Manual de Concurso Graziabile
Manual de Concurso Graziabile
Manual de Concurso Graziabile
Manual de Concursos
DARÍO J. GRAZIABILE
AUTOR
© Graziabile, Darío J.
© de esta edición, AbeledoPerrot S.A., 2016
Tucumán 1471 (C1050AAC) Buenos Aires
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
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ISBN 978-950-20-2717-3
SAP 41920782
Argentina
Graziabile, Darío J.
Manual de concursos / Darío J. Graziabile. - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires: Abeledo Perrot, 2016.
992 p.; 24x17 cm.
ISBN 978-950-20-2717-3
1. Concursos. 2. Quiebra. I. Título.
CDD 346.078
PRIMERA PARTE - INSTITUCIONES GENERALES
CAPÍTULO I - FUNDAMENTOS DE DERECHO CONCURSAL
I. Patrimonio y crédito
Para concebir los fundamentos del derecho concursal es necesario partir del estudio
del patrimonio y del crédito como parte de aquél. Más actualmente se ha incorporado
la noción de empresa como pilar que da fundamentación al derecho de la insolvencia.
1. Nociones de patrimonio
El contenido de ese patrimonio tiene dos caras: el haber, comprendido por los
bienes y créditos (lo que conforma el activo), y el debe, que serían las deudas (lo que
compone el pasivo), cuya diferencia arrojaría un saldo, entendido en lenguaje contable
como patrimonio neto. Las deudas se conciben como posesiones negativas del
sujeto, incidencias que restan del activo, permitiendo concluir en el saldo, que es la
verdadera valuación del patrimonio (bona non intelligentur nisi deducto aero alieno: el
patrimonio se entiende deducidas las deudas). Desde el punto de vista del empresario,
el patrimonio compone su hacienda, entendida como el conjunto de bienes
organizados por el empresario para la explotación de la empresa, su actividad
profesional (ASCARELLI).
Como ya insinuamos, la tutela del crédito es el objeto del derecho concursal. Los
distintos períodos de la historia económica pueden ser subdivididos en edad del
cambio, edad de la moneda y edad del crédito (SIMONETTO).
Cuando los fines puestos al crearse el crédito no se cumplen, para que el acreedor
pueda ver satisfecho su interés frente al incumplimiento de su deudor, el ordenamiento
jurídico debe proveerlo de elementos procesales que permitan hacerlo efectivo
tutelando así dicho crédito. Éstas son las facultades y acciones que tiene el acreedor
frente a su deudor. El accipiens tiene a su alcance, en el orden procesal, la posibilidad
de requerir medidas precautorias que recaen sobre el patrimonio de su deudor para
asegurar el derecho insatisfecho (embargo preventivo, inhibición general de bienes,
etc. —arts. 195 y ss., CPCCN—); asimismo, tiene a su alcance acciones que
posibilitarán a través de la coacción el cumplimiento de la obligación por el deudor en
especie (pago —art. 730, inc. a], CCyCN—) o por equivalente (pago del valor de la
prestación), el cumplimiento por un tercero (pago por tercero —art. 730, inc. b],
CCyCN—), resolución contractual (restitución de la prestación cumplida por el
acreedor — arts. 1079/1081, CCyCN—) y la acción por resarcimiento de los daños
producidos por el incumplimiento (art. 730, inc. c], CCyCN). Asimismo, les
corresponden a los acreedores las acciones de integración del patrimonio del deudor,
que son aquellas tendientes a restablecer la composición del patrimonio disminuido
por acción u omisión del deudor (acción revocatoria —arts. 338 y 340, CCyCN
—, subrogatoria —art. 739, CCyCN—, de simulación —art. 335 y 336, CCyCN— y de
separación de patrimonios —arts. 2310 y 2312, CCyCN—).
Sea cual fuere la órbita en que tenga origen el deber de responder, el titular del
derecho subjetivo lesionado tendrá la facultad de exigir la protección jurisdiccional y
actuar en consecuencia. El ejercicio de las acciones referidas tiene su culminación,
ante el fracaso del cumplimiento voluntario, en los actos de ejecución forzada que el
ordenamiento jurídico legisla. Ello podrá ser ejercido en forma individual o colectiva,
así, con el producido de dicha enajenación, se hará efectiva la prenda común aludida y
se pagarán las deudas. En la ejecución individual, por acción de uno o varios (incluso
podrían ser todos) acreedores se involucrarán uno o alguno (o incluso todos) de los
bienes del deudor, y en la colectiva quedarán implicados naturalmente todos los
acreedores y todos los bienes.
3. La empresa
1. Concepto y caracteres
Entendida la idea del patrimonio sin mayores esfuerzos, podemos incluir al derecho
concursal dentro del derecho patrimonial y, dentro de él, aquel destinado a resolver las
crisis de insolvencia patrimonial.
No podemos concebir a esta rama como incluida dentro del derecho procesal,
porque el derecho concursal no es sólo eso, sino que es un mix de proceso y derecho
sustancial. No lograremos tampoco subsumirlo dentro del derecho comercial, pues la
legislación concursal ha unificado su actuación y comprende tanto la esfera civil como
la comercial. Tampoco se podría encuadrar al derecho concursal dentro del derecho
público, pues en la legislación argentina su actuar dentro de la crisis de la insolvencia
se produce siempre a instancia privada. Aun así, no puede desconocerse que el
sistema normativo es de orden público con una necesaria intervención jurisdiccional,
pero indudablemente todo ello es a los fines de resolver una cuestión estrictamente
privada patrimonial, en la cual el interés del Estado se centra especialmente en la
tutela del crédito y sus consecuentes, los que forman los principios del derecho
concursal.
Podemos decir también desde el punto de vista legislativo que la ley concursal
es excepcional porque solamente es aplicable al caso de insolvencia patrimonial. Es
imperativa, pues sus reglas no pueden ser dejadas sin efecto y prevalece sobre los
acuerdos privados; es sustancial y procesal, porque regula derechos de fondo y legisla
el procedimiento para llevarlos a cabo (ROUILLON).
No debemos confundir los principios del proceso concursal con los principios del
derecho concursal. Entendemos por estos últimos a aquellas ideas fuerza que dirigen
la legislación concursal, como instituto autónomo regulador de derecho.
Así, podemos determinar que estas directrices del derecho concursal son la
escasez, la empresa como bien valioso y el sometimiento a la realidad económica.
Entendemos a la escasez como la impotencia patrimonial que genera la cesación de
pagos, la insuficiencia de los bienes para hacer frente a las deudas, la insolvencia. Es
decir que ante la crisis del patrimonio, escaso para desinteresar a los acreedores,
debe someterse dicho patrimonio a las soluciones concursales que permiten distribuir
el esfuerzo entre los acreedores para así distribuir pérdidas entre ellos dentro de
la litis concursal.
1. La crisis de la empresa
Seguramente que encontramos colisión entre los principios que reglan la crisis
empresaria y la solución de la insolvencia, respecto de otros intereses protegidos en
ella. Se enfrentan el interés del acreedor, entendido individualmente, con el interés de
la colectividad social en el mantenimiento de la empresa en marcha. Allí fue cuando se
advirtió que la solución originaria de la insolvencia, la falencia o concurso liquidativo, la
quiebra, se manifestaba insuficiente a los fines para los cuales había sido creada,
entendiéndose que la importancia económica de la empresa en cuestión era
directamente proporcional a los intereses multisubjetivos afectados en caso de que
ésta desapareciese. Así, la suerte de las actividades empresariales pasó a ser la
principal preocupación de la legislación concursal, reconociéndose que la insolvencia
no era sólo un problema entre deudor y acreedores, sino que tenía afecciones
multisubjetivas.
BIBLIOGRAFÍA
Desde la antigüedad, aun antes del nacimiento del derecho romano, se registran
prescripciones en las legislaciones de los Imperios de las orillas del Tigris y Éufrates
para impedir que los comerciantes sean burlados o burlasen en su trato, disposiciones
que eran aplicadas para todo tipo de deudores, sean comerciantes o no.
1. Derecho romano
El derecho romano, por lo general, no es fuente del derecho comercial, pues éste
nace a través de la comercialización de la Edad Media; sin embargo, para conocer el
origen del derecho concursal, es menester retrotraernos hasta las antigüedades
romanas, porque es allí, juntamente con el desarrollo del derecho obligacional, donde
encontramos los orígenes de aquél.
2. Derecho intermedio
El desarrollo del derecho patrimonial en las comunas italianas del norte se debió
al incremento comercial y se crearon los estatutos, verdaderos códigos profesionales
que regían cada una de las corporaciones creadas en las distintas comarcas. Sin
perjuicio de los adelantos en materia de derecho comercial en los orígenes en los
Estatutos de Venecia, Bolonia, Florencia y otras ciudades itálicas de donde surgieron
las instituciones falimentarias más innovadoras, se sometía al procedimiento concursal
a cualquier deudor en insolvencia aunque no fuera comerciante. Era una muestra de
unificación subjetiva del derecho de la insolvencia.
4. Derecho francés
5. Derecho italiano
Corresponde al derecho italiano la creación en el Medioevo de la mayoría de las
doctrinas que constituyeron la piedra basal del derecho concursal moderno.
Durante varios años se siguió rigiendo la falencia italiana a través de los estatutos,
luego modificados por los usos y costumbres. Incluso antes de la unificación de la
península, en algunas ciudades se utilizó el Código Albertino de 1842, en otras el
Código de Comercio francés o la ley francesa de 1838 y en otras se adoptó el
procedimiento concursal de Austria, hasta que en 1865 se sanciona el Código de
Comercio para toda Italia, basado en el Albertino, que seguía los mismos principios
que el francés.
6. Derecho español
De la Real Cédula de Erección del Consulado de Buenos Aires dictada por Carlos
IV en 1794, en Aranjuez, nace nuestro derecho patrio. Dicha norma básica hacía
aplicable un orden de jerarquía de las leyes: Real Cédula, Ordenanzas de Bilbao —
donde estaba la regulación de la quiebra—, leyes de Indias y fueros de Castilla.
Concomitantemente con ello, tres provincias adoptaron elCódigo de Comercioespañol
de 1829 (Mendoza, Corrientes y San Juan).
Esta legislación buscó atenuar un poco los efectos respecto del deudor quebrado,
pero el objetivo no fue logrado. Los aciertos de este Código los encontramos en el
perfeccionamiento del mix entre normas de forma y de fondo, la breve verificación de
créditos; se mejoró el sistema de liquidación y distribución y se legisló sobre los
efectos de los actos en el período de sospecha. El gran fracaso fue la regulación de
las moratorias, que era otorgada al deudor que probaba que la insolvencia provenía de
accidentes extraordinarios, imprevistos y fuerza mayor, y además justificaba que podía
pagar luego de una cierta espera. El problema era que la moratoria era aprobada por
una verdadera minoría (el rechazo se hacía por el voto negativo de dos tercios de los
acreedores y las tres cuartas partes del capital) y las homologaciones fueron muy
generosas.
La reforma fue apurada por la crisis del año 1890 que tuvo consecuencias
desastrosas para el comercio en general, lo que llevó luego de varios proyectos a
sancionar en 1902 la ley 4156. Nace para la legislación argentina el concordato
preventivo, tomado de la ley belga de 1887 y del proyecto italiano de BOLAFFIO. Un
dato curioso de esta ley es que tomó como fuente, en relación al voluntarismo o
privatismo, a la ley inglesa de 1869, la cual, al momento de sancionarse la ley
4156, por pésima y con los peores resultados, ya había sido derogada por
la Bankruptcy Act de 1883.
Sobre la base de un proyecto del por ese entonces senador Dr. Ramón
S. CASTILLO (profesor, ex magistrado y posteriormente presidente), en 1933 se
sanciona la Ley de Quiebras 11.719, sobre la base de las legislaciones italiana y
francesa.
La ley, de relativo éxito, ya debía ser reformada, por lo que se creó una comisión
del Ministerio de Justicia que en 1997 presentó un proyecto al Senado que no llegó a
concretarse en ley.
La ley permitía la total licuación de los pasivos e impedía que se lograra alguna
tenue protección del crédito; por ello, y presiones mediante, en mayo del mismo año el
legislador concursal revierte la situación y sanciona la ley 25.589. La nueva ley deroga
algunas disposiciones de la reforma anterior, modifica otras e introduce
nuevos institutos para nuestro derecho concursal.
La ley 24.522 ha sufrido las modificaciones de las leyes 25.563 y 25.589 —año
2002—, provocando los infaltables inconvenientes que provoca la política legislativa
seguida en el país, costumbre ya, de pretender modificar la realidad con las leyes; y
es inconcebible que las modificaciones no obedezcan al acierto o error de una
decisión legislativa, tomada a través de un proceso de consulta y elaboración, sino que
resultan de la iniciativa de intereses particulares que han influido, lobby mediante, en
el iter reformatorio local.
La ley sufrió, en el año 2006, una nueva reforma, la de la ley 26.086, que,
principalmente, modificó cuestiones relativas a créditos y relaciones laborales y
destruyó el fuero de atracción concursal. Tuvo una impronta que buscaba proteger a
los trabajadores por un lado y una consecuencia práctica por el otro, que fue
descongestionar los juzgados comerciales de la ciudad de Buenos Aires.
1. Francia
2. Italia
3. España
Hasta la reforma del año 2003, el sistema concursal español estaba constituido por
el Código de Comercio de 1885, la Ley de Suspensión de Pagos de 1922 y la Ley de
Enjuiciamiento Civil para los comerciantes, y el Código Civil regulaba el concurso civil
para los no comerciantes.
La ley de 2003, luego de pasar por dos importantes proyectos, como fue el de 1983
llamado Anteproyecto de Legislación Concursal Español y el de 1994 conocido como
Proyecto Español de Ley Concursal, logra la reforma tan ansiada por la doctrina
española. Esta ley 22/2003 se funda principalmente en el principio de unidad legal,
disciplinario y de sistema, adopta el mismo procedimiento para el comerciante y para
el no comerciante y unifica el proceso preventivo (convenio) con el liquidativo.
4. Alemania
Desde el siglo XIX la quiebra venía legislada en Alemania por la misma ley de
1877, con las reformas de 1898 y de 1957, la Konkursordnung, incorporándose
la Vergleichsordnung o concurso preventivo recién en 1935.
5. Inglaterra
La normativa de quiebras del sistema del Common Law, a diferencia del resto del
derecho, tiene el mismo origen que el derecho continental, esto es, los estatutos
italianos del Medioevo, aunque debe reconocerse que viró su enfoque debido a las
diferencias socio-económicas que la separan del actual sistema continental.
6. Estados Unidos
El Bankruptcy Code rige en los Estados Unidos de Norteamérica desde 1978 con la
importante reforma de 1994 y la más trascendental de 2005, como ley federal que
legisla la insolvencia en cuatro procedimientos: el liquidativo, el especial para personas
públicas municipales, el reorganizativo o preventivo y finalmente el destinado a
personas físicas no comerciantes, todo ante un fuero especial concursal.
BIBLIOGRAFÍA
ALEGRIA, Héctor, "Perfiles actuales del derecho concursal", LL, Suplemento Especial 70
Aniversario, noviembre de 2005. GÓMEZ LEO, Osvaldo R., "Introducción al estudio del derecho
concursal (antecedentes históricos y derecho comparado)", RDCO 24-
141. JAUREGUIBERRY, Luis M., Antecedentes históricos de la quiebra, Castellvi, Santa Fe,
1961. MAFFÍA, Osvaldo J. - MAFFÍA, María Ofelia B. de, Legislación concursal. Introducción
histórico-crítica, Zavalía, Buenos Aires, 1979. DASSO, Ariel A., Derecho Concursal comparado,
Legis, Buenos Aires, 2009.
CAPÍTULO III - PRESUPUESTOS DE LOS PROCESOS CONCURSALES
1. Distintas teorías
Las propias leyes concursales han dejado de lado el estado de cesación de pagos
como presupuesto de la apertura de los procedimientos que regulan para fijar como
presupuesto objetivo los hechos reveladores de aquel estado o la simple confesión del
deudor de encontrarse sometido a tal estado económico. La apertura del proceso
concursal se hace a través de la presunción que tiene el juez de que el deudor se
encuentra inmerso en el estado definido por BONELLI, a través de su confesión o de la
prueba de alguno de los hechos de quiebra descriptos legislativamente en forma
enunciativa. En definitiva, es después de abierto el proceso concursal cuando puede
ser realmente conocida por el juez la existencia o no del estado de cesación de
pagos incurso en el patrimonio del deudor ya declarado concursado. Así, pareciera que
la legislación concursal se encuentra inmersa en la teoría materialista para determinar
el presupuesto objetivo de los concursos, dejando de lado la posición bonelliana, y
convirtiendo al incumplimiento en el principal de los hechos reveladores o en el
presupuesto sustancial objetivo por excelencia.
2. Evolución legislativa
Dijimos que el estado de cesación de pagos es aquel estado patrimonial que, sin
disponibilidad de crédito, se revela impotente para atender las obligaciones exigibles
con los bienes normalmente realizables en oportunidad de dicha exigibilidad. El estado
de cesación de pagos como estado económico patrimonial necesita de ciertos
caracteres propios para configurarse.
Debe dejarse bien en claro aquí que no importa la causa por la cual se configura el
estado de cesación de pagos, por lo que de ninguna forma el deudor podrá evitar la
apertura del concurso excusándose o justificándose por el estado en que se
encuentra inmerso su patrimonio; por ello es que se trata de un presupuesto
objetivo, exento de todo carácter de subjetividad.
Sin embargo, respecto de esto último, atento a que la exteriorización del estado
de insolvencia, cualquiera sea su causa, se hace a través de hechos reveladores, es
muy difícil, casi imposible, para el juez conocer dicha diferencia.
5. Hechos reveladores
El estado de cesación de pagos tiene diferentes funciones o disfunciones que hasta
llegan a variar su significado dentro de las legislaciones concursales, y ello se debe a
sus diferentes formas de exteriorización, no siempre comprobables sino que a veces
sólo alegables. No debemos confundir aquí la acreditación de los hechos reveladores
con la del estado de insolvencia; los hechos reveladores son comprobables, pero ellos
son sólo indiciarios para conocer el estado de cesación de pagos.
Los hechos reveladores son manifestaciones del estado de cesación de pagos que
se caracterizan por ser exteriores y objetivamente comprobables, por lo que no
corresponde inmiscuirse en situaciones internas de la empresa para lograr
conocer, aunque más no sea indiciariamente, el estado de insolvencia (PROVINCIALI).
Entre aquellos hechos acreditables tenemos los hechos reveladores que se exigen
para decretar la quiebra del deudor a pedido del acreedor, que la legislación enumera
en forma enunciativa.
Los hechos reveladores del estado de cesación de pagos, enumerados por el art.
79, LCQ, son:
La ley 24.522, si bien requiere la existencia del estado de cesación de pagos para
la apertura del concurso preventivo y la quiebra, siempre teniendo en cuenta las
críticas realizadas a la tesis bonelliana al respecto, en otros casos no exige dicho
presupuesto, como en el caso de concurso en grupo o conjunto, donde es suficiente
dicho estado en uno de los integrantes del grupo; en el concurso del garante donde el
presupuesto es la existencia de concurso de deudor garantizado; y en el acuerdo
preventivo extrajudicial donde puede realizarse estando el deudor en cesación de
pagos o en dificultades económicas o financieras de carácter general; tampoco se
requiere dicho presupuesto para extender la quiebra, ni para abrir un concurso en el
país consecuencia de uno abierto en el extranjero.
b) Legislaciones que prescriben dos sistemas concursales, uno para las personas
comerciales y otro para las civiles: actualmente sólo quedan muy pocos países con este
sistema, continuando todavía con esta política las leyes de los países escandinavos.
Éstos son los concursables, como los llama MAFFÍA, adelantando que todo sujeto
concursable preventivamente es susceptible de ser quebrado, pero no a la inversa.
2. Personas humanas
3. Personas jurídicas
La ley se refiere a las personas de existencia ideal de carácter privado, por lo que
entran en juego todas las personas jurídicas que encuadren en el art. 141, CCyCN, es
decir, aquellos entes que no sean personas humanas, pero igualmente capaces de
adquirir derechos y contraer obligaciones (art. 148, CCyCN). Siempre entendemos
este concepto en sentido amplio, continuando concordantemente con la filosofía legal
respecto del presupuesto subjetivo. La ley incorpora en el art. 5º como sujetos
concursables a aquellos entes en liquidación, atento continuar con su personalidad
jurídica conforme el art. 101de la ley 19.550,aunque tan sólo sea en forma limitada a la
conclusión de las relaciones jurídicas pendientes (NISSEN).
Las sociedades en formación, es decir, aquellas que tienen un tipo legal y están
completando su etapa constitutiva, teniendo personalidad jurídica, pueden
concursarse.
En cuanto a la simple asociación, la confusa redacción del art. 46, CCiv. no nos
dejaba arrojar una solución sencilla, cuestión que ha dejado de presentarse con
el Código Civil y Comercial que las considera personas jurídicas privadas.
También la ley incluye no sólo a todos los entes ideales privados, sino que con la
modificación introducida en 1995 también a entes sociales con injerencia del Estado
nacional, provincial o municipal, como las sociedades con participación estatal,
sociedades de economía mixta, sociedades del Estado, sociedades anónimas con
participación estatal mayoritaria y cualquier otra sociedad en que el Estado sea socio.
Por el contrario, no son sujetos concursables las personas jurídicas públicas, como el
Estado nacional, provincial, municipal, entidades autárquicas, los Estados extranjeros
y la Iglesia Católica (art. 146, CCyCN).
Podría decirse aquí que el art. 2º, inc. 1º, LCQ, regula un caso de concursamiento
especial donde el sujeto pasivo es la persona humana que ha dejado
de existir, aunque habiendo dejado de existir no podríamos afirmarlo jurídicamente tan
así, conforme el art. 93, CCyCN que dispone que la muerte produce el fin de
la existencia de la persona. Y concretamente no es en realidad el patrimonio del
fallecido lo que se concursa, sino el patrimonio que constituye la herencia, en tanto se
mantenga la separación de patrimonios que la ley subraya (arts. 2317 y 2321,
CCyCN), pues el patrimonio es un atributo de la personalidad y, habiendo cesado ésta,
no puede hablarse de su patrimonio. Éste es un caso en que no se concursa un sujeto,
ya que éste no existe como persona; lo que se concursa es la universalidad de bienes
que formaban su patrimonio. El art. 2360, CCyCN, es concordante con el
concursamiento previsto en la norma.
En el inc. 2º del art. 2º, LCQ, se incluye el supuesto de deudores que tienen
domicilio fuera del país pero con bienes locales.
6. Sujetos excluidos
Sin perjuicio de ello, la ley en vigencia excluye del marco concursal a las entidades
aseguradoras regidas por la ley 20.091 (incluso ART excluidas por ley 24.557);
concordantemente, el art. 51de la ley 20.091excluye la posibilidad de peticionar su
concurso preventivo o declararlas en quiebra.
8. Casos especiales
Tampoco son concursables los contratos asociativos (arts. 1442 y ss., CCyCN),
como los negocios en participación, agrupaciones de colaboración, uniones
transitorias, consorcios de participación y otros, por tratarse de contratos de
colaboración empresaria y no constituir sociedades, ni ser sujetos de derecho,
por expresa disposición del art. 1442, segundo párrafo, CCyCN.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
CSJN, "Carnes Pampeanas", 12/8/1997, Fallos 320:1683; C. Nac. Com., sala A, LL 136-
1221; Juzg. 1ª Inst. Civ. Com. n. 5, Bahía Blanca, ED 30/10/2033; C. Nac. Com., sala A,
18/8/1988; C. Nac. Com., sala D, 11/9/1986; C. Nac. Com., sala D, JA 1986-11-149; C. Civ.,
Com. y Cont. Adm. San Francisco, LLC 1997-911; C. Civ., Com., Fam. y Trab. Marcos Juárez,
LLC 1999-1420; C. Nac. Com., sala D, JA 2000-IV-l 15; Juzg. Civ. y Com. 13 Nom. Córdoba, 23/10/2002, "Banco Suquía"; Juzg. Civ. y Com.
a
9 Nom. Rosario, 1/11/2002, "Banco Bisel"; CSJN, "OSDIC", 8/5/2007; C. Nac. Com., sala C, LL 2003-C-789, sala
a
B, LL 2003-E-593, sala A, LL 2006-D-370; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala 1ª, LL 1989-A-235.
Los procesos concursales son una mezcla de proceso privado y público, acentuado
el carácter privado en el concurso preventivo y el público en la quiebra. Son procesos
complejos donde existen pluripretensiones, pluriintereses y relaciones procesales
plurisubjetivas.
El fin primordial del concurso como proceso es colocar a los acreedores en una
situación de aislamiento del patrimonio, para que así no sea descompuesto en sus
bienes individuales y se conserve su calidad de garantía genérica de los acreedores
(GARAGUSO). Se busca la recomposición del patrimonio del deudor in malis a través del
acuerdo preventivo con los acreedores —concurso preventivo o acuerdo
preventivo extrajudicial— o la liquidación del patrimonio afectado por la insolvencia
para repartir el producido entre los acreedores —quiebra—. Puede decirse que, en
principio, se trata un proceso en beneficio de los acreedores.
Los procesos concursales son recursos técnicos construidos por el legislador para
la solución de una litis de alta complejidad, la litis concursal (GARAGUSO), y, en sus
estructuras, se diversifican en diversas exteriorizaciones a raíz de la variedad de
pretensiones y peticiones que contienen, desplegando así sus contenidos litigiosos.
Para nosotros, la quiebra resulta ser una ejecución y, como tal, colectiva, partiendo
primordialmente de la base de que tanto el proceso concursal como la
ejecución individual son una forma de hacer efectiva la prenda común de los
acreedores, que es el patrimonio del deudor.
Y tiene una cualidad procesal, pues importa los sujetos involucrados en el proceso
falencial, lo que no niega que también tenga una nota sustancial que hace que la
sentencia límite la actuación a los acreedores anteriores a ella y que existan entre ellos
no sólo la par condicio creditorum sino privilegios que los distinguen.
1. Publicismo o privatismo
Puede decirse que la ley actual —con la reforma de la 25.589— ha balanceado los
efectos y nos ha dejado un concurso público-privatista.
Por ello, el carácter iusprivatista o iuspublicista del concurso se produce más por
una razón de política legislativa que por un criterio caracterizante de su esencia
(BARACAT).
El proceso concursal es único, lo que lo lleva a desarrollarse como una unidad, más
allá de las diferentes formas que tenga.
Como vemos claramente, este carácter surge de la propia normativa, pues etapas
cumplidas en el concurso preventivo fracasado tienen eficacia en la quiebra indirecta
(verificación de créditos —art. 202, LCQ— y privilegios —art. 239, LCQ—, entre otros).
Por lógica se rechaza la posibilidad de procesos simultáneos con el mismo objeto y fin,
primando el principio non bis in idem (RAMÍREZ). En Francia se conoció con la regla
tradicional defaillite surfaillite ne vaut, es decir, literalmente, "quiebra sobre quiebra no
vale" (RIPERT).
Este carácter del proceso concursal no se ve afectado en casos en que
pueden existir dos concursos simultáneos o sucesivos. En el primer caso encontramos
a los créditos posteriores a una quiebra declarada, los cuales pueden provocar otra,
que afectará los bienes adquiridos luego del cese de la inhabilitación del fallido; aquí la
nueva quiebra afecta a acreedores y bienes diferentes de los de la primera. En el
segundo supuesto encuadramos a la quiebra convertida en concurso preventivo,
donde no se rompe la unidad procesal, porque al abrirse la solución preventiva a
la insolvencia se deja sin efecto la sentencia de apertura falencial. Igualmente, como
bien apunta CÁMARA, existe otra excepción, que es la quiebra extranacional; en ella se
divide el patrimonio según el lugar de pago de las obligaciones y el lugar donde se
encuentren los bienes.
3. Concurrencia de acreedores
Convertirse en concurrentes es la única forma que les resta para hacer valer sus
derechos. Algunos entienden que, no habiendo el acreedor concurrido al concurso, y
concluido éste y vuelto el deudor in bonis, el acreedor concursal no concurrente
conserva sus derechos anteriores al concurso intactos, salvo prescripción, para ejercer
su acción individual plena (KLEIDERMACHER).
4. Celeridad y economía
La verdad es que varias normas concursales llevan a la celeridad del trámite, ya sea
por imposición a los sujetos que intervienen en el proceso a través de la perentoriedad
de los plazos (art. 273, inc. 1º, LCQ, u otorgando facultades a los órganos concursales
para que procuren la celeridad concursal, a través del impulso de la causa por parte del
juez (proemio del art. 274, LCQ) o efectuando las peticiones necesarias por parte del
síndico para la rápida tramitación de la causa (art. 275, LCQ).
1. Universalidad
Como ya dijimos, el patrimonio del deudor, como prenda común de los acreedores,
queda involucrado in totum en el proceso concursal. La universalidad, como aspecto
activo del concurso, implica que en él quedan involucrados todos los bienes del
deudor in malis.
2. Concursalidad
TONÓN, quien entendía que el proceso concursal está instituido para que los
acreedores soporten las pérdidas que provoca la insolvencia de su deudor, como un
medio para distribuir pérdidas, ha afirmado que dicha distribución de pérdidas debe
hacerse a través de un trato igualitario, el llamado "principio de comunidad de
pérdidas". La par condicio es un principio que actúa en protección del interés general,
que indirectamente recae sobre el interés individual de los acreedores, como medio de
preservación ética en los procesos concursales. Y en la práctica eso se ve plasmado en
la relación entre el concursado y sus acreedores, imposibilitándose que aquél otorgue
ventajas a alguno de estos y que en las relaciones entre acreedores prohibiéndose uno
o algunos se vean perjudicados por otro u otros. En los sistemas netamente publicistas,
se entiende que la igualdad entre los acreedores descansa en la imposición por el
Estado, como definidor y amparador del interés público, de la justicia distributiva, pues
la par condicio puede ser contraria a los intereses particulares de los acreedores.
Por nuestra parte, no creemos que la diferencia sea tan sustancial, y si así lo fuera,
el concurso nacional no sería oficioso, porque si su principal característica es
la iniciación a instancia pública, aquí no está prevista.
Los rasgos generales del concurso preventivo son que en él, el deudor procura
llegar a un acuerdo con la mayoría de sus acreedores homologable judicialmente,
mantiene la administración de sus bienes bajo la vigilancia del síndico y el control
judicial. La pretensión del deudor de concursarse preventivamente es contenida en la
demanda que ejerce la acción, abriéndose el concurso a partir de la sentencia que
admite aquella pretensión. Se transita el proceso con el fin de lograr el acuerdo entre el
deudor y sus acreedores, concluyendo con el definitivo cumplimiento del acuerdo
homologado. Estamos ante un procedimiento rehabilitatorio que busca superar la crisis
patrimonial y a la vez preventivo de la falencia, es decir, tendiente a evitar que
aquella insolvencia sea resuelta a través de la liquidación de los bienes.
La quiebra directa se caracteriza por tener como fin inmediato la liquidación de los
bienes que compone el patrimonio cesante para repartir su producido entre los
acreedores. Aquí el deudor queda desplazado de la administración de sus bienes por el
síndico, manteniéndose un control por parte del oficio de la quiebra respecto de la
disposición de su patrimonio. La quiebra directa puede ser voluntaria o forzosa, según
sea instada por el propio deudor o por un acreedor. El proceso falencial se abre a
través de la sentencia que decreta la quiebra. Si bien el fin primordial de la quiebra es la
liquidación de los bienes para ser distribuido su producido entre los acreedores,
también ella podrá concluir o desarrollarse a través de otros medios no liquidativos del
patrimonio.
Antes de la ley 24.522 también existía la quiebra consecuencial, que era aquella
que se decretaba fracasado un acuerdo resolutorio homologado en una quiebra directa,
pero el instituto del acuerdo resolutorio dejó de existir en 1995. No incluimos en esta
categoría, como quiebra consecuencial, a aquella que deriva del fracaso de un
concurso preventivo originado en la conversión de una quiebra directa, pues se trata de
una quiebra indirecta, porque la originaria convertida ha quedado sin efecto.
La ley actual prescribe cuatro casos de extensión de quiebra: aquella que deriva de
la responsabilidad ilimitada de los socios (art. 160, LCQ); la provocada por la utilización
societaria en interés personal y en fraude a los acreedores (art. 161, inc. 1º, LCQ); la
que provoca la sociedad controlante sobre la controlada (art. 161, inc. 2º, LCQ), y
cuando existe confusión patrimonial inescindible entre los sujetos (art. 161, inc.
3º, LCQ). La extensión de quiebra legislada en el art. 160, LCQ, generalmente es
decretada en forma sincrónica o simultánea con la quiebra principal, en cambio, las
previstas en el art. 161, LCQ, se decretan luego de un proceso de conocimiento.
4. Procedimientos especiales
Compartimos el criterio que sostiene que es mucho más seguro que la ley se incline
por una pluralidad de supuestos y no sólo uno, aunque sea entre varios, debiendo
permitirse al juez manejarse con mayor elasticidad (BERGEL), y por ello entendemos
que ninguno de los tres contenidos en la ley, por sí sólo nos satisface, preferimos el
criterio del monto del pasivo juntamente con la cantidad de acreedores para el concurso
preventivo, pues ello determinará la importancia e injerencia al momento de la
negociación concursal y el del monto del activo, conjugado podría ser con el de los
trabajadores en la quiebra, porque es en ella donde importa los bienes liquidables para
hacer frente a su pasivo y la conjunción de ambos podría determinar la importancia de
decidir la continuación de la empresa. Igualmente todas las medidas que se adopten
para realizar la calificación de los pequeños concursos quedan reservadas a la voluntad
del deudor o serán conocidas demasiado tarde en el proceso.
6. Procedimientos extrajudiciales
BIBLIOGRAFÍA
BARACAT, Edgar J., Derecho procesal concursal, Nova Tesis, Buenos Aires,
2004.BONSIGNORI, Angelo, "La naturaleza jurídica de los procedimientos concúrsales", RDCO
1982-15-1.DI IORIO, Alfredo J., "Elementos para una teorización general sobre los procesos
concursales", RDCO21-124-501.GARAGUSO, Horacio P. - MORIONDO, Alberto, El proceso
concursal. El concurso como proceso, ts. I y II, Ad-Hoc, Buenos Aires,
1999. GARAGUSO, Horacio P -MORIONDO, Alberto - GARAGUSO, Guillermo H. F., El proceso
concursal. El concurso como proceso, t. III, Ad-Hoc, Buenos Aires, 2000. GRAZIABILE, Darío
J., Derecho Procesal Concursal, Abeledo Perrot, 2009.GRAZIABILE, Darío J., "La quiebra como
ejecución colectiva. Notas sobre la vigencia de una postura clásica", EDdel
23/4/2004.MAFFÍA, Osvaldo J., "Crítica de la concepción del proceso falencial como ejecución
colectiva", ED113-711. RICHARD, Efraín H., "En torno a la concursalidad en la nueva Ley de
Concursos", RDPC Concursos y Quiebras I, n. 10, 1996.
JURISPRUDENCIA
I. Juez concursal
Principalmente, no puede decretar la apertura de oficio por propia voluntad sino que
debe hacerlo siempre a petición de deudor o acreedor. No existe y nunca existió en la
legislación nacional la quiebra ex officio. Tampoco puede imponer la iniciación
de incidentes, pues, como éstos implican el ejercicio de una pretensión de partes, es
necesario que sean incoados por el deudor o los acreedores y en limitados casos por el
síndico como funcionario.
Sin embargo, ello no excluye las amplias facultades oficiosas de impulso procesal
que tiene el juez del concurso, las que se ven incrementadas con los
poderes inquisitorios que la ley le confiere para llevar a su conocimiento el
verdadero status patrimonial que produjo la insolvencia, es decir, los poderes
de investigación (art. 274, LCQ).
Estas facultades-deberes que tiene el magistrado concursal no deben suplir la
actuación que les compete al concursado y a los acreedores, sino que siempre deben
ser desarrolladas valorándose todos los intereses en juego, armonizándolos, en busca
de la verdad real.
Sin embargo, queda al juez solo respetar las pautas de razonabilidad, pues
otorgando a sus decisiones fuerza de convicción puede tomar medidas al margen de
la ley, siempre fundándolas debidamente; puede incluso decidir cuestiones contra la
ley misma o puede declararla inconstitucional si tal cosa procediere; así, el juez que
puede obrar con cierto margen de oficiosidad y, malogradas las reglas procesales, se
ve dotado de poderes de relevancia en instancias claves (RUBÍN).
Estos poderes que claramente la ley otorga al juez concursal no se traspasan a los
tribunales de alzada sino sólo en la medida de los recursos que sean interpuestos.
Queremos decir con esto que las Cámaras de Apelaciones, arrogándose poderes
oficiosos e inquisitivos que le corresponden al juez del concurso yendo más allá de la
cuestión sometida a recurso, no pueden decidir cuestiones ya resueltas y consentidas
por el juez del concurso por el solo hecho de que le haya llegado el expediente a
conocimiento. En cambio, entendemos que los tribunales de alzada podrán usar estos
poderes, a los fines de resolver la cuestión materia del recurso, es decir que podrán
actuar principalmente en forma inquisitiva, a fin de investigar, y por qué no, en forma
oficiosa para encarrilar el proceso y para resolver el problema que les viene a
conocimiento. Por ello no se ha considerado a estos tribunales de alzada como órganos
del concurso, porque su intervención no es constante, sino prevista para casos aislados
y específicamente determinados, donde la ley autoriza la vía recursiva.
En cuanto a las funciones del juez del concurso estamos convencidos de que éstas
son plenamente jurisdiccionales, pues él resuelve la litis concursal planteada en el
proceso.
Entre las funciones jurisdiccionales del juez concursal, la primordial actividad que le
compete en el proceso concursal es dictar la sentencia de apertura del concurso
preventivo ante el pedido del deudor (art. 14, LCQ); además, dictar la sentencia de
quiebra ante el pedido del deudor o luego de resuelta la instrucción prefalencial ante el
pedido de un acreedor (art. 88, LCQ), resolver sobre los pedidos de verificación
realizados por los acreedores insinuantes (arts. 36, 56 y 280 y ss., LCQ), resolver sobre
la homologación del acuerdo arribado entre el deudor y la mayoría de sus acreedores
en el concurso preventivo (art. 52, LCQ), sin perjuicio de resolver las demás cuestiones
que se planteen dentro del proceso.
En forma secundaria ejerce funciones administrativas.
Las funciones administrativas del juez concursal son las destinadas a dirigir y vigilar
el proceso. Las pocas funciones administrativas, aunque no menos importantes,
quedan resumidas a la etapa de continuación de la empresa en quiebra (art. 189, LCQ),
sin dejar de mencionar aquellas propias de cualquier proceso judicial, como son la
designación, el control y la sanción de los funcionarios que en él actuarán conforme lo
determina la ley (síndico, martillero, evaluador, etc.).
También el juez, investido del poder jurisdiccional, controla a los demás órganos
concursales.
El proemio del art. 3º, LCQ, prescribe que la jurisdicción —"competencia", reza el
artículo— recae sobre la justicia ordinaria.
En cuanto a la competencia territorial, el art. 3º, LCQ, dispone las reglas aplicables
en materia concursal, las cuales deben ser observadas por el juez ex officio como
presupuesto procesal de admisibilidad de la demanda concursal. También la ley
contiene reglas especiales de competencia para los casos de concurso en caso de
agrupamiento (art. 67, párrafo primero, LCQ), concurso del garante (art. 68, LCQ) y
cuando se trate de una extensión de quiebra (art. 162, LCQ).
Por domicilio del deudor debe entenderse el real. El inc. 2º del mismo artículo
determina que si fuesen varias las administraciones, entiende el juez del lugar de la
principal y si ésta no pudiese determinarse seguirá entendiendo el juez que previno.
Por sede de la administración debe entenderse el lugar desde donde se dirigen los
negocios del deudor in malis, no la sede de sus negocios, pues una cosa es la
administración del negocio y otra el negocio en sí, como actividad económica, que
sería el establecimiento principal, cuando allí estuviese el mayor volumen negocial del
concursado. Si hay varias administraciones, la competencia corresponde al juez del
lugar del establecimiento principal.
En los incs. 3º y 4º, el art. 3º, LCQ, sistematiza las reglas de competencia en el
caso de personas de existencia ideal —personas jurídicas—. Así, para las constituidas
regularmente, incluidas aquellas en que el Estado sea parte, la competencia
corresponde al juez de su domicilio.
En general, conforme el art. 152, CCyCN y en el caso de tratarse de sociedades, el
domicilio, que determinará la competencia concursal, es el dispuesto por el inc. 2º
del art. 11, LGS, es decir, el lugar —ciudad o pueblo— que figura en el estatuto o sede
social. La sede social es la dirección precisa (calle y número) de una determinada
ciudad. El contrato social puede limitarse a expresar la ciudad en que la sociedad tiene
su domicilio (jurisdicción), pero debe inscribirse la sede social. Es decir que el domicilio
de la sociedad es el de la sede social inscripta, por lo que, modificado éste y
no inscripto, subsiste el anterior por inoponibilidad a terceros por falta de publicidad
registral (art. 12, LGS). Si existen sucursales, será competente, atento a la
accesoriedad y el carácter secundario de aquéllas, el juez que corresponda al lugar
donde se encuentra la casa matriz, por lo que la existencia de sucursales no afecta la
competencia concursal (conf. art. 152, CCyCN).
En caso de que una sociedad tenga doble matriculación la competencia del juez del
concurso estará determinada por el domicilio real, ya no en el domicilio legal, pues en
aquél tiene su administración y negocios. Pero como en realidad lo que se denomina
"doble matriculación" se traduce en que la sociedad ha mudado su domicilio,
completando para ello los trámites ante los registros de la jurisdicción originaria y de la
de destino (LORENTE), generalmente el domicilio real coincidirá con alguno de los
domicilios inscriptos.
El inc. 5º del art. 3º, LCQ, determina que en caso que el deudor se domicilie fuera
del país, en el concurso local que se abra, será competente el juez del lugar de su
administración en el país y en caso que no la tuviese, el del lugar del
establecimiento, explotación o actividad principal, según el caso.
En el caso de varias administraciones se aplicará el inc. 2º del art. 3º, LCQ, pero se
considerará la principal en el país y en su defecto el establecimiento principal. Cuando
no exista administración local o no pueda determinarse la administración principal en
el país cuando exista pluralidad de ellas, se aplicará la regla subsidiaria, pero cuando
no existan o no puedan determinarse, en caso de existir varios, el establecimiento,
la explotación o la actividad principal, indefectiblemente la competencia deberá recaer
sobre el juez que previno.
Sin embargo, se sostuvo que si tramitan ante la misma jurisdicción territorial no hay
obstáculo para que quien conozca sea el mismo juez, siempre que tenga competencia
en razón de la materia, llamada acumulación impropia. Se reconoce que el problema se
plantea respecto de la competencia ratione materiae —fuero civil: sucesión; fuero
comercial: concurso—, sobre lo que se sostuvo que si el fuero es unificado entiende el
juez que primero conoció —el del sucesorio o el concursal—; en los casos en que la
competencia es especial se aplican las reglas de los incs. 1º y 2º del art. 3º, LCQ, para
fijar la competencia concursal y la sucesión se radica ante este órgano, entendiéndose
también que el fuero de atracción concursal desplaza a los otros. También se sostuvo
que se justifica que el principio de prevención subsidiario ceda ante la competencia del
juez donde se encuentra radicado el juicio sucesorio. En nuestra opinión, no procede tal
acumulación, pues no existen problemas con el fuero de atracción entre estos
procesos, puesto que ambos son juicios universales independientes que producen
la vis attrativa, pero entre sí ninguno es más fuerte que el otro y se anulan
recíprocamente, por lo que no se atraen, aunque entendemos que respecto de los
juicios contra el causante prevalece la atracción concursal, pues le quita al
sucesorio injerencia sobre los bienes, limitándose a declarar los sucesores (conf. art.
105, segundo párrafo, LCQ). Y si bien no existen reparos para que opere una
competencia conexiva, atribuyéndosela al juez del concurso o de la sucesión,
entendemos, no encontrándole tampoco justificativo que lo fundamente, que no es
posible el trámite ante un mismo juzgado, pues el juez del concurso no podrá resolver
cuestiones vinculadas con la declaración de herederos o la aprobación del testamento,
pero tampoco podrá el juez del sucesorio disponer de bienes afectados por el
desapoderamiento. Por ello, siendo totalmente independientes, no podrán acumularse.
La ley prevé el caso de que se produzca la muerte del fallido, pues se aplica el art.
105, párrafo primero, LCQ, sin que se afecte el trámite, sustituyendo los herederos al
causante, debiéndose unificar necesariamente la personería.
Más allá de las reglas generales contenidas en el art. 3º, LCQ, la ley contiene
algunas normas especiales.
Así, determina que en los casos de quiebra indirecta decretada, estando en trámite
un concurso preventivo, por aplicación del principio de unidad se prescribe que seguirá
actuando el mismo juez.
En caso de dudas sobre el activo más importante seguirá entendiendo en todas las
quiebras el juez que previno, es decir el de la quiebra principal.
Más allá de la remisión en cuanto al trámite que hace el art. 68, in fine,LCQ, el juez
competente en el concurso del garante es el del deudor principal, pues el mismo art.
68, LCQ, determina que la petición, para que tramite junto con la de su garantizado,
debe hacerse ante el juez ante el cual tramita aquel concurso.
9. Cuestiones de competencia
Nada obsta a que se plantee la inhibitoria ante el juez que se crea competente. La
declaración de incompetencia, tanto de oficio como a petición de parte, es
consecuencia dilatoria del proceso concursal, y lo único que produce es la remisión
del expediente a otro juzgado, incluso cuando se encuentre en otra jurisdicción (art.
101, LCQ).
La reforma de 1983 por la ley 22.917, modificó el segundo párrafo del artículo de
1972. En uno se prescribe expresamente que el efecto de prioridad del acreedor local
se aplica ante la existencia de concurso en el extranjero, es decir que debe haber
pluralidad de concursos y quiebra en el país (no concurso preventivo), por lo que el
acreedor no debe ser pagadero en el extranjero sino perteneciente a un concurso
fuera del país, volviéndose al sistema de la ley de 1933. Se agrega también la regla de
reciprocidad.
Finalmente, en 1995 se dispone que la reciprocidad fijada en 1983 no debe ser
acreditada por titulares de créditos con garantía real.
Respecto del tipo de proceso que debe ser abierto en el extranjero, entendemos
que puede tratarse de cualquiera tendiente a resolver la crisis patrimonial que tenga
carácter concursal aunque su procedimiento no sea legislado en el país. En cuanto al
proceso a abrirse en el país, únicamente procede la quiebra.
Siguen vigentes las consideraciones vertidas por ALBERTI antes de la reforma de
1983, quien sostuvo que en el país sobre la base de una sentencia concursal extranjera
sólo puede abrirse una quiebra. Funda su posición en el hecho de que la invocación de
aquélla para la apertura del concurso local puede ser hecha por el deudor y los
acreedores, estos últimos inhabilitados para abrir un concurso preventivo; además en
que la prioridad de dividendos a que hace referencia la norma sólo es aplicable en la
quiebra y en el mismo sentido la mención del saldo que hace el segundo párrafo del art.
4º, LCQ, al prescribir las consecuencias locales de la existencia de pluralidad de
concursos.
En principio, y hasta 1972, primaba el acreedor local por sobre todo acreedor (local
o extranjero) que estuviese dentro de un concurso abierto en el extranjero (pluralidad
concursal necesaria); con la ley 19.551 en 1972 esa preferencia se extendió a todo
acreedor pagadero en el extranjero y no a aquellos incluidos en concurso en
el extranjero, pues no se exigía pluralidad concursal. Sin embargo, en 1976
(aplicándose al caso la ley 11.719), el Dr. BOGGIANO, en fallo de primera instancia (in
re "Lital") interpretó que aun con las leyes anteriores a la 19.551 la preferencia nacional
se aplicaba, existiera o no concurso en el extranjero, entendiendo que el fundamento
del privilegio no se relaciona con ningún concurso extranjero sino con la concurrencia
de créditos pagaderos en el extranjero y en el país, ante un concurso local.
Como primera medida, la regla de preferencia local se aplica siempre que exista
pluralidad de concursos internacionales.
También debe afirmarse que la preferencia local sólo entra en juego cuando exista
una quiebra local y cuando ella culmina por pago total —único caso donde existe saldo
— y no en el caso de concurso preventivo donde no hay posibilidad de existencia de
saldo alguno. Igualmente, reconocemos que el caso tiene escasa o nula aplicación
práctica, pues en la realidad las quiebras liquidativas jamás tienen saldos.
En una posición particular se afirmó que el juez del concurso extranjero podría pedir
que el saldo existente en la quiebra local le fuera transferido para distribuirlo en aquel
concurso (UZAL). Entendemos que ello, sin perjuicio de la utilidad práctica que tendría,
no podría ser así, pues más allá de la existencia del concurso extranjero la norma
establece una preferencia a favor del acreedor local o una postergación de los créditos
de aquel concurso que solamente podría ser efectuada en la quiebra local como parte
misma de la distribución de los fondos en ella liquidados.
En cuanto a los créditos con garantía real sobre bienes locales pero con domicilio
de pago en el extranjero, se ha sostenido su inejecutabilidad falimentaria, aunque se la
ha admitido en una ejecución dentro de un concurso preventivo(8).
3.3. Reciprocidad
También el art. 4º, tercera parte, LCQ, impone una regla de reciprocidad por la cual
sólo actuarán en paridad con los acreedores en el concurso local créditos pagaderos
en el extranjero no vinculados con concurso en el extranjero, cuando el
acreedor extranjero acredite que en el lugar donde su crédito es pagadero la
legislación no hace distingos por el origen del crédito afectando a un acreedor
pagadero en el país.
En este caso no importa pluralidad o concurso único, pues lo que resulta relevante
es que el acreedor extranjero no pertenezca a un concurso abierto en el extranjero.
Creemos ésta la interpretación correcta, pues la existencia de plurales concursos no
lleva implícito que el acreedor pertenezca a alguno de ellos y lo contrario importaría
detraer concursalmente al acreedor, pues no podría insinuarse en el concurso local y
no se encuentra relacionado —por no haber concurrido o no haber sido admitido— con
ningún concurso extranjero.
Ello porque no podrían ser excluidos del concurso local cuando la regla de
reciprocidad no se impone específicamente para la verificación del crédito sino para la
verificación y cobro en igualdad de condiciones con el acreedor local. Se trata,
como exponía Moreno, de un individuo que reclama justicia y el pago de un crédito ante
los tribunales del obligado. Además, el hecho de que antes de la reforma de 1983
hayan sido postergados impone que ahora, no acreditada la reciprocidad, se deba
llegar a la misma consecuencia, pues sino, respecto de los acreedores extranjeros no
vinculados con concurso alguno, correspondería la inconstitucionalidad de la norma,
que ya se planteaba con el art. 4º de la ley 19.551, de 1972, por violación al derecho de
propiedad (art. 17, CN), porque la reciprocidad sólo puede hacer que concurra en
paridad con los acreedores locales y su inexistencia no puede excluirlo, lo que
significaría una situación peor que la de los acreedores extranjeros que participan en un
concurso en el extranjero, los cuales sólo serían postergados, violándose también el
derecho constitucional de igualdad (art. 16, CN). La inconstitucionalidad que
planteamos no ataca la reciprocidad sino la exclusión total del acreedor que no la
acredita.
La cuestión de la paridad de los dividendos determinada por la última parte del art.
4º, LCQ, regula el caso del acreedor verificado como quirografario en el concurso local
que, después de abierto el concurso, percibe parte de su crédito en el exterior.
La imprecisión del párrafo nos lleva también a plantearnos a qué tipo de cobro en
el exterior se refiere: al judicial, al extrajudicial o a cuál otro. Entendemos que no
haciendo distinciones la ley debe aplicarse un criterio amplio y debe permitirse que se
emparde cualquier pago realizado en el extranjero y acreditado en el concurso local.
4. Tratados de Montevideo
Sin embargo, por lo incompleto, por la falta de uniformidad, por tratarse de distintos
cuerpos de normas que regulan relaciones internacionales entre países
latinoamericanos, la regulación de la insolvencia internacional no ha dado los mejores
frutos como fuente internacional sino que en general se ha utilizado la fuente interna
contenida en las leyes concursales de cada uno de los países.
De lege ferenda, se propuso tratar como locales a todos los acreedores pagaderos
en los Estados miembros, lo que importaría la derogación de la acreditación de
reciprocidad (NEGRE DE ALONSO).
BIBLIOGRAFÍA
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Justicia de la Nación", LL 1996-A-1359. ESCUTI, Ignacio A. (h.), "Los poderes del juez concursal
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J., Derecho Procesal Concursal, Abeledo Perrot, 2009. MOLINA SANDOVAL, Carlos A., "Antiguas
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11/7/2007. NADELMANN, Kurt H., "El tratamiento discriminado de los acreedores extranjeros en
las leyes de quiebra", JA 1974-doctrina-417. ROUILLON, Adolfo A. N., "Cuestiones de derecho
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1983)", RDCO 1984-17-781. ROUILLON, Adolfo A. N., "¿Puede el juez argentino declarar la
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International Corp", LL 2002-A-387. RUBÍN, Miguel E. "El juez del concurso entre el pasado y el
futuro", LL 1989-A-491. UZAL, María E., "Art. 4º, ley 19.551 (reformado por la ley 22.917).
Algunas reflexiones sobre su filiación sistemática", RDCO 1985-18-527. UZAL, María E.,
"Panorama actual de la regulación de la insolvencia en el derecho comparado. Análisis de la
posibilidad de aplicación extraterritorial del art. 4º de la ley 24.522", ED 172-910.
JURISPRUDENCIA
Más allá de la actuación del deudor y los acreedores dentro del concurso,
adquieren virtual importancia, atento al carácter oficioso e inquisitivo que lo rige, los
órganos y funcionarios que en él se desempeñan, formando así el organismo u oficio
de la quiebra, junto con los órganos judiciales. Ellos otorgan organicidad a
la instrumentación humana, debiéndose entender por tal cometido el encauzamiento y
la conducción del proceso concursal (MARTORELL).
Las funciones que la ley otorga a los funcionarios del concurso son indelegables
(art. 252, LCQ). Ello impone la actuación directa de la persona designada, sin
posibilidad alguna de que aquellas funciones sean delegadas a terceras personas, ni
siquiera a través del contrato de mandato. Esto no afecta que aquéllos puedan valerse
de sus empleados, siempre bajo la responsabilidad del funcionario, y en el caso
específico del síndico los supuestos de actos fuera de la jurisdicción y el
asesoramiento profesional. La norma de indelegabilidad procura evitar la corruptela de
la sustitución de los funcionarios (ROUILLON).
1. Sindicatura concursal
En nuestro régimen, el art. 253, LCQ contiene las normas para la designación de
los síndicos concursales.
En el derecho romano los acreedores designaban un magister encargado de
la venditio honorum, que era primordialmente depositario y custodio de los
bienes del deudor, y luego el pretor designaba uno o varios curatores
bonorum que se encargaban de la venta de los bienes. En la etapa estatutaria,
con la influencia germánica, el curador o síndico era designado por el
magistrado en los sistemas publicistas y en los privatistas era designado por los
acreedores reunidos en junta, donde el síndico actuaba en representación de
aquéllos.
La ley prevé también la designación de una sindicatura plural (art. 253, in fine,LCQ)
(4)
, lo que significa que, a consideración del juez, en ejercicio de una potestad
discrecional, puede designarse más de un síndico teniendo en cuenta la magnitud del
concurso y la complejidad de la tarea a desarrollarse, ya sea que lo haga ab initio o
durante el proceso concursal, cuando las características de éste lo requieran.
Para pedir licencia (art. 255, último párrafo, LCQ), el síndico debe demostrar una
imposibilidad temporaria, que no puede superar los dos años, en el ejercicio de sus
funciones.
También la ley concursal como estatuto del síndico determina las sanciones que le
corresponden al funcionario por negligencia, falta grave o mal desempeño de sus
funciones (art. 255, tercer y cuarto párrafos, LCQ).
Las sanciones según la actuación del síndico pueden ser graduadas por el juez
concursal desde el apercibimiento hasta la remoción, pasando por la multa, para lo
cual deberá analizarse la actividad sindical en su conjunto, es decir, en todos los
concursos en que actúe; pero un buen comportamiento global no obsta a la remoción
si la falta es extremadamente grave. La resolución es apelable.
Las sanciones pueden ser impuestas en forma oficiosa por el juez o puede
tramitarse un incidente cuando éstas son solicitadas por el deudor o alguno de
los acreedores. Si bien no lo prevé la ley, es posible que el juez suspenda
provisoriamente al síndico afectado por la causa que amerita el análisis de la
sanción hasta tanto ésta sea resuelta, debiéndose designar a un síndico
suplente ad hoc. La remoción de un contador síndico individual, no afecta al
estudio que conformare en otra lista(6).
El art. 275, LCQ, realiza una determinación incompleta de las funciones del síndico
en los concursos, las cuales no quedan limitadas a dicha norma porque existen otras
que surgen en general de la misma ley.
Dentro de estas funciones, el inc. 5º del art. 275, LCQ, lo autoriza a expedir
certificados de prestación de servicios de los dependientes, destinados a la
presentación ante los organismos de seguridad social, según constancias de la
contabilidad.
A las funciones dictaminantes, dentro de la etapa verificatoria, PAJARDI las llama "de
contradictor". Así, el síndico debe determinar el pasivo concursal en la etapa de
verificación tempestiva e integrarlo con la eventual, en la primera presentando
un informe individual y en la segunda un informe fundado, luego de la etapa probatoria
sobre incorporación o no del crédito a dicho pasivo. También incumbe al síndico la
presentación de un informe general. En general, el síndico ejerce esta función
dictaminante no sólo donde lo determina la ley expresamente sino en todos aquellos
casos en que el juez del concurso, previo a resolver, crea necesaria la opinión fundada
del síndico. En 2006, con la reforma de la ley 26.086, se le imponen al síndico
importantes y nuevas funciones dictaminantes que complican su tarea en el concurso
preventivo; además de ser algunas de ellas inconsistentes e innecesarias, en otros
casos son incluso de casi imposible cumplimiento.
La ley determina que la etapa de verificación tempestiva debe
realizarse extrajudicialmente ante la sindicatura, culminando su labor con la
presentación de los informes individuales; por ello la ley le impone que durante
el período de verificación de créditos y hasta la presentación
del informe individual, tenga oficina abierta al público en los horarios que
determine la reglamentación que al efecto dictará la Cámara de Apelaciones
respectiva (inc. 7º, art. 275, LCQ), siendo necesario también que dé recibo, con
fecha y hora bajo su firma o la de la persona autorizada expresamente en
el expediente, de todo escrito que le sea presentado en su oficina durante el
período de verificación de créditos y hasta la presentación
del informe individual, el que se extenderá en una copia del mismo escrito (inc.
8º, art. 275, LCQ).
En el nuevo art. 14, inc. 11, LCQ, se requiere del síndico que presente
un informe respecto del pasivo laboral denunciado por el concursado y un
dictamen, previa auditoría contable, sobre la existencia de otro pasivo laboral
que pueda ser objeto de pronto pago. Además, la misma norma impone que
debe pronunciarse sobre la situación futura de los trabajadores en relación de
dependencia ante la suspensión del convenio colectivo; y, finalmente, el
nuevo inc. 12 del art. 14, LCQ (incluido por la ley 26.086), dispone que el
funcionario deberá emitir un informe mensual sobre la evolución de la empresa,
lo que significa que solamente será presentado cuando el concursado funcione
a través de alguna estructura empresarial. Además, por imperativo legal, su
desempeño responde a la dirección que lleva el juez del proceso, por lo que no
tiene función decisoria. Así, en la práctica, las decisiones que tome el juez van
a apoyarse generalmente en los aportes técnicos que haga el síndico.
Para ello puede requerir informes del deudor y de los acreedores como así
también solicitar al juez las medidas que cree convenientes a tales fines.
Debemos diferenciar la actuación procesal que tiene la sindicatura en aquellos
procesos por ella iniciados y en aquellos relativos a los bienes desapoderados
de la que tiene en aquellos relativos a la conformación de la masa pasiva
donde no realiza actividad procesal sino dictaminante, presentando un informe.
Mención aparte merece la denominación del síndico que hace la última parte
del art. 275, LCQ, como "parte" en el principal y en los incidentes y la que hace el art.
21 tercer párrafo LCQ. Como dijimos, el síndico es un funcionario público por lo que no
puede constituirse en parte.
Como bien hemos advertido, cuando la ley impone que el síndico sustituya
la legitimación procesal del fallido, esto es sólo en lo relativo a los bienes
desapoderados, integrando también la relación procesal en los juicios en que el
concursado preventivamente sea parte. Respecto a la mención "parte
necesaria" en el art. 21, LCQ entendemos que el síndico no puede ser parte y
mucho menos necesaria, lo primero porque existe incompatibilidad entre las
funciones del síndico y el concepto de parte procesal y lo segundo porque la
referida mención se entiende como necesaria participación del síndico en el
proceso pero no como parte.
2. Comité de control
El art. 260, último párrafo, LCQ, expresa que los integrantes de los comités de
control pueden ser removidos por las mismas causas y por el mismo procedimiento
que los síndicos —remite al art. 255, LCQ—, sin perjuicio de que sus integrantes
podrán ser sustituidos en cualquier oportunidad por los acreedores o los trabajadores,
bajo el mismo régimen de mayorías de su designación. También se aplican las reglas
de la recusación, principalmente en el supuesto de ser competidores del deudor que
pretendan obtener información reservada que pueda ser utilizada en contra del
concurso.
3. Otros funcionarios
Más importante o con mayor participación sería la actuación del fiscal de Cámara,
quien deberá emitir dictamen, en la alzada, en todos los recursos en que el síndico sea
parte y también en la alzada cuando haya impugnaciones al acuerdo en el concurso
preventivo (art. 276, LCQ).
3.2. Coadministradores
Entendemos que por aplicación del art. 17, LCQ, cuando el concursado
preventivamente contravenga los arts. 16 (actos prohibidos) y 25 (viaje
al exterior), LCQ, o cuando oculte bienes, omita información, falsee datos o
actúe en detrimento de sus acreedores, podrá el juez designar un
coadministrador fijando sus facultades en el auto que lo disponga.
La elección puede recaer sobre profesionales inscriptos en una lista creada por
superintentencia a tal efecto, o directamente ser realizada por el juez entre quienes
revistan la calidad exigida por la ley.
Por nuestra parte, y para que no existan ininteligencias con el síndico del
concurso, en el caso de continuación de la empresa en la quiebra, propusimos
que estos coadministradores o profesionales en administración de empresas
sean parte integrante de la sindicatura para que sea más "aceitada" la
participación en este tipo de procesos. Por ello, la elección no sería
directamente hecha por el juez a través del sorteo de una lista, sino que
juntamente con el contador para ejercer la sindicatura concursal
debería inscribirse un administrador de empresas, como integrante de ésta,
para así existir una relación profesional de confianza y coordinación entre
ambos.
Compartimos la postura que entiende que si bien la ley sólo remite al régimen de
remoción del síndico (art. 255, LCQ), les son aplicables a los coadministradores, en
general, las reglas sobre desempeño, actuación personal, contratación de personal y
licencia previstas para los síndicos (JUNYENT BAS - MOLINA SANDOVAL). En cuanto a la
remuneración de estos funcionarios, corresponde aplicar el art. 269, LCQ, que
determina que las retribuciones, juntamente con las del síndico, no pueden exceder
del 10% del resultado neto obtenido en la explotación, no pudiendo computarse el
precio de venta de los bienes del inventario. En el caso en que no haya ganancias, los
emolumentos deben fijarse teniendo en cuenta la extensión del trabajo, importancia,
complejidad y la responsabilidad comprometida.
3.3. Enajenadores
También los enajenadores tienen virtual importancia en el proceso de quiebra; de
ellos se ocupa el art. 261, LCQ, los cuales son considerados como auxiliares
delegados del juez.
Solamente cuando se trate de un martillero la ley exige que tenga casa abierta al
público y como mínimo seis años de antigüedad en la matrícula. También determina la
norma, sea martillero o no, que sólo cobrarán comisión del comprador y sólo podrán
realizar los gastos de costumbre para la subasta, necesitando para los
demás autorización judicial. Sin embargo, se ha resuelto que se aplica este principio
para el caso de subasta fracasada, pero cuando ésta haya sido suspendida a instancia
del fallido y la quiebra culmina sin liquidación corresponde el pago de honorarios a
cargo del deudor.
3.4. Evaluadores
Los evaluadores, como los denomina la ley, son los encargados de valuar las
cuotas o acciones representativas del capital social y el valor presente del pasivo, en
el procedimiento del art. 48, LCQ, llamado "salvataje" o cramdown.
El art. 262, LCQ reformado por la ley 25.589, cambió la denominación de los
estimadores, que hacía la ley 24.522, por la de "evaluadores". Oportunamente
criticamos la denominación empleada por la ley, entendiendo que debieron ser
"valuadores" porque valuarán, determinarán un valor, un precio, y nada tienen
que evaluar, pues eso corresponde al juez. En el Diccionario de la Real
Academia Española, valuar: valorar, es señalar el precio de algo; evaluar: es
señalar el valor de algo, estimar, apreciar, calcular el valor de
algo; valuador: persona que tiene por oficio valuar; evaluador: que evalúa;
finalmente, precio: valor pecuniario en que se estima algo. La cuestión es
sencilla: debe entenderse que "valuar" se utiliza para determinar el valor como
precio y "evaluar" se utiliza para estimar un valor no pecuniario. En
consecuencia, creemos que conforme el nuevo art. 48, el que dispone que "la
valuación establecerá el real valor de mercado", debe entenderse que se hace
una valuación y que quien la hace es un valuador.
3.5. Empleados
2. Escalas de regulación
Más allá de los topes arancelarios impuestos por la ley, lo cierto es que los
emolumentos concursales deben determinarse teniendo en cuenta el derecho a
la retribución de cada titular atento el devengamiento de dichos honorarios por
la actividad profesional desarrollada y teniendo en cuenta el principio de
proporcionalidad respecto de la labor propia y en relación con la de los demás
profesionales.
La ley determina los parámetros entre los cuales deben regularse los honorarios de
los funcionarios, entendiendo comprendidos en ellos al síndico, incluido su asesor
letrado, al apoderado de la sindicatura en actuaciones extrajurisdiccionales, al letrado
del deudor en el concurso preventivo o pedido de propia quiebra y al abogado del
acreedor que peticionó la quiebra.
La distribución que corresponde del total de honorarios entre los profesionales que
hayan actuado debe ser hecha prudencialmente por el juez teniendo en cuenta los
trabajos realizados, su naturaleza, importancia y extensión. Más allá de los topes
impuestos por la ley, e interpretándose restrictivamente, el art. 271, segundo
párrafo, LCQ, habilita al juez a no respetar los mínimos, cuando sea desproporcionada
la regulación que correspondería respecto de los trabajos efectivamente realizados.
Un punto aparte merece el caso del letrado del síndico. Tenemos en claro que
aplicándose el art. 257, LCQ, los honorarios del patrocinante son a su exclusivo cargo,
salvo que dicha contratación sea autorizada por el juez concursal y entonces serán
gastos prededucibles, en cuyo caso formarán parte de la regulación total e incidirán
sobre los topes establecidos por la ley.
El art. 266, LCQ, regula la forma en que se determinarán los honorarios en caso de
homologación del acuerdo en el concurso preventivo. Creemos que las pautas que
determina el art. 266, LCQ, son igualmente aplicables para los casos en que el
concurso haya culminado por el procedimiento del art. 48, LCQ.
Igualmente, y para una correcta valoración económica del asunto, aquí la ley
impone un doble parámetro, pues la determinación de los honorarios no puede superar
el 4% del pasivo verificado, por lo que éste se convierte en tope máximo. En
cambio ROUILLON entiende que la regulación debe oscilar entre el 1% del activo y el
4% del pasivo, cuando aquél sea mayor a éste. También la norma determina que la
regulación no puede ser inferior a dos sueldos de secretarios de primera instancia.
Y aunque este tope supere el 4% del activo o del pasivo, debe ser respetado atento el
fundamento de la norma, cual es dignificar la labor profesional con una remuneración
mínima determinada objetivamente a través de parámetros comparativos. La ley
25.563, a la cual nos hemos referido antes, incorpora un nuevo tope para casos de
activos importantes, prescribiendo que cuando éstos superen los cien millones de
pesos, los honorarios no pueden superar el 1%. Igualmente, nada impide que se
aplique en este caso el tope del 4% del pasivo, por lo que el agregado estaría de más.
En el art. 267, LCQ, la ley determina las pautas para la regulación de honorarios en
caso de liquidación en la quiebra, ya sea el caso de distribución final (inc. 4º, art.
265, LCQ) o distribuciones complementarias (inc. 3º, art. 265, LCQ); siendo también
aplicable la norma para los casos de pago total (art. 268, inc. 1º, LCQ). También se
aplica la norma para los casos de conclusión de la quiebra por carta de pago y por
avenimiento, casos en los que también se tendrá en cuenta el activo —realizable— no
realizado y las etapas efectivamente cumplidas.
La ley impone que las regulaciones deben oscilar entre el 4% y el 12% del activo
realizado, no pudiendo igualmente ser inferior a tres sueldos de secretario de
primera instancia de la jurisdicción. Se busca evitar regulaciones ínfimas que no se
relacionen con la importancia y responsabilidad que importa el proceso concursal,
mínimo éste que prima por sobre el máximo estipulado respecto del activo. Sin
embargo, resulta aplicable nuevamente el art. 271, segundo párrafo, LCQ, que permite
al juez por resolución fundada no respetar los mínimos establecidos por la ley cuando
hubiese desproporción entre los honorarios y las tareas efectivamente realizadas.
Resulta aplicable al caso el inc. 2º del art. 268, LCQ, que habilita a que las
regulaciones consuman el total del activo liquidado, teniéndose en cuenta que
en caso de bienes vendidos en concurso especial los emolumentos se harán
efectivos sobre las reservas realizadas en dichos procedimientos (art.
244, LCQ), y el resto siendo crédito prededucible (art. 240, LCQ) concurrirá a
prorrata con las demás acreencias que contemplen la misma preferencia.
En el segundo inciso del art. 268, LCQ, la ley concursal determina las pautas para
la determinación de los honorarios de los profesionales en los casos de clausura del
procedimiento de quiebra por falta de activo o de acreedores, sin imponer topes ni
bases de cálculo, esto último por ser inexistente en dicho supuesto; o no hay activo
realizado o no hay pasivo que justifique la realización de activo.
2.5. Incidentes
Aquí la ley emplea una norma ambigua porque toma como base el
crédito insinuado y verificado, pudiendo diferir el uno del otro. Por nuestra
parte, entendemos que debe considerarse el monto total verificado, pues ése
igualmente ha sido insinuado (principio de congruencia); sin embargo, en el
caso en que no se haya admitido una parte importante del crédito insinuado
corresponde tener a aquél como base por ser el que marca el valor económico
del incidente, lo que deberá ser evaluado en cada caso en particular.
Creemos que igualmente para los restantes incidentes que no sean de la etapa
verificatoria deben aplicarse las normas sobre incidentes locales por analogía,
debiendo el juez especificar cuál es el monto considerado como base sobre el cual se
aplicará la alícuota.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
CSJN, 4/11/2003, "Amiano", LL del 15/3/2004; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, LL 86-
431; C. Nac. Casación Penal, sala III, 30/12/2008; C. Nac. Com., sala C, LL del
24/4/1975; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala I, DSC 268-303; SCBA, "Brandauer",
12/8/2009; SC Mendoza, sala 1ª, ED 111-628; SCBA, ED 107-288; C. Nac. Com., en
pleno, LL 84-416; SC Mendoza, JA 1985-111-37; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala 1ª,
JA 1982-111-86; C. Civ. y Com. Rosario, sala 1ª, JA 1994-1-675; C. Civ. y Com. San
Isidro, sala 1ª, ED del 26/5/1998; C. Civ. y Com. San Isidro, sala 2ª, LL 1993-B-375; C.
Nac. Com., en pleno, JA 1993-11-612; C. Nac. Com., sala A, ED 137-189; sala B, JA
1988-111-631; C. Civ. y Com. San Isidro, sala 2ª, RDCO 26-441; C. Nac. Com., en
pleno, "Rodríguez Barro", LL 1981-C-237; C. Civ. y Com. Rosario, en pleno, "Sprint",
ED 136-437, JA 2000-11-155; C. Nac. Com., en pleno, "Cirugía Norte SRL", LL 1989-
A-537; SCBA, LL 1987-E-471 y AyS 1990-II-216; Kemelmajer de Carlucci, su voto en
"Aisol"; SC Mendoza, sala 1ª, ED 150-197; Trib. Sup. Just. Córdoba, ED 190-242;
CSJN, 4/11/2013, "Amiano". SCBA, 5/12/2007 "N., P. F.", SC Mendoza, 11/2/2000,
"Carbonetal". SCBA, 12/8/2008, "Brandauer". SC Mendoza, 27/12/2007, "Centurion".
SC Mendoza, 19/4/2013, "Larder".
CAPÍTULO VII - REGLAS PROCESALES CONCURSALES
I. Disposiciones procesales
La ley concursal destina principalmente el art. 273, LCQ, para prescribir las normas
procesales particulares, aplicables al concurso en general, disponiendo igualmente
algunas excepciones en el resto del cuerpo legal.
Como primera regla, en el inc. 1º del art. 273, LCQ, dispone que los plazos
concursales son perentorios y, en caso de no determinarse uno especial, se
considerará de cinco días, salvo que el juez, como director del proceso, determine
ampliarlo o reducirlo. El vencimiento del plazo produce el decaimiento del derecho al
ejercicio de un determinado acto procesal.
La celeridad que se impone en los procesos concursales (arts. 275y 278, LCQ), ha
llevado al legislador a procurar un sistema de términos y plazos especiales, los cuales
pueden ser fijados directamente por la ley o determinados por el magistrado dentro de
un arco temporal establecido.
Los plazos procesales del concurso en su generalidad son legales, ya sea que se
fijen en un término fijo o entre un lapso de tiempo mínimo y otro máximo cuyo tope se
fijará judicialmente, también en el concurso ciertos actos procesales deberán
cumplirse en el día fijado (v.gr. presentación de los informes individuales y generales).
Cuando no existiese plazo especial fijado legalmente se considerará el término de
cinco días (art. 273, inc. 1º, LCQ). Especialmente por ese plazo se conferirán las vistas
o traslados que no tuviesen expresamente previsto un término distinto en la ley.
El inc. 2º del art. 273, LCQ, determina la forma del cómputo de los plazos. Los
términos procesales del concurso se contarán en días hábiles salvo que una
disposición legal especial determine que dicho cómputo se efectúe en días corridos
(v.gr. art. 190LCQ) o cuando los plazos estén expresados en meses o años (v.gr. art.
217LCQ para el supuesto de meses y art. 236, LCQ en caso del cómputo por año).
En principio los plazos comienzan a correr a partir del día hábil siguiente a su
notificación. Los actos también deben desarrollarse dentro de las horas hábiles, los que
se realicen en el Juzgado, dentro del horario de los Tribunales y los que se realicen
fuera, son hábiles las horas entre las 7 y las 20, sin perjuicio de la habilitación tácita
hasta la culminación de la diligencia y la posibilidad de que el juez puede de oficio o
petición de interesado habilitar expresamente días y horas inhábiles para llevar a cabo
las diligencias (arts. 152, 153 y 154, CPCCN). Respecto a las horas hábiles debe
tenerse especialmente en cuenta las que se fijen por las Cámaras de Apelación dentro
de las cuales el síndico deberá tener oficina abierta al público durante la etapa de
verificación de créditos (art. 275, inc. 7º, LCQ). Nada impide y de hecho se
compatibiliza con la naturaleza del concurso, que el juez en casos de urgencia habilite
días y horas para realizar una determinada diligencia, lo que generalmente ocurre en la
etapa de incautación inmediata posterior a la declaración de quiebra.
Tema debatido ha sido el quid de la aplicación del plazo de gracia procesal en los
procesos concursales, aunque en general se ha admitido(1). Frente a tal principio
encontramos fundamentales excepciones a la aplicación de la regla local del cargo,
pues creemos que no debe admitirse en aquellos casos en donde un plazo arranca
cuando termina otro, situación en la cual, el término de gracia desordenaría el proceso
concursal y conspiraría contra su celeridad, con lo que la norma procesal local no
soportaría el segundo test que le impone el art. 278, in fine, LCQ para ser aplicable, es
decir, compatibilidad con rapidez y economía del trámite concursal.
La ley admite la apelación en los casos de los arts. 13, segundo párrafo, 16,
segunda parte, 17, segundo párrafo (con efecto devolutivo cuando apela el deudor), 24,
segundo párrafo (con efecto devolutivo), 51, tercer párrafo (con efecto devolutivo
cuando puede apelar el deudor), 58, segundo párrafo, 59, quinto párrafo, 61, 63,
segundo párrafo, 65, segundo párrafo, 96, cuarto párrafo (con efecto devolutivo), 103,
segundo párrafo (con efecto devolutivo), 117, cuarto párrafo, 118, in fine, 144, inc. 7º b)
(con efecto devolutivo), 191, in fine, 206, segundo párrafo, 214, 232, segundo párrafo,
255, 272, 281, segundo párrafo (con efecto devolutivo), 285, LCQ. También la ley
impone un efecto suspensivo especial, al cual llamamos relativo, porque hace
igualmente continuar la producción de ciertos efectos en los casos de los arts.
61 (quiebra por nulidad del acuerdo) y 63 (quiebra por incumplimiento del acuerdo),
como la incautación, administración de bienes, continuación de la explotación de la
empresa y sobre el contrato de trabajo (arts. 177/199, LCQ).
3. Sistema de notificaciones
Sin perjuicio de la publicación edictal dispuesta en los arts. 27, 28, 74, 89, 218, inc.
4º, LCQ, la normativa concursal expresamente dispone que la citación de las partes
(art. 273, inc. 5º, LCQ) y el traslado de los incidentes (art. 281, tercer párrafo, primera
parte, LCQ) se notifican por cédula y las restantes notificaciones se harán ministerio
legis, tácitamente o "por nota" (inc. 5º del art. 273, LCQ). Concordantemente con ello,
el art. 26, LCQ, referente al concurso preventivo, prescribe el mismo principio respecto
de las notificaciones e impone al deudor y sus representantes comparecer en
Secretaría los días de nota desde la interposición de la demanda. Ello se funda en el
hecho de darle celeridad al proceso. Debe dejarse a salvo, el caso de que dejen nota
en el libro de asistencia (art. 278, LCQ y art. 133, CPCCN).
El sistema adoptado tiene el mismo fundamento que el dado para el art. 273, inc.
5º, LCQ y esto es, la celeridad del proceso concursal, con la notificación ministerio
legis se ahorra el tiempo natural que demanda el diligenciamiento de las cédulas.
Entonces el principio general establecido en materia de notificación por la norma que
venimos analizando se compadece con el deber de diligencia que la misma ley impone
a quien se encuentra involucrado en un proceso concursal y a sus apoderados, deber
que se adecua con la forma genérica de notificación automática reglada. Es decir, todos
son citados por cédula y después quedan notificados opes legis, en forma ficta, de las
demás resoluciones. Siempre se encuentran en plena pugna la celeridad y economía
concursal con lo que MORELLO llama "valores superiores del proceso justo".
La doctrina por una parte ha entendido correcta esa orientación afirmando que
deberá tenerse en cuenta que en las situaciones no reguladas expresamente, en las
que corresponde la aplicación de las normas procesales locales y éstas impongan la
notificación por cédula habrá que acudir a este tipo de notificación (MORELLO).
También se expuso que en los supuestos no previstos frente al conflicto entre la
rapidez y la seguridad jurídica cede, en principio, el régimen procesal concursal y debe
dársele preferencia al sistema local aplicable supletoriamente. Asimismo el sistema
debe compatibilizarse constitucionalmente, y en caso de duda debe estarse al
resguardo del derecho del interesado a una notificación efectiva. Contrariamente
entendemos que la regla procesal de notificación por nota está contenida en la ley
concursal y la misma no impone la excepción, por lo que no puede,
el intérprete, excepcionarse acudiendo a la ley local (ubi lex non distinguit, nec nos
distinguere debemus).
Otra cuestión es si el juez concursal, como director del proceso (art. 274, LCQ),
puede modificar la forma de notificar una determinada resolución judicial y cuando ella
deba comunicarse ministerio legis ordene que se haga por cédula.
El inc. 6º del art. 273, LCQ, determina que el domicilio procesal constituido subsiste
hasta la constitución de uno nuevo o hasta la conclusión del concurso (conf. art.
42, CPCCN). Se agrega luego que cuando no se cumpla con la carga de constituir
procesalmente un domicilio, o éste se constituye en un edificio inexistente o que
desapareciere después, se lo tendrá por constituido en los estrados judiciales
(notificación ficta), sin necesidad de declaración ni intimación previa. La misma
solución se impone cuando el edificio quede deshabitado o se altere o suprimiere la
numeración —arts. 278, LCQ, y 42, CPCCN— (MORELLO). Igualmente, el domicilio que
se constituya en el principal subsiste en los incidentes, por lo que en éstos la
notificación por cédula de la admisión de éste debe hacerse en el domicilio constituido
en el principal. La carga les corresponde al deudor, a los acreedores, al síndico y a
todo aquel que intervenga procesalmente en el concurso.
El síndico debe tener domicilio constituido, no sólo en la lista de sorteo sino en cada
uno de los expedientes, pudiendo ser el mismo u otro, incluso se ha admitido la
constitución de más de un domicilio para la recepción de los pedidos de verificación
cuando la envergadura del concurso y la cantidad de acreedores así lo amerite; la
designación del contador se notificará por cédula al domicilio constituido por el
profesional, al momento de formarse la lista, y tendrá tres días para aceptar el cargo,
realizado ello, queda investido en la función de síndico.
Sin embargo, sólo por razones de política legislativa, que se han conjugado con la
necesidad práctica de evitar entorpecimiento en el trámite concursal, se han impuesto
diversos dispositivos, más allá del que venimos analizando, exigiendo la constitución de
un domicilio procesal. Igualmente algunas de esas previsiones también
resultan innecesarias, y ello en los casos del art. 12, LCQ, donde la presentación
concursal es una verdadera demanda, el art. 32, LCQ, pues también el pedido de
verificación constituye una demanda para los acreedores, y el art. 88, inc. 7º, LCQ, por
las mismas razones, para el caso de quiebra pedida por el propio deudor; siendo
necesaria tal prescripción solamente en el caso de este último artículo cuando se trate
de quiebra a instancia de acreedor.
La consecuencia de la falta de constitución de domicilio ad litem se produce ope
legis(15). La constitución del domicilio en los estrados judiciales importa que las
notificaciones se practicarán todas "por nota" (art. 133, CPCCN). Igualmente
siempre existe la posibilidad de constituir domicilio procesal y hacer cesar los efectos
de la notificación ministerio legis para los casos en que deba hacerse por cédula o
personalmente.
5. Remisión de expedientes
El inc. 7º del art. 273, LCQ, dispone prohibitivamente la remisión del expediente
concursal a otra sede jurisdiccional.
La ley determina el diferimiento del pago de ciertos gastos que se producen dentro
del proceso concursal.
Respecto de esta prescripción coincidimos con MAFFÍA en que no tiene mucho que
ver con las reglas procesales, sino que más bien son arancelarias-fiscales. Disentimos
con la doctrina que determina que se trata de una gratuidad en el trámite (MAFFÍA,
RIVERA), pues lo único que hace la ley es diferir el pago, no excluirlo; no se trata de un
beneficio de litigar sin gastos. El fundamento de la norma radica en evitar
los inconvenientes y las demoras que provoca la falta de liquidez inicial existente en las
quiebras, y en el concurso preventivo la necesidad de resguardar el patrimonio
cesante inaudita parte, es decir, sin posibilidad de exigirle el pago al concursado en los
casos en que la ley no prevé un depósito previo para hacer frente a ciertas
erogaciones.
El inc. 8º del art. 273, LCQ, dispone que los trámites ante los registros de la
propiedad, u otros necesarios para la protección de la integridad del patrimonio, se
hacen sin pago previo, el cual se transfiere para la etapa distributiva de la quiebra
considerándoselos como créditos prededucibles (art. 240, LCQ). Igual norma se aplica
a los informes necesarios para la determinación del activo o el pasivo. Queda incluida
en la norma la publicación edictal en la quiebra, no así la del concurso preventivo,
pues ésta debe ser afrontada por el deudor concursado. Se aplica esta prescripción
para no oblar los gastos procesales en los procesos iniciados por la sindicatura.
También debe diferirse el pago de todo tipo de tributos.
7. Carga de la prueba
Expresamente el inc. 9º del art. 273, LCQ, prescribe que la carga de la prueba en
cuestiones contradictorias se rige por las normas comunes (art. 377, CPCCN) a la
naturaleza de la relación de que se trate.
Por nuestra parte queremos hacer una distinción, en principio las cargas probatorias
no deben afectar la inquisitoriedad del trámite del proceso concursal, pero el oficio
concursal tampoco debe suplir la carga probatoria impuesta a las partes. Así de una
manera funcionará este principio dentro de la etapa tempestiva de verificación, siendo
de la misma manera para la determinación concreta del activo, primando
la inquisitoriedad, pero muy distinta será en la etapa eventual de verificación y en
general en aquellos incidentes que se planteen donde es imprescindible respetar las
cargas de la prueba para no se vea afectada la imparcialidad jurisdiccional. Si bien
tratándose de créditos de índole laboral prima el principio del in dubio pro operario (arts.
9º y 23, LCT) y la inversión de la carga probatoria, lo que hace que deba el empleador
desvirtuar las afirmaciones del empleado acreedor, en el proceso concursal, donde la
multisubjetividad que el mismo importa, concatenada con el control recíproco de los
acreedores, es imprescindible hacer respetar las cargas de la prueba para que no se
vea afectada la imparcialidad jurisdiccional, siempre considerando que la garantía de
igualdad impone reconocer el desequilibrio existente en la relación de empleo, donde el
trabajador es la parte más débil y donde existen diferentes escalas de valores. En tal
sentido cuando la orfandad de prueba por parte del trabajador impide analizar la
cuestión en base al principio de la primacía de la realidad, no pude admitirse el crédito
en el pasivo concursal.
También se sostuvo que las cargas probatorias impuestas actuarán como estímulo
para las partes, pero no significarán un freno para que el órgano disponga de oficio
medidas instructorias para la investigación y verificación de hechos conducentes para
la mejor consecución del proceso universal. En igual dirección las potestades de la
sindicatura superando la deficiencia probatoria de las partes (MORELLO).
