Módulo 7 Clase 2 ¿Todos Somos Piratas - La Economía de Distribución de Bienes Culturales en Internet
Módulo 7 Clase 2 ¿Todos Somos Piratas - La Economía de Distribución de Bienes Culturales en Internet
Módulo 7 Clase 2 ¿Todos Somos Piratas - La Economía de Distribución de Bienes Culturales en Internet
Curso: Gestión cultural y comunicación - 2023 Día: miércoles, 20 de diciembre de 2023, 03:45
Clase: Clase 2
Patricia Ferrante*
Tabla de contenidos
Introducción
Bibliografía citada
Introducción
En esta clase, propongo abordar las tensiones entre las prácticas y la regulaciones de estas industrias cultu-
El escenario digital, que, por supuesto, está inserto en una trama de vínculos e intercambios que también son
analógicos, está plagado de desafíos: los productores de bienes culturales tienen que si o si replantear sus
estrategias de distribución; los distribuidores tienen que ampliar sus canales; todos tienen que negociar con
un nuevo actor súper poderoso como las empresas tecnológicas y los consumidores, hoy convertidos en pro-
sumidores, asumen un rol mucho más amplio que el de sentarse a ver / leer / escuchar. Distribuidores de facto
con el solo hecho de compartir algo que les gusta, esta figura supone un doble desafío para las industrias cul-
turales: por un lado, hay que fidelizar y lograr fanatismo por determinados productos (lo que garantiza una ex-
pansión mayor de los productos); por el otro, la industria pretende lograr todo eso sin que nadie se salte las
regulaciones de propiedad intelectual vigentes (que son en sí mismas una ensalada local y global y que expre-
san equilibrios de poder en un tiempo determinado). Dicho en otras palabras, la cultura participativa que des-
cribe Henry Jenkins choca con un límite muy claro ante las regulaciones de propiedad intelectual.
No es casual que la expansión de esta cultura digital participativa se haya producido en paralelo a la expan-
sión de otro fenómeno que tampoco es nuevo (la cultura, en cualquier era, requiere de la idea de participa-
En esta clase, entonces, vamos a tratar de entender/ definir qué es esto de la así llamada piratería digital
(quienes la definen, cómo la definen, qué tipo de delito implica) y con qué prácticas choca en esta era.
1. De Jack Sparrow a Kim DotCom: un problema de
definiciones
¿Qué significa ser pirata en esta era? Sin dudas, los piratas del mar (la acepción más tradicional, que conoce-
mos por las noticias o por la literatura) aún hoy son sujetos de una definición que tiene sus orígenes mucho
antes que la noción de copyright o de patente. En su historia de la piratería, Adrian Johns (2009) señala que el
concepto ha navegado aguas turbulentas por más de dos siglos hasta alcanzar una nueva condición en este
siglo XXI. Una primera afirmación, entonces, es que la definición de pirata y de piratería es una definición his-
Hoy en día, cualquiera puede ser un pirata: solo hace falta un dispositivo conectado a internet y el interés por
compartir lecturas, música, películas o series de TV. También conlleva la existencia de un complejo marco re-
gulatorio que expresa una distribución global de poder que es desigual (Sell, 2003) y un cambio tecnológico y
cultural en las formas de producción, consumo y distribución de los bienes culturales. De hecho, este cambio
—insisto, tecnológico pero sobre todo de prácticas y de modos de vincularse con la cultura— es el que está re-
definiendo el rol de los consumidores / usuarios, transformándolo en un rol mucho más activo que incluye ta-
Como se menciona en otras clases de este curso, conectados a internet, aquello que antes era definido como
usuario o audiencia hoy se ha transformado en un prosumer (Jenkins, 2006) o produser (Curran, Fenton et al
2012), una figura que ya no describe a una persona que consume cultura sino que tiene un vínculo mucho más
activo. Esta dimensión activa de los prosumidores es la que choca contra un marco regulatorio que contempla
a las prácticas culturales desde definiciones rígidas de roles (y también, aunque no lo haremos ahora, nos
obliga a revisar por qué fue que alguna vez se pensó que la relación con la cultura puede no ser activa).
