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CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

de don Joaquín Setantí


caballero catalán, del hábito de Montesa

MEDIO MARAVEDÍ
MEDIO MARAVEDÍ

Colección dirigida
por
Antonio Bernat Vistarini

Consejo Editorial
Pablo L. Ávila, John T. Cull, Giancarlo Depretis, Aurora Egido, Tamás Sajó

En la portada, contraportada y guardas se reproducen fragmentos de


Nicolas Poussin, Danza al son del Tiempo, c. 1638 (Londres, Wallace Collection).
Grabado de la portada: Hans Burgkmair, ilustración para Max Treizsauerwein, Der Weiss Kunig,
Viena: Joseph Kurzboetens, 1775. El grabado fue realizado entre los años 1514 – 1516.

© 2005, de la edición y estudio,


Emilio Blanco Gómez
© 2005, para esta edición,
José J. de Olañeta, Editor y
Universitat de les Illes Balears
Edición: José J. de Olañeta, Editor y Edicions UIB

Reservados todos los derechos


ISBN: XX-XXXX-XXX-X
Depósito Legal: B-X.XXX-2005
Impreso en Liberdúplex, S. L.- Barcelona
Printed in Spain
Índice

I El aforismo, un género breve para el mundo barroco . . . . . . . . . . 3

II Las Centellas de Joaquín Setantí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

III Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

IV Centellas de varios conceptos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79

V Avisos de amigo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

VI Índice analítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Para Domingo Ynduráin
INTRODUCCIÓN
I. EL AFORISMO, UN GÉNERO BREVE
PARA EL MUNDO BARROCO

1. DEFINICIÓN DEL AFORISMO: UN GÉNERO PARA TIEMPOS


DE CRISIS
ALGUNAS CUESTIONES LEXICOGRÁFICAS
No es fácil definir el aforismo. Es algo en lo que coinciden todos
los teóricos, sobre todo porque desde el comienzo se establece un
amplio campo semántico en el que voces como sentencia, regla o
máxima entran en juego casi como si de sinónimos se tratase.1 De
hecho, si se acude al diccionario de referencia, el de la Academia, la

1
Sobre la dificultad de definir el aforismo, pueden verse los trabajos de
Umberto Eco o Benito Pelegrín citados más abajo. En cuanto a la superposición
de términos con carácter sinónimo, sirve cualquier enciclopedia, desde la ya
anticuada de Espasa («Es difícil deslindar cumplidamente la diferencia que
existe entre AFORISMO y cada una de las voces: adagio, sentencia, máxima,
proverbio, refrán, axioma y apotegma, pues todas ellas incluyen el sentido de
una proposición o frase breve, clara, evidente y de profunda y útil enseñanza»,
Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, Madrid: Espasa-Calpe,
1988, s. v., que necesitaría precisiones serias) hasta la más reciente Gran Referencia
Anaya, que señala que el uso común «lo ha convertido en sinónimo de adagio,
refrán, máxima, sentencia, proverbio y otras palabras afines» (Barcelona: Spes
Editorial, 2002, 2ª ed., s. v.).
14 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

definición es ambigua: «Sentencia breve y doctrinal que se propone


como regla en alguna ciencia o arte».2 La sentencia, según el mismo
diccionario, sería un «dicho grave y sucinto que encierra doctri-
na y moralidad» (s. v.). Si indagamos por la voz máxima, se define
allí como «sentencia, apotegma o doctrina buena para dirigir las
acciones morales» (2ª acepción) y se indica además que procede
del latín maxima, ‘sentencia’, ‘regla’. Es precisamente en la primera
acepción cuando se etiqueta la máxima como regla («Regla, princi-
pio o proposición generalmente admitida por los que profesan una
facultad o ciencia»). Regla, en el sentido que nos ocupa, se define
como «Precepto, principio o máxima en las ciencias o artes» (ibid.,
s. v., 5ª acepción).
Si se atiende solo al DRAE, pues, y dado que la brevedad y la
doctrina se postulan, directa o indirectamente, para las tres for-
mas principales (aforismo, sentencia y máxima), la única diferencia
observable –y no es pequeña– entre el primero y las demás pare-
ce que tiene que ver con la moralidad, ausente de la definición de
aforismo pero presente en las de sentencia y máxima. Y si se aban-
dona el ámbito estrictamente lexicográfico y se pasa al de los dic-
cionarios específicos de algunas materias, la confusión aún se hace
mayor. Tanto si los conceptos analizados son de carácter filosófico
como si la aproximación es de tipo literario.
Desde el punto de vista filosófico, cabría distinguir desde los
repertorios que prescinden de las definiciones de tipo formal y se

