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Santa Fe

en el siglo XVIII
Santa Fe
en el siglo XVIII

Documentos para pensar


una sociedad urbana
tardocolonial

Carina Giletta
Juan Francisco Reinares
Silvina Vecari
Ma. de los Milagros Vecari
Consejo Asesor Santa Fe en el siglo XVIII : documentos para
Colección Cátedra pensar una sociedad urbana tardocolonial /
Alicia Camilloni Carina Giletta ... [et al.] ;
Miguel Irigoyen prólogo de Sonia Tedeschi.
Bárbara Mántaras – 1a ed. – Santa Fe : Ediciones UNL, 2023.
Isabel Molinas Libro digital, PDF/A – (Cátedra)
Héctor Odetti
Andrea Pacífico Archivo Digital: descarga y online
Ivana Tosti ISBN 978–987–749–428–0

Dirección editorial 1. Historia. 2. Historia Argentina.


Ivana Tosti I. Giletta, Carina. II. Tedeschi, Sonia, prolog.
Coordinación editorial CDD 982.24
María Alejandra Sedrán
————————————
Coordinación comercial
José Díaz © Carina Giletta, Juan Francisco Reinares,
Silvina Vecari, Ma. de los Milagros Vecari, 2023.
Corrección © prologuista Sonia Tedeschi, 2023.
Leonel Cescut
Diagramación interior y tapa
Verónica Rainaudo

© Ediciones UNL, 2023.


Sugerencias y comentarios
editorial@unl.edu.ar
www.unl.edu.ar/editorial
Índice

Prólogo / 9
Sonia Tedeschi

Capítulo 1. Las formas de la clasificación de los sectores urbanos.


La ciudad de Santa Fe en el período tardocolonial / 17
Carina Giletta y Silvina Vecari
Introducción / 17
La ciudad colonial y la sociedad urbana / 19
Indicios de clasificación propios del espacio urbano desde la mirada
de los cabildantes (actas de cabildo) / 25
Consideraciones finales / 36
Referencias bibliográficas / 37

Capítulo 2. Fiestas y ritos en la ciudad de Santa Fe a finales de siglo XVIII:


entre el control y la celebración del poder / 39
Juan Francisco Reinares
Introducción / 39
Descripción del espacio urbano santafesino / 40
¿Permitir o prohibir? / 50
Hacia fines de siglo XVIII: ¿Nuevas celebraciones o nuevas intenciones? / 53
Consideraciones finales / 56
Referencias bibliográficas / 57

Capítulo 3. Vínculos familiares, económicos y políticos en el entramado


de relaciones en el Santa Fe tardocolonial. Caso Quiroga–Úmerez / 61
Silvina Vecari
Introducción / 61
Santa Fe tardocolonial / 62
El arribo de don Gabriel de Quiroga a Santa Fe / 64
Reflexiones finales / 72
Referencias bibliográficas / 73

Capítulo 4. Una mirada local sobre la circulación monetaria.


Santa Fe, fines del siglo XVIII / 75
Carina Giletta y Silvina Vecari
Introducción / 75
La moneda y el análisis de las fuentes / 78
Consideraciones generales / 86
Referencias bibliográficas / 87
Capítulo 5. Documentos del Archivo Histórico del Archivo General
de la Provincia de Santa Fe: descripción del acervo colonial / 89
Ma. de los Milagros Vecari
Introducción / 89
El Centro de Información del Archivo Histórico / 90
Función social del Archivo / 91
Consultar en el Archivo Histórico / 91
Acervo documental del período colonial / 92
Referencias bibliográficas / 104

Sobre las autoras y el autor / 105


Sobre la prologuista / 106
Prólogo

Introducción

Este libro está concebido como una herramienta de acceso a la construcción


del conocimiento histórico localizado en un área marginal de la colonia
hispanoamericana en su fase final, teniendo en cuenta no solo los marcos
teóricos, los procedimientos lógicos y sus resultados sino, fundamentalmente,
las evidencias y testimonios que ofician de información historiográfica y que
comportan una importante base empírica.
Aún en la fragmentación temática de sus capítulos que remite a la experticia
e interés de cada autoría, la mirada sobre el conjunto del estudio no pierde
los importantes ejes comunes que lo estructuran en torno, básicamente, a
lo urbano, la jerarquía social, el control, el poder, las redes de relación, la
base material, lo simbólico y lo cultural en el más amplio espectro. Ejes que
se ponen en acto para el análisis y la discusión sobre una sociedad urbana
colonial que se constituye en el punto de mira. Santa Fe fue fundada como
ciudad en 1573 y hacia mediados del siglo XVII fue trasladada hacia su actual
sitio unas quince leguas más abajo. Algunos autores gustan describirla como
una aldea hispanocriolla que integró el área periférica del llamado espacio
peruano y que, desde mediados del siglo XVIII, conoció los beneficios de la
atlantización de su economía y fue moldeada en el contexto de las reformas
implementadas por los borbones, sobre todo con su incorporación al virrei-
nato del Río de la Plata desde 1776.
Situándonos en las últimas décadas de la dominación colonial, Santa Fe
exhibió un proceso de poblamiento dinámico y cambiante por su condición
de puerto articulador de circuitos mercantiles «a los cuatro vientos», con
permanente circulación de agentes del trasiego comercial lo que le daba una
dinámica propia a la vida de habitantes en su calidad de vecinos, residen-
tes, estantes con residencia ocasional. Una rápida caracterización en este
prólogo que encuentra más pormenores en cada uno de los capítulos y que
dan cuenta de su importancia como enclave económico regional y centro
político administrativo en una zona fronteriza del imperio.
La obra tiene los elementos necesarios para cumplir con su propósito
didáctico y estimulante de la investigación sobre el proceso colonial en sus
últimos tramos… una historiografía colonial del Litoral rioplatense que ha

9
sufrido cierto desplazamiento en el interés por la historia de la revolución y
la independencia, la construcción de las jóvenes repúblicas y hasta la deno-
minada historia reciente o del tiempo presente. Esos elementos necesarios
se desprenden de la conjunción entre docencia e investigación que confor-
man la base académico–científica de sus autores, una base sustentada en la
integración de sucesivos proyectos de investigación y en el área específica
disciplinar y temática al que dedican sus esfuerzos en la formación educativa.

La escritura de la historia colonial sobre los tiempos


de las «reformas borbónicas» en Hispanoamérica

Detrás de las nuevas historias hay muchas viejas historias… aportes de la


historiografía tradicional y acontecimental, retazos de la historia nacional
que pueden ser relocalizados y reinterpretados, una retahíla de hechos ais-
lados que bajo los nuevos enfoques y nuevas preguntas se van insertando
en una pluralidad de aspectos que configuran procesos histórico–sociales
muy complejos.
El proyecto de las reformas borbónicas y su implementación, identificado
fuertemente en estudios académicos con sus prácticas urbanas, aún tiene
una deuda con los procesos regionales y en especial, con aquellos localizados
en áreas de frontera, que ese fenómeno desató. El impacto reformista tuvo
variaciones en su intensidad, pero, sin dudas, produjo una ruptura y reorde-
namiento de aquellas vinculaciones que habían alumbrado tempranamente
en los siglos XVI y XVII y que sostenían las tramas administrativas, políticas,
económicas y sociales (Guimerá, 1996). Una nueva lógica de organización
territorial y un plan eficaz de control social, político y fiscal del espacio
estructuraron los cambios decisivos, sobre todo en la parte que nos interesa
que es el Río de la Plata como región histórica.
Una preocupación saliente en este libro es la de romper con la visión
historiográfica monolítica sobre la aplicación rígida de las políticas borbó-
nicas con la misma vara, los mismos mecanismos, los mismos efectos en
todos los territorios españoles, no solo de América sino las aplicadas en la
misma España. La indagación centrada en estudios de caso pone en eviden-
cia su diversidad; es necesario diseñar modelos, pautas e interrogantes de
investigación más operativos que nos permitan desocultar la variedad del
conjunto, romper con visiones taxonómicas, lineales y estáticas que obturan
la posibilidad de reconstruir las experiencias coloniales en su localidad, en
su regionalidad y en sus propios procesos identitarios que contradicen toda
consideración uniforme del proceso. Las normas nos muestran concepciones
del orden y el poder, pero las prácticas nos revelan las fisuras de esas nor-
mas y todas las posibilidades que se abren mediante la racionalidad de los

10
actores, la gama de resistencias y negociaciones como también la necesidad
de adecuarse a contextos sociales y geográficos particulares.

De las fuentes

El título de este libro tiene al documento como palabra clave. «Documento,


evidencia, testimonio, prueba, muestra, huella, vestigio, indicio… hilos conec-
tores con el pasado y a veces tan frágiles, que descansan en los repositorios
a la espera de ser develados» (La Biblioteca, 2004/2005:8).
El archivo es como un umbral de memoria al que traspasamos y nos apro-
ximamos desde distintos ángulos, formaciones, cosmovisiones e intereses…
buscando voces enmudecidas, malheridas, poderosas o sometidas para
sacarlas a luz en su singularidad, con el trasfondo de las experiencias vividas
y en el contexto en que fueron pronunciadas.
Sebastián Scolnik en su artículo titulado Lo que callan los archivos cita a
Michel Foucault y su visión de las evidencias custodiadas en los repositorios:

El documento no es para la historia esa materia inerte a través de la cual se


trata de reconstruir lo que los hombres han hecho o dicho, lo que ha pasado
y de lo cual solo resta el surco: trata de definir en el propio tejido documental
unidades, conjuntos, series, relaciones. (Foucault, 2004:9–10)

Luego lo interpreta: «el archivo aparece en Foucault ya no como la concentra-


ción física de la materialidad documental que ha producido una época, sino
como el conjunto de palabras y cosas que, en su paralelismo, toda formación
histórica dice y muestra de sí» (La Biblioteca, 2004/2005:8).
En efecto, ir al encuentro de esas tramas profundas en el archivo es la gran
expectativa pero el trayecto no es fácil, hay momentos de entusiasmo, de
frustración, incertidumbre y pérdida de la brújula en la búsqueda… diversos
avatares en el uso de la lupa con la que hurgamos en los documentos, a
veces la lánguida rutina es sacudida por algún hallazgo significativo, por un
atar de cabos que nos lleva a seguir avanzando.
Las evidencias y testimonios son trabajados en este libro desde diver-
sas fuentes: institucionales, privadas, notariales, demográficas, contables,
genealógicas, historiográficas. Los temas escogidos son abordados desde una
información historiográfica de amplio espectro y de diverso origen. Inspirados
en la propuesta de Nidia Areces (2013) sobre cómo pensar y usar las fuentes
en la elaboración de una historia, hay en las páginas que siguen algo muy
destacable como es la intención y la acción de rescate de las fuentes exis-
tentes en los archivos locales y provinciales, aplicando una heurística que
descentra, exhuma y pone en valor ricos testimonios que hacen factibles la

11
ampliación del análisis y alejan las visiones proyectadas fuertemente desde
los grandes centros académicos en general capitalinos.

De los capítulos

En el primer capítulo, la dinámica social y la identificación de sujetos sociales


a través de sus formas de clasificación es el tema de interés de Carina Giletta
y Silvina Vecari. La investigación se localiza en un contexto de profundos
cambios a nivel de políticas imperiales que tienen sus efectos en cada rin-
cón de sus colonias americanas y en particular, la ciudad de Santa Fe como
punto de observación. En su desarrollo justamente buscan mostrar esas
variaciones del impacto e indagar en sus manifestaciones.
Un concepto fuerte y esclarecedor atribuido al sociólogo Pierre Bourdieu
abre el trabajo: «Quien nomina, domina» (Bourdieu, 1982). Esto devela que,
en el fondo del análisis de la clasificación de los sujetos sociales urbanos
en sus múltiples variables y con una fuerte impronta subjetiva, se desarro-
llan relaciones de poder y, por ende, jerarquías socioétnicas. Esa es la tarea
minuciosa y árida que emprenden las autoras abordando fuentes de distinto
origen y naturaleza y tratando de diseñar una cartografía de calidades étni-
cas, socioeconómicas y de origen territorial revelada por las nomenclaturas.
En el análisis predominantemente cualitativo de información capitular,
se da lugar a la representación gráfica de datos numéricos referidos a la
expansión territorial urbana a través del otorgamiento de mercedes de
tierras, lo que no oculta tensiones entre clasificadores y clasificados. En la
documentación eclesiástica, se identifican indicios de clasificación sobre los
sujetos que exceden la calidad étnica y se vinculan con la moral, el honor,
la sexualidad y hasta el status económico. En ambos tipos documentales
se recuperan calidades y funciones de las mujeres en la sociedad y en la
economía: activas peticionantes de mercedes de tierra, objeto de las mayo-
res condenas morales, sujetas al pater familias, aunque en determinadas
circunstancias con manejo de cierta autonomía.
Es este cruce analítico el que resulta interesante, pues no solo se trabaja la
dinámica del espacio sino cómo los discursos y las acciones institucionales
actúan en ella, escenificando diferencias sociales fuertemente jerarquizadas,
donde el color asigna un lugar social y se coloca en la configuración de ese
espacio con una periferia más «oscura» que el centro urbano. El trabajo, con
un sólido soporte teórico–metodológico y empírico, evidencia los múltiples
rostros de los habitantes de la Santa Fe tardocolonial escudriñados en una
trama documental variada y puesta en diálogo.
El segundo capítulo nos trae una propuesta novedosa en cuanto al abordaje
de los elementos simbólicos en la construcción del poder por parte de Juan

12
Francisco Reinares, quien se pregunta por los significados y objetivos que
persiguen las fiestas y sus rituales en la ciudad de Santa Fe a fines del siglo
XVIII. Actas capitulares, cédulas reales y crónicas de la época constituyen
los documentos con los cuales el autor intentará responder a las preguntas
centrales de su investigación. En sus consideraciones críticas, nos advierte
sobre los cuidados necesarios al tratar escrituras de época, atravesadas por
subjetividades e intencionalidades propias de los emisores que siempre nos
colocan ante las limitaciones y parcialidad de las fuentes.
El estudio del campo y dominio simbólico del poder borbónico en una
aldea de la periferia imperial muestra bien su potencialidad para comprender
la complejidad de los nuevos tiempos reformistas. Un interesante estado
del arte va introduciendo comprobaciones empíricas de otros lugares de la
América virreinal —México, el Perú y Chile—, que le ayudan a la interpretación
y posibilitan una futura comparación; en este recorrido, incluye autores de
la historiografía local que aportan a las fiestas y juegos del período, aunque
sin profundizar.
En la contextualización de su objeto de estudio, precisa las características
urbanas santafesinas deteniéndose en su traza, aspectos físicos y ambien-
tales, en las formas en que esa sociedad experimentó variaciones en su
conformación y clasificación social como también en sus manifestaciones
culturales incluyendo los juegos populares. Reinares comprueba que las
fiestas y rituales analizados muestran que las creencias y tiempos religiosos
se confunden con la política imperial en esas ceremonias. Tales ceremonias
van configurando comportamientos que persiguen el mantenimiento de un
orden social, una fidelidad monárquica y un recorte a los crecientes poderes
locales en función del nuevo modelo centralizador borbónico.
Las migraciones desde Europa a Hispanoamérica desde el inicio de la
conquista y colonización española tuvieron composición y ritmos variados.
Promediando el siglo XVIII, se intensificaron los desplazamientos hacia el
Río de la Plata en un contexto de políticas reformistas y centralizadoras, que
fueron cambiando las fisonomías de las ciudades en diversos aspectos. En el
tercer capítulo, Silvina Vecari se ha interesado por reconstituir la conforma-
ción familiar del grupo Quiroga Úmerez en la ciudad de Santa Fe con proyec-
ciones en el amplio espacio virreinal rioplatense. La autora se preocupa por
definir el aparato conceptual a partir de propuestas teórico–metodológicas
pertinentes y específicas. Así, irá precisando los alcances de grupo, élite, élite
polivalente, redes de relación, parentesco, relaciones territorializadas. En el
tratamiento de los datos, el texto revela una minuciosa reconstrucción del
itinerario personal y colectivo del grupo, llegando a graficar con claridad la
tarea mediante un cuadro genealógico.
En esa reconstrucción, la búsqueda de testimonios y evidencias se con-
centró en distintos repositorios: documentos de procedencia real del Archivo
de Indias, registros parroquiales del Arzobispado santafesino, libros de

13
contaduría y actas capitulares del Archivo histórico de la provincia de Santa
Fe, además de los ricos fondos existentes en el Departamento de Estudios
Etnográficos y Coloniales —escrituras públicas y expedientes civiles.
Luego haber situado el ámbito de análisis en la ciudad de Santa Fe con
sus características geográficas, nudo articulador de circuitos mercantiles,
disposición de solares y configuración social, Vecari se centra en la figura
de Gabriel de Quiroga recién llegado de Galicia; sus estrategias de inserción
social, relaciones familiares y vinculación económica. Un caso de nueva
inmigración con movilidad ascendente a través de una trama compleja de
recursos humanos, bienes y servicios, relaciones personales, estructuración
espacial de los negocios, alianzas de grupo y oportunidades económicas en
el marco de las nuevas políticas borbónicas ilustradas.
En el capítulo cuarto, Carina Giletta y Silvina Vecari encaran la dimensión
económica orientada hacia la importante cuestión de la circulación mone-
taria en un contexto de atlantización de la economía, conexión ampliada de
Santa Fe con «mercados internos» y reglamentaciones imperiales que no
siempre favorecían los negocios de los agentes económicos santafesinos. En
esta coyuntura de transformaciones impuestas por el reformismo borbónico,
había que diseñar estrategias de reacomodamiento y supervivencia econó-
mica. El uso de la moneda en distintas transacciones es un buen punto de
observación de esas estrategias.
Las fuentes se centraron en los fondos del Departamento de Estudios
Etnográficos y Coloniales de Santa Fe, concretamente en las escrituras públi-
cas, documentos notariales que abarcan una variedad de formatos y que,
como bien se afirma en el texto, ofrecen evidencias de un sector social y no
sobre la sociedad en su conjunto. En ese amplio universo documental, las
autoras han seleccionado para el análisis a las escrituras públicas referidas
a compra–venta de esclavos, de tierras y a obligaciones; un abundante rele-
vamiento de datos que son operativizados e interpretados con métodos
cualitativos y cuantitativos.
Los pagos como trueque, o en metálico, en moneda de la tierra, en servi-
cios eclesiásticos, las formas de pago como contado, fiado y crédito, ciertos
precios de mercancías, se cruzan con otras informaciones relativas a pro-
ducciones de intercambio. Entre ellas, los bienes de herencia, los valores
económicos, simbólicos y de prestigio social de aquello que se adquiere y se
vende. Con respecto a los múltiples operadores en el mercado, se trata a las
mujeres que compraban y vendían tanto propiedades como esclavos y escla-
vas para servicio doméstico y trabajo en las distintas unidades económicas.
En el período de quince años que abarca el estudio —1770 a 1785—, esta
investigación muestra una dinámica muy interesante en el mundo económico
de la aldea santafesina tardocolonial. Una trama de transacciones diversas
que revela particularidades locales y regionales en el marco de la gran cues-
tión implícita en el análisis del sistema económico colonial: la circulación

14
social de la moneda y la relación entre la economía monetaria – economía
natural de intercambios.
En el capítulo quinto, la contribución de María Milagros Vecari atiende muy
bien al propósito didáctico de este libro y nos acerca al riquísimo acervo
colonial existente en el Archivo Histórico perteneciente al Archivo General
de la Provincia de Santa Fe, invitando a su consulta. La autora nos introduce
en los procesos técnicos archivísticos propios de la institución de custodia
documental y acciones de conservación que incluyen últimas tecnologías.
Además, destaca la importante función social del repositorio relacionada a la
vida en sociedad, a la escritura de su historia, a la construcción de la memoria
colectiva, a la garantía de derechos ciudadanos en su más amplio espectro
y libre acceso a la información, a la valoración de los legados culturales.
Documentos administrativos de distinta índole pero también fondos docu-
mentales privados donados o en guarda del Archivo General componen parte
del patrimonio testimonial generado en la colonia, aunque con proyecciones
hacia el siglo XIX en el período autonómico e independiente. Documentos
a los que Vecari describe profusamente preocupándose también por rea-
lizar recomendaciones sobre las formas de acceder a catálogos, valorar su
información y cuidar de su materialidad con adecuadas medidas de uso
y manipulación, una necesaria preservación de las palabras escritas que
develan un tiempo que pasó pero que son raíces profundas del presente.
En las consideraciones finales de este prólogo, recuperamos una reflexión
muy importante y poderosa sobre los archivos y la escritura de la histo-
ria ofrecida por Arlette Farge, una historiadora francesa formada dentro
del movimiento de Annales y especializada en historia del siglo XVIII: «Hay
que conservar el gusto de lo inacabado, evitar cualquier forma suprema (e
inamovible) de los saberes adquiridos» (Farge, 1991:96). Efectivamente, los
saberes no están cancelados, están en tránsito porque las preguntas de
investigación lo están, son dinámicas, varían de la simpleza a la complejidad
y nos conducen a nuevas escrituras de la historia.
Esa reflexión de Farge está en perfecta consonancia con el propósito de
este libro de renovar y expandir horizontes, dejarnos atrapar por la trama
de una época colonial de dominación, de resistencias, pero también de
construcción social, internarnos por su historia con el convencimiento de
que aún es un campo fértil para ensayar respuestas sobre ese tiempo ido.

Sonia Tedeschi
Santa Fe, otoño 2022.

15
Referencias bibliográficas

AA.VV. (2004/2005). El archivo como enigma de la historia. La biblioteca, Biblioteca


Nacional.
Areces, NidiA (comp.) (2007). Temas y fuentes: la América Española. Siglos XVI a XVIII.
UNR Editora.
Areces, NidiA r. (2013). Propuestas para una Historia Regional crítica. Historia Regional,
Sección Historia, ISP Nº 3, Año XXVI, Nº 31, 2013.
cAimAri, LiLA (2017). La vida en el archivo, goces, tedios y desvíos en el oficio de la histo-
ria. Siglo XXI.
FArge, ArLette (1991). La atracción del archivo. Institución Valenciana de Estudios de
Investigación, 2da. ed. https://cristinagomezalvarez.files.wordpress.com/2014/07/
farge.pdf
FoucAuLt, michAeL (2004). La arqueología del saber. Siglo XXI.
gioriA, BLANcA (2009). La construcción del espacio geográfico de la ciudad de Santa Fe.
1573–2007. Con apoyo de Espacio Santafesino, Gobierno de Santa Fe.
guimerá, AgustíN (ed.) (1996). El reformismo borbónico: una visión interdisciplinar.
Alianza Editorial.

16
Las formas de la clasificación de los
1 sectores urbanos. La ciudad de Santa Fe
en el período tardocolonial
Carina Giletta y Silvina Vecari

Introducción

Este trabajo pretende el abordaje de la población urbana de Santa Fe durante


la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, con el propósito de profun-
dizar el conocimiento de la dinámica social y sus sujetos sociales. El contexto
internacional de cambios sociopolíticos junto a la coyuntura de las reformas
borbónicas a nivel local, pusieron de manifiesto nuevos «desequilibrios y
reacomodos» en la región del Litoral, y en especial en Santa Fe. El interés se
centra principalmente en el análisis de actas capitulares, documentos eclesiás-
ticos, censos. Asimismo, visualizar la forma en que son clasificados los sujetos
sociales urbanos según condición étnica, ocupación, roles, género y conflictos,
nos permitirá tratar a sus interacciones o confrontaciones.
Observar la forma en que son clasificados los sujetos sociales, atendiendo
en clave explicativa que «el que nomina domina» (Bourdieu, 1982:67–71).
Existe cierto consenso en la historiografía colonial acerca de que las polí-
ticas borbónicas pusieron en marcha sofisticados engranajes burocráticos
orientados a conocer, clasificar y ordenar las complejas y móviles sociedades
coloniales americanas. Ahora bien, las profusas investigaciones de estudios
de caso ponen en evidencia la diversidad, a lo largo del espacio geográfico
y social, de las formas de clasificación de los sujetos sociales, donde dichas
formas no son tan regulares y generales. En este sentido, existen diferencias
a la hora de utilizar términos similares, adjetivos clasificatorios o sustantivos
que identifican y clasifican a la población.¹
La autora Ann Twinam expresa que,

las consecuencias en algunas regiones eran una falta de claridad de las carac-
terísticas sociales y raciales que tradicionalmente separaban a las élites
blancas de los demás. Tanto los recuentos anecdóticos como los análisis
estadísticos evidencian que las élites de fines de la época colonial eran mucho
más conscientes respecto de lo que veían e interpretaban como las ambi-
güedades con relación a las características socio–raciales y del nacimiento
que previamente habían establecidos sus precedencias, y que ahora estaban
sujetas a desafíos. (Twinam, 2014:10)

1 Destacamos a modo de ejemplos paradigmáticos, Boixadós y Farberman (2015); Rappaport


(2009).

17
En este marco, si bien para el caso de la ciudad de Santa Fe no se encuentra
registro de censos específicos demandados por los borbones, sí se presentan
indicios en las fuentes seleccionadas. Es posible encontrar algunos inters-
ticios que nos permiten observar la composición socioétnica de la ciudad,
mucho más variada socialmente del modelo que las autoridades perseguían.
Nuestro objetivo es detectar las lógicas de clasificación, la posibilidad de
indagar en las de autorepresentación —tanto lo que se muestra como lo que
se encubre—, dando sentido a las jerarquías de una sociedad donde «con-
viven» vecinos, castas (pardos, mestizos, chinos, mulatos), indios, esclavos
y variadas formas —inmigrantes/gentilicios— en una ciudad tardocolonial.
De un tiempo a esta parte, y sobre la base de anteriores investigaciones,
nos ocupa el tipo de sociedad que nos develan las fuentes analizadas. En
este sentido, compartimos con Thomas Calvo (1991;1996) ciertos interrogantes
frente a estas sociedades y que trasladamos al ámbito urbano: ¿estamos
frente a una sociedad que podemos considerar flexible? ¿O una sociedad
abierta? ¿Son válidas las categorías de sociedades de castas, sociedades
estamentales o de órdenes para el ámbito urbano? ¿Son las sociedades
coloniales urbanas sociedades mestizas? ¿Cómo zanjar el problema de la
legislación y la práctica, es decir la realidad formal y la de hecho, frente a la
imprecisión y el carácter subjetivo de las nomenclaturas étnicas y sociales?
¿Hay calidades negociadas o dadas?
En este marco, podemos expresar que la calidad de una persona, se deter-
mina bajo el signo de tres entidades —iglesia, Estado, familia—. Parafraseando
a Calvo, en este caso, la etnia, se determina en el centro de un triángulo
cuyos ángulos serían el cura, el fisco y los padres. Por supuesto que esto no
es una garantía de objetividad, y coloca la atención en el carácter subjetivo
de las nomenclaturas, la tensión entre el pronunciamiento oficial y la rea-
lidad objetiva.
Si consideramos la investigación de Rappaport (2009), la determinación
de la clasificación de un individuo obedecía a múltiples factores: no solo el
aspecto de la persona —que en sí, no seguía las pautas modernas para dis-
tinguir entre grupos raciales— sino su uso de la lengua, su condición como
esclavo o libre, su estado como noble o plebeyo, su grado de legitimidad
o ilegitimidad y el contexto social del clasificado y del clasificador, todos
jugaban papeles significativos en la determinación de la caracterización de
un individuo. En esta línea, clasificador y clasificado se encuentran en una
encrucijada legal y real que el ámbito urbano termina de complejizar.

