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Caso Dora

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Análisis fragmentario de un caso de histeria. Caso Dora. 1900-1901. Histeria.

Señor K Padre Dora Freud


Señora K Madre Institutriz
Hermana del padre
Hermano de Dora

Primera gran cura psicoanalítica


realizada por Sigmund Freud entre la escritura de La interpretación de los sueños y la de los
Tres ensayos de teoría sexual.
A través de este caso trató de demostrar la validez de sus tesis sobre la neurosis histérica
(etiología sexual, conflicto psíquico, herencia sifilítica) y exponer la naturaleza del tratamiento
psicoanalítico, muy distinto de la catarsis y la hipnosis, y en adelante basado en la interpretación
de los sueños y la asociación libre.
Cuando se comparan las contratransferencias de Freud con sus principales pacientes, se
tiene la sensación de que sentía más simpatía por el Hombre de las Ratas que por Dora o el
Hombre de los Lobos.
primera cura exclusivamente psicoanalítica, realizada con una joven virgen de 18 años
doy a los órganos y a los fenómenos sus nombres técnicos, y comunico esos nombres si no
son conocidos… "J´appelle un chat un chat" ("Al gato lo llamo gato").
Un marido débil e hipócrita engaña a la esposa, ama de casa estúpida, con la mujer de uno
de sus amigos, durante unas vacaciones en Merano. Primero celoso y luego indiferente, el esposo
engañado trata de seducir a la institutriz de sus hijos. Después se enamora de la hija de su rival,
y la corteja cuando se encuentran en su casa de campo, en las orillas del lago de Garda.
Horrorizada, la joven lo rechaza, le da una bofetada y le cuenta la escena a la madre, para que
ella se lo diga al padre. Este último interroga entonces al marido de la amante, el cual niega
categóricamente los hechos que se le reprochan. Preocupado por proteger su propia relación, el
padre culpable hace pasar a la hija por fabuladora, y la manda a atenderse con un médico (Freud)
que le había prescrito, algunos años antes, un excelente tratamiento contra la sífilis. La entrada
en escena de Freud transforma esta historia de familia en una verdadera tragedia de sexo, amor y
enfermedad. En tal sentido, su relato del caso "Dora" se asemeja a una novela moderna: uno no
sabe si pensar en Arthur Schnitzler, Marcel Proust (1871-1922) o Henrik lbsen (1828-1906). Todo
el drama gira en torno a la introspección a través de la cual la heroína (Ida) se sumerge
progresivamente en las profundidades de una subjetividad oculta a su conciencia. Y la fuerza de la
narración se debe al hecho de que Freud hace surgir una patología formidable detrás de las
apariencias de una gran normalidad. Así puede restituirle a Dora una verdad que su familia le
sustrae, al tratarla de simuladora. Nacida en Viena en una familia de la burguesía judía
acomodada, Ida era el segundo vástago de Philipp Bauer (1853-1913) y Katharina Gerber-Bauer
(1862-1912).
Afectado de sífilis antes de su matrimonio, Philipp … "La personalidad dominante era el
padre,
(el señor K.)
(la señora K.)
hermana del padre tratada por Freud, que trato al padre por la sífilis.
la madre de Ida
una institutriz
hermano, Otto Bauer (1881-1938), Secretario del Partido Socialdemócrata entre 1907 y
1914, y adjunto de Viktor Adler en el Ministerio de Asuntos Exteriores en 1918, fue una de las
grandes figuras de la intelligentsia austríaca de entreguerras.
en octubre de 1900 Ida Bauer visitó a Freud para iniciar esa cura que duró exactamente
once semanas.
"falta" paterna
mentira sobre la que reposaba la vida familiar
la escena de seducción.
(la señora K.), quien dijo sospechar que la joven leía libros pornográficos (ella misma de los
dio a leer)
En once semanas, y a partir de dos sueños (uno con un incendio de la casa familiar y el otro
con la muerte del padre), reconstituyó la verdad inconsciente de este drama. El primer sueño
revelaba que Dora se había entregado a la masturbación, y que en realidad estaba enamorada de
Hans Zellenka. Por ello le pedía al padre que la protegiera de la tentación de ese amor. Pero esa
tentación despertaba también un deseo incestuoso reprimido respecto del padre. En cuanto al
segundo sueño, permitió ir aún más lejos en la investigación de la "geografía sexual" de Dora, y
sobre todo sacar a luz su perfecto conocimiento de la vida sexual de los adultos. Freud advirtió
claramente que la paciente no soportó la revelación de que deseaba al hombre que había
abofeteado. En consecuencia, la dejó irse cuando ella decidió interrumpir el tratamiento. ¿Qué
otra cosa podía hacer? El padre, al principio favorable a la cura, se dio cuenta en seguida de que
Freud no aceptaba la tesis de la fabulación. Por lo tanto, se desinteresó del tratamiento. La hija,
por su lado, no encontró en Freud la seducción que esperaba: él no había sido sensible ni había
sabido poner en juego con ella una relación transferencial positiva. En efecto, en ese entonces
Freud no sabía aún manejar la transferencia en la cura. Por otro lado, como él mismo lo subrayó
en una nota de 1923, fue incapaz de comprender la naturaleza del vínculo homosexual que unía a
Ida (Dora) con Peppina. Sin embargo, había sido la señora K. quien le había dado a leer el libro
prohibido a la joven, para después acusarla. También había sido ella quien le hablaba de cosas
sexuales.

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A propósito de un caso de neurosis obsesiva. Caso del Hombre de las ratas. 1907-1908.
Neurosis obsesiva.

Prima Humilde con ovariotomia


Ernst (4° de 6 hermanos)
Padre
Mujer pobre amada por el padre
Esposa rica
Mujer rica deseada por el padre para su hijo
Capitán que narra la tortura oriental
Hombre que presta dinero al padre
Oficial de correos que paga por los anteojos
Freud

