Caso Dora
Caso Dora
Caso Dora
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A propósito de un caso de neurosis obsesiva. Caso del Hombre de las ratas. 1907-1908.
Neurosis obsesiva.
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Hasta la primavera de 1918 vivió en Odessa, entre la madre y Teresa, que no se llevaban
bien.
La Revolución de Octubre lo había arruinado
lo tomó de nuevo en análisis, entre noviembre de 1919 y febrero de 1920.
En 1926, padeciendo los mismos síntomas, consultó de nuevo a Freud, quien se negó a
tratarlo por tercera vez, y lo derivó a Ruth Mack-Brunswick.
sin duda alguna, la célebre escena del coito a tergo no había tenido lugar, porque en Rusia lo
niños no dormían nunca en la habitación de los padres, dijo el hombre de los lobos en 1945.
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En el otoño de 1955, y --n el marco de su seminario sobre las psicosis, Jacques Lacan revisó
a su vez el caso, después de conocer el trabajo de Macalpine y Hunter. Su perspectiva, como
siempre contraria a la de los kleinianos, lo llevó más lejos que Freud en cuanto a la posible
curabilidad del psicótico. No obstante, si bien abordó las relaciones arcaicas con la madre, no situó
el origen de la psicosis del lado materno, sino más bien del lado del desfallecimiento paterno. En
consecuencia, alinéandose directamente con el freudismo clásico, se aplicó a revalorizar la función
simbólica del padre para marcar mejor los efectos nefastos ligados a su lugar "faltante". De allí la
elaboración de dos conceptos principales: el de forclusión y el de nombre-del-padre. En este
enfoque, en lugar de considerar la paranoia como una defensa contra la homosexualidad, Lacan la
ubicaba bajo la dependencia estructural de la función paterna. Proponía entonces leer realmente
los escritos de Gottlieb M. Schreber, a fin de hacer surgir el vínculo genealógico entre las tesis
pedagógicas del padre y la locura del hijo. En ese marco, la paranoia de Daniel Paul Schreber
podía definirse en términos lacanianos como una "forclusión del nombre-del-padre". El
encadenamiento era el siguiente: el nombre de D. G. M. Schreber, es decir, la función de
significante primordial encarnado por el padre en teorías educativas que apuntaban a reformar la
naturaleza humana, había sido rechazado (o forcluido) del universo simbólico del hijo, y retornaba
en el real delirante del discurso del narrador de las Memorias. Con esta interpretación, Lacan fue
el primero de los comentadores del caso que teorizó el vínculo existente entre el sistema
educativo del padre y el delirio del hijo: en la pluma de Daniel Paul aparecía un universo poblado
de instrumentos de tortura extrañamente semejantes a los aparatos de normalización descritos en
los manuales que llevaban en la tapa el nombre de D.
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relato de Sigmund Freud sobre su análisis, efectuado por Max Graf, su padre.
el paciente (por primera vez) era un niño
Tres ensayos de teoría sexual. Desde las primeras anotaciones del padre, Juanito aparece
muy preocupado por esa parte de su cuerpo que él llama su "hace pipí". Sucesivamente le
pregunta a la madre si ella tiene uno, le atribuye uno a la vaca que se ordeña, a la locomotora
que desprende agua, al perro y al caballo, pero no a la mesa ni a la silla. Este interés, como lo
observa Freud con humor, no se limita a la teoría: Juanito es sorprendido por la madre cuando se
entrega a tocamientos de su pene. La mujer lo amenaza con hacerle cortar el "hace pipí" si
continúa ese tipo de actividad; esto no genera ningún sentimiento de culpa -sigue observando
Freud- pero le hace adquirir el complejo de castración.
