Juego. Ana Malajovic - 1 1
Juego. Ana Malajovic - 1 1
Juego. Ana Malajovic - 1 1
1978).
Así, la referencia al juego en la didáctica siempre se ha centrado en el uso de éste, como una
manera de justificar su inclusión en la institución escolar. La didáctica ha usado y abusado del juego
infantil, desconociendo en sus propuestas lo que enunciaba como sus principios rectores. Esto es que
el juego "es una experiencia creadora, una forma básica de vida [...] En el juego, y sólo en él, puede el
niño crear y usar toda la personalidad" (Winnicott, 1972).
Esta presencia del juego en las concepciones didácticas tiene a nuestro entender dos razones que
se complementaron. Por un lado, la necesidad de reafirmar el carácter educativo del nivel construyendo
un modelo alejado de las concepciones memorísticas y librescas de otros niveles, marcando las
diferencias desde la reivindicación de la actividad del niño, su autonomía y libertad, y resaltando los
aspectos Índicos de las propuestas. Pero el segundo aspecto a tener en cuenta es que el nivel durante
todo ese tiempo se ocupó centralmente de enseñar a los niños a ser alumnos, es decir, a socializarlos
en una cultura diferente de la presente en sus hogares; así, los hábitos de orden, de atención, de
respeto y de trabajo debían inculcarse tempranamente asegurando su futuro escolar. Estas enseñanzas
sólo eran posibles si se prodigaban de manera encubierta a través de juegos, canciones y actividades
que interesaban más por su forma de realización que por su contenido específico.
Para apoyar estas afirmaciones conviene recordar la investigación llevada a cabo por la Dirección de
Planeamiento de la Secretaría de Educación de la entonces Municipalidad de Buenos Aires durante los
años 1985 y 1986, dirigida por Alicia Bertoni y con la participación de Lydia P. de Bosch y de Hebe
Duprat como consultoras. En ella se analizó especialmente la cuestión del juego-trabajo a través de
observaciones de sala y se entrevistó a los docentes indagando, entre otras cuestiones, sus
concepciones acerca de la finalidad del juego en el jardín de infantes. Las respuestas, no excluyentes
entre sí, señalan que para el 68,1 % de las maestras el juego es un medio de socialización, y para el
65,5 % una forma de canalización y elaboración de conflictos. El 38,8 % lo considera un medio de
conocimiento y organización de la realidad. Estos datos se confirman con las respuestas obtenidas en
relación con los objetivos más importantes del jardín: el 66,6 % de los docentes consideraron la
socialización, el 27,4 los objetivos socio-afectivos, el 21,9 % la internalización de hábitos, el 15,3 %
estimular el desarrollo de la personalidad y con similar porcentaje el estimular el desarrollo de la
independencia y la autonomía. En consonancia con estas apreciaciones, la mayoría de estos ítem
(menos los dos últimos) son los que los maestros consideran que se alcanzan más fácilmente. Estos
resultados deben analizarse teniendo en cuenta la época en la que se realizó la investigación,5 pero
permiten observar la importancia central de la socialización como función primordial del nivel (sólo el
9,1 % señala como objetivo la organización de la realidad) y el lugar del juego dentro de ella. La
referencia al juego como forma de canalizar y elaborar conflictos se relaciona con la influencia de
algunos conceptos superficiales de la psicología profunda presentes en la formación de grado y en la
capacitación docente.
Antes de precisar las características del juego en el nivel inicial es importante mencionar algunos de
sus rasgos sobresalientes, sintetizando lo que los diversos autores han puntualizado.
Lo esencial del juego, tal vez sobre lo que menos se ha reflexionado, es la intencionalidad: sólo hay
juego cuando los sujetos deciden convertirse en jugadores creando la situación de juego. Sin esta
decisión libre y voluntaria el juego no existe. Este supone siempre riesgo, desafío, desconocimiento del
resultado y de los avatares de su desarrollo, de allí la idea de incertidumbre. La intención de los
jugadores es jugar, y ésta es la única certeza del juego.
