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El Futuro de La Democracia BOBBIO

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INTRODUCCIÓN

Reúno en este pequeño volumen algunos escritos que hice en los últimos años
sobre las llamadas "transformaciones" de la democracia. Uso el término "trans-
formación" en sentido axiológicamente neutro, sin atenerme a un significado
positivo o a uno negativo. Prefiero hablar de transformación más que de crisis,
porque crisis hace pensar en un colapso inminente: en el mundo la democra-
cia no goza de óptima salud, y por lo demás tampoco en el pasado pudo dis-
frutar de ella, sin embargo, no está al borde de la muerte. A pesar de lo que
se diga, ninguno de los regímenes democráticos nacidos en Europa después
de la segunda Guerra Mundial ha sido abatido por una dictadura, como su-
cedió en cambio después de la primera. Al contrario, algunas dictaduras que
sobrevivieron a la catástrofe de la guerra se transformaron en democracias.
Mientras el m u n d o soviético está agitado por sacudimientos democráticos, el
mundo de las democracias occidentales no está seriamente amenazado por
movimientos fascistas.
Para un régimen democrático, estar en transformación es el estado natu-
ral; la democracia es dinámica, el despotismo es estático y siempre igual a sí
mismo. Los escritores democráticos de fines del siglo XVIII contraponían la
democracia moderna (representativa) a la democracia de los antiguos (directa);
pero no hubieran dudado en considerar el despotismo de su tiempo de la
manera que el que describieron los escritos antiguos: piénsese en Mon-
tesquieu y Hegel y en la categoría del despotismo oriental. Hay quien ha usado,
con razón o sin ella, el concepto de despotismo oriental para explicar la situa-
ción de la Unión Soviética. Cuando hoy se habla de democracia occidental
se hace referencia a regímenes surgidos en los últimos doscientos años, des-
pués de las revoluciones norteamericana y francesa. A pesar de ello, un autor
muy leído en Italia, C. B. Macpherson, creyó poder ubicar por lo menos cuatro
fases de desarrollo de la democracia moderna, desde sus orígenes decimonó-
nicos hasta hoy.
Entre los últimos escritos sobre el tema seleccioné ios que me parecieron
de una cierta actualidad, aunque no estuvieran vinculados a sucesos cotidianos.
Coloco al inicio, en orden cronológico, el último, que es el que da el título a
todo el volumen. Este estudio nació como una conferencia sostenida en no-
viembre del año pasado (1983) en el Palacio de las Cortes de Madrid, la cual
fui a impartir por invitación de su presidente, el profesor Gregorio Peces-
Barba; posteriormente, corregido y aumentado, sirvió para la disertación
introductoria que presenté en el Congreso internacional Ya comenzó el futuro,
que tuvo lugar en Locarno en mayo pasado (1984) y cuya realización se llevó
al cabo gracias al profesor Francesco Barone. En síntesis, este escrito repre-

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8 INTRODUCCIÓN

senta las transformaciones de la democracia dentro de la línea de las "falsas


promesas" o de la diferencia entre la democracia ideal como fue concebida
por sus padres fundadores y la democracia real como la vivimos, con mayor
o menor participación, cotidianamente.
Después del debate en el Congreso de Locarno considero que es útil preci-
sar mejor que de aquellas falsas promesas —la sobrevivencia del poder invisible,
la permanencia de las oligarquías, la supresión de los cuerpos intermedios, la
reivindicación de la representación de los intereses, la participación interrum-
pida, el ciudadano no educado (o maleducado) —, algunas no podían ser
sostenidas objetivamente y, por tanto, eran ilusiones desde el principio, otras,
más que promesas, esperanzas mal correspondidas, así como aquellas que se
encontraron con obstáculos imprevistos. Todas son situaciones por las cuales
no se puede hablar propiamente de "degeneración" de la democracia, sino
más bien se debe hablar de la adaptación natural de los principios abstractos
a la realidad o de la inevitable contaminación de la teoría cuando es obliga-
da a someterse a las exigencias de la práctica. Todas, excepto una: la sobrevi-
vencia (y la sólida consistencia) de un poder invisible, como sucede en nuestro
país, al lado o abajo (o incluso sobre) del poder visible. La democracia se puede
definir de muchas maneras, pero no hay definición que pueda excluir de sus
connotados la visibilidad o transparencia del poder. Elias Canetti escribió:
"El secreto está en el núcleo más interno del poder." Los constructores de los
primeros regímenes democráticos se propusieron dar vida a una forma de
gobierno en la que este núcleo duro fuese destruido definitivamente (véase La
democracia y el poder invisible). Es indiscutible que la permanencia de las
oligarquías, o de las élites en el poder, se opone a los ideales democráticos.
Esto no evita que siempre existan una diferencia sustancial entre un sistema
político, en el que hay muchas élites en competencia en la arena electoral, y
un sistema en el que existe un solo grupo de poder que se renueva por coopta-
ción. Mientras la presencia de un poder invisible corrompe la democracia, la
existencia de grupos de poder que se alternan mediante elecciones libres per-
manece, por lo menos hasta ahora, como la única forma en la que la demo-
cracia ha encontrado su realización concreta. Lo mismo sucede con respecto
a los límites que ha encontrado el uso de los procedimientos propios de la
democracia al ampliarse hacia centros de poder tradicionalmente autocrá-
ticos, como la empresa o el aparato burocrático: más que de un fracaso se
trata de un desarrollo interrumpido. Por lo que toca a la representación de los
intereses, que está erosionando paulatinamente el campo que debería haber
sido reservado exclusivamente para la representación política, ella es ni más ni
menos, incluso para quienes la rechazan, una forma de democracia alterna-
tiva que tiene su terreno natural de expansión en una sociedad capitalista, en
la que los sujetos de la acción política son crecientemente los grupos organi-
zados, por tanto, es muy diferente de aquélla prevista por la doctrina demo-

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INTRODUCCIÓN 9

crática que no estaba dispuesta a reconocer algún ente intermedio entre los
individuos específicos y la nación en su conjunto. Si se puede hablar de u n a
crisis a raíz del avance de la representación de los intereses y de su consecuente
fenómeno, el aumento de decisiones tomadas mediante acuerdos entre las par-
tes, ésta se refiere menos a la democracia que a la imagen tradicional del
Estado soberano ubicado por encima de las partes (véase Contrato y contrac-
tualismo en el debate actual). En fin, más que u n a falsa promesa, el estan-
camiento de la educación de la ciudadanía, según la cual el ciudadano investido
del poder de elegir a sus gobernantes habría seleccionado a los más sabios,
honestos e ilustrados de entre sus conciudadanos, se puede considerar como
el efecto de u n a ilusión derivada de una concepción excesivamente optimista
del hombre como animal político: el hombre persigue el propio interés lo
mismo en el mercado económico que en el mercado político. Pero, hoy ninguno
piensa confutar a la democracia, como se sostiene desde hace años, que el voto
es una mercancía que se puede ofrecer al mejor postor.
Naturalmente, todo este discurso solamente es válido si nos atenemos a lo
que llamo la definición mínima de democracia, de acuerdo con la cual inicial-
mente se entiende por régimen democrático un conjunto de reglas procesales
p a r a la toma de decisiones colectivas en el que está prevista y propiciada la
más amplia participación posible de los interesados. Sé bien que semejante
definición procesal, o formal, o, en sentido peyorativo, formalista, es dema-
siado pobre p a r a los movimientos que se dicen dé izquierda. Pero, por encima
del hecho que no existe otra definición ta n clara, ésta es la única que nos
ofrece un criterio infalible p a r a introducir u n a primera gran distinción (in-
dependientemente de cualquier juicio de valor) entre dos tipos ideales opues-
tos, de formas de gobierno. Es conveniente agregar que si se incluye en el
concepto general de democracia la estrategia del compromiso entre las partes
mediante el libre debate p a r a la formación de una mayoría, la definición que
aquí se propone refleja mejor la realidad de la democracia representativa, no
importa que se trate de la representación política o de la representación de los
intereses, que la de la democracia directa: el referéndum, que no puede poner
los problemas más que en forma dilemática, obstaculiza el acuerdo y favorece
el conflicto; y, precisamente por esto, sirve más para dirimir controversias
sobre los principios que p a r a resolver conflictos de interés (véase Democracia
representativa y democracia directa). Asimismo, es oportuno precisar, espe-
cialmente p a r a quien pone las esperanzas de u n a transformación, en el naci-
miento de los movimientos, que la democracia, como método, está abierta a
todos los posibles contenidos, pero a la vez es muy exigente en el pedir respeto
p a r a las instituciones, porque precisamente en esto reposan todas las ventajas
del método; entre estas instituciones están los partidos, únicos sujetos autori-
zados p a r a fungir como mediadores entre los individuos y el gobierno (véase
Los vínculos de la democracia).

