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Cuento

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DULCE AMARGO

Mi pierna izquierda se movía de arriba abajo con presura, mis dedos resonaban en
la mesa y pasaba mi lengua por mis labios más veces de las que puedo contar.
Es de esos momentos en donde sabes que lo que vas a hacer está mal, pero aun
así lo haces porque te encanta. Así es mi relación con la torta de chocolate que
reposa en la mesa delante de mí.
Puedo tener un poco de auto control y sencillamente no comerlo, como lo
recomendó tantas veces mi dermatólogo, pero ¡es chocolate!, de los mejores
placeres que hay en el mundo y lo tengo ahí enfrente a mí, en su reluciente
empaque de plástico transparente con una extraña forma triangular diciendo
¡cómeme!
Odio mi vida, pero odio más a mi dermatólogo, no, odio más a piel sensible… en
realidad me odio a mí por no tener ni una pisca de autocontrol

- ¡El agua ¡- grita mi madre desde la cocina sacándome de mis


pensamientos
Me levanto de un salto de la silla del comedor y corro hasta la cocina apagando el
agua hirviendo.
El agua es uno de nuestros elementos más importante para vivir, pero sobre todo
el esencial para hacer cafecito.
A lo mejor no me había costado tanto tomar la decisión como creí, solo me gusta
hacerme la dramática.
Guiño, guiño.
Cuando termino de colar el café, lo sirvo en mi taza favorita, porque sabe mucho
mejor cuando lo tomas en tu taza de confianza, busco una cuchara y camino a
pasos rápidos hasta la mesa del comedor, me siento y tomo un sorbo de café,
hago una mueca por lo amargo, pero así se va a quedar, no hay tiempo que
perder.
Dejo el café sobre la mesa y me acomodo en mi asiento.
En estos momentos soy una niña de 9 años que está a punto de abrir su regalo de
navidad, con las ansias y las expectativas al mil. Estiro mis brazos hasta la torta y
la arrastro hacia mi quitándole la tapa y como si estuviese en cámara lenta sale a
relucir el chocolate brillante que esta esparcido en una fina capa por toda la parte
de arriba de la torta cayendo por los costados.
¡Hermosa!
Acomodo la cucharilla en mi mano y tomo un pedazo lo suficientemente grande, la
miro durante unos segundos, finas capas de biscocho y crema de chocolate
perfectamente alineadas. Lo llevo a mi boca sintiendo la textura entre húmeda,
esponjosa y sumamente cremosa.
Es como escuchar el cantar de los mismos ángeles, su textura es tan suave que
sientes como se te deshace en la boca poco a poco en cada mordida, tiene unas
pequeñas gotas de chocolate que resuenan cuando las muerdes intensificando su
dulce sabor, identifico otros sabores como la leche condensada y el arequipe
mejorando la sensación, todos los sabores son muy palpables e intensos.
Tomo otro pedazo y lo cómo, el segundo trozo es mucho mejor que el anterior, es
más vivo y me permito deleitar y disfrutar mejor la sensación, pequeñas mariposas
que revolotean en mi estomago disfrutando del sabor, tomo el café de la mesa y le
doy un sorbo.
Así pasan los siguientes minutos que parecen horas degustando hasta acabarla
por completo, pedazo por pedazo, migaja por migaja, que no quede ni un solo
desperdicio. Tambien hasta terminarme la última gota de café, lo dulce de la torta
y lo amargo del café jamás habían combinado tan bien.
Es increible como una simple torta y un buen café te pueden transmitir pequeños
momentos de felicidad.
Papa me escucha hablando así y diría que debería ir a psicólogo.
Es como si estuviese flotando en una burbuja que es pinchada por la voz de mi
hermano trayéndome a la realidad.

- ¿Por qué tienes esa cara? – pregunta mirándome el rostro con


extrañeza.
Iba a responder cuando me interrumpe

- Parece que tienes estreñimiento- suelta y sigue su camino.

sonrío
Mama siempre dice que un dulcito siempre sabe mejor con café y que cuando se
come no hay deberes por hacer, ni compromisos pendientes, ni pensamientos
tristes si vas a tomar café y comerte un dulce hazlo bien, disfrútalo, siéntelo y
sobre todo vívelo, si no, no lo hagas, y eso fue exactamente lo que hice.

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