18
La ciudad colonial y la sociedad urbana

La historiadora colonialista Susan Socolow expresa que,

desde los primeros tiempos de la colonización del siglo XVI, pasando por la
grandiosidad del barroco del siglo XVII, hasta el clasicismo más moderado de la
ilustración del siglo XVIII, el mundo español (y en menor medida el portugués)
en las Américas se concentró en las ciudades (…) las ciudades representaban
la esencia misma de la cultura. (Hoberman y Socolow, 1992:7)

Ahora bien, si se analiza qué implica esta afirmación, se desprende que ciu-
dad no es sinónimo de sociedad y sociedad no es sinónimo de población.
El mundo español se concentró en la ciudad como espacio físico y simbó-
lico del poder metropolitano, pero cabe la pregunta de quién componía su
población y qué rasgos propios del marco urbano condicionaron la dinámica
de las relaciones sociales.
Romina Zamora (2007:2) expresa que «la ciudad era la reunión de vecinos».
Enunciado que resulta ser más auténtico para los inicios de la colonización
española en donde esta visión de ciudad de Antiguo Régimen, y de una socie-
dad entendida como corporativa y establecida en un orden divino, la calidad
de «vecino» significaba la atribución de prerrogativas y reconocimientos en
tanto miembros de la corporación. La ciudad, entonces, era más que nada,
el espacio simbólico del poder político y social de la corporación de vecinos.
Pero, en el transcurso del período colonial, con el crecimiento poblacional
de los sectores subalternos residentes en las ciudades ese modelo ideal
planeado por los conquistadores no resulta explicativo de la sociedad urbana.
En este marco, las ciudades no solo estaban ocupadas por vecinos sino
también por habitantes: moradores, estantes, extranjeros, indígenas, castas
—grupos de sangre mezclada— y esclavos negros. Autores como Brading,
Hoberman y Socolow, consideran que los habitantes de las poblaciones eran
asimismo caracterizados como gente decente–gente de razón —personas
respetables, de ascendencia ibérica y dedicadas a profesiones honorables— o
como el resto o gente plebeya —las masas de gente común—. Además, en la
sociedad urbana, la condición legal y el status social regían la posición de
los habitantes no hispánicos.
En la línea de estos autores, la ciudad era el asentamiento físico donde
los diferentes grupos raciales, ocupacionales y sociales se encontraban, se
influían mutuamente y se fundían. Lo paradójico de la ciudad es que por un
lado generaba condiciones de «integración» y por el otro afirmaba el orden
jerárquico, es decir, al mismo tiempo que marcaba los límites y lugar de cada
uno permitía la movilidad social. En este sentido, por sus roles o funciones,
las ciudades adquieren un status dinámico incomparable al más estático
del campo, generando condiciones tanto para la movilidad social como la
de enmascaramiento de los rasgos de subalternidad.

19
Las múltiples funciones y necesidades urbanas —como comercio, puerto,
alojamiento, transporte, servicios— permiten pensar la ciudad como un lugar
de oportunidades de movilidad ascendente pero también descendente. Cabe
preguntarse si este rasgo descendente es solo urbano y si es para todos los
grupos sociales. La ciudad era el punto de mediación de la sociedad colo-
nial, en este sentido todos los habitantes de las diferentes jerarquías se
encontraban; en el marco urbano —a diferencia del rural— nadie podía estar
aislado, la proximidad física —densidad— es una característica del mismo.

La ciudad de Santa Fe a fines del período colonial

La ciudad de Santa Fe fundada en 1573 a orillas del río Quiloazas, hoy San
Javier, se trasladó entre los años 1651–1661 a su actual emplazamiento,
pasando a denominarse Santa Fe de la Vera Cruz. Los miembros del cabildo
buscaron replicar la traza y la ubicación de manzanas, edificios y sitios
públicos y de particulares. En este sentido, se delimitó la plaza central y
se construyeron la casa capitular, la iglesia matriz, la Compañía de Jesús,
la parroquia de naturales San Roque, los templos de San Francisco, Santo
Domingo y la Merced, teniendo en cuenta la posición que ocupaban en la
traza de la ciudad antigua, a la que se denominó Santa Fe, la Vieja. En las
actas capitulares se observa el interés por conservar el orden que se ha ido
construyendo en la sociedad santafesina, mediante la reproducción de los
espacios físicos como simbólicos. Al respecto, los miembros del cabildo,
previas mediciones, expresaron:

Y propusieron (…) se lleve la planta de cuadras Plassa publica calles sitios y


solares de esta ciudad y exidos de ella todo medido con distinción y claridad
y siendo a Propósito el dicho Puesto, o en el que más conveniente quede
marcada señalada y dispuesta dicha planta y nueva fundación y los becinos
siéndoles mandado y dado orden como aya de ser puedan ir mudándose sin
dificultad.²

Desde fines del siglo XVII, el crecimiento de la ciudad de Santa Fe y su área


de influencia estuvo vinculado a la producción subsidiaria para los centros
mineros altoperuanos: cría de ganado mular, intermediación en el comercio
de la yerba mate y otros productos provenientes del Paraguay. Además, su
posición estratégica en relación con el tráfico fluvial, como un punto medio
del río Paraná, permitió su vinculación a través del comercio con distritos
como Buenos Aires, el Paraguay, el Alto Perú y Chile. Su lugar de nexo entre

2 Archivo General de la Provincia de Santa Fe (en adelante AGPSF), Actas de Cabildo (en
adelante AC), Tomo III, f. 196, 12/04/1651.

20
caminos terrestres y fluviales posibilitó el tránsito de individuos con dife-
rentes procedencias.
A mediados del siglo XVIII, según información que brinda La breve relación
geográfica y política de la governación del Río de la Plata, Santa Fe

está poblada de estancias hasta sus límites australes, pero por el rumbo del
norte no llega su población más que a corta distancia: y lo mismo sucede
al rumbo del poniente acia Cordova y Santiago, que no llegan por aquí las
estancias más que a tres o 4 leguas del Paraná. La vanda oriental solo tiene de
población de estancias como 20 leguas a la costa del rio, 4 o 5 tierra adentro.
(Maeder, 1976:158)³

Respecto a la población de la gobernación del Río de la Plata, en dicho


informe se distingue a «españoles» de «naturales», entendiendo que

españoles llaman en estas partes no solo a los que nacieron en España, sino
también a todos los de su sangre que nacieron en esta América, y aun a los
franceses, italianos, etc. [---]elven en el nombre de Español. Naturales llaman
a los que no son de esta sangre sean libres o esclavos, como son los indios,
mestizos, mulatos, negros y toda mezcla de estas castas, que la iglesia llama
neófitos. (Maeder, 1976:149)

En el caso de Santa Fe, solo se precisa que la ciudad y su jurisdicción se


componían de 872 «vecinos» —300 residentes en la ciudad y los restantes
en tierras de la Bajada, los pagos de Coronda, y los Arroyos—. Se aclara que
si bien en su mayoría eran «españoles», había algunas familias de «natu-
rales». Ernesto Maeder (1976) plantea que quien escribió dicho documento
atribuyó 5 familiares («almas») por cada «vecino», por lo cual estima 1500
pobladores «españoles» para la ciudad y más de 2000 para su jurisdicción.
El crecimiento de la región santafesina estuvo condicionado por los cons-
tantes conflictos interétnicos. En el transcurso del siglo XVIII, los sectores
dominantes locales emprendieron diferentes acciones respecto a los grupos
indígenas que poblaban la zona de influencia de la ciudad. Vale decir, desde
la implementación de medidas coercitivas —como la construcción y el soste-
nimiento de fuertes, la constitución del cuerpo de blandengues para defensa
de la frontera, la participación de los «vecinos» en las expediciones militares

3 La Breve relación geográfica y política de la governación del Río de la Plata constituye


un informe que hacia 1760 fue redactado a partir de información proporcionada por
autoridades de las principales ciudades del Río de la Plata. Si bien se desconoce el autor
de dicho documento, Ernesto Maeder considera que formó parte de una descripción en
conjunto del virreinato del Perú.

21
o «entradas al Chaco Austral»,4 las «campañas» en la «otra Banda» contra los
pueblos charrúas,5 el establecimiento de reducciones misionales en el norte y
noreste de la ciudad6—, hasta la realización de negociaciones entre autoridades
coloniales y «caciques».7 La resistencia de los aborígenes de la región, a la vez
que dificultaron el proceso de mestización y privaron a los «blancos» de mano
de obra forzada, hicieron que se destinaran gran parte de los recursos a los
gastos de defensa y al establecimiento de reducciones con el fin de ubicar a
los denominados en los documentos como «aborígenes pacificados».
Los intercambios comerciales como la defensa de la frontera norte influ-
yeron tempranamente en las formas de vida y las actividades emprendidas
por los habitantes de la ciudad. Luis María Calvo (2011) sostiene que Santa
Fe mantuvo una difícil tensión entre sus condiciones de nudo de comunica-
ciones y de ciudad de frontera en el período colonial.
La necesidad de recursos para hacer frente a los ataques indígenas condujo
a que los vecinos presionaran por la obtención del «privilegio del puerto
preciso», es decir, la obligación de desembarco forzado y pago de impuestos
a los productos provenientes de Paraguay y Corrientes.8 Esta nueva situación
posibilitó el desarrollo del comercio y de otras ocupaciones en el ámbito
urbano, como la arriería, la construcción de carretas y barcas, la edificación
de almacenes, el alquiler de viviendas para quienes pernoctaban en la ciudad.
El crecimiento económico no solo permitió la diversificación de actividades
entre los miembros de los sectores dominantes locales, sino también viabi-
lizó el incremento de labores para los sectores subalternos, como remeros,
peones carreteros y arrieros, albañiles. Hacia 1780, la Corona española decidió
suprimir el «privilegio del puerto preciso». Decisión que tuvo en cuenta las
recurrentes presiones ejercidas por los comerciantes y dueños de embar-
caciones de Buenos Aires y de similares intereses mercantiles de Asunción.9

4 Área habitada principalmente por los pueblos abipón, mocoví, toba, pilagá y
guaycurú–mbaya.
5 El Pago de la Bajada de Entre Ríos se situaba en la banda este del río Paraná (zona de
pastoreo y reproducción de ganado mular y vacuno introducido por vecinos desde el
siglo XVII).
6 Las reducciones de San Javier, San Jerónimo y San Pedro fueron establecidas por la
Orden San Ignacio entre 1743 y 1765 a solicitud de pueblos abipones y mocovíes tras las
epidemias de viruela y la escasez de recursos con qué sustentarse. Véase en Suárez y
Tornay (2003).
7 Suárez y Tornay (2003) cuestionan una visión historiográfica simplificadora que postule
la guerra permanente entre españoles e indios.
8 El pedido de concesión de este privilegio fue aprobado en 1739 por la Audiencia de Charcas
y ratificado por la real cédula de 1743. En 1769, fue restringido al autorizarse el paso de
géneros de la Real Hacienda hacia Buenos Aires, como también se favoreció el beneficio
del tabaco negro del Paraguay.
9 A pesar de la larga lucha legal de los sectores dominantes locales, no se pudo revertir la
situación, con lo que se inició una etapa difícil para las finanzas santafesinas, dado que
además continuaba el asedio de los indígenas del «Chaco Austral».

22
La coyuntura de la segunda mitad del siglo XVIII, en el contexto de las
reformas borbónicas, puso de manifiesto nuevos «desequilibrios y reaco-
modos» en la región del Litoral, y en especial en Santa Fe. Entre ellos, la
parcial dispersión de las reducciones jesuíticas luego de la expulsión de la
Compañía de Jesús; la llegada de pobladores provenientes de Santiago del
Estero, Corrientes, Córdoba y Tucumán, que conformaron una población
heterogénea, errante o en tránsito, en algunos casos, y en otros, instalada
en la campaña o en la ciudad. Estos «llegados» se asentaban en las tierras
que los vecinos de la ciudad reconocían como propias o bien constituían
nuevos poblados. El choque de intereses se producía especialmente con los
grandes estancieros, interesados en el acaparamiento de tierras para formar
y/o ampliar sus estancias.
La presencia de estos nuevos pobladores generó múltiples reacciones que
oscilaron entre la guerra, los pactos y los ajustes institucionales llevados
a cabo por el cabildo para procurar frenar los conflictos: desde traslados
compulsivos hasta el reconocimiento de los pedidos de tierras y solares y la
constitución de nuevos pueblos y parroquias. Así, el aumento de población
en el ámbito urbano, y en particular de la «plebe» o «gente del común»,
contribuyó a la decisión de solicitar el nombramiento de alcaldes de barrio,
cuya función de policía podemos inferir de la lectura de las actas, pero que
también se complementa con el contexto de las reformas borbónicas y las
medidas de control social.
A fines del siglo XVIII, el ámbito urbano se circunscribía a aproximadamente
doce cuadras de norte a sur y seis de este a oeste, según consta en el único
plano que se conoce acerca de Santa Fe colonial.10 En el plano atribuido al
procurador José Arias Troncoso se observa la ubicación de la plaza principal,
el cabildo, los predios pertenecientes a las órdenes religiosas, las zonas de
quintas y los corrales de la ciudad.

10 Este plano, según Calvo (2011:51), revela que la traza urbana solo se había extendido
unas cuadras por el norte y mantenía la configuración del momento de la mudanza hacia
mediados del siglo XVII.

23
FigurA 1. Plano de la ciudad de Santa Fe de la Vera cruz, 1787, archiVo
General de la nación.

En cuanto a la cantidad de habitantes que residían en Santa Fe, no existen


cifras oficiales pues se carece de padrones censales para este período.
Manuel Cervera transcribe el Informe del procurador Larramendi del 6 de
julio de 1795 al Cabildo de Santa Fe donde dio cuenta de la composición
étnica y del trazo urbano de la ciudad. En él expresaba

su extensión es de 12 cuadras de norte a sur y seis de oriente a poniente (…)


computadas las gentes de todas calidades y estados, ascienden al número
de cuatro a cinco mil personas. Entre éstas se cuentan hasta setenta sujetos
nobles y distinguidos… que forman la proporción más lúcida del vecindario;
desde la abolición del Puerto Preciso se han emigrado de ella para la Capital
y las demás provincias y ciudades vecinas más de sesenta familias, y se hallan
al presente otras tantas con el mismo proyecto, entre ellas muchas de las que
componen lo principal del vecindario (…) sus edificios se reducen a 135 casas
de tejas… se ven además otras 60 desiertas y 20 enteramente arruinadas.¹¹

Asimismo, el crecimiento urbano queda demostrado cuando se comparan


datos; Vicuña Mackena planteaba que Santa Fe contaba con 2000 habitantes
en 1755, Félix de Azara consideraba que residían 4500 habitantes en 1794,
y el procurador Juan Teodoro de Larramendi estimaba, como consta en el
informe presentado en 1795, entre 4000 y 5000 habitantes.

11 Citado en Cervera, Manuel (1980), Historia de la ciudad y de la provincia de Santa Fe.


Ediciones UNL, 2ª edición, pp. 474.

24
Indicios de clasificación propios del espacio urbano
desde la mirada de los cabildantes (actas de cabildo)

Como se ha expresado, la clasificación de los sujetos sociales coloniales


según su calidad —es decir, su valoración con base en su persona, su juicio
y sus circunstancias— abarcaba todo un abanico de características, que iban
desde el color y linaje de un individuo, a su estado de legitimidad, religión,
lugar de residencia, oficio, género, estado moral, la ropa que vestía y su con-
dición de noble o plebeyo, de libre o esclavo. Es así, que desde el análisis de
estas fuentes se puede inferir indicios de su clasificación y la tensión entre
clasificado y clasificador.
Si se consideran las solicitudes de mercedes de tierra, a lo largo del siglo
XVIII y principios del XIX, se pueden observar qué categorías utilizaron los
miembros del cabildo para diferenciar a los peticionantes. En cuanto a quié-
nes solicitaban tierras o procuraban legitimar su posesión, en las actas
han quedado registrados los pedidos tanto de miembros de los sectores
dominantes locales como de los sectores subalternos. En los documentos se
encuentran solicitudes en las que se enunció «Don» o «Doña» o en calidad de
«vecino», así como se expresó literalmente requerimientos de viudas, mujer
de, indias/os libres, pardas/os libres, mulatas/os, es decir, de integrantes
de sectores subalternos. En las actas, el término «natural» aparece con una
connotación imprecisa; se entiende que se utilizaba tanto para indicar el
origen de nacimiento de un sujeto, como su lugar de residencia.
Frente a los pedidos, para justificar la primacía del otorgamiento de solares
a sujetos enunciados como «vecinos», los cabildantes aludieron a argu-
mentos —como «honorables vecinos», «méritos de padres y antepasados»,
«señoras distinguidas»— que buscaban reforzar el status social que se les
confería en la sociedad colonial. En cambio, los cabildantes enunciaron a
integrantes de los sectores subalternos solo por su condición étnica y/o
socioeconómica —como «pardo libre», «esclavo», «india viuda»—; en estos
casos, concedieron mercedes atendiendo a la «pobreza» que esgrimieron los
solicitantes a través de expresiones como «notorias necesidades», «pobre y
dilatada familia», «suma pobreza en que se halla», «poder hacer un rancho
en que abrigarse con su pobre familia» …
En trabajos anteriores, se ha considerado el importante crecimiento de
pedidos de solares desde la segunda mitad del siglo XVIII. Como se puede
observar en la tabla 1, el aumento de solicitudes de tierras fue un reclamo
de los miembros de los sectores subalternos, ya sea que se mencionara
expresamente su condición étnica y/o socioeconómica o que no se los iden-
tificara como «vecinos».

25
tABLA 1. número de SolicitanteS de mercedeS de tierra (aGPSF, ac,
1700–1810).

Solicitantes Años 1700 / 1750 Años 1751 / 1810 Totales

Mujeres Varones Mujeres Varones

«Vecina/o» sin estado civil 9 33 38 113


«Vecina y esposa» - - 1 - 204
«Vecina y viuda» - - 10 -
«Maestro» de oficio - - - 3 3
«Soldado» - 1 - 7 8
«Natural de la ciudad» - - 1 4 5
«Natural de Paraguay» - - - 1 1
«Mestizo natural» 2 - - - 2
«Mulata/o libre y pobre» - - 1 - 1
«Parda/o libre» 1 4 7 7 19
«India/o libre» sin estado - - 3 7
civil expreso - - 1 - 11
«India viuda»
«Mujer de esclavo» - - 1 - 1

«Viuda de esclavo» - - 1 - 1

Sin condición ni estado 4 23 115 163


civil expreso 2 - 4 - 330
«Mujer de» sin condición 6 - 13 -
social expresa
«Viuda» sin condición
social expresa

Totales 24 61 196 305 586

Desde la década de 1770 se observa el aumento de solicitudes en la región


noroeste de la ciudad, que provocó el crecimiento del sitio urbano y la con-
siguiente expansión hacia terrenos fuera de la traza fundacional —la «laguna
grande llamada de los Saladillos» y los afluentes de los ríos aledaños impedían
la extensión hacia el sur y el este de la ciudad—. Este incremento de solici-
tudes de mercedes, se estima que se consolidó tras la construcción de una
capilla dedicada al culto a San Antonio de Padua en lo que se denominaba
previamente el «barrio nuevo», y luego pasó a llamarse «barrio San Antonio».¹²

12 En la década de 1770, los vecinos don Diego Yedros y doña Cruza López obtuvieron
licencia del virrey para la construcción de la capilla, por lo cual solicitaron al cabildo un
solar para edificar el templo y medio para construir su vivienda en el «barrio nuevo». En
el plano adjunto previamente aparece indicada la Capilla de San Antonio con el número
11 de las Referencias.

26
En general, los sectores subalternos accedieron a un cuarto de solar de
sitio o a un «hueco» en terrenos situados en los «muros» de la ciudad o en
las afueras de la misma, en «tierras realengas», en la «barranca del río», en
el «barrio nuevo». Luis María Calvo (2011) indica que, a fines del siglo XVIII,
las autoridades capitulares adoptaron la medida del cuarto solar como
fracción mínima de terreno —un cuarto de solar medía 1122 varas cuadradas
de superficie, equivalentes a 840 m².
El análisis de las mercedes también posibilita reconstruir a qué se dedi-
caban integrantes de dichos sectores. Respecto a los oficios, en la segunda
mitad del siglo XVIII, en las actas capitulares solo se mencionan a individuos,
ya sea solicitando tierras o como residentes linderos a sitios pedidos, con
la denominación «maestros» de oficios, como carpintero, herrero, lomillero,
albañilería, armero.
La ausencia generalizada del registro de actividades llevadas a cabo por los
solicitantes de tierras, quizás respondió a los prejuicios acerca de los oficios
y trabajos manuales que prevalecieron en la sociedad colonial. En Santa Fe,
según Luis María Calvo (2011) no se constataron gremios ni cofradías que
nuclearan a quienes ejercían un oficio.
Como se mencionó anteriormente, Santa Fe ocupó una posición estratégica
en la defensa de la frontera norte. Integrantes de los sectores subalternos
debieron formar parte de las expediciones militares en condición de «sol-
dados». En las actas capitulares resulta interesante observar que no solo
solicitaron mercedes de tierras los propios soldados, sino que en algunas
situaciones fueron sus esposas las que intercedieron frente a la ausencia.
En general, se les concedió la fracción mínima de un sitio.
Asimismo, al analizar la composición de los solicitantes de mercedes, y
por tratarse de una sociedad esencialmente dominada por varones, resulta
significativo el número de mujeres que presentaron memoriales. Tanto, muje-
res con la condición de «vecinas» como integrantes de la «gente común»
recurrieron al cabildo para reclamar tierras urbanas. A modo de ejemplo:

Pedimento de Doña Antonia Toledo y Pimentel, en que haciendo relación de


haber muerto en la guerra su Padre y un hijo suyo, y hallarse otro actualmente
de Capitán vivo del Vecindario (…) sobre que dijeron Sus Señorías, que siendo
cierta como es, la relación que hace, debían concederle la merced que pide.13

Pedimento de Isidora Garmendi parda libre por el que suplica a este Ilustre
le conceda un retazo de tierra realenga.14
Pedimento de Juana Díaz en el que solicita se le conceda de merced medio
solar (…) en el barrio de San Antonio lindante por el sur con tierras de Francisca
Segueira, por el este con las de Josefa Pérez, por el norte con las de María

13 AGPSF, AC, Tomo XIV, f. 73, 14/05/1770.


14 AGPSF, AC, Tomo XV, f. 277, 02/06/1788.

27
Rosa Benítez, y por el oeste, calle real con tierras baldías. Y sus señorías en
consideración a que ya van faltando tierras que dan de merced, y es preciso
distinguir a aquellas personas, que haigan servido a esta ciudad, acordaron
se le conceda solo a esta parte un cuarto solar en el lugar.15

En cuanto al pedido de Juana Díaz, en la consideración de los cabildantes se


manifiesta claramente el interés de las autoridades por controlar el acceso
de los sectores subalternos a la tierra. Preocupación que no impedía la
concesión de sitios a las mujeres «del común», tal como se observa en el
«nuevo barrio».
En muchas peticiones se dejó expreso el vínculo matrimonial, la unión
no sacramental o se apeló a la situación de viudez. A diferencia de los peti-
cionantes varones, las mujeres no solo fueron clasificadas por su condición
étnica y/o socioeconómica sino a partir de categorías que expresaban su
vínculo con un varón y su situación legal referente a esto.
Respecto a las mujeres casadas, en determinadas situaciones se indicó el
nombre del marido y motivo por el cual se hallaba impedido para presen-
tarse, ya sea debido a sus ocupaciones, viaje, enfermedad, entre otros. Así,

presentose un memorial de María Sánchez mujer de Esteban Ocampos, en que


hace relación de hallarse su marido enfermo en cama del todo baldado, y sin
esperanza de remedio, por cuya razón, y de hallarse sin casa, se sirva este
Ilustre Ayuntamiento hacerle merced de un cuarto de solar que está junto a
la laguna, que se halla a la salida de esta ciudad.16

Presentose un memorial de Gregoria Moreyra, mujer de José Manuel Campero,


conocido por Salvador Cantero, en que por ausencia de su marido como
Blandengue, pide un cuarto de solar de sitio.17

Presentose memorial de Petrona Taborda mujer legítima de Sebastián Ramos


preso en esta Real cárcel, en el cual suplica a este Ilustre Cabildo se sirva
concederle merced de un retacito de sitio.18

Para aquellos casos en los que no se especifica información, se considera


importante el cotejo con los datos que brindan los documentos eclesiásti-
cos. En este sentido, a partir del análisis de los registros matrimoniales se
observan mujeres que solicitaron un sitio tras haber contraído matrimonio
con «vecinos» o «naturales de esta ciudad» sin que se manifestara en el
acta capitular. Así, se menciona en acta capitular del 13 de agosto de 1804

15 AGPSF, AC, Tomo XVII A, f. 8 r, 23/02/1801.


16 AGPSF, AC, Tomo XIV, f. 450, 26/09/1777.
17 AGPSF, AC, Tomo XIV, f. 544, 12/04/1779.
18 AGPSF, AC, Tomo XV, f. 106, 03/10/1783.

28
que se leyó «un pedimento de Susana Paez, por el que solicita merced de un
medio solar que se halla vaco acia el nordeste en los muros de esta ciudad»,
sin que se exprese que era «mujer legítima de» Joseph Nicolás Alzugaray,
según registro de matrimonio, en el que además se señala que eran ambos
«naturales de esta ciudad».19
Además, se advierten mujeres que pidieron sitio tras casarse con sujetos
de otras regiones. A modo de ejemplo, en el acta del 21 de agosto de 1780
consta que se presentó un memorial de «Petrona Fernández en que pide
merced de catorce varas de sitio», sin que se explicite que era «natural de
esta ciudad» y «mujer legítima de» Ignacio de los Santos, «natural de Rio
Geneyro», según acta matrimonial del 7 de octubre de 1761.²0
La confrontación con los registros parroquiales también posibilita reco-
nocer mujeres solicitantes en condición de solteras, aunque no conste en
el acta de cabildo. Por ejemplo, en acta capitular del 7 de junio de 1781 se
consideró el memorial de «Petrona Retamosa, en que pide un retazo de
sitio inmediato a la laguna del norte, sin determinar sus linderos». Según
registros de la iglesia matriz, Petrona Retamosa, «hija legítima» de «vecinos
de la ciudad», contrajo matrimonio con Pablo Villalva, «soldado» «natural
del Paraguay», el 14 de abril de 1784.²¹
Comprobada la presencia de sectores subalternos en la población urbana
a través del pedido de tierras, también es posible inferir sobre los rasgos de
coloración y desigualdad en la ubicación en la trama urbana de la ciudad
colonial santafesina. El reparto de solares —en su mayoría solicitados por los
sectores subalternos—correspondía a una ubicación extramuros o periférica
de la ciudad, y las compraventas —realizadas por sectores «blancos»— al
centro. En este sentido, se considera que la distribución de la tierra y pro-
piedades dentro del espacio urbano escenificaba las diferencias sociales y
contribuía a la identidad de los sujetos, ubicándolos jerárquicamente tanto
en la trama social como en el patrón urbano. La ciudad escenificaba e iden-
tificaba colores oscuros con la periferia y esta con los sectores de la «plebe».
Asimismo, las fuentes ofrecen información acerca de la exigencia de con-
traparte a los sectores subalternos a cambio de los terrenos otorgados, a
condición de…, situación que permite inferir condición de inferioridad por
su calidad desigual de pardos, mestizos u otros miembros de la «plebe». En
las actas, por ejemplo, se observa que los cabildantes solicitaron materiales
o cumplimiento de labores —como la limpieza de zanjas, reparación de las
tejas del cabildo, mantenimiento de calles— para conceder merced de sitio.

19 AGPSF, AC, Tomo XVII, f. 178, 13/08/1804. AHASFVC, Iglesia Matriz, Libro de matrimonios
1764–1803, f. 534, 25/08/1800.
20 AGPSF, AC, Tomo XV, f. 26 r, 21/08/1780. AHASFVC, Iglesia Matriz, Libro de matrimonios
1733–1764, f. 46, 07/10/1761.
21 AGPSF, AC, Tomo XV, f. 62, 07/06/1781. AHASFVC, Iglesia Matriz, Libro de matrimonios 1764-
1803, f. 252, 14/04/1784.