8. Caducidad de instancia
No hay perención en el principal, pero si caduca a los tres meses en las restantes
actuaciones e incidentes, incluido el anteconcurso. Ello sin perjuicio de las especiales
prescripciones respecto de las acciones revocatorias (art. 119, tercer párrafo, in
fine,LCQ), de extensión de quiebra (art. 164, primer párrafo, in fine,LCQ) y de
responsabilidad (art. 174, LCQ), donde se determina que la instancia en estos casos
caduca a los seis meses. Respecto del cómputo de los plazos, atento a que se trata de
meses, se entiende que se computan corridos y no por días hábiles judiciales.
9. Legajo de copias
La ley prevé expresamente que se acompañe copia para el legajo en los casos de
los arts. 11 (demanda de concurso preventivo), 32 (pedidos de verificación en el
concurso preventivo), 34 (impugnaciones a los pedidos de verificación), 35
(informes individuales), 117 (observación fecha inicial del estado de cesación de
pagos), 177, inc. 2º (inventario de los bienes desapoderados) y 200 (pedidos de
verificación en la quiebra), LCQ.
El régimen incidental concursal fue regulado por primera vez por la ley
11.719, estableciendo expresamente en qué casos se aplicaba dicho procedimiento. A
partir de la ley 19.551 se fija una aplicación general para toda cuestión con trámite no
previsto.
Como norma general, el art. 280, LCQ, dispone una regla residual de tramitación de
las cuestiones relacionadas con el proceso principal, prescribiendo que se formará
pieza separada. Allí se ventilarán todas las pretensiones que se susciten en el
concurso y relacionadas con éste, que no tengan trámite especial. Se trata de juicios
abreviados de conocimiento pleno cuya sentencia, considerada definitiva, hace cosa
juzgada material o sustancial(18), por lo que tiene efectos intra y extraconcursales.
2. Trámite especial
El incidente puede ser promovido por el deudor, los acreedores, el síndico o por
cualquier tercero que vea afectado un derecho propio. Impone el art. 281, LCQ, que
con la demanda incidental se ofrecía la prueba de la cual quiera valerse el incidentista,
y acompañarse la documental.
Trabada la litis, luego, en los arts. 282, 283 y 284, LCQ, se regula la etapa
probatoria del incidente. Se impone así un plazo máximo del período de prueba de
veinte días, estando a cargo del juez señalar el término de dicha etapa dentro de tal
límite, pudiendo desechar aquella que sea improcedente en forma patente, o sea de
imposible producción (art. 364, CPCCN). Conforme al art. 273, inc. 9º, LCQ, y el
segundo párrafo del art. 282, LCQ, incumbe a las partes la carga de la prueba.
También la ley dispone que la prueba debe realizarse en audiencia única, para
producir en ella toda la prueba necesaria, es decir, las absoluciones de posiciones y
las testimoniales.
En cuanto a estas últimas, el art. 284, LCQ, restringe a cinco el número de testigos
admisibles.
El art. 283, LCQ, regula la prueba pericial, donde según las circunstancias podrán
ser uno o tres los peritos que actúen, según lo determine el juez.
En el caso de que sea uno será designado de oficio por el juez y cuando se
determinen tres, podrán las partes proponer dos en un escrito conjunto, sustituyendo
así a dos de los tres designados oficiosamente.
Conforme al art. 277, LCQ, la instancia en los incidentes perime a los tres meses.
3. Recursos
Toda otra resolución dictada en el trámite del incidente es inapelable (inc. 3º, art.
273, LCQ), sin perjuicio de que la segunda parte del art. 285, LCQ, admite que se
solicite su revocación en la alzada al momento de fundar la apelación concedida
contra la sentencia, importando ello, como ya afirmáramos, una especie de recurso
diferido, aunque sin necesidad de apelación previa.
4. Honorarios
Ya nos ocupamos al tratar los honorarios en general que nos inclinamos por
proveer la regulación de honorarios del síndico independientemente de la regulación
global determinada en la oportunidad del art. 265, LCQ, en los incidentes de la etapa
eventual de verificación, cuando las costas sean impuestas al incidentista no
concursado.
5. Costas
Se aplica, como regla, el principio del vencimiento (arts. 68y 69, CPCCN) y del
vencimiento parcial y mutuo (art. 71, CPCCN). También se aplican las excepciones
contenidas en los Códigos Procesales, es decir, la eximición que determine el juez
siempre que encuentre mérito para ello (art. 68, segundo párrafo, CPCCN), cuando se
trate de una cuestión dudosa de derecho (art. 69, primer párrafo, CPCCN). Atento a
lo expuesto sobre el allanamiento y la imposibilidad de autocomposición de la litis,
resulta más restringida la excepción contenida en el art. 70, CPCCN, correspondiente al
allanamiento real, incondicionado, oportuno, total y efectivo. Igual excepción en el art.
76, CPCCN, cuando el demandado no ha dado lugar a la demanda y se allanare a ella.
Es decir que el incidente se inicia por exclusiva negligencia del acreedor, existiendo
mérito para que el juez se aparte de los principios generales del vencimiento en las
costas. Igualmente la situación debe ser evaluada prudencialmente por el juez en cada
caso en particular.
Compartimos el criterio que sostiene que es mucho más seguro que la ley se incline
por una pluralidad de supuestos y no sólo por uno, aunque sea entre varios, debiendo
permitirse al juez manejarse con mayor elasticidad (BERGEL). En tal sentido, ninguno de
los tres recaudos previstos por la ley nos satisface. Ello porque preferimos, para el
concurso preventivo, el criterio del monto del pasivo junto con el de la cantidad de
acreedores, ya que ellos determinarán la importancia e injerencia para el momento de
la negociación concursal; en cambio, para el caso de quiebras, optaríamos por conjugar
los criterios referidos al monto del activo con el del número de trabajadores, pues ellos
adquieren virtual importancia al momento de la liquidación de los bienes y la
distribución del producido entre los acreedores y determinarían además la posibilidad
de continuación de la empresa. Igualmente, todas las medidas que se adopten para
realizar la calificación de los pequeños concursos quedan reservadas a la voluntad del
deudor o serán conocidas demasiado tarde en el proceso.
En el inc. 1º del art. 288, LCQ, se incluye el sistema utilizado por la ley 11.719 y por
la italiana de 1903, es decir, el del pasivo, en este caso el denunciado, que no debe
alcanzar el equivalente a 300 salarios mínimos vitales y móviles (ley 27.170).
El inc. 2º del artículo citado determina que cuando el proceso no presente más de
veinte acreedores quirografarios será considerado pequeño.
Más allá de los momentos donde el juez puede conocer con certeza la concurrencia
de alguna de las circunstancias aludidas por la ley, lo cierto es que necesariamente el
juez debe calificar el concurso al momento de abrirlo sin perjuicio de que en cualquier
momento del estadio procesal pueda modificar su decisión, cuando hayan cambiado
las circunstancias que tuvo en cuenta o el conocimiento sobre éstas (en
contra GEBHARDT).
2. Trámite
No existen muchas distinciones entre uno y otro proceso, pues el deudor que se
presenta en concurso preventivo y reúne alguna de las características del art.
288, LCQ, queda exento de acompañar los dictámenes contables sobre su estado de
situación patrimonial y sobre sus acreedores y deudas (incs. 3º y 5º del art. 11, LCQ),
y no se constituirá obligatoriamente en su concurso el comité de control ni podrá
aplicarse el sistema de salvataje del art. 48, LCQ. El fracaso de estos pequeños
concursos preventivos desemboca necesariamente en la quiebra indirecta, aunque se
trate de los sujetos individualizados por el art. 48, LCQ. La ley 26.684 de 2011 incluyó
una nueva certificación contable en la demanda de concurso preventivo (la referida a
las deudas laborales y previsionales) la cual no fue excluida para los pequeños
concursos. También la reforma omitió modificar el rótulo comité de acreedores por el
de comité de control en el art. 288, LCQ.
Respecto del comité de control, atento que la ley determina que no será necesaria
su constitución, creemos que la ley quita su obligatoriedad, lo que no excluye que
facultativamente el juez, de oficio o a petición del interesado, determine su constitución.
Supletoriamente, y en concordancia con lo expuesto, el art. 289, LCQ, dispone que si
no se constituye dicho comité, el contralor del acuerdo estará a cargo de la sindicatura,
la cual no cesará en sus funciones y tendrá las mismas atribuciones que aquél.
Igualmente, en los casos en que la quiebra sea pedida por acreedor y se den las
circunstancias de tiempo que apuntamos, si al decretarla el juez decide que no se dan
los requisitos para encuadrarla dentro del art. 288, LCQ, y la abre con el procedimiento
ordinario, el comité de control deberá ser promovido por el síndico luego de la
resolución del art. 36, LCQ, por lo que no deberá constituirse si de allí surge
la existencia de alguna de las características dispuestas en los incs. 1º y 2º del art.
288, LCQ (pasivo no mayor a $ 100.000 y no más de 20 acreedores quirografarios),
pues el recaudo del inc. 3º (trabajadores en relación de dependencia) recién será
conocido al presentarse el informe general.
BIBLIOGRAFÍA
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JURISPRUDENCIA
Conf. C. Civ. y Com. Rosario, en pleno, JA 1982-1V-562; C. Nac. Com., sala E, LL 1984-A-
464; sala D, LL 1996-E-33; sala C, LL 1986-C-189; Sup. Trib. Just. Tierra del Fuego, ED 173-
414, C. Civ. Com., sala I, LL, Supl CyQ, 29/4/2008; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala I, ED 95-
575, DSC 2007-238; SC Mendoza, LL 1990-E-475; C. Nac. Com., sala C, LL 1996-B-569; C.
Nac. Com., sala B, ED 72-280; C. Nac. Com., sala E, ED 141-142; C. Nac. Com., en pleno,
11/12/2001, "Rovarrella", LL 27/2/2002; SCBA, BO 26/10/2001; CSJN, JA 1994-II-445, C. Civ. y
Com. Rosario, en pleno, ED 102-192; CSJN, Fallos 311:1971, CSJN, JA 1994-II-445, Fallos
317:700; SCBA, "Carrín", Ac. 75.786; SCBA, "Escaray Zapiola", Ac. 82.348; C. Civ. y Com.
Bahía Blanca, sala I, DSC 260-2009-771; SC Mendoza, sala I, "Espósito", RDPC 2003-I-515; C.
Nac. Com., sala B, LL 1988-C-483; C. Nac. Com., sala A, LL 1979-C-550; C. Nac. Com., sala
B, JA 2001-I-155; C. Civ. y Com. Rosario, sala IV, LL 2001-A-637; CSJN, LL 1995-A-353;
SCBA, ED 113-633; SCBA, 14/4/2010, "Logui". CSJN, 28/3/2000, "Bahía Automotores". SCBA,
16/6/2004, "García Paz".
SEGUNDA PARTE - CONCURSO PREVENTIVO
CAPÍTULO I - SOLUCIONES ALTERNATIVAS DE LA INSOLVENCIA
I. Introducción
Se fue pasando entre distintos tipos de soluciones, algunas que se producían luego
de declarada la quiebra y otras en forma previa, siendo en este momento el principal
procedimiento de solución preventiva de la cesación de pagos el concurso preventivo.
En nuestro país se pasó del sistema de moratorias al concordato resolutorio y la
adjudicación de bienes, y legislándose finalmente el concurso preventivo y el acuerdo
por cesión de bienes. También debe considerarse el concordato amigable que pasó
luego a ser el actual acuerdo preventivo extrajudicial y el salvataje incorporado en el art.
48 por la ley 24.522. Siempre frente a la insolvencia patrimonial y en procura de la
mejor solución para la reversión de la crisis, debe cuanto menos, evitarse el
agravamiento del problema, lo que se ha dado en llamar, principio de reversión y
principio de no agravamiento de la crisis.
1. Moratorias
Las moratorias tuvieron su origen en el derecho romano (el delai de la Ley de las XII
Tablas y los quinquenales de Justiniano), del cual pasaron al derecho español
(suspensión de pagos), siendo consideradas como un beneficio común para deudor y
acreedores. Podían realizarse judicialmente o por convenio privado entre el deudor y
sus acreedores, recibiendo en este último caso el nombre de "esperas". Proveniente de
las Ordenanzas de Bilbao, la moratoria estaba legislada en el primer Código de
Comercio, institución mantenida en la reforma de 1889 y derogada en 1902.
Fue un instituto que fracasó porque el legislador no pudo rodear a la institución con
las garantías necesarias para evitar que se vea burlada por la mala fe y el fraude
(OBARRIO).
2. Adjudicación de bienes
En el derecho civil la adjudicación era por voluntad del deudor. Por efecto de la
adjudicación de los bienes del deudor los créditos de los acreedores quirografarios
quedaban transformados en un derecho a participar proporcionalmente en el producto
neto de la liquidación general; este derecho debía ser ejercitado en la masa, habiendo
desaparecido el deudor originario, luego de otorgada la carta de pago (MARTÍN Y
HERRERA).
Atento a tratarse de una solución propuesta por acreedores y aprobada por el juez
se la ha tachado de inconstitucional por importar una expropiación forzosa que no tiene
en cuenta el valor de la cosa expropiada ni la voluntad del deudor o dueño (SEGOVIA),
considerándosela como un verdadero despojo (OBARRIO). También tempranamente se
sostuvo que ella tiene otro vicio muy grave consistente en obligar a la minoría de
acreedores a contraer una sociedad con la mayoría (SEGOVIA).
Llegaba a la liquidación sin quiebra por decisión judicial aquel deudor de buena fe
cuyo concordato había fracasado.
Fue concebida como una solución preventiva de la quiebra, que importaba una
liquidación judicial sin que se declare la falencia del deudor utilizándose el mismo
procedimiento que para la liquidación en la quiebra.
4. Concordato resolutorio
La convención tenía una doble ventaja: el fallido podía extinguir sus deudas con
positivas ventajas y los acreedores despejaban la incertidumbre de una liquidación y
aseguraban el pago total o parcial de sus créditos (OBARRIO). Sin embargo,
jurisprudencialmente se sostuvo que se trataba de una institución
impuesta exclusivamente en beneficio de los acreedores, pues fue creada en
su interés, con criterio práctico, a fin de preferir una quita o espera a una liquidación
que podría resultar inconveniente(1).
5. Concurso preventivo
El concurso preventivo nace en el país en 1902 con la ley 4156y atento a tratarse
de una institución aún vigente en el derecho concursal argentino lo analizaremos
separadamente más adelante.
7. Salvataje o cramdown
Con la reforma producida en 1995, la ley 24.522incorpora dentro de la legislación
argentina el llamado salvataje o cramdown, procedimiento regulado por su art. 48 que
ha recibido la derogación de la ley 25.563 y su reimplementación y adecuación por
la ley 25.589, lo que veremos oportunamente. Es un instituto creado en resguardo del
principio de conservación de la empresa, intentando mantener en funcionamiento
aquella económicamente útil y viable a través de propuestas de terceros, cuando el
empresario ha fracaso en el intento.
Para dar una idea, el concurso preventivo nació como la solución "amistosa" de
la insolvencia en reemplazo de la quiebra, y tiende a salvar al deudor de la catástrofe
de la quiebra que ha sido considerada su ruina comercial y moral. Así
lo exponía BOLAFFIO en su estudio sobre la ley italiana de 1903, quien hace ver también
qué favorece el interés de los acreedores y el interés público. Más modernamente se
entiende que busca recomponer el patrimonio insolvente sin afectar, en principio, la
marcha de la empresa.
Se trata de un proceso universal por el cual el deudor in malis ofrece una propuesta
a sus acreedores concursales —anteriores a la presentación en concurso—, quienes
deben aceptarla por mayoría, que debe ser homologada por el juez. Ello, en busca de
superar el estado de cesación de pagos que agobia el patrimonio cesante. Como
veremos más adelante, el acuerdo homologado judicialmente se impone a la
minoría ausente o disidente y, a partir de 1995, con la ley 24.522, produce la novación
de las obligaciones preconcursales objeto del concordato.
1. Antecedentes
Si bien en los antecedentes del derecho concursal, como ya hemos visto, tenemos
como proceso primordial a la quiebra, siempre se ha tratado de evitar los efectos
negativos que producía aquel proceso universal.
El primer antecedente nace con el pactum ut minus solvator que es el origen del
concordato por mayoría, considerado el primer medio preventivo de la quiebra.
A través de él, el heredero de una herencia insolvente podía convenir con los
acreedores la reducción de las deudas, aceptando aquél la herencia. Evolucionada
la institución, en el mismo derecho romano se llegó a que la votación favorable de la
mayoría obligase a la minoría en el caso de remisión de una parte de la deuda,
naciendo así el pactum de non petendo.
Las teorías que se han desarrollado respecto de la naturaleza jurídica del concurso
preventivo judicial pueden ser clasificadas entre contractualistas y procesalistas y,
como siempre, alguna mixta.
Así se han clasificado las diferentes teorías, las que diferenciaron entras las
contractuales y las procesales. Dentro de las primeras las plurilaterales y las
bilaterales. Dentro de las plurilaterales encontrábamos la teoría de la voluntad
forzada —es la que afirma que los acreedores disidentes (o ausentes en la antigua
junta de acreedores) quedan obligados por la voluntad de la mayoría (PERDESSUS en
Francia y KOCH en Alemania)—, la de la voluntad presunta —fue una tesis
desarrollada en torno del Código de Baviera y no permitía la homologación del
concordato con un solo acreedor disidente, pero se entendía que los ausentes
manifestaban asentimiento en virtud de un presunto mandato (WINDSCHEID)— y la
teoría de la representación legal de la minoría por parte de la mayoría —afirmaba que
la mayoría no contrata en nombre propio sino que lo hace en representación de
los ausentes y disidentes (FITTING, JAEGER, ENDEMANN y ASCOLI)—. Entre las
bilaterales se contaban la teoría de la comunidad calificada —entendía que existía un
contrato único entre el deudor y los acreedores reunidos en una comunidad en el
concordato resolutorio, atento a haberse desarrollado antes de legislarse sobre el
concurso preventivo, por lo que se sostenía que la quiebra cambia la situación jurídica
de los acreedores, los que constituyen una comunidad calificada (teoría de ROCCO,
seguida en Francia por PERCEROU y en Argentina por MATIENZO, MARTÍN Y HERRERA,
YADAROLA, CASTILLO, GARCÍA MARTÍNEZ Y FERNÁNDEZ MADRID). Lo esencial es el
contrato nacido por voluntad de las partes; la homologación judicial es una condición
de eficacia; la obligatoriedad del contrato para los disidentes se explica por el carácter
colegial de la deliberación y la de los ausentes es una consecuencia legal (DE SEMO,
SATTA, seguidos en Argentina por CÁMARA y en España por RAMÍREZ)—, la de la
comunidad organizada —entendía que los acreedores formaban una masa que
traduce como comunidad organizada su voluntad a través de sus órganos, por lo que
el contrato que la masa de acreedores concurrentes realiza con el deudor es un acto
único de voluntad de aquella comunidad (BONELLI)—, la de la masa como persona
jurídica —sostenía que la masa asume calidad de persona jurídica, la que tiene
facultad, por decisión de la mayoría, de obligar a disidentes y ausentes (THALLER)— y
la de la masa como sociedad legal accidental —sostenía la existencia de una sociedad
legal accidental, cuyo capital era el activo del deudor; cuyos socios, los acreedores
comunes, por el valor de sus créditos respectivos; y cuya administración, como la de
cualquier sociedad, se hace de acuerdo con las resoluciones de la mayoría (Comisión
del Senado en el proceso de sanción de la ley 4156en 1902)—. Las teorías procesales
eran la de la decisión judicial —se ha afirmado que no resultando justo que la mayoría
perjudique a la minoría, el juez los condena a consentir la convención (POTHIER),
entendiéndose en el mismo sentido que la convención es válida para la mayoría y
respecto de los disidentes y ausentes es válida por imperio judicial (BEDARRIDE), por lo
que constituiría un contrato único bajo la oferta del deudor, aceptado por la mayoría de
los acreedores y aprobado judicialmente para hacerlo efectivo respecto de la minoría.
Sin la aprobación el convenio no se perfecciona (POLLAK). El concordato es una
sentencia que hace cesar el concurso bajo las condiciones establecidas en dicha
homologación (SCHÜLTZE)—, la del contrato procesal —para algunos el acuerdo es un
contrato de carácter convencional y judicial (BRAVARD - VEYRIERES); para otros es un
contrato procesal con efecto remisivo, lo que se produce a través de la cognición y
decisión judicial (KOHLER). El concordato nace a través de una propuesta que culmina
en acuerdo al ser aprobada por la mayoría (acuerdo privado por concurso de
voluntades), debiendo ser homologado judicialmente (interés público) (BOLAFFIO)—, la
de la decisión judicial aprobatoria del acuerdo entre deudor y masa —el concordato,
teniendo en cuenta el resolutorio de la quiebra, es un subtipo ejecutivo concursal de
naturaleza cautelar que se constituye mediante la homologación por el órgano judicial
que cierra el proceso falimentario (CANDÍAN)—, la de la obligación legal —sostiene que
la obligatoriedad para quienes manifiestan conformidad resulta del contrato y para
los ausentes y disidentes de un precepto legislativo (en Alemania, LOHR Y OETKER; en
Francia, LYON-CAEN ET RENAULT; en Italia, VIDARI, SUPINO, VIVANTE; en
Argentina, ARMENGOL)—, la del acto jurídico procesal —el Estado, por medio del
órgano jurisdiccional, interviene regulando la situación concursal que excede la esfera
de los poderes dispositivos del deudor y sus acreedores, decidiendo la homologación
o no del acuerdo, haciendo nacer el concordato a través de un acto jurídico procesal
(PROVINCIALI, CALAMANDREI en Italia, ARGERI en Argentina). La causa del vínculo para
los disidentes y los inasistentes no necesita fundarse en la voluntad privada ya que
sólo es una consecuencia de la situación creada para todos los acreedores,
una exigencia del procedimiento concursal (CICU)— y la del proceso concursal —el
concordato es la consecuencia de un proceso que comienza con la demanda de
presentación en concurso preventivo y culmina con la homologación judicial del
acuerdo aprobado por la mayoría, donde convergen elementos procesales y
sustanciales, que variarán según el régimen legal que los describa (PAJARDI, RAGUSA
MAGGIORE, seguidos en Argentina por MAFFÍA)—.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
I. Sujetos
2. Incapaces e inhabilitados
Los incapaces de hecho o de ejercicio (art. 24, CCyCN), es decir, los por nacer, los
menores de edad, los declarados incapaces por sentencia judicial, necesariamente
tienen una representación legal, ejercida, según el caso, por padre, tutor
(para incapaces menores o por nacer) o curador (este último caso para el incapaz
mayor de edad), por lo que la presentación concursal debe ser hecha por el
representante, siendo necesaria la ratificación judicial, previa vista al Ministerio Público
(asesor de incapaces, doctr. art. 103, CCyCN), quien deberá actuar también en el
proceso concursal.
La ratificación judicial debe ser acreditada dentro de los treinta días hábiles y
perentorios (art. 273, incs. 1º y 2º, LCQ) de la presentación concursal, importando su
omisión el efecto del desistimiento del proceso y su cese inmediato.
La ratificación debe ser solicitada ante el juez civil que corresponda cuando la
presentación sea hecha por el padre; y cuando el representante legal sea tutor o
curador el juez competente para tomar dicha decisión será el de la tutela o curatela.
No sería necesaria tal ratificación si el representante legal hubiese
obtenido autorización anterior, del juez competente, para presentar a su pupilo en
concurso preventivo.
En el caso de los inhabilitados por prodigalidad (art. 48, CCyCN), o por sentencia
penal (art. 12, CPen.), como no son incapaces, sino que a su respecto se producen los
efectos del art. 48, CCyCN, es decir, imposibilidad de disponer de sus bienes por sí,
no tienen representación legal, sino un apoyo que los asiste y con cuya conformidad
deben constituirse aquellos actos (art. 49, CCyCN). Por ello, es suficiente a los fines
de la presentación concursal que ésta sea hecha por el sujeto in malis inhabilitado
juntamente con el sujeto que actúa como su apoyo sin necesidad de ratificación
judicial alguna (RIVERA), pues resulta suficiente la conjunción de ambas voluntades
(persona inhábil y curador) sin necesidad de intervención judicial.
Sin perjuicio de que cada heredero actúa por voluntad propia, sin relación
contractual alguna o a través de una decisión obtenida por mayoría, atento a que el
capricho o la desidia de alguno de los herederos frustraría el procedimiento, se propicia
que la decisión se tome por mayoría (CÁMARA). Y en este último caso también se
discute qué mayoría vale, si la considerada por persona o teniendo en cuenta la
participación de cada uno en la herencia, respecto de lo cual se sostuvo que en tal caso
deberá decidir el juez (ZAVALA RODRÍGUEZ). Entendemos que la ratificación debe ser
unánime; sin embargo, atento a los temores expresados por CÁMARA, debe
considerarse por parte del juez concursal el abuso de derecho en que incurriese el
heredero remiso.
4. Representación voluntaria
Elart. 9º,LCQ, requiere que ésta se lleve a cabo con facultades especiales al efecto.
La norma no impone que necesariamente el apoderado se presente con poder
especial pero tampoco es posible que lo haga a través de un poder general de
administración, como así tampoco con uno general para juicios, sino que cuando se
trate de este tipo de poderes debe tenerse especialmente la facultad de representar al
mandante en concurso preventivo. Es necesario que el mandatario sea sujeto hábil
para actuar en juicio a través de una representación voluntaria, es decir, debe tratarse
de un abogado o procurador matriculado.
El art. 10, LCQ dispone la prevalencia, en principio, del concurso preventivo por
sobre los pedidos de quiebra.
El fundamento de esta norma se encontraría en que, atento a que el estado de
cesación de pagos no aparece de un momento a otro, sino que, por el contrario, hay un
cierto período que se ha denominado de "incubación" de la falencia, en el cual el sujeto
advierte las dificultades por las que atraviesa, tratando de sortearlas,
quedando expuesto a acciones de acreedores, puede darse la circunstancia de la
coexistencia de peticiones de diversos procesos falenciales.
Necesariamente debe cumplirse formalmente con los requisitos exigidos por los
Códigos de rito para cualquier demanda en cuanto sea compatible con el
proceso incoado. A partir de la demanda se abre la etapa llamada
por TONÓN "anteconcurso preventivo", pues el concurso se abre recién con la
sentencia que declara su apertura y si aquella presentación resulta rechazada el
concurso nunca existió.
La ley concursal, en su art. 11, LCQ determina los requisitos que debe contener la
demanda de concurso preventivo.
Dichos recaudos, si bien son llamados por el legislador "formales" —proemio del art.
11, LCQ—, son en su mayoría sustanciales y unos pocos estrictamente formales.
Véase además que el título de la Sección I, del Capítulo I —"requisitos"—, del Título II
—"concurso preventivo"—, es "Requisitos sustanciales". Son considerados sustanciales
porque la ley no hace una formulación imprecisa, sino una selección de exigencias
absolutamente necesarias para indagar durante el proceso concursal preventivo de la
situación patrimonial del deudor in malis. Se trata de exigencias de la petición que
constituyen solemnidades que deben observarse teniendo en cuenta que la solicitud
tiene como objetivo la celebración de un acuerdo, que constituye un contrato ad
solemnitatem.
La ley impone que cuando se trate de un deudor persona jurídica matriculada debe
acompañar constancia que acredite su inscripción en el Registro Público, Inspección
General de Justicia y/o Dirección de Personas Jurídicas, etc. Estos recaudos sirven
para la identificación del deudor, requisito común a toda demanda judicial y para
determinar la competencia del tribunal conforme el art. 3º, inc. 3º, LCQ (CÁMARA).
Aquí la ley exige una explicación concreta de las situaciones que provocaron el
estado patrimonial de cesación de pagos, a modo informativo, para ser evaluada en el
futuro, cuando el concurso preventivo esté en curso. El juez no meritúa tales
circunstancias al momento de abrir el concurso, sino que se limita al control del
cumplimiento de tal requisito. Derogada la calificación de conducta, esta exigencia ha
perdido virtualidad dentro del concurso, pero adquiere importancia para
las indemnizaciones laborales, lo que deberá dirimir el juez al momento de resolver
sobre las verificaciones de este tipo de créditos.
Dicho estado debe ser preciso con una exacta indicación de su composición,
discriminándose cada rubro, actualizado con expresión de las normas seguidas para su
valuación, ya sea el valor histórico, de mercado, costo de reposición, valuación fiscal u
otro, indicando ubicación, estado de conservación y gravámenes de los bienes, ya sean
medidas cautelares o derechos reales constituidos sobre ellos. Se trata de un cuadro
contable del estado patrimonial del deudor.
Entendemos que este dictamen puede realizarse aunque el sujeto no esté obligado
a llevar contabilidad legal, pues puede realizarse sobre cualquier documentación que
refleje el patrimonio del concursable (v.gr., libros de IVA y facturación), conformándose
su opinión fundada, a la cual sólo podrá llegar a través de una auditoría previa. El
contador debe atenerse a las normas sobre auditoría y valuación contenidas por las
resoluciones técnicas ns. 7 (Normas de Auditoría) y 17 (Normas Contables
Profesionales) de la Federación Argentina de Profesionales en Ciencias Económicas.
Se sostuvo que no sólo pueden acompañarse los balances exigidos por la ley sino
aquellos realizados voluntariamente por el deudor, siempre que se cumpla con la
certificación contable que exige este tipo de actuación(4).
Por supuesto que dichos balances deben cumplir con los requisitos administrativos
de rubricación y autorización (art. 323, CCyCN) y los legales de conformación (arts.
321, 323 a 327, CCyCN), e incluso los internos de aprobación cuando se trate de una
sociedad, donde debe presentarse el informe del órgano fiscalizados. También el
balance debe acompañarse con los estados de resultados y las memorias
correspondientes (art. 326 CCyCN. En el caso del control societario debe presentarse
el balance consolidado (art. 62, LGS).
Se trata de una complementación del estado del pasivo que exige el inc. 3º; aquí la
nómina debe contener, además de la individualización del acreedor, domicilio, monto,
causa, vencimiento, codeudores, fiadores o terceros obligados o responsables y
privilegios. Dicha información será complementada y corroborada en la etapa
verificatoria por los datos que debe aportar el acreedor al insinuarse. Además, debe
acompañarse, por cada acreedor, un legajo instrumental, donde debe glosarse copia
de toda la documentación relativa a la deuda que se denuncia. Parecería engorroso el
cumplimiento de la exigencia cuando se esté ante un concurso de importante número
de acreedores.
Los libros de comercio a que se refiere la norma son los libros contables exigidos
por el Código Civil y Comercial es decir, libro diario y libro de inventario y balance (art.
322, CCyCN), más aquellos libros contables no obligatorios que también lleve el sujeto
(v.gr: caja, bancos, mayor). También deben agregarse los libros sociales en su caso
como el libro de actas de directorio y de asamblea, el de registro de acciones;
los exigidos impositivamente, cuando sean obligatorios, como los libros de IVA —
compras y ventas—. A ello, deben agregársele los libros exigidos por la legislación
laboral, como el libro de sueldos o el registro de empleados. E incluso deberá
denunciarse cualquier otro registro que lleve el deudor.
Tal requisito queda cumplido con certificación contable, la cual debe ser
acompañada incluso en los pequeños concursos, por no estar excluida en el art.
289, LCQ. Esta omisión encarece, sin ningún sentido, las demandas de pequeños
concursos.
Los recaudos formales hacen a las características rituales que debe contener la
demanda de concurso preventivo. El art. 11, LCQ los contiene en sus dos últimos
párrafos.
Se encuentran prescriptos en los dos últimos párrafos del art. 11, LCQ, y en el art.
12, LCQ, más allá de los contenidos en los Códigos Procesales locales (art.
278, LCQ; arts. 115 —idioma—, 118—redacción de escritos—, 119 —firma a ruego—,
56 y 57 —patrocinio letrado—, CPCCN) y en las leyes locales donde se prevén los
recaudos previsionales, profesionales y fiscales. En cuanto a la tasa de justicia, se
resolvió que debe cumplirse la correspondiente por monto indeterminado al momento
de incoar la demanda, y su integración, según los créditos verificados, luego de
homologado el acuerdo(8), aunque debe estarse a lo previsto en la legislación impositiva
de cada jurisdicción.
En caso de que se incumpla este requisito formal, se sostuvo que no importa ello el
rechazo de la demanda sino que debe procederse conforme el art. 120, CPCCN, es
decir, aguardar que se subsane la omisión al día siguiente, sin necesidad de intimación
previa (MORELLO). No compartimos dicha postura, ya que no se trata de copias para
traslado, sino de instrumentos necesarios para formar los correspondientes legajos de
copias, indispensables y coetáneos a la apertura concursal, amén de que el art.
13, LCQ, ante su incumplimiento impone el rechazo de la demanda.
La ley anterior decía "puede" y la actual "debe", aunque nada cambia: igualmente el
otorgamiento del plazo es potestativo para el magistrado.
Debe admitirse la presentación "con cargo" de los recaudos, es decir, dentro del
plazo de gracia procesal de las dos primeras horas hábiles (art. 278, LCQ).
Más allá de que sostenemos de lege ferenda una postura de flexibilidad que
debería existir para el cumplimiento de los recaudos exigidos por la ley, ello no nos
impide concluir de lege lata que los requisitos incumplidos no pueden ser completados
en la alzada al fundar la apelación contra la resolución que rechaza la presentación en
concurso preventivo(10). Y no puede entenderse que la rigurosidad del cumplimiento de
los requisitos del art. 11, LCQ, lleven a concluir, como se hizo, que debe admitirse que
se satisfagan en la alzada, pues existe junto con dichas exigencias un atisbo de
tolerancia que permite, por causa fundada, integrar las omisiones en diez días
improrrogables. Igualmente la jurisprudencia ha sido dispar al respecto. Para nosotros
no cabe convalidar en la alzada la inobservancia de las prescripciones legales para la
apertura del concurso, ya que ello conduciría en definitiva a una desnaturalización del
precepto, al dejar en manos del peticionante la posibilidad de autoconcederse un plazo
adicional con el solo hecho de apelar el auto denegatorio de la apertura del proceso
universal y completar en segunda instancia los recaudos omitidos sin causa que lo
justifique, oportunamente invocada(11).
Los requisitos que debe contener la demanda de concurso preventivo tienen fines
meramente informativos, sin necesidad de que las alegaciones realizadas por el
presentante sean realmente acreditadas en dicha petición, pues basta para abrir el
proceso la confesión del deudor de encontrarse en estado de cesación de pagos y por
ello concurrir el presupuesto objeto para que pueda abrirse el proceso.
En cuanto al término de cinco días que dispone la ley, considerado exiguo por
alguna doctrina, compartimos aquella que entiende suficiente la fijación de un término
de tres días, pues la resolución que deba dictar el juez se hace sólo con un
previo examen de admisibilidad de la demanda, lo que no exigiría un mayor tiempo
para el magistrado. Ello, siempre y cuando el expediente quede radicado en el juzgado
el mismo día en que se presenta en la oficina receptora de expedientes.
El art. 13, LCQ, segundo párrafo, dispone este severo efecto que venimos
criticando. El rechazo de la demanda de concurso preventivo tiene su pilar en cuatro
supuestos taxativos, de los cuales tres encontramos totalmente
razonables: inexistencia del presupuesto sustancial subjetivo, sujeto
peticionante inhibido por el art. 59, e incompetencia; pero la falta de cumplimiento de
los requisitos del art. 11, LCQ, como fundamento del rechazo, nos produce los reparos
ya expresados.
Más allá de las causales de rechazo contenidas en el art. 13, LCQ, deben
considerarse aquellos defectos de personería en la presentación, como cualquier otro
defecto formal determinado por las leyes locales respecto de las demandas en
general, los que serán subsanados conforme lo determinan aquellas leyes, no
importando el rechazo del pedido. En cuanto a la incompetencia, como se trata de un
presupuesto procesal, se impone el rechazo de la demanda, aunque no deberían
producirse los efectos del rechazo, sino que debería remitirse al juez competente, si el
mismo se encuentra en la misma jurisdicción, caso contrario, el rechazo desencadena
el archivo de las actuaciones.
No existe concurso aun, por lo que no se afectan los principios de unificación y
economía procesal concursal. En caso de que se envíe el expediente, al recibirlo, el
juez competente examinará la concurrencia de los demás requisitos de admisibilidad de
la demanda; mientras tanto, continuará la prevalencia concursal preventiva salvo que
se revele una manifiesta mala fe del peticionante.
Con la ley italiana de 1903, que incorpora el concurso preventivo en dichas latitudes,
se discutió sobre si rechazada la petición se debía declarar la quiebra o no.
Para BOLAFFIO no se incorpora la declaración de quiebra oficiosa, porque puede
haber inexistencia de presupuestos concursales que produjeron el rechazo del
concurso preventivo, lo que importa la improcedencia también de la quiebra. Dicha
postura cede legislativamente en 1942, pues la Legge Fallimentare, dispone que,
rechazada la demanda de concurso preventivo, debe declararse la quiebra de oficio por
sentencia separada a la que declara aquella inadmisión.
a) Produce la suspensión del curso de los intereses que devenguen los créditos de
causa o título anterior a ella (art. 19, 1a parte, LCQ).
b) También la presentación concursal produce la conversión de las deudas no
dineradas a su valor en moneda de curso legal (art. 19, 2a parte, LCQ).
El juez no dicta un decreto o auto sino una sentencia con ejercicio pleno de la
jurisdicción que produce la apertura del proceso universal en virtud de una demanda
judicial. Esta sentencia produce la declaración de la existencia de un estado
preexistente y la concurrencia de los presupuestos concursales. No existe el concurso
virtual por la mera existencia del estado de cesación de pagos sino que
irremediablemente se necesita una sentencia que lo declare. Así se modifica
el status de deudor por el de concursado.
Como bien apunta MAFFÍA, se trata de una sentencia que se produce a través de
una cognición limitada, sobre la base exclusiva de la demanda del deudor, por lo que
su naturaleza jurídica es declarativo-constitutivo-instructoria. La cognición acotada que
realiza el juez se condice con la breve pero suficiente motivación que debe contener la
sentencia (ROUILLON).
El art. 14, LCQ, determina los requisitos que debe contener dicha sentencia en
once incisos.
Concordantemente con ello, debe hacerse una perfecta individualización del sujeto
concursado y de los socios con responsabilidad ilimitada según el caso.
Debe expresarse no sólo su nombre y apellido o razón social, sino también domicilio
y aquellas constancias que permitan individualizarlo concretamente. Si bien no
se exige expresamente la denuncia del domicilio real, resulta ello importante a los fines
concursales, por lo que, a falta de ello, deberá el juez arbitrar las medidas necesarias
para que éste sea exteriorizado en el expediente.
Cabe aclarar que la mención de los socios con responsabilidad ilimitada no importa
el concursamiento de ellos, sino que tendrá virtualidad en la eventual extensión de
quiebra que pueda decretarse (art. 160, LCQ); también se ven afectados por el
desapoderamiento atenuado (arts. 16, 17 y 18, LCQ) y por la comunicación para salir
del país (art. 25, LCQ). Únicamente al momento de la apertura del concurso preventivo
el juez podrá conocer a los socios con responsabilidad ilimitada que surgen según el
tipo social, conforme conste en el contrato social o sus modificaciones.
Como dato anecdótico queremos recordar que con la ley 11.719 el sorteo del
síndico se realizaba antes de que se hubiera dictado la sentencia de apertura de
concurso preventivo, solución aplaudida por alguna doctrina. Sin embargo,
compartimos la crítica hecha por CÁMARA al respecto, en cuanto a que ello importaría
realizar un trámite que en caso de rechazo del concurso resultaría inútil, y se estaría
realizando un trámite concursal en el anteconcurso. En rigor de verdad, el problema no
se plantea con la designación del síndico sino con la publicación de edictos, la cual
debería realizarse, como se hace en la praxis judicial, pero por prescripción legal, luego
de la aceptación del cargo del funcionario.
En la forma que dispone el art. 253, LCQ, determinando el tipo de sindicatura que
actuará, ya sea estudio o contador, categoría A o B, e incluso sindicatura individual o
plural. La audiencia debe ser comunicada al Consejo de Ciencias Económicas para que
fiscalice el sorteo. La designación se notificará por cédula al domicilio constituido por el
profesional, al momento de formarse la lista, quien tendrá tres días para aceptar el
cargo; realizado ello, queda investido en la función de síndico.
Para la fijación del plazo en el cual los acreedores deberán presentarse a verificar,
el cual tendrá una duración de entre quince y veinte días hábiles contados a partir de
la fecha en que se estime concluida la publicación de edictos, el juez debe ponderar la
duración que puede tener la publicación edictal, teniendo en cuenta las tardanzas en
las que podrán incurrir los diarios locales y el Boletín Oficial. A ello debe sumársele
que dicha publicación no puede ser realizada sino después de la aceptación del cargo
por el síndico, por lo que también deberán tenerse en cuenta la audiencia fijada para
su sorteo, el tiempo que llevará la notificación al profesional, la aceptación del cargo y
el plazo de cinco días para que se lleve a cabo por el deudor dicha publicación.
Resulta conveniente que el juez sea prudente en la determinación del plazo para que
no se vea frustrado el cronograma concursal que fijará en la sentencia de apertura.
Como bien ha observado RIVERA, si bien la ley 24.522 redujo considerablemente los
plazos del cronograma concursal de verificación, lo cierto es que en megaconcursos los
términos pueden resultar insuficientes, por lo que en alguno de esos casos
directamente se han fijado plazos más extensos.
La ley 24.522 deroga o excluye de este inciso las comunicaciones que contenía su
antecesora para asegurar la efectiva interdicción de salida del país del concursado.
Ello, conforme a la variación del régimen respecto de este tema que hace la ley de
1995 (art. 25, LCQ), pero el permisivo mecanismo instaurado deviene inexistente atento
a la derogación de la previsión que impone las comunicaciones que ejercen el poder de
policía. Ello importa abrogar la prohibición.
De práctica, aunque la ley no lo determina, las comunicaciones se hacen al
Ministerio del Interior para inscribir el concurso en el Registro Nacional de Aptitud
Migratoria, para darle operatividad al art. 25, LCQ.
Se trata de una medida cautelar, a los fines del desapoderamiento atenuado que
produce el concurso preventivo, de la cual deben tomar razón los registros de la
propiedad inmueble, automotor y cualquier otro donde se registren bienes (buques,
aeronaves, propiedad intelectual, marcas, patentes, etc.), importando la inhibición de
disponer o gravar los bienes registrables. Se sostuvo, en posición que no compartimos
por no lograr la finalidad perseguida, que la inhibición cercenaría el crédito del cesante
y serían suficientes a tales fines el contralor del síndico y las sanciones
de inoponibilidad frente a los actos realizados por el concursado. Se trata de una
medida de seguridad del patrimonio, para que éste no se vea disminuido por la salida
de bienes de él, para el supuesto de la eventual quiebra posterior que pudiese
declararse.
Nos parece engorroso que la jurisdicción deba ocuparse de estos gastos que
parecen minúsculos atento a las restantes erogaciones que produce el proceso
concursal y el juez debería centrar su atención en cuestiones de mayor trascendencia.
En Italia, la Legge Fallimentare impone el depósito de una suma presupuestada por el
juez para hacer frente al procedimiento íntegro.
Por ello, y atento a la perentoriedad del plazo fijado, entendemos que el depósito de
la suma debe hacerse necesariamente en la cuenta de autos y no puede admitirse la
entrega directa al funcionario concursal.
Como venimos viendo, en la sentencia de apertura el juez debe fijar las fechas que
conforman el cronograma concursal.
Respecto de los informes individuales, para determinar la fecha de presentación el
juez debe ponderar la fecha de vencimiento del término para verificar tempestivamente
por parte de los acreedores, los diez días para presentar las observaciones y veinte
días más para su presentación, es decir que debe fijarse a los treinta días hábiles
desde el vencimiento de la fecha para verificar. La fecha para presentar el informe
general debe fijarse a los treinta días hábiles de la fijada para
los informes individuales. Sin embargo, creemos innecesaria la prescripción legal,
pues es suficiente determinar la fecha del vencimiento del plazo para presentar los
pedidos de verificación al síndico, siendo los demás términos del cronograma
concursal correlativos a aquél, bastando con calcular los días hábiles en que deben
cumplirse los demás actos procesales-concursales.
La ley 26.086 impone al juez correr una vista por diez días al síndico, contados
desde la aceptación del cargo, a fin de que presente un informe respecto del pasivo
laboral denunciado por el concursado —apartado a)— y un dictamen, previa auditoría
contable, sobre la existencia de otro pasivo laboral que pueda ser objeto de pronto
pago — apartado b)—.
Tal información será relevante para el otorgamiento del pronto pago laboral, pero
es imposible que el síndico en diez días pueda realizar la auditoría que pretende la ley.
La ley 26.086incorpora en 2006, el inc. 12 al art. 14, LCQ, con una redacción que
no se condice con el proemio de dicha norma, pues no se trata de algo que ordene el
juez en la sentencia sino que directamente es algo prescripto por la ley como función
para el síndico. Se dispone que el funcionario deberá emitir un informe mensual sobre
la evolución de la empresa, lo que significa que solamente será presentado cuando el
concursado funcione a través de alguna estructura empresarial. Concretamente
deberá informarse en forma mensual y como mínimo sobre aumentos y disminuciones
del activo y del pasivo, ingresos y egresos totales, compras y ventas (VILLOLDO).
Entendemos que estos informes mensuales, que deberán ser fundados, se traducen
en verdaderos dictámenes que deberán realizarse a través de auditorías previas,
siempre dentro de las posibilidades materiales(14). Es un verdadero análisis del cash
flow empresarial, por lo que deberá informarse específicamente sobre la variación en la
suma de los componentes patrimoniales como el efectivo y sus equivalentes, para lo
cual el síndico necesitará que la concursada le presente un estado de origen y
aplicación de fondos. Igualmente el síndico podrá controlar la información suministrada
e incluso informase sobre la veracidad de la misma.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
C. Nac. Com., sala A, LL 126-773; C. Nac. Com., sala E, ED 130-440; C. Civ. y Com. Bahía
Blanca, sala I, DSC 260-2009-771; C. Civ. y Com. Quilmes, sala I, LLBA 1996-531; C. Nac.
Com., sala B, RDCO 1986-19-297; C. Civ. y Com. Rosario, sala 1ª, RDCO 1986-19-624; C. Civ.
y Com. Bahía Blanca, sala II, RDCO 1986-10-625; C. Nac. Com., en pleno, LL 145-129; SCBA,
AbeledoPerrot, Buenos Aires, 9/2010; C. Nac. Com., sala E, LL 1981-B-513; C. Civ. y Com.
Rosario, en pleno, LL 2001-847; en contra, C. Nac. Com., sala A, ED 164-731; sala B, ED 94-
405; sala C, ED 16-197; sala D, LL 1980-C-564; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala I, 8/6/2004,
"Santecchia"; C. Nac. Com., sala B, LL 1988-C-483; Corte Sup., LL 1976-D-549; C. Civ. Com.,
sala I, DSC, 237-8-800.
La ley falimentaria ocupa el art. 26, LCQ, para determinar la forma en que se
notificarán al concursado las resoluciones dictadas en el proceso preventivo. Se
prescribe que el concursado o sus representantes, según el caso, quedan obligados a
concurrir a Secretaría los días de notificaciones, es decir, los días martes y viernes o el
siguiente día hábil si ellos fuesen inhábiles, ya que todas las resoluciones les serán
notificadas ministerio legis.
También debe aplicarse el sistema de notificación tácita que disponen los Códigos
de rito (art. 278, LCQ, y art. 134, CPCCN), ya sea por retiro de expediente o copias,
presentación de escritos, etcétera.
El sistema adoptado tiene el mismo fundamento que el dado para el art. 273, inc.
5º, LCQ, esto es, la celeridad del proceso concursal; con la notificación ministerio
legis se ahorra el tiempo natural que demanda el diligenciamiento de las cédulas. Así,
queda en manos del concursado la responsabilidad de acelerar por todos los medios
posibles el procedimiento concursal (GRISPO).
2. Publicación de edictos
Los arts. 27y 28, LCQ, prescriben la forma en que se hará conocer la apertura del
concurso preventivo a los terceros —principalmente acreedores— a través de la
publicación de edictos, como sistema necesario de publicidad de los procesos
universales. Los edictos deben contener necesariamente la identificación del deudor y
los socios ilimitadamente responsables, la individualización del juicio y su radicación;
datos indispensables para el conocimiento del concurso preventivo. También en los
edictos deben hacerse constar el nombre y domicilio del síndico, la fecha hasta la cual
los acreedores pueden presentar sus pedidos de verificación y el lugar donde deben
hacerlo. Esto último, sólo cuando el síndico fije una oficina donde se recibirán los
pedidos de verificación distinta del lugar donde constituye domicilio o en el caso en
que aquellos pedidos puedan hacerse en dos lugares. A ello deberá
agregársele, aunque la ley no lo prescriba, no sólo la fecha de la apertura del concurso
preventivo sino necesariamente la fecha de la presentación concursal para que los
acreedores conozcan, a los fines verificatorios, si sus créditos son anteriores a ella.
La publicación que está a cargo del concursado —lo que incluye confección del
edicto para ser presentado a la firma— debe ser hecha dentro de los cinco días de
notificada "por nota" la aceptación del cargo por el síndico —aunque la ley dice desde
la notificación de la apertura— en el diario oficial y en un diario de amplia circulación
del lugar del domicilio del deudor.
La publicación se hace por cinco días, sin necesidad de que éstos sean hábiles
judiciales pues no se trata de un acto procesal, sino que la publicación se
realiza extra proceso. Como bien dispone la ley, el concursado deberá justificar el
cumplimiento de las publicaciones acompañando los recibos dentro del plazo fijado y
luego deberá acompañar un ejemplar de cada uno de los diarios donde fueron
publicados los edictos, dentro de los cinco días de su primera aparición.
Esta última carga carece de sanción para el concursado, pues el desistimiento sólo
queda previsto para la efectivización de la publicación en el término fijado,
acreditándose con los correspondientes recibos; no se impone la misma sanción para
acreditar la efectiva publicación con los ejemplares. Y como se sostuvo, pese a la
perentoriedad de los plazos, el juez no debe tener por desistido el concurso si el
concursado acompaña tardíamente los recibos pero consta que la publicación se hizo a
tiempo y no se ha declarado aún el desistimiento (TONÓN). Concordantemente, se
resolvió que si la demora en la publicación de edictos no ha sido tan grave como para
perjudicar el trámite normal del proceso, ni existieron propósitos dilatorios o
antifuncionales del concursado, no cabe la sanción automática del desistimiento(1).
También se determina que cuando el deudor concursado tenga establecimientos en
otras jurisdicciones deberán publicarse en ella los edictos de la misma forma que en
los diarios locales (Boletín Oficial y diario de amplia circulación).
No es necesaria la publicación edictal fuera del país cuando se trata del concurso de
un deudor domiciliado en el extranjero, pues es suficiente que ella se haga en el lugar
de la administración en el país, y, a falta de éste, en el lugar del
establecimiento, explotación o actividad principal, según el caso. Aunque el juez podrá
ordenar dicha publicidad adicional si lo cree conveniente (doctr. art. 205, inc. 4º, in
fine,LCQ).
Igualmente, nada obsta a que el síndico envíe las cartas a aquellos acreedores que
el deudor omitió denunciar, siempre en la medida en que el funcionario haya tomado
conocimiento de su existencia. También se sostuvo que tratándose de títulos
circulatorios que hubiesen sido endosados, debe enviarse la carta al endosatario del
concursado.
Dichas misivas deben contener, además de la apertura del concurso, los datos
sucintos que importen la individualización del concursado (inc. 1º, art. 11, LCQ), la
fecha hasta la cual podrán presentarse a verificar, además del nombre y domicilio del
síndico y las horas de atención, la designación del juzgado y secretaría actuantes, y su
ubicación y los demás aspectos que se estimen de interés para los acreedores. Los
síndicos igualmente incluyen otras informaciones o requerimientos que estimen
necesarios en la correspondencia que envían.
Los fondos para hacer frente al franqueo son los aportados por el concursado
conforme a la intimación impuesta en el inc. 8º del art. 14, LCQ. La ley no prevé el
momento en que el síndico debe rendir cuentas de las erogaciones efectuadas para el
envío de la correspondencia. Algunos entienden que debe hacerlo el funcionario al
momento de presentar el informe general; por nuestra parte, entendemos que podrá
hacerlo luego de enviadas las cartas y el juez puede exigirlo en cualquier momento
luego de los cinco días de la primera publicación edictal.
Como bien afirma MAFFÍA, la ley concursal insiste en transferir, de modo nada fácil,
al proceso concursal, una fórmula propia del procedimiento ordinario, como es el
desistimiento, que ha dado malas experiencias en el uso histórico del instituto en la
esfera concursal.
La resolución que tiene por desistido el proceso en forma de sanción puede ser
dictada por el juez ex officio o a petición del síndico, sin necesidad de
apercibimiento expreso ni de intimación previa. Entendemos que, atento a que dicha
resolución tiene los mismos efectos que el rechazo de la demanda (doctr. art.
13, LCQ), ésta resulta apelable sólo por el deudor, quien resulta el
verdadero interesado.
2. Desistimiento voluntario
Luego de publicados los edictos, el deudor puede desistir del concurso preventivo,
pero para ello necesita concurrencia de voluntades con algunos de los acreedores. No
deben acompañarse al expediente los acuerdos celebrados extrajudicialmente, sino
que resulta suficiente que los acreedores expresen su conformidad, con firma
debidamente certificada, al desistimiento pretendido por el deudor.
La ley diferencia tres etapas del proceso, que van desde la primera publicación de
edictos hasta el comienzo del período de exclusividad, requiriéndose siempre como
mayoría de acreedores quirografarios que representen el 75% del capital.
Dicha mayoría se computa hasta la presentación del informe individual del síndico,
teniendo en cuenta los acreedores denunciados en demanda y los presentados a
verificar; después de la presentación del informe individual, se tendrán en cuenta los
aconsejados admitir por el síndico; y luego de dictada la sentencia de verificación se
tendrán en cuenta aquellos acreedores verificados o declarados admisibles.
Se presenta un singular problema para el caso en que el deudor quiera desistir del
proceso concursal luego de la primera publicación de edictos pero antes de que el
síndico presente su informe individual, para lo cual se entendió que en estos casos no
puede imposibilitarse el desistimiento, por lo que debería reunirse la mayoría legal,
teniendo en cuenta los acreedores denunciados y aquellos que ya se hayan presentado
a verificar, requiriéndose un informe sindical al respecto.
3. Efectos
El año a que se refiere la norma comienza a contarse desde la fecha en que queda
firme la resolución que tiene por desistido el concurso preventivo. Ello, atento a que
producido el desistimiento del concurso preventivo renace el trámite de los pedidos de
quiebra suspendidos por la presentación concursal preventiva.
La ley concursal hace aplicar los efectos del desistimiento (art. 31, in fine, LCQ),
también en el caso de rechazo de la demanda de concurso preventivo (art. 13, LCQ) y
para los casos en que no se cumplan las exigencias de los arts. 6º, 7ºy 8º, LCQ, para
los casos de presentación en concurso preventivo de personas de existencia ideal,
de incapaces e inhabilitados y del patrimonio de personas fallecidas; a estos últimos, si
bien no se trata de un caso de desistimiento, la ley les impone sus efectos (ALEGRIA).
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala 1ª, LL 1989-E-613; C. Nac. Com., en pleno, LL 117-
451; C. Nac. Com., en pleno, "Farmacia Gala", JA 1998-1-108.
I. Desapoderamiento atenuado
Si bien, como ya hemos visto, existen efectos concursales que se producen por la
mera interposición de la demanda, los cuales naturalmente sólo adquieren virtualidad
a partir del dictado de la sentencia de apertura del concurso preventivo, otros efectos
sólo se producen a partir de la apertura del proceso. El concurso preventivo produce
como efecto patrimonial, lo que damos en llamar, desapoderamiento atenuado.
Ello importa una medida cautelar ante la eventualidad de que pueda recaer la
quiebra indirecta de la sociedad, la que produciría la extensión de ésta a los socios
ilimitadamente responsables (art. 160, LCQ) cuyo patrimonio podrá responder por el
pasivo social. Ello no implica el concursamiento de los socios sino que se trata de un
efecto del concursamiento de la sociedad de la que forman parte. Se trata de una
verdadera medida de naturaleza cautelar. Esta prescripción es el correlato de la
impuesta en el art. 11, inc. 2º, LCQ, que dispone la inhibición general de bienes de
estos socios y se relaciona con el art. 56, cuarto párrafo, LCQ, respecto de los efectos
del acuerdo que se homologue frente a este tipo de socios.
1. Actos permitidos
Más allá del dies a quo que hemos determinado para los efectos patrimoniales del
concurso preventivo, la vigilancia de los actos de administración del concursado recién
será efectiva a partir de la aceptación del cargo del funcionario, pues antes de ella el
efecto de control sobre los actos del concursado es jurisdiccional y como tal limitado a
ciertas medidas que podrán tomar los jueces, más allá de la traba de la inhibición
general de bienes. Sin embargo, nada impide que el síndico haga una revisión de los
actos de administración realizados por el concursado desde la fecha de la presentación
en concurso.
La vigilancia ejercida por el síndico sobre los actos de administración que realice el
concursado se limita a fiscalizar la actuación de aquél, el cual continúa su actividad
normalmente sin necesidad de que el funcionario concursal haga mérito sobre la
conveniencia o no del acto a realizarse, aunque sí podrá denunciar ante el juez
la existencia de irregularidades.
El síndico también podrá oponerse a que el concursado realice algún acto, con la
oportuna denuncia judicial, a fin de que el juez se pronuncie al respecto. También podrá
requerir explicación por actos u omisiones del concursado respecto de su
administración, pero éste no está obligado a someter a consideración del síndico ni a
requerirle previa conformidad para llevar a cabo la administración de sus negocios.
Pero sí podrá el funcionario requerir informes, supervisar las actuaciones empresarias
e inspeccionar los libros correspondientes, ya sean contables o societarios.
2. Actos prohibidos
La ley prohíbe la realización de este tipo de actos, los cuales no pueden realizarse
ni siquiera con autorización judicial, aunque la ley contiene una excepción concreta,
cual es el pronto pago de los créditos laborales. Para algunos también constituye
una excepción el pago de los créditos con garantía real, aunque, para otros, resulta
dudosa la posibilidad de pagar estos créditos por el concursado. También se exceptúa
del presente el caso de continuación del contrato con prestaciones recíprocas
pendientes (art. 20, LCQ).
Ellos son, conforme lo dispone el primer párrafo del art. 16, LCQ en forma taxativa,
los actos a título gratuito o aquellos que alteren la situación de los acreedores
concursales. Los actos gratuitos, son aquellos que importan una disposición de bienes
sin contraprestación correlativa a favor del concursado, y los que alteran la situación
de los acreedores de causa o título anterior a la presentación, son los que violan la
paridad entre los acreedores concursales.
Los casos concretos y más comunes de actos prohibidos por alteración de la par
condicio son el pago y la constitución de garantías. Para JUNYENT BAS y MOLINA
SANDOVAL no sólo debe resguardarse la paridad entre los acreedores sino, luego de la
reforma de la ley 25.589, debe resguardarse también la no discriminación contenida en
el art. 52, LCQ, por lo que no sólo deben incluirse los actos beneficiosos para algunos
acreedores sino también los perjudiciales para otros, es decir que existe una alteración
de la paridad en sentido positivo y negativo, y el perjuicio tendrá efecto individual en un
caso y colectivo en otro. En realidad, la diferencia que se hace es abstracta, pues
siempre importa una alteración de la par condicio. Se han dado casos particulares que
deben ser analizados con cautela. Así, encontramos el caso de los cheques
posdatados, los cuales correspondiendo a una operación anterior al concurso, llevan
fecha posterior. Para RIVERA, el deudor se encuentra imposibilitado de cumplir y al
acreedor le queda expedita la vía verificatoria, postura que compartimos, pero atento a
la inoponibilidad concursal del cheque posdatado, impuesta por el art. 23de la ley
24.452, entendemos que dicho cheque no puede, por sí solo, constituirse en título
justificativo de la verificación, sino que aquí necesariamente, y más allá de las posturas
sobre la causa en la verificación, debe verificarse el negocio anterior al concurso que
originó la entrega de la orden de pago, pues aquél por sí solo es inoponible. Lo que
resultará inoponible será el cheque como cartular, pero no la relación sustancial; se
impide el ejercicio del derecho cambiario (MOSSO). Concordantemente con ello, y ante
la consecuencia casi inevitable de que decretada la apertura del concurso preventivo se
cierren las cuentas corrientes del concursado aunque no registre un solo rechazo, se
sostuvo que ello era producto de evitar que se infrinja la norma que veda el libramiento
de cheques posdatados, aunque ninguna norma prevea el cierre de la cuentas por
apertura del concurso preventivo, salvo que lo surja del contrato o efectivizarse por
propia voluntad del banco (art. 792, CCiv., art. 66inc. 1º, ley 24.452), siendo procedente
las medidas cautelares para mantener las cuentas operativas, siempre que el deudor
no tenga inhabilitación bancaria (RASPALL). En dicha línea de pensamiento se reconoció
que el pacto de non petendo que importa la posdatación de cheques ha sido amparado
por la costumbre, aunque no puede mirarse con tolerancia la infracción a la ley
sustantiva, por lo que es necesario que se mantengan abiertas las cuentas corrientes
para posibilitar el normal desarrollo de la actividad empresarial del concursado y en
todo caso el juez podrá cerrarlas (doctr. art. 17, LCQ), manteniéndose la inoponibilidad
de los cheques posdatados en los términos expuestos supra. Los cheques de pago
diferido, como títulos de créditos, son un caso en que su pago posterior al concurso,
cuando su creación es anterior, resulta prohibido. Ello, porque se trata de un crédito a
plazo y no puede ser pagado por el banco, correspondiendo su verificación en la cual,
según la postura que se adopte respecto de la caducidad de los plazos en el concurso
preventivo, será considerado como una obligación vencida o no. También la
apropiación de fondos por un banco es una situación que da lugar a un acto prohibido.
Así, cuando el concursado tenga fondos en la entidad bancada, ésta luego de la
apertura del concurso preventivo no podrá "tomar" los fondos para cancelar créditos
que tuviese contra el concursado, anteriores a la presentación, pues ello importaría un
acto prohibido por alteración de la par condicio creditoriun. También cuando se realice
un descuento de documentos sin cesión de provisión de fondos, donde tal contrato
importa una delegación año solvens (endoso) que comprende una orden de pagar
directamente dada al girado (iussum solvendi) y, por otro lado, un mandato de cobro a
título liberatorio, dirigido al banco, o mandato para perseguir la liberación (iussum
accipiendi) donde el banco no puede compensar o apropiarse de lo recibido (HEREDIA).
La correcta forma es que el banco devuelva los fondos al concursado y verifique sus
créditos. Lo mismo para el caso en que el banco utilice una remesa en cuenta para
cubrir el saldo deudor de una cuenta corriente. Queda a salvo la entidad bancaria
cuando tuviese una garantía real respecto de su crédito, en cuyo caso podrá cobrarse
ejecutando la garantía con la correspondiente rendición de cuentas (3). También el caso
en que el banco tuviese en su poder documentos de terceros descontados por el
concursado, pues allí ha adquirido el crédito y el concursado es ajeno. Cuando el
concursado haya cedido créditos en garantía, endoso en garantía, concretamente la
entrega en prenda de una deuda de documentos de terceros, el acreedor puede
percibir los importes correspondientes a los créditos cedidos, pues respecto de ellos el
concursado es ajeno (RIVERA), sin perjuicio de la correspondiente rendición de cuentas
(art. 23, LCQ). Se trata de una garantía autoliquidable (ALEGRIA). Ante un fideicomiso
de garantía, cuando se transmite la propiedad fiduciaria del crédito a favor del fiduciario,
éste puede ejecutar la garantía y pagar al beneficiario, sin que ello se vea afectado por
el concurso del fiduciante, pues habiendo salido tales bienes del patrimonio de la
concursada, antes de la presentación concordataria se ha producido su consumo
jurídico. Ello, sin perjuicio de la correspondiente rendición de cuentas que deba hacerse
en el concurso, conforme el art. 23, LCQ. Aunque advertimos que, en sentido contrario,
se sostuvo que el acreedor debe vender el objeto dado en prenda en remate —judicial
o extrajudicial—, pues no puede apropiarse de la cosa dada en prenda por medio de la
compensación, no reconociéndole así al acreedor la facultad autoliquidativa. Distinto es
el caso en que los créditos hayan sido dados en procuración o con mandato de cobro,
pues aquí no hubo transferencia de dichos créditos por parte del deudor, sino que se le
"cede" al acreedor la posibilidad de instar per se el cobro de éstos, por lo que
concursado el deudor no puede cancelar créditos con el cobro de dichos documentos,
debiendo verificar su crédito e ingresar al concurso los fondos que hubiere obtenido del
cobro de dichos créditos y restituir los documentos pendientes de cobro.
La tercera parte del art. 16, LCQ, determina los actos que el concursado no puede
realizar sino con autorización judicial previa y el procedimiento para obtenerla. Aquí la
ley crea una categoría intermedia dentro de los actos involucrados en el
desapoderamiento atenuado; así, se trata de los actos que no están prohibidos pero
que exceden la administración ordinaria.
Así lo dispone la segunda parte del art. 16, LCQ—en concordancia con los incs. 11
y 12 del art. 14, LCQ, incorporados por la ley 26.086—. Se trata de una tutela especial,
de créditos de naturaleza alimentaria, destinada a que los acreedores laborales no se
vean forzados a esperar el trámite del concurso para cobrar sus créditos (5). Se le
reconoce al proceso una naturaleza bifronte, ya que no sólo ése es su sentido sino
que además importa una verificación del crédito laboral (MAZA - LORENTE).
4.2. Trámite
Como primera medida, la reforma de 2006 propone dos clases de pronto pago: uno
de oficio y otro a pedido de acreedor interesado.
El pronto pago podrá ser pedido por un acreedor interesado cuando su crédito no
haya quedado incluido en el informe del síndico del inc. 11 del art. 14, LCQ, el cual
tramitará a través de un procedimiento específico impuesto por el art. 16, segunda
parte, LCQ.
Lo que se excluye con la reforma de 2006 es el traslado al síndico por diez días, el
cual ahora, por aplicación del art. 273, inc. 1º, juntamente con el que se le corra al
concursado será por cinco días.
Para la admisión del pronto pago, es menester que no se den los casos aludidos
por la citada norma legal en su cuarto párrafo para que éste sea viable. Es decir que
no procede el pronto pago cuando existieran dudas razonables en cuanto a su origen
o legitimidad; cuando el crédito, antes de formularse el pronto pago o coetáneamente
con la opinión del síndico, estuviese controvertido; y en el caso de existir connivencia
entre el peticionante del beneficio y la concursada (antes de la reforma de 2006
se exigía que la connivencia fuese dolosa). Así lo dispone la norma legal, aunque no
taxativamente, como se sostuvo (NEGRE DE ALONSO - JUNYENT BAS); por resolución
fundada y por otras cuestiones puede el juez rechazar el pronto pago —
v.gr., inexistencia del privilegio que se alega—.
Antes, ante el rechazo del pronto pago, el acreedor debía verificar su crédito; ahora,
a partir de la ley 26.086, en concordancia con la reforma del art. 21, LCQ, se prescribe
que el acreedor deberá iniciar o continuar el juicio laboral ante el Tribunal del Trabajo
que sea competente.
Sin apoyatura legal específica, alguna doctrina sostenía que el perjuicio causado al
acreedor por la denegatoria que ocasiona la postergación del pago de créditos
laborales viabilizaba la apelación. También se entendió apelable, por aplicación del art.
285, párr. 1º, considerando el anterior trámite como un incidente genérico (GARAGUSO).
En otra orientación, alguna opinión posibilitaba, en el caso de que la resolución
no exhiba fundamentos, argüir la nulidad a través del recurso de apelación, por
aplicación de las reglas procesales generales (art. 278de la LCQ). Para nosotros, en
definitiva, ante la denegatoria del pronto pago el acreedor sólo tenía las vías de
verificación (art. 16, segundo párrafo, LCQ) y nunca la apelación. Cuando el pronto
pago era admitido, por los mismos argumentos vertidos, se concluía su inapelabilidad
por el deudor aunque debió admitirse la apelación, pues para el concursado no existe
debate posterior que le permita discutir la admisión; lo contrario haría aparecer un óbice
constitucional insuperable en pos de la garantía del derecho de defensa del deudor (art.
18, CN). Alguna doctrina permitía revisar la sentencia que define el pronto pago a
través del incidente de revisión (art. 37, párr. 2º, de la LCQ) o de la acción de dolo
regulada en el art. 38, LCQ. En nuestra opinión, no estaba regulada tal posibilidad.
Con la reforma de la ley 26.086, ahora los créditos con pronto pago serán
abonados con los fondos líquidos disponibles.
El tema de los créditos con garantías reales tiene múltiples connotaciones dentro
del concurso preventivo, y por sus particularidades hace que sea un tema conflictivo.
Una de ellas es la posibilidad de pago por parte del concursado preventivamente de
este tipo de créditos garantizados con derechos reales sobre lo cual se han dado
varias e importantes interpretaciones que harían variar considerablemente los efectos
que se producen dentro del proceso.
Por nuestra parte, entendemos que debe diferenciarse según la situación en que se
encuentre la obligación para que el pago pueda ser efectuado. Para poder pagar al
acreedor con garantía real, el deudor concursado debe estar "al día" con el
cumplimiento al momento de presentarse en concurso, pues si se encuentra en mora,
como sus plazos han caducado, el acreedor procederá a la ejecución del bien asiento
del privilegio, siendo imposible que se autorice el pago de cuotas vencidas (doctr. arts.
867, 871, CCyCN). Si no se encontraba en mora —lo que no habilitaría la ejecución—
puede el juez concursal, en los términos del art. 16, tercer párrafo, LCQ, autorizar el
pago al acreedor y mantener los plazos convenidos—o refinanciar la deuda-
—, aunque ello siempre deberá ser limitado al valor del bien, pues lo que lo exceda
será quirografario dentro del concurso y no corresponde otorgarle la preferencia
temporal de cobro. En el caso del deudor en mora —lo que imposibilitaría el
pago, aun con autorización judicial, y dejaría expedita la acción ejecutiva
—, entendemos que la ley debería prever, de lege ferenda, la posibilidad de
permitírsele al deudor negociar o refinanciar la deuda con su acreedor para así evitar
la ejecución del bien, cuando fuere conveniente para el concurso. Sería una especie
de acuerdo preventivo con el acreedor dotado de garantía especial, con preferencia
temporal en su negociación, es decir, sin necesidad de esperar al período
de exclusividad, directamente ni bien se abre el concurso preventivo.
6. Inoponibilidad
En tal sentido, el art. 17, primer párrafo, LCQ, impone la inoponibilidad de puro
derecho —como reza la ley—, respecto de los acreedores concursales, de los actos
realizados por el concursado cuando aquéllos estuviesen prohibidos o debieron
realizarse con la previa autorización judicial.
El hecho de que la ineficacia por inoponibilidad se produzca ipso iure no quiere decir
que no se necesite resolución judicial declarativa sino que ella tiene efecto retroactivo al
momento en que se celebró el acto, pues se produce de pleno derecho. Puede
declararse a pedido del síndico, de un acreedor u otro interesado o de oficio por el juez.
7. Desapoderamiento calificado
Otra de las sanciones que impone la ley concursal a las violaciones de la norma
que rigen los efectos del concurso preventivo frente a la administración y disposición
patrimonial es la calificación del desapoderamiento atenuado, que implica, como
prescribe el art. 17, segunda parte, LCQ, la injerencia judicial en la administración del
patrimonio cesante, reduciendo las atribuciones del concursado. Se trata de un
agravamiento del desapoderamiento atenuado.
Esta sanción es extendida por la ley a los casos de inobservancia del art. 25, LCQ,
respecto de los viajes al exterior, cuando el deudor concursado oculte bienes, viole el
deber de colaboración omitiendo dar información al juez o al síndico o cuando la que
brinde sea falseada. La enumeración legal es taxativa, pues al tratarse de una sanción
debe corresponderé una interpretación restrictiva.
Las medidas precautorias que puede tomar el juez en estos casos son graduables,
desde la simple veeduría hasta la separación del concursado de la administración de
los bienes—-lo que importaría un desapoderamiento pleno—, pasando por
una intervención controlada o una coadministración.
La resolución será tomada por el juez de oficio o a instancia del síndico, comité de
control o acreedor interesado (en contra CÁMARA - QUINTANA FERREYRA), a través
de auto fundado, determinando las facultades de quien lleve a cabo la medida en los
límites de los arts. 15y 16, LCQ.
BIBLIOGRAFÍA
JURPRUDENCIA
C. Nac. Com., sala A, JA 2004-II-98, sala C, LL 16/3/2010; C. Nac. Com., sala B, DJ 2005-
2-983; C. Nac. Civ., sala C, ED 173-445; C. Civ. y Com. Mar del Plata, sala 2a, 10/6/1997,
"Celosor"; CSJN, ED 115-379; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala 1ª, 7/5/1999, "Compañía de
Ómnibus La Unión"; C. Nac. Com., sala E, ED 115-376; Conf. C. Civ. y Com. Bahía
Blanca, sala I, DSC, 238-2007-950, SC Mendoza sala I, "Orozco" 26/5/2008 LL, Supl. CyQ,
junio-2009; SC Mendoza 8/4/2003, "Tavares".
CAPÍTULO V - EFECTOS RESPECTO DE LOS CRÉDITOS CONCURSALES
Es necesario que a fin de lograr sus objetivos, esto es, un acuerdo entre deudor in
malis y sus acreedores, el concurso preventivo deba producir la "cristalización" del
pasivo, entendido como la estabilización, consolidación o concreción de dicho pasivo
concursal a un determinado momento. Dicho momento, por política legislativa, es el de
la presentación de la demanda de concurso preventivo. Ello significa, como
sostuvo TONÓN, que los créditos deben quedar cuantificados en moneda de curso legal
y congelados al momento de la presentación concursal.
El actual art. 351, CCyCN, determina que "el plazo se presume establecido en
beneficio del obligado a cumplir o a restituir a su vencimiento, a no ser que, por la
naturaleza del acto, o por otras circunstancias, resulte que ha sido previsto a favor del
acreedor o de ambas partes".
Además, y como fundamento de nuestra posición, tenemos que por el saldo del
crédito impago, si los bienes ejecutados a raíz de su garantía hipotecaria no alcanzaren
a cubrirlo, los acreedores hipotecarios concurrirán a prorrata con los quirografarios,
dentro del concurso, lo que pone en evidencia que los de plazo no vencido no están
obligados a quedar inactivos mientras el concurso tramita so pena de quedar fuera del
acuerdo en el concurso y de la distribución en la quiebra. Lo cierto es que la preferencia
otorgada tiene su límite en el bien sobre el cual recae, y el exceso es un crédito
quirografario, el cual debe quedar indefectiblemente afectado al concurso, y ello hace
que deba cuantificarse la obligación al momento de la presentación concursal,
produciéndose la caducidad de los plazos. Si este vencimiento de los plazos no se
cumpliera, el concursado podría pagar aun más allá de esa garantía en desmedro de
la par condicio. Ergo, el juez, a pedido del deudor concursado, podrá autorizar el pago
de este tipo de créditos hasta el tope de la garantía y el mantenimiento de los plazos
o incluso autorizar una renegociación de la deuda. Con más razón en el caso en que el
concursado se encuentre en mora y el contrato per se no prevea el decaimiento de los
plazos, pues ello debe ser producido indefectiblemente por el concurso a fin de
cristalizar el pasivo.
En definitiva, son muchas las normas que, legisladas en la parte de la quiebra en las
leyes falimentarias, se aplican por ser principios generales en la materia para el caso
del concurso preventivo. Principalmente las normas de la quiebra que tienden a la
cristalización del pasivo y que se fundan en los máximos principios concursales de la
concurrencia y par condicio creditorum, preceptos que no se incluyen en la parte de
concurso preventivo, pero que, desde que se fundan en la aludida necesidad de
cristalizar el pasivo concurrente o trasuntar la aplicación de los principios aludidos,
resultan inherentes a todo proceso concursal, por lo que estimamos que su aplicación
corresponde también en el supuesto de concurso preventivo. Además, creemos que
este efecto del vencimiento anticipado de los plazos es natural del concurso preventivo,
ya que con sus soluciones va a modificar los plazos convenidos anteriormente entre
deudor y acreedores. Y por más que en el art. 353, CCyCN, quiera imponer que los
plazos no vencen en el concurso preventivo, dicho efecto que le es connatural
igualmente se produce.
2. Suspensión de intereses
Como venimos exponiendo, es necesario para sus fines que el concurso preventivo
produzca la cristalización del pasivo concursal al momento de su demanda, por lo
que indefectiblemente se necesita que se suspenda a partir de dicha fecha el
devengamiento de intereses y así lo dispone el art. 19, primera parte, LCQ.
La ley concursal en la primera parte del segundo párrafo del art. 19, LCQ, dispone
la conversión de las deudas no dinerarias en moneda de curso legal.
Quedan comprendidas en el texto legal todas las obligaciones de dar que no sean
dinerarias y las de hacer.
La conversión que dispone la ley, que será definitiva, se hará al momento que elija
el acreedor, pudiendo éste optar, al momento de verificar su crédito, entre la fecha de
vencimiento de la obligación y la fecha de presentación concursal del deudor.
La diferencia radica en que si hay mora del deudor el valor debería ser determinado
en el momento del vencimiento, ya que en dicho momento el acreedor podría disponer
de la suma o de los bienes; y en el momento de la presentación si aquél fuese menor,
porque el aumento de los valores de referencia o de los bienes debe estar a cargo del
deudor (SATTA). Para CÁMARA, se trata de una obligación facultativa por imperio legal,
conforme el art. 643del Código Civil—ahora art. 786, CCyCN—. Para ROUILLON, si el
acreedor no realiza tal opción, lo hará el síndico al momento de presentar
su informe individual de la forma más conveniente al concurso. En una posición más
amplia se sostuvo que podría emplazarse al acreedor para que opte o que directamente
se realice la conversión al momento de la presentación concursal en concordancia con
el resto de las disposiciones concursales (JUNYENT BAS - MOLINA SANDOVAL). Por
nuestra parte, entendemos que si el acreedor no utiliza la opción se tendrá por
convertida al momento de la presentación concursal, pues es allí donde se cristaliza el
pasivo concursal.
Aquí no se produce una estricta conversión de la deuda sino que a los efectos del
concurso —únicamente para el cómputo de la mayoría— y no en forma definitiva, se
calculan este tipo de obligaciones en moneda de curso legal al momento de
presentación del informe individual. Igualmente, en caso de que se acuerde el pago en
moneda de curso legal, a tal fin no sirve el cálculo hecho al momento de presentar
el informe individual, sino que necesariamente se deberá actualizar éste al momento
del efectivo pago (art. 43, 4º párrafo, LCQ) o al vencimiento de la obligación, optando
el acreedor.
El cálculo —o conversión al solo efecto concursal— a que se refiere la norma no
debe ser estimado por el acreedor al presentarse a verificar su crédito, sino que debe
hacerlo la sindicatura al presentar su informe individual.
Conforme el régimen actual del art. 765, CCyCN que considera a las obligaciones
en moneda extranjera como obligaciones de dar cantidad de cosas, el deudor puede
liberarse dando el equivalente en moneda de curso legal, por lo que el cálculo previsto
en la norma concursal puede ser definitivo.
La ley, en la primera parte del art. 20, LCQ determina la forma en que podrán
reconducirse o resolverse los "contratos con prestaciones recíprocas pendientes".
La pendencia total de la prestación puede ser sólo respecto de una de las partes,
habiendo la otra cumplido aunque sea parcialmente la suya; de lo contrario, no habría
principio de ejecución. No resulta necesario, atento a que la ley no lo exige, que exista
equivalencia económica entre las prestaciones de las partes (RUBÍN).
Son contratos con principio de ejecución, es decir que si las partes no han iniciado
la ejecución del contrato éste queda exceptuado de la norma. La norma no se aplica a
todos los contratos en curso de ejecución, sino sólo a aquellos que tienen ejecución
diferida en el tiempo, y no a los de ejecución continuada o fluyente, los que no se
agotan en un momento determinado, ello sin perjuicio del art. 16, tercera parte, LCQ,
en cuanto excedan el "giro ordinario".
Se exceptúa de la prescripción del inc. 3º del art. 273, LCQ, por no tratarse de una
cuestión que sea consecuencia normal u ordinaria del concurso.
Acertadamente ha apuntado CÁMARA que esta preferencia sólo es válida para los
créditos posteriores a la autorización judicial; aquellos nacidos desde la presentación
concursal hasta la referida venia, si bien son válidos, no cuentan con la preferencia
legal. Igualmente, creemos que deberá analizarse cada caso en particular y evaluarse
la posibilidad de ratificación judicial de tales actos. Dicha preferencia no sólo juega para
el caso en que recaiga la quiebra, sino también, y con mayor razón, para la posibilidad
de requerir el cumplimiento dentro del concurso preventivo cuando sean exigibles
(doctr. art. 240, LCQ) y a todo evento solicitar la quiebra. También por analogía podría
aplicarse lo normado para estos contratos en caso de quiebra (art. 144, inc. 7º, LCQ), y
podrían constituirse garantías a favor del tercero si se opuso a la continuación y estima
que no es suficiente la preferencia del art. 240, LCQ (ROITMAN).
Pasados los treinta días, la ley autoriza al contratante in bonis a exigir la resolución
contractual notificándolo al deudor y al síndico, y verificar la obligación como de plazo
vencido.
El art. 753, CCiv. ha sido derogado, entrando en juego el art. 353, CCyCN, de muy
mala técnica legislativa. Por disposición de dicha norma no existiría la caducidad de los
plazos en el concurso preventivo, lo que no parece una solución coherente para el caso
de que el contrato quede resuelto, porque aquí no queda otra alternativa que considerar
vencidos los plazos de las obligaciones pendientes del concursado, las que deberán
verificarse, lo que hace que la nueva norma resulte inaplicable. En caso de
continuación del contrato, la autorización judicial implica el mantenimiento de los
plazos.
Sin embargo, atento a la forma en que se expresa la norma, se entiende que los
efectos concursales de la caducidad de los plazos en estos casos sólo son operativos
respecto de la resolución del contrato, considerándose vencidos los plazos de las
obligaciones pendientes del concursado, las que deberán verificarse pues en caso de
continuación, la autorización judicial implica el mantenimiento de los términos de
cumplimiento de las respectivas prestaciones.
No se trata de una solicitud de autorización por parte del tercero para reconducir el
contrato, sino que su legitimación se limita a un mero impulso, a fin de que se presente
el deudor, solicite la autorización y el juez pueda pronunciarse.
Si el tercero opta por el cumplimiento per se, deberá verificar su crédito concursal.
2. Servicios públicos
La solución impuesta por la ley concursal de 1995 impulsada por las privatizaciones
de la gran mayoría de los servicios públicos, había sido ya propiciada por la
jurisprudencia durante la vigencia de la ley 19.551 a través de las medidas cautelares y
se incluye por la ley 24.522 en la segunda parte del art. 20, LCQ, texto según ley
26.684, que deroga la originaria segunda parte de la norma referida a los convenios
colectivos de trabajo y a la negociación del convenio de crisis.
La prescripción legal del art. 20, 2ª parte, LCQ se aplica a las empresas
prestadoras de servicios de gas, energía eléctrica, agua y a otras que, si bien no son
caracterizadas como servicio público por la legislación especial, lo son desde el punto
de vista concursal y de la continuación de la actividad empresaria. Es decir que se
toma en sentido lato la frase "servicio público" desde el punto de vista del usuario y no
del prestatario (RIVERA).
Podría decirse que en materia concursal debe entenderse por servicio público a
aquella actividad productora de bienes y servicios con caracteres de esencialidad
y exclusividad(3)—monopolio—, quedando así abarcadas todas las etapas de
producción y distribución —tanto mayorista como minorista— (JUNYENT BAS).
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
I. Fuero de atracción
Si bien con la reforma se logró sistematizar el artículo, único acierto, como principal
defecto se encuentran las innumerables excepciones incluidas, que sin fundamentos
concretos y concursales destruyen la regla, con la única finalidad de descongestionar
los juzgados comerciales capitalinos, aunque se dijo que es la orientación de las
legislaciones de derecho comparado modernas (HEREDIA).
Se ha utilizado una fórmula un tanto confusa, pues posibilitaría interpretar tanto que
se produce a partir de la primera como a partir de la última publicación. Podría
entenderse que se trata de la última publicación, pues la publicación de edictos se
considera realizada cuando ésta ha culminado. Corroboraría ello el hecho de que la
anterior prescripción —para el caso de las ejecuciones de garantías reales— se refería
a la primera publicación y no se reprodujo tal expresión. Sin embargo, entendemos que
la norma hace referencia a la primera publicación, atento a que el fundamento de la
previsión legal es hacer producir efectos luego de que el concurso no pueda quedar
desistido voluntariamente, conforme el art. 31, primer párrafo, LCQ. Entonces, en la
práctica, el concursado deberá acreditar la efectiva publicación de los edictos, conforme
el art. 28, LCQ, en la segunda parte del segundo párrafo, y solicitar al juez que
comunique tal circunstancia a los juzgados para la operatividad de la suspensión y el
fuero de atracción. En consecuencia, no podrá presentarse, como se hacía bajo el
régimen anterior, un concurso preventivo para suspender subastas inminentes que
estén apremiando bienes del deudor, pues dicha suspensión será operativa luego de la
publicación de edictos, la que se realiza necesariamente luego de la aceptación del
cargo por parte del síndico.
Nos inclinamos por entender que los efectos del fuero de atracción fenecen recién
con la declaración de cumplimiento del acuerdo (art. 59, in fine,LCQ), pues allí recién
pierde virtualidad la vis attrativa, no así en la oportunidad llamada por la ley
"conclusión", donde quedan latentes efectos concursales que la hacen operativa(1).
Quedan exceptuados de esta norma los acreedores por créditos posteriores, los
acreedores con pretensiones sin contenido patrimonial, los acreedores hipotecarios y
prendarios, el Estado por juicios de expropiación, los promotores de juicios fundados
en relaciones de familia. Luego de la reforma de 2006, deben agregarse los juicios
laborales y los juicios en que el concursado sea litisconsorte pasivo necesario, los que
podrán ser iniciados luego del concurso. No así los juicios de conocimiento, pues
la excepción legal del inc. 2º, art. 21, LCQ, sólo se refiere a los que están en trámite,
por lo que los no iniciados quedan comprendidos en la prohibición general.
3. Excepciones
Son tantas las excepciones impuestas por la ley 26.086, que el fuero de atracción
ha quedado minimizado, y pareciera que la nueva regla concursal es que los juicios
tramiten ante el juez natural y únicamente se recurra a la sede del concurso a verificar
los créditos, excluida su litigiosidad, es decir resueltos con sentencia firme.