2
Diccionario de la Real Academia Española, Madrid: Espasa-Calpe, 2001,
22ª ed., s. v. Muy parecida es la del Diccionario Histórico de la Lengua Española:
«Sentencia breve y doctrinal, que en pocas palabras explica y comprehende
la esencia de las cosas» (s. v.). Las definiciones de la Academia, especialmente
esta última, tienen muy presente la ofrecida por el Diccionario de Autoridades
(«Sentencia breve y doctrinal, que en pocas palabras explica y comprehende la
essencia de las cosas», s. v.).
INTRODUCCIÓN

«Quando los Emperadores Romanos quietavan el Imperio y le ponían en paz y


tranquilidad, para mostrar la feliçidad que viene tras la paz, hazían batir monedas
con la Diosa feliçidad del un lado, que tenía en una mano el caduçeo, y en la otra un
cuerno de abundançia, quiriendo denotar que la pública feliçidad es hija de la Paz».
(Guillermo Du Choul, Los discursos de la religión de los antiguos romanos, Lyon:
Guillelmo Rovillio, 1589, 170-171)

ocupan tan solo de distintos conceptos,3 hasta los que prestan aten-
ción a las varias formas de expresión filosófica. Estos últimos han
definido, en casi todos los idiomas europeos, las tres formas citadas
anteriormente sin establecer una frontera clara entre ellas en la ma-
yor parte de los casos. Así, François Robert indica que el aforismo
es una «expresión recogida de un pensamiento de alcance general.
Las máximas constituyen muchas veces aforismos», mientras que

3
Es el caso, por ejemplo, de Max Müller y Alois Halder (Breve Diccionario
de Filosofía, Barcelona: Herder, 1986), que no recoge ninguna de las tres voces
citadas (aforismo, sentencia y máxima). Lo mismo en José María García-Mauriño
(Diccionario de conceptos filosóficos, Madrid: Ediciones del Orto, 2000).
16 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

la máxima sería una «proposición lapidaria que expresa una gene-


ralidad; como un aforismo».4 Paul Foulquié se acerca solamente a
la máxima, sin tener en cuenta sentencias o aforismos. La define
como un «pensée de très grande portée», para distinguir más tarde
el sentido general («proposition exprimant, en termes d’une conci-
sion lapidaire, un jugement de portée très étendue») del particular
(«principe de conduite pratique»).5 Las aproximaciones italianas
mejoran algo, pero siguen mezclando los tres términos. Marchetti
asegura que frecuentemente por aforismo «si intende una sentenza
dottrinale o una massima che concisamente esprime il risultato di
osservazione o rifflesioni personali»6, mientras que Abbagnano lo
identifica con una «proposición que expresa de manera sucinta una
verdad, una regla, o una máxima concerniente a la vida práctica».7
Ocurre algo parecido cuando los diccionarios son de política.
Andrés Serra Rojas acude a las definiciones habituales para tratar el
aforismo, sin tener en cuenta las voces máxima o sentencia.8

