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El Perdón

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EL PERDÓN FRENTE A LA MEMORIA Pensar las implicaciones éticas y políticas


del perdón

Article · January 2018


DOI: 10.21017/Rev.Repub.2018.v24.a40

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2 authors, including:

John Fitzgerald Martinez Vargas


Universidad Libre
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Eticas Aplicadas, Tecnología y Sociedad de Mercado: Efectos sobre el derecho y el poder político. View project

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John Fitzgerald
Revista Martínez,
Republicana • ISSN:Mauro Carvajal
1909 - 4450 Núm.Guerrero
24,
Enero-junio de 2018, págs. 61-81 61
https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

EL PERDÓN FRENTE A LA MEMORIA


Pensar las implicaciones éticas y políticas del perdón*
Forgiveness against remembrance. Mapping out the ethical and
political implications of forgiveness

John Fitzgerald Martínez**


Mauro Carvajal Guerrero***

Recepción: 27 de junio de 2017. Aceptación: 7 de diciembre de 2017.


DOI: http://dx.doi.org/10.21017/Rev.Repub.2018.v24.a40

RESUMEN

En el presente artículo de reflexión se hace una aproximación a diferentes


modos de pensar y practicar el perdón, tanto en procesos de reconciliación de
índole histórico como en sus aportaciones a los fenómenos nacionales. Tiene
como insumos de análisis identificados aquellos que permiten establecer que
a pesar del carácter resiliente de quienes han sido víctimas de profundas
agresiones daños y ofensas, la no repetición de los actos o hecho generador
de dolor, terror y trauma, etc. es la verdadera garantía de justicia y un avance
hacia una ética del perdón, que permita la reconciliación y se convierta en
ayuda para superar los crímenes y eventos traumáticos vividos, tanto en la
escala individual como a nivel colectivo. Con base en lo anterior, se reflexiona
sobre tres posturas. La primera, la experiencia del perdón en la antigüedad;
la segunda, desde la ética judeocristiana del perdón, a través de autores como

* El presente artículo de reflexión es producto del trabajo de investigación El perdón frente a


la historia, resultado de investigación del proyecto denominado: Éticas Aplicadas, tecnología
y sociedad de mercado: efectos sobre el derecho y el poder político. Financiado por el Centro de
Investigaciones Sociojurídicas de la Universidad Libre, Facultad de Derecho (Bogotá).
** Candidato a doctor en Derecho y Ciencia Política de la Universidad de Barcelona. Máster
Oficial en Ciudadanía y Derechos Humanos: Ética y Política con especialidad en Bioética
de la Universidad de Barcelona. Máster en Derechos Humanos y Estado de Derecho y
Democracia, Universidad Alcalá de Henares. Especialista en Derecho Constitucional.
Profesor investigador asociado de la Universidad Libre, Facultad de Derecho (Bogotá),
perteneciente al Grupo de investigación Estudios en Bioética, Ecología Humana y Ecología
Política categoría C de Colciencias.
*** Investigador auxiliar del semillero Bioética y Derecho, de la Facultad de Derecho de la
Universidad Libre, Bogotá, proyecto de investigación: Éticas aplicadas, biotecnología y so-
ciedad de mercado.

Colaboradores externos
El perdón frente a la memoria
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Hannah Arendt y Jacques Derrida. Y en tercer lugar se aborda para ejemplifi-


car el lugar de la ética del perdón en el caso de Suráfrica frente al apartheid y
el concepto de Ubuntu, como categoría de encuentro con el otro. Desde allí, se
intenta presentar una reflexión que aproxime el análisis a la situación del
contexto colombiano. Se defiende aquí el argumento de que, frente a los he-
chos y crímenes cometidos durante el conflicto colombiano por diferentes
actores armados contra individuos y comunidades, la consideración de apli-
cación de la justicia no se resuelve y satisface solamente desde un punto de
vista jurídico.

Palabras clave: perdón, ética, amnistía, justicia transicional, víctimas, memoria.

ABSTRACT

In the present article of reflection an approximation is made to different ways of


thinking and practicing forgiveness, both in processes of reconciliation of
historical nature and their contributions to the national phenomena. It has as
inputs of analyses identified those which allow to establish that: although in
spite of the resilient character of those who have been victims of deep aggressions
damages and offences; Non-recurrence of acts or fact generator of pain, terror
and trauma etc. it is the true guarantee of justice and a move towards an ethic of
forgiveness that allows reconciliation and becomes an aid to overcome the
crimes and traumatic events experienced, both on the individual scale and on
the collective level.

Key words: forgiveness, ethics, amnesty, transitional justice, victims, memory.

1. INTRODUCCIÓN

La presente reflexión aparece a partir del Foro Permanente por la Paz iniciado
por un grupo de profesores de diversas universidades, que se propuso la tarea
de pensar sobre las posibilidades del perdón y sus implicaciones en medio de
la coyuntura de una salida negociada al largo conflicto interno armado que
enfrenta la sociedad colombiana. A partir de allí, surge la necesidad de re-
flexionar de modo introductorio sobre los sucesos acaecidos durante el último
periodo histórico en Colombia, para pensar y reflexionar sobre el perdón.

Un ejemplo de la difícil implementación de un acuerdo de paz y del difícil


proceso que implica perdonar se dio el 9 de abril de 2017, cuando en el Con-
greso de la República de Colombia tuvo lugar la conmemoración del Día Na-
cional de las Víctimas, a cuyo desarrollo asistieron más de 40 representantes
de víctimas del conflicto armado, siendo un evento que tenía eminentemente

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el carácter conmemorativo hacia las víctimas. Dicho evento es recordado por


el desafortunado espectáculo mediático que propició la actitud de uno de los
miembros del parlamento, quien, al no ser escuchado a modo de réplica, mani-
festó una particular postura junto a toda su bancada partidista frente a la me-
moria y el dolor de quienes asistieron a ese recinto en calidad de homenajeados,
retirándose del recinto y vociferando por entre los pasillos del Congreso de la
República. Dicho día quedó en el imaginario social construido por los medios
de comunicación; la tristemente célebre frase de una de las senadoras a la
salida del Congreso, «estudien, vagos»1, refiriéndose a un grupo de personas
que acompañaba a las víctimas desde fuera de la edificación. Ese día Alejandra
Gaviria Serna, hija del dirigente desaparecido de la Unión Patriótica, Francis-
co Gaviria, participó en nombre de las víctimas de crímenes de Estado, y ante
la respuesta del partido que abandonó la plenaria, la representante de vícti-
mas exhortó a los senadores para recordarles que ese era el día de las víctimas,
el cual era un espacio para el respeto y la solemnidad; pero también hizo un
llamado a los medios de comunicación en cuanto a la reflexión sobre la cons-
trucción de la verdad:

