Ética Creencia y Conciencia Libro
Ética Creencia y Conciencia Libro
Ética Creencia y Conciencia Libro
Ediciones Trea
estudios históricos la olmeda
colección piedras angulares
d. l.: AS-00125/2021
isbn: 978-84-18105-45-6
La Editorial, a los efectos previstos en el artículo 32.1 párrafo segundo del vigente
trlpi, se opone expresamente a que cualquiera de las páginas de esta obra o partes
de ella sean utilizadas para la realización de resúmenes de prensa.
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
José Antonio Valdivia Fuenzalida
Discernimiento y comprensión: hacia una epistemología de las humanidades . . . 15
Ernest Sosa
Injusticia epistémica: consideraciones en torno a la politización . . . . . . . . . . . . . . . 31
de la epistemología del testimonio
Ruth M. Espinosa
Responsabilidad y agencia epistémica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Simón Palacios B.
Imbéciles, ingenuos, cobardes; o de cómo interpretamos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
a quienes perseveran en el error
José Antonio Errázuriz
De la stasis y de las normas divinas en Tucídides . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
Mathieu González
An argument for metaethical realism in business . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
Fernando Arancibia C.
1
Introducción
Es claro que la ética se relaciona con las acciones humanas en cuanto son buenas
o malas. Una de sus funciones consiste en definir criterios sobre qué es lo que
hace que una determinada conducta merezca ser calificada de buena o mala. El
supuesto básico de esta disciplina es que, intuitivamente, nos damos cuenta de
que no es indiferente ni lo que hagamos, ni cómo lo hagamos. Por regla general,
rechazamos la acción de aquel que traiciona a su mejor amigo para arrebatarle
su puesto de trabajo y aprobamos la conducta por la que un bombero pierde la
vida para salvar a un desconocido que estaba cerca de morir quemado en un
incendio. ¿Ocurre lo mismo con nuestras creencias? ¿Es pertinente calificar
moralmente a las personas por aquello en lo que creen?
No es fácil responder a ello, sobre todo si tomamos el término creencia en
un sentido lo suficientemente amplio como para incluir en él toda proposición
sobre la que recaiga nuestro asentimiento. En este sentido amplio del término,
serán creencias tanto las proposiciones científicas adoptadas luego de un arduo
proceso de verificación como las supersticiones más pueriles. En ninguno de
estos casos será fácil admitir que las creencias de las personas sean susceptibles
de calificación moral. ¿Quién podría culpar moralmente a una determinada
comunidad científica por haber adoptado una hipótesis corroborada por toda la
evidencia de la que se podía disponer pero que, varias generaciones más tarde,
resulta falsa? Quienes la adoptaron no parecen responsables de su error por
cuanto utilizaron todo aquello de lo que disponían para corroborarlo. Por otro
lado, ¿podemos culpar a aquellos que adoptan supersticiones si crecieron en
una sociedad que se sostenía en ellas, y fueron educados en base a su creencia?
La primera impresión que tenemos sobre este tema es que no es pertinente
culpar a nadie por aquello en lo que cree, toda vez que nadie parece ser respon-
sable de tal cosa. Sin embargo, basta con pensar en algunos ejemplos para caer
en la cuenta de que el asunto es más problemático de lo que al principio parece.
Si tuviésemos que comparar a una persona que cree firmemente en el valor
10 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
intrínseco de todo hombre con otra que posee la total convicción de que una
raza determinada de la especie humana merece ser eliminada, ¿no sería acaso
apropiado afirmar que la primera es, moralmente, una mejor persona? Quizás
la adopción de cierta clase de creencias sí nos califique moralmente. En un en-
sayo titulado «¿Se debe defender la religión?», Jacques Bouveresse afirma tener
[…] dificultad para concebir que podamos sustraernos en absoluto de una ética de la
creencia. No es fácil de entender cómo la ética podría gobernar el ámbito de la acción
y estar al mismo tiempo sometida a la obligación de mantener una actitud de com-
pleta neutralidad respecto del ámbito de la creencia. Si estamos autorizados a adoptar
una actitud evaluativa y normativa en relación con las acciones realizadas, no parece
escandaloso hacer lo mismo respecto de las creencias que las han podido motivar.1
El punto que quiere destacar el filósofo francés lleva el problema aún más lejos.
En efecto, ¿no están acaso las acciones humanas motivadas por creencias? Esto es
tan cierto que, de hecho, ni siquiera podría afirmarse que fuéramos moralmente
responsables de nuestros actos si estos fueran realizados sin la mediación de una
creencia, ya que ello implicaría que somos meros autómatas. La ética misma no
tendría sentido bajo un supuesto semejante. Consecuentemente, la cuestión de la
moralidad de las creencias pasa de no ser apta para la evaluación ética a ser uno de
sus elementos constitutivos. La definición de un criterio para evaluar nuestras creen-
cias se impone entonces como una cuestión necesaria e inevitable. Si existe, en una
primera instancia, cierta reticencia para admitir una ética de la creencia se debe, en
parte, a que es un tema que suele confundirse con un valor fundamental para las so-
ciedades democráticas: la libertad de expresión. Sin embargo, la posibilidad de una
ética de la creencia no afecta necesariamente a la libertad de expresión, que es, ante
todo, un derecho político. Que nadie tenga derecho de prohibir a otro que exprese
la conveniencia de traicionar a los amigos no implica que no podamos sostener que
semejante creencia es inmoral o que revela la inmoralidad de quien la adopta.
Con todo, la necesidad de definir el criterio en cuestión no deja de ser un
asunto delicado. Hay varias razones para ello. En primer lugar, que si bien no pa-
rece tan difícil reconocer intuitivamente creencias esencialmente inmorales —por
ejemplo, aquella según la cual seres humanos de determinada raza merecen ser
exterminados—, no es tan fácil cuando intentamos explicar, a partir de un criterio
1
Bouveresse (2007), p. 77.
Introducción | 11
universal, qué es aquello que las vuelve inmorales. Corremos siempre el riesgo de
definir un criterio que, al mismo tiempo que explica por qué ciertas creencias son
efectivamente inmorales, acaba calificando como tales una serie de otras creencias
que parecen, cuando menos, inofensivas; y en el peor de los casos, útiles para la
vida humana. Supongamos que nuestro criterio fuera que toda creencia debe estar
fundada en evidencia de primera mano que la pruebe más allá de toda duda ra-
zonable: en tal caso, habría que calificar como inmorales todas aquellas creencias
que, aun siendo evidentemente útiles para la mejora de la vida humana, son ob-
tenidas a través de la enseñanza que nos entregan aquellos en quienes confiamos.
En segundo lugar, no se debe olvidar el hecho de que la mayor parte de nuestras
decisiones está fundada en creencias que no hemos verificado ni en lo más míni-
mo y sería una locura siquiera intentar hacerlo. Por ello, cualquier criterio a priori
para calificar la moralidad de las creencias parece tener que superar el obstáculo
de que no debe dejar imposibilitada de ejecución la mayor parte de las acciones
humanas. En tercer lugar, si, para evitar las anteriores dificultades, la estrategia
consiste en definir primeramente qué acciones son inmorales, para luego inferir
la inmoralidad de las creencias que las motivan, nos encontraríamos con otra
dificultad: no parece justificado evaluar como inmorales aquellas acciones que
responden a creencias de las cuales no hay manera de ser responsables.
Hay otros problemas de índole práctica que se pueden plantear en relación con
este tema. Uno particularmente importante es el de las religiones, que se caracteri-
zan por el hecho de que suponen el asentimiento de un conjunto de proposiciones
para las cuales parece ser imposible encontrar evidencia suficiente.2 El riesgo de
definir un criterio para evaluar la moralidad de las creencias es que se acabe por
quitar legitimidad a toda religión por su carácter mismo de religión. No obstante,
las religiones han sido históricamente cuerpos doctrinarios sumamente útiles para
garantizar una buena conducta en el seno de las sociedades humanas. Este rol se
presenta como especialmente importante cuando recordamos que el ser humano
no siempre usa correctamente sus facultades intelectuales, dejándose arrastrar por
la fuerte corriente de la pasión. Frente a ello, ¿qué mejor freno que la adopción de
creencias religiosas que garanticen un mínimo de corrección en la conducta para
que las sociedades puedan funcionar? Y si no son religiosas, ¿no es acaso necesario
2
Evidentemente, no todas las proposiciones que conforman una fe religiosa son de esta índole, pero
difícilmente podríamos llamar religión a un cuerpo doctrinal para el cual fuese posible encontrar formas
de probar la verdad de todas sus proposiciones.
12 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
que los seres humanos adopten ciertas creencias respecto de su conducta que, aun
no estando debidamente fundamentadas, evitan el caos y el conflicto permanen-
te? En definitiva, ¿es realmente conveniente buscar un criterio de moralidad que
limite en extremo la legitimidad de adoptar creencias para las cuales no poseemos
suficiente evidencia cuando buena parte de nuestras vidas se mueve por creencias
infundadas? De hecho, no es necesario recurrir a argumentos vinculados con la
utilidad política de las religiones para reconocer hasta qué punto las creencias reli-
giosas pueden contribuir a la bondad, la paz y la felicidad de un individuo. Cuando
una persona decide dar su vida por un desconocido motivado por los preceptos
que promueve su religión, ¿cómo podríamos calificar sus creencias de inmorales,
solo porque han sido adoptadas sin una previa evaluación racional?
A pesar de todo lo anterior, y manteniéndonos en el mismo plano de las creen-
cias religiosas, no hay dudas de que la ausencia de todo límite moral para las creen-
cias puede dar pie a la justificación de las supersticiones más aberrantes, como las
que conducen a que seres humanos sean sacrificados para calmar la ira de los dio-
ses. En consecuencia, los datos iniciales de la dificultad que atañe a la posibilidad
de una ética de la creencia derivan en que cualquier solución requiera que se logre
un equilibrio entre, por un lado, la adopción de criterios demasiado exigentes que
anulen la legitimidad de creer en todo lo que no esté suficientemente probado y, por
otro lado, la adopción de criterios excesivamente laxos que toleren todas las creen-
cias imaginables. En el primer extremo, se vuelve difícil evitar la eliminación de
muchas creencias que han resultado sumamente útiles para el ser humano a pesar
de su falta de fundamento. En el segundo extremo, parece implicarse que la igno-
rancia y la desinformación justifican absolutamente cualquier acción en la medida
en que el ser humano actúa sobre la base de ciertas creencias acerca del mundo.
El presente volumen busca entregar herramientas conceptuales que ayuden
a resolver los problemas mencionados. Está conformado por seis artículos que,
desde tradiciones filosóficas diferentes, cubren temas específicos que les están
vinculados. Estos artículos surgen de los trabajos expuestos en las XI Jornadas
de Filosofía organizadas por el Departamento de Filosofía de la Universidad
Adolfo Ibáñez los días 7, 8 y 9 de agosto del 2019 en Santiago de Chile.
En el primer artículo,3 Ernest Sosa examina la importancia que posee para
las humanidades lo que denomina conocimiento de primera mano, centrándose
Este artículo nació de una conferencia dictada el 28 de marzo de 2018, en la Universidad Andrés
3
Bello (Chile).