En cuanto a los juicios penales contra el concursado, debe entenderse que éstos,
cuando carecen de contenidos patrimoniales, no quedan afectados por el fuero de
atracción y en todo caso quedará suspendida la incorporación crediticia concursal
cuando exista algún caso de prejudicialidad conforme el art. 1775, CCyCN. Cuando el
proceso penal tenga naturaleza patrimonial sobre el concursado —p. ej., daños y
perjuicios demandados en sede penal, deben diferenciarse dos situaciones: si el juicio
ha sido iniciado corresponde su continuación hasta el dictado de la sentencia por
tratarse de un juicio de conocimiento en trámite, pero si la acción no fue incoada,
quedará afectada a la prohibición de ser iniciada y deberá directamente verificarse en el
concurso. Existente el juicio penal y declarado el estado concursal, cobran efecto sobre
el proceso penal todas las medidas ordenadas por el plexo normativo del concurso; por
lo tanto, el desapoderamiento atenuado alcanza también a los bienes afectados a la
acción civil en el juicio penal, ello sin perjuicio de que a partir de la reforma deberán
levantarse las medidas cautelares trabadas.
Es claro que la noción de parte, la cual implica un enfrentamiento que se suscita por
lo menos entre dos sujetos, únicamente sería aplicable a los procesos contenciosos,
donde según la posición que tengan en la relación procesal, ya sea activa o pasiva,
reciben el nombre de actor y demandado, elementos que no contiene la sindicatura que
se desarrolla en el concurso como un funcionario imparcial, por lo
que existe incompatibilidad entre el concepto procesal de parte y las funciones de la
síndico, careciendo de legitimación causal para constituirse en parte en dichos
procesos. La función del síndico es de control procesal y podría exigírsele un informe
luego de concluida la etapa probatoria (arg. art. 56, 9º párrafo). La falta de notificación
al síndico de la existencia del juicio no acarrea la nulidad de lo actuado por lo que la
actuación del síndico no es "necesaria", ya que quedará suplida en la etapa de
verificación.
Luego de las divergencias dadas bajo el régimen de la ley 24.522, con la ley
26.086, las ejecuciones hipotecarias y prendarias no se atraen ante el juez del
concurso.
Con la ley 24.522 y el originario art. 21, los juicios hipotecarios y prendarios
quedaban suspendidos hasta la presentación del correspondiente pedido de
verificación. La mala técnica legislativa utilizada en la diagramación y redacción de
aquella norma creaba la duda respecto de si las ejecuciones hipotecarias y prendarias
que recaen sobre bienes del concursado quedaban atraídas por el juez concursal,
discusión que carece de relevancia actual, ya que luego de 2006, la cuestión quedó
zanjada, incorporándose la tesis que imponía la excepción al fuero de atracción para
este tipo de acciones (inc. 1º, art. 21, reformado por ley 26.086).
Es decir que hasta que no se acredite ante el juez civil —o civil y comercial, según el
caso— el hecho de haber solicitado verificación en el concurso, no pueden realizarse
actos de ejecución forzada en las ejecuciones de garantías reales. Se entiende por
actos de ejecución forzada a los que producen la efectiva ejecución de los bienes
embargados en las ejecuciones individuales —juicio ejecutivo o ejecución de sentencia
— a través de la venta judicial. Con el régimen derogado se entendía que la apertura
del concurso preventivo producía la suspensión de todos los actos de ejecución forzada
de bienes del concursado sin importar el tipo de juicio en los que se estén ejecutando.
En el caso de ejecuciones hipotecarias o prendarias, atento a que éstas se suspendían
hasta la presentación del pedido de verificación, se prescribía que en caso de que no
se haya iniciado la publicación de edictos o estando pendiente la ratificación de los arts.
6º a 8º, LCQ, solamente se suspendían los actos de ejecución forzada que se
estuviesen por realizar en dichos procesos.
En cuanto a los juicios laborales, la ley elimina el tortuoso inc. 5º del art. 21, LCQ,
que tantas divergencias interpretativas había generado, simplificándose ahora
sobremanera el sistema.
En el régimen de la ley 19.551 los juicios laborales no eran atraídos por el concurso
por considerarse irrenunciable la jurisdicción de los Tribunales del Trabajo. Luego de la
sentencia el trabajador podía concurrir al concurso solicitando verificación, quedando
sometido el empleado a un doble proceso de conocimiento, el laboral y el de
verificación. Con la ley 24.522 se dudaba respecto de la posibilidad de continuarse los
juicios laborales ante el juez concursal. Respecto de los juicios laborales que
pretenden indemnizaciones originadas por accidentes de trabajo promovidos conforme
a la legislación especial en la materia (Ley de Riesgos del Trabajo 24.557) entendimos
que quedaban fuera del fuero de atracción y no se suspendían, aunque la cuestión fue
muy debatida.
Claramente, con la ley 26.086 quedan exceptuados del sistema general instaurado
por el art. 21, LCQ, los juicios laborales, es decir que éstos, iniciados, serán
continuados ante el tribunal laboral y los no iniciados podrán iniciarse ante el mismo
fuero. Ello, salvo que el actor opte por suspenderlos y proceder a la verificación de su
crédito ante el juez concursal.
Entendemos que resulta acertada la previsión respecto de los juicios laborales, pues
se trata de una materia específica con diferente naturaleza que la de los procesos
civiles o comerciales, por lo que deben ser resueltas por los jueces de su fuero. En tal
sentido, no creemos coherente que el actor pueda optar por suspenderlos y verificar;
siempre debiera exigirse la sentencia laboral como título verificatorio. Si bien en todos
los casos en que se haya tramitado el juicio en otra sede hasta el dictado de la
sentencia la verificación de ésta podrá importar para el actor-acreedor un doble
procedimiento, pues la cosa juzgada alcanzada en el proceso individual no puede ser
opuesta a los acreedores que no participaron en él, reconocemos que con la sentencia
dictada la verificación será mucho más simple y concreta.
Antes de la reforma de 2006, en un caso resuelto por la Corte (14), donde existía un
litisconsorcio necesario, se aplicó analógicamente al concurso preventivo el art. 133,
párrafo segundo, LCQ, que para el caso de quiebra disponía que actuaba la vis
attrativa(15).
Respecto a los que están en trámite o aquellos laborales, el actor no podrá ejercer
la opción del art. 21, inc. 2º, LCQ, de suspenderlos y verificar, cuando exista este tipo
de litisconsorcio, pues ante la excepción del inc. 3º de la norma, ellos
quedarán excluidos del principio sentado en el proemio del art. 21, LCQ. Los juicios de
conocimiento no iniciados también quedan excluidos cuando exista litisconsorcio
pasivo necesario.
A primera vista pareciera que dichos juicios —no iniciados— no escapan de la regla
general, por la especial exclusión del inc. 2º del art. 21, LCQ. Sin embargo, por
aplicación del inc. 3º importarían una excepción al régimen. En una nueva valla, el
tercer párrafo de la norma indica que solamente se iniciarán ante el juez competente
"las acciones laborales nuevas", lo que hace parecer que en caso de que
pudieran iniciarse los juicios de conocimiento con litisconsorcio pasivo necesario lo
harían ante el juez del concurso. Ello choca igualmente con la previsión del sexto
párrafo del art. 56, LCQ, reformado, que permite la dispensa de la prescripción sólo
para los juicios tramitados en fuero distinto del concursal.
4. Medidas cautelares
Antes de la reforma de 2006, regía el principio que imponía que las medidas
cautelares trabadas antes del concurso no se levantaban. Luego de la reforma de
la ley 26.086, cuando estamos ante juicios de conocimiento, laborales que han sido
continuados y en aquellos donde el concursado forme un litisconsorcio pasivo
necesario, no podrán trabarse medidas cautelares y se levantarán las que ya se
encuentren trabadas (art. 21 cuarto párrafo, LCQ).
En realidad ante el concurso las medidas cautelares pierden todo interés para los
acreedores que las han logrado trabar ya que sus créditos serán satisfechos conforme
el acuerdo que se homologue y en su caso si este fracasase se liquidarán los bienes en
la quiebra y los acreedores cobrarán conforme el dividendo falencial que les
corresponda conforme los privilegios. Las medidas cautelares trabadas en los
juicios individuales son dejadas de lado por las medidas precautorias concursales.
Resuelta la suspensión por el juez, para lo cual debe analizar la cuestión en forma
restrictiva, atento la especialidad de la norma, los intereses devengados durante el
lapso que dure la suspensión, serán considerados con la preferencia del art.
240, LCQ. La resolución es apelable al sólo efecto devolutivo por el acreedor, deudor y
síndico.
La ley también prevé en el art. 23, LCQ, el caso de las ejecuciones de créditos con
garantías reales sobre bienes del concursado o socios con responsabilidad ilimitada,
cuyos acreedores están autorizados por leyes especiales a ejecutar éstas a través de
remates no judiciales.
Realizada la subasta, a fin de rendir las cuentas de ésta, ya sea que el remate se
haya hecho antes o después de la primera publicación de edictos, deben
acompañarse el título del crédito y los comprobantes respectivos. Se trata de una
rendición de cuentas documentada e instruida, conforme a los arts. 858 y 859, CCyCN
Dicha carga debe cumplirse dentro de los veinte días de realizado el remate,
debiéndose depositar, si lo hubiere, el saldo, en el plazo que determine el juez. En
caso de incumplimiento el acreedor será sancionado con una multa a favor del
concurso —rectius: concursado— del 1% del monto del crédito por cada día de retardo
posterior a la intimación judicial.
Alguna doctrina entiende que la multa sólo deberá imponerse cuando el acreedor ha
dejado de ingresar al concurso el remanente de los fondos obtenidos en la subasta
(GRISPO), lo que no puede compartirse pues nunca podría conocerse el saldo existente
sin la correspondiente rendición de cuentas.
La rendición tramitará por incidentes con la participación del deudor y del síndico.
Para alguna doctrina únicamente tramitará por incidente la oposición que haya a la
rendición de cuentas (GEBHARDT), posición que no podemos compartir atento a que la
misma rendición por prescripción legal tramitará por vía incidental exista o no oposición.
Para CÁMARA, no sería aplicable porque no se trataría de una ejecución (no hay
juicio) y para TONÓN, no tendría eficacia sólo en el caso de la prenda con
desplazamiento porque el uso del bien no lo ejerce el deudor.
Para TONÓN, no es necesaria la verificación previa del crédito para poder ejecutar la
garantía, convirtiéndose así en acreedores con mejor posición que los que poseen
garantías reales, quienes previo a la ejecución deben presentar la verificación de su
crédito. Parte de la doctrina sostuvo que la rendición de cuentas que debe hacerse en
el concurso suple la verificación del crédito (GEBHARDT). En otra línea de pensamiento
se ha afirmado que estos acreedores no quedan excluidos de la carga de verificar sus
créditos, máxime cuando no lo están los restantes acreedores con garantías reales
(QUINTANA FERREYRA). Entendemos que la rendición de cuentas que impone el art.
23, LCQ, importa la verificación del crédito, pues aprobada aquélla, queda
perfeccionada la venta extrajudicial y el cobro que haya hecho el acreedor con garantía
real percibiéndolo de la ejecución realizada. Hacer verificar la acreencia carecería de
sentido cuando se ha desinteresado extrajudicialmente al acreedor. Sin embargo,
entendemos que cualquier irregularidad que surgiere de los títulos habilitará la acción
de repetición contra el acreedor, y todo derecho que pretendiese éste sobre el
remanente del remate deberá ser ejercido sí a través de la verificación de créditos.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
C. Nac. Civ., sala F, AJ 77-4883; Trib. Sup. Just. Córdoba, en pleno, Actualidad Jurídica
Córdoba 71-4450; C. Nac. Com., sala C, ED 56-496; C. Nac. Civ., sala I, ED del 24/6/1999; C.
Nac. Com., sala A, JA 1996-11-107; CSJN, LL 1986-C-549; SCBA, LL 1996-C-549; C. Nac.
Com., sala D, JA del 23/11/1994; Trib. Fiscal Nac., sala A, RDPC 2000-1-455; C. Nac. Cont.
Adm., sala 2ª, "Valle de las Leñas'', LL del 1/2/2006; C. Nac. Com., sala C, JA del 12/7/2000; C.
Nac. Com., sala D, RDPC 14-351; CSJN, JA 1979-11-606; CSJN, LL 1997-A-6; C. Nac. Com.,
sala B, JA 2001-111-3114; C. Nac. Civ., en pleno, ED 188-587; CSJN, DT 2002-113; C. Nac.
Com., sala C, JA 1996-111-146; SC Mendoza, 28/5/2007, "Balihaut".
I. Deber de colaboración
Conforme a la norma del art. 274, inc. 1º, LCQ, el juez concursal puede ordenar
el auxilio de la fuerza pública en el caso de que sea requerida la comparencia del
concursado para prestar colaboración en el proceso y su ausencia no haya sido
justificada. La posibilidad correspondiente a la sindicatura para hacer cumplir al
concursado el deber de colaboración surge del art. 275, inc. 3º, LCQ, por el cual puede
solicitarle las explicaciones que crea convenientes, pudiendo requerir al juez la
imposición de las sanciones referidas cuando exista negativa o resistencia de
los interpelados. La carga impuesta tiene como límites temporales la sentencia de
apertura de concurso preventivo y la conclusión de éste conforme al art. 59, LCQ, o en
cualquier otra forma que sea anterior. Sin embargo, el juez concursal puede extenderla
cuando lo estime conveniente.
En caso de que la presencia del concursado sea innecesaria a los fines del
proceso, nada impedirá que el juez conceda la autorización que se solicite cuando
la ausencia supere los cuarenta días y atento a la interpretación restrictiva y la
garantía constitucional a que hemos hecho referencia, en caso de duda debe
concederse tal autorización. La prescripción —comunicación o autorización— tiene
naturaleza de medida precautoria, lo que importa sólo recaudos procesales
concebidos para que el proceso alcance sus fines (HEREDIA).
BIBLIOGRAFÍA
MAURI, Mónica S., "Algunas reflexiones sobre la interdicción de salida del país", ED166-431.
I. Nociones
A los fines del proceso concursal, resulta indispensable que el pasivo concursal
quede perfectamente individualizado, tanto cualitativa como cuantitativamente. Para
ello las leyes falimentarias legislan los procesos de verificación de créditos, juntamente
con otros métodos de incorporación que poseen los acreedores para no quedar fuera
del concurso, e institutos como el del fuero de atracción que permiten, en principio,
"traer" al proceso concursal a todos los acreedores. Así se llega a la reconstrucción del
pasivo concursal, depurándolo y evitando acreedores falsos o por cantidades
abultadas (eventualmente en connivencia con el deudor) y buscando conocer la
verdadera situación económica del deudor, orientando el juicio hacia la solución más
conveniente (MALGARRIGA).
1. Antecedentes
Con dicha lista, con más aquellos no denunciados que hayan solicitado
su incorporación, el síndico, ahora contador, cotejando la contabilidad del concursado,
formaba una lista de créditos que era llevada a la junta de acreedores. Siempre se
reconocía la incorporación tardía de acreedores con costas a su cargo.
Dicho informe podía ser impugnado por los interesados y finalmente resolvía el juez
del concurso —en la junta— sobre todos los créditos, declarando verificados a los no
observados, y a los restantes admisibles o inadmisibles, produciéndose en el caso de
los primeros o respecto de los restantes, si no se iniciaba el correspondiente incidente,
cosa juzgada, salvo dolo o fraude.
La ley actual 24.522, sigue también el sistema verificatorio del régimen anterior.
2. Conceptualización
3. Naturaleza y caracteres
En tal sentido, estando ante una demanda queda delimitado por ella el tema a
decidir, al cual debe ajustarse el juez en pos del principio de congruencia. Así se
impide al acreedor la posibilidad de mejorar, ampliar, retirar o sustituir su petición per
se, luego de vencido el plazo de presentación de las verificación, aunque sí, luego del
período de observaciones, podrá ser pedida por el síndico o por el juez, en uso de los
poderes inquisitivos, alguna adecuación, en forma limitada, siempre tendiente a
esclarecer la insinuación.
Debe tenerse en cuenta que la verificación, dentro del proceso concursal principal,
es una etapa de éste, pero debe considerársela como un proceso (en sentido amplio)
porque está constituida por una serie de actos procesales especialmente reglados por
la ley falimentaria, a los fines de incorporación de los acreedores al concurso (o pasivo
concursal), los cuales se cumplen con independencia de las restantes cuestiones o
tramitaciones que puedan realizarse en el concurso.
Es una acción sumaria de cognición, que concluye con una sentencia que tiene el
grado de conocimiento que asume el juez frente a las cuestiones planteadas.
Pero tampoco todos los acreedores posteriores quedan fuera del proceso, pues
aquellos que tengan un crédito de causa posterior al concurso preventivo o la quiebra y
queden englobados en los arts. 240 o 244, LCQ, pudiendo ser considerado gastos del
concurso o, como los denomina la doctrina italiana, gastos prededucibles, también
participan de este proceso, pero en forma diferente de la de los anteriores, pues
queda exceptuados de la carga verificatoria (art. 240, LCQ). Los demás acreedores
posteriores quedan fuera del proceso universal pudiendo ejercer sus
acciones individuales, pudiendo asimismo pedir una nueva quiebra (segunda quiebra) o
transformar el concurso preventivo que se esté tramitando en quiebra.
Ello porque el concurso puede ser puesto en movimiento por un solo acreedor, y,
abierto aquél, debe proseguir hasta su culminación, aunque exista o aparezca un solo
acreedor (FERNÁNDEZ). Por ello, puede ser que un solo acreedor —quizás el
único existente— esté interesado en el concurso, y nada impide que todo el proceso
concursal se desarrolle con un solo acreedor; en el caso del concurso preventivo, basta
que apruebe el acuerdo que el deudor le proponga y en la quiebra pueden
desenvolverse todos sus efectos y la distribución según el producido de los bienes
liquidados. Y como bien lo explica PAJARDI, puede ser que la existencia de pluralidad
nunca se verifique, ya sea porque nunca existió, o existiendo al momento de la apertura
del proceso pero en la etapa de concurrencia, solo un acreedor se haya presentado
para participar; o incluso puede darse el caso de que se presenten varios y sólo uno
quede verificado y por lo tanto incorporado al pasivo concursal.
Descartamos de plano que estemos ante una obligación pues no se impone sanción
alguna por su incumplimiento, salvo aquellos casos especiales donde el ejercicio del
derecho es un deber y no una potestad para quien debe ejercerlo por el acreedor
(curador, tutor, representante persona jurídica, etc.). La carga procesal debe leerse,
como dice MAFFÍA, de la siguiente manera: "quien quiera incorporarse al pasivo del
concurso, que lo haga dentro del plazo y con los siguientes requisitos", por lo que
la insinuación al pasivo concursal depende exclusivamente de la voluntad del acreedor
y quien no lo hace no deja de ser acreedor, sino que tiene otras oportunidades para
hacerlo salvo prescripción (doctr. art. 56, LCQ).
Si bien resulta mucho más dudoso, en el supuesto de los arts. 20 y 143, inc.
3º, LCQ—créditos adeudados por el concursado por contratos con prestaciones
recíprocas pendientes, cuando se decide su continuación— se verifica el crédito a fin
de que sea abonado en forma inmediata y en el de los arts. 138y 188, LCQ—
obligaciones de restitución de bienes a terceros que no son propiedad del fallido— y el
de los arts. 139y 140, LCQ—cuando se pretende la recuperación de la posesión de
bienes remitidos al fallido por título destinado a transferir el dominio y aquél no adquirió
la posesión efectiva, ni cumplido totalmente con la prestación a su cargo y sin que un
tercero haya adquirido derechos reales sobre la cosa antes de la quiebra—, se verifica
una obligación de hacer de cumplimiento en especie, que importa la exclusión de un
bien —no dinerario— del activo concursal. Existe igualmente una verificación
específica pues necesariamente debe reclamarse el cumplimiento de la prestación a
cargo del concursado (pago de la obligación pendiente o restitución de la posesión)
solamente por vía concursal, excluyéndose otra posibilidad de ejercicio de
acción individual, y especialmente quedando afectado por los plazos que la ley
dispone.
Entendemos que en el caso no resulta aplicable el plazo de gracia estipulado por las
leyes procesales (art. 124, CPCCN), porque estamos ante una etapa procesal que tiene
concatenación de actos y su admisión perjudicaría el comienzo del plazo que
posteriormente comenzaría a correr; en este caso, concretamente, sería el del art.
34, LCQ, de observación e impugnación de los pedidos de verificación.
Hasta la presentación del informe individual, resulta obligación del síndico mantener
oficina abierta al público en los horarios que determine la reglamentación de cada
jurisdicción.
Presentada la demanda en la oficina del síndico, éste debe colocar cargo (nota
fechada) de la presentación, en el escrito y en la documentación acompañada,
devolviéndose los originales —de la instrumental— al presentante, sin perjuicio de que
luego pueda exigirse su presentación, y, si no se lo hace, la omisión resulta elemento
obstativo de la verificación.
Para MAFFÍA, una de las copias debe devolverse al acreedor con el cargo datado y
firmado de la presentación; sin embargo, por nuestra parte, entendemos que, en tal
caso, cuando el acreedor exija dicha constancia, deberá acompañar otro ejemplar que
luego quedará en su poder con dicho cargo (doctr. art. 275, inc. 8º, LCQ).
Ello permite delimitar la pretensión incorporativa del acreedor sobre la cual versará
la actividad del síndico, sobre la que deberá resolver el juez y la que determinará el
objeto de la eventual revisión posterior (art. 37, LCQ), no pudiéndose resolver ultra
petita. En cuanto al monto que debe indicarse a los fines verificatorios, corresponde
componerlo por todos los rubros que lo integran expresando el total de la pretensión
verificatoria. En cuanto a los intereses no resulta suficiente requerirlos sin estimarlos,
pues éstos componen el monto que debe indicarse por prescripción legal. Determinar el
capital y requerir intereses sólo expresando la fecha de la mora y la tasa aplicable no
cumple con la indicación del monto que se exige, no pudiendo el síndico suplir dicha
actividad que corresponde al acreedor. Como recaudo del pedido verificatorio, el
acreedor debe invocar, en su caso, el privilegio que tiene su crédito; la omisión de
mención sobre la preferencia, con excepción de las acreencias causadas en relaciones
laborales, se interpreta como renuncia a ésta —agotadas las vías verificatorias—, lo
que importa que dicho crédito quede incorporado al pasivo concursal como
quirografario.
2. Arancel verificatorio
La primera postura, defendida por MOSSO, entiende que se trata de una acreencia
prededucible como gasto del concurso, por ser un crédito posconcursal; afirma que es
un crédito causado en el trámite concursal, su destino primario es solventar los gastos
del período verificatorio y el remanente se imputará, previa rendición de cuentas, como
pago a cuenta de los futuros honorarios a regularse al síndico. Una segunda posición
doctrinaria, con algunas connotaciones especiales, se inclina por afirmar que el importe
del arancel debe tratarse como incremento del crédito verificado, ya que la ley dispone
que se suma a éste (GARAGUSO), por lo que termina siendo su accesorio (BARACAT).
Cuando estamos ante una acreencia privilegiada, asumirá la misma preferencia en
forma prorrateada con la parte quirografaria. Una variante de esta postura entiende
que incrementará el mejor crédito del acreedor, es decir que se sumará al privilegiado,
si existiese, por el beneficio exclusivo que produce al concurso. Nosotros, como hemos
sostenido, entendemos que se trata de un crédito que tiene autonomía por ser
posconcursal y con grado de accesoriedad por la ligazón que le impone la ley con el
crédito concursal que se presenta a verificar, al cual se adiciona, a lo que debe
sumársele cierta naturaleza prededucible atento a que tiene como finalidad solventar
los gastos que debe realizar la sindicatura en esta etapa y el remanente es a cuenta de
honorarios. Como solución interpretativa entendemos que como el crédito es de causa
posterior debe ser quirografario, por no otorgarle la ley expresamente el carácter de
privilegiado —interpretación restrictiva de las cuestiones sobre privilegios—, y si bien la
ley concretamente determina la finalidad de este arancel, no podemos incluirlo como
gasto de justicia porque la misma ley omite otorgarle expresamente la preferencia
del art. 240, LCQ, como lo hace respecto de otras acreencias (arts. 20, 119, 144, 182,
198 y 273, inc. 8º, LCQ). Debe sumarse al crédito que se pide verificar corriendo la
misma suerte que él, en el sentido de que si se verifica o se declara admisible el
principal, el arancel será abonado juntamente con aquél; caso contrario, el arancel se
pierde. Agregándose además que el sentido de la expresión es que el arancel se
pagará en "moneda concursal". El crédito por el arancel surge si el crédito insinuado es
verificado o declarado admisible; en este caso debe ser tenido, sin que sea verificado,
como quirografario y sin importar la graduación del crédito verificado. Como es un
crédito posterior al proceso concursal, si bien debe correr con la misma suerte que los
quirografarios, no permitiría al acreedor participar —por el porcentaje que le otorgarían
los cincuenta pesos— en las conformidades exigidas por el art. 45, LCQ, para el caso
del concurso preventivo, todo esto para no afectar la finalidad misma del proceso
concursal preventivo, ni la igualdad entre los acreedores. Y en la quiebra, será incluido
en el proyecto de distribución final, sin ningún privilegio, a prorrata con los créditos
quirografarios.
La falta de pago del arancel obsta el trámite verificatorio, que deberá ser
considerado como no presentado por el juez, no pudiendo el síndico negarse a admitir
el pedido de verificación.
La ley 25.589 del 2002, incorpora del art. 32 bis, LCQ, que habilita a solicitar
verificación de créditos no sólo al fiduciario sino a todo aquel que ejerza la
representación de la colectividad de acreedores respectiva (trustee), sin necesidad de
otorgamiento de poderes especiales ni de ratificación alguna, siendo suficientes a tales
fines los contratos o documentos en virtud de los cuales se inviste al legitimado y de
donde surge la extensión de la representación que ejerce.
La ley sólo regula el case para el concurso preventivo sin transpolarlo a la quiebra.
La mayoría de los autores entienden que el dispositivo resulta aplicable a la quiebra,
por analogía (doctr. arts. 2º del Código Civil y Comercial y 159, LCQ), aunque una
buena técnica legislativa hubiera impuesto mencionarlo en las remisiones del art.
200, LCQ, el cual en definitiva remite en general a todo el trámite verificatorio. Sin
embargo, la ley encuentra cierta solución, para el caso de quiebra, con el art. 152, LCQ,
donde el fiduciario, además de actuar como liquidador junto al síndico, puede solicitar la
verificación en representación de los bonistas.
En cuanto al arancel verificatorio, corresponde que sea abonado por cada uno de
los acreedores, en resguardo de la paridad que debe primar entre ellos, sin perjuicio de
que se presenten en forma individual o a través de representación fiduciaria.
El funcionario no realiza una auditoría sobre los libros, en términos contables porque
no puede manejarse sobre bases selectivas utilizando métodos estadísticos sino que
debe indagar a los fines de determinar la veracidad de la acreencia. Sin embargo, se ha
propiciado la utilización de tal técnica de auditoria (muestreo) sobre bases selectivas
cuando imposibilidades materiales (CASADÍO MARTÍNEZ) o extensas partidas así lo exijan
(WAINSTEIN). También se entienden utilizables las herramientas que otorga la auditoría
contable, como la identificación de los papeles de trabajo para que a través de ellos, se
determine cada una de las acreencias insinuadas (definición del problema), la
planificación de la tarea a desarrollar para considerarla incorporable o no al pasivo
concursal, para llegar a la ejecución de un proceso de selección, examen y análisis
para concluir sobre la procedencia o no de la verificación, según la mayor o menor
confiabilidad de la información recabada.
Para MAFFÍA, estamos ante deberes que erróneamente la ley denomina facultades,
entendiendo que existe deber de la sindicatura de realizar dicha actividad. Nosotros
creemos que existe un deber del síndico de realizar una tarea investigativa e inquisitiva
en la etapa tempestiva para informar y aconsejar fundadamente sobre la incorporación
o no de un crédito al pasivo concursal, y la ley, para ello, le otorga facultades para el
cumplimiento de dicho deber. El cumplimiento por parte del síndico radica en
la investigación de la existencia real de los créditos insinuados, y para lograr tal fin, se
le otorgan medios que facultativamente podrá utilizar o no, según la naturaleza de la
relación que deba indagar.
Sobre los libros del deudor deberá realizar una auditoría contable, pero cuando los
elementos deban ser recabados de constancias del acreedor, sobre él, sólo
puede investigar de manera instructoria, sobre la instrumental que sea pertinente al
crédito insinuado, es decir, lo que antes se conocía como una exhibición parcial de sus
libros (antiguo art. 59, CCom., ahora art. 331, CCyCN). La ley faculta al síndico, para
realizar su tarea, a valerse de todos los elementos de juicio que estime útiles a sus
fines, y en caso de negativa de quien deba suministrarlos, podrá solicitar al juez de la
causa las medidas pertinentes. Entendemos que esta norma, complementada con la
del art. 275, LCQ, habilita a la sindicatura a pedir informes a terceros para conocer la
veracidad de la acreencia que se pretende verificar, ya sean entidades públicas o
sujetos privados.
5. Observaciones e impugnaciones
Igualmente las deficiencias que pueden remarcarse del sistema actual son que no
se garantiza la forma en que los interesados tendrán acceso a los pedidos de
verificación en el acotado margen temporal en que deben presentar las impugnaciones
u observaciones, y que no existe verdadero ejercicio de defensa (art. 18, CN) respecto
de los acreedores —recuas: pedidos de verificación o créditos— impugnados u
observados, lo que quedará reservado para la etapa de revisión.
Es clara la manda legal y los legitimados son el deudor y los acreedores que se
presentaron a verificar sus créditos por lo que parece dudoso que dicha legitimación la
ostenten los acreedores que continuaron con sus acciones individuales (art. 21, LCQ),
ni siquiera si ellas se encontrasen iniciadas dentro del período tempestivo de
verificación. La realidad de los hechos nos demuestra que la posibilidad de impugnar
los créditos u observar los pedidos de verificación quedaría acotada al deudor, quien
conoce la verdadera relación existente con sus acreedores; sin tener acceso a los libros
del deudor en su caso, ni a otros elementos, los acreedores verían mucho más
dificultosa la tarea de presentarse ante el síndico en los términos del art. 34, LCQ.
Para ello, el síndico debe mantener su oficina abierta al público a fin de que
los interesados puedan compulsar los legajos de los pedidos de verificación
presentados para así manifestar sus objeciones también ante el síndico. También
debe exhibirse la demás documentación que la sindicatura haya podido agregar en
dichos legajos y las copias acompañadas por el deudor con la demanda de concurso
preventivo.
6. Informe individual
Los informes individuales quedarán constituidos por piezas separadas para cada
uno y no se deberá presentar en una pieza instrumental única y global que comprenda
todos los créditos. Sin perjuicio de ello, cada informe debe ser autosuficiente y bastarse
a sí mismo, para que con su simple lectura el juez concursal y los interesados tengan
una visión clara, precisa y fundada del pasivo concursal.
Los informes individuales no resultan vinculantes para el juez concursal (4), quien, si
bien se verá condicionado en cierta forma por lo aconsejado por el síndico, puede
apartarse de éste y resolver conforme a la procedencia de cada insinuación, teniendo
en cuenta todos los elementos del caso.
7. Sentencia de verificación
La etapa tempestiva de verificación culmina con una sentencia dictada por el juez
concursal dentro de los diez días de presentados los informes individuales, la cual
decide sobre la incorporación de los créditos insinuados y los privilegios invocados. Si
bien el art. 273, LCQ, en su último párrafo, dispone la responsabilidad del juez por la
prolongación injustificada del trámite, cuando medien causas justificadas —atento al
número de insinuaciones o a la complejidad de éstas—; el juez puede, por auto
fundado, prorrogar el plazo para dictar la sentencia verificatoria (GALÍNDEZ).
Esta sentencia es dictada con total independencia por parte del juez concursal,
pudiéndose apartar del consejo dado por el síndico. Conforme lo dispone el art.
36, LCQ, tendrá diferentes formas de ser dictada teniendo en cuenta el desarrollo de la
etapa verificatoria, en cuanto a las observaciones e impugnaciones y al consejo dado
por el síndico en el informe individual, el cual, si bien no es vinculante para el juez,
podrá modificar la forma de dictar la sentencia de verificación. La ley determina
diferentes modalizadores para el dictado de la sentencia verificatoria. En caso de que
no haya existido observación o impugnación y el síndico haya aconsejado admitir el
crédito insinuado —la ley habla de créditos no observados por el síndico— (5), el juez
declarará "verificada" la acreencia si la estima procedente, no existiendo posibilidad de
promover revisión, pues hace cosa juzgada, salvo dolo. Con la ley 11.719, cuando
no existían observaciones y el síndico aconsejaba favorablemente, el juez debía
verificar. Ante la inexistencia de la obligación de verificar cuando el juez no crea
procedente el crédito, la ley nada dice respecto de la manera en que debe dictarse la
resolución, produciéndose una verdadera laguna normativa (MAFFÍA - ROUILLON). El
juez deberá resolver la "inadmisibilidad" del crédito quedando habilitada la revisión.
Como surge de la primera y última parte del art. 37, LCQ, la sentencia de
verificación adquiere autoridad de cosa juzgada material, la cual transpola sus efectos
jurídicos intra y extraconcurso.
Uno de los temas sobre los cuales han corrido ríos de tinta es el tema de la
acreditación de la causa de la obligación y el problema de la incorporación concursal a
través de la verificación de títulos abstractos. No existen dudas ya respecto de que el
proceso verificatorio es causal, pero las divergencias se plantean en cuanto a si en la
etapa necesaria de verificación, como en la eventual, debe quedar acreditada la causa
de la obligación o si bien, como literalmente expone el art. 32, LCQ, en la etapa
tempestiva es suficiente con que ésta sea indicada. El principal problema se plantea
con los títulos abstractos, pues el documento se desvincula de la relación causal que
lo hace nacer; sin embargo, no puede admitirse tal desconexión en materia concursal
donde no juega el favor creditoris (MAFFÍA).
A principios del siglo XX y hasta principios de la década del '80, un grave problema
transitaba los concursos, pues quedaban incorporados concursalmente créditos
"inventados" y documentados en títulos abstractos y quizá se dejaba "afuera" a
verdaderos acreedores. Así la jurisprudencia reaccionó, y con dos muy famosos
plenarios de la —mal llamada— Cámara Nacional de Comercio —rectius: Cámara de
Apelaciones en lo Comercial de Buenos Aires—, conocidos como "Translínea"(7)y
"Difry"(8), se trató de poner coto a la situación. Se sostuvo allí que el verificante con
fundamento en títulos abstractos debía declarar y probar la causa determinante de la
creación del documento si el portador fuese el beneficiario inmediato, o las
determinantes de la adquisición de éstos por el portador, de no existir tal inmediatez.
Se buscó así evitar el consilium fraudis entre deudor y acreedor.
Disentimos con estas posturas que ponen un velo de duda en la actividad que debe
desarrollarse dentro de la verificación tempestiva tanto por parte del
acreedor insinuante como del síndico. Por nuestra parte, nos hemos apoyado en el
"fenómeno de la inversión" expuesto por el profesor PAJARDI, quien ha afirmado que
para la justificación del ejercicio de los derechos de los acreedores, primero se justifica
la ejecución patrimonial, en forma objetiva (sentencia de quiebra), y luego se le da la
titularidad subjetiva a través de un proceso de conocimiento (verificación del pasivo o
concurso formal). Principalmente entendemos que la insinuación tempestiva al pasivo
concursal es hecha por cada acreedor a través de una verdadera demanda, en sentido
técnico procesal. Importa determinar si el reconocimiento subjetivo de la agresión
patrimonial debe ser causal o no, o mejor dicho si debe quedar perfectamente
acreditada dicha causa. Debemos entender por causa o título al hecho generador de la
obligación y de su contrapartida, que es el crédito, referido entonces como causa
fuente, el origen de la obligación, la relación económica jurídica que dio lugar a la
obligación, negocio que genera el crédito (contrato, cuasicontrato, delito, cuasidelito).
Ello, porque creemos que no corresponde hacer una interpretación literal del art.
32 de la ley, requiriendo sólo la indicación de la causa. Entendemos que aquellas
estipulaciones del art. 32, LCQ, en cuanto a la indicación del monto, causa y privilegio,
las tenemos que asimilar a los Códigos rituales, y para que los hechos alegados
queden incorporados definitivamente al proceso, es necesaria su comprobación,
situación que no trata expresamente la ley falimentaria, pero dada la remisión del art.
278, LCQ, y por los principios procesales aplicables, es necesario que los hechos
alegados queden probados (art. 377, CPCCN). Es indispensable remitirnos al estudio
de cuestiones de hecho y prueba del derecho procesal común. El acreedor insinuante
debe expresar claramente las circunstancias que dan origen al crédito, es decir que
debe explicar su existencia, todo esto al realizar el pedido de verificación, dejando para
la etapa probatoria de la verificación tempestiva la comprobación de sus dichos, a
través de la actividad del síndico en uso de los deberes y facultades determinados en
el art. 33, LCQ; pero resulta inexorable que la prueba documental de la cual surge el
crédito sea presentada con el pedido de verificación correspondiente. Esto es necesario
para conocer la legitimidad del crédito.
Debemos tener en cuenta que para que un hecho o acto jurídico quede incorporado
al proceso es necesario que quede probada la alegación sobre éste que haya hecho la
parte. Entonces la verificación de créditos es improcedente cuando no se encuentra
probada la causa de la obligación (DI TULLIO). No es correcto interpretar el art.
32, LCQ, en el sentido de que en la etapa verificatoria ordinaria tempestiva ante el
síndico no se requiere la prueba de la causa del crédito, sino sólo la indicación de
ésta; es necesario e imperativo que la causa se pruebe con los títulos justificativos
pertinentes. Es decir que cuando la causa de la acreencia pueda justificarse con
prueba instrumental, resulta necesario que ésta sea acompañada oportunamente a la
sindicatura, quien después realizará las indagaciones que crea convenientes.
El acreedor sólo debe "dejar" para el momento de la revisión aquella prueba que no
se realice por el medio indicado, pues admitirla en la etapa analizada importaría
desvirtuar la celeridad de ésta. Por ello, no existe la diferencia que la doctrina y cierta
jurisprudencia afirman respecto de la verificación en la oportunidad del art. 32, LCQ, y
la eventual; respecto de indicar o probar la causa de la obligación, el crédito siempre
debe quedar acreditado materialmente en el proceso. En tal sentido, es un principio
irrefutable que no puede aceptarse la existencia de una obligación sin un hecho
precedente que le haya dado origen (doctr. art. 726, CCyCN), por lo que la carga de
arrimar al síndico los elementos de convicción que justifiquen la legitimidad del reclamo
en la oportunidad de verificar el crédito no puede soslayarse so pretexto de la
tarea indagatoria que concierne a aquél. Esto así, teniendo en cuenta que en algunos
casos nada impediría que la acreedora acompañara toda la documentación que
legitimaba su acreencia en el momento de insinuarla. Además, en el caso específico de
las obligaciones cartulares instrumentadas en títulos abstractos, existe un negocio
primitivo que no desaparece por el nacimiento de la obligación cartular y es el que debe
ser probado, y el cumplimiento del título-valor cancela la obligación extracartular por el
hecho de que ambos coexisten hasta su extinción legal (CÁMARA). Estas afirmaciones
se deben a que en el concurso no tiene vigencia la abstracción de los títulos-valores
(PURCARO), por ello la necesidad de la comprobación de la relación negocial que le da
origen, y en el caso de que el título haya circulado, la prueba del negocio entre tenedor
(tercero de buena fe) y su antecesor (MAFFÍA). Debemos definir el tema, como lo
hace CÁMARA, afirmando que estos títulos valores son siempre abstractos,
desconectados de la causa de su creación o transmisión, a pesar de que su valor
económico puede enervarse por excepciones ex causa en el proceso de conocimiento
para la verificación de crédito dentro del juicio universal; esto porque la acción
cambiaria es siempre ejecutiva, y para la verificación necesitamos una acción causal u
ordinaria, de conocimiento pleno, debiendo el acreedor acreditar los extremos de su
pretensión(10).
Igualmente, creemos muy difícil que una acreencia laboral controvertida pueda
ser incorporada al pasivo concursal en la etapa tempestiva.
Cuando los honorarios fueron fijados judicialmente antes del concurso, se plantea
el problema respecto de admitir en el proceso universal discusiones sobre la base que
sirvió para la referida regulación. Por nuestra parte, entendemos que, sin perjuicio de
que encontrándose firmes y consentidos los honorarios regulados y la liquidación que
se tuvo como base para fijarlos ha alcanzado autoridad de cosa juzgada respecto de
las partes del juicio, debe admitirse su revisión concursal por parte de los acreedores
concursales concurrentes(16).
Debe considerarse además la autonomía que existe entre el crédito por honorarios y
el crédito principal discutido en el juicio donde fueron regulados. Ello, porque las
actuaciones judiciales devengan honorarios a favor del abogado por el desarrollo de su
actividad profesional en prestación del servicio letrado, el cual, ante la condena en
costas, resulta totalmente independiente del derecho que se reclame en el juicio donde
se presta tal servicio. En caso de inexistencia de condena en costas los honorarios
serían accesorios al crédito principal y siguen la suerte de éste, pues la sentencia de
verificación admitiendo el crédito jugaría como aquella que impone las costas al
concursado.
Por último, resulta verificable las deudas por el régimen de autónomos del sistema
de seguridad social.
Por un lado, se sostiene que el acreedor no debe verificar crédito alguno sino
debería transitar un incidente de escrituración.
En tales casos, cuando estamos ante una quiebra, resulta aplicable el art. 146,
segunda parte, LCQ, que, en principio, impone el pago en especie, cuando se reúnan
los requisitos allí exigidos, sin que pueda entenderse que ello excluye la verificación de
la obligación de hacer para que el acreedor se incorpore al proceso falencial; en caso
de concurso preventivo, quedará convertido en moneda de curso legal (art. 19, segundo
párrafo, primera parte, LCQ), quedando para la etapa del acuerdo convenir conforme a
la propuesta que haga el concursado —con la correspondiente conformidad del
acreedor— el cumplimiento de la obligación en forma convertida o en especie, aunque
igualmente podría aplicarse analógicamente el art. 146, segunda parte, LCQ, y siempre
desinteresarse al acreedor en especie.
1. Incidente de revisión
El incidente de revisión del art. 37, LCQ, constituye, para nosotros, una verdadera
acción (TONÓN - RIVERA - ROITMAN - VÍTOLO entre muchos otros), que se incoa para
evitar que se produzcan los efectos de la cosa juzgada de la declaración de
admisibilidad o inadmisibilidad de un crédito pronunciada en la sentencia de
verificación tempestiva. En contrario, se sostuvo que es un recurso específico
concursal contra la sentencia de verificación tempestiva del art. 36, LCQ, el cual puede
asimilarse al recurso procesal de la reposición o revocatoria (MORELLO - BARACAT). La
revisión es un remedio procesal que busca la revocación de la decisión recaída sobre
un crédito en la oportunidad del art. 36, LCQ, el cual se ejerce a través de una acción.
Es una acción pero a veces se comporta como un recurso; siempre es una acción
pero eventualmente el efecto pueda llegar a ser el mismo que el de un recurso.
Los sujetos legitimados para su promoción son los interesados, es decir, aquellos
que de la revisión puedan recibir una ventaja o hayan sufrido un perjuicio por la
resolución del juez, es decir que debemos partir de la legitimatio ad
causam (BARACAT). Para el caso en que se haya declarado inadmisible un crédito —
haya sido observado o no— el acreedor insinuante es el legitimado; en caso de
declaración de admisibilidad, los legitimados son el deudor y cualquier otro
acreedor insinuante (ROUILLON). El síndico no se encuentra legitimado.
En cuanto al rol del síndico en estos incidentes, entendemos que su actividad debe
ser asimilada a la prescripta para los incidentes de verificación tardía (9º párrafo, art.
56, LCQ), por lo que, como funcionario imparcial y técnico, deberá presentar su
dictamen fundado a través de un informe luego de concluida la etapa de prueba. Si el
síndico no presenta su informe, no estamos ante un derecho que ha dejado de usar,
sino ante un deber propio de su función, lo que impone que se lo intime para que
cumpla, viabilizando la posibilidad de imponérsele las sanciones correspondientes por
su omisión, bajo el apercibimiento (art. 255, LCQ).
Algunos, si bien están de acuerdo con lo expuesto, un esquema más flexible les
permite admitir la revisión cuando la sentencia se dictó en términos de admisibilidad del
crédito como quirografario, negándola cuando la acreencia ha quedado verificada (DI
TULLIO).
La revisión tramita por las normas genéricas de los incidentes (arts. 280 y ss., LCQ)
y al tratarse de una acción tributa la tasa de justicia correspondiente (en
contra RIVERA).
En cuanto a los honorarios del síndico, como ya hemos expuesto, existen diferentes
posiciones, una que le regula honorarios en el incidente conforme al art. 287, LCQ, y la
otra que no determina los emolumentos porque quedan diferidos para la oportunidad
del art. 265, LCQ (homologación y liquidación), porque su labor no difiere de la de la
verificación tempestiva. Recordemos que también hay divergencia en cuanto a los
honorarios del letrado del concursado, pues algunos entienden que debe también
quedar comprendido en la oportunidad del art. 265, LCQ.
La acción tramita por juicio ordinario —plenario mayor y común (MORELLO)— ante
el juez concursal y puede ser incoada tanto por el concursado como por cualquier
acreedor verificado, declarado admisible o inadmisible, que haya conocido
la existencia del dolo luego de la verificación, o luego de vencido el plazo para
revisionar. El legitimado pasivo será el concursado cuando la acción va contra una
acreencia no incorporada o contra el acreedor cuyo crédito se pretende excluir del
pasivo. En contra, MARTORELL, entendiendo que la legitimación activa sólo
corresponde al concursado y a los acreedores verificados o declarados admisibles y la
legitimación pasiva siempre al acreedor declarado admisible. El síndico carece de
legitimación por las mismas razones expuestas al analizar el incidente de revisión (en
contra TRUFFAT). La interposición de la acción caduca a los noventa días contados
desde la fecha del dictado de la sentencia de verificación del art. 36, LCQ. La
sentencia que se dicte resulta apelable conforme a las normas locales del juicio
ordinario.
3. Verificación tardía
Como la sentencia dictada en esta verificación tardía por acción individual vale
como pronunciamiento verificatorio, no contendrá condena alguna que pueda ser
ejecutable contra el deudor, quien continúa en carácter de concursado
preventivamente hasta el dictado de la resolución que tenga por cumplido el acuerdo
(art. 59, penúltimo párrafo, LCQ) y el acreedor queda incorporado concursalmente en
los términos del art. 58, LCQ.
En caso de que la verificación tardía tramite por incidente, las partes serán el
acreedor no presentado tempestivamente o por crédito o privilegio no insinuado ante el
síndico (legitimado activo), y el deudor (legitimado pasivo). El síndico, como
funcionario técnico imparcial, deberá presentar un informe dictaminante —con opinión
fundada—, luego de concluida la etapa probatoria, sin asumir nunca el rol de parte, ni
siquiera en caso de quiebra.
La ley dice "tribunal distinto que el del concurso" pero en realidad también debe
aplicarse la norma para los juicios no atraídos pero cuyo juez natural era el juez
concursal.
4. Prescripción concursal
La reforma de 1995 (ley 24.522) incorporó en el art. 56, sexto párrafo, la
prescripción concursal abreviada. Se logra así una perfecta cristalización del pasivo
concursal.
Recordamos que la reforma de 1995 intentó ponerle fin a las disputas doctrinarias y
jurisprudenciales que se habían suscitado sobre el tema incluyendo el 6º párrafo en
el art. 56, LCQ, adoptando, creemos, la posición más justa. Se había afirmado que no
podía inferirse que con la ley 19.551 fuera aplicable la prescripción que
legislativamente, por carecer de existencia normativa, recién se incorpora con la ley
24.522. Por ello consideramos que las discusiones a las que nos referimos se
producían en plano de lege ferenda (MARTORELL), pues de lege lata (TONÓN —
RIBICHINI) la prescripción concursal era inexistente. Finalmente, la cuestión es zanjada
por la reforma, determinando que se extinguen en una forma peculiar —"prescripción"
dice el texto— los créditos no verificados, escuchando la doctrina que proclamaba
su inclusión en la legislación concursal.
La ley 24.522, en su art. 56, dispone una prescripción concursal abreviada de los
créditos, la que se produce a los dos años desde la presentación en concurso
preventivo, salvo que el plazo prescriptivo sea menor y se cumpla con anterioridad.
La reforma de la ley 26.086 modifica el sexto párrafo del art. 56, LCQ, para
adecuarlo a las nuevas prescripciones sobre suspensión de acciones y fuero de
atracción. Concretamente, se prevé que cuando el título verificatorio surja de una
sentencia recaída en juicio tramite en sede diferente de la concursal; por excepción
al proemio del art. 21, LCQ, no se producirá la prescripción de la acción transcurridos
los dos años desde la presentación concursal, si presentasen la verificación dentro de
los seis meses de haber quedado firme aquella sentencia.
Ello, porque está ubicada metodológicamente en el Título II, Capítulo V, Sección III,
que se refiere específicamente al concurso preventivo, junto con otras disposiciones,
bajo el título "Efectos del acuerdo homologado", por lo que su ubicación sistemática se
resiste a su aplicación a las quiebras. Se trata así de una norma que en su operatividad
presupone la existencia de un acuerdo y su homologación, esto es, un concurso
preventivo pseudo-exitoso, decimos así porque exitoso sería se concluye con el
cumplimiento. Este efecto prescriptivo, junto con la novación, fue introducido por el
legislador con el claro propósito de dotar de cierta estabilidad al acuerdo posibilitando el
saneamiento de la situación del concursado. No existe posibilidad de aplicación
analógica, pues su interpretación, como medio extintivo de las obligaciones, debe ser
restrictiva. Además, el art. 200, in fine,LCQ, al regular la verificación en la quiebra,
remite a varias disposiciones del concurso preventivo, pero no menciona entre ellas
al art. 56, por lo que no resulta aplicable a dicho proceso.
Una posición más estricta entiende que el efecto prescriptivo sólo se produce ante
un concurso exitoso, con acuerdo homologado cumplido y nunca cuando existe
quiebra indirecta (ROUILLON)(45). Al respecto, también se sostuvo que siempre que la
acción haya prescripto en el concurso preventivo, ésta no renace en la quiebra (RIVERA
- HEREDIA)(46).
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El informe debe acompañarse en original y una copia para el legajo del art.
279, LCQ.
II. Contenido
Para MAFFÍA, el informe general "es un informe, pero no sólo informe; también es
dictamen", considerándolo como "la pieza más importante de todo el proceso", que
permite conocer "el pasado, el presente y el futuro de la concursada". Importa la
culminación de toda la actividad inquistivo-informativa de la sindicatura que debe
quedar plasmada radiográficamente en este informe, para lo cual puede valerse de
todos los elementos de juicio que considere pertinentes. Aporta detalles patrimoniales
que informarán al juez y a los acreedores.
La enumeración que hace el art. 39, LCQ, no es taxativa, sino que menciona el
contenido mínimo del informe general, por lo que el síndico podrá ampliar algunos
aspectos, o incorporar elementos no enunciados por la ley, en la medida en que
considere que dicha incorporación es conducente a una más completa y
mejor exposición de la situación del concursado.
Resulta prudente que el síndico encabece su informe general con los antecedentes
del concursado.
La versión del síndico, volcada en el informe general, debe ser objetiva e imparcial,
sin necesidad de coincidir con los datos aportados por el concursado en su demanda y
sin ser vinculante para el juez. Cuando sea posible para confección del informe general
el síndico debe cumplir con las resoluciones técnicas contables para así poder
emitir informes fundados y dictámenes (CASADÍO MARTÍNEZ).
Se busca así presentar una información más puntillosa del pasivo, no sólo teniendo
en cuenta la composición del pasivo concursal concurrente, sino previsiblemente
considerando las posibles verificaciones tardías que pudieran iniciarse y también los
juicios no atraídos (art. 21, LCQ), para así poder conocer el pasivo real del concursado.
Para ello, deberá tener en cuenta los créditos que surjan de la contabilidad,
principalmente en el último balance, llevando sus montos al momento de la demanda
de concurso preventivo. De la misma manera se considerarán los créditos que surgen
de la actividad de auditoría y control del síndico.
4. Libros comerciales (inc. 4º)
Entendemos que corresponde el análisis sobre todos los libros que se lleven,
porque, no siendo el concursado necesariamente comerciante matriculado con
obligación de llevar contabilidad, es indispensable que el síndico informe sobre los
libros comerciales, aunque no contables, que se lleven para aportar elementos
objetivos que deberán ser conocidos por el juez y los acreedores.
La norma concuerda con el inc. 1º del art. 11, LCQ, como recaudo de la demanda
de concurso preventivo. La ley no exige que se exprese el síndico sobre inscripciones
impositivas, las que surgirán de los informes mensuales de la sindicatura referidos al
cumplimiento de las obligaciones fiscales.
Para confeccionar el informe el síndico no sólo debe indagar sobre las inscripciones
denunciadas en cuanto a su veracidad sino también respecto de su vigencia.
Para brindar esta información el síndico debe realizar una auditoría de los libros
sociales para así poder dar una opinión fundada.
Para ello deberá tener en cuenta las pautas dadas por la ley para el agrupamiento y
la clasificación de acreedores (art. 41, LCQ). La opinión del síndico al respecto es
fundamentalmente previa a que dichas categorías, y los acreedores en ellas
comprendidos, en forma definitiva, queden fijadas por el juez concursal. Si el deudor
no agrupa y clasifica sus acreedores, el síndico no deberá emitir opinión alguna ya que
se fijarán las categorías legales (art. 41, segundo párrafo, LCQ).
El nuevo inciso incorporado por la ley 25.589 se concatena con el reformado art.
48, LCQ, y con la posibilidad de que las acciones de la sociedad en crisis pasen a
manos de otro empresario, quizá competidor de la concursada.
Se sostuvo que también tendrá virtual efecto esta información que brinde el síndico,
para la exclusión de acreedores que ejerzan competencia desleal con la concursada,
en la participación de las conformidades para aprobar el acuerdo preventivo, pues en
beneficio propio podrían hacer fracasar el acuerdo(1). Para nosotros, las exclusiones
del art. 45, LCQ, son taxativas.
Exige la ley que el síndico informe sobre la posibilidad de que el deudor sea pasible
del trámite del Capítulo III de la ley 25.156 —Defensa de la Competencia—, es decir
que se puedan realizar concentraciones y fusiones empresarias cuando la empresa
encuadra en el art. 8º de dicho cuerpo legal.
III. Observaciones
El art. 40, LCQ, dispone que dentro de los diez días de presentado el informe
general el deudor y aquellos acreedores concursales que hayan solicitado verificación
de sus créditos pueden presentar observaciones a dicho informe. Se incluyen como
legitimados activos a aquellos que se hayan insinuado tempestivamente, sin importar
si fueron declarados verificados, admisibles o inadmisibles, o sin han interpuesto o
no incidente de revisión, como así también a aquellos que han incoado incidente de
verificación tardía (MAFFÍA - ROUILLON en contra CÁMARA).
Hubiera sido preferible mantener la regla de la ley 19.551 que otorgaba legitimación
a todos los interesados, como así también lo propone el Anteproyecto del Ministerio de
Justicia de 1997. Cabe hacer una acotación al respecto, pues con la ley 19.551 la
posibilidad de observar el informe general incumbía al deudor y a los
acreedores insinuados pero permitía a todo interesado realizar denuncias sobre la
fecha inicial del estado de cesación de pagos. Con la reforma se excluye toda
posibilidad a los terceros, cuando, igualmente, se podrían ver afectados por la fecha
de inicio del estado de cesación de pagos determinada por el síndico o por los actos
que éste enumere como pasibles de las acciones de inoponibilidad.
BIBLIOGRAFÍA
CASADÍO MARTÍNEZ, Claudio A., Informes del síndico concursal, Astrea, Buenos Aires,
2011. GRAZIABILE, Darío J., Tratado del síndico concursal, Abeledo Perrot, 2008.
JURISPRUDENCIA
Comienza aquí el estudio del trámite seguido para lograr el acuerdo preventivo,
donde se incluye la categorización de los acreedores y el desarrollo del período
de exclusividad para la obtención de las conformidades.
La reforma de 1995 introdujo importantes modificaciones en este capítulo de la ley,
siendo esencial la eliminación de la junta de acreedores y la sustitución del voto de los
acreedores por las conformidades de aquéllos exigidas por la ley 24.522 para lograr el
acuerdo. También tiene significativa importancia la posibilidad de categorizar
acreedores para formularles propuestas diferenciadas. Lo fundamental de esta etapa
ha hecho que las leyes de reformas de 2002 se hayan ocupado de ella, con una
desafortunada ley 25.563, corregida en este punto por la ley 25.589.
I. Categorización de acreedores
Como ya nos hemos referido en la parte general, la paridad entre los acreedores
o par condicio creditorum se representa como una igualdad en igualdad de condiciones,
por lo que no debe ser considerada aritméticamente, sino analizada a través de la
justicia distributiva. En principio esta "igualdad" se ve relativizada por las
preferencias incluidas en la ley concursal. Y en referencia al acuerdo preventivo,
legislado primordialmente para acreedores quirografarios, se imponía históricamente
que se presente la misma propuesta para este tipo de créditos; sin embargo, la ley
24.522 relativizó, también en este aspecto, este principio paritario permitiendo la
categorización de acreedores para presentarles propuestas diferenciadas,
considerándose las diferentes situaciones de aquéllos, lo que la ley 19.551 sólo
permitía para los acreedores privilegiados. De esta manera el principio de la par
condicio creditorum, entendido por la comunidad de sacrificio entre los acreedores, fue
imitándose a través del tiempo, flexibilizándose. El cambio filosófico introducido en
1995, de cuya necesidad había advertido MAFFÍA diez años antes, cambia la
refinanciación de deudas que pretendía históricamente la legislación concursal, por la
reorganización de pasivos y la generación de ganancias, mejorando la actividad
empresarial, cuando se tiene en miras superar el estado de cesación de pagos que la
afecta patrimonialmente. Se busca así lograr soluciones más flexibles y mayores
posibilidades de cumplimiento, sin que ello vaya en desmedro del interés de los
acreedores (RIVERA - VÍTOLO). Si bien el art. 1122 del Bankruptcy Code permite la
clasificación de créditos sustancialmente similares en categorías, podemos encontrar
también antecedentes nacionales al respecto. Así, el proyecto de reformas de 1983
proponía la categorización, lo que no logró plasmarse legislativamente con la sanción
de la ley 22.917. También el primer proyecto de unificación de los Códigos Civil y
Comercial proponía admitir propuestas diferenciales como reforma a la ley
19.551 (RUBÍN).
El art. 41, LCQ, determina que dentro de los diez días de dictada la sentencia de
verificación tempestiva (art. 36, LCQ) el concursado debe presentar una propuesta
fundada de agrupamiento y clasificación en categorías de los acreedores con créditos
verificados y declarados admisibles.
Cabe aclarar que si bien ha habido posturas que consideraron que la categorización
corresponde a créditos (LORENTE - BARREIRO - RIBICHINI), y otras que hubiesen preferido
que la ley agrupe créditos y no acreedores (ROUILLON) por nuestra parte, conforme lo
estipula la ley, entendemos que se trata de clasificación de los acreedores. Si bien la
ley determina que la categorización se hace en función a los créditos, estos se
constituyen en el elemento fundamental para diferenciar a los acreedores. Son los
acreedores los cuales deberán presentar sus conformidades a las propuestas,
considerándose todos los créditos que tengan a su favor, y siendo la finalidad de la
categorización posibilitar al concursado presentar propuestas diferenciadas a sus
acreedores; carecería de sentido clasificar créditos con el riesgo de que un mismo
acreedor —con pluralidad de acreencias— se encuentre incluido en más de una
categoría, y a él se le dirija más de una propuesta y tenga la posibilidad de prestar
conformidad o no en un número igual de oportunidades. En concreto, se categorizan
acreedores conforme la naturaleza de sus créditos. Lo contrario —la categorización de
créditos— modificaría el cómputo de las mayorías, cambiaría el número de acreedores
y el capital computable. En concreto, esto permitiría peligrosamente, al deudor
neutralizar a un acreedor económicamente importante, desmembrando sus créditos en
diversas categorías; y también con un acreedor, que tuviese multiplicidad de créditos —
aunque de insignificante magnitud— el deudor lo computaría —respecto de la mayoría
de personas— tantas veces como créditos categorizados diferenciados
tuviese, aumentando así las mayorías de personas en más de una categoría con la
conformidad de un solo acreedor.
En realidad, y más allá de la literalidad de la ley, no existe obligación por parte del
concursado de presentar la propuesta de categorización, sino que se trata de una
facultad, ya que la ley no prevé sanción alguna por la omisión de presentar la
propuesta de categorización, lo que implicaría la presentación de propuesta única.
Cuando la propuesta de acuerdo sólo haya de ser dirigida a los acreedores
quirografarios, podrá presentarse una misma para todos ellos, incluso para los
quirografarios laborales, sin necesidad de categorizar (RUBÍN). La categorización es
un instrumento para habilitar las propuestas diferenciadas. No es obligatorio presentar
propuestas diferenciadas y en consecuencia no lo es categorizar.
A ello se le debe agregar el hecho de que el art. 52, LCQ, al tratar el tema de la
homologación del acuerdo, concretamente deja ver que la categorización de
acreedores implica la consiguiente pluralidad de propuestas de las respectivas
categorías. En caso de existencia de créditos subordinados, es decir, cuando se
convino la postergación de los créditos a favor de otros, dichos acreedores, y sólo
respecto de dichos créditos, integrarán una categoría distinta, prescribe la ley, a lo que
agregamos que así será sólo si el concursado pretende, como venimos afirmando,
ofrecer propuestas diferenciadas.
Sin embargo, entendemos que sería mucho más productivo que dichos acreedores
sean categorizados teniendo en cuenta las pautas determinadas para el resto, porque
se trataría de créditos con diversidad de naturaleza, sin que puedan advertirse quizá
características comunes.
Sin que esté previsto por la ley, entendemos que en caso de que se admitan
acreedores luego de la propuesta de categorización que haga el deudor (revisión o
verificación tardía), el juez concursal resolverá a qué categoría razonablemente
deben incorporarse (doctr. arts. 42 y 56, último párrafo, LCQ), sin perjuicio de que
cada acreedor podrá optar entre las diversas propuestas alternativas para la clase, en
caso de que existan.
2. Resolución de categorización
La resolución, que resulta definitiva (art. 42, primer párrafo, LCQ), deberá
determinar concretamente las categorías y los acreedores que las componen, únicos
relevantes para lograr las mayorías legales para el acuerdo.
Entendemos que esta resolución, en principio, deviene inapelable (art. 273, inc.
3º, LCQ), aunque reconocemos que existe una gran discrepancia en la doctrina, que
en parte habilita la apelabilidad(2).
El segundo párrafo del art. 42, LCQ, determina que el juez debe dejar integrado el
nuevo comité de control que reemplazará a aquel formado en la sentencia de apertura
de concurso preventivo.
Este comité de control deberá quedar conformado además como mínimo por un
acreedor por cada categoría de las propuestas por el deudor, debiendo integrarlo
necesariamente el acreedor de mayor monto de cada categoría. A ellos se les
sumarán los representantes de los acreedores que como máximo serán tres.
La reforma de la ley 24.522, modificatoria del trámite del acuerdo preventivo, cambia
la deliberación concordataria que se producía en la junta de acreedores por una
negociación extrajudicial que se produce dentro del llamado "período de exclusividad",
donde el concursado debe presentar en el expediente concursal las conformidades a su
propuesta de acuerdo. La denominación de este período de exclusividad surge a partir
del originario proyecto del Ministerio de Economía de 1995 que, cuando el concursado
no lograse las conformidades en una primera etapa (período de exclusividad), permitía
a terceros, en una segunda etapa, presentar propuestas de acuerdo. Sin embargo,
adquiere igualmente significancia en el caso del salvataje del art. 48, LCQ, incorporado
en 1995, donde se abre un nuevo procedimiento, en los grandes concursos, que admite
la presentación de propuesta por parte de terceros, pues anteriormente era sólo el
concursado quien se encontraba habilitado para presentar propuestas a sus
acreedores. Con la reforma de la ley 25.589 podría llamarse "período común" al del art.
48, pues ahora se permite al concursado y a terceros presentar propuestas en el marco
del procedimiento del salvataje.
La ley 24.522 determinaba que este período duraba unos escasos treinta días con la
posibilidad de ampliarlo a un máximo de sesenta días; la primera reforma de 2002,
la ley 25.563, dispuso un período de exclusividad excesivo, de ciento ochenta días
ampliables a ciento ochenta días más, el cual hubo de modificarse a poco de su
sanción, atento a las críticas de la doctrina y a las presiones de los
organismos internacionales.
1. Propuesta de acuerdo
Ello anteriormente la ley 19.551 lo legislaba como "acuerdo por cesión de bienes",
una variante de la antigua adjudicación de bienes. La amplitud concordataria que
permite la ley quita importancia a la discusión que se haga al respecto.
Se trata de una sociedad en la cual los socios serían el deudor concursado y sus
acreedores, ya sea incorporándose a una sociedad ya existente —la concursada—, o
formándose un nuevo ente social. Entendemos que necesariamente el tipo social que
se adopte debe imponer que la responsabilidad de los acreedores sea limitada. El
cumplimiento del acuerdo se produciría con la suscripción del instrumento constitutivo y
la regularización con la inscripción correspondiente.
Deberá ser lo suficientemente explícita la propuesta para que pueda llevarse a cabo,
deberá contener la forma en que tal administración será llevada a cabo y por quién. Se
produce una variante de desapoderamiento del concursado, quien, si bien conserva el
dominio de los bienes, se desprende de la tenencia (WILLIAMS). Una forma en que
puede organizarse este tipo de propuesta es a través de la figura del fideicomiso.
Más allá de la necesaria licitud de la propuesta, los únicos cotos impuestos por la
ley respecto de la propuesta de acuerdo son que no puede consistir en una prestación
que dependa de la voluntad del deudor —ello implica que no puede dejarse el
cumplimiento del acuerdo al libre y exclusivo arbitrio del concursado, sin que éste
contraiga obligación jurídica alguna (doctr. art. 344, CCyCN)— y que debe aplicarse
paritariamente a los acreedores respetándose cada una de las categorías.
Las propuestas son hechas por categorías, si las hay, debiendo contener cláusulas
iguales pero posibilitándose al concursado a presentar propuestas alternativas en cada
categoría sobre las cuales los acreedores optarán su adhesión a una de las
propuestas presentadas a su categoría al momento de presentar su conformidad.
No se viola la prescripción de paridad que exige la ley desde que se les posibilita a
todos los acreedores de la categoría, en forma igualitaria, elegir entre todas las
propuestas alternativas. Cuando existan propuestas alternativas, los acreedores
disidentes y aquellos que se incorporen posteriormente al pasivo concursal a través de
revisiones o verificaciones tardías, serán quienes opten por una de las propuestas
alternativas presentadas por el deudor (doctr. arts. 43, LCQ, y 782, CCyCN). En caso
de que no se ejerza la opción será el juez quien resolverá imponiéndole la propuesta
que más adhesiones ha obtenido. También se ha dado en la práctica el caso en que el
concursado ofrece una propuesta residual, para estos acreedores disidentes,
revisionantes o tardíos, la cual entendemos que se presenta, en principio, como
discriminatoria, y cuando resulta más perjudicial que la presentada para los restantes
acreedores, o cuando se advierta que busca obtener indebidas ventajas para deudor,
no debe admitirse.
La ley prevé que la renuncia al privilegio debe ser expresa y, aunque la ley no lo
disponga, con la firma certificada por autoridad administrativa, judicial o notarial según
sea el caso. Cuando tal renuncia sea parcial, ella no podrá ser inferior al 30% del
crédito. De esta manera el acreedor conformará alguna categoría de quirografarios.
La renuncia del privilegio laboral, que no puede ser inferior al 20% del crédito, debe
ser ratificada en audiencia ante el juez concursal, con citación de la asociación gremial
legitimada si el trabajador estuviera bajo el régimen de un convenio colectivo y—
agregamos—si se encuentra afiliado a aquella asociación.
La ley con el afán de asegurarle sus derechos trata al empleado como un ciudadano
de segunda violando su autonomía de la voluntad. Igualmente, resulta dudoso que
pueda admitirse la oposición del "gremio" a la renuncia que quiera hacer el acreedor
laboral, limitándose su participación a emitir un consejo al respecto. El hecho de que
se exija que la renuncia del privilegio del crédito laboral sea ratificada excluye que
pueda derivarse de la insinuación al pasivo concursal sin invocación de dicho privilegio.
El privilegio renunciado convierte al crédito en quirografario definitivamente, salvo el
caso de nulidad del acuerdo donde renacen (art. 62, inc. 4º, LCQ), y cuando estamos
ante un crédito laboral, cuya preferencia renace en caso de que haya dado su
conformidad a la propuesta y el concursado igualmente no haya logrado las mayorías
o no haya sido homologado por el juez y haya devenido la quiebra indirecta.
Solamente podrá alongarse la fecha límite en la oportunidad del art. 42, LCQ,
cuando el crédito cuyo privilegio se ha renunciado puede incluirse por el juez en alguna
de las categorías; en caso contrario, cuando la acreencia no reúna elementos comunes
a ninguna categoría, sólo podrá renunciarse hasta la presentación de la propuesta de
categorización del art. 41, LCQ, y la hecha posteriormente carecerá de virtualidad para
el acuerdo. En similar orientación, aunque acercando un poco más el dies ad quem de
la renuncia, se afirmó que para que el concursado conozca todos los acreedores
quirografarios con los cuales negociará el acuerdo la renuncia debe hacerse hasta el
comienzo del período de exclusividad, es decir, hasta la notificación "por nota" de la
resolución del art. 42, LCQ (RUBÍN) aunque en tal caso dichos acreedores no pueden
quedar incluidos en aquella resolución. Alargando un poco más la posibilidad de
renuncia, se dijo que los privilegios pueden declinarse hasta que el deudor haga pública
su propuesta, sin advertirse que el renunciante no ha quedado incluido en ninguna
categoría (art. 43, octavo párrafo, LCQ) por haber sido privilegiado en las oportunidades
de los arts. 41y 42, LCQ. En igual sentido, pero en relación con los créditos laborales,
se puso como tope la presentación de la propuesta por el concursado, entendiéndose
obligatoria la categorización y propuesta para los quirografarios laborales (LOIZA), sobre
lo cual disentimos, conforme lo expuesto supra y atento a nuestra posición en cuanto a
que resulta facultativa la clasificación y propuesta para este tipo de acreedores.
También se extendió el límite temporal para renunciar al privilegio hasta
la audiencia informativa, pues allí es la última posibilidad que tiene el concursado de
modificar su propuesta (JUNYENT BAS). En similar línea se sostuvo que debería
permitírsele al acreedor renunciar luego de hecha pública la propuesta y hasta el
vencimiento del período de exclusividad, afirmándose que la renuncia al privilegio y su
ratificación en el caso del crédito laboral irán acompañadas de la presentación de la
conformidad a alguna de las propuestas presentadas, considerando la clase de
acreedor de que se trate (MAFFÍA - HEREDIA). Si bien los argumentos de estas posturas
parecen coherentes, no lo son cuando el acreedor renunciante no preste conformidad a
la propuesta, sometiendo al concursado a una situación de injusta indefensión al no
poder prever la modificación del cómputo de las mayorías para la obtención del acuerdo
ante la renuncia imprevista de un privilegiado. Por ello, una posición ecléctica entiende
que debe aplicarse el favor debitoris, y si el acreedor privilegiado renuncia para dar
conformidad a la propuesta, lo puede hacer hasta el vencimiento del período
de exclusividad; en todo otro caso sólo lo puede hacer hasta la categorización
(SPAGNOLO).
En definitiva, a los fines del cómputo de las mayorías, la renuncia de privilegios sólo
será virtualmente relevante cuando se haga en tiempo oportuno como para que el
deudor pueda categorizar al acreedor o el juez tenga posibilidad de incluirlo en alguna
categoría existente. Sin perjuicio de ello, y cualquiera sea el dies ad quem que se le dé
a la posibilidad de renunciar al privilegio, la que se haga luego de aquel término, si
bien carecerá de virtualidad a los fines del acuerdo, la adquirirá para la percepción del
crédito que se considerará quirografario, atento a la libre disposición que sobre tal
acreencia tiene su titular (MOSSO).
Como todo término concursal, resulta perentorio (art. 273, inc. 1º, LCQ) y su mero
vencimiento implica imponer la sanción de la declaración de quiebra indirecta(6)o la
apertura del procedimiento del art. 48, LCQ, en su caso. La presentación tardía de la
propuesta debe ser admitida, en beneficio de la solución preventiva, siempre que no
se haya decretado aún la quiebra (MAFFÍA - ALEGRIA).
Para algunos, en posición que concordamos, el límite debe ser tomado para
empeorar la propuesta, ya que no se le encuentra sentido al impedimento de mejorarla
(TRUFFAT - RIBICHINI)(7).
La solución legal resulta coherente, pues se concatena con lo normado por los arts.
15y 16, LCQ, y el desapoderamiento atenuado, el cual se extiende hasta la conclusión
del concurso preventivo del art. 59, LCQ, y luego de la homologación del acuerdo
queda regido por el régimen incluido en la propuesta. Algunos otorgan analogía al
sistema ideado por la ley 24.522 con el plan de empresa o de administración
como autoplanificadores para superar el estado de cesación de pagos (RICHARD), lo
cual no creemos que sea así de lege lata. Nos parece bien la presentación del régimen
de administración y limitaciones a la disposición de bienes, pero hubiera sido
preferible exigirle también al concursado que presente un plan de cumplimiento, el que
tendrá mayor importancia para los acreedores al momento de prestar conformidad y
para que el juez pueda determinar la factibilidad del acuerdo presentado y así evitarse
el abuso del derecho o el fraude a la ley. En este orden de ideas, entendemos que sería
necesario que se le exija al deudor que presente no sólo un plan de cumplimiento, en el
cual determine por qué ofrece lo que ofrece y de qué manera cumplirá con el acuerdo
propuesto, sino un integral plan de empresa, donde constarán planificación,
coordinación, control y forma de superación de la crisis empresaria. La presentación de
este plan, respecto del cual podrán realizar las consideraciones que se crean
convenientes, la sindicatura y el comité de control —en similar forma que el
saneamiento empresario, sauvegarde o redressement francés—, posibilitará al juez
concursal resolver sobre la homologación del acuerdo. De esta manera se permitirá el
establecimiento adecuado de pautas de funcionamiento de la empresa del concursado
y de control por parte de los acreedores (JUNYENT BAS). Concordantemente con
lo expuesto, si para la apertura del concurso preventivo se le exige al deudor
que explique la forma en que llegó a la insolvencia, no existen reparos para exigirle al
momento de presentar la propuesta que explique la forma en que superará aquella
crisis a través del plan de empresa o plan de administración. También sería razonable
que con la demanda de concurso preventivo se exija como recaudo que el deudor
presente un dictamen realizado por un profesional en administración de empresas
sobre la viabilidad, en términos económicos, de la empresa en insolvencia (RICHARD). A
ello debemos sumarle el hecho de que tampoco corresponde exigirle menos al
concursado que lo que se le exige al síndico para el caso de la continuación de
la explotación de la empresa en quiebra (art. 190, incs. 4º y 6º, LCQ), es decir que
debería el concursado presentar no sólo un régimen de administración, sino que
también deberá acompañarlo con un plan de explotación de la empresa, un
presupuesto de recursos y la explicación de las reorganizaciones o modificaciones
necesarias para hacer viable la continuidad empresaria (VAISER). En definitiva,
la exigencia del "plan" de reorganización o reestructuración empresarial es aquel en
donde se establece cómo, cuándo y con qué recursos se superará la crisis patrimonial
de insolvencia, el cual resulta indispensable para el éxito del sistema preventivo
concursal ideado por la legislación nacional, sin el cual sus institutos están condenados
al fracaso. Así, un acreedor dudará en aceptar una propuesta de acuerdo si no conoce
el potencial que permite recuperar la empresa en estado de cesación de pagos, cómo
evaluarán aquellos oferentes en el procedimiento de salvataje la posibilidad de
mantener la empresa en marcha para continuar con su explotación; no imaginamos
cómo el juez concursal podrá resolver sobre la abusividad de una propuesta sin
conocer sobre la viabilidad de una propuesta mejor, y, entre otros casos, cómo podrá
imponer el acuerdo a categorías disidentes, sin saber si forzándolos de esa manera la
reactivación de la empresa posibilitará que reciban algo más que si deviene la quiebra.
Entendemos que estas dos exigencias legales son obligatorias para el concursado,
y su incumplimiento acarrearía la caída del concurso preventivo, por la falta de
presentación de la propuesta o, mejor dicho, por su presentación incompleta
(doctr. art. 43, penúltimo párrafo).
La ley 24.522, en los tres primeros párrafos del art. 45 determina la forma en que
se logrará el acuerdo —negociación personal extrajudicial—, las mayorías,
las exclusiones del cómputo y la nueva forma de acreditar las conformidades a la
propuesta presentada por el concursado.
Dichas conformidades deben expresarse por escrito con firma certificada por
escribano público o autoridad judicial y en caso de que el acreedor sea un ente
público, nacional, provincial o municipal, a través de autoridad administrativa.
Acertadamente, la ley prescribe que sólo serán válidas y por lo tanto computables
aquellas conformidades de fecha posterior a la presentación por parte del concursado
de la última propuesta o su última modificación.
Estas mayorías son mucho menos rigurosas que las establecidas por la ley anterior,
las cuales eran graduales, según la propuesta presentada, y rondaban desde la
mayoría absoluta de capital y acreedores hasta los cuatro quintos de capital y tres
cuartos de acreedores. RIBICHINI propone volver a dicho sistema entendiendo que
salvaguardan los intereses de los acreedores disidentes y de los tardíos, pues
el exigente régimen de mayorías de la ley 19.551 aseguraba la razonabilidad de la
propuesta. El régimen italiano vigente a partir de 2006 requiere sólo mayoría de capital
por lo que la suerte del concurso la definen los grandes acreedores.
Siempre la Legge Fallimentare prohibió el "mercado del voto", aunque la ley italiana
vigente a partir de 2006 hace excepción para los supuestos de entidades financiera. En
la actualidad se encuentra prohibida por la ley española de 2003, pero la admite
el Bankruptcy Code reservando la cuestión para el momento de confirmación del plan.
En nuestro medio, RICHARD y OTAEGUI fueron los más fervientes paladines contra estos
medios jurídicos. El primero sosteniendo que el colegio creditorio es decir el que emitirá
el voto queda conformado con la sentencia de verificación por lo que luego sólo se
transmite el derecho a percibir el crédito pero no el derecho de participar en la
conformación del acuerdo. Por su parte, el segundo sigue similar orientación respecto
de la cesión de créditos por considerarlo ilícito, y tampoco admite el pago por
subrogación sosteniendo que afecta la igualdad entre los acreedores. En una forma
más ecléctica VÍTOLO habilita estos medios sustitutivos cuando se configuran antes de
que el acreedor se haya insinuado en el pasivo concursal, permitiendo sólo la cesión de
créditos posterior, para participar del acuerdo, cuando así lo admita el deudor (art. 44,
CPCC). Por nuestra parte, seguimos la tesis permisiva que expresamente
defendieron KEMELMAJER DE CARLUCCI y LORENTE, ambos entendiendo que no existen
impedimentos legales para admitirlos.
Se prescribe que, por convocatoria del juez o del fiduciario, los acreedores de cada
clase de títulos se reúnan en asamblea o cualquier otra forma prevista en el
contrato —fideicomiso u otra norma aplicable—, a fin de expresar la aceptación o
rechazo de la propuesta, lo cual será exteriorizado por el fiduciario, cuando él háyase
presentado a verificar, o por quien sea designado en la asamblea, cuando la
verificación haya sido individual o cuando quiera sustituirse al fiduciario verificante.
Finalmente, el legislador, en el último inciso del art. 45 bis, determina que "En todos
los casos el juez podrá disponer las medidas pertinentes para asegurar la participación
de los acreedores y la regularidad de la obtención de las conformidades o rechazos",
lo que significa la introducción de principios publicistas en un sistema privatista, ahora
atenuado, con la complicada consecuencia del alongamiento del trámite que produciría
cualquier resolución, por lo que la potestad judicial deberá ser reservada para
casos extremos (GEBHARDT).
7. Audiencia informativa
En los dos últimos párrafos del art. 45, LCQ, encontramos el resabio de la antigua
junta de acreedores, a lo cual el legislador de 1995 llamó "audiencia informativa".
Esta audiencia, que se fija cinco días hábiles antes del vencimiento del período
de exclusividad, se celebra para que el deudor dé explicaciones de la forma en que se
desarrolla la negociación del acuerdo y para que los asistentes formulen preguntas al
respecto.
La regulación del eventual acuerdo para los acreedores ocupa los arts.
44y 47, LCQ.
Si bien no existen dudas que para homologar el acuerdo para los privilegiados
especiales se requiere la unanimidad de los acreedores verificados y declarados
admisibles en la oportunidad del 36, LCQ, que conformaron la propuesta de
categorización del concursado (art. 41, LCQ) y fueron admitidos en tal forma por el juez
en la resolución del art. 42, LCQ, la divergencia se plantea respecto de la imposición de
dicho acuerdo a aquellos acreedores con preferencias especiales que se incorporan al
pasivo posteriormente a través de la revisión o de la verificación tardía.
BIBLIOGRAFÍA
ALEGRIA, Héctor, "La relación fisco-concurso. Con especial referencia a la exclusión de voto
del Fisco en el acuerdo preventivo", LL, Supl. CyQ, 9/9/2002. BERGEL, Salvador D., "El
contenido de la propuesta de acuerdo en la ley 19.551", JA 1973-240. BOSCH, Agustín
- TRUFFAT, E. Daniel, "Propuestas alternativas y otras cuestiones", ED 171-
123. GRAZIABILE, Darío J., "Caducidad de los plazos en el concurso preventivo y exclusión del
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JURISPRUDENCIA
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Com., sala D, LL 2005-D-292; C. Civ, y Com. Bahía Blanca, sala 1ª, LL 1989-A-235; C. Nac.
Com., sala D, ED 225-346; SCBA, LL 2010-B-366; C. Nac. Com., sala D, LL, 3/3/2008; C. Nac.
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Com., sala D, LL, Supl. CyQ, 9/9/2002; C. Nac. Com., sala D, LL, 18/12/2007; C. Civ. y Com.
Bahía Blanca, sala I, JA, 12/4/2006; SCBA, "Logui", 14/4/2010; C. Civ. y Com Azul, sala II, JA,
28/11/2007; CSJN, LL 2009-F-321; SC Mendoza, 1/7/2005, "Artes Gráfica Melfa"; SC Mendoza,
27/7/2005, "Torres"; CSJN, 25/2/2003, "Supercanal Holding".
CAPÍTULO XI - SALVATAJE O CRAMDOWN
I. Generalidades
Ellos pueden ser encontrados en el informe Sudreau que culminó en la ley francesa
de 1987 de redressement judiciaire o en el Bankruptcy Code norteamericano,
evolucionado en la Insolvenzordnung alemana y la ley italiana de 1999 de
Administración Extraordinaria de Grandes Empresas en Estado de Insolvencia. En la
ley francesa el redressement puede producir la cesión forzosa de todos o parte de la
empresa, cuando el deudor por sí mismo no pueda asegurar la recuperación, lo que
significa que se trata de una herramienta subsidiaria. La ley italiana actual (2006) que
se funda en la separación de la empresa viable del empresario ineficaz, legisla sobre el
acuerdo por tercero, siendo prevalente, en el concordato, el salvataje por tercero
cuando fracasa la instancia exclusiva de prevención a manos del deudor (DASSO). En el
derecho nacional el tema fue tratado por KLEIDERMACHER a mediados de 1987 y
luego incorporado, en similar texto al norteamericano, en el anteproyecto de la
Secretaría de Desregulación Económica que sirvió para el proyecto que culminó en ley
en 1995, con diferencias notorias con el régimen estadounidense. La reforma había
sido resistida en general, por la doctrina; sin embargo, en la práctica, en algunos casos,
se han visto sus frutos, aun con las deficiencias que presentaba el original art. 48de
la ley 24.522. En antecedente lejano de nuestra legislación puede encontrarse en la
adjudicación de bienes prevista en la ley 4156de 1902.
1. Presupuesto objetivo
Para determinar las circunstancias que deben darse para que quede habilitada la
posibilidad de someter a la empresa concursada al régimen del cramdown, no basta
con interpretar el art. 48, LCQ, sino otras normas de la ley concursal.
El primero es el previsto por el art. 43, penúltimo párrafo, LCQ, que dispone que
será aplicable cuando el concursado no haga pública, oportunamente, la propuesta de
acuerdo. Luego, conjuntamente, del primer párrafo, segunda parte, del art. 48, LCQ, y
del art. 46, LCQ, surge que no será declarada la quiebra y será sometida al salvataje
la concursada que vencido el período de exclusividad no haya logrado las
conformidades con las mayorías necesarias para lograr el acuerdo, salvo que el
acuerdo sea impuesto por el juez conforme al art. 52, inc. 2º b), LCQ. Finalmente, en
el art. 51, primer párrafo, LCQ, se dispone la habilitación del cramdown cuando el juez
estime procedente una impugnación contra el acuerdo que impida su homologación.
En este caso, el último párrafo del art. 51, LCQ, habilita la apelación con efecto
devolutivo por parte del concursado respecto de la impugnación resuelta que habilitó la
apertura del cramdown.
2. Presupuesto subjetivo
En principio, para determinar a qué sujetos alcanza el salvataje del art. 48, LCQ,
debemos estar al presupuesto subjetivo concursal, es decir que solamente será
aplicable a los sujetos concursales y, como tales, sometidos a concurso preventivo.
Sin embargo, la primera parte del art. 48, LCQ, determina el alcance subjetivo
concreto del procedimiento, lo cual entendemos resulta taxativo al respecto sin poder
ampliar analógicamente los supuestos allí contemplados; se crea un sistema
de numerus clausus.
Sobre el tope subjetivo contenido en el art. 48, LCQ, se sostuvo que tiene
fundamento en la limitación de responsabilidad y en la división del capital societario,
para evitar que el adjudicatario asuma responsabilidad ilimitada y solidaria, lo que no
facilitaría esta alternativa saneatoria (VILLANUEVA). En posición opuesta se ha criticado
la exclusión de otros tipos societarios debiendo dársele más importancia a la empresa
que a la forma jurídica que adopte (ALEGRIA). El proyecto de reformas del Ministerio de
Justicia de 1997 preveía una ampliación en la gama de sujetos a los cuales se les
podía aplicar el salvataje, incluyendo personas físicas, sociedades de personas,
asociaciones y fundaciones. Resulta atinado ampliar el campo de casos que preserven
la empresa viable y útil, evitando su quiebra, sin importar la figura jurídica adoptada
para su desarrollo.
