Teoría de La Organización de Las Funciones Psicológicas Superiores Según Luria - Epsys
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Teoría de La Organización de Las Funciones Psicológicas Superiores Según Luria - Epsys
epsys
revista de psicología y humanidades
Resumen
En este artículo nos centramos en la utilidad diagnóstica de una batería neuropsicológica de reciente
creación, la batería Luria-DNA. Previamente analizamos el rol del profesional en el uso de las baterías e
instrumentos de evaluación neuropsicológica: clínico e investigación. Es en el contexto de la aplicación con
un fin de investigación en el que nos situamos, analizando seguidamente las tres unidades funcionales
(bloque de activación, bloque de input y bloque de programación) implicadas en la regulación de la
actividad psicológica humana. En coherencia con esta unidades funcionales, se explican las diferentes
alteraciones que pueden ir vinculadas a las mismas.
Palabras Clave: Batería Luria-DNA, bloque de activación, bloque de input, bloque de programación.
Abstract
In this paper we focus our attention in the diagnosis utility the battery neuropsychology assessment, which
has been created recently, Luria-DNA. Before, we have analysed the professional roll while are being used
the neuropsychology assessment: research and clinic. In this research context, we explain the tree
functional units, which are been involved in the running of the human psychology activity. In coherence
with these units functional, in linking with these we study some disorders.
Key words: Luria-DNA battery, activation block, input block and programming block.
Introducción
Para Luria (1997), los procedimientos lógicos en la investigación clínica difieren fundamentalmente de los
que se aplican en la experimentación psicológica o fisiológica general. El investigador dedicado a un trabajo
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experimental empieza encontrando un problema luego selecciona los métodos adecuados para
solucionarlo y construye hipótesis y estrategias. Se omiten los datos que no contribuyen al análisis del
problema y a probar las hipótesis. En el trabajo clínico no ocurre nada parecido. El punto de partida no es
un problema, sino algo desconocido: el paciente. Han de realizarse observaciones cuidadosas, y el
investigador no puede permitirse la omisión de un dato, por extraño que le parezca, aunque a primera vista
sea insignificante. En la mente del investigador se dibujan los contornos de hechos en apariencia
importante y empiezan a formarse hipótesis. Al principio se desconoce si serán aplicables al problema o si
han de ser rechazadas: dependen de la última combinación de datos. Un síntoma aislado puede sugerir
una hipótesis, que sólo adquiere alguna posibilidad si es reforzada por otros datos. Sólo al obtener un
número suficiente de síntomas contradictorios tiene el clínico derecho a pensar que la hipótesis puede ser
demostrada o rechazada. Los procedimientos y razonamientos de un investigador clínico se parecen más a
los de un detective que resuelve un crimen a la resolución de problemas de un físico, fisiólogo o psicólogo
general.
En este marco, la aplicación de esta batería permite al neuropsicólogo detectar trastornos muy variados en
función de la unidad o bloque funcional alterado.
Luria señaló la existencia de una teoría comprehensiva de la organización funcional del cerebro, o de los
sistemas cerebrales implicados en la regulación de la actividad psicológica humana. Frente al
localizacionismo estricto, que trató de localizar la función de un tejido particular, Luria consideró que los
procesos mentales tales como el lenguaje, pensamiento, lectura, escritura y cálculo, eran funciones más
complejas que no podían ser reducidas a una zona de la corteza cerebral. Estas funciones mentales
superiores se organizan en sistemas de zonas cerebrales trabajando de forma concertada y ejerciendo
cada una de ellas un papel específico dentro del sistema (Luria, 1973). Estas funciones no pueden ser
consideradas como facultades aisladas que las puede suponer una «función» directa de determinados
grupos de células o estar «localizados» en áreas particulares (Luria, 1974), sino que, en la medida en que
son formas de actividad humana consciente, deben ser consideradas como sistemas funcionales
complejos.
La primera formulación de la teoría neuropsicológica, la realizo Luria en el año 1962 (1966 de la edición
inglesa) en Higher cortical funcions in man , libro que sirvió de base a la publicación de Christensen (1987). La
significación fundamental de este trabajo es que en él, por primera vez, se formulan las bases teóricas
generales de la neuropsicología y su aparato metodológico. A partir de 1972, esta teoría ha recibido
posteriores y definitivas aportaciones del propio Luria, de especial interés para los neuropsicólogos
partidarios del enfoque cualitativo soviético, siendo elaborada a lo largo de varias décadas de estudios
clínicos y experimentales, anatómicos, fisiológicos y psicológicos. Si bien, una de las mayores aportaciones
fue la realizada por Luria, no podemos obviar la contribución de diferentes autores al desarrollo de la
misma, como por ejemplo Pavlov. Seguidamente resumimos en la Tabla 1 la evolución de los conceptos de
la organización y función del cerebro (adaptado de Van der Vlugt, 1982).