Introducción | 13
Referencias
Ernest Sosa
Rutgers University
sión de por qué es el caso que p. Dicha comprensión del porqué está correla-
cionada con el conocimiento del porqué y ambos admiten grados, como en
el siguiente ejemplo. Supongamos que una mujer contrae una infección,
que atribuimos a los gérmenes de la bandeja de un avión. Supongamos
que ella en efecto estuvo en contacto con los gérmenes de esa superficie
y los llevó a su nariz u ojos. ¿Pero qué tal si esos gérmenes no hubiesen
afectado a nadie con las defensas normales? Nuestra mujer adquiere la
infección en parte a causa de los gérmenes, pero sobre todo a causa de que
sus defensas están muy disminuidas (por el tratamiento de su cáncer).
Supongamos que el contacto con los gérmenes estuvo, de hecho, esen-
cialmente involucrado en cómo y por qué la mujer se infectó. Si esto es
así, tenemos en efecto cierto conocimiento de por qué adquirió la infec-
ción, y de este modo ganamos cierta comprensión de por qué ocurrió.
Se infectó al menos en parte a causa de su contacto con los gérmenes,
pero nuestra comprensión en ese caso es muy limitada. Tenemos cierta
comprensión sin comprender a secas. Se puede tener cierta justificación
para una determinada creencia sin estar justificado a secas mantenerla.
Igualmente, se puede tener cierta comprensión de un determinado fenó-
meno sin comprenderlo a secas. Para estar justificado a secas es necesario
estarlo suficientemente, más allá de cierto umbral. Para comprender algo
a secas es necesario comprenderlo suficientemente bien.
1
Y no es solo el comprender-por qué y el saber-por qué lo que admite nuestra distinción entre una
captación (grasp) que es meramente deferente y una que es de primera mano. Inexpresivamente y en tono
monótono, usted podría decirme que tiene un dolor de cabeza, y de ese modo, yo adquiriría conocimiento
deferente de su dolor de cabeza. Pero su conocimiento de primera mano es de más alta calidad, es más cierto.
18 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
5. Tal camino elevado es uno que yo mismo estoy dispuesto a tomar, pero
también hay una ruta más pedestre. Supongamos que el florecimiento
humano no requiere que prioricemos el pensamiento de primera mano.
Supongamos que, en lugar de ello, todos tenemos cierto margen de juicio
y elección que depende de la situación específica en que uno se encuentre,
de sus intereses y habilidades.
Una vida labrando la tierra dista bastante de la vida aristotélica de
pura contemplación. No obstante, no se debe despreciar a nadie por una
vida de trabajo arduo si no tiene otra alternativa. Desde luego que una
vida tal puede ser admirable, incluso si está privada de muchos logros
racionales.
2
Toda vida propiamente humana incluye un conjunto de valores (prudenciales, políticos, morales,
estéticos) que se apoyan en una perspectiva humanamente relevante acerca de uno mismo y el mundo
circundante. Dicha visión contendría, entonces, grados de la generalidad coherente que respalda grados
correspondientes de comprensión.
Discernimiento y comprensión: hacia una epistemología de las humanidades | 19
esos hechos que sucede que p? ¿Es ese conocimiento suficientemente rico
y profundo acaso alcanzable solo desde un enfoque de primera mano?
Claramente no. ¿Por qué no podría ganarse ese conocimiento explicativo
por deferencia al testimonio de que p porque q, r, s…?
Esta idea amenaza con abrir una brecha entre dos cosas que parecían
estar unidas, a saber, el hecho de que resulta deseable ir más allá de la
deferencia testimonial y la sed de comprensión, donde la última explica
la primera. Se ha vuelto, entonces, menos claro por qué necesitamos ir
más allá de la deferencia. ¿Cómo enfrentaremos este desafío?
8. ¿Por qué una cuestión habría de exigir tanto más que deferencia? Porque
podría exigir un tipo de comprensión racional.
Consideremos, en primer lugar, la evaluación estética de una obra.
¿Es ella original, impresionante, elegante? Centrémonos aquí solamente
en si es exitosa (artísticamente, no solo financieramente). Si en efecto
es exitosa, habrá razones que expliquen por qué es así; razones que for-
marán el fundamento de su éxito, en virtud de las cuales la obra logra
tal éxito.
Discernimiento y comprensión: hacia una epistemología de las humanidades | 21
9. Objeción. ¡No tan rápido! Supongamos que un crítico explica que la obra
tiene las características F1, F2… Fn, y que aquellos son los rasgos que la
hacen exitosa. ¿No podríamos saber así por qué la obra es exitosa?
Respuesta: Sí, si el crítico es suficientemente confiable, deferir entonces
a su testimonio podría hacer posible que conociéramos en esa medida,
aunque se podría fallar significativamente en la comprensión que se po-
sea. Recordemos al estudiante que sabe que el teorema de Pitágoras es
correcto y también en alguna medida por qué lo es, pero solo por defe-
rencia al profesor.
10. Nuestro punto acerca del juicio estético también se aplica al juicio moral.
Un adolescente puede, por ejemplo, deferir a los consejos morales de sus
padres, sin apreciar de primera mano los rasgos que hacen correcta la ac-
ción recomendada, ni el sustento que brindan esos rasgos a esa acción. La
madre puede decir: «Tommy, debes disculparte». Puede haber visto la ac-
ción completa y ser sensible a ciertas características del caso que ella no es
capaz de especificar completamente en una formulación lingüística. Qui-
22 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
zá haya visto el pesar en los ojos del amigo al ser maltratado por Tommy.
La conducta de Tommy no es terrible, pero es sin duda suficientemente
mala como para requerir una disculpa. Tommy puede deferir al consejo
de su madre y disculparse. Sin embargo, podría más tarde, ese mismo día,
fallar en reconocer por sí mismo cuándo algo requiere disculpa.
En este caso, el chico obtiene de la madre cierta comprensión de por
qué debe disculparse. Ella le dice que es a causa del maltrato y el pesar que
esta causa. Y Tommy es sinceramente deferente. Pero su conocimiento es
de segunda mano y es imperfecto. Manifiesta insuficiente apreciación de
la conducta relevante y del grado relevante de molestia. Él asume, ente-
ramente por deferencia, que su conducta y la molestia que ella causa son
suficientemente malas como para requerir disculpa. Pero esto solo otorga
una comprensión truncada.
12. Algo similar se aplica a otro ámbito de las humanidades, a saber, la me-
tafísica.
Supongamos que el tópico de la construcción social aparece en una
conversación de bar, donde alguien señala que estamos sentados en ta-
buretes, artefactos compuestos de discos adheridos a patas, pero otro
responde que dicha afirmación es parcial y superficial. Lo que importa
más profundamente es que la cultura da a tales ítems un cierto propósi-
to, el cual pueden cumplir debido a su constitución física. Los taburetes
Discernimiento y comprensión: hacia una epistemología de las humanidades | 23
3
Excepto cuando «en mi opinión nadie tiene una opinión contraria a la mía» y casos similares.
Discernimiento y comprensión: hacia una epistemología de las humanidades | 25
deferencia a otros que reconocemos que son más confiables que nosotros
mismos?
Respuesta: es una buena pregunta, que tiene una buena respuesta, por
analogía con el caso de la arquería, que es nuestro modelo para evaluar
actuaciones (performances). Al igual que un arquero, normalmente de-
seo dar en el blanco por medio de una habilidad de primera mano. Esto
vale para el deporte de la arquería, así como para la caza en el bosque.
Por contraste, cuando permito que un entrenador guíe mis manos, se
suprime el deseo de actuación de primera mano. Esto no ocurre cuando
realizo una actuación como competidor o como cazador. En este caso,
prescindo de ayuda externa, no puedo ya ser deferente a la ayuda directa
del entrenador cuando alisto el arco y preparo el tiro. Esto es así incluso
si mi mayor deseo es dar en el blanco y tengo pleno conocimiento de que
mi tiro podría ser mucho más confiable con la ayuda del entrenador.
En muchos dominios, los agentes se orientan al éxito de primera mano
logrado aptamente a través de competencia. A menudo ocurre que la
ayuda externa que podría potenciar la competencia debe ser evitada. En
muchos casos son prohibidas formalmente, como sucede con las drogas
que mejoran la actuación deportiva. Un artista que realiza una actuación
en un escenario con su entrenador al lado violaría ridículamente las con-
venciones de la actuación artística. Incluso cuando no hay leyes, reglas o
convenciones que prohíban tales ayudas, los agentes aspiran al éxito de
primera mano completamente apto.
15. Nuestro punto queda ilustrado con el siguiente ejemplo: de dos aficiona-
dos adictos al crucigrama de The New York Times, uno trata de resolverlo
siempre sin ayuda externa, y a menudo lo logra. En cambio, el otro siem-
pre espera a que las respuestas se publiquen al día siguiente, para copiar-
las diligentemente, y obtiene la solución correcta ¿Por qué parece esto
tan absurdo? Porque el propósito de un crucigrama es darnos el placer
tan propio de un desafío que puede ser logrado, pero no sin dificultad;
uno que apela a nuestros propios recursos y capta nuestra atención con
agrado.
Ambos agentes quieren igualmente hacerlo de modo correcto, pero
uno de ellos omite absurdamente lo que constituye propiamente el ob-
Discernimiento y comprensión: hacia una epistemología de las humanidades | 27
jetivo. La verdad es una parte del objetivo, pero solo una parte. Lograr la
verdad meramente copiando la respuesta correcta no capta adecuada-
mente el espíritu de la actividad. En lugar de ello, nuestro objetivo debe
ser no solo el éxito, sino el éxito de primera mano.
En este respecto específico, los juicios humanistas son como resolver
crucigramas. Ciertamente, dada nuestra amplia comprensión de las pre-
guntas humanísticas, los crucigramas constituyen un dominio humanista
ligero, donde es preferible, y generalmente preferido, alcanzar nuestras
respuestas de primera mano, no solo por deferencia.
Vimos más arriba cómo los juicios de valor humanistas comprome-
ten nuestras propias competencias autónomas. La deliberación apropiada
hace uso del testimonio solo como un conductor a las razones que luego
podrán ser accedidas de primera mano, adoptadas como propias en base
de un razonamiento de primera mano. El testimonio puede jugar ese rol
de conducción perfectamente bien, puesto que el receptor no necesita
otorgar mayor peso a la palabra del testigo, en tanto tal.
16. Este último punto adquiere mayor importancia cuando nos movemos
más allá del lado evaluativo de las humanidades, como con muchas pre-
guntas filosóficas. Si nuestro objetivo como filósofos fuera solamente la
corrección, sin importar el modo de obtenerla, entonces la deferencia
tendería a ser requerida.
Supongamos que estoy convencido de que mi oponente es un hábil
filósofo, mejor dotado que yo, con mayor probabilidad de obtener la res-
puesta correcta. Si mi único objetivo al plantear la pregunta fuera respon-
derla correctamente, el mejor consejo es la deferencia.
Por el contrario, si nuestro fin es lograr una respuesta correcta, y ha-
cerlo de primera mano, debemos no ser deferentes al decir del oponente:
tan simple como eso. Pero ¿no actuamos incompetentemente si no le damos
el peso apropiado a una fuente que reconocemos que probablemente está
en lo correcto? Y al ser así, ¿no está uno acaso obligado a ceder por defe-
rencia a tal oponente?
No, no se debe ceder deferentemente cuando se busca dar con la ver-
dad, haciéndolo de primera mano, del mismo modo que no se cede a las
manos del entrenador en la empresa de dar en el blanco.
