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P.joseGranados Homilia Discipulada Pentecostes 2020

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Homilía Pentecostés Discipulada 2020

P. José Granados García, dcjm

Un nuevo Espíritu, un nuevo cuerpo


Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo, fiesta del aniversario de los discípulos.
Nos duele no poderos ver y saludar como otros años. Pero, en la distancia,
estamos unidos, unidos por un don común que el Señor nos ha dado, como
entregó este don común a los apóstoles reunidos con María.
Así lo dice san Pablo: bautizados en un solo Espíritu para formar un solo
cuerpo. Pero, ¿somos realmente un solo cuerpo? Tras la pandemia parece
que emergemos con miedos para la relación, con fracturas en nuestros
grupos. ¿Podemos de verdad unirnos? Entendemos hoy, y esto es ya una
gracia, que para volver a ser uno necesitamos del Espíritu.
Al decirse que el Espíritu da unidad al cuerpo, uno podría pensar en el
Espíritu como alma del cuerpo, una imagen clásica. Pero hay una imagen
anterior, más cercana a la mentalidad bíblica, que ve el Espíritu unido a la
sangre, y de este modo capaz de llegar a todas las células del cuerpo y
unificarla. Es una imagen sobre la que ha insistido un gran exegeta, el
cardenal Vanhoye.
El Espíritu se asocia a la sangre a través del respiro o soplo. Los antiguos,
aun no conociendo la oxigenación de la sangre, sabían que la sangre lleva al
cuerpo la respiración vital. Les movía a esta conclusión observar que, tras un
sacrificio, subía vapor de la sangre derramada. Si el Espíritu era el viento o
soplo de Dios, este Espíritu nos llega por la sangre. La imagen puede darnos
luz para la situación que vivimos.
1. En primer lugar, la imagen de la sangre que lleva el oxígeno nos abre a la
esperanza. Sabemos que el coronavirus afecta especialmente a los pulmones,
que se cierran al oxígeno, y pronto son incapaces de transmitir vida a la
sangre. Y al tratarse de una pandemia esto se da hoy en el cuerpo social,
cuando vemos tantas relaciones atrofiadas, tanto miedo incubado.
Es la sangre la que lleva el oxígeno al cuerpo, y el oxígeno da la vida. Como
el aire que respiramos no es nuestro, sino que nos es dado, así el Espíritu nos
recuerda que la vida viene de Dios.
La sangre, ciertamente, nos recuerda el amor. Y nos recuerda, sobre todo, un
amor gratuito, un amor fontanal. Hace unos años, en Inglaterra, para
promocionar las donaciones de sangre, se decidió ofrecer una compensación
económica. El resultado sorprendente fue que las donaciones decrecieron.