Tabla 1. Evolución del concepto de organización y funciones del cerebro (tomado de León-Carrión, 1995)
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Reflejos Zona media Regulación del tono o vigilia Tronco cerebral Cerebro
incondicionados sensoriomotor protoreptil
La teoría de los sistemas funcionales y la nueva doctrina sobre las funciones psíquicas fue uno de los
fundamentos que suscitó la revisión de las ideas sobre la localización de las funciones en la corteza
cerebral, confirmando y desarrollando el principio de localización sistémico-dinámica de las funciones
enunciados por Pavlov. La idea de un sistema funcional, en cuanto sostén neurológico de una función
psicológica compleja, ha sido elaborada por Luria durante largo tiempo y aparece claramente en su obra El
cerebro en acción (Luria, 1979b).
Las actividades psíquicas más complejas se caracterizan por poseer una organización sistémica, es decir,
una estructura compleja compuesta de diversos eslabones o partes que actúan conjuntamente (ver García
y Carpintero, 2000). Los eslabones pueden estar situados en diferentes niveles neurales y ser móviles. Son
móviles porque, manteniéndose invariable el resultado final de la actividad, puede cambiar el modelo de
conseguirse dicho resultado al variar los componentes del sistema que de hecho intervienen en el proceso.
El carácter de complejidad y movilidad que poseen los sistemas funcionales marca la distancia de la teoría
neuropsicológica de Luria tanto del localizacionismo estricto como del holismo, respecto de las funciones
cerebrales.
Si puede «localizarse la función», en cuanto definida como función de un tejido específico, obviamente no
puede «localizarse el sistema funcional» en un área específica del tejido cerebral, aunque puede ser
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Otra característica importante es que cada una de estas unidades básicas en sí misma es de estructura
jerárquica y consiste, por lo menos, en tres zonas corticales una sobre la otra: el área primaria (de
proyección) que recibe impulsos de o los manda a la periferia; la secundaria (de proyección-asociación),
donde la información que se recibe es procesada o donde se preparan los programas; y finalmente, la
terciaria (zonas de superposición), los últimos sistemas en desarrollarse en los hemisferios cerebrales, y
responsables en el hombre de las más complejas formas de actividad mental que requieren la participación
concertada de muchas áreas corticales (Luria, 1979b).
En el caso de lesión cerebral, sobre todo del lóbulo límbico (en especial, del hipocampo) se altera el sistema
atencional, según el modelo de Luria (Cohen, 1993): (i) Los pacientes presentan fatigabilidad, incapacidad
de mantener una meta a lo largo del tiempo y distractibilidad. (ii) Las medidas fisiológicas de la respuesta
de orientación pueden no existir, o puede fracasar el proceso de habituación. (iii) Los pacientes pueden
servirse de instrucciones verbales de otra persona para poder dirigir o guiar su conducta y para mantener
su atención en una tarea.
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Son trastornos originados por daño cerebral o disfunción de zonas del bloque que Luria denominó «Bloque
de recepción, elaboración y almacenamiento de la información». Son muy variados y se organizan en cuatro
apartados, según se muestran en la Tabla 2.
Tabla 2. Trastornos del segundo bloque cerebral -recepción de información- (tomado de Manga y Ramos, 2000,
p. 13)
Las alteraciones del tercer bloque funcional se asocian a las lesiones o disfunciones del córtex frontal. Las
lesiones de los lóbulos frontales pueden ocasionar diversas disfunciones, tanto cognitivas como no
cognitivas. Por ejemplo, la atención y las funciones motoras pueden verse afectadas: la autoconciencia, la
personalidad y las emociones pueden ser anormales; y las funciones sensoriales-perceptivas y visuales-
espaciales, así como el habla y el lenguaje, la memoria y las funciones ejecutivas del sistema pueden
resultar dañadas (Stuss y Benson, 1986).
Fuster (1989) identificó como «síndromes prefrontales» los siguientes trastornos: trastornos de la atención
y la percepción (por ejemplo, disminución de la conciencia general, trastornos sensoriales, distracción,
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En daños muy severos del lóbulo frontal la disfunción puede ser muy debilitadora, porque la persona
experimenta un gran deterioro en su flexibilidad para la resolución de problemas o para la adaptación
(Lezak, 1995), entre otros aspectos, además de acompañarse de una gran diversidad sintomatológica. (ver
Tabla 3) y que seguidamente comentamos.
Tabla 3. Resumen de los principales síntomas de las lesiones del lóbulo frontal (tomado de Kolb y Whishaw,
1986)
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El primer descubrimiento está relacionado con la disociación entre la acción y el conocimiento y la acción y
el habla. Luria (1974) consideraba que el lenguaje y el habla son los mecanismos centrales para regular la
actividad humana. Stuss y Benson (1986) propusieron que las lesiones de los lóbulos frontales pueden
dañar el control verbal de la conducta. Concretamente, los pacientes con lesiones en los lóbulos frontales
pueden verbalizar una tarea correctamente pero no pueden utilizar esta información para dirigir su
conducta. Por tanto, la descripción y los conocimientos verbales e intactos de las acciones están disociados
de la ejecución.