Sin embargo, esta aventura abierta y desafiante posee siempre reglas "explícitas o implícitas,
preexistentes o construidas durante el juego" (Brougere, citado en Caride, 1997). Estas reglas o normas
que construyen los participantes o que respetan cuando ya preexisten a ellos, permiten que el juego se
desarrolle. Aun el juego solitario del bebé o el juego en paralelo propio de los niños de dos y tres años,
tiene reglas por supuesto inconscientes para los propios sujetos del juego, pero son estas normas en
acción, implícitas, las que delimitan lo que es pertinente para ese juego.
El juego para los partícipes» transcurre en un tiempo siempre presente, en el aquí y ahora. Los
jugadores crean un mundo paralelo cada vez que juegan, "utilizando los elementos de la realidad al
mismo tiempo que saben que juegan, que lo que hacen no es verdad, que pueden entrar y salir de ese
universo de juego en la medida de sus deseos" (Brougere, citado en Caride, 1997), transformando una
acción real en algo lúdico.
Por último, el juego se relaciona con el placer o, como diría Piaget, con una búsqueda de placer. El
juego permite la exteriorización de deseos, afectos y pensamientos.
Toda actividad lúdica precisa de tres condiciones esenciales para desarrollarse: satisfacción,
seguridad y libertad. Satisfacción de necesidades vitales imperiosas, seguridad afectiva, libertad para
atreverse.
Como señala Graciela Sheines (1981):
[...] sólo gozando de esta situación doble de protección y libertad, manteniendo este delicado
equilibrio entre la seguridad y la aventura, arriesgándose hasta los límites entre lo cerrado y lo
abierto, se anula el "mundo único" acosado por las necesidades vitales, y se hace posible la
actividad lúdica, que en el animal se manifiesta únicamente en una etapa de su vida [...] y que en el
hombre, por el contrario, constituye la conducta que [...] lo acompaña permanentemente hasta la
muerte, como lo más genuinamente humano.
Las características enumeradas están presentes en cualquier situación de juego. Y sobre ellas se
asientan las diferencias que surgen cuando se analiza su acontecer en los diferentes contextos. Así
podemos afirmar que el juego en la institución escolar es diferente del juego fuera de ella. La diferencia
central estriba en que la escuela tiene una finalidad, dada por su propia razón de ser como institución
educativa.
En la institución escolar el niño comparte obligatoriamente un espacio y un tiempo con otros: pares y
adultos. El ambiente está organizado especialmente para promover diferentes tipos de juegos, de
acuerdo con los objetivos que pretende alcanzar el docente. Tiene establecido un tiempo determinado
de desarrollo. Existen ciertas normas externas a los participantes que delimitan el campo de juego,
además de las reglas internas que crean los jugadores. El adulto está presente observando el juego,
aun cuando este juego sea libre, y en algunos casos interviniendo en él.
Por el contrario, en el ámbito familiar generalmente se puede decidir si se desea o no compartir el
juego con otros. Los otros son, la mayoría de las veces, niños de diferentes edades (hermanos, amigos
o vecinos). El espacio de juego es creado y estructurado adaptando los elementos a su alcance a las
necesidades que surgen, o son los mismos elementos los que lo determinan. El juego solitario o
compartido no es, generalmente, observado por los adultos, quienes sólo ejercen simplemente una
función de control superficial de las situaciones a fin de asegurarse de que no existan peligros físicos.
Estos señalamientos nos obligan nuevamente a reflexionar acerca de si el juego es una actividad de
la infancia o una estrategia del docente. Como vimos en la primera parte del artículo, la didáctica del
nivel se constituyó utilizando el juego como recurso o como estrategia de enseñanza, a fin de provocar
determinados aprendizajes. Esto conlleva un uso inapropiado y excesivo que tergiversa sus
características específicas, ya que las actividades propuestas raramente permiten que emerja el
compromiso del "jugador". Los niños realmente se convierten en verdaderos jugadores durante el juego
dramático, el de construcciones o en los juegos funcionales, es decir cuando se retira la voluntad
expresa de los docentes de transmitir determinados conocimientos, y el juego se desarrolla por la libre
decisión de los niños. El resto del tiempo, que a veces es todo el tiempo, y aunque los maestros nos
esforzamos por presentar las actividades como juego, nuestros alumnos saben que no lo son y
difícilmente se dejan engañar por nuestras afirmaciones.
