Elitismo Democrático PDF
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sociedad, los gobernados). La retórica democrática de las sociedades liberales,
según esta reflexión, terminaría por articular socialmente los significantes de la
autonomía, la equidad y los derechos individuales, de modo de producir como
resultado un calce entre democracia (entendida como homogeneización social) y
sociedad de consumo (entendida como el lugar de la ilimitación). Entre
democracia y consumo, en el entre-dos de democracia y consumo, el individuo
democrático no jugaría otro rol que el de ser el consumidor indiferente de todo tipo
de derechos y mercancías[2].
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en lo cierto en señalar que la ley del número no es lo que hace funcionar al
engranaje de un gobierno democrático, esta tarea se confía en las sociedades
modernas a un pequeño grupo. Sin duda, siempre el “poder del pueblo” es
heterotópico a la sociedad desigualitaria, es decir, nunca hay calce entre
democracia y representación. De hecho, en el razonamiento desarrollado por
Rancière en La haine de la democratie, la representación es de pleno derecho
“una forma oligárquica”, la expresión de minorías poseedoras de título para
ocuparse de los asuntos comunes.
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gravitante asumido por el ejecutivo en los actuales regímenes presidenciales. A
pesar de la importancia cada vez mayor que este poder del Estado tiene en el
establecimiento y desarrollo de las agendas gubernamentales, los miembros
pertenecientes al ejecutivo no son elegidos directamente por la voluntad popular,
sino que su elección responde a una decisión presidencial. Que la formación
predominante de estos liderazgos políticos-técnicos provenga predominantemente
de las escuelas de Ingeniería y de Economía y Negocios, no es más que el índice
de una transformación en curso de las biografías políticas (el relevo del “gobierno
de políticos” por el “gobierno de los expertos”)[6]. En segundo lugar, y como
consecuencia de lo anterior, este desplazamiento hacia las elites económicas se
ha venido evidenciando en la entrega de cada vez mayor poder a expertos
monetarios. En este sentido, el historiador italiano Luciano Canfora advierte que
las democracias contemporáneas, nominadas también como democracias
oligárquicas, favorecen “una vía que privilegia el plebiscito permanente de los
mercados mundiales respecto al más obvio e incompetente plebiscito de las
urnas”[7].
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perfecto, a las elites políticas se les confiaría el poder y se las recompensaría con
prestigio, a las élites capitalistas se las recompensaría con poder y riqueza. Como
ambas representan lo mejor, tienen, según esta concepción, derecho al poder y a
la recompensa”[8]. Desde esta perspectiva, la democracia elitista abandona la
retórica de orden republicano articulada al significante de “virtud cívica” para
instalar una retórica de corte neoliberal descrita desde la idea de excelencia. La
vinculación entre democracia, elitismo y excelencia impondrá, por un lado, un
modo de hablar de lo político colonizado por retóricas venidas del campo
empresarial; mientras que privilegiará, por otro lado, una descripción/narración de
la participación en política en tanto logros universitarias y/o profesionales.
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que: “la democracia no significa y no puede significar que el pueblo gobierne
realmente en cualquier sentido manifiesto de ‘pueblo’ y ‘gobernar’. Democracia
significa que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar a las personas
que pueden gobernarle… Ahora bien, un aspecto de esto puede expresarse
diciendo que la democracia es el gobierno del político”[12].
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Held, la democracia elitista es “un arreglo institucional para llegar a decisiones
políticas —legislativas y administrativas— confiriendo a ciertos individuos el poder
de decidir en todos los asuntos, como consecuencia de su éxito en la búsqueda
del voto de las personas (…) lejos de ser una forma de vida caracterizada por la
promesa de la igualdad y de las mejores condiciones para el desarrollo humano [la
democracia elitista] es, sencillamente, el derecho periódico a escoger y autorizar a
un gobierno para que actuase en su nombre”[14]. La democracia, así entendida,
busca en último término legitimar el resultado de las elecciones periódicas entre
élites políticas rivales[15].
Ya para el año 1970 se habían hecho evidentes las dificultades del modelo
de la democracia elitista[16]. De acuerdo a C. B. Macpherson, el equilibrio que
genera esta idea de democracia es un “equilibrio en la desigualdad”, puesto que la
supuesta “soberanía del consumidor” es ilusoria. Macpherson invita a asumir
radicalmente la analogía entre democracia y mercado. Asumiendo esta analogía,
se podría decir que si el mercado político es lo bastante competitivo para producir
la oferta y la distribución óptima de mercaderías políticas (óptima en relación a la
demanda), lo que hace es registrar la demanda “efectiva”, es decir, las demandas
que cuentan con una capacidad adquisitiva suficiente para respaldarlas. Ahora
bien, en el mercado económico esto significa sencillamente dinero. De igual modo,
en el mercado político, la capacidad adquisitiva es en gran medida, aunque no
exclusivamente, dinero[17]. En este sentido, Ronald Dworkin señala para el caso
de la democracia estadounidense: “sabemos que el dinero es la maldición de
nuestra política. Los candidatos y los partidos políticos colectan sumas enormes
para financiar sus diferentes campañas electorales, y esta práctica corrompe la
política y el gobierno por muchas y perfectamente identificables razones. Los
políticos dedican de una forma grotesca más esfuerzos a recaudar dinero que a
reflexionar sobre política o sobre principios. Los partidos enriquecidos por las
contribuciones de los grandes intereses financieros gozan de una enorme ventaja
en la batalla por los votos, y las nuevas y pobres organizaciones políticas se
encuentran por esta sola razón en una desventaja por lo común fatal. Los grandes
contribuyentes de las campañas compran lo que de forma eufemística se
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denomina “acceso” a los cargos públicos; en realidad, lo que a menudo compran
no es meramente acceso, sino también control”[18].
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demandas de los comparadores, como tendrían que hacerlo en un sistema
competitivo: más aún, podrían hasta cierto punto crear sus propias demandas[21].
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[3] Carlo Galli, “La democracia entre necesidad, contingencia y libertad”, El
malestar de la democracia, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2013, p.
82.
[8] Sheldon Wolin, Democracy Inc. Managed Democracy and the Specter of
Inverted Totalitarianism, Oxford, Princeton University Press, 2008 p. 228.
[11] Es relevante indicar que la teoría elitista de la política tal cual la desarrollan
Robert Michels, Wilfredo Pareto o Gaetano Mosca dice relación con la eficacia y la
capacidad de persuasión de una minoría activa (elites, vanguardias, etc.) sobre la
conformación de un consenso electoral. Así, las mayorías que se constituyen
regímenes representativos son el resultado del trabajo de una “elite” que busca
crear un consenso. En este sentido, la minoría activa (la elite o la vanguardia) es
el vínculo entre la política parlamentaria y la mayoría (masa, pueblo, ciudadanía,
etc.). Contrario a esto, lo que se propone aquí es la desvinculación de la idea de
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democracia de la de movilización social. Para una aguda crítica de estas teorías,
véase, Peter Bachrach, The Theory of Democratic Elitism. A Critique, Boston,
Brown Company, 1967.
[12] Joseph Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, New York, Harper
Bros., 1950, pp. 263-264.
[13] Véase, Fernando Atria, Guillermo Larraín, José Miguel Benavente, Javier
Couso, Alfredo Joignant, El otro modelo. Del orden neoliberal al régimen de lo
público, Santiago de Chile, Debate, 2013, p. 321.
[22] Robert Dahl, Polyarchy: Participation and Opposition, New Heaven, Yale
Univerity Press, 1971.
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