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10 INTRODUCCIÓN

No excluyo que esta insistencia en las reglas, es decir, en consideraciones


formales más que sustanciales, derive de la deformación profesional de quien
enseñó durante décadas en una facultad de Derecho. Sin embargo, un funcio-
namiento correcto de un régimen democrático solamente es posible en el ámbito
del modo de gobernar que, de acuerdo con una tradición que se remonta a
los antiguos, se llama "gobierno de las leyes" (véase ¿Gobierno de los hombres
o gobierno de las leyes?). Retomo mi vieja idea de que el Derecho y el poder
son dos caras de la misma moneda: sólo el poder puede crear Derecho y sólo
el Derecho puede limitar e) poder. El Estado despótico es el tipo ideal de
Estado de quien observa desde el punto de vista del poder; en el extremo
opuesto está el Estado democrático, que es el tipo ideal de Estado de quien
observa desde el punto de vista del Derecho. Los antiguos cuando exaltaban
el gobierno de ias leyes contraponiéndolo al gobierno de los hombres pensa-
ban en las leyes derivadas de la tradición o planteadas por los grandes legis-
ladores. Hoy, cuando hablamos de gobierno de las leyes pensamos en primer
lugar en las leyes fundamentales, que establecen no tanto lo que los gober-
nados deben hacer, sino la forma en que las leyes deben ser planteadas, y son
normas que obligan a los mismos gobernantes más que a los ciudadanos:
tenemos en mente un gobierno de las leyes a un nivel superior, en el que los
mismos legisladores son sometidos a normas ineludibles. Un ordenamiento de
este tipo solamente es posible si aquellos que ejercen los poderes en todos los
niveles pueden ser controlados en última instancia por los detentadores origi-
narios del poder último, los individuos específicos.
Jamás será exagerado sostener contra toda tentación organicista recurrente
(no extraña al pensamiento político de izquierda) que la doctrina democrática
reposa en una concepción individualista de la sociedad, por lo demás seme-
jante al liberalismo (véase Liberalismo antiguo y moderno), lo que explica
por qué la democracia moderna se ha desarrollado y hoy existe solamente
allí donde los derechos de libertad han sido reconocidos constitucionalmente.
Observando el asunto atentamente, ninguna concepción individualista de la
sociedad, lo mismo el individualismo ontológico que el individualismo metodo-
lógico, excluye el hecho de que el hombre es un ser social y no puede vivir, ni
objetivamente vive, aislado. "Las relaciones del individuo con la sociedad son
vistas por el liberalismo y por la democracia de diferentes maneras: el primero
separa al individuo del cuerpo orgánico de la comunidad y lo hace vivir, por lo
menos durante gran parte de su vida, fuera del seno materno, y lo introduce
en el m u n d o desconocido y lleno de peligros de la lucha por la sobrevivencia;
la segunda lo integra a otros hombres semejantes a él para que de su unión
artificial la sociedad sea recompuesta ya no como un todo orgánico, sino como
una asociación de individuos libres. El primero pone en evidencia sobre todo
la capacidad de autoformarse del individuo; la segunda exalta sobre todo la
aptitud de superar el aislamiento mediante .diversas habilidades que permiten

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INTRODUCCIÓN 11

instituir finalmente u n poder no-tiránico. En el fondo se trata de dos indi-


viduos potencialmente diferentes: como microcosmos o totalidad completa en
sí misma, o como parte indivisible, pero componible o recomponible de diversas
maneras con otras partes semejantes en una unidad superior.
Todos los textos reunidos aquí tratan problemas generales y son (o mejor
dicho quisieran ser) elementales. Fueron escritos para un público que se interesa
por la política, no p a r a los especialistas. Son textos que en otros tiempos se ha-
brían llamado de filosofía popular. Fueron dictados por una preocupación
esencial: hacer descender la democracia del cielo de los principios a la tierra
donde chocan fuertes intereses. Siempre pensé que esta es la única manera de
darse cuenta de las contradicciones en las que se mueve una sociedad demo-
crática y de los difíciles caminos que debe seguir para salir de ellas sin perderse,
para reconocer sus vicios congénitos sin desanimarse y sin perder la ilusión
de poder mejorarla. Si m e imaginara a los interlocutores que quisiera, no
precisamente convencer, sino hacer menos desconfiados, no serían aquellos
que desdeñan y se oponen a la democracia como el gobierno de los "malo-
grados" —la derecha reaccionaria perenne, que resurge continuamente bajo
las más diversas vestimentas, pero con el rencor de siempre contra los "prin-
cipios inmortales"— sino aquellos que quisieran destruir nuestra democracia
—siempre frágil, vulnerable, corrompible y frecuentemente corrupta— para
hacerla más perfecta; serían aquellos que, retomando la famosa imagen hob-
besiana, se comportan como las hijas de PeÜas, que hicieron pedazos al viejo
padre para hacerlo renacer. Abrir el diálogo con los primeros puede ser tiempo
perdido, continuarlo con los segundos permite confiar en la fuerza de las
buenas razones.

NORBERTO BOBBIO
Turín, octubre de 1984

Los escritos que aparecen en esta recopilación fueron publicados: "II futuro della democrazia",
en Civiltá delle macchine, 1984; "Democrazia reppresentativa e democrazia diretta", en AA. VV.,
Democrazia e participazione, Stampatori, Turín, 1978, pp. 19-46; "I vincoli della democrazia", en
La política possible, Tulio Pironto, Ñapóles, 1983, pp. 39-61; "La democrazia e il potere invisibile",
en Hivista italiana di scienzu política, x 1980, pp. 181-203: "Liberalismo vecthio e nuovo", en
Mondoperaio, núm. 11, 1981, pp. 86-94; "Contrallo e comratlualismo nel dibattilo auuale",
Ibidem, núm. 11, 1982, pp. 84-92; "Governo degli uomini o governo delle leggi?", en Nuova
antología, núm. 2145, enero-marzo 1983, pp. 135-52.

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I. EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

1. I N T R O D U C C I Ó N NO PEDIDA

INVITADO a presentar una disertación sobre el porvenir de la democracia, tema


por demás insidioso, me defiendo con dos citas. Hegel, en sus lecciones de
filosofía de la historia en la Universidad de Berlín, ante la pregunta hecha por
un estudiante de si los Estados Unidos de América debiera ser considerado
como el país del m a ñ a n a , respondió, muy molesto: "Como país del mañana
los Estados Unidos de América no me competen. El filósofo no tiene que ver
con las profecías [...] La filosofía se ocupa de lo que es eterno, o sea, de la
razón, y con esto ya tenemos bastante."' Max Weber, en su famosa conferencia,
sostenida ante los estudiantes de la Universidad de Munich al final de la guerra,
sobre la ciencia como vocación, respondió al auditorio que le preguntaba
insistentemente su opinión sobre el futuro de Alemania: "La cátedra no es ni
para los demagogos ni para los.profetas." 2
Aun quien no acepte los argumentos utilizados por Hegel y Weber y los
considere un pretexto, no podrá dejar de reconocer que el oficio de profeta es
peligroso. La dificultad de conocer el m a ñ a n a también depende del hecho
de que cada uno de nosotros proyecta en el futuro las propias aspiraciones
e inquietudes, mientras la historia sigue su camino, desdeñando nuestras
preocupaciones, un camino formado por millones y millones de pequeños,
minúsculos, hechos humanos que ninguna mente, por fuerte que pueda ser,
jamás ha sido capaz de recopilar en una visión de conjunto que no sea dema-
siado esquemática para ser admitida. Por esto las previsiones de los grandes
señores del pensamiento se han mostrado equivocadas a lo largo de la historia,
comenzando por las de quien parte de la humanidad consideró y considera aún
fundador de una nueva e infalible ciencia de la sociedad: Carlos Marx.
Para darles rápidamente mi opinión si me preguntan si la democracia tiene
un porvenir y cuál sea éste, en el supuesto caso de que lo tenga, les respondo
tranquilamente que no lo sé. En esta disertación mi intención es pura y simple-
mente la de hacer alguna observación sobre el estado actual de los regímenes
democráticos, y con ello, retomando la idea de Hegel, creo que ya tenemos
bastante. Tanto mejor si de estas observaciones se pueda extrapolar una ten-
dencia en el desarrollo (o involución) de estos regímenes, y por tanto intentar
algún pronóstico cauteloso sobre su futuro.

