Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Mao y Yo

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 14

Mao y Yo

El pequeño guardia rojo

La escuela del ocio


La primavera ha llegado, estamos en 1966, en una gran ciudad del norte de China.

Una pequeña calle gris.

Un olor a carbón flota en el aire. El tendido eléctrico se mueve con el viento.

En una fila de edificios de ladrillo un inmueble, el cual mi padre me ha dicho que él estuvo

construyendo muy rápido, en los años cincuenta.

Es en el décimo piso que vivía mi familia, es decir, mis padres, mis abuelos mis dos

hermanas y yo.

Cuando mis abuelos comenzaron a hacerse viejos, nosotros nos mudamos al piso de abajo,

en un departamento estrecho y oscuro. Desde que los arbustos estuvieron en flor, nos

apasionan los días en el patio.

Mientras que nuestros padres trabajaban, estaban nuestros abuelos que nos cuidaban.

El abuelo tenía una agencia de alquiler de triciclos en los años treinta.

Durante la guerra chino-japonesa, una bomba le había hecho perder dos dedos.

La abuela era ama de casa. Ella había tenido seis hijos, incluyendo una hija que murió muy

joven.

Todas nuestras ropas y nuestros zapatos eran cocidos a mano por la abuela.

Yo tenía solamente derecho, a las ropas ajustadas de mis hermanas.

Cuando mi madre, excepcionalmente, me compraba algo, ésta siempre fue tres veces más

grande.
Los niños crecen tan rápido, decía ella. Como eso, tú podrás usar esos zapatos por más

tiempo.

A bajo precio, la abuela nos cocinaba cada día suculentas comidas.

Yo adoraba mirarla preparar la masa y el relleno para los jiaozi, los raviolis del norte de

China.

Nosotros siempre teníamos animales en la casa.

Cuando llegaba la primavera, nosotros comprábamos pollitos para criar.

La abuela, era una criadora de pollos muy renombrada en el barrio.

Cuando era muy niño, nosotros teníamos un gato atigrado, Hu-Hu. Toda la familia lo

adoraba. Pero, una noche, Hu-Hu decidió tomar su libertad y se fugó.

Mi hermana y yo hemos llorado mucho.

Para consolarnos; el abuelo nos dio los bombones que él tenía sobre lo alto del armario.

El abuelo, me llevaba al parque para distraerme y disfrutar del sol.

Él hacia tai-chi y se reencontraba con sus viejos amigos. Todos ellos venían con sus

pájaros y les escuchaban cantar.

A veces, sus viejos compañeros se disputaban por trivialidades. El abuelo encontraba que

su pájaro era el más bello de todos y a menudo se enfadaba con el viejo señor Huang,

quienyv v no lo admitiría.

Cuando el abuelo gritaba muy fuerte, yo estaba tan asustado que lloraba a sus espaldas.
Cuando mi hermana mayor, que era sordomuda, llegó a la edad escolar, mis padres la

inscribieron en una escuela para niños discapacitados.

El trayecto era muy largo y ella tenía que levantarse muy temprano para alcanzar el bus. A

veces, había que esperar durante horas y la gente iba como sardinas.

A su regreso de la escuela, mi hermana me enseñaba el lenguaje de señas.

Más tarde, ella me contaba todas las películas con sus manos, como una gran actriz.

Ella me hacía de este modo, parte de sus cursos y me enseñaba a dibujar.

Yo no tenía juguetes, aparte de un juego de construcción en madera, heredado por supuesto,

de mis hermanas.

Cuando sentía que había agotado las posibilidades, que me estaba quedando sin ideas, el

abuelo me decía: Es continuando que tú encontrarás nuevas ideas. ¡Busca otra vez!

Él me decía así: «Cuando verdaderamente comprendes una cosa, una sola, entonces puedes

comprenderlo todo.»

Dos a tres veces por semana, había cortes de luz. A la luz de una lámpara a petróleo, mi

abuela jugaba a las cartas, mis hermanas se contaban historias con las manos, y yo

continuaba con mis construcciones.

Nosotros no teníamos baños1. Nosotros hacíamos calentar el agua para lavarnos antes de ir

a dormir.

Nos enjuagábamos la cara, luego, para dormir bien, sumergíamos los pies en el agua

caliente.
1
Originalmente dice sala de baños, en Francia esto es un lugar donde está la ducha o bañera junto al
lavamanos sin la taza del baño, esto está en un lugar aparte, habitualmente cercano.
La abuela me contaba siempre la misma historia, noche tras noche, sobre un lobo infame

que se comía a una mamá y sus cinco hijos. Tras haber devorado a la madre, se ponía sus

vestimentas y lograba así entrar en la casa…

Una mañana como todas las mañanas, la abuela encendía la radio.

