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Ballenas en Hormigueros

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BALLENAS

eN
HORMIGUEROs
antología hispanoamericana
de minificción
BALLENAS
EN
HORMIGUEROS
antología hispanoamericana
de minificción

Editorial Ojo de Pez


Ballenas en hormigueros.
Antología hispanoamericana de minificción.

Primera edición
Julio, 2014.

Editorial Ojo de Pez


editorialojodepez@gmail.com

Equipo editorial:
Patricia Binôme
Lilia Hernández
Iann Sicilia
Jorge Peñalosa
Julio Pérez Cruz
Brenda Aguirre

Ilustración de portada: Jorge Peñalosa

Impreso en Tijuana.

Usted es libre de comunicar públicamente esta


obra pero deberá reconocer los créditos de la
misma. No podrá utilizarla para fines comerciales
ni transformarla.
Cuando desperto
el dinosaurio
todavia estaba alli
Augusto Monterroso
ME
xi
co
Claudia Liz Flores
Baja California

ENDORFINAS
Empecé cuándo mi madre perdió el último de

sus tornillos. Siempre fui muy parecida a ella y

temía que su enfermedad mental me alcanzara.

Los brazos y las piernas me pesaban como si

las venas estuvieran llenas de autodestrucción

y, aunque cada paso me costaba, pensaba que

de no hacer algo, la maldición me llegaría a la

cabeza y me dejaría sin la capacidad de avanzar,

de soñar.
Luego mi padre murió, sus pulmones colapsa-

ron una mañana helada después de Navidad,

sin previo aviso, sin estar enfermo y antes que

11
mamá. Así que me alejé más, cada vez a ma-

yor velocidad, tomando grandes bocanadas de

aire, intentando guardar en mis pulmones todo

lo que él, al final, no pudo respirar; pero siem-

pre regresando al punto de partida.

Logré adormecer a mis miedos, sacarles una

vuelta o dos de ventaja, lo suficiente para so-

portar la rutina y volver a empezar.

¿Por qué me gusta correr? No estoy corriendo,

estoy huyendo de una vida que no quiero.

12
Mario Chavez Campos
Michoacán

EL PÁJARO
Para cuando el pájaro negro del adiós había le-

vantado el vuelo, yo apenas estaba por besar

tus labios.

13
Noe Blancas
Guerrero

DE POR QUÉ EL LLANTO ES SALADO


Dicen que las pasiones humanas fueron hechas

cuando el mar, sintiéndose solo, pidió una com-

pañera y el Creador no se la quiso dar.

—Ahí tienes a la luna —dijo El Creador, mientras

se lavaba la cara en las aguas, entonces dulces,

hechas para estar ahí, tranquilas como un cristal.

— Y el crepúsculo y la aurora —agregó.

Los hombres, en las orillas, en los riscos, en las

vegas, se burlaron de la petición, abrazados,

como manglares, a sus mujeres.

Entonces el mar, irremediablemente solo, co-

menzó a suspirar tanto y tan hondo que sobre-

14
vino la borrasca.

El Creador, al ver tanta conmoción y al com-

prender el dolor que agitaba a su, hasta enton-

ces, más dulce criatura, se dolió de su propia

decisión. Sin embargo, inquebrantable en sus

designios, se limitó a ayudarle.

Y entonces arrojó las borrascas a los corazones

de los hombres.

15
Alejandro VAzquez
Baja California

ALEGRÍA
Los cinco viejecitos llegaron al lugar y la hora

acordados para tomarse la botella de ron que

habían robado. Uno de ellos la abrió y le dio

un trago que haría ver a los Malditos como afi-

cionados. Después de diez segundos de con-

vulsiones, murió. Los otros cuatro decidieron no

tomar y huyeron. No quisieron morir semi alco-

holizados y tristes en un lugar que se llama Casa

de la Alegría.

16
Lucia Valencia Chavez
Baja California

BREVÍSIMA SEMBLANZA DE LOS


CLIENTES DE CAFÉ SARCASMO

-Café negro, por favor.

-Hoy sólo tenemos descafeinado, señorita.

-Entonces mejor caliente agua en una taza, salga

a la maceta que está en la entrada, mezcle dos

cucharadas de tierra en el agua y me la sirve.

17
Berenice Ibarias
México, D. F.

DESEO
Yo quería un regalo de navidad, solo uno, y yo

no había pedido nunca nada, ni siquiera en mí

ya lejana infancia, pero en esa Nochebuena al

ver una estrella fugaz, y a pesar de que no creía

en milagros navideños, cerré los ojos, apreté los

puños y de entre mis labios se escaparon esas

cuatro palabras: “mejórala, mejórala por favor”.

Y como lúgubre campana sonó la alarma del

despertador, para indicarme que ya había llega-

do la fatídica hora, la eterna rutina. Del cajón

tomé el frasco de pastillas y me dirigí al cuarto

contiguo donde estaba ella. Como siempre le

18
cambié el pañal, como siempre le apreté la nariz

para obligarla a comer y a tomar la medicina,

como siempre limpié su baba de mi rostro mien-

tras tragaba mis lágrimas, y como cada noche,

me retiré con un nudo en la garganta. –Feliz na-

vidad- le dije y cerré la puerta.

Fue a la mañana siguiente cuando al despertar y

dirigirme a su cuarto vi mi deseo cumplido. Ahí

estaba ella, ahí yacía, con la frialdad y palidez de

la nieve que esa mañana pintó de blanco mi jar-

dín, sin poder fastidiarme nunca más… era libre,

mi vida había mejorado. Cerré los ojos, apreté

los puños, pronuncié una sola palabra “gracias”,

la miré por última vez, y sonreí.

19
Moises Perera Lezama
Ciudad de México

EQUIPAJE
Abro la maleta. La gabardina azul y una muda,

por si…Dejo caer algunas palabras amables y

las frases hechas que aprendí de niño. Una go-

rra, sí. ¿Pluma?, también, pero nada de aspirinas


y esas cosas. Sigo con los malos modos y una

esperanza en compartimentos separados. ¡Casi

me olvido de mis caramelos! ¡Tan sabrosos! La

bufanda vieja (y sólo por esto). Además, aquel

grito lejano, cuando me dejé vencer en esa tar-

de… La culpa, el-qué-dirán y monedas sueltas.

“¡No dejes tu suéter!” Mejor la calma antes de

la lluvia. Como siempre, bolsas de papel, el libro

20
postergado, incluso una corbata. Hasta el fon-

do, con la maleta llena, meto a la fuerza esa vez

en que nos prometimos todo.

21
Sophia Ibarra
Baja California

EVOCATIVO A LA HEROÍNA ANTIGUA


Belleza moribunda. Clásicamente devastado-

ra, como el desdén de Atalanta; la sombra de

sus cejas contra el pulcro brillo de sus ojos, las

esquinas de sus párpados apretándose contra

calor deslumbrante y deseos impulsivos. Sus la-

bios figuran resentimiento, intento, el arma que

recoge en su mano con la dulzura y fragilidad

de una copa, pero que empuña dentro del con-

trincante con la devoción de un asesino. Recoge

sus cabellos y expone su nuca al sol y a la tierra,

última que se aplasta contra el leve rocío que

se ha creado con el calor de su cuerpo, ríos de

22
sudor que se tuercen entre sus valles y planicies.

Las uñas rotas, una rodilla descompuesta, dedos

pisados y una larga cicatriz que se ha expuesto

en su espalda. Mira a su alrededor. Observa a

la presa, a todas esas vidas caídas. Camina un

poco; llega a él, quien todavía sigue respirando,

pero que ahí tirado no prueba ser ya un peligro.

La figura de su cuerpo crea una sombra sobre el

rostro del hombre, y él la observa a ella como

uno lo hace a un animal que desconoce, que

teme por su inadvertida presencia. Ella respira

con profundidad. El maratón ha sido largo esta

vez, la extenuación se presenta en su costado

ardiente y músculos que sienten revolcarse den-

tro de su piel como lombrices sobre una pie-

dra caliente. Pero él no logra refrescarse bajo la

sombra de su ángel de la muerte, o parpadear si

23
quiera tres veces antes de entregarse a su muer-

te y a la oscuridad que saborea la luz religiosa

del cielo y al halo que siente alucinar sobre los

hombros de la guerrera.