28 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
4
Hay, además, un objetivo ulterior de gran importancia en estos dominios, a saber, el descubrimiento
y la originalidad. No se busca solamente alcanzar la verdad de primera mano a través del propio discerni-
miento o razonamiento. Aquello se puede hacer, como hemos visto, incluso cuando al mismo tiempo se
defiere sobre la misma cuestión. Lo que no se puede hacer al mismo tiempo que se difiere es descubrir esa
verdad. No obstante, el descubrimiento parece algo ambiguo. En un sentido más débil, es posible descubrir
de nuevo, por sí mismo, lo que ya ha sido también descubierto previamente por otro. En un sentido más
fuerte, aquello no es posible. No se puede descubrir una verdad que ya ha sido descubierta por alguien más.
Incluso si no se tenía conciencia del primer descubrimiento, esto descarta aún la posibilidad de que uno
también descubra aquella verdad en un momento posterior (esta es una distinción aproximada y genérica,
que admite matices).
30 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
18. Resumen.
Hemos explorado un tipo particular de comprensión, la comprensión
del porqué, y un particular tipo de conocimiento, el conocimiento del
porqué —conocimiento de primera mano del porqué, especialmente a
través de discernimiento intuitivo (intuitive insight)— y su lugar en las
humanidades, incluyendo la filosofía.
He defendido la importancia especial del discernimiento intuitivo de
primera mano en muchas materias en las humanidades, y sus implica-
ciones en lo concerniente a dos asuntos: en primer lugar, al desacuerdo;
y, en segundo lugar, al estándar epistémico de confiabilidad adecuado.
3
Ruth M. Espinosa
Universidad Andrés Bello
1
«Ética, creencia y conciencia» fue el tema abordado en las X Jornadas de Filosofía, organizadas por
la Universidad Adolfo Ibáñez en agosto de 2019. En dichas jornadas se presentó una versión preliminar de
este escrito. Agradezco la invitación a participar de dicha actividad, así como la discusión y los comentarios
de los asistentes a dicha jornada.
32 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
ra. No obstante, sí pueden estar sujetas a cierta forma de control por parte del
sujeto, control propiamente doxástico, y es ese control lo que nos vuelve, en gran
medida, epistémicamente responsables.
Tobies Grimaltos4 explica la posibilidad del control doxástico a partir de la
distinción entre una parte activa y una pasiva de la creencia. Es decir, la creen-
cia, en tanto actitud proposicional, es pasiva, en la medida en que la actitud, a
saber, el asentimiento, es involuntario e incorregible de manera directa. No obs-
tante, también tiene una parte activa: la que corresponde a su naturaleza pro-
posicional. En efecto, podemos, en mayor o menor medida, ejercer un control
doxástico a través de la indagación racional y responsable, que determinará el
tipo de proposiciones que reclamarán dicho asentimiento. Para usar su misma
metáfora, al igual que con la percepción, no podemos decidir qué vemos, pero
sí a donde mirar.
Dicho esto, podemos entrar en materia.
Al referirnos a las creencias y las razones que las respaldan (o no), omití deli-
beradamente un tipo particular de sustrato: el testimonio. Ejemplos de fuentes
testimoniales de creencias y conocimiento son, por ejemplo, la opinión de un
experto, la lección de ciencias en la escuela, una crónica de la guerra del Pelopo-
neso, un extraño que nos indica la estación de trenes en una ciudad extranjera.
¿Dónde deberíamos clasificar estos ejemplos en nuestra simple clasificación
entre evidencias y causas para la creencia? En otras palabras, ¿puede el testi-
monio respaldar racionalmente nuestras creencias? Y ¿cómo funciona aquí el
control doxástico?
John Locke, filósofo inglés de fines del siglo xvii, señala en su Ensayo sobre
el entendimiento humano lo siguiente sobre nuestra interrogante: «Con igual
razón podemos concebir la esperanza de ver con los ojos ajenos que conocer las
cosas por el entendimiento de otros».5 Y explica posteriormente su afirmación
de modo aún más elocuente:
4
Grimaltos (1997).
5
J. Locke: An essay concerning human understanding (de ahora en adelante, Essay), 1.3.23.
34 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
[…] lo que se cree y se acepta solo por la palabra de otro no es sino como retazos
que, todo lo valioso que sean cuando unidos a la pieza entera, poco aumentan el
capital de quien los recoge. Semejante riqueza de prestado, como el dinero en los
cuentos de hada, si bien es oro en manos de aquel de quien lo recibe no será sino
hojas y polvo cuando se lo quiera usar.6
¡Cuántos hombres no hay que no tienen más base para sus opiniones que la
supuesta buena fe o erudición, o el número de quienes son de la misma profesión!
¡Como si los hombres de buena fe o los hombres muy instruidos no pudieran
incurrir en errores; como si la verdad pudiera establecerse por medio del sufragio
de las multitudes! Sin embargo, a eso se acomoda la mayoría de los hombres.7
8
Cf. Sección 5 de este escrito.
9
J. Locke: Essay, 4.20.17. Cf. también 4.20.6
36 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
10
Habitualmente, el tratamiento del testimonio en los filósofos modernos de la tradición anglosajona
concluye con el ensayo de David Hume Of miracles, que constituye un tratamiento más sistemático y com-
pleto sobre los méritos epistémicos del testimonio. Por razones de extensión, no trataré en este artículo la
propuesta humeana. Para detalles sobre ella puede verse mi «Testimony and intellectual virtues in Hume’s
epistemology» (2019).
11
La sociología de la ciencia es uno de los antecedentes de la epistemología social. La normatividad
y la ética de la ciencia fueron temas tempranamente visitados por Robert Merton desde fines de los años
cuarenta.
12
Prueba de ello es el exiguo tratamiento de Locke de las patologías de la creencia. En «Assent», libro 4.
Injusticia epistémica | 37
13
Cf. Hardwig (1991).
14
Anscombe (1979), p. 143.
38 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
del oyente son valores que permiten la transmisión social del conocimiento. La
socialización de la epistemología conlleva, entonces, una cierta moralización de
las relaciones epistémicas; una ética de la creencia y el conocimiento.
15
Hartwig (1985), p. 335.
16
Ibídem, p. 336.
Injusticia epistémica | 39
Stevenson (1970) esboza el ámbito general de la filosofía aplicada por medio de este giro, que es,
18
19
Fricker (1998), p. 174.
20
Ibídem (2007), p. 1.
21
Ibídem.
Injusticia epistémica | 41
22
Ibídem.
23
Ibídem, p. 13.
24
Ibídem, p. 14.
25
Ibídem, p. 15.
26
Cf. capítulo 1 de Siegel (2017), donde desarrolla el concepto de experiencia secuestrada. Para el caso
de la actitud racial, véase también el capítulo 10.
42 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
31
Fricker (2007), p. 31.
32
Ibídem, pp. 16-17.
44 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
33
Ibídem, p. 35.
34
La credibilidad no es un bien que pertenezca al modelo distributivo de justicia (cf. Fricker [2007],
p. 19), porque no es un bien finito y escaso. En un caso de injusticia testimonial de déficit de credibilidad,
el tipo de daño que recibe el hablante no es aquel que se produce cuando no se recibe la cantidad debida de
un bien. Se trataría, más bien, de un caso distintivo de injusticia epistémica, es decir, «un tipo de injusticia
en la cual alguien es dañado específicamente en su capacidad como cognoscente» (Fricker [2007], p. 20).
Por su parte, el exceso de credibilidad, cuando es negativo o tiene consecuencias negativas, no sería un caso
propiamente epistémico de injusticia, pues no afrenta al hablante en tanto sujeto de conocimiento, y por lo
mismo no se trata de injusticia testimonial.
35
Fricker (2007), p. 22. En las páginas que suceden a esta cita, Fricker desarrolla una multiplicidad de
ejemplos que ilustran el punto, tomados, en su mayoría, de la literatura.
Injusticia epistémica | 45
36
Por ejemplo, cuando a un hablante se le atribuye mayor credibilidad de la que es apropiada, en virtud
de su identidad social.
37
Prejuicios del tipo las mujeres son irracionales, los hombres negros son peligrosos, los sudamericanos
son menos competentes que los europeos, etcétera, son a la vez sistemáticos, pues reposan en una categoría
identitaria amplia de la imaginación social, y sostenidos, pues se repiten a lo largo del tiempo en la vida del
hablante, y en esa medida, revisten un interés para la justicia social.
38
Fricker (2007), p. 36.
39
Cf. Ibídem, p. 35 y ss.
40
Ibídem, p. 40. Vemos nuevamente la conexión con el concepto de experiencia secuestrada que de-
sarrollará Siegel (2017).
41
Fricker desarrolla su visión de la epistemología de la virtud requerida para la justicia testimonial,
como un hecho correctivo del prejuicio.
46 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
CONSIDERACIONES FINALES
– Por una parte, implica ser agraviado como sujeto de conocimiento, esto
es, ser «agraviado en una capacidad esencial al valor humano».44 En este
sentido, la injusticia epistémica sostenida y sistemática constituye un acto
deshumanizante.
– Por otra parte, considera las desventajas que, siendo extrínsecas a la in-
justicia primaria, son, no obstante, causadas por ella, ya sean prácticas,
cuando tiene consecuencias relevantes o dramáticas en la vida de una
persona (afectan su libertad, su integridad, su seguridad, su desarrollo
profesional), o epistémicas, cuando las consecuencias de la injusticia
epistémica sistemática conllevan una disminución en la capacidad del
individuo como sujeto de conocimiento.
42
Cf. Fricker (2007), p. 40.
43
Cf. Ibídem, pp. 87 y ss.
44
Ibídem, p. 44.
Injusticia epistémica | 47
REFERENCIAS
Simón Palacios B.
Universidad Alberto Hurtado
INTRODUCCIÓN
Estándar evaluativo
ser inimputables, ya que actúan y comprenden las implicaciones que sus actos
tienen en condiciones normales. Aun así, no son interpelables, supuesto que
realmente tienen constricciones abrumadoras que les impiden actuar de otro
modo o actuar sin fallar evaluativamente. Del mismo modo, quienes no satis-
facen (d), es decir, quienes instancian una forma de causación desviante que les
priva del control sobre sus acciones, tampoco califican como agentes inimputa-
bles, ya que tienen la capacidad de comprender los estándares de sus acciones
potenciales y anticipan sus acciones en sus intenciones —aun cuando no causan
voluntariamente ni deciden realmente realizarlas—. En ambos casos es prefe-
rible no hablar de inimputabilidad, sino que de exculpación. Tanto en (b) como
en (c), la capacidad de ser interpelado no está en duda (en tanto el agente hizo
una acción y es capaz de comprender el contexto normativo relevante), pero sí
puede ser eximido de responder por las consecuencias, dadas las condiciones
inusuales en las que dicha acción es producida.5
Por otra parte, en el ámbito de los agentes interpelables, la principal dis-
tinción se basa en la presencia en el agente de una intención apropiada por
satisfacer un ámbito evaluativo relevante. Esta intención apropiada es lo que
identificaré como responsabilidad, de lo que se sigue que cualquiera que no
instancie dicha intención puede ser evaluado como irresponsable (definiré en
la siguiente sección la noción de responsabilidad explicando las condiciones
necesarias y suficientes de esta intención apropiada por satisfacer un ámbito
evaluativo).
Además de la distinción básica entre responsabilidad e irresponsabilidad, y
dado que hemos motivado la diferencia entre un estándar evaluativo y el éxito
de una acción, es posible precisar aún más ambas categorías de evaluaciones.