A ello debe agregarse la exclusión que hace el art. 289, LCQ, respecto de los
pequeños concursos (art. 288, LCQ), por lo que el salvataje sólo procede en los
procesos de grandes magnitudes.
En doctrina se ha criticado también la inclusión en el régimen del art. 48, LCQ, a las
sociedades cooperativas por no poder comparárselas con las sociedades comerciales,
y atento a la prohibición que contiene la ley 20.337 para convertirse en sociedades
comerciales o civiles (CRACOGNA). Si bien reconocemos las dificultades que presentan
aquellas circunstancias, no vemos que sean necesariamente impeditivas para aplicar
el cramdown, pues en ningún momento la transferencia de las participaciones
societarias atenta contra las normas del ordenamiento que las regula, pues ello no
modificará el carácter cooperativo de la sociedad. La sociedad seguirá funcionando
como sociedad cooperativa, pero el tercero adquirente deberá adoptar las medidas
necesarias para que la sociedad no caiga en atipicidad o disolución.
Expresamente la norma excluye a los sujetos que por disposición del art. 2º, in
fine,LCQ, no resultan sujetos concursables.
Una breve explicación amerita el caso de las mutuales (ley 20.321), pues éstas se
encontraban excluidas por el art. 2º y el art. 48, LCQ; el primero como presupuesto
subjetivo concursal y el segundo como sujeto sometible al cramdown, lo que implica
que la concursalidad del sujeto es condición necesaria pero no suficiente para aplicarle
el salvataje (MOSSO). La ley 25.374, que reforma el régimen de las mutuales de la ley
20.321, determinando que éstas son sujetos concursales, o mejor dicho que "quedan
comprendidas en el régimen de la ley 24.522", nada dispone sobre
su exclusión expresa en el art. 48, LCQ, norma de carácter especial, que continúa con
su vigencia.
Vemos aquí que, como características comunes, estamos ante entes con estructura
empresarial, con socios con responsabilidades limitadas, y finalmente, con facilidad de
transmisión de las participaciones societarias —acciones o cuotas sociales— (MOSSO).
Las cualidades importan un marcado deslinde entre empresa y empresario.
II. Trámite
El art. 48, LCQ, regula un verdadero estatuto que determina el trámite a seguir en
los casos en que proceda la aplicación del salvataje empresario. Dicho procedimiento
puede ser dividido en cuatro partes fundamentales: una, la inscripción de
los interesados; la segunda, la valuación de las partes sociales de capital de la
empresa concursada; luego, la negociación y acuerdo con los acreedores; y por
último, la adquisición de las partes sociales.
La ley nada dispone sobre la forma en que deberá ser administrada la sociedad
concursada durante la tramitación del cramdown, por lo que entendemos que, atento a
la imposibilidad de extenderle el régimen establecido para el caso falencial, deberá
seguir ejerciéndola su órgano de administración bajo la vigilancia de la sindicatura, el
comité de acreedores y el juez, quienes podrán pedir u ordenar, según el caso, las
medidas que crean convenientes para asegurar la continuidad de los negocios
empresariales (MOSSO - HEREDIA), resolviéndose la intervención, coadministración o la
veeduría. Dicha posición queda robustecida con el hecho de que anteriormente el
deudor resultaba inexorablemente apartado de la administración de la empresa, pero
actualmente, con la reforma de 2002, se admite la participación del deudor concursado
en el salvataje del art. 48, LCQ, por lo que resulta razonable que mantenga la facultad
de continuar al frente de la empresa(1). En contrario, para GEBHARDT, como mínimo
debe disponerse la coadministración de la empresa, aunque en realidad propone que
sean reemplazados los órganos de la concursada por un administrador judicial. Sin
perjuicio de ello, reconocemos que tanto el juez como el síndico deberán estar atentos
al desarrollo administrativo de la empresa por parte de la concursada y al menor desvío
del normal funcionamiento deberá aplicar las cautelares dispuestas por el art. 17,
segunda parte, LCQ.
1. Registro e inscripciones
En los incs. 1º y 2º del art. 48, LCQ, la ley regula lo relativo al registro y a
las inscripciones de los interesados. El primero de los preceptos determina que,
vencido el período de exclusividad, el juez dentro de dos días abrirá el registro
de inscripción para los interesados en el cramdown, los cuales deberán hacer oferta a
los acreedores.
Precisando lo expuesto, debemos decir que la apertura del registro debe hacerse
dentro de los dos días de vencido el período de exclusividad sin obtención de las
conformidades con las mayorías necesarias (art. 46, LCQ) o de vencido el término para
hacer pública la propuesta de acuerdo (art. 43, penúltimo párrafo, LCQ) o de la
resolución que admite una impugnación al acuerdo que impide su homologación (art.
51, LCQ).
El término para proceder a dicha inscripción es fijado por la ley en cinco días. Dicho
término corre a partir de la publicación de edictos que da a conocer la apertura del
registro donde el juez deberá fijar un importe presupuestado para atender los gastos
de los edictos. Dicha suma será depositada por cada interesado al momento
de inscribirse.
No quedan incluidos dentro de la manda legal los socios o accionistas pues ellos, si
bien técnicamente son terceros, no pueden comportarse como tales respecto de la
sociedad concursada, quien ahora con la ley 25.589 participará de la segunda ronda.
A lo que debe agregarse, ampliándose la incompatibilidad, la participación posterior
que tienen los socios y accionistas para conformar la propuesta de adquisición de las
partes sociales. Tampoco pueden inscribirse los directores, gerentes, administradores
y síndicos de la sociedad concursada, pues no pueden competir por sí o por terceros
con la sociedad, salvo autorización societaria (arts. 157, 271, 273 y concs., LGS).
Nada impide que se inscriba en el registro del salvataje una persona humana, pues
en caso de triunfar en el procedimiento, pasaría a formar una sociedad de
responsabilidad ilimitada de un solo socio, quien deberá cumplir con el art. 94, bis,
LGS, a fin de regularizar la situación en el término de tres meses. En el caso de que
quien pretenda participar del cramdown sea otra sociedad anónima, ésta sólo
podrá inscribirse cuando la concursada sea una sociedad por acciones (art. 30, LGS) y
en caso de que sea una cooperativa, debe reunir los recaudos establecidos
estatutariamente por aquella entidad (art. 17, ley 20.337).
En el caso de que existan interesados inscriptos, como bien sigue legislando el art.
48, inc. 3º, LCQ, el juez debe transitar el trámite de valuación, el cual comienza con la
designación de lo que la ley llama "evaluador" (art. 262, LCQ).
Por nuestra parte, hemos criticado tal rúbrica pues no debió llamárselo "evaluador"
sino "valuador", porque valuará, determinará un valor, un precio; y nada tienen que
evaluar, pues eso corresponde al juez. En el Diccionario de la Lengua
Española, valuar: es valorar, señalar el precio de algo; evaluar: es señalar el valor de
algo, estimar, apreciar, calcular el valor de algo; valuador: es la persona que tiene por
oficio valuar; evaluador, el que evalúa; finalmente, precio: es el valor pecuniario en que
se estima algo. La cuestión es sencilla: debe entenderse que valuar se utiliza para
determinar el valor como precio y evaluar se utiliza para estimar un valor no pecuniario.
En consecuencia, creemos que conforme al nuevo art. 48, el que dispone que "la
valuación establecerá el real valor de mercado", debe entenderse que se hace una
valuación y quien la hace es un valuador.
La valuación debe ser presentada dentro de los treinta días hábiles (art. 273, inc.
2º, LCQ) siguientes a la aceptación del cargo por parte del valuador.
El valuador debe determinar el valor real de mercado, para lo cual debe tener en
cuenta el informe general del síndico donde se detallará el valor de realización del
activo, incluidos los intangibles, y una detallada composición del pasivo (surja o no
contablemente); además debe constatar por sí y tener primordialmente en cuenta
aquellas variaciones patrimoniales, ya sea de alta, baja o modificación del activo, o
sea, el aumento del pasivo por existencia de créditos posconcursales.
De esta manera el legislador de 2002 logra enderezar el articulado
del cramdown modificando una de las principales críticas que se le había hecho al
estatuto de 1995, el cual determinaba que el valor contable o los valores de libros de
las participaciones sociales era el que jugaría en el procedimiento de salvataje,
provocando un gran disvalor por la diferencia patente con el valor real de mercado;
concretamente la ley se refería al valor patrimonial de la empresa, según registros
contables. La reforma le otorga mayor realismo al valor que debe fijarse. Sin embargo,
en defensa del anterior sistema se sostuvo que la relación de los registros contables
constituye un punto de partida o de referencia para el juez, pero no un límite irrestricto
que impide evaluar otras circunstancias, como por ejemplo la valuación realizada en
el informe general conforme al valor de realización de la empresa para así lograr el
valor de la empresa en marcha.
Resultan de virtual importancia para realizar esta valuación, es decir, el valor real de
mercado, además de los activos físicos, aquellos intangibles, el estudio de los flujos de
fondos descontados o discounted cash flow y la fluctuación del pasivo luego del
concursamiento. La valuación, a través de los flujos de fondo, es, según entendemos, el
sistema que más se ajusta a la finalidad normativa, pues relaciona el valor de los
activos con el valor presente de la futura generación de flujo de fondos por parte de la
empresa. Esto es, tener en cuenta aquello que generarán los activos presentes de la
empresa y su eventual rentabilidad, pues sin ella no existe valor real de los activos
netos. Es algo así como determinar los resultados futuros esperados. Ello ayuda a
determinar el valor real de la empresa o participaciones sociales, pero dista mucho de
lograr el valor real de mercado, atento a que nunca la empresa concursada va a
ser expuesta a todas las condiciones del mercado, en sentido estrictamente técnico.
Nunca existirán en estos casos la negociación y las pujas existentes en el mercado que
harán variar considerablemente, tanto para la oferta como para la demanda, el precio
del bien en cuestión. Por ello, la valuación es compleja y juntamente con el estudio de
los flujos futuros debe hacerse un análisis de la empresa (histórico-presente) y de otros
enfoques metodológicos de ésta, como así también deben evaluarse el desarrollo de la
economía local y regional (proyecciones macroeconómicas), y el mercado de capitales
local e internacional, para lograr el más "real" valor de mercado de la empresa o partes
sociales. Se busca así un valor más acercado a la realidad que aquel que imponía la
norma originaria que remitía a los valores contables.
Para DASSO, sólo tienen tal posibilidad el deudor y los inscriptos. Entendemos que la
legitimación activa para observar la valuación presentada debe ser considerada con
criterio amplio y atribuírsele a todo sujeto interesado; ello porque se trata de una mera
participación informativa del interesado sin sustanciación alguna y, en tal sentido, todos
los elementos que puedan aportarse serán analizados discrecionalmente por el juez.
En definitiva, este valor de las partes sociales fijado por el juez termina siendo
provisorio porque luego de la conformación del acuerdo este valor resultará, según el
caso, reducido en la misma proporción que el sacrificio que hacen los acreedores
quirografarios de sus créditos en la propuesta aceptada.
Las mayorías y las formalidades para lograr el acuerdo son las mismas que en el
período de exclusividad, y el término por el cual se extiende este nuevo período es de
veinte días hábiles contados desde la notificación ministerio legis de la resolución que
fija el valor de las cuotas o acciones representativas del capital social de la
concursada.
Para otros el plazo corre desde la misma sentencia que fija el valor de las partes
sociales (ROUILLON - RIBICHINI), sin embargo, parece irrazonable que el período
comience a correr antes de que quienes participen del mismo hayan tomado
conocimiento de la valuación, elemento más que primordial para la negociación del
acuerdo.
Los acreedores podrán prestar conformidad a más de una propuesta y quedará
aprobada aquella que en primer término sea presentada en el expediente con las
conformidades constituyendo las mayorías necesarias para el acuerdo.
Cinco días antes del vencimiento del plazo para presentar las conformidades en
el expediente —fecha en que debiera desarrollarse la audiencia informativa— es la
última oportunidad para hacer pública la propuesta de acuerdo a los acreedores, sin
admitirse modificaciones ulteriores. Para ROUILLON, la propuesta debe exteriorizarse
en la misma audiencia, lo que quedaría actuado por el secretario; por nuestra parte,
entendemos suficiente que se haga pública la propuesta a través de un escrito en
el expediente.
Dispone la última parte del art. 48, LCQ, que cuando en esta etapa no se obtuviera
acuerdo, por tercero o por el deudor, o el acuerdo no fuese judicialmente homologado,
el juez declarará la quiebra sin más trámite.
Finalmente, el art. 48, incs. 7 y 8º, LCQ, determina la forma en que se producirá la
transferencia de las partes sociales al cramdista y dispone la declaración de quiebra
para cuando fracase el salvataje. Ello solamente cuando aquel que ha logrado el
acuerdo sea un tercero, quien adquiere el derecho a que se le transmitan las partes
sociales de la empresa concursada.
Cabe aclarar aquí que la aplicación del salvataje empresario no hace desaparecer a
la persona jurídica concursada sino que, en el caso de que el cramdista sea un tercero,
sólo cambia "de manos", quedan modificados sus socios o accionistas, siendo los
acreedores quienes otorgan crédito a estos nuevos socios o accionistas conforme al
acuerdo que se les proponga. Se produce la transferencia forzosa de las cuotas o
acciones representativas del capital social del sujeto involucrado (MAFFÍA).
Cuando la fijación del valor de las partes sociales no hubiere arrojado resultado
positivo (inexistencia de valor), el tercero adquiere el derecho a que se le transfiera la
titularidad de ellas junto con la homologación del acuerdo y sin otro trámite, pago
o exigencia adicionales.
Determinado el valor final de las partes sociales, el cramdista debe manifestar que
abonará el precio a los socios, depositando judicialmente el 25%, en garantía, el cual
será a cuenta del saldo, habilitándose aquí la etapa de homologación del acuerdo
conforme a las pautas fijadas para el concurso preventivo. El saldo de precio deberá
oblarse dentro de los diez días hábiles posteriores a la homologación del acuerdo,
contados desde que aquella sentencia quede notificada ministerio legis (art. 273, incs.
2º y 5º, LCQ).
Dentro de los veinte días hábiles de notificada "por nota" la resolución que fija el
valor final de la empresa, el cramdista deberá exteriorizar en el expediente del
concurso dichas conformidades, depositando el 25% del precio en garantía y a cuenta
de aquél, como manifestación de la voluntad de pagar el precio, integrando el saldo
dentro de los diez días hábiles de notificada "por nota" la homologación del acuerdo;
igualmente puede abonarse, en este caso, la totalidad del precio al presentar las
conformidades de los socios o accionistas.
Todo se verá facilitado, como advierte RUBÍN, a través de un acuerdo extrajudicial
entre el cramdista y los socios o accionistas, el cual se denunciará en el expediente sin
siquiera necesidad de depósito alguno, aunque supeditado a la homologación del
acuerdo.
El depósito del total del precio es conditio sine qua non de la transferencia.
La ley 25.563, al derogar el cramdown, hace lo propio con el tercer y cuarto párrafos
del art. 53, LCQ, y la ley 25.589, al reestablecer el art. 48, LCQ, reimplanta el
antiguo art. 53, LCQ, tercer párrafo, para armonizarlos, pero estuvo muy lejos de ello,
pues no se advirtió que las modificaciones introducidas en el art. 48, LCQ, versión
2002, no eran compatibles con el art. 53 de 1995. Primero, porque en el tercer párrafo,
respecto del momento en que debe depositarse el saldo de precio de las partes
sociales, amén de referirse al inc. 4º del art. 48, LCQ, cuando en realidad debió
decir inc. 7º, dispone que dicho saldo debe oblarse a los tres días de homologado el
acuerdo, cuando el art. 48, inc. 7º, punto c), apartado i) —también aplicable al caso del
apartado ii), por remisión—, prescribe que ello debe hacerse dentro de los diez días.
Segundo, porque el art. 48 determina que la transferencia de las partes sociales se
hace al oblarse el saldo de precio (inc. 7º, punto c], apartado i]), y el art. 53, tercer
párrafo, dispone que la transferencia de las partes se hace junto con la homologación.
Sin perjuicio de la incoherencia legislativa, debe darse preeminencia a lo prescripto por
el art. 48, LCQ, respecto de lo primero por ser la norma específica sobre el tema y por
ser ley posterior, y en cuanto a lo segundo porque no puede perfeccionarse la
transferencia forzada de las partes sociales sin integración total del precio. El pago a
los socios o accionistas se hace a través de libranza judicial, luego de pagado
totalmente el saldo de precio y transferidas definitivamente las partes sociales. Cabe
aclarar aquí que si bien el art. 53, tercer párrafo, LCQ, dispone que los socios o
accionistas pueden retirar la garantía del 25% depositada, lo cierto es que en el
siguiente párrafo se dispone que si no se obla el saldo de precio, se declarará la
quiebra y el depósito hecho en garantía por el tercero es perdido y pasa a formar parte
del activo concursal que será distribuido en la quiebra, por lo que mal podría autorizarse
dicha extracción por parte de los socios o accionistas en forma anticipada.
Cumplido ello —acuerdo con acreedores; en su caso, acuerdo con los socios o
accionistas; homologación del acuerdo y pago del precio—, en ambos casos se
adquieren definitivamente las partes o acciones sociales.
Debe hacerse efectiva la transferencia de las partes sociales, según el tipo social de
que se trate, y en el caso de las sociedades anónimas resulta suficiente su inscripción
en el libro de registro de acciones nominativas, lo que se hará a través de oficio judicial.
La ley 26.684 que en 2011 reforma la ley 24.522,incorpora el art. 48 bis, LCQ que
determina para el caso de que en el registro del salvataje se inscribiese una
cooperativa de trabajo, que el juez ordene al síndico que liquide los créditos de los
trabajadores inscriptos conformantes de la cooperativa correspondientes
a indemnizaciones de los arts. 232, 233 y 245, LCT, estatutos especiales, convenios
colectivos o contratos individuales.
No resulta claro aquí si las indemnizaciones deben ser concursales, es decir
consolidadas antes de la demanda de concurso preventivo, para lo cual la previsión
legal es innecesaria e incoherente, o si se tratan de potenciales créditos futuros.
Para ello, el juez fijará el plazo que crea conveniente, el cual conforme la última
parte del artículo no podrá exceder de los 10 días hábiles para lo cual la autoridad de
aplicación le dará primera prioridad al trámite. También, para ello, la autoridad de
aplicación determinará el plazo en el cual la cooperativa deberá integrar el 5% de las
cuotas sociales que constituyen el capital social en los términos del art. 9º de la ley
20.337 (según art. 25 de la misma ley se integrarían al constituirse la cooperativa).
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
En realidad, con la ley 19.551, en la junta de acreedores el juez debía hacer saber,
en el acta de dicha audiencia, si se habían obtenido o no las mayorías necesarias para
el acuerdo. Es decir que se daba a conocer el resultado de aquella junta habilitándose
así la etapa impugnativa. Con la reforma de 1995, y la eliminación de la junta, el
legislador vio prudente exigir al juez el dictado de una resolución que hiciera saber
la existencia de acuerdo o, mejor dicho, la existencia de conformidades necesarias para
lograr dicho acuerdo, ya sea en el concurso preventivo o en el cramdown. Finalmente,
con la reforma de 2002 (ley 25.589) se produce un desbarajuste en la norma, pues
la incorporación del cramdown power o la posibilidad de que el juez imponga el acuerdo
a categorías disidentes aun cuando no existiesen las mayorías necesarias, hace que la
resolución del art. 49, LCQ, deba orientarse en otro sentido.
Ahora también, con el art. 52, LCQ, versión 2002, es necesario que el juez en la
oportunidad del art. 49, LCQ, haga saber la existencia de las conformidades para el
acuerdo, y cuando éstas no sean reunidas, debe dictar resolución, haciendo saber
que prima facie se reúnen los recaudos necesarios para imponer el acuerdo (RIVERA -
RIBICHINI). En consecuencia, la resolución referida debe declarar la existencia de las
conformidades que formen la mayoría necesaria para conformar el acuerdo o
la existencia de las conformidades suficientes para la imposición del acuerdo por parte
del juez, con la necesaria solicitud por parte del deudor para producir el
llamado cramdown power.
El juez concursal debe dictar tal resolución en el término de tres días de reunidas las
conformidades con las mayorías necesarias dentro del período de negociaciones del
acuerdo, ya sea el de exclusividad del art. 43, LCQ, o el concurrente del art. 48, LCQ.
Asiste razón a la doctrina que afirma que hubiese dado más seguridad, a los fines
del inicio del plazo para impugnar el acuerdo, que la resolución sea dictada vencido el
período para presentar las conformidades (DASSO - HEREDIA). No creemos correcto,
como se sostuvo (GRISPO), que el juez dicte la resolución previo informe del actuario
sobre la regularidad de las conformidades y el cómputo de las mayorías, pues ello debe
ser exclusivamente evaluado por el magistrado, aunque en la práctica tal vista a la
sindicatura deviene ineludible.
En caso contrario, cuando no estén dadas las mayorías necesarias para que exista
acuerdo o para que el juez lo imponga a las categorías disidentes, debe decretarse la
quiebra (arts. 46y 47, LCQ).
La resolución del art. 49, LCQ, resulta inapelable y sólo podrá ser impugnada por el
mecanismo del art. 50, LCQ (inc. 1º); en cambio, la declaración de quiebra,
entendemos, deviene apelable por la concursada, por poner fin al proceso concursal
preventivo (MORELLO - RIBICHINI)(1).
2. Impugnación del acuerdo
Luego del dictado de la resolución del art. 49, LCQ, la ley habilita que se impugne
el acuerdo logrado entre el deudor y la mayoría de sus acreedores para que éste no
obtenga homologación judicial y así el concursado sea declarado en quiebra.
No se trata de una actio nullitatis sino que resulta ser un obstáculo a la resolución
homologatoria, que se transforma en un acto impeditivo de aquélla. Todavía no existe
acto o resolución que pueda ser anulada, importando la impugnación un acto impuesto
legalmente por razones de economía procesal que anticipan aquella eventual nulidad
que pueda plantearse sobre el acuerdo. Se trata de una verdadera oposición a
que exista acuerdo, evitando la homologación de lo acordado por el deudor y la
mayoría de sus acreedores (MAFFÍA).
Para RIVERA esto no sería así, pues entiende que estos acreedores también
deberían poder prestar conformidad al acuerdo, es decir que se necesita la resolución
que admita al pasivo concursal sus acreencias, por lo que excluye de la impugnación a
los que no forman la mayoría.
Igualmente, y más allá de la taxatividad impuesta por el art. 50, LCQ, el cual data de
la ley 11.719 de 1993, luego de la reforma del 2002, donde se da la posibilidad de que
el juez imponga el acuerdo a categorías disidentes (art. 52, inc. 2º b], LCQ), y donde
aquél puede negar la homologación por abuso o fraude (art. 52, inc. 4º, LCQ), no sería
desacertado admitir como causal de impugnación el abuso del derecho o el fraude a la
ley (BARACAT - RIBICHINI). A principios de 2002, luego de la reforma de la ley 25.563 —
y antes de la 25.589— que derogó el tope mínimo del 40% para la quita,
proponíamos, de lege ferenda, incorporar como causales impugnativas las infracciones
al art. 953, CCiv. por objeto ilícito del acuerdo y al art. 1071, CCiv. por abuso del
derecho. Para GEBHARDT, y sin perjuicio de la derogación realizada en 1995 de dicha
causal, habría que admitir, más allá de la categorización y de las propuestas
diferenciadas y/o alternativas, la impugnación por inexistencia de acuerdos violatorios a
la par condicio creditorum —pactos clandestinos—, pues conforme a la doctrina
sentada con la ley 19.551, donde se permitía al juez una mayor discrecionalidad en la
admisión de las causales(2), aquélla no puede ser desechada a tenor de los arts.
17y 56, LCQ, que imponen el principio de paridad entre los acreedores. Se refiere a lo
que CASTILLO denominaba "compra de votos".
Las causales son objetivas o subjetivas, las primeras son el error en el cómputo de
las mayorías y la falta de representación de los acreedores que concurrieron a formar
la mayoría, las segundas son la exageración fraudulenta del pasivo y la ocultación
o exageración fraudulenta del activo.
La causal relacionada con el activo, se exagera para lograr confianza por parte de
los acreedores en cuanto a la posibilidad de cumplimiento de la propuesta que se hace
y se oculta para que los acreedores acepten menos de lo que su deudor puede ofrecer.
Como ya dijimos, esta causal no puede ser invocada por aquellos acreedores que
prestaron su conformidad.
Finalmente, el art. 51, LCQ, determina las distintas alternativas que se dan al
momento de resolver sobre las impugnaciones deducidas. Claramente se dispone que
si se hace lugar a la impugnación deducida el juez en la misma resolución debe
decretar la quiebra o abrir el procedimiento del cramdown si corresponde, y en caso
contrario, es decir, cuando aquella sea improcedente, debe resolver sobre la
homologación del acuerdo. Ambas resoluciones resultan apelables con efecto
devolutivo, por el concursado cuando se hace lugar a la impugnación, y por el
acreedor impugnante cuando aquélla sea rechazada.
El juez no tenía facultades para evaluar el mérito u oportunidad del acuerdo, pero sí
su legalidad en su totalidad. Incluso se sostuvo que podría considerar causales
impugnativas no invocadas (GARCÍA MARTÍNEZ). El caso Línea Vanguard(5)de la sala C,
de la Cámara Nacional de Comercio, del año 2001 fue el antecedente más significativo.
El proyecto del Ministerio de Justicia presentado al Senado en 1997 traía novedades
respecto de las facultades homologatorias del juez. Como elemento positivo, otorgaba
al juez, nuevamente, la facultad jurisdiccional de hacer un control valorativo del
acuerdo. Esta facultad no era plena, pues quedaba limitada a los casos en que se
presentara una única propuesta. Sin embargo, la propuesta seguía siendo imperativa,
pues el juez debía homologarla, salvo cuando fuera contraria al orden público o a la
moral, o en fraude a la ley. Estas excepciones estaban estipuladas para el caso en que
se presentara una propuesta única, no así para cuando se presentaran diferenciadas
para cada categoría o alternativas en cada una de ellas. El principio era homologar
obligatoriamente, quedando el consuelo de la apelación contenido en el inc. 5º del art.
52 proyectado. También se proyectaba el cramdown power.
La reforma efectuada por la ley 25.589 al art. 52, LCQ reincorpora a la ley
concursal la facultad de hacer una evaluación del acuerdo por parte del juez, e incluye
la posibilidad del cramdown power.
El art. 52, LCQ, en sus incs. 1º, 2º a) y 4º, reformado por la ley 25.589, permite al
juez concursal no homologar una propuesta que sea abusiva o fraudulenta, al control
de legalidad formal contenido en el originario art. 52, LCQ, se le incorpora un limitado
control de legalidad sustancial.
Si bien la redacción del artículo mejora considerablemente la del proyecto del Poder
Ejecutivo e incluso la del proyecto de 1997, ésta resulta perfectible. Se trata la cuestión
en forma más general incluyendo la posibilidad de no homologar el acuerdo en
un inciso separado que incluye tal facultad para todos los supuestos. Igualmente
encontramos una discordancia que pudo ser salvada: en el inc. 1º se dispone que para
el caso de una única propuesta el juez "debe" homologarla, y finalmente en el inc. 4º se
determina que en ningún caso homologará una propuesta abusiva o en fraude a la ley.
Creemos que el inc. 1º está de más; con la previsión del proemio del artículo era
suficiente, lo mismo para el punto a) del inc. 2º.
Cuando se habla de abuso del derecho o del fraude a la ley, estamos ante
nociones estándar (RIVERA), incorporadas normativamente al ordenamiento jurídico
general, aunque legislativamente dispuestas para casos especiales. Se trata de
principios generales del derecho (arts. 10 y 12, CCyCN).
El abuso del derecho es una regla de derecho común, incorporada en 1968 por
la ley 17.711, en el art. 1071, CCiv. y reeditado por el art. 10, CCyCN, la cual dispone
que el ejercicio de un derecho no puede constituir como ilícito ningún acto ni contrariar
los fines del ordenamiento jurídico o exceder los límites de la buena fe, moral y buenas
costumbres. De allí la relatividad de los derechos subjetivos. Concursalmente el abuso
del derecho tiene que ver con la libertad negocial del acuerdo y de sus cláusulas, y la
razonabilidad de éstas. La propuesta es abusiva cuando sus condiciones y términos
han sido impuestos por el deudor a su arbitrio, aprovechando su posición de fuerza por
el manejo o manipuleo de la mayoría y de esta forma, las prestaciones a que se obliga
dependen, en definitiva, de su voluntad, y no son fruto de un consenso necesario e
imprescindible para un equilibrio entre intereses antagónicos tal como lo exige toda
solución reversiva de la crisis que contemple los derechos de todos los afectados
(PORCELLI). El manipuleo de la mayoría se evidencia cuando son dejados fuera los
principales acreedores concursales, dependiendo indefectiblemente de la voluntad del
deudor las prestaciones estipuladas, resultando sorprendente tan formidable poder de
persuasión en la deudora, y tanta pareja comprensión en los acreedores. CASADÍO
MARTÍNEZ ha desarrollado un intrincado pero útil "test de abusividad", sistematizando
metodológicamente pautas para diferenciar los acuerdos homologables de las
propuestas abusivas.
Distinto es el caso del fraude a la ley, pues éste carecía de definición legislativa al
momento de preverlo la ley concursal. Sin embargo, doctrinariamente se entendió que
es fraudulento el acto jurídico aparentemente lícito, realizado al amparo de una norma
de cobertura, pero que persigue la obtención de un resultado equivalente al prohibido
por otra norma imperativa —ley defraudada— (RIVERA), es decir que se busca, en la
realización de un acto conforme a la ley, evitar la aplicación de otra norma, a través de
un ardid o engaño. Claramente la ley se refiere al fraude a la ley y no al fraude a los
acreedores, lo que se soluciona con la inoponibilidad, ni al fraude procesal, respecto del
cual los Códigos rituales traen el remedio específico. Defraudando la normativa legal
el infractor intenta sustraerse de ciertas cargas legales. El art. 12, CCyCN lo define
como la invocación de un texto legal que persiga un resultado sustancialmente análogo
al prohibido por una norma imperativa. En el ámbito concursal se daría en el caso en
que el deudor "compre" créditos o conformidades a los acreedores para formar la
mayoría legal, agravándose así la situación de la minoría. Asimismo, como el hecho de
concursarse importa para el deudor el ejercicio de un derecho para resolver
su insolvencia, sólo puede utilizarlo de buena fe, sin utilizar fraudulentamente la ley
(PORCELLI). Es la violación al principio concursal de la par condicio creditorum.
En todo caso en que se logren las mayorías legales y la propuesta no sea abusiva
ni fraudulenta el juez deberá homologar el acuerdo. Siendo la propuesta abusiva o
fraudulenta en ningún caso habrá homologación y se declarará la quiebra. Pero sino
se hubiesen logrado las mayorías y existiese categorización de acreedores y
propuestas diferenciadas para ellos, el juez podrá aplicar el cramdown power e
imponer el acuerdo a los disidentes cuando se den los requisitos para ello; en caso
contrario debe declarar la quiebra.
La norma incorporada en el inc. 2º, apartado b), y en el inc. 3º del art. 52, LCQ,
transpoló casi literalmente el cramdown power del Bankruptcy Code norteamericano
que permite al juez concursal imponer el acuerdo a los acreedores disidentes cuando
no fueron logradas las mayorías legales en todas las categorías.
Como segundo requisito objetivo se requiere que, computadas todas las categorías,
se hayan logrado las conformidades de al menos las tres cuartas partes del capital
quirografario. Lo que ROUILLON llama "compensación de conformidades". Es una
mayoría gravosa que difícilmente pueda darse, lo que limitaría la aplicación
del cramdown power.
Además, y como tercer requisito —ahora subjetivo—, la ley pretende que la
imposición no sea discriminatoria, entendiendo como discriminatorio "el impedir que los
acreedores comprendidos en dicha categoría o categorías disidentes puedan elegir —
después de la imposición judicial del acuerdo— cualquiera de las propuestas, únicas o
alternativas, acordadas con la categoría o categorías que las aprobaron expresamente"
y que "en defecto de elección expresa, los disidentes nunca recibirán un pago o un
valor inferior al mejor que se hubiera acordado con la categoría o con cualquiera de las
categorías que prestaron expresa conformidad a la propuesta". Se trata de la aplicación
de reglas de equidad, ampliamente desarrolladas en la jurisprudencia norteamericana,
pero inexistentes en nuestra praxis judicial. Dicha pauta de valoración subjetiva —la no
discriminación—, tomada del Bankruptcy Code, basada en una forma diferente de
concebir el derecho tiene sentido, pero no resulta palmaria su posible aplicación en el
sistema continental que sigue nuestro derecho. Si el acreedor elige la categoría que
pasaría a integrar luego de la imposición no habría problemas, pero se dificulta cuando
no lo hace y el juez debe considerar que propuesta es la más beneficiosa o la que
ofrece el mejor pago (principio del best interest of creditors). VÍTOLO, quien duramente
ha criticado la norma, la encuentra negativa porque en nuestro sistema el juez es un
"juez de casos"; en cambio, el sistema norteamericano tiene un "juez de equidad" con
mayores elementos jurisprudenciales subjetivistas, a lo que debe agregarse que en
Estados Unidos el sistema consigue su objetivo más por persuasión que por el ejercicio
judicial efectivo (RUBÍN).
Pero además de ello, como cuarto recaudo la ley exige que el pago resultante del
acuerdo impuesto deba equivaler a un dividendo no menor al que obtendrían en la
quiebra los acreedores disidentes. Lo que se ve de difícil aplicación, pues el juez
carecerá de elementos para conocer el potencial dividendo que correspondería en caso
de liquidación. Estamos ante un análisis "futurista" de muy difícil determinación judicial
al momento de decidir sobre la homologación del acuerdo, entrando aquí en juego el
"valor presente" del dividendo y el de cada una de las cuotas concordatarias de la
propuesta más favorable (ROUILLON), para así poder lograr el resultado comparativo
que exige la ley. Mucho más simple hubiera sido, y sin copiar la ley estadounidense,
que la ley dispusiese que en caso de que el acreedor que conforme una categoría
disidente no eligiese la propuesta que le convenga, sea el juez discrecionalmente quien
valore la que fuese más favorable para dicho acreedor.
Se trata de una facultad judicial excepcional, que no resulta potestativa para el juez,
sino que debe resolverse a instancia de parte interesada, esto es el deudor
concursado.
En el primer y segundo párrafos del art. 53, LCQ la ley prescribe que el juez debe,
de oficio, tomar ciertas medidas para mejorar la ejecución del acuerdo homologado.
Estas medidas son complementarias del acuerdo y no pueden sustituir la voluntad de
las partes (CÁMARA).
Necesariamente el juez debe adoptar las medidas que crea indispensables para el
cumplimiento del acuerdo, las cuales resultan innumerables por la gran cantidad de
posibilidades que pueden darse ante la libertad que otorga la ley para la propuesta
concordataria.
El segundo párrafo del art. 59, LCQ, complementa la norma sobre ejecución del
acuerdo. Allí se dispone que en el caso de que se ofrezcan garantías del cumplimiento
del acuerdo, éstas deben quedar constituidas antes de que el concurso quede
concluido.
Corresponde aquí también que el juez determine quién será el controlador del
acuerdo, siendo la sindicatura en los pequeños concursos, o que declare cesada
su intervención, para que el control lo haga el comité de control en los grandes
concursos.
Si este comité no logra constituirse, el juez deberá determinar que el contralor sea
hecho por el síndico sin hacer cesar su intervención. Igualmente será muy difícil el cese
de la intervención del síndico, quien deberá dictaminar en los procesos verificatorios
pendientes de resolución.
Finalmente, a los noventa días hábiles (art. 273, inc. 2º, LCQ) de homologado el
acuerdo o con el vencimiento de la primera cuota concordataria, se hacen exigibles los
honorarios regulados —en la sentencia homologatoria— a los funcionarios
concursales —síndico, letrado del concursado y otros profesionales— cuando se
encuentren firmes.
Para algunos, es necesario que el titular del crédito previamente reclame el pago al
concursado o denuncie la falta de pago en el concurso y no obteniéndose resultado
positivo el juez debe declarar la quiebra (RIVERA). Para otros, debe tramitarse la quiebra
a través del trámite de los incidentes genéricos. Coincidimos con la primera
postura expuesta, entendiendo que resulta suficiente título para solicitar la quiebra el
hecho de que los emolumentos se encuentren firmes, sean exigibles y no exista
constancia de pago, por lo que, denunciada la falta de pago en el expediente, y previo
traslado al concursado, el juez podrá declarar la quiebra indirecta sin necesidad de
ningún trámite incidental (art. 77, LCQ).
En los párrafos primero y tercero al quinto del art. 59, LCQ, la ley regula lo
que MAFFÍA ha llamado la "conclusión inconclusa" del concurso, pues, como afirma, el
concurso no termina hasta tanto se cumpla el concordato.
La ley dispone que la resolución que declara la conclusión del concurso sea
publicada por edictos por un día en el Boletín Oficial y en un diario local. Tal publicidad
dará a conocer erga omnes el hecho de que se ha homologado el acuerdo y que se ha
concluido el concurso.
1. Novación
El art. 56, LCQ, en sus primeros párrafos, determina el alcance de los efectos del
acuerdo homologado. En principio rige para todos los acreedores quirografarios con
créditos originados antes de la presentación concursal, añadiendo que los
alcanza incluso cuando no hayan participado del procedimiento concursal, es decir
que afecta a todo acreedor concursal quirografario concurrente o no concurrente.
Un caso particular está dado por los llamados acreedores involuntarios, los que se
diferencian de los acreedores voluntarios en el hecho de que no haber querido ser
acreedor o más técnicamente en no haber dado crédito al deudor. Si bien la situación
no ha sido prevista en nuestra ley, antecedentes jurisprudenciales le han dado un
tratamiento especial, excluyendo respecto de dichos acreedores los efectos del acuerdo
homologado. El primero de ellos y más estrepitoso ha sido "González
Feliciana"(18)donde se ha declarado la inconstitucionalidad del acuerdo homologado
respecto a un acreedor por indemnización de daños y perjuicios a la integridad física de
la víctima. De lege lata no hay previsión legal y los derechos fundamentales
garantizados por la Constitución Nacional—principalmente el derecho a la salud
e integridad psicofísica— carecen de operatividad para sacudir los principios
considerados en la homologación del acuerdo concursal porque la cuestión se resuelve
patrimonialmente, no hay otra solución posible. De lege ferenda hemos propuesto la
creación de un privilegio general para estos créditos y un procedimiento de pronto
pago, únicamente cuando se trate de créditos por delitos o cuasidelitos que producen
daños patrimoniales personales corporales, es decir los que afectan la esfera
psicofísica de la persona, debe excluirse el daño moral. El problema de los
acreedores involuntarios, es de importancia social pero sin solución actual, aquella
afección "moral" que produce en el intérprete ha hecho que la doctrina haya sido
oscilante, tratando de forzar una solución inexistente. En una similar orientación
también se ha declarado inoponible el acuerdo homologado al ex-cónyuge del fallido
por los créditos nacidos del convenio de disolución de la sociedad conyugal y al hijo por
alimentos(19), fundándose en la intangibilidad del crédito del cónyuge luego de la
liquidación del patrimonio matrimonial. Nuevamente la solución judicial carece de
apoyatura normativa, pues el tema debe ser resuelto patrimonialmente conforme las
previsiones concursales, y lo resuelto crea un privilegio extra legem. Esta peligrosa
visión jurídica, resulta tan imprevista e imprevisible que afecta la seguridad jurídica
convirtiendo a la justicia en un valor eficaz para la solución de conflictos siempre en
beneficio de algunos con un evidente perjuicio a otros. Ni el derecho como ciencia, ni la
justicia como valor se realizan concretamente con soluciones ajenas a nuestro sistema
jurídico, y exentas de toda justificación jurídica.
En el primer caso, fijará una caución que el acreedor deberá constituir antes de
procederse a la entrega, y en el segundo, determinará si el bien debe permanecer en
poder del deudor o ser depositado en el lugar y forma que disponga.
En cuanto a los acuerdos para acreedores privilegiados, el art. 57, LCQ dispone
que los efectos respecto de todos los acreedores incluidos en el acuerdo sólo se
producen si el acuerdo para los quirografarios y el acuerdo que los comprende
resultan homologados. Y en tal caso, el acuerdo para los privilegiados alcanza a los
que se incorporen al pasivo concursal tardíamente, salvo que tengan privilegio
especial, pues en tal caso no los afecta, pues al requerirse unanimidad es necesaria
su conformidad para su incorporación al acuerdo, tratándose de acreedores con
privilegio especial no comprendidos en el acuerdo (en contra RIVERA - RIBICHINI).
Homologado el acuerdo para quirografarios, los acreedores con privilegio no incluidos
en el acuerdo o cuando no se ha logrado la homologación del acuerdo para esta clase
de acreedores, podrán ejecutar la sentencia de verificación ante el juez que
corresponda, teniendo en cuenta la naturaleza del crédito.
En tal sentido, en cuanto a las causales que pueden invocarse, sólo figura el dolo,
en el cuál puede subsumirse el fraude, pues los otros vicios esenciales de los actos
jurídicos, como son el error y la violencia, quedan subsanados con el auto
homologatorio. No se puede plantear la nulidad del acuerdo por vicios formales.
Además, aquella causal —el dolo— sólo puede ser invocada en los casos
taxativamente expresados por la ley en su art. 60, segunda parte, LCQ, es
decir, exagerar el pasivo (idem art. 50, inc. 3º, LCQ), reconocer o constituir privilegios,
ocultar o exagerar el activo (idem art. 50, inc. 4º, LCQ), todos descubiertos luego de
vencido el plazo para impugnar el acuerdo (art. 50, LCQ). El hecho producido con
anterioridad y no denunciado como causal de impugnación produce la confirmación del
acto y la purga del vicio.
El dolo invocado debe provenir del obrar del deudor, ya sea directo o indirecto, ya
sea con complicidad o no de acreedores o de terceros. Nunca es suficiente, como
causal, el dolo exclusivo de acreedores o terceros sin participación del deudor, pues
éste se vería perjudicado con la declaración de su quiebra siendo ajeno al hecho.
El análisis de las causales en poco difiere del realizado al tratar la impugnación del
acuerdo, por lo que para conceptualizar el dolo debemos recurrir a las normas de
derecho común. Cabe especialmente referirse aquí al reconocimiento o constitución de
privilegios, causal que si bien no está prevista en la etapa impugnativa, queda
subsumida en alguna otra, pues modifica el activo, afectando un bien o bienes a un
determinado crédito, agravándose así la situación de los quirografarios que verían
disminuida su garantía, y también afecta el pasivo excluyéndose créditos
quirografarios.
En cuanto a los acreedores, éstos recuperan los derechos que tenían antes de la
apertura —rectius: presentación— del concurso (inc. 2º), por lo que renacen sus
créditos originarios, dejándose sin efecto la novación producida por la homologación
del acuerdo (los derechos que se recuperan son los anteriores a la homologación del
acuerdo ya que el acreedor no debe volver a verificar en la quiebra) y en caso de
haber recibido el pago de alguna cuota concordataria, éste es válido, por lo que tiene
derecho a cobrar, en la quiebra, en proporción igual a la parte no cumplida —en la
medida en que se ejecutó el acuerdo—. Es decir que podrá reclamar el porcentaje que
resta abonar del acuerdo, pero no aplicado a la obligación nacida de él, sino
considerándose el crédito original que tenía antes de la presentación. En cambio, si el
acreedor percibió todo lo que le correspondía por el acuerdo, habiendo dejado de ser
acreedor, queda excluido de la quiebra. De igual manera, se excluye al acreedor cuyos
créditos fueron dolosamente exagerados en la maniobra dolosa o fraudulenta (inc. 5º),
los que además deberán reintegrar lo que hayan percibido (art 173, segundo
párrafo, LCQ). También se recuperan los privilegios renunciados para conformar el
acuerdo (inc. 4º), en su caso, en la proporción del crédito no cobrado,
previsión innecesaria frente a la prescripción del inc. 2º. Asimismo, son nulas todas las
medidas adoptadas para el cumplimiento del acuerdo, en cuanto satisfagan los
créditos comprendidos en él (inc. 3º).
Ello conforme al art. 857, CCyCN, que dispone que la nulidad de la obligación
principal afecta las accesorias. En realidad, y como bien se ha afirmado, la norma
debería decir "serán anulables" y no "nulas" las medidas cumplidas, porque si hubiera
producido efectos respecto de terceros de buena fe, la nulidad no podría perjudicarlos
(FUSARO).
Se aplica el art. 200, LCQ, para los acreedores que no se hayan presentado en el
concurso preventivo o para aquellos posconcursales, abriéndose un nuevo período
verificatorio, pero para aquellos concurrentes se aplica el art. 202, segundo
párrafo, LCQ, no teniendo necesidad de verificar, recalculándose sus créditos
por intermedio de la sindicatura.
Innecesariamente la ley, como último efecto, dispone que los bienes deben ser
realizados sin más trámite (inc. 7º), siendo un efecto propio de la quiebra que se
declara y, en todo caso, si se quisiera dicho efecto sin que ella adquiera firmeza, la
previsión ya está contenida en el art. 61, LCQ.
Los dos últimos párrafos del art. 59, LCQ, prescriben la forma en que se declarará
cumplido el acuerdo y disponen la inhibición para una nueva presentación concursal.
Entonces, a petición del deudor, y previa vista al controlador del acuerdo —comité
de control o síndico—, el juez resolverá la declaración de acuerdo cumplido. El
concursado debe probar con la correspondiente documental —recibos, cartas de pago
o incluso certificación contable— que han sido satisfechos los acreedores
comprendidos en el acuerdo, en la medida de éste.
La declaración de cumplimiento del acuerdo hace cesar todos los efectos del
concurso preventivo, tanto procesales como sustanciales, poniendo fin al estado de
cesación de pagos. Además, debe contener la regulación de honorarios del órgano
que actuó como controlador del acuerdo, ya sea el comité de control o el síndico; debe
ordenar el levantamiento de las garantías dadas para su cumplimiento y decretar el
cese de la inhibición general de bienes.
No se trata de una acción sino de un poder o facultad de denuncia, que puede ser
ejercida por diferentes sujetos(21). Así, puede ser instada por un acreedor interesado, es
decir, un acreedor afectado por el incumplimiento del acuerdo, o sea, aquel que se
encuentra comprendido en el acuerdo(22), por lo que no les corresponde legitimidad a
los acreedores privilegiados no alcanzados por el acuerdo, a quienes la ley otorga las
acciones del art. 57, LCQ. También puede solicitarla el controlador del acuerdo, ya sea
el comité de control o el síndico, según el caso. Su resolución queda supeditada a
conferir vista previa al deudor y al controlador del acuerdo. Sin embargo, esta
declaración de quiebra indirecta también puede ser solicitada por el propio deudor
confesando la imposibilidad de cumplimiento o el efectivo incumplimiento ya operado
por vencimiento de alguna cuota concordataria impaga. En caso que no se cumpla con
el acuerdo y el acreedor no reclame el cumplimiento, la acción para ello prescribe a los
cinco años (arts. 2560, CCyCN). Prescribe la acción de pedir la quiebra
por incumplimiento.
El art. 64, LCQ, determina que en cualquier quiebra que se decrete —indirecta,
directa o por extensión— estando pendiente el cumplimiento del acuerdo se abra un
nuevo período informativo (inc. 6º, art. 62, LCQ). Superflua es la prescripción del art.
62, inc. 7º, LCQ, al cual remite el artículo estudiado, pues en todas las quiebras la
liquidación de los bienes se realiza inmediatamente, salvo que la quiebra no se
encuentre firme por haberse deducido apelación.
Finalmente, prescribe la norma que la quiebra se tramitará ante el mismo juez del
concurso preventivo y actuará el mismo síndico.
Sobre la incongruencia entre este artículo y el inc. 7º del art. 253, LCQ, ya nos
hemos referido, repitiendo que en caso de pequeño concurso, donde no cesó
la intervención de la sindicatura, o en un concurso grande, donde no se ha constituido
el comité de control y la vigilancia del acuerdo la hace el síndico, seguirá su actuación
(art. 64, LCQ), pero en el caso de un gran concurso, con control del cumplimiento del
acuerdo por parte del comité de acreedores y cese de la intervención de la sindicatura
se designará un nuevo síndico.
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16/2/2009; SC Mendoza, sala 1ª, "Pedro López e Hijos SACIA"; SCBA, ED 67-156; C. Nac.
Com., sala C, LL, 18/8/2009; C. Civ. Com. San Isidro, sala I, LLBA 9-2004; C. Nac. Com., sala
C, DSC 268-303; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala I, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 5/2010; C.
Civ. y Com. Bahía Blanca, sala 1ª, LL 1984-C-626; SCBA, 11/6/2008, "Norberto Antonio
Galassi". SCBA, 5/4/2006, "González Feliciana"; CSJN, 15/4/2004, "Florio".
CAPÍTULO XIII - CONCURSAMIENTO EN GRUPO O CONJUNTO
Asimismo, se requiere que el grupo o conjunto esté exteriorizado, es decir que haya
llegado a conocimiento de terceros la existencia de la empresa desarrollada por
diferentes sujetos de derecho.
1. Presupuestos
Alguna doctrina entiende que cuando un integrante del grupo está in bonis y no se
encuentra sometido a una dirección unificada, y continúa normalmente con su actividad
empresarial sin que su patrimonio se vea comprometido por el estado de cesación de
pagos de otro integrante (art. 66, LCQ), puede quedar excluido de la presentación
concursal bajo este sistema (ODRIOZOLA). Por nuestra parte, si indudablemente existe
grupo o conjunto económico y alguno de sus integrantes no se ve afectado por
la insolvencia de otro integrantes, no se dan los recaudos exigidos por la ley para optar
por la presentación concursal en conjunto, debiendo solicitar el concurso preventivo
aisladamente cada uno de los integrantes que se encuentren in malis. La insolvencia no
alcanza la entidad necesaria de afectar a todos los integrantes y comprometer a todo el
grupo, por lo que, legalmente, queda descartada la posibilidad de presentarse
grupalmente en concurso preventivo.
2. Trámite
Indefectiblemente, en principio, la ley debe apartarse del art. 3º, LCQ, porque el
grupo o conjunto económico, atento a carecer de personalidad, no tiene los atributos
que ella concede, como sería el domicilio. Pero luego, determinado el sujeto con el
activo más importante, será él quien determinará la competencia concursal con
aplicación de las reglas del art. 3º, LCQ.
Sin embargo, y sin perjuicio del régimen de competencia, los concursos abiertos
bajo este régimen deben darse a conocer por edictos en todas las jurisdicciones que
corresponda.
Como la ley determina que existirá en el caso de concurso agrupado un expediente
por cada uno de los integrantes del grupo o conjunto económico, la demanda
concursal debe presentarse para cada una de las personas que conforman el
agrupamiento. Ello implica que tramitará un concurso preventivo por cada sujeto
que integre el grupo o conjunto económico.
La demanda no debe ser reproducida con el mismo tenor en todos los concursos de
los integrantes, sino que tiene que tener una parte común que es aquella referida al
agrupamiento y a los requisitos especiales necesarios para aplicar el régimen opcional,
y otra parte especializada sobre las cuestiones referentes al integrante.
En caso de incumplimiento de los requisitos del art. 11, LCQ, en alguna de las
demandas de los sujetos involucrados o la no ratificación por parte de su órgano de
gobierno, en su caso (art. 6º, LCQ), o cuando opere alguna de las causas de
desistimiento concursal (arts. 30y 31, LCQ), es decir que si alguno de los
concursos individuales fracasa y se encuentra imposibilitado de ser tramitado, el juez
rechazará la tramitación bajo el régimen del agrupamiento y aquellos que cumplan con
los recaudos continuarán tramitando en forma aislada por el trámite ordinario.
Tal solución implica la remisión del expediente al juez competente para cada uno de
los concursos conforme a la regla del art. 3º, LCQ. Y cuando alguno de estos sujetos se
encuentre in bonis entendemos que el juez debe hacer extensivo a éste el cese del
proceso producido por aquel sujeto insolvente. En cuanto a la sindicatura, el art. 67,
segundo párrafo, LCQ determina que será única para todos los integrantes del
agrupamiento. Ello no impide que el juez, según el caso, designe una sindicatura plural.
Es decir que en cada concurso actuará el mismo síndico (contador o estudio de
contadores) en forma individual o plural, según las particularidades del caso.
El cuarto párrafo del art. 67, LCQ, determina que cualquier acreedor puede
observar o impugnar los pedidos de verificación realizados por el resto de los
acreedores sin importar a qué concurso pertenezca.
No existe dicha legitimación para los integrantes del agrupamiento respecto de los
otros; sólo la tienen los acreedores de todos y no los deudores concursados en forma
agrupada.
Como dijimos, habrá un concurso por cada integrante y como lo dispone el tercer
párrafo del art. 67, LCQ, el informe general será único, aunque complementado con un
estado de activos y pasivos consolidados del grupo o conjunto económico.
El hecho de que deba presentarse un único informe general complementado con el
estado consolidado no empece a que la sindicatura debe presentarlos individualmente,
en original, en cada uno de los concursos, pues debe cumplimentarse dicha etapa
procesal concursal en todos los procesos que forman el concurso del agrupamiento.
Asimismo, no debe escapar el hecho de que la sindicatura deberá desarrollar cada uno
de los ítems dispuestos por el art. 40, LCQ, considerando cada uno de los concursos
de los integrantes del grupo separadamente aunque luego ello sea volcado en un único
cuerpo escrito.
Tal orientación no implica considerar los mismos activos y pasivos en los distintos
concursos, porque la regulación tendrá en cuenta el activo de cada sujeto y el pasivo de
cada concursado y cuando hay duplicidad será porque algunos o todos los integrantes
del agrupamiento son deudores de la misma obligación, ya sea por ser éste solidaria o
por ser aquellos unos garantes o fiadores de otros.
Si bien existen juicios de concursos individuales, la ley, como una cualidad del caso
en agrupamiento, permite que se presente una propuesta unificada para lograr el
acuerdo en conjunto (art. 67, quinto al séptimo párrafo, LCQ).
La posibilidad que otorga la norma es uno de los rasgos sobresalientes del instituto,
implicando que todos los sujetos responden por todo el pasivo del agrupamiento,
tratando de neutralizar la insolvencia de uno con la solvencia de otros; el pasivo es
tratado como si fuera uno solo.
Entendemos que para poder tratar unificadamente el pasivo, debe hacerse una
única propuesta que comprenda a todos los acreedores —ello sin perjuicio de la
categorización que se haga—, lo que hará que todos los concursados respondan por
el pasivo global de todos (en contra TRUFFAT). Homologado el acuerdo y producida la
novación concursal (art. 55, LCQ), todos los integrantes del grupo o conjunto pasan a
ser deudores de todos los acreedores, por lo que devenida la quiebra podrán todos los
acreedores participar en la liquidación de todos los sujetos. La ley permite que, previo
a presentarse la propuesta, se agrupen los acreedores de todos los sujetos,
clasificándolos, y formando categorías que corresponderán a acreedores de todo el
grupo, es decir que puedan haberse relacionado con uno u otro sujeto integrante.
Más dudoso sería extender dicho efecto en el caso de que se decretase la quiebra
directa de uno de ellos, por algún crédito posconcursal o por habérsele extendido la
quiebra a uno de los integrantes por vinculaciones extragrupo. Entendemos que en
estos casos no correspondería declarar la quiebra de todos los sujetos, pues importaría
ello una extensión de quiebra que no pareciera ser la intención de la norma, que
pretende liquidar todos los activos de los sujetos agrupados cuando fracasasen los
concursos simultáneos presentados bajo este régimen.
Es decir que, si bien los concursos fueron iniciados bajo el régimen del
agrupamiento, culminaron como concursos preventivos ordinarios y comunes, el único
beneficio de los sujetos sería desplazar la competencia del juez concursal natural de
cada uno de los integrantes hacia el juez que corresponde entender en el concurso de
la persona con activo más importante. Ante tal situación podrá ocurrir que se traslade el
concurso de la integrante insolvente hacia la jurisdicción del integrante con activo más
importante y luego resolverse la cuestión como un concurso común a través de la
propuesta individual. En contrario, se le da razonabilidad a la previsión legal, en el
hecho de que al presentarse en concurso preventivo los integrantes del agrupamiento
no conocen como van a lograr la solución de su insolvencia (RIVERA), argumento que
no nos convence y caería si se exigiese al demandarse la apertura del concurso, el
denominado "plan de empresa" para que el oficio concursal y los acreedores conozcan
la forma en que los concursados pretenden superar la crisis patrimonial. Mal podría
triunfar un concurso si el propio deudor no conoce ab initio cómo lo llevará adelante.
Pero además de ello, no se advierte la necesidad de presentar una
propuesta individual, sino que refuerza la idea de que deben presentarse una unificada.
El fracaso del concurso preventivo de alguno de los integrantes del grupo, cuando
se presenten propuestas individuales, no afectará el de los restantes, es decir que
devenida la quiebra de uno, no importa la de los otros, salvo que se diera algún
supuesto de extensión de quiebra. No tiene sentido la presentación utilizando este
régimen si finalmente se presentarán propuestas individuales; pareciera que la
solución más factible para el grupo sería tratar unificadamente el problema patrimonial.
También ha sido dudosa la posibilidad de aplicar el cramdown del art. 48, LCQ, a
este tipo de concursos agrupados; como ya expusimos, entendemos que siendo
procesos independientes deberá estarse a cada uno de ellos para poder aplicar
el instituto del salvataje, sin importar que se hayan hecho propuestas individuales o
unificadas.
En cuanto a la tasa de justicia que debe ser tributada por estos concursos
agrupados, entendemos, de la misma manera que lo expusimos para los honorarios
de la sindicatura, que debe abonarse individualmente en cada proceso teniendo en
cuenta el pasivo verificado.
Ello porque en materia impositiva —criterios aplicables para la tasa por servicios
judiciales— debe ser perfectamente diferenciable el hecho imponible de la base para
determinar el tributo. Así, el hecho imponible en el sub examine es el concurso
preventivo existente de cada uno de los sujetos que forman parte del agrupamiento, los
cuales ocurrieron ante el órgano jurisdiccional, y ello genera que se liquide la tasa de
justicia independientemente, en cada uno de ellos, tomándose como base imponible el
pasivo verificado en cada uno de ellos, lo que importaría el interés económico de la litis
de cada sujeto. Aquí se resuelve a través de procesos independientes la insolvencia
patrimonial que afecta a todo el grupo, en forma individual para los sujetos que se
presentan como integrantes del grupo. Y más allá de la forma en que quede compuesto
el pasivo y la imaginaria duplicidad que se ha querido ver en ellos, la verdad es que las
acreencias verificadas simultáneamente en los concursos de los integrantes del grupo
tendrán necesariamente para ello diversidad subjetiva —incluso en algunos casos
hasta objetiva (v.gr., en el caso de fianzas u otras garantías)—, por lo que fácilmente
puede inferirse que se trata de pasivos diferenciales. El hecho de que se permita optar
por la presentación de una propuesta unificada no empece a lo que venimos afirmando,
pues ello es sólo una alternativa para mejorar la forma de negociación del acuerdo. La
idea de vincular la tasa de justicia con el acuerdo homologado, teniendo en cuenta la
propuesta que se haya presentado —individual o unificada—, debe descartarse, pues
el hecho imponible no se relaciona con ello, sino con la iniciación del proceso y el
pasivo concursal verificado sin importar cuánto se cancele en definitiva a través del
acuerdo; la tasa de servicios judiciales se paga por la solución judicial de la insolvencia.
Si bien es cierto ello, no podemos dejar de destacar que el origen de ambos casos
(concurso en caso de agrupamiento y concurso del garante) nacen del seno de
problemas planteados en torno a temas societarios. Si bien los regímenes instaurados
no se limitan a personas jurídicas societarias sino que también se aplican a personas
jurídicas, las cuestiones que lo generaron fueron societarias. En el caso específico del
concurso del garante lo fue la práctica financiera de hacer garantizar por parte de
socios o administradores todo crédito otorgado a una sociedad con limitación de
responsabilidad (MARTORELL).
Se entiende por garante a toda persona humana o jurídica que por cualquier acto
jurídico garantice una o varias obligaciones en forma personal o real del sujeto
en default que se haya presentado en concurso preventivo.
El art. 68, LCQ, dispone que el concurso del garante y garantizado tramitarán en
conjunto, lo que no implica la existencia de agrupamiento.
Como la insolvencia del garantizado puede influir en el patrimonio del garante y ante
la real dificultad que puede existir para que logren un acuerdo entre ellos para
presentarse conjuntamente en concurso preventivo, la ley otorga esta herramienta al
garante para abrir su concurso luego que lo haya hecho su garantizado y tramiten ellos
en forma simultánea. En caso de que exista un grupo o conjunto económico entre estos
sujetos, podrán presentarse bajo el régimen de los arts. 65 y ss., LCQ, aunque para
este supuesto la ley hace aplicables igualmente, en lo pertinente, las prescripciones
dispuestas para el concurso en caso de agrupamiento. Si bien la norma, sin cortapisas,
manda aplicar todo el régimen de la sección, lo cierto es que solamente adquirirán
virtualidad para el caso del garante aquellos artículos que no sean incompatibles,
atendiéndose al hecho de que no existe grupo o conjunto económico.
Para ROUILLON, la admisión del concurso preventivo del garante en forma conjunta
con la del deudor principal queda supeditada a la conformidad de éste. Disentimos de
esta postura pues la ley nada prevé al respecto y adoptar dicha tesis dejaría siempre
librado a la voluntad del garantizado la posibilidad de que su garante resuelva
juntamente con él la insolvencia que lo afecta.
No resulta aplicable la regla de competencia del art. 67, LCQ, porque aquí no
importa el activo más importante sino el juez que previno y éste es el del concurso del
garantizado que fue el que se encontraba iniciado al momento de la presentación del
garante. Se trata de otra excepción a las reglas generales de competencia (art.
3º, LCQ).
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
Aquel vigente en la originaria ley 24.522 carecía de efectos respecto de todos los
acreedores luego de homologado, es decir que les era inoponible, por lo cual podría
dudarse de su carácter concursal, aunque el art. 1º, LCQ, lo entiende igualmente como
un concurso regulado por la ley. El originario acuerdo preconcursal de los arts. 125-1 y
125-2 de la ley 19.551, reformada en 1983 por la ley 22.917, era un contrato que tenía
dos versiones: uno exclusivamente privado y ajeno al sistema judicial (art. 125-1) y otro,
aquel que se presenta a homologar, diferenciándose de aquél sólo respecto de
la ineficacia concursal en caso de quiebra, sin afectar su validez fuera de aquélla (art.
125-2).
I. Orígenes y evolución
Nos recuerda TONÓN que más modernamente tuvo un gran desarrollo en la doctrina
europea, donde fue conocido con diferentes denominaciones, como "concordato
amigable" o réglement amiable (Francia) o "concordato extrajudicial" (Italia).
Durante la vigencia de los primeros Códigos de Comercio se había afirmado que los
arreglos privados estaban prohibidos; misma orientación con la ley 4156, pues se
entendía que todo debería resolverse en la junta de acreedores y toda otra cláusula en
contrario era nula (MARTÍN Y HERRERA). Igualmente, una importante doctrina predicaba
su licitud entendiendo que eran cuestiones de derecho privado y la sociedad no debería
entrometerse en el resguardo de ese tipo de intereses (OBARRIO). Luego, el desarrollo
doctrinario dejó de lado esa virtual prohibición y admitió su licitud, con las consiguientes
discusiones que ello acarreaba hasta el nacimiento legislativo en 1983 (ley 22.917). La
reforma legislativa fue instada por la crisis de fines de la década del setenta, que hizo
surgir acuerdos privados conocidos como "club de bancos", los cuales pretendían evitar
el concurso y eran manejados por entidades financieras. Estos acreedores bancarios,
principales cuantitativamente en el pasivo de su deudor, pretendían evitar la quiebra de
éste, pues en ella veían dificultadas sus posibilidades de cobro. Se requería para darle
la venia al deudor que éste haya actuado de buena fe, no sólo respecto de los bancos
sino también del resto de los acreedores. Su naturaleza era contractual y primaba
la autonomía de la voluntad (ALBERTI).
La ley 22.917 de 1983 —que reforma la ley 19.551— denomina a estos convenios
"acuerdos preconcursales".
Las principales características del instituto eran que pretendía evitar la apertura del
concurso y superar la insolvencia e introduce la noción de "dificultades económicas o
financieras de carácter general".
Luego, en 1995, la ley 24.522, no es que modifique la regulación del instituto, sino
que ubicándolo independiente y sistemáticamente en el cuerpo legal le da forma
normativa. Es denominado, como se lo hace hasta la actualidad, "acuerdo
preventivo extrajudicial".
El principal problema fue que no era aplicado a todos los acreedores, sino
solamente a aquellos que participaban del acuerdo, y la presentación para su
homologación no producía la suspensión de las acciones contra el deudor.
Bajo la regulación del instituto efectuada a partir del 2002 se han expuesto diversas
teorías sobre la naturaleza jurídica del APE.
La discusión termina en círculos porque, qué diferencia hay, entre decir que el APE
es un concurso o un contrato, si el concurso preventivo también es concurso y
contrato. Nada impide que sea un contrato concursal asimilable al concurso
preventivo.
III. Presupuestos
1. Presupuesto objetivo
Desde el punto de vista del tecnicismo económico, financiero o contable podrá ser
importante y significante, pero desde la óptica jurídica, aunque la conjunción utilizada
por el legislador sea disyuntiva, coincidimos en que la diferencia es leve e
irreconocible. Lo que queda claro aquí es que para celebrar un APE no
necesariamente el deudor tiene que estar en estado de cesación sino que puede
hacerlo en un estadio previo cuando ya tenga dificultades que afecten su estado
patrimonial sin llegar a la insolvencia.
Incluso si estuviese en estado de cesación de pagos también estaría habilitado a
celebrar un APE si dicho estado aún no se ha exteriorizado a través de sus hechos
reveladores. Las dificultades económicas o financieras son el tránsito previo a
la insolvencia, una etapa que la antecede. Ello, porque la intervención del patrimonio se
debe producir apenas se reflejen las dificultades y síntomas de la crisis, sin dejar que
se llegue al extremo de la cesación de pagos. Y además, atento a que éste
se exterioriza lo suficientemente tarde, ya ha hecho estragos y se
encuentra indefectiblemente instalado en el patrimonio. Para nosotros no es
desacertado tomar como presupuesto nociones que partan del criterio de dificultades
económicas generalizadas sin llegar a la insolvencia; en dicho caso se tomarían
elementos que caracterizan la crisis de la empresa, quizá por ser las dificultades uno de
los de más fácil determinación o exteriorización, podría lograr la verdadera preservación
y prevención de dicha crisis con posibilidad cierta de saneamiento. La tesis de las
dificultades económicas tendría una relación con la de crisis de la empresa, de género y
especie, siendo aquélla una especie del género de ésta. La necesidad imperiosa de
modificar el presupuesto objetivo de apertura de los concursos es para que la
concursalidad actúe con esperanza, es decir, con la intención de modificar la crisis
imperante, y la única manera de que dicha actuación sea tempestiva, y llegue antes de
que la insolvencia erosione la situación en alguna medida irreversible (MAFFÍA), es
apresurando la apertura de la solución judicial o extrajudicial tomando como síntomas
otros elementos no tan drásticos y casi ilevantables como resulta ser el estado
de insolvencia; por ello, por qué no la noción de crisis de la empresa. El proyecto de
reformas de 1997 propone la coexistencia de dos presupuestos objetivos sustanciales
de apertura concursal: el estado de cesación de pagos y la existencia de dificultades
económico-financieras que hicieran presumir una insolvencia futura.
Como cuestión previa disentimos con MAFFÍA respecto de que la confesión tropieza
con un doble problema: el primero, que se confiesan hechos y no estados, lo cual para
nosotros es erróneo porque la confesión concursal es de hechos que exteriorizan
estados; y el segundo en cuanto a que la confesión sólo tiene virtualidad cuando
perjudica al confesante, elemento propio del derecho procesal civil; revelarse con
dificultades económicas y financieras cuanto menos lo somete al concurso y dicho
reconocimiento judicial puede quedar desvirtuado a través de otras constancias
procesales, lo que no se hace en el proceso común.
Por nuestra parte, la cuestión deviene abstracta atento a que el único habilitado
para presentarse en APE es el deudor; igual que para el concurso preventivo, es
suficiente su confesión o reconocimiento judicial. Si reconoce estar en estado de
cesación de pagos nada cambia y si confiesa estar en dificultades económicas o
financieras de carácter general será cuestión probatoria de quien quiera extender
dichos efectos a otros institutos concursales, como si estuviese en estado de cesación
de pagos.
Para nosotros sea lo que quiera confesar el deudor, lo cierto es que las dificultades
económicas o financieras de carácter general se revelan también por algunos de los
hechos reveladores del estado de cesación de pagos, y la sola existencia de uno de
ellos implicaría —por lo menos judicialmente— la insolvencia del patrimonio.
2. Presupuesto subjetivo
La cuestión ha sido ampliamente discutida por MAFFÍA —con una postura, prima
facie, con escasas adhesiones— contra la tesis desarrollada por HEREDIA —seguida,
pareciera, por la doctrina y jurisprudencia—. La posición de HEREDIA ronda en el hecho
de afirmar que el APE es un contrato único cuya causa-fin es evitar la quiebra del
deudor, por lo que ab initio tiene naturaleza concursal. En consecuencia, entiende que
para entender quiénes pueden transitar dicho camino debe estarse al art. 2º, LCQ.
Funda su afirmación en el art. 1º, LCQ, que se refiere a concursos legislados por la ley
24.522,incluyendo al art. 69, LCQ, y por consiguiente al acuerdo
preventivo extrajudicial. También expone que siendo una institución preventiva y no
liquidativa le caben las limitaciones del art. 5º, LCQ. En cambio, MAFFÍA entiende que
el APE solamente se convierte en concursal a partir de su homologación, por lo que
las limitaciones de los arts. 2º y 5º, LCQ, recién son operativas a partir de ahí, y no
antes. BARREIRO y LORENTE se alinean en una posición opuesta y extrema,
entendiendo que tanto los acuerdos comunes o desregulados como aquellos
homologables son asequibles a todo tipo de deudor sin las limitaciones de los arts.
2º y 5º, LCQ.
El originario art. 69, de la ley 24.522, disponía que el APE podría celebrarse con
todos o parte de los acreedores del deudor, teniendo efectos el acuerdo respecto de los
firmantes y los restantes conservaban sus acciones individuales. Coherente
razonamiento entre sujetos y efectos, lo que llevó a concluir la naturaleza contractual de
aquella figura, que implicaba no respetar la paridad entre los acreedores. Se advirtió al
respecto (TRUFFAT) que el hecho de que para la homologación se requirieran mayorías
podía ser visto como una demostración de consenso con la decisión tomada respecto
del sometimiento del acuerdo extrajudicial y la exclusión de las acciones de
recomposición patrimonial en caso de quiebra.
Por lo que el APE resulta ser un concurso con universalidad pasiva —concursalidad
— regido por la par condicio creditorum. Para los quirografarios el APE homologable
será aprobado por mayoría de los acreedores quirografarios. Pero no vemos la
posibilidad de que el APE incluya acreedores privilegiados, pues la norma del art.
73, LCQ, sólo remite al art. 45, LCQ, y no a los referidos a los acreedores privilegiados,
acotándose el instituto sólo para los acreedores quirografarios.
El art. 71, LCQ, norma la libertad de contenido de dicho contrato y los efectos de
éste cuando queda relegado al ámbito extrajudicial y no es presentado a
homologación. RIVERA alerta respecto de que la norma ha sido un evidente error que
no se condice con la nueva regulación del instituto, pues tal libertad es admisible
cuando no se requiere homologación judicial del contrato. La ley erige la libertad de
contenido para dicho contrato, lo que representa el indudable tinte privatista del
sistema, con las limitaciones propias del régimen contractual (art. 958 y concs.,
CCyCN). Aun así, para nosotros, deviene innecesaria la previsión legal en los términos
de los arts. 957, 958, 959 y concs., CCyCN. La etapa contractual no sólo queda
subsumida en dicho ámbito sino que también su regulación será conforme al derecho
común. Bien afirma MAFFÍA que cuando el acto perjudique a terceros —aquellos
acreedores no firmantes— se invalida éste, en términos de nulidad. Ello implica
la autonomía de la voluntad en sus justos límites.
Más allá de ello, y luego de la reforma de 2002, aquel acuerdo que vaya a
presentarse a homologar contendrá una limitación más, cual es la paridad entre los
acreedores, indispensable para convertir el instituto en concursal. Claro que ello podrá
cumplirse categorizando a los acreedores. La compatibilización de la libertad de
contenido y la igualdad de trato tiene una relación de principio y limitación, es decir
que la primera es la regla y ella se cumplirá en los límites de la segunda.
TRUFFAT no encuentra argumento lógico para que sólo el escribano público sea
quien certifique; si bien es cierto ello, para no permitir que la autoridad administrativa
certifique las firmas correspondientes, en el caso de entes públicos, no lo es tanto para
que la autoridad judicial lo haga, porque resulta imposible que el secretario del juzgado
practique dicha certificación, cuando el acuerdo aún se encuentra fuera del ámbito
judicial, pues las conformidades son previas a la presentación del acuerdo ante el juez
concursal.
Estas firmas de los acreedores no son otra cosa que las conformidades dadas por
ellos al acuerdo celebrado con su deudor. En un atisbo de flexibilidad, innecesario
también para el ámbito contractual, la ley permite que las firmas de los acreedores no
sean puestas el mismo día, pues las adhesiones pueden recabarse escalonadamente
por parte del deudor.
V. Fase judicial
1. Presentación judicial
Como bien afirma MAFFÍA hasta el hartazgo, estamos ante una demanda, más
concretamente una demanda de homologación. Por tratarse de una demanda de
concurso que, eventualmente, en caso de incumplimiento, desencadenará en quiebra
(art. 76, LCQ, y su remisión al art. 63, LCQ), debe cumplirse, ineludiblemente, con las
ratificaciones exigidas por los arts. 6º, 7º y 8º, LCQ. Ello podrá cumplimentarse
directamente en la demanda de homologación o dentro de los treinta días de su
presentación, conforme lo autorizan los artículos citados, sin que ello afecte la
tramitación de la homologación del APE. Cabe aclarar que tratándose de una demanda
debe estar suscripta por un letrado y cumplir con los requisitos procesales (art.
330, CPCCN, en lo pertinente), profesionales (bono Colegio de Abogados),
provisionales (ius Caja de Abogados) y fiscales (tasa de justicia según el pasivo
denunciado) y constituir domicilio procesal (art. 12, LCQ), además de denunciar el real
para la determinación de la competencia, conforme al art. 3º, LCQ, y según el caso.
Primero se sugiere una exclusión contra legem propugnada por un deseo que lleva
a afirmar que el recaudo es legalmente exigido, cuando sólo podría inferírselo como
necesario en una eventual reforma del régimen. Entendemos que el primer
error interpretativo en la cuestión es afirmar —cuando no surge de la ley— que el
contador debe emitir un dictamen, lo que implica un juicio técnico; y ello no es así, la
certificación exigida consiste en corroborar la correlación entre lo manifestado en
demanda con los libros o documentación llevada por el deudor sin ningún tipo de
valoración técnico-contable; es una simple constatación de datos. Para afirmar que
resulta requisito sine qua non la contabilidad regular, la ley no debiera contentarse con
una certificación contable sino que debería exigir un dictamen contable, el cual
presupone una auditoría previa que irremediablemente podrá llevarse a cabo ante
contabilidad llevada en forma, conforme las resoluciones técnicas ns. 7 (Normas de
Auditoría) y 17 (Normas Contables Profesionales) de la Federación Argentina de
Profesionales en Ciencias Económicas. De lege lata no se requiere que el deudor que
presente un APE lleve contabilidad.
Si bien el art. 72 no tiene inciso que se asemeje, nadie puede negar que el deudor
deberá cumplir, aunque mínimamente, con el inc. 1º del art. 11, LCQ, e identificarse
perfectamente ante el juez, acompañando la documental pertinente. Ello, también es
importante para determinar la competencia. Asimismo, no existe similar al inc. 2º
del art. 11, LCQ, pero es indudable que el presentante debe explicarle al juez las
circunstancias concretas que hacen al presupuesto objetivo que invoca (causas, época
y hechos). También entendemos que el deudor que se presenta para homologar un
APE debe denunciar, atento al carácter concursal que adquirirá éste a través de la
sentencia homologatoria, la existencia de concurso anterior, y justificar que no se
encuentra en el período de inhibición del art. 59, LCQ, o afectado por el art.
31, LCQ (art. 11, inc. 7º, LCQ).
Es necesario que se acompañen copias para formar el legajo del art. 279, LCQ(9).
Aunque reconocemos que podría decirse que la formación de dicho legajo solamente
nace ante el proceso concursal, y en el APE, el concurso —como proceso— se abre
con la sentencia homologatoria; igualmente, a los fines para los que fue creado el
legajo de copias, es importante formarlo a partir de la demanda de homologación para
así facilitar la visualización de la información por parte de todos los interesados.
En cuanto al momento en que debe cumplirse con los recaudos del art. 72, LCQ,
más allá de la aplicación analógica que pueda hacerse del art. 11, último párrafo, LCQ,
entiendo que debe reunirse al momento de demandar la homologación, pues allí es
donde debe informarse al juez para que luego decida sobre su homologación y debe
constarse con toda la documentación, oportunamente, para la oposición que quiera
realizarse.
El incumplimiento de los recaudos exigidos por el art. 72, LCQ, atento los efectos
que produce la presentación de la demanda de homologación, impone el rechazo —
por analogía, en los términos del art. 13, LCQ—.
La parcialidad de regulación del APE impone su adecuación con las normas del
concurso preventivo, sin diferenciaciones lexicográficas, sino teniendo en cuenta la
naturaleza del instituto para no desvirtuarlo. El APE es un concurso rehabilitatorio, cuya
demanda de homologación importa efectos de real significación, por lo que no resulta
desmedida la sanción del art. 13, LCQ, para el incumplimiento de los recaudos
legalmente exigidos. Igualmente, entendemos que se imponen aquí las condiciones
procesales del rechazo in limine de la demanda por defecto de ella, y la aplicación
del art. 31, in fine,LCQ, debe ser la sanción adecuada para evitar los problemas que
suscitaría la presentación sucesiva de demandas de APE, sin los recaudos legales,
neutralizando los efectos del art. 10, LCQ, que entendemos aplicable. Si no podría
utilizarse el instituto para impedir indefinidamente los pedidos de quiebra contra el
deudor in malis(10).
El similar de este recaudo lo encontramos en el inc. 3º del art. 11, aunque aquí es
mucho más simplificado.
En cuanto a la "fecha del instrumento" que rige para la fecha de actualización del
estado de activo y pasivo, cabe aclarar que ésta se refiere a la fecha en que se
celebró el contrato, pero como en éste los acreedores pudieron firmar en forma
sucesiva, se tendrá como fecha del contrato la última estampada en el instrumento y,
en caso de que fuesen varios los instrumentos —por haberse categorizado acreedores
u otras razones—, se estará a la fecha de la firma del último acuerdo(11).
Aquí estamos ante el símil del inc. 5º del art. 11, LCQ, aunque recortado. Se
requiere que se acompañe una lista de los acreedores, donde conste domicilio —real,
si lo conociese, y especial contractual, si existiese—, monto de los créditos —
y privilegios—, causas, vencimientos, codeudores, fiadores o terceros obligados y
responsables —acreedores eventuales—.
Todo ello debe ser certificado por un contador, quien debe expresar —o afirmar—
que no existen otros acreedores registrados, detallando el respaldo contable y
documental de ello.
El contador debe hacer constataciones fácticas sin ninguna expresión de opinión
técnica, pudiéndose valer de todo registro contable o no, y de toda documentación que
le aporte el deudor. En cuanto a la expresión de que no existen otros acreedores, el
contador deberá dejar constancia de que todos aquellos incluidos en la lista son los que
surgen de aquellos registros o documentos que tuvo a la vista y puestos a su
disposición por el deudor, de los cuales no surgen otros acreedores. Resulta imposible
que el contador, sin hacer una auditoría —recuérdese que no se le requiere un
dictamen—, pueda afirmar que no existen otros acreedores, aunque sí podrá expresar
que registrablemente no hay otros que los listados. Además, debe dejar expresa y
detallada constancia de cuáles fueron los instrumentos que tuvo a disposición para
emitir la certificación. Para darle coherencia a este recaudo con los otros, la fecha de la
certificación deberá ser la del instrumento, para correlacionarla así con el estado de
pasivo y activo.
Ello, conjugado con los incs. 1º y 3º del art. 72, determina que el juez podrá tener la
conformación del activo y pasivo concursal. La información brindada por el deudor debe
ser lo suficientemente adecuada para no sustentar su pedido en posibles falsedades
que ronden el fraude. Por ello, para MAFFÍA, la lista de acreedores debe asimilarse
al informe individual del art. 35, LCQ, aunque reconoce que es mucho más de lo
que exige la norma. No existiendo etapa verificatoria, entiendo que además de que no
se prevé legalmente, es innecesario que se acompañen legajos por cada acreedor.
Mismo o similar recaudo consta en el inc. 5º, in fine, del art. 11, LCQ, exigiéndose
un listado de procesos judiciales y administrativos donde el deudor actúe.
La real importancia del recaudo es mucho mayor que para el concurso preventivo,
pues al no haber proceso judicial de determinación del pasivo, el detalle de aquellos
procesos ayudará al juez concursal a conformar el pasivo concursal. También serán
útiles aquellos en que el deudor fuese actor, para determinar concretamente el activo
componente de su patrimonio y su posibilidad de recuperación y superación
del default. Además, servirá para conocer el alcance de la suspensión de acciones
dispuesta por el art. 72, in fine,LCQ.
Entendemos, aunque la ley no lo dice en el art. 72, inc. 3º, LCQ, que deben ser
aquellos de contenido patrimonial. Debe indicarse su radicación. Deben ser procesos
en trámite o con condena no cumplida.
Claro es, igual que para el caso del concurso preventivo, que deben acompañar los
libros de contabilidad aquellos sujetos que los lleven. Los que no lleven libros, en
principio, no ven perjudicada su presentación, pues, como expusimos, la ley no exige
que para utilizar el APE se lleve contabilidad o libro alguno. Véase que la ley requiere
que se enumeren aquellos libros que se lleven, sin exigir, en ningún momento, que
necesariamente se lleven.
Por el proemio delart. 72,LCQ, esto debe estar certificado por el contador.
Si bien la ley luego no lo prevé, el juez podrá exigir, dentro de sus facultades
procesales ordenatorias e instructorias (arts. 34/36,CPCCN), la presentación al juzgado
de dichos libros para que sean intervenidos por el secretario(13). Aunque pareciera que
ello es suplido por la certificación contable. Para lograr coherencia en las
certificaciones exigidas, la referida a este punto, y principalmente respecto del último
folio utilizado, deberá ser hecha a la fecha del instrumento, es decir, a la fecha en que
se ha estampado la última firma.
2. Suspensión de acciones
Una de las principales reformas producidas por la ley 25.589 respecto del acuerdo
preventivo extrajudicial fue la suspensión de las acciones de contenido patrimonial
contra el deudor por el solo hecho de presentar la demanda de homologación.
Sólo sería coherente suspender las ejecuciones o cuanto menos los actos de
ejecución forzada, salvo los juicios donde se reclamen créditos privilegiados que no se
encuentren comprendidos en el contrato a homologarse, procesos que seguirán su
curso. Concretamente, la norma solamente se referirá a juicios que no sean de
conocimiento, es decir, ejecutivos, exceptuados los basados en garantías reales y, en
realidad, todos los referidos a créditos privilegiados. No hay problema con la aplicación
de las excepciones de los incs. 1º y 2º del art. 21, LCQ. En cuanto a la aplicación de
la excepción del inc. 3º del art. 21, LCQ, entendiendo que sólo se daría
para excepcionales casos de juicios ejecutivos, deberán igualmente suspenderse los
actos de ejecución forzada, respecto del deudor que se encuentra en APE, quedando
sometido el acreedor al acuerdo homologado.
Para nosotros, ante la inexistencia de remisión al párrafo cuarto del art. 21, LCQ,
las medidas cautelares se mantienen y podrán dictarse nuevas; sin embargo, en pos
del instituto concursal, también sería aplicable el art. 24, LCQ, que permite la
suspensión temporánea de medidas cautelares y remates judiciales (14). Respecto de
los actos de ejecución forzada ellos quedan suspendidos, sin importar el tipo de juicio
en los que se estén ejecutando(15)(doctr. primer párrafo, art. 21, LCQ, por remisión
del art. 72, in fine,LCQ).
3. Publicidad edictal
Además, atento a que todavía no estamos ante un proceso concursal, en uso de las
facultades procesales contenidas en los arts. 34, 35 y 36, CPCCN, el juez podrá
requerir que el deudor presente sus libros para ser intervenidos judicialmente
(doctr. inc. 5º, art. 11, LCQ). Ergo, no habiendo concurso, el juez no podrá ordenar el
oficio al Registro de Juicios Universales, ni decretar la inhibición general de bienes
(ALEGRIA), lo que se hará si se homologa el acuerdo. También, como bien se ha
apuntado (TRUFFAT), si el deudor ha categorizado, el juez deberá incluir en la resolución
la fijación definitiva de las categorías, en símil forma que lo determina el art. 42, LCQ, lo
que tendrá verdadera importancia luego de la homologación del acuerdo.
La norma resulta incompleta, pues le faltan previsiones que deberán ser integradas
por el juez. El sistema de publicación edictal en el concurso preventivo viene resuelto
legalmente en los arts. 27, 28, 30 y 31, in fine,LCQ. Entonces, el juez en aquel primer
despacho, amén de ordenar la publicación de los edictos, deberá determinar que ésta
deberá hacerse en el término de cinco días desde la notificación "por nota" de la
resolución, lo que se acreditará con los recibos correspondientes, que estarán a cargo
del deudor (conf. art. 27, in fine,LCQ) y deberá imponer además la sanción
por incumplimiento de dicha carga.
La ley no dispone qué deben contener los edictos, cuestión que deberá también
dejar establecida el juez.
