Jurisprudencia
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El control de constitucionalidad tiene como fundamento el principio de supremacía constitucional, esto es que la
Constitución de un país es la norma de mayor jerarquía a la cual deben sujetarse las normas de rango inferior,
entendiéndose por tales a las leyes dictadas por el parlamento, los decretos y demás. Se diferencian tres tipos:
Concentrado, Difuso y Mixto.
Entendiendo esto, se puede dar con objetividad las siguientes jurisprudencias de los distintos modelos y de los diferentes
países:
Control Concentrado:
Enrique Álvarez Conde expone que en este modelo un mismo órgano –el Parlamento- se convierte simultáneamente en
juez y parte de sus propias decisiones. Ello supone el apostar y confiar en la capacidad institucional de la autocensura, la
moderación corporativa o la corrección de sus primiciales determinaciones; así como en la presencia activa de las
minorías parlamentarias como agentes de control de los excesos legisferantes de la mayoría. Este modelo se sustenta en la
premisa que el Parlamento, como expresión directa de la soberanía popular, representa un valor político absoluto que no
admite ninguna erosión del principio de la omnipotencia de la ley; amén de preservar las decisiones institucionales de
remoción legislativa y acción reformadora.
Sentencia del 3 de junio de 2005 (Expedientes acumulados Nos 050-2004-AI/TC, 051-2004-AI/TC, 004-
2005-PI/TC, 007-2005-PI/TC, 009-2005-PI/TC)
La violación constitucional invocada en dicho caso fue la afectación de diversos derechos constitucionales, detallados en
las Demandas correspondientes, por parte de la Ley Nº 28.389 –la Ley de Reforma Constitucional– y la Ley Nº 28.449 –
ley que modifica el régimen pensionario regulado por el Decreto Ley Nº 20.530. El contexto en el cual se iniciaron cada
uno de los procesos de inconstitucionalidad acumulados fue singular, debido que las normas cuestionadas determinaban el
cierre definitivo de la intangibilidad constitucional en materia previsional a favor de las personas beneficiarias del
Régimen del Decreto Ley Nº 20.530 o denominado Cédula Viva, a través de la Primera Disposición Final y Transitoria de
la Constitución. En efecto, en Sentencias expedidas en procesos de inconstitucionalidad previos, el Tribunal
Constitucional desestimó y declaró inconstitucionales cualquier norma que pretendiera modificar parcial o totalmente el
Régimen Pensionario del Decreto Ley Nº 20.530, máxime si teníamos en consideración que seis de sus siete miembros –
en dicho entonces– eran beneficiarios del mismo. Sin embargo, dicho criterio no fue asumido en la Sentencia del 3 de
junio de 2005, debido exclusivamente a la presión generada por los medios de comunicación respecto a ello. Si bien el
Tribunal Constitucional no siguió con el “criterio” jurisprudencial asumido en Sentencias anteriores, lo “innovador” en la
Sentencia materia de análisis fue la posibilidad de que el ejercicio de la judicial review o sistema de control de
constitucionalidad difuso sea pasible de ser realizado por la Administración Pública. En otros términos, ante la
incompatibilidad de una norma con la Constitución ante cualquier proceso seguido ante la Administración Pública, ésta
tiene el deber de inaplicar la norma cuestionada, conforme al art. 38º de la Constitución. A tal efecto, resaltamos la parte
pertinente:
“La Constitución como norma vinculante para la Administración Pública. Por su parte, el artículo 11 de la Ley Nº 28.449
establece que los empleados y funcionarios de todas las entidades del sector público están obligados a cumplir, bajo
responsabilidad, las directivas y requerimientos que en materia de pensiones emita el Ministerio de Economía y Finanzas.