Una voz anuncia: « ¡El presidente Mao ha proclamado una gran revolución cultural en

nuestro país! »

« ¿Qué es una revolución? » Pregunta mi hermana.

« La revolución dice el presidente Mao, no es una cena de gala, ella no se hace como una

obra literaria, un dibujo o un bordado, ella no puede ser realizada con tanta elegancia y

tranquilidad…

…y delicadeza, o con tanto decoro, amabilidad, cortesía, moderación y generosidad de

espíritu.

La revolución, es un levantamiento, un acto de violencia por el cual una clase derriba a una

otra. »

En los días siguientes, la gente fue arrastrada en la calle y castigada públicamente por los

guardias rojos.

Entre ellos, reconocí al viejo señor Huang. El portaba alrededor de su cuello una pancarta

sobre la cual se leía « propietario rico »

El abuelo se asustó. La abuela y él destrozaban 2 las viejas fotos donde ella portaba un

vestido en seda, y él vestimentas tradicionales.

2
En la imagen original en realidad, se ven quemando las fotos.
El Pequeño Libro Rojo del presidente Mao se convirtió en la única lectura. Entre otras

cosas se declaró: « No tener un punto de vista político correcto, es como no tener alma. »

En la empresa donde trabajaba mi madre, como la oficina donde trabaja mi padre, ellos

pasaban su tiempo en reuniones revolucionarias.

Nosotros tuvimos pronto la visita de los guardias rojos en nuestro inmueble y ellos

inspeccionaron nuestro departamento. Ellos quemaron los libros y los objetos antiguos en el

patio.

Mis padres quemaron el dibujo del tigre y lo reemplazaron por un gran retrato de Mao

rodeado con el eslogan:

« Nosotros hemos obtenido la alegría gracias al presidente Mao. »

« En la obtención de un nuevo estatus, no olvidemos jamás al Partido Comunista. »

Ese año, con mis hermanas nos unimos a los pequeños guardias rojos. Mamá me había

confeccionado un gran medallón de la figura de Mao, que yo portaba cada día.

Las salidas de los domingos eran raras. A veces, mi padre podía pedir prestada una bicicleta

a su oficina y nos llevaba al parque.

Teníamos muy poco dinero para vivir. Cada miembro de la familia recibía, cada mes, bonos

de racionamiento para el arroz, el aceite, la harina de trigo, el azúcar…

A veces, por cambio, teníamos bonos para la carne.

Entonces tuvimos que esperar mucho tiempo en la fila por esas mercaderías.

En invierno, no comíamos más que repollos y papas.


Había muy pocas frutas. La abuela nos hacía compartirlas con ella.

Para poder comprar dulces, mis hermanas tenían que vender viejos diarios, tubos de

dentífricos y otras cosas que encontraban en la calle. Ellas economizaban largo tiempo,

centavo a centavo.

Y nos salivábamos fuera de la tienda de dulces durante días.

Yo adoraba ir a casa de la señora Liu, nuestra vecina. Ella tenía siempre dulces para mí.

Me acuerdo de la marca: « Gran Conejo » de Shanghái.

En la casa de ella había también muchos libros, y una infinidad de cosas interesantes.

La señora Liu era una mujer elegante, que vestía siempre trajes de buen corte y lindos

pinches en sus cabellos. Ella hablaba muy poco.

Ella me había enseñado a hacer abanicos con los papeles de los dulces.

Ella me hacía escuchar música en su viejo fonógrafo.

Años más tarde he entendido que eran las obras de Mozart.

Un día, un gran ruido interrumpió mi siesta.

Por la ventana, vi a los guardias rojos en la calle, que arrastraban a la señora Liu por los

cabellos. Ellos rompieron sus trajes y la forzaron a confesar en público y luego la subieron

en un camión.

Después de varios días, me quedé frente a su puerta esperando que ella vuelva.

Pero ella nunca volvió.

Ese año nuevo chino, mi padre me regalo mi primer petardo.


Yo no estaba muy seguro una vez que encendió la mecha.

Al día siguiente, mi padre nos llevó con el fotógrafo.

Era de hecho, nuestra última foto con nuestros abuelos.

El fotógrafo me había prestado un rifle de plástico que yo no quería soltar más.

Mi padre me la quito diciendo: « Te prometo que te compraré una. »

Pero él nunca cumplió su promesa.