Segunda gran cura psicoanalítica


El tratamiento duró aproximadamente nueve meses
Ese mismo año, Freud ayudó a su amigo Max Graf a analizar a su hijo (Herbert Graf)
caso de neurosis obsesiva
el tema que lo apasionaba: la relación entre un hijo y su padre.
Ernst Lanzer era el cuarto vástago entre otros seis hermanos. Su padre, Heinrich Lanzer,
había amado primero a una mujer pobre, pero terminó casándose con la rica Rosa Saborsky, la
futura madre de Ernst.
Pronto se enamoró de una de sus primas humildes… contra la opinión de su padre, Heinrich
Lanzer, que prefería para su hijo a una mujer rica.
la joven (humilde) debió sufrir una ovariectomía que le impedía ser madre.
En 1901 comenzaron a dominarlo extrañas obsesiones sexuales y morbosas. En efecto,
sentía un gusto particular por los funerales y los rituales de muerte, había tomado la costumbre
de mirarse el pene en un espejo para estar seguro de su grado de erección, y experimentaba la
tentación reiterada del suicidio, basada en reproches e inculpaciones dirigidas contra sí mismo,
seguidas de inmediato por resoluciones piadosas y plegarias. A veces quería cortarse la garganta,
otras proyectaba ahogarse. De modo que en 1905, a los 27 años, sufría una grave neurosis
obsesiva.
compulsión a presentarse a los exámenes demasiado pronto y sin preparación. El médico le
respondió que la obsesión era muy saludable y no hizo nada por el joven. En el verano de 1907 se
produjeron los dos acontecimientos principales que constituirían el núcleo de su cura con Freud.
En julio, en el transcurso de ejercicios militares en Galitzia, escuchó de boca del cruel capitán
Nemeczek, partidario de los castigos corporales, la historia de un suplicio oriental consistente en
obligar a un preso a desvestirse y ponerse de rodillas y bajar el torso; a las nalgas del hombre se
fijaba entonces con una correa un gran orinal agujereado en el que se agitaba una rata. Privada
de comida y excitada con una varilla al rojo que se introducía por un agujero del orinal, el animal
trataba de sustraerse a la quemadura, y penetraba en el recto del supliciado, infligiéndole heridas
sangrientas. Al cabo de una media hora, moría asfixiada, al mismo tiempo que el hombre. Ese día
Lanzer había perdido sus lentes en el curso de un ejercicio. Telegrafió entonces a su óptico de
Viena para que le enviara otro par por correo. A los dos días recuperó el objeto por intermedio del
mismo capitán, quien le dijo que los gastos postales debían ser reembolsados al teniente David,
supervisor de correos.
Lanzer tuvo un comportamiento delirante en torno al tema obsesivo del pago. La historia del
suplicio se mezclaba con la de la deuda, y hacía surgir en la memoria del Hombre de las Ratas el
recuerdo de otra cuestión de dinero. Alguna vez, su padre había contraído una deuda de juego, y
lo había salvado del deshonor un amigo que le prestó la suma que necesitaba. Después de su
servicio militar, Heinrich trató de encontrar a ese hombre, sin lograrlo. De modo que la deuda no
había sido saldada.
Primero se entregó a la asociación libre y comenzó a evocar espontáneamente recuerdos
sexuales que databan de sus 6 años. Todas las noches, Freud redactaba el diario de esa cura para
registrar los diálogos con exactitud. Muy pronto Lanzer llegó a la historia de las ratas. Pero, al
resultarle insoportable describir los detalles del suplicio, se levantó prestamente del diván y le
suplicó a Freud que le ahorrara esa tarea. Con firmeza, Freud lo obligó a continuar el relato,
exponiéndole su concepción de la resistencia. Entonces el paciente puso de manifiesto una
incapacidad para pronunciar ciertas palabras: "¿Quería hablar de empalamiento? -escribe Freud-.
No, no era eso. Ataban al condenado (se expresaba con tanta oscuridad que no pude imaginar de
inmediato en qué posición), volvían sobre sus nalgas un orinal en el que introducían ratas, las
cuales -se puso de pie manifestando todos los signos del horror y la resistencia- se hundían. «En
el ano», tuve que completar." Y Freud añade: ---Encada momento del relato, se observa en su
rostro una expresión compleja y bizarra, expresión que no podría traducir de otro modo que como
el horror de un goce que él mismo ignora ". Contrariamente a lo que ocurrió en el análisis de
Serguei Pankejeff o en el de Marie Bonaparte, en el caso de Lanzer, Freud no inventó una escena
sexual originaria. Actuó verdaderamente como un terapeuta deseoso de hacer que el paciente
confesara sus tormentos, dispuesto a tranquilizarlo asegurándole que él mismo no tenía ninguna
inclinación a la crueldad. Mediante esta técnica de la confesión, en la cual Freud ocupó para
Lanzer el lugar de un padre, logró relacionar el complejo paterno y la obsesión de las ratas.
Formuló la hipótesis de que, hacia los 6 años, el pequeño Ernst había cometido una fechoría de
tipo sexual relacionada con la masturbación, y el padre lo habría castigado.
Lanzer aceptó esa interpretación, que correspondía a sus recuerdos, y evocó otra escena,
narrada por la madre, de cuando él tenía 4 años. En esa época, después de haber mordido a
alguien, el padre lo había apaleado. Furioso, Ernst lo injurió poniéndole nombres de objetos:
"¡Lámpara! ¡Servilleta!" Heinrich había comentado: "Este niño se convertirá en un gran hombre o
en un gran criminal". Al narrar esa escena, que él mismo no recordaba, Lanzer dudó de que
hubiera experimentado rabia respecto de su padre. Pero pronto, en sus sueños y asociaciones,
comenzó a injuriar groseramente a su terapeuta, a quien, al mismo tiempo, le reclamaba un
castigo. Este episodio le permitió a Freud demostrarle al paciente que la "vía dolorosa de la
transferencia" llevaba a una confesión del odio inconsciente al padre. Y Freud resolvió el enigma:
fue el relato del castigo mediante las ratas -dice en sustancia- lo que despertó el erotismo anal de
Lanzer, y le recordó la antigua escena de la mordedura, narrada por la madre. Al defender un
castigo corporal mediante las ratas, el capitán ocupó para el enfermo el lugar del padre, y atrajo
sobre sí una animosidad comparable a aquella con la que Ernst había respondido antaño a la
crueldad de Heinrich. Según Freud, la rata adquiría en este caso la significación del dinero, y por
lo tanto de la deuda, lo que en la cura se puso de manifiesto a través de las asociaciones verbales
"florín/rata" o "cuota parte/ratas", puesto que desde el principio del tratamiento el paciente había
tomado la costumbre de calcular los honorarios en términos de "tantos florines, tantas ratas".
El caso del Hombre de las Ratas se ha considerado la única terapia totalmente exitosa de
Freud.
Freud se había descrito a sí mismo como el prototipo del neurótico obsesivo
la esencia del amor edípico a la madre y el odio al padre.
Claude Lévi-Strauss, Lacan le da un estatuto de mito a la neurosis obsesiva del Hombre de
las Ratas, demostrando que es el modelo de una estructura compleja y de un desgarramiento
original, en virtud de los cuales cada sujeto se encuentra ligado a una constelación simbólica
cuyos elementos se permutan y repiten de generación en generación, como el memorial de una
historia genealógica.

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De la historia de una neurosis infantil. El hombre de los lobos. 1910-1914.


Neurosis: de neurosis de angustia a fobia (zoofobia) a neurosis obsesiva.

El hombre de los lobos


Hermana suicida
El padre suicida
La madre
Primo delirante de la madre
Hermano paranoico del padre que vivía como un salvaje
Hermano del padre que se robo a la novia de su hijo
Preceptores, médicos
Institutrices
Psicoanalistas
Freud

Tercera y última de las grandes curas psicoanalíticas


Se inició en enero de 1910 y terminó exactamente el 28 de junio de 1914
El paciente no fue "curado": hizo un "reanálisis" con Freud después de la guerra, y más tarde
otro con una alumna de Freud, Ruth Mack-Brunswick.
Pankejeff se convirtió en un personaje mítico: el Hombre de los Analistas, más bien que el
Hombre de los Lobos, símbolo en todo caso del carácter "interminable" de la cura freudiana.

Serguei Constantinovich Pankejeff nació en Rusia meridional, en una rica familia de la