Continuando con sus exploraciones, el niño quiere saber si también el padre tiene un "hace
pipí", y se sorprende de que la madre, adulta, no tenga un "hace pipí" del tamaño del que tiene el
caballo. En este período, "el gran acontecimiento de la vida de Juanito es el nacimiento de su
hermanita Anna, cuando él tiene exactamente tres años y medio". Las observaciones del padre
revelan un distanciamiento entre los dichos del niño, que parecen dar crédito a la fábula de la
cigüeña, y la atención que presta al maletín del médico y a las palanganas de agua sanguinolenta
en el dormitorio del parto, lo que parece indicar -señala Freud la presencia de las primeras
sospechas acerca de la falsedad de la fábula. A Juanito le llevará aproximadamente seis meses
superar sus celos y convencerse de su propia superioridad sobre la hermana menor. Al asistir al
baño de la niña, constata que ella tiene un "hace pipí [...] todavía pequeño" y predice con
condescendencia que será más grande cuando Anna crezca. Comentando las observaciones
siguientes, Freud toma nota de manifestaciones de autoerotismo, pronto seguidas de una
"elección de objeto como en el adulto". Juanito da entones muestras de inconstancia,
predisposición a la poligamia, pero presenta también rasgos de homosexualidad, todo lo cual lleva
a Freud a decir, manifiestamente satisfecho por haber seguido paso a paso la verificación de su
teoría, "Nuestro Juanito parece verdaderamente un modelo de todas las perversiones". Juanito
atravesó más tarde un período marcado por la búsqueda de emociones eróticas (se enamoró de
una niñita e insistió con los padres para que le permitieran llevarla a la casa y acostarse con ella),
prolongación de las que había experimentado en sus incursiones al lecho de los progenitores.
Cuando tenía cuatro años y medio, un sueño tradujo su deseo, en ese momento reprimido, de
entregarse de nuevo al exhibicionismo ante las niñitas, como lo había hecho el verano anterior.
Este período se cerró con el reconocimiento por el niño, al presenciar de nuevo el baño de la
hermanita, de la diferencia entre los órganos genitales masculinos y femeninos. Unos días
después de ese sueño y de esa observación, se declaró la "enfermedad" de Juanito.
se inició con una carta del padre, inquieto por la agitación nerviosa que ha afectado
súbitamente al niño
Juanito había tenido un sueño, un "sueño de castigo" dice Freud, en el cual se había ido la
madre amada, la que le "hacía mimos". Ese sueño era un eco de las ventajas obtenidas cuando la
madre, durante el verano anterior, lo había llevado a su lecho cada vez que él manifestaba
ansiedad y también cada vez que estaba ausente el padre. Unos días más tarde, Juanito, de paseo
con la criada, comenzó a llorar y quiso volver a la casa para "recibir mimos de su rnamá". Al día
siguiente la madre decidió sacarlo a pasear ella misma. El niño empezó por negarse, llorar, y
después se dejó llevar pero poniendo de manifiesto un miedo intenso, del que sólo habló a la
vuelta: "Tenía miedo de que me mordiera un caballo". Por la noche tuvo una nueva crisis de
angustia ante la idea del próximo paseo, y miedo a que el caballo se metiera en su dormitorio. La
madre le preguntó si acaso se había tocado el "hace pipí" con la mano. Después de la respuesta
afirmativa de Juanito, le ordenó que dejara de hacerlo, orden que más tarde el niño confesó que
no siempre había cumplido. "Tenemos aquí -comenta Freud- el inicio de la angustia y de la fobia",
que era preciso distinguir entre sí. La ternura creciente por la madre traducía una aspiración
libidinal reprimida, determinante de la angustia. Esa transformación de la libido en angustia es
irreversible, y la angustia debe encontrar un objeto sustitutivo que pasará a ser el material fóbico.
En ese punto era aún demasiado pronto para comprender el origen del material de la fobia de
Juanito: los caballos y el riesgo de su mordedura. En esa etapa, Freud le aconsejó al padre que le
dijera a Juanito que esa historia de caballos era una "tontería" (tal era la palabra que el padre y el
hijo emplearon en adelante para designar la fobia), y que su miedo provenía del excesivo interés
por el "hace pipí- de los caballos.