En primer lugar, podemos llamar elogiable a una acción exitosa realizada con
la intención apropiada de satisfacer los estándares evaluativos. Podemos llamar,
por su parte, excusable a aquella que, satisfaciendo la intención apropiada, no
consigue los objetivos anticipados. En segundo lugar, podemos llamar censura-
ble a la acción en la cual un agente no satisface la intención evaluativa apropiada
y no alcanza el éxito. Y podemos llamar culpable a la acción que consigue sus
objetivos sin satisfacer la intención apropiada.
5
Es quizás relevante notar que un agente que falla en cualquiera de las condiciones de inimputabilidad
(a y c) no puede satisfacer las condiciones de excusabilidad (b y d), porque estas últimas dos condiciones
suponen la comprensión de los estándares evaluativos y suponen la presencia de intenciones articuladas.
Responsabilidad y agencia epistémica | 55
6
La condición (i) no descarta la atribución de responsabilidad en los que la intención es, en términos
de Bentham (cf. Bentham [2008], p. 87) oblicua. Las intenciones oblicuas pueden atribuirse a un agente
cuando la acción que realiza tiene consecuencias que, si bien no son parte del objetivo central de su inten-
ción directa, pueden ser anticipadas como consecuencias necesarias o altamente probables. Por ejemplo,
un individuo que decide vender su automóvil sabiendo que el vehículo tiene serios problemas en los frenos,
sin mencionar además el defecto, puede no tener la intención directa de causar un accidente automovi-
lístico, pero, dado que las consecuencias potenciales son patentemente anticipables y probables, el agente
puede ser evaluado —al menos en algún grado— bajo los parámetros propios de una acción que tiene ese
objetivo. Para un excelente resumen de diversos criterios de imputación de responsabilidad en el derecho
comparado, cf. Duff (2010).
7
Sosa (2015), p. 123.
Responsabilidad y agencia epistémica | 57
8
Ibídem, p. 23.
9
Nótese que, en este caso, S no es inimputable como en (a) o (b), ya que S tiene la capacidad de com-
prender los parámetros del ámbito evaluativo relevante y no es objeto de constricciones que lo fuercen a
actuar de un modo específico. En resumen, S puede y debería conocer los estándares que lo rigen.
58 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
10
Es también posible que un individuo instancie conflictos axiológicos al poseer dos o más estándares
evaluativos que sean: (1) simultáneamente operativos; (2) jerárquicamente iguales y prioritarios; y (3) in-
consistentes entre sí. Un ejemplo de esta clase de dilemas es presentado vívidamente por Sartre (1966, pp.
39-41) en su ejemplo del joven que debe decidir entre cuidar a su madre enferma o defender a su nación
en la guerra (Sartre caracteriza esta clase de casos como elecciones entre «dos morales» entre las cuales
no existe un criterio de priorización posible). Si esta clase de conflictos existen en rigor, parecen remover
el carácter interpelativo de un agente por dos razones: en primer lugar, porque un genuino conflicto de
jerarquías evaluativas supone una inconsistencia axiológica tan profunda que hace presumible que el agente
no es capaz de comprender realmente alguno de los ámbitos evaluativos a los que pretende suscribir (por
lo tanto, no satisface [a]); en segundo lugar, e incluso si el punto anterior es falso, porque el agente que
instancia esta clase de dilemas no puede elegir ninguna acción que no viole las condiciones (i), (ii) y (iii) de
la definición de responsabilidad, lo cual supone que las constricciones de su circunstancia no le permiten
elegir ninguna acción que satisfaga todos los ámbitos evaluativos relevantes —con lo cual no puede cumplir
la condición (b) de interpelabilidad.
Responsabilidad y agencia epistémica | 59
Responsabilidad epistémica
No satisfacer las condiciones (ii), (iii) y/o (iv) representa el conjunto de casos
posibles más interesantes para este artículo. La evaluación negativa de un agente
dependerá sustancialmente de cómo entendamos el concepto de justificación
epistémica en cada caso. Una posición radical acerca de las propiedades episté-
micas supone que la justificación no depende relevantemente de nuestra agen-
cia, sino de ciertos procesos subpersonales fuera de nuestro control voluntario.
Hilary Kornblith es uno de los defensores actuales de esta posición, la cual
expresa muy vívidamente en el siguiente ejemplo:
[…] tal y como concentro mi atención en varios pedazos de evidencia cuando llevo
a cabo mis deberes como jurado, giro mi cabeza en la dirección en la que quiero
mirar cuando formo varias creencias perceptuales. Girar mi cabeza es ciertamente
una actividad voluntaria; es una manifestación de mi agencia. Pero el hecho de que
gire mi cabeza voluntariamente no muestra que mi creencia en sí misma sea una
manifestación de agencia epistémica. Girar mi cabeza o no es determinado por mi
elección, pero una vez que mi cabeza ha sido girada en una cierta dirección, con
mis ojos abiertos, y la iluminación adecuada, mis mecanismos perceptuales sim-
plemente operarán en mí de un modo que no tiene nada que ver en absoluto con el
hecho de que yo sea un agente. El hecho de que enfoque mi atención, y cuestione
la relevancia y probidad de la evidencia, entonces, no exhibe más agencia cuando
reflexiono que la que ocurre en los casos irreflexivos.11
Agrega Kornblith más adelante respecto del mismo caso que «esta clase de
acción intencional juega un rol al proveer inputs para los mecanismos de adqui-
sición de creencias, pero el funcionamiento de estos mecanismos en sí mismo
no es producto de ninguna clase de acción, intención o meta».12
En el otro extremo, encontramos la posición responsabilista de la justifica-
ción, que considera que una creencia está epistémicamente justificada solo si es
el producto de acciones responsables. Por ejemplo, Laurence Bonjour identifica
la justificación epistémica con la responsabilidad epistémica a través de la in-
tención genuina de un agente de creer solo verdades:
12
Ibídem, p. 179.
60 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
14
Alston (2005), cap. 4.
15
Greco (1999 y 2010).
62 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
Fiabilismo de agentes
16
Goldman (1979).
Responsabilidad y agencia epistémica | 63
23
Greco (1999), pp. 289-291 y (2010), pp. 141-156.
24
Ibídem, p. 152. Ver también Breyer y Greco (2008).
Responsabilidad y agencia epistémica | 67
29
Cf. Beran y otros, 2009; Smith y otros (2013); Smith y otros (2014); Carruthers (2014).
Responsabilidad y agencia epistémica | 69
30
Greco (2010), p. 43.
70 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
CONCLUSIÓN
REFERENCIAS
INTRODUCCIÓN
1
Nótese que, si asumimos que nuestra sociedad se caracteriza por un politeísmo de valores —para
decirlo con Max Weber—, el contenido de los valores supremos de personas y grupos puede variar nota-
blemente: piénsese en aquellos hinchas dispuestos a darlo todo por el equipo del que son seguidores. Véase
la siguiente expresión de franca incomprensión frente a semejante visión de mundo: <https://www.nytimes.
com/es/2019/01/17/martin-caparros-contra-hinchas-futbol/>. [Consulta: 29-1-2021].
76 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
CONSIDERACIONES PRELIMINARES
ra). Toda proposición falsa ofrece una ocasión para el error, pero no constituye
en sí misma un error. Por ejemplo, tomemos la proposición el cuerpo humano
está diseñado para volar. Esta proposición es falsa, aunque no constituye en sí
un error. Un error sería (i) aceptar la proposición como verdadera, (ii) presentar
o afirmar (sinceramente) la proposición como verdadera, (iii) actuar (since-
ramente) en conformidad a la proposición. El error consiste en la activación
discursiva o práctica de una proposición falsa cualquiera X, que en sí misma es
inerte, por así decir. Dicha activación adopta formas como las siguientes: «es un
error pensar que X», «comete un error quien actúa conforme a la idea que X».
Estrictamente hablando, lo contrario del error no es la verdad, sino el acierto.
Segundo. No me interesará el error que cabe llamar teórico, sino el práctico.
Cabe llamar práctico al error cuyos efectos inmediatos se extienden al orden de
la praxis humana, es decir, a aquel que desborda el plano de las meras concep-
ciones. El atractivo del error práctico está asociado a la siguiente observación de
Schopenhauer: «El lado trágico del error y del prejuicio se observa en la praxis;
el aspecto cómico [del error] se limita a lo teórico».2 El siguiente ejemplo ilustra
el sentido de esta observación: si nos enterásemos de que alguien cree sin más
en la capacidad del cuerpo humano para volar, ello podría causarnos gracia.
Menos gracia nos causaría enterarnos de que dicha persona enseña a sus hijos
la idea como cierta. Pero la sonrisa daría paso al lamento si nos enterásemos
de que uno de esos niños intentó volar lanzándose de un décimo piso.3 El error
práctico refiere a aquellos males resultantes de la acción humana. En esta me-
dida, el fenómeno merece una atención especial.
Tercero. El foco de la atención se dirigirá a errores que llamaré pertinaces
para distinguirlos de los errores accidentales. Aclaremos primero lo que sea un
error accidental. Al considerar el comportamiento típico de una persona, un
error accidental aparece como una anomalía ocasional producto del descuido,
de la distracción o de la torpeza fugaz.4 Un error de tipeo pertenece a esta clase
2
Schopenhauer (1977), p. 84. La traducción de esta y las siguientes citas son propias.
3
Causa gracia cuando se nos explica la doctrina respiracionista (la creencia de que el alimento orgánico
y el agua no son necesarios para sobrevivir, sino que cabe mantenerse en vida mediante el prana del aire
y la energía de la luz solar). Trágicos son sin embargo los casos de quienes han fallecido por inanición al
llevar la doctrina a la práctica. Cf. <https://www.clarin.com/sociedad/mujer-murio-creer-podia-alimen-
tarse_0_SkTX2V2PXe.html>.
4
J. S. Mill llega a afirmar que «este tipo de errores [los accidentales] no reclaman análisis ni clasificación
filosófica» (Mill [1974], p. 737).
78 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
de errores, pero también aquella ligera distracción al volante que bien pudiera
costarle la vida a varias personas (que un error sea accidental no quita que
sus consecuencias puedan ser graves). Por otro lado, los errores pertinaces no
presentan ese aspecto fugaz, sino un carácter más bien persistente, al modo de
una obstinación que se mantiene incluso tras haber recibido notificación de su
desacierto.5 En general, no parece haber mayor dificultad en entender cómo
se produce un error accidental, pero frente a los errores pertinaces solemos
tomarnos la cabeza en busca de una explicación. El atractivo del error pertinaz
yace en su carácter enigmático, en la dificultad que solemos experimentar al
intentar aclararlo. Dicho carácter enigmático se ve expresado en el proverbio
latino «errar es humano, pero perseverar en el error es diabólico».6
Cuarto. El error no se abordará en este trabajo al modo de una posibilidad
humana general (junto a la posibilidad de conocer, de ser libre, etcétera). Se
lo discutirá más bien como fenómeno que ocurre; que se produce in concreto.
Más precisamente, las siguientes páginas expondrán aquellas vías mediante
las que nos explicamos las instancias del error, y no solo su posibilidad más o
menos abstracta. La razón es la siguiente: quienes se ocupan filosóficamente
de las condiciones de posibilidad del error las sitúan generalmente en el carácter
limitado de las capacidades cognitivas7 o de las capacidades volitivas del hom-
bre.8 Pero nótese que este tipo de explicación no ofrece un criterio diferenciador
para entender concretamente por qué algunas personas incurren en tales o cuales
errores y faltas mientras que otras —cuyas circunstancias son similares— no lo
hacen. Para explicar por qué un semejante a mí cae en el error y yo no, no me
5
La adhesión a una doctrina política, científica, médica, etcétera, que consideramos evidentemente
falsa es un ejemplo de esta clase de errores. No puede, claro está, perseverarse en errores cuya consecuencia
inmediata para quien los comete es letal. Estos últimos son, podríamos decir, de aquellos que necesaria-
mente se cometen por primera y última vez.