1
G. W . F. Hegel, Vorlesungen über die Phílosophie der Geschichte, I: Die Vernunft in der
Gesc/iichle, Meiner, Leipzig, 1917, p . 200 [hay una edición en español con el Ululo de Lecciones
sobre la filosofía de la historia universal, Alianza, Madrid].
" M. Weber. "La scienza eomo prefessione", en // lavoro iníellctíua/le como prefessiono,
Einaudi. T u r i n , p . 64.
13

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14 E L F U T U R O DE LA D E M O C R A C I A

2 . U N A D E F I N I C I Ó N M Í N I M A DE D E M O C R A C I A

Hago la advertencia de que la única manera de entenderse cuando se habla


de democracia, en cuanto contrapuesta a todas las formas de gobierno' auto-
crítico, es considerarla caracterizada por un conjunto de reglas (primarias
o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las deci-
siones colectivas y bajo qué procedimientos. Todo grupo social tiene necesidad
de tomar decisiones obligatorias para todos los miembros del grupo con el
objeto de mirar por la propia sobrevivencia, tanto en el interior como en el ex-
terior. ' Pero incluso las decisiones grupales son tomadas por individuos (el
grupo como tal no decide). Así pues, con el objeto de que una decisión tomada
por individuos (uno, pocos, muchos, lodos) pueda ser aceptada como una
decisión colectiva, es necesario que sea tomada con base en reglas (no importa
si son escritas o consuetudinarias) que establecen quiénes son los individuos
autorizados a tomar las decisiones obligatorias para todos los miembros del
grupo, y coh qué procedimientos. Ahora bien, por lo que respecta a los sujetos
llamados a tomar (o a colaborar en la loma de) decisiones colectivas, un
régimen democrático se caracteriza por la atribución de este poder (que en
cuanto autorizado por la ley fundamental se vuelve un derecho) a un número
muy elevado de miembros del grupo. Me doy cuenta de que un "número muy
elevado" es una expresión vaga. Pero por encima del hecho de que los discur-
sos políticos se inscriben en el universo del "más o menos" o del "por lo demás",
no se puede decir "todos", porque aun en el más perfecto de los regímenes
democráticos no votan los individuos que no han alcanzado una cierta edad.
Como gobierno de todos la omnicracia es un ideal límite. En principio, no
se puede establecer el número de quienes tienen derecho al voto por el que se
pueda comenzar a hablar de régimen democrático, es decir, prescindiendo
de las circunstancias históricas y de un juicio comparativo: solamente se p u e d e -
decir que en una sociedad, en la que quienes tienen derecho al voto son los
ciudadanos varones mayores de edad, es más democrática que aquella en
la que solamente votan los propietarios y, a su vez, es menos democrática que
aquella en la que tienen derecho al voto también las mujeres. Cuando se dice
que en el siglo pasado en algunos países se dio un proceso continuo de demo-
cratización se quiere decir que el número de quienes tienen derecho al voto
aumentó progresivamente.

Por lo que respecta a la modalidad de la decisión la regla fundamental


de la democracia es la regla de la mayoría, o sea, la regla con base en la cual
se consideran decisiones colectivas y, por tanto, obligatorias para todo el grupo,
las decisiones aprobadas al menos por la mayoría de quienes deben de tomar
la decisión. Si es válida una decisión tomada por la mayoría, con mayor razón

3
Sobre este punto véase mi ensayo "Decisioni individuali e co.llettivo", en Richerche politiche
due lldentitá, interessi e scelte collettivo). II saggiatore, Milán, 1983, p p . 9-30.

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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 15

es válida una decisión tomada por unanimidad. 4 Pero la unanimidad es posible


solamente en u n grupo restringido u homogéneo, y puede ser necesaria en
dos casos extremos y contrapuestos: en u n a decisión muy grave en la que cada
uno de los participantes tiene derecho de veto, o en una de poca importancia
en la que se declara condescendiente quien no se opone expresamente (es el
caso del consenso tácito). Obviamente la unanimidad es necesaria cuando
los que deciden solamente son dos, lo que distingue netamente la decisión
concordada de la decisión tomada por ley (que normalmente es aprobada
por mayoría).
Por lo demás, también para u n a definición mínima de democracia, como
es la que adopto, no basta ni la atribución del derecho de participar directa
o indirectamente en la toma - de decisiones colectivas para un número muy
alto de ciudadanos ni la existencia de reglas procesales como la de mayoría
(o en el caso extremo de unanimidad). Es necesaria una tercera condición: es
indispensable que aquellos que están llamados a decidir o a elegir a quienes
deberán decidir, se planteen alternativas reales y estén en condiciones de selec-
cionar entre una u otra. Con el objeto de que se realice esta condición es nece-
sario que a quienes deciden les sean garantizados los llamados derechos de
libertad de opinión, de expresión de la propia opinión, de reunión, de aso-
ciación, etc., los derechos con base en los cuales nació el Estado liberal y se
construyó la doctrina del Estado de Derecho en sentido fuerte, es decir, del
Estado que no sólo ejerce el poder sub lege,* sino que lo ejerce dentro de los
límites derivados del reconocimiento constitucional de los llamados derechos
"inviolables" del individuo. Cualquiera que sea el fundamento filosófico de
estos derechos, ellos son el supuesto necesario del correcto funcionamiento
de los mismos mecanismos fundamentalmente procesales que caracterizan
un régimen democrático. Las normas constitucionales que atribuyen estos
derechos no son propiamente reglas del juego: son reglas preliminares que
permiten el desarrollo del juego.
De ahí que el Estado liberal no solamente es el supuesto histórico sino tam-
biénjurídico del Estado democrático. El Estado liberal y el Estado democrático
son interdependientes en dos formas: 1) en la línea que va del liberalismo a la
democracia, en el sentido de que son necesarias ciertas libertades para el co-
rrecto ejercicio del poder democrático; 2) en la línea opuesta, la que va de la
democracia al liberalismo, en el sentido de que es indispensable el poder
democrático para garantizar la existencia y la persistencia de las libertades
fundamentales. En otras palabras: es improbable que un Estado no liberal

4
Me ocupé más ampliamente de este tema en el artículo "La regola della maggioranza: limiti
e aporie", en AA.VV. Democrazia, maggioranza e minoranza, II Mulino, Bolonia, 1981,
pp. 33 72; y en "La regola di maggioranza e i suoi limiti", en AA.VV., Soggeti e potere. Un
dibattito su societá civile e crisi della política, Biblioplis, Ñapóles, 1983, pp. 11-23.
* Sometido a la ley.

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16 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

pueda asegurar un correcto funcionamiento de la democracia, y por otra parte


es poco probable que un Estado no democrático sea capaz de garantizar las
libertades fundamentales. La prueba histórica de esta interdependencia está
en el hecho de que el Estado liberal y el Estado democrático cuando caen,
caen juntos.
3 . LOS IDEALES Y LA "CRUDA REALIDAD"

Esta referencia a los principios me permite entrar en materia, de hacer, como


dije, alguna observación sobre la situación actual de la democracia. Se trata
de un tema que tradicionalmente se debate bajo el nombre de "transforma-
ciones de la democracia". Si se reuniese" todo lo que se ha escrito sobre las
transformaciones de la democracia o sobre la democracia en transformación
se podría llenar una biblioteca. Pero la palabra "transformación" es tan vaga
que da lugar a las más diversas interpretaciones: desde la derecha (pienso por
ejemplo en el libro de Pareto, Trasformazione de lia democrazia, 1920,5 verda-
dero arquetipo de una larga e ininterrumpida serie de'lamentaciones sobre la
crisis de la civilización), la democracia se ha transformado en un régimen
semi-anárquico que tendrá como consecuencia la "destrucción" del Estado;
desde la izquierda (pienso por ejemplo en un libro como el de Johannes Agnoli,
Die Transformationen der Democratie, 1967, típica expresión de la crítica
extraparlamentaria), la democracia parlamentaria se está transformando cada
vez más en un régimen autocrático. Me parece más útil para nuestro objetivo
concentrar nuestra reflexión en la diferencia entre los ideales democráticos y la
"democracia real" (uso esta expresión en el mismo sentido en el que se habla
de "socialismo real"), que en la transformación. No hace muchos días un
interlocutor me recordó las palabras conclusivas que Pasternak hace decir a
Gordon, el amigo del doctor Zivago: "Muchas veces ha sucedido en la historia.
Lo que fue concebido como noble y elevado se ha vuelto una cruda realidad,
así Grecia se volvió Roma, la Ilustración rusa se convirtió en la Revolución
rusa," 6 De la misma manera agrego, el pensamiento liberal y democrático
de Locke, Rousseau, Tocqueville, Bentham, John Stuart Mili, se volvió la
acción de... (pongan ustedes el nombre que les parezca, no tendrán dificultad
en encontrar más de uno). Precisamente es de esta "cruda realidad" y no de
lo que fue concebido como "noble y elevado" que debemos hablar o, si ustedes
quieren, del contraste entre lo que había sido prometido y lo que se realizó
efectivamente.
Señalo seis de estas falsas promesas.

