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Las Virtudes Del Santo Cura de Ars para Imitación de Los Sacerdotes

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Las virtudes del Santo Cura de Ars para imitación de los sacerdotes

Así, no ahorren esfuerzos por añadir a su fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al


conocimiento el dominio propio, al dominio propio la paciencia, a la paciencia la piedad
y a la piedad el amor”. 2 Pe 1, 5-6.

Juan Bautista María Vianney, más conocido como el Santo Cura de Ars, fue un
presbítero francés proclamado patrono de los sacerdotes católicos, especialmente de los
que tienen la gran tarea de la cura de almas, es decir, los párrocos. Julio Eugui, escritor
Belga, en su libro “Mil anécdotas de virtudes”, expresa que una de las cosas que más le
impresionaba del santo era su dedicado servicio en el confesionario. (Eugui 2004).
Su humildad, su predicación, su discernimiento y saber espontáneos; su capacidad para
generar el arrepentimiento de los penitentes por los males cometidos fueron
proverbiales. Sabemos, por historia, que su vida no fue nada fácil, fueron muchas las
dificultades que tuvo que pasar desde su infancia hasta su muerte, incluyendo su
vida en el Seminario y posteriormente en su ministerio.
Pero, ¿qué fue lo que este hombre hizo para causar tanta admiración? ¿Cómo logró
que su ministerio fuera tan fecundo en una población árida en la fe? ¿Cuál era la
razón por la que muchos peregrinos hicieron largas travesías para escuchar sus
enseñanzas? Considero, y sin temor a equivocarme, que el secreto estuvo en el cultivo
de las virtudes que caracterizaron la vida de éste hombre sencillo y temeroso, que hoy es
puesto como modelo y patrono de los sacerdotes y de manera especial de los
párrocos. Podemos decir que lo verdaderamente extraordinario de la vida de los santos
no son los milagros o hechos grandiosos, sino el modo heroico de vivir las virtudes
cristianas. Virtudes que debemos cultivar en estos tiempos quienes tenemos el cuidado
de la cura de almas mediante el sacramento del orden recibido válidamente (can. 150
CIC). La finalidad de esta magna tarea es ganar almas para Dios mediante el celo
pastoral que no es otra cosa que el efecto del amor.