«No puede ser que un congresista venga y desbarate la audiencia que


era en memoria de las víctimas, que era para dignificar a las víctimas, y
ustedes todos los periodistas, llegan y lo entrevistan a él, cuando no es
capaz de respetar el uso de la palabra, por eso este país no cambia, por-
que consideramos que hay víctimas de primera clase, de segunda y de
quinta, y todos incluyendo los periodistas consideran que Uribe no solo
es víctima de primera clase sino que tiene el derecho a pasar por encima
de todos nosotros, yo les recomiendo que busquen otras fuentes, que
esperen a la gente de las regiones, que hablen con gente del Guainía, del
Meta, del Atlántico, y no se queden solo con la voz de quienes están en
el poder. Mi nombre es Alejandra Gaviria Serna, represento a los miles
de víctimas de crímenes de Estado, muchos de los casos en los cuales, él
está investigado» (Revista Cambio Total, 2017-04).

El día del homenaje a las víctimas aquí relatado es un ejemplo del abordaje que
se le ha dado, tanto por dignatarios del Congreso como por los medios de
comunicación, a las expresiones de dolor y a la memoria de las víctimas del
conflicto en Colombia, construyendo de un modo dominante el relato históri-
co, en medio de una coyuntura nacional tan sensible y vital como es la de hacer
memoria para conocer la verdad, reparar esos hechos y garantizar que no
vuelvan a ocurrir.

1 La expresión fue pronunciada públicamente por una reconocida congresista, que hace
parte del partido Centro Democrático de Colombia.

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El perdón frente a la memoria
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El presente artículo parte de esta última reflexión para pensar el perdón tanto
en sus implicaciones éticas como las políticas, describiendo algunas aproxima-
ciones a contextos de reflexión ética para pensarlo, indagando sobre la posibi-
lidad de una ética del discurso del perdón en Colombia, analizando algunos
discursos históricos, teóricos y prácticos sobre dicha idea que pueden contri-
buir a priorizar la voz de las víctimas y a entender las acciones que pueden
llevar a situaciones de reconciliación, superación del conflicto y realización de
justicia.

2. PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN Y ESTRATEGIA


METODOLÓGICA

A partir de un abordaje metodológico de tipo cualitativo y del paradigma


hermenéutico, se hace una revisión de los planteamientos teóricos de los auto-
res seleccionados y de los discursos de los intervinientes. Lo anterior pasa por
asumir los elementos de facticidad del contexto histórico y trabajar orientados
por el perspectivismo para evaluar los documentos, relatos y planteamientos
recogidos a lo largo del proceso de investigación. Lo anterior está guiado por
la pregunta problematizadora ¿Cuáles elementos discursivos integran las con-
diciones de posibilidad y surgen a manera de ejemplo para que sea posible
hablar de perdón a partir de otras experiencias escenificables en Colombia?
La hipótesis planteada es que el centro de la tarea para garantizar una adecua-
da superación de los crímenes producto del largo conflicto armado en Colom-
bia, es dar reconocimiento al lenguaje y la voz de las víctimas, para que desde
la acción colectiva y desde un punto de vista ético se reflexione sobre las ideas
de reparación y justicia con el objetivo central de continuar viviendo en comu-
nidad y superar las terribles vivencias producto del conflicto violento que se
ha padecido.

3. RESULTADOS DE INVESTIGACIÓN

3.1 Algunos lugares éticos para pensar el perdón

El lugar ético del perdón responde a contextos históricos y políticos específi-


cos, en los cuales esta categoría de la acción moral se ha puesto en práctica en
los ámbitos individual, familiar, grupal, étnico, social, nacional e internacional;
con variadas particularidades ha tenido lugar como posibilidad de reconcilia-
ción o sanación de situaciones funestas de terror, horror, dolor y sufrimiento
humano. Representar esta categoría para ser pensada, se asemeja al intento de
representar la humildad. Son categorías que difícilmente pueden significarse
en el ámbito semántico cual si fuesen fórmulas lingüísticas expresas, ya que su

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sentido y significado se edifican cualitativamente en las prácticas de corto,


mediano y largo plazo, se expresan en la cotidianidad de los seres humanos en
variadas escalas proporcionadas al daño causado. Este tópico ético, el cual ha
hecho parte de la subjetividad de las comunidades morales, se despliega a
partir de una dialéctica entre quienes han perpetrado el daño o dolor y quie-
nes han sufrido de forma directa e indirecta dicha ofensa.

Pensar el perdón desde el lugar occidental es un ejercicio de situarse funda-


mentalmente desde el locus2 del mito de origen occidental que para esta re-
flexión se ocupará de aproximaciones desde los griegos al perdón como amnistía
política y el cristianismo como acción individual de comunión con los funda-
mentos de su fe, siendo esto último una matriz de sentido fundacional de la
orientación moldeadora de múltiples formas de estructurar las subjetividades
en occidente, entre estas la del perdón. A continuación, se presentan algunas
aproximaciones al perdón griego y al cristiano, y dos autores, H. Arendt y J.
Derrida, acercando al lector a pensar el perdón como una práctica ética que,
respondiendo a diferentes procesos históricos y contextuales, tiene por objeto
restablecer un orden o armonía moral en la sociedad humana que ha padecido
el sufrimiento del horror, sin que sea posible evitar pasar por la experiencia
individual que reacciona de manera particular y única frente a dichos hechos.

3.2 La Ley de Amnistía Política en Atenas

En la Atenas de la antigua Grecia a los ciudadanos se los educaba para orien-


tar su voluntad hacia la única lealtad a la que debían imperativamente su
favor: la Polis; siendo la ética y la «virtú» cívica (en sentido político) requisi-
tos primordiales en el compromiso de convivir y vigorizar la vida pública,
eran por tanto instruidos en la superación de cualquier contrariedad del ámbito
interior, que pudiera poner en riesgo tanto los lazos simbólicos como los
vínculos de pertenencia social, lo cual se constituirá en la excelencia política o
aret?3, la cual a su vez se fundaba en cuatro expresiones del actuar cardinales
específicas: la templanza, la prudencia, la fortaleza y la justeza. Al recoger
los frutos del cultivo de una educación-acción así guiada, se obtenía un ciu-
dadano idóneo para atender los asuntos de la Polis. En este contexto, el
concepto de amnistía fue especialmente utilizado durante el periodo de 403-
400 a. n. e., durante el cual se dio lugar a la Tiranía de los Treinta; la palabra
amnistía proviene del vocablo Amnesia, que forzando su significado puede
traducirse por Olvido. En el año 404 a. n. e. se pone fin a las Guerras del
Peloponeso, las cuales habían dado inicio desde el año 431 a. n. e., resultan-
do en la victoria de Esparta sobre Atenas.