5
V. Pareto, Trasformazione della democrazia, Corbaccio, Milán, 1920, que es una recopila-
ción de artículos publicados en la Rivista di Milano entre mayo y julio de 1920. El libro de
Agnoli, aparecido en 1967, fue traducido al italiano por Feltrínelli, Milán, 1969.
6
Boris L. Pasternak, II dottor Zivago, Feltrínelli, Milán, 1977, p. 673.

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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 17

4 . EL NACIMIENTO DE LA SOCIEDAD PLURALISTA

La democracia nació de una concepción individualista de la sociedad, es decir,


de una concepción por la cual, contrariamente a la concepción orgánica
dominante en la Antigüedad y en la Edad Media según la cual el todo es
primero que las partes, la sociedad, toda forma de sociedad, especialmente la
sociedad política, es un producto artificial de la voluntad de los individuos. Los
tres sucesos que caracterizan la filosofía social de la época moderna y que
confluyeron en la formación de la concepción individualista de la sociedad
y del Estado y en la disolución de la concepción orgánica son: a) el contrac -
tualismo del siglo XVII y XVIH, que parte de la hipótesis de que antes de la
sociedad civil existe el Estado de naturaleza, en el que los soberanos son los
individuos libres e iguales, los cuales se ponen de acuerdo para dar vida a un
poder común que tiene ía función de garantizar la vida y la libertad de estos
individuos (además de su propiedad); b) el nacimiento de la economía política,
o sea, de un análisis de la sociedad y de las relaciones sociales cuyo sujeto
es una vez más el individuo, el homo oeconomicus, y no el zón politikón de la
tradición, que no es considerado por sá mismo, sino sólo como miembro de una
comunidad, el individuo específico que, de acuerdo con'Adam Smith, "persi-
guiendo el interés propio, frecuentemente promueve el interés social de manera
más eficaz que lo que pretendía realmente promover" (por lo demás es cono-
cida la reciente interpretación de Macpherson, de que el Estado de naturaleza
de Hobbes y de Locke es una prefiguración de la sociedad de mercado);' c) la
filosofía utilitarista, de Bentham a Mili, según la cual el único criterio para
fundamentar una ética objetiva y, por tanto, para distinguir el bien del mal
sin recurrir a conceptos vagos como "naturaleza" o cosas por el estilo, es el
de partir de consideraciones de condiciones esencialmente individuales, como
el placer y el dolor, y de resolver el problema tradicional del bien común en
la suma de los bienes individuales o, de acuerdo con la fórmula de Bentham.
en la felicidad del mayor número.

Partiendo de la hipótesis del individuo soberano que, al ponerse de acuerdo


con otros individuos igualmente soberanos, crea la sociedad política, la doctrina
democrática había ideado un Estado sin cuerpos intermedios, característicos
de la sociedad corporativa de las ciudades medievales y del Estado estamental
o de órdenes anteriores a la afirmación de las monarquías absolutas, una
sociedad política en la que, entre el pueblo soberano, compuesto por muchos
individuos (un voto por cabeza) y sus representantes, no existiesen las sociedades
particulares criticadas por Rousseau y privadas de autoridad por la Ley Le
Chapelier (abrogada en Francia solamente en 1887). Lo que ha sucedido en
los Estados democráticos es exactamente lo opuesto: los grupos se han vuelto
cada vez más los sujetos políticamente pertinentes, las grandes organizaciones,
7
Me refiero al famoso libro de C. B. Macpherson, The Political Theory of Possesive Indivi-
dualism, Clarendon Press, Oxford, 1962.

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18 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

las asociaciones de la más diferente naturaleza, los sindicatos de las más di-
versas actividades, los partidos de las más diferentes ideologías y, cada vez
menos, los individuos. No son los individuos sino los grupos los protagonistas
de la vida política en una sociedad democrática, en la que ya no hay un solo
soberano, ni el pueblo o la nación, compuesto por individuos que adquirieron
el Derecho de participar directa o indirectamente en el gobierno, el pueblo
como unidad ideal (o mística), sino el pueblo dividido objetivamente en grupos
contrapuestos, en competencia entre ellos, con su autonomía relativa con
respecto al gobierno central (autonomía que los individuos específicos perdieron
y que jamás han recuperado más que en un modelo ideal de gobierno demo-
crático que siempre ha sido refutado por los hechos).
El modelo ideal de la sociedad democrática era el de una sociedad centrípeta.
La realidad que tenemos ante nosotros es la de una sociedad centrífuga, que
no tiene un solo centro de poder (la voluntad general de Rousseau), sino
muchos, y merece el nombre, en el que concuerdan los estudiosos de la polí-
tica, de sociedad policéntrica o poliárquica (o en términos más fuertes pero
no por ello menos apropiados, policrática). El modelo del Estado democrático
basado en la soberanía popular, que fue ideado a imagen y semejanza de la
soberanía del príncipe, fue el modelo de una sociedad monista. La sociedad
real que subyace en los gobiernos democráticos es pluralista.

5. L A REIVINDICACIÓN DE LOS INTERESES

De esta primera transformación (primera porque se refiere a la distribución


del poder) deriva la segunda referente a la representación. La democracia
moderna, nacida como democracia representativa, en contraposición a la
democracia de los antiguos, debería haber sido caracterizada por la represen-
tación política, es decir, por una forma de representación en la que el repre-
sentante, al haber sido llamado a velar por los intereses de la nación, no
puede ser sometido a un mandato obligatorio. El principio en el que se basa
la representación política es exactamente la antítesis de aquél en el que se
fundamenta la representación de los intereses, en la que el representante, al
tener que velar por los intereses particulares del representado, está sometido
a un mandato obligatorio (precisamente el del contrato del Derecho privado
que prevé, la revocación por exceso de mandato). Uno de los debates más
célebres e históricamente significativos que se desarrollaron en la Asamblea
constituyente francesa, de la que nació la Constitución de 1791, fue el que
contempló el triunfo de quienes sostuvieron que el diputado, una vez elegido,
se convertía en el representante de la nación y ya no podía ser considerado
el representante de los electores: en cuanto tal no estaba obligado por ningún
mandato. El mandato libre fue una prerrogativa del rey quien, convocando
a los Estados Generales, pretendió que los delegados de las órdenes no fuesen

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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 19

enviados a la Asamblea con pouvoirs restrictifs.* El mandato libre, expresión


incuestionable de la soberanía, fue transferido de la soberanía del rey a la
soberanía de la asamblea elegida por el pueblo. Desde entonces, la prohibición
de mandato imperativo se transformó en una regla constante de todas las
constituciones de democracia representativa; la defensa de la representación
política siempre ha encontrado seguidores convencidos entre los partidarios
de la democracia representativa en contra de los intentos de sustituirla o de
vincularla con la representación de los intereses.
Jamás una norma constitucional ha sido tan violada oomo la prohibición
de mandato imperativo; jamás un principio ha sido tan menospreciado como
el de la representación política. Pero en una sociedad compuesta por grupos
relativamente autónomos, que luchan por la supremacía para hacer valer sus
intereses en contra de otros grupos, tal norma, tal principio, ¿hubiera podido
ser realizado? Por encima del hecho de que cada grupo tiende a identificar los
intereses nacionales con los intereses del propio grupo ¿existe algún criterio
general que permita distinguir el interés general del interés particular de este
o de aquel grupo, o de la combinación de intereses particulares de grupos
que se ponen de acuerdo entre ellos en detrimento de otros? Quien representa
intereses particulares tiene siempre un mandato imperativo. ¿Dónde podemos
encontrar un representante que no represente intereses particulares? La res-
puesta es obvia, no lo vamos a encontrar en los sindicatos de los cuales depende
la estipulación de los convenios, como los acuerdos nacionales sobre la orga-
nización y el costo del trabajo, que tienen una gran importancia política. ¿En
el Parlamento? ¿Pero qué es lo que representa la disciplina de partido si no
una abierta violación de la prohibición de mandato imperativo? Aquellos que
a veces huyen de la disciplina de partido aprovechando el voto secreto ¿no
han sido calificados como "francotiradores", es decir, como reprobos expuestos
a la censura pública? Además de todo, la prohibición de mandato imperativo
es una regla sin sanción. Más aún, la única sanción que teme el diputado,
cuya reelección depende del apoyo del partido, es la que deriva de la transgre-
sión de la regla opuesta que le impone considerarse obligado por el mandato
que recibió del propio partido.
Una prueba de la reivindicación, diría definitiva, de la representación de los
intereses sobre la representación política, es el tipo de relación que se ha
instaurado en la mayor parte de los Estados democráticos europeos, entre los
grandes grupos de intereses contrapuestos (representantes de los industriales
y de los obreros respectivamente) y el Parlamento, una relación que ha dado
lugar a un nuevo tipo de sistema social que ha sido denominado, bien o mal,
neocorporativo.9 Tal sistema está caracterizado por una relación triangular
8
Para una documentación más amplia ver: P. Violante, Lo spazio della rappresentanza,
Francia 1788-1789, Mozzone, Palermo, 1981.
9
En particular me refiero al debate que se está desarrollando con. creciente intensidad en

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20 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

en la que el gobierno, representante de los intereses nacionales (teóricamente),


interviene únicamente como mediador entre las partes sociales y, a lo más,
como arbitro (generalmente impotente) del respeto de los acuerdos. Aquellos
que elaboraron, hace diez años aproximadamente, este modelo, que hoy está
en el centro de la discusión, sobre las transformaciones de la democracia, de-
finieron la sociedad neocorporativa como una forma de solución de los conflic-
tos sociales que utiliza un procedimiento, el del acuerdo entre las grandes
organizaciones, que no tiene nada que ver con la representación politica, y
que, en cambio, es .una típica expresión de la representación de intereses.

