
—Propina mental, Bryan.
—Debí haberlo supuesto.
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Guardaron silencio durante un trecho del camino. Bryan consideró otro posible
motivo para que el Rey hubiera encargado el estudio antropológico. Se sintió feliz de
que Ogmol fuera incapaz de leer sus pensamientos.
Llegaron a un hermoso grupo de edificios en el mismo borde del acantilado del
golfo Catalán. El mármol blanco de la Sede de los Coercedores estaba incrustado y
adornado de azul y amarillo. El patio delantero tenía un pavimento de mosaico con
dibujos abstractos. Los tejados estaban recubiertos con llamativas tejas azul celeste
con canalones y otros resaltes que resplandecían como oro. Pelotones de bien
armados guardias con torques grises en semiarmaduras de cristal azul y bronce
montaban guardia estoicamente en el arco de la entrada y en todas las puertas.
Cuando el carruaje pasó junto a ellos y Ogmol emitió algún silencioso saludo
telepático, los hombres golpearon los extremos de sus alabardas de vitredur en
respuesta. Un pequeño destacamento acudió a toda prisa mientras Bryan y Ogmol
bajaban del coche, asegurándose de que el vehículo y su conductor no se
entretuvieran más tiempo de lo preciso en el interior del recinto de la Liga.
—Los Coercedores parecen muy preocupados por su seguridad —observó Bryan.
—La fábrica de torques está aquí. En un cierto sentido, este lugar es la clave de
nuestro Reino Soberano.
Pasaron al interior de frescos corredores, donde había más guardias firmes como
estatuas vivientes… con el aburrimiento aliviado sin duda por sus torques grises. En
algún lugar una profunda campana sonó tres veces. Bryan y Ogmol ascendieron por
una escalera y llegaron a un par de altas puertas de bronce. Cuatro guardias apostados
alzaron una pesada barra ornamentada a fin de que los dos investigadores pudieran
entrar en la antesala de la oficina del Presidente. Allá, tras una consola equipada con
construcciones de resplandeciente cristal, estaba sentada una mujer exótica de
singular belleza. Bryan notó algo como una aguja de hielo hurgar detrás de sus ojos.
—¡Por el amor de Tana, Meva! —dijo Ogmol irritadamente—. ¿Traería yo a
alguien hostil aquí? ¡El doctor Grenfell fue examinado por el propio Lord Dionket!
¿Lo fui?, se preguntó Bryan.
—Yo sólo cumplo con mi deber, Hermano Creativo —dijo la mujer. Hizo un
gesto hacia la puerta del sanctasanctórum interior, que al parecer se abría por
psicocinesis, y prosiguió con el esotérico trabajo que su llegada había interrumpido.
—¡Adelante! ¡Adelante! —dijo una voz muy aguda.
Se hallaron ante Gomnol, el Lord Coercedor, que vivía en un mundo propio. La
habitación era fría pese al clima tropical de Muriah. Unas cuantas ascuas
resplandecían en la parrilla de una enorme chimenea, sobre la cual había un austero
tapiz que tenía que ser un Georgia O’Keefe. Un perro chihuahua miró
dispépticamente a los recién llegados desde su almohadón delante del fuego. Las
paredes de la habitación estaban paneladas con madera oscura, interrumpida por
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estanterías llenas de libros encuadernados en cuero, cristalinos audiovisuales Tanu, y
placas del siglo XXII. Una peana sostenía una copia (¿era realmente una copia?) de la
pequeña y siniestra Tentación de San Antonio de Rodin. Varias sillas y canapés de
empenachado cuero color vino ocupaban un lugar ante una enorme reproducción de
un escritorio rococó, sobre el cual descansaba una lámpara de aceite con pantalla
verde, un deslustrado portatintero de plata con una pluma de ave, un humidificador de
madera, y un cenicero de ónice rebosante de colillas de cigarros. Una credencia de
nogal del mismo adornado estilo que el escritorio, flanqueada por repisas de
helechos, contenía una docena de vasijas de cristal tallado, una bandeja de vasos
Waterford, un sifón, y una lata pequeña de bizcochos Cadbury. (¿Y qué viajero
temporal había entregado sus últimos tesoros ante la irresistible demanda del Lord
Coercedor?)
En medio de una nube de fragante humo se sentaba Eusebio Gómez-Nolan en
persona, llevando una chaqueta acolchada de brocado de oro con solapas y puños de
satén azul medianoche. Aunque quizá no fuera el «pequeño enano feo» despreciado
por el rey Thagdal, era solamente de mediana estatura según los estándares del Viejo
Mundo, con una nariz que no era simplemente aquilina sino tirando a bulbosa. Sus
ojos, sin embargo, eran de un hermoso azul luminoso con oscuras pestañas, y sonrió a
los visitantes mostrando unos pequeños y perfectos dientes.
—Sentaos, colegas —dijo con un tono casual, haciendo un gesto con su cigarro.
Bryan se preguntó cómo demonios aquel tipo bajito de aspecto vulgar había
conseguido instalarse como Presidente de la Liga de Coercedores.
Y Gomnol oyó.
En una ocasión, hacía años, Bryan había navegado en su pequeño yate en medio
de un huracán que había escapado de los controladores del clima y vagaba cerca de
las Islas Británicas. Tras soportar horas de zarandeo, se había relajado en un
respiro… tan sólo para ver alzarse ante su embarcación una montaña de verde mar
con una cresta que parecía hallarse al menos a treinta metros por encima suyo.
Deliberadamente, aquella enorme ola se había enroscado sobre su yate, aplastándolo
bajo ella con una monstruosa indiferencia que supo debía terminar con la
aniquilación. Y así fue ahora con la fuerza psíquica de Gomnol golpeando contra su
aturdida consciencia, aplastándola fácilmente hacia una definitiva oscuridad.
La gran ola de la tormenta había soltado finalmente su maltrecho pero aún
navegable yate. Con un despreocupado capirotazo similar, Gomnol soltó la mente de
Bryan.
—Así fue cómo —dijo el Presidente de la Liga de Coercedores—. Bien. ¿Cómo
puedo ayudar a vuestras investigaciones?
Bryan oyó a Gomnol explicar la tarea que el Rey Soberano había dispuesto para
ellos, y las técnicas que esperaban utilizar para reunir los datos para el análisis del
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impacto cultural. Lord Gomnol podía ayudar, si quería, no solamente explicando el
papel crucial de los torques, sino también compartiendo sus reminiscencias
personales, de un valor único debido a su privilegiado status Humano. Y si el
Exaltado Lord prefería conferenciar con el doctor Grenfell a solas…
Gomnol formó anillos de humo en torno a su amistosa sonrisa.
—Creo que sería mejor. Mis felicitaciones por la delicadeza de tus sentimientos,
Hermano Creativo. ¿Por qué no vuelves y te unes a nosotros para la cena… digamos
dentro de tres horas? Espléndido. Asegura a tu Asombroso Padre que me ocuparé
personalmente del respetable Doctor en Antropología.
Y al cabo de un momento Gomnol y Bryan estaban a solas en el aposento
pseudovictoriano, y el psicobiólogo estaba cortando el extremo de un nuevo cigarro y
diciendo:
—Bien, bien, amigo mío. ¿Qué demonios es lo que piensas hacer en el Exilio?
—¿Puedo… beber algo?
Gomnol se dirigió a las vasijas y alzó una conteniendo un líquido casi incoloro.
—Tenemos el Glendessarry, pero no agua de Évian, me temo. ¿O prefieres probar
alguno de nuestros licores caseros? Cinco modalidades de whisky, un vodka, un buen
número de coñacs… la bebida preferida de nuestros hermanos Tanu.
—Un escocés solo vale —consiguió decir Bryan. Cuando el whisky hubo
restablecido un poco sus nervios, prosiguió—: Espero que no me consideres como
una amenaza. Realmente… ni yo mismo estoy completamente seguro de los motivos
que hay tras la petición del Rey. Crucé el portal del tiempo por la más vulgar de las
razones. Estaba siguiendo a la mujer a la que quería. Esperaba convertirme en un
pescador o un comerciante en un primitivo mundo pliocénico. El interés en mi
profesión por mis captores Tanu fue una completa sorpresa para mí. Estoy
cooperando debido a que me han dicho que ésta es la única forma en que podré
volver a ver a Mercy.
Gómez-Nolan bajó una negra ceja en un semifruncimiento, pareciendo escrutar
algo que flotaba en el aire justo frente a Bryan.
—¿Ésa es tu Mercy? —inquirió crípticamente—. Buen Dios. —Sin molestarse en
explicarse, encendió su cigarro—. Bien, sigamos. Te enseñaré la fábrica y te contaré
la Historia del Renegado.
Un panel de la pared se corrió a un lado, revelando un largo y bien iluminado
pasillo. Bryan siguió la estela de humo de Gomnol. Llegaron a una gran puerta con
barrotes de bronce que se plegó a un lado por su propia acción cuando Gomnol llegó
despreocupadamente ante ella.
—Oh, sí, también poseo PC —dijo el psicobiólogo—. Y telepatía, y redacción.
No tan fuertes como la facultad coercitiva, por supuesto, pero sí lo suficiente como
para ser útiles.
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Entraron en una amplia habitación llena con lo que parecían ser bancos de joyero.
Hombres y mujeres Humanos y Tanu con guardapolvos azules, llevando gafas de
aumento, estaban fabricando torques de oro.
—Éste es el corazón del lugar, exactamente éste. Todo se hace a mano. Los
componentes, los chips cristalinos con sus circuitos, tienen que formarse, montarse y
fijarse, y luego ser enviados aquí para ser instalados dentro del caparazón de metal.
Los Tanu se trajeron únicamente una unidad formadora de cristales y un grabador de
chips de su galaxia natal, pero yo conseguí construir más para permitir un incremento
de producción de unas diez veces.
Apareció un rama, tirando de una carretilla con contenedores llenos de brillantes
componentes. Gomnol agitó su cigarro, haciendo que una rosada microplaqueta
partiera volando de una de las cajas y fuera a aterrizar entre sus dedos.
—Este pequeño dispositivo es mi psicorregulador, que desarrollé para los platas y
grises. Pone a quien lo lleva a disposición mental de cualquier oro.
Bryan no pudo evitar el pensar en Aiken Drum.
—Un caso fascinante —dijo Gomnol, radiante—. No estuve en la fiesta, pero me
lo contaron todo acerca de él. Lástima que la vieja Mayvar lo haya encerrado bajo
siete llaves en la Casa de los Telépatas. Tanto Culluket como yo ardemos en deseos
de interrogarle.
—¿Preocupa al establecimiento?
Gomnol se echó a reír.
—A los elementos más ingenuos. No me preocupa a mí. Suena como si el chico
siga el camino de convertirse en una nova mental. Un deslumbrante pseudooperativo.
El fenómeno no era desconocido en el Medio. Algunos latentes pueden ser
conducidos de golpe a la operatividad a través de algún profundo trauma. Lo hemos
visto ocurrir aquí una o dos veces antes, aunque ninguno de los casos fue tan
memorable como parece ser el de este Aiken Drum. El status operativo temporal del
cerebro pasa por encima de los controles del torque de plata. Pero la cosa no puede
mantenerse por sí misma mucho tiempo, y finalmente termina quemándose… y el
sujeto se convierte en algo parecido a un niño de pecho, simplemente eso.
—He oído hablar de los tristes casos que no pueden adaptarse al torque. Pero
tengo entendido que tú has estado llevando uno durante cuarenta años sin sufrir
ningún incendio mental.
El hombre con el batín se limitó a sonreír en torno a su cigarro.
Caminaron por entre los bancos, observando el cuidadoso trabajo. Un técnico
necesitaba casi una semana para completar uno de los anillos de oro para el cuello…
más aún para los delicados torques pequeños que llevaban los niños Tanu. Se
producían en cuatro tamaños; y cuando era colocado uno más grande, el más pequeño
podía ser retirado sin problemas y utilizado en otro niño.
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—¿No hay torques de plata para niños? —preguntó Bryan.
—Las mujeres Tanu no tienen descendencia Humana… ni siquiera cuando se
unen con hombres Humanos. Y a las mujeres humanas, sean oros o platas o grises o
cuellos desnudos… sólo se les permite concebir con hombres Tanu. Toda su
descendencia es exótica, pero con un porcentaje mucho más pequeño de fenotipos
Firvulag de los que producen las mujeres Tanu. Los híbridos Tanu varían
grandemente en facultades metapsíquicas, por supuesto. Hasta ahora, todos ellos son
latentes. Pero a su debido tiempo, la raza producirá operativos naturales, del mismo
modo que lo ha hecho la Humanidad. La llegada de los Humanos fue casi una
salvación genética para los Tanu, como puedes imaginar. Por sí mismos, sin ninguna
mezcla con los Humanos, no hubieran conseguido la operatividad ni en millones de
años. Las uniones Humanos-Tanu han acelerado drásticamente el proceso evolutivo.
Dada la calidad del stock latente que ha cruzado la puerta del tiempo, Prentice Brown
ha calculado que los Tanu llegarán a ser completamente operativos en tan sólo
cincuenta generaciones. Por supuesto, ahora…
—¿Elizabeth?
—Exactamente. Cuando supimos de su llegada, Prentice Brown y yo
recalculamos las posibilidades hereditarias de los distintos genes meta basadas en las
presuntas muestras genéticas de Elizabeth, y los resultados fueron asombrosos.
Puedes obtener los detalles del propio Prentice Brown en la Casa de Creación. Le
llaman Lord Greg-Donnet, ya sabes.
Bryan no pudo impedir el pensar: el Loco Greggy.
Gomnol se echó a reír de nuevo, apretando fuertemente el cigarro con sus dientes.
—Algunos más pronto, otros más tarde. Vamos por aquí. Los torques de plata son
básicamente similares a los de oro. Pero hemos conseguido automatizar un poco la
fabricación de los grises y los utilizados en los ramas.
—¿Cómo encajan los Firvulag en vuestro esquema genético? —preguntó Bryan.
—No lo hacen, todavía. Es una auténtica lástima desde el punto de vista
eugenésico, como ya habrás deducido. La Pequeña Gente son genuinamente
operativos, aunque sus poderes tienden a ser limitados. Desgraciadamente, ambas
razas poseen un terrible tabú acerca de unirse entre ellas con fines procreativos… y
ningún Firvulag tocaría a un Humano ni con una pértiga. Pero algunos de nosotros
estamos trabajando en el problema. Si pudiéramos convencer a los Tanu de que
conservaran a sus hijos Firvulag en vez de entregarlos a la Pequeña Gente, quizá
tuviéramos una posibilidad de cambiar el esquema de emparejamiento. Es algo que
está lleno de posibilidades.
Efectuaron una rápida visita por la zona donde eran fabricados los torques grises.
Había una atmósfera más de fábrica en aquel taller, donde algunas sencillas máquinas
estampadoras elaboraban las carcasas de los torques y algunos ramas efectuaban parte
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del montaje. Gomnol explicó que los torques grises eran una variante del dispositivo
utilizado originalmente con los ramas por los Tanu pioneros, que él mismo había
modificado hasta convertirlos en un psicorregulador adaptado para la Humanidad.
—Seguimos teniendo algunos problemas con los torques, como habrás oído. Pero
son mucho más efectivos que los implantes de docilización que eran utilizados con
los sociópatas en el Medio. Y el circuito de placer-dolor y la ampliación telepática
son una completa innovación. —Los ojos de Gomnol miraron de soslayo. Con un
tono neutro, añadió—: Yo diseñé el dispositivo original de docilización en Berkeley,
ya sabes.
Bryan frunció el ceño.
—Tenía entendido que fue Eisenmann…
Gomnol se volvió hacia otro lado. Con una voz tensa, dijo:
—Yo era uno de sus estudiantes. Un joven imbécil. Manteníamos una
conmovedora relación de hermandad, y él se sentía orgulloso de mí. Mi trabajo era
prometedor, decía, pero su potencial corría el peligro de permanecer irrealizado
porque me faltaba el prestigio necesario para atraer los fondos del Gobierno Humano.
Sin embargo, si trabajaba con él… no habría problemas. Yo me sentí agradecido y él
fue muy listo, y el trabajo fue un resonante éxito. Y ahora todo el Medio conoce a
Eisenmann el laureado. Pero muy pocos recuerdan a Eusebio Gómez-Nolan, su
pequeño y fiel ayudante.
—Entiendo.
El otro hombre giró en redondo.
—¿De veras entiendes? —llameó—. ¿De veras? Sólo cuarenta años, y he
moldeado toda una cultura… ¡he conducido a esos exóticos de un inútil barbarismo a
la civilización! Si la manipulación genética con Elizabeth tiene éxito, ¡pueden
convertirse en transtecnológicos, superiores a la Unidad o a nuestro aún no nacido
Medio Galáctico! ¿Qué pensarían Eisenmann y esos idiotas de Estocolmo si pudieran
ver todo esto?
Oh, Dios, pensó Bryan. Intentó mantener su mente tan en blanco como le fue
posible. ¿Qué le había dicho Elizabeth ahí atrás en el albergue? ¡Cuenta!
Unodostrescuatro unodostrescuatro unodostrescuatro…
Pero Gomnol no estaba intentando leer los pensamientos del antropólogo presa
del pánico. Estaba completamente ocupado con su visión interior.
—Hace muchos años, durante la época de la Rebelión, un pequeño número de
otros operativos cruzaron la puerta del tiempo. Yo no estaba aún preparado. Mi
posición aún no había sido consolidada, y la cultura Tanu estaba en un tal estado de
flujo que las cosas escaparon de mis manos antes de que pudiera actuar. ¡Pero ahora
estoy preparado! Hay gente trabajando conmigo que comparte mis puntos de vista.