29
También, en los conflictos en torno al otorgamiento de mercedes, se evi-
dencia que predominaron las resoluciones a favor de los «honorables veci-
nos». Si bien el solicitante declaraba qué sitio pretendía ocupar, la concesión
efectiva dependía, en algunos casos, que no lesionara derechos de terceros y,
en otros, que prevaleciera el interés de los miembros de los sectores domi-
nantes. Por ejemplo, en la reunión capitular del día 18 de febrero de 1788, se
presentó doña Justa Mendoza solicitando el mismo retazo de sitio que había
pedido Estefanía Parrada. En esta ocasión, los «méritos» y «servicios» de los
familiares de Justa Mendoza primaron sobre la condición étnica y jurídica,
«parda libre», de Estefanía Parrada. En el acta se expresó:

Se leyó un pedimento de Justa Mendoza por el que solicita se le haga merced


de un terreno (…) que es el mismo que en Acuerdo que se celebró el cuatro
del corriente pidió por medio de su representación Estefanía Parrada, parda
libre, cuyo punto se suspendió determinar en aquel entonces por los funda-
mentos que expuso el Señor Alguacil Mayor. Enterados sus Señorías de las
circunstancias de una y otra solicitante, unánimes acordaron concederle el
citado terreno a la mencionada Doña Justa Mendoza, con consideración a
la necesidad que representa en su pedimento, teniendo al mismo tiempo
presente sus Señorías para la concesión de esta Gracia los muchos servicios
que tienen hechos sus antecesores (…) y haciéndole saber a Estefanía Parrada
solicite otro terreno que se halle vaco.²²

En la trama de las actas de cabildo no solo se deja constancia de la identidad


de los solicitantes de mercedes, sino que, muchas veces, emerge la mirada
sesgada que los sectores dominantes tenían sobre los sectores subalternos,
la cual incluye conceptos o categorías adjetivadas que más que a quién
estaban dirigidos, definían a quiénes los enunciaban.
En este sentido, lo expresado también se observa en los registros de las
personas detenidas y sus delitos, que constan en las actas capitulares. Según
las «visitas» a la cárcel, diferentes infracciones llevaron a los cabildantes a
adoptar medidas para contener el delito y/o sancionar a los transgresores.
Estas infracciones, en general, remitían tanto al espacio urbano como a la
zona de influencia de la ciudad; a su vez, transgredían el ámbito público como
privado e involucraban a miembros de los sectores subalternos, esto es aún
más evidente dado que solo se adjetiva con la calidad étnica a estos sectores
y no así a otros individuos que aparecen mencionados con sus nombres.
A lo largo de este período, en las «visitas» se hallaron individuos deteni-
dos por atentar contra la vida de otro/s —lesiones, homicidios— y solo los
concernientes étnicamente a indígenas, negros o mestizos son aclarados con
dicha pertenencia. En general, no se consignaron las causas que desenca-
denaron tales hechos, es decir que consta el nombre del individuo seguido

22 AGPSF, AC, Tomo XV, f. 261 r, 18/02/1788.

30
de la mención «por herida», «por matadores», «reo por muerte», «indicado
por muerte»; salvo, ciertos casos que remiten a problemáticas étnicas, de
género, religiosas, entre otras.
Además, fueron frecuentes las detenciones por falta de pago de deudas
y por el robo de bienes o de dinero. En determinados casos, los cabildantes
aclararon la condición de «vecino» del reo y le permitieron la libertad para
que pudieran cumplir con los compromisos contraídos. En cambio, a los
individuos clasificados como «indios» o de «castas» acusados de robos se
les obligó a cumplir «servicios». Así,

Juan Asensio Flores por ladrón y Eusebio Arbirayú indiopor robo de herramien-
tas y Pedro Álvarez, indio calchaquí, y Carlos Ludueña tucumanés, detenidos
por el Teniente de Gobernador (…) respecto de hallarse en esta ciudad el
Sargento Mayor de Naturales, remitido de Buenos Aires a recoger indios para la
actual real expedición contra los portugueses, se le entreguen los nominados
Flores y Arbirayú, para que los lleve empleados para el dicho real servicio.23

En los registros de las «visitas» también aparecen reiteradamente esclavos,


tanto varones como mujeres, acusados de atentar contra la vida de sus
«amos», robar, fugarse, entre otros. En algunos casos, no se explicita motivo
de detención, sino que fue a «pedimento de su amo».
También se encontraban detenidos individuos acusados de atentar con-
tra los vínculos familiares (conflictos entre padre–hijo, esposos, herma-
nos, padrastro–hijo, tío–sobrino), como de transgredir normas morales y
religiosas. Los cabildantes recurrieron en determinadas situaciones a la
intervención de las autoridades eclesiásticas, consideradas custodios del
orden social impuesto. En general, se aclara la condición étnica solo de los
sectores subalternos.
En otros casos analizados se pudo observar una criminalización de la
vagancia, sobre todo para los sectores indígenas, que fueron clasificados
como «indios buenos»; los de reducción, e «indios infieles o malos»; los dis-
persos, los que dejaban a sus pueblos y deambulaban. La mirada interesada
que los sectores dominantes tenían sobre los sectores subalternos emerge
al asociar el delito con la clasificación étnica.

23 AGPSF, AC, Tomo XIV, f. 431, 24/11/1776.

31
Indicios de clasificación propios del espacio urbano desde la mirada de
los clérigos de la iglesia matriz

Los archivos eclesiásticos constituyen una importante fuente de información


acerca del rol de la iglesia en las colonias americanas como de aspectos de
la vida de quienes fueron considerados feligreses. El nacimiento, la confir-
mación, el matrimonio, la defunción de un individuo han sido registrados
siguiendo normativas religiosas. Estos documentos no solo permiten un
mayor conocimiento de prácticas religiosas, sino que también posibilitan
conocer cómo eran nominados los habitantes de la ciudad, no ya desde la
mirada de los funcionarios locales sino de los miembros de la iglesia.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la ciudad de Santa Fe integraba
el territorio diocesano del Río de la Plata, con sede en Buenos Aires.24 Hasta
1787, feligreses españoles y naturales recibían sus sacramentos y eran ente-
rrados en forma diferenciada: «españoles» en la iglesia matriz Todos los
Santos y «naturales» en la Parroquia San Roque.25
El registro del sacramento del bautismo asentaba el inicio de un individuo
en la vida cristiana, que culminaba con su entierro en uno de los templos de la
ciudad, también quedando constancia en los libros parroquiales. Examinamos
detener la mirada en quienes fueron nominados, atendiendo principalmente
a las categorías socioétnicas utilizadas por los clérigos de la iglesia matriz.
En los registros bautismales y de defunciones se puede observar, en el
margen izquierdo, el nombre del feligrés. En algunos casos, además, se con-
signó el/los apellido/s y/o la condición socioétnica atribuida por los clérigos
citados: español/a, natural, pardo/a, mulato/a, indio/a, esclavo/a, negro/a,
china, expósito/a. En los libros de bautismo, también se utilizaron estas
categorías clasificatorias para referirse a los progenitores y/o los padrinos,
a las cuales se les sumó la condición de vecindad.
En la sociedad colonial hispanoamericana, una de las primeras formas de
nominar a un recién nacido refería a la legitimidad.26 La iglesia y la monarquía
española coincidían en la importancia de la familia legítima para la socie-
dad: para la primera, el matrimonio representaba un camino a la santidad,
mientras que la corona veía en él un instrumento de control social, es decir,
un factor que contribuía a asegurar el orden.

24 A partir de 1620, Santa Fe formó parte de la diócesis de Buenos Aires. En la ciudad se


establecieron un curato de españoles y un curato de naturales. A principios del siglo XVIII,
feligreses de esos curatos fueron asignados a los curatos del Pago de los Arroyos (1730),
del Pago de la otra banda del río Paraná (1730) y del Pago de Coronda (1749). Véase en
Moriconi (2011).
25 En los registros parroquiales de San Roque, los «naturales» estaban constituidos por
feligreses indios, negros, mulatos, pardos o mestizos.
26 A partir del Concilio de Trento quedó consagrado el carácter sacramental, monogámico
e indisoluble del matrimonio, estableciéndose que la finalidad de dicho sacramento era
la de engendrar hijos legítimos, criarlos y educarlos en el temor a Dios.

32
En los documentos eclesiásticos, las categorías «español» e «hijo legítimo»
referían al feligrés ideal. En los casos en que era bautizado un/a hijo/a de
familias «decentes» y «distinguidas» de la sociedad santafesina, se regis-
traba en el margen el nombre del bautizado junto a los apellidos paterno y
materno y la calidad de «español» y, al interior del texto, se dejaba constancia
de abuelos paternos y maternos. Respecto a las defunciones, la preeminen-
cia social se evidenciaba en el uso de la categoría «español», expresiones
«Don» o «Doña» y formas en que se llevaba a cabo la sepultura, vale decir,
la realización de una misa de cuerpo presente, el uso cruz alta o baja, el rezo
del novenario, la institución de obras pías.
A pesar de las normas legales y religiosas vigentes, es posible abordar un
abanico de situaciones que escapaban a las mismas, tales como: madres
«solteras», matrimonios clandestinos (uniones realizadas por sacerdotes,
pero sin la aprobación de los padres), relaciones sexuales sin casamiento,
re–casamientos, adulterio, relaciones incestuosas, abandono de bebés, entre
otras. En estas realidades, que trasgredían las normas y eran consideradas
como faltas graves al orden legal y moral, la mayor condena recaía sobre
las mujeres. Precisamente, en los libros bautismales, en los casos en que
constaba uno de los padres biológicos de un «hijo ilegítimo», «hijo natural»
o «expósito», solo se consignaba el nombre y apellido de la madre, aunque
se conociese la identidad del padre.²7 Por ejemplo:

[Margen: Martín Natural] yo el infrascrito Cura Rector de esta Iglesia Matriz de la


ciudad de Santa Fe bauticé a Martin (…) hijo natural María Baes India Guarany.²8

[Margen: Joseph Manuel Expósito] yo el infrascrito Cura Rector más antiguo


de esta Iglesia Matriz de la Ciudad de Santa Fe bauticé a Joseph Manuel de
cuatro meses (…) hijo natural Luisa Almada española.²9

Indistintamente, dichas situaciones se observan tanto en mujeres señaladas


como «españolas» —algunas con calidad de «vecinas»—, como en integrantes
de los sectores subalternos. En cuanto al término «expósito», también se uti-
lizaba en circunstancias en la que se anotaba al bautizado con la inscripción
«hijo de padres no conocidos», para ocultar la filiación de los hijos ilegítimos.
Respecto a la calidad de «huérfano», Teresa Suárez (1992:59) considera que
cuando va acompañada de una explicación —«sus padres fueron muertos
por los indios», «es hijo de Fulano y Mengana, difuntos»— se infiere que son

27 Twinam (2009) diferencia «hijos naturales» (ilegítimos) e «hijos bastardos» (no solo
ilegítimos, sino producto de relaciones adúlteras o incestuosas).
28 Archivo Histórico del Arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz (en adelante AHASFVC),
Iglesia Matriz, Libro de bautismos 1785–95, f. 109 r, 17/11/1788.
29 AHASFVC, Iglesia Matriz, Libro de bautismos 1785–95, f. 69, 09/11/1787.

33
hijos legítimos. Cuando solo se los califica como huérfanos, se los computa
como ilegítimos.
En los registros parroquiales de estos años, la categoría «natural» se uti-
lizó en diferentes situaciones, variando el significado atribuido. Además de
asociarse «natural» a ilegitimidad, este término se usó para indicar el origen
de nacimiento o de residencia del feligrés, progenitor/es y/o padrinos. Como:

[Margen: Juan Toledo] Juan Toledo natural de Santiago del Estero recibió los
sacramentos y se enterró en la Iglesia Matriz.30

[Margen: Miguel Joseph Zamora] yo el infrascrito Cura Rector de esta Iglesia


Matriz de la ciudad de Santa Fe bauticé solemnemente a un niño que se llamó
Miguel Joseph de tres días nacido, es hijo legítimo de Don Joseph Domínguez
de Zamora nat de la Villa y Corte de Madrid y de Doña Manuela Martínez
natural de Bs As.³¹

Otro uso del término «natural» se vincula a la condición étnica del bautizado
o fallecido, enfatizando su no pertenencia al grupo de «españoles». Vale decir,
que en los registros de un/a hijo/a de indios, pardos, esclavos, se observa
que, en el margen, puede ser designado según la condición socioétnica de
su/s progenitor/es como a través de la palabra «natural». Así:

[Margen: Seferina Romano Natural] licenciado Dn Juan Eugenio Larrechea


clérigo presbítero, bautizo en esta Iglesia Matriz (…) a una criatura que tenía
ocho días de nacida, quien se llamó Seferina, hija legítima de Isidro Romano
y de María del Rosario Aguiar Pardos libres y vecinos de esta.³²

[Margen: Juan Andrés Natural Párvulo] en doce días del mes de junio de mil
setecientos ochenta y ocho murió Juan Andrés párvulo, hijo de José esclavo
de Don Rafael Guerrero y Lorenza india, se le hizo entierro menor.³³

También la condición de esclavitud quedó registrada en los libros parroquia-


les, en aquellos casos en que los feligreses fueron nominados mediante el
uso de las categorías «natural», «esclava/o», «negra/o» o «mulata/o». La
relación de sujeción no solo se evidencia en el caso de los esclavos, cuando
se explicitó «esclava/o de», sino en aquellos documentos en los que se puede

30 AHASFVC, Iglesia Matriz, Libro de defunciones 1787–97, f. 359 r, 09/11/1791.


31 AHASFVC, Iglesia Matriz, Libro de bautismos 1796–1800, f. 106, 01/10/1797.
32 AHASFVC, Iglesia Matriz, Libro de bautismos 1796–1800, f. 9 r, 28/02/1796.
33 AHASFVC, Iglesia Matriz, Libro de defunciones 1787–97, f. 384, 12/06/1788.

34
inferir la situación de servidumbre. En particular, en registros que refieren a
quienes son consignados como «indios».34 Como:

[Margen: José Jorge Natural] Cura Rector de esta Iglesia Matriz (…) bautice
solemnemente a un niño que se llamó José Jorge de dos días hijo legítimo de
Miguel Mulato Esclavo de Don Teodoro Larramendi y de María Francisca India
de la misma casa.35

En escasos registros bautismales se observa la categoría «china»; se utiliza


para hacer referencia a una criatura de sexo femenino bautizada o a un hijo
«natural» o «indio» de madre «china libre». La desigualdad social —pobreza
y estatus legal/color de la piel— se reforzó desde lo simbólico, vale decir, que
en la sociedad colonial lo material y lo simbólico evidenciaban una determi-
nada jerarquía. Por eso, la desaparición física podía convertirse en la última
oportunidad de exhibir o reafirmar señas de identidad, a partir de la práctica
de testar como del «buen morir», que no solo expresaba la esperanza en la
salvación, sino también reflejaba la condición social del fallecido.
A principios del siglo XIX, en la ciudad se confeccionó un padrón a cargo
del alguacil mayor José Manuel Troncoso, que manifiesta el creciente número
de españoles-europeos radicados. Si bien, se infiere que el objetivo del
padrón tiene que ver con la coyuntura revolucionaria porteña, se releva a
los peninsulares, portugueses, franceses, ingleses, holandeses y hasta un
oriental.36 La clasificación y relevamiento de inmigrantes/extranjeros denota
la composición variada de la población santafesina tardocolonial y revalori-
zan la función de ciudad puerto, que si bien perdió el «privilegio de puerto
preciso» eso no implicó que como tal sea sede de intensos movimientos de
población transitoria o residente.

34 Moriconi (2011:35) plantea que tanto aquellos indios que habitaron la ciudad como los de
las reducciones sufrieron el proceso de «desnaturalización» respecto a las comunidades
indígenas, aunque el sentido de desarraigo fue mayor en los primeros.
35 AHASFVC, Iglesia Matriz, Libro de bautismos 1785–1795, f. 87, 23/04/1788.
36 En cada caso se anotan los nombres y apellidos, origen, estado civil y afincamiento,
además se incorporan mujeres, niños, servidumbre y esclavos. La nómina comprende un
total de 161 personas, cuyas profesiones de distintas jerarquías varían en el comercio,
navegación, estancieros, oficiales de estado, milicia y diversos oficios manuales. Véase
en Tonda (1978).

35
Consideraciones finales

Entre sus propósitos este trabajo pretende el abordaje de la población


urbana de Santa Fe a fines del siglo XVIII y principios del XIX, con la inten-
ción de avanzar sobre el conocimiento de la dinámica social y sus sujetos
sociales. Así, a través de ello reflexionar sobre las categorías clasificatorias
de los habitantes y sobre el concepto de sociedad urbana/sociedad mestiza,
sociedad flexible/sociedad abierta. Se expresó que la clave explicativa es la
que afirma que «quien nomina domina», es decir, las clasificaciones sociales
encontradas en los documentos nos ofrecen información para inferir tipos
de calidades como principios de ordenación y de exclusión de la sociedad
tardocolonial.
En la Santa Fe de ese tiempo, desde la esfera política como religiosa, se
continuaron utilizando los criterios de calidades étnicas, socioeconómicas
y de origen territorial para nominar a los habitantes. En las actas capitula-
res como en los registros bautismales, la condición de «natural» buscaba
homogeneizar otras calidades y tendía a opacar las diferencias socioétnicas
en el ejido urbano. En cambio, la vecindad y la condición de feligrés espa-
ñol constituían rasgos que diferenciaban a quienes integraban los sectores
dominantes locales. Rasgos que por sí solos no definían dicha pertenencia,
sino que fueron acompañados de la enunciación de «méritos» y «honores»
propios y de sus antepasados, en el caso de las solicitudes de mercedes,
como de la explicitación de los abuelos paternos y maternos en los registros
bautismales.
Tanto el crecimiento de solicitudes de tierras por sujetos enunciados como
integrantes de la «plebe» o «gente común», como el gran número de regis-
tros de bautismos de quienes no reunían la condición de «feligrés español»,
denota una sociedad urbana multiétnica y con marcadas diferencias sociales.
Atención especial merece el creciente número de mujeres detectadas en
las fuentes, la forma de clasificarlas en los pedidos de solares, nos advierte
que hacia 1790 hay escasa mención al término de «Doñas» y de la condición
étnica, es decir, la sola mención de su nombre propio nos permite inferir
una zona gris de interpretación. Es así como, que la ausencia de referencia
del estado civil o del esposo, nos advierte que podemos estar en presencia
de una tendencia hacia la servidumbre feminizada o hacia cierta autonomía
de género. Solo para los sectores subalternos se adjetiva con la condición
de pobre, pero la cantidad de población que solicita solares y la ubicación
de los mismos indica indicios de proletarización, aún de sectores «blancos».
Hasta el momento de avance de este trabajo se puede mencionar que
se percibe una tendencia hacia una sociedad urbana heterogénea, flexi-
ble, multiétnica, con contrapesos en la posibilidad de ascensos sociales.
La imprecisión y la primacía de la incertidumbre en la clasificación nos
permiten expresar que estamos frente a una sociedad en transición donde

36
los márgenes de aproximación se ampliaron. La tensión entre clasificador y
clasificado, pone el peso sobre el segundo, hundiendo la balanza, que, ante
la duda, la clasificación de una persona cae entre los desclasados, siendo
más importante el pronunciamiento oficial que la realidad objetiva que
puede definir.

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38
Fiestas y ritos en la ciudad de Santa Fe
2 a finales de siglo XVIII: entre el control
y la celebración del poder
Juan Francisco Reinares

Introducción

El propósito del siguiente capítulo¹ es visibilizar y analizar algunos de los


elementos constitutivos del orden de la sociedad hispanoamericana en la
ciudad de Santa Fe durante la segunda mitad del siglo XVIII, que adminis-
trativamente formaba parte del virreinato del Perú hasta 1776, año en que
fue creado el virreinato del Río de la Plata y pasó a depender del mismo.
Los procesos de conquista y colonización de territorios americanos por
los españoles transformaron profundamente a las sociedades originarias, si
bien la Corona española procuró imponer un orden colonial, esta sociedad
adquirió diferentes características según la región geográfica y la compo-
sición social.
En la construcción del orden se utilizaron diferentes estrategias, algunas
institucionales y otras informales o de socialización. En este caso particular,
se propone reflexionar en torno al rol de las fiestas y celebraciones urbanas
que se dieron en Santa Fe en la segunda mitad del siglo XVIII, destacando la
función del cabildo como la principal institución reguladora del orden en el
ámbito local, sin dejar de tener en cuenta aspectos vinculados a la reconfi-
guración del ejercicio del poder en el ámbito metropolitano.
El tema de las fiestas y celebraciones en Hispanoamérica, ha sido abordado
por diferentes investigadores como Juan Pedro Viquiera Albán ¿Relajados o
reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante
el Siglo de las Luces, FCE, México, 1987; Jaime Valenzuela Márquez Fiesta, rito
y política: del Chile borbónico al republicano, Chile, 2014. En relación con la
etiqueta, el ceremonial y las emociones contamos con los trabajos de Pablo
Ortemberg Rituales del poder en Lima (1735–1828): de la monarquía a la repú-
blica y Pablo Fucé El poder de lo efímero: historia del ceremonial español en
Montevideo (1730–1808), Montevideo: Linardi y Risso, 2014.

1 Es importante aclarar que este capítulo sintetiza algunos de los aspectos analizados en
una adscripción en investigación realizada en la Facultad de Humanidades y Ciencias de
la UNL, junto con equipos de investigación en el marco de los proyectos CAI+D desde el
año 2011.

39
El análisis de la construcción y reconstrucción simbólica —desde una
perspectiva teórico metodológica— que suponen la fiesta y su relación con
el poder, permite aproximarnos a entender algunas de las claves más impor-
tantes de la conformación de la sociedad colonial. Este apartado se centra en
las festividades locales pero sin dejar de lado cuestiones generales. Comienza
con un estado del arte vinculado al tratamiento del tema en general, y en
particular para Santa Fe. Luego, una serie de preguntas relacionadas con
la reflexión en torno al concepto de fiesta en la época colonial: quiénes las
organizaban, las regulaciones vinculadas a las mismas y las relaciones que
pueden establecerse con el contexto de reformas borbónicas que afectaron
tanto a la metrópoli como a la colonia. Continúa con el desarrollo de algunos
aspectos relacionados con las fuentes relevadas, para presentar conclusiones
provisorias que inviten a seguir profundizando en la temática.
En relación con las fuentes, se tuvieron en cuenta las actas del cabildo
de la ciudad, y cédulas reales de la segunda mitad del siglo XVIII, que se
encuentran en el Archivo General de la Provincia de Santa Fe (en adelante
AGPSF); y la crónica de Vera Mujica
(1760–1761) al gobernador de Buenos Aires, Pedro de Cevallos, que se
encuentra en el Archivo General de la Nación.
A lo largo de la dominación española las autoridades pusieron especial
atención a los documentos. Esto nos permite investigar en profundidad
diferentes temas y recurrir a las fuentes, pero los documentos no nos dicen
mucho ya que como sostiene Marc Bloch (1996:86) «solo hablan cuando uno
sabe interrogarlos». En este sentido, entra en cuestión la problemática de
la subjetividad de quién produjo el escrito, al haberlo hecho con una inten-
cionalidad constituye una de las dificultades que debe enfrentar cualquier
investigador. En este caso, la disponibilidad de fuentes es limitada, en el
sentido de que fueron producidas en el seno de la élite constructora del
poder a nivel local. Sin embargo, pueden rastrearse aspectos importantes
para iniciar algunas reflexiones.

Descripción del espacio urbano santafesino

La ciudad de Santa Fe fue fundada con el objetivo de abrir puertas a la tierra,


el 15 de noviembre de 1573 por Juan de Garay. En aquel entonces, la jurisdic-
ción del cabildo era bastante mayor que la de la actualidad: abarcaba lo que
es hoy la provincia de Santa Fe, parte de las actuales provincias de Córdoba,
Corrientes, Entre Ríos y norte de Buenos Aires. Desde su fundación y hasta
1590 se encontraba comprendida bajo los poderes de los adelantados rio-
platenses, figuras institucionales características de la época de exploración
y conquista; en esa fecha se creó la Gobernación del Paraguay y la del Río

40
de la Plata, destacándose como figura activa y notoria Hernando Arias de
Saavedra (Barriera y Tarragó, 2006).
Antes de la llegada de los españoles, el territorio estaba habitado por
diferentes grupos aborígenes con gran movilidad y que alternaban la caza,
la pesca y la recolección aprovechando los recursos naturales. Desde sus
inicios, se construye en la región y por los mismos contemporáneos una
representación conflictiva sobre la relación vecino–indígenas, situación que
se observa en las actas capitulares. Tal es así, que fue una de las causas que
generó el traslado de la ciudad a su actual emplazamiento, así lo explica
Rubén Román en su trabajo de investigación:

Son innumerables las actas del Cabildo y sesiones capitulares que expresan la
necesidad de traslado (…), hasta que, elegido el nuevo sitio, conseguidas las
autorizaciones pertinentes (…) se emprende el lento traslado que durará diez
años, hasta completarse totalmente en 1660 (…) de estos años es que nace la
denominación de Santa Fe de la Vera Cruz para la nueva ciudad, llamándose
al antiguo asiento Santa Fe La Vieja. (Román, 1992:171)

Al efectuarse el traslado y la traza de la nueva ciudad esta se mantuvo tal


como la había hecho Garay —casi cien años antes en el sitio original— lo que,
pese a haberse extraviado el plano, posibilitó que se pudieran identificar
con más facilidad los restos cuando la ciudad vieja comenzó a ser relevada
por Agustín Zapata Gollan.²
Las mejores condiciones del nuevo sitio ampliaron los recursos disponi-
bles y potenciaron el rol de la ciudad como articuladora del espacio. Por su
ubicación estratégica como cruce de caminos, Santa Fe se transformó en un
espacio privilegiado para el comercio interregional que operaba mediante
la triangulación mercantil entre Asunción y Potosí (Barriera y Tarragó, 2006).
La concesión del «puerto preciso» en 1740 —vale recordar que este privi-
legio lo concedía la Corona española a ciudades ribereñas interiores, y por
el que se obligaba a las embarcaciones que circulaban por los ríos a pagar
ciertas percepciones— consolidó a la ciudad como centro redistribuidor
y articulador de mercados interiores. Posteriormente, Santa Fe perdió el
«privilegio de puerto preciso» (1779), en parte, debido a las presiones de
los grupos mercantiles de Asunción. Luego de la creación del virreinato del
Río de la Plata (1776) y de la sanción del reglamento de «libre comercio»
(1778), estos territorios comenzaron a reorientar las actividades económicas
hacia el Atlántico.

2 Agustín Zapata Gollan fue un historiador y director del Departamento de Estudios


Etnográficos y Coloniales, iniciando en 1949 las excavaciones que pusieron a la luz los
vestigios de Santa Fe la Vieja.