nobleza terrateniente, y se educó en Odessa, con su hermana Anna, tres institutrices (Grouscha,
Nania, Miss Owen) y preceptores. La madre, afectada de diversos trastornos psicosomáticos, se
preocupaba exclusivamente por su propia salud, mientras que el padre, depresivo, llevaba la vida
activa de un hombre político conocido por sus opiniones liberales. Los miembros de la familia, en
las dos ramas del árbol genealógico, se asemejaban a los personajes de Los hermanos
Karamazov, la novela de Dostoievski. El tío Pedro, primer hermano del padre, sufría de paranoia y
había sido atendido por el psiquiatra Serguei Korsakov (1854-1900). Huyendo del contacto
humano, vivía como un salvaje en medio de animales, y terminó su vida en un asilo. El tío
Nicolás, segundo hermano del padre, había intentado vanamente robarle la, novia a uno de sus
hijos, y casarse con ella por la fuerza. Un primo, hijo de la hermana de la madre, había sido
internado en un asilo de Praga, afectado también de una forma de delirio de persecución. En
1896, a los 10 años de edad, el pequeño Serguei presentó los signos de una neurosis grave.
En 1905 se suicidó su hermana Anna y, dos años más tarde, se dio muerte su padre. En esa
época Serguei concurría al gimnasio. Conoció a una mujer de pueblo, Matrona, con la que contrajo
una gonorrea. Cayó entonces en frecuentes accesos depresivos, que pronto lo llevaron, de
sanatorio a asilo, y de casa de reposo a cura termal, a convertirse en un enfermo ideal para el
saber psiquiátrico de fines de siglo. Atendido por Wladimir Bekhterev, quien utilizaba la hipnosis,
más tarde por Theodor Zichen (1862-1950) en Berlín, y finalmente por Emil Kraepelin en Múnich,
quien le diagnosticó una psicosis maníaco-depresiva, se encontraba en el sanatorio de
Neuwittelsbach, donde se le aplicaban tratamientos tan diversos como inútiles: masajes, baños,
etcétera. Allí se enamoró de una enfermera, Teresa Keller, un poco mayor que él y madre de una
niña (Else). Comenzó entonces una relación pasional a la que se oponían su familia (pues la joven
era plebeya) y el psiquiatra (persuadido de que la sexualidad era el peor de los remedios en los
casos de locura). Después de haber roto y más tarde rehecho la relación, Pankejeff volvió a
Odessa, donde se hizo atender por un joven médico, Leonid Droznes (1880-19?), quien decidió
muy pronto llevarlo a Viena para consultar con Freud. Con una frase mordaz, Freud estigmatizó el
nihilismo terapéutico de sus colegas psiquiatras: "Hasta ahora -le dijo a Pankejeff- usted ha
buscado la causa de su enfermedad en un orinal". La interpretación tenía un doble significado.
Freud aludía tanto a la inutilidad de los tratamientos anteriores como a la psicología de Serguei,
quien sufría trastornos intestinales permanentes, y sobre todo una constipación crónica. Se inició
el análisis. En lugar de prohibirle al Hombre de los Lobos que volviera a ver a Teresa, Freud le
pidió simplemente que aguardara al final de la cura. No se opuso al matrimonio: "Teresa -dijo- es
el impulso hacia la mujer". En una carta a Sandor Ferenzci de febrero de 1910, señaló la violencia
de las manifestaciones transferenciales de su paciente: "El joven ruso rico que he tomado a causa
de una pasión amorosa compulsiva me ha confesado, después de la primera sesión, las
transferencias siguientes: judío estafador, le gustaría tomarme por atrás, y cagarme en la cabeza.
A los 6 años, el primer síntoma manifiesto consistió en injurias blasfematorias contra Dios:
puerco, perro, etcétera. Cuando vio tres montones de mierda en la calle, se sintió mal a causa de
la Santísima Trinidad, y buscó ansiosamente un cuarto montón para destruir la evocación.
Freud se entregó a un verdadero trabajo de creación novelesca, al punto de "inventar", a
golpes de interpretación, acontecimientos que quizá no se habían producido nunca; todo el relato
se centraba en la infancia del paciente, y toda la reconstrucción de su vida giraba en torno a su
sexualidad. El cuadro familiar estaba compuesto por la madre, el padre, la hermana y tres
empleadas: la niñera (Nania), la institutriz inglesa (Miss Owen), la criada (Grouscha). Según
Freud, que se basaba en los recuerdos de Serguei, éste había sido objeto de un intento de
seducción a los tres años y medio, por parte de su hermana Anna, quien le había mostrado su
"popó"; más tarde, él se había exhibido ante Nania, quien lo había regañado. Hacia los 10 años
quiso a su vez seducir a la hermana, que lo rechazó. Después prefirió a mujeres de condición
inferior a la suya. Descartando todos los diagnósticos de melancolía y psicosis formulados antes
que él por los otros médicos, Freud vio en este caso una histeria de angustia, con fobia a los
animales, que más tarde se había transformado en una neurosis obsesiva o infantil: de allí el
título del texto. Freud reconstruyó el origen de la neurosis infantil interpretando un sueño que
Serguei había tenido a los 4 años, narrado e ilustrado por él con un dibujo durante la cura: "Soñé
que era de noche y que estaba acostado en mi cama [ . .. ]. Sé que era invierno. De pronto se
abrió sola la ventana y vi con pavor, en el gran nogal que había frente a ella, algunos lobos
blancos sentados en las ramas. Eran seis o siete. Los lobos eran totalmente blancos y tenían más
bien el aspecto de zorros o perros pastores, pues tenían grandes colas como los zorros y sus
orejas estaban erguidas como en los perros cuando prestan atención a algo. Manifiestamente muy
angustiado, por miedo a que me comieran los lobos, grité y me desperté." A partir de ese sueño,
y de varios recuerdos del paciente concernientes a su sexualidad infantil, Freud inventó, con
detalles de una precisión inaudita, una pasmosa escena primitiva que se volvería célebre en los
anales del psicoanálisis, y fue muchas veces comentada. Patrick Mahony la resume muy bien: "En
un cálido día de verano, el pequeño Serguei, entonces de 18 meses y afectado de malaria, dormía
en el dormitorio de los padres, al que éstos también se habían retirado, semidesnudos, para la
siesta. A las cinco de la tarde, verosímilmente en el acmé de la fiebre, Serguei se despertó y, con
una atención sostenida, observó a sus padres, semidesnudos en ropa interior blanca, de rodillas
sobre las sábanas blancas, entregarse tres veces a un coito a tergo: observando los órganos
genitales de los progenitores, y el placer en el rostro de la madre, el bebé, habitualmente pasivo,
tuvo un súbito movimiento intestinal y comenzó a gritar, interrumpiendo así a la joven pareja."
Otros dos episodios de la vida de Serguei fueron objeto de una serie de interpretaciones. Uno
tenía que ver con Gruscha, cuyas nalgas, comparadas con alas de mariposa, y después con el
número romano V, remitían a los cinco lobos del sueño y a la hora en que habría tenido lugar el
célebre coito. El otro episodio se relacionaba con una alucinación visual. En su infancia, Serguei
había visto su dedo meñique cortado por un cortaplumas, y de inmediato había advertido la
inexistencia de la herida. Freud dedujo que el paciente había puesto de manifiesto en este asunto
una actitud de rechazo (Verwerfung) consistente en ver sólo la sexualidad bajo el ángulo de una
teoría infantil: el comercio por el ano. Después de esta gran inmersión en la infancia de Serguei,
Freud se sintió seguro de haberlo curado. El hombre entró entonces en la tormenta de la guerra, y
su vida se encontró modificada totalmente.

Hasta la primavera de 1918 vivió en Odessa, entre la madre y Teresa, que no se llevaban
bien.
La Revolución de Octubre lo había arruinado
lo tomó de nuevo en análisis, entre noviembre de 1919 y febrero de 1920.
En 1926, padeciendo los mismos síntomas, consultó de nuevo a Freud, quien se negó a
tratarlo por tercera vez, y lo derivó a Ruth Mack-Brunswick.
sin duda alguna, la célebre escena del coito a tergo no había tenido lugar, porque en Rusia lo
niños no dormían nunca en la habitación de los padres, dijo el hombre de los lobos en 1945.

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Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia. Presidente Schreber. 1911.


Paranoia. Sistema delirante. Psicosis.

Freud no había conocido personalmente al paciente.


Nacido en julio de 1842, Daniel Paul Schreber pertenecía a una ilustre familia de la burguesía
protestante alemana, una familia de juristas, médicos y pedagogos. Su padre, el doctor Daniel
Gottlieb (Gottlob) Moritz Schreber (1808-1861) se había hecho célebre por sus teorías educativas
de una extrema rigidez, basadas en el higienismo, la gimnasia y la ortopedia.
En 1884, Daniel Paul Schreber, jurista renombrado y presidente de la corte de apelaciones
de Sajonia, dio signos de trastornos mentales después de haber sido derrotado en elecciones a las
que se presentó como candidato del Partido Conservador.
internado en dos oportunidades. Promovido a presidente de la corte de apelaciones de
Dresden en 1893, siete años más tarde fue inhabilitado, y sus bienes fueron puestos bajo tutela.
Redactó entonces las Memorias de un neurópata, publicadas en 1903.

Las Memorias de Schreber presentaban el sistema delirante de un hombre perseguido por


Dios. Habiendo vivido sin estómago y sin vejiga, habiéndose "comido la laringe", pensaba que el
fin del mundo estaba cerca y que él era el único sobreviviente en un universo de enfermeros y
enfermos descritos como "sombras de hombres chapuceados de cualquier modo". Dios le hablaba
en la lengua fundamental" (la lengua de los nervios) y le confió la misión salvadora de
transformarse en mujer y engendrar una nueva raza. Sin cesar regenerado por los rayos que lo
hacían inmortal y emanaban de los "vestibulos del cielo", Schreber era también perseguido por
pájaros "milagreados" y lanzados contra él después de haber sido llenados de "venenos
cadavéricos": esos pájaros le transmitían los "vestigios" de las antiguas almas humanas. Mientras
aguardaba ser metamorfoseado en mujer y después embarazado por Dios, vociferaba contra el sol
y resistía a las conspiraciones del doctor Fleclisig, caracterizado como un "asesino de almas" que
había abusado sexualmente de él antes de abandonarlo a la putrefacción. Deslumbrado por la
extraordinaria lengua schreberiana, Freud analizó el caso para demostrar, frente a Eugen Bleuler
y Cari Gustav Jung, la validez de su teoría de la psicosis. En los alaridos de Schreber contra Dios
vio la expresión de una rebelión contra el padre; en la homosexualidad reprimida, la fuente del
delirio, y finalmente, en la transformación del amor en odio, el mecanismo esencial de la
paranoia. La eclosión del delirio le parecía menos una entrada en la enfermedad que un intento de
curación, mediante el cual Daniel Paul, que no había tenido hijos que lo consolaran de la muerte
del padre, trataba de reconciliarse con la imagen de un padre transformado en Dios.

En el otoño de 1955, y --n el marco de su seminario sobre las psicosis, Jacques Lacan revisó
a su vez el caso, después de conocer el trabajo de Macalpine y Hunter. Su perspectiva, como
siempre contraria a la de los kleinianos, lo llevó más lejos que Freud en cuanto a la posible
curabilidad del psicótico. No obstante, si bien abordó las relaciones arcaicas con la madre, no situó
el origen de la psicosis del lado materno, sino más bien del lado del desfallecimiento paterno. En
consecuencia, alinéandose directamente con el freudismo clásico, se aplicó a revalorizar la función
simbólica del padre para marcar mejor los efectos nefastos ligados a su lugar "faltante". De allí la
elaboración de dos conceptos principales: el de forclusión y el de nombre-del-padre. En este
enfoque, en lugar de considerar la paranoia como una defensa contra la homosexualidad, Lacan la
ubicaba bajo la dependencia estructural de la función paterna. Proponía entonces leer realmente
los escritos de Gottlieb M. Schreber, a fin de hacer surgir el vínculo genealógico entre las tesis
pedagógicas del padre y la locura del hijo. En ese marco, la paranoia de Daniel Paul Schreber
podía definirse en términos lacanianos como una "forclusión del nombre-del-padre". El
encadenamiento era el siguiente: el nombre de D. G. M. Schreber, es decir, la función de
significante primordial encarnado por el padre en teorías educativas que apuntaban a reformar la
naturaleza humana, había sido rechazado (o forcluido) del universo simbólico del hijo, y retornaba
en el real delirante del discurso del narrador de las Memorias. Con esta interpretación, Lacan fue
el primero de los comentadores del caso que teorizó el vínculo existente entre el sistema
educativo del padre y el delirio del hijo: en la pluma de Daniel Paul aparecía un universo poblado
de instrumentos de tortura extrañamente semejantes a los aparatos de normalización descritos en
los manuales que llevaban en la tapa el nombre de D.