24
AndrEs Galindo
Ciudad de México

HABÍA UNA VEZ UNA MINIFICCIÓN


QUE QUERÍA SER CUENTO…

Dejó pausada la historia cuando llamaron a la

puerta. Como en las novelas policiacas, era un

hombre misterioso: gabardina oscura y sombre-

ro de ala ancha cuya sombra le cubría todo el

rostro.

—¡¿Tú?! —alcanzó a exclamar el autor antes de

recibir el disparo.

El hombre misterioso, todavía con el dedo en el

gatillo, cruzó el umbral. Miró el resplandor de la

máquina. Titilaba el cursor. Hay historias que no

debieran ser contadas, pensó. Antes del segun-

25
do disparo, marcó un enter y tecleó:

Fin.

26
Leslie Yaneth
Baja California

LA MENTE DE UNA CHICA


Me apresuré a llegar a la parada, y tomar el

último camión. Alcancé un asiento vacío, mien-

tras que una multitud se pelaba por subir. Entre

ellos, un chico de agradable sonrisa me miró a

los ojos por unos segundos; el camión arrancó a

toda velocidad. Al pasar el primer tope, escuché

sus primeras palabras, los meses que pasaría-

mos fingiendo lo evidente, sobrellevar una re-

lación, y finalmente la ruptura. Según los cientí-

ficos, los hombres se enamoran en 8 segundos;

yo me enamoré en los primeros tres. Me insinué

en los próximos dos, no resultó en el noveno, y

27
lo olvidé en el onceavo. En el primer alto, me

paré, toqué el timbre, bajé, y dirigí mis pasos

hacia mi casa.

28
Alejandro Marcial
Ciudad de México

RÉQUIEM DEL DESMORECIDO


Perdido entre los delirios de una noche erráti-

ca, ambulante, calva de astros, me muevo entre

las luces aturdidoras y los recuerdos vagos de

las calles, otrora andadas con fantasmas de los

que ya no sé nada, desorientado entre las voces

de los amigos de todas las épocas, a los que

digo que eso que se proyecta en las paredes de

los viejos edificios es el amor y no lo que ellos

hacen, aunque sé que el amor es eso que sólo

yo no pude hacer y por eso lo miro marcharse

en aviones de papel y regresar de golpe, ya vi-

ciado, en las palabras tiernas proferidas al des-

29
cuido o viceversa. Entre tanto, siento que vivo,

porque la existencia duele, el tiempo duele, las

visiones alucinógenas duelen, ahí donde me

embriago de melancolía, ahí donde el espacio

me pone beodo y siento que el pasado vendrá

a mi encuentro y saldremos de aquí como una

llamarada en alas de ángel despojado, en canto

de ave milenaria, en campanadas sin extensión

ni hora robada. Hoy vuelvo a casa lleno de fu-

ria y violencia, desasosegado por los espectros

imaginados y los demonios reales que arañan

el mundo, como partícula al borde de la fisión,

con ganas de sumergirme en los manantiales de

superficies rutilantes y profundidades turbias,

como para ahogar el grito, como para acallar

el estallido, como para guardarme todo y salir

a la mañana purificado en cuerpo y mostrarme

30
al universo, límpida la visión de negras fantas-

magorías, con el brillo de la infancia de nuevo

en las cuencas oculares, pero con el alma de

cartón roído, pútrida y pestilente, mordisquea-

da por las bestias hoscas que no me persiguen

más, porque ya se han alojado en mí. Siento un

torbellino en el pecho y, aun así, en mi pecho no

hay nada.

31
AdriAn E. MartInez
Guanajuato

TÚ NO ME CONOCES
Con cada cosa que se negaba -todas las inope-

rables excusas- iba convenciéndome de que esa

actuación de duda y desconsuelo era el único

rastro que llevaba a la verdad que ambos co-

nocíamos. Toda la pataleta y las objeciones ba-

nales servían de juego; su placer siniestro pero

público por la tragedia autoinfligida. Cuando

mentía en su hipocondríaca forma de ser, yo la

conocía mejor que en su lucidez. No lo decían

las mentes desequilibradas que llevan a los lu-

gares comunes. No eran actos de presdigitación

baratos; al somatizar los impulsos, se traducían

32
en sonrisas y apariencias felices que llegaban al

hartazgo cuando le recordaba como descubrí la

primera inconsistencia. Mi acción nunca espera-

ba, y al cabo de los meses reconocí los rasgos

que construían su personaje. Yo representaba a

otra persona en consecuencia; así los diagnós-

ticos cobraron fuerza solos. Sabía sus mentiras,

pero me aterraban sus momentos de verdad, ahí

estaba lo único que ocultaba: la ternura sobrevi-

viente de alguien que ama. Cuando se presentó

con esa desnudez ante mí, nunca pudo negar

ni mentir respecto a la fibra mutua y sepultada,

maltratada al descubrirla y jugar con ella como

las niñas juegan con los listones, como los niños

vuelan insectos. Así, adelgazó hasta ser un hilo

invisible, ella se alejó otros tantos meses.

Un día, me di cuenta que había vuelto a ente-

33
rrarse con mentiras. Con otras actuaciones, en

otros escenarios, tirando palas de tierra sobre

la distancia; a mí no me importaba más. Llegué

a creerle la mayor mentira de todas: "Tú no me

conoces". Era cierto, la fe falsa, eso conocía en

verdad. Sólo aquello que no hacía falta conocer

era lo que no tenía presente.

34
Marisol Vera Guerra
Tamaulipas

LA FORTALEZA
(RELATO CON TRES FINALES POSIBLES)
Relato: Asustado por la cercanía del fantasma,

aseguró los cerrojos de su fortaleza: todas las

puertas y ventanas. Ni un solo resquicio quedó

en los muros, la más mínima grieta fue sellada.

Final 1: Y lejos de la luz y del aire, el hombre

rodó sin aliento por el suelo.

Final 2: El hombre se dio la vuelta y encontró,

sonriente y ligero, al espectro.

Final 3: Y el hombre oyó, al otro lado de las pa-

redes, su propia risa congelándose en el vacío.

35
Fernando SAnchez Clelo
Puebla

ARREPENTIMIENTO MARAVILLOSO
Por más que frota otra lámpara desvencijada, el

genio mágico vuelve a ser una promesa incum-

plida. Fueron 63 años de fracasos en la búsque-

da de poseer alfombras voladoras, árboles con

frutos de rubí y princesas lujuriosas. El anciano

arroja con furia el artilugio inservible: esta vez

muere su fe en aquellas historias arábigas. Deci-

de enderezar su vida. Camina a una iglesia cer-

cana. Se hinca frente a un crucifijo en el altar;

al pedirle la gloria eterna para su alma, lo frota.

36
PANTÓGRAFO
El niño rubio sube por la escalinata del parque y

lo consigue: alcanza a la mariposa tornasol que

revoloteaba entre los árboles. La toma con deli-

cadeza entre sus manos, la coloca apaciblemen-

te en el suelo y le da un pisotón. Ríe escanda-

losamente. Pisa el cordón de su zapato y rueda

por los escalones. Dios se carcajea.

REENCARNACIÓN TERRESTRE
Deambulaban por el limbo las almas de mino-

tauros, sátiros, centauros y otros seres mitológi-

cos. Ellos pudieron renacer en cualquier instante

pero, por el apego a su origen, no aceptaron la

única condición: nacer enteramente humanos.

Sólo una especie mítica admitió este requisito

37
sin titubeos; sus motivos fueron el deseo de ol-

vidar la voracidad de los tiburones blancos, el

frío perpetuo del mar y el desequilibrio mental

que provocaba mirar fijamente la profundidad

del océano. Sirenas y tritones reencarnaron re-

chazando su mitad marina. Se sabe que ahora

habitan en la tierra, felices como enanos.

38
Luis Roberto Moreno
Sonora

DELIRIOS DEL DESIERTO


Sólo las cruces florecen en este maldito desier-

to. Dijo el viejo mientras le daba la espalda al

pasado. Ernesto, su hijo, lo ve sentado desde

su tumba, comprendiendo que la hoz que carga

la muerte no es para mutilar cabezas, sino para

cortar los lazos entre vivos y muertos.