Con una nueva generación de operativos entre nosotros, prosperaremos.
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Unodostrescuatro unodostrescuatro.
—Es una notable ambición, Lord Gomnol. Contando con la cooperación de
Elizabeth, no veo cómo puede fallar. —Unodostrescuatro.
El psicobiólogo pareció relajarse. Lanzó un anillo de humo, luego dio a Bryan
una animosa palmada en el hombro.
—Mantén una mirada objetiva, Grenfell. Eso es todo lo que pido.
Entraron en otra zona, donde eran montados los módulos de cristal para las
máquinas de pruebas mentales.
—¿Te importa dejar que tu alma sea microanalizada? —Ahora Gomnol se
mostraba jovial—. Podemos hacer un trabajo mucho mejor aquí que en el Castillo del
Portal. Estamos construyendo un prototipo de un modelo mejorado. Puedo
proporcionarte tu perfil psicosocial completo, así como un análisis de latencia. Toma
solamente unas pocas horas.
Unodostrescuatro.
—Me temo que no te sería demasiado útil. Lady Epone no se sintió impresionada
cuando me probó allá en el castillo.
Una expresión de cautela nubló la sonrisa del Lord Coercedor.
—Sí. Fue Epone quien sondeó tu grupo, ¿no? —Guardó silencio, y tras un
mecánico recorrido por las dependencias de investigación y pruebas, donde Gomnol
se mostró evasivo acerca de la naturaleza exacta del trabajo que se estaba realizando,
descendieron una larga rampa que conducía de la fábrica a un atrio a cielo abierto
refrescado por los chorros de una espectacular fuente. Se sentaron ante una mesa a la
sombra y unos sirvientes ramas vestidos con librea azul y oro trajeron una bebida
parecida a sangría helada.
—Uno de los miembros de tu grupo era una mujer joven llamada Felice —dijo
Gomnol—. Se ha visto implicada en un serio accidente. ¿Puedes decirme algo acerca
de ella?
Unodostrescuatro.
Bryan recapituló todo lo que podía recordar de la carrera de la muchacha como
jugadora de anillo-jockey, su ataque al consejero del albergue, su gran fuerza física y
su obvia desviación de la norma psicosocial.
—Nunca vi su perfil. Pero su habilidad para controlar animales sugiere
ciertamente una latencia. Me siento más bien sorprendido de que no se hiciera
merecedora de un torque de plata. ¿Resultó gravemente herida en el accidente?
—No resultó herida en absoluto. —El tono de Gomnol era estudiadamente neutro
—. Los componentes de su caravana se rebelaron en el camino a Finiah. Lady Epone,
una poderosa coercedora, resultó muerta, junto con toda la escolta de soldados con
torques grises. Los prisioneros escaparon, aunque la mayor parte de ellos fueron
recapturados más tarde. Admitieron en los interrogatorios que tu amiga Felice había
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sido la cabecilla de todo el asunto.
¡Unodostrescuatro!
—Eso es increíble. ¿Y ella… conseguisteis volver a capturar a Felice?
—No. Ella y otros tres miembros de tu Grupo se hallan aún en libertad. La mayor
parte de los Grandes Tanu se inclinan a pensar que el asunto fue una casualidad. Se
han producido ocasionalmente algunas otras revueltas menores, a veces instigadas
por los Firvulag. Pero nunca antes de esto habían conseguido unos Humanos con el
cuello desnudo matar a un Tanu. Si Felice lo consiguió, tenemos que averiguar cómo.
Unodostrescuatro unodostrescuatro.
—No creo que pueda decirte mucho más sobre ella que pueda serte útil. Me dio la
impresión de ser una muchacha peculiar y peligrosa. Tan sólo tiene dieciocho años,
ya sabes.
Gomnol suspiró.
—Los niños son siempre los más peligrosos… Termina tu bebida, Bryan. Creo
que nos queda tiempo para visitar las clases de los aprendices a coercedores antes de
que termine la tarde. Te gustará conocer a mis jóvenes. Tengo grandes esperanzas con
ellos. Realmente grandes esperanzas.
Dando una profunda chupada a su cigarro, Eusebio Gómez-Nolan llevó a Bryan a
ver nuevas maravillas.
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Los temores de Sukey habían disminuido, pero aún quedaba la sensación
subyacente del terror de verse separada de Stein. Pero ya no la preocupaba que él
pudiera estar en peligro; Aiken Drum, aquel inexplicable payaso, cuidaría de él.
¿Pero qué es lo que iba a ser de ella?
Creyn había venido a buscarla… el amistoso y familiar Creyn, la única persona
además de Elizabeth a la que seguiría voluntariamente (¿Y cómo lo habían sabido
ellos?). Ahora se dirigía con el sanador exótico en una calesa tirada por hellads hacia
el Colegio de Redactores, situado muy arriba en la ciudad, en una carretera que
conducía al boscoso Monte de los Héroes. Una serie de olivos con frutos del tamaño
de ciruelas se alineaban a ambos lados de la carretera y tras las vallas de hermosas
villas blancas. Vio huertos de limones y almendros; y, más arriba, hileras de viñedos
cuidadas por ramas. Hacia el oeste la tierra de Aven se extendía en una abigarrada
sucesión de verdes y dorados hasta la Sierra del Dragón, apenas visible en el
horizonte. La mayor parte de la región parecía sometida a cultivos intensivos, un
sorprendente contraste con las llanuras de sal y pálidos lagos azulados de la cuenca
mediterránea que los rodeaba.
A medida que el carruaje ascendía, Sukey podía ver la peculiar topografía del
antiguo lecho marino al sur de las Baleares. Un acantilado de unos cien metros de
altura se erguía vertical por aquel lado de la península. Abajo se extendía una
ondulante ladera de dunas blancas como la nieve, rotas aquí y allá por oteros y
erosionadas columnas de lo que parecía ser sal color pastel. Un pequeño río
procedente de la península, ligeramente al oeste de Muriah, había excavado un cañón
a través de destellantes sedimentos. El curso de agua serpenteaba por el yermo lecho
de su garganta, cuyas paredes mostraban pálidas estrías de color, y finalmente
alcanzaba el brazo meridional del lago. Al este del canal del río y extendiéndose más
abajo del extremo de Aven había llanuras que reflejaban la luz del sol con destellos
como de espejo.
—La Llanura de Plata Blanca —le dijo Creyn—. Ahí celebramos el Gran
Combate, erigiendo ciudades de tiendas a cada lado del Pozo del Mar.
Aproximadamente diez mil luchadores Tanu y Humanos acuden al Combate desde
todas partes de la Tierra Multicolor, junto con cinco veces ese número de no
combatientes. Y los Firvulag acuden también, envueltos todos en sus brillantes y
temibles ilusiones, con sus negras armaduras ocultas debajo, portando monstruosos
estandartes de los que cuelgan cueros cabelludos y ristras de cráneos dorados.
El ojo de su mente captó la imagen conjurada por el Tanu… primero los
preliminares, donde los Firvulag se dedicaban a sus rústicos juegos mientras los Tanu
contendían en espléndidos torneos y carreras con chalikos y carruajes, y luego la
manifestación de poderes cuando eran elegidos los líderes de la batalla, y finalmente
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la Alta Mêlée en sí, con Tanu y Humanos y Firvulag lanzándose los unos contra los
otros, resplandeciente héroe contra horrible demonio en batallas que enfrentaban
brazo contra brazo, mente contra mente, durante tres días… con el arrebatar de
banderas y estandartes y el apoderarse de cabezas, el torbellinear de cristal y bronce y
cuero y carne sudorosa, los gritos de victoria y los resplandores como antorchas en la
oscuridad, mientras los perdedores yacían en silencio, derramando su sangre sobre la
sal…
—¡No! —exclamó Sukey—. ¡No Stein!
—Pero a él le gusta…
La paz fluyó en su interior.
Tranquilízate, pequeña HermanaMental. Todavía falta tiempo y pueden ocurrir
muchas cosas y no todos los Tanu derraman su sangre oh no en absoluto.
—No lo comprendo —dijo ella, buscando el cerrado rostro de Creyn—. ¿Qué
estás intentando decirme?
—Tienes que ser fuerte. Aguarda hasta que llegue el momento y mira las cosas
con una perspectiva amplia. Mantén altas tus esperanzas incluso cuando… te ocurran
cosas inquietantes. Stein y Aiken Drum tienen un camino duro ante ellos, pero el tuyo
puede ser más duro.
Ella intentó sondearlo, descubrir qué había tras aquella suave e impenetrable
mirada, pero no lo consiguió. Regresó al más simple confort que él le ofrecía, sin
preocuparse ya más de lo que pudiera ocurrirle mientras hubiera una esperanza de
que todo se resolviera bien al final.
—Hay una esperanza, Sukey. Recuérdalo. Y sé valiente.
Paredes y torres plata y escarlata se alzaron sobre su carruaje. Pasaron bajo una
arcada de filigrana de mármol y se detuvieron ante una estructura blanca con
columnas de mármol rojo. Una mujer Tanu vestida de vaporoso blanco salió y tomó a
Sukey de la mano.
Creyn hizo las presentaciones.
—Lady Zealatrix Olar, que será tu maestra aquí en la Casa de Sanadores.
Bienvenida QueridaHermana. ¿Cuál es tu nombre?
—Sue-Gwen.
—Un nombre agradable —dijo la mujer en voz alta—. Te daremos el honorífico
de Minivel, y te alegrará saber que la Lady que lo llevó por última vez vivió dos mil
años. Ven conmigo, Gwen-Minivel.
Sukey se volvió hacia Creyn, los labios temblando.
—Te dejo en las mejores manos —dijo el Tanu—. Valor.
Y luego Creyn se hubo ido, y Sukey siguió a Olar a la sede de la Cofradía de
Redactores. Era un lugar tranquilo y fresco, decorado principalmente con unos castos
blanco y plata, con tan sólo acentos ocasionales del rojo heráldico. Podía verse poca
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gente; no había guardias.
—¿Puedo… puedo hacerte una pregunta, Lady? —murmuró Sukey.
—Por supuesto. Las pruebas y la disciplina vendrán más tarde. Pero ahora, al
principio, te mostraré el trabajo que hacemos aquí y responderé a todas tus preguntas
tanto como me sea posible. —Y corregiré y guiaré e iluminaré.
—Las personas como yo… con torques de plata o de oro. ¿Cuánto tiempo
podemos vivir en este mundo? ¿Es como das a entender…?
Una sonrisa. Ven a ver. ¡Anticipa!
Descendieron a unas catacumbas excavadas en la roca de la montaña, iluminadas
con lámparas rubíes y blancas. Olar abrió una gruesa puerta y penetraron en una
estancia circular, casi completamente a oscuras, donde un solitario redactor Tanu
permanecía sentado en un taburete central con los ojos cerrados, meditando.
Lentamente, la visión de Sukey se fue adaptando a la profunda penumbra. Lo que
había confundido con estatuas blancas alineadas a lo largo de la pared demostró ser
gente, con sus desnudos cuerpos completamente envueltos en una materia
transparente parecida a una membrana plástica que se pegaba a ellos.
¿Puedo examinar?
Libremente.
Avanzó por la habitación, mirando a las figuras de pie. Había un hombre Humano
con un torque de oro, reducido a un virtual esqueleto por la caquexia. A su lado había
una mujer Tanu, aparentemente sumida en un sereno sueño, con un colgante pecho
deformado por un tumor. Un niño Tanu inmóvil, los ojos completamente abiertos,
tenía un brazo seccionado un poco más abajo del codo. Un hombre robusto de dorada
barba, sonriendo mientras soñaba dentro de su capullo amniótico, mostraba los
costurones de un centenar de heridas. Otro hombre de tipo guerrero tenía ambas
manos profundamente quemadas. Cerca de él había una mujer Humana ya de edad
madura, de cuerpo fláccido pero sin ninguna señal visible.
—Los casos más graves son tratados a nivel individual —dijo Olar—. Pero éstos
pueden ser tratados por nuestro Hermano Sanador en masa. La membrana es una
sustancia psicoactiva que nosotros llamamos Piel. A través de una combinación de
psicocinesis y redacción, el sanador puede manejar las energías curativas de la propia
mente y cuerpo del paciente. Heridas, enfermedades, cánceres, las debilidades de la
edad… todo responde al tratamiento, si la mente del paciente es lo bastante fuerte
como para cooperar con el sanador.
¿Limitaciones?
—No podemos restablecer heridas cerebrales. Y va contra nuestra ética restaurar
a aquellos que han sido decapitados en combate o en ceremonias rituales. Si una
persona no nos es traída para tratamiento antes de la muerte completa del cerebro, no
podemos hacer nada. Como tampoco podemos restablecer a los viejos cuyas mentes
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se ha permitido que se deterioren más allá de un punto crítico. Teniendo en cuenta
estas limitaciones, no nos hallamos tan adelantados como la ciencia de vuestro Medio
Galáctico, que puede regenerar toda una corteza cerebral con sólo que quede un
gramo de tejido, o rejuvenecer incluso a los más decrépitos si su voluntad sigue
siendo fuerte.
—De todos modos… es maravilloso —jadeó Sukey—. ¿Puedo tener esperanzas
de conseguir hacer este tipo de trabajo algún día?
Olar tomó su mano y la sacó de la estancia.
—Quizá, muchacha. Pero hay otras tareas. Ven y mira.
Observaron a través de unas ventanas unidireccionales a estancias donde los
mentalmente alterados estaban siendo sometidos a redacción profunda. Un gran
porcentaje de los pacientes eran gente joven, y Olar explicó que en su mayor parte
eran híbridos Tanu-Humanos que experimentaban dificultades en adaptarse al torque.
—También tratamos a los oros y platas Humanos. Sin embargo, algunos cerebros
Humanos son fundamentalmente incompatibles a los efectos a largo plazo de la
amplificación de los torques. Conducir a esos pacientes a una completa cordura puede
resultar imposible. Lord Gomnol nos ha proporcionado dispositivos que indican las
posibilidades. No podemos malgastar nuestro tiempo o el talento de nuestros
redactores en casos sin esperanzas.
—Supongo que tampoco malgastáis vuestro tiempo en los torques grises —dijo
Sukey en voz muy baja, la barrera al estilo Elizabeth firmemente erguida en su lugar.
—No, querida. Normalmente no. Por valiosos que sean los grises para nosotros,
son efímeros… vienen y van en un breve destello de vitalidad. La curación es un
proceso difícil y que consume mucho tiempo. No es para ellos… ¡Ahora ven y
contempla crecer a nuestros bebés!
Subieron a la parte superior del enorme edificio y llegaron a una serie de soleadas
habitaciones llenas de equipo de juegos de brillantes colores. Bien atendidas hembras
ramapitecas retozaban y jugaban bajo los benevolentes ojos de cuidadores Humanos
y Tanu. En habitaciones adyacentes, otras ramas estaban comiendo o durmiendo o
siendo sometidas a varios tipos de cuidados. Todas ellas estaban embarazadas.
—Puede que sepas —dijo Olar con aire intrascendente— que nosotras las mujeres
Tanu tenemos dificultades para reproducirnos en este mundo. Desde los primeros
tiempos de nuestro Exilio, utilizamos a los ramas como anfitriones del zigoto. Los
óvulos fertilizados in vitro son implantados en esos animales y atendidos. Los ramas
son demasiado pequeños para llevar a buen término el feto, por supuesto. Pero
cuando el desarrollo se ha producido hasta tan lejos como ha sido posible, los niños
son recuperados mediante una cesárea. La mortalidad es casi de un ochenta por ciento
pero creemos que los preciosos supervivientes merecen el esfuerzo. En los primeros
días, esas madres de alquiler parecían ser nuestra única esperanza de supervivencia
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racial Afortunadamente, desde vuestra llegada esta situación ya no se produce.
Abandonaron a las ramas y avanzaron de puntillas por una sección casi a oscuras
donde los niños prematuros dormían en cerradas cunas de cristal. Sukey se mostró
sorprendida al ver que tanto los bebés Tanu como los Firvulag recibían el mismo tipo
de atentos cuidados.
—Son nuestros hermanos sombríos —le dijo Olar—. Estamos obligados por los
más antiguos preceptos de nuestras costumbres a permitir que lleguen a buen término
y entonces entregarlos a su propia gente.
¿Y luego cazarlos y matarlos?
Algún día comprenderás pequeñaHermanaMental. Así son nuestras costumbres.
Si quieres sobrevivir tienes que seguirlas.
—Y ahora —dijo Olar en voz alta— visitaremos a Lady Tasha-Bybar.
Tras su pantalla mental, Sukey gritó.
—El proceso es muy breve, y normalmente unas pocas semanas más tarde el ciclo
menstrual se reanuda espontáneamente. Nos ocuparemos de este pequeño asunto
antes de empezar tu aprendizaje a fin de que el retraso en tu iniciación sea mínimo.
Manteniéndose firme con un esfuerzo, Sukey dijo:
—Yo… protesto. Ser usada de esta forma…
Pazcalmatranquilidad.
—Es tu deber. Acéptalo. ¡Hay tanta alegría en el hecho de ser escogida en
compensación! Y Lady Bybar es muy hábil. No sentirás ningún dolor.
Olar permaneció inmóvil por unos instantes, los dedos apoyados en su torque de
oro. Asintió, sonrió, y llevó a Sukey por una retorcida escalera hasta una de las altas
torres. La habitación allá arriba tendría unos treinta metros de diámetro, y mostraba
una vista fantástica de los campos a su alrededor y del resplandeciente y brumoso
mar de sal.
