Ortega y Gasset
Ortega y Gasset
Ortega y Gasset
ORTEGA Y GASSET
Después del vitalismo trágico de Unamuno, el gran movimiento que más marco a España fue
sin duda el raciovitalismo, que fundó y difundió José Ortega y Gasset, estandarte de la escuela
de Madrid. El máximo filósofo español, nación en Madrid en 1883 y muere en la misma ciudad
en 1955. En 1902 inició Ortega su actividad de escritor; sus colaboraciones en periódicos y
revistas, sus libros, sus conferencias y su labor editorial han influido decisivamente en la vida
española. En 1923 funda la Revista de Occidente.
El punto de partida de Ortega es la teoría de la circunstancia; el filósofo madrileño se niega a
considerar separadamente el yo de su entorno. El hombre tiene como vocación asegurar su
circunstancia y realizarse en su seno como persona; en cambio, la circunstancia sólo se
constituye alrededor de un yo reflexivo y activo, que interesa extraer el logos de ella, aceptando
sus mismas limitaciones. Existe un encajonamiento casi indefinido de unas circunstancias en
otras: familiares, locales, nacionales, mundiales… Entre ellas, Ortega destaca la circunstancia
nacional. De ahí un perspectivismo que se apoya, al igual que Unamuno, en el hombre
concreto y singular. “El ser definitivo del mundo no es materia ni es alma, no es cosa alguna
determinada, sino una perspectiva”, “Donde está mi pupila no hay ninguna otra, somos
insustituibles”. Así, frente al escepticismo y el racionalismo existe una tercera solución que
concede al sujeto cognoscente un pode de selección, sin invención ex nihilo y sin
deformaciones de lo real. Nuestro entendimiento no es ni un medio pasico, ni un agente de
alteración. “El conocimiento no es un ingreso de la cosa en la mente, como creían los antiguos,
ni un estar la cosa misma en la mente, como quería la escolástica; ni una construcción de la
cosa, como supusiera Kant; es una interpretación”.
El raciovitalismo consiste así en rechazar a la vez el racionalismo clásico y el vitalismo para
reconciliar cultura y espontaneidad. Por una parte, el esfuerzo de Sócrates y de sus sucesores
por separar las esencias y fundar la lógica fue indispensable; pero esta tendencia crítica se ha
borrado y ha llegado incluso a ser peligrosa, en tanto que ha conducido al intelectualismo de
una razón totalmente abstracta y seca. Es hora de tomar en cuenta la vida, es decir la realidad
radical donde existimos; es preciso prestar atención a los límites de la inteligencia. “La razón no
es más que una breve isla, flotando sobre el mar de la vitalidad primaria” y no tiene su fin en sí
misma; está orientada y ordenada al servicio de nuestra vida. “La razón pura tiene que ceder su
imperio a la razón vital”. Por otra parte, hay que rechazar el vitalismo, pues todo primitivismo
nos llevaría más allá de la cultura a la animalidad salvaje o la irracionalidad, propicia a locuras y
fanatismos.
Así pues, “vivir es no tener más remedio que razonar ante la inexorable circunstancia”. La
razón no es un lujo sino una función capital de la vida. Aquí interviene la distinción de Ortega
entre creencia e idea; durante mucho tiempo un individuo o un pueblo se adherían
tranquilamente a creencias que habían recibido hechas; en otro momento dado, esas últimas
se quebraron y el hombre o la nación cayeron en la duda y el desconcierto; para salir de ahí, se
verían forzados a forjar ideas, que poco a poco se convertirían en nuevas creencias.