2 En el entendido del latín, lugar o sitio.


3 Con reverencia y limitación traducimos este término por excelencia, perfección.

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El perdón frente a la memoria
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«La “responsabilidad aplastante” que había llevado a los demócratas


atenienses, en el año 403 a. n. e., a conceder la amnistía a los oligarcas
luego de haberse impuesto en la guerra civil poniendo fin a la tiranía de
los Treinta. El pueblo, vencedor, habría podido disponer de su nuevo
lugar de soberano (kirios) y enjuiciar a los vencidos. Sin embargo, los
demócratas vivían la superioridad derivada de la victoria de una “res-
ponsabilidad aplastante” y, por esa razón, decidieron una amnistía (aun-
que no a los Treinta) como modo de renunciar a dicha superioridad
(kratos), que, de acuerdo con la clasificación de Aristóteles, llevaba a ubi-
car a la demokratía dentro del conjunto de los regímenes en los que una
parte de la ciudad se impone sobre la otra, es decir, en el conjunto de los
regímenes de dominación» (Hilb, 2014).

En este sentido la profesora Nicole Loraux describe que en este periodo «Dos
gobiernos de transición –la persistencia en la lucha de los demócratas y la
intervención activa del rey espartano Pausanias– desembocan en una reconci-
liación acompañada de un juramento de amnistía: “Y no haré con ánimo de
perjuicio recordatorio alguno (literalmente: no recordaré las desgracias) con-
tra ninguno de mis conciudadanos, excepción hecha de los Treinta y de los
Once; y ni siquiera contra uno de estos caso que él deseara rendir cuentas por
la magistratura que ejerció”» (Loraux, 2008).

La ley de amnistía u olvido figuraba como aquella idea que se podía aplicar a
aquellos que cometieron crímenes en medio del conflicto entre ciudadanos, a
quienes en algún sentido se les podría brindar una suerte de perdón en sen-
tido político; sin embargo, el pueblo ateniense sabía que no todo podía ser
pasado por el filtro de la amnistía. «La amnistía del 403 era muy generosa y
perdonaba de manera genérica a los ciudadanos que se habían quedado en la
ciudad –caso de que no hubieran causado directamente la muerte a ningún
conciudadano–, salvo a los directamente partícipes en el régimen.» (Los Trein-
ta, Los Diez del Pireo y los Once que ejecutaban las penas). (Sancho, 2004,
pág. 76).

Para Gallego, la amnistía como perdón en un sentido político constituía «una


obligación de olvidar instaurada por decreto; en rigor, una imposición de no
recordar las ofensas ni buscar venganza, como forma de restablecer la unidad
del cuerpo cívico» (2012, pág. 5). Es decir que la amnistía era un recurso para
poder seguir viviendo en la Polis, para sostener a la comunidad, para garanti-
zar que la vida política sobreviviera.

Siguiendo a Flores Farfán, «Prohibir recordar las desgracias era un acto


necesario para evitar el desorden de la ciudad» (2013, pág. 25); por lo tan-
to, era prohibido incluso reproducir ciertas representaciones en el teatro

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que hicieran memoria de actos que pudieran perturbar la conciencia ciuda-


dana. Ante esto:

Es este el espíritu que explica la censura de la tragedia La Toma de Mileto


y la multa que le fue impuesta al poeta trágico Frínico por haber monta-
do la representación. Heródoto cuenta en VI, 21, que “el teatro se deshi-
zo en llanto” porque se les presentó en escena una “calamidad de carácter
nacional”: Atenas, narra el historiador en V, 97, 3, solo envió 20 naves en
apoyo a la lucha de los milesios contra los persas, retirándolas al poco
tiempo y dejando a los sublevados a su suerte; los atenienses quedaron
involucrados con esa derrota y por más que el teatro trágico se caracte-
rizaba por una actitud crítica con la tradición, no podía permitir “recor-
dar las desgracias” porque los atenienses no quisieron verse como
perdedores, hombres incapaces de articular y fortalecer la ciudad (Flo-
res, 2013, pág. 24).

De alguna manera el no revivir colectivamente algunos actos permitía empe-


zar de nuevo. Habría entonces crímenes que podrían ser amnistiados por los
atenienses y, sin embargo, había otros, como los ordenados por los Treinta
Tiranos, que no podían quedar en el olvido, no podían pasar por el filtro de
la amnistía. Este relato nos impulsa a reflexionar sobre los crímenes que ha-
brían de ser recordados por los ciudadanos, a modo de ejemplificación de lo
que no se podría borrar de la conciencia ateniense; estaban allí en una memo-
ria viva, hechos identificados como inolvidables, para impedir que volviesen
a repetirse.

3.3 La ética judeocristiana del perdón

Podríamos decir que la ética cristiana establece que, frente a los crímenes, a lo
causante del pecado, al final es Dios el que perdona y lo hace frente a los
humanos que no han logrado hacerlo, siendo la figura del dios cristiano la
única que puede otorgar sosiego, redención e incondicionalidad, caso en el
cual los crímenes que por su magnitud se encuentran en la esfera de lo que no
es posible perdonar, es donde la misericordia del dios cristiano llega para
purgar los pecados.

Hegel recuerda un célebre diálogo entre dos figuras centrales del


cristianismo:

Pedro le preguntó a Jesús: «¿Cuántas veces tengo que perdonar a un


hombre que me ha ofendido o que me ha hecho una injusticia, quizás
hasta siete veces?» «¿Por ventura crees que eso sería mucho?» –replicó
Jesús–; yo te digo que hasta setenta veces siete. (Hegel, 1981, pág. 56).