El replanteo didáctico de los últimos años, con su preocupación en relación con los contenidos como
conocimientos sociales establecidos desde una mirada disciplinar nos obliga a repensar la cuestión del
juego desde otra perspectiva. Corremos un doble riesgo: de excluirlo de las aulas con la pérdida que
esta ausencia implicaría para la formación de los niños (en esta línea vale la pena recordar su función
como fuente del desarrollo; véase Elkonin, 1980) o de continuar con la tradición del nivel de usarlo
indiscriminadamente como estrategia docente, creando situaciones artificiales que lo desvirtúan y que
provocan en nuestros alumnos preguntas como ésta: "Seño, ¿hoy tampoco jugamos?"
La comparación que se establece en Nivel inicial. Aportes para una didáctica es útil para pensar la
cuestión. Dicen sus autoras:
[...] si afirmamos que el juego es una estrategia metodológica, podríamos decir lo mismo del lenguaje
infantil y a este respecto nadie duda: el lenguaje no es una estrategia, es una de las manifestaciones
de la conducta infantil con la que el docente trabaja y a la que procura enriquecer [...] (Harf et al,
1996).
Esta comparación entre juegp y lenguaje no es casual. Corrientes de la sociología (por ejemplo,
Agnes Heller) consideran a ambos herramientas básicas que les permiten a los "cachorros humanos"
transformarse en hombres y mujeres miembros de determinada cultura. Y es justamente esa cultura la
que estimula y orienta ambas actividades.
[Lenguaje y juego] son las formas universales primordiales mediante las cuales los individuos se
apropian del mundo social que les circunda y se integran a él en un permanente intercambio, en el
que puede identificarse la socialización como condición sine qua non "para convertirse en hombre".
Se trata de exteriorizaciones sociales, concretas, básicas y espontáneas que constituyen sistemas
de referencia y de instrumentos hechos por la actividad humana, pero que al mismo tiempo la guían
(Barcena, 1988).
El juego es, pues, patrimonio privilegiado de la infancia y uno de sus derechos inalienables, pero
además es una necesidad que la escuela debe no sólo respetar sino también favorecer a partir de
variadas situaciones que posibiliten su despliegue. Esta expansión de las posibilidades lúdicas ofrecerá
oportunidades para el desarrollo de las capacidades representativas, la creatividad, la imaginación, la
comunicación, ampliando su capacidad de comprensión del mundo. El juego en el nivel inicial conserva
las características generales que señalamos al comienzo de este apartado, fundamentalmente el de la
conciencia de los jugadores de que están jugando. Es decir que son los propios niños los que nos
marcan las diferencias entre lo que para ellos es juego de lo que no lo es. Ya el juego ejercicio de los
menores de 18 meses:
[...] consiste en repetir por placer actividades adquiridas con un fin de adaptación: por ejemplo el
niño que ha descubierto por azar la posibilidad de balancear un objeto suspendido, reproduce en
seguida el resultado para adaptarse a él y para comprenderlo, lo que no es juego, ya que, hecho
esto utiliza esa conducta por simple "placer funcional" o por placer de ser causa y de afirmar un
saber nuevamente adquirido (Piaget e Inhelder, 1969).
Esta observación nos está señalando que el juego se instala como espacio diferenciado del
aprendizaje en sentido estricto. No negamos que en estos juegos hay un proceso de afianzamiento de
aprendizajes anteriores, pero no es éste el objetivo central del niño sino una consecuencia natural, del
acontecer de la actividad. Este sentido también está presente en el juego simbólico, aunque, como
señala Elkonin (1980), "en el juego hay dea-pegue de la realidad pero hay también penetración en ella".