El viejo se aleja, arrastrando un ligero recuerdo

atado a la parte del lazo que cuelga de su es-

palda.

Ernesto, atado a su cruz como un perro, sin

agua pero sin sed. Ahora piensa: buen nudo

ciego que me hicieron para que no me vaya, a

39
estos hijos de la chingada no les importó saber

lo poco que me gustan los panteones.

40
Nayeli RodrIguez Reyes
Baja California

MAZAPÁN
Este camión apesta a sudor. Tengo hambre. Se

me antoja un mazapán. La niña de al lado co-

mienza a molestarme. El sol pasa a través de la

ventana: me quema. ¿Mazapán o garapiñado?

No me decido. Un vendedor ofrece chocolates

a dos por diez. Compro dos y no me los como.

La niña se embarra de crema: comienza a llo-

rar. Me pongo histérica. Le doy mi chocolate.

Se calla. Tengo mucho calor. La anciana de al

lado lleva puesto un abrigo, me mira con ojos

desorbitados, mientras mastica rápidamente

unos garapiñados. Me da miedo. Finjo estudiar.

41
Bajo con prisa del autobús. Llegaré tarde a cla-

se. Camino dos cuadras y ya estoy sudando. En

la esquina se escucha un alboroto. La gente se

aglomera. Le pregunto a una mujer: ¿qué es lo

que pasa? Me ignora. La multitud murmura. La

anciana del abrigo trae una pistola en la mano.

Grita incoherencias. Algunos corren. Me asusto.

No sé qué hacer. Mi corazón se acelera. Me es-

condo detrás de un peatón. Alguien llama por

teléfono. Sigo pasmada. Un bebé llora. Se es-

cuchan sirenas. El arma es de juguete. Llega la

ambulancia. Le ponen una camisa de fuerza: de

regreso al manicomio. La muchedumbre se disi-

pa. Quiero ir a la tienda. Mazapán.

42
Adela Mckay
Baja California

TÉRMINOS NUMÉRICOS
Él la vio sentada en la banca leyendo. Rápida-

mente calculó la distancia que los separaba.

Contó los pasos para llegar a ella. Diez, veinte,

treinta pasos y medio, ya la tenía enfrente. La

joven lo vio y le dijo hola. Entablaron conver-

sación. Se hicieron amigos, luego novios. A él

le gustaban los números, a su novia las letras.

Ella le dedicaba poemas, canciones. Él se bur-

laba de las palabras, decía que su amor era más

grande que el de ella, pues su amor era infinito

como los números, sí, los números. Él conocía

las medidas exactas de su rostro, su cuerpo.

43
De sus minúsculos senos, sus caderas abulta-

das, cada centímetro de su piel, cada milímetro

de lunar. Siempre le encontraba cifras nuevas.

Dibuja parábolas en ella, sacaba el foco y ha-

cia la directriz. Entre sus curvas se perdía, en-

traba en sus circunferencias, no salía. Calculaba

el diámetro y tocaba el pi con sus dedos, todo

lo hacía real y racional. Contaba sus cabellos e

inventaba ecuaciones para calcular las medidas

de su corazón. Y así la amó tanto que un día

descubrió en su cuerpo la cifra que faltaba, que

la humanidad buscó, el final de los números.

44
JesUs GarcIa Cisneros
Baja California

SUEÑO
Mario despierta temprano, como todos los días;

abre sus ojos, hartos de oscuridad y después de

unos segundos de confusión, cae en cuenta de

que sigue vivo; levanta las cobijas, tendidas so-

bre su cuerpo, y se pone en pie tan rápido como

los restos de sueño se lo permiten; va al baño

con su erección entrometiéndose en sus pasos

y orina, completando así el ritual del despertar.

El agua hierve cinco minutos después, el chilli-

do de la cafetera termina de disipar la niebla

de sus ojos y Roquefort le lame los pies mien-

tras prepara, mal siempre, una taza de café con

45
demasiada azúcar. Se calza sus botas y se abri-

ga precariamente. Hay frío. El golpe seco de la

puerta queda todavía unos segundos esparcién-

dose en la vieja casucha. A lontananza, Mario se

disipa en el esbozo confuso de la madrugada.

Entonces despierta, temprano, como todos los

días y abre sus ojos, hartos de oscuridad.

46
UNO NACE…
Uno nace con su muerte pegada a sus pies. Ne-

gra, nos sigue en el transcurso de la vida. Nos

espera apenas salimos del vientre materno y

crece con nosotros. Se oculta tras nuestros pa-

sos y duerme a nuestro lado. Nos vigila por las

noches, para evitar que alguien nos perturbe el

sueño o que otra muerte quiera interrumpirnos

la vida. Ve pasar nuestros años, aprende a hablar

con nosotros, nos sigue a la escuela y después

al trabajo, tiene con nosotros el primer orgas-

mo y es el único testigo de nuestro primer amor.

Conoce a nuestros hijos y a sus muertes, que

también los siguen, y juega con ellos, los cuida

y los besa antes de dormir. Escucha los cuentos

que les contamos y los ve crecer y envejece con

47
nosotros. Se encorva como nosotros nos encor-

vamos, sus pasos se vuelven lentos, empeque-

ñece y se cansa, y llegado el momento, después

de tantos años, se detiene de pronto y nos deja,

y morimos, porque no podemos vivir sin ella.

Se disuelve en el viento y ya nadie puede en-

contrarla. Pero sigue ahí, perdida, difusa, como

único vestigio de nuestro efímero paso por el

mundo.

48
enriKetta luissi
México / EUA

LOS MUERTOS
Fingen estar muertos. Omniscientes se disfrazan

de quarks, palomitas y todo lo demás.

49
Javier Perucho
México, D.F.

Para David Baizabal

VIDA DE LA MOSCA
Zumbaba. Zumbaba y zumbaba, hasta que le

pedí que dejara de rondar por mi puesto, no

vaya a ser que se encontrara aplastada entre las

palmas de mis manos, le dije con buena voz.

Pero la mosca seguía aferrándose, hasta que le

grité encabronado que se alejara. No me hizo

caso, entonces preparé el papel untado de cera.

¡Pinche papel!, por la fuerza del ventilador nun-

ca estaba en su sitio. Luego ya no la sentí, segu-

ramente andaba revoloteando por los puestos

de frutas; al fin me dio reposo, ¡Canija mosca!

50
Más tarde volvió. Le dije entre dientes: Hasta

aquí llegaste con tu vuelo zumbón. Fui por un

matamoscas a la tlapalería, al volver a mi puesto

lo reposé sobre el mostrador, entre retazos, sua-

deros y la cabeza del chancho descoyuntada por

la mañana. Regresó como a las cinco, cuando ya

me preparaba para recoger y cerrar la tocine-

ría. La oí planeando sobre el mostrador, luego

orbitaba a mi espalda, ¡la muy cabrona midién-

dome!, pero ya sabía que ésa era la última visita

de la pinche mosca. Tener cerca el matamoscas

me daba la seguridad del cuchillo bien esmeri-

lado; en sigilo y sin moverme lo tomé y espe-

ré a que circunnavegara de nuevo frente a mí.

Cuando lo hizo, de un tajo fulminante la azoté

contra las carnes tendidas. Levanté glorioso el

matamoscas para limpiarlo, pero no vi nada de

51
ese cuerpo alado entre su tejido plástico. En-

seguida planeó nuevamente sobre el caballete

cuando destazaba las últimas costillas. ¡Déjame

en paz!, le grité, pero mi súplica fue en vano.

Ahora vive entre los tasajos, arracheras y bistecs

que tengo apiñados en el refrigerador. Cuando

lo abro para despachar el pedido de otro clien-

te, me aseguro de que sigue ahí, entre los mulli-

dos cortes de carne. No me da lata, pero ya me

compré un machete por si acaso.