Para definir a la piratería digital, entonces, tenemos que conjugar un régimen regulatorio global que determina
qué cosas son ilegales y por qué; así como realizar un análisis de las prácticas que dan forma a la cultura di-
gital. Desde esta perspectiva, la piratería es, ante todo, un fenómeno global, social, político y cultural; y tam-
Lev Manovich propone que las prácticas digitales cotidianas están transformando a los medios de consumo
masivo en medios de producción masiva. Las prácticas cotidianas con los nuevos medios (Manovich, 2008)
que implican consumir pero también compartir o reusar contenidos conlleva lo que K. Phillips, en alusión a la
función de autor de Foucault llama una “función pirata” (Phillips, 2005). Aun cuando esta función pirata es de-
finida como un delito por regulaciones de alcance global, también puede estudiarse como una forma muy po-
derosa de acceso a bienes culturales (Karaganis, 2010) construida sobre permisibilidades específicas de los
nuevos medios (Gittelman, 2006) y sobre la posibilidad de copiar de forma ilimitada conservando la calidad
Las prácticas de las personas, las permisibilidades de los medios y la expansión de una red global de cultura
participativa dan forma a un modelo de distribución novedoso en una economía de medios en transformación
(Curran, Fenton, Freedman 2012). Este modelo está habitado por actores tradicionales —compañías de me-
dios, industrias culturales— y nuevos actores como las compañías tecnológicas que proveen motores de bús-
queda o plataformas para compartir contenidos. También, y con un rol central, estamos todos nosotros, que a
Como señalamos más arriba, definir a la piratería es un asunto complejo y necesariamente relacionado con
quien enuncia la definición. La regulación de propiedad intelectual está atada a determinadas estructuras de
poder, a intereses privados, a leyes públicas y expresa definiciones socio históricas de políticas públicas que
determinan qué tipos de conocimientos e ideas deben ser protegidos y por qué deben ser protegidos (May y
Sell, 2006). La etapa global de protección de la propiedad intelectual comenzó con el acuerdo ADPIC sancio-
nado por la Organización Mundial de Comercio (OMC) relativo al comercio internacional de bienes de conoci-
miento intensivo, esto es, protegidos por leyes de propiedad intelectual como las patentes, el copyright, las
marcas o las indicaciones geográficas. Este acuerdo se sancionó en 1995 (junto con el nacimiento de la OMC)
y entró en vigencia en el año 2000 para los países en vías de desarrollo. Más allá de los debates acerca de las
profundas desigualdades que supone para el comercio entre países ricos (que suelen ser los que producen la
tecnologías) y los pobres (que suelen ser los que producen las materias primas y tienen que comprar tecnolo-
gías a los ricos), el ADPCI también impactó transformando comportamientos legales y legítimos en ilegales
(Ref: Abordar a la piratería desde una perspectiva meramente legal, aún cuando sea desde una perspectiva crí-
tica sobre los derechos de propiedad intelectual, no alcanza a describir un fenómeno que es mucho mayor. Por
ejemplo, el antropólogo Brian Larkin estudia las infraestructuras pirata en Nigeria y define a la piratería primero y
principalmente como un sistema de reproducción y transmisión de bienes que genera una acción social y formas
estéticas. Para explorar este debate, véase B. Larkin (2007), Pirate Infrastructures, en Structures of Participation
in Digital Culture, SSRN, p.74.). A su vez, en lo que respecta a la protección del copyright, la expansión de inter-
net desde comienzos de los años ´90 desafió a la infraestructura regulatoria, dando lugar a una serie de regu-
laciones locales o regionales que pueden tener impacto global en los modos en los que participamos en la
cultural digital.