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Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Caso Hans. 1908.


De angustia flotante a fobia (zoofobia).

relato de Sigmund Freud sobre su análisis, efectuado por Max Graf, su padre.
el paciente (por primera vez) era un niño
Tres ensayos de teoría sexual. Desde las primeras anotaciones del padre, Juanito aparece
muy preocupado por esa parte de su cuerpo que él llama su "hace pipí". Sucesivamente le
pregunta a la madre si ella tiene uno, le atribuye uno a la vaca que se ordeña, a la locomotora
que desprende agua, al perro y al caballo, pero no a la mesa ni a la silla. Este interés, como lo
observa Freud con humor, no se limita a la teoría: Juanito es sorprendido por la madre cuando se
entrega a tocamientos de su pene. La mujer lo amenaza con hacerle cortar el "hace pipí" si
continúa ese tipo de actividad; esto no genera ningún sentimiento de culpa -sigue observando
Freud- pero le hace adquirir el complejo de castración.
Continuando con sus exploraciones, el niño quiere saber si también el padre tiene un "hace
pipí", y se sorprende de que la madre, adulta, no tenga un "hace pipí" del tamaño del que tiene el
caballo. En este período, "el gran acontecimiento de la vida de Juanito es el nacimiento de su
hermanita Anna, cuando él tiene exactamente tres años y medio". Las observaciones del padre
revelan un distanciamiento entre los dichos del niño, que parecen dar crédito a la fábula de la
cigüeña, y la atención que presta al maletín del médico y a las palanganas de agua sanguinolenta
en el dormitorio del parto, lo que parece indicar -señala Freud la presencia de las primeras
sospechas acerca de la falsedad de la fábula. A Juanito le llevará aproximadamente seis meses
superar sus celos y convencerse de su propia superioridad sobre la hermana menor. Al asistir al
baño de la niña, constata que ella tiene un "hace pipí [...] todavía pequeño" y predice con
condescendencia que será más grande cuando Anna crezca. Comentando las observaciones
siguientes, Freud toma nota de manifestaciones de autoerotismo, pronto seguidas de una
"elección de objeto como en el adulto". Juanito da entones muestras de inconstancia,
predisposición a la poligamia, pero presenta también rasgos de homosexualidad, todo lo cual lleva
a Freud a decir, manifiestamente satisfecho por haber seguido paso a paso la verificación de su
teoría, "Nuestro Juanito parece verdaderamente un modelo de todas las perversiones". Juanito
atravesó más tarde un período marcado por la búsqueda de emociones eróticas (se enamoró de
una niñita e insistió con los padres para que le permitieran llevarla a la casa y acostarse con ella),
prolongación de las que había experimentado en sus incursiones al lecho de los progenitores.
Cuando tenía cuatro años y medio, un sueño tradujo su deseo, en ese momento reprimido, de
entregarse de nuevo al exhibicionismo ante las niñitas, como lo había hecho el verano anterior.
Este período se cerró con el reconocimiento por el niño, al presenciar de nuevo el baño de la
hermanita, de la diferencia entre los órganos genitales masculinos y femeninos. Unos días
después de ese sueño y de esa observación, se declaró la "enfermedad" de Juanito.
se inició con una carta del padre, inquieto por la agitación nerviosa que ha afectado
súbitamente al niño
Juanito había tenido un sueño, un "sueño de castigo" dice Freud, en el cual se había ido la
madre amada, la que le "hacía mimos". Ese sueño era un eco de las ventajas obtenidas cuando la
madre, durante el verano anterior, lo había llevado a su lecho cada vez que él manifestaba
ansiedad y también cada vez que estaba ausente el padre. Unos días más tarde, Juanito, de paseo
con la criada, comenzó a llorar y quiso volver a la casa para "recibir mimos de su rnamá". Al día
siguiente la madre decidió sacarlo a pasear ella misma. El niño empezó por negarse, llorar, y
después se dejó llevar pero poniendo de manifiesto un miedo intenso, del que sólo habló a la
vuelta: "Tenía miedo de que me mordiera un caballo". Por la noche tuvo una nueva crisis de
angustia ante la idea del próximo paseo, y miedo a que el caballo se metiera en su dormitorio. La
madre le preguntó si acaso se había tocado el "hace pipí" con la mano. Después de la respuesta
afirmativa de Juanito, le ordenó que dejara de hacerlo, orden que más tarde el niño confesó que
no siempre había cumplido. "Tenemos aquí -comenta Freud- el inicio de la angustia y de la fobia",
que era preciso distinguir entre sí. La ternura creciente por la madre traducía una aspiración
libidinal reprimida, determinante de la angustia. Esa transformación de la libido en angustia es
irreversible, y la angustia debe encontrar un objeto sustitutivo que pasará a ser el material fóbico.
En ese punto era aún demasiado pronto para comprender el origen del material de la fobia de
Juanito: los caballos y el riesgo de su mordedura. En esa etapa, Freud le aconsejó al padre que le
dijera a Juanito que esa historia de caballos era una "tontería" (tal era la palabra que el padre y el
hijo emplearon en adelante para designar la fobia), y que su miedo provenía del excesivo interés
por el "hace pipí- de los caballos.
Freud sugirió además que se iniciara la educación sexual del niño, para que él pudiera sobre
todo admitir que la madre y todas las otras criaturas femeninas -tal como podía darse cuenta por
la pequeña Anna- no tenían un «hace-pipí» en absoluto". Algún tiempo más tarde, la fobia volvió,
extendiéndose a todos los animales grandes (jirafas, elefantes, pelícanos). Después de una
observación de Juanito sobre el arraigo de su "hace-pipí", al que esperaba ver crecer junto con él,
Freud explica que los animales grandes le daban miedo porque ellos lo hacían pensar en la
dimensión presente, insatisfactoria, de su órgano peneano. En cuanto al arraigo, era una
respuesta -sigue diciendo Freud- a la amenaza de castración expresada mucho antes por la
madre, y cuyo efecto se manifestaba con posterioridad, en el momento en que había crecido la
inquietud del niño, después del anuncio oficial de la ausencia de "hace-pipí" en las mujeres. Una
mañana, Juanito justificó su incursión nocturna a la cama de los padres explicando que en su
propio dormitorio había una jirafa grande y una jirafa arrugada. "La grande -dijo- gritó que yo le
había quitado la arrugada. Entonces dejó de gritar, y yo me senté sobre la jirafa arrugada." El
padre relacionó este fantasma con una situación recurrente: mientras que él se oponía a que el
niño estuviera en el lecho conyugal, la madre respondía que en ello no había nada grave, siempre
y cuando fuera breve. La jirafa grande era entonces el gran pene paterno, mientras que la jirafa
arrugada representaba los órganos genitales femeninos. Freud añade que el "sentarse" sobre la
jirafa arrugada representaba "una toma de posesión", basada en un fantasma de desafío al padre,
y en la satisfacción de haber enfrentado su interdicción; el conjunto encubría el miedo a que la
madre encontrara el "hace-pipí" de Juanito muy pequeño en comparación con el del padre. Se
producen entonces una serie de fantasmas de fractura y violación de las interdicciones, en los
cuales el padre aparece asociado al niño, indicio de la sospecha de Juanito en cuanto a que el
padre hace con la madre cosas de las que quiere privarlo a él.