6. PERSISTENCIA DE LAS OLIGARQUÍAS

Considero en tercer lugar, como una falsa promesa, la derrota del poder oli-
gárquico. No tengo necesidad de insistir en el particular porque es un tema
muy tratado y poco controvertido, por lo menos desde que a finales del siglo
pasado Gaetano Mosca expuso la teoría de la clase política que fue llamada,
gracias a Pareto, teoría de las élites. £1 principio fundamental del pensamiento
democrático siempre ha sido la libertad entendida como autonomía, es decir,
como capacidad de legislar para si mismo, de acuerdo con la famosa definición
de Rousseau, que debería tener como consecuencia la plena identificación
entre quien pone y quien recibe una regla de conducta y, por tanto, la elimi-
nación de la tradicional distinción, en la que se apoya todo el pensamiento
político, entre gobernados y gobernantes. La democracia representativa, que
es la única forma de democracia existente y practicable, es en sí misma la
renuncia al principio de la libertad como autonomía. Es pueril la hipótesis
de que la futura computocracia, como Tía sido llamada, permita el ejercicio de
la democracia directa, es decir, que dé a cada ciudadano la posibilidad de tras-
mitir su voto a un cerebro electrónico. A juzgar por las leyes que son pro-
mulgadas cada año en Italia, el buen ciudadano debería ser llamado a mani-
festar su voto por lo menos una vez al día. El exceso de participación, que
produce el fenómeno que Dahrendorf llamó, desaprobándolo, del ciudadano
total, puede tener como efecto la saturación de la política y el aumento de la
apatía electoral.10 El precio que se debe pagar por el compromiso de pocos es
frecuentemente la indiferencia de muchos. Nada es más peligroso para la
democracia que el exceso de democracia.
Naturalmente la presencia de élites en el poder no borra la diferencia entre
regímenes democráticos y regímenes autocráticos. Esto lo sabía Mosca, que era
Italia alrededor de las tesis de Ph. Schmitter, sobre el cual puede verse la antología La societá
neo-corporativa, a cargo de M. Maraffi, 11 Mulino, Bolonia, 1981, y el libro a dos manos
de L. Bordogna y G. Provasi, Politica, economía e rappresentanza dégli interessi, 11 Mulino,
Bolonia, 1984.
10
Me refiero a R. Dahrendorf, // cittadino totale, Centro de investigación y documentación
Luigi Einaudi, Turin, 1977, pp. 55-59.

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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 21

un conservador y que se autodefmía liberal, pero no democrático, quien ideó


una compleja tipología de las formas de gobierno con el objeto de mostrar
que, aunque jamás están ausentes las oligarquías del poder, las diversas formas
de gobierno se distinguen en su diferente formación y organización. Ya que
comencé con una definición fundamentalmente procesal de la democracia, no
puedo olvidar que uno de los partidarios de esta interpretación, Joseph Schum-
peter, captó perfectamente el sentido cuando sostuvo que la característica de
un gobierno democrático no es la ausencia de élites sino la presencia de mu-
chas élites que compiten entre ellas por la conquista del "'oto popular. En el
reciente libro de Macpherson The Lije and Times of Liberal Democracy,11 se
distinguen cuatro fases en el desarrollo de la democracia desde el siglo pasado
hasta hoy: la etapa actual, que es definida "democracia de equilibrio", corres-
ponde a la definición de Schumpeter. Un elitista italiano, intérprete de Mosca
y Pareto, distinguió en forma sintética y, a mi parecer incisiva, las élites que
se imponen de las que se proponen.12

7. E L ESPACIO LIMITADO

Si la democracia no ha logrado derrotar totalmente al poder oligárquico, mu-


cho menos ha conseguido ocupar todos los espacios en los que se ejerce un
poder que toma decisiones obligatorias para un completo grupo social. Al
llegar a este punto la distinción que entra en juego ya no es aquella entre
poder de pocos o de muchos, sino aquella entre poder ascendente y poder
descendente. En este sentido se podría hablar más de incongruencia qué de
falta de realización, ya que la democracia moderna nació como método
de legitimación y de control de las decisiones políticas en sentido estricto, o de
"gobierno" propiamente dicho, tanto nacional como local, donde el individuo
es tomado en consideración en su papel general de ciudadano y no en la mul-
tiplicidad de sus papeles específicos de feligrés de una iglesia, de trabajador,
de estudiante, de soldado, de consumidor, de enfermo, etc. Después de la
conquista del sufragio universal, si todavía se puede hablar de una ampliación
del proceso de democratización, dicha ampliación se debería manifestar, no
tanto en el paso de la democracia representativa a la democracia directa, como
se suele considerar, cuanto en el paso de la democracia política a la demo-
cracia social, no tanto en la respuesta a la pregunta ¿quién vota? como en
la contestación a la interrogante ¿dónde vota? En otras palabras, cuando se
desea conocer si se ha dado un desarrollo de la democracia en un determinado
país se deberla investigar si aumentó o no el número de quienes tienen dere-
11
C. B. Macpherson, The Life and Times of dberal Democracy, Oxford University Press,
Oxford, 1977.
12
Me refiero al libro de E. Burzio, Essenza e attualitá del liberalismo, Utet, Tuiin, 1945,
p. 19.

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22 ÉL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

cho a participar en las decisiones que les atañen, sino los espacios en los que
pueden ejercer ese derecho. Hasta que los dos grandes bloques de poder
que existen en lo alto de las sociedades avanzadas, la empresa y el aparato
administrativo, no sean afectados por el proceso de democratización —suspendo
el juicio si esto sea, además de posible, deseable—, el proceso de democrati-
zación no podrá considerarse realizado plenamente.
Sin embargo, me parece interesante observar que en algunos de estos espa-
cios no políticos (en el sentido tradicional de la palabra), por ejemplo en la
fábrica, en ocasiones se ha dado la proclamación de algunos derechos de liber-
tad en el ámbito específico del sistema de poder, a semejanza de lo que sucedió
con las declaraciones de los derechos del ciudadano con respecto al sistema del
poder político; me refiero, por ejemplo, al Estatuto de los trabajadores, que
fue promulgado en Italia en 1970, y a las propuestas que se están discutiendo
para la proclamación de una carta de los derechos del enfermo. Incluso con
respecto a las prerrogativas del ciudadano frente al Estado, la concesión de los
derechos de libertad es anterior a la de los derechos políticos. Como ya dije
cuando hablé de la relación entre el Estado liberal y el Estado democrático, la
concesión de los derechos políticos ha sido una consecuencia natural de la con-
cesión de los derechos de libertad, porque la única garantía al respeto de
los derechos de libertad está en el derecho de controlar el poder al que espera
esta garantía.

8. EL PODER INVISIBLE

La quinta falsa promesa de la democracia real, con respecto a la democracia


ideal, es la eliminación del poder invisible." A diferencia de la relación entre
democracia y poder oligárquico, relación sobre la que hay una riquísima bi-
bliografía, el tema del poder invisible hasta ahora ha sido muy poco explorado
(sobre todo porque escapa a las técnicas de investigación utilizadas habitual-
mente por los sociólogos, tales como entrevistas, sondeos de opinión, etc.).
Puede ser que yo esté influido especialmente por lo que sucede en Italia, donde
la presencia del poder invisible (mafia, camorra, logias masónicas atípicas,
servicios secretos no controlados y protegidos de los subversivos que deberían
controlar) es, permítanme la redundancia, extremadamente visible. A pesar
de todo, es un hecho que hasta ahora el más amplio examen del tema lo en-
contré en un libro de un estudioso norteamericano, Alan Wolfe, titulado The
Limits of Legitimacy,1* que dedica un capítulo bien documentado a lo que
llama el "doble Estado", doble en el sentido de que al lado de un Estado visible

13
De esto me ocupé hace algunos años en un articulo titulado "La democrazia e il potere
invisible", en Rwista italiana di scienza política, x (1980), pp. 181-20S, incluido en esta reco-
pilación (Véase p. 6).
14
A. Wolfe, The Limits of Legitimacy. Political Contradictions of Contemporary Capital-
ísm, The Free Press. New York. 1977.