Tal disposición debe ser interpretada en el sentido de que dichas directivas y requerimientos resulten obligatorios, sólo en
la medida en que sean compatibles con la Constitución y con las sentencias expedidas por este Tribunal. En efecto, es
preciso dejar a un lado la errónea tesis conforme a la cual la Administración Pública se encuentra vinculada a la ley o a las
normas expedidas por las entidades de gobierno, sin poder cuestionar su constitucionalidad. El artículo 38 de la
Constitución es meridianamente claro al señalar que todos los peruanos (la Administración incluida desde luego) tienen el
deber de respetarla y defenderla. En tal sentido, en los supuestos de manifiesta inconstitucionalidad de normas legales o
reglamentarias, la Administración no sólo tiene la facultad sino el deber de desconocer la supuesta obligatoriedad de la
norma infraconstitucional viciada, dando lugar a la aplicación directa de la Constitución.” Conforme lo señala la doctrina,
la titularidad del sistema de control de constitucionalidad difuso está reservada al Poder Judicial y en ningún caso compete
a la Administración Pública, conforme expresa categóricamente la segunda parte del art. 138º de la Constitución Política
del Estado, en el Capítulo específicamente referido al Poder Judicial y no puede ser extendido o analogizado válidamente
a un órgano administrativo, por importante que sea el mismo. Por tanto, lo señalado por el Tribunal Constitucional va en
contra de lo establecido por la Constitución Política del Estado, lo cual determinará que la Administración Pública se
irrogue ciertas facultades de que carece, ya que no puede declarar, por sí y ante sí, la incompatibilidad constitucional de
una norma legal que no ha pasado por el control constitucional del Tribunal Constitucional o del Poder Judicial, debiendo
aplicar la ley positiva que goza de presunción de legalidad y de constitucionalidad, hasta que no se declare lo contrario
mediante los instrumentos que la Constitución ha diseñado.
P antiguo principio constitucional señala que no es permisible vulnerar la Constitución para, supuestamente, defender la
Constitución. Por ello, el Tribunal Constitucional deberá apartarse de dicho criterio jurisprudencial establecido en la
Sentencia del 3 de junio de 2005, con la finalidad de hacerla acorde a los postulados constitucionales en vigencia.
Pretender seguir con dicho criterio jurisprudencial implicaría que cualquier tribunal o ente administrativo realice una
especie de extensión de la judicial review, la cual sería inconstitucional, porque dicha facultad está constitucionalmente
reservada al Poder Judicial, y resulta evidente que la posición del Tribunal Constitucional implica una indebida
modificación de la Constitución y su determinación fuera de los supuestos claramente establecidos por esta norma
fundamental.
Control Difuso:
En este modelo la salvaguarda de la Constitución se encuentra a cargo del órgano judicial ordinario (se le denomina
también de revisión judicial –Judicial Review– o de contralor judicial). Así, la pluralidad de los Jueces ordinarios tiene la
potestad de establecer la inconstitucionalidad de las normas dentro del marco de una controversia judicial concreta; esto
es, los alcances de dicha inconstitucionalidad son aplicables única y exclusivamente a las partes intervinientes en dicho
proceso judicial. En este caso no existe un órgano contralor especial o ad hoc, sino que son los jueces comunes los que
ante una determinada controversia deberán examinar si existe contradicción entre la norma invocada –teóricamente
aplicable para amparar un supuesto derecho– y los alcances de la propia Constitución, por lo que, de ser el caso, aplicarán
el texto fundamental y dejarán de hacer uso de la Ley inconstitucional. En suma, dicho sistema tiene como características
los presupuestos de control extendido, incidental, residual y de eficacia interpartes.
Fue establecida por primera vez en el Caso Almonacid Arellano y otros vs. Gobierno de Chile, resuelto el 26 de
septiembre de 2006.
Esta sentencia se inscribe en la línea de varios fallos de la Corte IDH en casos de leyes de auto amnistía. Se resolvió la
invalidez del decreto ley que perdonaba los crímenes de lesa humanidad, en el período 1973 a 1979 de la dictadura militar
de Augusto Pinochet, debido a que dicho decreto resultaba incompatible con la CADH careciendo de "efectos jurídicos" a
la luz de dicho tratado.