Freud explica entonces que el niño tiene miedo del padre, "Justamente porque ama tanto a
la madre". Después de esta entrevista se produce una mejoría. La explicación que se le ha dado al
niño -dice Freud- ha debilitado sus resistencias, y esto debe permitirle poner nombre a sus
temores. En efecto, en el curso de una conversación con el padre, Juanito manifiesta su miedo a
que se caigan los caballos uncidos a un ómnibus, y explica que un día en el que, a pesar de "la
tontería", había salido a pasear con la madre, vio realmente caer en la calle a dos caballos que
tiraban de un ómnibus, creyendo que uno de ellos estaba muerto. La madre confirmó la veracidad
del relato. Esta información genera un punto de inflexión en el análisis. La fobia se declaró cuando
la angustia, que originariamente no tenía nada que ver con los caballos, se traspuso a esos
animales, de tal modo elevados, comenta Freud, "a la dignidad de objeto de angustia", por
razones vinculadas con la historia del niño: Juanito, siendo más pequeño, había sentido pasión por
los caballos, había visto a uno de sus compañeros caerse M caballo y recordaba la historia de un
caballo blanco que mordía los dedos. La eclosión de la fobia databa del incidente real del caballo
caído: Juanito había entonces experimentado el deseo (y al mismo tiempo el temor) de que el
padre cayera y muriera de ese modo, lo que le habría dejado el camino libre para la posesión de
la madre, pero exponiéndolo a los riesgos de una comparación poco ventajosa para él. Desde ese
día, Juanito se tomó más libertades con el padre, al que quería incluso morder, prueba de que lo
había identificado con el caballo tan temido. Pero esto no impidió que el miedo a los caballos
persistiera. El análisis dio entonces otro giro. La madre, momentáneamente olvidada, volvió al
primer plano a través de fantasmas excremenciales y reacciones fóbicas a la vista de calzones
amarillos y negros. Sigue el fantasma de un plomero que perfora el estómago de Juanito con una
agujereadora, y el miedo a bañarse en una gran bañera. El fantasma del plomero, fantasma de
procreación, encontrará su significación más tarde, cuando resulte claro que el niño jamás había
creído en la historia de la cigueña, sino que estaba resentido con el padre por el hecho de que le
contara semejantes mentiras.
Freud lleva el análisis más lejos, insistiendo en la yuxtaposición de ese miedo a la bañera
con los fantasmas excremenciales (el interés, y después el asco de Juanito por las heces, a las
que él llama "lumfs"), a su vez vinculados con el placer que obtenía el niño al acompañar a la
madre al baño. Surge que para Juanito (y Freud se felicita de encontrar una vez más la
confirmación de lo que había escrito unos años antes) los carruajes, lo mismo que los vientres de
las madres, están cargados de niños-excrementos: la caída de los caballos, así como la de los
"lumfs", es la representación de un nacimiento, y Freud subraya en esa oportunidad el carácter
significante de la expresión "descargar" (mettre bas en la versión francesa). El caballo que cae no
es sólo el padre que muere, sino también la madre que da a luz. Juanito podrá verbalizar su deseo
de que el padre se vaya, y reconocer su deseo de poseer a la madre. Con todo, encuentra con
todo un acomodamiento en esa situación aún generadora de angustia: el padre será el abuelo de
los hijos que él, Juanito, tendrá con la madre. Para apaciguar la cólera siempre posible de ese
padre desalojado, el niño lo imagina casado con la abuela paterna, es decir, con la madre del
padre. Un último fantasma, en el cual un plomero le cambia su "hace-pipí" por uno más grande,
marca su salida del Edipo y su victoria sobre el miedo a la castración.

Para Lacan, la fobia de Juanito se había producido con el descubrimiento de su pene real y
con el terror consecutivo de ser devorado por la madre, investida de una omnipotencia imaginaria.
La fobia sólo podía entonces superarse, si no curarse, mediante la intervención del Padre real
(Max Graf), sostenido por el Padre simbólico (Freud), lo que tuvo el efecto de separar al niño de la
madre y asegurar su avance desde lo imaginario hacia lo simbólico. Lacan interpreta los mitos
animalistas activos en la cura en los términos de Lévi-Strauss. Lejos de buscar en cada uno de
ellos una significación particular, los relaciona entre sí para captar la recurrencia de lo semejante
en un sistema. El caballo remite a veces al padre, a veces a la madre, y funciona como elemento
significante desprendido del significado. La torsión a la que Lacan somete de este modo a la teoría
freudiana del Edipo está vinculada con su idea de la declinación de la función paterna en la
sociedad occidental, que él había expuesto en 1938 en su artículo sobre la familia. Ante esa
decadencia, que él considera la causa esencial de la aparición del psicoanálisis en Viena, Lacan
intenta revalorizar una idea de la paternidad basada en la intervención de la palabra, y denunciar
el peligro de la omnipotencia materna, que él estigmatiza hablando de una "madre no saciada e
insatisfecha", pronta a devorar al niño.

De un otro al Otro, Lacan evoca la curación proclamada por Freud, y se pregunta: "...Juanito
ya no tiene miedo a los caballos, ¿y después?" ¿Después? En 1922, Freud añade un "epílogo" a su
texto de 1909: en él relata brevemente la visita que le había hecho ese mismo año un joven que
se presentó como Juanito. Para Freud, esa visita constituía en primer lugar una desmentida
drástica de las siniestras predicciones enunciadas en la época de la cura. Para su alegría, se
felicita, en una frase ambigua, de que el joven hubiera podido superar dificultades inherentes al
divorcio y los nuevos matrimonios de sus padres, y observa finalmente, con una avidez teórica no
disimulada, que Juanito/Herbert ha olvidado totalmente el análisis, incluso su existencia.

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Narcisismo. Introducción del Narcisismo, 1914.

aparece por vez primera en Freud en 1910, para explicar la elección de objeto en los
homosexuales
El descubrimiento del narcisismo condujo a Freud a establecer (en el Caso Schreber, 1911)
la existencia de una fase de la evolución sexual intermedia entre el autoerotismo y el amor
objetal. «El sujeto comienza tomándose a sí mismo, a su propio cuerpo, como objeto de amor», lo
que permite una primera unificación de las pulsiones sexuales. Estos mismos puntos de vista se
expresan en Tótem y tabú (Totem und Tabu, 1913)

Introducción al narcisismo [Zur Einführung des Narzissmus, 1914]… en este trabajo,


introduce el concepto en el conjunto de la teoría psicoanalítica, considerando especialmente las
catexis libidinales. En efecto, la psicosis («neurosis narcisista») pone en evidencia la posibilidad de
la libido de recargar el yo retirando la catexis del objeto; esto implica que «[...]
fundamentalmente, la catexis del yo persiste y se comporta, respecto a las catexis de objeto,
como el cuerpo de un animal unicelular respecto a los seudópodos que emite». Aludiendo a una
especie de principio de conservación de la energía libidinal, Freud establece la existencia de un
equilibrio entre la «libido del yo» (catectizada en el yo) y la «libido de objeto»: «cuanto más
aumenta una, más se empobrece la otra». «El yo debe considerarse como un gran reservorio de
libido de donde ésta es enviada hacia los objetos, y que se halla siempre dispuesto a absorber la
libido que retorna a partir de los objetos». Dentro de una concepción energética que reconoce la
permanencia de una catexis libidinal del yo, nos vemos conducidos a una definición estructural del
narcisismo: éste ya no aparece como una fase evolutiva, sino como un estancamiento de la libido,
que ninguna catexis de objeto permite sobrepasar completamente. 3. Este proceso de retiro de la
catexis del objeto y retorno sobre el sujeto había sido ya destacado por K. Abraham en 1908
basándose en el ejemplo de la demencia precoz: «La característica psicosexual de la demencia
precoz es el retorno del paciente al autoerotismo [...]. El enfermo mental transfiere sobre sí,
como único objeto sexual, la totalidad de la libido que la persona normal orienta sobre todos los
objetos animados o inanimados de su ambiente». Freud hizo suyas estas concepciones de
Abraham: « [...] ellas se han mantenido en el psicoanálisis y se han convertido en la base de
nuestra actitud hacia las psicosis». Pero añadió la idea (que permite diferenciar el narcisismo del
autoerotismo) de que el yo no existe desde un principio como unidad y que exige, para
constituirse, «una nueva acción psíquica». Si deseamos conservar la distinción entre un estado en
el que las pulsiones sexuales se satisfacen en forma anárquica, independientemente unas de
otras, y el narcisismo, en el cual es el yo en su totalidad lo que se toma como objeto de amor, nos
veremos inducidos a hacer coincidir el predominio del narcisismo infantil con los momentos
formadores del yo. Acerca de este punto, la teoría psicoanalítica no es unívoca. Desde un punto
de vista genético, puede concebirse la constitución del yo como unidad psíquica correlativamente
a la constitución del esquema corporal. Así, puede pensarse que tal unidad viene precipitada por
una cierta imagen que el sujeto adquiere de sí mismo basándose en el modelo de otro y que es
precisamente el yo. El narcisismo sería la captación amorosa del sujeto por esta imagen. J. Lacan
ha relacionado este primer momento de la formación del yo con la experiencia narcisista
fundamental que designa con el nombre de fase del espejo. Desde este punto de vista, según el
cual el yo se define por una identificación con la imagen de otro, el narcisismo (incluso el
«primario») no es un estado en el que faltaría toda relación intersubjetiva, sino la interiorización
de una relación. Esta misma concepción es la que se desprende de un texto como Duelo y
melancolía (Trauer und Melancholie, 1916), en el que Freud parece no ver en el narcisismo nada
más que una «identificación narcisista» con el objeto. Pero, con la elaboración de la segunda
teoría del aparato psíquico, tal concepción se esfuma. Freud contrapone globalmente un estado
narcisista primario (anobjetal) a las relaciones de objeto. Este estado primitivo, que entonces
llama narcisismo primario, se caracterizaría por la ausencia de total relación con el ambiente, por
una indiferenciación entre el yo y el ello, y su prototipo lo constituiría la vida intrauterina, de la
cual el sueño representaría una reproducción más o menos perfecta.
Con todo, no se abandona la idea de un narcisismo simultáneo a la formación del yo por
identificación con otro, pero éste se denomina entonces «narcisismo secundario» y no «narcisismo
primario»: «La libido que afluye al yo por las identificaciones [...] representa su "narcisismo
secundario"». «El narcisismo del yo es, un narcisismo secundario, retirado a los objetos». Esta
profunda modificación de los puntos de vista de Freud es paralela a la introducción del concepto
de ello como instancia separada, de la que emanan las otras instancias por diferenciación, de una
evolución del concepto de yo, que hace recaer el acento, no sólo sobre las identificaciones que lo
originan, sino sobre su función adaptatriz como aparato diferenciado, y, finalmente, de la
desaparición de la distinción entre autoerotismo y narcisismo.