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Este pasaje rememora uno de los mitos fundacionales de occidente: el del dios
hombre salvador que se sacrificó por los pecados de la humanidad, quien ha-
blaría del amor como una práctica que acerca al humano al reino de dios, cuya
credencial de acceso consiste en conservar el corazón de niño, no juzgar al
prójimo, porque con la misma vara que se mide se medirá en su reino, siendo
el hecho más memorable en la conciencia occidental, la humildad para interce-
der ante su Padre al momento de su tortura y muerte: «Perdónalos porque no
saben lo que hacen». El filósofo esbozó el concepto del perdón a partir del
concepto del espíritu:

El concepto del espíritu había llegado a ser para nosotros cuando entra-
mos en los dominios de la religión, a saber, como el movimiento del
espíritu cierto de sí mismo que perdona el mal y, con ello, se despoja al
mismo tiempo de su propia simplicidad y de su dura inmutabilidad, o
como el movimiento en el que lo absolutamente contrapuesto se reconoce
como lo mismo y hace brotar este reconocimiento como el sí entre estos
extremos (Hegel, 1981, pág. 123).

La naturaleza de la ofensa es proporcional a la naturaleza del perdón, siendo


dicha ofensa asociada al mal y este al pecado, como la constante en este lugar
ético, «lo que constituye todo el enigma del mal es al menos en la tradición del
Occidente judeo-cristiano, el comprender con un mismo término fenómenos
tan dispares, en una primera aproximación, como el pecado, el sufrimiento y la
muerte» (Ricoeur, 2008, pág. 172). Dicha reflexión nos permite aproximarnos a
la idea esencial del perdón cristiano por la vía del acto que ha causado el daño:

Dentro de la concepción católica del pecado, cuando un individuo come-


te un pecado, él o ella está actuando en contra de una norma moral
establecida por Dios. En la medida en que esa norma es esencial para la
comunidad católica, el pecador no solo actúa en contra de un individuo
específico, sino en contra de todos los miembros de su comunidad
(Herrera, 2005, pág. 253).

La ética del perdón cristiano ocurre como una muestra de amor al prójimo,
donde el pecado como sede del daño va en contra de toda una comunidad
creyente en la ley dejada por su dios; esta ley del amor sugiere un perdón
incondicional y divino.

El cristianismo muestra que el perdón es gratuito. La gracia del perdón es


la gracia de la caridad en general (gracia pura). Este perdón es solo conce-
bible, aunque de hecho nunca se alcance. El límite del perdón incondicio-
nal señala nuestro deber, pautaría nuestros esfuerzos. El perdón no es
tangible, pero tampoco es un ideal inalcanzable (Rodríguez, 2012).

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Las anteriores reflexiones nos permiten indagar desde la base cultural de la


sociedad colombiana, qué elementos del analizado discurso en su faceta cris-
tiana contribuyen a la reconciliación social. De lo anterior surgen algunas re-
flexiones abiertas a la luz de los informes del Anuario Pontificio 2017 y las
estadísticas de la Iglesia Católica 2015. Colombia ocupa el 7.º lugar en el mun-
do con mayor número de creyentes; 45,3 millones son bautizados pero «solo el
20% vive una fe real, asiste frecuentemente a misa y cumple a cabalidad los
mandamientos» en este sentido, siendo un país de mayoría creyente en el mito
cristiano; ¿está dispuesta esta sociedad a perdonar los graves crímenes come-
tidos durante el largo conflicto violento que hemos padecido? Si los citados
fundamentos de la creencia cultural cristiana son llevados a la práctica cívica, a
la vida cotidiana, una respuesta interpretativa sería un rotundo SÍ. A la vez,
una consideración desde el discurso cristiano sobre las víctimas reales del con-
flicto en Colombia nos induce a preguntarnos: ¿Está dispuesta la sociedad co-
lombiana a dejar de reproducir prácticas de exclusión con motivo de raza,
clase e identidad sexual y de género? Frente a estos temas, las públicas decla-
raciones de las asociaciones cristianas de carácter evangélico, las de los líderes
religiosos de inclinación conservadora, y los personajes que mezclan el discur-
so político con su particular fe, son una clara evidencia de los obstáculos que
habrán de enfrentarse, del camino que tendrán que recorrer y el campo donde
tendrán que desplegarse víctimas y victimarios para construir el Perdón de cara
a una verdadera reconciliación y de cuanta coherencia existe en el discurso
cristiano entre lexis y praxis, entre teoría y práctica.

3.4 Una aproximación al perdón en Hannah Arendt

Debemos reconocer que no es fácil abordar la reflexión sobre el perdón efec-


tuada por Arendt, como teórica política, pero que existe una especial dedica-
ción a esta noción en toda su obra, tal como afirma en su artículo Madrid
Gómez Tagle:

…y aun cuando Arendt no le dedica específicamente ningún escrito al


desarrollo y análisis del concepto de perdón, esto no significa que nues-
tra pensadora no se haya interesado por este, y tampoco que el perdón
carezca de importancia en su pensamiento. Por el contrario, no solo la
frecuencia con la que Arendt recurre a la noción de perdón a lo largo de
su obra, sino también el lugar que este adquiere en ella, da cuenta de la
relevancia que dicha noción tiene en su obra (2008).

El pensamiento de índole político de H. Arendt expresado en la obra La condi-


ción humana (2009) incluye un aparte reflexivo sobre el perdón. Se ha escogido
a esta teórica política por la radical lectura que realizó hace medio siglo, sobre
la época que vivimos y que supo anunciar de manera paradigmática. Si bien, la

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reflexión sobre el perdón no es en especial prolífica en su obra, sí es vital


desde el locus occidental, en tanto su origen judío viene dotado de la fuerza
experiencial de quien perteneció tanto a una comunidad perseguida en un pe-
riodo que expuso la irracionalidad de un proyecto que se preció de ser puntal
de la civilización –la modernidad–, por lo cual, resulta valioso adentrarse a
modo de aproximación en una autora fundamentalmente interesada por com-
prender, para el presente caso la ideas sobre el perdón.

Según Arendt, la acción humana incluye la posibilidad de hacer y mantener


promesas y lleva inmersa la facultad de perdonar como vía que puede liberar
a las generaciones futuras de yugos como la venganza y el resentimiento, emo-
ciones que se han heredado por la falta del mantenimiento de dichas prome-
sas; frente a esto la autora considera que:

El remedio de la imposibilidad de predecir, de la caótica inseguridad


del futuro, se halla en la facultad de hacer y mantener las promesas.
Las dos facultades van juntas en cuanto que una de ellas, el perdonar,
sirve para deshacer los actos del pasado, cuyos “pecados” cuelgan como
la espada de Damocles sobre cada nueva generación; y la otra, al obli-
gar mediante promesas, sirve para establecer en el océano de inseguri-
dad que es el futuro por definición, islas de seguridad sin las que ni
siquiera la continuidad, menos aún la duración de cualquier clase, sería
posible en las relaciones entre los hombres” (Arendt, H., 2009, págs.
256-257).