En medio del pulido suelo negro había una larga mesa dorada rodeada de
pequeños carritos con objetos que brillaban como joyas en sus abiertos estuches. El
plato reflector de una enorme lámpara, apagada, colgaba sobre el equipo.
—Lady Bybar danzará primero para ti, Gwen-Minivel. Te hace un gran honor.
Aguarda aquí hasta que venga, y compórtate con la dignidad que corresponde a tu
torque de plata.
Tras lo cual, Olar la dejó sola.
Vacilante y temerosa, Sukey se acercó a la mesa central ¡Lo era! Había
abrazaderas y estribos. Y las cosas con hojas como joyas eran exactamente lo que
había sospechado.
Las lágrimas la cegaron, y se apartó tambaleante del aparato. Gritó en silencio:
Stein yo era para ti.
Aún podía echar a correr…
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La presa mental de Olar la aferró. Se vio obligada a detenerse, a volverse en
redondo, a contemplar con asombrada incredulidad cómo Tasha-Bybar entraba e
iniciaba su danza.
El cuerpo Humano era tan pálido y generoso como el de una hurí… y tan
exagerado en su sexualidad que el instinto de Sukey le dijo que tenía que haber sido
desarrollado artificialmente. Había pelo solamente en la cabeza de la mujer, y
llameaba como una capa negroazulada cada vez que giraba o saltaba, y caía en
cascada hasta casi sus rodillas cuando se inmovilizaba momentáneamente.
Todo lo que llevaba eran campanillas, y el torque de oro. Las campanillas eran
pequeñas y redondas, pegadas a su piel formando graciosos dibujos serpenteantes.
Tenían notas distintas; y a medida que los músculos de la bailarina se flexionaban y
distendían, una melodía encantada nacía de sus movimientos y resonaba en la enorme
y casi vacía habitación. El ritmo era el del pulso de Sukey. Ésta permanecía inmóvil,
helada e impotente, mientras la bailarina se acercaba a grandes saltos fluidos,
retorciendo los brazos a medida que tejía su fantasmagórica canción, los pies
golpeando el suelo con una acelerada insistencia que impulsaba al corazón de Sukey
a latir más y más aprisa.
Los hundidos ojos de la bailarina eran tan negros como su pelo. Unos labios casi
incoloros se curvaban en un rictus sobre sus dientes. La bailarina giró y giró en torno
a Sukey, incrementando el tempo de la música hasta que Sukey se sintió mareada,
presa de náuseas, intentando en vano cerrar sus ojos y oídos y mente a la llameante
repiqueteante girante cosa que se apoderaba de ella y la hacía dar y dar vueltas hasta
sumirla en el olvido.
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—¡Lo has arreglado! Eres muy gentil, mi Brillante Muchacho.
Mayvar la bruja observó satisfecha cómo las pequeñas figurillas del reloj salían
deslizándose sobre sus carriles y trazaban círculos la una en torno a la otra. El dragón
turquesa y azabache agitaba sus doradas alas y atacaba, haciendo chasquear sus
enjoyadas mandíbulas. El caballero de armadura opalina mantenía a raya al pequeño
monstruo, luego alzaba su resplandeciente espada y golpeaba; una… dos… tres
veces. El reloj daba la hora. El dragón expiraba, partido en tres, mostrando sus
entrañas color rubí. Todo el escenario de la parte frontal del reloj giraba de nuevo,
llevándose de vuelta la escena tras las doradas puertas.
Aiken Drum volvió a guardarse las herramientas en sus bolsillos.
—No fue demasiado difícil de arreglar. Suciedad en el arrastre, un diente roto en
una de las pequeñas ruedecillas. Tendrías que hacer que un soplador de vidrio te
fabricara una campana protectora para cubrirlo, encanto. Mantenimiento preventivo.
—Lo haré —prometió la vieja. Alzó el elaborado juguete de la mesa donde Aiken
había estado trabajando para depositarlo en un estante seguro, más arriba. Luego se
volvió hacia él y le tendió las dos manos, sonriente.
—¿Otra vez? —protestó él—. Eres un pellejo insaciable, ¿eh?
—Todas las mujeres Tanu lo somos —gorjeó ella, tirando de él hacia el
dormitorio—. Pero hay pocos que puedan ascender hasta Mayvar y vivir, mi Brillante
Muchacho, como deberías saber ya. Así que cuando encuentro a alguien como tú
debo probarlo y sondearlo. Y si resiste… ¡ah, entonces!
La habitación estaba muy oscura y fría y la horrible vieja era solamente una
sombra aguardando. Libre del traje dorado, flotando en el aire, avanzó hacia ella y
fue devorado. Pero no había miedo en él ni repulsión… no después de la primera vez
que ella le había mostrado lo que había debajo del repelente cascarón.
¡Oh sorprendente bruja con tu oculto caldero de casi mortal éxtasis! Tomarías
toda la medida de la fuerza de la vida si yo te dejara… ¡sórbeme después de que haya
alimentado los viejos fuegos de tus nervios y los haya devuelto a la juventud! Pero no
voy a morir, bruja, no voy a arder. Estoy por encima de ti, vieja Mayvar, y más allá de
ti, arrastrándote conmigo mientras tú gritas. ¡Sígueme y no desfallezcas, Mayvar!
¡Grita hasta morir, Mayvar! Luego estalla y derrúmbate cuando tengas suficiente del
Brillante Muchacho que se enfrenta una vez más a tu prueba y se ríe…
El grotesto joven se puso sus botas doradas y dedicó a la horrible mujer un toque
de afecto.
—¿Sabes?, tú también eres bastante buena, bruja.
—En una ocasión el Thagdal dijo lo mismo. —La vieja lanzó un largo suspiro—.
Y mi querido Lugonn, en quien había depositado tantas esperanzas antes de que
muriera. —Le mostró la forma en que había ocurrido, allá en la Tumba de la Nave,
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cuando habían llegado por primera vez a la Tierra Multicolor.
—Qué extraña raza sois —dijo Aiken—. En absoluto civilizada. A estas alturas
estaríais en un buen lío si los Humanos no hubieran llegado a través de la puerta del
tiempo y hubieran organizado las cosas para vosotros. ¡Deberíais estarnos
agradecidos en vez de resentidos!
—Yo no estoy resentida contigo —dijo Mayvar complaciente—. Acércate,
muchacho. —Lo extrajo de debajo de la almohada y se lo tendió.
—¿Lo necesito? —le preguntó él, la boca curvada en el antiguo gesto perverso—.
¿Aún quieres más de mí, glotona Mayvar?
Pero esta vez ella estaba seria.
—Tienes aún mucho que andar y mucho que crecer antes de que te halles a la
altura de los más grandes de la Casa, Aiken Drum. Hay muchos que pueden
matarte… no cometas ningún error. Si eres juicioso, adoptarás la prudencia y seguirás
mi consejo. Tómalo.
Aiken Drum tomó el retorcido anillo de oro, lo colocó en torno a su cuello, y
cerró los dos extremos con un chasquido. Los engarfiados dedos de Mayvar soltaron
el viejo torque de plata y lo dejaron caer al lado de la cama.
—Haré lo que tú digas, querida bruja. Y saborearé enteramente la diversión a
cada paso del camino.
Ella se alzó de la cama, y él la ayudó a ponerse de nuevo la ropa púrpura. Luego
salieron al salón, donde él peinó el blanco pelo de la mujer y pidió algo de comer,
cosa que ambos necesitaban.
—Te he probado satisfactoriamente —dijo al fin Mayvar—, pero ellos también
deberán probarte. Tienen que aceptarte libremente. Ésta es nuestra costumbre.
Una tintineante fanfarria llegó desde el reloj dorado en la estantería. Una vez más
el dragón atacó y el caballero se lanzó contra él; y esta vez la enjoyada presa fue
seccionada en cuatro partes para marcar las horas.
—Deseas que vaya y haga lo mismo —observó Aiken—. Que les muestre a todos
esos tipos qué gran guerrero bárbaro soy alardeando de mis habilidades
matamonstruos.
—Sería una prueba significativa si acabaras con Delbaeth. —La mujer empezó a
mecerse hacia adelante y hacia atrás, cloqueando, las manos palmeando las huesudas
rodillas a través de la tela de su túnica—. Oh… ¡llamaste su atención con ese
ofrecimiento, muchacho! La propia Tana debió poner la idea en tu mente.
La respuesta de Aiken fue lacónica:
—Tu Rey Soberano radiaba tan intensamente su ansiedad acerca del espectro que
era imposible resistirse.
—¡Ah! ¡Pero entiéndelo, se ha hablado de que el propio Thagdal era quien
debería enfrentarse a Delbaeth! Y puesto que realmente está demasiado viejo, ha
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tenido que pedirle a Nodonn que lo hiciera. Y eso lo ha obligado con la Casa, y… oh,
muy pronto sabrás lo suficiente de política. Pero en cuanto a Delbaeth… ese Firvulag
es uno de los más poderosos. Es un gigante, no uno de los pequeños. Ha estado
merodeando por ahí quemando plantaciones en las afueras de Afaliah, en lo que
vosotros llamáis la España continental, desde hace casi un año. Muchas de las
provisiones de la capital proceden de la región de Afaliah, y también contamos con
esas granjas para las provisiones extra necesarias durante el Gran Combate. En la
actualidad, el Lord de Afaliah es Celadeyr. Es un buen Creador-Coercedor… pero no
tiene punto de comparación con Delbaeth. Ninguno de nosotros lo tiene… si
comparas poder con poder. El viejo Celo ha intentado Cazar a la Forma de Fuego,
pero cada vez ha sido derrotado cuando el Firvulag ha huido y se ha escondido en las
cuevas del istmo de Gibraltar. Las cosas se están poniendo serias, con el Gran
Combate cerca, y Celo ha pedido la ayuda del Rey Soberano. El Thagdal está
obligado a responder.
Aiken asintió.
—Entiendo. Pero el Rey se está dando cuenta de que sus dientes ya son
demasiado flojos para este tipo de aventuras. Fornicar con doncellas es más su estilo
por estos días.
—Puede designar a un campeón adecuado como agente suyo para que luche con
Delbaeth. ¡Pero tú lo obligaste a enviarte a ti! ¿Te das cuenta de lo irritante que es
todo el asunto? Un extranjero… ¡un Humano!… ejecutando un trabajo en el que han
sido derrotados los Tanu más valientes. ¡Y por accidente también, has puesto en
entredicho a Nodonn, que estaba dispuesto a presentarse voluntario antes de que el
Rey se lo pidiera! Si tienes éxito en matar a Delbaeth, aún llevando el oro, le estarás
diciendo al mundo que crees que eres tan bueno como cualquiera de ellos.
—¿Del mismo modo que lo hizo Gomnol?
La mujer entrecerró sus ojos llenos de bolsas, proyectando simultáneamente una
visión del antiguo triunfo del Lord Coercedor Humano para que Aiken la estudiara.
Ofreció la imagen de la Llanura de Plata Blanca, donde había ocurrido todo.
—Gomnol hubiera aspirado más alto —dijo suavemente—, pero yo lo rechacé,
aunque hubiera podido saciarme. ¡Estéril! O más correctamente, tan acribillado por
genes letales que ni siquiera la ciencia de tu Medio Galáctico había podido corregir
su plasma defectuoso. La Hacedora de Reyes rechaza tales desechos… Creo que no
hace falta decir que he determinado ya que tú no tienes esta deficiencia.
Con las manos en las caderas, Aiken echó hacia atrás su cabeza y soltó una
risotada.
—¡Qué bruja de sangre fría eres! Y yo que pensé que todo era pura pasión.
El destino gobierna la pasión en nosotros dos brillante-Muchacho.
—¡Vieja arpía! —exclamó Aiken—. ¡Viejo saco de huesos entrometido!
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¡Rompepelotas hambrienta de poder! Arrastra tu correoso culo a la Casa de
Redacción y deslízate dentro de la Piel y pide que te vuelvan joven de nuevo. ¡Hazlo
y volveremos a joder juntos, amor!
Cogiendo una de sus manos, hizo dar una vuelta completa a su alta figura… y se
detuvo en seco ante la expresión del rostro de la mujer y la visión que la acompañaba.
—He tenido suerte, Aiken. La mayoría de los míos sólo son capaces de elegir una
vez. Pero yo elegí al Thagdal, y elegí también a su sucesor… aunque Tana se llevó al
querido Lugonn antes de que mi elección pudiera hacerse manifiesta. Después de que
él hubo desaparecido, aguardé este millar de años, sopesando a los candidatos tal y
como es mi deber hacer. Pero todos ellos se quedaban cortos de una u otra forma. Y
así tuve que confiar en el mejor de los rechazados, Nodonn el Maestro de Batalla de
la Casa. Su mente es extraordinaria y su herencia es aceptable… ¡pero ah, qué
pequeña prende su llama, para todo su celoso orgullo! ¡Qué pobre cepa para aspirar a
engendrar una raza de héroes! Pero era el mejor que teníamos hasta…
—Bruja tonta.
Los engarfiados dedos tiraron del torque de oro de él, enviando una dulce fiebre a
través de todo su cuerpo.
—¡Afortunada Mayvar! —croó la mujer—. Ver llegar al tercero, después de todo.
Ah, pero he alcanzado mi límite contigo, chico listo. He vivido tres mil trescientos
cincuenta y dos de tus años y efectuado la prueba del amor para los Tanu. Tú serás mi
muerte, Aiken Drum. Pero no, por favor Tana, no hasta que te vea instalado y a salvo.
—Lo primero es lo primero —dijo él, desprendiéndose con una cierta reluctancia
de su caricia mental—. Este Delbaeth. ¿Te das cuenta de que no tengo la menor idea
de cómo matarlo? Es muy fácil hablar, pero cuando sea el momento de enfrentarse a
la realidad, ese fantasma puede convertirme en pedacitos dorados. ¿No sería ese un
precioso fin a todos nuestros planes?
Mayvar rió alegremente entre dientes.
—¿Acaso voy a enviar a mi propio Iniciado sin prepararlo antes? Serás enseñado
a utilizar adecuadamente tus poderes antes de partir en busca de Delbaeth. Dos
semanas bajo mi tutelaje —y del poderoso Bley, y de Albernonn el Devorador de
Mentes, y la señora de la ilusión, Katlinel la Ojos Oscuros— y serás un hueso duro de
roer para ese Firvulag. Y para asegurarnos, te daré también algo más. Lo que tú
llamarías un as en la manga.
—¡Bruja! —se rió Aiken—. ¿De qué se trata?
—¡Nunca lo adivinarás! Ningún auténtico Tanu se atrevería a usarlo debido al
peligro mortal para sí mismo. Pero es inofensivo para ti, mi listo muchacho, y se hará
cargo de Delbaeth si consigues acorralarlo. Debes mantenerlo en secreto ante los
demás si aprecias tu vida… pero siendo tan listo como sé que eres, eso no será ningún
problema.
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—¿De qué se trata, por el amor de Dios? —La sujetó por sus huesudos hombros y
la sacudió mientras ella seguía atosigándole, manteniendo suspendida una diminuta
imagen un poco más allá de los límites de su percepción.
Finalmente, adoptó un aire serio.
—Ven conmigo al sótano, y te lo mostraré.
Stein estaba de un humor intranquilo y peligroso, con los nudillos de sus grandes
manos blancos mientras aferraba la barandilla y contemplaba a los aprendices de
luchadores atacándose mutuamente en la arena. El nivel superior de su mente
escuchaba obedientemente los comentarios del Lord de las Espadas, que señalaba la
técnica —o la falta de ella— desplegada por los jóvenes torques grises. Bajo la
apariencia, sin embargo, Stein bullía. Bluff Tagan, preocupado con su exposición de
artes marciales, ni siquiera se daba cuenta de ello; pero la mujer Humana con torque
de oro que había sido delegada por Mayvar para guiar a Stein en una vuelta por
Muriah era muy consciente de la creciente impaciencia del gigante. Con el tacto de
una telépata, se insinuó.
AmigoStein ¿estás cansado de ver la escueladelucha? Esperaba que fuese
divertidodistraído.
Algo va mal con Sukeyesposa. ¡¿QuéQUE Lady Dedra? lo sabré!
—… y observa a ese joven buey con el faldellín color orín, Stein. Stock kurdo.
Una espléndida musculatura y magnífico en unos juegos, pero no durará ni cinco
minutos en una Baja Mêlée si no aprende a no telegrafiar sus respuestas. ¡No
necesitas un torque para leer sus respuestas! Ahora, si deseas un auténtico estudio de
finura, mantén los ojos fijos en esos dos tipos massai luchando con lanzas de vitredur.
Es el tipo de actuación que hace cantar la sangre de un viejo luchador…
Calmacalma relájate Stein. Recuerda la directrizpromesa de la VenerableMayvar
+ la de AikenDrum: ningún daño a Sukey.
¡Desconfianza! FURIA. La he oído está llorando tiene miedo ¡Lady Detra ve a
ella encuéntrala dime por qué llora!
Muybien miraré pero no te traiciones CoercedorTagan atento a tus descuidos.
En voz alta, Stein dijo:
—Esos tipos saben moverse, Lord Tagan. No soy un experto, pero parecen más
bien impresionantes. Pero no veo cómo pueden tener alguna posibilidad en una
confrontación contra uno de vuestros doblacerebros Tanu.