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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 23

existiría un Estado invisible. Es bien conocido que la democracia nació bajo la


perspectiva de erradicar para siempre de la sociedad h u m a n a el poder invisi-
ble, para dar vida a u n gobierno cuyas acciones deberían haber sido realizadas
en público "au grand jour" (para usar la expresión de Maurice Joly). 15 El mo-
delo de la democracia moderna fue la democracia de los antiguos, especial-
mente la de la pequeña ciudad de Atenas, en los momentos felices en los que
el pueblo se reunía en el Agora y tomaba libremente, a la luz del sol, sus pro-
pias decisiones después de haber escuchado los diversos puntos de vista de los
oradores? Platón para denigrarla (aunque Platón era un antidemocrático) la
llamó "teatrocracia" (palabra que no por casualidad se encuentra también en
Nietzsche). Una de las razones de la superioridad de la democracia con res
pecto a los Estados absolutos que habían reivindicado los arcana impertí, y
defendían con argumentos históricos y políticos la necesidad de que las gran-
des decisiones políticas fuesen tomadas en los gabinetes secretos, lejanos de las
miradas indiscretas del público, está basada en la convicción de que el go-
bierno democrático pudiese finalmente dar vida a la transparencia del poder,
al "poder sin máscaras".
Kant enunció e ilustró en el Apéndice de la Paz perpetua el principio fun-
damental según el cual "Todas las acciones referentes al derecho de otros
hombres cuya máxima no puede ser publicada, son injustas", 16 queriendo
decir que una acción que yo estoy obligado a mantener secreta ciertamente
es una acción no sólo injusta sino £al que si fuese publicada provocarla una
reacción que haría imposible su realización; para usar el ejemplo de Kant
¿qué Estado podría declarar públicamente, en el mismo momento en el que
estipula un tratado internacional, que no lo respetará? ¿qué funcionario puede
declarar en público que utilizará el dinero del pueblo para intereses privados?
De esta manera de plantear el problema deriva que la obligación de la pu-
blicidad de los actos gubernamentales es importante no sólo, como se dice,
para permitir al ciudadano conocer las acciones de quien detenta el poder y
en consecuencia de controlarlos, sino tambiér porque la publicidad es en sí
misma una forma de control, es un expediente que permite distinguir lo que
es lícito de lo que es ilícito. No por casualidad, la política de los arcana
impertí corre paralela a las teorías de la razón de Estado, es decir, a las teorías
para las cuales le está permitido al Estado lo que no le está permitido a los
ciudadanos privados y por tanto el Estado está obligado a actuar en secreto
para no hacer escándalo, (para dar una idea de la potencia extraordinaria
del tirano, Platón dice que solamente a éste le está permitido hacer en público
K
M. Joly, Dialogue aux enfers entre Maquiavel et Montesquieu, ou la politique de Maquiavel
au XlXsiécle par un contemporain; "chez tous les libraires", Bruselas, 1968 [Hay edición en
español con el titulo de Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, Seix Barral
Madrid].
16
I. Kant, Zum ewigen Frieden, Apéndice II, en Kleinere Schrtften zur GeschieTitsphüosophie,
Eihik und Politik, Meiner, Leipzig, 1931, p. 163.

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24 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

actos escandalosos que el común de los mortales sólo realiza en los sueños). 17
Está por demás decir que el control público del poder es más necesario poi
cuanto estamos en una época en la que los instrumentos técnicos de los que
puede disponer quien detenta el poder, para conocer con precisión todo lo
que hacen los ciudadanos, ha aumentado enormemente, de hecho es prác-
ticamente ilimitado. Si manifesté algún titubeo en que la computocracia pue-
da impulsar a la democracia gobernada, no tengo ninguna duda en el servicio
que puede prestar a la democracia gobernante. El ideal del poderoso.siempre
ha sido el de ver cualquier gesto y de escuchar cualquier palabra de sus sujetos
(posiblemente sin ser visto ni escuchado): hoy este ideal está a la mano. Ningún
déspota de la Antigüedad, ningún m o n a r c a absoluto de la Edad Moderna,
aunque estuviese rodeado de mil espías, logró tener toda la información sobre
sus subditos que el más democrático de los gobiernos puede obtener del uso de
los cerebros electrónicos. La vieja pregunta que recorre toda la historia del
pensamiento político: "¿quién cuida a los cuidadores?" hoy se puede* repetir
con la siguiente interrogante: "¿quién controla a los controladores?" Si no se
logra encontrar una respuesta adecuada a esta pregunta, la democracia como
advenimiento del gobierno visible, está perdida. Más que de una falsa promesa
en este caso se trataría de una tendencia contraría a las premisas: la tendencia
ya no hacia el máximo control del poder por parte de los ciudadanos, sino,
por el contrario, hacia el máximo control de los subditos por parte del poder.

9. EL CIUDADANO NO EDUCADO

La sexta falsa promesa se refiere a la educación de la ciudadanía. En los dis-


cursos apologéticos sobre la democracia, desde hace dos siglos hasta ahora, ja-
más falta el argumento de acuerdo con el cual la única manera de hacer de
un subdito un ciudadano es la de atribuirle aquellos derechos que los escri-
tores de Derecho público del siglo pasado llamaron activae civitatis, y la edu-
cación para la democracia se desarrolla en el mismo sentido que la práctica
democrática. De acuerdo con el modelo jacobino esto no debe ser primero,
porque en primera instancia debe venir la dictadura revolucionaria y sólo
después el reino de la virtud. Pero para el buen democrático esto no debe ser
así, el reino de la virtud (que para Montesquieu constituía el principio de
la democracia contrapuesto al miedo, principio del despotismo) es la misma
democracia. La democracia no puede prescindir de la virtud, entendida como
amor a la cosa pública, pues al mismo tiempo debe promoverla, alimentarla
y fortalecerla. Uno de los fragmentos más representativos dé esta idea es el
que se encuentra en el capítulo "Sobre la mejor forma de gobierno" del libro
titulado Consideraciones sobre ¡a democracia representativa de John Stuart

17
Platón, República, 571 cd.

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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 25

Mili, allí donde distingue a los ciudadanos en activos y pasivos y especifica


que en general los gobernantes prefieren a los segundos porque es más fácil
tener controlados a subditos dóciles e indiferentes, pero la democracia necesita
de los primeros. Este autor concluye que si debiesen prevalecer los ciudadanos
pasivos, con mucho gusto los gobernantes convertirían a sus subditos en un
rebaño de ovejas dedicadas únicamente a comer el pasto una al lado de la
otra (y, agregarla yo, a no lamentarse aun cuando el pasto escaseara).18 Esto
lo llevaba a proponer la ampliación del sufragio a las clases populares con
base en el argumento de que uno de los remedios contra la tiranía de la mayo-
ría está precisamente en el hacer partícipes en las elecciones — además de a las
clases pudientes que siempre constituyen una minoría de la población y tienden
por naturaleza a mirar por sus propios intereses— a las clases populares. Decía:
la participación en el voto tiene un gran valor educativo; mediante la discusión
política el obrero, cuyo trabajo es repetitivo en el estrecho horizonte de la
fábrica, logra comprender la relación entre los acontecimientos lejanos y su
interés personal, y establecer vínculos con ciudadanos diferentes de aquellos
con los que trata cotidianamente y volverse un miembro consciente de una
comunidad. 19 La educación de la ciudadanía fue uno de los temas preferidos
de la ciencia política norteamericana de los años cincuenta. Este tema fue
tocado bajo el título de "cultura política", y sobre él se escribieron ríos de
tinta que rápidamente se decoloró: entre las diversas distinciones recuerdo
aquella entre cultura de los subditos, es decir, dirigida hacia los output del
sistema, o sea, hacia los beneficios que los electores esperan obtener del sis-
tema político, y cultura participante, es decir, orientada hacia los tnput, que
es propia de los electores que se consideran potencialmente comprometidos
con la articulación de las demandas y con la formación de las decisiones.
Veamos alrededor. En las democracias más consolidadas se asiste impoten-
tes al fenómeno de la apatía política, que frecuentemente involucra a cerca
de la mitad de quienes tienen derecho al voto. Desde el punto de vista de la
cultura política éstas son personas que no están orientadas ni hacia los output
ni hacia los tnput. Simplemente están desinteresadas por lo que sucede (como
se dice en Italia con una frase afortunada) en el "palacio". Sé bien que tam-
bién se pueden dar interpretaciones benévolas de la apatía política, pero incluso
las interpretaciones más moderadas no me pueden quitar de la cabeza que
los grandes escritores democráticos sufrirían al reconocer en la renuncia a
usar el propio derecho un buen fruto de la educación de la ciudadanía. En
los regímenes democráticos como el italiano, en el que el porcentaje de votan-
tes todavía es muy alto (pero va descendiendo en cada elección), existen bue-
nas razones para creer que esté disminuyendo el voto de opinión y esté au-
18
J-S. Mili, Considerations on Representative Government, en Collected Papers ofjohn Stuart
MUÍ, University of Toronto Press, Routledge and Kegan Paul, vol. XIX, Londres, 1977, p. 406.
" Ibidem, p. 470.