Freud sugirió además que se iniciara la educación sexual del niño, para que él pudiera sobre
todo admitir que la madre y todas las otras criaturas femeninas -tal como podía darse cuenta por
la pequeña Anna- no tenían un «hace-pipí» en absoluto". Algún tiempo más tarde, la fobia volvió,
extendiéndose a todos los animales grandes (jirafas, elefantes, pelícanos). Después de una
observación de Juanito sobre el arraigo de su "hace-pipí", al que esperaba ver crecer junto con él,
Freud explica que los animales grandes le daban miedo porque ellos lo hacían pensar en la
dimensión presente, insatisfactoria, de su órgano peneano. En cuanto al arraigo, era una
respuesta -sigue diciendo Freud- a la amenaza de castración expresada mucho antes por la
madre, y cuyo efecto se manifestaba con posterioridad, en el momento en que había crecido la
inquietud del niño, después del anuncio oficial de la ausencia de "hace-pipí" en las mujeres. Una
mañana, Juanito justificó su incursión nocturna a la cama de los padres explicando que en su
propio dormitorio había una jirafa grande y una jirafa arrugada. "La grande -dijo- gritó que yo le
había quitado la arrugada. Entonces dejó de gritar, y yo me senté sobre la jirafa arrugada." El
padre relacionó este fantasma con una situación recurrente: mientras que él se oponía a que el
niño estuviera en el lecho conyugal, la madre respondía que en ello no había nada grave, siempre
y cuando fuera breve. La jirafa grande era entonces el gran pene paterno, mientras que la jirafa
arrugada representaba los órganos genitales femeninos. Freud añade que el "sentarse" sobre la
jirafa arrugada representaba "una toma de posesión", basada en un fantasma de desafío al padre,
y en la satisfacción de haber enfrentado su interdicción; el conjunto encubría el miedo a que la
madre encontrara el "hace-pipí" de Juanito muy pequeño en comparación con el del padre. Se
producen entonces una serie de fantasmas de fractura y violación de las interdicciones, en los
cuales el padre aparece asociado al niño, indicio de la sospecha de Juanito en cuanto a que el
padre hace con la madre cosas de las que quiere privarlo a él.
Freud explica entonces que el niño tiene miedo del padre, "Justamente porque ama tanto a
la madre". Después de esta entrevista se produce una mejoría. La explicación que se le ha dado al
niño -dice Freud- ha debilitado sus resistencias, y esto debe permitirle poner nombre a sus
temores. En efecto, en el curso de una conversación con el padre, Juanito manifiesta su miedo a
que se caigan los caballos uncidos a un ómnibus, y explica que un día en el que, a pesar de "la
tontería", había salido a pasear con la madre, vio realmente caer en la calle a dos caballos que
tiraban de un ómnibus, creyendo que uno de ellos estaba muerto. La madre confirmó la veracidad
del relato. Esta información genera un punto de inflexión en el análisis. La fobia se declaró cuando
la angustia, que originariamente no tenía nada que ver con los caballos, se traspuso a esos
animales, de tal modo elevados, comenta Freud, "a la dignidad de objeto de angustia", por
razones vinculadas con la historia del niño: Juanito, siendo más pequeño, había sentido pasión por
los caballos, había visto a uno de sus compañeros caerse M caballo y recordaba la historia de un
caballo blanco que mordía los dedos. La eclosión de la fobia databa del incidente real del caballo
caído: Juanito había entonces experimentado el deseo (y al mismo tiempo el temor) de que el
padre cayera y muriera de ese modo, lo que le habría dejado el camino libre para la posesión de
la madre, pero exponiéndolo a los riesgos de una comparación poco ventajosa para él. Desde ese
día, Juanito se tomó más libertades con el padre, al que quería incluso morder, prueba de que lo
había identificado con el caballo tan temido. Pero esto no impidió que el miedo a los caballos
persistiera. El análisis dio entonces otro giro. La madre, momentáneamente olvidada, volvió al
primer plano a través de fantasmas excremenciales y reacciones fóbicas a la vista de calzones
amarillos y negros. Sigue el fantasma de un plomero que perfora el estómago de Juanito con una
agujereadora, y el miedo a bañarse en una gran bañera. El fantasma del plomero, fantasma de
procreación, encontrará su significación más tarde, cuando resulte claro que el niño jamás había
creído en la historia de la cigueña, sino que estaba resentido con el padre por el hecho de que le
contara semejantes mentiras.