Un día mi padre recibió una carta. Él la abrió, la leyó y se la dio a mi madre, quien se puso

a llorar.

Mi padre era enviado a reeducación en el bosque de Hei Long Jiang, cerca de la frontera

rusa.

Mi madre sollozo toda la noche.

La partida de mi padre fue un golpe.

Yo forcejeaba en los brazos de mis hermanas y mi madre gritando: « Papá, ¿Dónde vas?

¿Cuándo vas a volver? »

De vez en cuando, recibimos una carta de él con un mandado.

De noche, antes de dormirme, yo contemplaba las fisuras sobre el muro en frente de mi

cama.

Yo sabía sus diseños, imaginaba animales, personajes, paisajes y en ellas buscaba la silueta

de mi padre.
Me gustaba dibujar. Como mi madre no tenía dinero para comprar papel, yo dibujaba en el

suelo con un trozo de tiza que mi hermana había encontrado en la escuela.

El abuelo no estaba en buena salud. « Tu eres mi bastón de vejez », me decía él, «pero tú

eres grande, ahora tú debes ir a la escuela. No puedes estar siempre al lado mío. »

Yo tenía muchas ganas de ir a la escuela, pero habría querido no tener nunca que dejar la

mano de mi abuelo.

Dos institutrices estaban visitando a todas las familias del barrio para censar a los niños en

edad escolar. Llegaron en nuestra casa, ellas me hicieron muchas preguntas. Logre dar

respuestas justas y precisas. Mi abuelo estaba muy orgulloso de mí.

En 1970, a la edad de siete años, yo entraba a la escuela.

Y fue mi abuelo quien me acompañó el primer día.

« Mao es nuestra estrella salvadora » Tal era la primera frase que la maestra escribió en la

pizarra.

Después ella distribuía a cada estudiante varios manuales. Su olor de tinta fresca me

embriagaba.

Ellos salían sin duda directamente de la imprenta.

La maestra nos enseñó a poner las cosas sobre la mesa de una manera muy precisa.

Teníamos los cuadernos con cuadros verdes, algunos para aprender a trazar los ideogramas

y otros para aprender a diseñar las cifras. Nosotros teníamos también que aprender a utilizar

un ábaco.
Todas las mañanas, frente al retrato de Mao, teníamos el Pequeño Libro rojo bien derecho

contra nuestros corazones, teníamos que enumerar nuestras buenas y nuestras malas

acciones del día anterior y hacer nuestra autocritica.

Cada día, nosotros hacíamos ejercicios para los ojos y gimnastica. Nosotros teníamos que

entrenar nuestros cuerpos para poder proteger mejor nuestro país.

En el patio de recreación, había un gran tanque en la que calentaban el agua para matar a

los microbios antes de distribuirla a los estudiantes.

Había tardes en las que no podía ver el fin. Los minutos me parecían horas antes de poder

al fin volver a la casa.

Durante el recreo y después de la clase, nosotros jugábamos a nuestro juego preferido, que

se llamaba « la caballería3 » y que se parecía mucho al salto en acción. Y por supuesto,

estaban las canicas.

En verano, nosotros atrapábamos grillos y libélulas, con la ayuda de un palo de bambú.

En la noche, nosotros nos contábamos historias bajo los faroles, entre nubes de mosquitos.

Yo adoraba el cine. Solíamos ir a veces con toda la clase. Me recuerdo de un dibujo animé

donde él héroe era un pequeño campesino que luchaba contra un viejo y malvado

propietario. Disfrazado de gallo, el propietario empujaba a los grandes gallos cada media

noche para obligar a sus obreros agrícolas a ir a trabajar.

A veces, muy raramente, avistábamos extranjeros en el autobús. Todos los niños del barrio

se precipitaban para ir a verlos más de cerca. Nosotros estábamos fascinados por sus olores,

que eran desconocidos para nosotros y que sentíamos desde muy lejos: eso era el perfume.
3
Posiblemente, el conocido caballito de bronce.
Ese recuerdo del perfume, se ha quedado grabado para siempre en la memoria de mi

hermana.

Le he traído varias veces desde París, esperando que le hicieran reencontrar el olor de

nuestra infancia, pero nunca ha sido el buen perfume, y ella continua, aún hoy

pidiéndomelo.

Un año después de mi entrada a la escuela, en 1971, me volví un pequeño guardia rojo del

Partido comunista.

La maestra nos dio a cada uno un brazalete rojo. Mi corazón estaba lleno de orgullo.