52
Chars
México D. F.

EPÍGRAFE SIN IMPORTANCIA


Ernesto, hubo por azar, de encontrar una nota,

por no decir que en realidad era un trozo de

papel con letras, en el cual podía leerse, o más

bien, se podía si se quería y se buscaba; un

mensaje:

“El día de hoy no volverá.”

Ernesto, lo leyó y, digamos por un azar encon-

tró en la oración, una sentencia. Casi la cree un

designio o una suerte; una señal. Causa, porque

dista un poco de ser razón, por la cual Ernesto,

ahora sentenciado se dedica a vivir el día en su

singularidad irrepetible.

53
Trata de comer lo mejor, ver lo mejor, no se sa-

cia; trata de leer lo mejor, escuchar lo mejor […]

Tarde, tal vez, se da cuenta, que el mensaje esta-

ba incompleto, y que una vida, no bastaría para

saciar ese error en su filosofía. Aunque aquellos

días tampoco iban a volver.

54
AndrEs DIaz Nava
Estado de México

EL EXPLORADOR
Emprendió un viaje interior. Luego no pudo re-

sarcir el estado de coma.

VEHEMENCIA
La vieja Martina rezó por meses en busca de una

prueba fehaciente de la existencia de su Dios.

Cada vez, lo hacía con mayor convicción: los

desvelos se agrupaban en las bolsas holgadas

de sus ojos, sus rodillas se tallaron hasta ensan-

grentarse, sus manos de agua eran inquietas

como ríos fértiles. Una tarde lluviosa, de esas

que parece el cielo ennegrece, su Dios por fin

55
le contestó, aterrada, y tras un par de segundos

de confusión, cogió su bolsa y huyó de la iglesia

para nunca volver.

56
Oliver Bello Rea
Estado de México

DESPRECIABLE
Infinito desprecio cuando ese pequeño ser se

posa sobre nuestros preciados alimentos. Aman

conocer sitios nuevos. Sus enemigos: zapatos,

trapos, periódico, etc. La pantalla de la tv, la

ventana y otras superficies planas, principales

testigos de tu cometido. Para ellas un mes es

vivir 100 años.

57
Armando GutiErrez
Guanajuato

LA EXPANSIÓN DE LAS COSAS


Un día las cosas comenzaron a expandirse. Se

escuchó una gran explosión y enseguida los

árboles se alargaron, las montañas se elevaron

como torres de babel, y en el cielo las nubes se

veían lejanísimas. También nosotros nos alarga-

mos. Como botargas enclenques, como enor-

mes papalotes, nos desplazábamos de aquí

para allá empujados por el viento. Y hubiéramos

seguido expandiéndonos desmedidamente, de

no ser que algo lo ha impedido, algún viejo

arraigo, que si fuera más profundo empezaría


por replegarnos y terminaría comprimiéndonos.

58
Últimamente, sin embargo, se ha esparcido el

rumor de que la expansión no cesará nunca, que

todo seguirá creciendo hacia el infinito, progre-

siva e inexorablemente, hasta llegar al desga-

rramiento absoluto de todas las cosas. De he-

cho, afirman, la expansión se está acelerando.

Unos hablan de alguna propiedad del éter que

estiraría el espacio-tiempo, otros de un tipo de

fuerza, una quintaesencia del mundo. También

podría ser una ilusión, un signo de que las cosas

no son como siempre lo creíamos. Quizá lo que

se expande es nuestro entendimiento y no lo

sabemos. Por lo pronto habrá que replantearse

los antiguos principios, los dogmas monolíticos,

no sólo aquellos que dan consistencia a nuestro

universo cotidiano, sino también aquellos que

justifican nuestra existencia en una tierra a la

59
que nos aferramos como niños, pero que quizá

ya no nos quiere y por eso nos aleja de ella lo

más posible.

LA PUERTA
Huele a meados y a carne podrida. En el suelo

están desperdigadas unas gruesas correas de

cuero roídas, y en el rincón más oscuro descan-

sa un oso de peluche sin cabeza. De un arcón

de madera, grande y de forma irregular, provie-

ne un ruido chirriante, como si rascaran el piso

con unos garfios. Por aquí y por allá reposan

montones de un pelambre rojizo y enmaraña-

do, huesos amarillentos y restos secos de una

caca negra y dura como piedra. Ahora escucho

un gemido carrasposo a mis espaldas, y frente a


mí, en la pared encalada, va creciendo una som-

60
bra amorfa. Intento salir pero no encuentro la

puerta. Lejana y opacamente, como en un sue-

ño, escucho la voz de los merolicos y el ruido de

los juegos mecánicos. En mala hora entré a este

lugar. Estoy seguro que la puerta está cerca. El

olor a meados y a carne podrida es más intenso.

¡La puerta, la puerta, debo hallar la puerta!

EL DESAYUNO PSICOTRÓPICO
DE JUAN

Tu ardiente pelo rojo. Los chistes amarillos que

brotaban de tu cabeza. Siempre me sentí a gus-

to contigo, conociendo lugares, rompiendo

cráneos, a pesar de los malos momentos que

solías brindarme. Era un milagro estar donde

estábamos, ser lo que éramos, y al final del día

regresar a casa indemnes. Sólo un poco de do-

61
lor, algo que no pudiera sanar. Estaba nervioso,

estábamos nerviosos. Qué otra cosa podíamos

hacer. Nuestro desayuno psicotrópico siempre

fue divertido. Dios era una locura y nosotros nos

sentíamos tan ligeros en la madrugada. Des-

pués nos íbamos de nuevo a conocer lugares y

romper cráneos. Todo estaba bien con nosotros.

Ahora no es así, toca antes de irte, palpa las bo-

las en mi cabeza, los huesos fuera de su lugar.

Los desayunos psicotrópicos ya no son lo mis-

mo. A pesar de los buenos momentos que solía

brindarte, siempre te sentiste mal conmigo. Es-

tabas nervioso, estábamos nerviosos. Qué nos

pudo haber pasado.

62
Miguel D. Castro
Nayarit

SIN TÍTULO
De cuando se rompieron todas las fuentes o

depósitos del grande abismo de los mares y se

abrieron las cataratas del cielo y estuvo llovien-

do sobre la tierra cuarenta días y cua

re

glup

glup

glup

glup

Silencio.

63
David Florencio
Ciudad de México

DOS MINUTOS
CON DIECISIETE SEGUNDOS

Esta canción dura dos minutos con diecisiete

segundos, es breve, corta y rápida; la furia se

apodera de ella como un espíritu perturbador.

Si analizo el tiempo, caigo en la noción de que

es suficiente para fumar un cigarro o cargar un

revólver y dispararle a alguien, si estuviera ella

aquí en este instante, dentro de esta habitación,

sentada a mi lado con esa cara de niña boba,

le podría volar los sesos y ya nunca más ver esa

cara repugnante y agresiva con la naturaleza.

No tendría que escuchar más sus quejumbrosos

64
alaridos. Con cincuenta y ocho segundos por

delante, los coros se hacen repetitivos anun-

ciando el final, una canción sucia y rasposa se

va desviando por el sendero del replay. Quedan

diez segundos, los berreos furiosos parecen

convertirse en chisguetes de un lloriqueo ince-

sante proveniente de ese par de bocinas. Ha lle-

gado a su fin por séptima vez. Tal vez alguien,

un ente, no sé si Dios, este pichando testaruda-

mente el botón de replay de mi vida.

65
Juan GAlvez
Guerrero

EL POZO
Está detrás del pueblo, por el camino largo, el

bonito. Si te fijas bien lo verás, no es el único

pero es el más lindo que hay, los ladrillos que

conforman el brocal tienen un rojo intenso a pe-

sar de los años; se encuentra dentro del terre-

no que antes fuera de don Carlos, ahora todos

pretenden no saber de quién es. La cerca está

bien puesta pero deja ver hacia dentro, su con-

traste y su soledad le dan cierto encanto, resalta

por estar entre las plantas más chulas, los verdes

más verdes y los colores más vivos, el sol parece

detenerse sobre ellas y hacer su trabajo a mano,

66
el brillo de cada flor es sin igual. Toda perso-

na que pasa por acá se detiene a contemplar,

la tierra es más negra en este pequeño apar-

tado, las raíces crecen grandes y fuertes, vigo-

rosas vienen hasta abajo; unos tres metros, nos

tocan y nos chupan, a nosotros, los silenciados

y putrefactos, los obligados y desmembrados,

los levantados. Los que nunca regresamos y que

bajo grava y tierra ya agria y sobre las ropas que

antes usáramos, abonamos a tanta belleza.