El glosario de OMC define a la piratería como la “reproducción no autorizada de materiales protegidos por de-
rechos de propiedad intelectual (como derecho de autor, marcas de fábrica o de comercio, patentes, indica-
ciones geográficas, etc.) hecha con fines comerciales, y comercio no autorizado de los materiales”. Paradóji-
camente, esta definición que tanto revuelo causó en los momentos de sanción del ADPIC, terminó siendo mu-
cho más benevolente que aquellas definiciones establecidas por la Stop Online Piracy Act (SOPA) o la Protect
Intellectual Property Act (PIPA*), los dos proyectos de ley norteamericanos que no llegaron a ser sancionados
como leyes pero que expresan la fuerza de los lobbies de las empresas de medios y entretenimiento en contra
Las corporaciones de medios frecuentemente han asociado a la piratería con el crimen, aún cuando tal como
señala Tim Wu en su libro “The master switch: the rise and fall of information empires” (Wu, 2010), las
corporaciones de medios y entretenimiento comparten un ciclo de vida que va desde una fase experimental e
innovadora — fase en la que la regulación es lo suficientemente laxa o inexistente como para permitir la
experimentación— a una serie de pasos con poderes crecientes —oligopolio, monopolio, imperio— que
Aun cuando la revolución de internet se asoció a un ideal de arquitectura de medios más libre, abierta y glo-
bal, las corporaciones de medios contemporáneas atraviesan un ciclo de concentración sin precedentes, ope-
rando bajo un marco regulatorio que refleja mucho más su poder que el de las audiencias, los usuarios o los
Entonces, desde la perspectiva que asocia a la piratería con el robo, descargar una canción o ver una película
desde un sitio no comercial es considerado análogo, por ejemplo, a robar una cartera*; a la vez que la así lla-
mada piratería digital se registra en términos de pérdidas: de puestos de trabajo, de dinero, de seguridad (la
Tal como señalan Susan Sell y Joe Karaganis (Sell, 2003 Karaganis, 2011), los informes sobre piratería que
elaboran las corporaciones de medios o las alianzas de medios (tanto locales como globales) son los que se
tienen en cuenta en la elaboración del Special 301 Report de la Secretaría de Comercio de los EE.UU., que or-
ganiza según los estándares legales norteamericanos cómo los diferentes socios comerciales de ese país es-
tán cumpliendo (o no) con la protección de la propiedad intelectual. Como sucede con otros países, Argentina
es una presencia permanente en la lista de observancia prioritaria con una tasa de piratería de casi el 100%*.
Las concepciones de piratería pueden decirnos mucho acerca de cómo las estructuras de poder definen y dis-
tribuyen bienes y males. Pero se queda corta para la descripción del paisaje de medios digital, dejando afuera
una serie de prácticas que disparan la innovación: “en lugar de pensar en la piratería como una práctica singu-
lar, es necesario empezar a pensar en términos de piraterías, en plural. Dependiendo del contexto, la piratería
puede ser robo o una práctica de negocio legítima; un acto de libertad de expresión o una forma de resisten-
cia política. A veces, es todas estas cosas a la vez” (Lobato, 2012: 70).