Entendemos que deben contener la carátula y radicación del APE, los datos
precisos del deudor con su domicilio real y procesal, también de los socios con
responsabilidad ilimitada en su caso, y el plazo para presentar oposiciones, aunque
esto tampoco parecería un requisito indispensable, porque el juez no fija el plazo de las
oposiciones pues éste corre a partir de la última publicación. No debe expresarse en los
edictos el acuerdo con los acreedores, lo que deberá ser compulsado en el juzgado por
los interesados; además, claramente la ley dispone que se publique la presentación del
acuerdo y no el acuerdo mismo.
Para ello el primer despacho de la presentación del APE debería ser asimilado a la
resolución del art. 49, LCQ, para el concurso preventivo. La ley no exige un examen
previo del juez respecto de las conformidades de los acreedores y de las mayorías
alcanzadas, lo que recién se hará al momento de la homologación, aunque sería
saludable que se hiciera para poder rechazar in limine aquella demanda que no alcanza
las mayorías legales, para impedir el efecto del art. 72, in fine,LCQ, hasta que ello sea
resuelto en la resolución sobre la homologación.
Lo que sí viene previsto por el art. 74, LCQ, es que los edictos se publicarán por
cinco días en el Boletín Oficial de la jurisdicción del tribunal y en un diario de gran
circulación del lugar. En caso de establecimientos en otros lugares deberá repetirse la
misma publicación en cada uno de ellos.
La publicidad edictal tiene como finalidad dar a conocer la presentación del acuerdo
a todos aquellos acreedores que no prestaron su conformidad a éste, ya sea que
hayan sido denunciados o no por el deudor. Incluso, también, atento a que ella
produce la presunción de conocimiento erga omnes de la demanda del APE, se da a
conocer a terceros que puedan verse afectados por el acuerdo.
4. Etapa homologatoria
Bajo la vigencia de la norma, según ley 24.522, las mayorías se formaban compu-
tando tanto el capital quirografario como el privilegiado, una incongruencia que se
acrecentaba cuando luego se prescribía que los efectos de la homologación recaían
sobre los firmantes. Ello fue el quid de la inaplicabilidad del instituto, en su segunda
etapa —léase ley 24.522 (1995/2002)—. Si bien desde la ley 24.522 se requieren
mayorías para la homologación del APE, a partir de 2002 adquiere sentido
dicha exigencia, atento al hecho de producir efecto respecto de todos los acreedores.
La ley 25.589 mejoró el sistema reformando el art. 73, LCQ, tomando para el
cómputo de las mayorías sólo el capital y pasivo quirografario. Igual que la fórmula
del art. 45, LCQ, se requiere el sistema de doble mayoría, mayoría absoluta de
personas, es decir, más de la mitad de los acreedores quirografarios, y dos tercios del
capital computable, es decir, el quirografario, descontadas las exclusiones.
Son necesarias las mismas mayorías que para el concurso preventivo. La diferencia
radica en que en el concurso preventivo éstas se computarán en cada una de las
categorías y en el acuerdo preventivo extrajudicial se hará en forma conjunta. Dichas
mayorías se computarán teniendo en cuenta el pasivo quirografario y resulta importante
hacer notar que si bien en dicho pasivo quedarán incluidos los privilegiados que hayan
renunciado a su privilegio, no podrán efectuar dicha renuncia los acreedores laborales,
pues ésta, respecto de dichos créditos, sólo es posible en el concurso preventivo (art.
43, LCQ); fuera de él es nula, de nulidad absoluta (HEREDIA).
Se demanda la homologación y deben estar dados los recaudos para ello. Por ello,
propugnamos que el juez haga un análisis sobre la obtención de las mayorías al
momento de admitir la demanda de homologación.
4.2. Oposición
Toda discusión que existe entre el acreedor opositor y el deudor respecto del
carácter de acreedor de aquél, debe suscitarse por el juicio individual correspondiente,
pues presentada la oposición, si el juez entiende prima facie acreditado tal carácter,
no existe oportunidad de discusión del tema dentro del acotado incidente autónomo de
la oposición.
En el caso de la exageración del pasivo, debemos tener en claro, como dijimos, que
como la confesión hecha por el deudor en demanda sólo sirve para asignar la condición
de acreedor frente al mismo deudor, pero no respecto de todos los acreedores
concursales, se habilita la oposición de los acreedores que no participaron del acuerdo,
para excluir a aquellos que han prestado su conformidad a éste. La falta de oposición al
respecto tiene como válido dicho pasivo conformante del acuerdo y de las mayorías.
No se aplican las normas de los arts. 280 y ss., LCQ, pero si la reglas procesales
concursales del art. 273, LCQ.
Finalmente, el último párrafo del art. 75, LCQ, contiene una inaudita previsión
respecto de los honorarios a regularse en caso de "impugnaciones", cuya redacción es
originaria de la ley 24.522. No resulta acertado que a los fines de la determinación de
los emolumentos de los letrados que actuaron en los incidentes de oposición, no se
tenga en cuenta el valor económico de la actuación, pauta indispensable y
generalmente utilizada para la fijación justa de los honorarios. La norma llevará, en la
práctica, a iniciar oposiciones sin que ellas generen costas acordes con la importancia
del asunto, y así, facilitándose éstas, aunque no tengan seriedad suficiente, incluso
podrá dar lugar a maniobras extorsivas por parte de los acreedores. Ello no es una
cuestión de justicia, pues el juez podrá determinar los honorarios justos teniendo en
cuenta la magnitud y entidad de los trabajos, pero ineludiblemente deberá hacerlo en
relación con el valor del pleito.
4.3. Sentencia
Reza el segundo párrafo del art. 75, LCQ, que no existiendo oposiciones y
cumplidos los requisitos legales se homologará el acuerdo. Debemos revelar un poco
la intención del precepto; en principio, no sólo queda viabilizada la homologación
cuando no hubo oposiciones sino también cuando las opuestas hayan sido
denegadas ab initio o se haya rechazado el incidente en sentencia.
Asimismo, respecto del cumplimiento de los recaudos legales, debe entenderse
que deben darse los presupuestos objetivos y subjetivos del APE: correcta publicación
edictal, las mayorías exigidas por la ley con las formalidades requeridas y, además,
que el acuerdo arribado no sea abusivo o fraudulento (analog. art. 52, inc. 4º, LCQ).
Atento a la forma en que se computan las mayorías, el juez no se encuentra en
condiciones de aplicar el cramdown power en el APE. Entonces también en el APE se
reconoce el control de legalidad formal y sustancial del acuerdo por parte del juez.
Sin previsión legal especial, para los honorarios resulta aplicable el art. 266, LCQ. Y
concretamente, respecto de la tasa de justicia, en posición que compartimos, se ha
resuelto que la tasa a abonarse es la misma, se homologue o no el APE, porque el
servicio jurisdiccional que origina la obligación de pagar dicho tributo es análogo en
ambos supuestos(20). La base imponible de dicha tasa será el pasivo denunciado, pues
es dicho monto el que se resuelve a través del APE.
Las anteriores versiones del acuerdo preventivo extrajudicial contenían efectos muy
diferentes para el instituto que los asignados a partir de la ley 25.589. Así, en la primera
edición, ley 22.917, donde era llamado "acuerdo preconcursal", aquel que lograba la
homologación quedaba librado de la ineficacia que podía declararse de aquel que no
era homologado, es decir que tenía efectos respecto de aquellos acreedores partícipes
y el contrato era oponible a todos. En la segunda edición del instituto, versión ley
24.522, el art. 76, LCQ, disponía que el acuerdo preventivo extrajudicial homologado
fuera oponible a los acreedores que no participaron en él, pero no se les imponían a
ellos sus efectos.
La reforma realizada por la ley 25.589 al art. 76, LCQ, dio un giro fundamental en la
cuestión y no se contentó con que el APE homologado fuese oponible a los
acreedores que no lo firmaron, sino que también se dispuso que sus efectos fueran
imponibles a todos los acreedores. Es decir que no sólo debe respetarse el acuerdo
homologado en caso de quiebra ulterior (oponibilidad), sino que los efectos
se extienden a todos los acreedores aun cuando no hayan participado de él
(imponibilidad).
No ha habido dudas en la doctrina respecto de la aplicación del art. 56, LCQ; sin
embargo, sí se ha discutido el alcance de las restantes remisiones que efectúa el art.
76, LCQ. En un primer momento hemos entendido que la ley ha igualado los efectos
de los acuerdos preventivos judiciales y extrajudiciales, haciendo aplicables, además
del art. 56, LCQ, los arts. 55a 59, LCQ, que incluyen la novación concursal y los
restantes efectos del concurso preventivo, arts. 60a 62, LCQ, y lo relativo a la nulidad
del acuerdo, y los arts. 63y 64, LCQ, referidos a los efectos del incumplimiento (la
quiebra). Normas que devienen aplicables, como veremos, según su pertinencia con el
APE. Si bien se ha discutido en algún momento la aplicación de la novación, en la
actualidad ya no se duda de la aplicación de dicho efecto.
El art. 57, LCQ (el tercero de la Sección III), no resulta aplicable porque el APE
queda limitado a los acreedores quirografarios y no abarca a los privilegiados.
No existiendo método incorporativo al pasivo concursal, no resulta aplicable el art.
58, LCQ, referido a la reclamación revisionante contra créditos admitidos. No existen
razones que no hagan aplicables las normas contenidas en el art. 59, LCQ, en cuanto
fuese compatible con el APE.
BIBLIOGRAFÍA
CSJN, Fallos 323:2327; Juzg. Com. n. 9, "Servicios y Calidad" LL, Supl. CyQ, 19/12/2004 y
"Acindar" DSyC 203; C. Nac. Com., sala D, DSyC del 15/6/2004; Juzg. Nac. n. 14, "Banco
Hipotecario SA", LL, Suplemento APE, noviembre de 2004, p. 164; C. Nac. Com., sala D, LL
2006-D-699; CSJN, "Banco Hipotecario SA", 22/2/201; SCBA, AbeledoPerrot, 8/2011; Juzg.
Com. n. 26, "Menzildjian" ED del 27/10/2004; Juzg. Com. n. 7, "Guzmán", ED del 26/9/2005;
Juzg Com. n. 16, "Modo SATA", LL, Suplemento APE, noviembre de 2004, p. 146; C. Nac.
Com., en pleno, LL 117-451; Juzg. 1ª Inst. Civ. y Com. n. 1, DSC 238-950; Juzg. Civ. y Com. 3ª
Nom. Córdoba, LL, 3/2/2003; C. Nac. Com., sala A, JA del 16/2/2005; C. Nac. Com., sala D, LL
2008-B-694; C. Nac. Com., sala D, LL, Suplemento APE, noviembre de 2004, p. 139; C. Nac.
Com., sala D, LL del 3/11/2005; C. Nac. Com., sala B, RSyC, 219-138.
Tercera Parte - Quiebra
I. Introducción
Para ello existe una relación directa entre el principio de garantía patrimonial, es
decir que el patrimonio es prenda común de los acreedores (arts. 242, 743 y concs.,
CCyCN), y la responsabilidad y la jurisdicción coactiva. Igualmente en el derecho local,
en forma excepcional, a través del trámite de la continuación de la explotación de la
empresa fallida para lograr su venta en marcha se permite algunas soluciones, en
principio no liquidativas, luego de declarada la quiebra, con el fin de mantener en pie la
empresa social y económicamente útil.
El hecho de que la quiebra no pueda ser declarada de oficio implica que, reunidos
los recaudos legales, el juez no puede declararla sin que exista demanda de
parte interesada, ni siquiera puede ser instada por el Ministerio Público. En el derecho
comparado existe tal posibilidad (v.gr., Italia), como también lo preveían en el ámbito
local las Ordenanzas de Bilbao. Luego, se planteó la cuestión con nuestros antiguos
Códigos de Comercio (1862 y 1889), lo que continuó con la ley 4156, que permitía la
declaración de quiebra de oficio a instancia del Ministerio Público. Para algunos, ello
habilitaba la declaración de quiebra ex officio (SEGOVIA) y, para otros, la instancia del
Ministerio Público era ineludible (SEGOVIA - OBARRIO - MALAGARRIGA). Se ha afirmado
también, luego de la incorporación del concurso preventivo como instituto concursal,
que la declaración de quiebra decretada por su fracaso era realizada de oficio por el
juez (MARTÍN Y HERRERA), tesis que a poco de andar fue dejada de lado, entendiéndose
que la demanda de concurso preventivo tiene implícito un pedido de propia quiebra. A
partir de la ley 11.719 se descarta dicha posibilidad, excluyéndose cualquier duda
respecto de decretar la quiebra de oficio en nuestro derecho falimentario. RIVERA trae a
colación el caso dudoso de las entidades financieras, donde parecería que retirada
la autorización para funcionar por parte del Banco Central de la República Argentina
debe decretarse la quiebra de la entidad; sin embargo, la denuncia judicial de retiro
de autorización que haga la autoridad cambiaría sirve de petición de quiebra a través
de la instancia de parte interesada, para que luego de cumplir con los actos procesales
correspondientes pueda ser dictada la quiebra, es decir que se trata de una petición de
quiebra realizada por el Banco Central de la República Argentina (arts. 45 y 50, LEF).
De igual manera debe interpretarse el caso en el que estando el banco en liquidación
judicial, el mismo liquidador solicite judicialmente la declaración de quiebra de la
entidad. Ergo, existe un caso de quiebra de oficio de las entidades financieras, y ella es
la prevista en el art. 45, párr. 5º, LEF, que estando en trámite la liquidación judicial y
advirtiendo el juez la configuración de los presupuestos sustanciales, sin existencia de
petición, puede decretar la quiebra de la entidad financiera. En igual sentido, el caso de
las aseguradoras, pues si bien se las excluye de los procesos concursales, la ley
20.091, en su art. 51prescribe que si no se hubiese iniciado la liquidación forzosa y
estuviesen reunidos los requisitos para la declaración de quiebra, el juez ordinario
competente dispondrá la disolución de la sociedad y su liquidación por la autoridad de
control. La cuestión de la posibilidad de declarar la quiebra de oficio ha tenido un amplio
tratamiento. En el derecho comparado, donde se admite o se admitió alguna vez la
declaración de quiebra ex officio, se le ha encontrado fundamento, afirmando que nace
del interés público y de su preponderancia respecto de los intereses privados,
cuya inercia o abandono viene a ser no sólo prevenida sino frustrada por los
poderes inquisitivos judiciales (CUZZERI - CICU - SATTA - PROVINCIALI). Se dijo que la
quiebra oficiosa es el medio más seguro para amparar a los acreedores ausentes o
impedidos, supliendo la negligencia o debilidad de ellos (RIPERT - GUYENOT). En nuestro
medio se sostuvo que la promoción oficiosa de los procedimientos de quiebra podría
hallar su fundamentación en el interés general comprometido por la insolvencia y el
carácter publicístico del proceso concursal y no existe peligro en la apreciación de los
hechos, por las facultades inquisitorias de investigación e información del juez y por la
igualmente reconocida posibilidad de defensa por parte del deudor (CÁMARA). Asimismo
ha triunfado un tinte privatista o voluntarista al respecto, entendiéndose a la quiebra
oficiosa, ajena a nuestro derecho y absolutamente contraria a la orientación legal
vigente (RIVERA). Aunque, como vimos, hubo excepciones históricas y, en el caso de
las entidades financieras y las aseguradoras, no es tan así, porque cuando
la intervención estatal es inevitable por el control público que debe ejercerse sobre
ciertas actividades, nuestra legislación asume la posibilidad de la quiebra de oficio
(GEBHARDT).
El art. 77, LCQ, determina los casos en que debe ser declarada la quiebra, a los
cuales deben incorporársele aquellos de quiebra indirecta no incluidos en su inc. 1º
que surgen de otras disposiciones legales y los supuestos de extensión de quiebra.
1. Casos
El inc. 1º del art. 77, LCQ, prevé algunos de los casos de quiebra indirecta, aunque
no todos.
La norma indica que la quiebra será declarada cuando no se logren las mayorías
para el acuerdo dentro del período de exclusividad (art. 46, LCQ), cuando no se
acompañen las conformidades de los privilegiados cuyo acuerdo condicionaba el de
los quirografarios (art. 47, LCQ), cuando no existan inscriptos o no se logren las
conformidades en el caso del cramdown (art. 48, incs. 2º y 8º, LCQ), cuando se haga
lugar a una impugnación contra el acuerdo (art. 51, LCQ), cuando no se abonen los
honorarios regulados en el concurso preventivo (art. 54, LCQ), cuando se decrete la
nulidad del acuerdo (art. 61, LCQ) y cuando exista incumplimiento del acuerdo (art.
63, LCQ).
Al respecto, analizado el art. 77, LCQ, con las restantes disposiciones de la ley, se
podría afirmar que de los casos de quiebra indirecta prescriptos por la norma (arts.
46 —falta de conformidades—, 47 —falta acuerdo para privilegiados—, 48, incs. 2º y
5º —fracaso del salvataje—, 51 —impugnación del acuerdo—, 54 —falta de pago de
honorarios—, 61 —nulidad del acuerdo— y 63 —incumplimiento—,LCQ), faltan
algunos. En realidad faltan tres (arts. 43, penúltimo párrafo, 53, último párrafo, y
52, inc. 4º, LCQ), aunque en uno de ellos no se lo prescriba expresamente (art.
52, inc. 4º, LCQ). El número podría alcanzar a cuatro si incorporamos como
situación independiente al art. 67, párr. 7º, LCQ, aunque es asimilable a la del art.
46, LCQ, y la falta de conformidades para el acuerdo.
Respecto del art. 46, LCQ, y la quiebra indirecta por no acompañar las
conformidades al acuerdo dentro del período de exclusividad, debe decirse que
estamos ante un caso concreto de frustración del concurso preventivo que no logró su
finalidad. Esta declaración de quiebra sólo podrá decretarse frente a aquellos sujetos
que no resultan legitimados para transitar el salvataje del art. 48, LCQ.
El caso del art. 47, LCQ, es aquel en que el deudor condiciona el acuerdo con los
acreedores quirografarios a lograr otro con los acreedores privilegiados, sin que pueda
conformar éste y acompañar las conformidades al expediente. Es otra situación de
frustración del concurso preventivo cuya declaración de quiebra procede salvo los
casos del art. 48, LCQ.
Si bien se entendió que el caso del art. 54, LCQ, no sería una situación de
quiebra indirecta sino una de quiebra directa forzosa a pedido de acreedor, pues los
honorarios regulados en el concurso preventivo se convierten en créditos
posconcursales y al hacerse exigibles habilitan a su titular a solicitar la quiebra —
directa— del deudor. No estaríamos ante un incumplimiento del acuerdo que
comprende acreedores concursales que habiliten la quiebra indirecta (MAFFÍA). Por otro
lado, en posición que creemos correcta, se puede entender que estamos ante un
supuesto de quiebra indirecta por incumplimiento de una obligación nacida del
concurso preventivo, lo cual lo hace fracasar (QUINTANA FERREYRA). Algunos autores
han sostenido que también es indirecta la quiebra pedida por un acreedor
posconcursal, por un acreedor con un crédito prededucible o por un acreedor
privilegiado y verificado pero no incluido en el acuerdo, estando pendiente de
cumplimiento el acuerdo homologado (TONÓN - HEREDIA). Disentimos de tal postura,
atento que no se tratan de casos expresamente dispuestos por la ley como de
quiebra indirecta y encuadran concretamente en la normativa referida a la quiebra
directa forzosa, es decir, aquella solicitada por acreedor, respecto de la cual no se
diferencia si el deudor se encuentra en concurso preventivo o no.
El artículo omite el art. 43, penúltimo párrafo, LCQ, que indica la declaración de
quiebra cuando no se exteriorice en el expediente concursal oportunamente la
propuesta y se convertiría en la primera oportunidad dentro del concurso preventivo en
que pueda declararse la quiebra indirecta. También se olvida del art 53, último
párrafo, LCQ, respecto del cual más allá de la interpretación que hemos hecho
oportunamente para integrarlo con el art. 48, LCQ, lo cierto es que si no se deposita el
precio de la adquisición de las partes sociales en el término previsto, se declarará la
quiebra por verse frustrada la transferencia de aquéllas y, por ende, la homologación
del acuerdo.
En el caso del art. 67, párr. 7º, LCQ, y la presentación de propuesta unificada en el
concursamiento en grupo no alcanza las conformidades, la quiebra implica la de todos
los integrantes.
Ello nos lleva a concluir que las situaciones previstas por el art. 77, inc. 1º, LCQ, en
principio, no son taxativas para la declaración de la quiebra indirecta.
Si bien en todos estos casos la quiebra indirecta será declara por el juez ministerio
legis y en forma automática, ello no implica que tenga la potestad de abrir la misma ex
officio por su propia iniciativa, sino que para ello se encuentra habilitado ante
la instancia abierta por el deudor al demandar su concurso preventivo y la
comprobación de los supuestos de hechos contenidos en cada una de las normas. El
concurso preventivo importa un pedido condicional de quiebra, como expresamente lo
disponía el art. 11, ley 11.719. El juez sólo impulsa oficiosamente el proceso, no abre
la instancia (ROUILLON). También la quiebra será declarada cuando se haga lugar a
una impugnación al acuerdo o se decrete la nulidad del mismo por alguna de las
causales dispuestas en los arts. 50y 60, LCQ, como lo disponen los arts. 51y 61, LCQ.
En los casos de los arts. 54y 63, LCQ, es indispensable que los afectados denuncien
ante el juez concursal la situación dispuesta en la norma. En caso de que el deudor
concursado no abone oportunamente los honorarios regulados a favor de su abogado
y del síndico y otros funcionarios concursales, los titulares de dichos emolumentos
deberán denunciar al juez el incumplimiento a fin de que se decrete la quiebra.
Cuando estamos ante el incumplimiento del acuerdo, aquellos deudores comprendidos
en él deberán denunciarlo ante el juez para que decrete la quiebra.
Particularmente, para los casos de la quiebra indirecta, la ley 19.551 disponía que
los acreedores posteriores pudieran impugnar los créditos verificados en el concurso
preventivo. La norma no fue reproducida por la reforma de 1995. Ante la exclusión
legal, en la actualidad los acreedores posteriores al concurso preventivo deberán
respetar la cosa juzgada alcanzada por la sentencia verificatoria que
se extiende intra y extra concurso, como ya vimos, quedando a salvo los casos
de inoponibilidad concursal, es decir, cuando el crédito verificado se haya originado a
través de un acto inoponible a los acreedores. Para RIVERA también puede impugnarse
la sentencia verificatoria del concurso preventivo a través de la acción de cosa juzgada
fraudulenta.
Cabe aclarar que en pos del principio de unidad, la fecha de iniciación del estado de
cesación de pagos, en el caso de quiebra indirecta, será anterior a la presentación de la
demanda de concurso preventivo (art. 115, LCQ) y la retroacción a los fines de
la inoponibilidad concursal será de dos años contados desde dicha presentación (art.
116, LCQ).
También, expresamente el art. 239, párr. 2º, LCQ, dispone que se conservan, en la
quiebra, los privilegios reconocidos en el concurso preventivo, previendo igual regla
para los créditos prededucibles.
1. Legitimación
Los arts. 80y 81, LCQ, determinan la legitimación y las exclusiones para pedir la
quiebra de un deudor insolvente.
Se sostuvo que la exigibilidad y los liquides del crédito sólo son relevantes cuando el
estado de cesación de pagos se intente probar a través del incumplimiento de una
obligación, no así en otros casos donde la insolvencia se exteriorice a través de otro
hecho (GEBHARDT). Para nosotros es necesario que el acreedor peticionante tenga un
crédito exigible, pero ello no limita la petición de quiebra y no excluye a aquel acreedor
que quiera acreditar el estado de cesación de pagos a través de un hecho revelador
diferente al incumplimiento, pues su crédito podrá ser exigible pero no estar en mora,
por lo que la exigibilidad de su crédito le dará legitimatio ad causam pero se deberá
servir de algún hecho revelador —aunque más no sea otra obligación incumplida pero
que se encuentre en mora— para cumplir el recaudo referido al estado de cesación de
pagos. Por ello, el art. 80, LCQ, no ha limitado, ante la exigencia de que sea exigible el
crédito, que el hecho revelador para pedir la quiebra forzosa sea el incumplimiento.
Cabe recordar aquí que, anteriormente, los Códigos de Comercio requerían que la
obligación en virtud de la cual se pedía la quiebra sea comercial, sin perjuicio de que
luego se vean involucradas también obligaciones civiles. La doctrina también lo exigió
posteriormente (CARRANZA), aunque en contrario se sostuvo que el peticionante podía
ser acreedor por obligación civil si acreditaba el incumplimiento de alguna obligación
comercial (OBARRIO).
No hay reparos para que un acreedor con privilegio general solicite la quiebra de su
deudor para así hacer valer su preferencia en la liquidación falencial.
2. Antequiebra
Al respecto se interpretó, antes del texto expreso de la ley, con la vigencia de la ley
11.719, que la sentencia de quiebra se dicta sin un previo procedimiento contradictorio,
evitando así dilaciones; abrir el juicio se convierte en una solución extralegal
(FERNÁNDEZ). En nuestra interpretación, el legislador de 1972 quiso evitar el efecto que
producían los antecedentes nacionales que propiciaban la apertura a prueba del pedido
de quiebra por acreedor dilatando injustificadamente el trámite. En tal sentido
determinó expresamente que en aquella etapa procesal que va desde el pedido de
quiebra por acreedor hasta la sentencia declarativa de quiebra no hay juicio alguno.
Ante la inexistencia de juicio de antequiebra, el juez dictará sentencia declarando la
quiebra o rechazando el pedido con las alegaciones y acreditaciones que haya hecho el
acreedor peticionante y las defensas y prueba preconstituida que pueda aportar el
deudor, lo que nos lleva a concluir, como veremos, que no habrá apertura a prueba
alguna en los pedidos de quiebra por acreedor. La solución dada respecto de
la inexistencia de juicio prefalencial puede parecer injusta o disvaliosa, pero no es así.
Si bien en realidad aquel al cual se le solicita la quiebra no puede defenderse más que
con prueba documental o con el depósito correspondiente, la garantía del derecho de
defensa no queda violada, sino que la misma queda trasladada a una etapa posterior,
pues ante la declaración de quiebra sólo queda viable para el fallido la reposición de
dicha resolución. La revocatoria de la sentencia de quiebra habilita al deudor fallido a
contrarrestar la existencia de los presupuestos concursales, lo que aquí podrá hacer
valiéndose de toda la prueba que crea conveniente. Es decir que en la etapa recursiva
falencial se establece el contradictorio negado en el anteconcurso.
En concreto, esta etapa prefalencial nace con la presentación del acreedor, el cual
debe hacerlo con los recaudos exigidos por el art. 83, párr. 1º, LCQ y los requisitos
procesales exigidos para las demandas judiciales (art. 330, CPCCN), así como
también aquellos fiscales —tasa de justicia—, provisionales —Caja de Abogados
—, profesionales —Colegios de Abogados—.
Para esta representación voluntaria resulta suficiente el poder general para juicios
(ROUILLON). No es suficiente el acta poder extendida en sede laboral, pues se agota, en
principio, en los Tribunales del Trabajo o, mejor dicho, en la persecución de cobro del
crédito, por ello si la quiebra es solicitada sobre la base de una sentencia
laboral incumplida, debe admitirse la continuación de dicha pretensión de cobro a
través de la petición de quiebra, acreditándose la representación a través del acta
poder, de la misma manera para lograr la verificación del crédito. Asimismo, podrá
pedirse la quiebra a través de la franquicia del art. 48, CPCCN.
Como primera medida debe acreditar su legitimatio ad causam, es decir que debe
probar ser acreedor con obligación exigible, concretamente se requiere que pruebe
sumariamente su crédito. Además debe comprobar la existencia de algún hecho
revelador que haga presumir el estado de cesación de pagos que, como dijimos, al
tratarse de un crédito exigible bastaría con la acreditación de dicho incumplimiento si
el deudor se encontrase en mora. Finalmente debe probar que el deudor al que se le
pide la quiebra es un sujeto concursable. No es necesario que el acreedor invoque ni
pruebe la causa de su crédito, lo que queda reservado para la etapa verificatoria
(MAFFÍA - ROUILLON).
Los antiguos Códigos de Comercio disponían que pedida la quiebra por acreedor
legítimo "el juez resolverá a la brevedad posible, pudiendo oír verbalmente al deudor a
quien se citará al efecto" (art. 1392, párr. 2º, CCom. de 1889), lo que configuraba una
opción para el juez. Se sostuvo que comprobados los extremos legales, el juez no tenía
más que declarar la quiebra, pues llamar al deudor es abrir la puerta a toda clase de
abusos y fraudes, y se preguntaba para qué citarlo a dar explicaciones, ya que sólo
podría confirmar la insolvencia o trataría de negarla, a través de alguna razón compleja,
a fin de dilatar el proceso (MALAGARRIGA). La ley 4156disponía en su art. 52 que el
deudor "será declarado en quiebra a petición de cualquier acreedor o del Ministerio
Fiscal en su caso", sin prever procedimiento previo alguno. Al respecto, MARTÍN Y
HERRERA afirmaba que el deudor no tiene facultad para discutir en esta ocasión el
derecho del acreedor que pide la quiebra, porque la cesación de pagos es un hecho
que debe ser apreciado por el juez; únicamente puede pagar o demostrar con un
documento escrito que el acreedor ha sido satisfecho; ni siquiera tiene derecho a
paralizar el procedimiento dando a embargo la cantidad adeudada, nuestra ley no
admite procedimiento de antequiebra y, en consecuencia, los jueces no pueden oír las
defensas generales aducidas por el deudor, ni abrir a prueba la incidencia respectiva.
Reconocemos, sin embargo, que en aquella época la jurisprudencia comercial admitía
pretorianamente la citación al deudor a dar explicaciones y en algunos casos la
producción de una prueba sumaria. En 1933 la ley 11.719 prescribía en su art. 56 que
pedida la quiebra por acreedor legítimo y probado por él el estado de cesación de
pagos, "el juez resolverá a la mayor brevedad posible, debiendo oír previamente al
deudor, a quien se citará al efecto". A partir de dicha ley se impuso obligatoriamente
para el juez la citación del deudor luego de la petición de quiebra por acreedor,
respetando la garantía constitucional de la defensa enjuicio (art. 18, CN).
El trámite continúa con audiencia del acreedor luego de contestada la vista por el
deudor y el juez resolverá sin más trámite. El traslado al acreedor lo será por cinco
días (art. 273, inc. 1º, LCQ). El acreedor se limitará a reconocer o negar las
alegaciones y defensas del deudor y la prueba documental por él aportada.
La ley actual, en su art. 87, párr. 1º, LCQ, permite al acreedor desistir de su pedido
de quiebra antes de que se haga efectiva la citación al deudor, pues realizado y
formalizado el emplazamiento se encuentra trabada la litis.
En cuanto al desistimiento del acreedor, las leyes 4156 y 11.719 nada preveían; sin
embargo, era admitido jurisprudencialmente antes de que adquiera firmeza la
declaración de quiebra. Doctrinariamente se sostuvo que sólo procedería antes de la
declaración de quiebra (CASTILLO). Sin embargo, la ley 19.551 prohibió el desistimiento
del pedido de quiebra por el acreedor, aunque la norma fue mitigada seriamente por la
jurisprudencia.
La ley regula así una constante praxis judicial dada durante la vigencia de la ley
anterior. No estaría de más aclarar que se trata de un desistimiento del proceso o de la
acción que no afecta la satisfacción del crédito del peticionante.
En cualquier etapa del proceso, antes de que la quiebra sea declarada, el juez a
petición del acreedor y bajo su responsabilidad podrá decretar medidas cautelares
conforme lo prevé el art. 85, LCQ.
Se entendió que el auto es inapelable, por aplicación del art. 273, inc. 3º, LCQ, y
por entender que la resolución no causa estado y, por ende, tampoco gravamen
irreparable(10). Por nuestra parte, tratándose de una etapa prefalencial, a la cual le
resulta inaplicable la regla del inc. 3º del art. 273, LCQ, sumado a que el rechazo del
pedido de quiebra no afecta la celeridad que fundamenta aquella norma directriz,
corresponde admitir la apelación(11). No existen dudas ni discrepancias respecto de la
apelabilidad de la imposición de costas.
Como mínimo, como ha dicho MAFFÍA, debe contener los requisitos de una
demanda, pues existe el deber de todo litigante de expresarse con claridad ante el
magistrado. El deudor puede presentarse por sí o a través de apoderado con poder
especial, ello en virtud de que el deudor confiesa o acredita encontrarse en estado de
cesación de pagos. Asimismo, debe abonarse la tasa de justicia correspondiente a
monto indeterminado, la cual será integrada al momento de culminación de la quiebra
con la preferencia del art. 240, LCQ.
En caso de sociedades con socios con responsabilidad ilimitada, atento que deberá
decretárseles la quiebra pues la de la sociedad importa la de los socios solidarios (art.
160, LCQ), éstos deben cumplir con los recaudos formales exigidos por el art.
86, LCQ, siempre que hayan decidido la presentación, hayan o no suscripto la
demanda. Para los restantes, el juez deberá exigir el cumplimiento de dichos requisitos
luego de decretada la quiebra (art. 86, párr. 3º, LCQ), aunque la falta de su
acatamiento no la perjudica (CÁMARA).
La ley regula la presentación en caso de personas de existencia ideal o incapaces,
en el párr. 2º del art. 82, LCQ. Prevé la aplicación del art. 6º, LCQ, y la ratificación del
órgano de gobierno, lo que deviene coherente con el régimen societario, ante la
trascendencia que tiene la quiebra sobre dichos entes, la cual importa su disolución
(art. 94, inc. 6º, LGS).
Tal previsión debe ser aplicada para el caso del pedido de propia quiebra del
patrimonio del fallecido, por lo que la demanda debe ser efectuada por todos los
herederos no siendo posible la ratificación posterior. Carece de utilidad práctica
permitir, como se propuso (ROUILLON - HEREDIA), la demanda hecha por algún
heredero, sin que se decrete la quiebra, hasta que el resto acepte dicho trámite.
El juez podrá rechazar el pedido de propia quiebra por cuestiones procesales como
la incompetencia, o los defectos de personería en el peticionante, o por cuestiones
sustanciales, como el caso de que el peticionante no sea sujeto concursable. La
resolución es apelable por el deudor, porque estamos en el ámbito preconcursal al
cual no se le aplica la regla de inapelabilidad del art. 273, inc. 3º, LCQ (MAFFÍA - TONÓN
en contra CÁMARA - ROUILLON).
V. Sentencia
Pueden diferenciarse los que tienden a la protección del patrimonio de los que
apuntan a la administración de los mismos y de los estrictamente procesales. Como
preliminar, el juez debe declarar la apertura de la quiebra haciendo una breve
motivación que importe la consideración de la existencia y cumplimiento de los
requisitos necesarios para la existencia de concurso. Así da inicio al proceso universal
dando fin a la etapa prefalencial. Como el contenido de la sentencia de quiebra es muy
similar al de la sentencia del concurso preventivo, el cual ya hemos analizado, nos
detendremos aquí en los recaudos específicos de la sentencia falimentaria.
La norma debe ser perfectamente observada por el juez a fin de evitar las
consecuencias negativas que podrían producirse en caso de homonimia y en caso de
que no surja dicha información de las constancias obrantes en autos, el juez deberá
arbitrar las medidas necesarias para la averiguación de los datos mínimos del deudor.
En tal sentido deben librarse oficios que ordena el juez —en la sentencia—, firma el
secretario y diligencia el síndico, a los Registros de la Propiedad Inmueble y Automotor
y en otros donde se encuentren inscriptos bienes a nombre del fallido. La inhibición
general de bienes no caducará hasta tanto quede concluida la falencia. También
debe inhibirse a los socios con responsabilidad ilimitada.
Se exige que la sentencia contenga la orden de venta de los bienes del fallido y
designe el martillero que lo llevará a cabo (inc. 9º).
Finalmente, el inc. 11 dispone que debe designarse una audiencia para sortear al
contador que actuará como síndico. Juntamente con ello, el juez debe clasificar a la
quiebra según su complejidad y magnitud, para determinar si se desinsaculará al
síndico de la lista de contadores individuales o de la lista de estudios contables.
Tal audiencia no será fijada en los casos de quiebra indirecta, donde seguirá actuando
el síndico que entendió en el concurso preventivo fracasado.
Los acreedores y todos los terceros que puedan tener algún interés en la quiebra
quedan notificados, en todos los casos a través de la publicación de edictos, la cual
hace oponible la quiebra erga omnes, pues dicha forma de anoticiamiento produce la
presunción iure et de iure del conocimiento de la quiebra el día siguiente a la última
publicación. Se trata de una ficción legal, necesaria, pero en casi la totalidad de los
casos inoperante para la finalidad por la cual ha sido creada(13).
El pago de dichos edictos queda diferido para la etapa de distribución (art. 273, inc.
8º, LCQ), considerándose un crédito prededucible (art. 240, LCQ). El incumplimiento
en la publicación oportuna de los edictos responsabiliza al actuario. La publicación
debe hacerse en todas las jurisdicciones donde el fallido tenga bienes, establecimiento
o se domicilie algún socio solidario.
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DJBA 117-47; C. Civ. y Com. Rosario, en pleno, RDCO 1987-1019; C Civ. y Com. Mar del
Plata, en pleno, ED 168-352; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala 1ª, LI.84, n. 121 y sala 2ª, LI.2,
n. 22; C. Nac. Com., sala C, ED 94-554; SCBA, ED 78-309; SCBA, 21/11/2007, "Gianni"; SC
Mendoza, 22/3/2005, "Juan Cruz SA".
Capítulo II - Impugnación de la sentencia de quiebra
Ello es propio del derecho comparado, donde se legislan dos sistemas: uno que
determina la aplicación del método recursivo ordinario de los ordenamientos procesales
y otro que instaura una impugnación falimentaria propia. El primer sistema utiliza la
impugnación realizada a través del recurso —apelación— resuelto por un órgano
judicial superior —alzada— y el segundo a través de la acción —oposición, reposición,
revocatoria— que desarrollará y decidirá el mismo juez concursal. La elección de una u
otra modalidad varía según la posibilidad de ejercicio del derecho de defensa que tenga
el deudor en la etapa prefalencial. Y como bien enseña PAJARDI, el sistema impugnativo
falencial específico se basa en la carencia de garantías ordinarias observadas en el
procedimiento declarativo, que exige un conocimiento preciso y riguroso, atento la
gravedad e importancia de los efectos de la quiebra. En el caso del recurso, la
impugnación se apoyará en errores in procedendo o vicios in indicando; en cambio, la
acción impugnativa se basará en las consecuencias propias de un verdadero
contradictorio desarrollado a través de la cognición procesal fáctica.
Cabe hacer ver aquí, que en postura aplaudida por la doctrina nacional, en Italia,
la Legge Fallimentare, otorga legitimación activa para revocar la quiebra a
cualquier interesado, con excepción del peticionante de la quiebra, sea acreedor o el
propio deudor (PAJARDI). Claramente la ley excluye la posibilidad de reponer la
sentencia de quiebra al acreedor peticionante, lo que importaría una forma de
desistimiento no permitido, tampoco podrá interponer reposición el síndico, quien quizá
al momento en que deba interponerse la impugnación, aún no haya aceptado su cargo.
Se sostuvo que la legitimación del acreedor surge del hecho de que la declaración de
quiebra lo privaría del ejercicio de su acción individual.
En caso de que el deudor se haya presentado en la oportunidad del art. 84, LCQ, la
sentencia le será notificada "por nota" y, a partir de allí, se contará el plazo (HEREDIA);
también el deudor podrá quedar notificado personalmente si se presentare en
el expediente de la quiebra antes de que se produzca alguna de las anteriores
notificaciones referidas. Nunca la sentencia de quiebra se le notifica por cédula al
fallido.
El párr. 1º del art. 95, LCQ, dispone que, como únicas causales, el recurso puede
fundarse sólo en la inexistencia de los presupuestos sustanciales para la existencia del
concurso, esto es, el estado de cesación de pagos y la concursabilidad del sujeto
fallido.
Nunca el socio podrá enervar su quiebra alegando y probando estar in bonis porque
su estado de cesación de pagos no es presupuesto de la quiebra extendida. En los
demás casos de quiebra por extensión, aunque se trate de acreedores con
responsabilidad ilimitada pero su quiebra no sea extendida inmediatamente sino que
ello discutirá su calidad de socio solidario luego en el trámite de extensión de quiebra,
dicho sujeto tendrá el recurso de apelación.
La reposición tramitará por incidente (arts. 280 y ss., LCQ), el cual será iniciado por
una demanda realizada por escrito, fundada y con el ofrecimiento de prueba
correspondiente.
El art. 97, LCQ, prescribe que la interposición de la acción impugnativa —igual que
el levantamiento sin trámite— no impide la prosecución de la quiebra; sin embargo, no
podrá disponerse de los bienes, sin perjuicio de aquellos que sean perecederos, que
deberán ser liquidados por el síndico (art. 184, LCQ).
El párr. 2º del art. 95, LCQ, dispone que serán partes en el incidente, el
fallido, incluido el socio con responsabilidad ilimitada, el acreedor peticionante de la
quiebra y el síndico. También actuará como parte el socio con responsabilidad
ilimitada que interpuso la revocatoria.
Por un lado se entendió que en caso de que los presupuestos concursales hayan
desaparecido luego de decretada la quiebra, ello no afecta la reposición, la que será
desechada, habilitándose la conclusión de la quiebra (PROVINCIALI - MAFFÍA); y, en caso
contrario, si fuesen inexistentes los presupuestos al declararla y luego sobrevinieran, se
revocará la quiebra y los interesados estarán habilitados para plantearla nuevamente,
concurriendo ahora sí los presupuestos concursales. Por el otro se entiende que, al
tratarse de un incidente impugnativo con ofrecimiento de prueba, permite la alegación
de hechos nuevos y el juez debe ponderar los hechos constitutivos que
hubiesen incidido sobre la relación que debe juzgar (art. 163, inc. 6º, CPCCN), por lo
que considera provisoria la sentencia de quiebra.
Por nuestra parte entendiendo que se trata de una acción impugnativa la valoración
debe hacerse al momento en que se dictó la resolución que se ataca, es decir al
momento de dictarse la sentencia de quiebra.
Más allá de que no se trata de un recurso en sentido técnico sino de una acción
impugnativa que desarrolla un proceso contencioso y cognitivo sobre la existencia de
los presupuestos concursales, deben ponderarse las situaciones fácticas desarrolladas
en la demanda —interposición del recurso en el lenguaje de la ley—, al momento de la
sentencia que se pretende impugnar, y es ello lo único que se tendrá en miras para
reponer o no la sentencia. Si bien carecen de relevancia los hechos posteriores a la
sentencia, resultan importantes en la revocatoria, aquellos anteriores ignorados, no
alegados o no probados en aquella oportunidad.
Como sencillamente nos advierte MAFFÍA, lo significado con la frase "sin trámite" es
que el trámite no es el anterior (el incidente genérico de la revocatoria), por lo que
quiere decir "con otro trámite", en rigor, "sin sustanciar el incidente". Sin perjuicio de
su autonomía, la legislación lo desarrolla como una variante de la reposición, por lo que
en algunas situaciones debe remitirse a sus normas y, en otras, la previsión es común a
ambos remedios impugnativos.
El art. 96, párr. 1º, LCQ, autoriza al fallido a depositar el importe correspondiente a
los créditos —y sus accesorios— con cuyo incumplimiento se acreditó el estado de
cesación de pagos. Ello incluye el crédito en virtud del cual se le pidió la quiebra que
ha sido declarada, como todos aquellos que funden pedidos de quiebra que hayan
quedado pendientes, salvo que respecto de ellos se demuestre prima facie la
ilegitimidad del reclamo, sin perjuicio de los derechos del acreedor (art. 96, párr.
2º, LCQ). Tal solución le permite al deudor defenderse ante todos los pedidos de
quiebra efectuados en su contra. Como se levanta la quiebra, dichos pedidos de
quiebra cesarán quedando al acreedor la acción individual correspondiente.
El término para interponerla es el prescripto por el art. 94, LCQ, es decir, desde la
clausura o incautación o desde la última publicación de edictos, si se produjese
anteriormente.
Ni siquiera, dicha legitimación, puede ser extendida a los socios con responsabilidad
ilimitada, pues para levantar la quiebra es necesario acreditar que la sociedad se
encuentra in bonis, siendo irrelevante la situación patrimonial de los socios solidarios,
quienes son declarados en quiebra en forma refleja.
Debe acreditarse agregando la boleta donde conste que el mismo fue realizado en
el banco mediante oficio del tribunal; debe contener, atento la necesidad de que sea
íntegro, el importe del capital y sus accesorios, es decir, intereses desde la
mora(1)gastos y las costas que integran el crédito (no las de la quiebra). Sin embargo,
entendemos que el juez debe ser algo flexible al resolver, pues si entiende
desacreditado el incumplimiento y, por ende, la insolvencia, debe admitir el
levantamiento de la quiebra si el depósito estima una suma para intereses —al no
haber liquidación— que no es notoriamente insuficiente, integrándose el resto en un
plazo perentorio luego de la aprobación de la liquidación. Dicha postura no puede llegar
al extremo de que si el deudor no deposita los accesorios se lo intime para ello, y que la
estimación de intereses quede supeditada a la liquidación que se haga luego de
la interposición del mal llamado recurso.
Dichas sumas pueden ser dadas por el deudor fallido, en pago o a embargo.
Debe incluirse dentro de las peticiones en trámite, aquellas admitidas el mismo día
de la sentencia de quiebra, aunque no aquellas que sólo fueron presentadas sin
resolución judicial alguna que las admita como tal. En la hipótesis de que deban
depositarse las sumas correspondientes a créditos de otros pedidos de quiebra,
entendemos que el mismo debe hacerse en el expediente en el que se decretó la
quiebra, pues el juez debe evaluarlo en conjunto. No existe ningún inconveniente
práctico al respecto porque todos los pedidos de quiebras estarán radicados ante el
mismo magistrado. Luego, en caso de producirse el levantamiento de la quiebra y
haberse dado en pago las sumas depositadas, se requerirá la transferencia a cada uno
de los expedientes para el cobro por parte de los acreedores. Sin perjuicio de
lo expuesto, el juez de la quiebra, si se demostrare prima facie con el mero alcance de
verosimilitud la ilegitimidad de los créditos por los que se pidió la quiebra al fallido en
otros trámites, podrá eximir el depósito de dichas acreencias. No es necesario que ello
sea sustanciado con el acreedor, quien podrá defender su crédito en la
acción individual correspondiente, luego del levantamiento de la quiebra, pues lo
decidido por el juez concursal no produce efecto de res iudicata. Se incluye a los
acreedores adherentes a los pedidos de quiebra pendiente, pero no a aquellos que
solamente se insinuaron al pasivo concursal sin participar de peticiones de quiebra. En
contrario de lo primero se sostuvo que el depósito no incluirá a los acreedores
adherentes a otros pedidos de quiebra, pues no son peticionantes autónomos de la
quiebra, y el deudor no puedo ejercer su derecho de defensa respecto a ellos en la
etapa prefalencial (CÁMARA). Y respecto de lo segundo se resolvió que el órgano
jurisdiccional no debe desentenderse por completo de las circunstancias de la causa,
y aun cuando el fallido haya dado cumplimiento al depósito correspondiente, si
del informe individual confeccionado por la sindicatura surge la insinuación de un
considerable número de acreedores por causa o título anterior a la falencia, la escasa
entidad cuantitativa del depósito, deviene inoperante para destruir la presunción
de insolvencia emergente de los restantes hechos reveladores(2).
El depósito efectuado será directamente analizado por el juez sin necesidad de que
se corra traslado alguno al acreedor ni al síndico. El juez no sólo analizará la
pertinencia del depósito sino fundamentalmente la inexistencia del estado de cesación
de pagos.
Conforme al párr. 3º del art. 96, LCQ, resuelta la cuestión y revocada o levantada la
quiebra, la misma quedará supeditada al depósito por parte del deudor, dentro de los
cinco días, de la suma que se fije en dicha resolución para responder a los gastos del
concurso, pues las costas le serán impuestas, aunque se ha resuelto que al haber
justificado la deudora que se encuentra in bonis resulta razonable que las costas del
proceso se distribuyan en el orden causado(3), lo que no parece adecuado porque el
estado de mora que reveló la insolvencia dejó expedita la acción de quiebra
forzosa incoada por el acreedor, por lo debe estar eximido de las costas. El depósito
de los gastos es un recaudo de ejecución del levantamiento (MAFFÍA) y no condición de
éste. La resolución que recaiga será apelable únicamente por el deudor.
Conforme expresamente lo prevé el párr. 4º del art. 96, LCQ, con efecto devolutivo.
El recurso será resuelto por la alzada sin sustanciación.
No hay vacilaciones en afirmar que, revocada la quiebra, ella concluye, por lo que
la reposición o el levantamiento sin trámite admitidos son un modo conclusivo de la
falencia. Los efectos de la revocación se producen ex tunc pero no son absolutamente
retroactivos, pues los actos cumplidos serán válidos, por lo que en ciertas
circunstancias los efectos se producirán ex nunc y solamente para el futuro. En tal
sentido, como la reposición importa la inexistencia de la quiebra como si ésta nunca
hubiese existido, la ley debió prever los efectos que se producirían sobre ciertas
situaciones cumplidas mientras la quiebra estaba decretada. Se dispone que los actos
otorgados por el síndico en sus funciones son válidos y oponibles al deudor, incluso la
disposición que se haya hecho de los bienes perecederos, teniendo éste sólo derecho
a que se le entregue el producido de dichas ventas. Asimismo, resulta oponible al
deudor, la resolución que se haya operado de los contratos en curso de ejecución. Es
una suerte de estabilidad de los efectos consolidados.
Innecesariamente la ley prevé una norma superflua sobre daños y perjuicios por la
revocación de la quiebra, los cuales se podrían reclamar por los principios generales
de la reparación de daños.
V. Incompetencia
Participarán del incidente (arts. 280 y ss., LCQ) el deudor, el síndico, el acreedor
peticionante de la quiebra y el acreedor que haya planteado la incompetencia en su
caso.
La ley prescribe que, en principio, no cesan los efectos de la quiebra, pero también
prevé otro efecto, insólito a nuestro entender, que se produce desde la interposición de
la incompetencia, pues se prevé que si el fallido se encuentra inscripto en el Registro
Público de Comercio de la jurisdicción del juzgado no se suspenderá el procedimiento
por la mera interposición de la incompetencia, lo que hace entender a contrario
sensu que si no obra dicha inscripción, el proceso se suspende. Ahora a partir del
nuevo Código Civil y Comercial los únicos fallidos inscriptos serán sociedades en los
Registros Públicos correspondientes, pues se excluyó la distinción entre sujetos civiles
y comerciales. La solución legal beneficia con la suspensión del proceso, en cierta
forma, a aquel deudor que teniendo la obligación de inscribirse no lo haya hecho,
privilegiándose así la irregularidad. Si bien es cierto que la inscripción haría presumir
que la competencia corresponde al juez que declaró la quiebra, para evitar tal
diferencia, que perjudicaría en cierta manera al sujeto irregular, debería preverse que
el procedimiento no se suspenda por la mera interposición de la defensa para ninguno
de los casos. Lo que hace suspender la interposición de la incompetencia es el
procedimiento o proceso falencial, pero no los efectos sustanciales de la quiebra, es
decir que siguen aplicándose los efectos patrimoniales (desapoderamiento) y
personales. Cabe aclarar que lo que hace suspender la interposición de
la incompetencia es el procedimiento o proceso falencial, pero no los efectos
sustanciales de la quiebra, es decir que siguen aplicándose los efectos patrimoniales
(desapoderamiento) y personales.
Declarada la incompetencia debe remitirse el expediente al juez
competente aunque sea de otra jurisdicción, siendo plenamente eficaces los actos
cumplidos. Aquí la ley concursal se aparta de la solución dada por los Códigos rituales
locales, que disponen, en caso de que la competencia sea atribuida a un juez de otra
jurisdicción, el archivo del expediente tramitado ante el juez incompetente.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
C. Nac, Com., en pleno, "Zadicoff", ED 119-378; C. Nac. Com., sala C, 25/4/2000, "Sánchez
Gas"; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala II, DSC 260-771.
CAPÍTULO III - CONVERSIÓN DE LA QUIEBRA EN CONCURSO PREVENTIVO
I. Antecedentes
El que ahora nos interesa es un nuevo instituto incorporado por la ley 24.522 que
impone la conversión de la quiebra declarada en concurso preventivo. Fue
consecuencia de la derogación del acuerdo resolutorio de la quiebra, tan criticado
por YADAROLA. Tal supresión y el nuevo instituto fue duramente fustigado
por PROCELLI, entendiendo que la exclusión del acuerdo resolutorio de la quiebra
impide la superación de la crisis en ciertos casos, donde es dudosa la viabilidad de la
conversión al poco tiempo de transitada la quiebra, afirmando que aquel acuerdo ha
funcionado en importantes casos bajo el régimen de la ley 19.551.
Dicho acuerdo falencial consistía en que el deudor quebrado lograra un acuerdo con
sus acreedores en una junta, para concluir la quiebra y lograr la aplicación de los
efectos del concurso preventivo. El acuerdo resolutorio no proporcionaba los frutos
pretendidos de las leyes anteriores, importando un reiterado fracaso desde los antiguos
Códigos de Comercio. Ello se debía al momento en que dicho acuerdo podía ser
negociado, pues se producía avanzada la quiebra, con fuertes efectos del
desapoderamiento de los bienes. No se lograba la recuperación de la rentabilidad de la
actividad ni la superación de la crisis sin la administración a cargo del deudor, y mucho
menos con su actividad paralizada, sumado a ello, la desconfianza que importaba
encontrarse en estado falencial.
No es óbice para la conversión en concurso preventivo la previsión del art. 10, LCQ,
en el cual debe ser entendido, como principio general, que puede demandarse el
concurso preventivo mientras la quiebra no sea decretada, y el art. 90, LCQ, será
la excepción, podrá convertirse la quiebra en concurso preventivo en el tiempo y la
forma dispuestos por la ley.
II. Legitimación
Aunque de una manera un tanto imprecisa, el art. 90, LCQ, determina los sujetos
legitimados para convertir su quiebra en concurso preventivo.
La ley se refiere al deudor pero debe entenderse que se trata de un deudor fallido.
En principio debe tratarse de un sujeto habilitado para solicitar su concurso preventivo.
La ley tampoco lo expresa en el apartado sobre deudores excluidos pero, como bien
se dijo, la extensión de quiebra es atinente a atribuir responsabilidad por el pasivo de
otro, y posibilitarle la conversión impediría los efectos de dicha extensión (DASSO -
MARTORELL). En contrario, se sostuvo que la ley no los excluye y la amplitud de la
legitimación activa impone una interpretación amplia debiéndose incluir los casos
del art. 161, LCQ (MAFFÍA — LORENTE). Si bien esa es la orientación legal, no puede
soslayarse la exégesis en sentido contrario del art. 90, párr. 2º, LCQ, el cual pareciera
que es más sancionatorio que acorde con el propósito legal (IGLESIAS).
Un caso particular y no previsto por la ley es aquel encuadrado en el art. 31, último
párrafo, LCQ, es decir, cuando se haya tenido por desistido al deudor de su concurso
preventivo y luego le fuese declarada la quiebra, y la relación de ello con los pedidos
de quiebra pendientes para producir la conversión dentro del año del desistimiento.
Nosotros entendemos que podrá convertirla siempre que el pedido que terminó en la
quiebra que se pretende convertir sea posterior al concurso preventivo desistido (1), y
no cuando la quiebra haya recaído por una petición que había quedado suspendida
por la presentación en concurso preventivo que a la postre fue desistido (doct. art.
10, LCQ).
Se han dado divergentes argumentaciones para distintas soluciones. Los que les
negaron tal legitimación, excluyéndola de la posibilidad de conversión (ESCUTI -
JUNYENT BAS), se han fundado en la doctrina de los propios actos e importaría un
desistimiento de la quiebra no permitido por el art. 87, in fine,LCQ (RIVERA); otros por
considerar que la conversión ha sido prevista para el fallido inadvertido, o para quien
quiso resistirla sin suerte, entendiendo además que la petición de quiebra voluntaria
importa resignar la solución del concurso preventivo (GEBHARDT). En cambio, aquellos
que han admitido la conversión en concurso preventivo de la quiebra voluntaria (DASSO
- ALEGRIA - GARAGUSO) sostuvieron una interpretación literal de la ley y afirmaron que
no se encontraba dentro del elenco de deudores excluidos, como de la misma forma lo
postula el antecedente internacional (Bankruptcy Code) (TRUFFAT), también se
argumentó que no se desiste de la quiebra sino que se ratifica su insolvencia, sólo
modificando la forma de solucionarla, lo que no podría ponerlo en una situación peor
que la de los fallidos forzosos (HEREDIA). También como en toda discusión encontramos
posiciones eclécticas que entienden que debe analizarse en cada caso en particular,
teniendo en cuenta que la conversión no importa un ejercicio abusivo del derecho
(MAFFÍA), no se afecta la buena fe, la moral y las buenas costumbres o cuando la
quiebra no tuvo fines espurios o cuando se demuestre que la situación ha mejorado y
puede mantenerse la continuación de la empresa, es decir que se le exige al deudor
una explicación razonable que justifique la modificación de la acción (GALLI), o
admitiéndola cuando la petición de propia quiebra no tuvo fines espurios. El proyecto de
reformas de 1997 incluía la posibilidad de que el fallido voluntario se convierta en
concursado preventivamente, también esa ha sido la solución de importante
jurisprudencia.
Para nosotros, el deudor que peticionó su propia quiebra y logró que la misma se
declare no podrá convertirla en concurso preventivo.
En el plenario "Pujol"(4)se entendió por mayoría que "ni en el texto legal ni en sus
antecedentes existe exclusión o prohibición para que este deudor solicite la conversión
y es sabido que las excepciones deben interpretarse restrictivamente, y no
pueden extenderse a casos análogos". También se fundan en el principio de la
reforma concursal de 1995 que flexibilizó el procedimiento preventivo para superar la
crisis empresarial, favoreciendo la solución preventiva por sobre la liquidativa. La
minoría del plenario, cuyas argumentaciones compartimos, entendió que el deudor
puede elegir entre pedir su propia quiebra o su concurso preventivo y optado
voluntariamente por la liquidad va consumiendo la opción legal, electa una via non
datar recursos ad alteram, modificada ella debe exponer y justificar la razón del
cambio de actitud.
III. Trámite
Además, debe cumplimentarse con los recaudos exigidos por el art. 11, LCQ, para
la demanda de concurso preventivo (art. 92, LCQ). La presentación se hace en el
mismo expediente de la quiebra, pues se convierte ésta, no abriendo la demanda de
conversión —rectius: demanda de concurso preventivo—, en un proceso
concursal autónomo.
Conforme el texto del art. 93, LCQ "el juez deja sin efecto la sentencia de quiebra".
Cabe hacer notar aquí el problema que se plantea cuando se desiste del concurso
preventivo proveniente de una quiebra convertida y una nueva conversión ante un
nuevo decreto falencial. Aquellos que hacen primar la unidad concursal y entienden que
no cesaron los efectos de la quiebra convertida cuando fracasó el concurso preventivo,
fácilmente solucionan el problema haciendo renacer aquélla, solución que quita el
disvalor de la ley, pero solamente sostenible en el plano de lege ferenda. Aquellos que
han hecho cesar los efectos de la quiebra convertida se dividen en dos grupos; uno, en
el cual nos enrolamos, entiende de estricta lege lata que desistido el concurso no se
decreta la quiebra ni recobra validez la anterior convertida, y el otro afirma que debe
decretarse una nueva quiebra de oficio (HEREDIA), lo que parece una solución contra
legem, atento la improcedencia, en nuestro derecho, de la quiebra ex
officio. Lamentablemente el texto legal no deja dudas y la quiebra ha sido dejada sin
efecto y, por ello, no recobra su validez. Es decir que, desistido el concurso preventivo
que convirtió la quiebra, se produce sólo eso, el desistimiento del proceso y habilita una
nueva petición de quiebra, la cual no podrá ser convertida, pues ello constituiría un
ejercicio abusivo del derecho en los términos del art. 10, CCyCN, sometiéndose el
deudor a una situación de concursamiento constantemente frustrado. No queremos
dejar de hacer notar aquí que el anteproyecto del Ministerio de Justicia de 1997
propone solucionar la cuestión prescribiendo expresamente que, desistido el concurso
preventivo que convirtió la quiebra, el juez deberá decretarla nuevamente.
Pareciera que tal solución impondría además dejar sin efecto la designación del
síndico de la quiebra y designar uno nuevo para el concurso preventivo. Sin embargo,
en la práctica es habitual que el juez haga continuar al síndico ya designado.
Como bien dispone el art. 116, LCQ, las acciones de inoponibilidad sólo pueden
ejercerse respecto de actos celebrados dentro de los dos años anteriores al decreto de
la quiebra o de presentado el concurso preventivo. Ello en caso de conversión, la
retroacción se contará a partir del pedido de conversión, que importa la demanda de
concurso preventivo, lo cual no modifica, en modo alguno, la fijación judicial de la fecha
real de iniciación del estado de cesación de pagos en los términos del art. 115, LCQ. Se
resolvió al respecto que el período de sospecha debe ser contado desde la sentencia
de quiebra, pues de no seguirse este criterio se caería en el absurdo de posibilitar al
mismo fallido, por su conducta y su sola voluntad la determinación de la fecha máxima
del período de sospecha(5). La misma solución propone el Anteproyecto de reformas de
1997.
La otra, el caso de los créditos nacidos durante la quiebra dejada sin efecto, que
ante ella eran prededucibles (v.gr., honorarios del síndico o del letrado del peticionante
de la quiebra) y abierto el concurso preventivo, pasan a ser comunes de causa o título
anterior a su presentación —rectius: conversión—.
BIBLIOGRAFÍA
CONIL PAZ, Alberto A., "Cesura concursal (sobre la conclusión y conversión de la quiebra)",
LL 1995-E-1237. ESCUTI, Ignacio A. - JUNYENT BAS, Francisco, Concursos y quiebras. Reforma
del régimen concursal, Advocatus, Córdoba, 1995. GALLI, Claudio A., "Imposibilidad del fallido
que pidió su propia quiebra para solicitar la conversión de concurso preventivo", ED 176-
521. GARAGUSO, Horacio P. - MORIONDO, Alberto, El proceso concursal. El concurso como
proceso, t. I, Ad-Hoc, Buenos Aires, 1999. GRAZIABILE, Darío J., Declaración de quiebra,
AbeledoPerrot, Buenos Aires, 2008. MAFFÍA, Osvaldo J., "Concurso preventivo del quebrado,
desistimiento y el problema lógico de la doble negación", ED 180-1232. MOSSO, Guillermo G.,
"La conversión de la quiebra operando en la práctica", LL 1996-D-1251. PORCELLI, Luis, "Nuevo
régimen concursal. Conversión de quiebra en concurso preventivo", LL 1996-A-
1274. RUBÍN, Miguel E., "La conversión de la quiebra en concurso preventivo", ED 166-
849. TRUFFAT, E. Daniel, "El peticionante de propia quiebra puede pedir la 'conversión' de ésta
en concurso preventivo", ED 170-122. TRUFFAT, E. Daniel, La conversión de la quiebra en
concurso preventivo, 2a ed., Ad-Hoc, Buenos Aires, 2000. TRUFFAT, E. Daniel, "La sentencia de
quiebra dejada sin efecto por 'conversión': ¿puede recobrar su vigencia?", ED 172-269.
JURISPRUDENCIA
I. Introducción
CAPÍTULO IV - EFECTOS PERSONALES
I. Introducción
Cabe aclarar aquí, previo a analizar concretamente los efectos, que la muerte,
la incapacidad ni la inhabilitación del fallido afectan el trámite de la quiebra, que es
sustituido por los herederos, el representante necesario o curador, según el caso (art.
105, párrs. 1º y 3º, LCQ).
En el caso del curador, como bien afirma RIVERA, no hay sustitución del fallido sino
que integra la declaración de voluntad del inhabilitado, por lo que existirá una
participación conjunta. Tampoco la quiebra produce ningún efecto sobre la sucesión, no
hay efectos patrimoniales ni personales sobre los herederos cuando se acepte la
herencia con beneficio de inventario para que no se confundan los patrimonios del
causante fallido con el de sus herederos. Soluciones concordantes con el carácter
patrimonial del instituto y del proceso falencial. Lo mismo ocurre en el caso de la
quiebra decretada directamente sobre el patrimonio del fallecido, pues no deriva de la
falencia, efecto personal alguno al respecto, ni afecta a la sucesión.
Respecto de las personas jurídicas, especialmente para el caso de las sociedades
(art. 94, inc. 6º, LGS) y para las cooperativas (art. 86, inc. 3º, ley 20.337), se determina
que la quiebra de la sociedad es causa de disolución, ello surge implícitamente,
además, respecto de las asociaciones civiles y fundaciones del art. 163, inc. e),
CCyCN.
Dicha disolución se produce ipso iure sin necesidad de que ello sea
convenido expresamente por los socios, subsistiendo como persona jurídica en
disolución a tales efectos, lo que en realidad implica que continúa la sociedad con el
objeto de ser liquidada, continuando sus órganos. Concretamente para nosotros, la
quiebra produce la disolución social, así lo dispone la ley (interpretación literal),
continuándose el proceso liquidativo falencial a ese fin, con la entidad en liquidación,
sin perjuicio de las posibilidades de reconducción posibilitadas, no por la ley societaria
sino por la ley concursal, a las que hicimos referencia (interpretación sistemática).
Dicha solución no se ve enervada ante la continuación de la actividad de la fallida pues,
desde el punto de vista societario, la liquidación de la sociedad disuelta puede hacerse
con continuidad de la actividad para transferir el fondo empresarial en funcionamiento y
desde la órbita concursal, la continuidad de la actividad de la empresa en quiebra tiene
tal finalidad (TONÓN). En principio, la disolución no se produce cuando la quiebra fue
revocada (arts. 94 y ss., LCQ) o convertida en concurso preventivo (art. 93, LCQ) y en
caso de conclusión de la quiebra por avenimiento (art. 94, inc. 6º, LGS), pero, en
realidad, si dicha falencia culmina por alguna de las formas de conclusión no liquidativa
(falta de acreedores, carta de pago), no quedaría producida tal disolución. En tal
sentido, dicha disolución se produciría en casos de falta de activo, distribución final y
pago total y el iter extintivo culminará con la extinción misma de la persona
de existencia ideal y las cancelaciones regístrales correspondientes. Pero como
bien explica TONÓN, en el caso de conclusión de la quiebra por pago total con saldo
para la sociedad deberá continuarse con dicha liquidación a los fines disolutorios o
podría reconducirse el ente en los términos del art. 95, LGS.
En elart. 102,LCQ, bajo el rótulo "cooperación del fallido", la ley prevé que el deudor
fallido y sus representantes, y los administradores cuando se trate de una persona
jurídica, deben prestar toda colaboración al oficio falencial (juez, síndico) cuando les
sea requerido para determinar la verdadera situación patrimonial del fallido, ya sea en
su faz activa —bienes— o en su faz pasiva —deudas—. Tal dispositivo alcanza a los
herederos en la quiebra del patrimonio del fallecido, pero no en el caso de muerte del
fallido.
La interdicción para salir del país es otro resabio de la antigua quiebra que producía
el arresto del fallido. Es decir que no sólo se privaba al deudor de la libertad
ambulatoria sino de la libertad personal en general Se presumía que el quebrado era un
deudor fraudulento. OBARRIO, desde la doctrina y desde los antiguos Códigos de
Comercio, criticó la prescripción legal afirmando que no existe posibilidad de hacer
presunción alguna que justificase el arresto del fallido. Opinión ésta que no tuvo
acogida sino recién con la reforma de 1995, cien años después.
La previsión se relaciona con el inc. 8º del art. 88, LCQ, que impone realizar las
comunicaciones necesarias para que el fallido no pueda salir sin la debida autorización
judicial mientras dure la interdicción.
Estamos ante una verdadera medida de seguridad de naturaleza cautelar(3),
necesaria para contar con la información patrimonial y el cumplimiento del deber de
colaboración. Para otros se trataría de una medida disciplinaria procesal (RIBICHINI).
Dicha medida no tiene connotaciones penales sino que tiende sólo a fines de
seguridad para el cumplimiento de la colaboración referida. También ello, como
advierte HEREDIA, tiene estrecha relación con el art. 531, inc. 1º, CCiv., que prohíbe
como condición "habitar siempre un lugar determinado, o sujetar la elección de
domicilio a la voluntad de un tercero". La norma contenida en el art. 103, LCQ, debe
ser interpretada con criterio restrictivo para no ver así afectada la garantía
constitucional de la libertad ambulatoria (art. 14, CN, Pacto de San José de Costa Rica
y Declaración Universal de Derechos Humanos, ambos con rango constitucional), lo
que hace primar el otorgamiento de la autorización, la cual no puede verse
condicionada por requisitos ajenos a los expresamente previstos por la
ley. RIVERA hace notar que la norma pesa sobre los fallidos o administradores que se
encuentran en el país; respecto de aquellos domiciliados en el extranjero, el juez debe
adoptar las medidas necesarias para asegurar la colaboración de los mismos
cuando ingresen al país, pero sin poder impedírseles salir nuevamente.
El juez otorgará la autorización siempre que la presencia del sujeto, en los términos
del art. 102, LCQ, no sea requerida o cuando la solicitud se funde en casos de
necesidad y urgencia en realizar el viaje.
Puede darse el caso en que se superponga la necesidad de la colaboración del
fallido con la necesidad y urgencia del viaje, pareciera que debería primar el interés del
concurso por sobre el personal del quebrado (ARGERI); sin embargo, ello no debe ser
tajante y el juez deberá analizar cada caso en particular.
El art. 88, inc. 6º, LCQ, prevé que en la sentencia de quiebra el juez
ordene interceptar la correspondencia dirigida al fallido, prescripción que se
complementa con el art. 114, LCQ, que dispone la forma de hacer operativa aquella
manda.
La norma del art. 114, LCQ, no sólo se refiere a la correspondencia sino también a
comunicaciones, lo que permitiría extender la previsión a otros medios ya sean de
soporte papel o magnético incluyéndose así, en este último caso, los correos
electrónicos, aunque resulta casi imposible su intercepción o desvío.
Tal facultad no empece que los ingresos que obtenga por tales actividades se
encuentren alcanzados por el desapoderamiento en la proporción embargable y,
respecto de aquella que queda exceptuada, el fallido conserva la libre administración y
disposición. El fundamento de la norma radica en el hecho de darle al fallido la
posibilidad, a que hemos hecho referencia, de proveerse su sustento y el de su familia.
El párr. 2º del art. 104, LCQ, prevé la regla a seguir por las deudas contraídas por
el fallido luego de la quiebra y que puedan provenir de las actividades desarrolladas. Si
bien la norma se encuentra inmersa dentro de la sección de los efectos personales es
una verdadera prescripción sobre los alcances del desapoderamiento y
la inhabilitación. Se trata de lo que se conoce como segunda quiebra.
Se instaura así el sistema de quiebras sucesivas (para los franceses faillite sur
faillite) y previéndose concretamente que aquellas deudas que contrajese el fallido,
luego de la quiebra y antes de la rehabilitación, darán lugar a un nuevo concurso que
afectará el remanente —rectius: saldo— de la presente quiebra liquidada y los bienes
adquiridos con posterioridad al cese de la habilitación. Esta es una clara consecuencia
de la quiebra, pues ella sólo tiene injerencia sobre las deudas anteriores, es decir, de
causa o título anterior a la sentencia de quiebra y respecto de las posteriores que
puedan ser consideradas prededucibles (arts. 240y 244, LCQ), pero aquellas
posteriores no encuadradas en aquel concepto son ajenas a la quiebra. El titular de
dichos créditos no solamente puede promover la iniciación de una nueva o segunda
quiebra sino que también tiene la acción individual correspondiente, siempre afectando
el saldo de la primera quiebra o los bienes posteriores a la rehabilitación.
Si bien la medida legal pareciera ser injusta con los acreedores posteriores, la
verdad es que éstos, a quienes se les opone la primera quiebra, conocida erga
omnes a través de la publicación de edictos, asumen las consecuencias de la
ignorancia de haber contratado con el fallido.
Como ya hemos afirmado, el fallido no es un muerto civil, por lo que no puede ser
considerado un incapaz. No existe capitis deminutio por causa de quiebra. El fallido no
queda afectado por incapacidades de hecho porque no existe prescripción legal para
ello; el art. 24, CCyCN, no lo incluye, las restricciones de la quiebra son en beneficio de
los acreedores y no tienden a la protección del fallido como sí lo hace el régimen
de incapacidad; el síndico no es representante legal del deudor fallido y éste no
puede invocar las nulidades propias que protegen al incapaz de hecho. Tampoco el
fallido es un incapaz de derecho pues es plenamente capaz con las limitaciones
patrimoniales del desapoderamiento. Lo normado por el art. 1001, CCyCN, que implica
que los fallidos no pueden contratar en relación a los bienes afectados al
desapoderamiento, no importa una incapacidad, pues el contrato será válido aunque
afectado al sistema de inoponibilidad concursal. Los arts. 24, inc. 2º, y 22, CCom., se
referían a la imposibilidad de ejercer el comercio por parte del fallido, que implicaba
una inhabilidad en concordancia con la prescripta por la ley concursal. Igualmente,
tampoco importa una incapacidad el caso del art. 694, CCyCN, referido a la pérdida de
la administración de los bienes de hijos menores, norma implícitamente derogada por el
108, inc. 3º, LCQ (HEREDIA). Igualmente "nadie se salva de alguna incapacidad de
derecho" (MAFFÍA).
El fundamento de las inhabilitaciones del fallido gira en torno a la pérdida del
crédito y a las nociones morales de indignidad que produce la quiebra, sumado a ello,
la concepción infamante y deshonrosa que aun en la actualidad subyace
ideológicamente en la normativa vigente (GARCÍA S.).
La ley crea una presunción iure et de ture de que se ha realizado un acto ilícito que
merece la inhabilitación. Se ha discutido sobre el inicio de dicho efecto, es decir, si es
necesario que la sentencia de quiebra se encuentre firme. Por nuestra parte creemos
que de la misma literalidad de la ley es innecesario que la sentencia haya adquirido
firmeza, lo que se condice con la generalidad de los efectos que ella produce desde su
dictado y el hecho de que pueda ser dejada sin efecto importa un caso de conclusión
de la quiebra que rehabilita al fallido; además, si el término de la inhabilitación se
cuenta desde la sentencia de quiebra, podría cesar antes de que ella quedase firme.
Como adelantamos, dicha reducción o cese debe ser solicitada al juez por
el interesado y resolverse previa vista a la sindicatura, la cual deberá opinar
fundadamente sobre el petitum.
Por nuestra parte entendemos que debe hacerse aquí una importante aclaración, y
es sobre la consideración de que la rehabilitación opere en forma automática (importa
que con el solo transcurso del tiempo el juez deba declararla sin consideración alguna)
(8)
o de pleno derecho (requiere que exista una declaración judicial que haga retrotraer
sus efectos al momento en que se ha cumplido dicho plazo) (RIVERA - ROITMAN -
VÍTOLO) y su injerencia sobre la prórroga de la inhabilitación. La rehabilitación no
es automática sino ipso iure. En tal sentido, se ha afirmado que es necesario un auto
judicial que establezca la rehabilitación del fallido, por razones de seguridad, certeza y
publicidad, quedando perfeccionado el efecto del cese de la inhabilitación,
certificándose judicialmente el cumplimiento del plazo (CONIL PAZ). Pero, en este
último caso, el juez no sólo debe ponderar el efectivo transcurso del tiempo sino
la inexistencia de causales de prórroga, y esto es estar sometido el fallido a proceso
penal.
Está a cargo del juez concursal y únicamente bajo su responsabilidad decidir sobre
el reestablecimiento o prórroga de la inhabilitación, y la única forma de poder hacerlo es
conocer a través de un certificado de antecedentes penales (Registro Nacional de
Reincidencia) si el fallido se encuentra procesado penalmente, el que deberá ser
acompañado por el fallido interesado en su rehabilitación.
Atento las restricciones que importa la inhabilitación, la misma debe ser interpretada
en forma estricta y no podrá ser extendida a otros órganos sociales, como los de
gobierno o control. Sin perjuicio de las responsabilidades que les quepa por su actuar,
tampoco alcanza a los administradores de hecho, quienes no han tenido un
nombramiento formal como órgano social. Tampoco la inhabilitación afecta a los
administradores suplentes que no hayan ejercido efectivamente el cargo, pues nunca
lograron integrar el órgano administrativo, así como tampoco a los interventores,
quienes, como funcionarios judiciales auxiliares, únicamente ejercen una especie de
control sobre el órgano administrativo, conforme a las atribuciones conferidas
judicialmente. En cambio, sí deben ser inhabilitados los liquidadores societarios,
quienes son los administradores del ente en liquidación (arts. 105 y 108, LGS) y, de
hecho, como ya expusimos dicha transmutación de los órganos sociales —
administrativo a liquidativo— se produce, en algunos casos, por la misma sentencia de
quiebra. Conforme lo expuesto, quedarán inhabilitados los directores de la sociedad
anónima, los socios gerentes de la sociedad de responsabilidad limitada,
los integrantes del consejo de administración de las cooperativas, el socio comanditado
o el administrador en la sociedad en comandita simple o por acciones y todos los socios
en la sociedad colectiva.
Debe tenerse en cuenta que la resolución que fija la fecha de inicio del estado de
cesación de pagos, al adquirir firmeza, hace cosa juzgada respecto del fallido, los
acreedores y los terceros que participaron del trámite, y es presunción iuris
tantum respecto de los no partícipes, por lo que si el ex administrador no intervino,
podrá oponerse a dicha resolución, probando que el inicio de la insolvencia fue
posterior a su desvinculación del ente.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
C. Nac. Com., sala A, LL 1978-A-337; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala 1a, LL 1987-D-44;
C. Nac. Com., sala A, LL 1996-A-365; C. Nac. Com., sala A, LL 1997-C-984; Trib. Sup. Just
Córdoba, en pleno, LL, Supl CyQ, 8-2010; C. Nac. Com., en pleno, ED 128-306, C. Civ. y Com.
Bahía Blanca, sala II, DSC 227-1174; CSJN, 2/2/2010, "Barreiro", LL, 6/9/2010, C. Civ. y Com.
Córdoba ED, 25/8/2009.
I. Introducción
II. Desapoderamiento
Como recaudo necesario del concurso liquidativo, la ley prevé una especie de
patrimonio separado que queda afectado desde la sentencia de quiebra, al régimen
concursal, hasta su enajenación. Podríamos decir que el desapoderamiento es el efecto
sustancial de la quiebra y, la incautación, el formal que lo hace operativo. El
desapoderamiento no es más que el spossessamento del derecho italiano y
el dessaisissement francés. Su antecedente remoto lo encontramos en
la missio inpossesionem del derecho romano y el contrapunto histórico lo representa
el arrestprocess o secuestro real del derecho germánico.
Como caracteres del desapoderamiento podemos decir que es legal y opera ipso
iure desde la sentencia de quiebra, en tal sentido es forzoso y no puede ser limitado ni
sustituido judicialmente, y es general pues en principio abarca todo el patrimonio
(OBARRIO). Es una situación de derecho que de facto se concreta a través de
la incautación.
1. Efectos y extensión
Se reduce el ius abutendi del fallido, limitándose la legitimación para actuar sobre
su patrimonio, tanto para disponer como para administrarlo, continuando en la
titularidad del dominio de los bienes que componen la universalidad patrimonial.
El fallido no sólo pierde el ius utendi sino que también el ius fruendi, pero no se ve
privado de la posesión de sus bienes sino solamente del corpus, pues el animus
domini continúa en el quebrado. El corpus posesorio lo detenta el síndico con la única
finalidad de administrarlo y participar de la ejecución forzada judicial que se haga,
pues nunca posee nomine proprio, es un simple tenedor de los bienes (art. 1910,
CCyCN).
La administración del patrimonio del fallido pasará a manos del síndico del
concurso y la disposición de los bienes que lo componen, de titularidad del quebrado,
estará a cargo del juez concursal con participación de la sindicatura (art. 109, párr.
1º, LCQ).
Sin embargo, ello no es tan exacto, como nos advierte TONÓN, pues no existe
verdadero desapoderamiento ante la recomposición patrimonial lograda a través de
la inoponibilidad concursal, pues dichos bienes nunca reingresan al patrimonio del
fallido sino que continúan siendo propiedad de terceros, aunque sí quedarán sujetos a
la ejecución colectiva como integrantes de la masa activa liquidable. En realidad, los
desapoderados de dichos bienes son los terceros y no como consecuencia de la
sentencia de quiebra sino por la sentencia de inoponibilidad.
2. Bienes excluidos
El deudor, en principio, responde por sus deudas, con todos sus bienes, con
la excepción de aquellos excluidos por razones humanitarias. Las exclusiones se
fundan en el respecto de la persona humana, y la relación de los bienes en la esfera
moral de la persona o su injerencia en sus exigencias vitales (PAJARDI).
Entre los excluidos encontramos los derechos no patrimoniales (inc. 1º, art.
108, LCQ). Los derechos que carecen de contenido patrimonial son los que se fundan
en relaciones de familia strictu sensu, y los derechos personalísimos como la dignidad
de la persona, la intimidad, el honor y la integridad física, entre otros (art. 51 y ss.,
CCyCN). También son extrapatrimoniales los derechos políticos. Estamos ante
aquellos derechos inseparables de la persona y que no pueden ser ejercidos por otros
(art. 1617, CCyCN).
Son créditos de similar naturaleza y por ello también son excluidos del
desapoderamiento las indemnizaciones por daños a la persona, ya sean materiales o
morales (art. 108, inc. 6º, LCQ). En realidad no se trata de bienes no patrimoniales
sino que aquí sí estamos ante bienes con valor pecuniario, pero que no pueden ser
separados de la persona.
Como bien explica HEREDIA, si bien estas acciones son transmisibles, igualmente
son inherentes a la persona por su naturaleza y finalidad, ya que tienden a un
resarcimiento personal. Nunca la indemnización fue tenida en cuenta por los
acreedores como garantía patrimonial de su crédito porque ella importa sólo una
satisfacción o un bienestar para el lesionado. En dicho orden, el fallido no pierde la
legitimación procesal para reclamar la indemnización, siendo indiferente que el acto
dañoso sea anterior o posterior a la quiebra, pues no queda afectado por ella, y los
acreedores no pueden considerar la indemnización como integrante del patrimonio
liquidable. Tampoco se produce el desapoderamiento cuando por muerte del fallido
dichas indemnizaciones pasan a sus herederos.
También, se excluye en el art. 108, inc. 3º, LCQ, al "usufructo de los bienes de los
hijos menores del fallido". Ello tenía origen en el ejercicio de la patria potestad, lo que
ha quedado derogado con el nuevo régimen de responsabilidad parental (arts. 677 y
ss., CCyCN).
Los bienes de los hijos no se encuentran afectados por la quiebra de los padres.
Tampoco los frutos de dichos bienes, porque los padres, en la actualidad, carece de
derecho a renta sobre ellos (arts. 697 y ss., CCyCN).
Tanto las leyes de fondo como los códigos de forma disponen de una fórmula
generalizada como principio general o directamente determinan bienes específicos
como inembargables. El art. 744, CCyCN, dispone la inembargabilidad por no ser
parte de la garantía común de los acreedores, las ropas y muebles indispensables del
deudor y su familia, los instrumentos indispensables para su profesión, arte u oficio,
los sepulcros salvo por deudas por su compra, construcción o reparación, los bienes
afectados a religión reconocida, los derechos de uso y habitación, las servidumbres
prediales, las indemnizaciones por daños moral y por daño material por daños
psicofísicos y las indemnizaciones por alimentos en caso de homicidio. En
concordancia el art. 219, inc. 1º, CPCC, prevé que en general no podrá trabarse nunca
embargo sobre bienes de indispensable uso para el deudor y su familia.
La doctrina, desarrollada en tiempos del antiguo Código Civil, era casi unánime
sobre el tema, al entender que la solución es consecuencia del régimen separado de
gestión de bienes que existe entre los cónyuges, ya sean bienes propios o gananciales,
quien responde por las deudas es el cónyuge que las ha contraído, pues el acreedor
contrató con una persona y no con la sociedad conyugal, y así queda afectado a la
prenda común de sus acreedores, los bienes propios y los gananciales que administre
el fallido. Por el contrario y como única excepción se entendió que la quiebra produce la
disolución del régimen patrimonial del patrimonio fundándose en art. 1294, CCiv.—
similar al art. 477, CCyCN— y el cónyuge in bonis tiene derecho a los bienes
gananciales netos, sin esperar el remanente que resta una vez desinteresados los
acreedores del otro cónyuge (ESPARZA). Prevalece la primera de las
posiciones expuestas atento que el concurso sólo habilita a pedir la disolución de la
sociedad conyugal, pero no la produce ipso iure. Y en caso de que sea solicitada dicha
disolución, en la liquidación de la sociedad conyugal, el cónyuge in bonis sólo tendrá
derecho a la mitad indivisa de los bienes gananciales administrados por el cónyuge
fallido, luego de atendidos los acreedores de la quiebra (1). Es decir que el crédito del
cónyuge no fallido, atento que la disolución por causa del concurso, es solicitada y se
produce luego de la declaración de quiebra, es de naturaleza posconcursal. Ello,
porque con la disolución del matrimonio y la consiguiente disolución de la sociedad
conyugal, nace claramente para el cónyuge no titular el derecho a participar en la mitad
de los gananciales administrados por el otro, en la medida de que esos bienes no
hayan quedado previamente sujetos a la acción de los acreedores por deudas
anteriores a la cesación de la comunidad.
Los bienes que no quedan afectados por el desapoderamiento son aquellos propios
y gananciales de titularidad del cónyuge no fallido, cuya administración y disposición le
corresponden y también aquellos propios del cónyuge in bonis, cuya administración
corresponda al cónyuge fallido.
Una, excluía al bien de familia de la quiebra (FLORIT - ROSSI), la cual contaba con
escasos adeptos debido a que afectaba a los acreedores a los cuales el bien de familia
les era inoponible; una segunda que excluye también el bien de familia de la quiebra si
se constituyó antes del inicio de la fecha de inicio del estado de cesación de pagos, en
caso contrario el bien queda desapoderado (SAJÓN),otra que propiciaba que en el caso
de desafectación del inmueble constituido como bien de familia en la quiebra, por
la existencia de acreedores anteriores a su inscripción o beneficiarios de
las excepciones del art. 38, ley 14.394, el saldo remanente debía ser restituido al
fallido, continuando la tutela de la ley, a través de la subrogación real sobre el monto
residual de la realización del bien, excluyéndose beneficio alguno de los acreedores
posteriores a la constitución (KEMELMAJER DE CARLUCCI); otra que ante dicha
circunstancia, la desafectación aprovechaba a todo el concurso y propiciaba la
aplicación extrema de la par condicio creditorum, es decir que beneficia a todos los
acreedores concursales (BOUZAT)(4), haciendo primar la ley concursal por sobre la del
bien de familia; y la última, según la cual, primero cobran los acreedores anteriores
o excepcionados por el art. 38 de la ley y el remanente pasa a la masa y se distribuye
conforme las reglas del concurso (TRUFFAT)(5).