41
Con relación a la sociedad es importante tener en cuenta que,

a pesar de los factores que frenaron el crecimiento de Santa Fe y su hinter-


land, los grupos dominantes se las ingeniaron para conservar su situación de
privilegio. Se mantuvo así una sociedad estratificada, jerárquica, en la que
ciertos grupos familiares —las élites— lograron, mediante un entramado de
relaciones, ejercer el poder económico y político y el control social (Giletta,
Scarafía, Vecari, 2015-2016:9)

Desde sus inicios, en la diagramación de la ciudad colonial, se hace evidente


la formalización de una determinada estratificación. El reparto y la ubica-
ción de los solares marcaban las diferencias de jerarquía social entre sus
poseedores. La centralidad de la plaza era fuertemente simbólica: alrededor
suyo se encontraban las principales instituciones políticas y religiosas y la
casa de los vecinos más destacados. Además, era el sitio donde se reunían
y celebraban las principales fiestas.
Luis María Calvo (2011) sostiene con relación al trazado de las ciudades
Hispanoamericanas —en muchos casos similares— que la geometría neutra
de la traza inicial se superpuso a la materialización de experiencias vita-
les y originales, activadas por la interacción de condiciones ambientales y
humanas diversas. Además, su obra es importante porque en ella interpreta
los procesos de conformación del espacio teniendo en cuenta indicadores
físicos, sociales y culturales.
Entre los individuos que habitaban la ciudad se fue conformando una
sociedad urbana, «con sus normas, relaciones sociales, identidad. Sociedad
que va construyendo su propia cultura, el sistema de valores, actitudes y
comportamientos que se resumen con la denominación de cultura urbana»
(Areces, 2000:148). En cuanto a la cantidad de habitantes que residían en
Santa Fe no existen cifras oficiales, ya que se carece de padrones censales
para el período. Para «fin del siglo XVIII, (Félix) Azara calculaba para toda la
jurisdicción santafesina entre 11 292 y 12 630 pobladores, de los cuales 4000
residían en la ciudad» (Areces, 2000:148). Teniendo en cuenta un punto de
vista material, «sus edificios se reducen a ciento treinta y cinco casas de
teja (…) y como unas trescientas habitaciones pajizas, se ven además otras
sesenta desiertas y veinte enteramente arruinadas» (Informe del procurador
José Teodoro de Larramendi al Cabildo, Justicia y Regimiento, 6/7/1795).
En la sociedad urbana colonial se diferenciaban los vecinos. El ser vecino
significaba tener acceso a la propiedad de la tierra, una casa poblada, cargos
en el cabildo, poseer armas, integrar el grupo de la «gente decente» —tal
como figura en las actas—, entre otros privilegios. De esta manera, los vecinos
constituyeron el grupo social que monopolizó el poder: para conservarlo
y/o reforzarlo combinaron una serie de diferentes estrategias. Las fiestas
sirvieron para visibilizar y exteriorizar ese poder, además de remarcar las

42
jerarquías de cada uno en la sociedad, ya que las mismas transmitían no
solo los valores del grupo dominante; sino también un proceso de reafir-
mación de las identidades y de la parte de la tradición que garantiza dicha
jerarquía social.
Resulta importante en este marco de análisis repensar el concepto de
sociedad. Para esto, considero interesante abordar la definición de Giovanni
Busino, quien la conceptualiza como: «conjuntos relativamente estables, en
el tiempo y en el espacio, en el interior de los cuales existen comunicaciones
frecuentes y estructuradas, modelos de organización, de reproducción»
(Carmagnani y Romano, 1999:288). Es a partir de estas consideraciones como
se puede avanzar y entrar en el examen de problemas conexos que analizan
autores como Ruggero Romano y Marcelo Carmagnani, a saber: la socializa-
ción y el control social.

Las fiestas en Hispanoamérica, un estado del arte

Las conmemoraciones de sucesos reales formaron parte de la transmisión


ideológica y de poder por parte de la corona a los dominios en el nuevo con-
tinente. La celebración de fiestas urbanas en honor al rey con su despliegue
de gastos y decoración simbólica fue una afirmación de su poder y en tierras
americanas se hicieron extensivas a las autoridades que lo representaban.
Una de las afirmaciones importantes para tener en cuenta es la que hace
Víctor Mínguez (2003:50) al definir a la fiesta colonial como «universo sim-
bólico y ceremonial en el que aparecían integradas todas las artes».
En relación con esto, es importante pensar las fiestas como rituales; Erving
Goffman (1997) propone una conceptualización del ritual. Desde su perspec-
tiva, más que un suceso extraordinario, el ritual es parte constitutiva de la
vida diaria del ser humano, por lo que se puede decir que la trama de la
vida cotidiana está constituida por ritualizaciones que ordenan los actos y
gestos corporales. En esta línea, los rituales se pueden analizar como cultura
interiorizada, cuya manifestación es el dominio del gesto, de las emociones
y la capacidad para presentar actuaciones convincentes ante los otros con
quienes interactuamos.
En particular, interesa destacar el rol de los rituales en las ciudades, ya que

en ocasiones la fiesta supone una intervención específica en la ciudad, deta-


llándose en qué puntos de la trama se construyen aparatos, puertas, arcos o
fuentes; en otras, la fiesta se entiende como procesión, al ser un cortejo que
recorre la ciudad siguiendo un itinerario preciso y claro. En ambos casos se
destacan partes de ciudad, valorando y jerarquizándose unos espacios frente
a otros. (Sambricio, 1988:57)

43
En definitiva, es importante entender y analizar las fiestas, como momentos
constitutivos de la sociedad colonial, marcados por un fuerte simbolismo
material e inmaterial. En este sentido, Juan Pedro Viquiera Albán (1987), el
primero que estudia las diversiones públicas en México durante la segunda
mitad del siglo XVIII, afirma que se verificó una fuerte disputa por el espacio
en la ciudad de México, lo hace teniendo en cuenta las diversiones públicas
como ámbito privilegiado para analizar las prácticas, los hábitos y compor-
tamientos públicos de los grupos sociales. En su trabajo, recrea el proceso
de transformación de la naturaleza de las diversiones públicas como con-
secuencia de la participación de los sectores populares y observa cómo los
funcionarios influenciados por la ilustración intentaron normar los compor-
tamientos sociales.
Las diversas festividades que se realizaron en América tuvieron algunas
características heredadas de las que se realizaban en la metrópoli y con las
que se parecieron en muchos aspectos. Sin embargo, los contextos sociales,
culturales y económicos eran diferentes. En la construcción del orden, deter-
minados rituales canalizaban socialmente la representación del monarca y
el afianzamiento a nivel local de la dominación imperial, así lo aclara Jaime
Valenzuela en su trabajo:

Para lograr la alimentación continua de la socialización de estas metáforas


legitimantes, proyectándolas a la sociedad en su conjunto, el sistema preveía
una participación colectiva de la comunidad de súbditos a través de un campo
litúrgico específico (…) y su proyección en un espacio mayor, transformando su
gloria en una fiesta pública —alegre o luctuosa, según la situación—. En todos
los casos, la omnipresencia de la Iglesia otorgaba la necesaria sacralidad.
(Valenzuela, 2014:108)

Es así que en las ciudades de la colonia se daba lugar a una serie de fiestas
y celebraciones que combinaban la decoración del espacio urbano y de las
instituciones, la construcción de determinadas escenografías para llevar
adelante ceremonias, procesiones y diversiones populares; todas manifes-
taciones en las que gran parte de la sociedad acompañaba al rey o a sus
símbolos representativos.
Por ejemplo, el paseo del real estandarte —cuestión que se profundizará
más adelante—, la asistencia a determinadas misas o las corridas de toros
cumplían una función muy importante en el esfuerzo de las autoridades
locales de fortalecer el modelo jerárquico al que debían ajustarse las rela-
ciones sociales. Tal es el caso de la fiesta taurina «considerada como un
ejercicio de caballería estuvo, desde un principio, en España ligada a una
visión aristocrática y guerrera del mundo que se plasmaba simbólicamente,
por ejemplo, en la distribución de lugares y asiento» (Tornay, 1998:9). Los
palcos estaban reservados a las más altas autoridades, en sintonía con el
lugar que ocupaban en la jerarquía social.

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En relación con la historiografía santafesina sobre la temática, el trabajo
de Manuel Cervera (1907) y la Nueva Enciclopedia de la Provincia de Santa
Fe (1992), no se detienen específicamente en las fiestas, sino que son obras
generales en las que encontramos apartados dedicados a las mismas. Sí se
pueden destacar artículos cuyo tema específico son las celebraciones en la
Santa Fe tardocolonial en los trabajos de Andrés Roverano (1963) y María
Laura Tornay (1998).
Teniendo en cuenta estas consideraciones, resulta oportuno remarcar la
importancia de este trabajo para reconstruir las festividades que se realiza-
ban en Santa Fe en la segunda mitad del siglo XVIII, ya que su conocimiento
surge de obras generales (algunas enciclopédicas) en las que prevalece
meramente la descripción de las mismas o en artículos puntuales. Además,
constituye un aporte a la constitución del campo historiográfico santafesino,
con temas no tan nuevos, pero sí con otras miradas.

¿Para qué nos sirve conocer las características de las fiestas


que se realizaban en Santa Fe en la segunda mitad del siglo XVIII?

Es recurrente encontrar en las actas capitulares, que la organización y


el costo de las fiestas eran asumidas por los miembros del cabildo. Varias
estrategias desplegaron los cabildantes para reducir el mismo. Por ejemplo,
en las actas capitulares se observa que, en algunos casos, las autoridades
deben asegurar la provisión de materiales para las fiestas,

a fin de que resulte menos gravoso el costo de los 4 días de corridas de


toros para celebrar el Patrón San Jerónimo, se reitera lo dispuesto de que el
Teniente de Gobernador se haga cargo de hacer traer las maderas de las islas
para cercar la plaza.3

Pero lo asignado a las autoridades no era suficiente, por este motivo, se


puede apreciar que en reiteradas ocasiones se recurre a la recolección de
limosnas entre ellos vecinos:

El Cabildo, acata las disposiciones del Teniente de Gobernador, y dispone la


realización de un novenario al Patrón San Jerónimo (…) cuyo costo se pagará
con la limosna a recoger entre el vecindario, y a la que contribuirán, en primer
término, los capitulares.4

3 Actas Capitulares, en adelante AC, de Santa Fe. Archivo General de la Provincia de Santa
Fe, en adelante AGPSF. Tomo (T) T XII, F 195 v a, 197, 27/01/1753.
4 AC, AGPSF, XIV B, XV Folio (F)21 y 21 v, 11/11/1769.

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Incluso en otras ocasiones se evidencian intensas discusiones que tienen
como motivo la suspensión de algunos eventos por falta de recursos. Lo
importante es destacar que más allá de determinados momentos críticos,
los organizadores garantizaron de alguna manera su concreción.
Tal como lo propone Josep Barnadas (1990) es importante remarcar que
durante la colonización española, la evangelización constituyó un factor indis-
pensable en la creación y mantenimiento del orden: misas, rosarios, catecis-
mos, procesiones, adoración a santos, celebraciones de días festivos, todos
momentos destinados a este fin. Es recurrente encontrar en las actas este
tipo de festividades que se celebraban en Santa Fe: Semana Santa y Corpus
Christi, la celebración del patrono de la ciudad San Jerónimo (cada 30 de
septiembre), de San Francisco Javier, o de Nuestra señora de la Merced. Estas
fiestas eran celebradas con gran fervor, destacándose las procesiones que
desfilaban por las calles para los días de Semana Santa y de Corpus Christi.
Se levantaban altares en lugares seleccionados fuera y dentro de las insti-
tuciones principales, se designaban encargados de sermones, de compra de
cera y lamparillas, se diseñaban los recorridos para las procesiones. Además,
se suspendían las tareas cotidianas y el tiempo se destinaba para celebrar.
Entre las acciones que debía cumplir, y además de encargarse del aseo de
la plaza, el alcalde de primer voto, tenía la obligación de cuidar en su casa la
imagen del santo patrono de la ciudad que a esta pertenecía. En el caso del
corpus, existen evidencias de pautas escritas, que detallan cómo ornamentar
las esquinas de la plaza con ramas de laurel, para que quede asentado y
sirva de norma en adelante, ya que «cada año hay diversas discordias sobre
quienes han de hacer el cielo y la cruz y sitial».5 Por ejemplo, para entender
lo que significaba el aseo de la plaza, es importante tener en cuenta lo que
escribe Manuel Cervera en su libro:

Había que limpiar las calles por donde pasara la procesión que se sembrarán
de flores, juncos, hinojos, laurel del tiempo y otras yerbas olorosas (…) las
casas adornabanse con colgaduras y ramos, al derredor de la plaza principal,
elevabanse pilares de ramos y flores y lo más granado de los vecinos levan-
taban altares varios. (Cervera, 1907:53)

Otra cuestión importante, en la preparación de las fiestas era la construc-


ción de altares, danzas y pilares —tal como lo expresan las actas— para ser
utilizados por aquellos que tenían designadas determinadas funciones.
También se advierten evidencias respecto a otro componente importante en
las celebraciones como la música, encargada a los miembros de la iglesia.

5 Acuerdo capitular sobre la ornamentación pública durante la fiesta del Corpus. En Revista
de La biblioteca y Archivo General de la Provincia de Santa Fe.

46
Además de las grandes fiestas antes mencionadas, eran motivo de especial
celebración los días de San Marcelino y de San Roque, patronos menores
de la ciudad. El culto mariano tuvo una singular intensidad en la ciudad y
su jurisdicción: la virgen de la Merced o Nuestra Señora de las Mercedes, en
los primeros años de la ciudad se consideró protectora contra el flagelo de
la langosta; la presencia masiva de este insecto en algunas épocas del año
era recurrente y significaba la ruina de las cosechas y el hambre para los
vecinos. Nuestra Señora del Rosario fue popular en zonas rurales, y a partir
de mayo 1636, comenzó la devoción por la Virgen de los Milagros, luego de
que autoridades y vecinos atestiguaron ante escribano público un episodio
considerado milagroso.
También en el templo franciscano, a partir de 1642 comenzó a rendirse
culto a la Inmaculada Concepción por una imagen donada por Jerónima
Contreras, hija de Juan de Garay. Ya en el siglo XVIII, en tierras de Juan de
Setúbal —ubicadas junto a la laguna, al norte de la ciudad— Francisco Javier
de la Rosa en 1779 construyó una capilla para rendir culto a una imagen de
la Virgen mexicana de Guadalupe.
Otro de los rituales bien detallados en actas y cédulas reales es el paseo
del real estandarte. Las fuentes permiten afirmar que desde que se fundó
la ciudad, se cumplió con este ritual. Siempre encabezó las celebraciones,
ya que su presencia representaba la figura del monarca, al que había que
acatar y rendir el homenaje correspondiente. Respecto al estandarte, Manuel
Cervera señala que era

un pedazo de tafetán ó terciopelo encarnado, llevando á ambos lados las


armas reales, y las de la ciudad ó el Santo patrón, con flecaduras de seda,
borlas y cordón dorado y vara de plata: el alférez real con su custodia, sostenía
este estandarte y los festejos refluían en el personaje, que con sangre y vida
obligábase a defenderlo y guardarlo. (Cervera, 1907:59)

Además, el paseo del real estandarte, estaba sujeto a todo un estricto proto-
colo que era necesario cumplir en todas las celebraciones, como se establece
en el siguiente despacho del gobernador:

Sale el estandarte real en mano del alférez, sale toda la ciudad a caballo a
sacar a la justicia mayor de su casa y van con ella a la del alférez donde esta
el estandarte enarbolado, prefieriendo el lugar más preminente el alférez real
(…) llegado a la parroquia, al tiempo que se canta el evangelio, el alférez real
con el estandarte, que recibe del regidor más antiguo sube a la grada supe-
rior hasta que se acabe y le asisten a las borlas del estandarte dos regidores,
los más antiguos. Por costumbre desde la fundación de esta ciudad y para

47
que contra ella no se intenten nuevas costumbres, que siempre redunda en
discordia de partes.6

Sin embargo, en una de las actas puede leerse que el cura de San Jerónimo
accede a que el acompañamiento del real estandarte se haga a pie, «res-
pecto a la pobreza del vecindario, señalando que se adopten las provi-
dencias para que el año próximo los vecinos puedan hacerlo en la forma
correspondiente».7
En las actas de los años 1790, 1791 y 1792 queda registrado que el paseo del
real estandarte también se realizó a pie, por la pobreza del vecindario. En
varias de las mismas, se aclara que debido a este contexto «la ciudad carece
de la decencia necesaria para acompañar al Real Estandarte a caballo».8
Es importante relevar y tener en cuenta los motivos de esta situación,
que no es menor. Las actas capitulares entre los años 1787 y 1792 mencionan
recurrentemente la pobreza de la ciudad. Esto nos permite pensar algunos
indicios, ya que se evidencia la solicitud de merced de tierras, permiso para
solicitar limosna a Potosí para reedificar la iglesia, se reciben quejas de corre-
gidores de las poblaciones de San Francisco Javier y San Jerónimo, incluso,
se menciona que la ciudad se ha despoblado. La principal causa expresada
en las actas, parece ser la falta de comercio —vale recordar que en 1779 se
cerró el «puerto preciso»—, más la sequía que, sumado a lo anterior, gene-
raron desabastecimiento, y a esto se agregan los ataques de los «infieles»
del Chaco.9 Es para destacar, que a pesar de las dificultades económicas
que atravesaba la ciudad las celebraciones continuaron realizándose. Una
vez más, esta situación pone en evidencia la importancia de las fiestas en
la construcción y mantenimiento del orden.
Si bien hasta aquí fueron mencionadas algunas celebraciones, es necesario
aclarar que en algunos casos estas culminaban con otro tipo de festejos. Uno
de los más nombrados eran las corridas de toros, que se realizaban en la
llamada plaza principal, frente al cabildo (actual Plaza 25 de Mayo), escenario
de los demás actos. En dicha plaza, se levantaba el toril, que era un cercado
de carretas y barrera de troncos, construido a veces por vecinos, y en otras
ocasiones por pulperos, a quienes el cabildo supo exigírselo como una de
las obligaciones que debían prestar por la concesión de su casa de comercio.
Los toros, eran traídos de las estancias cercanas al río Salado y de la otra
banda del Paraná, como se denominaba al actual territorio de la provincia
de Entre Ríos, para ese cometido se encargaban las autoridades. Toreros,

6 Despacho del gobernador de Buenos Aires sobre el paseo y ceremonias del estandarte,
en Cédulas Reales y Provisiones, Cabildo de Santa Fe, AGPSF, tomo III. 1743–1774.
7 AC. AGPSF. T XV B, XV f. 412 a 415, 17/09/1789.
8 AC. AGPSF. T XVI A, XVI f. 164 v a f. 165 v, 26/09/1792.
9 Expresión utilizada en las actas para referirse a los indígenas que vivían al norte de Santa
Fe y no habían sido evangelizados. AC. AGPSF T XVI, XVI f. 166 y f. 167, 29/10/1792.

48
picadores y banderilleros trataban de ofrecer uno de los más logrados espec-
táculos, impuesto en la ciudad desde su fundación y como homenaje a su
patrono.
Otro de los entretenimientos era el llamado «juego de cañas». Originado
en España, y traído a América en los primeros momentos de su ocupación,
era un remedo de combate entre cristianos y moros. Su denominación se
debe a las largas cañas usadas, de 2 a 3 metros, que, a manera de lanzas,
servían para aparentar la embestida contra el rival.
En otro de los regocijos, el cabildo solía donar premios para ser adjudi-
cados en las carreras de sortija. Este juego de destreza consistía en que el
jinete lanzado a la carrera ensartarse con un pequeño palo la sortija que
pendía de un hilo en un armazón de madera. También, era el cabildo como
institución quien remataba el permiso para tener cancha de bochas y bolas.
Por último, como uno de los componentes importantes de los festejos,
podemos mencionar a la comedia; así se denominaba al teatro de la época,
cualquiera fuese su género. De acuerdo con la documentación existente en
el AGPSF, la representación más antigua en la ciudad data de 1664. Pero las
representaciones teatrales se siguieron dando durante toda la época colonial,
no solo por mano de las autoridades capitulares, sino también por inicia-
tiva privada, como en el caso de los jesuitas, que, «en ocasión de festejar a
San Ignacio de Loyola, hacían llevar a escena las obras más difundidas en
España» (Roverano, 1963:118).
En el caso de las comedias, podemos apreciar que había un determinado
orden para regular las acciones de las personas y evitar inconvenientes.
Como lo muestra el siguiente fragmento de una de las actas:

El Alcalde 2º, por sí y por Pedro Mihura, diputados para organizar las come-
dias, solicita que la representación no se lleve a cabo después de las corridas
de cañas y de toros, sino entre uno y otro regocijo, con motivo del riesgo o
inconvenientes que pueda haber por su demora.10

El teatro fue desde sus inicios —en plazas o lugares cerrados— una diversión
común para diferentes grupos sociales, aunque también socialmente dis-
tribuidos. Asimismo, fue un lugar desde el cual «los pensadores ilustrados
intentaron difundir los sentimientos, actitudes y valores de la ilustración,
un anticipo de lo que pretendían lograr en la realidad: nuevos principios de
ordenación y de exclusión» (Tornay, 1998:9).

10 AC. AGPSF. T: XIII f. 183 a 184, 18/11/1760.

49
¿Permitir o prohibir?

La documentación analizada posibilita reconstruir, en parte, la mirada de


los funcionarios locales hacia los sectores subalternos —denominados en
las fuentes: «plebe», «pobres», «indios», «naturales», «esclavos»— y su
accionar ante lo que consideraban transgresiones al orden. Por otro lado,
deja entrever las principales tensiones que se daban en el seno de la élite.
Para ilustrar estas ideas, se comparten una serie de testimonios relevados.
En algunos casos, las autoridades regularon las manifestaciones de ciertos
sectores sociales. En un fragmento de su libro, Leoncio Gianello, explica:

Penitentes varios, llorando a gritos recorrían la población; los esclavos e indios


elegantemente ataviados ejecutaban danzas y bailes delante del Santísimo.
Arrastrábase ante este el pintado dragón o la tarasca que representaba al
demonio humillado; con otras exposiciones de enanos, gigantones, cachi-
diablos, todo lo cual prohibieron las Reales Cédulas de 1771 y 1777. (Gianello,
1986:148)

A nivel local se puede apreciar, en ocasión de la celebración de San Jerónimo,


que «sobre las corridas de toros para festejar al Patrón se deja constancia
que se resolvió prohibirlos de noche».¹¹ Esta disposición, evidencia ser de
tipo restrictiva o regulatoria en uno de los festejos más populares que se
hacían en la ciudad. Mostrando, por un lado, un aspecto alegre del orden con
la fiesta, y tomando una medida de control por el otro, con la prohibición
de hacerla de noche.
En otro caso particular, se puede apreciar claramente la necesidad de
las autoridades por regular las diversiones, priorizando siempre las cele-
braciones, ya que en las actas se observa el reclamo de Juan Ventura Díaz,
quien manifiesta —en relación con la concesión de cancha de bochas— que,
«remató las canchas en $ 3 anuales con la obligación de no jugarse los días
feriados hasta acabada la misa mayor, y que ahora se ha prohibido durante
los sermones, con lo cual resulta perjudicado “por ser el rato de la tarde el
de mayor concurrencia».¹²
A esto hay que agregarle que el 17 de marzo de 1792, el obispado de Buenos
Aires, señaló reformas a las fiestas de Semana Santa y otras:

Las procesiones de Semana Santa se ordenaba, debían recojerse antes del


anochecer, prohibiendo tuvieran las hermandades en las puertas de los tem-
plos, cumplimientos entre sí, de recibos y despedida, que no hayan en las
procesiones niños de campanilla, que los trompeteros vayan con vestidos
que le cubran todo el cuerpo (…) que los que visten túnicas vayan sin adornos

11 AC. AGPSF. T XIV F 43 a f. 44, 25/09/1770


12 AC. AGPSF. Tomo XIV B, XIV f. 437v a f. 438v, 26/02/1777.

50
mujeriles que los ridiculizan (…) que no se permitan funciones nocturnas ni
los penitentes de diferente sexo, vayan a las iglesias aglomerados. (Cervera,
1907:62)

Es evidente que la regulación se profundiza y que las disposiciones en


general, buscaban preservar un orden que evite los excesos, el contacto entre
sexos diferentes y la exhibición del cuerpo. Otra cuestión a tener en cuenta,
ya mencionada anteriormente, es en relación con la fuerte impronta religiosa
de las celebraciones ya que, en los casos citados, todas las prohibiciones
estaban ligadas a preservar los rituales de las fiestas religiosas.
Además de considerar lo que se discutía en el cabildo vinculado a la
organización de las fiestas, se identifican indicios sobre quiénes ejecutaban
las decisiones o quiénes estaban facultados para hacerlo. Por ejemplo, en
ocasión de celebraciones por Semana Santa, se hace saber que «el Alguacil
Mayor, no necesita una orden especial del cabildo para celar y evitar escán-
dalos y alborotos públicos, como los del Jueves Santo, con motivo de haberse
arrastrado al Sr. Vicario a cometer y disipar personalmente a los penitentes
que seguían la procesión».¹³
Con relación a esto y al control social de algunos grupos, es muy interesante
analizar el siguiente fragmento de una de las actas capitulares:
El Alcalde 1º interino expone que con motivo de los cohetes voladores que en
festejo de los santos se han introducido, las casas pajizas de los pobres sufre
grave peligro. Señala que el 25, con motivo de la celebración del Rosario que
hacen los naturales, durante la mañana se incendió una casa pajiza inmediata
a la de José Aguiar, y en la del mulato Roque, esclavo de la Iglesia Matriz. El
cuerpo prohíbe el uso de cohetes voladores, bajo la pena de responsabilidad
del perjuicio que se causa y $ 50 de multa.14
Con estos testimonios resulta oportuno tener en cuenta algunas cuestiones,
en primer lugar, la denominación que utilizaban los miembros de la élite para
referirse a los otros. En segundo lugar, y al parecer, se asocia la celebración
de los naturales, con acciones que generan peligros. Con estas medidas: ¿los
miembros del cabildo buscaban «proteger» a la población, controlar las con-
ductas de un sector, o solamente reforzar su autoridad? En todos los casos es
evidente quienes detentaron el poder y sobre quiénes lo ejercieron.
Del relevamiento de las actas capitulares se puede apreciar cómo en el
seno del cabildo se dieron las principales discusiones para organizar las
fiestas y controlar las conductas de los otros, pero también se identifica-
ron conflictos entre los miembros del mismo, que llevaron a regular lo que
podríamos llamar las cuestiones de etiqueta, como por ejemplo, en este caso
referido a la vestimenta: «El Teniente de Gobernador presenta la carta que

13 Documentos Varios. AGPSF. Legajo 20 f 36 a 37 v, 23/05/1791.


14 AC. AGPSF. T XIV B, XIV f. 473v a f. 474v, 29/10/1777.

51
le cursó el Gobernador Francisco de Paula Bucareli y Urzúa (…) por la cual
autoriza a reemplazar el vestuario de golilla que hasta aquí se ha usado por
el de casaca negra».15
En este otro fragmento se visualiza la ubicación física dentro del cabildo,
estableciendo jerarquías entre las autoridades, «El Tesorero tendría en las
funciones públicas el asiento detrás de los Alcaldes y delante de los Regidores
y debería rendir cuenta anual de su administración».16
También se identifican tensiones en torno a cómo se los nombraba frente
al resto, en este tipo de sociedad el título honorifico era esencial. Por ejem-
plo, en un acta se expresa que ministros de la Real Hacienda se quejan por
haberlos degradado:

Se considera el oficio de los Ministros de Real Hacienda, del 31 de julio último,


diferido en el acuerdo anterior, por lo cual se quejan de que se les degrado
en dos partes en el acta de dicho acuerdo, negándose los privilegios y pre-
rrogativas de sus empleos. El Alcalde 1º expresa que para que el Cabildo
pueda conocer su defecto, es necesario que señalen el hecho. Estima que el
incidente se debe a que en la citada acta fueron mencionados sin exponerse
la condición de Señores, destacando que ello se hizo al dirigirse a ellos en
derechura. A su propuesta, en el cuerpo resuelve responderles que especifi-
quen el motivo de su instancia.17

Teniendo en cuenta los casos citados en los que se perciben conflictos de


etiqueta por la vestimenta o ubicación dentro del cabildo y, por la forma en
que se los nombra y registra en las actas, es necesario aclarar que no fueron
seleccionados e incorporados a este trabajo con el fin de mostrar una disputa
literal, sino para reforzar la idea de que estas cuestiones eran utilizadas para
reafirmar simbólicamente el rol de cada uno en la jerarquía social, defender
esa posición frente a los miembros del cabildo —primero— y al resto de la
sociedad. Para fortalecer esta idea, resulta importante recuperar lo que
plantea en su trabajo Pablo Ortemberg:

Etiqueta y ceremonial son mecanismos de representación y diferenciación


(…) a través de los cuales se lleva a cabo la competencia cortesana por las
oportunidades escalonadas de poder, prestigio y status. Estos actos simbóli-
cos reproducen de manera fetichista la jerarquía y el poder real, en un cons-
tante juego de reconocimiento escénico de la posición social del individuo.
(Ortemberg, 2006:23)

15 AC. AGPSF. T. XIV f 31 a f. 33, 27/11/1769.


16 AC. AGPSF. T. XIV f 7 a f. 10, 14/06/1769.
17 AC. AGPSF. T. XV B, XV f. 397 a 400 v, 03/08/1789.

52
Claramente se puede observar el rol del cabildo como institución que —
centrándose en lo simbólico— buscaba apaciguar tensiones y exteriorizar el
poder por medio de las fiestas, pero también regular y/o prohibir en función
de lo que los cabildantes consideraban el bienestar general, buscando en
todos los casos, consolidar el orden.