Esta razón vital tiene como principal dimensión la historicidad. La existencia del hombre es
irreversible. En lugar de la razón pura, lógica, físico-matemática e intemporal, hay que recurrir a
la razón narrativa. La vida sólo se vuelve un poco transparente ante la razón histórica. Esto
procede de que el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia. No obstante, este “racio-
historicismo” es muy matizado; la razón histórica no es extrahistórica, como la de Hegel (en
quien la historia, según ortega, recibe una inyección forzada de formalismo lógico) o la de
Buckle (que le impone un molde fisiológico y físico). No se trata de leer la historia a la luz de un
a priori filosófico, político o religioso, ajeno a ella; de la historia misma se debe extraer la ley o
el principio que le es inmanente. La razón histórica es, pues, lo que al hombre le ha pasado
constituyendo la sustantiva razón, la revelación de una realidad transcedente a las teorías del
hombre. La razón histórica es pues ratio, logos, concepto riguroso. Mientras que la racionalidad
de antes era considerada ucrónica y utópica, la de Ortega emana del hic et nunc, es decir del
desarrollo histórico, de los acontecimientos, y ve cómo se hace el hecho. Además, no hay que
justificar a cualquier precio toda la historia ni que negar o subestimar sus desviaciones; el
progreso siempre es precario y debemos guardarnos de cualquier optimismo dogmático
respecto de él.
Ortega completa su reflexión metafísica con una meditación muy original sobre diversos
aspectos de la intercomunicación y la vida socio-política. La principal aportación de esta
sociología es la teoría de las minorías y las masas, expuesta en España invertebrada, La
rebelión de las masas y La deshumanización del arte. Así, toda sociedad humana comporta
una élite, compuesta por hombres bien dotados que, con su esfuerzo, han sabido imponerse la
más elevada disciplina espiritual y han adquirido la confianza de las masas (las cuales no han
recibido ni semejantes dones espirituales ni el valor de cumplir esta ascesis). Un héroe o un
líder sobresale gracias a su entusiasmo por los valores superiores; por el contrario, el hombre
masa se deja llevar por el menor esfuerzo y no vibra ante la llamada del ideal. De manera
espontánea, las masas se subordinan a las minorías, que normalmente las elevan hacia el bien
y la belleza, es decir, hacia tareas de prestigio.
Desgraciadamente, en ocasiones surgen grandes crisis de desafección de las masas hacia sus
minorías, sea porque las primeras se niegan a seguir el camino de promoción moral y social
que se les propone, sea porque estas últimas han relajado su ejemplaridad abandonándose a
la mediocridad. Nuestra época experimenta tal decadencia: las masas se han negado a rendir
obediencia a las minorías y han impuesto su credo de egoísmo, de facilidad y vulgaridad: el
niño mimado y el señorito satisfecho de sí mismo dictan ahora la ley; en el lugar del humanismo
se ha instaurado el reino de los técnicos incultos, salvajes y pretenciosos. Sólo volveremos a
encontrar el camino de la salvación social si se perfilan de manera válida nuevas élites y si
éstas logran suscitar la admiración y la adhesión de las masas, curadas al fin de su ignorancia
o de su molicie.
La preocupación de Ortega por el tema español data de sus primeros años; por ello en 1916
escribe: “mi mocedad no ha sido mía, ha sido de mi raza. Mi juventud se ha quemado entera,
como la retama mosaica, al borde del camino que España lleva por su historia…”. El interés de
Ortega es una preocupación práctica de intelectual avocado a la política. En 1922 había
publicado su libro España invertebrada, aunque llevado de su aspiración constante de salvarse
personalmente y con él a su circunstancia, no debe tomarse como actitudes de combatiente,
sino como mansas contemplaciones del hecho nacional, dirigidas por una aspiración
puramente teórica e inofensiva. En esta obra, donde se enfoca el tema histórico de España,
Ortega despliega dos ideas principales: el tribalismo y el particularismo de la vida española, por
un lado; y por otro, la ausencia de minorías egregias, o mejor, el imperio de las masas en la
vida española de todos los tiempos.
La enfermedad española según Ortega radica en el fallo mismo del hecho social básico: la
aceptación por la mayoría de la autoridad de la minoría. La enfermedad española se
diagnostica como aristofobia u odio a los mejores, que ignora la existencia de una contextura
esencial a toda sociedad, consistente en un sistema jerárquico de funciones colectivas. En
resumen, la interpretación orteguiana de España coincide con esa rebelión de las masas, que
habían achacado a Europa y al mundo occidental en general. Pero hay una diferencia
fundamental: en Europa se trata de un fenómeno transitorio que pertenece a la etapa crítica por
la que atraviesa, mientras en España se trata de un fenómeno permanente, que parte de la
anormalidad empírica del país o de una biología patológica. Ortega echa de menos en su patria
un orden jerárquico de la sociedad, una distribución aristocrática de los estamentos, una cierta
sumisión y docilidad de las masas, donde el intelectual puede ejercer un papel director.