Esta misma disociación entre el lenguaje y la acción se manifiesta en la dificultad para inhibir una respuesta
ante un estímulo y emitirla ante otro, es lo que Luria y Dreve (Luria, 1966a) señalaban como falta de
reorientación a la acción. Los pacientes con lesión cerebral en el lóbulo frontal presentan déficits
significativos en las medidas de inhibición (Fuster, 1989; Stuss y Benson, 1986).
Otra alteración se refiere a las conductas secuenciales (Fuster, 1989; Stuss y Benson, 1986). De nuevo, Luria
destaca la importancia de los lóbulos frontales para realizar acciones en una secuencia preestablecida que
puede tener un origen externo o interno. Fuster (1989) propuso que los trastornos relacionados con la
integración temporal de la conducta son la consecuencia más común de las lesiones prefrontales. La
mayoría de las veces, estos trastornos se manifiestan como una incapacidad para iniciar y llevara a cabo
secuencias de acción novedosas para alcanzar una meta. Además, las dificultades para enfrentarse a
situaciones novedosas dan como resultado una falta de flexibilidad.
Todo esto significa, según Das, Kar y Parrila (1998), que un «síndrome frontal», o una ruptura de las
funciones de control comúnmente asociadas con un lesión de los lóbulos frontales, se puede deber a un
trastorno cerebral difuso que afecta a gran parte del cerebro, además de a una lesión específica de los
lóbulos frontales (Goldberg y Bilder, 1987). Por tanto, la descripción de la patología de los lóbulos frontales
no está acompañada necesariamente de la especificación de las respectivas áreas lesionadas. Términos
como «función ejecutiva de control» (Lezak, 1982; Stuss y Benson, 1986), «sistema supervisor» (Shallice,
1988) o «planificación» se relacionan más directamente con un nivel de análisis cognitivo y, en ocasiones, se
emplean sin hacer referencia a trastornos anatómicos subyacentes.
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extremadamente variables, no existe un patrón de deterioro que de manera confiable esté asociado con
daño prefrontal. La variabilidad puede ser explicada por el hecho de que las lesiones de diferentes regiones
de la córtex prefrontal están asociadas con ciertos grupos de síntomas, aunque esta asociación no es del
todo absoluta. Allegri y Harris (2001) y Denis (2003), nos ofrecen además, una tercer síndrome frontal, el
síndrome prefrontal medial.
De toda esta variedad sintomatológica, quizá, sean las alteraciones de la función ejecutiva, las más
incapacitantes, de ahí que profundicemos un poco más en este síntoma asociado a una lesión frontal.
Barkley (1997) define el síndrome disejecutivo como «la incapacidad de seguir una secuencia desconocida de
actos dirigidos a un fin determinado, evidenciando, por otra parte, la imposibilidad de poner en juego las
diferentes variables que intervienen y de decidir con relación a lo juzgado». Presentaría como
característicos diferentes síntomas, con ligeras variaciones, según los investigadores. Para Baddeley y
Wilson (1988) comprende las siguientes características: (a) Dificultad para centrarse en una tarea y
finalizarla sin un control ambiental externo, (b) presencia de un comportamiento rígido, perseverante, a
veces con conductas estereotipadas, (c) dificultades en el establecimiento de nuevos repertorios
conductuales, junto con una falta de capacidad para utilizar estrategias operativas, y (d) limitaciones en la
productividad y la creatividad con falta de flexibilidad cognitiva. Por último, la conducta de las personas
afectadas por alteraciones en el funcionamiento ejecutivo pone de manifiesto una incapacidad para la
abstracción y dificultades para anticipar las consecuencias de su comportamiento.
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Las alteraciones de la función ejecutiva se han vinculado tradicionalmente y como hemos comentado
inicialmente a las disfunciones del lóbulo frontal (Soprano, 2003).
Sin duda alguna, el caso más famoso de la neuropsicología, sobre el estudio de la lesión del daño frontal es
el caso de Phyneas Gage. J. M. Harlow, médico de profesión, en 1868 (Walsh, 1986) describe uno de los
primeros casos sobre los cambios producidos en la conducta después de sufrir una lesión en la parte
anterior del cerebro, que ejemplifica claramente la relación existente entre los lóbulos frontales y los que
con posterioridad se denominaría funcionamiento ejecutivo. Los estudios de pacientes como Gage han
motivado la idea de que el daño frontal altera la capacidad para planificar y organizar, lo cual, a su vez, ha
llevado a una concepción «ejecutiva» de la función frontal. No obstante, debemos ser prudentes, ya que un
abordaje estrictamente localizacionista parece ser inapropiado. Así, recientes estudios lesionales, clínicos y
de neuroimagen (Luna, Thulborn, Muñoz, Merriam, Garner, Minshew et al., 2001) han evidenciado la
implicación de otras estructuras corticales y subcorticales en la ejecución de estas tareas. Estos hallazgos
retan la idea tradicional localizacionista, apoyando la hipótesis de que el auténtico sustrato de las funciones
ejecutivas no es la corteza prefrontal, sino circuitos neuronales ampliamente distribuidos en los que
participaría, entre otros, la corteza prefrontal (Luna et al., 2001).
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