Cruzar las perspectivas técnicas (definiciones legales) con las definiciones de la filosofía del derecho y con el
análisis de las prácticas culturales en un determinado momento socio histórico abre una mirada que permite
repensar a la piratería en modos que tienen mayor poder explicativo sobre los medios en estas transiciones
contemporáneas. Como propone Brian Larkin, “... la piratería es una infraestructura técnica, y como todas las
infraestructuras de este tipo influye y moldea a las formas de sociabilidad, las producciones estéticas y la or-
ganización económica que marca la vida urbana. En tanto que es comprensible que cuestiones referidas a la
ley dominen el debate en torno a la piratería, también tenemos que ubicar a la piratería en una historia de las
infraestructuras...Examinar a la piratería como un modo técnico antes que legal nos ayuda a poner en foco la
forma de la piratería más que su contenido. De este modo, podemos ver qué es lo que hace la piratería y el
efecto de sus resultados en las experiencias de temporalidad y subjetividad de las personas, sobre las prácti-
cas de uso de las tecnologías, sobre las nuevas formas de ocio y sociabilidad y en el forjamiento de nuevas
Tenemos entonces una serie de definiciones sobre la piratería que elaboran y actualizan estados o instancias
supranacionales (como la UE), por lo general informadas por los informes sobre piratería formulados desde
las industrias del entretenimiento y la cultura, con un enorme poder de lobby. Susan Sell y Christopher May ex-
plican muy claramente este proceso de incidencia directa, así como Joe Karaganis describe los mecanismos
a través de los cuales las demandas de la industria convertidas en regulaciones son aplicadas siguiendo una
dinámica donde los actores clave circulan por los lugares clave para garantizar el monitoreo y el control sobre
la aplicación efectiva de las leyes (enforcement). A esta dinámica se la conoce como política de la puerta gi-
ratoria (revolving doors), en la que son los mismos personajes los que relevan los estados de situación, formu-
lan proposiciones políticas/regulatorias, inciden para que se conviertan en leyes y luego son los encargados
de aplicarlas*.
Proponemos levantar un poco la mirada y ampliar el foco de análisis sobre la piratería. En este paisaje más
amplio, la piratería también puede ser un modo de acceso y de compartir bienes culturales. Una explicación
posible para este tipo de piratería como acceso es la variable del ingreso: se es pirata porque no se puede pa-
gar. Sin embargo, Karaganis et al (Karaganis, 2010) muestran que si bien el ingreso puede ser un determinante
para la piratería, de ninguna manera es el único ni el más importante. Esto se comprueba tanto en economías
emergentes (de ingresos medios y medios bajos) y también en economías de ingresos medios altos, donde la
práctica de compartir está fuertemente extendida (Karaganis, 2013). La gente copia porque no puede costear,
pero también lo hace porque quiere guardar para sí o compartir con los demás. El acceso, en este caso, no es
solamente un concepto económico sino cultural: el acceso implica satisfacer una necesidad cultural que in-
Kavita Phillip analiza los discursos pirata en el siglo XXI y transfiere la pregunta de Foucault sobre la autoría —
qué es un autor— a una pregunta sobre la piratería — qué es un pirata: “Intento sugerir una comprensión de la
función pirata análoga a la función de autor de Foucault. La figura del pirata parece emerger hacia fines del si-
glo XX como un componente clave en el moldeo de la ley burguesa de comienzos del siglo XXI. En este mo-
mento histórico, una confluencia particular entre la copia digital y sus modos afiliados de creatividad; la crisis
en las legalidades burguesas y la cultura que aparentemente precipitan las revoluciones de lo digital y de las
telecomunicaciones; y la compresión tiempo – espacio de las culturas y economías globales crean las condi-
ciones para el reconocimiento público de las funciones de autor fragmentadas que identificó Foucault. Al
mismo tiempo, las transformaciones tanto progresistas como conservadoras en las legalidades burguesas
buscan excluir la fragmentación caótica del autor en sus componentes de funciones de autor”. Phillip sub-
vierte la definición legal burguesa de piratería y, en su lugar, se pregunta qué es, en esta era, un autor tecnoló-
gico, identificando cómo hoy en día la piratería define a la autoría a partir de la revolución digital, con su man-
tra de rip/mix/burn y la interpelación constante de una juventud conectada y multicultural. La función pirata,
entonces, es un componente clave de la autoría tecnológica y un impulso creativo en los circuitos de produc-
La serie “Breaking bad” fue un suceso global, incluida la Argentina. La historia del profesor de química deve-
nido en capo mafia de la producción y venta de drogas de diseño fue vista, comentada y compartida en cada
una de las redes sociales y también permeó las narrativas sobre drogas de los medios masivos. Walter White
y los personajes de la serie son mencionados con frecuencia en las historias periodísticas sobre tráfico de
drogas y también forman parte del paisaje urbano de la ciudad de Buenos Aires. Pero, vaya sorpresa, Breaking
Bad en la Argentina fue sobre todo un fenómeno de internet. La señal de cable regional AXN (propiedad de
SONY) lo programó en su pantalla a las 3 AM. A medida que la serie se volvía más popular en todo el mundo,
la señal la re programó en el prime time, pero con episodios de temporadas pasadas. Dos años más tarde del
final de la serie (terminó en el 2013), una señal de aire local —América TV— compró los derechos para progra-
mar la serie en español, pero solo la pudo distribuir en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires, dado que
los derechos solo cubrían ese radio, dejando fuera a casi todo el país.