La obra de Ortega aparece en el panorama cultural español condicionada por la urgencia
reformista que el regeneracionismo y la crisis de Cuba han suscitado a principios del siglo XX.
Sus primeras apariciones en la vida pública entre 1908 y 1910 son propuestas explícitas de
salvación de España que, como en Unamuno, abogan por medidas reformadoras de mayor
alcance teorético que las de los regeneracionistas clásicos, no sólo porque evitan los recetarios
positivistas, sino porque constituyen un examen de la Modernidad y una reflexión
contemporánea sobre Europa, el mundo y el hombre. La “salvación” de España será más que
una tarea política una operación pedagógica y moral que lleva a quien la experimenta al
desarrollo completo de sus posibilidades en la historia. La salvación de algo tiene, así, un
significado metafísico de conatus o persistencia en el ser y en la vida, no se puede abandonar
so pena de que ese algo deje de existir.
Esta idea de salvación la encontramos en Ortega, fundamentalmente, en sus obras
Meditaciones del Quijote y España invertebrada, siendo la primera la más significativa desde el
punto de vista filosófico. En ella no sólo se expresa el convencimiento de que generar es
educar, sino la coincidencia que hay entre ecuación y salvación. Ambas constituyen un ejercicio
filosófico y amoroso, pues la filosofía es la ciencia general del amor y su contribución a la
regeneración de España pasa por pacificar la vida social de ésta, demasiado tiempo instalada
en el rencor y el odio.
La propuesta regeneracionista y salvadora de Ortega introduce un análisis antropológico y
cultural de España y de Europa, según la cual la primera forma parte del conjunto de pueblos
mediterráneos que, a diferencia de la inveterada tendencia centroeuropea, germánica sobre
todo, a la abstracción a la racionalidad ideal y al universalismo formal, son más proclives a la
concreción histórica, a descubrir y valorar la vitalidad que anima en lo particular. Cada tipo tiene
ventajas y sus inconvenientes, de modo que una adecuada combinación de ambos reforzará la
vigencia y el porvenir de la común cultura europea. En el caso de España, su idiosincrasia
mediterránea se ha exacerbado hasta tales extremos de tribalismos e individualismo que ha
resultado autodestructiva, por lo que se hace necesario equilibrarla con fuertes dosis de
racionalidad germánica. Tal europeización de España, reflejo claro de la fuerte impresión que
causó en el joven Ortega la cultura alemana, es opuesta, al menos en un primer momento, a la
hispanización de Europa que proponía Unamuno. No es, empero, una minusvaloración de lo
español, sino un acto de amor hacia ello, pues se busca perfeccionarlo encauzando su natural
vitalidad, genialidad, expresividad, paisaje y paisanaje… hacia comportamientos políticos,
ideales morales, valoraciones estéticas, comprensiones históricas y metafísicas de carácter
universal, algunas de las cuales ya están vigentes en el resto de Europa. Tal ejercicio no
pretende concluir en una tesis más o menos brillante de filósofo, sino, a causa de su condición
pedagógica y moral, arraigar en los dirigentes sociales y políticos de España. Son ellos los que
han de difundir una conciencia colectiva más tolerante y reconciliada, sostén fundamental de
las reformas que precisa el país.
Para ejemplificar su propuesta regeneradora Ortega acudirá al mito cervantino, pero poniendo
como ejemplo al propio Cervantes que, a diferencia de D. Quijote, ensimismado en bellas y
cómicas ensoñaciones, o de Sancho, incapaz de trascender el mundo inmediato, utiliza su
inventiva y su genio creador para propiciar un análisis moralizador de la vida humana en la que
los dos personajes son necesarios. La reflexión cervantina, donde el idealismo se combina
sabia y armoniosamente con el realismo, es de gran altura moral y aunque se encarna en
figuras, paisajes y circunstancias españolas, devienen en un mensaje universal.