6
Errare humanum est, perseverare autem diabolicum. El proverbio deriva posiblemente de un pasaje
de los sermones de san Agustín (164, 14): «errar ha sido humano, pero es diabólico permanecer por orgullo
en el error [Humanum fuit errare, diabolicum est per animositatem in errore manere]».
7
Cf. Schopenhauer (1977), p. 159. «El carácter rapsódico y usualmente fragmentario del curso de
nuestros pensamientos proviene de [la] imperfección del intelecto [Unvollkommenheit des Intellekts], […]
y de ésta nace la ineludible dispersión de nuestro pensamiento».
8
Cf. Descartes (1979), p. 141 (meditación iv): «¿De dónde nacen, pues mis errores? […] dado que la
voluntad es más amplia que el entendimiento, no la contengo dentro de los mismos límites, sino que la
extiendo también a cosas que no entiendo; y, siendo de suyo indiferente a éstas últimas, [la voluntad] se
extravía fácilmente, y toma el mal por el bien, o lo falso por lo verdadero. Ello hace que me engañe y que
peque». Cf. también Malebranche (1910), pp. 26, 27 (libro i, 21, 22). Este autor pone en paralelo «nuestros
juicios falsos» con nuestros vicios o nuestros «amores desordenados».
Imbéciles, ingenuos, cobardes | 79
basta con indicar que las capacidades humanas son en general limitadas. Debo
explicar específicamente por qué esas limitaciones llevan a esta persona —y no
a mí, por ejemplo— a incurrir en el error. En otras palabras, debo explicar por
qué él o ella juzga torcidamente (mientras que yo lo hago rectamente).
En síntesis, nos interesarán las formas en que intentamos explicarnos la
producción de aquellas afirmaciones y/o acciones sostenidas en el tiempo, en
las que lo falso es obstinadamente tomado por verdadero, y que inciden en el
orden de la praxis, al punto de poder ser perjudiciales para el mismo actor y
su entorno.
¿Cuáles son, a grandes rasgos, las vías por las que intentamos explicarnos
aquello que percibimos como el error pertinaz de un tercero? En otras palabras:
cuando observamos a un tercero incurrir en un error y perseverar en él al punto
de adoptar una conducta que estimamos aberrante (por sí misma o por sus
consecuencias), ¿cómo nos explicamos este hecho; especialmente si suponemos
que el agente del error es un ente racional?
Cuatro son, a mi entender, las vías mediante las que podemos explicarnos
el error pertinaz y la conducta aberrante de un tercero (vías que —cabe obser-
var— son utilizadas tanto por el discurso docto como por el coloquial). En lo
siguiente, mi objetivo será describir dichas vías. No discutiré su valor, ni si acaso
debiésemos evitar o privilegiar algunas de ellas. Me limitaré —repito— a analizar
un repertorio de prácticas argumentativas y explicitar sus consecuencias.
Ilustraré las prácticas descritas mediante casos que tomaré a modo de ejem-
plo. En general, referiré al enfrentamiento entre un activista de la comunidad
lgbt y un activista conservador profamilia en torno a un asunto controvertido
(como el aborto, la adopción homoparental, la transexualidad, etcétera). Cabe
asumir que, en este tipo de asuntos, los valores y posturas de ambos individuos
se oponen de manera diametral, y que en muchos casos se excluyen mutua-
mente. Podemos asumir que ambos activistas estiman que la parte contraria
se equivoca gravemente y que persiste en un error de grueso calibre, lo que la
lleva a adoptar objetivos políticos y sociales percibidos alternativamente como
aberraciones. ¿Cómo puede cada cual explicar el error pertinaz de la parte con-
80 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
(a) En general, las vías que refieren a las capacidades cognitivas del errante per-
tinaz se apoyan en la idea de una cierta insuficiencia de dichas capacidades.
Ahora bien, la insuficiencia en cuestión es unas veces presentada como algo
provisorio, y otras como algo irremediable. Esta diferencia de matiz da pie a
la distinción entre las dos primeras estrategias de argumentación.
(a.1) Una primera vía para explicar el error pertinaz de un tercero afirma
entonces que este sufre de una insuficiencia cognitiva irremediable.
Así como por principio el daltónico es incapaz de percibir el color
naranja, quien yerra es incapaz —en esta explicación— de juzgar
adecuadamente ciertos fenómenos, que interpretará siempre de for-
ma incorrecta. Tonto, imbécil, cretino, son calificativos —referidos
a quien yerra— en los que se sintetiza coloquialmente el sentido
de esta vía de explicación. Estas palabras albergan una referencia
a cierta insuficiencia cognitiva irremediable.9 Nótese que incluso
Kant —un entusiasta de la racionalidad humana— describe la estu-
pidez como una deficiencia irremediable de la capacidad de juzgar.10
Recurriendo a nuestro ejemplo, cabe imaginar el contexto en que
9
Nótese que la palabra cretino designaba originalmente al afectado de cretinismo, una supuesta enfer-
medad cuyo origen se identificaba con la detención precoz del desarrollo mental. Cf. la entrada cretin en la
Encyclopédie de Diderot y D’Alembert.
10
«La falta de capacidad de juzgar (Urteilskraft) es propiamente aquello que llamamos estupidez
(Dummheit), y dicha dolencia es irremediable [gar nicht abzuhelfen]», Kant (1999c), p. B173.
Imbéciles, ingenuos, cobardes | 81
11
Este modelo de argumentación es llevado a su máxima expresión por G. W. F. Hegel. Su Fenomeno-
logía del espíritu describe la procesión del espíritu por las distintas etapas de desarrollo de la consciencia.
En cada uno de los estadios que anteceden su acceso al saber absoluto, el espíritu cree ingenuamente haber
alcanzado la cúspide de su desarrollo, y se considera por tanto capaz de enunciar la verdad de los objetos de
experiencia. Entonces el espíritu yerra, y yerra necesariamente, por razones que exceden sus capacidades de
comprensión inmediatas (aunque —y aquí se distancia la explicación de aquella que alude a la imbecilidad
de quien yerra— este dispondría cada vez de los recursos para superar su estado de equivocación).
82 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
(b) (La tercera y cuarta vía de explicación del error pertinaz no refieren ya a
insuficiencias cognitivas de quien yerra sino a otras relativas a su carácter
moral. De estas dos últimas vías, la primera explica el error pertinaz alu-
diendo a la debilidad de carácter de quien yerra, mientras que la segunda
alude a la maldad o perversidad de su carácter. Revisemos cada una de
ellas.
(b.1) La vía que explica el error pertinaz por la debilidad de carácter in-
dica que quien yerra habría permitido que el error se deslizara y
alojara en su juicio. La pereza y la cobardía son dos debilidades de
carácter a las que suele apelarse en explicaciones del error pertinaz
que siguen esta vía.12 A veces quien persevera en una aberración es
presentado como quien teme a la verdad por las consecuencias que
esta podría acarrearle (si retomamos nuestro ejemplo, el activista
lgbt podría explicar la oposición del activista profamilia a la diver-
sidad sexual como expresión del miedo a su propia sexualidad). En
otras ocasiones, el errante es descrito como conformista, quien por
comodidad (que en el fondo no es otra cosa que pereza) descuida
la verdad permitiendo que el error se aloje en su juicio. Al perezoso
le gusta la respuesta fácil, se dice; y la verdad requiere muchas veces
esfuerzos que este último no está dispuesto a realizar (el activista
lgbt podría afirmar que quienes apoyan al activista profamilia sim-
plemente rehúyen la molestia de someter sus valores a una revisión
crítica). Junto a la pereza y la cobardía se mencionan otras debili-
dades del carácter que en ocasiones explicarían la persistencia en
el error: la precipitación y la ligereza;13 el descuido y la indolencia.14
(b.2) La última de las vías para explicar el error pertinaz (a saber, la se-
gunda de las que aluden al carácter moral de quien yerra) refiere
derechamente a la mala fe de quien yerra como fuente de dicho
error. En sentido estricto, y a diferencia de las vías anteriores, esta
última no procura explicar el hecho que alguien sea víctima de un
12
Cf. Kant (1999a), p. 35. «La pereza (Faulheit) y la cobardía (Feigheit) son las causas de que una tan
gran parte de los hombres continúe a gusto y de por vida en su estado de pupilo».
13
Cf. Kafka (1931), p. 225. «Todos los errores humanos son impaciencia, una suspensión prematura de
lo metódico, un aparente estacar (Einpfählen) de la cosa aparente».
14
J. S. Mill refiere por ejemplo a la indiferencia como una de las fuentes morales del error. Cf. Mill
(1974), pp. 737-738.
Imbéciles, ingenuos, cobardes | 83
Cada una de las cuatro vías descritas hace algo más que explicarnos cómo al-
guien puede perseverar en un error, pues cada una de ellas permite, además,
establecer cuán responsable es el infractor del error en el que persevera. Esta úl-
tima parte explicitará el grado de responsabilidad que cada una de estas vías de
explicación atribuye implícitamente a quien yerra pertinazmente. La relevancia
de este problema guarda relación con la praxis en situaciones de conflicto: en
contextos polémicos, cabe adoptar distintas actitudes frente a quienes conside-
ramos incurren una y otra vez en un error grave. Dicha actitud puede ser indul-
gente, inflexible, dialógica, beligerante, etcétera. Y esas diferencias dependerán
en gran medida del grado de responsabilidad que atribuyamos a quienes perseve-
ran en un error grave, pues el modo como debamos, por ejemplo, responder al
artífice de un engaño nos parecerá distinto al modo en que hayamos de reaccio-
nar frente a quien entendamos ser presa de un malentendido o de un prejuicio
del que no es responsable. Si llevamos las cuatro vías descritas para explicar el
error pertinaz a sus consecuencias prácticas, observaremos que algunas de ellas
tienden a dispensar a quien comete el error pertinaz de toda responsabilidad,
mientras que otras tienden a responsabilizarlo.
Para aclarar este punto, introduciré brevemente el concepto jurídico de error
invencible.15 La reflexión cristiana sobre la imputabilidad de las faltas acuñó el
15
Se trata de un concepto que permite matizar o incluso mostrar la inexistencia de dolo o de intención
criminal en referencia a una acción ilegal. Cf. Tomás de Aquino: Suma teológica, I-IIae, q. 19, a. 6; q. 76, a.
2, a. 3; Tomás de Aquino: In I An. Post., lect. 27. Wolff (1971), §§550, 552, 554. Stattler (1773), §496.
Imbéciles, ingenuos, cobardes | 85
término de error invencible para referir a faltas provocadas por una ignorancia
también llamada invencible: la que respondería a circunstancias que no están
en el poder de quien resultó, por lo mismo, víctima de un error. Acudo a este
concepto porque la noción de error invencible parece aplicar en aquellas vías de
explicación del error pertinaz que refieren a insuficiencias cognitivas de quien
lo comete.
bién aquí ser invencible. A diferencia de la vía anterior, sin embargo, las
deficiencias que lo producen no serían irremediables: la capacidad de
juzgar no estaría lisiada —como en el caso del imbécil—, sino que sería
solo inmadura, o estaría prisionera o entumecida. Consideramos que,
habiendo salido de su cuadro de ingenuidad o de alteración, la persona
ya madura y lúcida mirará atrás y lamentará el error cometido; admiti-
rá, en otras palabras, la verdad. En síntesis, se exonera aquí también al
ingenuo y al trastornado por haber cometido un error pertinaz: en el
momento en que lo cometió no podía evitarlo; la explicación misma lo
admite de algún modo.