Hacia fines de siglo XVIII: ¿Nuevas celebraciones


o nuevas intenciones?

Para aproximarnos a algunas respuestas, es importante vincular las pro-


blemáticas locales con el contexto general de la época. Los historiadores
europeos tienen un amplio consenso con relación a la crisis del siglo XVII. Su
posible incidencia en Hispanoamérica dio lugar a diferentes interpretaciones;
algunos afirman que esa crisis se dio también en las colonias. Considero
oportuno recordar el planteo de Ruggero Romano, que en su libro Coyunturas
opuestas. La crisis del siglo XVII en Europa e Hispanoamérica pone en cuestión
la crisis en los territorios coloniales, y sostiene que el traslado de dicha crisis
no se dio en forma mecánica como propugnan determinados historiadores.
Romano propone una coyuntura inversa en torno a Europa, remarcando que
el debilitamiento de la Corona española provocó un relajamiento del control
sobre América. Y esto se tradujo en el fortalecimiento de la autonomía en
algunos poderes locales.
La situación comenzó a cambiar con la muerte de Carlos II en 1700, que
derivó en el conflicto por la sucesión, ya que no había herederos. Es por
esto que ocupó el trono, el nieto de Luis XIV, Felipe de Anjou —quien inició
la dinastía de los Borbones como Felipe V— y desató así, la guerra de suce-
sión (1700–1713).
Teniendo en cuenta estos cambios, es oportuno remarcar que, en el siglo
XVIII, los dominios coloniales van a ser atendidos con un nuevo enfoque.
En su trabajo, David Brading (1990) explica que la familia de los Borbones
—influenciada por el contexto ideológico de las ideas ilustradas de los inte-
lectuales franceses— se encontró en la necesidad de centralizar su poder
tanto en España como en sus colonias, frente al avance de los poderes loca-
les. Dicha centralización implicó un refuerzo de la autoridad del monarca y
sus colaboradores. Después de mediados de siglo XVIII, Carlos III junto a sus
ministros y consejeros intentó llevar a la práctica el programa de la ilustra-
ción. Lo que algunos denominan despotismo ilustrado en realidad fue una
variante de la monarquía, eficaz en relación con la centralización del poder
y de los medios que usó para concretarlo.
En este contexto, se diseñaron e introdujeron una serie de modificaciones
específicas para las colonias, tratando de aumentar su control, asegurar la

53
defensa y fomentar un crecimiento económico que genere un aumento de la
recaudación fiscal. Estas medidas son conocidas como reformas borbónicas y
su implementación tuvo efectos diferentes según las regiones. En particular,
resulta de interés para este trabajo atender a la cuestión política y simbólica
de la construcción del poder. Es necesario aclarar que todo grupo dominante
intenta convertir sus intereses particulares en intereses generales. Con la
dominación pretende unificar la sociedad, constituyendo un orden político
jerárquico y se legitima otorgando a este el carácter de un orden que opera
en el bienestar de todos.
Teniendo en cuenta esto, las reformas se relacionan con la consolidación
de un nuevo entramado de la configuración estatal. En este, tuvieron un
importante rol diferentes instrumentos de socialización que no son nuevos,
sino que se redefinieron en función de las nuevas ideas y objetivos de los
gobernantes. Debido a la fuerte impronta evangelizadora de la conquista y la
colonización del actual territorio santafesino, «las fiestas religiosas, fueron
una de las principales celebraciones en las que esta configuración estatal
se manifestaba» (Barriera y Tarragó, 2006:116). No fueron abandonadas las
tradicionales festividades religiosas, sino que fue reforzada la presencia del
monarca, consolidando también celebraciones ligadas específicamente con
el culto a la familia de los reyes y sus aciertos como gobernantes.
Por ejemplo, se puede apreciar en las actas que en Santa Fe ha quedado
testimonio de la muerte y asunción de reyes, el festejo por la rendición de
Colonia del Sacramento y por el nacimiento o fallecimiento de otros miem-
bros de la familia real. Para la asunción de Carlos III, en un acta se informa
que «se dispone hacerla en la plaza pública, con paseo del real estandarte.
Como regocijos se ordenan corridas de cañas, sortija, rúas, y días de toros y
3 de comedias. Todos los gastos serán costeados por la ciudad».18
Tal como se expresa, para la proclamación del nuevo rey se dispusieron
una serie de regocijos, que también se realizaban con motivo de la festividad
de San Jerónimo, patrono de la ciudad, celebrada cada 30 de septiembre.
Para recabar más detalles aún de la celebración, el teniente Vera Mujica
escribió en una crónica enviada al gobernador de Buenos Aires, Pedro de
Cevallos, lo siguiente:

Al festivo esplendor del banquete regalado se siguieron tres mui alegres días
de comedias (…) después de satisfacerse los gremios y familias que mere-
cían por su calidad las primeras atenciones sobró todas las noches copiosa
cantidad para saciar el apetito de todo el numeroso insaciable vulgo, que
concurría con tantas ganas de ver, como de gustar de tan dulce y regalada
fiesta. (…) a las comedias le siguieron cuatro días de corridas de toros (…) por
ser repetida todos los años, es la que menos novedad tiene, y menos excita
la curiosidad mas culta, aunque el vulgo siempre vive hambriento, y rara vez

18 AC. AGPSF: T XIII f. 174 a 175, 02/09/1760.

54
medio satisfecho de este recreo. (…) finalmente se terminó la Real función
con ya mayor grandeza, pompa y felicidad; dando todo el pueblo, en repetidas
vivas, y subidos clamores de aplauso y regocijo la ultima llamarada de sus
ardientes deseos de emplear y agotar en aclamaciones de nuestro amado
Monarca hasta la última respiración.19

La crónica refuerza la idea de la utilización de las celebraciones como forma


de exteriorizar el poder y reafirmar jerarquías dentro de la sociedad. Podemos
ver cómo algunas denominaciones que realiza Mujica, las vincula a deter-
minados rituales: las familias de calidad con las comedias y el vulgo con las
corridas de toros. También la jerarquización se aprecia en el banquete, ya
que en primer lugar se satisface a las familias que así lo merecen —según
el redactor.
Además de centralizar los festejos en torno a la figura del monarca, fue
importante celebrar los aciertos de la monarquía; que a su vez reforzaban la
dominación y las jerarquías sociales. Por ejemplo, en el siguiente fragmento
de un acta se puede apreciar que el objetivo fue hacer partícipe a la ciudad
de una de las hazañas de la monarquía, ya que se establece:

Por carta del 2 del corriente, el Gobernador participa la rendición de la Colonia


del Sacramento, y solicita al cuerpo, con la gente de distinción, concurra al
Tedeum que se deberá cantar en la Matriz. Ante este suceso, se resuelve hacer
oficiar una misa cantada solemne, con el Tedeum, en la Matriz, con la presencia
de todo el clero y demás principal vecindario, repique en todas las iglesias, y
3 noches de luminarias, que se iniciarán el 1º de diciembre.²0

Como se puede leer, la celebración se dirigió al principal vecindario y se


realizó en la matriz, principal institución religiosa de la ciudad. Con esto, se
puede decir que el marcado acento absolutista que los borbones ejercieron
en sus territorios no solo se evidencia en la reiterada exaltación individual
de las personas reales que nacían, fallecían o que ascendían al trono, sino
también en celebrar los aciertos de los gobernantes. Vale aclarar que esta
no era una práctica nueva en su totalidad, ya que eran celebraciones que
existieron desde que se fundó la ciudad. Pero con el nuevo espíritu que los
borbones le imprimieron a su administración —y más aún con el reinado de
Carlos III— se vieron reforzadas en su importancia.

19 Teniente Gobernador Vera Mujica al gobernador de Buenos Aires don Pedro de Cevallos,
Santa Fe (1760–1761), Archivo General de la Nación.
20 AC. AGPSF. T: XIII f. 247, 29/11/1762.

55
Consideraciones finales

Las fiestas pueden ser consideradas como ritos que involucran y vinculan
una serie de prácticas y una variada disposición de símbolos asociados a
las mismas, y en las que el ritual aparece como una forma de comunicación
orientado a la escenificación colectiva. Teniendo en cuenta lo analizado hasta
el momento, la bibliografía sobre las fiestas y celebraciones en la ciudad de
Santa Fe durante la segunda mitad del siglo XVIII, debe revisarse en función
de los nuevos aportes de la historiografía sobre la temática, con renovados
objetivos y enfoques, es necesario discutir y/o complejizar muchos de los
presupuestos generalizantes con nuevas miradas.
En la construcción del orden colonial, queda claro el rol del cabildo como
institución reguladora de las fiestas, ya que sus miembros se hacían cargo de
los preparativos, del aseo y de los elementos necesarios para concretarlas.
Algunos regocijos pasaban a ser secundarios o accesorios, pero necesarios
para regular el orden y/o evitar desorden. Las celebraciones fueron aprove-
chadas por los vecinos para reforzar la dominación a nivel local y exteriorizar
su poder.
Aunque se podría ampliar la lista de festejos, queda claro que el análisis
se centró en las festividades urbanas en las que el poder local se visibilizaba
en diferentes aspectos, por ejemplo vinculado a lo estético: construcción y
acondicionamiento del espacio festivo, aseo de la plaza y de los participan-
tes, lo político; cumplimiento de disposiciones reales y toma de decisiones
por parte de los vecinos, lo económico; formas de costear las fiestas, y lo
cultural; vinculado a reforzar la identidad local.
El interés apunta a señalar las relaciones entre la fiesta urbana y las formas
de expresión del poder político en la sociedad colonial. Desde el poder local
se miró a la fiesta con cierta desconfianza, porque la fiesta muchas veces
promovió el descontrol y de ello escapa el poder. De esto no hay dudas y es
por eso que los intentos de control estuvieron siempre presentes. Cuando
el «pueblo» o «la plebe» —como se decía en la época— se divertían no
siempre era predecible lo que podía ocurrir. Y se ha comprobado a través
de varios ejemplos en este trabajo de qué modo las autoridades se esfor-
zaron siempre por contener o regular la fiesta dentro de ciertos límites; los
resultados no siempre fueron los esperados, ya que la fiesta posibilitaba
una dinámica social que hacía muy problemático el control y la contención.
Pero al mismo tiempo, se puede apreciar cómo los que ejercieron el poder
fueron conscientes también de la funcionalidad de la fiesta.
Como lo demuestran las evidencias, la religión tuvo un rol central en todas
las celebraciones. Pero no se constituyó como componente exclusivo, menos
aún a partir de las reformas borbónicas, como se propone en esta investi-
gación. De diversas maneras y con diferentes intenciones estas festividades
lograron, con los recursos e instrumentos de la época, múltiples efectos en

56
la sociedad santafesina que contribuyeron a enseñar, divertir y controlar a
los grupos que la conformaban.
Se puede apreciar que se construyó un espacio destinado a la fiesta, suje-
tos que participaban con determinados roles, un tiempo establecido y una
serie de acciones ritualizadas asociadas a la celebración. En cada caso —y
dependiendo de las posibilidades del momento— la fiesta se presentó más o
menos asombrosa y contó con los instrumentos desarrollados en este trabajo.
¿Qué reflexiones se pueden realizar sobre las fiestas que se acostumbraban
a hacer en Santa Fe en la segunda mitad del siglo XVIII? Si bien algunas
estaban ligadas a lo que establecía el calendario ritual cristiano, podemos
afirmar que van mucho más allá y muestran de qué modo se expresó en estas
celebraciones un complejo entramado del orden. En este caso regulando los
conflictos y asegurando —a través de la construcción de representaciones—
el orden social establecido.
Luego de lo expuesto a lo largo del trabajo, se puede considerar que en
cierta medida las celebraciones que organizaban los miembros del cabildo
fueron utilizadas para poner de manifiesto el lado alegre y compasivo del
orden, atenuando —mientras podían— la preocupación por el control de
la jerarquía social, los problemas de etiqueta y el propósito central de su
política: mantener ese orden y defender el bienestar general.

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58
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Santa Fe.
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Crónica de Vera Mujica (1760–1761) al Gobernador de Buenos Aires, Pedro de Cevallos,
que se encuentra en el Archivo General de la Nación.
Despacho del Gobernador de Buenos Aires sobre el paseo y ceremonias del
Estandarte, en Cédulas Reales y Provisiones, cabildo de Santa Fe, AGPSF,
tomo III 1743–1774.

59
Vínculos familiares, económicos
3 y políticos en el entramado
de relaciones en el Santa Fe
tardocolonial. Caso Quiroga–Úmerez
Silvina Vecari

Introducción

En la segunda mitad del siglo XVIII, individuos peninsulares recién llegados


buscaron integrarse a la sociedad santafesina. El presente capítulo procura
ahondar en las estrategias que posibilitaron la conformación de un grupo
familiar —Quiroga–Úmerez—, en el contexto de los cambios operados en el
espacio rioplatense.¹ En particular, el accionar de Gabriel de Quiroga, como
de familiares consanguíneos y políticos, a fin de reconstruir el espacio eco-
nómico en el que actuaron, el que abarcó vínculos que se extendieron hasta
Chile, el Alto Perú, Asunción del Paraguay y Buenos Aires. Al mismo tiempo,
que se propone indagar la participación del grupo en espacios de poder local.
En la sociedad colonial, los grupos son conjuntos estructurados de indi-
viduos que poseen una capacidad relacional que se despliega en múltiples
dimensiones y le permiten constituirse como un colectivo. Las redes de
relación estructuran a esta sociedad, uniendo y separando, según el vínculo,
a personas diferentes o similares. Dichos nexos o lazos pueden diferenciarse
en niveles: primarios o íntimos, cuando se apoyan en relaciones familiares o
de parentesco; vínculos entre pares, cuando se establecen entre individuos
que desempeñan roles desde status semejantes; vínculos verticales, cuando
implican relaciones asimétricas entre actores de diferentes status (Costa,
2002). Para comprender las estrategias individuales en distintos contextos,
es necesario tener en cuenta la pluralidad de pertenencias y el campo en
que se sitúa la acción.
En cuanto al análisis de los vínculos en sociedades de Antiguo Régimen,
Darío Barriera y Griselda Tarragó plantean considerar la «posibilidad» en la
construcción de los mismos, desde la perspectiva de los sujetos. Señalan:

Introducir la posibilidad como variable en escala temporal (y espacial) implica


hacerse cargo de que los vínculos cambian. En este cambio, la posibilidad
puede verse modificada por el cambio de los vínculos, pero, y esto es lo inte-
resante, pudo haber jugado un rol decisivo en el proceso que llevó a dicho
cambio. (Barriera y Tarragó, 2000:3)

1 Una primera versión de este trabajo se presentó junto a la Prof. Inés Scarafía en el IV
Congreso Regional de Historia e Historiografía, FHUC–UNL, 2011.

61
En la historiografía de América colonial, una de las líneas que ha tenido
auge en la investigación es la que se ocupa de las élites o de su interac-
ción, en términos de familia, parentesco, matrimonio y nexos económicos,
observada en un número restringido de individuos. Respecto a la noción de
élite, utilizada tanto por sociólogos como por historiadores desde diferentes
marcos de análisis, la principal idea que surge es la de un grupo minoritario
que se considera a sí mismo como superior dentro de determinados rangos
(ocupación, propiedad, puestos de gobierno, etc.).
No obstante, Maravall (1979) aporta que, para convertirse en una élite de
poder, debe reunir ciertos caracteres, tales como: ser un grupo minoritario,
no formalizado, sin carácter institucional y sin aparato organizado; actuar en
forma duradera y recurrente; proyectar su acción sobre una amplia gama de
aspectos de la vida social; expresar un sentimiento de superioridad social,
política y hasta moral, que le dé cohesión; tener un cierto grado de reco-
nocimiento público; participar de un sistema creencial, es decir, normas y
modos de comportamiento, formas de vida y valores compartidos entre sus
miembros Algunos factores posibilitan establecer diferencias en el seno de
la misma, como el tiempo de permanencia en la colonia, el origen social en
la península, los recursos materiales a su arribo, los vínculos de paisanaje
y los generados en territorio americano, tanto a nivel local como regional.
Para llevar a cabo este trabajo de investigación se ha consultado docu-
mentos del Archivo de Indias, registros parroquiales del Archivo Histórico
del Arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz, libros de contaduría y actas
capitulares del Archivo Histórico de la Provincia de Santa Fe, escrituras
públicas y expedientes civiles del Departamento de Estudios Etnográficos y
Coloniales de Santa Fe.

Santa Fe tardocolonial

Para el período colonial es imposible aislar las ciudades de su campaña, dado


que las primeras, como centros comerciales y políticos, eran los lugares de
residencia de los propietarios rurales y de los comerciantes que controlaban
el gobierno local, llevando a cabo medidas a través de su participación en el
cabildo, que beneficiaban la economía de la región y sus propios intereses.
En consecuencia, no existía una diferencia nítida entre el espacio urbano y
el mundo rural.
Sin embargo, entre los individuos que habitaban la ciudad, se fue confor-
mando «una sociedad urbana, con sus normas, relaciones sociales, identi-
dad. Sociedad que va construyendo su propia cultura, el sistema de valores,
actitudes y comportamientos que se resume con la denominación de cultura
urbana» (Areces, 2000:148). En la sociedad urbana se diferenciaban los veci-
nos de los llamados estantes o pasantes. El ser vecino significaba tener acceso

62
a la propiedad de la tierra, una «casa poblada», cargos en el cabildo, poseer
armas, integrar el grupo de la «gente decente», entre otras prerrogativas. En
cambio, los estantes o pasantes eran los sujetos que llegaban por negocios
o para ejercer un cargo público, entre otros motivos.
Los «vecinos» constituían el grupo social que monopolizaba el poder a
través de la ocupación de cargos públicos, el desarrollo de actividades eco-
nómicas, el control de la mano de obra y el ejercicio de expresiones simbó-
licas de dicho poder. Este último aspecto se reflejaba en la pertenencia a un
linaje y las vinculaciones con la iglesia, en cuanto a donaciones, fundación
de capellanías, ceremonias religiosas como matrimonios, bautismos, honras
fúnebres. Podríamos considerar que se trataría, como señala Jorge Gelman
(1985), de una «élite polivalente».
En el caso específico de Santa Fe, la ciudad se encontraba en un hinterland más
amplio que conectaba a este centro y su área de influencia con distritos lejanos
como el Paraguay, el Alto Perú y Chile.² Carlos Assadourian ubica el comienzo de
la cría de mulares en Santa Fe en las primeras décadas del siglo XVII.
La posición estratégica de Santa Fe posibilitó su estrecha relación con
los espacios altoperuano y chileno. La obtención por parte de Santa Fe del
«privilegio de puerto preciso» permitió la prosperidad de la ciudad, dados
los recursos percibidos y las múltiples actividades que se generaron en
torno al comercio, a la vez que se acrecentó la vinculación con áreas ricas
en metálico.³ En la Breve relación geográfica y política de la governación del
Río de la Plata se describieron algunas producciones que se comercializaban
y regiones con las cuales se vinculaba Santa Fe a mediados del siglo XVIII:

El comercio de las cosas de aquí salen para otras partes es, algunas vacas,
buen numero de mulas y cavallos, algo de cochinilla, y raíces coloradas, algo
de pege reyes, y cueros de toro para España, y pieles de tigre para aca, y
para España. No es cosa de mucha consideración. Mayor comercio es el de
los generos que vienen del Paraguay, que son ‘yerva del Paraguay, azúcar, y
tabaco en oja’, que descargan aquí como en puerto preciso por Real Orden.
De estos mucha parte pasa a Buenos Ayres; lo restante compran los vecinos
y lo internan hasta Chile, y Peru; y de allí vuelven con otros generos propios
de aquellos payses. Vienen también a esta ciudad varios forasteros al mismo
comercio. (Maeder, 1976:158)4

2 Este tema ha sido tratado por: Assadourian, Carlos (1983); Garavaglia, Juan Carlos (1983);
Tarragó, Griselda (1995–1996), entre otros.
3 El «privilegio de puerto preciso» fue la obligación de desembarco forzado y pago de
impuestos a los productos provenientes de Paraguay y Corrientes, que se inició en las
primeras décadas del siglo XVIII (en 1739 fue aprobado por la Audiencia de Charcas y
ratificado por la Real Cédula de 1743), hasta que suprimió hacia 1780.
4 Ernesto Maeder señala que no se conoce el autor de dicho documento. A partir de cierta
información estima que fue escrito hacia 1760 y formó parte de una descripción en con-
junto del virreinato del Perú.

63
El beneficio de «puerto preciso» favoreció especialmente a los sectores
relacionados con distantes regiones, de allí que crecieran la importancia
económica y el prestigio social de los comerciantes. Quien escribiera el
informe antes citado, los diferenciaba de aquellos vecinos dedicados a la
venta de sus producciones agropecuarias:

Algunos vecinos hay, que con sola la venta de sus ganados y granos lo pasan
con toda decencia: pero los mas acomodados son los que tienen estas hacien-
das, y justamente comercian del modo dicho, y de estos son los mas. Hay
algunos, que tienen quarenta mil pesos de caudal. La ciudad no se puede
decir que es rica, pero tampoco es pobre. (Maeder, 1976:158)

La ciudad y su zona de influencia se vieron afectadas por decisiones de


la monarquía borbónica, que tendió a cercenar la jurisdicción de Santa Fe
sobre territorios ocupados en la banda oriental del Río Paraná, y suprimió
el «privilegio de puerto preciso» hacia 1780, ante las presiones ejercidas por
comerciantes de Asunción y Buenos Aires. Al mismo tiempo que la comerciali-
zación de yerba paraguaya hacia el Alto Perú y Chile se redujo drásticamente
—al ser controlada por Buenos Aires—, la producción ganadera se mantuvo.
Las estancias de ganado vacuno crecieron, dado el mayor interés de Buenos
Aires por los cueros. La cría de mulares, orientada al Alto Perú, siguió en pie
hasta la gran crisis del tráfico mular, durante los años que siguieron a los
levantamientos tupamaristas de la década de 1780.

El arribo de don Gabriel de Quiroga a Santa Fe

En este contexto se procurarán analizar las estrategias de un recién llegado


a la ciudad, quien logró al cabo de un tiempo vincularse estrechamente
con sujetos de la élite santafesina, y ser reconocido como «vecino y del
comercio». Como expresa Paula Costa, los distintos grados de integración de
un individuo son expresiones de estrategias desarrolladas por los actores,
entendidas como «el conjunto de acciones, relaciones y recursos que un
individuo efectivamente moviliza y concreta dentro de un abanico de opor-
tunidades alternativas» (Costa, 2002:31). Gabriel de Quiroga era originario de
la Villa de Manufe, en el reino de Galicia, hijo de don Domingo de Quiroga y
de doña Dominga Lorenza, su «legítima mujer». Tres años antes de viajar a
las colonias se trasladó a Madrid, donde trabajó como asistente en la casa
de don José Ruiz Cano, y luego a Cádiz, cuando a dicho don José le otorgaron
el cargo de Cabo del barco de la Real Aduana.
El presidente del tribunal de la real casa de contratación autorizó el tras-
lado del gobernador teniente general Rafael de la Moneda a la Provincia del

64
Paraguay, con sus dos criados —Francisco Martínez de Rosas, de 32 años, y
Gabriel de Quiroga, de 24 años—. En el año 1740 partieron rumbo al puerto
de Buenos Aires en la fragata de aviso del consulado «Nuestra Señora de
la Consolación».5
En suma, de los aportes documentales se desprende que Gabriel de Quiroga
habría nacido en una pequeña villa de Galicia, realizando un itinerario que,
pasando por Madrid, le permitiría arribar a Cádiz. Como señala uno de los
testigos:

Dn Gabriel abra tiempo de tres años acorta diferencia que hallandose sol-
tero salio de la referida su patria para la Villa y Corte de Madrid donde se a
mantenido en el mismo estado en las casas de Dn Joseph Ruiz, asta que abra
pocos díaz que aviéndole dado a este el empleo de Cabo del varco de la Real
Aduana de esta ciudad se bino a ella en su compañía en animo de hazer viaje
a los reinos de Indias.6

Los datos obtenidos no permiten conocer la forma en que habría eludido sus
compromisos con don Rafael de la Moneda y el arribo a Santa Fe. En 1746,
Gabriel de Quiroga aparece registrado en calidad de «mercader residente»,
en la información matrimonial que brindó Bartolomé Monterroso, residente
en Santa Fe y natural del Reino de Galicia.7 Año en que contrajo matrimonio
con doña María Tomasa de Úmerez, hija legítima del capitán don Lázaro de
Úmerez y de doña Rosa de Rivarola.8 Según lo recabado, el grupo familiar
que conformaron Gabriel de Quiroga y María Tomasa de Úmerez estuvo
constituido por ocho hijos registrados.
En cuanto al suegro de don Gabriel, Lázaro de Úmerez, era natural de la
Villa de Oñate, en la provincia de Guipúzcoa.9 En Santa Fe, en 1717, Lázaro
contrajo matrimonio con doña Rosa de Rivarola, unión de la cual nacieron
Francisco Javier, María Tomasa y José Ignacio de Úmerez.10 Participó en la
junta inicial que decidió la expedición al Valle Calchaquí, es decir, la campaña
contra los indígenas de la región chaqueña, en la que intervino en 1728. De su

5 Al solicitar autorización para viajar a las Indias, se presentaron testigos que afirmaron
conocer a Gabriel de niño y a sus padres, procedentes de Galicia (el progenitor ya difunto),
y señalaron que el joven se encontraba soltero. Archivo General de Indias (en adelante
AGI), Contratación, 5484, N. 1, R. 21.
6 Testimonio de Alberto de la Rua. AGI, Contratación, 5484, N. 1, R. 21, f. 39.
7 Archivo Histórico del Arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz (en adelante AHASFVC),
Iglesia Matriz, Información matrimonial 1737–1749, f. 86 r, 15/01/1746.
8 AHASFVC, Iglesia Matriz, Libro de matrimonios 1735–1764, f. 18 r, 17/04/1746.
9 Su padre fue Lázaro de Úmerez Anduaga, Señor de la Casa de Úmerez en Oñate. Sus ante-
cesores familiares se pueden rastrear en España desde mediados del siglo XV. Cechini
De Dallo, Ana M. y AA. VV., (1993).
10 Respecto a los hijos varones, Crespo Naón señala que Francisco José se radicó en Oruro
y José Ignacio se ordenó como sacerdote jesuita. Crespo Naón en Saguier (2008).