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26 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

mentando el voto de intercambio, para usar la terminología ascética de los


política scientist, el voto dirigido hacia los ouput, o para usar una termino-
logia más cruda, pero quizá menos mistificadora, el voto de clientela, basado
frecuentemente en la ilusión del do ut des (apoyo político a cambio de favores
personales).
De igual manera, se pueden dar interpretaciones moderadas para el voto
de intercambio, pero no puedo dejar de pensar en Tocqueville quien, en un
discurso en la Cámara de Diputados (el 27 de enero de 1848), lamentando
la degeneración de las costumbres públicas, por las que "las opiniones, los sen-
timientos, las ideas comunes son substituidas cada vez más por los intereses
particulares", se preguntaba, dirigiéndose a sus colegas, "si no hubiese aumen-
tado el número de los que votan movidos por intereses personales y si no hu-
biese disminuido el voto del que vota con base en una opinión política", y
condenaba esta tendencia como expresión de "moral baja y vulgar", de acuerdo
con la cual "quien goza de los derechos políticos considera que puede usarlos
en beneficio personal siguiendo el interés propio". 20

10. E L GOBIERNO DE LOS TÉCNICOS

Falsas promesas. Pero, ¿acaso eran promesas que se podían cumplir? Yo diría
que no. Incluso dejando a un lado la diferencia natural, que indique al inicio,
entre lo que fue concebido como "noble y elevado" y la "cruda realidad", el
proyecto democrático fue pensado para una sociedad mucho menos compleja
que la que hoy tenemos. Las promesas no fueron cumplidas debido a los
obstáculos que no fueron previstos o que sobrevinieron luego de las "trans-
formaciones" (en este caso creo que el término "transformaciones" sea co-
rrecto) de la sociedad civil. Indico tres.
Primero: conforme las sociedades pasaron de una economía familiar a una
economía de mercado, y de una economía de mercado a una economía pro-
tegida, regulada, planificada, aumentaron los problemas políticos que requirie-
ron capacidad técnica. Los problemas técnicos necesitan de expertos, de un
conjunto cada vez más grande de personal especializado. De esto ya se había
dado cuenta hace más de un siglo Saint-Simón quien era favorable al gobierno
de los científicos y no de los juristas. Con el progreso de los instrumentos de
cálculo que Saint-Simón no pudo ni remotamente imaginar, y que sólo los
expertos son capaces de usar, la exigencia del llamado gobierno de los técnicos
ha aumentado considerablemente.
La tecnocracia y la democracia son antitéticas: si el protagonista de la socie-
dad industrial es el experto, entonces quien lleva el papel principal en dicha
sociedad no puede ser el ciudadano común y corriente. La democracia se basa
20
Alexis de Tocqueville, "Discurso sobre la revolución social", en Scrittipolitici, ed. al cuidado
de N. Matteucci, vol. I, Utet, Turín, 1969, p. 271.

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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 27

en la hipótesis de que todos pueden tomar decisiones sobre todo; por el con-
trario, la tecnocracia pretende que los que tomen las decisiones sean los pocos
que entienden de tales asuntos. En los tiempos de los Estados absolutos, como
dije, el vulgo debía ser alejado de los arcana impertí porque se le consideraba
demasiado ignorante; ciertamente hoy el vulgo es menos ignorante pero los
problemas que hay que resolver, como la lucha contra la inflación, el pleno
empleo, la justa distribución de la riqueza, ¿no se han vuelto cada vez más
complejos?, ¿no son estos problemas tan complicados que requieren conoci-
mientos científicos y técnicos que el hombre medio de hoy no puede tener
acceso a ellos (aunque esté más instruido)?

11. EL AUMENTO DEL APARATO

í l segundo obstáculo imprevisto y que sobrevino es el crecimiento continuo


del aparato burocrático, de un aparato de poder ordenado jerárquicamen-
te, del vértice a la base, y en consecuencia diametralmente opuesto al sistema
de poder democrático. Si consideramos el sistema político como una pirámide
bajo el supuesto de que en una sociedad existan diversos grados de poder, en
la sociedad democrática el poder fluye de la base al vértice; en una sociedad
burocrática, por el contrario, se mueve del vértice a la base.
Históricamente, el Estado democrático y el Estado burocrático están mucho
más vinculados de lo que su contraposición pueda hacer pensar. Todos los
Estados que se han vuelto más democráticos se han vuelto a su más buro-
cráticos, porque el proceso de burocratización ha sido en gran parte una con-
secuencia del proceso de democratización. La prueba está en que hoy el
desmantelamiento del Estado benefactor que ha necesitado de un aparato
burocrático que nunca antes se había conocido, esconde el propósito, no digo
de desmantelar sino de reducir, bajo límites bien precisos, el poder democrá-
tico. Es conocido el porqué jamás la democratización y la burocratización
pudieron caminar juntas; asuntos que por lo demás ya había visto Max Weber.
Cuando los que tenían el derecho de votar eran solamente los propietarios, era
natural que pidiesen al poder público que ejerciera una sola función funda-
mental, la protección de la propiedad. De aquí nació la doctrina del Estado
limitado, del Estado policía, o, como hoy se dice, del Estado mínimo, y la
configuración del Estado como asociación de los propietarios para la defensa
de aquel supremo Derecho natural que era precisamente para Locke el
Derecho de propiedad. Desde el momento en que el voto fue ampliado a los
analfabetos era inevitable que éstos pidiesen al Estado la creación de escuelas
gratuitas, y, por tanto, asumir u n gasto que era desconocido para el Estado
de las oligarquías tradicionales y de la primera oligarquía burguesa. Cuando
el derecho de votar también fue ampliado a los no propietarios, a los desposeí-
dos, a aquellos que no tenían otra propiedad más que su fuerza de trabajo,

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28 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

ello trajo como consecuencia que éstos pidiesen al Estado la protección contra
la desocupación y, progresivamente, seguridad social contra las enfermedades,
contra la vejez, previsión en favor de la maternidad, vivienda barata, etc. De
esta manera ha sucedido que el Estado benefactor, el Estado social, ha sido,
guste o no guste, la respuesta a una demanda proveniente de abajo, a una
petición, en el sentido pleno de la palabra, democrática.

12. EL ESCASO RENDIMIENTO

El tercer obstáculo, está íntimamente relacionado con el tema del rendimiento


del sistema democrático en su conjunto: un problema que en estos últimos
años ha dado vida al debate sobre la llamada "ingobernabilidad" de la de-
mocracia. ¿De qué se trata? En síntesis, primero el Estado liberal y después
su ampliación, el Estado democrático, han contribuido a emancipar la sociedad
civil del sistema político. Este proceso de emancipación ha hecho que la socie-
dad civil se haya vuelto cada vez más una fuente inagotable de demandas al
gobierno, el cual para cumplir correctamente sus funciones debe responder
adecuadamente pero, ¿cómo puede el gobierno responder si las peticiones que
provienen de una sociedad libre y emancipada cada vez son más numerosas,
cada vez más inalcanzables, cada vez más costosas? He dicho que la condición
necesaria de todo gobierno democrático es la protección de las libertades civi-
les: la libertad de prensa, la libertad de reunión y de asociación, son vías por
medio de las cuales el ciudadano puede dirigirse a sus gobernantes para pedir
ventajas, beneficios, facilidades, una más equitativa distribución de la riqueza,
etcétera. La cantidad y la rapidez de estas demandas son tiles que ningún siste-
ma político, por muy eficiente que sea, es capaz de adecuarse a ellas. De aquí
deriva el llamado "sobrecargo" y la necesidad en la que se encuentra el sis-
tema político de tomar decisiones drásticas; pero una alternativa excluye a la
otra. El tomar una alternativa no satisface sino crea descontento.
Además, la rapidez con la que se presentan las demandas al gobierno por
parte de los ciudadanos, está en contraste con la lentitud de los complejos
procedimientos del sistema político democrático, por medio de los cuales la
clase política debe tomar las decisiones adecuadas. De esta manera se crea
una verdadera y propia ruptura entre el mecanismo de recepción y el de emi-
sión, el primero con un ritmo cada vez más acelerado, el segundo con uno
cada vez más lento. Precisamente, al contrario de lo que sucede en un siste-
ma autocrático que es capaz de controlar la demanda habiendo sofocado la
autonomía de la sociedad civil, y es mucho más rápido en la respuesta en
cuanto no tiene que respetar los complejos procedimientos decisionales como
los del sistema parlamentario. En conclusión, en la democracia la demanda
es fácil y la respuesta difícil; por el contrario, la autocracia tiene la capacidad
de dificultar la d e m a n d a ^ dispone de una gran facilidad para dar respuestas.