Amor que dirige el sujeto a sí mismo tomado como objeto.


a partir de 1914, Freud hace del narcisismo una forma de investimiento pulsional necesaria
para la vida subjetiva, es decir, ya no algo patológico sino, por el contrario, un dato estructura]
del sujeto. Desde allí hay que distinguir varios niveles de aprehensión del concepto. En primer
lugar, el narcisismo representa a la vez una etapa del desarrollo subjetivo y un resultado de este.
La evolución del pequeño humano lo debe llevar no sólo a descubrir su cuerpo, sino también y
sobre todo a apropiárselo, a descubrirlo como propio. Esto quiere decir que sus pulsiones, en
particular sus pulsiones sexuales, toman su cuerpo como objeto. Desde ese momento existe un
investimiento permanente del sujeto sobre sí mismo, que contribuye notablemente a su dinámica
y participa de las pulsiones del yo y de las pulsiones de vida. Este narcisismo constitutivo y
necesario, que procede de lo que Freud llama primero autoerotismo, en general se ve redoblado
por otra forma de narcisismo desde el momento en que la libido inviste también objetos exteriores
al sujeto. Puede ocurrir entonces, en efecto, que los investimientos objetales entren en
competencia con los yoicos, y sólo cuando se produce cierto desinvestimiento de los objetos y un
repliegue de la libido sobre el sujeto se registrará esta segunda forma de narcisismo, que
interviene en cierto modo como una segunda fase. De esta manera, el narcisismo representa
también una especie de estado subjetivo, relativamente frágil y fácilmente amenazado en su
equilibrio. Las nociones de los ideales, en particular el yo ideal y el ideal del yo, se edifican sobre
esta base. Pueden ocurrir allí alteraciones del funcionamiento narcisista: por ejemplo las psicosis,
y más precisamente la manía y sobre todo la melancolía, que son para Freud enfermedades
narcisistas, caracterizadas o por una inflación desmesurada del narcisismo o por su depresión
irreductible.

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Neurosis y Psicosis. 1923.

Lo mismo que “La pérdida de realidad en la neurosis y psicosis” (1924), “Neurosis y psicosis”
es la ampliación del texto “El yo y el ello” de 1923.

Neurosis
enfermedades nerviosas cuyos síntomas simbolizan un conflicto psíquico reprimido de origen
infantil.
la diferencia genética más importante entre neurosis y psicosis”:
“La neurosis es el resultado de un conflicto entre el yo y su ello, en tanto que la psicosis es
el desenlace análogo de una similar perturbación en los vínculos entre el yo y el mundo exterior.”
La neurosis de transferencia corresponde al conflicto entre el yo y el ello, la neurosis
narcisista al conflicto entre el yo y el superyó.
las neurosis de transferencia se generan porque el yo no quiere acoger ni dar trámite motor
a una moción pulsional pujante en el ello, o le impugna (niega) el objeto que tiene por meta. En
tales casos, el yo se defiende de aquella (la moción pulsional), mediante el mecanismo de la
represión; lo reprimido se revuelve contra ese destino y, siguiendo caminos sobre los que el yo no
tiene poder alguno (¡explicar!), se procura una subrogación sustitutiva que se impone al yo por la
vía del compromiso: es el síntoma. El yo encuentra que este intruso amenaza y menoscaba su
unicidad, prosigue la lucha contra el síntoma tal como se había defendido de la moción pulsional
originaria, y todo esto da por resultado el cuadro de la neurosis.
El yo, cuando emprende la represión, obedece en el fondo a los dictados de su superyó,
dictados que, a su vez, tienen su origen en los influjos del mundo exterior real que han
encontrado su subrogación en el superyó. El yo se ha puesto del lado de esos poderes, cuyos
reclamos poseen en él más fuerza que las exigencias pulsionales del ello, y que el yo es el poder
que ejecuta la represión de aquel sector del ello, afianzándola mediante la contrainvestidura de la
resistencia (¡explicar¡). El yo ha entrado en conflicto con el ello, al servicio del superyó y de la
realidad; he ahí la descripción válida para todas las neurosis de transferencia.

Psicosis
la perturbación del nexo entre el yo y el mundo exterior.
Normalmente, el mundo exterior gobierna al ello por dos caminos: en primer lugar, por las
percepciones actuales, de las que siempre es posible obtener nuevas, y, en segundo lugar, por el
tesoro mnémico de percepciones anteriores que forman, como «mundo interior», un patrimonio y
componente del yo (la memoria).
En la confusión alucinatoria aguda, (acaso la forma más extrema e impresionante de
psicosis), el mundo exterior no es percibido de ningún modo, o bien su percepción carece de toda
eficacia, el yo se crea, soberanamente un nuevo mundo exterior e interior (delirio), y hay dos
hechos indudables: que este nuevo mundo se edifica en el sentido de las mociones (movimientos)
de deseo del ello, y que el motivo de esta ruptura con el mundo exterior fue una grave frustración
(denegación) de un deseo por parte de la realidad, una frustración que pareció insoportable.
Las esquizofrenias, se sabe que tienden a desembocar en la apatía afectiva, vale decir, la
pérdida de toda participación en el mundo exterior.
En la génesis de las formaciones delirantes, el delirio se presenta como un parche colocado
en el lugar donde originariamente se produjo una desgarradura en el vínculo del yo con el mundo
exterior.
La etiología común para el estallido de una psiconeurosis o de una psicosis sigue siendo la
frustración, el no cumplimiento de uno de aquellos deseos de la infancia. Esa frustración siempre
es, en su último fundamento, una frustración externa. El efecto patógeno depende de lo que haga
el yo en semejante tensión conflictiva: si permanece fiel (pág. 2) a su vasallaje hacia el mundo
exterior y procura sujetar al ello, o si es avasallado por el ello y así se deja arrancar de la
realidad.

La diferenciación entre neurosis actuales y psiconeurosis es fundamentalmente de tipo


etiológico y patogenético: la causa es sexual en ambos tipos de neurosis, pero, en el caso de las
neurosis actuales, debe buscarse en «desórdenes de la vida sexual actual» La palabra «actual»
debe interpretarse, por tanto, sobre todo en el sentido de una «actualidad» en el tiempo. Esta
etiología es somática y no psíquica: Este factor sería, en la neurosis de angustia, la falta de
descarga de la excitación sexual, y, en la neurastenia, un alivio inadecuado de ésta (por ejemplo,
masturbación).
los múltiples vasallajes del yo, su posición intermedia entre mundo exterior y ello, y su
afanoso empeño en acatar simultáneamente la voluntad de todos sus amos.

la articulación propuesta del aparato anímico en un yo, un superyó y un ello.