No hay manera posible en este planeta en que un fan o una persona interesada se adapte a este esquema de
tiempos y modos de distribución. Con o sin Netflix —la plataforma programó la serie durante un tiempo— quie-
nes antes se consideraban televidentes hoy tienen ante sí un menú de opciones y una serie de decisiones que
tomar mucho más amplia que lo que solía ser cuando las opciones se limitaban al cable y la reproductora de
DVD en el mejor de los casos. La televisión 2.0 que describen Bury y Li (Bury & Li, 2013), es esparcible. Junto
con los canales formales —señales de aire, de cable, plataformas de streaming— y las diferentes variantes de
canales informales —plataformas pirata, sitios, links que se comparten en las redes sociales— existen millo-
nes de fans que comparten información sobre bienes culturales y cómo conseguirlos. Estos circuitos de dis-
tribución están habitados por actores formales, informales y aquellos que están en una zona borrosa en los
bienes culturales, a veces chocando contra la regulación de la propiedad intelectual y cuando esto sucede se
puede detectar con mucha claridad cómo la regulación está en tensión y negociación constante con prácticas
culturales globalmente extendidas y es en esta tensión que se va moldeando la cultura digital, con lo que se
puede, lo que no se puede y también con los modos de poder aunque no se pueda. En la Argentina, por ejem-
plo, existieron dos casos judiciales muy famosos: Taringa! la comunidad virtual con más de 28 millones de
usuarios registrados que fue acusada de violación a la ley 11.723 (de derechos de propiedad intelectual) por-
que distintos usuarios compartieron links para descargar libros. El caso fue planteado por un conjunto de edi-
toriales, algunas de las cuales llegaron a un acuerdo privado con los dueños de la plataforma y las partes que
no acordaron llevaron el caso a la Corte Suprema de Justicia Nacional. El caso puso en relieve un asunto
clave cuando se discute la piratería digital: la responsabilidad de los intermediarios. ¿Son responsables?
¿Cómo y por qué? ¿Puede una plataforma como Taringa! se acusada de violar derechos de propiedad intelec-
tual por permitir la capacidad técnica de compartir links o contenidos entre usuarios?