(b.1) Quien yerra por debilidad de carácter (moral) parece ser responsable de
dicha debilidad. Es decir, se lo responsabiliza implícitamente no tanto
por el juicio erróneo mismo como por aquel vicio que lo llevó una y otra
Imbéciles, ingenuos, cobardes | 87
16
Cabe notar que las vías que asocian el error pertinaz a una deficiencia del carácter moral pueden
experimentar un nuevo giro interpretativo que las acercaría a los modelos explicativos que aluden a insu-
ficiencias cognitivas, pues la explicación podría proseguir en busca de las causas de la deficiencia moral de
quien yerra y concluir que esta se debe a algo así como una estupidez moral, a una ingenuidad moral o a un
trastorno moral transitorio. Nótese que con ello se asumiría —mutatis mutandis— el carácter inevitable o
invencible de las deficiencias del carácter moral de quien yerra. En dicho caso, el error pertinaz no podría,
en sentido estricto, atribuirse a una falta moral, pues esta supone la transgresión voluntaria de un deber
moral. Pero ad impossibilia nemo tenetur, nadie está obligado a lo imposible (cf. Digesto, 50,17,185). Kant
suele recordar que una orden o requerimiento hace solo sentido si el remitente de dicha orden es capaz de
cumplirla («ya que [la razón práctica] manda que ellas [las acciones acordes a las prescripciones morales]
deben (sollen) ocurrir, ellas deben (müssen) entonces poder ocurrir», Kant (1999c), p. B835. El requerimien-
to moral que el agente transgrediría conforme a la tercera vía de explicación del error pertinaz sería algo así
como cuida de que tus creencias se sostengan en la verdad. Pero, si afirmamos que su transgresión responde
a cierta idiotez moral, o ingenuidad o trastorno morales, ¿en qué sentido puede decirse que el agente era
capaz de respetar el requerimiento al momento de transgredirlo? ¿No damos entonces a entender que su
transgresión fue en algún sentido inevitable, es decir, invencible? En este último caso no cabría imputarle
la falta que se le atribuye. O dicho más precisamente, cabría imputarle la falta (imputatio facti), pero no
la voluntad de incurrir en ella (imputatio iuris). Refiero aquí a la distinción entre imputabilidad moral e
imputabilidad legal. Cf. Darjes (1776), §218.; Kant (1999b), p. 228.; Scheler (2014), p. 583 y ss.
88 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
aquella persona sobre la que versan dichas razones (es decir, el agente del error
pertinaz). Parece más bien que el destinatario de dichos argumentos es algún
tercero o el mismo formulador de los argumentos, quien de este modo es capaz
de interpretar los hechos reafirmando simultáneamente su propia posición.
CONCLUSIÓN
Las páginas previas ofrecen una taxonomía de las vías argumentativas mediante
las que nos cabe explicar (y explicarnos) el error pertinaz de un tercero. Cuatro
son las estrategias generales de argumentación que, de acuerdo con lo expuesto,
agotan los modos en que este fenómeno puede ser explicado. Cada estrategia
identifica ciertas características del agente como la fuente del error pertinaz.
Dos de ellas refieren a deficiencias cognitivas de quien yerra persistentemente,
mientras que las otras dos aluden a deficiencias de su carácter moral. En un se-
gundo momento, el análisis abordó la responsabilidad que cada una de las cua-
tro vías de explicación asigna implícitamente al agente del error pertinaz (por la
falta en que incurre). Esta última discusión puso de manifiesto la concepción no
paritaria del agente del error que late en estas cuatro estrategias argumentativas.
Quisiera finalizar situando los análisis ofrecidos en un horizonte de proble-
mas más amplio. Las distinciones aquí esbozadas nacen de una reflexión sobre
el fenómeno del conflicto entre individuos y grupos sociales. Me parece, por
tanto, que pueden resultar fértiles al ser aplicadas al modo en que, por ejemplo,
las víctimas se explican la acción de sus victimarios, o al que los enemigos en el
plano ideológico o político se explican la conducta de los adversarios.
En situaciones de conflicto, somos particularmente proclives a atribuirnos
una estatura moral y/o cognitiva superior a la de nuestros adversarios. En otras
palabras, el conflicto suele llevarnos a elaborar una representación caricatural
de nuestros antagonistas. Como observa Nietzsche, «toda sociedad tiene ten-
dencia a disminuir a su adversario hasta la caricatura, a llevarlo a la inanición,
por así decir».17 Dicha tendencia es inherente —piensa el autor alemán— a las
situaciones de conflicto:
17
Nietzsche (1970), p. 187.
90 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
REFERENCIAS
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Imbéciles, ingenuos, cobardes | 91
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sheim/Nueva York: G. Olms.
6
Mathieu González
Universidad Adolfo Ibáñez
INTRODUCCIÓN
¿TUCÍDIDES ATEO?
6
Cawkwell (1997), p. 3.
7
Ibídem. Sin embargo, Cawkwell indica que la evidencia es ambigua.
8
Ver Strauss (1997), p. 160.
De la stasis y de las normas divinas en Tucídides | 95
abre su texto,9 es una secular, en la cual los humanos, con su ingenio, su trabajo,
su organización económica y política, lograron elevarse por sobre un estado de
naturaleza10 para crear comunidades donde la violencia fue progresivamente
retrocediendo. Y «no celebra en estas páginas un progreso general de la civili-
zación, sino un progreso logrado paso a paso».11
La ausencia de los dioses también se ve en uno de los textos más famosos de
la Historia, la oración fúnebre:
capaces de acumular suficiente fuerza para lograr ser autónomas y, así, generar
espacios de libertad dentro de los cuales el hombre puede desarrollarse.16
Este desarrollo solo puede ser comprendido dentro de una temporalidad his-
tórica que al ir creando las polis también va formando seres humanos progresi-
vamente capaces de comprender la acción humana pasada y presente. Tucídides
es para sí mismo el mejor ejemplo y por eso él mismo se considera superior a
Homero y Heródoto,17 ya que se libera de los mitos y creencias de estos. De esta
forma, la epistemología de Tucídides plantea que el mundo es comprensible a
la mente humana, sin necesidad de los dioses, y que, por lo tanto, se rige por
normas accesibles a la inteligencia humana. El mundo histórico, político y so-
cial es inteligible para el hombre.18 Si bien estas normas no son leyes, por lo que
incluso el más inteligente de los seres humanos nunca podrá adivinar el futuro,
sí permiten prever las consecuencias probables de una acción, llevando a que
esta sea «más lucida».19
La historia humana pasa a ser no solo el incremento progresivo de la fuerza
material, sino también de la inteligencia: en Tucídides parece haber un optimis-
mo respecto a las capacidades del ser humano.20 En consecuencia, para seguir
progresando, la polis necesita continuamente el aumento de su poder. La Histo-
ria, así, deviene en gran parte un estudio de cómo aumentar correctamente el
poder y así seguir progresando.21 El efecto de ejercer poder es la concentración
de los recursos y la propagación de la civilización. Tucídides entiende el poder
como una fuerza que se alimenta, se perpetúa y se aumenta a sí misma en una
progresión constante. El concepto de dynamis como una fuerza progresiva es
una novedad para el pensamiento griego del periodo.22 Por ende, el control de
la fuerza que ella misma ha creado para evitar que en su crecimiento se destruya
a sí misma pasa a ser uno de los roles centrales de la inteligencia humana,23 sin
que en esta dinámica medien los dioses o lo divino.
Hay pasajes que van incluso más allá en esta idea, planteando no solo que los
16
Para una interpretación distinta, que en general no compartimos, ver Foster (2010).
17
Ver Bartlett (2001), p. 70.
18
Ver ibídem, p. 74.
19
Romilly (2013), p. 302.
20
Ver Romilly (1965), p. 371.
21
Ver Immerwahr (1973), p. 18.
22
Ibídem.
23
Ver ibídem, p. 20.
De la stasis y de las normas divinas en Tucídides | 97
24
Thucydide (2009b): La Guerre du Péloponnèse, 2: Livres III, IV, V, traducido por Jacqueline de Ro-
milly, París: Les Belles Lettres, vol. 104. Traducción mía a partir del texto griego que figura en esta edición
bilingüe, al igual que el resto de las citas de Tucídides que figuran en este texto.
25
Ver ibídem, vol. 116.
26
Marinatos (1981b), p. 36.
98 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
que permita una vida pacífica, logrando su salida del estado de naturaleza. La
oposición a nivel político, por lo tanto, no se da entre ateísmo y religión, sino
entre ateísmo, religión y superstición, siendo la segunda central para la buena
política.
En consecuencia, uno de los líderes más alabados por Tucídides es el general
espartano Brasidas, quien muestra a la vez su religiosidad (IV.116.2, V.10.2), su
moderación y sus capacidades políticas, siendo todas necesarias para el buen
liderazgo.32 La polis, por lo tanto, necesita la religión. Y uno podría concluir en-
tonces que, para Tucídides, si bien los dioses como tales están ausentes, la creen-
cia en ellos es necesaria para lograr una vida moderada, alejada de la hubris.
La única fuerza que en la historia lleva a los dirigentes a hacer elecciones
moderadas es la religiosidad. Según Tucídides, la característica principal de
esta es que es una forma de coacción. Tucídides, lo sabemos, no simpatizaba
con la forma extrema de creencia del tipo de la expresada por los Melios, pero
reconocía la relación clave entre la religiosidad y la sociedad civilizada.33
¿Es posible concluir que, para Tucídides, los seres humanos —o por lo me-
nos la mayoría de estos— son, por lo tanto, incapaces de vivir pacíficamente en
un mundo sin dioses? ¿Que la vida social necesita de la mentira para funcionar?
¿Que la mejor mentira es la religión? Gran parte de los estudios sobre él han
llegado a esta conclusión. Pero ¿no es posible leer el texto de otra forma, par-
tiendo de la idea de que la creencia en los dioses no es una mentira, sino que su
existencia y su forma de actuar en el mundo son distintas de las creencias de la
mayoría? Quizá se podría pensar, como escribe Strauss, que:
La ciudad puede ignorar la ley divina; puede pasar a ser culpable de hubris en los
actos y en las palabras: la oración fúnebre precede a la peste y el diálogo de Melios
es seguido por el desastre de Sicilia. Esto parece ser la más cabal instrucción que
Tucídides silenciosamente transmite; el silencioso carácter de esta transmisión es
requerido por el púdico carácter de su religiosidad.34
32
Ver Strauss (1997), p. 213.
33
Kleinhaus (2001), p. 93.
34
Strauss (1997), p. 153.