Por nuestra parte preferíamos otra solución: que primero cobraran los acreedores
que provocaron la desafectación del bien, pero sin corresponder restituir el remanente
al fallido, porque al cesar la inoponibilidad, desaparecido el asiento de la tutela de la
vivienda, los acreedores posteriores pueden servirse del saldo. Entonces, ante la
desafectación forzosa del bien en la quiebra, desinteresados los acreedores a los
cuales originariamente no les era inoponible la protección de la vivienda,
debiera ingresar al activo concursal el remanente; quedándole la posibilidad al deudor
fallido de requerir voluntariamente la desafectación del inmueble para hacer frente a las
deudas anteriores y sustituirlo por otro para ser constituido en el mismo régimen con
efecto retroactivo a la inscripción primitiva. Reconocimos, con el régimen anterior, la
posibilidad de sustitución del inmueble afectado como bien de familia, por otro bien de
similares características, siendo éste el único supuesto de subrogación real, en sentido
amplio, admisible, pues es el único que continúa con la tutela de la vivienda, pues en
los otros casos de subrogación real (dinero), no existe conexión directa entre el bien
desaparecido, su reemplazante y la tutela referida(6). En tal sentido entendíamos que le
asistía al deudor la posibilidad de que ante la eminente desafectación de un inmueble
afectado al régimen de protección de la vivienda, constituyera uno nuevo como bien de
familia con efecto retroactivo a la primera inscripción y así lograr la protección de la
vivienda familiar (art. 14 bis, CN). El razonamiento contrario importaría para el deudor la
obligación de no poder mudar su morada, sino sacrificando la tutela impuesta. Todo ello
en pro de la protección de la vivienda familiar y siempre evitando el fraude a los
acreedores. Tampoco negábamos el carácter constitutivo de la inscripción registral. La
única forma en que puede producirse esta sustitución es a través de la venia judicial.
Así a través de una sentencia declarativa que instituye en el nuevo bien, los efectos
reconocidos y constituidos en el otro a partir de la toma de razón en el registro de su
afectación como bien de familia. No es una subrogación real, strictu sensu, porque
dicha institución, debe ser evaluada en el caso concreto y a fin de continuar aplicando
el amparo del bien de familia y no en otros casos, en que si bien se podría producir tal
subrogación, no se cumple con la protección pretendida. Además, lo cierto es que la ley
busca la protección de la vivienda y es indispensable para ello, la existencia de
un inmueble con las condiciones descriptas en la ley, por ello, la protección dispuesta
sólo puede ser concebida respecto a un inmueble y no sobre dinero que los sustituya;
porque lo expuesto extra commercium, con la afectación del bien de familia, es
el inmueble como asiento humano y no su valor pecuniario. Sin embargo, en caso de
quiebra existe la posibilidad de que el fallido solicite la sustitución del inmueble
protegido para pagar los créditos anteriores, por otro que cumpla las características
legales, siendo su constitución retroactiva a la primera inscripción.
3. Inoponibilidad
Tales efectos los prevé el art. 109, párr. 2º, LCQ, el cual remite al art. 119,
penúltimo párrafo, LCQ, aunque debe entenderse que el envío se produce al art.
118, LCQ, por tratarse de un evidente error legislativo.
Si la remisión legal es considerada correcta, la inoponibilidad será declarada a
través de un juicio ordinario o incidente si hay acuerdo; en caso contrario, si se entiende
que debió remitirse al art. 118, LCQ, la inoponibilidad se producirá ipso iure. Pareciera,
para nosotros, que la inoponibilidad debió estipularse de pleno derecho, de la misma
manera que para ciertos casos de actos celebrados antes de la quiebra (art. 118, LCQ),
por lo que la ley impone un procedimiento más complejo para declarar la inoponibilidad
estando vigente el desapoderamiento que para hacerlo respecto de un acto celebrado
en el período de sospecha antes de la declaración de quiebra. Así lo advirtió
rápidamente la mayoría de la doctrina (IGLESIAS - LORENTE).
No resulta tan fácil explicar cómo puede dejarse de lado el dispositivo legal, el cual
hace una remisión expresa a un párrafo concreto de un artículo, la interpretación literal
no permite otra conclusión que la aplicación del art. 119, LCQ, y ello importaría una
modificación del régimen de la ley 19.551 que imponía la inoponibilidad de pleno
derecho.
Respecto de los pagos hechos al fallido, la norma del inc. 5º del art. 88, LCQ, que
dispone que los mismos serán "ineficaces", habilitaría definir que la inoponibilidad se
producirá de pleno derecho; tal dispositivo implicaría una contradicción con el art.
109, párr. 2º, que remite al art. 119, LCQ, por lo que una interpretación integradora del
sistema de inoponibilidad concursal haría primar la declaración ipso iure para este
caso y para los otros actos que afecten el desapoderamiento, pues ello es
consecuencia de la sentencia de quiebra, siendo aplicable el art. 118, LCQ. Sin
perjuicio de que se imponga la inoponibilidad ipso iure, para que opere la misma se
requiere indefectiblemente una resolución judicial que la declare.
Concretamente en el supuesto del art. 110, primera parte LCQ, el síndico asume la
legitimación en la causa perdida por el fallido, respecto de los juicios referidos a bienes
desapoderados. Esa legitimatio ad causam es asumida por el síndico, quien no lo hace
en nombre propio, sino que lo hace en ejercicio de sus funciones concursales
sustituyendo al fallido. Es común decir que la legitimación del síndico respecto de los
bienes sometidos al desapoderamiento se hace en representación del deudor, de los
acreedores o de la quiebra, pero en realidad el síndico se erige en parte sustancial por
mandato legal. El síndico no sólo actuará como actor ejerciendo pretensiones a los
fines de incorporar bienes al activo falencial, como por ejemplo las acciones de cobro
de créditos, sino que también será parte para procurar qué bienes no sean detraídos
del activo desapoderado, como por ejemplo en una acción por exclusión de bienes por
entenderse que los mismos quedan exceptuados del desapoderamiento. De la misma
manera la legitimación para las acciones de recomposición patrimonial y de extensión
de quiebra.
Como dicha sustitución se produce desde el mismo momento de la quiebra, se
revocan todos los mandatos procesales otorgados por el ahora fallido y la actuación
del síndico se produce sin solución de continuidad.
La segunda parte del párr. 1º del art. 110, LCQ permite, sin embargo, que el
fallido inste y solicite las medidas cautelares necesarias, en resguardo de los bienes
desapoderados, hasta que el síndico tome intervención en el proceso judicial o
cuando existiese omisión del funcionario público en el ámbito extrajudicial.
Ello se debe a que el fallido no pierde legitimación para impedir que bienes
desapoderados salgan de su patrimonio o, mejor dicho, del concurso, no se trata de
una intervención adhesiva a la del síndico, como se expuso (ARGERI), sino de iure
proprio en virtud del derecho al remanente —rectius: saldo— que le corresponde al
quebrado. En todo caso, dicha intervención podrá ser concurrente con la del síndico
(PAJARDI) o residual ante la inactividad de aquél(9). Tampoco se ve afectada la
legitimidad procesal del fallido para excluir bienes del desapoderamiento, cuando así
sea previsto legalmente conforme a las excepciones del art. 108, LCQ. Nunca puede
permitirse la legitimación del fallido que perjudique la composición de la masa activa del
concurso.
En forma pormenorizada la ley estipula los efectos del desapoderamiento sobre las
herencias, legados y donaciones que reciba el fallido antes del cese de
la inhabilitación. En principio, las herencias, legados y donaciones recibidas por el
fallido quedan afectadas al desapoderamiento concursal. Se busca una
perfecta interrelación entre el concurso y la sucesión.
En todos los trámites del juicio sucesorio tiene intervención el síndico concursal, con
los límites de los intereses de los acreedores, es decir, con la intención de
hacer ingresar bienes a la quiebra. Asimismo, tiene facultad de exigir que la partición se
haga judicialmente (art. 2371, CCyCN). También puede ejercer las acciones de nulidad
del testamento, que disminuyan la herencia del fallido, la acción de desheredación
contra un coheredero del fallido.
Ante el repudio de la herencia por parte del fallido, atento tratarse de un acto a
título gratuito corresponde la declaración de inoponibilidad de pleno derecho (arts.
111, in fine y 118, inc. 1º, LCQ), provocando ello que los bienes del acervo hereditario
conformen parte de la masa activa falencial hasta cubrir los créditos y los gastos del
concurso. En tal sentido, como el repudio de la herencia no puede perjudicar a los
acreedores del heredero fallido, los bienes de la sucesión entrarán a la quiebra hasta
el interés de los acreedores y los créditos prededucibles y el remanente será restituido
a la sucesión.
La ley concursal en sus arts. 112 y 113 prevén los efectos de la quiebra sobre
bienes legados o donados al fallido.
Se impone como solución legal que los bienes legados y donados quedan
desapoderados e inoponible a los acreedores la condición que impone que los bienes
no queden afectados a la quiebra. Dicha inoponibilidad opera ipso iure (art. 118, LCQ).
La solución concuerda con el art. 2468, CCyCN.
En caso de que la donación sea con cargo, la misma puede ser aceptada por el
síndico quedando obligado el concurso por el cargo y, si resulta rechazada por el
síndico y aceptada por el fallido, el donante no tiene derecho contra el concurso por el
cargo impuesto.
Para tener por aceptada la donación con cargo o rechazar la aceptada por el fallido,
el síndico debe hacerlo con previa autorización judicial (ROUILLON - HEREDIA).
El incumplimiento del cargo permite al donante o a los beneficiarios del cargo reclamar
el cumplimiento del mismo, cuyo crédito será considerado prededucible (art.
240, LCQ).
III. Incautación
GARAGUSO detalla que tal incautación debe comprender todos los papeles del fallido
y no sólo los libros contables sino todos los libros de comercio, la documentación
respaldatoria de los registros, los libros y registros societarios, los laborales, los libros,
registros y documentación impositiva, los documentos vinculados con la titularidad y el
dominio de los bienes, la documentación donde consten contratos celebrados por el
fallido y las autorizaciones y habilitaciones para funcionar o que importen algún permiso
o concesión. En realidad, la incautación importa la de todos los "papeles" referidos a la
actividad patrimonial del fallido. No corresponde que dicha documentación sea
entregada al juzgado interviniente, pues la incautación y, por ende, conservación de los
mismos es responsabilidad del síndico. Es obligación del síndico la conservación de los
papeles comerciales del fallido, lo que debe extenderse temporalmente al término de
diez años (art. 328, CCyCN), pudiendo afectar, con autorización judicial, fondos para
proveerse de un lugar físico suficiente para ello. Transcurrido los diez años, los libros y
documentación podrán ser destruidos, sin embargo debe hacerse la salvedad de
aquella documentación necesaria en los casos en que la sindicatura haya promovido
acciones de responsabilidad concursal o societaria o cualquier otra en la cual
sea indispensable, como medio de prueba, la referida instrumental (MARTORELL).
Claramente el art. 177, párr. 2º, LCQ, determina que la incautación debe ser hecha
en la forma más conveniente teniendo en cuenta la naturaleza de los bienes. En las
diligencias que se practiquen podrá intervenir el fallido. En forma ejemplificativa, la ley
determina la manera en que se desarrollará la incautación de los bienes inmuebles,
bienes muebles y bienes en poder de terceros. Respecto de los bienes inmuebles, se
procederá a la clausura del establecimiento del deudor, de sus oficinas y demás
lugares donde se encuentren sus bienes y documentos. En caso de tratarse de la
vivienda familiar, si aquélla queda afectada al desapoderamiento, podrá dejársele la
ocupación de la misma al fallido y su familia hasta el momento de la liquidación de
dicho bien. Para el caso de los bienes muebles deberá levantarse inventario, en el que
constará la descripción de aquéllos y serán entregados directamente al síndico o al
oficial que realice la diligencia. Igualmente el art. 179, párr. 2º, LCQ, permite que la
ocupación de los bienes pueda ser hecha por un tercero mandatario del síndico.
En caso de que existan bienes de propiedad del fallido que estuviesen en poder de
terceros y ellos estuviesen afectados al desapoderamiento, el oficio falencial
procederá a su incautación.
Asimismo, el art. 185, LCQ, permite al síndico, previa autorización del juez
concursal, realizar las contrataciones necesarias para la conservación y administración
de los bienes incautados (v.gr., seguro). Asimismo, queda habilitado el funcionario, en
caso de urgencia, a contratar aun sin venia judicial, bajo el deber de poner el
hecho inmediatamente en conocimiento del juez. Tanto para otorgar la autorización
previa como para aprobar la contratación urgente, el magistrado deberá tener en
cuenta la economía de los gastos y el valor corriente de los servicios referidos según
la plaza donde sean contratados. Conforme al art. 181, LCQ cuando exista riesgo en la
conservación de los bienes, el síndico puede tomar las medidas convenientes a fin de
evitar aquella inseguridad, ya sea solicitándolas previamente al juez o practicándolas
directamente con posterior comunicación al juez concursal.
La principal actividad extrajudicial en procura del cobro de los créditos del fallido es
la interpelación al deudor para el pago y, si el mismo no se realiza voluntariamente,
producir la constitución en mora, en los casos en que ello sea necesario, como recaudo
previo a la iniciación de la acción judicial y promover el cobro coactivo del crédito.
Igualmente, y como actividad extrajudicial, el síndico deberá procurar evitar la
caducidad de las inscripciones de los derechos reales de garantía, interrumpir la
prescripción de las acciones o realizar el protesto de documentos.
Demás está que la ley expresamente prevea que debe requerir las medidas
conservatorias judiciales, o practicar las extrajudiciales, pues ello es una consecuencia
propia de la legitimación otorgada para el cobro de los créditos y la conservación de
los bienes, porque no queda limitado a la simple iniciación del juicio. La actividad
judicial sindical no queda limitada al inicio de las acciones tendientes al cobro de los
créditos del fallido sino que de otras disposiciones legales surge que debe ejercer toda
otra acción que sirva para conservar o incrementar el patrimonio del fallido o impida su
disminución.
Si bien en alguna oportunidad se sostuvo que el síndico debía solicitar autorización
judicial para deducir acciones tendientes al cobro de los créditos del fallido, a fin de
prevenir aventuras judiciales y gastos inútiles (CARRANZA), es claro que en la
actualidad, conforme al texto legal y para no dificultar la labor del síndico provocando
trabas y constantes pérdidas de tiempo, ello es innecesario. En forma acertada,
se exige que aquella autorización especial sea solicitada para disponer del proceso y,
por ende, del crédito en cuestión, no sólo a través de transacciones que otorguen
quitas, esperas al deudor o produzcan la novación de la obligación, sino también
cuando se haga a través del desistimiento y también para someter la cuestión ajuicio
arbitral. Esto último debe ser extendido a la mediación, porque en ella de alguna u otra
manera se produce la disposición del derecho material.
Luego, el art. 183, párr. 1º, LCQ, impone al síndico que las sumas percibidas deben
ser depositadas en la cuenta judicial del concurso en el término de tres días.
El incumplimiento del depósito de los fondos del concurso hará incurrir al síndico en
grave negligencia que podrá ocasionarle sanciones, inclusive la remoción de su cargo,
y la mora en el depósito determinará el accesorio de pagar los intereses devengados
hasta el cumplimiento de la obligación.
Sin embargo, con autorización del juez podrán conservar se los fondos necesarios
para realizar gastos ordinarios o aquellos extraordinarios que haya autorizado (art.
183, párr. 3º, LCQ). En su caso, y cuando se crea conveniente, el juez puede disponer
el depósito de las sumas en cuentas que devenguen intereses, incluso también
puede autorizar el depósito de documentos al cobro. Prevé la ley que siempre debe
tratarse de bancos de primera línea sin importar que sean públicos o privados (art.
183, último párrafo, LCQ). En realidad, la norma habilita al juez a autorizar todo tipo
de inversión abriendo el abanico de posibilidades del ejercicio del ius fruendi de los
fondos concursales. Es dable aquí hacer mención al quid de los documentos al cobro
que tenga el síndico como producto de la incautación, es decir, aquellos que se
encontraban en poder del fallido aún no vencidos. En tal caso, el síndico puede
ser autorizado judicialmente para depositar tales valores en bancos oficiales o
privados a través del contrato de descuento de documentos, para percibir los fondos
correspondientes (art. 185, LCQ).
Para facilitar su propia gestión, el síndico debe ser lo más claro posible ante el juez
concursal y describir detalladamente las condiciones de la contratación, las garantías y
la forma en que se dará por culminado el convenio, al solicitar la autorización judicial,
fundándose en el beneficio para el concurso.
Sin embargo, la verdadera garantía estará dada por el eventual dividendo concursal
que perciban en la quiebra, y no por el valor nominal de los créditos, caso contrario
sería ilusoria la garantía correspondiente a la diferencia entre el dividendo concursal y
el valor nominal, aparentando la cooperativa una solvencia para responder ante los
eventuales daños que ocasione, que en la práctica no es tal.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
I. Introducción
De una simple interpretación literal del art. 116, LCQ, surgen diferencias, pues el
mismo, al referirse al período de sospecha, prevé que es el que transcurre entre la
fecha que se determine como de inicio del estado de cesación de pagos y la sentencia
(párr. 2º) y al prescribir los efectos de la retroacción indica que la fecha de inicio del
estado de cesación de pagos no puede ir más allá de los dos años anteriores a la
quiebra o a la presentación en concurso preventivo (párr. 1º).
Ante tal distinción cabe aclarar que la retroacción y la consumación de los efectos
retroactivos de la quiebra, con el límite legal, tienen primordial importancia para las
acciones de inoponibilidad concursal; en cambio el período de sospecha, de fijación
judicial sin límite temporal, adquiere relevancia también para la aplicación de otros
efectos retroactivos a través de la acción revocatoria o pauliana, para los efectos del
derecho de receso de los socios (art. 149, LCQ), para la extensión refleja de la quiebra
(art. 160, LCQ), para las acciones de responsabilidad (art. 174, LCQ) y para
la inhabilitación de los administradores (art. 235, LCQ), pues en todos esos casos se
"sospecha" la realización de actos clandestinos por parte del deudor para tratar de
superar la crisis patrimonial que lo acecha, produciendo perjuicio a los acreedores. En
sus orígenes estatutarios el período de sospecha nació solamente para las acciones
de inoponibilidad, pero en la actualidad abarca el tiempo en que se ha desarrollado la
quiebra virtual que desencadenó en la quiebra de derecho, cuyos efectos se
buscan extender hasta el inicio del estado de cesación de pagos, quedando la
retroacción para limitar temporalmente la inoponibilidad concursal, Consecuencias
estas que resultan únicas a los sistemas mixtos de determinación del período de
sospecha.
Tanto la sentencia de quiebra como la que fija la fecha inicial del estado de
cesación de pagos tienen como sustrato fáctico idéntico el estado de cesación de
pagos, que les sirve como presupuesto, pero la primera establece el estado falencial
para todas sus consecuencia pre y posfalenciales y la segunda sólo produce efectos
respecto de los actos realizados antes del decreto de quiebra (CUZZERI - CICU).
La ley regula el trámite a seguir para la fijación de la fecha del estado de cesación
de pagos en el art. 117, LCQ. Para la determinación de dicha fecha se tendrán en
cuenta, como antecedentes, las manifestaciones del deudor cuando se presente en
concurso preventivo o quiebra voluntaria explicando las causas de su situación
patrimonial y la época en que se produjo la insolvencia (arts. 11, inc. 2º, y 86, LCQ).
Luego el síndico debe expresar en su informe general la época en que se produjo el
estado de cesación de pagos, con precisión de hechos y circunstancias que funden su
manifestación (art. 39, inc. 6º, LCQ). A partir de los diez días de presentado el informe
general, el deudor y los acreedores que se hayan presentado a verificar podrán
observar aquel informe y concretamente lo dictaminado por el funcionario concursal
respecto del estado de cesación de pagos (art. 40, LCQ).
Sin perjuicio de ello, la norma en análisis permite que los interesados observen en
el término de treinta días de presentado el informe general, la fecha inicial del estado
de cesación de pagos determinada por el síndico, impugnación que deberá ser
presentada en triplicado, una copia se agrega al expediente, otra al legajo de copias y
finalmente otra se le entrega al síndico a través de la vista que se le corra. Se entiende
por interesados a todos aquellos que puedan verse afectados por dicha fecha.
En la quiebra indirecta debe determinarse la fecha del inicio del estado de cesación
de pagos anterior a la presentación en concurso preventivo (art. 115, párr. 2º, LCQ).
Existe una incongruencia legislativa en los casos en que exista quiebra indirecta,
donde se hayan efectuado observaciones al informe general presentado durante el
trámite del concurso preventivo, pues ellas no se sustancian y se lo hace juntamente
con las observaciones que se hagan del informe general en la quiebra, pero puede
ocurrir que en la quiebra indirecta no exista período informativo (cuando la
quiebra indirecta no es consecuencia de la nulidad o el incumplimiento del acuerdo) y
no sea menester presentar aquel informe por la sindicatura y no se realizaría el trámite
del art. 117, LCQ. En tales casos corresponde al juez concursal, previo a abrir la etapa
impugnativa del artículo citado, correr vista al síndico para que adecue si lo cree así, en
cuanto a la fecha de inicio del estado de cesación de pagos, el informe general
presentado en el concurso preventivo.
Es dable dejar aclarado que el juez tiene plena libertad para fijar la fecha de inicio
del estado de cesación de pagos sobre los antecedentes recogidos en el expediente,
sin necesidad de quedar subordinado por las fechas propuestas por el síndico, el fallido
o los impugnantes. Para la determinación de la fecha inicial del estado de cesación de
pagos es virtualmente relevante la exteriorización de dicho estado a través de sus
hechos reveladores, aunque debe analizarse el estado patrimonial en conjunto
debiendo el juez evaluar todas las cuestiones de hecho, que importen la generalidad y
permanencia de aquel estado. En tal sentido resulta insuficiente el
simple incumplimiento y, por lo tanto, en principio, el primer incumplimiento no implica la
fecha de inicio del estado de cesación de pagos. La cuestión ha sido resuelta infinidad
de veces por la jurisprudencia y, se sostuvo, en tesis que compartimos, que el
simple incumplimiento no implica la insolvencia, mientras el deudor "cuenta con la
pasividad, la complacencia o la tolerante espera de sus acreedores, el deudor
no incurre en la situación que prevé la ley (...) la consolidación de la deuda es, en
principio, una forma lícita de buscar el saneamiento del propio pasivo" (2). Igualmente en
otros precedentes, en contrario, se tomó como fecha de inicio el
primer incumplimiento, aunque reconociendo a la cesación de pagos como un estado(3).
En realidad, las divergencias apuntadas en la jurisprudencia radican en la confusión
entre el inicio del estado de cesación de pagos y sus hechos reveladores, cuando la
fecha de inicio generalmente será anterior a que se produzca un hecho revelador. Se
advierte que aquí es donde adquiere real importancia el concepto de estado de
cesación de pagos y su significación teórica, en la actualidad, la aplicación concreta de
la tesis amplia bonelliana.
Nosotros disentimos con tal tesis atento el carácter de funcionario público imparcial
que detenta el síndico, quien actúa como dictaminante de técnica económico-contable y
forma parte del oficio de la quiebra no siendo contradictor, además, claramente, la
resolución no le causa agravio alguno, pues él no se verá afectado por la fecha que fije
el juez; ello aunque tenga la legitimación causal respecto de los bienes desapoderados
(art. 110, LCQ), pues ella nace respecto de los bienes conmovidos por los efectos
retroactivos luego de fijada la fecha de inicio del estado de cesación de pagos, es decir
cuando exista la posibilidad de litigio.
La resolución que fija la fecha de inicio del estado de cesación de pagos, conforme
al art. 115, párr. 1º, LCQ, hace cosa juzgada respecto del fallido, todos los acreedores
concursales aunque aún no sean concurrentes (en contra ROUILLON - HEREDIA) y los
terceros que intervinieron en el trámite de su fijación, importando una presunción iuris
tantum para los terceros que no participaron en dicho procedimiento.
Para algunos debe hacerse a través del trámite de los incidentes genéricos (arts.
280 y ss. LCQ) y para otros, en posición que compartimos, dentro de las acciones o
trámites correspondientes en los cuales sea demandado el tercero interesado, es decir
que será opuesto el tema como defensa. Entendemos ello no sólo por economía
procesal sino por consecuencia del propio interés de los terceros, quienes no se
presentarán a impugnar la fecha de inicio de la insolvencia si no existe pretensión
alguna en su contra que pudiese hacerle recaer los efectos de la quiebra.
III. Inoponibilidad
Como bien hemos advertido antes (arts. 17y 109, LCQ), las nociones
de inoponibilidad se aplican a actos celebrados antes y después de la declaración de
quiebra, los primeros a través de sus efectos retroactivos y los segundos como
consecuencia del desapoderamiento concursal, atenuado en el concurso preventivo y
pleno en el proceso falencial.
Es por ello que las conclusiones respecto de las consecuencias generales que
saquemos en este pasaje puedan aplicarse a todos aquellos casos.
El art. 124 en su párr. 2º, LCQ, señala que la inoponibilidad implica afectar al
desapoderamiento concursal los bienes reintegrados a la quiebra, lo que importa que
serán administrados por el síndico para su liquidación, reconociéndosele así el
carácter reconstitutivo patrimonial de dicho sistema. La ley no diferencia los
acreedores anteriores y posteriores al acto revocado, por lo que la inoponibilidad
beneficia a todos los acreedores por igual (en contra BARREIRO - LORENTE).
La inoponibilidad concursal como sistema busca evitar el perjuicio a los acreedores por
actos realizados luego del inicio del estado de cesación de pagos. Este sistema se
diferencia según el estadio donde se celebran los actos respectivos, uno respecto de
los desarrollados dentro del período de sospecha, otros aquellos afectados por la
retroacción y, por último, los efectuados luego de la quiebra y ante el
desapoderamiento. Su fundamento radica en mantener la par condicio
creditorum e incólume el patrimonio cesante como prenda común de los acreedores.
1. Retroacción
Cabe recordar que la retroacción de dos años es obra de la ley 19.551, ya que la ley
11.719 contenía un límite retroactivo de sólo un año, contado únicamente desde la
sentencia de quiebra.
Este sistema de inoponibilidad concursal retroactivo (arts. 118y 119, LCQ) adquiere
operatividad a partir de la existencia de distintos requisitos, a saber: sentencia de
quiebra, sentencia que fija la fecha de inicio del estado de cesación de pagos,
realización por el deudor de algunos de los actos referidos en los arts. 118y 119, LCQ,
dentro del período de retroacción, y perjuicio a los acreedores.
Es claro que para el funcionamiento de la inoponibilidad concursal la quiebra debe
estar subsistente y no haber sido concluida. Atento que pretende extender a la quiebra
virtual los efectos de la quiebra decretada no caben dudas de que es presupuesto
objetivo de la retroacción la existencia del estado de cesación de pagos y su
fundamento radica en el mantenimiento de la par condicio erigida en el proceso
falencial, incluso en la quiebra de hecho.
El art. 118, LCQ, regula los casos de actos inoponibles a los acreedores de pleno
derecho. En tales supuestos la ley presume iure et de iure el perjuicio producido a los
acreedores por el solo hecho de haberse celebrado —rectius perfeccionado— los
actos que enumera dentro del período de retroacción.
La ley hace una enumeración taxativa de los actos afectados, lo que impone que
la interpretación se haga en forma estricta no pudiéndose extender la previsión legal
analógicamente a situaciones no contempladas.
Claro es que la sentencia quedará consentida a los cinco días (art. 273, inc.
1º, LCQ), siendo dicho plazo el de interposición del recurso de apelación y el de
la incoación del incidente. Dicho plazo se contará ministerio legis (art. 273, inc.
5º, LCQ), para el deudor y los acreedores concursales, ergo para los terceros afectados
por la inoponibilidad es indispensable la notificación por cédula, importando ello la
citación al proceso para hacer valer sus derechos frente a la sentencia que los afecta
(art. 273, inc. 5º, LCQ).
El inc. 1º del art. 118, LCQ, contempla el caso de los actos a título gratuito, en el
sentido dispuesto por el art. 967, CCyCN, para los contratos, que dice que son actos a
título gratuito "cuando aseguran a uno o a otro de los contratantes alguna
ventaja, independiente de toda prestación a su cargo".
Debe incluirse dentro del concepto de actos a título gratuito lato sensu a todos
aquellos en los que no exista una contraprestación equitativa a favor del fallido, a partir
de la transmisión de un derecho patrimonial a un tercero. No es necesario el espíritu de
liberalidad, sólo basta la objetiva naturaleza de gratuidad del acto con ventajas
patrimoniales sin correspondencia o reciprocidad (PAJARDI). En tal sentido, y sólo a
modo de ejemplo pues sería imposible resumir toda la casuística, debemos incluir las
donaciones, la renuncia o remisión de créditos o sus garantías, renuncia de derechos
hereditarios, cesión de créditos gratuita, desistimiento de acciones judiciales, mutuos
gratuitos, pago o constitución de garantías por deudas ajenas como avales, fianzas,
hipotecas o prendas, constitución o renuncia gratuita de usufructo o servidumbre y, en
general, la constitución de derechos reales, entre muchas otras. En el supuesto de
donación, cuando ésta es con cargo podrá ser reputada onerosa en el límite del cargo,
por lo que podrá ser declara inoponible por el resto, salvo que las cargas absorban el
bien donado(6). Para RIVERA no se incluyen el depósito y el comodato pues si bien son
contratos a título gratuito no importan la enajenación de bien alguno, sin embargo la ley
no hace referencia a transferencia de la propiedad sino que se refiere a la transmisión
de derechos patrimoniales y a través de los contratos referidos se produce una
disminución en la disponibilidad del patrimonio cesante. En tal sentido caería bajo
la inoponibilidad también el mandato. En el caso de liberalidades monis
causa (legados), no habrá inoponibilidad porque el legatario recibirá el legado sólo si la
cosa o los bienes subsisten en el patrimonio del causante fallido, luego de concluida la
quiebra. Debe incluirse aquí también la constitución de fideicomiso cuando el fiduciante
se encontraba en estado de cesación de pagos y dentro del período de retroacción y en
dicho contrato fiduciario no existe una contraprestación por parte del beneficiario, lo que
hace que para el caso sea considerado como un acto a título gratuito. Algunas
legislaciones, como la italiana, excluyen de la inoponibilidad los regalos de costumbre
siempre que la liberalidad fuese proporcionada al patrimonio del donante, pero
entendemos que dicha disposición no puede extenderse al ámbito local.
Actualmente en el inc. 2º del art. 118, LCQ, se declararán inoponibles los pagos
anticipados de deudas, cuyo vencimiento debía producirse en el día de la quiebra o
con posterioridad. No es normal ni corriente que se efectúen pagos anticipados y
mucho menos ante una situación patrimonial apremiante.
Se entiende que los pagos prematuros del deudor durante el estado de insolvencia
importan liberalidades indirectas a favor del acreedor, que le permitirían eludir
fácilmente los efectos falenciales (CÁMARA). La ley en este caso sólo se refiere a los
pagos realizados por el fallido y no los por él recibidos, situación esta última que podrá
caer bajo la acción del art. 119, LCQ.
No sólo para el caso de la inoponibilidad ex lege (art. 118, inc. 3º, LCQ) sino
también para aquellos casos en que se debe interponer la acción concursal (art.
119, LCQ) o la pauliana de derecho común (art. 120, LCQ), o los de los arts.
17y 109, LCQ, el art. 123, LCQ no, prevé los efectos de dicha inoponibilidad cuando se
trata de hipoteca o prenda. Si bien la previsión del analizado es el normal efecto de
la inoponibilidad, se habían dado discrepancias interpretativas antes de la ley
19.551, donde tuvo su origen legal. En nuestro sistema registral, fundado en el llamado
rango de avance, extinguida una garantía real, las posteriores ascienden al lugar de
aquélla, lo que no ocurre producida la inoponibilidad concursal. Cabe hacer una
advertencia más, el acto tiene efectos entre el deudor y el acreedor cuya garantía fue
declara inoponible y es oponible a los acreedores de rango inferior, por lo que liquidado
el bien en la quiebra, existiendo remanente, cobrará el acreedor cuya garantía fue
declarada inoponible, hasta el límite de su crédito, descontando lo percibido por los
acreedores concursales, y luego los de rango inferior. En caso de que lo distribuido en
la quiebra consuma la totalidad del crédito del acreedor cuya garantía fue
declarada inoponible, en caso de remanente, se desinteresarán los acreedores de
rango inferior.
La ley legisla una acción in personam para lograr la inoponibilidad de actos a título
oneroso, no incluidos en el art. 118, LCQ, en los cuales el tercero cocontratante tuvo
conocimiento del estado de cesación de pagos del ahora fallido y se ha causado
perjuicio a los acreedores,
Como bien alerta el art 121, LCQ, no quedan afectados por esta acción los actos
otorgados por el fallido durante el trámite del concurso preventivo fracasado pero bajo
el régimen del desapoderamiento atenuado, es decir, aquellos que sean de
administración ordinaria o aquellos que la excedan y se hayan realizado
con autorización judicial. El sistema de inoponibilidad de los actos que violan el
régimen patrimonial en el concurso preventivo está previsto por el art. 17, párr.
1º, LCQ, y se produce ipso iure.
En cuanto al trámite de esta inoponibilidad, el párr. 2º del art. 119, LCQ, prevé que
se hará a través de una acción, cuya competencia le corresponde al juez falencial, la
cual tramitará por la vía ordinaria de conocimiento, juicio ordinario (art. 319, CPCCN) o
también podrá deducirse por incidente (arts. 280 y ss., LCQ) si existiese acuerdo entre
partes para ello.
Muy difícil que exista acuerdo entre las partes para que el trámite sea
el incidental, incluso en forma tácita, pues más allá de las ligeras diferencias entre uno
y otro, lo cierto es que quien inicie la acción lo hará a través del proceso ordinario, los
cuales a primera vista parecerían con mayor posibilidad de amplitud probatoria.
El párr. 3º del art. 119, LCQ, prevé otras cuestiones para la promoción de la acción.
Entre ellas determina que la legitimación activa le corresponde a la quiebra (en contra,
entendiendo que el síndico es titular de la acción iure proprio, PROVINCIALI) será
ejercida por el síndico concursal (carecen de legitimación el fallido y el Ministerio
Público), pero la ley 24.522incorpora un elemento constitutivo de aquella legitimación,
que es la autorización de los acreedores. Teniendo la autorización de los acreedores,
la incoación de la inoponibilidad importa un "deber-poder" para el síndico. La acción
ejercida por el síndico, con patrocinio letrado, no abonará tributo previo sino que ello
quedará diferido.
También, como prevén los dos primeros párrafos del art. 120, LCQ, la acción podrá
ejercerla cualquier acreedor, previa intimación al síndico para que lo haga.
Claramente se podrá ver que la acción por acreedor se viabiliza por omisión del
síndico, por lo que su legitimación es residual y subsidiaria (RIBICHINI), actuando en
nombre propio pero en interés ajeno (HEREDIA).
Con la ley 19.551 no había ningún problema con la intimación al síndico pero
ahora —léase luego de 1995—, atento la necesaria autorización de los acreedores que
aquél necesita para demandar, debe considerarse que para que la acción pueda ser
ejercida por los acreedores debe realizarse la intimación previa al síndico cuando éste
no instó la autorización de los acreedores o cuando la tuviese y no ha ejercido la
acción, pero siendo necesaria cuando aquella autorización le fue implícitamente
denegada por los acreedores.
Esto último, atento la literalidad legal, no será dispuesto ex officio por el juez, sino
que deberá ser instado a petición de parte a través de la conocida excepción de
arraigo. La reforma sobre el punto fue altamente criticada. En particular nos parece
totalmente disvaliosa la solución legal, que desalienta la promoción de la acción.
Incluso se ha cuestionado la constitucionalidad de la norma por importar una
denegatoria de justicia proponiéndose su eliminación.
Como consuelo para el acreedor, el párr. 4º del art. 120, LCQ, prevé para este caso
y para la acción pauliana, si se declara la inoponibilidad del acto por la acción del
acreedor, que tendrá derecho al resarcimiento de los gastos y se le otorgará una
preferencia especial sobre los bienes recuperados entre la tercera (1/3) y la décima
(1/10) parte del producido de la liquidación de dichos bienes, según la graduación que
haga el juez, por supuesto con el límite de su crédito. Se trata de un privilegio especial
(en contra JUNYENT BAS - MOLINA SANDOVAL), pero la ley olvida determinar cuál es el
rango del mismo.
Creemos que debe estar en primera posición, pues sin la acción del acreedor, el
bien no hubiese ingresado nuevamente al patrimonio del deudor y los acreedores con
privilegio especial no hubieran podido ejercer su preferencia. Igualmente se deben dejar
a salvo ciertos casos particulares que, valorados concretamente y ante la imprevisión
legal, pudiera el juez considerarlos de rango preferente, cuando el crédito gozara del
mismo privilegio si el bien no fuese reincorporado al concurso, es decir que
la inoponibilidad concursal no los afectaría, pues mantienen el mismo derecho en uno u
otro caso. En tal sentido podría darse el caso, entre otros, de la enajenación de un bien
con una garantía real hipotecaria, consintiendo el acreedor hipotecario tal operatoria,
sin verse perjudicado, pues su crédito contra el fallido seguiría, ante la enajenación,
garantizado sobre el mismo bien, que pasaría a manos de un tercero hipotecante no
deudor; entonces, estando el bien en el dominio del tercero o del fallido, la garantía
hipotecaria igual subsiste sobre el bien, por ello declarado inoponible para los
acreedores concursales, el hipotecario debería mantener su rango
preferente, aun superior al estipulado en el artículo analizado.
La sentencia que se dicte en la acción de inoponibilidad será declarativa, pues
declarará que el acto es inoponible a los acreedores teniendo en cuenta presupuestos
anteriores a la demanda, sin crear, modificar o extinguir estado jurídico alguno.
En tal sentido y atento que el tercero no puede ser considerado sino de mala fe (8),
aplicándose los arts. 760 y 1935, CCyCN, debiendo restituir los frutos percibidos y los
que por su culpa hubiese dejado de percibir, debiendo indemnizar los frutos civiles si se
hubieren podido obtener y, además, debe restituir los productos que obtuvo de la cosa,
todo desde el momento en que se celebró el acto, por lo que los efectos de la sentencia
serán considerados ex tune.
Como elemento de la legitimación activa del síndico, este funcionario debe contar
con la autorización de la mayoría simple de acreedores declarados verificados o
admisibles, ya sea en la oportunidad de la verificación tempestiva o la eventual.
Es decir que serán los acreedores quienes decidirán si la quiebra corre el riesgo
de interponer la acción. La conformidad de los acreedores no hace a la legitimación en
la causa como elemento sustancial de la litis, sino a la legitimación en el proceso como
presupuesto procesal o, dicho en otros términos, requisito extrínseco de admisibilidad
de la pretensión.
Aunque hubiese sido más preciso que la ley expresamente lo dispusiera, se excluye
de dicho cómputo el acreedor que vaya a ser demandado y a todos
aquellos inhabilitados para prestar conformidad a la propuesta de acuerdo preventivo
(art. 45, LCQ).
En cuanto a la forma de recabar dicha autorización, la ley guarda silencio, sin exigir
formalidad alguna. Mayoritariamente se entiende que el juez concursal deberá citar a
los acreedores o convocar a una asamblea de acreedores para que se pronuncien al
respecto (BERGEL - PAOLANTONIO). Para RIBICHINI solamente la asamblea resulta ser el
único medio idóneo para lograr la autorización. Por otro lado, y en posición que
compartimos, estimamos suficiente y mucho más práctico que el síndico en
forma extrajudicial recabe aquella mayoría y acredite la conformidad a prestarle
la autorización con firma certificada (ROITMAN).
Debe tenerse en cuenta aquí el art. 263, CCyCN, que autoriza a considerar el
silencio como manifestación de voluntad sólo cuando a ello se refiere la ley, sin poder
ser modificado ello judicialmente, por lo que la mayoría simple debe constar en
afirmaciones que otorgan la autorización(9). Es claro que de una u otra manera los
acreedores deben estar perfectamente informados sobre la acción que se
pretende incoar, la pretensión, el acto que será atacado, sujeto demandado, y pareciera
importante que tales circunstancias estuvieran transcriptas en la autorización expresa
que se le otorgue al síndico.
La cognocibilidad sólo exige indicios serios que creen presunción, en virtud de los
cuales se concluya que el tercero tenía o debió tener conocimiento del estado
de insolvencia (art. 163, inc. 5º, CPCCN), lo que se conoce como
presunciones hominis.
Así entendemos que si bien el tercero podrá probar en contrario siempre deberá
evitar alegar su propia torpeza, pues dicha ignorancia no puede serle imputable por su
propio actuar, lo que haría irrelevante la contraprueba, por tratarse de un error de hecho
no excusable. En tal orientación, igualmente resulta complicado, en resguardo de la
seguridad jurídica, conocer el hecho negativo, que importa el no conocimiento, y no
sólo ello sino el no conocimiento como circunstancia subjetiva de un estado, que afecta
el patrimonio y que se revela a través de hechos determinados enunciativamente por la
ley concursal. Entonces la valoración del conocimiento por parte del tercero no puede
quedar cerrada a priori a partir de valoraciones subjetivas que únicamente alcanzarían
grado de certeza a partir del reconocimiento del involucrado sino que debe privilegiarse
la ponderación de circunstancias objetivas reveladoras del estado de cesación de
pagos, elementos que constituirán indicios para poder presumir el conocimiento
(ARECHA).
3.3. Perjuicio
La ley impone, para enervar la acción, una carga procesal al tercero demandado y
ella es que pruebe la inexistencia del perjuicio, lo que hace concluir que el damnum se
presume iuris tantum (en contra MAFFÍA), Es claro que sin perjuicio no hay acción
por inexistencia del interés tutelable.
En cuanto al perjuicio, la ley 24.522 agrega una frase a la norma que expresamente
hace mención al daño, dejándose de lado así las posiciones erigidas en ancien
régime que excluían el perjuicio de la acción de inoponibilidad(12). Pero como bien ha
apuntado LORENTE, la ley ha quedado a mitad de camino, pues si bien reconoce la
necesidad del perjuicio para la viabilidad de la acción, al presumirlo y hacer probar al
tercero el "no daño" implica casi excluirlo, pues se debió prever que debería ser
probado por quien promueve la acción. Entonces, como la ley presume iuris tantum el
daño, incumbe al tercero demandado aportar la prueba en contrario o, dicho con otras
palabras, acreditar que el acto no causó perjuicio. Contrariamente a
ello, MAFFÍA sostuvo que se trata de un requisito normativo expreso que integra la
figura, por lo que el síndico debe demostrar el daño, pues el perjuicio no se
presume; explica que si el síndico no demuestra el perjuicio se rechaza la acción sin
necesidad de carga probatoria alguna por parte del tercero, si el síndico prueba y el
tercero no prueba el no daño la acción prospera, si ambos prueban, uno el perjuicio y
otro la inexistencia, el juez decide y si el síndico prueba el perjuicio y el tercero
desvirtúa ello, la acción será rechazada.
De esta teoría surge tangencialmente aquella que entiende al daño como lesión a
la garantía patrimonial de los acreedores, la cual entiende al agravamiento del estado
de insolvencia como el endeudamiento del deudor y la afección a la garantía como la
disminución de la misma, por lo que el daño sólo podrá ser determinado al momento
de la distribución final, no siendo necesario individualizar el perjuicio concreto, pues es
suficiente la insolvencia al momento de celebrar el acto para menoscabar el patrimonio
(PROVINCIALI - GRILLO).
Finalmente, ALEGRIA advierte que hay que tener dos parámetros diversos y
no excluyentes en cuanto al daño, uno el interés de los acreedores en orden a la
suficiencia de los bienes del activo para su satisfacción y, si son suficientes,
la inoponibilidad no se declara o incluso puede limitarse hasta el límite de tal interés; y
el segundo es el daño concreto producido por el acto, sin cuyo daño no
hay inoponibilidad, aunque el activo sea insuficiente. Así, surge la tesis que entiende el
perjuicio como la insuficiencia del activo para cancelar el pasivo sosteniendo, a los
fines de la proponibilidad de la acción, la subsistencia del interés tutelable.
Es decir que más allá de que el acto haya agravado la insolvencia, haya reducido la
garantía de los acreedores o haya afectado la igualdad entre los acreedores, si hay
bienes suficientes no hay acción. Tal pareciera el concepto perjuicio en el origen
romano de la acción pauliana, donde se tramitaba luego de la venta de todos los bienes
del deudor y cuando su producido no satisfacía a todos los acreedores.
En tal orientación a fin de lograr una idea acabada del perjuicio o más precisamente
de aquello que debe probar el tercero para que el acto no sea declarado inoponible,
debemos remitirnos a un daño histórico, es decir, a aquel producido al momento de
celebrarse el acto con el consiguiente nexo causal, a la subsistencia de dicho perjuicio
como dato presente atento la insuficiencia patrimonial al momento de la distribución
final.
En el ámbito del derecho común son presupuestos de esta acción, atento el art. 338,
CCyCN, el fraude (consilium fraudis y participatio fraudis) y el perjuicio (eventos
damni). Además, conforme al art. 339, CCyCN, se requiere que el crédito sea anterior
al acto impugnado (inc. a]), que el acto haya causado o agravado la insolvencia, lo que
se presume en caso de quiebra (inc. b]), que el contratante a título oneroso conozca
que el acto provoca o agrava la insolvencia (inc. c]). El fraude se presume iuris
tantum en caso de insolvencia y del conocimiento de dicho estado por parte del tercero
y aun ante tal ignorancia en caso de actos a título gratuito (art. 339, CCyCN). Además,
la acción tendrá efecto de inoponibilidad en interés único del acreedor instante y hasta
el límite de su crédito (art. 342, CCyCN) y el tercero podrá hacer cesar la acción
satisfaciendo el crédito de los acreedores demandantes. Claramente el art. 340,
CCyCN, regula la situación de los subadquirentes, quedando a salvo solamente
aquellos a título oneroso y de buena fe.
La acción prescribe a los dos años del acto o del conocimiento del mismo (arts.
2562, inc. f, y 2563, inc. f, CCyCN), aunque en el ámbito falimentario aquél resulta
superado por la caducidad del art. 124, LCQ es decir, tres años desde la sentencia de
quiebra.
La competencia le corresponde al juez natural (arts. 132 y 21, inc. 3º, LCQ), en la
cual el fallido formará parte de un litisconsorcio pasivo necesario. La legitimación activa
corresponderá al síndico, quien no necesitará autorización de los acreedores y estará
dirigida a todos los que participaron del acto, incluido el fallido y, en su caso, el
subadquirente con quien deberá integrarse la litis. Igualmente podrán ejercerla,
subsidiariamente, los acreedores pero no contarán con la preferencia especial otorgada
por el párr. 4º del art. 120, LCQ, para las acciones de inoponibilidad concursal y para la
revocatoria de derecho común. Si bien la regla general sobre la carga de la prueba se
atribuye al actor, en este caso como se busca la acreditación de un acto negativo,
aquella carga queda invertida atento que el accionante es tercero respecto del acto
atacado. No será necesario que se aporte un contradocumento, pudiéndose utilizar
cualquier medio de prueba incluida la de presunciones.
Igualmente podrá ejercerse en la quiebra la acción de nulidad del art. 332, CCyCN,
por vicios del consentimiento. La sentencia quitará de validez al acto erga omnes.
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20/11/1998; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala 1ª, 4/9/1986, "Campagne"; C. Civ. y Com. Bahía
Blanca, sala I, DSC 249-770; CSJN, "Moneta", JA 1988-1-161; C. Nac. Com., sala D, JA del
27/11/2002; C. Nac. Com., sala D, LL 1998-B-121; C. Nac. Com., sala D, LL del 12/7/2004,
Supl. CyQ; C. Nac. Com., sala A, LL del 22/12/2005, Supl. CyQ.
I. Introducción
En realidad, la importancia debe ser vista desde el lado activo de la relación jurídica,
es decir desde el crédito, pues principalmente será el acreedor quien deba observar las
normas legales, para conocer cómo debe comportarse dentro del concurso, por ello los
efectos de la quiebra sobre los créditos concursales. Rubricamos la crítica a la
denominación legal que hace MAFFÍA, quien apoyándose en FERRARA afirma que todas
las relaciones jurídicas comprometidas en la quiebra son preexistentes, aunque, en la
especie, la ley regula aquellas no finalizadas al momento de la quiebra (SATTA).
En este tramo no sólo la ley 24.522, sino también sus antecesoras y sus similares
del derecho comparado, encuentran un importante desorden y falta de sistematización
del tema, desengranándose en una excesiva casuística sin llegar en algunos casos a
sentar principios generales para que queden abarcadas todas las situaciones posibles,
como se le pediría usualmente a una norma de carácter general. A ello debiéndosele
sumar el hecho de que necesariamente la regulación deberá ser complementada con
las normas del derecho común, es decir, Código Civil y Comercial.
Aquí es donde se delata el desorden a que hemos hecho referencia, pues dichas
normas se encuentran mal incluidas, debiendo estar incorporadas en una parte general
o cuanto mucho en el apartado sobre verificación de créditos. Por ello es que el estudio
de las mismas no lo incluimos aquí, limitándonos a la regulación subsiguiente de la ley
y referida especialmente a los efectos de la insolvencia declarada sobre las llamadas
relaciones jurídicas preexistentes.
1. Conversión de créditos
Una solución eminentemente práctica a los fines de la liquidación del dividendo y del
pago a los acreedores en moneda de quiebra. En el régimen del Código Civil y
Comercial, el pago deberá ser hecho al momento del vencimiento de la obligación y no
podrá ser adelantado sino por acuerdo entre partes (arts. 351 y 871, CCyCN),
salvo insolvencia del deudor (arts. 353 y 1586, CCyCN) y especiales casos de
garantías reales (arts. 2195 y 2224, CCyCN).
Dicho descuento de intereses debe ser calculado al momento del pago efectivo y
solamente adquirirá virtualidad si éste se realiza antes de la fecha originaria de
vencimiento de la obligación, es decir que el crédito quedará verificado por su totalidad
(ROUILLON). La operatividad de dicho descuento, conforme a la literalidad legal que
hace referencia al anticipo del pago, deberá ser considerada por el síndico al momento
de presentar el proyecto de distribución, lo que lleva a descontar, no los intereses
legales como reza la ley, pues ellos devienen inexistentes para el caso, sino los
previstos subsidiariamente por el Código Civil y Comercial, es decir la tasa que fijen
las reglamentaciones de Banco Central (art. 768, inc. c], CCyCN).
Sin perjuicio de ello y de lege ferenda entendemos que atento que la cristalización
del pasivo concursal se produce a la fecha del decreto de quiebra, de la misma manera
que a partir de allí se suspenden los intereses de los créditos fructíferos o deben
restituirse los cobrados y no devengados posteriores a dicha sentencia (art. 129, LCQ),
el descuento de los créditos infructíferos debiera hacerse al momento de la quiebra y no
hasta la fecha en que se anticipe el pago como se prevé de lege lata.
La ley contiene dos excepciones, una ha sido incorporada por la ley 26.684 en
2001. Históricamente los intereses compensatorios de los créditos con garantías
reales quedaron siempre exceptuados de la suspensión, los cuales podrán ser
percibidos hasta el límite del producido del bien gravado, y respecto de aquellos que
no son satisfechos con el bien, no pasan a ser quirografarios sino que
quedan extinguidos.
Cabe aclarar que no se extinguen los intereses suspendidos por el precepto legal,
pero sí los compensatorios de las garantías reales, los cuales no fueron suspendidos
sino limitados en su cobro por el producido del bien, los que sólo pueden ser
reclamados sobre el bien objeto de la garantía (art. 19, LCQ) o percibidos hasta el
límite del producido de dicho bien (art. 129, LCQ) (en contra HEREDIA). Sin embargo,
los intereses moratorios y punitorios quedarán suspendidos incluso para el caso de
créditos con garantías reales.
El artículo al respecto debe correlacionarse con el art. 242, inc. 2º, LCQ, que
determina la extensión del privilegio de las garantías reales (art. 241, inc. 4º, LCQ), el
cual, en la segunda parte del inc. 2º, impone como rango de pago sobre el producido
del bien gravado las costas, todo tipo de intereses ya sean moratorios, punitorios o
compensatorios anteriores a la quiebra pero limitados a dos años, el capital y los
compensatorios posteriores a la quiebra.
4. Compensación
La ley concursal contiene en el art. 130, LCQ, una norma que solamente permite
oponer a la quiebra aquella compensación operada antes de la declaración, aunque tal
solución tuvo un largo batallar en el derecho concursal, tanto jurisprudencial como
doctrinal, antes de llegar a su exteriorización legal.
Se sostuvo, como lo preveían las leyes concursales hasta la Ley Castillo de 1933,
que para la concreta aplicación de la previsión legal la compensación debe operar
espontáneamente, por lo que no tendrá efecto si se produce a través de una cesión de
créditos a favor del deudor ahora fallido (SEGOVIA). Excluida la norma que preveía la
situación específicamente en las antiguas leyes, actualmente el problema se plantea en
el caso de que se haya producido la cesión dentro del período de sospecha y con el
alcance de la inoponibilidad pauliana o concursal, fuera de tal período la compensación
acaecida en tales términos será válida, sin perjuicio del ataque que se haga a través de
otras acciones (simulación, nulidad, etc.), primero el síndico deberá lograr
la inoponibilidad o nulidad de la cesión, según sea el caso, para luego ejecutar el
crédito a favor del fallido.
Las excepciones a este principio las encontramos en el art. 211, LCQ, es decir
que existe posibilidad de que los acreedores con garantía real compensen su crédito
con el precio de venta del bien sobre el cual recae el privilegio y en el intrincado art.
203 bis, LCQincorporado por la ley 26.684 respecto de la adquisición de la empresa
fallida por la cooperativa de trabajo.
5. Derecho de retención
En realidad la ley determina cómo debe procederse respecto del bien e indica que
el acreedor deberá verificar su crédito.
En cuanto al privilegio especial, la reforma de 1995 (art. 243, inc. 2º, LCQ), lo igualó
al previsto en el Código Civil (art. 3946, párr. 2º, CCiv.) en cuanto a que para
determinar el rango de dicha preferencia se debía aplicar el principio prior in
tempore respecto de los otros acreedores privilegiados sobre el mismo bien. De la
misma manera ahora con el Código Civil y Comercial.
Ello es consecuencia propia de los principios sentados en los arts. 125y 126, LCQ,
por los cuales todos los acreedores quedan sometidos a la ley concursal y
subordinados al proceso concursal, además de la efectivización de la incautación del
bien como consecuencia del desapoderamiento a los fines de su liquidación.
Entre uno de los temas tratados casi puntillosamente por la ley encontramos a las
obligaciones de solidaridad pasiva a las cuales, un tanto excesivamente, se le
dispensan tres artículos.
El primer supuesto es el del párr, 1º, art. 135, LCQ y el caso de quiebra de todos
los obligados solidarios, es decir que todos son fallidos. En tal supuesto, el acreedor
de los fallidos puede concurrir verificando su crédito en todas las quiebras por el total
nominal de su acreencia, pudiendo cobrar hasta el monto íntegro de tal crédito,
percibiendo dividendo en todos los concursos.
El hecho de que la ley haga referencia al "valor nominal" no excluye los accesorios,
pues ello hace significar que el acreedor puede recurrir por el valor total del crédito en
cada uno de los concursos.
La norma se complementa con el art. 136, LCQ, la cual impide la repetición entre
los concursos de los coobligados por lo pagado al acreedor, sin importar que en una
quiebra se haya pagado más que en otra y que entre ellos exista relación de garante y
garantizado. La única excepción se produce cuando se le haya pagado al acreedor
más de lo que se le debía y, en tal caso, el accipiens debe restituir el excedente en la
quiebra del garantizado, si lo hubiese; en caso contrario, la restitución se hará
conforme al art. 821 y 841, CCyCN.
El derecho común impone que como primera medida debe estarse a lo pactado, y si
nada se hubiere previsto se atenderá a la fuente y la finalidad de la obligación, las
relaciones entre los interesados y las demás circunstancias del caso y, finalmente, si no
pudiesen determinarse las relaciones entre ellos se entenderá que son por partes
iguales. En tal sentido, el coobligado puede no tener derecho de repetición (v.gr.,
deudor principal contra garante), puede tenerlo sólo en parte (v.gr., división de la deuda
entre todos los coobligados) o incluso puede tener derecho a repetir el todo (v.gr.,
garante contra deudor principal).
Luego el párr, 2º del art. 135, LCQ, prevé el supuesto en que un coobligado no
fallido pague parte o todo el crédito luego de la quiebra. En tal caso quedará
subrogado en los derechos del acreedor por el monto abonado y los accesorios que
surjan en virtud del derecho de repetición, es decir, conforme a las normas del pago
por subrogación (arts. 919, inc. a] y 1592, CCyCN). La repetición se reclamará a través
de la verificación de créditos.
Por último, el art. 137, LCQ, prevé el caso del coobligado o fiador del fallido que
paga el crédito antes de la quiebra, cuando dicha acreencia se encontraba a su vez
garantizada, a favor de aquél, con hipoteca o prenda sobre bienes sometidos al
desapoderamiento, la llamada "contragarantía".
De la misma manera que en el caso del concurso preventivo, la ley 26.086 en cierto
modo destruye el fuero de atracción falencial, igualándose el sistema de la quiebra al
del concurso preventivo, con la única excepción de las ejecuciones de garantías reales
que en caso de falencia también quedan afectadas a la suspensión y atracción.
Igualmente el fundamento histórico de la norma es otro, incluso se deja ver en su
literalidad, pues se sienta como regla general que "la declaración de quiebra atrae al
juzgado en el que ella tramita, todas las acciones judiciales iniciadas contra el fallido
por las que se reclamen derechos patrimoniales". Con la previsión legal se impone una
correlación con los arts. 125y 126, LCQ, pues los acreedores únicamente ejercerían
sus derechos contra el deudor dentro de la quiebra; sin embargo, ello a partir de la
reforma de 2006 se ha relativizado enormemente.
La suspensión recién opera cuando la quiebra quede firme, por lo que quedarán
ante el juez falencial radicados todos los juicios, continuándose su tramitación con el
síndico hasta que la sentencia quede firme. Igualmente al producirse la atracción los
juicios quedarán suspendidos ipso facto hasta su radicación ante el juzgado falencial.
Sin embargo, aun antes de que la sentencia adquiera firmeza y sea operativa la
suspensión de iure, no podrán realizarse actos de ejecución forzada, entendida como
la venta judicial. La finalización del fuero de atracción —dies ad quem— se produce
cuando por cualquier medio concluya la quiebra (recursos, conversión o conclusión).
El párr. 1º del art. 133, LCQ, regula el caso de litisconsorcio voluntario formado por
el fallido, dándole la posibilidad al acreedor de optar entre desistir del proceso contra el
fallido, sin quedar obligado por las costas y continuar el juicio ante el juez originario, o
dejar que el juicio quede atraído y suspendido ante el juez concursal. En ambos casos
el acreedor deberá verificar su acreencia contra el fallido. Esta hipótesis, considerando
la nueva regulación de la ley 26.086, solamente sería aplicable para los casos de
juicios ejecutivos, pues en las demás hipótesis los juicios se continuarían tramitando
en sede originaria sin necesidad de desistir contra el fallido, salvo la opción del inc. 2º
del art. 21, LCQ, de suspenderlos y verificar.
Allí se prevé que en el caso de que se cite en garantía a una aseguradora (art.
118, ley 17.418) que se encuentra en liquidación, el juicio continuará ante el juez
originario con intervención del liquidador o su apoderado.
Antes se entendía que se producía una diferencia sustancial entre los procesos
judiciales (atraídos) y los arbitrales (no atraídos) (GARCÍA MARTÍNEZ - RIVERA -
MARTORELL) pero, a partir de la reforma de 2006, tal distinción desaparece, pues la ley
26.086 dispuso la no atracción actual de los juicios de conocimiento en trámite. La
Corte también ha admitido la validez del arbitraje constituido durante el trámite del
concurso preventivo fracasado que termina en quiebra(5). En el juicio arbitral deberá
dársele intervención al síndico (art. 110, LCQ) y no existen problemas para que actúe
el fallido (art. 110, párr. 2º, LCQ).
También la ley, en concordancia con el art. 182, párr. 2º, in fine,LCQ (fallido
acreedor), prevé que el juez pueda autorizar al síndico para someter a arbitraje a
través del pacto de la cláusula compromisoria o admita la constitución del tribunal
arbitral conforme anteriormente lo había convenido el fallido, aunque pareciera que la
importancia de estos medios alternativos de solución de conflictos queda relativizada
ante el principio de igualdad entre los acreedores, y la exclusión al fuero de atracción
que como consecuencia acarrearía el tránsito del proceso arbitral.
La crítica ronda en el entendimiento que aquello que se somete ajuicio arbitral debió
ser objeto del proceso de verificación y control multidireccional de los acreedores
(SEGAL). Por un lado se sostuvo que sólo podrían comprometerse arbitralmente
cuestiones que no tenían una tramitación específica en la ley concursal (QUINTANA
FERREYRA) y, por otro, se entendió que como la ley no distingue todo litigio puede ser
admitido (TONÓN). No podemos más que coincidir con esta última posición en el
entendimiento de que el juez concursal, al autorizar el juicio arbitral, estará ponderando
la conveniencia del mismo por sobre el proceso especial legislado por la ley. Siempre,
atento que el laudo arbitral posee autoridad de cosa juzgada material, consentido y
ejecutoriado constituye título, por lo que quien sea acreedor del fallido deberá verificar
la acreencia reconocida en el laudo, en el concurso.
BIBLIOGRAFÍA
ARGERI, Saúl A., "El derecho de retención en la quiebra", LL 1979-B-1184. BUTTY, Enrique
M. - VILLANUEVA, Julia, "Curso de los intereses de créditos laborales en la quiebra", LL 1994-B-
1149. CONIL PAZ, Alberto A., "Situación de los intereses en la conclusión por pago", LL 1996-C-
126. GRÁZIABILE, Darío J., "El arbitraje en el ámbito concursal. La solución privada de conflictos
en los concursos", DSC 259-597. GRILLO, Horacio A., "Régimen de la compensación legal
operada en el período de sospecha de la quiebra", ED 127-873. SEGAL, Rubén, "El arbitraje con
relación a los procesos concursales", LL 1980-D-1140.
JURISPRUDENCIA
I. Introducción
Decimos que el rótulo es erróneo porque la reivindicación del derecho común (art.
2248, CCyCN) es aquella ejercida por el titular de dominio que ha perdido la posesión
del bien contra el actual poseedor; en cambio, en los casos detallados por la ley, para la
quiebra, el fallido reconoce la propiedad en un tercero y no ostenta la posesión sino
sólo la tenencia de los bienes (art. 1910, CCyCN) o, en los casos de transferencia de
dominio, aún no ha tomado la posesión efectiva o si la tuviese, recaudos
contractuales incumplidos hacen imposible la perfección del dominio, otorgándosele así
una preferencia al vendedor. No hay dudas de que la regulación específica realizada en
la ley concursal no excluye que pueda ejercerse la acción reivindicatoria del derecho
común (arts. 2252 y ss., CCyCN), cuando un tercero titular dominial pretenda recuperar
la posesión perdida que ostenta el fallido, pareciera que tampoco habría óbice respecto
de las acciones confesoria (arts. 2264 y ss., CCyCN) o la negatoria (arts. 2262 y ss.,
CCyCN). En igual sentido podrán intentarse las acciones del derecho común tendientes
al cumplimiento de la obligación de restitución (arts. 1892, 760, 761 y concs., CCyCN).
La hipótesis contenida en el párr. 1º del art. 138, LCQ, se refiere a los bienes que
se encuentran bajo la tenencia del fallido y que han llegado a su poder por títulos no
destinados a transferirle el dominio de los mismos. Sólo se transmite
el corpus posesorio y nunca, en estos casos, el animos domini.
Comprobada la existencia del contrato que obliga al fallido a la restitución del bien
sin más, o por la sola circunstancia de habérsele decretado la quiebra, deberá
aplicarse el trámite del art. 188, LCQ, el cual importa un incidente autónomo, no
procede por intermedio de la tercería del derecho procesal común.
Es claro que el objeto de dichos contratos deben ser cosas no fungibles que puedan
ser determinadas como de propiedad del tercero y que se encuentren en el patrimonio
del fallido, lo que la constituye en una acción de naturaleza real. A ello se lo ha
denominado "principio de identidad" y expresamente la ley 11.719, en concordancia con
la norma del art. 2762, CCiv., impedía la reivindicación de cosas no individualizares, lo
que no se repite en la ley concursal actual, aunque la interpretación fue similar a la que
hacemos ahora. Aquí entra en juego el tema de la transformación de la cosa, la cual
podrá ser formal, es decir, cuando se modifica con el trabajo la materia solamente en su
aspecto formal, caso en el cual resulta viable la acción porque la cosa propiedad del
tercero continúa existiendo con una diferente forma; otra situación se da en la
transformación sustancial, la que se origina cuando se produce la imposibilidad de
recuperar la materia a su forma anterior, por lo que resultaría irreivindicable.
La excepción en este último caso se produce con la incorporación de la ley 25.113 de
1999 y los contratos a maquila, similares al trabajo a façon. Cabe hacer una aclaración
aquí, pues más allá de nuestra referencia a que no puede tratarse de cosas fungibles,
podría hacerse la salvedad del muy extraño caso en que la individualización de la cosa
se haya preconstituido en el contrato, cuando se refiera a cosas fungibles o
consumibles, si quedan distinguidas entre otras similares de su especie (v.gr.,
numeración de los billetes dados en préstamo). A modo ejemplificativo podemos decir
que el trámite se aplicará a los casos de comodato (art. 1533, CCyCN), locación de
cosa (art. 1187, CCyCN), mandato de administración (art. 1319 y concs., CCyCN),
depósito regular (arts. 1356 y concs., CCyCN), leasing (art. 1227 y ss., CCyCN), y
aquellos casos en que la cosa esté bajo la tenencia del fallido para realizar una
prestación suya sobre ella. En este último caso es indispensable que el tercero cumpla
la prestación que le corresponda —pago del precio— si no la quiebra podrá ejercer el
derecho de retención. No quedan incluidos el depósito irregular, pues en él se transfiere
el dominio de la cosa al depositario (art. 1367, CCyCN), aunque se sostuvo que si en el
patrimonio del fallido existe una cantidad igual y del mismo género o especie a la
depositada debe admitirse la restitución. Tampoco puede restituirse la cosa dada en
mutuo o préstamo bancario porque se ha transferido la propiedad (arts. 1525 y 1408,
CCyCN).
A solicitud del tercero, titular de dominio, previa vista al síndico y al fallido si existe
en trámite revocatoria contra la sentencia de quiebra y siempre que no haya sido
enajenado el bien en la quiebra, deberá restituirse el bien.
En caso de que no haya concluido la etapa tempestiva de verificación, el juez
podrá exigir que el tercero preste caución suficiente, pero ello no se refiere al caso de
que aún no exista resolución que verifique o admita la obligación de hacer —restituir—
a cargo del fallido en el pasivo concursal, pues la verificación del crédito en la práctica
no se produce en forma independiente, sino que directamente se reconoce la
obligación de hacer en el incidente del art. 188, LCQ, lo que importa dicha verificación.
Bien lo explica MAFFÍA, en tesis a la cual queda ceñida la praxis judicial, afirmando
que la previsión no se refiere a la verificación del crédito del tercero, pues el régimen
descripto no queda sometido a ella sino que la norma se refiere al trámite que deben
realizar todos los acreedores, en previsión de que alguno de ellos pudiera tener algún
derecho sobre el bien en cuestión que pudiese interferir con la restitución.
El párr. 3º del art. 138, LCQ, prevé la posibilidad de que, durante el trámite, el
tercero solicite al juez medidas de conservación, las que al ser admitidas deberá
ejecutar a su costa, siendo la típica a tales efectos la prohibición de contratar o, más
específicamente, al caso de enajenar (art. 231, CPCCN). También podrá darse el bien
en depósito al tercero reclamante y, al respecto, atento que el bien fue incautado por el
oficio falencial, aquello deberá ser realizado por el síndico y no por el deudor.
Sin embargo, echando mano a normas de derecho común podemos definir que en
los derechos reales de disfrute el fallido continuará en la titularidad del derecho sin
perjuicio de que el mismo pueda quedar, en cierta forma, embargado y afectado al
concurso (doct. art. 2144, CCyCN) y, atento la imposibilidad de enajenarlo (doct. art.
2142, CCyCN), el derecho será ejercido por el síndico, ingresándose los frutos al
concurso. Cabe aclarar que el uso o habitación, otro derecho real de disfrute intuitu
personae, se encuentra excluido del desapoderamiento porque no pueden ser
agredidos por los acreedores, por lo que quedará fuera de la quiebra. Respecto de los
derechos reales de garantía, los mismos continuarán vigentes hasta que el fallido sea
desinteresado con el pago del crédito, el cual será perseguido, en caso
de incumplimiento, por el síndico a través de la ejecución.
La ley prevé, en el art. 140, LCQ, la situación en la cual pudo haberse producido la
tradición simbólica (art. 1925, CCyCN, v.gr., venta a distancia con cláusulas CIF y
otras de costo de transporte a cargo del vendedor —cláusulas C Incoterms—),
permitiendo que el vendedor igualmente ejerza la preferencia, pues efectivamente el
fallido comprador no ha tomado la posesión efectiva del bien.
Como el trámite procesal del art. 138, LCQ, se encuentra legislado por el art.
188, LCQ, la situación del art. 140, LCQ, incluye en el mismo artículo el procedimiento
a seguir. Se desarrolla un incidente específico, el cual se inicia con la petición del
vendedor, la cual debe ser hecha dentro de los treinta días siguientes a la última
publicación de edictos, en caso de publicación en el lugar donde se deban entregar los
bienes será considerada la última publicación realizada en dicha jurisdicción (inc. 1º).
El incumplimiento de los plazos fijados por el art. 140, LCQ, hace adquirir el bien
para el fallido definitivamente. Asimismo, el síndico, dentro de los quince días de
efectuada la petición del vendedor, con autorización judicial puede optar por cumplir
con la prestación a cargo del fallido, tomar la posesión efectiva del bien para así
mantener los bienes en el patrimonio cesante para producir su liquidación en la
quiebra (inc. 2º) y, en caso de que el cumplimiento de la prestación a cargo del fallido
no pueda hacerse en forma inmediata, la relación quedará regida por los arts.
143y 144, LCQ, debiéndose garantizar al tercero y reconocérsele la preferencia del art.
240, LCQ.
En ningún caso y en concordancia con el art. 142, párr. 3º, LCQ, el enajenante
podrá reclamar ser indemnizado por los daños y perjuicios sufridos por la aplicación de
la norma falimentaria, así como tampoco intereses punitorios o cláusulas penales (inc.
5º).
La ley no determina el rango del privilegio, pero entendemos que debe ser ubicado
en la primera posición, pues sin la entrega del bien por parte del vendedor, nunca
hubiese ingresado al patrimonio del deudor y los acreedores con privilegio especial no
hubieran podido ejercer su preferencia. La misma norma preferencial se aplica respecto
de los casos en que haya desaparecido la cosa y existan seguros u
otras indemnizaciones a cargo de otros responsables, teniendo el vendedor derecho a
la cesión del crédito o al otorgamiento del privilegio sobre las sumas debidas.
La admisión de la acción produce como efecto concreto la readquisición de la
posesión por parte del vendedor como consecuencia propia de la resolución de
contrato. La improcedencia de la acción de readquisición de la posesión no hace
perder todo derecho al recurrente, sino que siempre le quedará latente la posibilidad
de verificar el crédito correspondiente al valor de la contraprestación a cargo del
fallido.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
CSJN, ED 78-707.
I. Generalidades
Lo que la ley llama los efectos de la quiebra sobre ciertas relaciones jurídicas en
particular son en realidad efectos que produce la falencia sobre los contratos
prefalenciales. Para PARRY sería apropiado referirse a los efectos sobre las
obligaciones que derivan de los contratos, pero la realidad es que la ley tiene en vista
los contratos y no las obligaciones que de él emergen. Claro es que lo que interesa
son las relaciones que derivan de dichos contratos, pues ellas son las que hacen
nacer los créditos que se harán valer en la quiebra.
Lo que importa aquí son las relaciones jurídicas preexistentes entendidas como
aquellas perfeccionadas que no han sido culminadas o consumadas al momento de la
declaración de quiebra (SATTA), es decir que el deudor concertó estos negocios antes
de la quiebra pero su ejecución o cumplimiento quedaron pendientes al momento de
sentenciarse la falencia (RAMÍREZ); pero no sólo ello, sino también importan en este
caso aquellas relaciones patrimoniales no adquiridas aún, por no haberse insertado
todavía en el patrimonio del deudor fallido, las cuales llegan a la quiebra en pleno
desarrollo dinámico (PAJARDI). Incluimos así siempre relaciones constituidas, aunque
sólo existe la obligación de eventualmente constituirlas. En el derecho comparado se
reconocieron históricamente dos sistemas respecto de los efectos de la quiebra sobre
los contratos; así, en el derecho francés, únicamente el tema era regulado a través de
los Códigos Civil y Comercial; en cambio, en Italia, la Legge Fallimentare trae expresas
disposiciones para algunos tipos de contratos, orientación que han seguido nuestras
últimas leyes concursales. En el orden local el tema viene complejo en cuanto a su
regulación pues en principio no solamente la ley concursal legisla la cuestión sino que
puede surgir de otras leyes que prevén concretamente ciertos contratos y los efectos
que sobre ellos produce la quiebra. Pero ello no es todo, pues la ley 24.522 no se limita
a prever principios aplicables a los contratos en general sino que ello lo hace
escuetamente y luego desarrolla un amplio bagaje de normas aplicables a contratos en
particular, dejando lagunas para otros casos no previstos. La metodología empleada
por la vigente ley concursal mantiene los vicios inculcados por normativas anteriores.
Los efectos de la quiebra sobre los contratos se dan en tres órdenes distintos:
podemos encontrar contratos que quedan resueltos (arts. 147, 148, 153 y 158, LCQ),
contratos que continúan o son asumidos por la quiebra (arts. 157, inc. 1º, y 154, LCQ)
y aquellos contratos que quedan suspendidos hasta que judicialmente se resuelva
sobre su continuación o no (arts. 144, LCQ). Como la casuística propuesta nunca
puede incluir todos los casos, para dichas lagunas la ley prevé una norma de
aplicación analógica que subsidiariamente entrará en juego cuando la situación no fue
prevista, aunque para ello era suficiente el art. 16, CCiv. y ahora los arts. 1º y 2º,
CCyCN. El art. 159, LCQ, otorga al juez concursal una regla para resolver las
situaciones legislativamente no contempladas, utilizándose en principio la analogía y
luego los principios generales del concurso, tales como la protección del crédito,
la integridad del patrimonio, el concurso y el interés general.
Sobre el punto, en cambio y en otro orden de ideas, la norma analizada debe
aplicarse como una regla de interpretación de todas las situaciones patrimoniales que
se dan en un concurso en general donde existe una racionalización de intereses en
conflicto. En tal sentido la norma no queda limitada al ámbito contractual-concursal y es
claro que las directrices del artículo son meramente enunciativas y pueden ser
complementadas por otras incluidas en otras normas del ordenamiento concursal
(v.gr. arts. 16, último párrafo, 24, LCQ, entre otros) y del ordenamiento jurídico en
general (v.gr., arts. 1063/1068, 279, CCyCN, entre muchos otros).
Esto último, bastante difícil de aplicar en su totalidad pues dichas ideas rectoras
resultan contradictorias entre sí, por lo que el juez deberá optar por la aplicación de
alguna o algunas en detrimento de otra y otras, según cada caso en particular
(ROUILLON).
El art. 143, LCQ, determina los efectos de la quiebra sobre los contratos con
prestaciones pendientes, los cuales igualmente pueden inferirse sin necesidad de
la existencia de la norma. Fácilmente vemos que si la ley no prevé, como lo hace en
el inc. 1º, que cumplida la prestación del fallido, la pendiente del contratante in
bonis debe ser cumplida, llegaríamos a la misma conclusión, pues se trataría de un
crédito del fallido y el incumplimiento habilitaría su ejecución (art. 182, LCQ) o la
eventual revisión bajo el régimen de las inoponibilidades (arts. 118, 119 y 120, LCQ).
Lo mismo para el supuesto del inc. 2º y la prestación a cargo del fallido, pues ello
implica un crédito a favor del tercero cocontratante, el que no escapará de la vía
verificatoria (art. 126, párr. 1º, LCQ). Claro es que lo previsto puede aplicarse también
a contratos unilaterales en los cuales no se ha cumplido con la prestación a cargo de
la parte obligada. En cuanto al inc. 3º, el cual se refiere al caso de existencia de
prestaciones recíprocas pendientes y la posibilidad de pedir la resolución del contrato
por parte del cocontratante in bonis, debió ser incluida en el extenso art. 144, LCQ. La
posibilidad prevista implica una excepción a la imposibilidad resolutoria contractual por
caso de quiebra que surge del art. 145, LCQ, aunque igualmente tal resolución no se
produce ipso iure sino que debe ser demandada concursalmente por
sujeto interesado.
El art. 144, LCQ, regula el sistema resolutorio de los contratos con prestaciones
recíprocas pendientes en la quiebra, en una disposición, si bien clara,
"insoportablemente minuciosa y extensa" (MAFFÍA).
Dentro del mismo plazo cualquier acreedor o tercero interesado puede denunciar
la existencia del contrato y su opinión respecto de su continuación o resolución, lo que
no implica que puedan solicitar la continuación o resolución del contrato.
Como el término para la presentación del informe dispuesto por el art. 190, LCQ, es
de veinte días corridos, contados desde la aceptación del cargo del síndico, si se
hiciese la denuncia o petición del art. 144, LCQ, luego de presentado aquel informe y
en el mismo el síndico no lo hubiere incluido por desconocerlo, deberá correrse vista al
funcionario para que informe y opine al respecto. De la misma manera para el caso de
que se asuma el contrato por la quiebra sólo por el beneficio que representa mantener
el bien objeto del contrato en el patrimonio a liquidarse sin necesidad de que se decida
la continuación de la explotación de la empresa en quiebra.
Cuando el juez resuelva sobre la continuación de la explotación de la empresa (art.
191, LCQ) hará lo propio respecto de los contratos con prestaciones recíprocas
pendientes (art. 144, inc. 3º, LCQ). En caso de que la resolución respecto de la suerte
del contrato deba ser urgente por la naturaleza del mismo, podrá hacerse previa vista
al síndico y al cocontratante in bonis (art. 144, inc. 6º, LCQ).
Respecto del vencimiento de los plazos pendientes, tanto el art. 128, párr. 1º, LCQ,
como el art. 353, CCyCN, no resultan aplicables porque la resolución del contrato
retrotrae los efectos al momento de su celebración, siendo válidas las prestaciones
cumplidas, pero sin quedar ninguna incumplida cuyo plazo deba caducar y, si se decide
la continuación, la misma se hará respetando los términos pactados.
Para que ello sea posible, en caso de que uno solo de los jueces vea inviable la
continuación, por ser perjudicial para el concurso, impediría tal consecuencia en el
contrato, quedando el mismo resuelto; ergo, cuando un juez falencial decida la
continuación del contrato antes que el otro y otorgue garantías suficientes a la otra
quiebra, la resolución no se produciría. Es ineludible en ambos casos que se decida
sobre la continuación de la actividad empresaria, pues si no la quiebra que no continúe
no podrá ejecutar la prestación a su cargo. Pareciera una situación muy dificultosa la
que llevará ineludiblemente, en todos los supuestos, a la resolución del contrato.
La ley regula en general los efectos concursales sobre las promesas de contratos y
aquellos contratos celebrados sin las formas exigidas por el ordenamiento jurídico y,
en segundo término, trata especialmente el caso del boleto de compraventa
de inmuebles.
1. Norma general
En el párr. 1º del art. 146, LCQ, en general, se prevé la situación de las llamadas
promesas de contrato donde quedarían incluidos los precontratos y los contratos
preliminares o preparatorios que obligan a la celebración de otro contrato, como así
también los contratos celebrados sin la forma exigida por la ley. En ningún caso,
podrá exigirse el cumplimiento en la quiebra.
La ley iguala las promesas de contrato con aquellos celebrados sin las formas
legales, porque por la regla de la conversión del contrato nulo, las partes quedan
obligadas a otorgar el contrato en la forma prevista por la ley (doct. art. 285, CCyCN).
La previsión legal abarca los contratos solemnes, formales ad solemnitatem relativos,
es decir, aquellos, confirmables o convertibles. No se incluyen los contratos no
solemnes o formales ad probationem cuyo efecto es únicamente procesal a los fines de
la prueba del acto. Tampoco la norma se refiere a aquellos contratos solemnes y
formales ad solemnitatem absolutos, pues la forma se prevé constitutiva y sustancial,
bajo pena de nulidad absoluta, pues la inobservancia de la forma lo convierte en nulo
sin posibilidad de confirmación (art. 1018, CCyCN).
La petición deberá hacerse dentro de los treinta días hábiles desde la última
publicación de edictos realizada en la jurisdicción del juzgado.
El término fijado por la ley resulta, sin fundamento alguno, diferente al previsto por
el art. 144, LCQ, no sólo en el plazo que es de treinta días y no de veinte, sino también
en la forma de computárselos, pues se corresponde a días hábiles al no preverse que
sean corridos (art. 273, inc. 2º, LCQ). Varía también en su dies a quo, para el cual no
se tendrá en cuenta la publicación edictal en el domicilio del tercero sino solamente la
realizada en la sede del juzgado donde tramita la quiebra. Nada hubiera impedido que
se prevea un plazo común para solicitar la continuación de todos los contratos que
ameriten tal posibilidad.
La posibilidad de cumplimiento del contrato debe ser analizada por el juez teniendo
en cuenta la conveniencia para el concurso y la no afección de la garantía común de
los acreedores.
En esta hipótesis la ley no prevé la preferencia del art. 240, LCQ, para la prestación
a cargo de la quiebra, pero pareciera no existir inconveniente interpretativo para
concluir que igualmente le corresponde aquélla, atento la naturaleza misma de los
créditos a los cuales se le otorga, es decir que se trata de acreencias nacidas con
posterioridad a la quiebra y originadas en beneficio de los acreedores.
Sin embargo, se concibió más justo entender que ante el pago del precio y la
posesión, el contrato se consumó y es ajeno a la quiebra, por lo que deberá el
comprador solicitar en la quiebra la inscripción registral del vehículo para perfeccionar
así el derecho real de dominio(3). Otros también propician la purga del vicio formal, en
pos de la conveniencia para el concurso, para así perfeccionarlo y cumplirlo en la
quiebra (GEBHARDT). También se sostuvo que el boleto de compraventa automotor, con
pago del precio y posesión, aunque sin inscripción era oponible(4). En contrario,
entendemos que la norma concursal es clara y no puede admitirse la demanda de
transferencia del automotor en la quiebra, pues el contrato es inoponible a ella, ya que
el registro automotor tiene carácter constitutivo siendo necesaria la inscripción registral
para perfeccionar el contrato (dec.-ley 6582/1958), por lo que el bien formará parte del
patrimonio a liquidar(5).
El originario Código Civil hasta 1968 establecía que los llamados boletos de
compraventa de inmuebles en caso de quiebra del vendedor no otorgaban al
adquirente derecho alguno para exigir su cumplimiento (art. 1185). La Cámara Nacional
Civil, resolviendo cuestiones de los antiguos concursos civiles legislados en los Códigos
Procesales, reconoció el derecho del adquirente con boleto y el derecho al
otorgamiento de la escritura traslativa del dominio, si había pagado el precio y tenía
posesión del inmueble(6). La misma orientación seguía la Suprema Corte de Justicia de
Buenos Aires para la provincia de Buenos Aires (7). En el ámbito comercial, la Cámara
Nacional en lo Comercial, en pleno, en el conocido caso "Lozzi"(8), con el especialísimo
voto del Dr. HALPERIN, a mediados de la década del 60 resolvió sobre la inoponibilidad
en la quiera del boleto de compraventa de inmuebles, mandando al adquirente a
verificar su acreencia nacida por el precio pagado como quirografaria. Luego devino la
reforma del Código Civil por la ley 17.711 y especialmente el art. 1185 bis de aquel
cuerpo legal, que hacía oponible a la quiebra el boleto de compraventa de inmuebles
cuando se hubiese abonado el veinticinco por ciento del precio y adquirido de buena fe.
Luego y en concordancia con el iter reformatorio, la ley 19.551incorpora el art. 150 que
remite y hace aplicable lo normado por el art. 1185 bis, CCiv., pero limitadamente a
los inmuebles que tienen como destino la vivienda, exigiendo un nuevo recaudo.
Durante aquella época se discutió si el destino referido sería el objetivo, teniendo en
cuenta la idoneidad del inmueble para ser destinado a vivienda, amparándose tanto al
adquirente habitante como al comprador locador o revendedor y, por otro lado, se
estaba al destino principal, subjetivamente entendido, por lo que se excluía a las
sociedades compradoras. La injusta limitación discriminatoria que hacía el art. 150, ley
19.551, llevó a la reacción jurisprudencial, que tangencialmente y dejando en cierta
medida de lado dicha previsión legal, aplica objetivamente el recaudo del destino de
vivienda sin importar la voluntad del comprador, es decir, si lo compraba o no para
vivienda. Finalmente, con la ley 24.522, el art. 146, párr. 2º, LCQ, vuelve al sistema
del art. 1185 bis, CCiv., y deja de lado el requisito de destino para vivienda. La
regulación en el Código Civil y Comercial viene dada por el art. 1171, CCyCN.
No podemos subsumir la cuestión en los arts. 143y 144, LCQ, porque la llamada
promesa del deudor no vincula al concurso, y la quiebra quita la disponibilidad al fallido
para perfeccionar el contrato.
La norma del art. 146, 2º párr., LCQ, resulta aplicable tanto en el concurso
preventivo como en la quiebra.
La ley pretende proteger a todo adquirente de inmuebles que cumpla con los
recaudos exigidos.
En cuanto a los recaudos necesarios para poder oponer en la quiebra aquel boleto
de compraventa inmobiliaria, debemos estar a lo que surge de las previsiones
legales involucradas.