Freud lleva el análisis más lejos, insistiendo en la yuxtaposición de ese miedo a la bañera
con los fantasmas excremenciales (el interés, y después el asco de Juanito por las heces, a las
que él llama "lumfs"), a su vez vinculados con el placer que obtenía el niño al acompañar a la
madre al baño. Surge que para Juanito (y Freud se felicita de encontrar una vez más la
confirmación de lo que había escrito unos años antes) los carruajes, lo mismo que los vientres de
las madres, están cargados de niños-excrementos: la caída de los caballos, así como la de los
"lumfs", es la representación de un nacimiento, y Freud subraya en esa oportunidad el carácter
significante de la expresión "descargar" (mettre bas en la versión francesa). El caballo que cae no
es sólo el padre que muere, sino también la madre que da a luz. Juanito podrá verbalizar su deseo
de que el padre se vaya, y reconocer su deseo de poseer a la madre. Con todo, encuentra con
todo un acomodamiento en esa situación aún generadora de angustia: el padre será el abuelo de
los hijos que él, Juanito, tendrá con la madre. Para apaciguar la cólera siempre posible de ese
padre desalojado, el niño lo imagina casado con la abuela paterna, es decir, con la madre del
padre. Un último fantasma, en el cual un plomero le cambia su "hace-pipí" por uno más grande,
marca su salida del Edipo y su victoria sobre el miedo a la castración.
Para Lacan, la fobia de Juanito se había producido con el descubrimiento de su pene real y
con el terror consecutivo de ser devorado por la madre, investida de una omnipotencia imaginaria.
La fobia sólo podía entonces superarse, si no curarse, mediante la intervención del Padre real
(Max Graf), sostenido por el Padre simbólico (Freud), lo que tuvo el efecto de separar al niño de la
madre y asegurar su avance desde lo imaginario hacia lo simbólico. Lacan interpreta los mitos
animalistas activos en la cura en los términos de Lévi-Strauss. Lejos de buscar en cada uno de
ellos una significación particular, los relaciona entre sí para captar la recurrencia de lo semejante
en un sistema. El caballo remite a veces al padre, a veces a la madre, y funciona como elemento
significante desprendido del significado. La torsión a la que Lacan somete de este modo a la teoría
freudiana del Edipo está vinculada con su idea de la declinación de la función paterna en la
sociedad occidental, que él había expuesto en 1938 en su artículo sobre la familia. Ante esa
decadencia, que él considera la causa esencial de la aparición del psicoanálisis en Viena, Lacan
intenta revalorizar una idea de la paternidad basada en la intervención de la palabra, y denunciar
el peligro de la omnipotencia materna, que él estigmatiza hablando de una "madre no saciada e
insatisfecha", pronta a devorar al niño.
De un otro al Otro, Lacan evoca la curación proclamada por Freud, y se pregunta: "...Juanito
ya no tiene miedo a los caballos, ¿y después?" ¿Después? En 1922, Freud añade un "epílogo" a su
texto de 1909: en él relata brevemente la visita que le había hecho ese mismo año un joven que
se presentó como Juanito. Para Freud, esa visita constituía en primer lugar una desmentida
drástica de las siniestras predicciones enunciadas en la época de la cura. Para su alegría, se
felicita, en una frase ambigua, de que el joven hubiera podido superar dificultades inherentes al
divorcio y los nuevos matrimonios de sus padres, y observa finalmente, con una avidez teórica no
disimulada, que Juanito/Herbert ha olvidado totalmente el análisis, incluso su existencia.
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aparece por vez primera en Freud en 1910, para explicar la elección de objeto en los
homosexuales
El descubrimiento del narcisismo condujo a Freud a establecer (en el Caso Schreber, 1911)
la existencia de una fase de la evolución sexual intermedia entre el autoerotismo y el amor
objetal. «El sujeto comienza tomándose a sí mismo, a su propio cuerpo, como objeto de amor», lo
que permite una primera unificación de las pulsiones sexuales. Estos mismos puntos de vista se
expresan en Tótem y tabú (Totem und Tabu, 1913)
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Lo mismo que “La pérdida de realidad en la neurosis y psicosis” (1924), “Neurosis y psicosis”
es la ampliación del texto “El yo y el ello” de 1923.