67
Flor I. Villanueva
México, D. F.

RECESO MENTAL
-¿Qué hace Narciso en sus ratos libres?

-Nada, en sus lagunas mentales.

68
JesUs A. RenterIa SAnchez

LECTOR
Deslizar la yema de los dedos sobre la sangre

del autor le provoca delirio. Terrible éxtasis.

69
Paola Negrete
Tijuana

MINIFICCIÓN DE LO REAL
La noche era fría y nítida, un día antes había llovi-

do a cántaros y el cielo se veía despejado, puro.

La música salía por todos lados, se escuchaban

miles de voces, millones de conversaciones; la

cerveza, la marihuana y tal vez otras sustancias

iban poniendo los sentidos más conectados con

los olores, sabores, con los cuerpos que había-

mos esa noche.

Era como si estuviéramos actuando en una gran

obra de teatro al aire libre, todos sabíamos nues-

tro papel a la perfección, dónde y cómo mo-

vernos; diálogos finamente trabajados, de ese

70
vómito mental que brota por todo nuestro cuer-

po; personajes que salen de sus camerinos con

sus mejores vestuarios, maquillados y peinados

perfectamente, todos nos veíamos joviales, an-

gelicales. El teatro por las noches nace en cual-

quier lugar, con cualquier persona, sin importar

si sientes una conexión o no, simplemente es

estar ahí, hacerte uno con el clima, con la noche

y empezar la actuación de esa noche.

Cuando la música no para y la noche termina a

las seis, siete u ocho de la mañana, ¿cuántos es-

cenarios habremos recorrido hasta esas horas?,

¿cuántos personajes fuimos ya? A veces es muy

difícil recordarlo, a veces sólo actuamos sin sa-

bes qué pasa, son recuerdos que se van desva-

neciendo hasta que queda la duda de si pasó o

no pasó.

71
Perla Hermosillo
Jalisco

REDENCIÓN
Eran tantos y tan atroces sus pecados que todos

los rezos del mundo no salvarían su alma, enton-

ces, el difunto decidió resucitar.

DEBAJO DE TU ROPA
Vio un camino de bordos y líneas que se marca-

ban en la camisa. Tuvo curiosidad y delineó con

los dedos las extrañas ondulaciones. Al quitarle

la ropa, descubrió varias cicatrices carnosas de

formas siniestras. El médico, ante tanta imper-

fección cutánea, se negó a hacer la autopsia.

72
Alejandro Olvera
Guanajuato

RELOJ CARROUSEL
Detesta al niño que fue. De tanto odio guarda-

do por casi veinte años ha olvidado cómo era.

Toma del muro su foto para reconocerlo. Sabe

dónde encontrarlo. Seguro. Saca la resortera

que se ha comprado de grande y sale a medios

calcetines por entre el espanto de su madre,

que grita su nombre y abre el paraguas colgado

junto a la puerta para seguirlo. Llega él a su des-

tino cuando ya el sudor le transparenta el rostro.

Los caballos giran en un concurrido rincón de la

feria. Daltignón se detiene frente al carrusel. La

resortera en el cuello como corbata roja. Cuan-

73
do lo juzga preciso salta a uno de los caballos

sin pagar boleto. Saca la resortera y coloca con

destreza una canica azul como proyectil, mien-

tras va girando sobre su hombro izquierdo, para

apuntarle al niño que galopa tras él, y que a su

vez le apunta con una pistola. La madre de los

dos ríe de pie junto a las vueltas. Cuando pasan

frente a ella les dice adiós con la mano. El para-

guas cerrado.

Llueve.
Ve
ne
zue
la
Adriana Medina
EN SU PROPIO LECHO
Esa mañana, aquel hombre creyó inaugurar sus

sentidos. Concibió todo diferente. El día vestía

un azul más claro, el cielo se dibujaba noble y le

regalaba una brisa afable con olor a fineza.

Sin dudarlo, salió de la cama. Lo hizo de un

salto, como cuando era niño. Ya sus rodillas no

molestaban. La espalda valiente era erguida de

nuevo. Los pies firmes le bendecían. No existía

dolencia alguna. Corrió. Sí, corrió y fue directo

al baño. No hubo espacios, ardores, ni esfuer-

zos; su micción fue sólo una. Sonrió complacido,

pues ya de nada padecía.

Aquel hombre se sentía naciente, como si es-

77
trenara aliento. Entonces rezó. Agradeció a sus

deidades el haberle escuchado, el haber abati-

do sus males y atendido sus quejas.

Entusiasta y risueño, quiso mirarse en el espejo,

mas no pudo hallarse. Con nerviosa rapidez, se

volvió hacia la cama, donde descubrió un cuer-

po anciano. Un cuerpo gastado, que con movi-

mientos torpes, quejumbroso y adolorido, hacía

intentos por levantarse.

Ante la escena, con ojos de titán y respiración

agitada, aquel hombre quiso evitar que el vie-

jo se incorporase, que deshiciera su nuevo aire,

que apagase su escalada. Sin medirlo, se aba-

lanzó sobre él y oprimió con fuerza su frágil cue-

llo, estrangulándose hasta quedar sin aliento.

Allí mismo, en su propio lecho.

78
Edgar Ferreira Arevalo
DISCULPE LA MANERA
Entré a la estación Plaza Venezuela. Descendí

por la conocida secuencia de escaleras mecá-

nicas y abordé con tranquilidad el primer tren.

Extenuado, me dejé caer sobre el primer asien-

to libre. La semana había sido muy intensa en la

oficina y creía merecer una tarde libre. Mi jefa lo

entendería y no haría mayores preguntas. Suspi-

ré, liberando el estrés de los últimos días.

Entonces lo vi venir desde el otro extremo del

vagón, buscándome la mirada. Cojeaba un

poco, aunque avanzaba entre los pasajeros con

notorio empeño. Se plantó justo frente a mí,

más bien pálido y sudoroso:

79
– ¿Qué hora tiene, amigo?

–Las dos y media– respondí desconcertado.

–Muchas gracias y buenas tardes. Disculpe la

molestia.

Regresó sobre sus pasos, tambaleante, el piso

móvil bajo sus pies dudosos, hasta el otro lado.

¿Por qué tomarse la molestia de un desplaza-

miento tan largo para preguntar la hora? ¿No

había también pasajeros por allá con relojes o

celulares, gustosos de responder a un anciano?

Bajó en la estación Chacao. Intrigado – y ocioso

como estaba – decidí seguirlo. El hombre ca-

minaba muy despacio. Moderé el paso. Gana-

mos las escaleras mecánicas, yo tres escalones

detrás y debajo de él. Comenzó a balancearse.

Apenas logré sostenerlo antes de la caída.

–Gracias, caballero. Sabía que llamaría su aten-

80
ción. Me siento fatal. Y ahora termine de acom-

pañarme a la enfermería. Gracias por todo de

antemano. Le debo una– dijo.

LLUVIA DE PALABRAS
No. No. Y no. Un total fracaso. Por más que re-

viso el relato, lo siento insalvable. Por otra parte,

me devora la tentación de volver a leerlo una

vez más, la última, lo prometo, sólo una más.

Así las cosas, opto por acogerme al ritual de

otras ocasiones. Imprimo el cuento, que cabe

con holgura en media cuartilla y borro el archi-

vo del disco duro de mi computadora. Tomo mi

tijera de colegial y me doy a la prolija tarea de

recortar la hoja, una palabra por cada trocito de

papel, poco más de doscientas. Siempre hago

lo mismo con mis obras fallidas. Acto seguido,

81
me asomo por el balcón del apartamento y arro-

jo el confeti literario por los aires. Listo. Ya el

malogrado texto no me pertenece. A otra cosa.

Hay que saber pasar la página, o los pedazos de

página, como quiera verse.