Sin embargo, en el fallo también se "avanza" hacia un nuevo tipo de control, teniendo en cuenta la responsabilidad
internacional del Estado. Se establece que la obligación legislativa en sede interna, relativa a adoptar disposiciones de
conformidad con la CADH alcanza una obligación hacia el Poder judicial: "de tal forma que el aplicador de la ley tenga
una opción clara de cómo resolver un caso particular. Sin embargo, cuando el Legislativo falla en su tarea de suprimir y/o
no adoptar leyes contrarias a la Convención Americana, el judicial permanece vinculado al deber de garantía establecido
en el artículo 1.1 de la misma y, consecuentemente, debe abstenerse de aplicar cualquier normativa contraria a ella".
Lo anterior significa que los jueces no son simples aplicadores de la ley nacional, sino que tienen además, una obligación
de realizar una "interpretación convencional", verificando si dichas leyes que aplicarán a un caso particular, resultan
"compatibles" con la CADH; de lo contrario su proceder sería contrario al artículo 1.1. de dicho tratado, produciendo una
violación internacional, ya que la aplicación de una ley inconvencional produce por sí misma una responsabilidad
internacional del Estado.
Así, los jueces nacionales se convierten en "guardianes" de la convencionalidad. La doctrina del "control difuso de
convencionalidad" queda reflejada en los párrafos 123 a 125 de dicha sentencia, en los siguientes términos:
La descrita obligación legislativa del artículo 2 de la Convención tiene también la finalidad de facilitar la función del
Poder judicial de tal forma que el aplicador de la ley tenga una opción clara de cómo resolver un caso particular. Sin
embargo, cuando el Legislativo falla en su tarea de suprimir y/o no adoptar leyes contrarias a la Convención Americana,
el judicial permanece vinculado al deber de garantía establecido en el artículo 1.1 de la misma y, consecuentemente,
debe abstenerse de aplicar cualquier normativa contraria a ella. El cumplimiento por parte de agentes o funcionarios del
Estado de una ley violatoria de la Convención produce responsabilidad internacional del Estado, y es un principio básico
del derecho de la responsabilidad internacional del Estado, recogido en el Derecho Internacional de los Derechos
Humanos, en el sentido de que todo Estado es internacionalmente responsable por actos u omisiones de cualesquiera de
sus poderes u órganos en violación de los derechos internacionalmente consagrados, según el artículo 1.1 de la
Convención Americana.
La Corte es consciente que los jueces y tribunales internos están sujetos al imperio de la ley y, por ello, están obligados a
aplicar las disposiciones vigentes en el ordenamiento jurídico. Pero cuando un Estado ha ratificado un tratado
internacional como la Convención Americana, sus jueces, como parte del aparato del Estado, también están sometidos a
ella, lo que les obliga a velar porque los efectos de las disposiciones de la Convención no se vean mermadas por la
aplicación de leyes contrarias a su objeto y fin, y que desde un inicio carecen de efectos jurídicos. En otras palabras, el
Poder judicial debe ejercer una especie de "control de convencio-nalidad" entre las normas jurídicas internas que
aplican en los casos concretos y la Convención Americana sobre Derechos Humanos. En esta tarea, el Poder judicial
debe tener en cuenta no solamente el tratado, sino también la interpretación que del mismo ha hecho la Corte
Interamericana, intérprete última de la Convención Americana (énfasis añadido).
En esta misma línea de ideas, esta Corte ha establecido que "según el derecho internacional las obligaciones que éste
impone deben ser cumplidas de buena fe y no puede invocarse para su incumplimiento el derecho interno". Esta regla
ha sido codificada en el artículo 27 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969.
Si observamos con atención los alcances del "control difuso de convencionalidad", podemos advertir que en realidad no es
algo nuevo. Se trata de una especie de "bloque de constitucionalidad" derivado de una constitucionalización del derecho
internacional de los derechos humanos, sea por las reformas que las propias constituciones nacionales han venido
realizando o a través de los avances de la jurisprudencia constitucional que la han aceptado. Es una práctica que ya venían
realizando algunos tribunales, cortes y salas constitucionales en América Latina, incluso con anterioridad al Caso
Almonacid Arellano vs. Chile, como se advierte de los ejemplos de algunas sentencias dictadas por esas altas jurisdiccio-
nes y que se reproducen en los párrafos. 226 a 232 de la sentencia del Caso Cabrera García y Montiel Flores vs.
