La Eutanasia
La Eutanasia
La Eutanasia
Por ello, antes de siquiera plantear las 4 preguntas anteriores, debería responderse
aquélla sobre si se tiene derecho sobre la propia vida, en el sentido de decidir cuándo
debe finalizar ésta. Algunos pensarán que sólo Dios puede disponer sobre ella; lo que
deja abierto el problema del significado “mi propia vida” y “mi responsabilidad sobre la
misma”. Si cada cual no tiene derecho a su vida, sino sólo Dios, entonces la expresión
“mi vida” es inexacta y “mi responsabilidad sobre ella” reducida. Si hay una auténtica
exigencia de ofrecer razones a favor o en contra de la eutanasia, y, por ello, el
planteamiento ocurre fuera del contexto religioso, entonces es necesario aclarar en
qué sentido “mi vida” es mía. Existen 4 opciones:
1.¿En el sentido de propiedad privada (como poseer un auto, una casa, etcétera)?
2.¿En el sentido de que a nadie más le incumbe lo que ocurre con ella, excepción
hecha del individuo mismo?
3.¿En el sentido de actuar libremente, como se define libertad en el artículo sexto de la
declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, permitiendo hacer
todo aquello que no afecte a terceros?
4.¿En el sentido de tener capacidad de decidir sobre ella a discreción, porque vida y
libertad son valores simétricos, donde el derecho a la vida no está sobre el derecho a
la libertad?
No obstante, para resolver esta dificultad es necesario responder dos preguntas
fundamentales:
Esta postura confunde el hecho de “ser un valor en sí” con el “ser condición de
posibilidad”. Ciertamente, la condición de posibilidad para elegir es estar con vida;
pero no por ello la vida es un valor en sí ni un valor superior al elegir. Análogamente, si
una condición de posibilidad para vivir es contar con un aparato respiratorio (nariz,
tráquea, pulmones) o un sistema digestivo (esófago, estomago, intestinos), esto no
implica que todo ello sea un valor superior a la vida o un valor absoluto.
Antes bien, se puede proponer que el supuesto valor absoluto de vivir depende de que
exista el valor de elegir: una vida sin libertad no es digna, como la vida de un esclavo.
En este sentido, es considerar al cerebro (o a la capacidad intelectiva para elegir)
como un valor absoluto que determina la vida humana, y por eso, cuando no hay
actividad cerebral se establece la muerte humana.5
Además, si fuera cierto que la vida es un valor en sí, nunca tendrían sentido
expresiones como “una mala vida” o “una vida plagada de males” o “una vida infeliz”, o
la diferenciación entre la vida de un criminal y la de un santo, porque la vida siempre
se considerará de suyo un bien con valor absoluto. Tampoco cabría pensar que la vida
tiene un fin frente al cual pudiera ser evaluada: toda vida sería lograda por el hecho de
estar con vida y no habría diferencia entre una vida bien lograda, exitosa o feliz, y otra
fracasada o infeliz, desde el momento que toda vida tiene el mismo valor absoluto.
Por último, puede alegarse que, aun cuando se tome la vida como un bien absoluto,
esto no descalifica de tajo la eutanasia, porque puede alegarse que a una “buena vida”
corresponde una “buena muerte” (en sentido etimológico de eutanasia).
Si se admite que el bien para la vida animal lo es para la especie antes que para el
individuo de la misma, y que por ello, bajo ciertas circunstancias, es preferible darle
muerte a uno de ellos que alargar su existencia sin su “calidad de vida normal”;
entonces, es claro que la vida no está inexorablemente vinculada con el bienestar de
los individuos de la especie, tomados por separado o individualmente. Si, por el
contrario, se piensa que sí lo está en el caso de los seres humanos, es porque la
valoración del individuo es independiente de la vida en sí, y relacionada con el hecho
de ser-humano antes que con el hecho de ser-hombre-vivo. Por ello tiene sentido, en
algunas morales religiosas, aquilatar el comportamiento de un mártir, que sacrifica su
vida por el bien de otro hombre, porque con ello destaca el valor de ser humano,
merecedor de sacrificios, antes que el valor de la vida individual sacrificada.
Con respecto a las tres peguntas enunciadas, puede decirse que el mínimo de bienes
humanos que debe acusar una vida son aquellos consignados en la Carta Universal
de los Derechos Humanos, como los derechos civiles y políticos, económicos y
sociales. Si se acepta que el valor de vida lo otorga el ejercicio de estos derechos
fundamentales, entonces una vida sin libertad, en miseria y sin socialización, sería
carente de valor, como el caso de la vida de prisioneros, enfermos incurables o
ancianos moribundos.
La bondad, por otro lado, es una virtud moral que nos une al prójimo, favoreciendo su
bienestar individual y sin buscar contraprestación alguna. La relevancia de la bondad
deviene de la incompletud de todo sistema jurídico y, por tanto, de la posibilidad de
que haya algo no exigido por la ley pero necesario para la convivencia humana.
Ejemplos de esto sería el deber de los padres de amar a sus hijos, o el deber de una
persona de ayudar a otra (excepción de cuerpos profesionales), de expresar
misericordia frente al desvalido, de ejercitar la magnanimidad frente al menesteroso,
etcétera.