El otro caso resonante fue el de Cuevana, una plataforma que agregaba links para poder ver vía streaming o
descarga películas y series de TV. Turner inició una demanda contra este sitio creado por un estudiante de en-
tonces 23 años denunciando la violación de derechos de propiedad intelectual de tres series de TV de produc-
ción propia local. Tanto Cuevana como Taringa! fueron mencionados por los informes de la Special 301 como
una preocupación principal para las corporaciones de medios internacionales. Ninguno de estos casos pro-
dujo cambios en las regulaciones de protección de los derechos de propiedad intelectual, pero sí alimentaron
un debate acerca de cómo la gente conectada comparte contenidos y cómo las corporaciones de medios ex-
El sitio Torrent Freak reporta hace más de 10 años noticias vinculadas a las denuncias por violación de copy-
right en el entorno digital y temas vinculados a la cultura del compartir archivos entre usuarios (P2P) y la pro-
tección de la privacidad. Además de ser un acervo interesantísimo sobre cómo se fueron construyendo las
ideas de piratería digital, el sitio también publica ranking semanales, mensuales y anuales sobre los progra-
mas de TV y las películas más “pirateadas”. No resulta sorprendente el hecho de que las producciones de cine
y TV más pirateadas son, también, las de más taquilla en el cine o las más vistas en la TV. Este dato, sin du-
das, alerta a los productores y a su argumento sobre la necesidad de regular internet porque la gente no está
pagando por productos que sí están disponibles para la compra (ya sea comprando un boleto de cine o pa-
gando una señal de cable). No obstante, es necesario señalar que en muchos casos, la así llamada piratería
Los circuitos de distribución pirata o en las sombras no son nuevos en la Argentina (y me animo a decir que
no son nuevos en ningún país del mundo). En un escenario regulado por el modelo propio del siglo XX y antes
de la expansión de internet, existieron canales de distribución para otros cines que los que ofrecía la cartelera
comercial: cine clubs, festivales, fans de cines de Europa, India, China o Japón que encontraban la manera de
compartir su amor por esas películas con gente afín. Esto sucedía no solo porque el mercado estaba dividido
entre las producciones de Hollywood y las nacionales, sino porque la distribución “pirata” era la única manera
de sortear la censura, una práctica muy corriente en la historia de la regulación de medios en la Argentina,
Tal como sucedió en otras industrias culturales como la editorial o la discográfica, la piratería ha sido una
fuerza muy importante contra la censura y la regulación de la distribución de contenido basada en estándares
Pero más allá de esta función pirata como forma de garantizar la libre expresión y la difusión de ideas y bie-
nes prohibidos por cuestiones políticas, morales o religiosas, me interesa particularmente que nos acerque-
mos a la piratería como un fenómeno complejo que opera en el entorno digital y que es objeto de una serie de
definiciones de lo más variadas, que van desde la caracterización de delito global a la descripción de la pirate-
ría como la forma más eficiente de distribuir películas, series, libros y música con alcance global, conjugando
de modo virtuoso a las distintas permisibilidades de los nuevos medios y actualizada a las formas que asume
la cultura participativa.
En las intersecciones entre lo formal y lo no formal existe esta zona borrosa, lo que Lobato llama una zona
gris, una economía en las sombras (Lobato, 2012) donde se expande la cultura participativa. Si en el modelo
de distribución cultural centralizado del siglo XX los bienes se distribuían por canales muy claros y definidos,
hoy estos bienes se han convertido en contenidos en un flujo constante que, en ese fluir siempre caótico y
con caminos inesperados, se transforman, se comparten, se recomiendan, se discuten, se vinculan con otros
contenidos. Este fluir, en muchos casos, también es calificado como piratería. No obstante, a través de distin-
tas plataformas, medios y aplicaciones se forma un modelo de distribución más abierto y en cambio cons-
tante que se alimenta y funciona “desde abajo” (con las prácticas de quienes estamos conectados y comparti-
En la ecología de medios convergente que habitamos (Ref: La metáfora de la ecología, tal como la define la an-
tropóloga Mimi Ito, enfatiza las características de un sistema socio técnico, cultural y localizado en el cual los
componentes no son separables o desacoplables y en el que las prácticas cotidianas —en su estudio Ito analiza
las prácticas de adolescentes en EE.UU.—, las infraestructuras de espacio y las tecnologías están interrelaciona-