Para el análisis del quid debemos tener en cuenta la rigidez que debe aplicarse en
la quiebra respecto de las cuestiones excepcionales porque, como expuso ROUILLON,
no se puede ser generoso en la escasez, pues lo contrario, el trato diferenciado se
convierte en un "privilegio" disvalioso y prebendario. Las premisas a tener en cuenta
para resolver las cuestiones dudosas respecto de los recaudos de procedencia de la
referida oponibilidad del boleto deben surgir a través de una rigurosa interpretación del
problema, teniendo en cuenta el régimen de excepción que la ley impone a favor del
comprador.
Con la norma del art. 1171, CCyCN, la fecha cierta en los términos del art. 317,
CCyCN, es recaudo necesario para la oponibilidad del boleto.
Bajo el régimen del Código Civil la fecha cierta no era exigida expresamente pero
debía quedar acreditado de alguna manera que el contrato es anterior a la sentencia de
quiebra(11).
En concordancia con el texto legal y la doctrina del art 1185 bis, CCiv.—ahora art.
1171, CCyCN—, no se exige que se haya tomado posesión del inmueble(13).
La prueba del pago debe ser analizada con amplitud procesal, pero generalmente
se hace a través del recibo o constancia en el mismo contrato, sin embargo, para que
ello sea oponible al concurso se ha entendido que es necesario que se acredite el
efectivo traspaso de los fondos(18).
La norma requiere que el adquirente sea de buena fe, lo que se presume exista o
no posesión (arts. 961 y 1919, CCyCN), pero si la venta se concertó en el período de
retroacción el comprador no debió conocer, al momento de la firma del boleto, el
estado de cesación de pagos del vendedor ahora fallido. La buena fe se reputa al
momento de otorgamiento del boleto. Debe descartarse el concilium fraudis entre
vendedor y comprador.
La solución legal viene criticada con una propuesta de lege ferenda entendiéndose
la conveniencia de exigir el pago total del precio o, mejor dicho, el pago del saldo de
precio frente a la exigencia de escrituración, respecto de lo cual entendemos que sería
un supuesto que se tornaría en la mayoría de los casos de imposible cumplimiento.
También arduamente discutido fue el trámite procesal por el cual debe oponerse el
boleto de compraventa inmobiliaria en el concurso. Por una parte, se entendió que se
trataría de un incidente autónomo (arts. 280 y ss., LCQ) de oposición del boleto.
Dicha tesis se sustentaba en el hecho de que sólo son verificables las obligaciones
de dar (dinerarias o no), por lo que la obligación de hacer que implica la escrituración
no es verificable, salvo que se hubiere transformado en el pago de daños y perjuicios (19)
(TONÓN - BERGEL) la norma del art. 146, LCQ, importa una excepción a la regla general
verificatoria. Para GARAGUSO sería una forma anómala de verificación en
sentido lato, pues no se trata de insinuarse en el pasivo concursal sino de excluir el
bien del patrimonio del concursado, no hay concurrencia de pasivo sino exclusión de
activo. También se ha considerado que se trataba de una tercería de dominio (20)o una
tercería de mejor derecho(21).
3. Contratos normativos
Los contratos normativos (ratione materiae) son aquellos en virtud de los cuales se
crean normas de carácter general y objetivo que regirán situaciones jurídicas futuras
de los otorgantes sin fuerza para concluir dichas convenciones futuras. Los contratos
normativos reglan y fijan el contenido de contratos futuros y eventuales.
El bagaje casuístico innecesario que aporta la ley sobre el quid que venimos
analizando, es decir, en el tema contractual, se ve exagerado en el art. 147, LCQ,
pues en él no se limitó el legislador a imponer principios o soluciones generales a los
problemas que puedan plantearse con contratos de cierta naturaleza sino que,
además de hacer ello, en forma mezquina e incompleta agrega en la misma norma
consideraciones sobre contratos en especial, aunque con aplicación concreta de la
normativa general creada. Especialmente se menciona en el artículo al mandato, la
cuenta corriente, la agencia, la concesión y la distribución, también el art. 148, LCQ, se
refiere expresamente a la comisión.
4.1. Mandato
Se llega a tal conclusión por el simple hecho de que los actos involucrados en el
mandato son ajenos a la quiebra. La misma solución debe adoptarse para los
mandatos ad litem, debiéndose estar a los actos que pretenda ejecutar el representante
procesal o al derecho de su mandante que concierne aquéllos. En especial referencia al
mandato ad litem, si bien no escaparía a la regla general aquel que incumbiese
situaciones patrimoniales del fallido, como sería su defensa en la quiebra, ergo en la
práctica el mismo no es cuestionado, pues el deudor que contesta la vista del art.
84, LCQ, por intermedio de su mandante, hace lo propio y en virtud del mismo mandato
procesal, luego de la quiebra con la revocatoria o el levantamiento sin trámite.
Tales contratos quedarán resueltos por la quiebra salvo que se decida sobre la
continuación de la empresa en quiebra y pueda ser cumplido por el síndico, siendo en
la mayoría de los casos contratos elementales y fundamentales para el desarrollo y la
actividad de la empresa. En contrario, la resolución contractual en caso de quiebra sin
continuación de la explotación viene impuesta por la incompatibilidad entre la
ejecución del contrato y la liquidación falencial. En el caso del contrato de agencia se
ha discutido la cuestión referida a si la quiebra produce ipso iure la resolución del
contrato y si aquélla es sólo una causal para declararla.
4.4. Comisión
Teniendo en cuenta el derogado art. 222, párr. 2º, CCom., la comisión se daba
cuando una persona realizaba negocios por otro u otros, actuando a nombre propio y
sobre negocios individualmente determinados. El comisionista siempre quedaba
directamente obligado con aquellos con los cuales contrató, sin que los terceros tengan
acción contra el comitente. Si bien se la consideraba una subespecie del mandato o,
más precisamente, un mandato sin representación, tenía una regulación especial
contenida en la ley para la comisión de compraventa. Si bien la consignación, como
otro caso de mandato sin representación, puede ser asimilada a la comisión, el hecho
de que pueda celebrarse para negocios generales y no determinados impide la
aplicación de las previsiones del art. 148, LCQ, pero no la resolución prevista en el art.
147, LCQ.
En tal sentido, además de la resolución prevista por el art. 147, LCQ, la cual
alcanza a cualquier caso de comisión, el art. 148, LCQ, exclusivamente previsto para
la comisión de compraventa determina los efectos de aquella resolución en resguardo
de derechos de terceros en caso de quiebra del comisionista. Así se prevé que, en la
hipótesis de venta de bienes, por la parte del precio impaga habrá un crédito a favor
del comitente vendedor quien podrá reclamarlo directamente del comprador con el
límite de lo que se le debiese. En caso de compra por el comisionista fallido, el
vendedor tendrá acción de cobro directa contra el comitente comprador hasta el monto
del precio debido. Técnicamente se opera una suerte de subrogación legal a favor del
comitente, como si el comisionista fallido le hubiese cedido sus derechos.
En el caso de que la quiebra sea del comitente, el contrato quedará resuelto (art.
147, LCQ), pero no existirá la acción directa prevista en la norma del art. 148, LCQ,
por lo que en caso de que haya habido una venta, el síndico reclamará las sumas
correspondientes al comisionista pero no al comprador y, en caso de compra, el
vendedor reclamará al comisionista y no al comitente fallido.
Siempre debe hacerse petición previa al juez, previa vista al síndico y con
resolución donde expresamente se autorice el pago directo al vendedor, pues
es indispensable con ello evitar que dinero de terceros se confunda en la masa activa
del fallido(22). La comisión siempre deberá ser abonada a la quiebra, si no el síndico
deberá reclamarla como crédito a favor del fallido (art. 182, LCQ).
Cabe hacer notar liminarmente, como así lo preveía la ley 19.551, que por efecto
propio del desapoderamiento de la sociedad fallida producida la quiebra, cesa la
posibilidad de los socios para ejercitar o hacer efectivo el derecho de receso, ello ya
que tal receso importa una reducción de capital y una disminución de la responsabilidad
patrimonial de la fallida. Es muy gráfico TONÓN al respecto, quien los
diferencia exponiendo que ejercitar el derecho de receso consiste en manifestar,
conforme a la Ley de Sociedades (supuestos, plazos y formas), la voluntad de
separarse de la sociedad y hacerlo efectivo consiste en percibir el crédito que nació con
el ejercicio del derecho de receso. La efectivización del derecho de receso se hace a
través del reembolso, el cual comprende, conforme al art. 245, LGS, el capital
correspondiente a su participación societaria, calculado conforme al último balance
realizado o a realizarse, con más los intereses desde la notificación del receso. El
fundamento de la norma lo explica muy gráfica y contundentemente ARGERI, quien
afirma que ello radica en el hecho de que si se admitiera que cada uno de los socios
pudiera eludir la responsabilidad patrimonial resultaría afectada la seguridad jurídica, el
tráfico mercantil y los derechos de los acreedores que no hallarían sustento en la
responsabilidad del patrimonio del deudor.
Luego, el art. 150 en sus párrs. 1º y 2º, LCQ, aportando un verdadero instrumento
de construcción patrimonial, determina la exigibilidad de los aportes no integrados por
los socios, ya sea los que componen el capital originario o aquellos decididos
para aumento del capital social.
Huelga aclarar que los aportes a los que se refiere la ley son aquellos dinerarios,
atento que los en especie se suscriben e integran totalmente al momento de la
constitución de la sociedad (arts. 149, párr. 3º y 187, párr. 2º, LGS). Se incluyen
únicamente los aportes pendientes de plazo, pues la norma impone la caducidad del
término que sirve como modalidad obligacional, concordantemente con el art.
128, LCQ, sin hacer referencia alguna respecto de la exigencia de los aportes en mora,
pues aquella exigibilidad es lisa y llana, debiéndoseles exigir el cumplimiento del aporte
más los intereses desde la mora. Véase que los socios, por la falta de integración de
aportes, son deudores de la sociedad.
La integración de aportes será reclamada por el síndico (art. 182, LCQ) por la
vía incidental (art. 280 y ss., LCQ).
Es agudo ROITMAN al diferenciar la acción típica del art. 182, LCQ, la cual tramitará
ante el juez natural y conforme a las normas procesales comunes de la que surge de
los arts. 149y 150, LCQ, pues si bien se trata de perseguir la percepción de un crédito
de la fallida, éstas se harán ante el juez del concurso y por incidente del expediente de
la quiebra.
Finalmente se prevé en el último párrafo del art. 150, LCQ, que la quiebra de los
socios con responsabilidad ilimitada no tiene posibilidad de reclamo alguno frente a la
sociedad fallida por lo que a ellos les adeude.
Es claro que la ratio legis hace que la norma se aplique ya sea que la quiebra del
socio preceda a la social, como en el caso de que sea refleja de la quiebra de la
sociedad o cuando la quiebra del socio sea posterior, aunque no por extensión, es
decir, los casos de responsabilidad ilimitada. En tal sentido, el artículo sería aplicable
en todos los casos de quiebras simultáneas entre los sujetos. En la hipótesis específica,
si bien en la quiebra refleja del art. 160, LCQ, se forman masas separadas de cada uno
de los sujetos fallidos, la ley impide la concurrencia de los socios en la masa pasiva de
la sociedad y, por ende, dicho crédito no forma parte de la masa activa de la quiebra de
los socios.
Ello, claro, no impide que la sociedad verifique los créditos que tenga contra los
socios, en la quiebra de éstos.
2. Sociedad accidental
Por último, el art. 152, LCQ, determina el régimen de los debentures y obligaciones
negociables impagos emitidos por la sociedad fallida. En realidad, hubiese sido
aconsejable que la ley se refiriese a todos los casos de títulos valores emitidos en
serie, atento la existencia de otros instrumentos del mercado de capitales que
quedarían fuera de la norma concursal.
En caso de que tengan garantía especial (art. 333, LGS), tendrán el mismo trámite
que las garantías reales hipotecarias y prendarias por lo que podrán recurrir al trámite
del concurso especial (art. 209, LCQ) sin necesidad de esperar la liquidación general
en la quiebra; y si la garantía es flotante (art. 327, LGS) o común (arts. 326 y 332,
LGS), el fiduciario actuará como liquidador coadyuvante del síndico. Si no existiese
representante o fiduciario designado deberá convocarse asamblea para ello. También
cuando se trate de garantía flotante referida a bienes determinados afectables a
hipoteca o prenda igualmente tendrán la posibilidad de tramitar el concurso especial
(art. 209, LCQ).
El art. 154, LCQ, regula los efectos de la quiebra sobre el contrato de seguros, el
cual no queda resuelto cuando se trata de daños patrimoniales. La ley no hace
referencia al seguro de personas, el cual quedará resuelto (art. 147, LCQ). La quiebra
no extingue el seguro por daños patrimoniales y la cobertura continúa, por lo que el
síndico deberá abonar las primas adeudadas con más sus accesorios por mora y
seguir abonando las devengadas luego de la quiebra, graduándose dicho crédito, tanto
por el monto preconcursal como por el posconcursal prededucible (art. 240, LCQ).
El pago por la quiebra como prededucible de la prima impaga sin importar el origen
temporal del crédito se basa en el principio de indivisibilidad de la prima (HEREDIA). El
fundamento de la previsión radicaría en el interés conservatorio de la quiebra de
mantener el seguro por daños patrimoniales sobre bienes afectados al
desapoderamiento, como una forma de asegurar la integridad patrimonial. Ello es
concordante con el art. 185, LCQ, que autoriza al síndico a contratar el seguro si
no existiese. En realidad no se trata de una continuación del contrato en forma forzosa
sino que la ley no lo resuelve ipso iure y otorga la posibilidad, según la conveniencia de
la quiebra, de continuar con la ejecución del contrato de seguro.
Como consecuencia de ello, el contrato de seguro pasa a la quiebra ipso iure desde
la sentencia de quiebra con todos los derechos y las obligaciones que tenía el
asegurado. Existe una modificación de la titularidad del interés asegurable, pasando
del fallido a la quiebra.
La norma dispone que será nula toda convención en contrario, es decir, aquella que
impida la continuación del seguro en caso de quiebra.
El art. 155, LCQ, prescribe qué sucede con el protesto de títulos en caso de
quiebra.
Se prevé cuando por existencia de quiebra el acreedor se encuentra eximido de
realizar el protesto por falta de pago (arts. 48, último párrafo, y 103, dec.-ley
5965/1963), y el cese de la misma no hace renacer aquella obligación. La previsión se
funda en la imposibilidad de pago que tiene el fallido, por lo que la acción de regreso
podría ejercerse acreditándose la quiebra del obligado principal.
VIII. Alimentos
En tal sentido el art. 156, LCQ, dispone que únicamente tiene derecho el
alimentado a reclamar a través de la verificación alimentos adeudados por el fallido
hasta la sentencia de quiebra, es decir, aquellos que sean concursales. En dicho
orden, la prestación alimentaria a que se encontraría obligado el ahora fallido, si bien
no cesa con la quiebra (en contra ARGERI), se ve perjudicado el reclamo de aquella
prestación por imposibilidad material de suministrar los alimentos. El fundamento
radica en el hecho de que la prestación de alimentos corresponde a aquel que está en
posibilidades de brindarla y es claro que el fallido no tiene la capacidad económica
para hacerlo, consecuencia de su insolvencia. Ello, salvo que el fallido procure fondos
para hacer frente a dicha obligación a través del desempeño de empleo, profesión u
oficio (art. 104, LCQ), siempre en la proporción no afectada al desapoderamiento (arts.
107 y 108, inc. 3º, LCQ).
Hasta aquí las previsiones legales resultan coherentes, no así el caso de que
el inmueble sea destinado a vivienda familiar, pues el inc. 3º, para la hipótesis de
quiebra de la persona física —incluido el socio con responsabilidad ilimitada— reza
que el contrato será ajeno al concurso y no podrán reclamarse en la quiebra los
adeudados pre o posfalenciales.
El fallido locatario deberá pedir autorización en la quiebra para poder pagar los
cánones y si no lo hace el locador in bonis podrá demandarle el desalojo. Las deudas
anteriores no podrán verificarse, por lo que el locador no podrá perseguir su cobro en
la quiebra, únicamente podrá ser desinteresado a través de bienes no afectados al
desapoderamiento (arts. 103, 104, 107, 108 y concs., LCQ).
Por nuestra parte hemos entendido que la solución legal importa una excepción al
principio de concursalidad, la cual termina siendo injusta e incluso inconstitucional (art.
18, CN); en definitiva, una previsión insólita y sin fundamento. Cabe agregar aquí, como
lo destaca ROITMAN, que el tema vino modificado cuando la quiebra no importa sólo la
del comerciante sino que afecta también las relaciones civiles (desde la ley 19.551) y
además la derogación efectuada por la ley 24.522 del privilegio especial a favor del
locador por arrendamientos vencidos por los tres períodos anteriores al concurso y
operaba como excepción de la no exigibilidad en la quiebra de los alquileres
adeudados. Se trata de un resabio inaceptable de la antigua quiebra comercial.
Pareciera que la más justa solución hubiese sido que todos los casos sean tratados
de igual manera, con alguna preferencia en la continuación contractual para el caso en
que el inmueble sea destinado a la explotación comercial, pero siempre permitiendo al
locador concurrir a la quiebra por los alquileres impagos.
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C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala I, ED 112-706; C. Nac. Com., en pleno, LL 1981-C-476; SC
Mendoza, en pleno, JA 1997-1-83; C. Nac. Com., en pleno, ED 94-648; SC Tucumán, JA 1992-
IV-193; Sup. Trib. Just. Entre Ríos, JA 1995-II-108; C. Nac. Com., sala C, JA 1991-1-1082; C.
Nac. Com., sala E, LL 2007-D-59; C. Civ. y Com., Bahía Blanca, sala I, ED 89-715; SCBA, ED
153-635; SCBA, JA 1993-IV-391; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, LL 1981-C-387; C. Nac. Com.,
sala D, 9/11/2000, "Roybe"; CS Mendoza, 30/5/1996, "Coviram".
Capítulo X - Extensión de quiebra
I. Nociones
De tal manera y como fundamento de este instituto, podemos decir que se pretende
transpolar los efectos de una quiebra principal con bienes insuficientes hacia el
patrimonio de un sujeto relacionado con aquélla a fin de paliar la situación deficitaria de
los acreedores de la fallida principal (ROUILLON). Hay una incorporación de nuevos
patrimonios para afrontar, en principio, el pasivo de sujeto titular de la quiebra principal.
El fundamento de esta hipótesis bien lo explica MALAGARRIGA, quien expone que ello
es consecuencia lógica de la necesidad de lograr la efectividad de la responsabilidad
ilimitada de los socios frente al pasivo social. Es el caso concreto de comunicación —
como lo denominan los españoles— de una quiebra principal, así ocurre con la quiebra
social con relación a sus socios solidarios.
1. Presupuesto subjetivo
Ante tal divergencia doctrinaria, la Nota de Elevación del proyecto elaborado en los
años noventa por la comisión designada por el Ministerio de Economía explicaba que
la extensión de quiebra a los socios solidarios comprende sólo los casos en que esta
limitación resulte del tipo social. Cabe recordar que el proyecto que terminó en ley en
1995 fue el redactado por intermedio del Ministerio de Economía, cuyos antecedentes
no traen tal previsión y se limitó a reproducir la norma contenida en la ley 19.551.
De la misma manera lo preveía la Ley Castillo. Como argumentos que apoyan tal
conclusión, deja ver que la Exposición de Motivos de la ley 19.551, al referirse a
la extensión de quiebra, prevé que el sistema es igual al de la ley que se
reformaba, incluyéndose únicamente el caso del socio recesado; además, insiste en el
momento en que se gestó la ley 19.551, concomitante con la Ley de Sociedades
Comerciales que sería la ley 19.550, en la cual se gestaban otras sociedades con
responsabilidad ilimitada las cuales eran desconocidas por el legislador concursal, por
eso no se las menciona expresamente (argumento histórico).
Sostiene que los casos de responsabilidad ilimitada por sanción son anómalos y
derivados, sin que pueda encontrarse en ellos presupuestos y consecuencias comunes
que permitan crear una clase, incluso en algunos de ellos la responsabilidad ilimitada
no es tan ilimitada como la del socio colectivo. Además, los socios contractualmente
solidarios son los que gobiernan la sociedad y no otros, que pueden llegar a tener
responsabilidad ilimitada a través de una sanción social.
Es claro que los socios colectivos conforme al tipo social y el contrato constitutivo
son los únicos que pueden ser conocidos y declarárseles la quiebra en forma
simultánea.
Parte del hecho de que la ley 19.551 (época en que desarrolló su postura), al
modificar la ley 11.719, produce una doble alteración, la primera deja de lado la
identificación de las sociedades a las cuales se le aplicará la regla de extensión de
quiebra y la segunda es la sustitución de denominaciones de ciertas categorías de
socios de aquéllas. En tal sentido concluye que el cambio de aquella regla de
aplicabilidad positiva y muy objetiva —la de la ley 11.719— produce el alcance
del instituto a toda sociedad donde exista algún socio de ella que se halle en situación
de responder ilimitadamente sin importar que se encuentre en insolvencia o no.
Sostiene que la expresión utilizada por la ley concursal indefectiblemente debe ser
la misma a la que se refiere la Ley de Sociedades, por lo que se incluyen los socios
voluntaria y originariamente con responsabilidad ilimitada y aquellos que acarrean tal
responsabilidad por prescripción del sistema societario, por lo que contienen todos los
supuestos en que sea ilimitada la extensión con que la responsabilización aprehende
el patrimonio del socio.
Así, se incluyen desde los socios de las sociedades irregulares o de hecho (art.
24, ley 19.550 antes de la reforma por la ley 26.994), el caso del accionista que votó
una resolución social luego declarada nula (art. 254, LGS) así como también el
supuesto del socio comanditario que se entromete en la administración social (art. 137,
LGS).
En tal sentido esta doctrina descarta los casos de responsabilidad limitada al aporte
(parte del patrimonio del socio responde por todo el pasivo social) y las hipótesis en que
la responsabilidad del socio es sólo respecto de ciertos actos (todo el patrimonio del
socio responde por una parte del pasivo social, v.gr., arts. 147, 150, 164, 182, LGS),
donde en realidad no hay ilimitación de responsabilidad. Se incluirían en esta tesis las
sociedades irregulares y de hecho (antiguo art. 24, LSC), con objeto ilícito (art. 18,
LGS), aquellas con objeto lícito y actividad ilícita (art. 19, LGS), socio comanditario que
se entromete en la administración (art. 137, LGS), entre otros.
El principal defecto radicaba en que deja afuera, entre otros de similar importancia,
los supuestos de sociedades irregulares y de hecho donde sus socios responden
ilimitadamente. Ahora el régimen de las sociedades atípicas mantiene la ilimitación de
responsabilidad pero ahora ya no es solidaria sino simplemente mancomunada.
Por nuestra parte nos enrolamos en la postura restrictiva y queremos agregar que
desde el punto de vista práctico y teniendo en cuenta la responsabilidad patrimonial y
el patrimonio como prenda común de los acreedores, que los acreedores que
contrataron con la sociedad fallida, tuvieron en miras a los fines de aquella garantía,
únicamente el patrimonio de los socios con responsabilidad ilimitada que así lo fuesen
conforme al tipo y el contrato social, pues así el conjunto patrimonial, sociedad y socio
con responsabilidad ilimitada responderá por las deudas sociales impagas. En tal
sentido podremos incluir los socios de la sociedad de hecho y los de las sociedades
irregulares o todos los ahora incluidos en los arts. 21 y ss., LGS, pues ab initio son
socios con responsabilidad ilimitada y así son conocidos por los acreedores (1), aunque
ahora dicha responsabilidad sea simplemente mancomunada.
Además, como agrega MARTORELL, los casos excluidos del art. 160, LCQ, por
la interpretación que venimos haciendo, quedarán incluidos en el plexo falencial
mediante las acciones de responsabilidad societaria.
2. Régimen procesal
Para ALBERTI debe tratarse de una declaración de quiebra común por lo que debería
producirse en una misma sentencia incluyéndose los nombres de los socios a los que
se les extenderá la quiebra. Ya lo decía PROVINCIALI, no se propagan los efectos de la
sentencia de quiebra de la sociedad a los socios sino que se produce una genuina
declaración de quiebra; en rigor técnico no hay extensión, comunicación, ni
prolongación de efectos a otro sujeto.
Sin embargo, para las otras doctrinas (amplia e intermedia) en algunos casos será
necesario probar previamente la existencia de la responsabilidad ilimitada de los socios
que no la tienen conforme al contrato social, lo que podrá hacerse a través del juicio de
conocimiento (MAFFÍA), el proceso de los incidentes genéricos (ROUILLON), o la citación
del art. 84, LCQ, realizada ante el pedido de quiebra de la sociedad (ALBERTI). Si bien a
través de la postura restrictiva adoptada no se nos presentaría el problema planteado,
creemos que la sustanciación y dilucidación de la responsabilidad del
socio involucrado, cuando aquélla fuese dudosa, deberá hacerse a través del
trámite incidental (arts. 280 y ss., LCQ), el cual se comporta como juicio de
conocimiento, aunque podría admitirse la defensa del socio solidario contractualmente,
a través de la citación del art. 84, LCQ, en los casos de quiebra de la sociedad pedida
por acreedor, pues tal traslado corresponderá a la sociedad y en todo caso a los socios
con responsabilidad ilimitada contractual, aunque no a los otros. Para MAFFÍA, la vista
del art. 84, LCQ, debe corrérsele igualmente al socio contractualmente
responsabilizado ilimitadamente. Sin embargo, puede ocurrir que, ante la inexistencia
procesal del contrato social, no exista posibilidad de que sean conocidos los socios con
responsabilidad ilimitada, por lo que la quiebra de ellos deberá ser decretada al
momento de conocerse todos los presupuestos sustanciales para ello, teniendo ya la
quiebra de la sociedad, restará conocer los socios contractualmente solidarios.
El ejercicio del derecho de defensa por parte del socio cuando su quiebra sea
decretada simultáneamente con la de la sociedad quedará diferido para el momento
de la impugnación de la misma, pues la inmediatez que se requiere para constituirse la
quiebra a los fines de la protección de los patrimonios involucrados impide que ello se
vea prolongado en el tiempo.
Cabe aclarar aquí que por más que estas quiebras concomitantes se desarrollen a
través de una única sindicatura, las referidas falencias tendrán masas separadas y,
por ende, comités de control distintos. Si hay confusión se aplicarán las normas
del inc. 3º del art. 161, LCQ, y habrá masa única (art. 167, LCQ).
Esto no significa que la quiebra extendida lo haya sido por el inc. 3º del art
161, LCQ, sino que la extensión se configuró por la responsabilidad ilimitada del socio y
luego se resolvió que existía tal confusión.
Con encomiable simplicidad práctica ROUILLON explica que no habrá masa residual
o remanente si sobrase activo en la quiebra de algún socio, los acreedores sociales
fueron desinteresados y el remanente se devuelve al socio, y si sobrase en la quiebra
social también sus acreedores fueron desinteresados, con lo cual el remanente vía
cuota de liquidación societaria ingresará proporcionalmente a cada uno de los activos
de las quiebras de los socios para el pago de los saldos impagos de los acreedores
particulares de ellos. No se aplica la regla de la responsabilidad subsidiaria y no existe
beneficio de excusión para los socios.
Lo expuesto en el último párrafo del art. 160, LCQ, deviene innecesario, pues no es
imperioso el contenido de una norma explicativa respecto de la forma en que se
ha expresado el legislador, prescribiendo que siempre que la ley se refiere al fallido, lo
hace haciendo referencia a la sociedad o al socio indistintamente.
1. Antecedentes
El problema que intentamos bosquejar fue arduamente trabajado por la
jurisprudencia y doctrina societaria y concursal hasta que se obtuvo la incorporación
legislativa de los supuestos de extensión de quiebra sanción.
El primer antecedente legislativo fue la ley 19.551, la cual fue mejorada en el punto
por la ley 22.917 y luego sufrió el aporte procesal de la ley 24.522, que incorporó el
sistema actualmente vigente. La ley de 1972 tuvo como antecedente legislativo
nacional el art. 48, CCiv., que hacía concluir la existencia de las personas jurídicas
cuando se abusaba o transgredía las condiciones de la autorización legal.
En el inc. 1º del art. 161, LCQ se legisla sobre el supuesto incorporado en 1972 por
la ley 19.551 y la extensión de la quiebra de un sujeto a otro por utilización del primero
en interés personal del segundo.
El supuesto original —léase versión ley 19.551— nace como consecuencia de las
doctrinas del disregard of legal entity anglosajón y de la penetración de la personalidad
de la doctrina alemana, aunque en la ley la situación no ha quedado limitada a las
sociedades y al problema del socio oculto. Concretamente la doctrina entiende que una
sociedad utilizada para violar la ley no será considerada como tal, se levantará el velo
de su personalidad y sus miembros responderán personalmente. No puede dejarse de
aclarar aquí que si bien la norma tuvo tal origen, la forma en que quedó redactada no
trata un necesario caso de desestimación de la personalidad societaria porque en la
hipótesis la persona jurídica podrá ser real o ficticia. La configuración del supuesto se
da cuando se actúe bajo la apariencia de actuación de la fallida. Específicamente
deben darse las circunstancias del "dueño del negocio" o maitre de l'affaire del derecho
francés, también conocida como el "hombre de paja" —prestanombre o testaferro—, es
decir, el uso del sujeto fallido, ya dijimos persona física o jurídica, como cubierta de la
actuación del beneficiado a quien se le extenderá la quiebra, quien podrá integrar algún
órgano de la persona de existencia ideal o ser un tercero. Para ALBERTI es una
simulación subjetiva.
Para algunos esta norma hace innecesaria la del inc. 2º, pues aquélla abarcaría el
caso de control (DOBSON). Disentimos con dicha postura, pues para nosotros es claro
que estamos ante dos conductas tipificadas diversas, que deben aplicarse con sus
correspondientes recaudos sin posibilidad de interpretación extensiva, atento su rasgo
sancionatorio, lo que las convierte en dos diversos supuestos. Además, para el caso en
estudio no es suficiente el control sino que se necesita la disposición de los bienes y
fraude a los acreedores.
Como bien deja ver MAFFÍA, revelando un error de traducción de la ley francesa que
hacía alusión a "un interés personal", la ley exige la actuación en su beneficio personal,
no quedando afectado en la norma cuando aquel desvío haya sido para un tercero y no
para el sujeto que usó de la fallida. La actuación en interés personal importará desviar
el interés en beneficio exclusivo del sujeto que utiliza a la fallida y no cuando tal
beneficio se transfiere a un tercero, aunque sin forzar mucho la interpretación del inciso
en cuestión podría decirse que de alguna u otra manera siempre el desvío tendrá
un interés personal de quien lo efectúa aunque el beneficio económico sea para un
tercero, pues necesariamente ese interés no es de la fallida. Sin embargo, esta
última interpretación quitaría los efectos queridos por la extensión de la quiebra pues
ella, en lugar de afectar a quien actuó en desmedro de la fallida, debería serlo contra el
tercero que se benefició, pues su patrimonio será el que se engrosó a costa de
la insolvente. En todo caso sería suficiente el desvío del interés del fallido principal, sin
tener en cuenta si el sujeto que utiliza los bienes o un tercero se benefician
concretamente, es suficiente el fin buscado y no su efectivización.
Luego tal desvío de interés debe hacerse utilizando los bienes de la fallida como si
fueran propios. Ampliamente se ha discutido el problema.
Para ROUILLON debe existir una relación de causalidad entre dicho uso y
la insolvencia del quebrado principal —producción, mantenimiento, agravamiento o
prolongación de dicho estado—, aunque para hacer algo más perfecto el concepto
creemos que la relación de causalidad deberá ser entre dicho uso "fraudulento" y
aquella situación in malis. La jurisprudencia ha dejado ver que el problema es
meramente fáctico y no de iure, y por ello quizá la poca utilidad práctica —salvo
honrosas excepciones—-.
A ello debe sumársele el hecho de que tal actuación deberá ser realizada en fraude
a los acreedores, como presupuesto subjetivo, siendo insuficiente —pareciera— la
acreditación del mero perjuicio.
Existe alguna diferencia entre el control societario y el control previsto por la ley
concursal, pues en la Ley General de Sociedades la controlante siempre es una
sociedad y en el sistema concursal podrá serlo una o varias personas humanas o
jurídicas, pues la ley no hace distinción alguna.
El control externo, con génesis fuera de los órganos sociales, es aquel que se
desarrolla a través de relaciones contractuales de índole económico-empresariales
que le otorga al controlante una posición dominante sobre una sociedad o dentro de
un grupo de sociedades. Se configura el control externo a través de especiales víncu-
los existentes entre el controlante y la controlada. Lo prevé el art. 33, inc. 2º, LGS.
Este tipo de control no tiene vinculación jurídica sino más bien económica y se
refiere a los contratos cuyo objeto consiste en la subordinación de la actividad
empresarial de una sociedad a la de otra, pero no a los casos de contratos de
dominación donde se conviene el acatamiento de los administradores de una sociedad
a las directivas impartidas por otra, pues estos últimos serán de objeto ilícito (arts. 279,
725 y concs., CCyCN) (OTAEGUI). Pero no sólo ello sino que también el control externo
puede darse por otro tipo de vinculaciones no contractuales que habilitan la dirección o
el mando en algunas decisiones que debe tomar el administrador del ente societario
controlado (JUNYENT BAS - MOLINA SANDOVAL).
Cabe aclarar aquí algunos puntos. El control interno mayoritario puede ejercerlo
directamente un socio o accionista (persona física o jurídica) que posee la mayoría
necesaria por sí mismo, lo que se conoce como control directo. Pero también puede
ejercerse a través de otra sociedad controlada que posee la participación necesaria
para formar la voluntad social, siendo la controlante de ésta la que también controla a la
fallida, lo que sería el control indirecto. Y también puede darse a través de la
sindicación de acciones, que es el pacto entre accionistas por el cual se comprometen
a actuar, dentro del seno asambleario, de una determinada manera, conocido como
control plural o múltiple, al cual también se lo ha denominado control interno de hecho
por alianzas.
Repetimos que la ley no sanciona todo abuso de control sino únicamente el interno
mayoritario de derecho. Queda excluido el control contractual o externo), el cual podrá,
si se dan los recaudos legales, quedar circunscripto en el caso del inc. 1º del art.
161, LCQ, es decir que además el control externo no es suficiente sino que es preciso
que se haya dado el desvío del interés social a través de actos en interés personal,
disposición de los bienes de la fallida como propios y el fraude a los acreedores.
Hemos dejado en claro que el supuesto del inc. 2º del art. 161, LCQ, de extensión
de quiebra se produce ante un caso de control interno mayoritario de iure sobre una
sociedad fallida; sin embargo, ello sólo no es suficiente sino que además dicho control
debe haber desviado indebidamente el interés social, con dirección unificada y en
beneficio del controlante o del grupo.
Como primer recaudo se exige la desviación del interés social entendido éste como
la actuación idónea para cumplir el objeto social, que redundará en una ganancia para
la sociedad que luego se traducirá en un provecho proporcional para los socios, por lo
que aquel desvío quedará configurado cuando la sociedad controlada se vea impedida
de cumplir con su objeto social con repercusión para los socios. El interés social se
encuentra dentro del esquema causal del contrato social. A simple vista vemos que
estamos ante una situación fáctica que podrá dar, y en realidad dio, la resolución
jurisprudencial de diversos casos. El interés social exige que las decisiones se adopten
para fines sociales y en el interés general de la sociedad observando la causa del
contrato social, el objeto social, la buena fe y el abuso del derecho. Necesariamente tal
desvío del interés social debe ser indebido, aunque en realidad todo desvío del interés
social es indebido (arts. 52, 248 y 272, LGS), pues el cumplimiento del objeto social
presupone la realización del interés social y el desvío de éste importará apartarse de
aquel objeto y, en tal sentido, siempre será indebido. Algunos han ensayado la
distinción entendiendo que el desvío debido o justificado es aquel que directamente
atiende la política grupal, importando sacrificio de sus integrantes, el que en definitiva y
en forma mediata importe un beneficio para ellos (ALBERTI).
Es clara la norma en cuanto a que la confusión debe ser de activos y pasivos, si ella
se produce respecto de sólo uno de los elementos conformantes del patrimonio no se
configura la hipótesis de extensión de quiebra. Aunque la confusión de activos importa
también la del pasivo, atento que entendemos a ambos como conformantes del
patrimonio de la persona, es decir, el conjunto de bienes y deudas. Se trataría ello de
una noción contable, pues en el plano estrictamente jurídico-legal, para el Código Civil y
Comercial el patrimonio únicamente se conforma con el conjunto de bienes de una
persona (arts. 15 y 16, CCyCN). Los bienes del activo sirven de garantía del pasivo, por
lo que resultan inseparables patrimonialmente, pues confundido el activo se confunde
el pasivo, que estaría garantizado por aquel activo. En consecuencia, la confusión será
patrimonial y no necesariamente de activos y pasivos. Entonces debemos tener dos
sujetos, cada uno con su patrimonio, formalmente separados, pero en la realidad
mezclados o confundidos, sin posibilidad de que puedan ser separados o escindidos,
por lo que no podrá delimitarse todo o la mayor parte de los activos y pasivos. Se ha
hablado de unidad económica (DOBSON) o unidad patrimonial (MONTESI).
Para aportar una solución secundum legem nos quedamos con la expresión
"unidad económica", pues con ella denotamos la idea de patrimonios confundidos en
forma inescindible, pero tal confusión no se produce por desconocimiento
o indeterminación de su titularidad sino por la forma de su gestión.
Si bien hemos hecho algunos adelantos sobre las reglas procesales de la extensión
de la quiebra al tratar la hipótesis del art. 160, LCQ, corresponde aquí ahondar el
análisis de cada una de las normas involucradas y específicamente previstas para
estos supuestos por la ley concursal.
La solución legal difiere de la prevista en el art. 67, párr. 1º, LCQ, que para el
concurso en caso de agrupamiento determina la competencia del juez según el activo
más importante, de acuerdo con lo que surja del último balance de cada sujeto. La
unidad de las quiebras se funda en la posibilidad de vinculación que puede existir entre
los fallidos, la eventualidad de que se forme una masa única y la coordinación que debe
producirse entre todas las quiebras. Nada fácil será determinar qué se entiende por
"activo más importante". En principio, para determinar la importancia del activo debe
estarse necesariamente a los bienes afectados por el desapoderamiento, pues son los
únicos que interesan en la quiebra. En tal sentido, sería lógico suponer como
importante —o como el más importante— el activo considerando su valor de realización
(cuantificación económica), estimado prima facie, algo extremadamente difícil para el
juez concursal, para que lo haga sin valuaciones o tasaciones, y apremiado por el
tiempo que imprime dirimir la competencia del asunto. De común, y porque es la única
forma que lo permite la práctica, se determinará el activo más importante teniendo en
cuenta cuantitativamente la composición de dicho activo, es decir que el que tuviese
más bienes —v.gr., registrables— será el más importante, siendo así la única
solución prima facie que se le puede dar a la cuestión, pues no corresponde realizar
tasaciones, ni otro tipo de investigaciones. Y si tal conclusión no pudiese sacarse con
los elementos existentes en autos, será competente el juez que previno, es decir, el de
la quiebra principal que, en nuestra opinión, de lege ferenda debiera ser la regla
general imperante para los casos de extensión de quiebra. En contra, ALBERTI justifica
la norma porque entiende que la regla evita toda tentación de proponer la extensión de
la quiebra desde un insignificante proceso, para atraer a una sede inadecuada la
liquidación de bienes cuantiosos correspondientes a otra.
En caso de dudas sobre el activo más importante seguirá entendiendo en todas las
quiebras el juez que previno, es decir, el de la quiebra principal.
La segunda regla procesal surge del párr. 1º del art. 163, LCQ, y se refiere a la
legitimación activa, es decir, al sujeto titular de la acción de extensión de quiebra. Allí
se prevé que la extensión de la quiebra podrá ser demandada por el síndico de la
quiebra principal o por cualquier acreedor de aquella quiebra, resultando (quiebra o
acreedor) actores de la relación procesal del juicio de extensión.
El acreedor tiene legitimación originaria sin necesidad de intimar previamente al
síndico para que inicie la acción. Quedarán exceptuados los sujetos impedidos por
el art 81, LCQ, para peticionar la quiebra de su deudor (cónyuge, ascendientes,
descendiente del deudor y cesionarios de créditos del deudor).
El párr. 2º del art. 163, LCQ, prevé el momento en que puede demandarse
la extensión de quiebra y fija un plazo de caducidad para el ejercicio de tal derecho, el
cual se contará de diversa manera según el tipo de proceso de que se trate. Tal
caducidad fue incorporada por la ley 24.522, pues bajo la vigencia de la ley 19.551 la
mayoría de la doctrina entendía que era de prescripción, a la misma conclusión había
llegado la jurisprudencia(8). La demanda de extensión puede incoarse luego de
decretada la quiebra, aunque aún no se encuentre firme, sólo que no podrá resolverse
la extensión hasta que aquélla no adquiera firmeza.
Parécenos que hubiera sido axiológicamente más coherente y mucho más simple
que en todos los casos de quiebra indirecta la caducidad para la extensión de quiebra
comience a contarse a partir de la fecha en que adquiera firmeza la sentencia que
decreta dicha quiebra indirecta, pues en el caso de que no se obtengan las
conformidades tal circunstancia no opera constatada ipso facto desde el vencimiento
del plazo para acompañarlas al expediente, ya sea en el trámite del concurso
preventivo o del salvataje, sino adquiere virtualidad a partir de la sentencia de quiebra
que declara la inexistencia de tal recaudo para la existencia del acuerdo. Además, la ley
no prevé el caso de quiebra indirecta por no haberse hecho pública la propuesta de
acuerdo en forma oportuna, el caso de condicionamiento del acuerdo de los
quirografarios al acuerdo de los privilegiados y éste no reúne las mayorías, la falta
de inscripción en el cramdown, la admisión de la impugnación del acuerdo y la
manifestación del deudor de su imposibilidad de cumplir el acuerdo, casos en los
cuales, por analogía (arts. 1º y 2º, CCyCN), deberá aplicarse la regla que proponemos,
la cual debiera unificarse para todas las hipótesis, es decir, la fecha en que la sentencia
de quiebra indirecta se encuentra firme.
La segunda parte del párr. 1º del art. 164, LCQ, dispone que la instancia en el juicio
de extensión de quiebra perime a los seis meses, ampliándose así, los tres meses
previstos en el art. 277, LCQ. La norma también fue incorporada por la ley
24.522 conforme a la jurisprudencia que se desarrolló bajo la vigencia del régimen
anterior.
Finalmente, el párr. 2º del art. 164, LCQ, autoriza al juez a dictar las medidas
precautorias previstas en el art. 85, LCQ, respecto de los sujetos a los que se les
pretende extender la quiebra, bajo la responsabilidad del concurso. Las medidas serán
tendientes a asegurar la integridad del patrimonio y para su traba deben cumplirse los
recaudos sustanciales exigidos por las leyes locales (art. 278, LCQ), es decir,
verosimilitud del derecho y peligro en la demora (doct. art. 195, CPCCN). La medida
se despachará sin contracautela, la garantía será que los eventuales daños y costas
serán considerados prededucibles (art. 240, LCQ).
La que la admite no sólo pondrá fin al proceso con una sentencia definitiva en los
términos del art. 163, CPCCN, sino que además dictará la quiebra del sujeto al cual se
le ha extendido la quiebra principal, por lo que además deberá contener los recaudos
del art. 88, LCQ. Como se trata de una sentencia dictada en juicio ordinario por
aplicación de las reglas procesales locales (art. 278, LCQ), la misma será recurrible a
través de la apelación.
Los efectos de la sentencia de extensión están previstos en el art. 171, LCQ, donde
se determina que produce efectos ex nunc, es decir, para el futuro, por lo que se está
ante una sentencia de quiebra constitutiva del estado de quiebra del sujeto al que se le
ha extendido.
El párr. 2º del art. 166, LCQ, fija una norma legal de coordinación de estos
procesos, disponiendo que el síndico designado en la quiebra principal interviene en
los concursos de las personas a quienes se les ha extendido aquélla. También el juez
podrá designar una sindicatura plural (varios síndicos) si la complejidad del tema así lo
requiere (art. 253, último párrafo, LCQ). La complicación de mantener la sindicatura de
la quiebra principal se produce, si existe un desplazamiento de la competencia por la
regla de competencia del art. 162, párr. 2º, LCQ, y las quiebras quedan prorrogadas
en su competencia en otra jurisdicción obligando la previsión legal a un síndico de una
jurisdicción intervenir en otra. Entendemos que en este caso habrá que designarse un
nuevo síndico, el cual deberá corresponder a la jurisdicción del juez que tenga la
competencia.
Concretamente el art. 167, LCQ, determina cuándo se aplicará la masa única. Ello
ocurrirá cuando se extienda la quiebra por la existencia de confusión
patrimonial inescindible (art. 161, inc. 3º, LCQ) o cuando se haya extendido por
cualquiera de los otros dos supuestos de extensión falencial sanción (art. 161, incs. 1º
y 2º, LCQ) y luego se haya comprobado que existió confusión patrimonial inescindible.
En el caso de que la quiebra se haya extendido por alguno de los supuestos del art.
161, incs. 1º y 2º, LCQ, pero igualmente existió confusión patrimonial inescindible, la
formación de la masa única será solicitada por cualquiera de los síndicos al presentar
el informe general del art. 39, LCQ (la ley erróneamente hace referencia al art. 41 que
era el correspondiente al informe general en la ley 19.551), incidente genérico, del cual
participarán los fallidos.
La formación de masa única implica que la masa activa quedará conformada por
todos los bienes que correspondan a todos los sujetos fallidos y la masa pasiva por
todas las deudas de ellos. En este último caso, cuando un acreedor tenga un mismo
crédito contra más de un fallido concurrirá a la masa única pasiva por el importe de su
acreencia que por mayor monto haya sido verificado en los diversos procesos.
La existencia de una masa única no excluye la existencia de los privilegios por lo que
los acreedores podrán hacerlos efectivos sobre los bienes correspondientes.
Las masas separadas implican que cada acreedor concurrirá a la masa pasiva de
su deudor y será desinteresado proporcionalmente, conforme le corresponda en
moneda concursal, respetando los privilegios con el producido de la liquidación de los
bienes conformantes del activo de su deudor fallido. Es decir que, en principio, se
tratarán independientemente cada una de las quiebras. En tal sentido, cuando un
acreedor lo fuese en distintas quiebras, se aplicará la regla del art. 135, LCQ, y
concurrirá a todas ellas como un acreedor solidario, por el importe nominal de su
crédito y hasta su íntegro pago.
Nuestra ley impone un régimen a través del sistema de remanente, es decir que
cada acreedor cobra de la liquidación de los bienes de su deudor fallido y luego,
si existen remanentes en las distintas quiebras, se formará un fondo común con
aquéllos. Existirá remanente cuando, pagados los créditos del concurso conforme
fueron verificados en moneda falencial, quedase una suma de dinero; en este caso, tal
remanente no se aplicará al pago de los intereses suspendidos (art. 228, LCQ) sino
que se formará un fondo común. En contra ROUILLON quien afirma que la masa
residual se forma con los saldos y no con los remanentes. Tal remanente, si bien
pareciese remoto, en el caso de extensión de quiebra podrá darse en la falencia de
algún sujeto que se encontrase in bonis y perfectamente con su activo atendiese todo
su pasivo. Formado aquel fondo común, de él se cobrarán proporcionalmente y sin
atender a los privilegios que tuviesen, los acreedores de los sujetos fallidos que no
hayan sido desinteresados completamente en cada una de las quiebras.
El art. 170, LCQ, prevé que los créditos entre fallidos serán directamente
verificados a través del informe individual del síndico sin necesidad de insinuación, por
lo que el funcionario deberá incluirlos en dicho informe en forma oficiosa. Tales
créditos entre los quebrados no participarán en los casos de masa única, ni del fondo
común de las masas separadas. El fallido acreedor verificado por el síndico en otra
quiebra participará de la masa pasiva de dicha falencia cuando existan masas
separadas. El problema que se plantea es la imposibilidad de que se produzca el
control multidireccional del deudor y del resto de los acreedores en la etapa
verificatoria tempestiva.
Amén de dicha excepción, creemos que generalmente se fijará la fecha de inicio del
estado de cesación de pagos luego de resolver sobre la masa única y luego de
transitado el trámite para la determinación de aquella fecha (arts. 115 y ss., LCQ). La
discusión ronda en torno a determinar a partir de qué momento se computa el término
de retroacción de dos años y coincidimos en que, para que no quede desvirtuado
el instituto de la inoponibilidad concursal, el comienzo retroactivo de tal plazo deberá
ser la sentencia de la quiebra principal.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
SCBA, AbeledoPerrot, Buenos Aires, 9/2009; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, JA 1971-10-646;
SCBA, ED 183-38; CSJN, LL 151-516; C. Nac. Com., sala B, RSyC 5-18; C. Nac. Com., sala D,
ED 185-487; C Nac. Com., sala C, LL 1996-B-241; C. Nac. Com., sala A, ED 164-95; sala B, DJ
1996-2-904; sala C, ED 163-344; C. Civ. y Com. Concordia, LL Litoral 1997-963; C. Nac. Com.,
sala D, ED 185-487; C Nac. Com., sala C, JA 11-459; Juzg, 1a Inst. Com., n. 18, LL 1978-B-
493; C. Nac. Com., sala A, ED 157-306; SCBA, 21/4/1998, "Scaffa".
Capítulo XI - Acciones de responsabilidad
I. Nociones
El tema fue en cierto modo adecuado por la ley 24.522, luego de la mejora en su
regulación realizada por la ley 19.551con antecedentes en el derecho local (leyes
4156 y 11.719) y en el derecho comparado, especialmente Francia (ley de
1967), aunque los regímenes son profundamente diversos. Sin embargo, se sostuvo
que las modificaciones introducidas por la ley de 1995 evidencian una total
desproporción entre el medio elegido y el fin aparentemente buscado, quitándole total
eficacia al sistema de responsabilidad concursal.
Deben incluirse entre los legitimados pasivos los administradores de hecho, pues la
ley no distingue entre administradores de iure o de facto y tampoco entre
mandato expreso o tácito, lo que importa no es el cargo efectivo sino los actos
realizados por el sujeto. También es indiferente que los sujetos pasivos de la acción se
encuentren o no en funciones al momento de la quiebra, bastará con que hayan
producido las conductas dañosas. En dicho orden no se incluyen aquellos que no
participan en la administración de los bienes de la fallida (síndicos, miembros del
consejo de vigilancia o del órgano de fiscalización social, curadores de inhabilitados).
La acción de responsabilidad contra estos sujetos comprendidos en la norma quedará
neutralizada si se les ha extendido la quiebra, pues sus activos estarán afectados a la
quiebra principal, ya sea a través del sistema de masa única o a través de los
remanentes(1).
No debe descartarse que este actuar de los representantes, en el sentido lato del
vocablo, se haga en consilium fraudis con el fallido y terceros, si no existiera tal
relación, existirá también responsabilidad frente al fallido. Bajo el régimen de la ley
19.551 se entendía que los actos detallados a los fines de calificar la conducta del
fallido, administradores y representantes, como culpable o fraudulenta, eran claros
casos de hipótesis de la configuración de las conductas requeridas para la
responsabilidad.
La reforma de 1995 ha dejado bien en claro que únicamente serán relevantes las
conductas atribuibles a título de dolo.
La ley no hace referencia alguna a la extensión del daño resarcible por lo que queda
sometido a las reglas generales de la responsabilidad civil debiendo ser cierto,
personal —del acreedor demandante—, subsistente —no debe haberse desinteresado
al acreedor—, y del cual resulta la lesión a un interés protegido por la ley —derecho de
crédito—. La extensión del resarcimiento tendrá como límite el efectivo daño sufrido a
fin de no producir un enriquecimiento indebido, lo que en la práctica se representa, en
caso de haberse producido con el actuar dañoso, el estado de cesación de pagos, por
el monto impago de todos los créditos no cubiertos por el producido de la liquidación
falencial luego de realizada la distribución final. Ello incluye capital, intereses y gastos.
En cambio, si la conducta se limitó a agravar aquella situación patrimonial, la extensión
del resarcimiento quedará conformada por el valor equivalente a la disminución del
activo o al aumento del pasivo producido por aquel actuar antijurídico. Respecto de
la extensión de la responsabilidad aquiliana, deben repararse las consecuencias
dañosas que tienen nexo adecuado de causalidad con el hecho productor del
daño, indemnizándose las consecuencias inmediatas y las mediatas que el autor haya
previsto o pudo prever (arts. 1726 y 1727, CCyCN).
Asimismo, se exige relación de causalidad entre el acto y el daño o los perjuicios
causados, es decir que debe relacionarse con la producción del estado de cesación de
pagos o con el agravamiento de la situación patrimonial del fallido.
Luego, el párr. 2º del art 173, LCQ, legisla sobre lo que la ley 19.551 denominaba
"cómplices del fallido", ahora bajo el rótulo de "terceros", abarcando a todos aquellos
sujetos que de alguna manera son externos a la empresa, es decir, distintos al fallido,
sus representantes o administradores.
Externos a la empresa no implica que sean ajenos a la persona jurídica por lo que
quedarán incluidos los síndicos, integrantes del consejo de vigilancia o de otros
órganos de fiscalización. También quedarán afectados por la previsión legal aquellos
otorgantes de actos declarados inoponibles, las situaciones de abuso de control, etc.
De la misma manera fueron incluidos el administrador concursal (art. 18, LCQ) y el
coadministrador falencial (arts. 182 y ss., LCQ), por actos posteriores al concurso.
De la misma manera que en la acción contra los representantes, esta acción por
responsabilidad de terceros no necesariamente será viable en la quiebra de personas
jurídicas sino que también quedará habilitada en la quiebra de personas físicas.
Además de ello, la ley impone una sanción accesoria que es la pérdida de todo
derecho que le corresponda al tercero acreedor en la quiebra, sin poder verificar y
cobrar dividendo. Solución que ha sido atacada en cuanto a su constitucionalidad, por
afectar el derecho de propiedad del acreedor (IGLESIAS).
Luego la ley se adentra en las cuestiones procesales. Determina, igual que para los
casos de extensión de quiebra sanción, que la acción tramitará por las normas del
juicio ordinario de los Códigos Procesales locales; en tal sentido, la sentencia que se
dicte será atacable a través de los recursos comunes, especialmente el de apelación.
El trámite ordinario es sin perjuicio del acuerdo entre partes para tramitarlo por la
vía incidental (art. 176, LCQ, y su remisión al art. 119, LCQ).
Se modificó así el régimen anterior, pues la ley 19.551 hacía contar el término
prescriptivo desde que la sentencia de quiebra había adquirido firmeza. Preferimos la
previsión de la ley anterior, pues no vemos razones valederas que justifiquen la
modificación.
La acción perime a los seis meses. Tramitando a través de las normas locales
referidas al juicio ordinario, la sentencia que se dicte será apelable. También se
propuso por aplicación de los arts. 119 y 120 (remisión del art. 176, in fine,LCQ) que,
por acuerdo entre las partes, la acción podrá tramitar por vía incidental (arts. 280 y
ss., LCQ), en cuyo caso la sentencia igualmente sería apelable (art. 285, LCQ).
Tales acciones podrán clasificarse en individuales o sociales: las primeras son las
que personalmente podrán iniciar los socios, accionistas o terceros (art. 279, LGS); las
segundas son aquellas que corresponden a la sociedad, previa resolución del órgano
de gobierno (art 276, LGS). También los socios podrán ejercer la acción social cuando
la sociedad no ha iniciado la acción que le compete, dentro de los tres meses contados
desde la acción asamblearia (art. 277, LGS) o cuando se hayan opuesto formalmente a
la gestión de los administradores y dicha oposición importe el cinco por ciento del
capital social (art. 276, in fine, LGS).
No deben confundirse las acciones sociales con las concursales del art. 173, párr.
1º, LCQ, pues si bien pueden contener el mismo legitimado pasivo, se diferencian
principalmente en las conductas reprochables y en el factor de atribución.
Relacionando las acciones sociales con la quiebra, el art. 278, LGS, dispone que
"en caso de quiebra de la sociedad, la acción de responsabilidad puede ser ejercida
por el representante del concurso y, en su defecto, se ejercerá por los
acreedores individualmente".
En el art. 175, párr. 1º, LCQ, se dispone que tales acciones tramitarán a través de
las normas del juicio ordinario y corresponderán al síndico. En caso de que aquellas
acciones se encontrasen en trámite, serán atraídas por la quiebra, pudiendo el síndico,
cuando se trate de una acción social promovida por algún socio, hacerse parte
coadyuvante pero, en caso de que la acción iniciada la haya ejercido la sociedad,
perdiendo la legitimación procesal por causa de la quiebra (art. 110, LCQ), el síndico
sustituirá procesalmente a aquélla. El síndico podrá optar entre continuar la
acción iniciada o iniciar directamente las acciones de responsabilidad por la quiebra
(art. 175, párr. 2º, LCQ). Siempre la competencia corresponde al juez concursal, ya
sea una acción iniciada o por iniciarse.
Es claro que para que el síndico ejerza la acción social de responsabilidad, como la
ejercerá por la quiebra, no necesitará autorización del órgano de gobierno como lo
prevé la Ley General de Sociedades para el ejercicio de la acción por la sociedad, pues
la inacción de los socios impediría el ejercicio de la acción. Entendemos que de lege
lata no puede requerirse la aprobación de la asamblea para que el síndico inicie la
acción, pues dispuesta la quiebra, los órganos sociales pierden legitimación
para intervenir por la sociedad en los términos del art. 110, LCQ; incoar dicha acción
importa el reclamo de un crédito de la sociedad que conformará su masa activa
falencial, ya no se trata de una acción en el interés directo de la sociedad e indirecto de
los socios sino en interés directo de los acreedores falenciales. CONIL PAZ sostiene
que existe una subrogación legal o coactiva por la cual al titular de un interés lo
sustituye el órgano indicado legalmente para su ejecución. Se ha discutido también si el
síndico necesita la autorización de los acreedores falenciales (art. 119, párr. 3º, LCQ),
como se prevé para las otras acciones de responsabilidad, para ejercer estas acciones
sociales de responsabilidad.
Entendemos que la remisión que hace el art. 176 en su párr. 3º, LCQ, a los arts.
119y 120, LCQ, iguala las acciones de responsabilidad con la inoponibilidad, por lo
que se exige la autorización aludida (conf. ROUILLON, en contra RIBICHINI).
Tampoco existe acuerdo doctrinario respecto de si los acreedores concursales pueden
suplir al síndico en el ejercicio de tales acciones, lo que no se prevé netamente en la
ley concursal, aunque sí en la Ley General de Sociedad (art. 278, LGS). Sin
embargo, con la ley 24.522, haciendo una aplicación analógica del art. 120, LCQ, por
la remisión del art. 176, párr. 3º, LCQ, debe estarse por una posición positiva.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
CSJN, LL 1990-E-139; C. Civ. y Com. Bahía Blanca (voto Dr. Pliner), DJ 19884-599.
Capítulo XII - Continuación de la explotación de la empresa
I. La empresa y su conservación
1. Formas de continuación
Luego se introducen pautas especiales para los casos de empresas que explotan
servicios públicos donde la continuación de la explotación es la regla, y especialmente
la ley 25.589incorpora la posibilidad de explotación de la empresa por una cooperativa
de trabajo, concepción que ha quedado ampliada con la reforma de la ley 26.684.
Los casos más comunes, donde será aplicable la continuación inmediata, serán
aquellos en que no pueda cortarse un proceso de producción o cuando no
pueda interrumpirse la actividad empresarial, la cual para su existencia debe
desarrollarse continuadamente (v.gr., periódicos).
El síndico deberá hacer saber al juez las cuestiones tenidas en miras para decidir la
continuación inmediata y los problemas que se evitaron con ella. Tomado conocimiento
de la continuación inmediata, el juez podrá disponer las medidas que entendiese
conveniente (v.gr., designar coadministrador), incluso dejar sin efecto lo decidido por el
síndico y hacer cesar la explotación.
La previsión legal sobre la decisión del síndico de continuar en forma inmediata con
la explotación de la empresa en quiebra o cuando se haga a pedido de la cooperativa
de trabajo, no excluye que ello sea resuelto por el juez ex officio (conf. MORELLO -
GEBHARDT en contra JUNYENT BAS - MOLINA SANDOVAL(1)) cuando tuviese a su alcance
elementos que permitan darle conocimiento sobre la viabilidad de la empresa.
Principalmente ello podrá suceder en los casos de quiebra directa, donde no existe
síndico inmediatamente de decretada aquélla y no haya solicitud de la cooperativa de
trabajo, por lo que estará bajo la estricta responsabilidad del juez proveer o no la
continuación inmediata a fin de paralizar la empresa y producir los efectos nocivos no
deseados por las leyes concursales al incorporar el instituto bajo sus normas. La ley
19.551 preveía expresamente la posibilidad de que el juez decidiera de oficio la
continuación de la explotación de la empresa, disposición posteriormente derogada en
1995.
Nos parece un poco pretensiosa la ley como para creer que en tan sólo veinte días,
cuando las principales actividades del síndico en la quiebra se desarrollan a poco de
aceptado el cargo (v.gr., incautación), pueda el funcionario hacer una
seria investigación y estudio empresarial para poder informar seriamente al juez sobre
los puntos previstos en la norma. En los casos de quiebra indirecta, donde actúe el
mismo síndico que lo hizo en el concurso preventivo, dicho plazo se contará a partir de
la sentencia que decrete la quiebra. En esta hipótesis no se plantea el problema de
lo exiguo del plazo porque el funcionario tiene conocimiento de la marcha de la
empresa a partir del concurso preventivo fracasado.
La importancia del informe, que forma parte de la actividad consultiva del síndico en
esta etapa (RUBIN), radica en que el mismo debe acercar al juez datos que le permitan
decidir sobre la continuación de la empresa, el cual indefectiblemente deberá ser
fundado. Deberá expresarse sobre el mantenimiento de la explotación sin que se
genere nuevo pasivo, agregando la ley 26.684 —pues aquello era imposible—, salvo
los mínimos necesarios para el giro de la explotación de la empresa o el
establecimiento.
También deben expresarse las ventajas para la quiebra —rectius: para los
acreedores— y para terceros de que se enajene la empresa en marcha, lo que
equivaldría a decir que será mayor el producido que se pudiese obtener de la
enajenación de la empresa en marcha que si se liquidan los bienes en forma individual
o en conjunto pero paralizados, o en su caso, que el beneficio se exteriorice a través
de la conservación de la fuente de trabajo o en la continuación de un servicio público.
Luego, dicho informe además debe contener un plan de explotación, el que contendrá
un presupuesto de recursos debidamente fundado para lo cual debe hacer una
proyección de ingresos y egresos (flujo de fondos) por el lapso de la continuación,
además debe informar sobre la manera en que se mantendrán los contratos en curso
de ejecución. Sistema mucho más discrecional para el síndico ante la derogación
del art. 185, ley 19.551, que reglaba sucintamente el régimen de los contratos
pendientes. En su caso, el funcionario debe incorporar en su informe las
modificaciones que deben producirse en la empresa para que su explotación sea
económicamente viable, sobre lo cual debemos aclarar, que la viabilidad no implica
ganancia sino la posibilidad de explotación sin endeudamiento y a través
del autofinanciamiento (GARCÍA MARTÍNEZ). También el síndico debe hacer conocer al
juez sobre los colaboradores que necesitará para administrar la empresa
cuya explotación pretende continuarse. Finalmente, el funcionario deberá explicarse
sobre el modo en que pretende cancelar el pasivo concursal, que no será otra cosa
que la forma en que se liquidará la empresa para cubrir aquellas acreencias.
El párrafo final del art. 190, LCQ, le otorga al juez, además de los previstos por
el art. 274, LCQ, amplias facultades funcionales para desarrollar la continuación de
la explotación de la empresa fallida, pudiendo en forma fundada extender los plazos
previstos por la ley, cuando fuese ello razonable para garantizar la liquidación de la
empresa en marcha. Entonces, cuando el juez así lo crea necesario en la continuación
de la explotación de la empresa, podrá extenderse el máximo legal para la liquidación,
previsto originariamente que es de cuatro meses desde que queda firme la sentencia
de quiebra, con la posibilidad de treinta días más (arts. 217 y 191, inc. 2º, LCQ).
La ley en el párr. 2º del art. 189, LCQ, prevé ciertas normas precisas que se
aplicarán en los casos en que la empresa, cuya explotación se decida continuar en la
quiebra, sea prestadora de servicios públicos.
Las políticas que han producido las privatizaciones han hecho que el legislador
concursal se preocupara especialmente respecto de los servicios públicos
concesionados a empresas privadas que en caso de insolvencia pueden transitar un
proceso concursal. Es sabido que las características de los servicios públicos son la
continuidad, es decir que no debe interrumpirse la prestación, la regularidad a través de
reglas preestablecidas, la uniformidad o la igualdad frente a la sociedad y la
generalidad o la posibilidad de uso para todos los habitantes. En el ámbito de
la insolvencia se presenta el problema de la imprescindibilidad, el cual se centra en la
realidad de que las prestaciones de servicios que carecen de sustitución y en la
obligación estatal de prestar dicho servicio ya sea per se o a través de la delegación
privada.
En tal sentido el ente regulador podrá asumir la prestación del servicio o transferirlo
a un tercero otorgándole una nueva concesión. La forma en que se regula el tema
tiene como objetivo, en cierta forma, descargar la responsabilidad del concurso y
transferirla al ente regulador o concedente. Es razonable que cuando el juez concursal
haga cesar la prestación del servicio público por entender inviable la continuación de la
empresa, tal resolución sea apelable con efecto devolutivo por el síndico (art. 191, in
fine,LCQ) y por la autoridad concedente o ente regulador, para algunos en este último
caso con efecto suspensivo. Finalmente se dispone que serán ajenas a la quiebra las
resoluciones que tome la autoridad concedente sobre la empresa cuya explotación ha
sido continuada, sin embargo, no puede negarse que la autoridad reguladora podrá
limitadamente participar en la quiebra para coadyuvar al mantenimiento del servicio
público (ALBERTI).
3. Cooperativas de trabajo
Es una figura nunca antes vista, que se traduce en una continuación de pleno
derecho en todos los casos en que existan contratos de trabajo vigentes, sin permitirle
al juez que evalúe la viabilidad económica de la empresa fallida, que en el mismo
párrafo de la norma le obliga a considerar. Se trata de una causal de
continuación independiente de las restantes. Al usar el modo adverbial "también", está
agregando otra causal de continuación inmediata, sin considerar las demás. Esto
implicará la continuación de toda empresa, sea o no viable, cuente o no con capital de
trabajo suficiente para desarrollar su actividad.
Para el cómputo de las mayorías y para evitar corruptelas deberá estarse a los
libros o registros oficiales en cuanto a los empleados, además de que deberán acreditar
su calidad a través del último recibo de haberes; y a la verificación de créditos para
conocer los acreedores laborales en los casos de quiebra indirecta, cuando la quiebra
fuere directa y no se inició la etapa verificatoria deberán acreditar verosímilmente su
derecho con prueba documental (v.gr., telegrama de despido, sentencia laboral a su
favor, etc.). En tal sentido no podrá ser considerado el personal no registrado o "en
negro".
Cuando la explotación sea continuada en forma definitiva, según el trámite del art.
190, LCQ y la misma sea solicitada por la cooperativa de trabajo, se le exige ahora a
ésta, que en el término de veinte días, a partir del pedido formal que haya hecho de
continuar con la explotación de la empresa, presente un proyecto que contenga las
proyecciones referentes a la actividad económica que desarrollará.
En el inc. 7º del art. 191, LCQ, se establece que el juez podrá requerir información
a la cooperativa de trabajo, ello en caso de que la continuación de la explotación se
encuentre a su cargo.
También la ley 26.684incorpora el art. 191 bis, LCQ que encabeza del Estado una
obligación de asistencia técnica a la cooperativa de trabajo que continuase con
la explotación de la empresa en quiebra o de alguno de sus establecimientos. Es una
clara necesidad de los trabajadores que a la postre se convierten en empresarios sin
conocimientos técnicos para ello.
La cooperativa de trabajo además de asistencia técnica para continuar con
la explotación de la fallida necesita asistencia financiera para poder adquirir la empresa
en marcha.
Decidida la continuación de la empresa, la ley prevé en los cinco incisos del art.
192, LCQ, ciertas pautas que regirán el instituto. La norma resultó sistematizada por
la ley 26.684.
El art. 195, LCQ, reformado por la ley 26.684, impide que los acreedores
garantizados con prenda o hipoteca puedan ejercer la preferencia temporal de
liquidación del concurso especial sobre los bienes necesarios para la explotación
cuando sus créditos no se hallasen vencidos a la fecha de la sentencia de quiebra,
debiendo el síndico hacerlos efectivos a su vencimiento respetándose los términos
pactados originariamente, importando ello una excepción al art. 128, LCQ, que
determina la caducidad de los plazos pendientes por causa de la quiebra. No pagados
los créditos oportunamente o dejada sin efecto la continuación de la explotación,
dichos acreedores podrán ejecutar el bien a través del concurso especial. Son
considerados nulos los pactos en contrario.
La hipótesis es de difícil realidad, pues muy rara vez el insolvente podrá llegar a la
quiebra sin mora en el cumplimiento de los créditos con garantía real, pues
generalmente son los más importantes cuantitativamente. Para darle operatividad a la
norma se ha propuesto dejar de lado la inexistencia de mora siempre que igualmente
se abone por el síndico las cuotas vencidas e impagas, es decir, aquellas que han
caído en mora (BORETTO - DE LAS MORENAS).
También se suspenderá el ejercicio del concurso especial cuando los créditos
vencidos al decretarse la quiebra no tuviesen resolución verificatoria firme que le
reconozca la garantía real (rectius: el privilegio). La previsión choca con el art.
126, LCQ, el cual continúa permitiendo solicitar la formación de concurso especial, sin
perjuicio del cumplimiento oportuno de la carga de solicitar la verificación del crédito.
También, a estos fines, los acreedores pueden prestar conformidad y no ejercer la
ejecución especial que le otorga la garantía real.
Los párrs. 1º y 2º del art. 196, LCQ, determinan los efectos de la quiebra sobre el
contrato de trabajo. La quiebra produce ipso iure la suspensión del contrato de trabajo
por el término de sesenta días corridos, vencidos ellos sin que se decida la
continuación de la empresa, el contrato quedará disuelto a la fecha de la quiebra
pudiendo los trabajadores verificar sus créditos. No continuada la explotación de la
empresa, el contrato de trabajo se considera disuelto desde la quiebra como si nunca
hubiera sido suspendido(6).
Si bien esa es la solución legal nos resistimos a concebir que trabajadores pudiesen
seguir ligados condicionalmente a una empresa sin percibir sus salarios, a lo que debe
agregarse la dificultosa supervivencia del empleado y su familiar durante el lapso de la
suspensión sin su sueldo. Para ROUILLON, habrá derecho a percibir haberes si durante
la suspensión el trabajador prestare servicios efectivos, pues podrá el juez disponer del
personal necesario para el mantenimiento de la actividad en ciertos sectores
empresariales que necesariamente deben conservarse activos a los fines de posibilitar
luego la continuación de la explotación. También habrá derecho a percibir haberes o
mejor dicho renacerá tal derecho durante el término de la suspensión, si la quiebra
resulta concluida por una forma no liquidativa (v.gr., reposición, avenimiento), ello sin
perjuicio de que no hayan trabajado efectivamente durante tal período.
Tal disolución o resolución del contrato de trabajo se producirá ipso iure luego de
vencido el plazo legal de la suspensión o al decidirse negativamente sobre la
continuación de la explotación, si esta resolución fuese anterior.
Se supuso que se debe a que sólo se reanudan los contratos necesarios para la
continuación de la empresa y no todos (RIVERA), aunque para otros quiere decir que el
contrato en parte continuará vigente y en parte quedará extinguido (LORENTE);
finalmente se entendió que será parcial la llamada reconducción porque lo será al único
fin de la continuación de la explotación de la empresa (JUNYENT BAS - MOLINA
SANDOVAL).
Si bien la elección corre por cuenta del síndico, cualquier controversia al respecto
será resuelta en definitiva por el juez. Igualmente habrá una correlación de actividades,
pues el síndico informará al juez oportunamente y el juez resolverá y en dicha
oportunidad no sólo se pronunciará sobre la procedencia o no de la continuación de
la explotación de la empresa sino sobre los demás puntos contenidos en el informe y
todos aquellos que crea conveniente incluyendo la cantidad y calificación profesional
del personal que deberá afectarse, lo cual quedará materializado a través de la efectiva
elección que haga el síndico. Tal elección debe hacerse respetando las normas
comunes de la Ley de Contrato de Trabajo, por lo que principalmente, conforme al art.
147, párr. 2º, LCT, el despido deberá comenzar a realizarse respecto del personal con
menor antigüedad dentro de cada especialidad y, entre los ingresantes
contemporáneos, los de menores cargas de familia. De igual modo debe respetarse y,
en consecuencia, no podrá ser despedida, la mujer embarazada, quienes hayan
contraído matrimonio, el que tenga licencia por enfermedad o accidente, el que tenga
representación gremial o cargo electivo. En caso de que no se respete ello, la extinción
no será considerada consecuencia de la quiebra. Nada impide que los trabajadores
perjudicados se presenten ante el juez concursal para que revea la elección efectuada
por el síndico en violación a las normas de orden público comprendidas en el
ordenamiento laboral.
Tanto los trabajadores despedidos como aquellos que continuasen con la relación
de dependencia podrán presentarse a verificar sus créditos, estos últimos serán
considerados, a tales fines, como despedidos a la fecha de la quiebra por lo que
no incrementará derecho alguno por el período de continuación de la explotación de la
empresa.
El art. 198, párr. 1º, LCQ, determina las reglas a seguir respecto de los contratos de
trabajo en la continuación de la empresa; así, las remuneraciones deberán ser
abonadas en los términos legales y en su caso serán considerados créditos
prededucibles del art. 240, LCQ.
Como el contrato de trabajo continúa en las mismas condiciones que antes de la
quiebra se pagarán las retribuciones de la misma manera que se hacía antes de la
quiebra sin que exista convenio de crisis ni suspensión de las convenciones colectivas
de trabajo.
También la ley prevé en el párr. 2º del art. 198, LCQ, la extinción del contrato de
trabajo durante la explotación de la empresa fallida. Tal extinción podrá producirse por
despido realizado por el síndico, despido indirecto considerado por el trabajador, cierre
de la empresa o establecimiento donde prestaba servicios el dependiente o por
adquisición por parte un tercero. Los incrementos que correspondan
a las indemnizaciones por despido o preaviso, en su caso, tendrán la preferencia
del art. 240, LCQ.
La ley 26.684, en una decisión razonable reforma el art. 199, LCQ y devuelve el
efecto de la solidaridad laboral, la modificación de la norma era necesaria y esperada.
En cuanto a los convenios colectivos de trabajo, el párr. 3º del art. 198, LCQ, prevé
su extinción ipso iure respecto del adquirente, sin perjuicio de que ellos sean
renegociados.
Nos parece que la norma resulta ajena al derecho concursal siendo propia del
derecho colectivo del trabajo. Además, la solución es criticable netamente
porque extinguidos los contratos de trabajo para el adquirente, no existe sujeto en
relación de dependencia a quien aplicarle aquellas convenciones colectivas (NEGRE DE
ALONSO). Sin embargo, continuada la actividad por el adquirente será necesario que
produzca la renegociación de dichos convenios colectivos. No hubiera sido desacertado
que la ley previera la posibilidad de presentar, dentro del ámbito concursal, un convenio
de crisis, como lo preveía para el concurso preventivo la segunda parte del art. 20,
derogada por la ley 26.684, el cual tendría vigencia a partir de la adquisición de la
empresa por un tercero y hasta que se concluya una nueva convención colectiva.
BIBLIOGRAFÍA
CASADÍO MARTÍNEZ, Claudio A., Informes del síndico concursal, Astrea, Buenos Aires,
2011. ESCANDELL, José, "Las cooperativas de trabajo en la Ley de Quiebras. Visión crítica de la
reforma proyectada", ED del 15/4/2005. GARCÍA MARTÍNEZ, Roberto, "Continuación de la
explotación de la empresa en quiebra", ED 168-1165. GRAZIABILE, Darío J. - VILLOLDO J.
Marcelo, "Continuación de la explotación por una cooperativa de trabajo: el regreso de un
proyecto de reforma que sólo beneficia a unos pocos", LL, Act. 20/4/2010. JUNYENT
BAS, Francisco, "Empresas recuperadas o apropiadas. En busca del mejor valor y la inclusión
social", DSyC 217-1493. JUNYENT BAS, Francisco, "La reforma sobre cooperativas de trabajo en
la ley concursal —una propuesta solidaria que sigue sin comprenderse—", ED del
14/4/2005. JUNYENT BAS, Francisco, "Las cooperativas de trabajo en el proceso concursal",
LL del 6/8/2003. NEGRE DE ALONSO, Liliana T., "Cooperativas de trabajo en la ley concursal",
JA del 10/12/2003. PORCELLI, Luis, "Condiciones jurídico-económicas para la continuidad de la
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1977. RUBÍN, Miguel E., Continuación de la actividad empresaria en la quiebra, Ad-Hoc, Buenos
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compensación en la quiebra y la adquisición del activo por los trabajadores", Semanario
Jurídico del 16/12/2004. VILLOLDO, J. Marcelo, "La expropiación en la quiebra: ¿un fenómeno
'sin límites'?", JA del 10/12/2003.
JURISPRUDENCIA
Juzg. Proc. Conc. y Reg. n. 2, Mendoza, DSC 243-137; Juzg. Com., n. 18, 18/10/2005;
Juzg. Proc. Conc. Mendoza, n. 3, 29/6/2005; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala 1ª, JA 1984-11-
234; CSJN, "Lago Castro", 24/11/2009; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, ED 97-371; CSJN, JA
1998-IV-99; C 2a Civ. y Com. Córdoba, Semanario Jurídico 1207-292.
Capítulo XIII - Período informativo
I. Antecedentes
Nacido el concurso preventivo, tal rúbrica se trasladó a igual etapa de dicho proceso
concursal limitándose en la quiebra a remitir a aquellas normas; aunque originariamente
el período informativo nacía a partir de la publicación de edictos en la convocatoria de
acreedores hasta la presentación de la propuesta de concordato. La ley 19.551 dio un
giro al respecto y deslindó en el concurso preventivo la verificación de créditos
del informe general, y dejó la designación de período informativo para el proceso
falencial, donde en un solo artículo remite a aquellas etapas reguladas para el concurso
preventivo. Entonces, el período informativo falencial queda comprendido por la etapa
de verificación, que será tempestiva y/o incidental, y la presentación del informe general
sindical.
La previsión legal se aplica para los casos de extensión de quiebra, ya sea la de los
socios con responsabilidad ilimitada del art. 160, LCQ, como los casos de quiebra
refleja sanción del art. 161, LCQ, pues todos los casos se comportan procesalmente
como si fuesen quiebras directas, sin importar que exista o no concurso anterior.
El art. 202, LCQ, dispone que en los casos de quiebra indirecta del art. 77, inc.
1º, LCQ (remite erróneamente al art. 81, LCQ, en el cual se legislaba la
quiebra indirecta en la ley 19.551) a los acreedores verificados en el concurso
preventivo se les recalcularán sus créditos y los acreedores posteriores quedarán
verificados a través de la vía incidental. De ello se infiere que no habrá una nueva
etapa tempestiva de verificación. Contrariamente, el inc. 6º del art. 62, LCQ, en el caso
de quiebra indirecta declarada por consecuencia de la nulidad del acuerdo, manda abrir
un nuevo período informativo, pareciera que aplicándose el art. 200, LCQ, para los
acreedores que no se hayan presentado en el concurso preventivo o para aquellos
posconcursales, y abriéndose para ellos un nuevo período verificatorio, y para aquellos
concurrentes, se aplica el art. 202, párr. 2º, LCQ, no teniendo necesidad de verificar,
recalentándose sus créditos por intermedio de la sindicatura. Igualmente el art.
64, LCQ, remitiendo al inc. 6º del art. 62, LCQ, prescribe que en cualquier quiebra que
se decrete —indirecta, directa o por extensión—, estando pendiente el cumplimiento del
acuerdo, habrá un nuevo período informativo. También se involucra aquí el último
párrafo del art. 88, LCQ, el cual reza que en casos de quiebra indirecta por
consecuencia del incumplimiento o nulidad del acuerdo debe abrirse un nuevo período
de verificación tempestiva.
Para ello deberá considerar las pautas tenidas en cuenta en la verificación resuelta
con autoridad de cosa juzgada, teniendo en cuenta que no se ha producido novación,
salvo el supuesto del art. 54, LCQ(honorarios impagos) donde habiendo homologación
se considerará la novación y los pagos realizados por el deudor en el cumplimiento del
acuerdo; también todos los supuestos se considerarán los intereses devengados desde
la presentación en concurso preventivo o desde el vencimiento de cada cuota
concordataria hasta el decreto falencial (CASADÍO MARTÍNEZ). La resolución que recaiga
sobre el recálculo de créditos deviene apelable, pues es el único remedio pertinente
para ello, debiéndose excepcionarse del principio del inc. 3º del art. 273, LCQ(1).
La verificación en la quiebra indirecta por vía incidental que hagan los acreedores
posteriores a la demanda de concurso preventivo será sin costas, igualándose la
situación a la verificación tempestiva, pero con la salvedad de que las mismas serán
impuestas en caso de pedido u oposición manifiestamente improcedente. Ahora, con
la reforma de la ley 27.170, los acreedores que se presenten a verificar por medio
de incidente deberán abonar el arancel verificatorio equivalente el 10% del salario,
mínimo, vital y móvil conforme lo dispone la nueva norma del art. 200, 3º párr., LCQ.
La ley 19.551 preveía, para el caso de quiebra indirecta, dos normas que fueron
derogadas en 1995: una que estipulaba que los acreedores posteriores al concurso
preventivo que verifiquen sus acreencias en la quiebra indirecta podían impugnar los
créditos incorporados en el concurso preventivo, y otra que los equiparaba a los
terceros en cuanto a la determinación de la fecha inicial del estado de cesación de
pagos.
IV. Comité de Control
El pronto pago o pago inmediato falencial es más amplio que el previsto para el
concurso preventivo en cuanto a los créditos comprendidos, pues no enumera
aquellos alcanzados sino que directamente lo hace aplicable a todos los créditos
laborales privilegiados, ya sea que tengan el privilegio especial del art. 241, inc.
2º, LCQ—la ley erróneamente remite al inc. 4º— y aquellos con privilegio general
del inc. 1º del art. 246, LCQ.
Como hemos visto al tratar el tema en el concurso preventivo, el pronto pago tiene
dos etapas, una referida a la incorporación concursal del crédito y otra al efectivo pago
del mismo. El incidente de pronto pago servirá para incorporar el crédito al pasivo
concursal, pero nada excluye que se solicite el pago inmediato de un crédito ya
verificado en la etapa tempestiva o a través de algún incidente de verificación. La ley
prevé que en la quiebra los pronto pagos se atiendan con los primeros fondos que se
recauden en la falencia y especialmente para los créditos con privilegio especial con el
producido de los bienes asiento de tales privilegios. Reconocido el crédito
e incorporado concursalmente si existiesen fondos se pagará inmediatamente al
acreedor laboral, debiendo el síndico tener especialmente en cuenta los acreedores de
igual rango y aquellos preferentes y, en todo caso si los fondos fuesen insuficientes, los
de igual categoría serán pagados a prorrata.
No habrá inconveniente con ello, porque el crédito laboral con privilegio especial
que no se cubre con el bien asiento del privilegio pasa a ser crédito con privilegio
general, por lo que el acreedor puede comportarse como acreedor con privilegio
especial o con privilegio general. Como los acreedores laborales con privilegio especial
carecen de la posibilidad de concurso especial, no podrán instar la liquidación de los
bienes asiento de su privilegio sino aguardar a que sean liquidados por el síndico, sin
perjuicio de solicitarle al funcionario la venta de tales bienes en la quiebra a los fines del
pago de su crédito.
A los fines de las reservas necesarias para afrontar el pronto pago en la quiebra, el
síndico deberá presentar un proyecto de distribución ad hoc desarrollado a través de
una contabilidad por orígenes de fondo, para poder determinar los fondos que debe
reservar para los acreedores preferentes. Allí se tendrán en cuenta los créditos
prededucibles y los privilegiados de rango superior. La previsión legal no admite
reservas para créditos de igual rango, sólo para preferentes, por lo que no habrá que
afectar fondos para otros créditos laborales no insinuados o que no hayan solicitado el
pronto pago, así como tampoco deberá considerarse el límite de extensión de los
privilegios generales del art. 247, LCQ. Ello no impide que los créditos de igual
jerarquía (laborales con derecho a pronto pago) insinuados al pasivo concursal, ya sea
que se encuentren resueltos o pendientes de resolución, sean prorrateados en el
proyecto de distribución ad hoc. Nos parece acorde con el régimen concursal de
preferencias, y como lo propusimos para los créditos prededucibles, el juez al ordenar
el pronto pago podrá exigir fianza previa para atender los acreedores preferentes o de
igual rango, para no convertir así al instituto en un superprivilegio y evitar que se cobre
más de lo que legalmente corresponda.
BIBLIOGRAFÍA
CASADÍO MARTÍNEZ, Claudio A., "Intereses aplicables al recálculo de los créditos conforme
el art. 220, LCQ", DSC 272-763. CONIL PAZ, Alberto A., "Revocatoria concursal, verificación y
cosa juzgada", LL 1993-E-1005. GRAZIABILE, Darío J. - RAMOS, Santiago, "Prescripción
concursal y quiebra", LL, 28/8/2003. RIBICHINI, Guillermo E., "Verificación de créditos e
ineficacia", LL 1999-F-44. SOSA, Toribio E. "Quiebra y pronto pago laboral en la ley 24.522", LL,
1997-B-1246.
JURISPRUDENCIA:
I. Introducción
En esta etapa se conjugan diversos elementos que a simple vista pueden resultar
contrapuestos, como la celeridad y la optimización de resultados, lo que hace que la
mayoría de las veces el tema se complique sobremanera en la práctica. Los bienes no
dinerarios que componen el activo falencial deben ser convertidos en dinero —
liquidación— a los fines de que con su producido se cobren los acreedores concursales
en la proporción que le corresponda a cada uno —distribución—.
II. Liquidación
La realidad muestra, además de lo ilusorio de los plazos, que tales sanciones nunca
son impuestas por improcedencia fáctica de cumplimiento del término legal, no habrá
sanción o responsabilidad, cuando el deber legal impuesto excede la posibilidad fáctica
del sujeto, ya sea directa —por su actuar— o indirecta —por el actuar de otros—, lo
produjo el desuetudo de la norma. Concretamente cuando no se aprecie negligencia
o incuria en la actuación de los funcionarios destinada a la liquidación de los bienes, no
cabe aplicar la sanción de remoción, aunque no se hayan cumplido los plazos legales.