—La mayor parte de este lote luchará solamente en la Confrontación de
Humanos… unos contra otros. Solamente los mejores acudirán a luchar lado a lado
con los guerreros metapsíquicos en la Alta Mêlée contra los Firvulag. Los grises más
valientes y de mente más fuerte han conseguido dar buenos resultados en la Alta. Es
un asunto de resistir el miedo provocado por las ilusiones de los Pequeños Tipos y
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mantener tu mente fija en la lucha. Por supuesto, al final la mayor parte de los
grises… —La visión parpadeó y desapareció casi tan pronto como se hubo formado
en la proyección telepática de Tagan; pero había sido lo suficientemente clara para
Stein.
El Lord de las Espadas miró de soslayo al vikingo. Tagan parecía más maltratado
por el tiempo que la mayor parte de los otros Tanu, con un colgante bigote dorado y
caídas cejas enmarcando unos hundidos ojos verdes.
—Hay excepciones al destino usual de los luchadores grises. Un gladiador
realmente superlativo puede conseguir un respiro. Y no solamente hasta el Combate
del próximo año. Permanente. Servir a mis órdenes aquí en la escuela.
—Ya sabes, Hermano Coercedor —dijo Dedra—, que el destino de Stein
corresponde en último término a Lady Mayvar, que lo ha tomado junto con el
Candidato Aiken Drum. —Maestro putativo de este quizávidabreve gris.
El Tanu de armadura azul dejó escapar una despectiva risa mental, echando a un
lado tanto a Mayvar como a su advenedizo protegido.
—Te veremos en el Combate de una u otra forma, Stein. ¡Eres un natural,
muchacho! Te vi en la cena. Solamente unas pocas semanas de trabajo aquí… —El
coercedor desplegó su visión: ¡camaradería, adrenalina, desafío, liberación,
cuajarones, sudor, fatiga!— ¿Qué hay acerca de todo esto, muchacho?
Stein abrió la boca para maldecir al Lord de las Espadas. Pero lo que dijo fue:
—Te agradezco, Lord Tagan, que pienses que puede servir de algo el que yo
estudie bajo un gran campeón como tú. Después de que mi dueño y yo nos
encarguemos del odiado Delbaeth, seremos libres para pensar en el inminente
Combate. Mi dueño se pondrá en contacto contigo a su debido tiempo.
Yo no he hablado tú has hablado malditaDedra déjame déjame déjame…
—Ahora nos marcharemos, Hermano Coercedor —dijo Dedra, haciendo una
inclinación de cabeza y enrollando su capa de gasa color lavanda en torno a su
esbelto cuerpo. El sol se había ocultado tras el borde de la arena, lo cual podía
explicar el porqué se había echado a temblar—. Puedes estar seguro de que Stein y su
dueño, Aiken Drum, tomarán seriamente en consideración tu generosa oferta. —
¡Para! ¡Deja de luchar conmigo maldito estúpido!
Tagan se golpeó su acorazado pecho con un guante color zafiro.
—Te saludo, Hermana Telépata, Exaltada Lady Mary-Dedra. Recuérdame a tu
Presidente… Y tú, valiente Stein. Celebramos los Juegos de la Ciudad tres veces a la
semana aquí y en la Llanura de los Deportes. ¡Únete a nosotros! Mañana nuestros
mejores luchadores probarán al primero de los antropoides gigantes que hemos
capturado recientemente en las colinas del norte de África. Promete ser muy
excitante.
Stein se vio obligado a quitarse su cornudo casco y saludar con una inclinación de
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cabeza al Lord de las Espadas. Y luego tuvo que apresurarse detrás de la mujer del
torque de oro a través de fríos y resonantes pasadizos que conducían por debajo de la
arena al patio de carruajes donde aguardaba su calesa. Los corredores estaban oscuros
y desiertos. Stein llamó a Dedra para que le aguardara, pero ella lanzó una mirada por
encima de su hombro y en vez de ello apresuró el paso. Su mente, operando en modo
coercitivo, reiteró:
Te someterás a mí te calmarás te someterás…
—Algo le ha ocurrido a Sukey, ¿verdad? —exclamó Stein en voz alta.
Te someterás a mí te calmarás…
—¡Tienes miedo de decírmelo! —Aceleró el paso él también—. ¡Ya no puedo
oírla llamándome!
¡Tesometerás tesometerás TESOMETERÁS!
La presión de su rabia se acumuló en un gran flujo ígneo, minando sus
restricciones, fundiéndolas.
—La han matado… ¿verdad? —rugió asesinamente. Dedra siguió alejándose de
él, resbaló y estuvo a punto de caer en el húmedo suelo de piedra—. ¡Respóndeme,
perra estúpida! ¡Respóndeme!
TE…
Stein lanzó un grito, mezcla de dolor y triunfo, cuando el último de sus grilletes
mentales se disolvió. Un solo salto lo llevó junto a Dedra y aferró a la mujer Humana
alzándola en el aire, haciéndola girar hasta que el agraciado rostro, contorsionado por
el pánico, lo miró cara a cara, impotente. La empujó hacia atrás y la metió en un
nicho oscuro, húmedo y lleno de olores, a un lado del corredor.
—¡Te romperé la espina dorsal si emites algún sonido! Y no llames tampoco en
modo telepático porque te oiré, ¿comprendes? ¡Respóndeme, maldita sea!
Stein oh Stein no nos comprendes no deseamos hacerte ningún daño queremos
ayudarte…
—Escúchame —susurró él, relajando ligeramente la tensión—. No hay nadie aquí
abajo excepto tú y yo. Nadie que pueda venir a salvarte. Mayvar hubiera debido
proporcionarme un vigilante más fuerte que tú, Dedra. Hubiera debido saber que tú
nunca podrías contenerme.
—Pero Mayvar quería…
Le dio una sacudida brutal.
—¡Deja de intentar alcanzar mi mente, perra! —Ella gimió e inclinó la cabeza
hacia un lado—. ¡Quiero saber qué le ha ocurrido a mi esposa! Tú lo sabes, y me lo
dirás…
—Está viva, Stein. —Buen Dios estás aplastándome-rompiéndome el nervio
espinal me duele ahhh…
Aflojó su presa, empujando el vacilante cuerpo contra la áspera pared de piedra.
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Ella se apoyó desmadejadamente allí, como una marioneta con los hilos cortados, su
túnica lila arrugada sobre su hinchado vientre, su tocado lavanda y oro
desmadejadamente torcido. Su explicación mental brotó precipitadamente.
Como todas las mujeresHumanas con torquedeplata tu Sukey ha sido llevada a
Bybar para restauración de la fertilidad.
—¡Prometieron que no le harían ningún daño! Mayvar lo prometió… y ese
maldito enano dorado. ¡Lo prometieron!
Lágrimas blancos brazos tendiéndose compasivamente…
—Nadie le ha hecho daño, Stein. ¿No puedes comprenderlo? Teníamos que tratar
a Sukey como cualquier otra candidata. Si se hubiera hecho alguna excepción antes
de que la posición de Aiken entre la compañía de batalla se hubiera afirmado… ¡No!
¡No vuelvas a hacerme daño! ¿No puedes ver que te estoy diciendo la verdad?
Mayvar y Dionket tienen que moverse cautelosamente en este estadio, o todos sus
planes no servirán de nada. ¡Hay mucho más en juego que tú y tu esposa!
Stein la soltó. Ella se derrumbó en el sucio suelo. Su mente estaba entumecida, un
poco a la deriva. Los violetas ojos humanos le miraron por entre arroyos de lágrimas.
—Nunca pensamos en enviar a Sukey al Thagdal. Hay tiempo. Al menos un mes,
hasta que su ciclo sea restablecido.
—¿Cuándo nacerá tu bastardo Tanu, perra? ¡Al infierno con Mayvar y Dionket y
sus planes! ¡Al infierno con todos vosotros! Podía oír a Sukey llamándome, maldita
sea, y ahora ya no puedo. Pruébame que está viva y no ha sufrido daño, o…
Llévalo hasta ella.
Stein se sobresaltó. Su mano cayó sobre la empuñadura de su espada y miró
alocadamente a su alrededor. El corredor estaba vacío.
—¡Te lo advertí, Dedra! —Su rostro se nubló de nuevo con la furia.
Ella alzó un tembloroso dedo hacia su torque de oro.
—Es Mayvar. Ha visto y oído. Voy a llevarte a Sukey. ¿Creerás ahora que
estamos de tu lado?
Él la hizo ponerse en pie. Su túnica estaba arrugada y sucia. Rápidamente, soltó el
broche de su corta capa verde y la echó por encima de los hombros de la mujer.
—¿Puedes andar?
—Hasta el carruaje sí. Pero dame tu mano.
Afuera, el viejo de cuello desnudo que aguardaba con su calesa estaba dormitando
mientras las cigarras afinaban sus voces para su canción del atardecer. Algunos ramas
iban de un lado para otro con escaleras cortas y pequeñas varillas de combustión
lenta, encendiendo las lámparas de la calle. El amplio paseo que bordeaba aquel lado
del estadio mostraba tan sólo algunos carruajes yendo de un lado para otro y ningún
peatón excepto los pequeños y ajetreados antropoides.
Respetuosamente, Stein ayudó a Lady Dedra a subir al coche antes de dar la
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vuelta hasta el otro lado y subir a su vez.
—¿Adónde, Lady? —gruñó el cochero, volviendo reluctante a la vida.
—A la Casa de Redacción. Y aprisa.
El cochero hizo restallar su látigo sobre el hellad, y éste emprendió un trote corto.
El carruaje atravesó la parte central de la ciudad y sus suburbios occidentales antes de
alcanzar la carretera que conducía hacia la parte alta. Muriah no tenía murallas. El
aislamiento natural de la península de Aven era suficiente protección allí en el sur,
donde los Tanu eran más poderosos. Dedra no habló, y Stein permaneció rígidamente
sentado a su lado, sin mirarla. Finalmente, cuando estaban ya muy por encima de la
ciudad, la mujer dijo:
—Hay una fuente ahí enfrente. ¿Me permites detenernos un poco para lavarme?
Si entro en el recinto de los redactores con este aspecto, habrá un montón de
preguntas.
Stein asintió, y ella dio instrucciones al cochero. Al cabo de unos minutos
entraron en un camino profundamente sombreado. Alguna especie de pájaro estaba
haciendo doink doink entre los riscos. Un manantial brotaba de entre la amarilla
piedra caliza a un pequeño estanque de tres niveles, y al hellad se le permitió beber en
el más bajo, tras lo cual Dedra hizo que el cochero condujera al animal donde pudiera
pastar entre los densos arbustos. Se lavó la cara en el estanque intermedio y extrajo
un espejo pequeño y un peine dorado que utilizó para arreglar su peinado. El tocado
que lo cubría estaba muy aplastado de un lado. Tras un fútil intento de arreglarlo, se
lo quitó y lo arrojó a un recipiente para las basuras.
—Algún recogedor de basura lo aprovechará. Creo que mi peinado puede pasar,
pero tendremos que esperar que Tasha esté lo bastante achispada como para no
reparar en mi túnica.
—¿Puedes impedir que lea nuestras mentes?
Dedra dejó escapar una irónica risita.
—¡Ah! Tú no conoces a nuestra querida Tasha-Bybar, la Anastasya Astaurova de
antes, primera benefactora de los planes genéticos de los Tanu. Bien, tranquilízate.
¡No posee metafunciones en absoluto! Su torque de oro es honorífico… una muestra
de la estima Tanu. Tasha es la ginecóloga Humana que primero mostró a los exóticos
cómo invertir nuestra esterilización hará unos sesenta y tantos años. Ahora hay como
una docena de hurgaentrañas haciendo el trabajo además de Tash, por supuesto, pero
nadie es tan competente como ella. Se encarga personalmente de todos los platas.
Literalmente mantiene toda su antigua habilidad.
Una imagen de la danza del vientre se proyectó ante el ojo mental de Stein.
—He visto algunas —murmuró él—. ¡Pero esos culebreos son completamente
distintos!
Dedra sumergió una mano en el estanque superior de la fuente y bebió en el
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cuenco de la mano.
—Ahora está completamente loca. Debía estar ya rozando la locura cuando pasó
por el albergue… ¡No me mires con esa expresión masculina pasada de moda! Creo
que es una traidora a la raza humana, lo creo tanto como tú. Pero lo que está hecho
está hecho. La mayoría de las mujeres sacamos el mejor partido que podemos de ello.
Stein agitó la cabeza.
—¿Pero cómo pudo?
—Hay una especie de loca lógica en ello… ¿Cómo crees que se experimenta una
maternidad frustrada? Es terrible pensar que no se pueden tener niños, así que… ¿por
qué no convertirse en una madre por delegación? Todas esas mujeres viajeras
temporales perfectamente sanas podrían tener encantadores niños Tanu si solamente
algún buen doctor reparara el daño ocasionado por esos ginec con los pequeños
escalpelos láser allá en el albergue. La operación resulta difícil, porque la gente de
Madame pareció anticipar alguna especie de superchería entre las filoprogenitivas.
¡Pero la querida Tasha persevera! Y finalmente lo consigue, y pasa sus habilidades a
un selecto grupo de estudiantes Tanu. Y aquí estamos, listas para ser restauradas y
fecundadas.
—Si es una doctora tan competente, ¿por qué no ha hecho que uno de sus pupilos
más aventajados la restaurara a ella?
—¡Ah! Ésta es la peor tragedia de todas. Dentro de esa voluptuosa hembra con
sus artificialmente desarrollados atributos femeninos y los implantes de estrógenos
late el corazón de una auténtica XY.
Stein la miró con impaciencia.
—¿De qué demonios estás hablando?
Dedra bajó de la fuente y envió una imperiosa orden mental al carruaje.
—Una XY —repitió—. Tasha es una transexual. Oh, se puede implantar un
auténtico óvulo fertilizado en su falso útero, y quizá atiborrarla de las hormonas
adecuadas, si se pudiera disponer de ellas en este mundo primitivo… y quizá el
embrión viviera algunas semanas antes de morir. Pero eso sería todo. La maternidad
es una maravillosa y difícil simbiosis. Y por supuesto, nadie en nuestro Medio
Galáctico ni en ningún otro lugar ha conseguido nunca hacer una auténtica madre de
un macho.
Subió ligeramente a la calesa, sin ninguna ayuda.
—¿Bien? No te quedes ahí. Quieres ver a tu esposa, ¿o no?
Stein subió al carruaje, y siguieron su camino.
Cuando las luces rojas y blancas de los edificios de la Liga de Redactores
estuvieron cerca, Dedra dijo:
—Vas a tener que ir con cuidado cuando estemos dentro. Tasha no puede leerte,
pero eso estará lleno de otros que sí pueden. Las pantallas fuertes no son mi
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especialidad, aunque haré todo lo que pueda por ti. Pero si empiezas a trastear por ahí
y te sales de mis defensas vamos a vernos los dos en problemas.
—Me relajaré —prometió Stein—. Sukey me enseñó algunas cosas cuando… en
el viaje río abajo, cuando queríamos un poco de intimidad.
—Confía en mí —le suplicó la mujer. Observándole en la oscuridad, intentó
descubrir algún asomo de empatía; pero todo lo que le importaba al hombre era la
seguridad de su precioso amorcito.
—Lamento haberte hecho daño —concedió él. Pero aquello fue todo.
Ella miró directamente al frente, a la desgarbada figura del viejo cochero.
—Olvídalo. Fue culpa mía por meterme en medio del camino de la tormenta.
Afortunada Sukey…
El carruaje cruzó la entrada. Una vez más, Stein representó el papel de solícito
escudero con torque gris y Dedra el de Exaltada Lady. Había dos centinelas con
semiarmaduras granates de guardia junto al pórtico. Un irritable plata acudió para
escoltarles hasta los dominios de Tasha-Bybar.
—Esto es de lo más inhabitual —se quejó—. La rutina ha sido totalmente
trastocada, Lady Telépata. Ya sabes, ha sido necesario que el propio Lord Sanador
emplee sus buenos oficios…
—Nos sentimos muy agradecidos a Lord Dionket, Respetable Gordon. Es un
asunto muy importante para la Venerable Mayvar la Hacedora de Reyes.
—Oh, está bien, de acuerdo entonces. Entraremos por aquí y subiremos. Gwen-
Minivel debe estar groggy todavía, ya sabes. A Lady Tasha le gusta que descansen
bien después.
—Apostaría a que sí —gruñó Stein. Se tambaleó ligeramente cuando Dedra le
administró un correctivo psíquico.
—No estaremos mucho rato, Respetable Gordon. ¡Qué paz hay en vuestros
recintos por la noche! En la Casa de los Telépatas tenemos la impresión de no
descansar nunca. Siempre de un lado para otro, siempre de un lado para otro. En
cualquier momento hay alguien que tiene un importante mensaje o una búsqueda de
datos o una vigilancia o un perro perdido o algo aún más vital. Debo admitirlo,
prefiero vuestra atmósfera tranquila.
—Indispensable en una casa de curación —dijo Gordon. Habían llegado a un
rellano justo debajo del último piso de la torre—. Las habitaciones de recuperación se
hallan dispuestas en torno al perímetro. La Candidata Gwen-Minivel está
descansando en la tres.
—Por favor, no te molestes en esperar. —Dedra fue firme—. Encontraremos
nuestro camino de salida, y sólo vamos a estar unos pocos minutos.
Gordon recibió dubitativo la sugerencia, pero tras discutir unos breves minutos
con la telépata, inclinó la cabeza y se retiró, dejándolos a los dos de pie delante de la
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puerta señalada con un tres. Lentamente, Dedra la abrió.
Stein la empujó y entró delante de ella en la oscuridad.
—¿Sue? ¿Estás aquí?
Alguien se agitó en una silla cerca de la abierta ventana y se envaró, una forma
oscura contra las luces de Muriah ahí afuera.
—¿Steinie…?