das de forma dinámica.), el modelo de distribución desde abajo se expande enormemente, con cada uno de
nosotros que comparte o recomienda algo asumiendo una posición de distribución. Esta es una de las razo-
nes por las cuales los lobbies de las industrias, los parches tecnológicos (es decir, detectores de cantidad, lu-
gar o tiempo que inhabilitan a los dispositivos conectados para acceder a ciertos contenidos, un tema que in-
vestiga T. Gillespie, 2007) y los debates acerca de la extensión de los plazos de los derechos de propiedad in-
telectual son completamente incapaces de prevenir, frenar o reconvertir lo que llaman piratería. Hacerlo su-
pone ir contra prácticas globalmente extendidas: si existe la posibilidad de compartir un link a cualquier con-
tenido, hay una función de distribución que sucede o sucederá. Una vez más, este compartir como la clave de
la cultura participativa puede suponer un rango de cosas que indican distintos grados del vínculo: desde ex-
presar que algo nos gusta o compartirlo con amigos a través de redes sociales hasta subir o descargar conte-
nidos o participar en cadenas de traducción y subtitulado de series de TV o películas (Ref: El fansubbing (fan-
dom + subtitulado) es un fenómeno muy interesante de cultura participativa. Con una distribución remota, los
funsubbers se organizan para traducir, subtitular y compartir el subtitulado completo de películas o capítulos de
series de TV, integrando una red de traductores amateur que es muy eficaz. Para explorar este fenómeno, véase
Díaz Cintas y Muñoz Sánchez (2006), Fansubs: Audiovisual Translation in an Amateur Environment, en The Jour-
que define —o por lo menos eso intenta— quién puede ver / leer / escuchar qué cosas, cuándo, cómo y dónde
puede hacerlo. Si bien las industrias de medios y entretenimiento han tenido y tienen un poder arrollador que
les permite controlar cómo circulan sus productos, el esquema de protección de la propiedad intelectual que
ha acompañado con eficiencia a las industrias durante el siglo XX prueba ser completamente ineficiente
cuando se extiende al entorno digital, donde el contenido, digámoslo una vez más, está separado de su forma
La coexistencia de este esquema rígido que nos vuelve a casi todos piratas tiene su leak: los contenidos, en
su fluir por el entorno digital, escapan a los controles, se salen de los caminos formales, se reproducen una y
otra vez.
Los invito a ver este capítulo del programa de TV “Hemisferio Sur. Una región conectada”, producido desde la
FLACSO Argentina, donde se exploran algunos de los problemas que venimos mencionando:
La investigadora sobre nuevos medios Abigail De Kosnik afirma que el futuro de la TV es la piratería. Tal vez
haciendo referencia a un debate de comienzos de siglo en el que se discutía si internet se convertiría en algo
mas de internet como los buscadores. Tomamos esta idea provocadora de De Kosnik para preguntarnos qué
Internet, sin dudas, ha expandido los límites de lo que podemos ver/leer/escuchar. Si bien el poder de defini-
ción de agenda de los medios corporativos es, sin lugar a dudas, enorme, muchos de nosotros no depende-
mos más de ellos para acceder a lo que queremos ver / leer/ escuchar. Vuelvo al ejemplo de Breaking Bad:
una producción corporativa, de gran calidad narrativa y estética (me asumo fan) que un público específico en
la Argentina lo convierte en un fenómeno del que muchos hablan, aun cuando no es programado como un pro-
Del mismo modo, si la industria cinematográfica no contempla la distribución de películas que no sean Holly-
wood y unas pocas europeas, asiáticas y en menor medida latinoamericanas; internet provee una ventana a
un menú mucho más amplio. En este, como en muchos otros casos, la piratería cubre una falla de mercado y
La piratería digital promueve transformaciones en el paisaje de medios, aun cuando las tendencias regulato-
rias parecen empujar en la dirección contraria. Aquí propongo algunas hipótesis sobre los impactos de la pira-
Permite acceder a contenidos de distintos países, por lo general curados por redes participativas
altamente informadas.
Es una de las pocas prácticas de internet que sigue estando basada en el compartir entre usuarios,
central.
Para cerrar tomamos la propuesta de Larkin: la piratería es mucho más que un asunto legal. Como una estruc-
tura socio técnica, refleja cómo compartimos y participamos con y a través de la cultura en la era digital. Y
nos ubica a nosotros, -usuarios, produsers, prosumers- en un rol mucho más activo que vale la pena explorar.
Bibliografía citada
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