Las Meditaciones del Quijote, por su amenidad, parecen más elementales de lo que son, pues
el buen lector de filosofía pronto descubre en ellas una honda elaboración teórica. Para ello,
Ortega echa mano, desde su iniciático paseo por los alrededores de El Escorial, de la
fenomenología, el método propiciado por Husserl para “ir a las cosas mismas”: para salvar a
España, para educar a los españoles, hay que ir a ella misma, lo cual exige aclarar
previamente no sólo qué es eso que llamamos España y cuanto en ella se contiene, sino qué
es todo aquello que como España misma o Europa tenemos por real.
La fenomenología no es la única clave que nos sirve para comprender las Meditaciones, pero
es la principal. Como influjo filosófico contribuyó mucho a liberar a Ortega de los corsés
formalistas sobre la concepción de la realidad y del sujeto, en donde le introdujo la formación
neokantiana que había adquirido en su juventud; pero como también la fenomenología
conservaba dosis importantes de formalismo idealista, su cita con ella sólo fue un paso más en
la trayectoria del pensamiento orteguiano hacia su “salvación” raciovitalista. Esta actitud
fenomenológica es algo que siempre estará presente en el conjunto de su pensamiento, y que
se reconoce fundamentalmente en los siguientes elementos: 1) en el propio proceder
metodológico que presentan, pues son una introspección en el fenómeno de España (en su
paisaje, sus personajes, su devenir histórico) que, poniendo entre paréntesis los tópicos,
pretende alcanzar la autenticidad de la vivencia que hay en dicho fenómeno. 2) En la
caracterización que ofrecen el “yo” y la “circunstancia”, mutuamente dependientes (“Yo soy yo y
mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo a mí”). Y 3), en el rico sistema o estructura
de “relaciones” que desvelan entre el yo intencional y viviente y el mundo y aun entre las cosas
mismas, pues tales relaciones, y no sólo las categorías lógicas de los conceptos, son las que
determinan los objetos y la realidad misma (conocer la verdad es descubrir lo oculto en los
fenómenos, aletheia).
Ortega y Gasset es, tal vez, el filósofo español más importante; sus obras han sido traducidas a
multitud de lenguas extranjeras (principalmente su obra más conocida, La rebelión de las
masas, y han dado lugar a infinidad de artículos y libros interpretativos. En la España anterior a
la guerra civil Ortega fue uno de los grandes protagonistas de la vida cultural, tanto desde la
conferencia y el artículo periodístico, como desde la cátedra en la Universidad y el mundo
editorial y erudito. Como dijimos, fundó y dirigió desde 1923 hasta 1936 Revista de Occidente y
la editorial del mismo nombre, que puso a disposición de los lectores españoles lo mejor que en
Europa (particularmente Alemania) se producía en el mundo de la filosofía y las ciencias
humanas.
Su compromiso social le llevó también al compromiso político: oposición a la dictadura de
Primo de Rivera, dimisión de su cátedra en la Universidad tras el cierre de ésta, fundación de la
"Agrupación al servicio de la República” (1931) y diputado en las Cortes Constituyentes (1931).
En 1936 comienza la guerra civil y el exilio de Ortega, primero en Europa (Francia y Holanda) y
más tarde en Sudamérica, principalmente Argentina, y en Portugal. En 1945 regresa a España,
pero no se incorpora a su cátedra de la Universidad. En 1948 funda junto con Julián Marías el
"Instituto de Humanidades", en donde impartirá cursos, alguno de los cuales de tanta
trascendencia como el publicado en 1957 El hombre y la gente. Muere en Madrid el 18 de
Octubre de 1955.
Tras la Guerra Civil, aunque marginado por los círculos académicos, su influencia se extiende,
además del círculo de orteguianos españoles (Xirau, Gaos, Marías, Ferrater Mora, Laín
Entralgo, Aranguren...) al pensamiento latinoamericano. Dada la diversidad de intereses de
Ortega y su fecundidad de su pensamiento, su influencia estuvo presente también en otros
campos más allá del estrictamente filosófico: en la historia del periodismo queda como uno de
los grandes maestros del articulismo, dio a conocer a los principales autores de la Generación
del 27, se ocupó de la novela, el arte, la ciencia y la técnica, la unidad europea...