Impaciente de llevar mi alegría con mis abuelos, corrí a toda velocidad hasta la casa.

Pero cuando llegué, sentí enseguida que algo no estaba bien.

Mi abuelo estaba gravemente enfermo.

Mi abuela lo estaba cuidando. Ella me ha permitido de acercarme a su cama y mi abuelo

tomo mi mano.

Al día siguiente lo llevamos al hospital.

Mam«»á lo acompañaba. Ella fue la última en verlo vivo.

Ella solo trajo sus ropas y la leche caliente a la que solo tenían derecho los enfermos.

El día de su funeral, tuve la impresión de que el mundo se derrumbaba sobre mí.

«Tu abuelo se ha subido al cielo. Allí arriba hay de que comer y beber », me decía mi

abuela.

Con la esperanza de acercarme a mi abuelo, subí al tejado del inmueble.


Tenía siempre miedo de subir hasta allí antes.

Bajo el cielo nocturno, mis pensamientos se sumergieron en el vacío. Un miedo

ensordecedor me estremeció hasta que me dio vértigo:

« ¿Por qué la gente nos abandona? Y ¿qué es la muerte? ¡Cielo respóndeme! »

Durante días y días, mi abuela lloraba mientras quemaba los billetes bancarios del abuelo.

Ella ya no era la misma, ya ni siquiera podía cocinar.

Ella hablaba siempre sola o bien hablaba con sus gallinas. Ella confeccionaba nidos para

los gatitos. Sólo sus gallinas parecían lograr reconfortarla.

Es entonces que una nueva mala noticia llega en la persona responsable del barrio:

¡Se dio orden de matar a todas las gallinas!

Mi abuela estaba atónita.

Con dos cuchillos la responsable y sus dos asistentes cortan los cogotes de las gallinas.

Durante muy largo tiempo, mi abuela no habló más. Ella jugaba a las cartas durante horas.

Un día le pregunté lo que significaban las cartas. El 2, de la felicidad. El 5, los muy

queridos.

El 10, la eternidad. El rey, la riqueza y la reina una ayuda. El comodín, un hombre

despreciable.

Cuando comencé a saber interpretar bien las cartas, le propuse a mi abuela de tirarle las

cartas y engañarla sin que lo perciba. Es así como la hice sonreír por primera vez después

de mucho tiempo.
Ese día celebramos a un nuevo héroe nacional.

Era un estudiante de la Universidad de Pekín, que había rendido una copia en blanco el día

de su examen. Por su ejemplo, profesores y estudiantes se habían comprometido

resueltamente en la lucha contra el sistema de educación revisionista.

Todas las clases fueron paradas.

A partir de ese momento, nosotros teníamos que estudiar entre camaradas obreros,

campesinos y soldados.

Íbamos a cambiar el país.

Los pequeños guardias rojos recibieron cada uno, una corbata roja, simbólicamente cortada

de una esquina de la bandera revolucionaría.

Sobre una pizarra negra inmensa instalada en el patio de la escuela, nosotros escribíamos

los textos revolucionarios acompañados de ilustraciones. Como yo era bueno en dibujo, me

volví en el redactor en jefe del « Muro de Propaganda ».

Tener una bicicleta era un lujo en esa época. Como nosotros no teníamos, nunca aprendí a

usarla. Pero un primo que venía algunas veces a visitarnos, me autorizo a tomar la suya.

Con la ayuda de un amigo, me esforcé por dominar esta máquina, que, no era en absoluto

de mi tamaño.

No sé cuántas veces me caí. Tenía heridas por todas partes y estaba nadando, pero no quería

reconocerlo.

Un día mi compañero me grita: « Te dejaré ir, ¡vamos! »


Yo pedaleé, pedaleé hasta que cayó la noche, todo alrededor del barrio.

Tenía el sentimiento de haber conquistado el mundo.

En diciembre de 1976, la bandera nacional se bajó a media asta.

El presidente Mao había muerto.

Ese mismo año, mi padre regresó al fin a la casa.

Mi abuela había preparado galletas de azúcar para festejar su regreso.

El me trajo de regalo, cuatro volúmenes escritos por Mao.

Su rostro había envejecido mucho.

En septiembre yo entré al colegio. Algunos años más tarde, me fui a Pekín a estudiar bellas

artes.

Ahora vivo, después de muchos años en el extranjero, pero regreso regularmente en China

para ver a mi familia. Mis padres no han desmantelado. La ciudad de mi infancia ha

cambiado mucho, pero el inmueble es siempre el mismo y el árbol del patio está todavía

allá.

También podría gustarte