100 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
LA NATURALEZA EN LA HISTORIA
[…] lo que antes era dicho en los relatos, pero que la experiencia rara vez verificaba,
perdió su carácter increíble: así los terremotos, los cuales, a la vez, cubrieron regio-
nes más extensas que nunca y fueron más fuertes; los eclipses solares, que pasaron a
ser más frecuentes que en todos los recuerdos de épocas pasadas; las grandes sequias
en distintos lugares, seguidas de hambrunas, y finalmente la causa mayor de daños
y de ruina, la peste. Todo esto tuvo lugar al mismo tiempo que esta guerra.36
Existe, por lo tanto, una relación entra las guerras humanas y el orden natu-
ral. Los humanos, al combatir entre ellos, modifican los equilibrios naturales,
perturbando el clima, la tierra y los astros.37 Hay un orden cósmico y la guerra
humana aumenta los fenómenos excepcionales dentro de este. Los dioses son
silenciosos en Tucídides; la naturaleza, en cambio, se expresa.38
Desde esta premisa, se debe deducir que uno de los objetivos de Tucídi-
des es entender la relación entre los desastres naturales y la historia política
y militar que narra. Bajo este punto de vista, es necesario volver a analizar el
relato de la peste en Atenas. En efecto, el análisis de esta es racional, e incluso
podría clasificarse anacrónicamente como científico. Sin embargo, a lo largo de
todo su análisis, Tucídides subraya el carácter excepcional de la enfermedad39
y, además, declara explícitamente que no es capaz de precisar ni sus orígenes
ni sus causas,40 permitiendo suponer que estas escapan a la capacidad de la
compresión humana. Pero ¿qué es lo que está en el fondo de estos fenómenos?
«Tucídides deja abierta la posibilidad de que la guerra del Peloponeso haya sido
35
Ver Marinatos (1981b), p. 57.
37
Ver también II.27-8, III. 87.4, III.116.2, IV. 52, V.45.4, V.50.5 y VIII.41.2 donde más fenómenos natu-
rales excepcionales tienen lugar a lo largo de todo el texto.
38
Ver Marinatos (1981b), p. 20.
39
Ver Thucydide (2009a): La guerre du Péloponnèse, 1, 50.1.
40
Ver ibídem, 48.3.
De la stasis y de las normas divinas en Tucídides | 101
en su totalidad una acción reprochable y que los fenómenos hacia los cuales
atrae la atención —y que con gran esfuerzo registró a lo largo del texto— son
signos de un descontento divino, esto es, que están dotados de un significado
moral».41 La separación moderna entre las leyes sociales y naturales es, por lo
tanto, ajena a Tucídides. Su crítica no es, como muchos modernos parecen creer,
a la religión en sí, sino a la superstición, es decir, a la creencia en que el acceso al
conocimiento de lo divino —o, por lo menos, de la voluntad divina— es fácil.42
A lo largo de la Historia, se aprecia qué es lo que quiere esta voluntad natural:
la moderación. La causa de la caída de Atenas es su inmoderación, su hambre
de conquistas, su falta de armonía que, a medida que avanza la guerra, sigue
y sigue aumentando, hasta el hubris final que es la Expedición de Sicilia.43 Es
decir, la naturaleza juega un rol central en las dos principales catástrofes que
caen sobre Atenas: la peste y la derrota en Sicilia. «Consecuentemente, […] la
caída de Atenas demuestra una justicia divina».44
¿Estaban equivocados los oligarcas de Melios cuando indicaban que los ate-
nienses iban a ser castigados por su impiedad e injusticia; por su hubris? No, ya
que, en efecto, los atenienses fueron castigados, pero se puede apreciar que el
tiempo de los dioses es distinto del tiempo humano. Y una de las causas de la
hubris ateniense es el alejamiento de la religión tradicional descrita en el II. 15
y 16 y su remplazo por la fe en los adivinos.
41
Bartlett (2001), p. 73.
42
Ver Marinatos (1981b), p. 25.
43
Ver Thucydide (2009c): La guerre du Péloponnèse, 3, vii, 77, 3. Donde Nicias habla de la expedición
en estos términos.
44
Marinatos (1981b), p. 58.
45
Romilly: L’optimisme de Thucydide et le jugement de l’historien sur Périclès (Thuc. II 65), 565.
102 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
deducir que, si bien la condición material del hombre progresa, en cambio «los
hombres no son simplemente más sabios y nobles de lo que eran en el pasado»,46
ya que —como muestra el discurso de Diodoto—47 el hombre en su esencia no
cambia, ni en su inteligencia ni en sus capacidades intelectuales.
¿En qué consisten estas capacidades del hombre? En la correcta interpreta-
ción de los oráculos de Delfos, que es un «interés constante»48 de Tucídides. Por
ejemplo, en el ii, 17 escribe: «me parece que el oráculo se cumplió a la inversa
de lo que se esperaba»,49 dando a entender que el Oráculo de Delfos predice el
futuro, pero que, al ser sus oráculos ambiguos, es responsabilidad del hombre,
a través de su inteligencia, encontrar el camino en el laberinto profético, siendo
los vaticinios inteligibles para la mayoría de los humanos solo a posteriori de
su cumplimiento.
Otra ilustración de esta correcta interpretación es el Alcmeón,50 el cual,
tras vengar a su padre matando a su madre, fue maldecido. El Oráculo le in-
dica que, para levantar la maldición, debe habitar «en una región que, cuando
mató su madre, no era todavía visible al sol y no fuese una tierra».51 Tucídides
indica que Alcmeón fue capaz de interpretar correctamente este oráculo, ins-
talándose en una tierra cerca del mar, sujeta a constantes aluviones y mareas,
donde la superficie era continuamente modificada, liberándose de la maldi-
ción. Nuevamente hay que destacar que, contrariamente a lo que sostienen
las interpretaciones ateas de Tucídides, estos pasajes muestran que el autor
adhiere a las creencias tradicionales sobre los oráculos y a la capacidad de
Apolo para predecir el futuro, así como a la complejidad y el enigma que hay
en ellos.52
46
Strauss (1997), p. 235.
47
Ver Thucydide (2009c): La guerre du Péloponnèse, 2, III. 42 a 48.
48
Marinatos (1981b), p. 56.
49
Thucydide (2009b): La guerre du Péloponnèse, 1, ii, 17.
50
Ver ibídem, i. 102.
51
Ibídem, ii.102.5.
52
Ver Marinatos (1981a), p. 140.
De la stasis y de las normas divinas en Tucídides | 103
57
Bartlett (2001), p. 79.
58
Ver ibídem.
De la stasis y de las normas divinas en Tucídides | 105
pedido por un oráculo, purificar la isla59 de Delfos,60 tal como describe Tucídides
en el III.104. Este pasaje destaca por ser de las pocas escenas pacíficas y felices en
la Historia, en el cual la poesía de Homero es citada61 para ilustrar el placer de las
celebraciones religiosas y donde Tucídides deja entender que el tiempo pasado fue
más feliz que el presente, ya que los hombres eran moderados, piadosos y justos.
Esta conducta ateniense sería recompensada por su victoria en Pilos (cau-
sada en parte por un incendio), tras la cual Atenas habría podido obtener una
paz provechosa y moderada para sus intereses. Caerá, en cambio, en hubris,
abandonando esta posibilidad y creando las condiciones de su derrota. Los es-
partanos entendieron esto, ya que empezaron a creer que sus desgracias cayeron
sobre ellos debido justamente a que violaron la justicia. Luego, contrastando sus
derrotas en la primera parte de la guerra con sus excelentes perspectivas en la
segunda parte, así como la injusticia que cometieron en la primera y la evidente
justicia de su causa en la segunda, creyeron razonablemente que fracasaron en la
primera por sus injusticias más que por sus ineptitudes y que serían victoriosos
en la segunda gracias a la justicia.62 Creencia que los hechos confirmaron.
CONCLUSIÓN
59
Ver Strauss (1997) p. 235.
60
La importancia de este evento es tal que Tucídides lo menciona en cinco oportunidades: I.8, 1; II.8,
3; III. 104,1-6; V.32, 1; VIII.108, 4. Siendo el episodio más recurrente en toda la historia.
61
De los catorce versos de Homero citados por Tucídides, trece son en este pasaje.
62
Strauss (1997), p. 178.
106 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
REFERENCIAS
Fernando Arancibia C.
Pontificia Universidad Católica de Chile
INTRODUCTION
METAETHICAL THEORIES
4
Miller (2003), p. 2.
An argument for metaethical realism in business | 109
of knowing moral properties, this question supposes their existence; then, the
question about knowledge of these properties is linked to the question about
their existence.
From the answers given to the previous questions arises the main approaches
in metaethics. These proposals, on many occasions, overlap, since a metaphys-
ical response can be compatible with more than one epistemological answer,
or a psychological response can be affirmed together with several metaphysical
answer.
Which is the correct way to understand the positions in metaethics, it is a
matter of dispute. Some hold that there are two main approaches, namely, re-
alism and antirealism. Realism holds the existence of robust moral facts, while
antirealism denies its existence, explaining what appears to be moral facts as
some other kind of facts like naturalistic or expressivist facts.
In what follows, I will expose the main positions in metaethics. In the next
section, I will reflect on the relevance of these positions for defining the values
and duties of business ethics.
NON-COGNITIVISM
Let’s begin with non-cognitivism. These theories state that moral judgments
do not express beliefs, i.e. they do not have propositional content. Moral judg-
ments express, rather, emotions or desires.5 Within non-cognitivist theories,
there is a very wide variety. In order from the less to the more complex, these
theories are the following: emotivism, prescriptivism, norm-expressivism, and
quasi-realism.
Emotivism states that moral judgments express emotions, feelings or approval
or disapproval of certain behavior. For emotivism, «x is good» should be under-
stood as «hurray for x!» or another type of expression of feeling or approval.6
Prescriptivism states that moral judgments express prescriptions. Moral lan-
guage, then, does not express beliefs with truth value (cognitivism) nor does it
refer to states of affairs in the world (realism) but, literally, «tells people what
5
Ibídem, p. 3.
6
Miller (2003), pp. 26 ff; Huemer (2005), pp. 17 ff.
110 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
7
Huemer (2005), pp. 17-18.
8
Gibbard (1990).
9
Miller (2003), p. 96; Gibbard (1990), p. 7.
10
Ibídem, p. 30; ibídem, p. 95.
11
Gibbard (1990), p. 4.
12
Ibídem, p. 6.
13
Ibídem, pp. 7-9.
An argument for metaethical realism in business | 111
i.e. projection of emotions, feelings, and attitudes. Unlike the other projectivist
theories, quasi-realism proposes to understand these projections as if they have
truth value.14 Blackburn’s project is to maintain a projectivist philosophy concern-
ing ethics and modality, assuming, also, a naturalist philosophy —in the sense of
physicalism— but without committing to a naturalistic and reductionist realism.15
COGNITIVIST ANTIREALISM
BUSINESS METAETHICS
Since this is not a paper on pure metaethics, I won’t engage in debates be-
tween all the approaches explained above. Though I believe that moral realism
is theoretically superior to moral antirealism, my argument will not rely on its
theoretical superiority. My argument is rather based on the idea that «business
ethics requires a form of moral realism».
18
Ibídem, p. 38.
An argument for metaethical realism in business | 113
19
Jennings (2009), pp. 48-9.