El hombre se arrodilló al lado de ella y tomó el rostro de la mujer entre sus
manos.
—¿Te han hecho algún daño? ¿Te lo han hecho?
—Tranquilo, amor. No. —Tranquilo tranquilo querido oh ¿cómo lo supiste?
¿Cómo pudiste oírme?
Con voz apagada, Stein dijo:
—Te oí, y vine.
Rompiste el control Dedra/Mayvar oh Steinamor cómo pudiste romperlo y
liberarte oh querido tan impulsivolocoamor.
No me atarán no me separarán de ti nunca nunca hasta la muerte.
—Stein —susurró ella, y se echó a llorar.
Desde una esquina de la oscura habitación, la más alejada de la puerta, llegó un
pequeño ruido. El tintineo de una campanilla.
—Así que también te gusta espiar, ¿eh? —La voz de Stein era muy suave.
Lentamente, se puso en pie y permaneció inmóvil.
—¡Tan alto! ¡Tan fuerte! —Las campanillas se estremecieron, ascendiendo y
descendiendo la escala. Una de ellas, con una nota baja, inició un lánguido ritmo. La
bailarina apareció, fluida como una sombra, y empezó a ondular ante él—. ¿Así que
la deseas? Qué encantador. —Era como una canción cantada por la bailarina,
acompañada por el repentinamente discordante tintineo—. ¡Quieres tomarla, tomarla,
tomarla!
La ardiente ira estaba naciendo de nuevo en Stein, una erupción de primitiva
psicoenergía aullando rabiosamente contra la burla y contra la música. Sukey dejó
escapar un suave grito y tendió una mano para detener el peligro; y Dedra, con la
espalda apoyada contra la cerrada puerta, lanzó también su mente hacia él, aunque su
freno era aún más débil que el de Sukey ante aquella ascendente marea masculina.
—¡No, Stein! —gritó Sukey—. ¡Oh, no lo hagas!
—Deseas tomarla —reía la campanilleante bailarina, agitándose y avanzando—.
¿Pero por qué por qué por qué? ¿Tomarla a ella ella ella?
El campanilleo y las risas se mezclaron con parpadeantes luces… los
resplandecientes asomos de metal que ondulaban sobre piel blanca, el pulso acelerado
por el peligro que lo hacía todo más dulce… y luego la música y el baile finalizaron
en un estremecimiento, y ella se abrió a él mientras Dedra gemía y Sukey hacía un
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último y fútil intento por impedir lo que sabía que iba a ocurrir.
—Tómame —invitó Tasha-Bybar.
Y la espada de bronce lo hizo.
Hubo un gran silencio. Completamente tranquilo ahora, Stein limpió la hoja de su
arma en los cortinajes, la envainó, y alzó a Sukey entre sus brazos. Pasó por encima
de la cosa caída en el suelo.
—Salgamos de aquí —le dijo a Dedra.
—¡No puedes! —gimió la telépata. ¡Mayvar! ¡Mayvar!
La puerta al corredor se abrió, dejando entrar una amplia franja de luz. Un
hombre inmensamente alto permanecía de pie allí, flanqueado por dos servidores con
librea escarlata y blanca.
—Advertí a Dionket que esto era un error —dijo Creyn con tono cansado. Entró
en la habitación, hizo un gesto, y tiró de los festones de las pequeñas lámparas de luz
fría, encendiéndolas. Una sombría sonrisa flotó sobre sus labios cuando miró más allá
de Stein y Sukey, al cuerpo caído en el suelo. La vulgaridad de su comentario mental
hizo jadear a Sukey y lanzar una sorprendida risotada que casi parecía un ladrido a
Stein.
—Estás de nuestro lado —se maravilló el vikingo.
—Deja a Sukey en el suelo, maldito asno —dijo Creyn—. Gracias a ti, tu esposa
va a tener que permanecer escondida hasta el Gran Combate… y tendremos que
movernos más rápidos aún de lo que habíamos planeado originalmente.
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8
Nodonn envió el rayo contra las oscuras aguas del golfo de Aquitania, donde las
olas reflejaban la luna y un insospechado monstruo perseguía a una bandada de
atunes no mucho más abajo de la superficie.
Cuando el rayo golpeó, el mar hirvió y arrojó nubes de humo. Quince de los
grandes peces surgieron barriga al aire a la superficie, electrocutados
instantáneamente. El plesiosaurio, sin embargo, quedó solamente aturdido. Surgió por
entre el remolino, alzó su barbada cabeza, y aulló.
—¡Oh, lo cogiste! —gritó Rosmar—. ¡Y uno grande!
—¡La presa! ¡La presa! —Todos los demás Cazadores estallaron en una oleada de
radiación, caballeros y monturas a la vez, ahora que ya no había necesidad de seguir
ocultándose. Una rueda con el esplendor de un arcoíris giró en el aire encima de la
bestia que nadaba débilmente, casi cincuenta hombres y mujeres gloriosamente
acorazados de la corte del Maestro de Batalla Tanu. Y a un lado, apartados como
cometas rosa-dorados, estaban el propio Nodonn y su nueva esposa.
La Caza entrechocó escudos, hizo sonar cuernos de cristal.
—¡La presa! ¡La presa!
—Para Vrenol —decidió Nodonn, con voz de trueno.
Uno de los jinetes se lanzó en picado, dejando tras él un rastro de destellos, y
cayó sobre el bruto que se agitaba en medio de las mortales olas. El cuello de
serpiente del plesiosaurio se agitó como un látigo, y el caballero tiró hacia arriba de
su chaliko justo a tiempo para escapar de los afilados dientes. El caballero atacó de
nuevo con su reluciente espada, y una bola de fuego purpúreo brotó de su punta para
golpear al monstruo marino entre los ojos. El animal gritó.
La Caza que trazaba círculos sobre la escena vitoreó.
—¡Ve a por él, Vrenol! —animaron algunas mujeres.
El Cazador agitó su espada en cortés reconocimiento… lo cual fue un error. Con
tu atacante distraído, el plesiosaurio agitó el agua con un empuje simultáneo de sus
cuatro patas palmeadas, dejando al desconcertado caballero Tanu colgado solo en el
aire encima de un surtidor de fétidas burbujas.
—Oh, qué mala suerte —murmuró una voz anónima. Una de las mujeres con
armadura lanzó una burlona triple nota con su trompeta de cristal que reproducía una
cabeza de animal.
Ahora Vrenol se enfrentaba a la temible solución de perseguir al animal dentro
del agua —ese elemento tan aborrecido por su raza— si no quería que aquel primer
intento de matar terminara en humillación ante la huida de la presa.
—Oh, ese joven tonto papanatas —dijo Rosmar—. ¡Trae de vuelta al leviatán a la
superficie, mi Lord!
El resplandeciente rostro del Maestro de Batalla sonrió a su nueva esposa.
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—Si tú lo pides, vena de mi corazón. Pero Vrenol se merece la zambullida por su
estupidez. —Nodonn se inclinó hacia adelante para localizar la posición del monstruo
—. Oh, pretendes huir, ¿eh? —Una descarga azul de energía hendió las aguas del
golfo, haciendo que los chalikos de la girante Caza retrocedieran y chillaran. El
plesiosaurio surgió una vez más a la superficie, y esta vez Vrenol se lanzó contra él
con su lanza.
—¡Le ha dado! —exclamó Rosmar—. ¡Justo en la base del cuello! ¡Bajemos para
la muerte!
El Lord y la Lady de Goriah descendieron en espiral hacia el agua, y la rueda de
luz se abrió respetuosamente en dos a su paso. Ahora los Cazadores tomaron
posiciones individualmente para el final. El plesiosaurio, paralizado por la herida, era
aún capaz de abrir y cerrar lentamente sus enormes mandíbulas. Su masa de siete
metros de largo se agitaba en medio de una creciente mancha de sangre, lamida por
pequeñas olas y brillando a la luz de la luna y de la radiación de los matadores que
flotaban allá arriba.
Vrenol sujetó su espada con ambas manos. La hoja destelló. La Caza gritó:
—¡Un trofeo! ¡Un trofeo!
Una de las damas descendió, sujetando firmemente su lanza, y con una fácil
destreza ensartó la decapitada cabeza cuando aún flotaba en el aire y la alzó
triunfante. Presentó el trofeo a Vrenol. Su resplandeciente forma cambió de arcoíris a
rojo neón, y partió como un ardiente bólido a trazar símbolos de triunfo entre las
estrellas.
—Bien, es joven —observó tolerante Nodonn—. Podemos permitirle ciertos
excesos. —Pero en modo de mando advirtió por habla mental a los demás: ¡No creáis
el resto de vosotros que voy a permitiros tales chapucerías! Esos animales se están
haciendo escasos con el exceso de caza, y no podemos permitirnos malgastarlos así.
La resplandeciente troupe respondió: ¡Hemos oído al Lord y Maestro de Batalla!
En voz alta, Nodonn dijo:
—Entonces volvamos a Armórica y al Pantano Corrompido. Necesitamos cabezas
del Enemigo Firvulag en nuestras lanzas esta noche, porque se están volviendo cada
vez más osados. Y debemos encontrar, si podemos, uno de los grandes reptiles
acorazados. Es necesitado urgentemente en la arena de la capital.
—¡Adelante con la Caza! —exclamaron los centelleantes jinetes. Formaron de
nuevo una orgullosa procesión, con la figura escarlata de Vrenol a la cabeza, y
trazaron un arco en el cielo en su camino hacia la tierra firme de Bretaña.
Nodonn y Rosmar les siguieron más lentamente. Él le dijo a ella:
—Acaba de llegarme un mensaje telepático de mi Lady Madre. Tú y yo tenemos
que ir a Muriah… y el reptil con nosotros. Tomaremos solamente una pequeña
escolta para cuidar del animal.
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—Pareces preocupado —dijo ella.
—No es nada que no podamos solucionar. —Pero sus pensamientos profundos al
respecto fueron fuertemente protegidos con una pantalla.
Rosmar se quitó el resplandeciente casco de cristal de su cabeza y lo colgó del
pomo de su silla.
—Esto está mejor. ¡El viento en mi pelo! Cómo me gusta cabalgar a tu lado, mi
amante demonio. ¿Aprenderé alguna vez a volar sin tu ayuda?
—A su debido tiempo puedes aprender. Es un truco bastante sencillo. Te
admiramos más por tus otros poderes. —Y le dirigió una suave sonrisa.
—Mis poderes están a tu servicio —dijo ella—. Pero cuéntame qué está
ocurriendo en Muriah.
—Son asuntos que se refieren a nuestras esperanzas dinásticas. Debo acudir para
ayudar a los otros miembros de la Casa de Nontusvel… porque nuestra gente Tanu
solamente respeta el despliegue de poder.
—¿Se trata de los Firvulag?
—Hay un tal Delbaeth —dijo Nodonn—, con quien deberé enfrentarme antes de
que lo haga otro, avergonzando a nuestra Casa. Pero el auténtico peligro procede de
unos Humanos recién llegados. ¡Maldita sea la puerta del tiempo! ¿Cuándo
comprenderán los demás sus peligros?
Rosmar se echó a reír.
—¿Crees que nosotros los Humanos deberíamos ser encerrados fuera del Exilio?
¿Crees que los Tanu podríais sobrevivir sin nosotros?
Él tiró de las riendas de su montura y detuvo la de ella, de modo que los dos
quedaron flotando por un momento en un aire aparentemente inmóvil. El sonido de la
resaca contra las rocas de la costa allá abajo les alcanzó como un lejano retumbar.
—Algunos Humanos pertenecen a la Tierra Multicolor. Gente como tú, Rosmar,
mi amor de ojos verdes y ojos grises, que nunca encajó realmente en el mundo de la
Vieja Tierra. Pero no todos los miembros de tu raza que cruzan el portal están
dispuestos a aceptar a los Tanu como sus amos. Hay aquellos que quieren
arrebatarnos nuestras tierras… o si no lo consiguen, destruirnos.
—¡Entonces luchemos juntos contra ellos! —dijo ella, con una loca excitación—.
El vuestro es el único mundo que quiero conocer. —Su alma se abrió al
resplandeciente Apolo, mostrando que lo que acababa de decir era cierto. Sus dos
mentes se abrazaron en una ardiente ascensión.
—Mi amante demonio —rió ella.
Y él dijo:
—Mi Mercy-Rosmar.
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9
Salta Elizabeth.
Permanecía de pie en el promontorio encima de la Llanura de Plata Blanca,
contemplando la caballería fantasma de las sombras de las nubes corriendo sobre la
desierta superficie de sal iluminada por la luz de la luna. En el borde de la herbosa
terraza había una barandilla baja. Más allá, unos cuantos retorcidos y pintorescamente
deformados pinos en el borde del precipicio se asomaban a una caída en vertical de
quizá cien metros hasta el abismo del Mediterráneo.
Salta Elizabeth salta a la paz.
—¿Has oído? —preguntó a Brede.
Una forma oscura sentada en un banco de piedra se agitó. Su voluminoso tocado
de acolchada ala se inclinó en un asentimiento.
—Están espiándome desde el palacio —prosiguió Elizabeth—. Mira lo que ocurre
cuando me acerco al borde…
¡Saltasaltasalta! ¡Libérate abandona eres laúnica de tu especie! Pobre pequeña
cosita solitaria Elizabeth. Salta a la liberación. Escapa sin daño mientras aún es
posible. Salta…
Se inclinó hacia adelante, con las palmas apoyadas en la barandilla. Los vientos
nocturnos le trajeron los aromas del distante lago mezclándose con el azahar del
jardín de Brede. Aquí en el extremo de las tierras de Aven, lejos del fluir de las aguas
frescas que alentaban el florecer de las algas simples y los crustáceos no había el olor
a yodo de la vida marina… solamente el amargo álcali del Mar Vacío.
—Han estado trabajándome durante toda la tarde mientras estaba encerrada en mi
habitación, intentando asentar lo que deben pensar puede ser una adecuada base
emocional para un impulso suicida —dijo Elizabeth—. Actuando principalmente
sobre motivos de desesperación y amenaza a la dignidad, mezclados con una buena
cantidad de temores pasados de moda. Pero todos sus cimientos son falsos. Las
motivaciones son inaceptables para mi ética metapsíquica. Si hubieran actuado desde
el ángulo del altruismo autosacrificante quizá se hubieran acercado más… aunque eso
tampoco hubiera funcionado, dada la situación de este Exilio.
La voz mental de Brede, tan formal y carente de las elisiones y concatenaciones
del habla mental normal, dijo:
¿Los maestros metapsíquicos de vuestro Medio abrazaron una fórmula ética
común?
Elizabeth dejó que una amistosa afirmación brillara a través de la barrera que
había mantenido entre ella y la Esposa de la Nave desde su primer encuentro con la
mujer exótica, dos horas antes.
—La mayor parte de nosotros seguíamos un sistema en consonancia con la
filosofía de una teosfera en evolución. ¿Estás familiarizada con este concepto? ¿Con
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las religiones más importantes de la última era Humana?
He estudiado a tu gente desde su primer viaje por el tiempo. Algunas de sus
filosofías profesadas me han decepcionado y repelido. Debes comprender que los
Tanu abrazan un simple monoteísmo no estructurado sin ningún sacerdocio ni
jerarquía establecida. Hemos estado completamente en condiciones de garantizar la
libertad religiosa a aquellos humanos cuya fe era no militante. Pero ha habido
fanáticos que han persistido en alterar la paz del Rey… cuellos desnudos, por
supuesto… y ésos han obtenido rápidamente el martirio que subconscientemente
anhelaban… Pero ninguno de los Humanos que he estudiado fue capaz de arrojar
algo de luz sobre la Unidad de vuestro Medio Galáctico. Y esto es comprensible,
puesto que solamente un auténtico metapsíquico puede conocerla. Con humildad, te
pido que me ilumines.
—Lo que pides es virtualmente imposible, Brede. Normalmente un joven meta
empieza su entrenamiento antes de nacer. El desarrollo mental es intensificado en la
primera infancia… éste es el tipo de trabajo al que dediqué mi vida antes de mi
accidente. Una persona con un potencial de maestro puede esperar pasar treinta años
o más adaptándose a la completa Unidad. ¿Iluminarte…? Me invitaste a inspeccionar
tu potencial intelectual y admitiré que la psicounión entre nosotras dos no es
completamente imposible. Pero ese torque tuyo representa a la vez una muralla y una
trampa. Piensas en ti misma como en alguien operante. Pero créeme… no lo eres. No
realmente. Y sin una genuina metafunción no puedes saber de la Unidad o de nada
del resto de la esencia del Medio.
Le llegó el tranquilo pensamiento: Está previsto que un día mi gente compartirá
su esencia.
—¿Previsto por quién?
Por mí.
Elizabeth se apartó de la barandilla y se detuvo frente a la Esposa de la Nave.
Desde su primer encuentro Brede había revelado que pertenecía a una raza distinta a
la de los demás exóticos. Era de menos de mediana estatura, con unos ojos cornalina
en vez de azules o verdes. Su rostro, la parte inferior expuesta ahora que había
retirado una vez más su barroco respirador, carecía de la belleza preternatural de la
raza gobernante Tanu pero era bastante agraciado, con apariencia de mediana edad.
Brede llevaba una túnica de tela metálica roja cortada de distinta forma a los atuendos
vaporosos de los Tanu. Estaba orlada con cuentas rojas y negras, y llevaba un manto
negro con mangas acampanadas y ribetes color rojo llama. Su enorme sombrero,
también negro y rojo, estaba adornado con joyas, y de él colgaba un flotante velo
negro. El traje, excepto el adornado equipo respirador, recordaba a Elizabeth uno de
los tapices de la Edad Media que habían adornado el gran salón allá en el Albergue
del Portal. Había una aureola arcaica en torno a la Esposa de la Nave, un aroma a
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algo a todas luces ausente en los demás exóticos. Brede no era una mujer bárbara, ni
un oráculo, ni una madre-sacerdotisa. Todos los intentos de Elizabeth de analizarla
habían resultado hasta el momento inútiles.