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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 29

1 3 . Y SIN EMBARGO

Después de lo dicho hasta aquí, cualquiera podría esperarse u n a visión catas-


trófica del porvenir de la democracia. N a d a de esto. Con respecto a los años
comprendidos entre la primera y la segunda Guerra Mundial, que Elie
Halévy llamó la "era de los tiranos" en su famoso libro que lleva tal nombre, 2 1
en estos últimos cuarenta años el espacio de los regímenes democráticos h a
aumentado progresivamente. Ejemplo de lo antes expuesto lo podemos encon-
trar en el libro de J u a n Linz titulado La caduta dei regimi democratici,22 que
toma los datos informativos principalmente de los años posteriores a la pri-
mera Guerra Mundial, y el de Julián Santamaría, Transizione alia democrazia
nell'Europa del sud e nell'America Latina,'1''' que los toma de los años posterio-
res a la segunda. Al terminar la segunda Guerra Mundial bastaron pocos años
a Italia —diez a Alemania— p a r a derribar el Estado parlamentario; después
que la democracia fue restaurada, pasada la segunda guerra, no ha vuelto a
ser derrotada, al contrario, en algunos países fueron derrocados los gobiernos
autoritarios. Incluso en u n país con democracia no gobernante o mal gober-
nante, como Italia, la democracia no corre serios peligros, a u n q u e digo esto
con u n cierto temor.
Se comprende que hablo de los peligros internos, de los peligros que pueden
venir del extremismo de derecha o del de izquierda. En la Europa oriental,
donde los regímenes democráticos fueron sofocados al nacer y todavía no
logran nacer, la causa fue y continúa siendo externa. En mi análisis me he
ocupado de las dificultades internas de la democracia, no de las externas que
dependen de la colaboración de los diversos países en el sistema internacional.
Ahora bien, mi conclusión es que las falsas promesas y los obstáculos impre-
vistos de los que m e h e ocupado no h a n sido capaces de "transformar" u n
régimen democrático en u n régimen autocrático. La diferencia sustancial
entre unos y otros permanece. El contenido mínimo del Estado democrático
no ha decaído: garantía de los principales derechos de libertad, existencia
de varios partidos en competencia, elecciones periódicas y sufragio universal,
decisiones colectivas o concertadas (en las democracias coasociativas o en el
sistema neocorporativo) o tomadas con base en el principio de mayoría, de
cualquier manera siempre después del debate libre entre las partes o entre
los aliados de una coalición de gobierno. Existen democracias más sólidas o
menos sólidas, más vulnerables o menos vulnerables; hay diversos grados de

21
E. Halévy, L'ére des tyrannies. Etüdes sur le sodalisme et la guerre, introducción de C. Bóuglé,
Nrf. París, 1938.
22
Se trata de una recopilación de diversos ensayos a cargo de Juan Linz, publicada original-
mente en inglés, The Breakdown of Democracy. The John Hopkins University Press, Lon-
dres, 1978, y después en italiano en, II Mulino, Bolonia, 1981, en el que los tres temas funda-
mentales son el advenimiento del fascismo en Italia, Alemania y España.
25
Publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas de Madrid, 1981.

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30 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

aproximación al modelo ideal, pero aun la más alejada del modelo no puede
ser de ninguna manera confundida con un Estado autocr ático y mucho menos
con uno totalitario.
No hablé de los peligros externos, porque el tema que se me asignó se
referia al porvenir de la democracia, no al de la humanidad, sobre el que
debo confesar que no estoy dispuesto a hacer ninguna apuesta. Parodiando el
título de nuestro congreso: "Ya comenzó el futuro", alguien con humor negro
podría preguntarse: "¿y si en cambio el futuro ya hubiese terminado?".
Pero al menos me parece que puedo hacer una constatación final, aun-
que sea un poco arriesgada- hasta ahora ninguna guerra ha estallado entre
los Estados que tienen un régimen democrático, lo que no quiere decir que los
Estados democráticos no hayan hecho guerras, sino que hasta ahora no las
han hecho entre ellos .^ He dicho, la observación es temeraria, pero espero
una réplica. ¿Tuvo razón Kant cuando proclamó como primer artículo defini-
tivo de un posible tratado para la paz perpetua que "la Constitución de todo
Estado debe ser republicana"?25 Ciertamente el concepto de "república" al que
Kant se refiere no coincide con el actual de "democracia"; pero la idea de
que la constitución interna de los Estados fuese un obstáculo para la guerra
entre ellos es una idea fuerte, fecunda, inspiradora de muchos proyectos paci-
fistas que se han presentado desde hace dos siglos, aunque no han tenido una
aplicación práctica. Las objeciones contra el principio de Kant siempre han
derivado del no haber entendido que tratándose de un principio universal,
éste tiene validez solamente si todos los Estados y no pocos o algunos asumen
la forma de gobierno requerida para el logro de la paz perpetua.

14. APELO A LOS VALORES

Para terminar, es necesario dar una respuesta a la pregunta fundamental, a


la pregunta que he oído repetir frecuentemente, sobre todo entre los jóvenes,
tan fáciles a las ilusiones como a las desilusiones: si la democracia es princi-
palmente un conjunto de reglas procesales ¿cómo creer que pueda contar con
"ciudadanos activos"? Para tener ciudadanos activos ¿no es necesario tener
ideales? Ciertamente son necesarios los ideales. Pero ¿cómo es posible que no
se den cuenta de cuáles han sido las grandes luchas ideales que produjeron
esas reglas? ¿Intentamos enumerarlas?
El primero que nos viene al encuentro por los siglos de crueles guerras de
religión es el ideal de la tolerancia. Si hoy existe la amenaza contra la paz
del mundo, ésta proviene, una vez más, del fanatismo, o sea, de la creencia
24
Esta tesis ha sido sostenida recientemente con argumentos doctrinarios e históricos por
M. W. Doyle, "Kant, Liberal Legacies and Foreign Affairs," en Philosophy and Public Affairs,
XII, 1983, pp. 205-35, 323-53.
25
I. Kant, Zum eungen Frieden, op. cit-, p. 126.

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EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 31

ciega en la propia verdad y en la fuerza capaz de imponerla. Es inútil dar


ejemplos, los tenemos frente a nosotros todos los días. Luego tenemos el ideal
de la no violencia: jamás he olvidado la enseñanza de Karl Popper, de acuerdo
con la cual, lo que esencialmente distingue a un gobierno democrático de
uno no democrático es que solamente en el primero los ciudadanos se pueden
deshacer de sus gobernantes sin derramamiento de sangre.26 Las frecuente-
mente chuscas reglas formales de la democracia introdujeron, por primera
vez en la historia de las técnicas de convivencia, la resolución de los conflictos
sociales sin recurrir a la violencia. Solamente allí donde las reglas son respe-
tadas el adversario ya no es un enemigo (que debe ser destruido), sino un
opositor que el día de mañana podrá tomar nuestro puesto. Tercero, el ideal
de la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de las ideas
y el cambio de la mentalidad y la manera de vivir: únicamente la democracia
permite la formación y la expansión de las revoluciones silenciosas, como ha
sido en estas últimas décadas la transformación de la relación entre los sexos,
que es quizá la mayor revolución de nuestro tiempo. Por último, el ideal de la
fraternidad Qafraternitéde la Revolución francesa). Gran parte de la historia
de la humanidad es la historia de las luchas fratricidas, Hegel (y de esta ma-
nera termino con el autor con el que comencé) en sus Lecciones sobre la filo-
sofía de la historia definió la historia como un "inmenso matadero". 27 ¿Pode-
mos contradecirlo? En ningún país del mundo el método democrático puede
durar sin volverse una costumbre. ¿Pero puede volverse una costumbre sin
el reconocimiento de la fraternidad que une a todos los hombres en un des-
tino común? Un reconocimiento, tan necesario hoy, que nos volvemos cada
vez más conscientes de este destino común y deberíamos, por la poca luz de
razón que ilumina nuestro camino, actuar en consecuencia.

26
K. Popper, La societá aperta e i suoi nemici, Armando, Roma, 1973, p. 179.
27
Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, etc., op. cit., vol. I, p. 58.

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