65
testamentaría surge que fue un comerciante dedicado a la venta de efectos
de Castilla —adquiridos en Buenos Aires—, yerba mate y tabaco —proceden-
tes del Paraguay—, productos que se dirigían principalmente al Alto Perú.¹¹
Respecto a la familia de Rosa de Rivarola, de las actas capitulares se infiere
que Jerónimo de Rivarola fue el primer integrante que arribó a la ciudad.
Nacido en Barcelona, prestó servicios en la armada española desde 1620,
actuando como escribano, capitán y maestre de diferentes naves. Hacia
mediados del siglo XVII llegó a «Santa Fe la Vieja» e integró una comisión
encargada del traslado de la ciudad; obtuvo el título de regidor propietario,
extendido en la Villa Imperial del Potosí el 27 de julio de 1650.¹²
Uno de sus hijos, el capitán Joseph de Rivarola Montiel —padre de la
citada doña Rosa—, se desempeñó en la ciudad como sargento mayor de
milicias y alcalde ordinario, siendo luego nombrado teniente de gobernador
de Corrientes, durante los años 1708–1712. En palabras del sargento mayor
retirado Joseph Zavala y Godoy, la familia Rivarola ha sido de la «primera
distinción y nobleza de esta ciudad».¹³

Estrategias de un «vecino y del comercio» de Santa Fe

La vinculación de Gabriel de Quiroga con la familia Úmerez–Rivarola le permi-


tió actuar en los circuitos comerciales en los que había intervenido su difunto
suegro, fallecido en el año 1731. Los lazos de parentesco, tanto consanguí-
neos como políticos, no solo significaban vínculos afectivos, sino también
la posibilidad de ampliar contactos, a la vez que prolongar el ejercicio de
determinadas actividades.
Don Gabriel realizó operaciones con sujetos de diferentes jurisdiccio-
nes, consolidando una posición en el comercio interregional. Participó en
el comercio de la yerba mate, con destino a Buenos Aires y a Santiago de
Chile. Su hijo Joseph Ramón, residente en Asunción, se constituyó en uno
de sus apoderados en las negociaciones referentes a la compra de yerba y
otros productos paraguayos, y a la venta de mulas y «géneros y efectos de
Castilla». Respecto al comercio con Chile, su hijo Juan Bautista, residente en
Santiago, intervino como intermediario en los asuntos comerciales, así en la

11 Testamentaría de Lázaro de Úmerez, Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales


(en adelante DEEC), Expedientes Civiles (EC), Tomo 23, f. 670–736, 1732.
12 En 1573 se fundó la ciudad de Santa Fe a orillas del río Quiloazas, actualmente San Javier.
Entre los años 1649–1660, los vecinos llevaron a cabo el traslado de la misma hacia el sur,
entre el río Salado y la laguna Grande de los Saladillos, denominada en nuestros días
laguna Setúbal. La participación de Jerónimo de Rivarola surge de las actas capitulares de
los días cinco de octubre de 1650 y doce de abril de 1651. Archivo Histórico de la Provincia
de Santa Fe (en adelante AHPSF), Actas Capitulares (AC), Tomo III A.
13 Don Joseph Zavala y Godoy fue testigo de la probanza de nobleza y méritos solicitada
por Juan Bautista de Quiroga, hijo del citado Gabriel. DEEC, EC, Tomo 47, f. 126 r, 1798.

66
certificación de disposición testamentaria de don Gabriel se dejó constancia
que ya había recibido la consignación de don Diego Armida de novecientos
setenta y dos tercios de yerba de palos para su venta.14
Por otro lado, Gabriel de Quiroga actuó en el circuito con Potosí, ya que
enviaba mulas a invernar a los potreros de Tucumán y Salta para ser vendidas
en las «provincias de arriba». En los años en que se produjo la expulsión
de la Compañía de Jesús, debió emprender un reclamo frente al embargo
que llevó a cabo el gobernador y capitán de la provincia del Tucumán, don
Manuel Campero, de cuatrocientas cuarenta y siete mulas que invernaban
en el potrero llamado de Tapia, «sin que hasta el presente hayan podido
conseguir el cobro de ellas ni de su valor, no obstante que no tenían conexión,
ni dependencia alguna con las Temporalidades secuestradas».15
Al fallecer, se mencionó en la certificación testamentaria que «en poder y
al cargo de don Cayetano Vinegra, vecino de Salta, se encuentran mil sete-
cientos cincuenta y ocho mulas que remitió para su venta».16 En relación
con este comercio, surge del testamento de María Tomasa, viuda de Gabriel
de Quiroga, que poseían tierras de estancia dedicadas a su cría.17
En cuanto a los intercambios con Buenos Aires, realizó operaciones con
distintos comerciantes vecinos y residentes, como con Domingo Basavilbaso,
a quien representó como apoderado entre los años 1758 y 1771, o con Manuel
Martínez de Ochagavia, a quien le otorgó un poder para la adquisición de
«géneros y efectos de Castilla» en el año 1765, a fin que

me empeñe hasta en la cantidad de ocho mil pesos, en cualesquiera casas de


rexistro o ombres almazeneros, sacandolos en efectos de Castilla a los precios
mas comodos que su inteligencia pudiere facilitar (...) obligándome a hacer
su paga en la especie, parte o lugar y a los plazos que tuviere a bien ajustar.18

En tales transacciones, este comerciante santafesino recurría en forma fre-


cuente al crédito, ya sea en condición de deudor como acreedor. A modo de
ejemplo, en la escritura de obligación firmada por don Joaquín Navarro, a
favor de don Gabriel, el primero se obliga a pagar dos mil novecientos cuatro
pesos y seis y medio reales, procedentes de mil trece mulas, veinticinco reses
y trescientos veintiséis pesos y seis y medio reales en «géneros y efectos de
Castilla», que «me ha dado de su tienda».19
En la certificación testamentaria se señaló que debía a las principales órde-
nes religiosas de la ciudad, vale decir, que su vivienda estaba: «hipotecada

14 DEEC, Escrituras Públicas (en adelante EP), Tomo XVII, f. 381, 15/03/1772.
15 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 367, 09/01/1772.
16 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 381, 15/03/1772.
17 DEEC, EP, Tomo XVIII, f. 511, 16/04/1784.
18 DEEC, EP, Tomo XVI, f. 396, 12/11/1765.
19 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 44, 27/02/1770.

67
a mil doscientos pesos de censo del Convento de Sto. Domingo, setecientos
del Convento de San Francisco, y quinientos del de las Mercedes, los cuales
era su voluntad, se redimiesen luego que sean pagadas todas sus deudas».²0
Gabriel de Quiroga realizaba estas operaciones en su nombre, a través
de intermediarios y como apoderado de otros individuos. Un ejemplo de su
accionar como intermediario, lo constituye la escritura de obligación por la
que se compromete a pagar a don Pablo Cavañay:

Vecino y de comercio de Paraguay, la suma de (...) dos mil cuatrocientos pesos


de plata acuñada moneda corriente de a ocho reales cada un peso (...), que (...)
provienen de una partida de yerba que de cuenta del dicho acreedor vendí.²¹

Su inserción en el ámbito social santafesino no se circunscribió a sus activida-


des económicas, sino que se vio reflejada en su participación en instituciones
vinculadas a la iglesia y al poder local. Tal es el caso del nombramiento como
«mayordomo del santo patrón San Jerónimo», en el año 1749. El cabildo le
otorgó la organización de las fiestas de la víspera y el día:

A costa de su propio peculio (...), debido a que Don Gabriel había solicitado
encargarse de por vida de las mismas, en atención «(...) a la cordial devoción
que tiene con su esposa y familia (...)» por dicho patrono, y ante lo cual se lo
relevó de cumplir funciones de guerra.²²

A su vez, ejerció el cargo de «Tesorero colector de la Bula de la Santa


Cruzada».²³ En el contexto de la reorganización administrativa que empren-
dieron los Borbones, el nombramiento de Gabriel de Quiroga se llevó a cabo
tras votación en una sesión del cabildo de fecha del 26 de febrero de 1752,
luego de recibir los capitulares las instrucciones reales que reglamentaban
la cobranza de esta obligación.²4 La función de recaudador fue desempeñada
hasta su fallecimiento en el año 1772. En el ámbito del poder político local
también fue electo «Alcalde de Segundo Voto y Juez de menores» en 1760;
no se registran otros cargos capitulares.²5

20 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 380, 15/03/1772.


21 DEEC, EP, Tomo XVI, f. 671, 03/11/1768.
22 AHPSF, AC, Tomo XII A, XII f. 80/1, 20/10/1749.
23 Este gravamen eclesiástico se convirtió en un impuesto secular que el Sumo Pontífice
otorgó a la corona en 1750. Bárbara Aramendi (2009) señala que se destinaría, por ejem-
plo, a la conservación de los presidios y plazas y al aumento de las misiones. La bula se
dividía en: de vivos, de difuntos, de lacticinios y de composición para su venta. Podían
adquirirse en su totalidad o en partes; el fiel entregaba la limosna correspondiente y
recibía un documento impreso que llevaba el nombre y apellido del que lo adquiría.
24 AHPSF, AC, Tomo XII A, XII f. 171/2, 26/02/1752.
25 AHPSF, AC, Tomo XIII A, XIII f. 151/2 r, 01/01/1760.

68
Consolidación del grupo familiar Quiroga-Úmerez

De la disposición testamentaria de don Gabriel y del testamento de doña


María Tomasa, surge que los hijos varones estaban radicados fuera de la
ciudad de Santa Fe: José Ramón en Asunción, donde contrajo matrimonio con
Mariana Caballero, Juan Bautista en Chile, desposándose con María Antonia
Darrigrande Marín, y, José Gabriel en Córdoba, casado con María Josefa Olmos
de Aguilera. Desconocemos los motivos del traslado, pero tanto José Ramón
como Juan Bautista aparecen vinculados a las actividades comerciales de
su padre. En el caso de Juan Bautista, cuando en 1798 solicitó —a través de
su apoderado y cuñado Salvador Ignacio de Amenábar— una probanza de
méritos, estaba desempeñándose como administrador de aduanas y de la
real renta de correos e interinamente de la de tabaco y azogue, en la ciudad
de Coquimbo de la provincia de Chile.²6
Con respecto a las hijas mujeres, hacia 1784, fecha del testamento de
María Tomasa de Úmerez, solo figuraban casadas dos: María Bonifacia con
don Salvador Ignacio de Amenábar —natural de la Villa de Elgoibar, provin-
cia de Guipúzcoa, quien había arribado a la ciudad en 1763—, y María Lucía
con don Fernando Aguirre —natural de la Villa de Arrigorriaga, Vizcaya—.²7
Documentación posterior señala que Josefa Petrona contrajo matrimonio con
don José Teodoro Quintana. En cuanto a la situación de las restantes hijas,
María Josefa y Ana Jacoba, no ha sido posible hallar información acerca de
las mismas.

26 DEEC, EC, Tomo 47, f. 124, 1798.


27 DEEC, EP, Tomo XVIII, f. 511, 16/04/1784.

69
FiGura 1. cuadro GenealóGico del GruPo Familiar QuiroGa–úmerez, reconStruido a Partir de
la inFormación Que brindan laS diFerenteS FuenteS conSultadaS.

Al fallecer don Gabriel, María Tomasa de Úmerez, Salvador Ignacio de


Amenábar y Juan Francisco de Larrechea fueron nombrados albaceas tes-
tamentarios. En las escrituras públicas se observan registros en los cuales
su viuda nombró a vecinos de Buenos Aires y Asunción como apoderados
para representar los intereses familiares en esas ciudades, a la vez que
firmó escrituras de obligación otorgando mayor plazo de pago a deudores
del fallecido don Gabriel.

70
Salvador Ignacio de Amenábar y Fernando Aguirre, yernos de don Gabriel, se
dedicaron a las actividades comerciales. Don Salvador fue quien quedó encar-
gado en Santa Fe de las operaciones mercantiles de la familia. Propietario de
tienda, se dedicaba al comercio de yerba y «géneros y efectos de Castilla».
Incorporó el circuito al noroeste con el envío de mulas y el comercio de
«cueros al pelo» con destino a Buenos Aires. Además, luego de perecer su
suegro, fue electo «Tesorero Colector de Bulas», cargo que se mantuvo en
el seno familiar. Amenábar participó activamente en el cabildo a partir de
1771, e integró la Junta de Temporalidades.
Salvador Ignacio de Amenábar y Fernando Aguirre, tras el fallecimiento de
su esposa María Lucía Quiroga, continuaron realizando operaciones comer-
ciales. Así, se observa que, en 1787, Amenábar presentó una guía de la Aduana
de Buenos Aires referente a diversos efectos (géneros, sombreros, cubiertos,
papel, entre otros) con destino a Corrientes, para que los recibiera Fernando
Aguirre en consignación, un total de mil ciento ochenta pesos y tres reales,
más el aumento del dos por ciento.²8
Es necesario considerar, además, otro tipo de relaciones: las que se pro-
ducen entre pares —amigos, comerciantes, funcionarios—. El caso más repre-
sentativo lo constituye la estrecha y prolongada amistad entre Gabriel de
Quiroga y su compañero de viaje, Francisco Martínez de Rosas. Se puede
observar su presencia, tanto en transacciones comerciales, como en calidad
de testigo en escrituras públicas que refieren a ventas, poderes especiales,
obligaciones... contraídas por don Gabriel. Este vínculo se manifestó también
cuando Quiroga asumió como «Tesorero Colector de Bulas» y presentó como
uno de sus fiadores al mencionado don Francisco, accionar que se reiteró
cuando Salvador Ignacio de Amenábar pasó a desempeñarse en el mismo
cargo tras la muerte de su suegro.
Un caso similar pareciera ser el vínculo que estableció don Gabriel con don
Juan Francisco de Larrechea —natural de la Villa de Aranaz, reino de Navarra—,
quien arribó a Santa Fe hacia mediados del siglo XVIII. De la documentación
surge que «cuando vivía Gabriel de Quiroga le sirvió de cajero, interesado en
el tercio de las ganancias».²9 Además, en la mencionada probanza de méritos,
solicitada por Juan Bautista de Quiroga, uno de los principales testigos fue
el «juez de comercio», don Juan Francisco, quien manifestó conocer a don
Gabriel, electo alcalde ordinario de segundo voto en 1760 y tesorero de Bulas
de la Santa Cruzada, entre 1752 y 1772, «habiendo ejercido y desempeñado
estos empleos con mucho lustre y esplendor».30

28 AHPSF, Libros de Contaduría, Tomo 10, Legajo 5, Toma de razón de guías entre años
1786/1792.
29 DEEC, EP, Tomo XVIII, f. 511, 16/04/1784.
30 DEEC, EC, T. 47, f. 124, 1798.

71
A fines del siglo XVIII, el grupo familiar Quiroga–Úmerez logró consolidar
la posición de sus integrantes en la sociedad santafesina, a la vez que vin-
cular estrechamente Santa Fe con Córdoba, Asunción y Santiago de Chile,
tras asentarse los hijos de Quiroga y preservar los intereses familiares en
esas regiones.

Reflexiones finales

Dado el propósito de ahondar en las estrategias de un recién llegado a Santa


Fe a mediados del siglo XVIII, se ha procurado reconstruir el tejido familiar
Quiroga– Úmerez, en el intento por rastrear sus orígenes y las estrategias
que hicieron posible que el grupo familiar seleccionado se hubiera afianzado
económica, social e incluso políticamente.
Un dato que merece ser observado es que, entre las familias analizadas
hay una notoria llegada de peninsulares, entre los cuales se encuentran el
propio Gabriel de Quiroga y su suegro —don Lázaro de Úmerez—, y poste-
riormente, dos de los hijos políticos de don Gabriel —Salvador Ignacio de
Amenábar y Francisco de Aguirre—, ambos entre el grupo de vascos arribados
a Santa Fe durante el siglo XVIII. La partida de Quiroga desde Cádiz hacia el
Río de la Plata se habría producido hacia 1740. Ignoramos los motivos y las
estrategias empleadas por él y su compañero de viaje, Francisco Martínez
de Rosas, para eludir sus obligaciones.
El casamiento de Gabriel con María Tomasa de Úmerez podría ser conside-
rado una acertada estrategia para un recién llegado. Dado que los hermanos
de María Tomasa no continuaron con las actividades mercantiles de su padre
en la ciudad de Santa Fe —uno se radicó en Oruro y el otro se convirtió en
sacerdote jesuita—, es probable que Gabriel de Quiroga haya recibido de su
familia política los primeros apoyos para iniciarse en el comercio.
Sus actividades mercantiles lo vincularon con un amplio espacio, que desde
Santa Fe se extendió hasta Asunción, Buenos Aires, el Alto Perú y Chile. Los
productos comercializados incluían desde «géneros de Castilla» —obtenidos
en Buenos Aires, a través de apoderados y operaciones a crédito— hasta
yerba mate de Asunción y mulas criadas en la región. Este último rubro
explica tanto, la disponibilidad de tierras —obtenidas por compra— como la
adquisición de esclavos.
No hay indicios en la documentación analizada que muestren que el comer-
cio de este grupo familiar se haya visto afectado por las disposiciones de los
Borbones, en cuanto a la supresión del «privilegio de puerto preciso» en la

72
ciudad. Inferimos que la orientación del comercio hacia Buenos Aires pudo
haber sido una alternativa viable.
La localización de algunos de los hijos de Gabriel de Quiroga en puntos
estratégicos para el intercambio, debió contribuir a afianzar las actividades
desarrolladas por estos comerciantes, a la vez que establecer vinculaciones
políticas. Tales son los casos de Juan Bautista Quiroga en Chile y Salvador
Ignacio de Amenábar en Santa Fe.
En suma, la trayectoria del grupo familiar analizado pone de manifiesto la
movilidad ascendente de dicho grupo, lograda a través de diversas estrate-
gias, como vínculos matrimoniales, contactos entre parientes consanguíneos
y políticos, relaciones de solidaridad entre los recién llegados de España,
transferencia de los negocios, ocupación de cargos públicos, vinculaciones
con familiares o parientes localizados en lugares estratégicos de un amplio
hinterland.

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(c. 1760), fuente édita.

74
Una mirada local sobre
4 la circulación monetaria.
Santa Fe, fines del siglo XVIII
Carina Giletta y Silvina Vecari

Introducción

Las transformaciones operadas en Hispanoamérica, en el marco del refor-


mismo borbónico, son indicadores de procesos más amplios que las han
preparado y que crean un marco referencial diferente para las estrategias de
los sujetos sociales. Los rasgos comunes —–que se registran en las norma-
tivas oficiales— son impuestos por la dominación colonial, a la vez que las
diferencias regionales son profundizadas por el diverso impacto de dichas
reformas.
En el caso específico de Santa Fe, la creación del virreinato del Río de la
Plata, y otras medidas conexas, reflejan el cambio del eje del poder hacia las
relaciones atlánticas, al mismo tiempo que la política centralizadora de los
borbones incide de manera directa, al suprimir privilegios comerciales del
puerto santafesino y recortar la jurisdicción territorial. Estos cambios, ope-
rados hacia fines del siglo XVIII, provocan diferentes respuestas por parte de
los sectores sociales que integran la elite santafesina en el período colonial
tardío. A fin de dimensionar los cambios antes mencionados, es preciso tener
en cuenta algunas consideraciones generales acerca de la inserción del espacio
santafesino en un hinterland más amplio que conectaba la ciudad y su área
de influencia con distritos lejanos como el Paraguay, el Alto Perú y Chile.
Las condiciones naturales que presenta la pampa húmeda son favorables
para el desarrollo de la cría de mulares. En este marco, Assadourian (1983)
ubica el despegue de esta actividad en Santa Fe en las primeras décadas
del siglo XVII. Según el autor, las estancias son propiedad de españoles, que
reciben «moneda en pago» por la venta de mulas, aunque también suele
combinarse con tejidos de calidad. Asimismo, destaca la importancia de la
feria de Salta que, a fines del siglo XVII, se convierte en lugar de encuentro
de productores y comerciantes.
Paralelamente, la posición estratégica de Santa Fe en relación con el trá-
fico fluvial permite su vinculación con el comercio de la yerba mate y otros
productos paraguayos, cuyos destinos preferenciales son los «mercados

75
internos»1 alto peruano y chileno (zonas con importante cobertura metá-
lica). En este sentido, Garavaglia señala que «hasta fines del Siglo XVIII, el
mercado interno es complementario y no contradictorio con la inserción de
los espacios dominados en el sistema de la economía–mundo». (Garavaglia,
1983:20). La obtención por parte de Santa Fe del «privilegio de puerto preciso»
permite el florecimiento de la ciudad, dados los impuestos percibidos y las
múltiples actividades que se generan en torno al comercio, a la vez que se
favorece la vinculación con áreas ricas en metálico.2 Es así como,

durante todo el Siglo XVII, Santa Fe era el centro más importante de redis-
tribución de la yerba; acudían a la villa mercaderes de todo el Perú (...) La
ciudad se veía fortalecida todos los años por el constante flujo de recursos
que significaba la presencia de los comerciantes y de sus agitados tráficos;
toda una serie de actividades menores —arriería, construcción de carretas,
alquiler de casas y almacenes, etc.— giraban alrededor de la yerba en esos
felices años santafesinos. (Garavaglia, 1983:89–90)

La prosperidad alcanzada por Santa Fe y su zona de influencia se ve afectada


por decisiones de la monarquía borbónica, tales como el «reglamento para
el libre comercio entre España y las Indias» de 1778, que, entre otras medi-
das, habilita al puerto de Buenos Aires para su vinculación directa con la
metrópoli. Esta medida es indicadora de un proceso de reorientación hacia
el Atlántico de la economía alto peruana que se viene desarrollando desde
fines del Siglo XVII.3
El creciente papel económico y militar de Buenos Aires empieza a dete-
riorar el rol de Santa Fe. En el plano comercial, Buenos Aires se beneficia

1 El término «mercado» se cita entre comillas, dadas las diferentes interpretaciones sobre
su existencia y conceptualización en el período colonial hispanoamericano. Al respecto,
confrontar con Romano, R. (2004): Mecanismos y elementos del sistema económico colonial
americano. Siglos XVI–XVIII, Colegio de México, FCE; Romano, R. (1990): Fundamentos del
sistema económico colonial en la América española; en Bonilla, M. (ed.); El sistema colonial
en la América Española, Barcelona, Ed. Crítica; Chiaramonte, J.C. (1983): Formas de sociedad
y economía en Hispanoamérica, México, Grijalbo; Assadourian, C. S. (1983): El sistema de
la economía colonial. El mercado interior. Regiones y espacio económico, México, Nueva
Imagen; Garavaglia, J.C. (1983): Mercado interno y economía colonial, México, Grijalbo.
2 Los beneficios brindados por el «privilegio de puerto preciso» ya fueron analizados en los
capítulos anteriores de este libro. Al respecto revisar Caputto, M. y Manavella, A. (2002):
«El antiguo orden cuestionado: abolición de privilegios y fragmentación territorial. Santa
Fe de la Vera Cruz, 1776–85», en la publicación del IV Encuentro de Historiadores, Junta
Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe, Santa Fe; Cervera, M. (1979): Historia de la
ciudad y provincia de Santa Fe, T. I, Santa Fe, UNL, 2ª. Edición, pp. 392–393; Damianovich,
A. (2004): «El puerto preciso de Santa Fe y la dirección de los flujos del comercio interno
rioplatense (Siglos XVII y XVIII)», en Revista de la Junta Provincial de Estudios Históricos
de Santa Fe, Nº 64, Santa Fe.
3 Griselda Tarragó (1995–1996) analiza los diferentes hitos que muestran este proceso de
reorientación hacia el Atlántico.

76
con la posibilidad de exportar cueros —legalmente hacia la metrópoli y por
el contrabando hacia Inglaterra—. Sumado a ello, las recurrentes presiones
ejercidas por los comerciantes de dicha ciudad y de similares intereses
mercantiles de Asunción, conducen a la decisión de la corona de suprimir
el «privilegio de puerto preciso» a Santa Fe (hacia 1780).
Pese a la larga lucha legal de la elite local por mantener su condición de
puerto preciso, no se logra revertir la situación, con lo que se inicia una etapa
difícil para las finanzas santafesinas —tanto por la pérdida de los impuestos
como por la merma de las actividades vinculadas al puerto—. Garavaglia
(1983:83) plantea que «derrotada (...) Santa Fe en su intento de continuar
siendo "puerto preciso", será Buenos Aires quién controlará totalmente (...)
el tráfico regional».
Paralelamente, la política borbónica tiende a cercenar la jurisdicción de
Santa Fe (sobre territorios ocupados en la banda oriental del río Paraná).
Pese a los cuestionamientos de los santafesinos, el recorte territorial se
mantiene.4 Es, en este contexto crítico y de oportunidades para la ciudad
de Santa Fe y su área de influencia, que los sectores de la elite (ganaderos
y comerciantes) se ven obligados a buscar nuevas estrategias para paliar
sus efectos. Existe cierto consenso entre los investigadores acerca de la
ruralización como una respuesta de los sectores vinculados a la producción
ganadera (Tarragó, 1995–1996).
Cabe preguntarse cómo maniobran los diversos actores sociales locales
frente a esta coyuntura. Precisamente una de las cuestiones que se propone
este capítulo es indagar acerca del uso de la moneda en las diferentes
transacciones. Con el fin de intentar aproximarse a una de las cuestiones
controvertidas en el análisis del sistema económico colonial, tal como es la
circulación social de la moneda y el de la relación entre la economía moneta-
ria —economía natural de intercambios,5 en este caso específico en Santa Fe.
Es decir, buscar indicios acerca del uso de la moneda en factores como:
la existencia de escasez o abundancia, el tipo de operaciones en la que se
emplea, las estrategias de los sujetos para acceder a ella, los modos de pago
que predominan. En este marco, se pretende dar cuenta a raíz del análisis
de las fuentes documentales en este periodo «del uso y las formas de cir-
culación monetaria en la región».
Por tratarse de una aproximación al problema, el acercamiento a las fuen-
tes se limita al período 1770–1785, como una etapa de transición que per-
mitiría vislumbrar algunas continuidades y rupturas. Con este objetivo se

4 Los argumentos oficiales para justificar tal decisión de la Corona española son analizados
por Caputto y Manavella, (2002, pp. 19–20).
5 Se recomienda ver Romano, R. (2004).

77
analizaron escrituras públicas que se encuentran en los fondos documentales
del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe.6

La moneda y el análisis de las fuentes

La revisión sistemática de la documentación tiene como propósito indagar


en qué medida y con qué frecuencia se hace mención al uso de la moneda,
tanto en transacciones mercantiles, como en aquellas actividades conexas,
tales como poderes y obligaciones. Así como también en acciones que reflejan
comportamientos que vinculan a los sujetos sociales con la iglesia, como es
el caso de los censos redimibles, y con la herencia, como son los testamentos.
De los documentos analizados surge que oficialmente la moneda utilizada es
el «peso de plata corriente de a ocho reales el peso», vale decir, en el valor
de su ley y peso. En la selección de las fuentes, al igual que en el recorte
temporal, necesariamente hay un grado de arbitrariedad. Sin embargo, la
necesidad de un abordaje en profundidad justifica tales decisiones.
Las escrituras públicas abarcan un amplio espectro de documentación. De
acuerdo con la denominación dada por el escribano público, del cabildo y
real hacienda, es posible distinguir en los fondos documentales del DEEC de
Santa Fe: poderes —especiales y generales—, escrituras de compra–venta,
obligaciones, obligaciones a censo redimible, testamentos, fianzas, con-
formación de capital, cartas dotales. Este tipo de documentación pone de
manifiesto algunas de las prácticas de los sujetos sociales que tenían acceso
a trámites notariales; en consecuencia, no es un reflejo de la sociedad en su
conjunto. Ello advierte acerca de la problemática de la circulación social de
la moneda y de las limitaciones en cuanto al uso de las fuentes.
Los documentos utilizados son redactados por el escribano público, de
cabildo y real hacienda, funcionario que testifica ante el Estado colonial
(según la normativa vigente). Existía además en la ciudad un escribano
público de número. En esta etapa se seleccionan escrituras de compra–venta
de esclavos y tierras y obligaciones, las que son analizadas desde el punto
de vista cuantitativo y cualitativo, a fin de buscar indicios acerca del uso de
la moneda: escasez o abundancia, tipo de operaciones en la que se emplea,
estrategias para acceder a ella, modos de pago. Este estudio permite ins-
cribir las evidencias locales, con sus peculiaridades, en contextos generales
que le otorgan sentido, a la vez que posibilita la realización de ejercicios
comparativos.

6 El Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales (en adelante DEEC) conserva


parte de la documentación referente a la ciudad de Santa Fe en el período colonial. En
particular, expedientes civiles y escrituras públicas (en adelante EP).