4
François Robert, Diccionario de términos filosóficos, Madrid: Acento
Editorial, 1991, ss. vv. «aforismo» y «máxima». No recoge «sentencia».
5
Paul Foulquié, Dictionnaire de la Langue Philosophique, París: PUF, 1969, 2ª
ed., s. v.
6
A. M. Marchetti, «Aforisma», en Enciclopedia Filosofica, Florencia: G. C.
Sansoni, 1967, 2ª ed., s. v., cursivas mías. Allí mismo, G. Morra define la máxima
como un término de larga tradición en filosofía, que «indica una breve formula,
esprimente sinteticamente una asserzione o norma generale comunemente
ammessa» (s. v.).
7
Nicola Abbagnano, Diccionario de Filosofía, México- Buenos Aires: Fondo
de Cultura Económica, 1966, 2ª ed. en español, s. v. Él mismo define después la
máxima según un doble sentido: 1) proposición evidente y 2) regla de conducta,
aclarando que fueron los moralistas franceses de la segunda mitad del siglo XVII
quienes aplicaron por primera vez el término a una regla moral (s. v.). Al hablar
de la sentencia, la define como «juicio, opinión o máxima» (s. v.).
8
«Frase precisa y lacónica que contiene una verdad profunda y axiomática.
Sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte.
INTRODUCCIÓN

Desde el punto de vista literario, para no extenderme demasia-


do en estos prolegómenos, los manuales de retórica afirman des-
de hace años que la sentencia es una máxima con pretensiones de
lograr «validez como norma reconocida para el conocimiento del
mundo, relevante para la vida, o como norma para la vida mis-
ma».9 Sentencia, por tanto, es el término genérico, frente a varie-
dades concretas que podrían ser el adagio, el aforismo, el prover-
bio, la máxima o el refrán. Tal es la opinión de Bice Mortara, jui-
cio que ha calado en algunos de los diccionarios más difundidos y
utilizados en la actualidad.10 Así, Estébanez Calderón asegura que
aforismo «significa también una sentencia breve que sintetiza una
regla, axioma o máxima instructiva», y que presenta semejanzas con
otras formas breves como adagios, refranes, proverbios y máximas,
pero que carece del fin moralizador de todos estos (op. cit., s. v.).

INTENTO DE DESLINDE DEL AFORISMO DE OTROS GÉNEROS AFINES


Parece, pues, que urge hilar más fino. Y hay que comenzar, creo,
citando a Umberto Eco, quien abre su ensayo sobre el aforismo de
Wilde intentando aprehender el concepto:

No hay nada menos definible que el aforismo. El término griego,


además de ‘lo que se aparta para una oferta’ y ‘oblación’, llega a significar
en el curso del tiempo ‘definición, dicho, sentencia concisa’. Tales son,
por ejemplo, los aforismos de Hipócrates. El aforismo es, según los

Sentencia breve y elocuente» (Andrés Serra Rojas, Diccionario de Ciencia Política,


México: Facultad de Derecho de la UNAM-Fondo de Cultura Económica, 1998,
2ª ed., 2 vols., s. v.).
9
Heinrich Lausberg, Manual de retórica literaria. Fundamentos de una ciencia
de la literatura, Madrid: Gredos, 1975, 3 vols., nn. 872 y ss.
10
Bice Mortara Garavelli, Manual de retórica, trad. María José Vega, Madrid:
Cátedra, 1991. Cfr. también Demetrio Estébanez Calderón, Diccionario de términos
literarios, Madrid: Alianza, 1996, ss. vv. «aforismo», «máxima», «sentencia».
18 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

diccionarios, una máxima condensada de pensamiento que expresa una


norma de vida, o una breve sentencia filosófica.
¿Qué distingue un aforismo de una máxima o de una sentencia? Nada,
solo la brevedad.11

Da toda la impresión de que la cuestión es irresoluble, por cuanto


las voces antes citadas –sentencia, máxima…– entorpecen el acerca-
miento a la definición, al mezclarse ahora cuestiones morales con as-
pectos estrictamente filosóficos que en la aproximación lexicográfica
anterior se distinguían con cierta claridad. Según Eco, si lo he com-
prendido bien, la diferencia entre el aforismo y las restantes formas
es cuestión de cantidad. Y dada la relatividad que afecta siempre a la
dimensión, va a ser muy difícil fijar los términos estrictos del aforis-
mo sin salir de los límites de lo ensayístico.12 Sobre todo porque otros
enfoques ponen en duda –con mucha razón– el aserto del semió-
logo italiano relativo a la brevedad del aforismo, al haberse confun-
dido este en no pocas ocasiones con el fragmento (así sucede en el
Romanticismo), excediendo así el aforismo los límites de la sentencia
o de la máxima.13
Creo que cabe, con todo, esbozar una serie de características bá-
sicas del género aforístico en general. Son las siguientes:

11
Umberto Eco, «Wilde. Paradoja y aforismo», en Sobre literatura, Barcelona:
RqueR, 2002, pp. 73-92. La cita, en p. 73. Pero véase también Benito Pelegrín, «Du
fragment au rêve de totalité. Entre deux infinis, l’aphorisme», en Fragments et Formes
Breves. Actes du IIe Coloque International Décembre 1988, ed. Benito Pelegrín, Aix-
Marseille: Publications de l’Université de Provence, 1990, pp. 103-115.
12
No se me olvida que Eco, inmediatamente después del pasaje citado, alude
a la agudeza como posible formante necesario del aforismo, y lo pone en duda.
Volveré más tarde al asunto.
13
Cfr. Ana Bundgaard, «Fragmento, aforismo y escrito apócrifo: formás
artísticas del pensamiento», en Cerezo Galán et al., El ensayo, entre la Filosofía
y la Literatura, ed. Juan Francisco García Casanova, Granada, 2002, pp. 67-94.
Véase la página 74.
INTRODUCCIÓN 19

) El aforismo es una forma de expresión breve y de carácter


independiente y acabado. Eso quiere decir que encierra
generalmente una idea que funciona como conclusión a la que se
llega sin aducir pruebas.14
2) En el carácter breve coincide con otras formas como las citadas
sentencias y máximas. Sin embargo, a diferencia de lo que suele
ocurrir con aquellas dos variedades, que forman parte de una
tradición que viene desde la Antigüedad (independientemente
de que se conozca o no su autor) y que las convierte muchas
veces en material mostrenco, el aforismo suele tener detrás un
autor conocido. Todo el mundo sabe (o sabía hasta hace poco)
que «obsequium amicos, veritas odium parit» es sentencia de
Terencio que se ha repetido hasta la saciedad, por lo que en algún
momento se ha citado como materia tradicional. Frente a este
tipo de dichos, el aforismo suele presentar un autor conocido y
reconocido por los lectores.15
3) El aforismo comparte con máximas y sentencias la unidad y,
solo en algunas ocasiones, la claridad, pero el constitutivo
inherente e inexcusable del aforismo es la originalidad de la
formulación, que en muchos casos adquiere tintes de agudeza.16
Una característica esta, la de la formulación aguda, que no suele

14
Kurt Spang, Géneros literarios, Madrid: Síntesis, 1996, p. 66. Pero tomo el
dato del trabajo citado de A. Bundgaard, a quien sigo en parte en el lineamiento
general de esta caracterización del aforismo.
15
Se me objetará con toda la razón que el aforismo también procede de la
Antigüedad, y que fue inventado por Hipócrates. Concedo, pero cumple observar
que el aforismo hipocrático –al que volveré en breve– tiene poco que ver, más allá
del nombre, con lo que a partir del siglo XVII hemos dado en llamar aforismos.
16
De forma más o menos consciente, la tradición ha reconocido ese carácter
agudo del aforismo: desde los distintos diccionarios citados (el de Andrés Serra
Rojas lo definía en último lugar como «Sentencia breve y elocuente», loc. cit.)
o enciclopedias (Gran Referencia Anaya aludía a que el aforismo se plasma
generalmente «de forma sugerente», s. v.), hasta el citado Umberto Eco.
20 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