Inevitablemente el lugar desde el cual Arendt avizora el perdón se esgrime en


la ética judeocristiana, como bastión de una tradición rica en lecciones de hu-
mildad y sacrificio, siendo nuevamente la figura de Jesús, central en el refe-
rente occidental frente a la categoría abordada.

El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos


fue Jesús de Nazareth. El hecho de que hiciera este descubrimiento en
un contexto religioso y lo articulara en un lenguaje religioso no es razón
para tomarlo con menos seriedad en un sentido estrictamente secular.
En la naturaleza de nuestra tradición de pensamiento político, radica su
carácter altamente selectivo y el excluir de la conceptualización articulada
una gran variedad de experiencias políticas, entre las que no ha de sor-
prendernos encontrar algunas de naturaleza elemental (Arendt, 2009,
pág. 258).

La contingencia que emerge como reacción a graves daños como lo es el per-


dón con carácter incondicional, es también una manifestación de la ética
judeocristiana, que libera tanto al que perdona como al que es perdonado.

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(…) perdonar es la única reacción que no re-actúa simplemente, sino


que actúa de nuevo y de forma inesperada, no condicionada por el acto
que la provocó y por tanto libre de sus consecuencias, lo mismo quien
perdona que aquel que es perdonado. La libertad contenida en la doc-
trina de Jesús sobre el perdón es liberarse de la venganza, que incluye
tanto al agente como al paciente, en el inexorable automatismo del pro-
ceso de la acción, que por sí mismo nunca necesita finalizar. (Arendt,
2009, pág. 260).

Al revisar las afirmaciones de Arendt es inevitable identificar los


cuestionamientos políticos del perdón, como idea que contribuye a la continui-
dad de la comunidad y a la existencia personal en lo plural, en la cercanía de
Los Hombres. Al estar dotada la categoría del perdón de la Libertad y tam-
bién del Desinterés, está librada a su vez de toda mundanidad, ya que aquel
procede desde una fuente que para la autora es un hecho extraño y raramente
honesto en la vida humana, el cual es el amor que reviste de poder las actua-
ciones humanas.

El perdón y la relación que establece siempre es un asunto eminente-


mente personal (aunque no es necesario que sea individual o privado),
en el que lo hecho se perdona por amor a quien lo hizo. También esto lo
reconoció claramente Jesús (“le son perdonados sus muchos pecados,
porque amó mucho. Pero a quien poco se le perdona, poco ama”) y este
es el motivo de la convicción corriente de que solo el amor tiene poder
para perdonar. Porque el amor, aunque es uno de los hechos más raros
en la vida humana, posee un inigualado poder de autorrevelación y una
inigualada claridad de visión para descubrir el quien, debido precisa-
mente a su desinterés, hasta el punto de total no mundanidad, por lo que
sea la persona amada, con sus virtudes y defectos no menos que con sus
logros, fracasos y transgresiones” (Arendt, 2009, pág. 261).

En su reflexión Arendt se refiere al amor como la condición de posibilidad del


perdón, algo que además de ser bello, se constituyó en el mito fundacional
occidental; sin embargo, lo dota de un carácter apolítico al decir que «el amor
por su propia naturaleza no es mundano, y por esta razón más que por su
rareza no solo es apolítico sino antipolítico, quizá la más poderosa de todas las
fuerzas antipolíticas humanas» (Arendt, 2009, pág. 261). Cuando se afirma en
hombres en tiempos de oscuridad que «el juicio y el perdón son dos caras de la
misma moneda» (Arendt, 2001) se expresa una condición; en este sentido la
aproximación al perdón transita un camino hacia el despliegue del Juicio que
no es necesariamente de tipo institucional o jurisdiccional; el juicio como pro-
ceso humano es una suerte de condición o promesa de que los actos que generan
sufrimiento humano no se vuelvan a repetir; por lo anterior, la proyección de

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las acciones generadoras de daño en los niveles facticos –directos e indirectos–


estructurales hacen contemplar la necesidad de que esta categoría se piense
también en términos de un orden social justo, en la medida que la arquitectura
social también ejerce violencias.

Existen históricas evidencias de que en Colombia nuestro propio sistema so-


cial ha perpetuado vejámenes hacia comunidades ignoradas y menosprecia-
das; etnias nativas, negritudes, grupos de elección sexual diferente, pobres,
mujeres, ancianos, niños y hasta Comunidades de Paz han sido víctimas tam-
bién de nuestro propio sistema social y de su modelo de justicia. A partir de
lo mencionado, la posible construcción del perdón en el proceso de salida
del conflicto en Colombia pasa por lo personal, por la ejecución de actos
profundamente personales, ligados a la fuerza apolítica del amor, que se
escenifican no solo en las víctimas y en los victimarios, sino también en vida
posible de la comunidad, de la Ekklesia en el sentido ateniense y también en
el de la iglesia, recordatorio para un país que se reconoce, al menos de forma,
mayoritariamente católico.

3.5 Aproximación a la ética del perdón en Jacques Derrida

La historia de Derrida y su pensamiento es otro horizonte de comprensión


para analizar la Idea del Perdón; filósofo argelino de origen judío, fue objeto
de segregación racial en su juventud durante la represión del gobierno de
Vichy; esto se volvería una marca indeleble en su personalidad; crítico del
discurso y los significados de las palabras en la constitución del discurso, se
le atribuye a sus reflexiones la denominada «deconstrucción» como camino
de pensamiento y de investigación. Para Derrida el perdón se orienta a todo
aquello que por sus características de horror e ignominia resulta imposible
de sanar; es ahí donde el filósofo hace hincapié frente al objeto mismo del
perdón.

Si hay algo a perdonar, sería lo que en lenguaje religioso se llama el


pecado mortal, lo peor, el crimen o el daño imperdonable. De allí la
aporía que se puede describir en su formalidad seca e impecable, sin
piedad: el perdón perdona solo lo imperdonable. No se puede o no se
debería perdonar, no hay perdón, si lo hay, no más que ahí donde existe
lo imperdonable (Derrida, 2003, págs. 12,13) (negrillas nuestras).