La afirmación de que neurosis y psicosis son generadas por los conflictos del yo con las
diversas instancias que lo gobiernan, y por tanto corresponden a un malogro en la función del yo,
quien, empero, muestra empeño por reconciliar entre sí todas esas exigencias diversas, exige otra
elucidación que la completaría. Nos gustaría saber cuáles son las circunstancias y los medios con
que el yo logra salir airoso, sin enfermar, de esos conflictos que indudablemente se presentan
siempre. He ahí un nuevo campo de investigación. Sin duda que para dilucidarlo deberán
convocarse los más diversos factores. Pero desde ahora pueden destacarse dos aspectos. Es
indudable que el desenlace de tales situaciones dependerá de constelaciones económicas, de las
magnitudes relativas de las aspiraciones en lucha recíproca. Y además: el yo tendrá la posibilidad
de evitar la ruptura hacia cualquiera de los lados deformándose a sí mismo, consintiendo
menoscabos a su unicidad y eventualmente segmentándose y partiéndose. Las inconsecuencias,
extravagancias y locuras de los hombres aparecerían así bajo una luz semejante a la de sus
perversiones sexuales; en efecto: aceptándolas, ellos se ahorran represiones.

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La pérdida de realidad en la neurosis y psicosis. 1924.

en la neurosis el sujeto renuncia al primado de las pulsiones mientras que en el caso de la


psicosis se observa una renuncia a un fragmento de la realidad.
Supone que en la neurosis el sujeto se sitúa en relación al principio de la realidad y en la
psicosis, en relación a la vida pulsional. Así parecería que la pérdida de la realidad estaría dada de
antemano en la psicosis.(p.193), mientras que la realidad estaría asegurada para el neurótico.

hay un segundo paso en la neurosis – el que lo convierte en neurosis precisamente – que


consiste en la reacción del ello contra la represión. Es en el fracaso de la represión donde se
produce la pérdida de realidad para el neurótico puesto que se aflojan los vínculos con ésta.
Procura dar cuenta también de un segundo paso en la psicosis: de lo que se trata es
compensar de algún modo la pérdida de realidad para lo cual se crea un realidad nueva con el
apoyo de percepciones que le correspondan: las alucinaciones.
En el segundo paso de la neurosis decía que se aflojaba el vínculo con la realidad por el
hecho observable de que se evita o rehuye un fragmento de realidad. Se precisa entonces una
cierta reparación. Para explicar como se reconstruye la realidad para el neurótico, dice que la guía
es el deseo a partir de un ámbito que en su momento fue segregado del mundo exterior real por
la instauración del principio de realidad y que desde entonces quedó liberado, a la manera de una
“reserva” de los reclamos de la necesidad de la vida... Se aclara el papel de este ámbito
segregado en la explicación siguiente: ...la fantasía…constituye la cámara del tesoro donde se
recoge el material o el modelo para edificar la nueva realidad.
Lacan propuso en un momento de su enseñanza que el psicótico no realiza la metáfora
fundamental, de tal modo que para él hay identidad entre las palabras y los objetos. No así para
el neurótico para el que el establecimiento de la metáfora fundamental, permitirá la simbolización,
es decir la representación de los objetos.

uno de los caracteres diferenciales entre la neurosis y la psicosis el hecho de que en la


primera reprime el yo, obediente a las exigencias de la realidad, una parte del Ello (de la vida
instintiva), mientras que en la psicosis del mismo yo, dependiente ahora del Ello, se retrae de una
parte de la realidad. Así, pues, en la neurosis dominaría el influjo de la realidad y en la psicosis el
del Ello. La pérdida de realidad sería un fenómeno característico de la psicosis y ajeno, en cambio,
a la neurosis.
Sin embargo, estas conclusiones no parecen conciliables con la observación de que toda
neurosis perturba en algún modo la relación del enfermo con la realidad, constituyendo para él un
medio de retraerse de ella y un refugio al que ampararse huyendo de las dificultades de la vida
real.
el yo lleva a cabo la represión de una tendencia instintiva obedeciendo a los dictados de la
realidad. Pero esto no es todavía la neurosis misma. Esta consiste más bien en los procesos que
aportan una compensación a la parte perjudicada del Ello; esto es, en la reacción contra la
represión y en su fracaso. El relajamiento de la relación con la realidad es luego la consecuencia
de este segundo paso en la producción de la neurosis, y no habríamos de extrañar que la
investigación nos descubriese que la pérdida de realidad recae precisamente sobre aquella parte
de realidad a cuya demanda fue iniciada la represión.

por qué caminos intenta la neurosis resolver el conflicto. Anula por completo la modificación
de las circunstancias reales, reprimiendo el instinto de que se trataba, o sea el amor de la
muchacha a su cuñado. La reacción psicótica hubiera consistido en negar el hecho real de la
muerte de la hermana.
también en la psicosis se hiciesen visibles dos avances, el primero de los cuales arrancaría al
yo de la realidad, mientras que el segundo tendería a enmendar el daño y restablecería, a costa
del Ello, la relación con la realidad. Y, efectivamente, observamos en la psicosis algo análogo; dos
avances, el segundo de los cuales tiene un carácter de reparación; pero luego la analogía se
convierte en una coincidencia mucho más amplia de los procesos. El segundo avance de la
psicosis tiende también a compensar la pérdida de realidad, pero no a costa de una limitación del
yo, como en la neurosis a costa de la relación con la realidad, sino por otro camino mucho más
independiente; esto es, mediante la creación de una nueva realidad exenta de los motivos de
disgusto que la anterior ofrecía. Así, pues, este segundo avance obedece en la neurosis y en la
psicosis a la misma tendencia, apareciendo en ambos casos al servicio de las aspiraciones de
poder del Ello, que no se deja dominar por la realidad. En consecuencia, tanto la neurosis como la
psicosis son expresión de la rebeldía del Ello contra el mundo exterior o, si se quiere, de su
incapacidad para adaptarse a la realidad, diferenciándose mucho más entre sí en la primera
reacción inicial que en la tentativa de reparación a ella consecutiva.
Esta diferencia inicial se refleja luego en el resultado. En la neurosis se evita, como huyendo
de él, un trozo de la realidad, que en la psicosis es elaborado y transformado. En la psicosis, a la
fuga inicial sigue una fase activa de transformación, y en la neurosis, a la obediencia inicial, una
ulterior tentativa de fuga. O dicho de otro modo, la neurosis no niega la realidad; se limita a no
querer saber nada de ella. La psicosis la niega e intenta sustituirla. Llamamos normal o «sana»
una conducta que reúne determinados caracteres de ambas reacciones; esto es, que no niega la
realidad, al igual de la neurosis, pero se esfuerza en transformarla, como la psicosis. Esta
conducta normal y adecuada conduce naturalmente a una labor manifiesta sobre el mundo
exterior y no se contenta, como en la psicosis, con la producción de modificaciones internas; no es
autoplástica, sino aloplástica.
En la psicosis, la elaboración modificadora de la realidad recae sobre las cristalizaciones
psíquicas de la relación mantenida hasta entonces con ella; esto es, sobre las huellas mnémicas,
las representaciones y los juicios tomados hasta entonces de ella y que la representaban en la
vida anímica. Pero esta relación no constituía algo fijo e inmutable, sino que era transformada y
enriquecida de continuo por nuevas percepciones. De este modo, se plantea también a la psicosis
la tarea de procurarse aquellas percepciones que habrían de corresponder a la nueva realidad,
consiguiéndolo por medio de la alucinación. Si los recuerdos falsos, los delirios y las alucinaciones
muestran un carácter tan penoso en tantas formas y casos de psicosis y aparecen acompañados
de angustia, habremos de ver en ello un indicio de que todo el proceso de transformación se
realiza contra la intensa oposición de poderosas energías. Podemos representarnos el proceso
conforme al modelo de las neurosis, que nos es más conocido. En las neurosis vemos surgir una
reacción de angustia cada vez que el instinto reprimido trata de llegar a la conciencia, y
observamos que el resultado del conflicto no es, a pesar de todo, más que una transacción,
absolutamente insuficiente como satisfacción. En la psicosis, el trozo de realidad rechazado trata
probablemente de imponerse de continuo a la ida anímica, como en la neurosis el instinto
reprimido, por esta razón surgen en ambos casos las mismas consecuencias.