acompañar ni a la sentencia ni a la máxima, que parecen menos


preocupadas por la forma que por el contenido.
4) El aforismo coincide con la máxima y la sentencia en su carácter
completo. Los tres se configuran artísticamente en unidades
inseparables. La diferencia estriba en que mientras que las dos
primeras tienen un carácter acabado y cerrado en sí mismas, el
aforismo –debido en gran parte a la mencionada originalidad
de la formulación– permite nuevas interpretaciones gracias a la
glosa o el comentario. Sentencia tiene un matiz de ‘algo acabado’,
como indica el acto de un juez. La máxima no admite más, es
el grado sumo, como va implícito en el propio étimo. Aforismo,
etimológicamente, significa ‘algo que se aparta para la oferta’,
‘sacar algo de su horizonte habitual’, y en ese sentido el aforismo
se distancia de las otras dos formas, en cuanto que permite ir más
allá de lo enunciado estrictamente en él. Dicho en otros términos,
supera el lenguaje al permitir, con su formulación elusiva, ir más
allá de lo dicho. Mientras que máximas y sentencias quedan
recogidas en sí mismas, tienen una orientación centrípeta, el
aforismo siempre permite ir más allá, suele participar de un
carácter centrífugo. Por eso máximas y sentencias suelen tener
una finalidad moral, finalidad esta que puede estar –o no– en
el aforismo, que en ciertos casos busca investigar la realidad y a
veces trascenderla, por lo que con frecuencia puede desligarse
de la orientación moral (algo realmente difícil en los otros dos
subgéneros).
5) Precisamente por ello, el aforismo se instala en un terreno a caballo
entre lo literario y lo filosófico. Por eso hay quien diferencia entre
el aforismo de tipo filosófico, que aspira a expresar la verdad,
y el de tipo literario, abierto y con posibilidades inmensas de
expresión. Y también hay quien distingue entre la idea que
contiene el aforismo y la elaboración literaria.17 Opino, frente a
ellos, que en el aforismo auténtico, la forma es indisociable del
17
Bundgaard, loc. cit., p. 75.
INTRODUCCIÓN 21

contenido, la sustancia varía en función de la expresión. De ahí la


especial conciencia lingüística del escritor que cultiva el género
aforístico, desde el Barroco hasta la actualidad.
6) Si todo lo anterior pudiese dejar de ser una hipótesis para
alcanzar el rango de tesis, de ello se deduciría que máximas y
sentencias se adaptan mejor a los siglos que confían, en general,
en el hombre y su naturaleza, en aquellos momentos en que el
hombre mantiene una relación armónica con su entorno (ya
sea de tipo religioso, como en la Edad Media, o bien con el
nuevo mundo del Renacimiento), mientras que el aforismo,
por su naturaleza proteica y la posibilidad de admitir distintas
interpretaciones, encaja mejor y se cultiva más en tiempos de
crisis, como el Barroco, el Romanticismo o el ya extinto siglo XX,
tan problemático, tan febril.

2. PERSPECTIVA HISTÓRICA DEL AFORISMO: DE LA ANTIGÜEDAD


AL SIGLO XVII
Veámoslo ahora con cierta perspectiva histórica. En realidad, el
aforismo tenía un significado preciso en la cultura griega, cuan-
do Hipócrates recoge en breves fragmentos los principios y doctri-
nas de la escuela médica de Cos. Aforismo equivalía entonces a un
principio científico expresado de forma concisa.18 Así era todavía
en tiempos de San Isidoro, que condensa todo el saber de su época
en las Etimologías. Allí solo aparece el sentido médico del térmi-
no, que se recoge precisamente en el apartado 10 del libro IV («De
libris medicinalibus»): «Aforismus est sermo brevis, integrum sen-
sum propositae rei scribens».19 De hecho, los diccionarios de la Edad
18
N. Abbagnano, op. cit., s. v. «aforismo».
19
San Isidoro de Sevilla, Etimologías, trads. J. Oroz Reta y M. A. Marcos
Casquero, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1982-83, vol. I, p. 500.
Traducido por los editores como «Aforismo es una frase breve que recoge el
sentido completo de un tema propuesto» (p. 501).
22 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

Media no recogen la voz con otro sentido.