—Dime lo que deseas de mí —dijo la mujer Humana—. Dime quién eres
realmente.
La Esposa de la Nave alzó su inclinada cabeza, revelando una dulce y paciente
sonrisa. Por primera vez, Brede expresó sus pensamientos con la voz.
—¿Por qué no hablas mentalmente conmigo, Elizabeth?
—Sería imprudente por mi parte. Tú eres más formidable que los otros. Las dos
lo sabemos.
Brede se levantó de su banco. Su respiración volvió a hacerse penosa, y alzó el
respirador para aliviarse.
—Esta atmósfera… tan adecuada para mi gente Tanu y Firvulag… es rarificada
para alguien de mi clase. ¿Quieres pasar al interior de mi casa? El oxígeno está
enriquecido ahí dentro, y podemos resguardarnos en mi habitación sin puertas, y esas
mentes hostiles ya no serán capaces de hacerte llegar sus impertinencias.
¡Salta Elizabeth! No dejes que Doscaras Brede te aparte de tu únicaescapatoria.
¡Es peor que nunca! Vuelve al risco y salta salta…
—La compulsión está empezando a hacerse irritante —admitió Elizabeth—. Pero
puedo luchar contra ella.
—¿El ataque de la Casa no representa ninguna amenaza para ti?
—Para que su compulsión funcionara, tendría que ser lo bastante fuerte como
para abrumar completamente mi superego y mi voluntad. Casi tendrían que
desmembrar mi personalidad y reintegrarla a un nivel más bajo y complaciente. En
estos momentos hay una gran cantidad de ellos hurgándome, y las inteligencias
directoras son respetablemente fuertes. Pero ninguna de ellas, ni aisladas ni
trabajando juntas, puede reunir el poder suficiente para impulsarme al suicidio.
¿Quiénes son? ¿Puedes reconocer a alguno de ellos?
—Los cuatro directores son líderes entre la Casa de Nontusvel. El adepto PC es
Kuhal, Segundo Lord Psicocinético de Nodonn. Imidol es el coercedor, un campeón
guerrero con muy poca sutileza mental. El telépata es Riganone, una mujer guerrera
que se considera como la sucesora de Mayvar… ¡una idea divertida! El cuarto, el
redactor, representa un desafío más serio, aunque quizá no en modo compulsivo. Es
Culluket, el Interrogador del Rey, cuya lealtad se inclina más hacia su madre
Nontusvel y su Casa antes que hacia su padre, el Thagdal. Las facultades de Culluket
para sondeo profundo y alteración mental son igualadas solamente por las de
Dionket, el Lord Sanador. Pero sanar no es el trabajo por el cual es conocido
precisamente Culluket. Será bueno para ti que no te encuentres con él a corta
distancia hasta que estés familiarizada con algunas técnicas agresivas en uso entre
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nuestros elementos más avanzados.
—Gracias por la advertencia. Un redactor pervertido puede ser capaz de penetrar
en mi sistema nervioso autónomo mientras estoy dormida o emocionalmente
aturdida. Tengo que elaborar una protección especial… quizá una trampa también.
Tuvimos problemas de este tipo hace muchos años en el Medio, antes de que la
Unidad alcanzara una completa maduración, con todos los metapsíquicos humanos
sometiéndose a un común imperativo moral. Las maniobras autodefensivas siguen
siendo enseñadas aún a los jóvenes metas… sólo por si acaso.
La compulsión ascendía ahora en un crescendo casi histérico mientras Elizabeth
caminaba al lado de Brede por el sendero que cruzaba el huerto de naranjos. Había
espectaculares amenazas de violaciones Tanu en masa y mutilación; visiones de
sufrimientos, explotación de hijos aún no nacidos; halagos que prometían la paz de la
muerte y la reunión con Lawrence; incluso —tardíamente— argumentos lógicos para
la autodestrucción basados en las ramificaciones genéticas de la situación.
¡Elizabeth vuelve! ¡Mejor para ti para todoslosHumanos en el Exilio para
todoslosTanu mejor si mueres! ¡No escuches las mentiras de la Doscaras
EsposadelaNave! ¡Vuelve y salta! ¡Salta!
Había naranjas en el suelo, porque Brede no era servida por ramas. El
característico olor del ácido cítrico en descomposición se mezclaba con el perfume de
las flores; los árboles tenían capullos simultáneamente con los frutos. Elizabeth
tendió una mano y arrancó una colgante esfera.
Las voces mentales emprendieron una última embestida: ¡No sigas! ¡No te alejes
de la liberación! ¡No pierdas la oportunidad Elizabeth! ¡Imposible escapar dentro de
la habitaciónsinpuertas! ¡Vuelve! ¡Salta! Vuelve…
LARGAOS.
(Burbujeosrestallidosagitación.) (Retirada.)
La voz amplificada de Brede dijo:
—Ahora saben que eres consciente de su ataque.
—Lo hubieran sabido más pronto o más tarde. Prefiero más pronto.
—Lo intentarán de nuevo. Y en mayor número la próxima vez. La reina
Nontusvel tiene más de doscientos hijos sobrevivientes.
—¡Dejemos que lo intenten! La compulsión-agresión será inefectiva aunque
amplifiquen sus esfuerzos un millar de veces. ¡Vosotros y vuestros torques! ¡No
consiguen en absoluto una auténtica sinergia mental! No pueden dominar la fuerza
necesaria tras un empuje multimental. Son primitivos y torpes… fuera de fase y fuera
de foco. Y fuera de su alianza, si sigues mi idioma.
Oh cruel en tu reservada superioridad oh orgullosa Elizabeth.
No prestó atención al no formulado reproche. Había sido un día irritante.
Mientras caminaban hacia la pequeña villa blanca, Elizabeth peló la naranja y comió
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los pequeños gajos. La carne de la fruta era oscura a la luz de la luna, añadiendo otro
ladrillo al edificio de su indignación: era una naranja sanguínea.
La voz de Elizabeth era restallante cuando dijo:
—No vas a llegar a ninguna parte siendo sutil conmigo, Brede. Nunca fui muy
buena en los juegos diplomáticos, ni siquiera allá en el Medio. Quiero saber de qué
lado estás y qué es lo que esperas de mí. ¿Y qué es exactamente esa habitación sin
puertas?
—No necesitas tenerle ningún miedo. No puede retener a alguien como tú. Pero
mantendrá a la Casa alejada de ti, en cuerpo y alma, durante tanto tiempo como
permanezcas dentro de su refugio. Había esperado que te quedaras conmigo.
Podríamos… enseñarnos la una a la otra. Hay mucho tiempo, casi dos meses antes
del Combate, donde preveo una resolución climática.
Los últimos gajos de la naranja cayeron de la mano de Elizabeth. Frenó su paso
cuando surgieron a una pequeña extensión de césped frente a la villa. La casa de
Brede no exhibía ninguna de las habituales luces Tanu, sino que se alzaba con una
simplicidad griega en un marco de cipreses. Era una morada adecuada para la
misteriosa mujer, carente de toda abertura al exterior.
El semienmascarado rostro de la Esposa de la Nave miro a Elizabeth, casi
suplicante. Parecía decir: las dos somos exiliadas, mucho más que todos los demás.
—¿Qué ocurrirá si nuestro intento de unión de mentes fracasa? —preguntó
Elizabeth.
—Entonces harás lo que debas. —Brede permanecía aparentemente
imperturbable—. ¿Entramos juntas?
Lado a lado, las dos mujeres cruzaron el césped, entrando en el porche
encolumnado de la pequeña casa, y penetraron atravesando la lisa pared de mármol.
A la paz.
Elizabeth no pudo evitar que un profundo suspiro escapara de entre sus labios. Un
silencio tanto mental como físico la envolvió… el tipo de silencio que en un tiempo
le había provocado una profunda angustia allá atrás en el Instituto Metapsíquico de
Denali, cuando los terapistas habían intentado en vano restablecer el contacto con su
regenerado cerebro. Pero ahora… ¡ahora bienvenida la quietud! Traía consigo la
eliminación de todo aquel ruido de fondo procedente de todas aquellas psiques
menores que habían murmurado y chillado y rugido y modulado sus débiles
discordancias aunque no fueran realmente más allá en su infantil insolencia ni se
atrevieran a un ataque frontal contra sus auténticas defensas. No podían alcanzarla,
por supuesto; pero su zumbido estaba ahí… En el Medio, esa estática mental quedaba
eliminada por la abrumadora armonía de la Unidad. Aquí hasta ahora, había habido
alivio contra ello solamente en ese capullo de fuego que era el último y terrible
refugio de una sufriente alma centrada en sí misma.
Hace eones, en nuestra distante galaxia [dijo Brede], vivía una raza sentiente en
un único planeta pequeño que orbitaba en torno a un sol amarillo. Cuando esta raza
consiguió por primera vez alcanzar la historia escrita no poseía más que una sola
forma corporal y un solo esquema mental. Con el paso de los milenios desarrolló una
elaborada tecnología y el transporte gravomagnético, que permite a las naves viajar a
velocidades cercanas a la de la luz sin verse restringidas por las limitaciones de la
—En este punto —admitió Brede—, mi presciencia falla. La llegada de gente del
distante futuro de la Tierra me causó gran preocupación, puesto que trastocó el
equilibrio de poder Tanu-Firvulag que había prevalecido hasta hace setenta años.
Sigo sin haber evaluado completamente el impacto. La investigación emprendida
ahora por tu amigo Bryan posiblemente proporcionará los datos necesarios para mi
juicio definitivo… aunque ni el Rey Thagdal ni ninguno de los demás ha pensado
profundamente en lo que habrá que hacer si el veredicto resulta ser desfavorable a la
continuación de la participación Humana.
—La Humanidad —dijo Elizabeth— ocupa una posición similarmente equívoca
entre las razas unidas del Medio Galáctico.
—La llegada Humana ha traído muchos cambios ventajosos… y no solamente
tecnoeconómicos y eugenésicos. Algunas facciones, tanto entre los Firvulag como
entre los Tanu, especialmente entre los híbridos Tanu, han empezado a mostrarse
cansadas de la contienda tradicional y a buscar una filosofía más civilizada. Es
posible que la asimilación de la Humanidad latente por parte de la población Tanu sea
algo deseable. ¡Pero tú…!
—Ninguna investigación antropológica evaluará mi impacto.
—Quizá sea conveniente que contribuyas con tu inapreciable herencia a nuestra
evolución racial en este punto. Eso es lo que cree el Thagdal, y también Eadone la
Maestra en Ciencias, Aluteyn el Lord Creador, Sebi-Gomnol, y un cierto número de
otros entre nuestros Grandes. Pero tú y tus genes para la metafunción operante podéis
ser también muy fácilmente un factor potencial letal… como te percibe la Casa de
Nontusvel. ¿Qué es lo que hay que hacer? Estoy completamente perdida, no sé cómo
proceder.
Lentamente, Elizabeth hizo girar el anillo diamantino en su dedo.
—Algunos otros manipuladores potenciales de los Humanos han conocido la
misma sensación.
Observando desde el lado opuesto del estadio, Aiken preguntó al Lord de las
Espadas:
—¿Quién es ese arcángel del culo?
—¡Lo descubrirás dentro de muy poco! Tengo entendido que ha traído algo
especial para tu prueba de los pantanos de Laar. —Tagan salió del cobertizo lateral
para acudir al encuentro del campeón Tanu. El torneo se había detenido en un punto
muerto en medio del rugir de la gente, a la espera de la aparición de Nodonn.
Stein, libre ahora de su armadura de cristal y masticando un muslo asado de
alguna gallinácea de buen tamaño, llamó desde el pasadizo que conducía a los
vestuarios.
—¡Hey, chico! Aquí hay alguien que quiere verte. Tu viejo amigo, el de la
Columbia Británica.
Raimo Hakkinen se deslizó furtivamente hasta el cobertizo, con sus pálidos ojos
mirando nerviosos de uno a otro lado. Ninguno de los guerreros Humanos o Tanu
estaba prestándole la menor atención, pero habló de todos modos en un susurro
ansioso:
—Solamente un minuto de tu tiempo, Lord Aiken. Esto es todo lo que…
Aiken pareció desconcertado.
—¿Qué es esa mierda de Lord? ¡Soy yo, picaastillas… tu viejo compadre!
NONTUSVEL: Tasha-Bybar, adiós. Tan encantadora para morir, obsequio que nos
hizo la Tierra, nunca comprendida y nunca saciada, atormentada incluso tras su
remodelación, danzando para hallar el alivio en una grotesca muerte.
DIONKET: Una variación de su danza del sable con un clímax imprevisto. ¿O no
fue así?
GOMNOL: ¡Era un genio! ¡Hubiera debido ser salvada!
DIONKET: Equipos enteros de mis redactores lucharon durante tres semanas para
restaurarla dentro de la Piel pero su mente nunca consiguió cooperar. Había
demasiados factores adversos: el trauma masivo del empalamiento, su prolongada
locura, agotada como estaba por nuestro amor, el deseo subconsciente de
aniquilación. Incluso en sus mejores momentos era un vacilante navío de fuerza vital,
mal adaptado, sin ayuda a causa de su conversión transexual.
ALUTEYN: Ninguna otra mano tenía su habilidad en la operación.
GOMNOL: Ningún cirujano Tanu pudo igualarla. Ningún cirujano Humano
—¡Hey, chico!
—Chissst. Quiero asegurarme de que nadie está rastreándonos telepáticamente.
No confío ni un ápice en ninguno de esos Arcángeles.
—… Chico, ¿qué hay del jodido monstruo?
—¿Quieres cerrar esa bocaza tuya? Es un trabajo difícil, tantos tipos de mentes a
la vez.
—Lo siento.
Colgaban del techo del pozo de la catarata, sujetos por sus pequeñas garras. El
mundo estaba absolutamente, opresivamente oscuro. El salto de agua creaba un
sonido silbante al derramarse en las entrañas de la montaña. Un lejano retumbar muy
abajo anunciaba su llegada a algún abismal sumidero.
Los dos murciélagos podían «ver» por medio del sonido.
Buscaron.
Túneles secos e inundados; grandes galerías donde las piedras arrastradas por el
agua y las estalactitas y las onduladas cortinas de delgada roca colgaban como
heladas creaciones de helado de vainilla y melocotón; estrechas hendiduras y
tortuosos corredores de techo bajo llenos de destellantes dientes de calcita;
desprendimientos de rocas donde el techo de una cueva se había derrumbado en
montones de piedras del tamaño de casas; corrientes de agua parcialmente secas con
brillo de lodo; agujeros sin salida en los que había que volver atrás; tentadores
pasadizos que les llevaban en dirección equivocada.
Comieron y, al cabo de un rato, durmieron. Despertaron y siguieron volando,
nadando, caminando, trepando. La comida y la cerveza se terminaron a mitad del
segundo día. Había agua en abundancia, pero no insectos para murciélagos, ni
materias comestibles flotando en las aguas subterráneas que los hombres-peces
pudieran engullir para aliviar los demasiado reales espasmos de sus posiblemente
ilusorios estómagos.
La pantalla mental de Aiken se hallaba ahora proyectada solamente entre ellos y
la concentración de energía psíquica que presumiblemente señalaba a Delbaeth. Éste
no parecía cambiar de posición; quizá la Forma de Fuego echara largas cabezadas
entre sus incursiones, o quizá la imprecisa aura señalara algo completamente
distinto…
Los murciélagos volaron descendiendo un largo e inclinado túnel. Por primera
vez desde su descenso, notaron una corriente de aire contra las agitantes membranas
de sus alas. La voz mental de Aiken le habló a Stein en el modo íntimo humano:
No pienses ni una sola cosa. Mantén tu mente quieta si valoras en algo tu dulce
culo. No creo que pueda oírme a mí en este modo pero cualquier chillido tuyo es
capaz de aporrearlo y enviarlo contra la pared.
Los dos murciélagos, ahora completamente envueltos en la más densa barrera
mental que Aiken pudo conjurar, llegaron a una curva en ángulo recto del corredor.
Aletearon girando el recodo y vieron luz ahí delante… de un color amarillo
anaranjado y parpadeando suavemente. El pasadizo era seco. Había enormes huellas
de pasos en el polvo.
Derivando entre las formaciones rocosas, los murciélagos se acercaron a la zona
iluminada. Era una enorme cámara abierta llena de indistintos monolitos casi
LA CLAUSURA
¿Brede?
Elizabeth estoy oyendo.
Pronostica. (DATOS)
Hazlo.
¿Ningún peligro?
Nunca ese noHumano es.
¿Ningún peligro para mismejores amigos Humanidad en general?
(Ironía.) Largoplazo afirma falsoretiro Elizabeth.
Maldita seas…
¿Madame Guderian?
Sí Elizabeth.
Voy a transmitir tu petición a Aiken Drum sin decirle más de lo que necesite saber
acerca de tu plan de acción. Creo que será en bien de la Humanidad a largoplazo
incluirlo a él en tus planes. Pero puede haber peligro a cortoplazo. Sé prudente.
Seguiré haciendo lo que pueda por ti durante tanto tiempo como me sea posible.
Ohgraciasmerci pero será peligroso pourl’amour dedieu ponte denuestrolado
Elizabeth nopodemos/nodebemos fallar (miedo culpabilidad esperanza). ¿Elizabeth?