México. La novedad es que la obligación de aplicar la CADH y la jurisprudencia convencional proviene directamente de
la jurisprudencia de la Corte IDH como un "deber" hacia todos los jueces nacionales; de tal manera que ese imperativo
representa, en realidad, una especie de "bloque de convencionalidad" mínimo para considerar la aplicabilidad del corpus
iuris interamericano y con ello establecer un "estándar" en el continente o, cuando menos, en los países que han aceptado
la competencia contenciosa de dicho Tribunal internacional.
Mixto:
Este surge como consecuencia de la mezcla, fusión o combinación de dos o más modelos originarios, constituyendo un
modelo sui géneris que, por ende, deviene en distinto de aquellos que le sirvieron de base. En ese aspecto, Domingo
García Belaúnde señala que «cuando las influencias son tan fuertes […] se adquiere una nueva fisonomía». Así, partiendo
de las influencias asimiladas se genera en la praxis un modelo relativamente diferente. Esta mezcla o combinación de dos
o más modelos da lugar a un tertium, en donde los rasgos sincréticos permiten señalar algo distinto, pero no tanto para
calificarlo como original.
Después de expedida la Constitución de 1991, en virtud del artículo 4 constitucional y por el desarrollo de la
jurisprudencia constitucional se ha materializado la supremacía constitucional. La Corte ha logrado concertar el alcance
del artículo 230, con los artículos 241, 243, 228, 4, 40, numeral 6 y los desarrollos jurisprudenciales que se han derivado
del valor jurídico de la ratio decidendi y la fuerza vinculante del precedente constitucional para los operadores jurídicos,
con el objetivo de mantener las seguridad jurídica de los derechos. Esta supremacía se logra visualizar desde el análisis
planteado por la Corte en la Sentencia T-292 de 2006. En ella registra como objetivo de la interpretación constitucional la
materialización de la voluntad del constituyente primario y la orientación del ordenamiento jurídico hacia los principios y
valores constitucionales superiores. Lo anterior determinando la fuerza vinculante de la parte motiva y resolutiva de sus
sentencias de constitucionalidad y la fuerza vinculante de la ratio decidendi de sus sentencias de tutela.
En esta Sentencia se estableció que es competencia de la Corte determinar los efectos de sus sentencias, hasta el punto de
determinar que entre la Constitución y la interpretación que de ella hace la Corte no puede interponerse “ni una hoja de
papel”, y complementó que le corresponde exclusivamente a la Corte determinar válidamente los efectos de sus propias
sentencias, sin limitaciones ilegítimas de otros órganos o autoridades, lo cual ha dado lugar al fenómeno conocido como
“modulación de sentencias”. En esta Sentencia, la Corte concluyó que los fallos de control abstracto tienen fuerza
obligatoria, hacen tránsito a cosa juzgada constitucional26, no pueden ser objeto de controversia, todos los operadores
jurídicos están obligados a respetarlos y ninguna autoridad puede reproducirlos cuando se haya declarado la
inconstitucionalidad por vicios de fondo. El carácter de cosa juzgada constitucional se reafirma en la Sentencia C-104 de
1993 (con ponencia del magistrado Alejandro Martínez Caballero), en la que se lee que las sentencias que profiera la
Corte Constitucional tendrán el valor de cosa juzgada constitucional y son de obligatorio cumplimiento para todas las
autoridades y los particulares, y señala además la diferencia con las demás providencias que no tienen este carácter:
[…] la jurisprudencia constitucional tiene fuerza de cosa juzgada constitucional –art. 243– ,de suerte que obliga hacia el
futuro para efectos de la expedición o su aplicación ulterior[…] mientras que las demás providencias sólo tienen un
carácter de criterio auxiliar –art. 230 C.P–, para los futuros casos similares.