Discípulos de los Corazones de Jesús y María – Web: www.dcjm.org


Homilía Pentecostés Discipulada 2020
P. José Granados García, dcjm
La gente daba sangre gratuitamente, pero no quería venderla. Pues dar la
sangre se asocia a la generosidad que es propia del amor.
Según esto, al asociarse a la sangre, el Espíritu nos recuerda que nuestra vida
es un regalo. El Espíritu es el don que nos permite verlo todo como don, el
don que hace dones todos los demás dones. Y cuando entendemos que algo
es un regalo, cambia el modo en que lo vemos, pues lo vemos como algo que
nos pone en relación con el dador. Las cosas dejan de ser solo cosas y pasan
a ser signos de una presencia.
Nuestras relaciones atrofiadas, nuestra falta de vida, nuestros miedos... ¿no
están así precisamente porque en ellos falta la apertura al don de Dios? Tras
la pandemia, recordemos: ese don es tan profundo, porque llega hasta el
fondo de nuestro ser y del ser de Dios, que nada puede borrarlo, nadie puede
arrebatárnoslo.
2. ¿Y cómo conseguir este Espíritu, como lograr abrirnos a su acción? La
sangre, que indica lo gratuito, indica también el sufrimiento y la entrega.
Por eso entendemos que el Espíritu nos llegue precisamente en el dolor,
abriéndonos los ojos para que veamos cuánto necesitamos de Dios. Juan
Pablo II insistió en esta idea en su encíclica Dominum et Vivificantem: el
Espíritu nos convence en lo que concierne a la gravedad de nuestro pecado
y de este modo nos abre a acoger la salvación de Cristo.
Karol Wojytla comentaba así la entrega de la sangre de Maximiliano Kolbe,
a imagen de la entrega de Jesús. Decía que cuando Maximiliano Kolbe
ofreció su vida, entonces murió un hombre, pero se salvó la humanidad. Esto
quiere decir que se salvó lo humano y, de este modo, se abrió la posibilidad
de salvación a todos los seres humanos. Porque lo humano consiste en
entregarse.
Entendemos así que el don del Espíritu nos llegue por la entrega de Jesús. Él
ha llenado su sangre del Espíritu de Dios, la ha oxigenado, y ahora nos la
comunica. Como discípulos de los corazones de Jesús y María nuestro lugar
es precisamente estar al pie de la cruz, con la Madre, contemplando al
Maestro. Y lo que vemos es que Jesús expira, es decir, entrega el Espíritu y
justo entonces mana agua y sangre. En esta sangre va el Espíritu, que nos
revela el gran amor de Dios. El corazón de Jesús bombea continuamente
sangre llena de Espíritu para que la acojamos y podamos ser un solo cuerpo.
3. Aquí hay un tercer elemento que la sangre nos recuerda. Además de
indicar lo gratuito, además de indicar la entrega, la sangre une entre sí a todas

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Homilía Pentecostés Discipulada 2020
P. José Granados García, dcjm
las células del cuerpo. Podemos recibir el oxígeno del Espíritu, podemos
aprender a entregar la vida, si estamos dentro del cuerpo.
San Maximiliano Kolbe dio la vida, no solo a imagen de Cristo, sino desde
la comunión con Cristo. Pudo dar su sangre porque había bebido la sangre
de Cristo. Y esta sangre está unida siempre al cuerpo. No se pueden separar
el pan y el vino sobre el altar. Recibir el don del Espíritu es entender que son
un don todas las relaciones que nacen del Creador y del Redentor: de familia,
de trabajo por el bien común, educativas, de ayuda a los necesitados...
Podemos acudir aquí a otra imagen que se ha hecho usual hoy. En realidad,
aunque es verdad que, después de su ascensión, Cristo trabaja “desde casa”,
esto no quiere decir que “tele-trabaje”. Trabaja desde casa, pero no a
distancia, porque pertenecemos a su cuerpo, y Él se hace presente dentro de
nuestras relaciones. En realidad, su trabajo consiste en hacer del mundo
entero “casa”, es decir, en enseñarnos a mirar todas nuestras relaciones a la
luz del don del Padre.
Después de la pandemia aprendemos de nuevo a relacionarnos, y buscamos
formas nuevas. A parte de las protecciones de salud, está la pregunta por la
forma de nuestras relaciones, por su solidez. ¿Saldremos más fuertes? No, si
contamos solo con nosotros. Sí, si nos abrimos a recibir el don del Espíritu a
través de Cristo, para que vivifique las relaciones concretas en que vivimos
y nos incline a desvivirnos en ellas.
Karol Wojtyla resumía el cristianismo desde el misterio del “Gran Corazón”.
Corazón grande, por un lado, porque no se bate en retirada ante el pecado y
la muerte, sino que sabe vencerlos. Corazón grande, sobre todo, porque nos
invita a vivir a la altura misma de su amor. Lo hacemos hoy, desde María,
en esta situación difícil, con la misma confianza que san Juan Pablo II: totus
tuus ego sum, Maria! Pues esta oración prosigue: accipio te in mea omnia,
“te recibo a ti en todas mis cosas”, y “praebe mihi cor tuum”, dame tu
corazón. Pedimos a Jesús y a María que nos den su corazón para que
recibamos el oxígeno del Espíritu en todo lo nuestro, y seamos un solo
cuerpo.

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