Veremos que en el caso del art. 205, LCQ los plazos varían y la real enajenación
de los bienes en tal supuesto podrá demandar un término mayor, con
la expresa autorización legal, por lo que la adjudicación o una segunda licitación
podrán quedar fuera de aquel término.
En concordancia con el art. 203, LCQ, el art. 88, inc. 9º, LCQ, dispone que la
misma sentencia de quiebra debe contener la orden de liquidación de los bienes y la
designación de quien estará a cargo de ello.
Y si bien la ley no lo expresa en el art. 203, LCQ, la misma solución debe aplicarse
para el caso de que exista un recurso de apelación pendiente contra la sentencia que
decreta una quiebra indirecta, pues tal recurso se concede con efecto devolutivo
relativo, es decir que suspende o impide que se inicie la liquidación (doct. arts.
51, 61 y 63, LCQ). Igual consecuencia, es decir, impedir el inicio de la realización de los
bienes, debe aplicarse para el caso de que exista un recurso de apelación concedido
contra la sentencia que decreta una quiebra por extensión.
Tal celeridad en la liquidación impone, en principio, el estricto del art. 273, inc.
3º, LCQ, por lo que las resoluciones que dicte el juez referidas a la enajenación del
activo falencial serán inapelables(1).
2. Sujetos
3. Formas
Las diversas maneras en que puede desarrollarse la hacienda del fallido y los
diversos componentes que puede tener la fase activa del patrimonio llevan a la ley a
prever diversas maneras o modos de llevar a cabo la liquidación falencial con el
objetivo de un mejor producido.
En tal sentido, el art. 204, LCQ, dispone que la realización de los bienes
desapoderados podrá hacerse a través de diversos procedimientos, incluso
combinados entre sí dentro de una misma quiebra, pero llevarán un orden de
preferencia para que el juez provea a la liquidación, debiéndose primero estimar la
enajenación de la empresa como unidad, en segundo término la enajenación de los
bienes en conjunto cuando integren un establecimiento del fallido y finalmente la venta
singular. En caso de que se haya decidido la continuación de la explotación de la
empresa, como ella será liquidada en marcha, la realización será de la empresa como
unidad, pero tal forma de enajenación no es exclusiva de tal hipótesis sino que el juez
podrá ordenarla en otras situaciones aunque no se haya producido la continuación de
la explotación.
Para tal compensación, si bien es necesario que el acreedor con garantía real
haya instado la verificación, no lo es que tenga sentencia verificatoria firme, pues en
caso de que el crédito o el privilegio no tenga reconocimiento concursal deberá hacerse
efectiva la indemnización sustitutiva contra el acreedor. Ello, sin perjuicio de que si el
crédito es indeterminado, resultará razonable por aplicación analógica de los arts.
209y 211, LCQ, exigirle la prestación de fianza que garantice la eventual indemnización
sustitutiva referida. En cambio será necesario que el crédito se encuentre expedito y
sea exigible (art. 923, inc. c], CCyCN), por lo que deberá tratarse de una garantía de
primer grado.
Igual continúa una gran incongruencia insalvable, que son los derechos de los
acreedores preferentes a los laborales, lo que afectaría de constitucionalidad a la
norma (art. 17, CN). La única solución sería que la compensación sólo valga cuando
sea hecha por créditos laborales con privilegio especial y asiento de éstos sobre
maquinarias, materias primas o mercaderías.
Como explica ROUILLON se establece así una suerte de base no inferior a la suma
de los créditos con privilegio especial, debajo de la cual no puede enajenarse la
empresa o el establecimiento, y si esa suma se obtiene, a ella se traslada el ejercicio de
dichos derechos, produciéndose la subrogación real a que se refiere el art. 245, LCQ.
La enajenación deberá ser publicitada por edictos por el término de dos días en el
Boletín Oficial y en otro diario de gran circulación de la jurisdicción donde se va a llevar
a cabo la liquidación. Cuando la importancia de lo que se va a enajenar lo requiera, el
juez podrá ordenar publicidad adicional para lograr una mayor cantidad de
oferentes, incluso podrá hacerlo en el extranjero. Los edictos deben indicar
sucintamente ubicación y destino del establecimiento, base de venta y demás
condiciones de venta. Además, deben expresar el plazo en que se puedan acompañar
ofertas en sobre cerrado conforme al art. 212, párr. 2º, LCQ, y el día y la hora de su
apertura (inc. 5º).
Acá se ha producido una nueva incongruencia con la reforma del año 2011, pues la
última parte del inc. 9º sigue disponiendo —en concordancia con el inc. 7º— que en
caso de fracaso de la adjudicación, el juez adjudicará "a la segunda mejor oferta que
supere la base", cuando con el actual inc. 8º puede ser que la primera adjudicación no
haya sido dirigida a la oferta que contenía el precio más alto, sino a la más beneficiosa
para la conservación de la fuente de trabajo.
También el juez ante el fracaso podrá ordenar otra modalidad de liquidación, que
sería lo más adecuado, debiendo primar la subasta judicial de los bienes en
forma individual. Ello, principalmente cuando existiesen acreedores con privilegio
especial sobre ellos, los cuales quizá en la segunda licitación, si no se aplica la venta
separada del art. 207, LCQ, vean intensamente perjudicados sus derechos.
Se estipula en el art. 207, LCQ, que cuando se crea conveniente el síndico podrá
proponer y el juez podrá ordenar bajo resolución fundada, la venta separada de la
empresa o establecimiento de los bienes gravados o de otros que se determinen,
cuando ello sea más conveniente para la realización de los bienes, presentándose así
una forma mixta de liquidación. La liquidación se hará a través de subasta pública. La
previsión legal no se refiere únicamente a bienes con privilegio especial sino a
cualquier otro que perjudique, en cuanto al precio o expectativa, la venta global y
pudiera venderse individualmente con mejor resultado.
Tal liquidación separada de bienes gravados será viable si no se tratase de un
acreedor con garantía real que haya promovido el concurso especial. También podrá
optar el síndico por desinteresar a los acreedores privilegiados con fondos existentes
en la quiebra. De igual manera podrá admitirse la subrogación y desinteresar al
acreedor con lo obtenido de quien se subrogue y preste conformidad para la
transferencia, siempre con autorización judicial. El interés del tercero subrogante se
evidenciará a través de la adquisición posterior que haga de la empresa o del
establecimiento.
Tal forma de enajenación, la prevé el art. 208, LCQ, la cual se hará sin tasación, sin
base y se publicará, en caso de muebles por edictos, durante dos a cinco días y si
fuesen inmuebles de cinco a diez días, teniendo el juez, si lo cree conveniente, la
posibilidad de ordenar publicidad complementaria.
Es criticable la venta singular sin base cuando se trate de bienes inmuebles, los
cuales podrán ser vendidos con la base que estipulan los Códigos rituales tomada
sobre la valuación fiscal de los mismos. Sin mayores esfuerzos ni pérdida de término
podrá fijarse la base de la venta de tales bienes sin perjuicio de que el juez por
resolución fundada podrá ordenar la venta sin base cuando lo crea conveniente a favor
de la liquidación de los bienes. En tal sentido, se sostuvo que respecto de la venta de
bienes inmuebles podrá aplicarse supletoriamente la norma del art. 205, LCQ, o los
Códigos locales, para proceder a la tasación y fijación de base en las dos terceras
partes de aquella valuación —art. 578, CPCCN— (MORELLO). Tal postura nos
parece contra legem pues la cuestión se encuentra expresamente prevista en el art.
208, LCQ, por lo que deberá realizarse sin tasación y sin base en todos los supuestos,
pues la norma no discrimina. También es criticable la mayor publicidad edictal de la
venta singular que de la enajenación de la empresa o establecimiento; en realidad nos
parece ajustada la dispuesta para la subasta, debiéndose ampliar la prevista en el art.
205, inc. 4º, LCQ, la injustificada desproporción entre uno y otro caso es patente.
El art. 212 en su párr. 1º, LCQ, autoriza la presentación de ofertas bajo sobre para
el caso de subasta pública en la venta singular, las que deberán acompañarse al
juzgado de la quiebra dos días antes de la fecha fijada para la subasta, las cuales
serán entregadas el día anterior al martillero por parte del secretario y bajo recibido.
En el acto de la subasta, el martillero deberá abrirlas al iniciar el remate y la puja en la
subasta se hará a partir de la oferta más alta.
4. Concurso especial
La posibilidad de instar el concurso especial surge de los arts. 126, segunda parte,
y 209, LCQ, y se constituye en una preferencia temporal de cobro que refuerza el
privilegio y el ius persequendi de la garantía real.
Son legitimados activos para incoar al concurso especial, todos los acreedores que
tengan garantías reales de sus créditos, quedando comprendidos los que tengan
hipoteca, prenda, sea con desplazamiento o con registro (art. 34, dec.-ley
15.348/1946), hipoteca o prenda naval (arts. 499, 513, ley 20.094), hipoteca
aeronáutica, los warrants (art. 18, ley 9643) y las obligaciones negociables (art.
152, inc. 1º, LCQ).
Para que proceda el concurso especial, el bien afectado al privilegio debe existir en
el patrimonio del deudor.
Una vez oída la sindicatura, el juez del concurso ordenará la subasta de los bienes
objeto de la garantía, la cual se llevará a cabo conforme a las normas rituales locales
(art. 278, LCQ).
Respecto de las costas del concurso especial, entendemos que las mismas son a
cargo del acreedor, porque ellas son necesarias para hacer efectiva la garantía dentro
del sistema especial de ejecución.
Ello surge de los principios propios de la imposición de costas, pues el concurso
especial no es la vía —única y necesaria— que le permite al acreedor con garantía real
hacer efectiva la misma, ya que sencillamente dicha garantía podría ejecutarse en la
quiebra general a través de la liquidación que haga el síndico del bien en cuestión. Pero
la ley le permite a estos acreedores adelantar en el tiempo la efectivización de dicha
garantía ejecutando el bien a través del concurso especial, lo que lo transformaría en
una preferencia temporal para el cobro de su acreencia. Excepcionalmente, podrán
imponerse las costas a cargo del concurso cuando exista oposición manifiesta
e infundada de la sindicatura. En el caso de que el bien sobre el cual recayese privilegio
especial se ejecute en el trámite general de la quiebra, igualmente se aplicará la
reserva de gastos sobre el producido de su remate, pero no existirán costas a cargo del
acreedor por no haber utilizado el camino del concurso especial. No existirá una
regulación de honorarios independiente en el concurso especial para el síndico sino
que la misma quedará diferida para la oportunidad del art. 265, LCQ(4), sin perjuicio de
que se realice la correspondiente reserva en los términos del art. 244, LCQ, para
afrontar aquellos proporcionalmente con el producido del bien liquidado en el concurso
especial.
En la etapa distributiva del concurso especial debe exigirse fianza del acreedor
cuando se está ante la oportunidad de pago del crédito con garantía real y aún no
haya recaído resolución firme sobre su verificación concursal.
El art. 126, segunda parte, LCQ, permite al síndico, con autorización del juez, pagar
íntegramente el crédito con garantía real que ejecuta un bien en concurso especial,
con fondos líquidos existentes en la quiebra, cuando la conservación del bien sea
evidentemente beneficiosa para los acreedores. A tal fin el juez puede autorizar la
venta de otros bienes o la constitución de garantías sobre ellos. Un remedio de
imposible concreción, utópico, ya que no existirán fondos, no podrá demostrarse el
beneficio de la conservación, ni será económico constituir otras garantías.
5. Remate no judicial
También la ley autoriza en su art. 210, LCQ, en caso de quiebra como lo estipula
para el concurso preventivo (art. 23, LCQ), que aquellos acreedores con garantía real
y que tengan derecho a ejecutarla en remate no judicial lo hagan. Por error la ley
remite al art. 24 y no al art. 23, LCQ, ello se debe a que en la ley 19.551 la norma
remitida del concurso preventivo era el art. 24.
6. Venta directa
Cuando entre los bienes desapoderados existan títulos u otros bienes cotizables, la
liquidación se hará en las instituciones correspondientes, lo que determinará el juez,
previa vista al síndico. Se trata de una forma de liquidación específica determinada por
la naturaleza de los bienes, los cuales no podrán ser enajenados de otra forma.
El art. 215, LCQ, prevé tres hipótesis diversas, los títulos cotizables en mercados
de valores (v.gr., acciones, obligaciones negociables, etc.), que serán vendidos por
agentes de bolsa en el mercado que corresponda, los bienes cuya venta puede ser
efectuada por precio determinado por oferta pública en mercados oficiales (v.gr.,
mercado de hacienda, mercado de cereales) y los bienes sujetos a precios mínimos de
sostén o máximos fijados oficialmente, los que se venderán en el mercado que
corresponda. De tal manera, la liquidación de estos bienes queda sometida al
procedimiento y regla de cada uno de los mercados involucrados según el tipo de bien
de que se trate.
En el caso de que el activo falencial se conforme con créditos a favor del fallido,
el art. 216, LCQ, remite al art. 182, LCQ, por lo que el síndico deberá procurar su
cobro en forma judicial, que será la forma natural y primordial de la liquidación de los
créditos.
III. Distribución
1. Informe final
El párr. 1º del art. 218, LCQ, prevé que, culminada la liquidación y dentro de los
diez días de aprobada —y firme— la última enajenación, el síndico debe presentar
un informe, llamado final, que detalle el resultado de la liquidación y contenga la
rendición de cuentas de la misma y el proyecto de distribución según los créditos
verificados y su graduación.
La denominación como informe final deviene del hecho de que es el último que debe
presentar el funcionario concursal, siendo los anteriores, los informes individuales y
el informe general de la etapa informativa y el informe sobre la continuación de
la explotación de la empresa del fallido.
Innecesariamente la ley prescribe que tal informe deberá ser presentado en doble
ejemplar, pues todas las actuaciones de importancia deben adjuntarse
necesariamente con una copia para el legajo (art. 279, LCQ).
La falta de presentación del informe final hará pasible al síndico de las sanciones
previstas en el art. 255, LCQ, por mal desempeño en sus funciones, para cuya
imposición se tendrán en cuenta las circunstancias del caso. Si bien la importancia de
la actuación omitida es de total relevancia para el proceso de quiebra, no
necesariamente el síndico deberá ser removido, sino que juntamente con ello deberá
analizar la actuación general del funcionario en todo el proceso y las razones invocadas
por el mismo justificando su actuar.
En cuanto al contenido del informe final, el mismo debe contener una detallada
rendición de cuentas de las operaciones efectuadas por el síndico en la etapa
liquidativa, acompañando los correspondientes comprobantes de las mismas, allí se
podrá apreciar la eficacia de la labor del funcionario y sus resultados.
2. Proyecto de distribución
El párr. 2º del art. 218, LCQ, impone que, luego de presentado el informe final y el
proyecto de distribución, el juez deberá regular los honorarios de los funcionarios
que intervinieron en la quiebra, conforme a las pautas establecidas en los arts. 265 y
ss., LCQ. Tal regulación debe hacerse teniendo como base el monto del activo
liquidado o, mejor dicho, la suma resultante del producido de dicha liquidación (art.
267, LCQ).
Junto con ello no será desacertado que el síndico reserve sumas destinadas a cubrir
las eventuales costas que deba afrontar la quiebra por las acciones incoadas por el
síndico y que se encuentren en trámite, así como también por las eventuales costas de
los procesos verificatorios pendientes.
A los fines de que tales fondos reservados produzcan frutos civiles, el síndico
deberá abrir en el banco oficial una cuenta productora de intereses, generalmente se
trata del llamado plazo fijo.
Es común que los síndicos prevean las reservas en un apartado especial del
proyecto de distribución; sin embargo, una buena práctica indica que tales reservas
deben ser incluidas en la proporción y el rango que corresponda a cada crédito, es
decir, en la misma posición que hubiese tenido su titular si su crédito fuese exigible.
Esto indica que las reservas igualmente deben preservar el orden de preferencias de
los diversos créditos involucrados en la distribución.
La desafectación de reservas se produce cuando los créditos a los cuales ellas
fueron destinadas han quedado definitivamente excluidos de la quiebra por resolución
firme, por lo que los montos referidos serán distribuidos entre los acreedores,
respetando el orden de preferencias que corresponda y a prorrata en su caso.
3. Publicidad y notificación
Como modo principal de notificación el párr. 3º del art. 218, LCQ, prevé que se
haga por edictos. Tales edictos se publicarán por dos días en el Boletín Oficial,
pudiendo el juez ordenar, si lo estima conveniente y el haber de la quiebra lo permite,
la publicación en otro diario, debiendo ser el de mayor circulación de la jurisdicción
donde tramita la quiebra.
Tales edictos deben dar a conocer la presentación, por parte del síndico del informe
final y del proyecto de distribución, sin que sea necesario transcribir su contenido;
también se publicará la regulación de honorarios realizada por el juez concursal de
primera instancia, siendo necesario aquí que se den a conocer los sujetos y montos de
tales regulaciones, pues la ley no manda a publicar el hecho de que se hayan regulado
sino que impone dar a conocer la regulación de honorarios, lo que importa titulares a
quienes se les ha regulado y sumas que alcancen tales emolumentos.
La segunda forma de notificación la prevé la ley para los casos en que el número
de acreedores o la economía de gastos y de tiempo aconsejen prescindir de los
edictos. En tal sentido el art. 219, LCQ, dispone que la publicación de edictos podrá
ser sustituida, por orden judicial, por notificación personal o por cédula a los
acreedores, entendiéndose por éstos, tanto los verificados y admitidos como aquellos
que se hayan insinuado y todavía no se encuentre resuelta su pretensión.
Tal notificación también debe ser dirigida al fallido. El síndico, como es quien ha
presentado el informe final y el proyecto de distribución, quedará notificado "por nota"
de la resolución que lo tiene por presentado y regula los honorarios (doct. arts.
133y 134, CPCCN) y, en todo caso, como será quien firmará las cédulas (art. 275, inc.
1º, LCQ) quedará notificado a partir de la presentación de las mismas en el juzgado si
ello fuese anterior a la notificación ministerio legis (art. 137, CPCCN). La cédula se
remitirá a los domicilios ad litem y, si no existiesen por no haber sido constituidos, tales
sujetos quedarán anoticiados ministerio legis a partir de la notificación "por nota" de la
resolución que tiene presentado el informe final y proyecto de distribución y ordena
darlo a conocer a través de cédulas. El hecho de que algún interesado no tenga
domicilio constituido donde remitir la cédula no perjudica la forma de notificación, la cual
de por cierto es más eficaz a los fines de que se tome conocimiento de la resolución en
cuestión.
Jurisprudencialmente nuestro más alto tribunal ha extendido la notificación por
cédula a todos los acreedores laborales(5).
4. Observaciones y aprobación
La posibilidad de apelar la regulación de honorarios surge del art. 272, LCQ, el cual
también prevé la elevación del expediente de la quiebra en consulta a la alzada
cuando no ha existido apelación. La legitimación para presentar las aludidas
observaciones corresponde al fallido y a los acreedores, entendiéndose por estos
últimos aquellos concursales, concurrentes, verificados, declarados admisibles o
pendientes de resolución, y también aquellos titulares de créditos prededucibles.
Las observaciones que podrán hacerse hasta diez días después de la última
publicación de edictos o de la notificación personal o por cédula deben ser
presentadas en tres ejemplares, acompañando la prueba que tenga en su poder
el interesado y ofreciendo la restante de que intente valerse, cuando lo alegado no
surja del expediente. Tales observaciones versarán únicamente sobre omisiones,
errores o falsedades del informe en cualquiera de sus puntos, es decir que no
necesariamente se referirán al proyecto de distribución.
Es decir que tal término se contará a partir de los cinco días de notificada "por nota"
la resolución dictada en la alzada, sin hacerse diferencia si el expediente fue remitido
por apelación o por consulta, aunque tal resolución no podrá ser dictada hasta que
el expediente no se encuentre devuelto a primera instancia. No concordamos con
quienes entienden que el plazo para resolver se cuenta a partir de presentadas las
observaciones o de realizada la audiencia, porque tal solución resulta contraria al
precepto legal que indica que el término se contará a partir de que adquiere firmeza la
regulación de honorarios. Tal solución no varía si los honorarios fueron apelados o no,
porque necesariamente debe elevarse el expediente en consulta a la alzada y, hasta
que el mismo no sea devuelto, los honorarios no quedarán firmes.
Tal resolución causa ejecutoria con excepción de los casos en que trate sobre la
preferencia que se le asigne al impugnante o a errores materiales de cálculo.
Es decir que la sentencia será inimpugnable tanto ante el mismo juez como ante la
alzada. Si la cuestión versa sobre preferencias podrá ser apelada y en el caso de
tratarse de errores materiales los mismos deberán ser rectificados de oficio o a pedido
de parte interesada aun cuando la resolución estuviese firme, tratándose de una
aclaratoria sin término para su interposición. Sin embargo, se ha admitido
jurisprudencialmente la apelación en otros supuestos(6).
5. Distribuciones complementarias
El legislador tuvo que prever la posibilidad de que ciertos bienes, por su naturaleza
u otras cuestiones (v.gr., dificultad en la venta), no puedan ser liquidados con la
celeridad que se demanda, por lo que enajenados los bienes falenciales, si existiere
alguno o algunos que no pudieron ser liquidados inmediatamente, el síndico
igualmente presentará el informe final, donde deberá dar cuenta de los bienes que no
se han podido liquidar y realizará el proyecto de distribución con el producido de los
bienes liquidados.
Como ya hemos dicho, la intención de la ley 24.522 fue proveer un solo proyecto de
distribución que se produciría luego de liquidados inmediatamente todo los bienes. Tal
solución procura evitar detrimento en los créditos y el pago a los acreedores lo más
rápido posible. En tal sentido se excluyen en el nuevo ordenamiento las distribuciones
parciales, las cuales, en su momento, fueron muy certeramente criticadas por
considerarlas poco ágiles, pues sólo producía comodidad del procedimiento con una
multiplicidad exagerada, excesivo ritualismo y no favorecía la liberación del dividendo.
Luego, a medida que se liquiden el resto de los bienes, como lo autoriza el art.
222, LCQ, el síndico podrá presentar las distribuciones complementarias
correspondientes al producido de tales bienes.
Tales distribuciones se harán sin trámite previo, a través de la simple propuesta del
síndico, la que deberá ser aprobada por el juez. Sin embargo, no podrá excluirse la
posibilidad de que los interesados (acreedores y fallido) cuestionen la nueva
distribución para no verse afectado su derecho de defensa.
Algunos entienden que deberá hacerse una nueva publicación de edictos cuando
corresponda el pago de dividendo, pues no puede tenerse a los
acreedores indeterminadamente pendientes de la quiebra esperando eventuales
distribuciones, con la consecuencia que implica la caducidad del dividendo concursal
prevista por el art. 224, LCQ (GARCÍA MARTÍNEZ).
6. Dividendo concursal
ALBERTI, con la calidad lingüística que lo caracteriza, realiza una calificación legal de
la dación del dividendo, es decir, de la entrega de los fondos asignados a cada
beneficiario de la distribución, afirmando que esa tradición de dinero no configura
rigurosamente un pago en el sentido de los arts. 865 a 869, CCyCN, con relación a los
vínculos crediticios anteriores al concurso, porque no tendrán el contenido, ni la
especificidad, ni la oportunidad prevista en aquellos, razón por la cual no quedan
liberados los coobligados del fallido.
La ley prevé que tal pago podrá ser ordenado por el juez, para que se realice
directamente por el banco oficial.
El monto total de lo que deben cobrar los acreedores más las reservas debe
coincidir con lo depositado a nombre de la quiebra.
En el art. 223, LCQ, la ley hace mención a los acreedores tardíos, no a la forma de
verificación, sobre la cual ya hemos dicho que se aplica analógicamente en lo
pertinente el art. 56, LCQ, sino en la forma en que van a cobrar el dividendo concursal.
Cabe aclarar que la previsión legal no se aplica a todas las verificaciones tardías
sino sólo a aquellas incoadas luego de presentado el proyecto de distribución, las
anteriores, si no se encuentran resueltas, deben quedar comprendidas en las reservas
que deben hacerse en el proyecto de distribución (art. 220, inc. 2º, LCQ).
Ello, que significa que el acreedor tardío participará de las nuevas distribuciones por
el monto total de su crédito no percibido cuando los restantes acreedores, los que
participaron de la distribución final concurrirán a las complementarias en la medida en
que subsistan descontado lo que hayan cobrado. La eventualidad de tales
distribuciones complementarias se producirá por el ingreso y liquidación de nuevos
bienes, por el producido de la venta de algún bien que no se ha podido enajenar con
anterioridad, por el cobro judicial de créditos a favor del fallido o por desafectación de
reservas.
En todos los casos los intereses suspendidos se extinguen por extinción del crédito
principal con el pago del dividendo. El saldo insoluto (parte en la distribución final o todo
en la falta de activo) se extingue por pago del dividendo en la distribución final o con la
rehabilitación o prescripción anterior a ella, en la falta de activo.
El pago del dividendo concursal no libera a los fiadores o codeudores aunque si se
ven beneficiados con la reducción sufrida en el crédito.
Solución que ha dado lugar a que la previsión legal sea cuestionada en cuanto a su
constitucionalidad. La tacha de inconstitucionalidad se basó en que los fondos no
cobrados por los acreedores pertenecen al fallido y deberían serle reintegrados como
remanente o en todo caso acrecen el monto a cobrar por el resto de los acreedores
debiéndose distribuir entre ellos. Se sostuvo que se produce una confiscación y la
derogación de los principios de la prescripción adquisitiva, pues el dispositivo que
atribuye un bien privado al Estado sin causa, sin justificación legal y sin obligación a su
cargo, importa una verdadera confiscación atentatoria a lo prescripto por el art. 17, CN,
siendo el lesionado el deudor fallido en unos casos o los acreedores de éste en otros
casos. La inacción del acreedor es el único hecho que determina el derecho del Estado,
cualquiera que sea la causa por la cual aquél adopte esa actitud, ya porque renuncia
transitoriamente a su derecho aun cuando sea con el fin de hacer una liberalidad (arts.
944, 945, 949 y concs., CCyCN) o porque involuntariamente hace factible la caducidad
de su derecho (PIANTONI - ALBERTI). Además, continuando el fallido en la propiedad de
sus bienes y el derecho de sus acreedores, impide que la inacción de alguno de ellos
cree un acreedor sui generis (el Estado) que se apropie de los montos no cobrados, ya
que nos encontraríamos ante un irrazonable principio manifestado contra el deudor y
los acreedores que no pudieron percibir la totalidad de sus créditos (PIOSSEK).
Importantes opiniones se han vertido proclamando la inconstitucionalidad del precepto
(FUSARO - IGLESIAS). En favor de la previsión se afirmó que no hay inconstitucionalidad
ya que, hecha la distribución, aprobada ésta y ordenado el pago de ese dividendo, los
mismos ya han dejado de pertenecer al patrimonio del fallido y, en consecuencia, no
puede posteriormente pretender que se reincorporen por el hecho de que un acreedor
no concurra a cobrar su parte y tampoco afectan la regla de la prescripción, pues se fija
un plazo de caducidad específico, es una ley especial que puede establecer términos
privativos; tampoco se afectan los derechos de los acreedores pues el mismo queda
limitado al dividendo sin posibilidad de acrecer (GARCÍA MARTÍNEZ - FERNÁNDEZ
MADRID). También y en forma mayoritaria, hubieron ponencias que defendieron la
constitucionalidad de la norma (MIGLIARDI) aunque igualmente algunos han dudado
sobre la solución constitucional que corresponde adoptar (RIVERA). También la Corte
Suprema de Justicia de la Nación(7)se ha pronunciado al respecto y en uno de sus más
recientes pronunciamientos sostuvo que "el pago que se hace a los acreedores del
correspondiente dividendo concursal importa para el quebrado la pérdida de la
propiedad sobre los fondos provenientes de la liquidación falencial, con el efecto propio
de liquidar la deuda, es decir, de extinguir la obligación existente entre el particular
acreedor y el quebrado. Liquidación que, naturalmente, tiene carácter definitivo, toda
vez que el pago así realizado es irrevocable (...). Si el acreedor no retira el pago en el
tiempo que marca la ley, se produce la caducidad de su derecho en los términos del art.
224, ley 24.522, en el entendimiento de que ha operado un abandono suyo a la
propiedad de fondos que le pertenecen a título de dividendo concursal, sin que dicho
abandono revierta al fallido o a los acreedores. Ciertamente, en tal solución no hay
agravio constitucional alguno, pues el fallido no es privado de algo que le pertenezca,
habida cuenta de que, en esta etapa de la quiebra, los fondos respectivos
pertenecen —como se dijo— al accipiens y no al quebrado. Por su lado, la no reversión
del pago a favor del resto de los acreedores, constituye una solución que —partiendo
de la distinción entre deuda y garantía— sin desconocer el debitum de cada uno, es
sólo expresiva de una limitación de la garantía que para todos ellos representa el
patrimonio común del concursado, y que desde el punto de vista constitucional
encuentra suficiente sustento en la facultad que tiene el Congreso de legislar sobre
bancarrotas; facultad que, como lo ha expresado esta Corte, comprende la de
reglamentar el ejercicio y la extinción de las acciones contra los fallidos. En este
sentido, no se afecta el derecho de propiedad de los restantes acreedores, toda vez
que él se encuentra acotado al cobro del dividendo concursal emergente del proyecto
de distribución aprobado, que les corresponde en cada caso, ni se afecta la garantía de
igualdad en los términos invocados por la sindicatura recurrente, pues la no reversión
del pago a la masa no significa ninguna contribución adicional impuesta a los
acreedores, sino —tal como se dijo— mera limitación de la garantía patrimonial del
deudor. El hecho de que el abandono que hiciese el acreedor beneficie —como lo
establece el art. 224, ley 24.522— al patrimonio estatal, es solución que consulta
principios comunes (arg. art. 2342, inc. 3º, CCiv.), que encuentra semejanza en otras
normas del ordenamiento legal (art. 18, ley 19.550), y a la cual no es ajeno el derecho
comparado En suma, la disposición del párr. 2º del art. 224, ley 24.522, no
resulta inconstitucional por irrazonable, ni es contraria a los arts. 16y 17, CN, invocados
por la sindicatura recurrente".
Atento que en el caso queda involucrado el interés público del Estado nacional, a
cuyas arcas ingresará la suma respectiva para fomentar la educación, deberá el juez
concursal dar intervención al agente fiscal nacional, quien en defensa de los intereses
estatales determinará el destino de los referidos fondos, los cuales debieran ser
afectados al Consejo Nacional de Educación.
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA
C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala I, DSC 249-770; SCBA, AyS 1988-1-300; C. Civ. y Com.
Bahía Blanca, sala 1ª, LL 1988-D-366; SC Mendoza, JA 1985-111-37; CSJN, LL 1986-E-556;
C. Nac. Com., sala D, JA 2002-1-88; CSJN, "Carbometal", LL 2007-A-116; CSJN, 1/8/2013,
"Clínica Marini".
Capítulo XV - Preferencias concursales
I. Introducción
Se habla de la teoría de los privilegios como uno de los temas más complicados del
derecho privado, pues las antiguas legislaciones francesas y españolas convirtieron el
sistema de las preferencias de los créditos en complicado y confuso. Algunas de las
situaciones planteadas anteriormente aún conviven en nuestro derecho, sumadas a los
nuevos conflictos que han surgido en el desarrollo de esta teoría. No puede negarse
que lo arduo del tema tiene directa relación con la importancia teórico-práctica de la
materia, especialmente en el área concursal donde se conjugan todo tipo de
preferencias, tanto temporales, funcionales como cualitativas. La doctrina no ha logrado
a través de los años otorgarle soluciones a la problemática de los privilegios, son tan
divergentes y numerosas las tesis y posiciones asumidas al respecto que nos
encontramos ante un instituto complicadísimo, desde su concepción legislativa hasta
su interpretación científica. Las diferentes fuentes estudiadas y tenidas en cuenta por el
legislador en esta materia y la falta de técnica legislativa (o siendo la técnica
elegida incorrecta) han hecho del ordenamiento jurídico respecto de las preferencias
una maraña de normas, las cuales, en algunos casos, no tienen relación entre sí,
llegando también a ser contradictorias. En materia falimentaria durante siglos el
principio de la par condicio creditorum fue erigido en un verdadero dogma del proceso
de quiebra, gozando de la más alta valoración no sólo jurídica sino también ética
(MAFFÍA). Sin embargo, de dicha regla han quedado exceptuadas las preferencias
establecidas por la ley y es allí, en el tema de los privilegios, donde se correlacionan el
derecho común y el derecho concursal, sin poder descartarse que las normas
del Código Civil y Comercial que sientan principios generales sobre este instituto siguen
vigentes y son aplicables a los concursos, por lo que deben utilizarse para
la interpretación y aplicación de la ley concursal, pero no pueden extenderse
preferencias de la legislación común, no estipuladas en la ley especial falimentaria.
Igualmente, en el derecho comparado, la mayoría de las legislaciones foráneas, en
general, tienen esta materia regulada en forma dispersa, en distintos cuerpos
legislativos.
Con ello se significa que, frente a la regla general de que todos los acreedores
están en igualdad de condiciones, existen excepciones por la cuales la ley otorga
prerrogativas o privilegios a créditos de algunos acreedores con relación a otros; en
estos supuestos se rompe dicha igualdad. Tal prioridad será otorgada en razón de la
calidad o naturaleza del crédito en cuestión, sin tener en cuenta el sujeto titular del
mismo. En definitiva, entendemos por privilegio en sentido lato a la preferencia
concedida a determinados créditos para ser pagados en mejores condiciones que
otros, ya sean temporales (v.gr., pronto pago), funcionales (v.gr., remate extrajudicial)
o cualitativos (v.gr., privilegios strictu sensu).
Algunos entienden que el asiento del privilegio es el bien o los bienes afectados
(CORDEIRO ÁLVAREZ). Sin embargo entendemos que los privilegios no determinan una
relación directa entre el acreedor y la cosa que es propiedad del deudor, sino que la
preferencia de que goza su crédito funciona contra los acreedores que desean hacer
efectivos también sus respectivos créditos, sobre lo obtenido de los bienes que eran
propiedad del deudor (MOLINARIO - FERNÁNDEZ).
Los privilegios se extinguen a través de diversos hechos y actos jurídicos que traen
como consecuencia la desaparición de la preferencia concedida por la ley.
Entre los medios extintivos podemos encontrar los directos o principales, que son
los que atacan al privilegio mismo haciéndolo desaparecer con independencia total y
absoluta de la subsistencia del crédito al cual accede (v.gr., renuncia del acreedor,
pérdida de la cosa asiento del privilegio, etc.). Luego, encontramos los
medios extintivos indirectos o consecuenciales, que son las causas que extinguen el
crédito y, a consecuencia de las cuales, se produce la desaparición del privilegio, dado
el carácter de accesorio que éste reviste respecto de aquél (v.gr., pago, remisión de
deuda, etcétera).
Se dice que la igualdad no significa "a todos lo mismo" sino "a cada uno lo suyo"
(PAJARDI), siendo la igualdad un valor relativo. La quiebra tiende a repartir las pérdidas
entre los acreedores en igual medida, pero los acreedores privilegiados (especialmente
los titulares de créditos con privilegio especial) eventualmente participan de estas
pérdidas, en cuanto el bien gravado no sea suficiente paras garantizar el crédito
(SATTA). En la insolvencia declarada (quiebra) se resuelven las situaciones a través de
una justicia distributiva —al decir de PAJARDI, del sacrificio—, dejando de lado la justicia
conmutativa, obligando a una satisfacción proporcional de los acreedores con todos los
bienes del fallido, soportando también proporcionalmente las pérdidas, siendo el
sistema de privilegios una excepción a esta regla, la cual se funda en la misma justicia
distributiva.
El sistema utilizado por los legisladores sigue siendo impreciso y continúa sin lograr
la definitiva unificación en esta materia, la cual para nosotros es de imposible
concreción. Si bien en 1995 se eliminaron las remisiones a los respectivos
ordenamientos que hacían los antiguos incs. 7º y 8º del art. 265, ley 19.551, se siguen
teniendo las mismas "aberturas" —necesarias por cierto— en el método utilizado. Esto
es así, ya que el art. 243, LCQ, que nos habla del orden de los privilegios especiales
nos remite nuevamente a "los respectivos ordenamientos" en el inc. 1º, por lo que el
sistema sigue siendo el mismo. Lo mismo ocurre luego de la sanción del Código Civil y
Comercial.
El párr. 1º del art. 239, LCQ, dispone las preferencias que, en materia concursal, se
regirán conforme a la disposición de la ley 24.522 y únicamente se le reconocerán
privilegios a los créditos enumerados por dicha ley.
Un privilegio reconocido por una ley ajena a la concursal y no reconocido por ésta
podrá hacerse valer en una ejecución individual, pero en el concurso únicamente si la
legislación especial admite la misma preferencia, ya sea expresamente o por remisión.
El régimen del Código Civil y Comercial o el de otra ley que contenga o regule
privilegios permanecerán vigentes en los casos en que se ejerciten
acciones individuales por la vía de la tercería de mejor derecho, mientras que si el
privilegio se opone mediante concurso, la ley concursal desplaza a aquellas leyes,
salvo remisión expresa. Esto puede llegar a determinar que un crédito tutelado por un
privilegio especial vea desaparecer su preferencia si durante el trámite de la
ejecución individual el deudor abre su concurso.
En sus párrs. 2º y 3º el art. 239, LCQ, determina, en virtud del principio de unidad
de los procesos concursales, que existiendo un concurso preventivo que luego se
transforma en quiebra, los privilegios reconocidos en el primero se conservan en el
segundo y cuando estos privilegios sean reconocidos por períodos o tiempo
determinado anterior, a la iniciación del concurso, se acumulan los de uno y otro
proceso.
Esta resultó ser una acertada modificación de la ley 19.551, cubriendo la laguna de
la ley 11.719. El artículo analizado es la consagración en nuestra legislación del
principio de unidad del proceso concursal. Es una regla tendiente a afirmar tal unidad,
impidiendo que se pueda someter luego a debate el privilegio ya reconocido en la fase
preventiva.
En cuanto a la acumulación, la misma significa que los créditos que sólo obtienen
privilegio por los montos devengados durante determinados lapsos anteriores al
concurso, tienen derecho a acumular esa preferencia con otra de igual tipo que
correspondiera en caso de quiebra. La norma remite a los supuestos en que el
privilegio es reconocido sólo por un período anterior a la apertura del proceso
concursal, siendo actualmente su única aplicación la del privilegio general por créditos
alimentarios (art. 246, inc. 3º, ap. c], LCQ).
3. Créditos prededucibles
Estos créditos son una especie sui generis dentro de las preferencias creadas por
las leyes, estando por sobre cada uno de los acreedores privilegiados a los cuales
beneficia.
La reserva de gastos del art. 244, LCQ, tiene naturaleza prededucible y significa
que el acreedor con privilegio especial debe contribuir en proporción al beneficio
recibido en orden a la recuperación de su crédito.
Ello, en virtud de que las costas del concurso especial son a cargo del acreedor,
porque ellas son necesarias para hacer efectiva la garantía dentro del sistema especial
de ejecución, es el acreedor quien pretende anticipar el cobro de su crédito a través del
beneficio temporal del concurso especial sin esperar que sea liquidado en la quiebra
principal (arts. 69, 77, 590, CPCCN, 2585 y concs., CCyCN). No debemos
confundir, existen gastos hechos en el interés del acreedor privilegiado, sea que el bien
se ejecute en el concurso general o en el concurso especial que hubiere promovido un
acreedor con garantía real, pero la reserva de gastos sólo corresponde por aquellos
gastos realizados en el concurso general ya que, en principio, como dijimos, los
realizados en el concurso especial son afrontados directamente por el acreedor
privilegiado, por imposición de las costas. Ninguno de los créditos determinados en
el art. 244, LCQ, deben realizarse en el concurso especial, todos se devengan y
realizan en el concurso general; el concurso especial es sólo liquidativo y distributivo
del bien, y estos gastos abarcan las costas y costos del incidente especial de ejecución,
a los cuales se les aplica la prededucción propia de ellos.
El art. 244, LCQ, se refiere no sólo a gastos sino también a honorarios de los
funcionarios del concurso y la previsión legal debe entenderse que, cuando el
legislador se refiere a la reserva que corresponda "exclusivamente" a diligencias sobre
tales bienes, hace referencia a los que tienen privilegio especial y en el único caso en
que los gastos u honorarios sobre éstos puedan confundirse con los otros bienes y
deban diferenciarse es en la quiebra principal.
Los gastos de conservación y justicia son los previstos en el art. 240, LCQ.
En tal norma, la ley 24.522 elimina la enumeración enunciativa que realizaba la ley
anterior, pero los créditos previstos en el antiguo art. 264 configuran la hipótesis de la
actual legislación. También en algunos artículos de la ley, expresamente se le otorga a
determinados créditos la preferencia del art. 240, LCQ (v.gr., arts.
20, 119, 120, 182, LCQ, entre otros). La norma debe interpretarse con rigor científico,
sin poder aplicarse la analogía pero sin dejar de lado la interpretación integral de la ley
y debe tenerse en cuenta que existe una amplia gama de créditos que pueden quedar
encuadrados en la figura analizada, resultando ser un problema de hermenéutica tal
determinación.
Quedan incluidos aquellos créditos dispuestos en el antiguo art. 264, ley 19.551, es
decir, los honorarios del síndico y del abogado del deudor, del abogado del
peticionante de la quiebra luego de declarada y los de los demás funcionarios
concursales, las deudas por costas impuestas a la quiebra, los daños y perjuicios
causados por la quiebra, los alquileres posconcursales, los créditos fiscales
posteriores al concurso referidos a bienes desapoderados, los sueldos
posconcursales, los gastos por publicación de edictos, los casos de los arts. 20, 24,
182, 273, inc. 8º y 192, párr. 3º, LCQ, donde expresamente se le da la preferencia
del art. 240, LCQ, a ciertas acreencias. Tal detalle es meramente enunciativo y deberá
estarse a cada caso en particular y a la naturaleza del crédito para determinar o no su
prededucibilidad.
La ley es clara y tales créditos concurren a prorrata, por ello debe afirmarse que
corren en pie de igualdad.
No podemos compartir la posición que indica que estos créditos no se rigen entre sí
por el principio de la par condicio, sino por el opuesto prior in tempore, por lo que el
acreedor más diligente y activo recibe mejor tutela y no podría legítimamente
proponerse su satisfacción sin su conformidad o, al menos, sin atender el costo de la
demora.
Por ello proponemos que al momento del cobro de cualquiera de los créditos
prededucibles se exija al acreedor fianza de tercero, suficiente para asegurar créditos
preferentes (privilegiados especiales y su reserva de gastos) o de igual rango (otros
créditos prededucibles del art. 240, LCQ). Sólo al momento de la distribución final
pueden determinarse las preferencias de este rango.
Conforme a ello, una antigua doctrina italiana indicaba que estos actos ejecutivos
serían superfluos y dañosos, superfluos porque la intervención del juez de la quiebra, al
que los acreedores pueden recurrir, constituye garantía suficiente de que el activo no
será distribuido antes que ellos sean íntegramente pagados, y dañosos, porque
dificultarían el procedimiento de liquidación de la quiebra y empobrecerían con gastos
el activo falencial (BONELLI), Asimismo, una antigua jurisprudencia de la justicia
nacional interpretando la ley 11.719 establecía que "si bien los acreedores de la masa
tienen derecho a ser pagados con preferencia a los acreedores del fallido, ello no
significa que puedan ejecutar la quiebra, procedimiento de ejecución colectiva que por
ser tal excluye cualquier supuesto de ejecución particular, aun en su contra; deben,
pues, gestionar el cobro dentro del juicio de quiebra"(5).
Estos créditos ceden ante la reserva de gastos legislada en el art. 244, LCQ, y son
preferidos a los créditos prededucibles del art. 240, LCQ, a los créditos con privilegio
general y a los quirografarios. En cuanto al orden que tienen estos privilegios entre
ellos, la ley en el art. 243, LCQ, determina que tienen la prelación que resulta del
orden de sus incisos y, si están en un mismo inciso y recaen sobre el mismo bien, se
aplica la regla del prorrateo. La misma norma legal prevé dos excepciones, la de los
casos de los incs. 4º y 6º del art. 241, LCQ, donde rigen en cuanto al orden de
prelación los respectivos ordenamientos (Código Civil y Comercial, Ley de
Navegación, Código Aeronáutico, etc.) y también el caso del privilegio de retenedor
que en cierta manera rige el principio prior in tempore.
Un problema en cuanto al rango de los privilegios especiales lo presenta el párr. 4º
del art. 120, LCQ, pues determina que en el caso de que un acreedor ejercite la acción
revocatoria (concursal o pauliana) le corresponde privilegio especial sobre el bien
recuperado. La ley olvida determinar cuál es el rango de este privilegio. Por nuestra
parte creemos que debe estar en primera posición pues, sin la acción del acreedor, el
bien no hubiese ingresado nuevamente al patrimonio del deudor y los acreedores con
privilegio especial no hubieran podido ejercer su preferencia, dejando a salvo ciertos
casos particulares que, valorados concretamente y ante la imprevisión legal, pudiera el
juez considerarlos de rango preferente, como sería el caso del crédito que gozará del
mismo privilegio si el bien no fuese recuperado para el concurso (v.gr., garantías
reales). Similar cuestión se presenta ante el art. 141, LCQ. Recordemos que estos
privilegios siempre se ejercen hasta la concurrencia del crédito.
Podemos agregar que la subrogación real se produce ipso iure y tiene vigencia en
tanto la sustitución se produzca mediante una regular enajenación —en sentido lato—
del bien. Son requisitos para que proceda la subrogación real, la existencia de
bienes individualizados en el seno del patrimonio, la pérdida (indemnización) o
enajenación (precio venta) de los bienes, ingreso de nuevos bienes individualizados,
lazo de filiación directo y seguro entre el bien originario y el entrado en su reemplazo
(BONNECASE). Además, quien pretende ampararse en la subrogación real necesita no
sólo invocar su privilegio sino probar que en el caso que plantea se dan los recaudos
que permitan afirmar dicho supuesto, lo que quiere decir que el acreedor que pretenda
hacer valer la subrogación real debe, más allá de determinar el privilegio de su crédito,
probar la sustitución de bienes que se produjo con la subrogación real operada.
El inc. 1º del art. 241, LCQ, otorga privilegio especial a los créditos por gastos de
construcción, mejora o conservación de bienes del concursado, fundado en el
beneficio que reporta a los demás acreedores la inversión de gastos realizados en
carácter de necesarios para la misma cosa. Para configurar el privilegio, la ley exige
que sea el deudor quien haya requerido los gastos y que la cosa se encuentre aún en
su poder, en el sentido jurídico del derecho dominial, pues el privilegio carece de ius
persequendi. Tratándose de cosas quedan excluidos los gastos realizados para la
conservación de créditos y derechos. El privilegio cesará cuando el bien sale del
patrimonio del deudor, es decir, cuando pierde el derecho de dominio, pues no podrá
hacerse valer con relación a bienes ajenos al deudor, salvo que haya ingresado en su
lugar algún otro bien que haga operable la subrogación real. Si los gastos no se
hubieran hecho por cuenta del concursado, sino de un tercero, el eventual crédito
contra el concursado a causa del enriquecimiento indebido no estaría amparado por el
privilegio que se consagra; ello porque el obligado es el tercero que contrajo la
obligación, más allá que la prestación recaiga sobre el bien del fallido.
Los créditos laborales tienen una amplia consideración en el ámbito concursal, a los
cuales se les reconoce amplias preferencias, ya sean temporales (v.gr., pronto pago)
como cualitativas, pudiendo ser prededucibles, con privilegio especial o general. El
fundamento de esta preferencia radica en la naturaleza alimentaria del crédito laboral y,
como bien ha señalado Iglesias (IGLESIAS), tiene raigambre constitucional a la sombra
del art. 14 bis, CN.
Para la configuración del privilegio especial de los créditos laborales (art. 241, inc.
2º, LCQ) se exige que los bienes sobre los cuales recae el privilegio sean de
propiedad del deudor, no siendo indispensable que las mercaderías, materias primas y
maquinarias se encuentren en un solo lugar, ni que el personal preste necesariamente
servicios en el local o establecimiento donde estén ubicadas o depositadas, sino que
esos bienes sirvan para la explotación del establecimiento donde prestan servicios, es
decir que siempre habrá vinculación entre los diversos establecimientos salvo que
sean netamente independientes, en orden a la producción, administración y
comercialización.
Respecto de las remuneraciones se han dados dos vertientes: una que dice que el
privilegio abarca las remuneraciones debidas durante los seis meses anteriores a la
apertura del proceso concursal; la otra, y la que tiene más adeptos, es la que determina
que se reconoce la preferencia a las remuneraciones debidas por seis
meses independientemente de la fecha del concurso (IGLESIAS). Nos adherimos a esta
última tesis fundándonos en el hecho de que la ley actual se apartó de la redacción
originaria de la ley 19.551 y adoptó el sistema de la LCT suprimiendo la frase "por los
seis meses anteriores al concurso" por lo que el cómputo del período es independiente
de la fecha de apertura del concurso preventivo o del decreto de quiebra. La
preferencia no necesariamente alcanza a las remuneraciones devengadas durante seis
meses sino que podrá ser extendida a lo que proporcionalmente corresponda a los
haberes de esos seis meses cuando la deuda devengada importe más períodos.
También en torno a este tópico se discutió sobre el alcance del concepto de
remuneración, por nuestra parte, siguiendo a IGLESIAS, debemos tomar como concepto
legal el expuesto claramente por el art. 103, LCT, englobándose en él diversas
especies del género salario: comisiones, habilitación, gratificaciones, participación en
las utilidades, premios, viáticos, prestaciones en especies, alimentos, propinas,
recompensas, aguinaldo, horas extra, en la medida en que su percepción pueda ser
considerada como normal y habitual. Si bien la interpretación de las normas sobre
preferencias es de carácter restrictivo, venimos propiciando que ésta debe hacerse en
forma científica e integral con todo el ordenamiento jurídico, por lo que consideramos
acertada la posición expuesta respecto de incluir los rubros estimados como
remunerativos en el derecho laboral. Con ello no estamos propiciando la inclusión de
rubros no comprendidos, sino que determinamos el alcance del vocablo que lo
conceptualiza. No quedan incluidas en la preferencia las vacaciones no gozadas, ni
la indemnización por estabilidad gremial, entre otras acreencias laborales no previstas
en el precepto legal, las asignaciones familiares, los vales alimentarios o canastas de
alimentos (tickets).
Para poder determinar cuáles son los créditos fiscales comprendidos en la norma y
que tienen privilegio especial (art. 241, inc. 3º, LCQ) debemos reconocer que estamos
ante preferencias que se aplican a créditos que revelan una estrecha relación entre la
causa de la obligación y la cosa misma.
Entonces, para conocer si un crédito fiscal tiene privilegio especial debemos ver si
el crédito se relaciona directamente con algún bien del contribuyente, para lo cual
debemos recurrir a la ley reguladora del tributo pues sólo ahí conoceremos si el objeto
recae o no sobre bienes determinados, y será suficiente que haya sido el bien el hecho
imponible del tributo, sin importar si la naturaleza del tributo tiene o no relación directa
con el bien. En cuanto a los rubros incluidos, la preferencia sólo se aplica a impuestos
y tasas y no se encuentran amparados con este privilegio especial las contribuciones,
por no estar mencionadas en el texto legal y atento la interpretación restrictiva que rige
los privilegios. El art. 2582, inc. c), CCyCN, otorga preferencia especial también a las
contribuciones de mejoras.
Tampoco, en ninguno de los casos, los privilegios o preferencias se extienden a las
multas impuestas por el Estado. El fundamento de esta exclusión radica en el hecho de
que no resulta justo gravar la situación de los demás acreedores del
deudor, extendiendo la protección a las multas (MOLINARIO). La multa tiene como fin
coactivo lograr que el contribuyente cumpla con sus obligaciones y
sería injusto extender la preferencia a estos casos, agravando la situación de los
demás acreedores, por el incumplimiento del deudor con el Fisco.
En cuanto al rango de esta preferencia del retenedor, ocupa el quinto lugar entre
los privilegio especiales. La ley 24.522 baja su rango, porque bajo la ley
19.551 ocupaba el primer lugar entre los de su categoría. Igualmente, en cierto modo,
el privilegio es mejorado pues, si la retención comenzó a ejercerse antes de nacer los
créditos que le son preferentes, pasa a aventajarlos (art. 243, inc. 2º, LCQ).
Esto quiere decir que el retenedor se rige por el principio prior in tempore, como
resulta del Código Civil y Comercial (art. 2586, inc. b], CCyCN), por lo que en este caso
se deja de lado el principio que rige en la materia, cual es el adagio privilegia non ex
tempore aestimatur, sea ex causa. En la ley anterior, el retenedor se colocaba en
primer lugar, el rango del acreedor retenedor prevalecía sobre los demás privilegios
especiales, salvo art. 265, incs. 7º y 8º, ley 19.551, donde se regían por los respectivos
ordenamientos; en la ley anterior, el ius retentionem era el primero, con independencia
del hecho que haya empezado a ejercitarse o no con anterioridad a la creación del
privilegio especial.
Los privilegios creados por la Ley de Navegación tienen una particularidad respecto
de su asiento, pues el acreedor privilegiado, vencido por uno de mejor derecho cuyo
privilegio se extienda a otros bienes del deudor, puede subrogarse en el privilegio del
vencedor, con preferencia a los acreedores con privilegio inferior. El mismo derecho
asiste a los acreedores privilegiados que pierdan en la subrogación (art. 473, ley
20.094). Los privilegios marítimos se relacionan con el buque, el flete, el precio de los
pasajes, sobre los créditos a favor del buque nacidos durante el viaje, sobre artefactos
navales, aunque estén en construcción y sobre las cosas cargadas.
La preferencia se extiende al capital y los intereses debidos por un año (art. 474,
LN).
El art. 480, LN dispone como principio general que "los créditos vinculados a un
mismo viaje son privilegiados en el orden en que se mencionan en el art. 476. Los
comprendidos en cada uno de los incisos de dicho artículo, en caso de insuficiencia del
valor del asiento del privilegio, concurrirán a prorrata". Las excepciones están
contenidas en el art. 480, LN que se refiere a naufragios o averías y la de los arts. 476,
LN que impone una graduación inversa a las fechas de nacimiento de los créditos.
También se determinan créditos privilegiados de primer grado que prevalecen por sobre
el crédito hipotecario y luego existen créditos de segundo grado que ceden frente a la
hipoteca (art. 476, LN). Por su parte el derecho de retención prevalece por sobre la
hipoteca (arts. 486 y 511, LN).
4.8. Superprivilegio del Banco Central de la República Argentina (art. 53, ley
21.526)
Si bien este privilegio ya estaba consagrado por el art. 54, ley 21.526, ahora con el
texto ordenado por las leyes 24.144 y 24.485 rige en el art. 53, que luego de la ley
24.522 y la reforma que sufrió el artículo por la ley 24.627 ha adquirido otros matices.
La reforma de 1995 lo incorpora a la galería de preferencias concursales, con rango
superior a los créditos prededucibles.
En principio, el original art. 54, ley 21.526, del año 1977 introdujo la cuestión de la
preferencia a cualquier otro acreedor respecto de lo gastos en que incurriera el Banco
Central de la República Argentina como ente liquidador de las entidades financieras. En
1982, con la reforma de la ley 22.529extendió este privilegio a cualquier otro concepto y
le dio el rango de "privilegio absoluto" (MAFFÍA), excepto respecto de hipoteca, prenda,
crédito laborales privilegiados. En consecuencia, el privilegio no regía para créditos
determinados sino para gastos de cualquier naturaleza que haga el ente bancario
central en la liquidación de una entidad financiera. En 1993, con el dec. 2075 incluye
ciertos créditos del Banco Central de la República Argentina como gastos del concurso
y preferente a los gastos prededucibles de la quiebra, pero la ley 24.485 dejaba lo
suficientemente claro que los créditos del Banco Central no postergaban los créditos
del concurso sino los de la fallida (MARTORELL).
4.9. Privilegios del seguro de responsabilidad civil (arts. 118 y 160, ley 17.418)
Este privilegio es acordado por los arts. 118y 160, ley 17.418, y la ley
24.522 los incluye dentro del plantel de los concursales. Si bien la ley únicamente le
reconoce privilegio especial en la liquidación de la aseguradora, la ley 20.091 en
su art. 54, inc. b) le reconoce privilegio general(7). La Ley de Seguro (limitada al seguro
de responsabilidad civil) en el art, 118 otorga privilegio especial al crédito del
damnificado sobre la suma asegurada y sus accesorios, con preferencia sobre el
asegurado y cualquier acreedor de éste. Por su parte, el art. 160 dispone que en caso
de liquidación voluntaria o forzosa del asegurador, el conjunto de los asegurados
gozará de privilegio especial sobre el saldo acreedor que arroje la cuenta del
asegurador con el reasegurador. La ley no determina ningún rango, por lo que la
preferencia dispuesta en dicha normativa tendrá el primero.
Este privilegio mereció la crítica de cierta doctrina que interpreta que en el caso
del art. 118 se sustenta la opinión de que se trata de un privilegio general, a causa de
la indeterminación de su asiento específico, pues la mención que la norma hace de la
suma asegurada y sus accesorios no es la determinación de un asiento sino de
la extensión del privilegio (IGLESIAS). En realidad, la preferencia se ejerce ante la
quiebra del asegurado, y el damnificado tendrá derecho a cobrar su indemnización
sobre la suma asegurada que ingrese al patrimonio del fallido e indirectamente está
destinada a mantenerlo indemne. En caso de quiebra del asegurado, el damnificado
tendrá derecho a cobrar la suma asegurada. El otro caso, el del art. 160, referido al
privilegio de los asegurados sobre el saldo acreedor que arroje la cuenta entre
asegurador y reasegurador, en el régimen estatal de reaseguro (INDER) tendrá poca
aplicación práctica, lo que se tornará factible en caso de reaseguradora privada. Tal
preferencia del asegurado sólo se ejerce en la quiebra o liquidación de la aseguradora.
5. Créditos con privilegio general
Los privilegios generales se encuentran enumerados en el art. 246, LCQ, y son los
que recaen sobre todos los bienes del deudor y se ejercen sobre la masa remanente
luego de cubrir los créditos con privilegio especial y los prededucibles. Esta norma es
taxativa y de interpretación restrictiva, por lo que no puede ampliarse por aplicación de
la analogía. Ahora el art. 2579, CCyCN, hace aplicables los privilegios generales
regulados por la ley concursal a todo proceso universal, exista o no cesación de
pagos, por lo que podrán hacerse valer en una sucesión.
Esta norma es fundamental para posibilitar que la mayor parte de los acreedores
puedan concurrir sobre el producido del patrimonio del deudor, creándose la limitación
del cincuenta por ciento del producido líquido de los bienes para los créditos con
privilegio general, una vez descontados los créditos laborales. No creemos que la
solución sea la correcta, no son convincentes las razones aducidas, resulta ser una
mutilación a los créditos con privilegio general. Si los créditos con privilegio general
gozan de esas preferencias no hay motivo para reducir el asiento de los mismos.
Debería, en todo caso, reelaborarse los privilegios generales restringiéndolos y
considerando concretamente sus fundamentos.
En caso de concurrir varios créditos con privilegio general, el art. 249, LCQ, primera
parte dispone que si no alcanzan los fondos para satisfacer íntegramente los créditos
con privilegio general, la distribución se hace pari passu entre ellos hasta el cincuenta
por ciento del producido líquido de los bienes conforme a la forma ya expuesta, por el
saldo concurren a prorrata con los créditos comunes.
Mantiene esta norma concordancia con la antigua ley 19.551. Siempre debe tenerse
en cuenta lo ya expuesto en relación con el mayor rango de los créditos indicados en
el inc. 1º del art. 246, LCQ, que deben ser liquidados prioritariamente.
El inc. 1º del art. 246, LCQ, regula el privilegio general de los créditos laborales, en
una norma meramente enunciativa, pues como bien surge de su literalidad el privilegio
abarca a "cualquier otro (crédito) derivado de la relación laboral", con lo cual quedan
cubiertos todos los créditos que tengan causa laboral.
Como vimos, la preferencia es reconocida para el capital, las costas y los intereses
por dos años desde la mora. De la misma manera que para los privilegios especiales,
respecto de las remuneraciones y ahora también los subsidios familiares, la ley
contiene el límite temporal de los seis meses.
En el inc. 2º del art. 246, LCQ, se regula el privilegio general del capital por
prestaciones adeudadas al sistema de seguridad social, subsidios familiares y fondo
de desempleo. La taxatividad de la norma y la interpretación restrictiva del
tema excluye a las cuotas sindicales. Para nosotros no puede incluirse en la
preferencia los aportes y contribuciones de los sujetos privados de la seguridad social,
porque el privilegio está previsto únicamente para organismos estatales, sin embargo
la doctrina y jurisprudencia mayoritaria los admite como créditos privilegiados.
Entre ellos encontramos los gastos funerarios (inc. a]), que comprenden solamente
los créditos provenientes de gastos realizados con motivo de la muerte del deudor. Es
requisito indispensable que la muerte se haya producido antes de la apertura del
concurso y por supuesto también es necesario que estos gastos sean anteriores
al inicio del proceso concursal. El legislador acota los gastos funerarios que quedan
amparados por el privilegio, pues se refiere en el inciso estudiado a "los gastos
funerarios según el uso".
Cuando se refiere a los gastos "según el uso" hace mención a aquellas erogaciones
que son usuales, excluyéndose a las exorbitantes, por lo cual por gastos funerarios se
debe entender los efectuados con motivo del traslado, depósito, velatorio y entierro, y
no los posteriores y tampoco los que sean extraordinario; el juez podrá limitar el
importe, teniendo en cuenta la condición social del deudor, de modo que se realice con
modestia. Creemos que al momento de decidir sobre la calidad del crédito, el juez tiene
facultades discrecionales para determinar qué gastos quedan amparados por esta
preferencia. En contra, se ha dicho que el apartado es incorrecto, porque resulta
sumamente opinable la validez de integrar una norma reguladora de privilegios con un
"uso" y es harto dudosa la existencia de tal uso (IGLESIAS).
Luego, la ley se ocupa de los gastos de enfermedad (inc. b]). La actual ley se
refiere a los gastos de enfermedad durante los últimos seis meses de vida.
Así se modifica el régimen anterior que sólo hacía referencia a los gastos de última
enfermedad, por lo que únicamente incluía los gastos de la enfermedad que causó la
muerte del fallido pero no el crédito si el enfermo sanó y luego falleció por otra causa.
La norma vigente es concordante con lo expuesto por VÉLEZ SARSFIELD en la nota
al art. 3880, CCiv., donde explica que se incluye el caso de que el enfermo haya
sanado, e interpretar lo contrario sería faltar a la lógica y a la justicia. Posiciones que
creemos correctas por justas, pues debe tener preferencia el médico que tuvo "éxito" y
logró hacer sanar a su paciente, lo que también torna ilógico la exigencia legal de
muerte para el reconocimiento del privilegio.
La ley, incorporando el inc. 5º al art. 246, LCQ, crea un privilegio general a favor del
librador de la factura de crédito, por el solo hecho de la forma instrumental y con un
límite por monto que se computa por cada letra.
La ley 24.760 crea la denominada factura de crédito, título valor que debe ser
creado en todo contrato en el que alguna de las partes esté obligada a emitir factura.
La exigencia de la factura de crédito se aplica a los contratos de compraventa y
locación de cosas muebles, y a las locaciones de servicios y de obra, siempre que
ambas partes se domicilien en la Argentina, se convenga un plazo para el pago del
precio posterior a la entrega de la cosa o servicio, y que el comprador o locatario
adquiera, almacene, utilice o consuma las cosas, los servicios o la obra para integrarlos
directa o indirectamente en procesos de producción, transformación, comercialización o
prestación a terceros, sea de manera general o específica (art. 1º).
El privilegio general corresponde al capital por facturas de crédito aceptadas por
hasta $ 20.000 por cada vendedor o locador, derecho que podrá ejercitar el librador de
las mismas incluso por reembolso a terceros o cesionario de ese derecho del librador.
El privilegio tiene un límite nominal por cada vendedor o locador, prescindiendo del
número de facturas; deberá entenderse que, en caso de existir varias facturas, sólo
hasta la suma de $ 20.000 contarán con el privilegio, siendo el excedente quirografario.
También cabe precisar que comprende sólo al capital, lo que excluye del privilegio a
los intereses y demás recargos que correspondieran.
6. Créditos quirografarios
8. Créditos subordinados
BIBLIOGRAFÍA
JURISPRUDENCIA:
C. Civ. y Com. Morón, sala 2a, LLBA 2004-92; SC Mendoza, sala I, LL 1996-D-36; CSJN,
ED, 54-577; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala I, JA 1982-111-86; C. Nac. Com., LL, 3-493; C.
Nac. Com., sala A, JA 1990-III-907; C Nac. Com., sala E, LL del 8/7/2004; C. Nac. Com., en
pleno, "Garbin", LL 2008-A-382; SCBA, 15/12/2004, "Saladillo". SCBA, 27/8/2008, "Roveta".
Capítulo XVI - Conclusión de la quiebra
I. Introducción
Los Códigos de Comercio, la ley 4156y la ley 11.719 señalaban que durante la
clausura se permitía a los acreedores accionar contra el deudor de la misma manera
que lo hubiera hecho antes de la quiebra y en caso de revocación de la clausura
imponen que los acreedores deben restituir a la quiebra lo percibido para realizar la
correspondiente distribución entre todos. La misma solución proponían los antiguos
Códigos italianos y leyes francesas.
No es indispensable que los nuevos bienes liquidables sean denunciados por dichos
acreedores, sino que es necesario que existan nuevos bienes, luego de la clausura,
para que se habilite la verificación de su crédito (doct. arts. 223 y 231, párr. 2º, LCQ).
En contrario, la mayoría de la doctrina entiende que sobre el producto de la liquidación
realizada luego de la reapertura no pueden concurrir los acreedores que no
se insinuaron antes de decretada la clausura, salvo que ellos hayan denunciado
la existencia de bienes. Tal solución no sería justa pues puede darse el caso de que el
activo a liquidarse luego de la clausura sea de real importancia, que permita una amplia
distribución y carece de fundamento excluir a los tardíos, lo que se verá con mayor
disvalor en el caso de clausura por falta de activo, la cual se produce al culminar la
etapa tempestiva de verificación y los acreedores que no se presentaron difícilmente
habrán iniciado el incidente de verificación tardía y tendrán interés ante la existencia de
bienes.
Conforme al párr. 1º del art. 231, LCQ, el procedimiento liquidativo podrá reabrirse
ante la existencia de bienes afectados al desapoderamiento, ya sean desconocidos
con anterioridad, recuperados o nuevos ingresados al patrimonio antes de la
rehabilitación. Se trataría en realidad de una revocación de la clausura del
procedimiento (ROUILLON) o de una interrupción del plazo conclusivo (RIVERA), lo que
deberá producirse antes de los dos años de decretada. Ello importa que reabierto el
procedimiento deberá decretarse una nueva clausura y transcurrirse los dos años para
producirse la conclusión del concurso.
En todas las quiebras liquidativas (debemos incluir aquí el supuesto de pago total)
rehabilitado el fallido y concluida la quiebra cesa el desapoderamiento como efecto
patrimonial por lo que no existen bienes sobre los cuales puedan ejercer los derechos
los acreedores concursales.
1. Distribución final
La normativa sobre clausura del procedimiento por distribución final recién fue
receptada legislativamente en 1972 pues antes únicamente se preveía la clausura por
falta de activo. A nuestro entender es la forma normal de culminación de la quiebra,
pues es el supuesto en que se ha desarrollado todo el proceso falencial y en él es
común que, luego de la liquidación, la distribución se haga en moneda de quiebra y no
se logre el pago total, produciéndose luego la clausura del procedimiento a la espera de
la eventualísima aparición de nuevos bienes para luego concluirse la quiebra en el
término de dos años.
Para que exista clausura por distribución final es indispensable que en la quiebra se
haya producido la incautación de los bienes desapoderados, la liquidación de los
mismos y la distribución de su producido, quedando un saldo insoluto.
En caso de que exista pago total, la quiebra concluye y no se decreta la clausura del
procedimiento. En dicho orden, la clausura por distribución final en sentido estricto es
por insuficiencia del activo, es decir, cuando su producido no cubre la totalidad de las
acreencias verificadas. La liquidación total del activo y la distribución final son
presupuestos procesales de la clausura y la insuficiencia del activo es sustancial.
Tal resolución podrá ser tomada a pedido del síndico o del fallido e incluso podrá
ser decretada oficiosamente por el juez concursal al momento de aprobar el estado de
distribución.
2. Falta de activo
Se sostuvo que sería suficiente para enervar la clausura por falta de activo que se
depositen en la quiebra, por el fallido o por un tercero, los fondos suficientes para cubrir
los gastos del concurso (ALBERTI - RIVERA), solución que no compartimos, porque la
clausura por falta de activo y la presunción de fraude quedan constituidas cuando los
bienes desapoderados e incautados o su producido no cubren los referidos gastos, y tal
forma de valoración es netamente objetiva.
Sin perjuicio del texto legal parece razonable que la resolución sobre la clausura por
falta de activo se dicte luego de culminadas las tareas de investigación
e incautación, independientemente de la suerte de la etapa verificatoria, pues son
aquéllas las que determinarán la existencia o no de bienes suficientes, por lo que por lo
general la decisión se produce luego de la presentación del informe general. Si bien
parecería que no se trata de un caso estricto de clausura sino que se impediría la
apertura de la etapa liquidativa cuando los bienes desapoderados sean insuficientes, lo
cierto es que no empece a la clausura referida, cuando se ha iniciado la liquidación y el
producido de los bienes no alcanza a cubrir los gastos del juicio.
Así surge del art. 232, LCQ, el que hace referencia a los gastos de juicio incluidos
los honorarios, suma que prudencialmente estimará el juez según su apreciación.
La petición deberá ser hecha por el síndico y de ella se dará traslado al fallido. La
resolución que se dicte será apelable con efecto suspensivo.
En cuanto a las costas hemos sostenido que más allá de que las mismas serán
impuestas al fallido, el síndico como funcionario del proceso concursal se encuentra
facultado para reclamar sus honorarios al único acreedor que peticionó la quiebra, si el
deudor carece de bienes, ello sin perjuicio del derecho que le cabe de repetir contra
este último, por la imposición de costas al concurso (RIBERA).
Existe solidaridad por las costas, y dicha solidaridad no es presumida sino que
surge del mismo andamiaje del sistema procesal de imposición de costas, que en
supuestos especiales, considerando la naturaleza de la obligación (doctr. art. 75,
CPCC), en este caso como no existe obligación que haga nacer el proceso, la
naturaleza del mismo y la forma en que queda concluido, permite aplicar el precepto
ritual, ya que los presupuestos y consecuencias pueden ser asimilables.
III. Avenimiento
Tampoco los diversos acuerdos, entendidos en un sentido lato del término, son
presupuestos necesarios, pues no resultan naturales al avenimiento, ya que la
conformidad podrá ser lograda por el deudor a través del pago de la acreencia, y el
desinterés del deudor sin ningún otro convenio e incluso, aunque sea una situación de
laboratorio, podrá darse el consentimiento para el avenimiento sin nada a cambio. En
sentido estricto podrá decirse que en el avenimiento existe acuerdo entre deudor y
acreedores para concluir la quiebra, lo que no es del todo exacto, porque en el caso de
que se le haya pagado al acreedor, el mismo no acuerda levantar la quiebra sino que
es desinteresado, lo mismo ocurre con los ausentes y con los renuentes, como
veremos.
En la práctica ello implica, a fin de cumplimentar con los recaudos del avenimiento y
hacer producir la paralización de la realización de los bienes desapoderados, que el
deudor indique aquellos acreedores ausentes o que razonablemente no puedan ser
hallados y pendientes de resolución ofreciendo el depósito de la suma correspondiente
debiendo el juez necesariamente fijar esa suma en forma judicial comprensiva de
capital más intereses incluidos los suspendidos, ya sea que se corresponda o no con
lo expuesto por el fallido. En caso de acreedores pendientes de resolución, teniendo en
cuenta la mayor o menor verosimilitud del derecho, el juez podrá sustituir el depósito
por alguna otra garantía que considere suficiente, incluso del tipo personal. Para
los ausentes, y si así lo solicitare el fallido, atento lo antieconómico de mantener el
dinero indisponible a través del depósito, el juez podrá sustituirlo por una garantía
fácilmente liquidable pudiendo ser una bancaria exigible a primera demanda. Dicho
depósito o garantía, en el caso de acreedores pendientes de resolución, se mantendrá
hasta que el crédito quede resuelto, si se admite la acreencia cobrará y si no se liberará
la garantía. Distinto es el caso de los ausentes, si ellos se presentasen podrán
efectivizar sus créditos y si no la garantía deberá mantenerse hasta la prescripción del
crédito o, mejor dicho, de la actio iudicati, la cual se produce en el plazo de cinco años
contados desde la fecha que tiene por concluida la quiebra (doct. art. 2560, CCyCN).
Se exige el depósito de los accesorios, incluyéndose los suspendidos, porque como
el avenimiento es un modo conclusional que levanta la quiebra, el modo extintivo de
las obligaciones debe regirse por el derecho común (arts. 865, 868, 869, 870 y concs.
y 921 y ss., CCyCN) y no por el concursal (2). No está previsto legalmente pero puede
darse el caso de que existan acreedores renuentes que no quieran avenir con el fallido
sin causa justificada, por lo que tal actitud impediría al deudor levantar su quiebra. Sin
embargo, como se ha resuelto(3), si el deudor depositase judicialmente el monto total
del crédito, incluidos los intereses suspendidos, el acreedor no podrá rehusar el pago
íntegro, extinguiéndose el crédito y quedando excluido de los acreedores concursales
lo que haría innecesario su consentimiento para presentar el avenimiento.
El dies ad quem para avenir es lógico porque tiene como finalidad impedir que se
liquiden los bienes del fallido pues, si ha concluido dicha etapa, finalizar la quiebra
carece de sentido para el deudor. La exclusión de los créditos no tiene mucho sentido,
pues si ellos fueron liquidados y la finalidad del fallido era recuperarlos tal circunstancia
se convierte per se en un límite en el interés del deudor en lograr el
avenimiento, aunque la ley aún lo habilite a presentarlo por existir otros bienes no
liquidados. Conforme a la primera parte del párr. 1º del art. 226, LCQ, la solicitud de
avenimiento interrumpe el trámite de la quiebra cuando el requerimiento cumple con
todos los recaudos legales, es decir que oportunamente el deudor acompañe el
asentimiento de todos los acreedores con la firma debidamente certificada y haciendo
constar aquellos ausentes y pendientes de resolución judicial. Otro efecto que
produciría el pedido de avenimiento, aunque no está previsto concretamente en la ley,
es impedir la insinuación de nuevos acreedores al pasivo concursal, siempre ello
condicionado a que el avenimiento sea aprobado (ALBERTI). Tal solución surge
entendiendo a la verificación como trámite de la quiebra, lo que queda suspendido por
el pedido.
La ley hace referencia a que únicamente cesan los efectos patrimoniales por lo que
los personales seguirán vigentes hasta el vencimiento del término legal en que se
producen. En realidad, los efectos propios de la conclusión quedan diferidos para el
momento en que se satisfaga la garantía para el pago de los gastos y las costas del
juicio, por lo que la resolución quedará latente hasta dicho instante. Y, en caso
de incumplimiento, la conclusión fue inoperativa sin alcanzar finalmente eficacia. En
cambio, cumplidas las garantías cesarán todos los efectos sustanciales y procesales de
la quiebra quedando totalmente extinguida con efectos ex nunc. En caso de que tales
garantías no hayan sido suficientes y existan acreedores prededucibles insatisfechos,
ellos deberán instar las acciones individuales sin posibilidad de enervar la conclusión
de la quiebra y, en caso de apertura de un nuevo concurso, tales acreencias serán
consideradas quirografarias pues no tienen el carácter de la prededucibilidad en el
nuevo concurso (arts. 239y 240, LCQ)(4). El avenimiento que concluye la quiebra no
afecta las acciones penales en curso y tampoco impide la iniciación de aquellas que no
estuviesen incoadas al momento de levantarse la quiebra.
Los acreedores que tramitaban una acción excluida por el art. 21, LCQ, ya sea que
tramite en sede concursal o extraconcursal, continuarán su trámite y aquellas
concluidas con sentencia y no verificadas podrán ejecutarse hasta su prescripción
(actio judicatis). No puede entenderse que el trámite judicial ordinario excepcionado en
el art. 21, LCQ sea uno de los "pendientes de resolución judicial" previstos en el art.
226, 1º párr., LCQ, pues dicha norma hace referencia a la verificación de créditos
("acreedores verificados") y estas acciones prescinden de la verificación hasta que
lleguen a sentencia. Salvo los casos de litisconsorcios pasivo necesarios, los
acreedores puede suspender la acción e incoar la verificación para poder participar del
concurso con los derechos que el cumplimiento de la carga verificatoria le otorga. Los
fiadores y codeudores solidarios quedan liberados porque se benefician de la extinción
de la obligación principal (arts. 846, 1596 y concs., CCyCN). En dicho orden no se
benefician de los acuerdos que no importan novación. Aquellos acreedores que no se
han insinuado en el proceso concursal recuperan sus acciones individuales, siempre
con el límite de la prescripción liberatoria (conf. ARGERI - GEBHARDT) cuyo tránsito
temporal no queda perjudicado por la quiebra.
El pago total sería la forma conclusiva ideal de la quiebra, aunque es la que más
difícilmente pueda darse. Se produce cuando, liquidados los bienes del activo
falencial, su producido alcanza a cubrir el total de los créditos verificados, los
pendientes de resolución y los créditos prededucibles.
Como la ley requiere que el pago total se haga con los bienes desapoderados, en
realidad debió referirse al producido de ellos en la liquidación, tal conclusión por pago
total no podrá producirse cuando el pago, aunque más no sea de una parte del pasivo,
se haga depositando los fondos, ya sea el deudor o un tercero, porque ante tal
hipótesis deberá cumplirse con la totalidad de los accesorios del crédito incluyéndose
los intereses suspendidos. Respecto del pago realizado deberá extenderse carta de
pago por el acreedor por el monto abonado configurándose así una especie de
conclusión mixta de la quiebra no prevista en la ley. En realidad no existe razón para
continuar la quiebra, cualquiera fuese la forma en que los acreedores quedan
totalmente desinteresados. Es fácilmente visible ello cuando el pago es realizado por un
tercero y renuncia a su derecho de repetición contra el fallido.
En realidad, se trata de un pago total por distribución final de los bienes, pues
también se concluirá la quiebra, existiendo cancelación total de los créditos, en el caso
de que el fallido acompañe cartas de pago. Es una dación de pago efectuada por el
síndico como órgano concursal con el producido de la liquidación.
El pago total no sólo abarca los créditos verificados sino que el producido de la
liquidación de los bienes también debe ser suficiente para cubrir los créditos
pendientes de resolución, los que quedarán contenidos, en la distribución, como
reservas conforme al inc. 2º del art. 220, LCQ. Resueltos aquellos incidentes de
verificación, en caso de haberse admitido la acreencia, se pagará a los acreedores y
en caso contrario se liberará la reserva y constituirá el remanente o en su caso el
saldo.
Esta última regla fue incorporada por la ley 24.522, pues el régimen anterior
distribuía el remanente sin considerar las diversas preferencias de los intereses. La
solución del ancien régime fue interpretada con relatividad por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación(5), la cual entendió que la consideración debía aplicarse para los
créditos hipotecarios y laborales, únicos con intereses privilegiados, pues el privilegio
de los restantes créditos únicamente se extiende al capital. Se sostuvo que la nueva
norma es congruente con este criterio pero aplicable a todos los acreedores (RIVERA -
ROITMAN - VÍTOLO), sobre lo cual disentimos porque no se le otorga el privilegio del
capital a los intereses sino lo que se dispone es que sobre el remanente primero
cobrarán los intereses privilegiados y luego los quirografarios, sin que estos últimos
tengan preferencia alguna por ser el capital en virtud del que se devenguen
privilegiados. Con la ley 24.522 los únicos intereses privilegiados que se suspendían
eran los de los créditos laborales por dos años desde la mora (arts. 242, inc. 1º y
246, inc. 1º, LCQ), pues en los supuestos de garantías reales, los intereses
suspendidos (moratorios) son quirografarios (art. 242, inc. 2º, LCQ), con la reforma de
la ley 26.684,aun con la imprecisión legal al referirse a los compensatorios cuando se
trata de moratorios, los intereses de los créditos laborales no se suspenden (art. 129,
último párrafo, LCQ), por lo que no existen ahora intereses preferenciales que queden
suspendidos por la quiebra, por lo que existiendo remanente se abonarán los intereses
quirografarios a prorrata. La distribución del referido remanente será propuesta por el
síndico, la que deberá ser aprobada por el juez, previa vista al deudor.
Es dable hacer notar aquí que dicho saldo podrá quedar bajo las
acciones individuales que les correspondan a los eventuales acreedores posfalenciales
porque podrá ser embargado para evitar la percepción por el fallido. En caso de que la
fallida sea una sociedad, tal remanente no será entregado a los socios sino a la
sociedad, la cual recupera su personalidad al cesar su inhabilitación por levantamiento
de la quiebra (art. 237, LCQ).
Concluida la quiebra por pago total, los acreedores que no se hayan insinuado en
el concurso no recuperan sus acciones individuales, pues el derecho de ellos quedó
reducido a los bienes desapoderados y liquidados éstos en la quiebra no existen
bienes que agredir por aquella acción. La extinción de la quiebra por pago total
produce el cese de la inhabilitación, haciendo cesar el desapoderamiento (arts.
107y 237, LCQ). La única posibilidad de acción por el acreedor no insinuado será
la existencia de bienes que caerían bajo el desapoderamiento y no liquidados en la
quiebra, ya sea por ocultación hecha por el deudor, desconocimiento o cualquier otra
causa que haya impedido que sean falencialmente liquidados. En tal sentido es claro
que la conclusión de la quiebra no tiene carácter extintivo absoluto, por lo que no se
produce una extinción total de las obligaciones, y la única extinción total se dará por
las formas previstas por las normas comunes, sobre los bienes afectados.
V. Carta de pago
Otro modo conclusional dado por la ley son las denominadas cartas de pago, que
consisten en el documento escrito emanado de cada uno de los acreedores
concursales concurrentes verificados o declarados admisibles, donde se manifiesta
que ha sido desinteresado.
No existirá ningún problema, como ya expusimos, en que con las cartas de pago se
logre la conclusión de la quiebra a través de aplicación de formas mixtas, es decir, por
ejemplo, hacer la conjunción de las cartas de pago con el avenimiento, en cuyo caso
quedarán saldadas algunas obligaciones y otras, en su caso, podrán haber sido
novadas a partir de un acuerdo entre deudor y acreedor.
Tal supuesto deberá darse antes de que concluya la liquidación falencial pues si no
perderá su sentido.
Tal cancelación del crédito podrá haber sido realizada por pago dinerario efectuado
por el deudor, renuncia del acreedor, transacción o cualquier otra forma de extinción de
las obligaciones, las cuales no interesa que sean exteriorizadas en la quiebra. Se
produce un pago en sentido amplio, pues existe, de una u otra manera, satisfacción de
los acreedores. En realidad, la carta de pago se comporta como un verdadero recibo de
pago donde consta la cancelación del crédito, aunque no siempre por haberse
producido una verdadera percepción. Incluso si existiere pago dinerario nada quita que
el mismo haya sido por el deudor o un tercero.
Conforme al párr. 1º del art. 229, LCQ, tales cartas de pago emanadas de los
acreedores deben ser presentadas en el expediente de la quiebra
debidamente autenticadas, lo que podrá hacerse por notario o autoridad administrativa
o judicial, según el caso, pues es necesaria la participación de un fedatario de la firma.
No es necesario que la carta de pago señale la forma en que es desinteresado el
acreedor ni al monto en su caso, siendo suficiente que se haga mención a la
cancelación del crédito. De la misma manera que para el avenimiento se requiere
unanimidad. Cumplido ello, para producir la conclusión de la quiebra deberán pagarse
los gastos de justicia.
Las cartas de pago son una forma de conclusión de la quiebra por extinción o
cancelación de las obligaciones que componían el pasivo concursal. Sin embargo, y
de la misma forma prevista para el avenimiento, ante la existencia de acreedores
pendientes de resolución o aquellos que no puedan ser razonablemente hallados, el
deudor podrá depositar en el expediente las sumas correspondientes a tales
acreencias. En el segundo de los casos el juez podrá a su criterio sustituir el depósito
por una garantía suficiente.
La quiebra igualmente podrá concluirse por falta de pasivo, lo cual se dará cuando
no se haya presentado ningún acreedor a verificar su crédito o cuando insinuado no ha
sido admitido al pasivo concursal. Si bien la ley únicamente se refiere a la falta de
presentación de acreedores en la etapa de verificación tempestiva, lo cierto es que el
fundamento de la conclusión está dado por la inexistencia de pasivo admitido
o incorporado al concurso, por lo que también deberá incluirse el caso de que
presentados acreedores, ellos no fueron admitidos al concurso en la resolución del art.
36, LCQ. Y es claro que sólo debe importar la verificación tempestiva, pues, en caso
de que exista algún acreedor no concurrente, concluida la quiebra por inexistencia de
acreedores no deberá iniciar el incidente de verificación tardía sino que deberá ejercer
la acción individual que le corresponda. Distinta es la solución para cuando exista
revisión, pues si no hay acreedores insinuados se declarará la conclusión de la
quiebra, pero si hay acreedores presentados pero no admitidos deberá aguardarse a
que la resolución que los desestima quede firme y en caso de que se incoe
un incidente de revisión no podrá concluirse la quiebra.
Es claro que tal conclusión deberá ser decretada de oficio por el juez, aunque
podrá ser instada por el deudor o la sindicatura, la cual será operativa luego de
haberse oblado los gastos del concurso.
Tal modo de conclusión no libera al fallido sino que los acreedores no concurrentes
recuperan sus acciones individuales(7).
BIBLIOGRAFÍA
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874. MONTI, José L., "Clausura por falta de activo e intervención de la justicia penal (art.
233LCQ)", en FARHI, Diana - GEBHARDT, Marcelo (coord.) Derecho Económico Empresarial.
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846. RIBICHINI, Guillermo E., "Conclusión de la quiebra por avenimiento y suerte de los créditos
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JURISPRUDENCIA
CSJN, LL 1978-D-18; C. Nac. Com., sala B, ED 72-278; SC Mendoza, sala 1ª, LL 1996-D-
35; CSJN, LL 1985-C-757; C. Nac. Com., en pleno, "Datamedical", JA 1993-I-612; SCBA,
AbeledoPerrot, Buenos Aires, 10/2008; C. Civ. y Com. Bahía Blanca, sala 1ª, LL 1988-D-292.
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