Figurar el sentido del perdón puede ser un ejercicio que se efectúe desde lo
filosófico, lo político, lo religioso, y sin embargo la posibilidad de que esto
ocurra en Colombia se inscribe en lo convivencial en tanto se busca con este
ejercicio colectivo e individual, dejar de aniquilarnos como conciudadanos y
poder sobrevivir no solo en lo individual, sino como colectividad.

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(…) el axioma común o dominante de la tradición, finalmente, y a mi


modo de ver el más problemático, es que el perdón debe tener sentido. Y ese
sentido debería determinarse sobre una base de salvación, de reconci-
liación, de redención, de expiación, diría incluso de sacrificio (Derrida,
2003, pág. 16).

Imbricar el sentido del perdón en un marco general, o especifico, supone aproxi-


mar esta decisión personal a un ámbito que el autor intuye como una locura. Al
respecto:

Lo que complica la cuestión del “sentido” es nuevamente esto, como lo


sugería recién: el perdón puro e incondicional, para tener su sentido
estricto, debe no tener ningún “sentido”, incluso ninguna finalidad,
ninguna inteligibilidad. Es una locura de lo imposible (Derrida, 2003,
pág. 24).

Postular el entendimiento entre quien pide perdón y quien lo otorga, implica


que entre ambas partes existan mínimos consensos del lenguaje que permitan
llegar a entendimientos que favorezcan la posibilidad del perdón.

¿Puede haber ahí, de una o de otra parte, un escenario de perdón sin


un lenguaje compartido? No se comparte solo una lengua nacional o un
idioma, sino un acuerdo sobre el sentido de las palabras, sus connota-
ciones, la retórica, la orientación de una referencia, etc. Esa es otra
forma de la misma aporía: cuando la víctima y el culpable no compar-
ten ningún lenguaje, cuando nada común y universal les permite enten-
derse, el perdón aparece privado de sentido, uno se encuentra
precisamente con lo imperdonable absoluto, con esa imposibilidad de
perdonar de la que decíamos sin embargo hace un momento que era,
paradójicamente, el elemento mismo de cualquier perdón posible
(Derrida, 2003, pág. 27).

Reflexionar sobre el pensamiento de Derrida incita a una interpretación del


perdón que implica el ejercicio de compartir, de tener algo en común, de poder
pensarnos juntos y conectados por algo, de pensar incluso algo aparentemente
imposible de realizar por víctimas y victimarios –la convivencia en el mismo
locus–. Solo el perdón asegura la posibilidad de continuar viviendo, de conti-
nuar andando, de permanecer en un mundo común incluso padeciendo la mis-
ma vida. He aquí un hallazgo: el perdón hace posible continuar existiendo
juntos, hace posible construir un proyecto común; si su premisa para tener
sentido es la de tener un lenguaje común, el perdón puede hacernos encontrar,
aproximarnos, entendernos, salir de este atolladero en el que como comuni-
dad política nos encontramos.

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Así, triangulando los resutados de nuestra indagación en las líneas que hasta
ahora hemos trazado: olvido de lo que es posible olvidar; memoria de aquello
que es imposible olvidar –para que no se repita–; hito fundacional de la cultura
occidental; reafirmación de la creencia en la existencia de lo divino; acción
personal liberadora, desinteresada, que junto con la fuerza apolítica del amor
es la reafirmación del acto humano sin igual; acción que da sentido a los
hechos y situaciones sinsentido. Serían estas las piedras de base sobre la cual
es posible edificar las columnas de un Perdón posible, para nuestro contexto
particular.

3.6 Aproximación a la ética surafricana del perdón frente al apartheid; el


Ubuntu

«Por la cabeza no se pudren las civilizaciones. Lo harán, en primer lugar, por el


corazón.»

Discurso sobre el colonialismo (Césaire, 1979)

El territorio que hoy se denomina Suráfrica fue fundado por holandeses e


ingleses bajo los discursos del derecho de conquista de la cultura Boer, del
racismo y el colonialismo que devinieron en prácticas de violencia como la
eliminación, la desaparición, la tortura, el desplazamiento, la segregación y el
silenciamiento del otro, evidente en el llamado Apartheid, como uno de los
periodos más aciagos de historia negra contemporánea, junto al de Namibia,
Angola, Camerún, Congo, entre otras.

Los primeros colonos holandeses llegaron a ciudad de El Cabo en 1652.


Jan Van Rebeck fue el primer holandés que desafió la desconfianza de
las etnias locales. Desembarcó en ciudad de El Cabo y estableció un nú-
cleo de colonización cuyos cultivos y ganados abastecieron a los navíos
de paso hacia Indonesia. En 1688, cerca de 600 agricultores estaban ins-
talados en el lugar, dividiendo sus actividades entre la agricultura y la
guerra contra las tribus locales. Por constituir una tan pequeña minoría,
los primeros colonos holandeses fueron extremadamente unidos y agre-
sivos, dos características que marcarán a toda la cultura Boer en el sur
de África (Denegri, 2015, pág. 2).

La idea de raza ha organizado y marcado de manera negativa la racionalidad


política reciente de occidente; frente a esto el profesor camerunés, Achille
Mbembe, recuerda en su libro Necropolítica que esta idea:

…ha constituido la sombra siempre presente sobre el pensamiento y la


práctica de las políticas occidentales, sobre todo cuando se trata de

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imaginar la inhumanidad de los pueblos extranjeros y la dominación


que debe ejercerse sobre ellos. Arendt, haciendo referencia tanto a esta
presencia intemporal como al carácter espectral del mundo de la raza
en general, sitúa sus raíces en la demoledora experiencia de la alteridad
y sugiere que la política de la raza está en última instancia ligada a la
política de la muerte (Mbembe, 2011, pág. 21).

En Sudáfrica, el simpatizante de las juventudes nazis, Herik Verwoerd, ganó en


1958 las elecciones como primer ministro del país; en ese rol, asumió la política
del Apartheid, el racismo institucionalizado, con estas palabras: «nuestra políti-
ca lleva un nombre afrikáans: Apartheid, y me temo que ha sido tan mal inter-
pretada, que a menudo al igual sería más sencillo y oportuno como una política
de buena vecindad, aceptar que hay diferencias entre las personas» (Verwoerd,
1958, en línea). El país austral es étnicamente diverso4, lo cual hizo posible que
fuese objeto de múltiples y variadas formas de colonización, entre estas la del
Apartheid. El profesor Alejandro Castillejo se refiere a este hecho social como:

La palabra apartheid evoca entre otras cosas encubrimiento, y por su-


puesto silenciamiento. El apartheid fue en esencia un régimen de
silenciamiento. Creó toda una variedad de mecanismos para asegurarlo:
el asesinato literal y las desapariciones de cuerpos, el universo del confina-
miento solitario, la proscripción de las reuniones públicas, la prohibición
de palabras e imágenes –habladas o escritas, individual o colectivamente
producidas–, la vigilancia permanente sobre activistas –quienes destruían
sus diarios personales para no dejar “evidencia” que los “incriminara”–,
las operaciones secretas de inteligencia militar, la atmósfera de descon-
fianza con la creación de redes de informantes entre activistas, y la des-
trucción masiva de documentos en 1994 por el gobierno nacionalista; todo
ello formando parte de este régimen particular de silenciamiento (Casti-
llejo, 2006, págs. 11 y 12).