Neurosis
enfermedades nerviosas cuyos síntomas simbolizan un conflicto psíquico reprimido de origen
infantil.
la diferencia genética más importante entre neurosis y psicosis”:
“La neurosis es el resultado de un conflicto entre el yo y su ello, en tanto que la psicosis es
el desenlace análogo de una similar perturbación en los vínculos entre el yo y el mundo exterior.”
La neurosis de transferencia corresponde al conflicto entre el yo y el ello, la neurosis
narcisista al conflicto entre el yo y el superyó.
las neurosis de transferencia se generan porque el yo no quiere acoger ni dar trámite motor
a una moción pulsional pujante en el ello, o le impugna (niega) el objeto que tiene por meta. En
tales casos, el yo se defiende de aquella (la moción pulsional), mediante el mecanismo de la
represión; lo reprimido se revuelve contra ese destino y, siguiendo caminos sobre los que el yo no
tiene poder alguno (¡explicar!), se procura una subrogación sustitutiva que se impone al yo por la
vía del compromiso: es el síntoma. El yo encuentra que este intruso amenaza y menoscaba su
unicidad, prosigue la lucha contra el síntoma tal como se había defendido de la moción pulsional
originaria, y todo esto da por resultado el cuadro de la neurosis.
El yo, cuando emprende la represión, obedece en el fondo a los dictados de su superyó,
dictados que, a su vez, tienen su origen en los influjos del mundo exterior real que han
encontrado su subrogación en el superyó. El yo se ha puesto del lado de esos poderes, cuyos
reclamos poseen en él más fuerza que las exigencias pulsionales del ello, y que el yo es el poder
que ejecuta la represión de aquel sector del ello, afianzándola mediante la contrainvestidura de la
resistencia (¡explicar¡). El yo ha entrado en conflicto con el ello, al servicio del superyó y de la
realidad; he ahí la descripción válida para todas las neurosis de transferencia.
Psicosis
la perturbación del nexo entre el yo y el mundo exterior.
Normalmente, el mundo exterior gobierna al ello por dos caminos: en primer lugar, por las
percepciones actuales, de las que siempre es posible obtener nuevas, y, en segundo lugar, por el
tesoro mnémico de percepciones anteriores que forman, como «mundo interior», un patrimonio y
componente del yo (la memoria).
En la confusión alucinatoria aguda, (acaso la forma más extrema e impresionante de
psicosis), el mundo exterior no es percibido de ningún modo, o bien su percepción carece de toda
eficacia, el yo se crea, soberanamente un nuevo mundo exterior e interior (delirio), y hay dos
hechos indudables: que este nuevo mundo se edifica en el sentido de las mociones (movimientos)
de deseo del ello, y que el motivo de esta ruptura con el mundo exterior fue una grave frustración
(denegación) de un deseo por parte de la realidad, una frustración que pareció insoportable.
Las esquizofrenias, se sabe que tienden a desembocar en la apatía afectiva, vale decir, la
pérdida de toda participación en el mundo exterior.
En la génesis de las formaciones delirantes, el delirio se presenta como un parche colocado
en el lugar donde originariamente se produjo una desgarradura en el vínculo del yo con el mundo
exterior.
La etiología común para el estallido de una psiconeurosis o de una psicosis sigue siendo la
frustración, el no cumplimiento de uno de aquellos deseos de la infancia. Esa frustración siempre
es, en su último fundamento, una frustración externa. El efecto patógeno depende de lo que haga
el yo en semejante tensión conflictiva: si permanece fiel (pág. 2) a su vasallaje hacia el mundo
exterior y procura sujetar al ello, o si es avasallado por el ello y así se deja arrancar de la
realidad.