Pero, como sigue diciendo el autor, "el juego toma de la realidad cuanto necesita y lo plasma en la
acción". El "como si" se constituye en una "transposición simbólica que somete las cosas a la actividad
propia" (Piaget, 1966). El juego es factor de desarrollo, es una función del yo, que permite el despliegue
de los procesos más generales que posibilitan al ser humano constituirse en miembro de su sociedad y
de su cultura.
Estas breves líneas intentan entonces diferenciar lo que es juego de lo que son las actividades de
aprendizaje que organizan los docentes con la finalidad de que los niños construyan determinados
conocimientos específicos. Estas actividades deberían participar de algunas características que
señalamos en relación con el juego: ser desafiantes, producir placer y alegría, contar con el
compromiso de los niños en ellas; pero también deben ser claras en sus objetivos, en el sentido de que
procuran determinado aprendizaje. Es desde esta concepción que, creemos, se ubica Carlos Cullen
cuando afirma la necesidad de reivindicar los aspectos lúdicos de todo aprendizaje.
Pero que el tiempo del aprendizaje deba ser gozoso y creativo no nos autoriza a afirmar que es
siempre tiempo de juego: "no sería razonable querer que toda actividad en el jardín fuera juego. Eso
sería traicionar a la escuela, engañar al niño y desnaturalizar el juego" (Brougere, citado en Cande,
1997). En realidad lo que sucede es que ambas posturas hacen referencia a conceptos de alguna
manera diferentes de juego. Cullen parece considerar el juego en un sentido amplio y por eso aboga
por "la presencia de lo lúdico en el tiempo del aprendizaje", mientras que Brougere es más estricto en
su concepto en su afán de marcar diferencias entre el juego y el resto de las actividades educativas.
El nivel inicial tiene una función que cumplir: debe lograr aprendizajes significativos en los alumnos.
El juego, como actividad específica que supone compromiso, intencionalidad de los jugadores, riesgo,
aventura, posibilidad de exploración, de fracaso sin graves consecuencias, encuentra en la dinámica
cotidiana tiempos propios de desarrollo, pero no todos los tiempos. Existen además actividades que
tienen un carácter más o menos lúdico, ya que comparten algunas de las características del juego, y
otras que no son juego en absoluto.
El juego como actividad del niño se diferencia de las situaciones construidas por los docentes, pues
aunque muchas de ellas estén formuladas como juego, son estrategias que se utilizan con el objetivo de
que los niños se inicien en determinados contenidos y los desarrollen o profundicen. En síntesis, y aun a
riesgo de caer en ciertos simplismos, nos parece necesario y oportuno diferenciar tres situaciones:
a) Situación lúdica. La iniciativa de juego es realmente de los chicos, prima la libertad de elección del
qué, del cómo y con quiénes jugar. Los niños no viven la situación como de aprendizaje, aunque el
docente la haya previsto en su planificación, planteando ciertos contenidos. Pero como el juego es de
los niños, esos contenidos pueden o no tener oportunidad de desarrollo. Durante el juego el docente
interviene desde un rol de observador, que participa eventualmente cuando la dinámica precisa su
presencia, para profundizarlo y enriquecerlo, movilizar un juego estereotipado, dar oportunidades de
mayor participación a algunos niños, incorporar algunos elementos, sugerir nuevas ideas, etc. Sin
embargo, esta intervención nunca supone actuar como un integrante más del juego. Pues aunque los
niños lo puedan integrar en determinados momentos, el docente no pierde su rol de adulto, no debe
participar desde sus propias fantasías y necesidades confundiéndolas con las de sus alumnos. Su
presencia en el juego es eventual y está al servicio del juego de los niños, por lo tanto actúa como un
facilitador, sin interrumpir o desvirtuar lo construido por los niños.