La dimensión de los crímenes resultado de este sistema social es literalmente


incuantificable, innumerable; el dolor que produjeron dichos actos resultó di-
fícilmente descriptible por las víctimas; las palabras y el discurso han llegado a
ser insuficientes. Analizar las consecuencias de dicho modelo político desde
un observador externo resulta casi repugnante y, sin embargo, el Apartheid
también revindicaba la Justicia, la Convivencia, el proyecto común, el sosteni-
miento del «Estado», la «civilización», además de la supuesta superioridad de
la racionalidad blanca sobre las prácticas y creencias de los nativos africanos.

4 Entre otras comunidades se encuentran: Bapedi, Boer, Lemba, Nama, Ndebele, Ronga,
Tswana, Venda, Xhosa y Zulú. Tomado de www.ikuska.com/Africa/Paises/sudafrica/
etnologia.htm

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Nelson Mandela, originario de la etnia Xhosa5, es la figura que junto a otros


líderes como Oliver Tambo y Walter Sisulu, entre otros, encarnó la resistencia
y resiliencia del pueblo nativo sudafricano durante el periodo del Apartheid
que se impuso durante cuarenta años; hizo parte del CNA (Congreso Nacional
Africano); fue encarcelado durante la presidencia de Charles Robberts Swart
en 1967, durante 27 años; fue liberado en 1990 en el gobierno de Frederik de
Klerk; recibió junto a este último el premio Nobel de Paz en 1993 ; fue el pri-
mer presidente negro de esta nación en el periodo 1994 a 1999; cambió la cons-
titución de ese país, y pudo reclamar y ejecutar el fin del aciago periodo del
Apartheid. Sus palabras sobre la idea que permitió la salida de tal régimen de
horror, la idea del Ubuntu (durante una entrevista), nos dan cuenta del conte-
nido y la historia de ese término y nos orientan para ejemplificar el análisis de
nuestro propio caso:

En los viejos tiempos, cuando éramos jóvenes, viajamos por nuestro país,
paramos en los pueblos y no tenían comida o agua para nosotros, en una
de esas paradas la gente nos dio comida y te digo, ese es solo un aspecto
de lo que Ubuntu significa, pero esto tiene variados aspectos, Ubuntu no
significa que esa gente no deba guardar para sí misma, la pregunta es
¿estás para hacer algo con el fin de formar parte de tu comunidad para
así ir mejorándola? Estas son las cosas importantes de la vida, y si algu-
no puede hacer esto, es algo muy importante que debiéramos apreciar
(Mandela, 2010, entrevista por Tim Modise).

En contraste, Helen Sayers (2009) define Ubuntu como «una profunda aunque
natural forma de ser –es acerca de la esencia de nuestra humanidad– de lo que
realmente significa ser un “ser humano”» (2009, pág. 6). Desmond Tutu, tam-
bién de origen Xhosa, premio Nobel de Paz de 1984 y Premio Internacional
Cataluña6 en 2014, fue, al igual que Mandela, una figura central en la lucha por la
igualdad de derechos en Sudáfrica, siendo el primer hombre negro en ser nom-
brado como arzobispo anglicano de ciudad del Cabo; presidió la Comisión
Sudafricana para la Verdad y Reconciliación; de esta última, Castillejo refiere:

La Comisión estableció una serie de mecanismos para proveer esta ima-


gen del apartheid: primero, un proceso de investigación y corroboración

5 Son un grupo étnico sudafricano que habla el idioma xhosa, de raíz bantú, una de las 11
lenguas oficiales de ese país.
6 Es un premio internacional, otorgado cada año por la Generalidad de Catalu-
ña desde 1989. Con el premio se reconoce el trabajo de personas que no solo hayan
contribuido al desarrollo de la cultura, la ciencia, la economía, etc., sino que además
hayan destacado por haber realizado sus trabajos con un alto compromiso ético y
humanístico.

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jalonado por los testimonios de las víctimas y los declarantes, y llevado


a cabo por la Unidad Investigativa, encargada de localizar y trazar un
mapa de ciertos incidentes dentro de las coordenadas generales de vio-
lación a los derechos humanos definidas por el mandato de la Comisión
de la Verdad y la Reconciliación (2009, pág. 177).

En este escenario para el esclarecimiento de la verdad se produjeron muchas


ocasiones para la materialización del Ubuntu por parte de las víctimas hacia
sus victimarios; entre estas, una situación ocurrida en 1996, donde una anciana
de 70 años que acudió para incorporarse en el juzgamiento del victimario de su
marido e hijo, quienes fueron asesinados años atrás, por un miembro del ejér-
cito (Sr. Van der Broek), cuando un miembro de la Comisión Sudafricana para
la Verdad y Reconciliación se acercó y le preguntó a la digna mujer:

Y bien: ¿Qué desearía usted? ¿Cómo ha de ejecutarse la justicia en este


hombre que ha destruido a su familia con tanta brutalidad? RTA: Desea-
ría tres cosas, en primer lugar, desearía ir al lugar donde quemaron a mi
marido para poder recoger el polvo y dar una inhumación honrosa a sus
restos. En segundo, mi esposo y mi hijo eran toda la familia que yo tenía,
desearía, por tanto, que el Sr. Van der Broek sea de ahora en adelante
hijo mío. Quiero que venga a verme al gueto dos veces para pasar el día
conmigo y que yo pueda así dedicarle todo el amor que todavía me
pueda quedar, y por ultimo –añade– desearía una tercera cosa. Quisiera
que el Sr. Van der Broek sepa que le doy mi perdón por que Jesucristo
murió para perdonar. Este mismo fue el deseo de mi marido. De manera
que ruego que alguien me eche una mano para que pueda cruzar esta
sala con el fin de estrechar al Sr. Van der Broek entre mis brazos, besar-
le, y hacerle saber que de verdad ha sido perdonado… Mientras los
alguaciles ayudan a la anciana a cruzar la sala, el Sr. Van der Broek,
sobrecogido por lo que acaba de oír, se desmaya. Mientras se desploma
los que están presentes, amigos, parientes, vecinos, todos ellos víctimas
de décadas de opresión e injusticia, empiezan a cantar suavemente pero
con intensidad el viejo himno gospel, Amazing Grace7 (López, 2013).