Existe, pues, entre la neurosis y la psicosis una nueva analogía consistente en que ambas
fracasen parcialmente en la labor emprendida en su segundo avance, pues ni el instinto reprimido
puede procurarse una sustitución completa, neurosis, ni la representación de la realidad se deja
fundir en las formas satisfactorias. Pero el acento carga, en cada una, en un lugar distinto. En la
psicosis, el acento carga exclusivamente sobre el primer avance, patológico ya de por sí y que
sólo puede conducir a la enfermedad, y en cambio, en la neurosis, sobre el segundo, sobre el
fracaso de la represión, mientras que el primero puede producirse, y en realidad se ha producido
innumerables veces, dentro de la salud, aunque no sin dejar tras de sí señales del esfuerzo
psíquico exigido. Estas diferencias, y quizá otras muchas, son consecuencia de la diversidad tópica
en el desenlace del conflicto patógeno según que el yo haya cedido en él a su adhesión al mundo
real o a su dependencia del Ello.
La neurosis se limita regularmente a evitar el fragmento de realidad de que se trate y
protegerse contra todo encuentro con él. Pero la precisa diferencia entre la neurosis y la psicosis
queda mitigada por el hecho de que tampoco en la neurosis faltan las tentativas de sustituir la
realidad indeseada por otra más conforme a los deseos del sujeto. Semejante posibilidad es
facilitada por la existencia del mundo de la fantasía, un dominio Que al tiempo de la instauración
del principio de la realidad, quedó separada del mundo exterior, siendo mantenida aparte, desde
entonces, como una especie de «atenuación» de las exigencias de la vida, y aunque no resulta
inasequible al yo, sólo conserva con él una relación muy laxa. De este mundo de la fantasía extrae
la neurosis el material para sus nuevos productos optativos, hallándolo en él por medio de la
regresión a épocas reales anteriores más satisfactorias.
También en la psicosis desempeña seguramente el mundo de la fantasía este mismo papel,
constituyendo también el almacén del que son extraídos los materiales para la construcción de la
nueva realidad. Pero el nuevo mundo exterior fantástico de la psicosis quiere sustituirse a la
realidad exterior, mientras Que el de la neurosis gusta de apoyarse, como los juegos infantiles, en
un trozo de realidad _en un fragmento de la realidad distinto de aquel contra el cual tuvo que
defenderse_ y le presta una significación especial y un sentido oculto al que calificamos de
«simbólico», aunque no siempre con plena exactitud. Resulta, pues, que en ambas afecciones, la
neurosis y la psicosis, se desarrolla no sólo una pérdida de realidad, sino también una sustitución
de realidad.

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El dolor de la Histeria. J.D. Nasio.

APERTURA
"¿A dónde se han ido las histéricas de antaño, esas mujeres maravillosas, las Anna O., las
Dora...", todas esas mujeres que son hoy las figuras matrices de nuestro psicoanálisis? Merced a
su palabra, Freud, al escucharlas, descubrió una forma enteramente nueva de la relación humana.
Pero la histeria de entonces no sólo hizo nacer el psicoanálisis sino que, sobre todo, marcó con un
sello indeleble la teoría y la práctica psicoanalíticas de hoy. La manera de pensar de los
psicoanalistas actuales y la técnica que aplican siguen siendo, a pesar de los cambios inevitables,
un pensamiento y una técnica íntimamente ligados al tratamiento del sufrimiento histérico. El
psicoanálisis y la histeria son hasta tal punto indisociables que rige sobre la terapéutica analítica
un principio capital: para tratar y curar la histeria hay que crear artificialmente otra histeria. En
definitiva, la cura analítica de toda neurosis no es otra cosa que la instalación artificial de una
neurosis histérica y su resolución final. Si al término del análisis se supera esta nueva neurosis
artificial creada enteramente por el paciente y su psicoanalista, habremos conseguido resolver
también la neurosis inicial que dio motivo a la cura.
Así pues, los histéricos de antaño vivieron, y su sufrimiento presenta en nuestros días otros
rostros, otras formas clínicas, tal vez más discretas, menos espectaculares que las de la antigua
Salpétriére. El histérico de finales de siglo XIX y el histérico moderno viven cada cual a su manera
un sufrimiento diferente; y sin embargo, no ha variado en lo esencial la explicación ofrecida por el
psicoanálisis en cuanto a la causa de estos sufrimientos. Es verdad que desde sus comienzos la
teoría psicoanalítica experimentó singulares cambios, pero su concepción del origen de la histeria
continúa fundamentalmente intacta. Ahora bien, ¿qué origen es éste? ¿Cuál es la teoría freudiana
de la causalidad psíquica de la histeria? O, para decirlo en términos más simples: ¿cómo se vuelve
uno histérico? Y si esto sucede, ¿cómo se cura? He aquí las preguntas que nos formularemos en
este libro.

EL ROSTRO DE LA HISTERIA EN ANÁLISIS


Antes de proponer una respuesta para nuestros interrogantes iniciales, dibujemos el rostro
clínico de la histeria moderna. Según el tipo de mirada que le dirijamos se nos aparecerá de dos
maneras diferentes. Si la consideramos desde un ángulo descriptivo y partimos de los síntomas
observables, la histeria se presenta como una entidad clínica definida; en cambio, si la encaramos
desde un punto de vista relacional, concebiremos la histeria como un vínculo enfermo del
neurótico con el otro y, particularmente en el caso de la cura, con ese otro que es el psicoanalista.
Si nos situamos primero en el puesto de un observador exterior, reconoceremos en la
histeria una neurosis por lo general latente que, las más de las veces, estalla al producirse ciertos
acontecimientos notorios en períodos críticos de la vida de un sujeto, como la adolescencia, por
ejemplo. Esta neurosis se exterioriza en forma de trastornos diversos y a menudo pasajeros; los
más clásicos son síntomas somáticos como las perturbaciones de la motricidad (contracturas
musculares, dificultades en la marcha, parálisis de miembros, parálisis faciales...); los trastornos
de la sensibilidad (dolores locales, jaquecas, anestesias en una región limitada del cuerpo...); y
los trastornos sensoriales (ceguera, sordera, afonía...).
Hallamos también un conjunto de afecciones más específicas que van de los insomnios y los
desmayos benignos a las aliteraciones de la conciencia, la memoria o la inteligencia (ausencias,
amnesias, etc.), e incluso a estados graves de seudocoma. Todas estas manifestaciones que el
histérico padece, y en particular los síntomas somáticos, se caracterizan por un signo
absolutamente distintivo: son casi _siempre transitorias, no resultan de ninguna causa orgánica y
su localización corporal no obedece a ninguna ley de la anatomía o la fisiología del cuerpo. Más
adelante veremos hasta qué punto, por el contrario, todos estos sufrimientos somáticos dependen
de otra anatomía, eminentemente fantasmática, que actúa a espaldas del paciente.
Otro rasgo clínico de la histeria al que nos referiremos con frecuencia concierne también al
cuerpo, pero entendido como cuerpo sexuado. En efecto, el cuerpo del histérico sufre de dividirse
entre la parte genital, asombrosamente anestesiada y aquejada por intensas inhibiciones sexuales
(eyaculación precoz, frigidez, impotencia, repugnancia sexual...), y todo el resto no genital del
cuerpo, que se muestra, paradójicamente, muy erotizado y sometido a excitaciones sexuales
permanentes.
Cambiemos ahora de puesto e instalémonos en el ángulo de mira relacional, aquel que
adopta el psicoanalista cuando cumple su trabajo de escucha. Su concepción de la histeria se ha
forjado no sólo a través de la enseñanza teórica de las obras de psicoanálisis, sino sobre todo
merced a la experiencia de la transferencia con el analizando llamado histérico y, de modo más
general, subrayémoslo bien, con el conjunto de sus pacientes. Sí, con el conjunto de sus
pacientes, pues todos los pacientes que se encuentran en análisis atraviesan inevitablemente una
fase de histerización al instalarse la neurosis de transferencia con el psicoanalista. Justamente,
¿qué hemos aprendido de la histeria con nuestros pacientes? Este libro aspira a ser una larga
respuesta a esa pregunta; pero por el momento, quedémonos en lo siguiente: ¿qué rostro adopta
la histeria en análisis?
Desde nuestro puesto transferencial, verificamos tres estados o incluso tres posiciones
permanentes y duraderas del yo histérico. Más allá de la multiplicidad de acontecimientos que se
suceden a lo largo de una cura, y sin perjuicio de las palabras, afectos y silencios, reconocemos
efectivamente tres estados propios del yo que resumen por sí solos el rostro específico de la
histeria en análisis. Un primer estado, por así decir, pasivo, donde el yo se encuentra en
constante espera de recibir del Otro, no la satisfacción que colma, sino, curiosamente, la no
respuesta que frustra. Esta espera defraudada, siempre difícil de manejar para el psicoanalista,
conduce a la perpetua insatisfacción y al descontento de que tanto suele quejarse el neurótico.
Primer estado, pues: el de un yo insatisfecho. Otra posición típicamente histérica observable en el
análisis es también un estado del yo, pero un estado más bien activo de un yo que histeriza, es
decir, que transforma la realidad concreta del espacio analítico en una realidad fantasmática de
contenido sexual. Pronto vamos a determinar en qué consiste esa transformación y qué sentido
habrá que otorgar a este calificativo de "sexual", pero ya podemos afirmar que el yo histérico
erotiza el lugar de la cura. Segundo estado, pues: el de un yo histerizador. Existe además una
tercera posición Subjetiva del histérico, caracterizada por la tristeza de su yo cuando debe
afrontar por fin la única verdad de su ser: no saber si es un hombre o una mujer. Tercer estado,
pues: el de un yo tristeza. Detengámonos un momento sobre cada uno de estos estados yoicos.

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