Olvido el asunto. Meses después, el periódico

de mi ciudad reseña el ganador del certamen

anual de cuentos que suele organizar la alcal-

día. Una fotografía del sonriente autor acompa-

ña al escrito. El título es el mismo, aunque la

historia luce muy diferente. Alguien armó algo

mejor que yo con mis palabras. Me atrevería a

asegurar que son las mismas –tal cual, ni más ni

menos– pero en otro orden. Además, debo re-

conocer que no está nada mal. Y no puedo acu-

sarlo de plagio. En fin. Espero que algún día me

lo agradezca. ¿O debería hacerlo yo con él? No

82
lo sé. Así es la literatura. Siempre hay alguien

que lo hace mejor que tú.

83
Pe
ru
Christian Solano
ALTER EGO
Digamos que no soy yo. Que el que escribe está

siendo imaginado por alguna otra persona, en

un gran escritorio de cedro, en una confortable

silla reclinable, rodeado de libros y con la luz

adecuada. Esa persona me imagina escribiendo

sobre mi magro escritorio, en mi revejida silla,

con el único par de libros que poseo y con una

luz mediocre, siempre a medias. Digamos que

ése no soy yo.

CAÍN
Decidido bajó la colina. Tomó por sorpresa a

su hermano. Una vez que lo hizo, tiró la quijada

87
ensangrentada entre las matas más espesas de

unos arbustos. Tal como ella se lo dijo. Alcanzó

a recordar, incluso, el resto de sus palabras la

noche anterior mientras aún sudaban agitados

por el amor: Ahora ya no nos molestará más y

nos quedaremos con todo para nosotros, mi

amor, con todo.

CULPABLE
Tengo veinticinco años, una mujer que no me

quiere, un hijo que me ama y me busca la poli-

cía. Todo lo que pesa sobre mis espaldas es fru-

to de mis actos más conscientes. Con lo primero

tengo que lidiar todos los días, hice una muy

mala elección. Con lo segundo hago mi mejor

esfuerzo para que ese niño no cometa los mis-

mos errores que yo. Con respecto a lo último no

88
he sido demasiado preciso, es mejor así. Debí

decir: yo sé que me busca la policía pero ellos

no saben a quién están buscando.

89
Maritza Iriarte
PHENICOPERUS
En una noche de plenilunio, acompañada por

sus seguidores, Shanubá se internó en la espe-

sura del bosque; caminó kilómetros hasta llegar

al sitio escogido e invocó a los espíritus de la

montaña. Se separó de la multitud y en la ho-

guera puso leños secos, harapos encontrados,

flores de retama, el incienso. Con unas piedras

que sacó de su morral, prendió fuego y, ensi-

mismada, ignoró las voces que clamaban por el

milagro de la aparición, mientras recitaba extra-

ñas letanías. Cuando se apagó la última llama

sin crepitar, de entre los restos de las cenizas

surgieron, ante la mirada pavorosa del gentío,

90
unas enormes alas calcinadas.

91
Carlos Enrique Saldivar
DE PROFUNDIS
Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ga-

nas pero con una infinita paciencia, como toda

la vida, como mi existencia indolente; llueve en

mis entrañas desde un lugar ignoto que quizá

se encuentre dentro de mi cuerpo, o en otra di-

mensión, la cual se ha conectado con mi uni-

verso interno. No me desespero, confío en que

la precipitación se detendrá en algún momen-

to. Sin embargo, pasa el tiempo y mi interior se

llena cada vez más de agua. Un líquido cristali-

no, puro, que me reconforta, aunque al mismo

tiempo escapa por mis poros, por mis ojos, por

todas partes. No dejo de ir al baño, ya no pue-

92
do estudiar, trabajar, dedicarme a mis labores.

Es más, ya ni logro levantarme de la cama, me

hago en los pantalones, huelo mal, mi lecho se

halla inundado, mi habitación también. El agua

me ha mantenido vivo hasta ahora, pero sé que

en breve va a aniquilarme. Me abandono a mi

destino, cierro los ojos, pienso en el aciago cri-

men que cometí hace unos años. Eva, nuestra

luna de miel en alta mar, mis celos, la caída…

No he muerto, la lluvia ha cesado, el sol sale

dentro de mí. Toda la culpa fue expulsada. In-

tento ponerme de pie, no lo consigo, el líqui-

do me llega al cuello; a mi lado flota el cuerpo

de Eva… y enseguida desaparece. Ya redimido,

aguardo a que el tiburón me atrape entre sus

dientes y me traslade a las profundidades de mi

delirio.

93
Andrea Marinelli
DEFENSA PROPIA
Fecha del proceso: 02/06/2146

¬¬Expediente: N° TR4300

Acusado: Androide Modelo X2-05

Delito Imputado: Maltrato Animal

Resolución: INOCENTE

El androide declaró que el hombre lo había ata-

cado sin motivo, atribuyendo esa acción a la co-

mún paranoia que sufrían todos los seres huma-

nos cuando predicaban que ellos eran nuestros

creadores. El Juez R-J27, y todos los presentes,

hicieron centellar sus luces en signo de aproba-

ción.

94
Ar
gen
ti
na
Patricia Nesello
MENTIRAS BLANCAS
Feroz y galante, a cada embestida, el mar depo-

sita a mis pies rocas que extrae de sus abismos.

Con esas rocas construyo mi casa y, a pesar de

los tiburones que la circundan, me siento a gus-

to en ella. Durante el día se mantiene fresca,

con perfume a nácar. Por las noches mis sába-

nas oscuras se iluminan de perlas, a veces son

tantas que creo dormir sobre un cielo estrellado

—entonces ocurre el prodigio: la suspensión de

esa ausencia que aún no comprendo si a vos

o a mí corresponde—. Las sirenas me arrullan,

anuncian el fin de esta era de sal.

97
Leo Mercado
ORIGEN
Los antiguos habitantes de la Mesopotamia sos-

tenían que el ácido de la primera cebolla do-

mesticada, eyectado accidentalmente sobre los

ojos de su cosechador, habría inventado el llan-

to.

Desde entonces, nos pasamos unos cinco mil

años tratando de entender la tristeza.

EL COLECCIONISTA
La primera investigación que me dieron a cargo,

al llegar al Museo de Historia Natural de Berlín,

fue la de las faneras: estaban dentro de una pe-

queña bolsa confeccionada con piel de escroto

98
de animal, ceñida en su boca por un pequeño

cordel de lana de alpaca. Seccioné de un saque

el cordel con un bisturí y me dispuse a prospec-

tar el interior. Y ahí estaban. Recortes de uñas.

Muchos. Más de los que cabrían en dos manos

y dos pies. Calculé que había allí, entonces, más

de un individuo.

Tome cada una de ellas y la sometí al test del

fuego, en una pequeña cacerola de laboratorio,

tratando de evaluar efectivamente la presencia

de queratina. Al recorte treinta y dos, el azufre

proyectado por la proteína ya había vuelto el

ambiente insoportable.

Comencé a lagrimear y a parpadear cada vez

más rápido. A marearme. A dilucidar que, con

cada abrir y cerrar de ojos, aparecía uno de

ellos, espontáneo, borroso. Venían, como des-

99
de hacía cientos de años, a reclamarme, a anun-

ciarme que yo era el próximo. Entonces miré

mis manos. Y temí.

100
Carlos Vitale
ESTACIONES
Quebrado, roto, dividido, doblado, cascado,

torcido, tronchado, cortado, herido, separado,

despedazado, partido, rajado, desbaratado,

destruido, descacharrado, descompuesto, de-

teriorado, aplastado, fragmentado, desvenci-

jado, triturado, molido, estropeado, rendido y

muerto.

101
Leandro Hidalgo
CALEIDOSCOPIO
Fue en el desayuno, cuando amaneciste con no-

ticias frescas para nuestra relación. Tenías en las

manos trozos de mis sueños, hechos pedazos, y

ánimo de mostrármelos. Yo te los pedí para que

al momento de hacer las valijas pudiera guar-

darlos y llevarlos conmigo a donde fuera, para

unirlos nuevamente en vaya a saber qué otras

sábanas, qué otras geografías.