La paz sea contigo Angélique Guderian. Y con todos mis amigos…
—¡Aquí estoy! —Dionket depositó una bandeja a su lado—. Zumo de naranja
Presa de una risa incontrolable, Stein dio a su compañero una hercúlea palmada
en la espalda. La pequeña figura vestida de oro se mantuvo tan firme como una
estatua de metal.
—¡Aiken… chico! ¿No son éstas las malditas noticias absolutajodidamente más
grandes que hayas oído en tu vida? ¡Están viniendo! ¡Nuestros buenos viejos amigos
del Grupo Verde están viniendo con los bolsillos llenos de hierro y un gran
matamoscas fotónico con el que podremos poner esa mierda de gallina de Tanu en
órbita! ¡Y pueden quitarnos los torques! ¡Sukey y yo podremos ser libres! ¡Todos los
Humanos que no deseen llevar esas cosas podrán ser libres! ¿No resulta increíble?
Aiken Drum exhibió su retorcida sonrisa.
—Eso es lo que Elizabeth dice.
Los dos se hallaban en un balcón del apartamento de Mayvar en la Sala de
Telépatas. Su interrumpida comida estaba aún sobre la mesa ante ellos. El alto y
cálido sol brillaba sobre la engalanada ciudad, hormigueante de visitantes Tanu y
Humanos. Allá en la resplandeciente Llanura de Plata Blanca, al sur, miles de
pequeñas y negras tiendas Firvulag se extendían en apretadas hileras, junto con
pabellones más grandes color ocre y rojo óxido y otras tonalidades que albergaban a
la nobleza de la Pequeña Gente. Enormes graderíos con marquesinas de lona color
escarlata y azul y púrpura y rosa dorado estaban siendo terminados de erigir a ambos
lados del gran Campo de Listas, donde celebrarían las competiciones deportivas
anteriores a las sangrientas contiendas del Combate propiamente dicho.
Stein, con la cabeza descubierta y llevando solamente una ligera túnica, tomó su
copa de aguamiel helado tan firmemente que la plata amenazó con doblarse.
—¿Y bien, chico? ¿Crees que puedes realmente recargar ese cañón fotónico que
están trayendo?
—No puedo decirlo seguro hasta que le haya echado una mirada, Steinie. Pero si
se trata solamente de descubrir cómo abrir una jodida unidad de energía, como dice
Madame, eso tiene que ser pan comido para un genio como yo.
—¡Maldita sea! —El gigante tragó de un sorbo su bebida y dejó la copa sobre la
mesa con un golpe seco—. ¡Puedes estar seguro como el infierno de que voy a
participar en esa jarana de la fábrica de torques! ¿Crees que me dejarán efectuar el
disparo? No hay nadie que pueda enseñarme ningún truco respecto a cómo manejar
armas fotónicas de buen tamaño… ¿o acaso piensas encargarte de eso tú mismo?
La sonrisa de Aiken se volvió pensativa. Tomó una flor parecida a una margarita
— Un estudio preliminar —
—¿No parece eso autoritario? —chirrió Greggy, tomando una de las placas de la
salida de la máquina—. ¡Exactamente igual que allá en casa! Déjame leer solamente
el resumen, Bry. ¡Por favor!
Bryan le quitó el libro de las manos del Maestro Genético antes de que éste
pudiera pulsar el activador del contenido y se lo metió en el bolsillo interior de su
chaqueta.
—Te prometo que serás el primero en leerlo después de que el Rey dé su
aprobación. Hasta entonces tendrás que ser paciente, Greggy.
Ogmol tomó su propia copia del libro y la destinada a su real padre.
—Éste es un material muy delicado, Greggy. No puede manejarse a la ligera.
—¡Oh, mierda de mierdas! —exclamó el niño adulto—. ¡He hecho bien no
dándoos mi noticia! Por eso precisamente estaba buscándoos. Así que vais a perderos
la diversión. Pero si fuerais un poco condescendientes…
—Cuando el Rey dé su consentimiento, haré todo lo necesario para entregarte tu
propio ejemplar en un fino estuche de piel roja —prometió Bryan—. Estampado en
oro. Con tu nombre en él.
Greggy radió.
—Oh, muy bien. Sólo estaba bromeando. ¡Jamás desearía que os perdierais el
desafío formal de Lady Mercy-Rosmar al Maestro Artesano!
—¡Omnipotente Tana! —exclamó Ogmol—. ¿Así que va a seguir realmente
adelante con eso? ¿Va a ir contra Aluteyn en la manifestación de poderes en el
Combate?
—¡Puedes apostar a que sí! —dijo Greg-Donnet—. El Rey y la Reina están aquí
para asistir al desafío, y muchos otros también.
Bryan solamente pudo quedarse allí inmóvil, en silencio. Pero Ogmol estaba
diciendo:
Hubo un zumbido meditativo. Una sola placa verde pálido cayó con un ligero clic
en la bandeja. El ordenador no emitió ningún sonido en absoluto mientras borraba de
su memoria todo el cuerpo de datos que Bryan y Ogmol habían almacenado en su
interior.
Greg-Donnet dio una palmada a la máquina, canturreando, y se metió su copia del
informe en un bolsillo debajo de uno de los faldones de su frac.
—¡Hermosos gráficos y jerga erudita! ¡Estadísticas y correlaciones y
extrapolaciones de terribles, terribles portentos! Ninguna sorpresa para mí, por
supuesto. ¿Quién necesita a un antropólogo para señalar el diluvio que viene? ¡Osada
Humanidad! ¡Imagina al pobre Thaggy pensando en lo buenos que hemos sido para
esa gente! ¿Se sentirá impresionado al descubrir que Nodonn estaba en lo cierto
respecto a nosotros? Y aquí está todo… claramente deletreado por el listo de Bryan y
el simple de Oggy… el destino de la Humanidad y de los híbridos Tanu-Humanos
escrito tan claramente que incluso el más cabezadura de la Casa lo comprenderá…
Ah, Bryan. Con Oggy llevando las riendas, tú lo único que tienes que hacer es darle
obedientemente esa cosa al Rey y confiar en su buen sentido para que no haga lo
obvio. ¿O has visto incluso lo obvio, Bryan?… ¡Y me llaman loco!
Recogió los libros esparcidos por el suelo, formó una cuidadosa pila con ellos, y
salió llevándolos en brazos. Con un poco de suerte, no se habría perdido nada de los
fuegos artificiales.
Ogmol condujo a Bryan por un pasadizo secreto que se abría finalmente a una
alcoba muy cerca del pabellón de la gran rotonda de la Casa de Creación. El rincón
estaba protegido por cortinas de un ingenioso tejido que proporcionaba una visión
unidireccional a la cámara.
—Un antiguo anexo para la guardia, reliquia de los Tiempos de Disturbios hace
quinientos años —susurró Ogmol—. Todas las sedes de las Ligas los tienen, y los
pasadizos secretos también. Pero nadie se preocupa por ellos excepto Gomnol y sus
coercedores. Ya sabes lo paranoides que son acerca de la seguridad.
Bryan prestó poca atención a la explicación de su compañero, como tampoco
perdió mucho tiempo examinando a los Altos Personajes que estaban sentados ya en
el pabellón en torno al vacío trono de plata incrustado con berilos que era el asiento
habitual del Maestro Artesano Aluteyn. El antropólogo reconoció quizá a la mitad de
En la oscura cima del Monte de los Héroes había una pequeña pradera al aire libre
entre dos riscos gemelos, muy por encima del Colegio de Redactores y la ciudad y los
broncíneos lagos. Hicieron alejarse al viejo conductor del carruaje para que
aguardara, y se inmovilizaron uno al lado del otro en la noche completamente
silenciosa. Parecía como si hubieran llegado a un lugar entre dos cielos distintos…
uno encima de todo, distante y helado y viejo, y el otro debajo, cálido y excitante con
las parpadeantes luces de tres tipos de gente: las llamas de aceite de oliva encendidas
por los Humanos, las lámparas-joya de los Tanu, y las enormes fogatas de los
Firvulag mostrando un festivo despliegue en las llanuras del sur.
Medio kilómetro corriente abajo del bosquecillo de sauces donde estaba anclado
el barco había un conglomerado de grandes rocas, llenas de tamariscos y acacias, que
surgía de la orilla y formaba un excelente observatorio. Decidieron montar la guardia
allí, al menos hasta última hora de la tarde, para asegurarse de que los otros barcos no
Abandonaron el lugar donde habían anclado tan pronto como hubo luz, mientras
La polilla de cola larga siguió la llamada hasta una profunda caverna en una calita
en la costa septentrional de Aven. Los saboteadores, como los Firvulag, sabían que la
¿Gumball?
Sí Aiken.
Se trajeron la casa y el jardín y la preciosa valla blanca que la rodea también.
Exactamente tal como planeamos. Vagarán un poco por ahí mañana por la noche
cuando yo no me comunique telepáticamente con ellos. Pero luego decidirán que fui
devorado por algún monstruo y seguirán adelante con su plan. ¿Qué otra cosa pueden
hacer? ¿Correcto? Estáte preparado cuando entren por esa puerta de atrás. Felice lleva
Solamente uno de los clientes del albergue cuyo viaje había sido tan
inesperadamente abortado no sufrió un ataque de histeria. Sujetando aún su red para
el plancton y su bolsa de frascos para especímenes, respondió cautelosamente las
preguntas del consejero Mishima.
—Simplemente estaban de pie ahí, se lo aseguro. Solamente los vimos durante
una fracción de segundo cuando esos espejos en las paredes de la máquina se
desconectaron. ¡Y luego ya no eran más que esqueletos! Y luego polvo… Realmente
debo exigir una explicación, consejero. El folleto insiste categóricamente en que no
hay ningún peligro en el viaje a través del tiempo…
Uno de los otros consejeros, arrodillado frente al mirador de rejilla, interrumpió:
—Alan, ven y mira esto.
Mishima dijo al hombre:
—Por favor, suba arriba y espere con los demás, doctor Billings. Estaré con usted
en un momento.
Cuando el hombre se hubo ido, los dos consejeros se inclinaron sobre el montón
de ceniciento polvo. Había un peculiar adorno dorado medio enterrado en él, una
especie de collar bárbaro. Cuando Mishima lo alzó, unos copos resplandecientes —
todo lo que quedaba de sus componentes internos— cayeron flotando de sus
pequeñas aberturas y se mezclaron con el polvo.
—Y aquí… Oh, Dios. —El otro consejero había descubierto las dos piezas planas
de ámbar. El mensaje era claramente visible dentro de ellas—. Será… será mejor que
llevemos estas cosas al director, Alan.
Mishima suspiró.
—Sí. Y dile a ese tipo Billings y a los otros que no necesitan esperar, después de
todo.
Los dos anillos gemelos de azabache tallado no fueron descubiertos hasta más
tarde, cuando el polvo del mirador fue reverentemente barrido para ser almacenado
—hasta que la comisión investigadora hubiera terminado su trabajo— en una bolsa
de durofilm en la caja de seguridad del director del albergue.
EL GRAN COMBATE
… ¿Steinie?
Amoramor estás despierta.
—¿Todavía te duele, Sue?
¡¡¡Brede!!!
Te escucho Elizabeth.
¡Tú has maquinado esto!
Es como Creyn afirma. No vi nada de esto, no lo planeé. Es obra de la
Diosa. O de Dios.
No. ¡No! ¡Oh… malditos seáis! ¡Todos vosotros!
El globo se elevó, derivando invisible mientras la brisa del oeste lo hacía pasar
por encima de las luces de Muriah. Mientras ganaba altura sobre el Gran Lago se
encontró con una corriente de viento. La envoltura semidirigible se estremeció,
atrapada momentáneamente por ráfagas opuestas. La progresiva ascensión lo
introdujo completamente en la otra corriente.
Cambió de dirección, alejándose de Córcega-Cerdeña, y derivó hacia el sudoeste,
hacia el istmo de Gibraltar.
Bryan había sido confinado en una confortable suite en el nivel más alto de la
sede de la Liga de Redactores. El dormitorio carecía de ventanas, penetrando en el
flanco de la montaña; pero el salón poseía un balcón que se abría a la sección sur de
Muriah y a los huertos, olivares y villas suburbanas que se extendían desde las
afueras de la ciudad hasta el promontorio donde se alzaba la pequeña residencia de
Brede. Más allá se curvaba la Llanura de Plata Blanca. No podía ver el Combate, por
supuesto. El campo ritual de batalla se hallaba a unos tres kilómetros de distancia y
por debajo del borde peninsular. Pero a medida que ascendía el sol había ocasionales
destellos heliográficos procedentes de aquella dirección; y de tanto en tanto, cuando
variaba la orientación del viento, creía oír distantes sonidos retumbantes y música.
A decir verdad, el doctor Bryan Grenfell se sentía profundamente decepcionado
por perderse el Gran Combate, pese a que el siniestramente agraciado Culluket le
había explicado que iba a representar más tarde un papel muy especial en la
celebración y que por ello tenía que permanecer entre bastidores hasta que llegara su
momento. Pero casi todos los antropólogos se deleitan en los espectáculos rituales, y
Los tripulantes del globo decidieron acampar en el fiordo, al menos hasta el día
siguiente. Felice aseguró a Sukey que le resultaría imposible a cualquier observador
hostil penetrar sus defensas ilusorias. Invitó incluso a Sukey a entrar en su mente y
descubrir algunas de las maravillas que recientemente se habían instalado allí. Todo
lo que sabía Sukey de la jugadora de anillo-hockey le había llegado de segunda mano
a través de Stein. (Esta pobre chiquilla de grandes ojos marrones y andrajosa
camisa… ¿ésta era la agresiva rompepelotas que Stein había conocido allá en el
albergue?) Cualquier concepción equivocada que hubiera podido alimentar Sukey fue
despejada por el aura de amistoso poder y buena voluntad que irradiaba la mente de
Felice.
Descansar todo un día [pensó Sukey] les daría tiempo de conocerse algo mejor,
adecentarse un poco, y tomar algunas decisiones racionales acerca de dónde ir desde
allí. Muy especialmente, les proporcionaría la oportunidad de dedicarse a la delicada
operación de retirar el torque de Stein.
Las cizallas de acero de doble palanca estaban en uno de los armarios de la
góndola.
—Entonces podré completar la mayor parte de su curación mental por mí misma,
incluso con el torque fuera. —La timidez hizo dudar a Sukey antes de explicarle a
Felice—: Hay algunas lesiones mentales que Elizabeth no pudo tratar, ¿sabes?
Heridas muy antiguas que el torque hizo peores. Pero su curación no es tanto un
Era algo que lo mantenía ocupado y que no requería tener que mover sus piernas
rotas toscamente entablilladas, de modo que Basil pasaba casi todas las horas que
estaba despierto raspando la sólida pared de roca de la celda de su prisión con una
cuchara de vitredur.
Hasta el momento en que Felice voló el fiordo, Stein vivió toda aquella
experiencia del plioceno como algún espurio drama cultural.
Había sido más salvaje y pavoroso y vívido que cualquiera de las exhibiciones
inmersivas de las que había sido expulsado allá en el Medio en su juventud; pero
cuando uno pensaba detenidamente en ello, la vida en el Exilio era exactamente
idéntica en su irrealidad. El derramamiento de sangre en el Castillo del Portal, la
secuencia de sueño febril culminando con la redacción profunda de Elizabeth y
Sukey, el banquete de la licitación y la lucha con el animal en la arena y la muerte de
la danzante predadora y la Búsqueda de Delbaeth… ¡todo irreal! Cualquier día a
partir de ahora, incluso cualquier minuto, su participación en la representación
llegaría a su final y se volvería en su traje de vikingo hacia la salida y volvería al
mundo real del siglo XXII.
Incluso en este momento, con su mente convaleciente y suspicaz, algún segmento
evaluador de su corteza cerebral se negaba a aceptar el viaje en el globo como algo
distinto a una extensión del sueño. Allá abajo se extendía la hermosa entrada del
fiordo y sus coloreados despeñaderos de lava. Un enorme cono de cenizas a la
derecha del escenario. Un telón de fondo de árboles como grandes bonsai trepando a
las alturas. Pequeñas islas de verdor con matorrales en flor y bosquecillos de mangles
salpicaban aquí y allá las extensiones de agua lisas como un espejo. Una enorme
bandada de flamencos rosa se agitaba en los bajíos, pescando su comida.
¡Irreal! Podía ver los carteles:
Durante un centenar de años, los huevos de los camarones y las esporas de las
diminutas algas habían aguardado la lluvia.
Seguros bajo la cuarteada costra salina de la playa, habían almacenado sus
pequeñas porciones de fuerza vital, resistiendo el calor y la sequía y la acción
química hasta que otra extraordinaria tormenta de lluvias, que se producía una vez
cada cien años, regara la cordillera Bética del plioceno, hinchara el río proto-
Andarax, y llenara el Gran Pantano Salino hasta desbordarlo.
Entonces, durante unas breves semanas, los centenares de kilómetros cuadrados
de secos lechos de lagos que se extendían entre los límites occidentales del pantano y
la suave elevación de Alborán estallarían en una prolífica vida. Los camarones y las
algas y unas cuantas formas acuáticas resistentes medrarían hasta que las aguas
fueran drenadas y evaporadas, dejando nuevos huevos y esporas enterrados en los
sedimentos para aguardar la siguiente tormenta de los cien años.
No cayó ninguna lluvia. El cielo del plioceno a principios de noviembre era claro,
y el lecho del Andarax transportaba solamente un delgado chorro de agua procedente
de las alturas españolas hasta la cuenca del Mediterráneo.