Con todo, es obvio que la Edad Media cuenta con una extensa
producción de libros sapienciales en los que el aforismo tuvo un
papel no poco considerable. No es menos sabido que en aquellos
momentos se consideró a Séneca en la literatura española más que
como un moralista, como «un maestro que enseña el arte de vivir
con tino y cordura mundana» a través de sus sentencias y aforis-
mos.20 Karl Alfred Blüher ha señalado la mezcla indiscriminada de
máximas, sentencias y aforismos en este tipo de literatura sapien-
cial medieval, con la salvedad –añado– de que nunca se designan
con el nombre técnico de aforismos, sino como dichos, sentencias,
documentos u otras nominaciones particulares.21 Suelen ser sen-
tencias que se empaquetan bajo títulos muy concretos (Bocados de
oro, Flores de Filosofía, Secretum secretorum...) o bajo el epígrafe to-
talizador que supone entonces la voz libro (Libro de los cien capítu-
los, Libro de los doce sabios, Libro de los buenos proverbios, Llibre dels
dits de savis e filòsofs...). Se trata en realidad de sentencias y máxi-
mas procedentes de la Antigüedad y de la Edad Media árabe que la
imprenta explota con frecuencia en sus primeros años.22

20
Karl Alfred Blüher, Séneca en España. Investigaciones sobre la recepción de
Séneca en España desde el siglo XIII hasta el siglo XVII, Madrid: Gredos, 1983, pp.
70-71.
21
Señala Blüher que en estas obras, casi todas de origen árabe-oriental y con
un carácter político-moral, «se incluían también, muchas veces muy reformadas,
máximas antiguas de autores griegos, por ejemplo, dichos de Sócrates, Platón,
Aristóteles y otros, entre los que, en todo caso, se habían entreverado muchos
aforismos apócrifos. Así pues, encontramos aquí, unidos en simbiosis extrañísima,
una plétora de aforismos que predican la ciencia de vivir que clásicos y orientales
poseían, y un polícromo y múltiple mosaico que, análogamente a los escritos
apócrifos de Séneca en la Edad Media, comprendía sentencias lo mismo de
carácter moral que de pura estrategia práctica» (Blüher: op. cit., p. 73).
22
Así, los Bocados de oro ven al menos tres ediciones entre 1495 y 1527 en
Sevilla, Toledo y Valladolid; otras tres el Secretum secretorum hasta 1516; el
INTRODUCCIÓN 23

Ya en el Renacimiento, habrá que esperar que el talento filológi-


co de Erasmo despache y dirima todos estos géneros breves en los
prolegómenos de los Adagia. Aunque el de Rotterdam busca en esta
ocasión, como es lógico, aquilatar el concepto de adagio, y dedica
a esa clase la mayor parte del prefacio a su colección, lo compa-
ra con otros géneros mínimos a efectos de definición y diferencia.
Menudean las referencias al concepto de sentencia, pero no men-
ciona nunca la voz aforismo:

Primum inter sententiam & paroemiam eiusmodi ratio est, ut utraque


cum altera coniugi, utraque rursus ab altera queat seiungi, non aliter
quam album ab homine. Vt enim non statim album quod homo, neque
protinus homo quod album, nihil tamen vetat id album esse, quod sit
homo: ita non raro sit ut sententia paroemiam complectatur: at non
statim quod paroemia fuerit, idem erit sententia, neque contra.23

La prueba clara de que Erasmo está pensando en sentencias y


no en aforismos es que, poco después, agrega que no faltaron au-
tores, especialmente griegos, que no tuvieron miedo ante este tipo