Virtudes que hicieron grande la vida del Santo


El propósito de este artículo, con ocasión de la fiesta de san Juan María Vianney, es
resaltar las virtudes que hicieron fecundo su ministerio. Virtudes que podemos imitar
quienes formamos la Iglesia de Cristo (laicos, religiosos y clérigos) para hacer fértil
la vida cristiana y ministerial. Mediante el ejercicio de estas virtudes se logra cautivar
los corazones de tantas personas necesitadas de Dios. Hombres y mujeres que necesitan
ser escuchados en sus realidades más dolorosas, esperando una palabra de consuelo y de
esperanza.
“Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable,
todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8). El
fundamento de una personalidad sacerdotal sólida, está formada por una serie de
virtudes humanas, que sin las cuales, el sacerdote, además del daño para sí mismo,
podría correr el serio peligro de ser un obstáculo y no un puente entre Jesucristo y
los hombres. Todo sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Cabeza y
Pastor de la Iglesia, y por tanto, es necesario que haga todo lo posible por reflejar en sí
mismo la madurez humana de Cristo, así su ministerio será más creíble y aceptable en
tre los hombres, y será capaz de conocer profundamente el corazón humano, saliendo al
encuentro de cada persona.
El Santo Cura de Ars tenía una verdadera intimidad con Dios, el abandono total a su
voluntad y un rostro transfigurado. Esto es lo que tocaba el corazón de aquellos con los
que se encontraba y a quienes les reveló la profundidad de su unión con Dios. Estas
fueron sus virtudes:
1. Paciencia, constancia y perseverancia: El Cura de Ars vivió en los tiempos de la
Revolución Francesa y sus secuelas. Cuando estaba en el Seminario, se le dificultaba los
estudios. Él mismo decía que no podía guardar nada en su “mala cabeza”. En una
ocasión un seminarista le golpeó en la cara por “ser tan lento para aprender”. Vianney de
rodillas le pidió disculpas. A pesar de los incontables obstáculos, San Juan María
Vianney perseveró y recibió la orden sacerdotal. Pero había algo que sí sabía hacer, y lo
hacía muy bien: rezar.
San Pablo animaba a los habitantes de Tesalónica a ser pacientes: “Los exhortamos
también a que reprendan a los indisciplinados, animen a los tímidos, sostengan a los
débiles, y sean pacientes con todos” (1 Tes 5, 14). La paciencia, la constancia y la
perseverancia son virtudes que pueden hacer útil y eficaz el ejercicio del ministerio en
las comunidades y la vida de los ministros. Junto con la misericordia, la paciencia no
permitía que Dios actuara con ira frente a los pecados de su pueblo: “El Señor es
lento para la ira y abundante en misericordia, y perdona la iniquidad y la transgresión”
(Núm. 14,18). En una de las plegarias eucarísticas nos dice que el objetivo de la
paciencia de Dios es la salvación del Pueblo: “por los profetas la fuiste llevando con la
esperanza de salvación” (IV plegaria del misal romano). Son virtudes que son
perentorias en nuestros tiempos, para seguir guiando al pueblo de Dios por los caminos
de la salvación y de la vida eterna. Virtudes que permitirán que podamos ejercer la
misión que Dios nos ha encomendado tanto a laicos como a ministros del Señor.
2. Penitencia: Jesús dijo: “Algunos demonios sólo pueden salir por medio de la oración
y el ayuno” (Mc 2, 9). Cuando el Cura de Ars llegó a su nueva parroquia, conocía por un
don de Dios la triste condición del corazón de las almas. Él no se entregó a la
desesperanza, más bien se encomendó a la omnipotencia de Dios. Antes de dirigirse a
las ovejas de su rebaño, abandonó su corazón puro y sufriente a Dios con estas palabras:
“Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia. Consiento en sufrir cuanto
queráis durante toda mi vida, aunque sea durante cien años los dolores más vivos,
con tal que se conviertan”. El Santo Cura pasaba largas horas en oración, a veces toda
la noche en oración. Acompañaba su ferviente oración con fuerte ayuno, pasando a
veces uno o dos días sin comer.
Los cristianos no encuentran en el dolor un placer especial. El masoquismo es contrario
a la doctrina de Jesús. Entonces, ¿qué sentido tiene la mortificación cristiana? La
Iglesia Católica siempre ha sostenido que el sacrificio tiene que estar presente en la vida
del cristiano, como lo estuvo en la vida de Cristo. El camino de la perfección pasa por la
cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (2 Tm 4). Según el
Catecismo de la Iglesia Católica, “la moral exige el respeto de la vida corporal, pero no
hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a
promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el
éxito deportivo”. (CEC, 2289).