114 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
If we see which values are important in business ethics, we will find trust,
justice, honesty, respect, life and safety, privacy, wellbeing, among others. Also,
we find duties, moral principles, and virtues. Here is a little summary of some
of these ideas:
– Trust: «in this new global scene, trust becomes an indispensable capital
for the establishment of all kinds of relationship. And if we add anoth-
er key element of this globalization process like the existence of public
opinion, capable of judging the right or wrong behavior of a company
[…] Trust cannot stop acquiring an increasingly important asset for the
development of the company».20
– Integrity: «Integrity means doing right by our employees, brands, com-
pany, and society as a whole. Ethical conduct and social responsibility
characterize our way of doing business».21
– Autonomy: «in general, a just property system will be one that facili-
tates people’s autonomy—their freedom to determine the contours of
their own lives and make major life choices without coercive intru-
sion».22
– Managers and responsibility: «managers in most corporate settings have
responsibilities that are defined by their institutional created roles».23
– Equality: «if one supports democracy, then inequalities in income and
wealth are alarming to the extent that they tear the social fabric, or skew
public priorities».24
– Some basic moral duties: «if people did not generally tell the truth and
keep their promises, then economic life would grind to a halt».25
– Virtues: «social preferences or virtues could improve the market mecha-
nism by stimulating cooperative behavior in cases where non-cooperative
behavior generates sub-optimal outcomes».26
20
García-Marzá (2004), p. 61.
21
Conrad (2018), p. 187.
22
Chartier (2009), p. 34.
23
Werhane y Freeman (2003), p. 539.
24
Hausman, McPherson y Satz (2017), p. 197.
25
Ibídem, p. 344.
26
Graafland (2007), p. 242.
An argument for metaethical realism in business | 115
– Duties of banks: «it is the duty of banks on the part of their deposit cus-
tomers to satisfy the task and expectation of reducing the risk for their
customers with savings invested in on-demand deposits, and at the same
time it is their duty to meet the expectation of their credit customers to
make capital available for risky enterprises».27
– Duty of confidentiality: «banks are obliged to maintain confidentiality
about their business relationships with customers and their customers’
accounts».28
– Just wages: «to protect this relationship between family and work, an el-
ement that must be appreciated and safeguarded is that of a family wage,
a wage sufficient to maintain a family and allow it to live».29
And so on.
It is necessary to reflect if those values, duties, principles, etc. require a more
robust form of metaethical account (like moral realism). In what follows I will
reject expressivism, prescriptivism, error theory and subjectivism.
For expressivism, moral statements don’t have truth value. This means that
when one is asserting, for example, that «the employer must pay just wages»,
one is only expressing some desire or approving attitude, something like say-
ing: «Yes! Hurray for paying just wages!». This means that there is no such
thing like just wages, or, more generally, just things. There is no justice at all.
It just is a matter of how we talk about justice and just wages, but there are
no such things.
Prescriptivism takes a similar stance. If one says that «employers must pay
just wages» there is nothing over and above that command. There is no expla-
nation of what it is to be just, or what it is to be a just wage. Or if one says that
«it is good to be an honest businessman», one is just saying that «you have to be
27
Koslowski (2011), p. 26.
28
Ibídem, p. 105.
29
Compendium of the Social Doctrine of the Church, núm. 250.
116 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
The same applies, I think, to error theory. The single difference between emo-
tivism and prescriptivism is that moral statements have truth value, but they are
all false. The basis for this conclusion is metaphysical: there are no moral facts. If
we believe that, in the example, the seller behaved wrongly, then we are stating a
false claim. But this doesn’t mean that the seller behaved correctly. It is just that
there are no moral facts that make true those statements. Consequentially, there
is no moral blame possible, unless we rely on mere pragmatic considerations.
The only way to blame the seller is arguing that what she is doing goes against
market efficiency. This is the classical view in which moral reasons and econom-
ic reasons don’t have elements in common.33 Moral blame is, thus, out of place.
This is, of course, to return to a somehow minimalist conception of corporate
responsibility.
Or worst. For Friedman, there are moral constraints to profit, namely, not
being involved in coercion, fraud, deception and respecting the rules of the
game.34 Those constraints can be taken as moral constraints. There are, thus,
moral constraints, minimal, but they exist. In the situation analyzed, there can-
not be moral constraints. Therefore, profit could not be limited by coercion,
fraud, and the rules of the game.
Finally, let’s consider individual subjectivism and cultural relativism. Here
is an example of De George:
Mary Thompson is the vice-president and head of the strategic planning divi-
sion of an American-based multinational. She long believed in the slogan «When
in Rome, do as the Romans do,» but in recent years she has been forced to rethink
that position. In 1990, when the company considered opening a manufacturing
branch in South Africa, it finally decided against the move because of the then-ex-
isting apartheid laws, which mandated racial segregation and discrimination against
blacks. She is now faced with three somewhat similar situations—or were there
similar? First, the company has the opportunity to contract at an excellent price
for fabric woven in China. However, she has reports that the fabric probably came
from factories employing forced labor. A second opportunity is to boy clothing
manufactured in Pakistan. However, she has reports that her sources are using child
labor, usually girls under 14 years of age. Her third opportunity is to open a plant in
Saudi Africa. In this situation, she is warned that for the operation to be successful,
33
Hausman, McPherson y Satz (2017), pp. 338 ff.
34
Friedman (2002), p. 133.
118 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
women should not be placed in executive positions because they would not be taken
seriously. Should she use American values and American views as guide to what is
right and wrong, or should she simply get the best products she can at the best price
and not worry about how or by whom they are produced?35
The aim is to see these propositions [related to ethics, natural law or possible
worlds] as constructions that stand at a needed point in our cognitive lives – they
are the objects to be discussed, rejected, or improved upon when the habits, dispo-
sitions, or attitudes need discussion, rejection, or improvement […] such a theory
An argument for metaethical realism in business | 119
only collapses back into realism if we are reduced to saying that correctness in mod-
al or modal judgment is simply representing the modal or moral facts as they are.36
39
Cuneo (2007).
40
Ibídem, p. 21.
41
Ibídem, p. 26.
42
Ibídem, p. 29.
43
Ibídem, p. 42.
44
Schultz (2001).
An argument for metaethical realism in business | 121
of the world. For example, we can say that is the deprivation of Hitler that ex-
plains his behavior or that is the kindness of Mother Theresa that explains that
the Academy gave her the Nobel Peace Prize; or is the wrongness of slavery that
explain the anti-slavery mood of the years preceding its abolition.45
Moral realism, also, is rationally required for explaining the deliberative na-
ture of human beings. In this sense, moral facts are indispensable for deciding
what one should do.46 Enoch says that, as human beings, we are constitutively
deliberative beings; this is not an option since we are obliged by our nature to
make decisions. This constitution requires the existence of moral facts. And
since the existence of moral facts is indispensable to our deliberative nature,
then it follows that there are moral facts.47
In what follows, I elaborate an argument for moral realism in business ethics.
This argument is based on a minimal conception of corporate responsibility.
Consequentially, it requires some minimal ontological and ethical commit-
ments. Thus, it is an argument based on the parsimony principle.
As we saw, Friedman holds that (i) the only social responsibility of business
is increase profit, but (ii) this profit could not take place through coercion,
deception and violating the rules of the game. This moral constraint is justi-
fied insofar market economy could not be possible without these constraints.
Therefore, we must, at least, take those moral constraints as real. Of course, an
anti-realist could argue that we don’t need an ontological commitment to moral
facts to accept that there are some moral rules for making market economy pos-
sible. However, the moral realist could argue that we could comply with those
rules or by mere instrumental reasons (for making possible market economy)
or because there are moral facts that make those rules obligatory. If we answer
the latter, then we are accepting the existence of moral facts, and thus, moral
realism. If we answer the former, then we could ask: why it is important to
make possible market economy? The response, I suggest, need a form of moral
realism: because the market economy is a good way to promote the wellbeing
of people. Of course, this does not exclude the possibility of another kind of
economic system that promotes wellbeing better than the market economy;
but it makes necessary some foundation for our rational obligation to comply
45
Sturgeon (1988), pp. 232-235; Miller(2003), pp. 144-145.
46
Enoch (2011), p. 50.
47
Ibídem, pp. 69-71.
122 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
16. If trust is rationally required for a market economy, then the market econ-
omy itself must be rationally required.
17. These reasons to make market economy rationally required must be
non-instrumental reasons.
18. These non-instrumental reasons must be real/objective reasons.
19. If these reasons must be real, then we have to give an adequate account
of them.
20. If we want to give an adequate account of those reasons, then we need to
be committed to the existence of moral facts.
21. Thus, moral realism.
An objection could arise: «ok, you said that we need to be committed to the
existence of moral facts, but this doesn’t commit us to believe that trust (in the
example) is some kind of moral fact. The only thing you have demonstrated is
that what justifies market economy [I suggested wellbeing] must be a moral fact
or need to be based/grounded in a moral fact or a set of moral facts». It this
objection sound?
It could be, but only if we understand those instrumental reasons in a
way that they don’t have any intrinsic connection to the non-instrumental
reasons that grounds the rational requirement of the market economy. I sug-
gested wellbeing as the ground, base or foundation of the rational require-
ment of the market economy.48 Trust could be understood as an element of
the wellbeing conception that ground the need of market economy. If trust is
a part of this conception of wellbeing, then, trust is one of those moral facts
that ground the need of market economy. Thus, trust is not an instrumental
reason—or, at least, not only an instrumental reason—but an intrinsic ele-
ment of the final or non-instrumental reason that grounds the rational need
of market economy.
Note that I not arguing for the moral status of the market. Rather, I have as-
sumed such status. However, what is in question here is the nature of this moral
status. As I explained, the moral status (of any kind of thing) can be understood
both on realist and on antirealist ways. My concern here is to state that the
moral status of the market (if it has it) needs to be understood in realist terms.
48
See Griffin (1986) and Bradley (2015) on the matter.
124 | ÉTICA, CREENCIA Y CONCIENCIA
Note, finally, that I am not arguing for a specific way to ground morally the
market economy. That task would exceed the scope of this brief piece. I have
suggested that wellbeing grounds market moral status. The reference to well-
being has been one of the main arguments in defense of markets.49 However,
there are some wellbeing conceptions that are subjectivist, and the mainstream
view on wellbeing in economics can be associated with a form of metaethical
subjectivism. However, we can draw a distinction between efficiency arguments
and moral arguments for the market.50 The efficiency arguments can be asso-
ciated to this subjectivist stance that assumes economics (more specifically:
welfare economics). The moral arguments rely on non-subjectivists forms of
wellbeing. My view is that the subjectivist stance is rather a limitation of the
economic analysis and cannot be understood as the moral wellbeing as I have
understood it in this paper. Welfare economics works with material aspects of
wellbeing, and this is so because of its methodological scope. However, the lim-
ited conception of wellbeing of welfare economics is not necessarily in tension
with the moral conception of wellbeing, insofar as economic analysis is not the
whole economic life. We don’t need, for example, to include trust in a welfare
function to recognize its importance to economic life and business. The moral
case for the markets, and the metaethical reflection of business—as obvious—
goes beyond the scope of economics.
CONCLUSIONS
Metaethics is about the ultimate foundations of ethics. One could think that this
hyper-abstract task would be of no use for business ethics. In this paper, I have
intended to show that it is of use and that an adequate metaethical framework
is needed to make sense of what philosophers and economists have said about
the subject. My conclusion is that moral realism is the only framework apt for
such a task.
I have reviewed general metaethics theories in section 1. In section 2, I show
that moral antirealism is unable to give solid bases to business ethics. In section
49
O’Neill (1998), ch. 3 and 4.
50
Buchanan (1988).
An argument for metaethical realism in business | 125
3, I give two general arguments for moral realism, and after that, I develop an
argument for moral realism specifically for business ethics. This argument relies
on a weak assumption: a minimalist conception of corporate responsibility. This
weak assumption is sufficient to establish the argument and, therefore, the need
for moral realism for business ethics.
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