La Ética
La Ética
La Ética
(Sobre la felicidad)
LIBRO I
Sin embargo, es evidente que hay algunas diferencias entre los fines,
pues unos son actividades y los otros obras aparte de las actividades;
en los casos en que hay algunos fines aparte de las acciones, las obras
son naturalmente preferibles a las actividades.
Pero como hay muchas acciones, artes y ciencias, muchos son también
los fines; en efecto, el fin de la medicina es la salud; el de la
construcción naval, el navío; el de la estrategia, la victoria; el de la
economía, la riqueza. Pero cuantas de fabricación de frenos y todos los
otros arreos de los caballos se subordinan a la equitación, y, a su vez,
ésta y toda actividad guerrera se subordinan a la estrategia, y del
mismo modo otras artes se subordinan a otras diferentes), en todas
ellas los fines de las principales son preferibles a los de las
subordinadas, ya que es con vistas a los primeros como se persiguen
los segundos.
Y no importa que los fines de las acciones sean las actividades mismas
o algo diferente de ellas, como ocurre en las ciencias mencionadas.
Si, pues, de las cosas que hacemos hay algún fin que queramos por sí
mismo, y las demás cosas por causa de él, y lo que elegimos no está
determinado por otra cosa -pues así el proceso seguiría hasta el
infinito, de suerte que el deseo sería vacío y vano-, es evidente que este
fin será lo bueno y lo mejor.
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¿No es verdad, entonces, que el conocimiento de este bien tendrá un
gran peso en nuestra vida y que, como aquellos que apuntan a un
blanco, alcanzaríamos mejor el que debemos alcanzar? Si es así,
debemos intentar determinar, esquemáticamente al menos, cuál es
este bien y a cuál de las ciencias o facultades pertenece. Parecería que
ha de ser la suprema y directiva en grado sumo.
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La ciencia política no es una ciencia exacta
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Por otra parte, cada uno juzga bien aquello que conoce, y de estas
cosas es un buen juez; pues, en cada materia, juzga bien el instruido en
ella, y de una manera absoluta, el instruido en todo.
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tanto el vulgo como los cultos dicen que es la felicidad, y piensan que
vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz.
Pero algunos creen que. aparte de toda esta multitud de bienes, existe
otro bien en sí y que es la causa de que todos aquéllos sean bienes.
Pero quizá es inútil examinar a fondo todas las opiniones, y basta con
examinar las predominantes o que parecen tener alguna razón.
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política, es menester que haya sido bien conducido por sus
costumbres.
Así el vulgo y los más groseros los identifican con el placer, y, por eso,
aman la vida voluptuosa -los principales modos de vida son, en efecto,
tres: la que acabamos de decir, la política y, en tercer lugar, la
contemplativa-.
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muchos de los que están en puestos elevados comparten los gustos de
Sardanápalo.
En cambio, los mejor dotados y los activos creen que el bien son los
honores, pues tal es ordinariamente el fin de la vida política. Pero, sin
duda, este bien es más superficial que lo que buscamos, ya que parece
que radica más en los que conceden los honores que en el honrado, y
adivinamos que el bien es algo propio y difícil de arrebatar.
Por otra parte, esos hombres parecen perseguir los honores para
persuadirse a sí mismos de que son buenos, pues buscan ser honrados
por los hombres sensatos y por los que los conocen, y por su virtud; es
evidente, pues, que, en opinión de estos hombres, la virtud es superior.
Tal vez se podría suponer que ésta sea el fin de la vida política; pero
salta a la vista que es incompleta, ya que puede suceder que el que
posee la virtud esté dormido o inactivo durante toda su vida, y,
además, padezca grandes males y los mayores infortunios; y nadie
juzgará feliz al que viva así, a no ser para defender esa tesis.
Por ello, uno podría considerar como fines los antes mencionados,
pues éstos se quieren por sí mismos, pero es evidente que tampoco
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son, aunque muchos argumentos han sido formulados sobre ellos.
Dejémoslos, pues.