Con el ejemplo de Cristo que soportó la cruz y las heridas, la Iglesia recomienda
algunos sacrificios corporales, como el ayuno, por ejemplo, siempre que no dañen
la salud. Las penitencias excesivas han sido siempre rechazadas por la Iglesia, pues el
cuerpo es uno de los mayores regalos que hemos recibido de Dios.
3. Confesión: Dios dotó al Santo Cura de Ars con unas cualidades extraordinarias como
confesor. Después de años de intensa oración y ayuno, de aplicarse la disciplina y de
enseñar catecismo, sus feligreses regresaron a la Iglesia al igual que personas de todas
partes. La santidad, el amor y el celo apostólico de este verdadero hombre de Dios hizo
que muchos abrieran su corazón, examinaran sus conciencias y acudieran al Sacramento
de la misericordia de Dios. El confesionario llegó a ser su morada habitual, en donde
pasaba entre 14 a 17 horas escuchando pecados y reconciliando a las almas con el
Corazón Misericordioso de Jesús.
Los templos de nuestro tiempo cuentan con confesionarios muy bien sofisticados,
incluso se le denominan salas de reconciliación. Muchos de ellos con aire acondicionado
o calefacción dependiendo de las circunstancias del lugar. Sin embargo, están vacías y
pasan a ser un lujo arquitectónico.
Uno de los más grandes deseos de Dios, es que después de esta vida vayamos a gozar
con Él en el cielo. Por desgracia los hombres a veces desobedecemos a Dios y hacemos
el mal. Pero Dios ama a sus hijos con un amor tan grande, que quiso dejarles un medio
para que pudieran pedirle perdón y poder gozar con Él en el paraíso: El Sacramento de
la Reconciliación. Una de las cosas que en nuestro tiempo debemos valorar con mayor
deseo este Sacramento.
En los confesionarios tenemos la oportunidad de reparar muchas almas, incluyendo las
nuestras, a fin de alcanzar la paz interior. El Señor lo expresó en el Evangelio cuando
dijo: “Bienaventurados los limpios de corazón, pues ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).
4. María Santísima y la Eucaristía, sus grandes amores: Pensemos por un momento:
¿Cómo puede un solo hombre lograr tanto con tan poco? Comía solo dos papas al día,
confesaba de 14 a 17 horas al día, de noche dormía sólo tres horas, el demonio lo
acosaba de noche, era calumniado por los dueños de las tabernas por haberles cerrado su
negocio. La respuesta es muy clara: Su fuerza fueron sus dos grandes amores. El Santo
Cura de Ars amaba locamente a Jesús y María, quienes fueron para el santo la fuente
de su fuerza y su perseverancia. Amaba el Santísimo y el Santo Sacrificio de la Misa.
María era su tierna y dulce Madre. Jesús era su Señor, su Dios, su Salvador y su mejor
amigo. Cuando predicaba sobre la Santa Misa o la Santa Eucaristía la unción de sus
palabras convertían los corazones más endurecidos. El Concilio Vaticano II invita a los
sacerdotes a contemplar a María como el modelo perfecto de su propia existencia,
invocándola como “Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles, Auxilio
de los presbíteros en su ministerio”. Y los presbíteros –continúa diciendo el Concilio-
“han de venerarla y amarla con devoción y culto filial” (cf. P.O. 18).
El Santo Cura de Ars solía repetir: “Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía
dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir, de su santa
Madre” (B. Nodet, Il pensiero e l´anima del Curato d´Ars, Turín 1967, p. 305). Esto
vale para todos cristianos, pero de modo especial para los sacerdotes.
El Cura de Ars amaba tanto a Jesús Sacramentado, que sentía irresistiblemente atraído
hacia el tabernáculo, decía: “No es necesario hablar mucho, se sabe que el buen Dios
está ahí en el Sagrario, se le abre el corazón, nos alegramos de su presencia. Y esta es la
mejor oración”. No había ocasión en que no inculcase a los fieles el respeto y el amor a
la divina presencia Eucarística, invitándolos a aproximarse con frecuencia a la
Comunión, y él mismo daba ejemplo de esta profunda piedad.
El Sagrario es para el sacerdote su lugar de descanso y para el cristiano una
oportunidad de ir a Él y encontrar su descanso. Vive del Sagrario, de ahí saca la
fuerza, el coraje, la decisión, la perseverancia en su vocación. El Sagrario es su punto de
referencia para todo. “Él me mira y yo le miro”, como decía San Juan María Vianney en
Ars cuando se le preguntó qué hacía tanto tiempo frente al Sagrario.
Considero que estas son las virtudes más relevantes de Santo Cura de Ars que hicieron
muy fecunda su vida y su ministerio. Virtudes que están a nuestro alcance tanto para los
laicos como para los sacerdotes. Virtudes que enriquecerán nuestra vida cristiana y
ministerial, haciéndola fértil.

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