Sin embargo, la playa se llenó. Las aguas se extendieron y ganaron profundidad
de una forma sin precedentes.
Los camarones eclosionaron por miles de millones, comieron algas, y se
apresuraron a soltar los blandos huevos que producían en un medio acuoso
conveniente. El agua era más lodosa de lo habitual y contenía extraños competidores,
plancton oceánico que rivalizaba con los camarones en la búsqueda de las derivantes
plantas e incluso intentaba hacer presa en los propios pequeños crustáceos. Pero las
criaturas de la playa no eran conscientes de ello, ni del hecho de que nunca más
tendrían que volver a soportar la profunda y prolongada sequía.
—¡Confiad en mí! —dijo Aiken Drum entre el fuego, el humo, los aullidos
mentales y la carnicería.
—Si esto no funciona —le dijo Bunone la Maestra de Guerra—, hay una buena
posibilidad de que Nukalavee te atrape.
Aiken apuñaló el cielo con su insolente estandarte.
—¡No tengáis miedo! Simplemente mantened vuestras ilusiones intactas y ved
que nadie del grupo intente alguna heroica estupidez que eche a perder toda la
emboscada. ¿Me has entendido bien, Tagan, muchacho?
Las llanuras de pantanosa hierba y los lechos de lotos del Gran Pantano Salino
habían desaparecido, y las junglas de mangle donde los ibis y los airones y los
pelícanos anidaban estaban ahora completamente sumergidas. Tan sólo las islitas más
altas se asomaban aún sobre las crecientes aguas; allí, los enloquecidos animales
luchaban entre sí en el menguante espacio hasta que se ahogaban o eran empujados
fuera y nadaban para salvar sus vidas. Los más afortunados hallaron un refugio en el
gran dique de restos volcánicos; pero necesitaban trepar cada vez más y más alto por
la ladera de escorias a medida que el agua seguía subiendo. Una vez alcanzada la
cima, muchos de los animales estaban demasiado débiles y traumatizados como para
seguir adelante (y de todos modos allá abajo en el flanco oriental del dique no había
más que desierto); y así se acurrucaron allá bajo la luna que se hallaba a un día de ser
llena… los colmilludos ciervos de agua y las nutrias y los hipopótamos pigmeos y los
hiráceos acuáticos y los félidos de largos cuerpos y las ratas y las tortugas y las
serpientes y los anfibios y una miríada de otras criaturas desplazadas… sin que
Brede la Esposa de la Nave condujo a los tres Humanos a lo largo del desierto
corredor en las profundidades del ala secreta de la Casa de Redacción. Estaban libres
de sus torques grises, vestidos con ropas nuevas, y completamente desorientados
acerca de quién era ella o lo que deseaba de ellos.
—Mi identidad no es importante —les dijo la enmascarada exótica, deteniéndose
frente a una puerta cerrada—. La única que importa está aquí dentro, perdida ahora
en un sueño de su yo pero lista quizá para despertarse pronto.
Los ojos marrones de Brede se clavaron en Basil.
—Tú eres un hombre de acción e ingenioso. Dentro de pocas horas serán
requeridos tus talentos. Cuando llegue el momento, sabrás lo que hay que hacer.
Todas las cosas que necesites, incluidos mapas y muchos dispositivos sofisticados
confiscados a los viajeros temporales, podrás hallarlos almacenados en armarios
dentro de esta habitación.
El tocado de la Esposa de la Nave se inclinó hacia atrás cuando se dirigió al Jefe
Burke, y sus ojos se fruncieron con humor ante la expresión suspicaz del gran nativo
americano.
—Tú organizarás y dirigirás a los supervivientes. Será difícil, porque estarán los
pacientes de la Piel de los que ocuparse, e incluso los físicamente capaces se
mostrarán reluctantes a seguir a un Humano cuello desnudo. Pero los dirigirás pese a
todo.
La mano de Brede descansó ahora en el picaporte de la puerta. Dijo a Amerie:
—Tu tarea será la más difícil de todas, puesto que tendrás que ayudarla durante el
terrible tiempo del ajuste. Pero tú eras su amiga… y eres la única del grupo original
que queda a la que Elizabeth puede recurrir. La comprenderás, pese a que no eres una
metapsíquica. Ella no necesita a alguien iniciado ahora. Necesita a una amiga… y una
confesora.
La puerta se abrió. Dentro había una amplia habitación débilmente iluminada, con
tres de sus paredes excavadas en la misma roca. La pared del extremo más alejado
tenía una larga abertura horizontal, acristalada, que revelaba el panorama de última
hora de la tarde de Muriah y las llanuras de sal al sur. Había una serie de armarios
alineados en las paredes laterales, y en el centro de la habitación un camastro bajo
Con el Quinto Día desarrollando las horas finales de la Alta Mêlée, ambos
ejércitos se sentían inflamados y esperanzados ante la victoria, pese a que los
Firvulag sabían muy bien que las posibilidades estaban yendo en contra de ellos.
El Rey Yeochee pasó la mayor parte de la tarde en la penumbrosa Tienda de las
Videntes, donde talentudas brujas utilizaban sus poderes telepáticos para proyectar
escenas escogidas de la acción para que las viera la Pequeña Gente no combatiente.
El duelo entre el viejo Leyr e Imidol de la Casa había sido particularmente
atractivo… y emocionante también, puesto que Yeochee recordaba bien cuáles habían
sido los poderes del viejo Lord Coercedor antes de ser destituido por Gomnol. Pese a
que Leyr era uno de los Enemigos, aquella había sido una terrible forma de morir…
cortado a rodajas como un salchichón y luego obligado, por las superiores
metafacultades del joven coercedor, a abrir su gorguera y a rebanarse él mismo su
garganta. Oh, bien. La juventud también tenía derecho a su día.
Dejó a las videntes y se dirigió al hospital de campaña donde eran tratados los
heridos en preparación a su embarque para casa. Los botes habían empezado ya a
abandonar Aven, y muchos más alzarían sus velas antes de que el Combate terminara
oficialmente al amanecer. La tregua post-Combate, como la anterior a los juegos, era
solamente de un mes… y el viaje por tierra transportando a los heridos era un asunto
lento, especialmente puesto que no podían utilizar los botes río arriba en su camino a
casa.
Yeochee vagó arriba y abajo por entre las hileras de castigados y ensangrentados
gnomos. Una palabra de ánimo del Viejo siempre parecía levantar el espíritu de los
guerreros, y necesitaban toda la ayuda que pudieran obtener. No había ninguna
sanadora Piel mágica en el hospital de campaña de la Pequeña Gente. Todo lo que
tenían era sus toscos y voluntariosos talentos quirúrgicos, su fuerza de voluntad, y la
superior resistencia de una raza correosa que había madurado en un entorno natural
lleno de peligros. Casi la mitad de las fuerzas originales Firvulag estaba ahora fuera
de combate. Pero el Enemigo, recordó el Rey Yeochee con una presuntuosa sonrisa,
había perdido casi la totalidad de su cuerpo de élite de grises, compuesto por 2.000
—¡Perdiste!
—Me hicieron un sucio truco Firvulag, Maestro de Batalla —protestó
acaloradamente Imidol—. Realmente tenía acorralado a Sharn-Mes, a él y a su
maldito traje de escorpión, y si hubiera dispuesto de otros tres segundos…
—¡Perdiste, y tu chapucería y tu inexperiencia puede que nos hayan costado el
Gran Combate!
El titán zafiro se quitó el casco y se echó un cubo de agua fría por encima de su
aún humeante pelo.
—Sabes que puedes ganar a Aiken Drum en el mano a mano.
—¡Estúpido! —rugió incandescente el Maestro de Batalla—. ¿Has olvidado a los
Firvulag? ¡Van por delante de nosotros en puntos!
En las mentes de los ocho campeones Tanu y en la de Nodonn colgó el tablero de
los resultados:
El Maestro de Batalla hizo un gesto hacia los cuatro aliados de Aiken Drum junto
al derrotado héroe coercedor.
—Y gracias a nuestros hermanos y hermanas renegados de aquí, ¡vamos a tener
que enviar a un pequeño truhán al Encuentro contra Pallol Un-Ojo!
Hubo un puf de humo púrpura.
—Creí haber oído pronunciar mi nombre en vano —gorjeó Aiken Drum—. No
me digas, Hermano Rostro de Sol, que tienes dudas acerca de mi capacidad de
clavarle la tapa al ataúd del gran Ojo.
—Es cinco veces más poderoso que su hermano de sangre Delbaeth, que nos trajo
tantos problemas en la Búsqueda —dijo Nodonn—. Y él no ataca y huye, como hacía
la Forma de Fuego. ¡Él se queda! ¿Crees que tu mente será capaz de mantener
indefinidamente un escudo contra ese Ojo? ¿Confías en que tu poder psicocreativo
puede equipararse al suyo? ¿O piensas agotarte en la defensa, joven Humano,
utilizando todas tus fuerzas en detener sus energías mientras él te hace pedazos con
un simple golpe de su puño?
—¿Te gustaría que yo lo matara a él?
Los ocho campeones y el Maestro de Batalla estallaron en amargas carcajadas.
Aiken frunció el ceño.
—No. En serio. Puedo matarlo. Exactamente como lo hice con Delbaeth. Lo haré
a la manera humana, y tú y el resto de la Alta Mesa tendréis que admitir que lo he
hecho a mi manera sin transgredir ninguna de las mierdas de sagradas reglas vuestras.
El rostro de Nodonn, dentro del fantástico casco rosa-dorado, brilló despectivo.
—No puedes utilizar la Lanza contra Pallol, Inferior. Solamente contra mí.
Aiken hizo un gesto con un dedo al Maestro de Batalla.
—No es eso lo que quiero decir. Y no te impacientes, Cara de Sol. ¡Ya llegará tu
turno! —Miró intensamente a todos los campeones, por turno—. ¿Bien? ¿Voy a
sacaros las castaña del fuego y a vencer en esta maldita fiesta por vosotros… o no?
Mi truco no es más sucio que cualquiera de los que los Firvulag y sus secuaces
Humanos emplearon contra vosotros en Finiah. —Y la mente de Aiken les mostró lo
que se proponía hacer—. ¿Sí o no, maldita sea? Dad un grito al resto de la Mesa o
simplemente me largo de aquí y os dejo con los pulgares metidos en la masa.
—¡Ve y que te maldigan! —aulló Imidol—. El Maestro de Batalla se enfrentará a
Pallol si tú fracasas. ¡Y él vencerá!
—¿Estás seguro? —inquirió suavemente el truhán—. ¿Vencerá por los puntos
suficientes como para hacer cambiar el resultado de los juegos? Nodonn no puede
decapitar a Pallol. Pero yo sí puedo. Y todos vosotros sabéis lo que afectará eso al
La luna estaba descendiendo, una vez cumplido con su trabajo. Aún seguía
iluminando la cuenca mediterránea, pero sus efectos de marea, durante tanto tiempo
carentes de importancia en aguas someras, estaban empezando a dejarse sentir en la
zona al oeste de Aven, donde las oscuras aguas lamían una desmoronante cresta de
lava.
El primer frente avanzó hacia la salida del sol, perdiendo rápidamente altura a
Arrancada de su base, la enorme caja de cristal que era la Gran Retorta daba
tumbos con la corriente, mientras los cuerpos en su interior caían y se amontonaban a
cada violenta oscilación. Finalmente la Retorta pareció estabilizarse. La mitad de su
masa estaba por encima de la línea de flotación, y los prisioneros que aún estaban
conscientes tuvieron la sensación de hallarse en una extraña parodia de un bote con
fondo de cristal. La marquesina negra y plata que formaba su techo estaba rasgada y
restallaba a cada nuevo soplo de viento. Los bancos y mesas, los cubos higiénicos y
los platos con comida y las jarras con agua estaban entremezclados con los cuerpos
de los condenados.
Raimo Hakkinen escupió agua salada, sangre salada y un diente. Permanecía
tendido contra la pared delantera, cerca de la puerta. El agua estaba rezumando por
una serie de grietas junto a la jamba.
—Vamos —graznó, quitándose su ropa interior y empezando a arrancar tiras con
los dientes.
Solamente una persona del montón de prisioneros cerca de él le respondió, una
mujer vestida en una armadura acolchada. Entre los dos mordieron y rasgaron la tela
acolchada de la armadura, y las burbujas de plast aplastadas contra las rendijas
Las lluvias de invierno barrieron los pantanos de Burdeos. El gran río era
cenagoso y los peces huidizos, pero había abundancia de aves silvestres, y pequeños
venados sin cuernos y con colmillos, y en las partes altas de la gran isla crecían los
robles y los castaños y suculentas setas. Sukey sintió antojo de comerlas, y estuvo
pinchando a Stein hasta que éste aceptó irle a buscar un cesto. Y luego a ella le supo
mal cuando empezó a llover tan fuerte, y procuró que cuando volviera encontrara un
buen guiso caliente y un buen fuego en la cabaña de tierra.
Él regresó cuando ya casi era oscuro. Además de las setas traía una pierna de un
cerdo salvaje de mediano tamaño.
—El resto está oculto arriba en un árbol. Puedo traerlo mañana. Esa carne de
cerdo hay que cocerla mucho, recuerda.
—Lo haré, Stein. No quiero correr ningún riesgo. Ya lo sabes. —Tomó una de las
húmedas y callosas manos y la besó—. Gracias por las setas.
—Estoy completamente empapado —le advirtió él—. Espera. —Se quitó la
chorreante chaqueta y los pantalones de ante y los mocasines de cuero sin curtir y se
calentó en el fuego mientras ella se reclinaba contra él, contemplando las llamas y
sonriendo secretamente. Nacería en el verano, y entonces habría tiempo de sobra para
buscar a los otros humanos, en los días de tiempo tranquilo cuando el gran globo
pudiera flotar muy suavemente y aterrizar sin ni siquiera una sacudida. En agosto o
setiembre próximo se irían. Y mientras tanto, esto no estaba tan mal. Estaban
completamente solos, completamente seguros, con abundancia de comida y una
hermosa cabaña, y se tenían el uno al otro.
—Come un poco —le dijo ella—. Yo arreglaré tus cosas y prepararé lo de la
Las luces del volador en órbita estaban completamente apagadas ahora, y las
alarmas exóticas ya no sonaban ninguna advertencia. Sin energía, sin oxígeno, el
aparato mantenía fielmente su órbita de aparcamiento, dando vueltas y vueltas al
mundo a una altitud algo inferior a los 50.000 kilómetros.
Durante la mayor parte de su órbita, la superficie negro mate del volador lo hacía
virtualmente invisible contra el fondo del espacio. Pero de tanto en tanto la luz del sol
incidía en la portilla delantera del volador, iluminando el rostro de Richard y
haciendo que un breve rayo se reflejara de vuelta a la Tierra.
El pequeño pájaro roto seguía girando una y otra vez, dando vueltas
interminablemente.
—¡Ya vienen! ¡Ya vienen! —gritó Calisto, el chico de las cabras, mientras corría
a lo largo del cañón de Manantiales Ocultos, olvidadas sus obligaciones—. ¡La
hermana Amerie y el Jefe y un montón de otros!
La gente empezó a salir de casas y cabañas, llamándose excitadamente unos a
otros. Una larga hilera de jinetes estaba abriéndose camino hacia el poblado.
El Viejo Kawai oyó la conmoción y sacó la cabeza por la puerta de la casa
cubierta de rosas de Madame Guderian, bajo los pinos. Inspiró el aire a través de los
dientes.
—¡Ella viene!
Un gatito vino corriendo de la caja debajo de la mesa, estando a punto de derribar
al hombre mientras regresaba al interior para coger un cuchillo.
—¡Tengo que cortar unas flores y apresurarme para darle la bienvenida! —
Apuntó con un dedo severo al gato—. ¡Y tú… procura que tus gatitos estén bien
limpios y aseados para que no pueda reprocharnos nada a ninguno de los dos!
La puerta cubierta con una mosquitera restalló. Murmurando para sí mismo, el
viejo cortó un buen puñado de rosas de junio, y luego echó a correr sendero abajo,
dejando tras él un rastro de pétalos rosas y encarnados.
«Grandes inundaciones del Missoula», que tuvieron lugar durante la Edad del Hielo del pleistoceno en la parte
occidental de Norteamérica. Las aguas fundidas del Glaciar Cordillerano de las Montañas Rocosas fluyó hacia el
oeste hasta encontrarse con un lóbulo del Glaciar del Okanogan, que bloqueaba el Clark Fork Valley cerca del
actual lago Pend Oreille en la parte norte de Idaho. Esto formó el lago glacial Missoula, una de las mayores masas
de agua dulce jamás acumuladas en la parte occidental del continente. Con más de trescientos metros de
profundidad en algunos lugares, inundó los valles del oeste de Montana hasta que el dique natural de hielo y
escombros se rompió. Unos 125 kilómetros cúbicos de agua se vaciaron del lago a través de la Grand Coulee en
un período de unas dos semanas, barriendo el paisaje de Washington conocido como los Channeled Scablands y
vaciándose en el Pacífico a través de la Garganta Columbia. El ariete hidráulico en la garganta alzó el flujo de
agua unos 120 metros por encima del nivel del mar en la región adyacente a Portland, Oregon. La inundación se
repitió al parecer un cierto número de veces. Para comparar las Inundaciones del Missoula con el llenado del
Mediterráneo, uno debe recordar ante todo que la cuenca mediterránea contiene aproximadamente en la actualidad
un cuarto de millón de kilómetros cúbicos de agua; pero a principios del plioceno, cabe suponer que la cuenca
estaba mucho más vacía. <<