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por qué caminos intenta la neurosis resolver el conflicto. Anula por completo la modificación
de las circunstancias reales, reprimiendo el instinto de que se trataba, o sea el amor de la
muchacha a su cuñado. La reacción psicótica hubiera consistido en negar el hecho real de la
muerte de la hermana.
también en la psicosis se hiciesen visibles dos avances, el primero de los cuales arrancaría al
yo de la realidad, mientras que el segundo tendería a enmendar el daño y restablecería, a costa
del Ello, la relación con la realidad. Y, efectivamente, observamos en la psicosis algo análogo; dos
avances, el segundo de los cuales tiene un carácter de reparación; pero luego la analogía se
convierte en una coincidencia mucho más amplia de los procesos. El segundo avance de la
psicosis tiende también a compensar la pérdida de realidad, pero no a costa de una limitación del
yo, como en la neurosis a costa de la relación con la realidad, sino por otro camino mucho más
independiente; esto es, mediante la creación de una nueva realidad exenta de los motivos de
disgusto que la anterior ofrecía. Así, pues, este segundo avance obedece en la neurosis y en la
psicosis a la misma tendencia, apareciendo en ambos casos al servicio de las aspiraciones de
poder del Ello, que no se deja dominar por la realidad. En consecuencia, tanto la neurosis como la
psicosis son expresión de la rebeldía del Ello contra el mundo exterior o, si se quiere, de su
incapacidad para adaptarse a la realidad, diferenciándose mucho más entre sí en la primera
reacción inicial que en la tentativa de reparación a ella consecutiva.
Esta diferencia inicial se refleja luego en el resultado. En la neurosis se evita, como huyendo
de él, un trozo de la realidad, que en la psicosis es elaborado y transformado. En la psicosis, a la
fuga inicial sigue una fase activa de transformación, y en la neurosis, a la obediencia inicial, una
ulterior tentativa de fuga. O dicho de otro modo, la neurosis no niega la realidad; se limita a no
querer saber nada de ella. La psicosis la niega e intenta sustituirla. Llamamos normal o «sana»
una conducta que reúne determinados caracteres de ambas reacciones; esto es, que no niega la
realidad, al igual de la neurosis, pero se esfuerza en transformarla, como la psicosis. Esta
conducta normal y adecuada conduce naturalmente a una labor manifiesta sobre el mundo
exterior y no se contenta, como en la psicosis, con la producción de modificaciones internas; no es
autoplástica, sino aloplástica.
En la psicosis, la elaboración modificadora de la realidad recae sobre las cristalizaciones
psíquicas de la relación mantenida hasta entonces con ella; esto es, sobre las huellas mnémicas,
las representaciones y los juicios tomados hasta entonces de ella y que la representaban en la
vida anímica. Pero esta relación no constituía algo fijo e inmutable, sino que era transformada y
enriquecida de continuo por nuevas percepciones. De este modo, se plantea también a la psicosis
la tarea de procurarse aquellas percepciones que habrían de corresponder a la nueva realidad,
consiguiéndolo por medio de la alucinación. Si los recuerdos falsos, los delirios y las alucinaciones
muestran un carácter tan penoso en tantas formas y casos de psicosis y aparecen acompañados
de angustia, habremos de ver en ello un indicio de que todo el proceso de transformación se
realiza contra la intensa oposición de poderosas energías. Podemos representarnos el proceso
conforme al modelo de las neurosis, que nos es más conocido. En las neurosis vemos surgir una
reacción de angustia cada vez que el instinto reprimido trata de llegar a la conciencia, y
observamos que el resultado del conflicto no es, a pesar de todo, más que una transacción,
absolutamente insuficiente como satisfacción. En la psicosis, el trozo de realidad rechazado trata
probablemente de imponerse de continuo a la ida anímica, como en la neurosis el instinto
reprimido, por esta razón surgen en ambos casos las mismas consecuencias.
Existe, pues, entre la neurosis y la psicosis una nueva analogía consistente en que ambas
fracasen parcialmente en la labor emprendida en su segundo avance, pues ni el instinto reprimido
puede procurarse una sustitución completa, neurosis, ni la representación de la realidad se deja
fundir en las formas satisfactorias. Pero el acento carga, en cada una, en un lugar distinto. En la
psicosis, el acento carga exclusivamente sobre el primer avance, patológico ya de por sí y que
sólo puede conducir a la enfermedad, y en cambio, en la neurosis, sobre el segundo, sobre el
fracaso de la represión, mientras que el primero puede producirse, y en realidad se ha producido
innumerables veces, dentro de la salud, aunque no sin dejar tras de sí señales del esfuerzo
psíquico exigido. Estas diferencias, y quizá otras muchas, son consecuencia de la diversidad tópica
en el desenlace del conflicto patógeno según que el yo haya cedido en él a su adhesión al mundo
real o a su dependencia del Ello.