Libro de los doce sabios aparece como Tratado de la nobleza en lealtad en Sevilla
por Diego Gumiel en 1502, etc. Tomo los datos del Catálogo del Patrimonio
Bibliográfico Español (www.mcu.es/ccpb/ccpb-esp.html).
23
«Quomodo paroemia differat ab iis, quae videntur illi confinia», en
Adagiorum Chiliades Des. Erasmi Roterodami, Basilea: Froben, 1551 (BNE
R/20.130), pp. 4-5. Ofrezco la traducción de Puig de la Bellacasa en Erasmo,
Adagios del poder y de la guerra, ed. Ramón Puig de la Bellacasa, Valencia: Pre-
textos, 2000, pp. 65-95. La cita, en pp. 70-71, pero nótese que el de Rotterdam no
emplea en el original latino ni una sola vez la voz aforismo, siempre usa sententia:
«En primer lugar, entre aforismo y el adagio se da una relación que consiste o
en estar unidos el uno al otro o, a la inversa, en tender a separarse el uno del
otro, a semejanza de «blancura» y «hombre». Así como blancura no coincide con
hombre ni tampoco hombre equivale a blancura, aunque nada impida que en la
constitución de un hombre entre también lo blanco, de este modo, tampoco es
raro que un aforismo incluya a un adagio, aunque lo que hace al adagio no será
sin más lo mismo que hace al aforismo, ni viceversa.»
24 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

de obras y compilaron gnomologías, es decir, colecciones de senten-


cias. Señala entre los más importantes a Nicolas Stobaeus, y asegu-
ra que él preferiría aprobar ese tipo de tarea antes que emularla.24
Erasmo, experto conocedor de los clásicos griegos y latinos, sabía
sin duda de la pertenencia del género aforístico al mundo griego, y
de lo raro y escaso durante la Edad Media y los primeros años del
Renacimiento. Por ello no se refiere en ningún caso al término en
su texto, y está pensando más bien en el concepto general de sen-
tencia, que él opone al de adagio. Todavía un siglo después, la voz
gnomología empleada en un título sigue remitiendo a las coleccio-
nes de sentencias. 25
Comoquiera que fuese, lo cierto es que la actitud de Erasmo –y
no podía ser de otra manera– sienta escuela. No serán pocos los
autores que en los preliminares de libros acerca de estos géneros
breves separan el género tratado de los restantes, siguiendo al de
Rotterdam. Es el caso de Conrado Lycosthene en sus Apotegmas,
quien procede siguiendo al milímetro el modo erasmiano.26
Otro humanista, amigo de Erasmo y buen conocedor de la rea-
lidad europea, anduvo también por las cercanías del aforismo, aun-
que también sin emplear el término. Me refiero al exiliado valencia-

24
«Neque defuere tamen, potissimum apud Graecos, qui gravati non sunt
operam in hoc genere sumere, γνωµολογιαν, id est, sententiarum collectionem
conscribentes, inter quos praecipuus Nicolaus Stobaeus. Quorum ego certe
laborem probarim libentius quam aemulari velim» (p. 5).
25
Estoy pensando en la ΓΝΩΜΟΛΟΓΙΑ, seu Sententiarum Memorabilium cum
primis germanicae gallicaeque linguae, brevis et aperta, latino carmine..., a cargo
de Iohannes Buchlerus, «Coloniae, sumptibus Bernardi Gualtheri, MDCVI»
(BNE 3/40.654), en donde se recogen, por orden alfabético, sentencias ordenadas,
primero en alemán, más tarde en latín, francés...: Abstinentia, adversitas, adulatio,
aetas...
26
Conrado Lycosthene, Apophthegmata ex probatis graecae latinaeque linguae
scriptoribus, Iacobus Stoer, 1591 (Bibl. Universitaria de Salamanca BG/4.176),
fols. Ëij-Ëiiij).
INTRODUCCIÓN 25

Antoon Claeissens, Marte venciendo a la Ignorancia rodeado por las Artes


Liberales, 605 (Groeninge Museum, Brujas)

no Juan Luis Vives, quien ya en la Censura de las obras de Aristóteles,


al llegar a los libros morales, había señalado la congruencia de ex-
traer ejemplos del campo de la Historia y utilizar «sentencias y
apotegmas» de poetas y oradores antiguos para guiar la conducta
de los hombres.27 Para esta ocasión, sin embargo, resulta mucho
más interesante la Introducción a la sabiduría, texto compuesto por
breves fragmentos, al que en las ediciones renacentistas se añadía
siempre el Satellitium animi, una colección de divisas comentadas,
no en la forma sistemática del tratado medieval, sino a manera de
sentencias o aforismos.28 Vives enderezó la Escolta del alma a doña
María Tudor, hija de Enrique VIII, a quien promete en el prólogo