78
Respecto a la «compra–venta de esclavos», entre los años 1770–1785 se
hallan 52 escrituras públicas que documentan el intercambio de 68 esclavos.
En la mayoría de las mismas se hace constar quiénes realizaron las transac-
ciones: su lugar de origen o residencia, nombres y edades aproximadas de
los esclavos, valor económico atribuido, y las formas de pago.

EDAD DE LOS PAGO EN PAGO EN OBLIGACIÓN OTRAS FORMAS


ESCLAVOS MONEDA MONEDA DE PAGO DE PAGO
—contado— —contado—
Y FIADO

M V M V M V M V

O–10 AÑOS 8 - 1 - - - - -

11–20 AÑOS 7 11 1 - - 1 - -

21–30 AÑOS 8 5 2 - - 1 - -

31–40 AÑOS 1 - - - - - - 1

41–50 AÑOS 2 1 - - - - - -

SIN DATOS 10 7 - - - - - 1

Esclavos comercializados, teniendo en cuenta edades consignadas,


sexo señalado (mujer/varón) y formas de pago establecidas.
(DEEC, EP, 1770–1785)

De este primer análisis cuantitativo es posible observar que la mayor parte


de los intercambios se registra al contado, en moneda metálica. Sin embargo,
se aprecian casos donde se concertó parte del pago al contado y la otra al
fiado. Por ejemplo, la venta de una esclava llamada María, de edad apro-
ximada entre 18 a 20 años, que efectuó Tomas Francisco Tadeis de Baghi,
apoderado de Juan Antonio Rodríguez, vecino del partido de Paraná, a Juan
Nieto, vecino de Mendoza, por 200 pesos de plata acuñada —100 pesos
percibidos al momento de escriturar, y los otros restantes obligado a pagar
en el término de cinco meses desde la firma de la misma.7
En este período solo se observan dos transacciones realizadas a través de
obligaciones a pagar, de las cuales se desconoce cuándo o cómo se llevó a
cabo su cumplimiento. Por un lado, la obligación que contrajo Luis de Nis por
la compra de un esclavo llamado Bernardo, de 25 años aproximadamente,
propiedad de Bartolomé Lacovizqueta, por el precio de doscientos treinta
pesos de plata acuñada a pagar en moneda metálica o en «mulas de 2 años

7 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 523, 20/12/1774.

79
cumplidos a dos pesos cada una» en el término de dos años desde la firma
de la misma.8 Por otro, la obligación de Antonio de la Molina, vecino de
Asunción, por la compra de un «mulatillo de 13 años a 14 años» a Don Salvador
Ignacio de Amenábar, vecino y del comercio de la ciudad, por «doscientas
arrobas de yerba electa a mi satisfacción, que ha de entregarme en la ribera
del río y puerto de esta ciudad en todo el mes de Agosto de este año, libre
de fletes y derechos».9 Respecto a otras formas de pago, se registra la venta
de un esclavo del Convento de San Francisco de Córdoba por «moneda de la
tierra» —lienzo de algodón10—, así como una operación por misas, dado que
el esclavo es vendido por un vecino al Convento de la Merced de Santa Fe.11
En cuanto al precio, los que se hallan en actividad productiva adquieren un
valor económico mayor. El precio estimativo varía según diferentes variables;
entre 10 y 30 años de edad, el mismo oscila desde 180 pesos a 250 pesos.
Mayores de 30 años: hay marcadas diferencias según las «tachas» y otras
condiciones específicas de cada caso.
En relación con las motivaciones que impulsan la adquisición de esclavos,
se infiere que no solo son incorporados a actividades económicas, sino que
además su posesión constituye un indicador de prestigio social. Es posible
realizar estas apreciaciones a partir de la constatación de una mayor pro-
porción de mujeres, probablemente empleadas para el servicio doméstico,
y el nombre de algunos de los propietarios, reconocidos integrantes de la
elite local, como Manuel Diez de Andino, Juan José Morcillo Baylador, Juan
Francisco de Larrechea, entre otros.
En dichas escrituras además se observa a mujeres santafesinas com-
prando y vendiendo esclavos. Se expresa que quienes fueron vendidos cons-
tituían parte de una herencia, habían sido adquiridos previamente o, en
el caso de María Rosa de la Rosa, en nombre «del dicho mi marido, y mío,
por haberlo comprado en pública almonedas entre otros esclavos de las
temporalidades».12
Si bien la mayoría de las transacciones se realiza entre vecinos también se
registran operaciones con sujetos de otras regiones, que adquieren o venden
esclavos desde Buenos Aires, Mendoza, Corrientes y Córdoba. En estos años,
se destaca el accionar de Joseph Bruno Ferreyra, vecino y del comercio de

8 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 512, 12/11/1774.


9 DEEC, EP, Tomo XVIII, f. 506 r, 07/02/1784.
10 Escritura de venta de un esclavo del Convento de San Francisco de Córdoba, Alférez Real
Don José de Vera Muxica como apoderado, a Don Juan Ventura Deniz, residente de Santa
Fe. DEEC, EP, Tomo XVIII, f. 520 r, 14/06/1784.
11 Escritura de venta de un esclavo, llamado Lorenzo, edad de 35 a 40 años, que realizó don
Agustín Gómez al Convento de Nuestra Señora de la Merced. Precio estimado de doscien-
tos pesos, «por cuyo valor son obligados los Religiosos del dicho Sgdo. Convento a decir
otras tantas misas por mi intención, y del que doy por recibido a toda mi satisfacción y
contento» (DEEC, EP, Tomo XVII, f. 369 r, 01/02/1772).
12 DEEC, EP, Tomo XVIII, f. 193 r, 09/10/1779.

80
Buenos Aires, quien llevó a cabo varias operaciones de compra y venta de
esclavos con vecinos santafesinos:

En 1777, Joseph Bruno Ferreyra compró dos esclavas (llamadas Juana, como de
30 años, y María Juana, su hija de 15 años) al Convento de San Francisco, por
seiscientos pesos, pagos al momento de escriturar; en 1778 compró una esclava,
llamada María como de 25 años de edad, a José Ramos, vecino de Santa Fe, por
doscientos pesos pagos al escriturar; en 1779 vendió un esclavo, llamado Julián
como de dieciséis años, a Manuel de Toro y Villalobos, vecino y del comercio
de Santa Fe, por doscientos cuarenta pesos recibidos al escriturar; en 1780
compró una esclava, llamada Catalina como de 26 años, a Bernardo Frías, por
doscientos pesos, y una esclava, llamada Ventura, a Pedro Rivero Raposo, por
doscientos cincuenta pesos entregados, ambos vecinos de Santa Fe.¹³

En el acervo documental del DEEC se conservan escrituras de «compra–venta


de tierras», que incluyen tierras de chacra, de estancia y solares de sitio de
la ciudad de Santa Fe. Desde el punto de vista cuantitativo en los años selec-
cionados se registran 63 operaciones de venta, de las cuales 42 corresponden
a solares de sitio, trece de chacras y ocho de estancias.
En cuanto a las formas de pago, se observa que se utilizan las operaciones
de contado —54 casos—, le siguen las que combinan el contado con el crédito
—cinco casos, de los cuales uno incluye una hipoteca—, dos operaciones a
crédito, un pago con mulas y un trueque y cambio.
En este marco, en su mayoría las operaciones se realizaron al contado.
Si bien se especificaba como uso y costumbre la expresión «pesos de plata
acuñada y moneda corriente de a ocho reales, cada un peso los mismos,
que por su valor me ha dado, y pagado antes de este otorgamiento a toda
mi satisfacción y contento»,14 cabe preguntarse si se concretaba en moneda
metálica o solo quedaba en la letra de la fórmula del protocolo notarial. Por
ejemplo, se puede inferir la existencia de una transacción sin el pago en
moneda metálica al analizar dos operaciones de venta entre dos vecinos,
consignando igual valor monetario de las propiedades:

Como yo, Joseph Obejero Ramos, vecino de esta ciudad (…) otorgo que vendo
(…) a Juan Silva, vecino (…) sitio, que se compone de dieciséis varas de frente
(…) y linda por el sur, calle real en medio, con sitio de Manuel Ferreira Braga,
por el norte, que es su fondo, con casas y sitio de Francisco López, por el este
y el poniente con casas y sitio de Juan Silva (…) que heredó de su Madre mi
consorte Petrona Isarra (…) en fuero y cuantía de veinticinco pesos de plata
acuñada y moneda corriente de a ocho reales, cada un peso los mismos, que
por su valor me ha dado, y pagado antes de este otorgamiento a toda mi
satisfacción y contento.

13 DEEC, EP, Tomo XVIII, fs. 96, 166, 175, 377, 383.
14 Expresión protocolar recurrente en las escrituras de compra–venta de tierras, EP, DEEC.

81
Como yo, Juan de Silva, vecino de esta ciudad (…) otorgo que vendo (…) a
Joseph Obejero Ramos, vecino (…) medio solar de tierras, todo cercado de
palo a pique, que me concedió merced el Ilustre Cabildo, en trece de mayo
de mil setecientos sesenta y nueve (…) y linda por el sur, calle real en medio,
con sitio de los herederos de Joseph Godoy difunto, por el este, que es el
frente, calle real en medio, con casa de Juan Antonio Zarate, por el poniente,
que es su fondo, con casa y tierras de Pedro Pasqual (…) vicencio, por el norte
con sitio y casa de María Salinas viuda (…) en fuero y cuantía de veinticinco
pesos de plata acuñada y moneda corriente de a ocho reales, cada un peso los
mismos, que por su valor me ha dado, y pagado antes de este otorgamiento
a toda mi satisfacción y contento.15

Una situación particular es la de la venta de un solar de sitio con casa, en el


que la vendedora, Francisca Velasco, declaró haber recibido 100 pesos de
plata acuñada y que los restantes 120 pesos deberían ser destinados por
el comprador, Justo Martínez, para cubrir los gastos del sepelio y las misas
cuando se produjera su muerte, con la condición de seguir usufructuando
la vivienda hasta el mismo.16
En cuanto a las ventas anuales, no se advierten grandes variaciones —a
excepción de los años 1770 y 1780, con diez y ocho transacciones respec-
tivamente, y los años 1776 y 1784, con una sola transacción anual—. En los
restantes años, las operaciones oscilan entre tres y cinco.
La mayoría de los intercambios registrados se refiere a solares urbanos.
Estas operaciones se realizaron para la venta de sitios «vacíos», viviendas,
habitaciones («sala», «cuarto»). En cuanto al precio de las propiedades, se
advierte la importancia de la ubicación de los mismos en la traza urbana. Los
sitios emplazados en la zona céntrica poseían mayor valor económico que
los situados en «extramuros» o en el norte de la ciudad, donde se estaba
construyendo el «barrio nuevo», denominado San Antonio.
Así como se evidencia en las escrituras de compra–venta de esclavos tran-
sacciones en las que no operaron solamente mecanismos económicos, tam-
bién en la documentación referente a la compra–venta de tierras se observa
el valor que adquirieron otros rasgos propios de la sociedad colonial. Estas
operaciones se vieron condicionadas por los vínculos de parentesco bioló-
gico o político, las relaciones de paisanaje y el trazado urbano tensionado
por una jerarquización social. Por ejemplo, los vínculos familiares priman en
el caso del trueque y cambio, vale decir, una permuta realizada entre una
tía, Margarita Núñez, y su sobrino, Melchor Albarracin, ambos vecinos de la
ciudad. Se trata de fijar una equivalencia entre un solar de menor tamaño
pero mejor ubicado, y otro más grande pero en zonas más próximas al río.17

15 DEEC, EP, T. XVIII, F. 402v, 27/09/1780. El subrayado y la selección es nuestro.


16 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 129, 28/11/1770.
17 DEEC, EP, Tomo XVIII, f. 497, 15/11/1783.

82
Entre integrantes de la elite local, la compra de propiedades por un miem-
bro de la familia posibilita resguardar el patrimonio material, a la vez que
reforzar los vínculos de parentesco. Don Antonio Ambrosio Gaete, vecino y
comerciante de esta ciudad, previo a su viaje e instalación en la ciudad de
Santiago de Chile, vendió su casa a don Joseph Vera Mujica, hermano de su
difunta madre doña Josefa de Vera Mujica. Según consta, le vendió «sala,
aposento, recamara, un cuarto de vivienda con una cochera de media agua,
y otras piezas que sirven para oficinas en lo interior de dicha casa (...) venta
que pertenece al Patrimonio de Francisco Antonio Vera Mujica».18 La propie-
dad inmueble, tasada en 2500 pesos, fue vendida mediante el pago de 1900
pesos de plata acuñada, y el resto fue reconocido por Joseph Vera Mujica
como censo redimible19 a favor del Convento de Santo Domingo.
Otra operación entre miembros de la elite local, fue la venta de un sitio
por las herederas del difunto don Pedro de Arizmendi, nacido en la provincia
de Guipúzcoa y radicado en la ciudad de Santa Fe a principios del siglo XVIII,
a don Salvador Ignacio de Amenábar, también de origen vasco y yerno de
doña María Tomasa de Úmerez, prima por vía materna de las vendedoras.
En este caso no solo el interés económico y los vínculos familiares cobran
importancia, sino también se observa cómo operan las relaciones de paisa-
naje. Vale decir, tanto Pedro de Arizmendi (difunto padre de las dueñas de la
propiedad) Lázaro Úmerez, (padre de María Tomasa) Pedro Mihura (marido
de una de las herederas) y Salvador Ignacio de Amenábar (comprador):
compartían el origen vasco.
La vivienda, «que se halla distante una quadra de la plaza de esta ciudad
al norte», valuada en 1100 pesos de plata acuñada, fue vendida con la obli-
gación, por parte del comprador, de reconocer 300 pesos pertenecientes al
censo redimible con el Convento de San Francisco, y los restantes 800 pesos
a pagar dentro del término de dos años.20
Las escrituras de compra–venta de tierras son documentos que también
contribuyen a reconstruir el accionar de los comerciantes santafesinos, ya
que la adquisición de propiedades podía constituir no solo una estrategia
para diversificar actividades económicas, obtener una renta en concepto de
alquiler, o un instrumento de garantía hipotecaria, sino también una forma de
obtener metálico a través de un censo redimible o la venta de la propiedad.
Resulta importante diferenciar entre el circulante que se sustrae de la
circulación (no se reinvierte) que sería el de la compra–venta de esclavos y
viviendas, del de la circulación mercantil que se observa en las obligaciones

18 DEEC, EP, Tomo XVIII, f. 426 r, 12/03/1781.


19 La iglesia, en la América colonial, empleó el contrato de censo para dar marco jurídico a
diferentes operaciones económicas. Los censos–préstamos eran redimibles porque el deudor
podía cancelar la deuda devolviendo la suma de dinero recibida (el principal) y liberando
(redimiendo) así a la propiedad del gravamen que significaba el censo. (Tedesco: 2006)
20 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 410 r, 12/12/1772.

83
—este tipo de escrituras las usan los comerciantes, en vez de monedas—.
En este período, por ejemplo, se observa a Gabriel de Quiroga —vecino y
comerciante de «efectos de Castilla», yerba, mulas, entre otros productos—,
como a Joseph Teodoro Larramendi —vecino y comerciante de cueros, prin-
cipalmente— adquiriendo tierras de chacra y solares de sitio.
En las operaciones de compra–venta de tierras resulta significativa la
presencia de mujeres en calidad de vendedoras, y solo cuatro adquiriendo
propiedades, de las cuales dos de ellas compran a sus respectivos hermanos.
En el caso de estas operaciones, se registra que poseen la condición de «veci-
nas», consignando en algunos el estado civil de las mismas —soltera, «mujer
de», viuda—. Resulta interesante el contexto en el que Susana Delgadillo,
vecina y «mujer legítima de Juan Joseph Garay, ausente en la ciudad de las
Corrientes», vendió su vivienda por 51 pesos en plata acuñada, debiendo
recurrir a una licencia otorgada por el alcalde ordinario de primer voto y
justicia mayor de esta ciudad porque, según se expresa en el documento, el
marido «dejándola en el mayor desamparo sin acuerdo de ella, como es de
su obligación, y estar en la actualidad achacosa de los accidentes».21
En relación con las «obligaciones», solo se consideran para el análisis
aquellas en las que participan vecinos y residentes de Santa Fe, tanto en cali-
dad de deudores como de acreedores. Para el período 1770–1785 se registran
33 escrituras de obligación, siendo las más numerosas las correspondientes
a los años 1772–1773. No se registran obligaciones en los años 1781 y 1783.
Durante el período 1775–1777, se observa la renovación de plazos de obli-
gaciones contraídas hasta dos o tres años anteriores. Tal es el caso de la
registrada el 26 de septiembre de 1777, de la que surge que el regidor Francisco
Aldao —vecino de Santa Fe— ha entregado el 25 de julio de 1774 a don Bernabé
Guzmán —vecino de Corrientes— géneros de su tienda por un valor de 390
pesos, los que debían pagarse en el término de seis meses. Por falta de
cumplimiento, se produjo un embargo de algunos bienes del deudor. Al tra-
mitarse la nueva escritura de obligación, se prorrogó el plazo por el término
de un año y se levantó el embargo.22

21 DEEC, EP, Tomo XVIII, f. 37 r, 01/07/1775.


22 DEEC, EP, Tomo XVIII, f. 121, 26/09/1777.

84
Entre las motivaciones más recurrentes en los documentos se encuentran
compras de artículos diversos como mulas, reses, «efectos de Castilla», yerba
mate. Además, se hallan préstamos que comerciantes de la ciudad solían
realizar para la habilitación de tropas de carretas. Obligaciones que favore-
cían los intercambios comerciales con Buenos Aires, Asunción, Corrientes,
Mendoza y Santiago de Chile, según consta en las escrituras analizadas.
En cuanto a las formas de cancelación de las obligaciones, se especifica el
pago en moneda de plata acuñada o en productos (mulas, cueros). Así, Martín
Joseph de Ezpeleta, vecino y del comercio de la ciudad de Santa Fe, declaró
deber mil trescientos sesenta pesos a Blas de Acosta, vecino de Asunción y
residente en esta, por una partida de yerba recibida, a razón de diez reales
por cada arroba. Ezpeleta se comprometió a pagárselos con «trescientas
mulas de edad de tres a cuatro años que soy obligado a entregarle en el
pueblo de Santa Lucía, al precio de cuatro reales cada una y a su satisfac-
ción y contento por todo el mes de octubre venidero».23 En el margen del
documento consta la entrega de mulas el 26 de octubre de 1770.
En algunas obligaciones se efectúan hipotecas sobre ciertas mercancías
o carretas, con o sin carga. Por ejemplo, Joseph Lorenzo Ferreyra, vecino de
Mendoza y próximo a partir hacia Buenos Aires, se declaró deudor de 123
pesos plata acuñada a Salvador Ignacio Amenábar, vecino y del comercio
de Santa Fe, «los mismos que me ha dado y prestado por hacerme favor y
buena obra para la habilitación y habíos de mi tropa de carretas». Por lo
cual se obligó a «pagárselos luego que llegue a la dicha ciudad de Buenos
Aires, que será como dentro del término de veinte días», hipotecando las 9
carretas con sus aperos, 50 bueyes y los productos para la venta.24
Además se observan hipotecas sobre esclavos, como en la escritura entre
los vecinos Antonio Hereñú y el Alférez Real Joseph Vera Mujica. Hereñú se
obligó a pagar 300 pesos en un año, desde la firma de la escritura y luego
con interés del 5% anual, que procedían de 100 mulas de 2 a 3 años recibi-
das, «poniendo por especial hipoteca afecta a esta dependencia una mulata
llamada Pastora de edad de 20 años y tres hijos de ésta llamados Rosalía de
7 años, Francisca de 5 años y Hilario de 3 años».25 Se constata que en 1785,
Vera Mujica y la mujer de Hereñú llegaron a un acuerdo para la entrega de
una esclava. En caso de incumplimiento de las obligaciones se fijan intereses
que oscilan entre el 5% y el 8% anual, según la relación con el deudor, la
faltante de moneda circulante, entre otros motivos.

23 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 86, 14/07/1770.


24 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 430 r, 09/02/1773.
25 DEEC, EP, Tomo XVII, f. 510, 09/11/1774.

85
Consideraciones generales

Del análisis de la documentación es posible realizar algunas consideraciones


generales. En cuanto a las operaciones de compra–venta de esclavos, tierras
y solares de sitio (con o sin casa), prima el pago en moneda. Esto puede ser
analizado desde diferentes perspectivas: por un lado, como estrategia por
parte de algunos vecinos y residentes en la ciudad para conseguir moneda
circulante. Por otro lado, como indicador del uso de la moneda en transac-
ciones específicas. Sin embargo, hay operaciones vinculadas con las pro-
piedades urbanas y rurales así como con esclavos donde se aprecian otras
motivaciones —tales como asegurarse una residencia en vida, una sepultura
y la salvación de las almas.
En relación con las obligaciones, es posible observar que en reiteradas
oportunidades se saldan mucho después del plazo acordado —luego de
renovar las mismas— aun con el riesgo de afrontar el pago de intereses o
la hipoteca de ciertos bienes. Ello podría ser un indicador de la escasez de
moneda circulante o de una modalidad de uso frecuente en las transaccio-
nes comerciales. Por último, cabe destacar que las fuentes consultadas no
permiten vislumbrar cambios significativos en la corta duración (1770–1785)
pero sí se pueden apreciar algunas estrategias de los actores sociales en el
contexto de las reformas borbónicas.

86
Referencias bibliográficas

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de Historia, Serie Ec. y Soc., N° 8, CIFF y H–UNC. Córdoba.

Fuente consultada

escriturAs púBLicAs, depArtAmeNto de estudios etNográFicos y coLoNiALes.

87
Documentos del Archivo Histórico
5 del Archivo General de la Provincia
de Santa Fe: descripción del acervo
colonial
Ma. de los Milagros Vecari

Introducción

La producción documental administrativa de la ciudad de Santa Fe inicia


con su fundación. Por su parte, el Archivo General de la Provincia de Santa
Fe (AGPSF) adquiere su fisonomía institucional en el año 1921, al crearse
por decreto del gobernador Enrique Mosca la organización de la Biblioteca
y Archivo de Casa de Gobierno. Con el tiempo, y por medio de distintas
normativas, se convirtió en 1961 por ley N° 5516 en el Archivo General de la
Provincia, repositorio destinado a la conservación de la documentación del
Poder Ejecutivo. En la misma se establecieron los objetivos del Archivo y las
características de los documentos históricos. En tanto, en 1979, mediante
la ley 8399, se reformó la ley anterior y adquirió el Archivo nueva estruc-
tura, creándose dentro del Archivo General los Archivos Histórico (AGPSF.
AH) e Intermedio (AGPSF.AI), que se diferenciaban entre sí por los plazos de
guarda de la documentación y sus funciones. Fue el decreto 2232/82 el que
reglamentó el funcionamiento del Archivo General así como los archivos
sectoriales y jurisdiccionales de la Administración.
En cuanto a su misión, custodia la documentación a través de procesos
técnicos archivísticos (identificación, clasificación, selección y descarte).
El sistema de gestión documental permite no solo la organización y admi-
nistración, sino también determinar aquella documentación con alto valor
histórico dictaminando su conservación permanente y posterior difusión
de ese patrimonio, haciéndolo accesible para la diversidad de usuarios con
fines de investigación histórica, científica, particulares.
Para realizar la correspondiente gestión de los documentos, el Archivo
Intermedio debe tener fluida relación con los archivos de gestión y entidades
que producen la documentación —áreas, dependencias, ministerios—, así
como con el Archivo Histórico que será el repositorio institucional de guarda
de los documentos de plazo permanente de la provincia. No obstante, no
solo es necesario el trabajo técnico realizado sino también es imperioso
contar con los espacios físicos inherentes para el traslado de la documen-
tación desde el archivo de gestión al Archivo Intermedio, y de este al Archivo
Histórico, para que la teoría pueda devenir en práctica.

89
Conservación
y difusión

Figura 1. Flujo documental en la administración pública.

El Centro de Información del Archivo Histórico

Seleccionados los documentos por su valor informativo, histórico y cultural,


se conservan a perpetuidad, en condiciones que garanticen su integridad
y transmisión a las generaciones futuras, por cuanto constituyen parte del
patrimonio de la provincia, del país, y por ende, de la humanidad. Acorde
a la normativa vigente, se considera documentos históricos aquellos que
posean más de 30 años de antigüedad desde su producción, y el acceso al
mismo es libre.
Los fondos del Archivo Histórico poseen como denominador común el
ámbito geográfico al que corresponde la documentación: la provincia de
Santa Fe. Respecto a la documentación de la administración pública, como
proceden de diversos ámbitos, la documentación se encuentra estructurada
sobre la base de dos categorías: la que es de dependencia obligatoria —
archivos del Poder Ejecutivo Provincial— y por convenio —Poder Legislativo
y Judicial—; en tanto se asesora por adhesión —municipios y comunas—. Las
temáticas que se abordan son amplias pero principalmente permiten conocer
la evolución administrativa de la provincia.1

1 El presente capítulo refiere a la documental existente en el Archivo Histórico. No obstante,


cabe mencionar que el centro de información también se compone por una biblioteca
auxiliar, la cual tiene por misión salvaguardar las investigaciones de temáticas diversas con
especial énfasis en el abordaje de nuestra provincia, así como autores de nuestra región.

90
Función social del Archivo

Si bien el Archivo Histórico posee la misión de resguardar el patrimonio


documental de la provincia de Santa Fe, también tiene una misión social.
Como señala Mariana Nazar:

Una de las particularidades que tienen los archivos es que poseen una triple
función social. La documentación de archivo se preserva por ser posible fuente
para la escritura de la historia de la sociedad, para la memoria de la institu-
ción productora y como garantía en el ejercicio de derechos. (Nazar, 2014:16)

Para poder cumplimentar con dichas funciones es indispensable que la


documentación se encuentre identificada y clasificada, y así brindarla a los
interesados, ya sea como fuente en investigación o como garantía de cum-
plimiento de derechos ciudadanos.
Fuente de investigación: la documental producida por el mismo es tes-
timonio de las actuaciones administrativas de la provincia, deviniendo en
memoria de la sociedad. Desde la fundación de la ciudad de Santa Fe hasta
la conformación de nuevos pueblos y ciudades, evolución de las instituciones
públicas, conformación de localidades, creación de escuelas, entre otros
temas abordados desde la órbita pública.
Garantizar el ejercicio de los derechos de los ciudadanos: el acceso a la
información por parte de todos los ciudadanos, para investigación o cono-
cimiento, como desarrollo de actividad intelectual o en ejercicio de garantía
de otros derechos.
Memoria de la institución productora: en tal sentido, el archivo es memoria
de la provincia, ya que en sus fondos se encuentra la producción administra-
tiva, por lo cual engloba las memorias de las instituciones que componen,
y lo han hecho a través del tiempo.

Consultar en el Archivo Histórico

El acervo documental y bibliográfico del AGPSF.AH es patrimonio de la pro-


vincia y en concordancia con la Ley de Acceso a la Información Pública 27275
su acceso es libre, teniendo en consideración las excepciones que la misma
plantea. Si bien bibliotecas y archivos trabajan con fuentes de información,
la consulta en los mismos difiere. Esto se debe en primer lugar al tipo docu-
mental con el cual trabajan —por el carácter único y original del documento,
que es fuente primaria—, y en segundo lugar incide la institución a la cual
pertenece. En sintonía con lo expuesto anteriormente y como expresa Julieta

91
Ferragine (2020), cuando se quiere comenzar a investigar es indispensable
conocer la institución y los requisitos para consultar.
En el AGPSF.AH la consulta de materiales se realiza en «sala de consultas»
de manera presencial y con turno previo, el cual puede solicitarse personal-
mente o vía mail.² La manipulación de documentación requiere de cuidados
para garantizar su conservación, por lo cual debe realizarse con guantes y la
reprografía sin flash, para no alterar el documento original.
Al iniciar una investigación es necesario reconocer el acervo que posee la
institución y los tipos de documentos que lo componen. Para ello, los archi-
vos han de realizar descripciones de sus fondos, los cuales serán ofrecidos
a los usuarios en forma de catálogos e inventarios, y volcados a entornos
tecnológicos en formato de base de datos. Los auxiliares descriptivos del
Archivo Histórico se encuentran en su mayoría en soporte papel para ser
consultados en «sala», aunque se han incorporado en los últimos años bases
de datos sobre sus fondos tanto en la página web del Sistema Provincial de
Archivos (SIPAR), como en la página del gobierno de Santa Fe.