La neurosis se limita regularmente a evitar el fragmento de realidad de que se trate y
protegerse contra todo encuentro con él. Pero la precisa diferencia entre la neurosis y la psicosis
queda mitigada por el hecho de que tampoco en la neurosis faltan las tentativas de sustituir la
realidad indeseada por otra más conforme a los deseos del sujeto. Semejante posibilidad es
facilitada por la existencia del mundo de la fantasía, un dominio Que al tiempo de la instauración
del principio de la realidad, quedó separada del mundo exterior, siendo mantenida aparte, desde
entonces, como una especie de «atenuación» de las exigencias de la vida, y aunque no resulta
inasequible al yo, sólo conserva con él una relación muy laxa. De este mundo de la fantasía extrae
la neurosis el material para sus nuevos productos optativos, hallándolo en él por medio de la
regresión a épocas reales anteriores más satisfactorias.
También en la psicosis desempeña seguramente el mundo de la fantasía este mismo papel,
constituyendo también el almacén del que son extraídos los materiales para la construcción de la
nueva realidad. Pero el nuevo mundo exterior fantástico de la psicosis quiere sustituirse a la
realidad exterior, mientras Que el de la neurosis gusta de apoyarse, como los juegos infantiles, en
un trozo de realidad _en un fragmento de la realidad distinto de aquel contra el cual tuvo que
defenderse_ y le presta una significación especial y un sentido oculto al que calificamos de
«simbólico», aunque no siempre con plena exactitud. Resulta, pues, que en ambas afecciones, la
neurosis y la psicosis, se desarrolla no sólo una pérdida de realidad, sino también una sustitución
de realidad.
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El dolor de la Histeria. J.D. Nasio.
APERTURA
"¿A dónde se han ido las histéricas de antaño, esas mujeres maravillosas, las Anna O., las
Dora...", todas esas mujeres que son hoy las figuras matrices de nuestro psicoanálisis? Merced a
su palabra, Freud, al escucharlas, descubrió una forma enteramente nueva de la relación humana.
Pero la histeria de entonces no sólo hizo nacer el psicoanálisis sino que, sobre todo, marcó con un
sello indeleble la teoría y la práctica psicoanalíticas de hoy. La manera de pensar de los
psicoanalistas actuales y la técnica que aplican siguen siendo, a pesar de los cambios inevitables,
un pensamiento y una técnica íntimamente ligados al tratamiento del sufrimiento histérico. El
psicoanálisis y la histeria son hasta tal punto indisociables que rige sobre la terapéutica analítica
un principio capital: para tratar y curar la histeria hay que crear artificialmente otra histeria. En
definitiva, la cura analítica de toda neurosis no es otra cosa que la instalación artificial de una
neurosis histérica y su resolución final. Si al término del análisis se supera esta nueva neurosis
artificial creada enteramente por el paciente y su psicoanalista, habremos conseguido resolver
también la neurosis inicial que dio motivo a la cura.
Así pues, los histéricos de antaño vivieron, y su sufrimiento presenta en nuestros días otros
rostros, otras formas clínicas, tal vez más discretas, menos espectaculares que las de la antigua
Salpétriére. El histérico de finales de siglo XIX y el histérico moderno viven cada cual a su manera
un sufrimiento diferente; y sin embargo, no ha variado en lo esencial la explicación ofrecida por el
psicoanálisis en cuanto a la causa de estos sufrimientos. Es verdad que desde sus comienzos la
teoría psicoanalítica experimentó singulares cambios, pero su concepción del origen de la histeria
continúa fundamentalmente intacta. Ahora bien, ¿qué origen es éste? ¿Cuál es la teoría freudiana
de la causalidad psíquica de la histeria? O, para decirlo en términos más simples: ¿cómo se vuelve
uno histérico? Y si esto sucede, ¿cómo se cura? He aquí las preguntas que nos formularemos en
este libro.
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