Hoy recuerdo rodeado de tu ausencia aquel

desayuno y minucioso, reordeno los fragmen-

tos que me diste: una esfera transparente me

ha quedado sobre la mesa, aunque con un hue-

co, una parte que he perdido o que nunca me

102
devolviste. Aprovecho esa ventanita para mirar

hacia adentro: y te veo, remendando otra esfera

de otro sueño de otro hombre, observando tam-

bién por la mirilla que deja un fragmento de su

sueño, que ha perdido o jamás le devolvieron, y

por ahí los dos ven, a su ex mujer con una esfera

de sueños rotos, pegando sus heridas también,

en un comedor de diario.

103
Lucas Gattoni
SOBRE EL AMOR Y EL DESAMOR (1)
«Última vez que hago esto por él» dije, y nueva-

mente empecé el proceso de creerme mi propia

mentira.

Sirvió dos copas con champagne y se dispuso a

brindar con su invitado: recién llegaba del velo-

rio de su marido.

Al arrancar el tren, sólo pudo sentir nostalgia…

hasta que se dio cuenta que ella seguía sentada

a su lado.

Se puso cómodo mientras esperaba al amor de

su vida: lo primero que hizo fue quitarse la alian-

za.

La ironía lo besó en la frente cuando se dio

104
cuenta de que tratando de aprender a olvidarlo,

cada día se iba enamorando más.

Separados más por días que por kilómetros,

Lara y su amor miraban la luna a la misma hora y

se sentían un poco más cerca.

SOBRE EL AMOR Y EL DESAMOR (2)


«Juro que voy a amarte para siempre» me dijo…

pero me aclaró que no sabía si mañana iba a

poder prometerme lo mismo.

Hacer el amor los elevaba, así que decidieron

hacer su lecho en una nube… total, ya casi na-

die mira hacia el cielo.

Ellos tenían sus propios big bangs… algo explo-

taba y renacían, cada vez menos como uno más

uno, cada vez más de a dos.

El vuelo de un colibrí fue el pensamiento que

105
los unió esa mañana, a las 11 y 39… José tenía

nombre, ella no.

La primavera huyó, harta de tantas frases cursis

dichas en su honor… y yo me quedé esperán-

dola, preso de mi nostalgia.

Tenía esa capacidad, cual alquimista le decía yo,

de transmutar todos mis «nuncas» en los más

insólitos «siempres».

106
Sandro W. CenturiOn
EL LECTOR QUE ESPERA
Al igual que usted ahora, soy un lector que es-

pera. Cómodo y distendido en mi lectura, aguar-

do. Espero dar con algo en este texto. De eso

se trata. Leer paciente hasta encontrarse con

algo imprevisto. Lo disfruto. Algunos leen para

soportar la espera. Yo espero para poder leer.

No imagino otro modo de leer que no sea es-

perando. En un bar, en un banco, en una parada

de ómnibus, en una esquina, a cualquier hora.

No importa el motivo de la espera, importa es-

tar así, con el cuerpo acomodado a la inminen-

cia. Soy un esclavo del tiempo muerto. A veces

siento que las fuerzas del cuerpo me abando-

107
nan. Sin embargo, al igual que usted ahora, sigo

paciente leyendo y esperando lo inesperado. El

texto, más no la lectura, acaba. La espera prosi-

gue. Usted y yo sabemos que es adictivo espe-

rar. La monótona expectativa de lo incierto, lo

desconocido e inalcanzable finalmente te atra-

pa, y entonces te condena, para siempre.

LA MALDICIÓN
Otra vez es medianoche, otra vez hay luna llena.

El haz de luz entra por la ventana entreabierta

y aporta algo de claridad a la habitación en pe-

numbras. El hombre se pasea por el cuarto como

un animal encerrado. Tiene el pelo revuelto, la

camisa desprendida y está descalzo. Acaba de

encender un cigarrillo y el humo parece apaci-

guar su ansia. Ahora ataca el vaso de whisky, lo

108
carga, lo huele, y lo bebe a sorbos. Se acerca

a la ventana, la abre por completo y observa la

luna enorme, la noche, la oscuridad, acaso tam-

bién su destino. Ahora ya no es él, es otro. Sus

pensamientos, su moral, sus certidumbres lo

abandonan hasta que su cuerpo ya no soporte

el abandono. Ahora es Hyde, es Frankenstein,

es Drácula, es una voz anónima, un grito de te-

rror, un amante, un silencio, un murmullo, una

palabra prohibida.

Una vez más la maldición lo atrapa. Sin más re-

medio, se sienta frente al teclado, y escribe.

109
Maria Volpini Camerlinckx
LOS DOS TORMENTOS
En el 1900 ocurrieron dos hechos que considero

muy relevantes para mi vida: la muerte de Os-

car Wilde (soy escritora) y el nacimiento de mi

abuelo (el hombre que más amé, después de

mi hijo).

Ellos debieron sobrellevar sufrimientos parale-

los:

Oscar debió pagar por su homosexualidad ante

un severo tribunal, y el abuelo debió fabricarle

once hijos a mi abuela para convencerla de que

no era gay, después del día que lo descubrió

leyendo “De Profundis” (escrito por Wilde en

prisión) y llorando de la emoción que le provo-

110
cara esa lectura.

Además, los dos estuvieron presos: uno, acusa-

do por el padre de su amante que lo quería ver

muerto; y el otro cumplió una condena mayor

encerrado en su propia casa, por los celos de mi

abuela ante cada hombre que se le acercaba.

Lo que siempre me pregunté fue a cuál de los

dos le tocó sufrir un tormento mayor.

111
Rogelio Dalmaroni
RUTINA
Se levantó el domingo media hora más tarde

que el resto de la semana, preparó el desayuno,

le dio de comer a los gatos y a la perra, recogió

el diario en el buzón, se sentó debajo del limo-

nero a leer: primero el pronóstico del tiempo,

después el horóscopo, luego el obituario para

ver si había conocidos.

“Ricardo Iribarne falleció el 12 de enero de

1948.Será enterrado hoy a las 16hs”

- No sabía que había otro Iribarne… -pensó.

Buscó en la guía telefónica y no encontró su

apellido. Llamó a la funeraria y le confirmaron

que estaban velando a Manuel Iribarne; pidió

112
entonces para hablar con algún familiar; cuan-

do escuchó la voz llorosa de su hija prefirió no

responder.

Sacó del placar el traje de hilo blanco del casa-

miento y lo puso sobre la cama.

Volvió al limonero y siguió leyendo el diario, a

las 12 almorzó, luego durmió la siesta hasta las

15y 30, se dio un baño y acompañó el traslado

de sus restos al cementerio.

113
Co
lom
bia
Jonathan A. EspaÑa Eraso
D.C.
Junto a imprevisto acompañante, cabalgaba

Claudio Juliano, el apostata, ferviente devoto

de la teúrgia, otrora hábil urdidor de conjuras,

hora acérrimo perseguidor de cristianos y otras

criaturas incautas. Cara al viento marchaban se-

guros de que sería la última campaña contra los

persas.

Desde un breve alto Claudio Juliano oteó el ho-

rizonte. En la lejanía entrevió un jinete.

—¿Será algún emisario con noticias de Proco-

pio? —preguntó el augusto.

—No —dijo el otro.

El emperador miró la tierra sin sombra, y creyó

117
familiar la estampa del jinete.

—¿Quién será entonces? —apuró el cesar.

—La ayuda de Procopio nunca llegará. Ya todo

acabó excelencia. Es un emisario, sí, pero con

otra nueva —dijo el acompañante.

Ya muy cerca, el jinete pasó sin señal de verlos.

Sólo entonces Claudio Juliano sintió un escueto

cuerpo sin sombra, una fútil sustancia, el filo ale-

voso de una lanza.

—Venciste galileo —dijo el augusto y arrojó

con su último aliento la lanza que le arrimó a la

muerte el proscrito, de manos y pies flagelados,

que castigaron con la cruz y resucitó de entre los

muertos.

El acompañante hizo una seña al proscrito. Y

juntos se enfilaron por el camino que no ven los

vivos.