Acervo documental del período colonial

El fondo del período colonial del Archivo Histórico de la provincia de Santa


Fe se compone, en gran medida, de documentación producida por el cabildo,
denominada actas capitulares, así como también por documentación referida
a la legislación —cédulas reales y provisiones—, derechos impuestos para la
construcción de la casa capitular, administración de las temporalidades a
través de la Junta Municipal, recolección del diezmo, notas, bandos y otras
comunicaciones. Fuentes que nos permiten conocer la vida cotidiana de la
ciudad de Santa Fe y su jurisdicción, así como las relaciones con España, y
las demás provincias del virreinato.
Como la construcción y consolidación del Estado provincial fue un pro-
ceso lento, se observa en las primeras décadas del siglo XIX la existencia de
instituciones coloniales y provinciales que conviven simultáneamente. Esto
se refleja en la superposición de entidades productoras de documentación
de distintos órganos administrativos y políticos, que nos permiten analizar
una realidad compleja. Es por esta razón que se detalla en esta sección la
documentación que ha sido relevada como colonial, con la aclaración per-
tinente de que hay series que corresponden al inicio del período provincial
autónomo.

2 Correo electrónico: archivohistorico@santafe.gov.ar

92
Estado del Fondo Colonial – Archivo Histórico – AGPSF

Para que el acervo pueda ser consultado se hace necesario desde la insti-
tución crear herramientas que permitan un primer acercamiento del intere-
sado/consultante con la documental, como una hoja de ruta para determinar
el camino que ha de seguir la investigación, al tiempo que logre visibilizar
el patrimonio que posee. En tal sentido son indispensables el estado de los
fondos y los instrumentos descriptivos.
El estado de un fondo permite conocer la denominación de las series y
subseries que lo componen. Las fechas tope —de inicio y fin— abarcan una
breve referencia al tipo documental que contienen y el marco en el que se
producen, así como la indicación si poseen auxiliares descriptivos, tales
como catálogos o índices que permitan un abordaje más profundo en su
identificación.

Documentos oficiales

A continuación se presenta el estado del Fondo Colonial del Archivo Histórico


—las series que lo integran—, y se incluyen en la descripción documenta-
ción que se encuentra dentro de los Fondos del Poder Ejecutivo —Gobierno
y Contaduría—, así como Archivos Privados que poseen documental del
período colonial.

*Actas Capitulares

Fechas tope: 1573–1867


Las actas capitulares dan cuenta de las atribuciones que tuvo la insti-
tución desde la fundación de la ciudad, el 15 de noviembre de 1573, y el rol
que jugó en el proceso de formación y desarrollo de este núcleo urbano. Las
actas del cabildo, a su vez, son las relaciones por escrito que contienen las
deliberaciones y acuerdos de cada una de las sesiones del cabildo. Respecto
a las temáticas que abarcan, son diversos los temas que se pueden encontrar
en ellas, referentes a aspectos sociales, económicos, culturales y políticos
de la ciudad de Santa Fe y su jurisdicción.
Esta serie se encuentra incompleta, encontrando dos grandes saltos tempo-
rales, el principal en los dos primeros años (1573–1575) y el otro, en el período
referido al traslado de la ciudad (1659–1660). A su vez, las actas correspon-
dientes al período 1809–1867 también presentan lagunas, debido a que fue-
ron recuperadas por vía judicial federal en el año 1989, mediante secuestro,
en cumplimiento del artículo 2340, inc. 8° del Código Civil —por lo cual, a su
ingreso en el acervo, se las incluyó bajo el término de actas recuperadas.

93
Auxiliares descriptivos: catálogo en formato papel, en boletines del AGPSF
(hasta 1710). Transcripciones, período 1575–1666, editadas por la Junta
Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe.
Como medida de conservación preventiva las actas se han digitalizado y
puesto a disposición por medio de una base de datos en internet. Su obje-
tivo es evitar su manipulación y de esta forma contribuir a su preservación.
Se pueden consultar en línea³ a través de una base de datos que permite
buscar por fechas, temas o descriptores onomásticos.

*Cédulas Reales y Provisiones

Fechas tope: 1546–1803


Las cédulas reales y provisiones refieren a tipos documentales de la legis-
lación indiana. Contienen normas y disposiciones emitidas por/o en nombre
de la corona española, y versan sobre temas de diversa índole.
La serie se encuentra ordenada cronológicamente, sin poseer auxiliares
descriptivos. Los documentos se disponen en cuatro tomos:
Tomo I: 1546–1586 /1601–1695
Tomo II: 1700–1732
Tomo III: 1743–1774
Tomo IV: 1775–1803

*Diversos Autos

Fechas tope: 1667–1775


Los autos son actuaciones judiciales que refieren al proceso de alguna
causa o pleito, o al conjunto de piezas que compone la causa. Cabe acla-
rar, en este caso, que las fechas tope refieren al año en que se inician las
actuaciones de los legajos, sin considerarse la fecha en las cuales se dan
por finalizado cada uno de ellos.
Tomo I: 1667–1771 (6 legajos)
Tomo II: 1771–1773 (2 legajos)
Tomo III: 1773–1775 (2 legajos)
Auxiliares descriptivos: posee catálogo manual.

*Junta Municipal de Temporalidades

Fechas tope: 1771–1789


En el año 1767 a través de normativas dictaminadas por el rey Carlos III
se decidió la expulsión de los jesuitas del territorio del imperio español,
así como la confiscación de los bienes materiales e inmuebles de la orden

3 link: https://actascabildo.santafe.gob.ar/

94
jesuita que se transferirían al patrimonio real. Para administrar dicha tarea
se crean en el año 1769 las Juntas de Temporalidades, que finalizan en 1821.
La documental refiere a los bienes que poseían en el territorio de Santa
Fe la orden jesuita. La serie se compone de un tomo que reúne juntas y
acuerdos en orden cronológico, en un total de 487 fojas.

*Libro de los derechos impuestos para la construcción de la Casa Capitular

Fechas tope: 1813–1825


Registro de cargo y data de las cuentas tendientes a construcción y refor-
mas de la casa capitular de Santa Fe. La documentación se encuentra orde-
nada cronológicamente y entomada en una unidad de conservación, con un
total de 334 folios.

*Expedientes Civiles. Suplementos

Fechas tope: 1711–1811


Los expedientes civiles correspondientes a las funciones judiciales del
cabildo han sido desmembrados del fondo capitular del archivo y se encuen-
tran en el Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe,
con excepción de los suplementos.

*Notas de la Junta de Diezmos y otras autoridades de la misma

Fechas tope: 1767–1789


El diezmo era uno de los principales medios para el sostenimiento de la
Iglesia. Consistía en el cobro del 10% sobre la producción agraria y ganadera
obtenida en el territorio en que las instituciones eclesiásticas estuvieran
asentadas.
La documentación se encuentra entomada. Si bien el tomo posee esa deno-
minación, se halla compuesto de diversos documentos, tales como oficios,
correspondencias, notas y decretos; recopilados por tipo documental abarcando
desde 1746 hasta 1842, extendiéndose del período denominado colonial.
–Notas y circulares a la Junta de Diezmos, 1767–1812 (fs. 1–251).
–Notas a los Alcaldes Ordinarios, 1785–1830 (fs. 252–354).
–Notas a particulares, 1753–1834 (fs. 355–385).
–Notas al Cabildo, 1817–1832 (fs. 386–396).
–Comunicaciones a la Junta de Representantes de Santa Fe,
1819–1833 (fs. 397–412).
–Notas a los Jueces letrados, 1824–1838 (fs. 413–447).
–Decretos de Gobierno, 1830–1838 (fs. 448–467).
–Notas a Teniente Gobernador y Gobernadores, 1770–1848 (fs. 468–563).

95
*Notas y otras comunicaciones

Fechas tope: 1638–1790


Notas y comunicaciones oficiales que se encuentran en 2 tomos. Carece
de auxiliares descriptivos.

FiGura 2. aGPSF.ah. cabildo. notaS y otraS comunicacioneS. tomo ii, F. 202.


comunicación de Fecha 22 de SePtiembre de 1788 Sobre la acePtación y
enVío de curaS Por Parte del Padre del conVento de San carloS Para laS
miSioneS SolicitadaS Por FranciSco antonio Vera mujica.

*Varios Documentos

Fechas tope: 1634–1816


Tomo que reúne expedientes de diversa índole, los cuales se encuentran
descriptos a continuación.
Legajo 1: inventario del archivo capitular, 1634.
Legajo 2: remate de alcabalas, 1673.
Legajo 3: propios de la ciudad, 1677–1712.
Legajo 4: bandos, 1673.

96
Legajo 5: peticiones y bandos, 1672.
Legajo 6: derechos de romana, 1677.
Legajo 7: visitas de entradas y salidas de carretas, 1679.
Legajo 8: remate de ganado vacuno, 1721.
Legajo 9: escrituras públicas, 1745–1775.
Legajo 10: cuentas arreglo Casa Capitular, 1758.
Legajo 11: presentación de Manuel Fernández Therán, 1761.
Legajo 12: inventario de archivo capitular, 1759.
Legajo 13: despacho superior para hacer cumplir, 1761.
Legajo 14: pedimento partida de bautismo de Joseph Vera Muxica, 1766.
Legajo 15: recaudación arbitrios reducciones de Cayastá, San Francisco
Xavier, San Pedro y San Gerónimo, 1776.
Legajo 17: derechos de arbitrios, 1778.
Legajo 18: cargo y data de negociación particular, 1815.
Legajo 19: providencias sobre paseo Real Estandarte, 1784.
Legajo 20: actas cabildo de Santa Fe, 1791.
Legajo 21: padrones del Cuartel Nº 3, ciudad de Santa Fe, 1816.

*Carpetas Temáticas

Serie ficticia, creada por el AGPSF.AH, para compendiar los documentos


sueltos. En cuanto a su procedimiento, en algunos casos han sido extraídos
de los Fondos del Archivo Histórico para su conservación y/o restauración, y
otros documentos han sido donados. Las carpetas se encuentran numeradas
de forma correlativa iniciando en el número 59, acorde al registro inventario
de documental del AGPSF.AH, y teniendo en cuenta para su numeración el
orden cronológico de ingreso de los documentos. Se detalla a continuación
las Carpetas Temáticas que contienen documentos del período colonial:
CARPETA TEMÁTICA Nº 59: ASUNCIÓN DEL PARAGUAY. Acta de la elección del
Capitán Francisco de Mendoza para Teniente de Gobernador de Asunción del
Paraguay-incompleto. Fechas tope: 1547. 1f.
CARPETA TEMÁTICA Nº 60: ASUNCIÓN DEL PARAGUAY. Presentación del
Procurador de la ciudad del Paraguay, D. Juan de Porras de Lamarilla. Fechas
tope: 1602. 2f.
CARPETA TEMÁTICA Nº 61: CABILDO DE SANTA FE. Provisión Real sobre que
no se pague diezmos por frutos silvestres, dada en la Audiencia de la Plata.
Fechas tope: 1605–1607. 8fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº62: ASUNCIÓN DEL PARAGUAY. Testamentos de D.
Sebastián Pintos y D. Juan Marcelino Villalobos, otorgados en Asunción a 1°
y 5 de noviembre. Fechas tope: 1608. 6fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 63: CABILDO DE SANTA FE. Actas. Fechas tope: 1636–
1638. 43fs.

97
CARPETA TEMÁTICA Nº 64: CABILDO DE SANTA FE. Bandos, autos y proceso
por una entrada al Valle Calchaquí; muestra y lista de armas. Fechas tope:
1654–1660. 58fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 65: CABILDO DE SANTA FE. Carta del Capellán Silvio
Pastor al Cabildo de Santa Fe, desde Ytapua, sobre la «bajada» de los indios
para la mudanza de la ciudad. Fechas tope: 1658
CARPETA TEMÁTICA Nº 66: CABILDO DE SANTA FE. Actas. Fechas tope: 1669–
1692. 65fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 67: CABILDO DE SANTA FE. Bandos sobre faenamiento
de reses, venta de carne; autorización para salir a hacer cueros de ciervos sin
llegar al Valle Calchaquí. Recibimiento de Bula de la Santa Cruzada, aclama-
ción de Felipe V; avance de abipones sobre la ciudad. Fechas tope: 1702. 13fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 68: CABILDO DE SANTA FE. Solicitudes y providencias
sobre licencias para recogida de ganado vacuno en tierras realengas. Fechas
tope: 1706–1713. 68fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 69: CABILDO DE SANTA FE. Bandos del Teniente
Gobernador Maestre de Campo D. Juan José Ahumada. Fechas tope: 1708-
1710. 17fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 70: CABILDO DE SANTA FE. Comunicaciones de los
apoderados del cabildo ante la Corte, Andrés Martínez de Murguí, Antonio
Fuentes del Arco y Godoy y Diego Muñiz, sobre liberación de impuestos y
Puerto Preciso. 3 Legajos. Fechas tope: 1715–1717; 1724–1726; 1773–1777. 20fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 71: CABILDO DE SANTA FE. Comunicaciones de Baltasar
García Ross y D. Bruno Mauricio de Zavala. Fechas tope: 1716–1724. 53fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 72: CABILDO DE SANTA FE. Comunicaciones de Baltasar
García Ross y D. Bruno Mauricio de Zavala. Fechas tope: 1723–1733. 64fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 73: CABILDO DE SANTA FE. Actas. Fechas tope: 1727–
1729. 120fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 74: CABILDO DE SANTA FE. Actas. Fechas tope: 1729. 63fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 75: CABILDO DE SANTA FE. Correspondencia al
Cabildo de Santa Fe. Legajo I: Gobernador Interino D. José Bermúdez; Legajo
II: Gobernador Miguel de Salcedo. Fechas tope: 1715; 1734–1742. 33fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 76: CABILDO DE SANTA FE. Provisión y otros docu-
mentos sobre contribución de $ 16 000 que le corresponden a Santa Fe, para
la construcción del Palacio Real. Fechas tope: 1738. 10fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 77: CABILDO DE SANTA FE. Apelación Cabildo de
Santa Fe; auto anulando elección de Miguel Martínez del Monje para Alcalde
Ordinario de 1° Voto y provisión de la Real Audiencia de la Plata confirmán-
dola. Fechas tope: 1730. 10fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 78: CABILDO DE SANTA FE. Transcripción de la Orden
Real del Intendente de Puno. El Marqués de Sobremonte al Gobernador
Intendente de Potosí para que acate mandatos del Superintendente de la
mita de Potosí. Fechas tope: 1804. 2fs.

98
CARPETA TEMÁTICA Nº 79: CABILDO DE SANTA FE. Varios documentos. Legajo
I: bandos sobre el paseo Estandarte Real y defensa contra los indios. Legajo
II: auto sobre educación de los indios, negros, esclavos, mulatos y mestizos,
y bien común. Legajo III: preparativos contra ataque dinamarqués a Buenos
Aires. Autos, bandos, acta de cabildo, reseñas y lista de armas y castigos a
los charrúas. Fechas tope: 1700. 23fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 80: CABILDO DE SANTA FE. Varios documentos. Legajo
I: bando sobre muertes hechas por charrúas y yaros, la otra banda del Paraná,
prohibiendo que vayan a Corrientes —Novena Virgen de Itatí— y todo traslado
hasta que queden caminos libres de enemigos. Sumaria información sobre
muertes. Legajo II: bandos sobre las muertes que hicieron los abipones en
Los Algarrobos, reseña y listas de armas; salida a reconocer la tierra. Legajo
III: información sumaria sobre las muertes que hicieron los abipones en Los
Algarrobos. Fechas tope: 1700–1701. 29fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 81: CABILDO DE SANTA FE. Varios documentos. Legajo
I: bandos sobre una entrada al Valle Calchaquí, 6 de abril–mayo. Legajo II:
bando sobre las exequias en honor a Carlos II, 28 de agosto. Legajo III: bando
sobre la fiesta del patrón San Gerónimo, 25 de septiembre. Legajo IV: bando
sobre la posible invasión de las Indias por los ingleses y holandeses, 3 de
octubre. Legajo V: bando prohibiendo a los vecinos hacer chasques y faenas
fuera de la jurisdicción de la ciudad, 23 de octubre. Fechas tope: 1701. 12fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 82: CABILDO DE SANTA FE. Documentos varios. Legajo
I: consulta capitular al Guardián de San Francisco, Fr. Pedro Casco, sobre el
retiro del destacamento que defiende a la ciudad de Santa Fe, de la gente
mantenida por el Gobierno del Río de la Plata. Legajo II: petición del Alcalde
de 1° Voto, Sargento Mayor Esteban Marcos de Mendoza, sobre el abasteci-
miento de la carne, y acuerdo capitular correspondiente. Fechas tope: 1721;
1729. 10fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 83: CABILDO DE SANTA FE. Actas. Fechas tope: 1730. 26fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 84: CONTADURIA. Documentos de Contaduría de
los gastos realizados por Manuel Belgrano en octubre de 1810 —de paso
por Santa Fe en la campaña al Paraguay—. Proclama de Belgrano al jurar la
bandera de la Patria, 1812. Fechas tope: 1810; 1812. 2fs.
CARPETA TEMÁTICA Nº 85: CABILDO DE SANTA FE. Documentos varios.
Certificación de servicios de Tomás de Aquino Valle en las invasiones inglesas,
1806–1807; oda de José Prego Oliver a D. Santiago de Liniers por la defensa
de Buenos Aires; documentos sueltos pertenecientes a CONTADURIA 1806-
1807, tomo 15, Nº 1203–1224. Fechas tope: 1806; 1807. 28fs.

*Fondo Contaduría

Fechas tope: 1684–1865


La sección Contaduría constituye el archivo de documentos contables de
los períodos hispánico y provincial. Se trata de los papeles de contabilidad

99
procedentes del cabildo, la Real Hacienda y de la Junta de Hacienda. Entre
los tipos documentales que la integran sobresalen: cuadernos manuales,
documentos de carga y dato, balances, listas de revista, comprobantes y
recibos varios, órdenes de pago, estados de cuentas.
Auxiliares descriptivos: posee catálogo manual.

FiGura 3. aGPSG.ah. contaduría. tomo 10. leGajo 21: libro manual de la


teSorería de Santa Fe Para la cuenta del año 1790.

Archivos privados

El acervo documental privado en tanto, se compone de colecciones y archivos


de personas y/o instituciones que han cedido la guarda al Archivo Histórico a
través de donaciones. Ocupando diversas índoles temáticas, permite conocer
más profundamente personajes e instituciones relevantes de la provincia,
así como ampliar el conocimiento de la historia provincial a través de la
mirada de lo privado.

100
Entendiendo que un fondo es el conjunto de documentos producidos o
reunidos por una persona, organización o institución en el transcurso de
sus diferentes actividades a través del tiempo cabe considerar el planteo
de Guerra, quien expresa que:

Esto significa que un archivo [privado] no se define a priori por un tipo docu-
mental —si se trata de fotografías, revistas, volantes, mapas o cartas— sino
que su sentido radica en la organicidad del conjunto. Ese carácter orgánico y
la puesta en contexto de la producción documental son dos guías claves del
trabajo con este tipo de materiales. Entonces, si bien la variedad de docu-
mentos que pueden formar parte de un archivo es muy amplia, de manera
típica los fondos personales contienen cartas enviadas y recibidas, originales
manuscritos y mecanografiados, notas, folletos, volantes, recortes de prensa y
otros impresos, así como publicaciones periódicas. (Guerra, 2016:303)

La diversidad de los documentos que se encuentran en los archivos privados


hace que su heterogeneidad, en cuanto a formatos, soportes y contenido, se
traduzca en una homogeneidad de los mismos como fuente de investigación
inigualable.

*Archivo Familia Diez de Andino

El Archivo de la familia Diez de Andino ingresó al acervo del Archivo Histórico


por medio de dos donaciones a lo largo de los años. El primer ingreso se
produjo en el año 1973, como donación a la institución realizada por Juan
Daniel Maciel Gollan. La misma comprende documentos varios de cinco
generaciones, abarcando el período 1647–1898. Está compuesta por más de
3500 fojas a las cuales les realizaron diagnosis, clasificación y ordenación
temática. Producto de esto, se confeccionó el catálogo de la colección. Allí se
describen 73 legajos, en los que encontramos información sobre sus activida-
des comerciales, bienes, relaciones familiares y amistades, que nos permiten
conocer no solo su familia, sino también parte de la sociedad santafesina. El
catálogo fue publicado en el Boletín del Archivo General de la Provincia de
Santa Fe, Nº 7/8, del año 1975/1976, al tiempo que se encuentra disponible
en «sala de consultas».
La segunda donación se realizó en diciembre del 2017, en tanto se forma-
lizó a través del decreto N° 6 del año 2020, en el cual el gobernador acepta y
agradece la misma. Esta fue hecha por Juan Antonio Maciel, Mariano Maciel
y Hebe Alicia Maciel, consta de 2 carpetas con un total de 9 legajos inéditos,
colección de la cual hay catálogo manual para consultar en «sala de con-
sultas». Dentro de esta colección se encuentra el Diario Diez de Andino, de
Manuel Ignacio Diez de Andino, a quien se reconoce como uno de los primeros
cronistas del siglo XIX. Y si bien el diario se conoce —y se ha estudiado— a

101
partir de la publicación de José Luis Busaniche en 1931, es a raiz de la dona-
ción del mismo al Archivo Histórico que se produce un cambio significativo
como uso de fuente documental. Es decir, deja de ser una fuente secunda-
ria —conocida a través de su editor— y obtiene el carácter de documento
original, fuente primaria para la investigación. La donación a la institución y
la consecuente autorización de la familia, significa también una apertura en
la disposición para que aquella crónica privada se convierta en patrimonio
de la provincia.

FiGura 4. aGPSF.ah. archiVoS PriVadoS. archiVo Familia diez de andino.


teStamento de dieGo diez de andino, 1730.

102
*Archivo Manuel María Iriondo

El archivo ingresó al Archivo General en cinco etapas. Manuel María de Iriondo


nació en Santa Fe de la Vera Cruz en el año 1873 y murió en Buenos Aires el 4
de diciembre de 1958. Simón de Iriondo —quien fue dos veces gobernador—
y Mercedes Zavalla fueron sus padres. Estudió en la facultad de derecho y
ciencias sociales de la Universidad de Buenos Aires. Las fechas tope de esta
colección corresponden a los años 1799–1952, la primera fecha corresponde
a los documentos propiedad probable de su padre Simón de Iriondo. La
colección posee inventario y se encuentra disponible para consulta en Sala.

*Colección Familia Ventura Coll

Donación efectuada en el año 2014 por Raquell Marull de Tejerina de docu-


mentación original de Catalunya —en idioma catalán—, relativa a la familia
Ventura Coll y Manuela Delfina Diez de Andino, con fechas tope 1742–1843,
en 22 legajos con un total de 106 folios.

*Colección José María de Iriondo

Donación realizada por Estela de Iriondo de Yrigoyen en el año 1977. La


misma se compone de cuatro unidades de conservación y posee documentos
de diversas personalidades políticas de nuestra provincia, como Francisco
Antonio Candioti, Francisco Vera Mujica, Manuel María Zavalla y Simón de
Iriondo. Abarca las fechas tope 1734–1883 y posee catálogo para consultar
en «sala».

*Colección Francisco Letamendi

Tomo de correspondencia dirigida a Ambrosio Funes y Juan Bautista de


Echeverría por Francisco Letamendi, en las ciudades Buenos Aires y Córdoba,
con fechas tope 1799–1830.

*Colección Hebe Livi

Documentos pertenecientes a la doctora Hebe Livi, donados por Laura Livi


en el año 1999. La colección cuenta con tres legajos que contienen diversa
documentación. Carpeta I: escrituras públicas. Carpeta II: reproducciones de
documentos. Carpeta III: documentos originales y reproducidos. Fechas tope:
1700–1941, con auxiliares descriptivos para consultar en «sala».

103
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pistoNe, cAtALiNA y osuNA, AtiLio (1976). Colección Diez de Andino. Boletín del Archivo
General de la Provincia de Santa Fe, 7/8. Imprenta Oficial.

Fuentes consultadas

AgpsF. Ah. FoNdo coLoNiAL


AgpsF. Ah. ArchiVos priVAdos
AgpsF. Ah. goBierNo
AgpsF. Ah. coNtAduríA

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Sobre las autoras y el autor

Carina Giletta. Profesora Asociada (Facultad de Humanidades y Ciencias–Universidad


Nacional del Litoral), cátedras Historia Americana I–II y Prehistoria General y
Americana. Especialista en Historia Social. Doctoranda (Universidad Nacional
de Entre Ríos). Profesora investigadora categoría IV–SPU. Directora de proyectos
CAI+D–UNL. Representante alterna del Comité Historia, Regiones y Fronteras–
Asociación de Universidades Grupo Montevideo. Directora de Carreras de Historia
(Facultad de Humanidades y Ciencias–Universidad Nacional del Litoral). Miembro
de redes de cátedras de historia americana (Red Intercátedras de Historia de
América Latina Contemporánea–Programa Interuniversitario de Historia Social
Enfoque Regional). Su objeto de estudio es la Historia Americana desde una
mirada global y su área de interés es la perspectiva de la sociología histórica.

Juan Francisco Reinares. Profesor Ayudante (Facultad de Humanidades y Ciencias–


Universidad Nacional del Litoral), cátedras Historia Americana I y Prehistoria
General y Americana. Doctorando (Facultad de Humanidades y Ciencias–Universidad
Nacional del Litoral). Colaborador en el CAI+D «Configuraciones en construcción en
América Latina: dinámicas y transiciones en los Siglos XVIII y XIX. Un análisis mul-
tiescalar de la acción social en sus diversos fundamentos y manifestaciones». Su
objeto de estudio son las dinámicas y transiciones sociales, económicas y políticas
en los siglos XVIII y XIX en el área rioplatense.

Silvina Vecari. Profesora adjunta (Facultad de Humanidades y Ciencias–Universidad


Nacional del Litoral), cátedras Historia Americana I–II y Prehistoria General y
Americana. Especialista en docencia universitaria. Profesora investigadora categoría
IV–SPU. Miembro de proyectos CAI+D–UNL. Integrante de redes de cátedras de his-
toria americana (Red Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea–
Programa Interuniversitario de Historia Social Enfoque Regional). Su objeto de
estudio es la composición y dinámica social de la población urbana de Santa Fe en
el siglo XVIII.

María de los Milagros Vecari. Bibliotecóloga por el Instituto Superior Nº 12.


Diplomada en Gestión Documental y Administración de Archivos Públicos
(Universidad Nacional de San Martín). Jefa de la sección centro de información
del Archivo Histórico–Archivo General de la Provincia de Santa Fe. Integrante de la
comisión Códigos de Identificación de la Comisión Federal de Archivos Estatales.
Miembro de proyectos CAI+D–UNL.

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Sobre la prologuista

Sonia Tedeschi. Profesora titular (Facultad de Humanidades y Ciencias–Universidad


Nacional del Litoral), cátedra de Historia Argentina I. Doctora en Historia UPO.
Profesional principal D.E–CONICET. Presidenta del comité Historia, Regiones y
Fronteras (Asociación de Universidades Grupo Montevideo). Directora de proyectos
CAI+D–UNL. Integrante del Programa de Historia Argentina Siglo XIX (CONICET–UBA)
con sede en el Instituto «Dr. Emilio Ravignani». Su objeto de estudio es la construc-
ción de los Estados provinciales en el Río de la Plata. Poder político, institucionali-
zación y conflictividad.

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