Estas situaciones son no estructuradas. El docente prevé únicamente los materiales a aportar (en
función de ciertos contenidos o temáticas que está trabajando) y, en algunos casos, la disposición del
ambiente físico.
b) Situación de aprendizaje con elementos lúdicos. Presentada por el docente con el objetivo de que
los niños construyan determinado conocimiento. Generalmente se establecen ciertas reglas de
antemano, pero esto no obsta para que el desarrollo y el resultado sean inciertos, la situación permite
amplia participación de los integrantes del grupo (generalmente en pequeño grupo), quienes tienen bajo
su responsabilidad establecer el cómo van a resolverla. Aquí el problema a resolver se presenta en
forma de juego (por ejemplo, un juego de cartas, un juego de tablero, etc.) y como tal es una estrategia
que utiliza el maestro para posibilitar el aprendizaje de sus alumnos. Sin embargo, no basta que los
chicos jueguen, además tienen que comprender (y sin que el docente les explicite su juego) que a
través de esa situación de carácter lúdico tienen algo que aprender. "Sólo hay aprendizaje cuando el
alumno percibe un problema para resolver" (Charnay, 1994).
A diferencia de la anterior, ésta es una situación estructurada. El maestro la planifica, teniendo en
cuenta los contenidos a trabajar. Por lo tanto debe considerar la propuesta, las consignas, los
materiales, la organización del grupo, etc., coordinando la dinámica de la actividad.
c) Situación de no juego. Los chicos carecen de oportunidades para decidir el cómo. Son actividades
que no deben presentarse como si fueran juegos, a fin de lograr la adhesión de los niños, ya que no
presentan ninguna de sus características. Son también situaciones estructuradas en las cuales los
niños pueden y deben sentir placer por realizarlas. Pensemos en el goce que despierta escuchar un
cuento.
El docente, al planificar su tarea de enseñanza, diferencia estos tres tipos de situaciones a fin de
equilibrarlas, teniendo en cuenta las características de los niños, sus necesidades, el tiempo que
permanecen en el jardín, su proyecto educativo, las características institucionales.
Esta distinción que proponemos creemos que es útil a fin de reflexionar sobre el tiempo de verdadero
juego que otorgamos a nuestros alumnos en la actividad cotidiana. Pero se imponen algunas
reflexiones. En primer lugar, que es necesario enriquecer los momentos Índicos de los niños: no sólo a
través de materiales adecuados sino también enseñando a jugar. Cada edad demandará distintos
aprendizajes que enriquezcan el acervo infantil, fundamentalmente los juegos tradicionales que en la
vida de las grandes ciudades se van olvidando. Y en segundo lugar una advertencia: esta clasificación
no debe ser tomada como taxativa y tampoco como nueva moda que se incorpora obligatoriamente en
planificaciones. Es una guía para pensar, que asumirá modalidades y tiempos que los maestros decidan
como más beneficiosos. Las situaciones Indicas no se desarrollan sólo en el tiempo de "patio". Las
situaciones de aprendizaje con elementos lúdicos y las situaciones de no juego se pueden desarrollar
muchas veces en tiempos paralelos a las situaciones lúdicas. Mientras un grupo desarrolla un tipo de
actividad, otro puede realizar otra muy distinta. Por eso las modalidades que se piensen deben tener la
suficiente flexibilidad como para cobijar todas las alternativas posibles.
Abogamos por la presencia del juego en el nivel inicial. Este trabajo intentó establecer las
diferenciaciones necesarias entre los diferentes tipos de actividades, a fin de ser honestos con los niños
y no engañarnos nosotros mismos como docentes. La didáctica hasta ahora estableció demasiadas
confusiones que terminaron tergiversando la necesidad de juego de los niños. Y así como respetamos
esta necesidad de juego, debemos respetar también la necesidad de conocimiento, que debe ser
presentado en situaciones desafiantes, problematizadoras, que despierten un interés genuino por este
camino que están iniciando en nuestras aulas.
1 Creemos que Froebel tomó esta concepción de Platón, quien otorgó al juego un rol central en la formación del futuro
ciudadano, en la obediencia y el respeto del orden establecido. Véase el texto de Graciela Sheines (1981) quien desarrolla
extensamente el tema.