De lo anterior se colige que la Corte le da el carácter de fuente obligatoria a la jurisprudencia constitucional en materia de
control de constitucionalidad abstracto. Continúa la sentencia exponiendo: […] Goza de cosa juzgada explícita la parte
resolutiva de las sentencias, por expresa disposición del artículo 243 de la Constitución y gozan de cosa juzgada implícita
los conceptos de la parte motiva que guarden una unidad de sentido con el dispositivo de la sentencia, de tal forma que no
se pueda entender éste sin la alusión a aquéllos. La parte motiva de una sentencia de constitucionalidad tiene en principio
el valor que la Constitución le asigna a la doctrina en el inciso segundo del artículo 230: criterio auxiliar –no obligatorio–,
esto es, ella se considera obiter dicta. Distinta suerte corren los fundamentos contenidos en las sentencias de la Corte
Constitucional que guarden relación directa con la parte resolutiva, así como los que la Corporación misma indique, pues
tales argumentos en la medida en que tengan nexo causal con la parte resolutiva, son también obligatorios y, en esas
condiciones, deben ser observados por las autoridades y corrigen la jurisprudencia. (La negrilla es nuestra). En la
Sentencia T -292 de 2006 se alude a la Sentencia C-131 de 1993, en la cual también el magistrado Alejandro Martínez
sigue insistiendo en el carácter vinculante de la parte motiva y resolutiva de la jurisprudencia constitucional en virtud del
artículo 243 de la Carta. En la Sentencia C-083 de 1995 (con ponencia de Carlos Gaviria) se analizó el tema de la analogía
y la aplicación supletoria de la doctrina constitucional en ausencia de la ley. En esta sentencia se concluyó que existían
diferencias entre la doctrina constitucional integradora e interpretativa, y especificó que la doctrina constitucional
integradora tiene fuerza vinculante, debido a que llena vacíos en el ordenamiento jurídico, mientras que la doctrina
constitucional interpretativa corresponde a la jurisprudencia general. En la Sentencia T- 292 de 2006 se resume la posición
asumida por la Corte así:
De lo anterior se colige que la Corte le da el carácter de fuente obligatoria a la jurisprudencia constitucional en materia de
control de constitucionalidad abstracto. Continúa la sentencia exponiendo: […] Goza de cosa juzgada explícita la parte
resolutiva de las sentencias, por expresa disposición del artículo 243 de la Constitución y gozan de cosa juzgada implícita
los conceptos de la parte motiva que guarden una unidad de sentido con el dispositivo de la sentencia, de tal forma que no
se pueda entender éste sin la alusión a aquéllos. La parte motiva de una sentencia de constitucionalidad tiene en principio
el valor que la Constitución le asigna a la doctrina en el inciso segundo del artículo 230: criterio auxiliar –no obligatorio–,
esto es, ella se considera obiter dicta. Distinta suerte corren los fundamentos contenidos en las sentencias de la Corte
Constitucional que guarden relación directa con la parte resolutiva, así como los que la Corporación misma indique, pues
tales argumentos en la medida en que tengan nexo causal con la parte resolutiva, son también obligatorios y, en esas
condiciones, deben ser observados por las autoridades y corrigen la jurisprudencia. (La negrilla es nuestra). En la
Sentencia T -292 de 2006 se alude a la Sentencia C-131 de 1993, en la cual también el magistrado Alejandro Martínez
sigue insistiendo en el carácter vinculante de la parte motiva y resolutiva de la jurisprudencia constitucional en virtud del
artículo 243 de la Carta. En la Sentencia C-083 de 1995 (con ponencia de Carlos Gaviria) se analizó el tema de la analogía
y la aplicación supletoria de la doctrina constitucional en ausencia de la ley. En esta sentencia se concluyó que existían
diferencias entre la doctrina constitucional integradora e interpretativa, y especificó que la doctrina constitucional
integradora tiene fuerza vinculante, debido a que llena vacíos en el ordenamiento jurídico, mientras que la doctrina
constitucional interpretativa corresponde a la jurisprudencia general. En la Sentencia T- 292 de 2006 se resume la posición
asumida por la Corte así:
Bibliografía:
Corte Interamericana de Derechos Humanos . (2006, septiembre 26). Caso Almonacid Arellano y otros Vs. Chile .
Recuperado de https://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/seriec_154_esp.pdf