118
Paul RiaÑo Segura
ENTRE MUROS
En la ciudad de Meads la gente se preocupa ob-

sesivamente por su privacidad. Construyen sus

casas en lugares alejados y sin ningún tipo de

ventanas, a excepción de una puerta de entrada

y una rendijilla de ventilación. Los vecindarios

tienen una distancia mínima de medio kilómetro

entre casas y cuando ésta no se cumple sus pro-

pietarios están en la obligación de demoler. Los

habitantes entran y salen en horarios distintos

para que no exista un encuentro; si por algún

motivo sucede, su relación debe ser estricta-

mente laboral.

Una vez indagué por la causa de este sistema:

119
--¿por qué motivo caminan todos ensimisma-

dos, como retenidos en un micro universo?

--sé lo mismo que usted, y si me excusa estoy

en asuntos que competen sólo a mi existencia.

Recuerde que el tiempo que se comparte se ex-

tingue con más celeridad.

Quise preguntar más, pero no lo hice por miedo

a comprometerme.

120
Jairo H. Fernandez
IMPREVISTO
Ya le dije que soy vidente. No hay otra manera

de explicarlo. Usted no me ha creído una sola

palabra de lo que le digo, pero tenía que ser así.

Todos me odian, allá en la calle todo el mundo

dice que cómo es que un rolo pudo haberse ve-

nido hasta acá para hacer algo tan terrible. Me

quieren matar, lo sé, pero era lo mejor. Usted

no se alcanza a imaginar el favor que le hice a

ustedes y a las otras generaciones, capitán. Es

lamentable que ahora que lo he hecho nadie

sabrá el futuro que le esperaba. No me vaya a

decir lo que está pensando, ya sé que debo ir a

la cárcel y que me van a custodiar para que no

121
me linchen a la salida. Era solo un niño, también

lo sé, pero cuando creciera iba a volver mierda

todo, usted no se imagina lo que ese “chico”

como usted lo llama iba a hacer con este país;

no se imagina capitán y ahora no lo podrá saber,

porque el chinito ya está muerto. Está frío. Así

tenían que ser las cosas. Es más, Vaya que ya va

a llegar la mamá del niño a preguntar qué fue lo

que pasó. Dígale a esa vieja alcahueta que de

nada, que fue con mucho gusto.

—Nombre del niño, mi señora.

—Pablo, capitán. El nombre de mi hijo es Pa-

blo.

—Para identificarlo, necesitamos el nombre

completo, señora.

—Pablo Emilio Escobar Gaviria, capitán.

122
Johanna Alexandra Fajardo
NEGACIÓN
Mientras estuvieron casados, Lucía siempre es-

tuvo al tanto de todas las cosas serias que tenían

que ver con Mario, y siguió estándolo luego del

divorcio. Él es un hombre de perfección, de hábi-

tos y de repeticiones; a diario cumple una rutina

casi perfecta, dejando solo un pequeño espacio

a eventualidades, espacio con una duración y

momento específicos e invariables. A las cuatro

treinta de la tarde, Mario abandona su ser a la

suerte; este no es momento del café, ni de leer,

ni de trabajar… es hora de lo que pueda pasar

y de lo que tenga que pasar, siempre y cuando

esto no se prolongue más allá de las cinco p.m.

123
Y pasó que el viernes a las cuatro cuarenta re-

cibió la llamada telefónica, de larga distancia,

de Lucía, avisándole que ya tenía los resultados

de los exámenes médicos que recientemente se

había practicado. Por supuesto, él tomó las co-

sas con toda la calma que le fue posible y dilató

con trivialidades la conversación hasta que fue-

ron las cuatro y cincuenta y nueve minutos con

cuarenta segundos y entonces, abruptamente,

se despidió pues a las cinco en punto tenía que

reincorporarse a su rutina, a su vida en la cual las

enfermedades, la posibilidades de operaciones,

de quimioterapias, de angustias y de cambios

alimenticios, no tenían lugar. Ingeniosamente

había ganado un día más.

124
Es
pa
Ña
Mateo Alonso Ferrera
LOS GITANOS
-Baja de ahí.

-Acábate lo del plato.

-Deja de incordiar a tu hermana.

-Recoge el cuarto.

En casa de Covú, aquellas imperativas siempre

venían acompañadas por la misma e invariable

contrapartida:

-O te vendemos a los gitanos.

Y Covú, escuchando aquello, bajaba, acababa,

dejaba o recogía lo que fuera menester por no

acabar en manos de los gitanos, que debían ser

tipos fieros que se alimentaban con los hígados

de los niños o por ahí la cosa. En cierta ocasión,

127
Covú recorría el barrio, acompañado por su

primo Bahá, cuando se encontraron abierto el

portalón del solar llamado de Los Mañecos, por

el cartel luminoso del alvear que se anunciaba

asomando por encima del muro. Dentro vieron

multitud de niños correteando libres, buceando

en bañeras con garras de bronce, gentes a la

guitarra tocando y cantando para unas mujeres

morenas de ojos bosque que giraban y bailaban

sonriendo alegrías bajo la mirada del mayor de

todos ellos, trajeado como divinidad. Cuando

pasaban a su vera, los niños le decían cosas bo-

nitas. Él levantaba la mano y alzaba la música.

-¿Qué celebran estas gentes, Bahá?

-Nada. No celebran nada: son gitanos. Así vi-

ven.

Covú regresó aquel día a casa con varias trasta-

128
das en mente, pero antes quiso asegurar el tiro.

-Mamá.

-¿Qué quieres? -le decía su madre, sin apartar la

vista de las patatas que estaba pelando.

-No les vayas a pedir mucho por mí, ¿vale?

129
Josu Insausti OrdeÑana
PASIÓN LETAL
Me enamoré de una mantis religiosa gigante. Sí,

ya sé que no debí hacerlo, era una locura. No

duró mucho tiempo, pero fue muy emocionan-

te. Agotador.

Y llegué al orgasmo. ¡Y salí vivo! Su fulminante

dentellada me arrancó media pierna; pero a ras-

tras conseguí huir.

Aunque han pasado muchos años, todavía me

acuerdo de aquello con una serena fascinación.

Y las he vuelto a ver, inconfundibles por mucho

que se disfracen...pero una y no más Santo To-

más. Cuando alguna se cruza por mi camino, me

alejo lo más rápido que mi cojera me permite.

130
Nicolas Jarque Alegre
LOS FANTASMAS
La vista nublada, el desconcierto que le impide
reconocer las paredes que le rodean, la daga
ensangrentada que empuña, la laguna de me-
moria que padece cuando se le pregunta por
sus actos entre las cuatro y las siete de la tarde,
los fotogramas que se iluminan y se apagan de
forma difusa en su cabeza, el cuerpo que yace
dentro de la silueta de tiza, las carcajadas que
escucha en su conciencia y la cantidad de armas
que le apuntan, son indicios suficientes que le
confirman al comisario sus peores temores: el
psicópata hipnotizador, que perseguía, ha vuel-

to a actuar.

131
Ernesto Ortega Garrido
REFLEJO
La luz se enciende y alguien entra en la habita-

ción. De repente lo encuentro enfrente de mí.

Si me mira, le miro; si sonrío, sonríe; si llora, llo-

ro. Y entonces, me pregunta: "¿Y tú, qué ves en

mí?" Pero antes incluso de que comience a ha-

blar, yo le estoy preguntando lo mismo. Los dos

callamos: busco una respuesta, pero no puedo

dársela. Cierro los ojos y él desaparece, pero

cuando los abro todavía está ahí. Le digo: "Sólo

veo un reflejo" y mientras hablo puedo leer esas

mismas palabras en sus labios. Se marcha y yo le

sigo, o al revés, porque no sabría decir cuál de

los dos es el primero en salir huyendo, aunque

132
intuyo que, por unas micromilésimas de segun-

do que el ojo humano no puede percibir, él es

más rápido. La luz se apaga y la habitación se

queda vacía.

133
INDICE
MEXICO .................... 9

VENEZUELA .................... 75

PERU .................... 85

ARGENTINA .................... 95

COLOMBIA .................... 115

ESPA Ñ A .................... 125


Editorial Ojo de Pez
Ballenas en Hormigueros
Primera edición.
Julio, 2014.

.
Tijuana B.C.

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