La anterior escenificación en un tribunal institucionalizado de justicia permite


exponer una parte de la hipótesis defendida aquí. Ante una pregunta que da
cuenta de la profundidad de la violencia soportada por la víctima, esta responde
con un lenguaje y una acción inesperada, tan auténtica y genuina, tan extrema,
que provoca en todo el ser del victimario un sismo, una parálisis que lo lleva a la
pérdida de su propio sentido. El perdón se enerva en una acción, un fenómeno

7 La canción original fue escrita por John Newton.

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que atraviesa la dimensión de la justicia en términos jurídicos y políticos. El


perdón se convierte en un gesto humano tan indefinible, inasible, que logra
trascender el lenguaje y hasta lo «posible ». La Justicia ha sido ejecutada por la
víctima, sin ninguna insinuación de venganza. La Justicia está en la memoria
imborrable de esta acción que como gesto impide la repetición de los actos
victimizantes; es Ubuntu en estado puro, «formar parte de tu comunidad para
así mejorarla». Desmond Tutu denominó la Sudáfrica posapartheid como la Nación
Arco iris, es decir, en forma metafórica nombró al país como una nación donde
caben muchas razas; así mismo, definió el concepto de Ubuntu como: «Te nece-
sito para poder ser yo mismo, al igual que me necesitas para poder ser tú mismo,
significa que estamos ligados los unos con los otros... en pocas palabras: una
persona solo es persona gracias a los demás» (Recursos. Entrevista, 2015).

En 2016 a las afueras de un evento académico en Buenos Aires la periodista


colombiana Ángela Martin Laiton tuvo la oportunidad de entrevistar a la aca-
démica, poetisa y periodista de origen surafricano Antjie Krog; en la entrevis-
ta se planteó una pregunta orientadora: ¿Para que el perdón? La respuesta se
presentó afirmando que:

El perdón llega cuando no buscas venganza. Y dices que quieres la ver-


dad, “por favor, solo dinos qué ocurrió”. Porque las víctimas quieren
escuchar cómo vivió su hijo sus últimos momentos, si tal vez pensó en
sus padres. Si te lo dicen tal vez puedes empezar a curar a partir de este
momento. Por lo que la verdad es mejor que nada. “Quiero decirlo de
un modo más sencillo. Quiero que lo escriba mi mano. Por todos noso-
tros. Por todas las voces. Por todas las víctimas” (Martin, 2016).

Reflexionar el perdón desde una categoría del pensamiento de un pueblo an-


cestral como lo es el Ubuntu en los pueblos Xhosa y Zulú es una vía que posi-
bilita proponer y proyectar un horizonte de sentido, en donde para nuestro
caso, por ejemplo, se pueda pensar la construcción del perdón indagando en lo
ancestral, incluyendo una suerte de sanación colectiva, explorando desde la
palabra de los pueblos originarios de Colombia donde los Mamos Kogui de la
Sierra Nevada de Santa Marta hacen una permanente invitación a reforestar el
corazón; como ejemplo un proverbio que da cuenta de su perspectiva: «En el
interior del ser humano, se ha talado el bosque de su sensibilidad, se ha seca-
do el río de la esperanza, por esto es preciso reforestar su corazón».

A partir de los anteriores hechos y reflexiones, se puede afirmar que si una


comunidad no da cuenta en colectivo de la importancia del ejercicio de supera-
ción de los crímenes soportados, no puede sobrevivir a dichas experiencias;
por tanto, no habrá garantía de sobrevivencia en sentido colectivo, en sentido
político.

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4. CONCLUSIONES

Para alcanzar la convivencia en paz en una comunidad política el perdón es un


elemento esencial. La paz es un compromiso, una exigencia, un esfuerzo (más
que un derecho); es una exigencia de actuar de una manera diferente; la posi-
bilidad de vivir en paz significa saber resolver los conflictos por un camino
distinto a la violencia.

En una sociedad afectada por un conflicto de larga duración, con hechos que
han alcanzado la dimensión de crímenes contra la humanidad, en la que las
principales víctimas han sido las comunidades indígenas, raizales, negritudes,
campesinos, organizaciones políticas alternativas y comunidades empobreci-
das, cuyos principales victimarios provienen de la misma población aculturizada,
instrumentalizada por poderes fácticos, económicos, y en ocasiones el mismo
establecimiento oligárquico, quienes hicieron del conflicto propio un objeto de
lucro y ganancia que permitió extender e incrementar su privilegios, donde la
violencia misma del conflicto ha pasado por una suerte de normalización, es
urgente la reforestación del corazón en lo personal y en lo colectivo, es imprescin-
dible la trasformación cultural y la exploración de vías de reconciliación pro-
pias, incluso a través de otras experiencias y otros lenguajes. Es necesario que
en Colombia las denominadas «víctimas de sofá» o aquellos integrantes de
distintos grupos sociales que han «visto la guerra por televisión» comprendan
el conflicto desde una perspectiva distinta a esa suerte de justicialismo
institucional de tipo revanchista o vengativo actualmente existente.

El conflicto y la violencia que Colombia ha sufrido de manera histórica está


constituido por acciones y hechos que, aunque puedan ser explicados en su
origen o en sus objetivos, son injustificables y en la mayoría de los casos care-
cen de sentido. Describir su horror no ha sido el objeto preciso de este trabajo,
pero a través de esta reflexión, sabemos que un porcentaje mayoritario de
dichos crímenes alcanzan la categoría de imperdonables y he allí la pertinencia
de lo expuesto, justo aquí es donde es necesario perdonar, y es necesario
para poder continuar, para seguir viviendo, para tener proyecto personal y
de comunidad; el perdón es una deuda que tenemos no con el pasado, sino
con el futuro, es un crédito del cual tenemos la obligación de liberar a las
nuevas y futuras generaciones de seres humanos, para hacer posible su vida,
sus sueños, sus proyectos y sus actos, sin legarles una vieja herencia de vio-
lencia y venganza.

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