27
Juan Luis Vives, Censura de las obras de Aristóteles, en Obras completas,
trad. Lorenzo Riber, Madrid: Aguilar, 1947, vol. I, p. 980.
28
Cfr. Blüher, op. cit., p. 266.
26 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

«doscientas guardas» que le recomienda llevar siempre consigo, de


noche y de día, tanto en casa como fuera.29 Y agrega:

Symbola appellavi quasi notas quasdam cuiusmodi vetus mos erat


principibus se insignire, quod et fit hodie. [...] Porro symbolorum
haec est lex, ut sententiam absolvant verbis ad summum quinque &
quo breviora sunt, hoc venustatis plus habeant quale est illud Augusti.
Obscuritatis aliquid & allegoriae symbolum condit ut paulum a naturali
sensu deflectatur. [...] Idcirco & expositiunculas addidi, breves quidem,
pro rei argumento, sed in hoc tantum, ne te in multis ambiguitas vel
remoraretur, vel falleret (fols. 42v-43r).30

Desde luego, contemplar el texto de Vives como un precedente


de los libros de aforismos del siglo XVII resulta tentador por varias
razones: el número cerrado de elementos (doscientos declarados
–aunque en realidad tiene 239–, frente a los trescientos que apare-
cen en el Oráculo manual de Gracián, o los quinientos recogidos
en otros textos del XVII); su brevedad, que encierra oscuridad y
densidad de sentido; más el comentario a lo que sería el aforismo

29
«satellites ducentos, nam excurrentem numerum non imputo, quos sic
tibi facies familiares, ut nec noctu, nec interdiu, nec domi nec in publico sinas
a tutela animae ac vitae tuae vel latum unguem abscedere» (Ioannis Ludovicis
Vivis Valentini, Ad sapientiam Introductio, Salamanca: Mathías Gast, 1572, BNE
R-30.459. Satellitium animi abarca los folios 41-66. La cita, en fol. 42r).
30
«Le di el nombre de símbolos a manera de aquellas insignias o señales con
que a usanza vieja solían divisarse los reyes, costumbre que dura aún hoy día
[...] Es de ley en esos símbolos, motes o empresas, encerrar una gran densidad
de sentido en muy contadas palabras, cinco a lo sumo, y cuanto más breves son,
más venustez y elegancia tienen, como es aquel mote de Augusto: Matura: Date
prisa con pausa. El símbolo o empresa encierra algo de oscuridad y alegoría, sin
desviarse mucho del sentido directo. [...Ese hermetismo no debe ser ciego...].
Para obviar este inconveniente, añadí unas expresioncillas, breves ciertamente,
según lo requería el argumento, con el exclusivo fin de que en muchos de ellos
su ambigüedad no te mantuviese indecisa ni engañada» (traducción de Lorenzo
Riber, en las Obras citadas, p. 1178).
INTRODUCCIÓN 27

propiamente dicho, el título. En ese sentido, Vives puede funcionar


como antecedente de lo que se verá en la centuria siguiente,31 pero
hay que reconocer que no emplea una sola vez el vocablo aforismo,
limitándose siempre al consabido sententia e incluso dictum, cuan-
do no a empleos deícticos del tipo Hoc o Istud para referirse a las
sentencias de los antiguos.32
En realidad, da toda la impresión de que el siglo XVI, que tanto
vuelve a la Antigüedad para explicarse a sí mismo, no reparó dema-
siado en el breve género del aforismo. De hecho, que el concepto no
existe en ese momento lo atestiguan los diccionarios españoles y
europeos de la época. El Dictionarium de Ambrosio Calepino reco-
ge las voces adagio, apotegma, sentencia y máxima, pero no aforis-
mo. Y esos libros que son los verdaderos cd-rom del Renacimiento,
las enciclopedias más recientes del momento, las polianteas, reco-
gen la voz sentencia, pero el aforismo no deja huella en ellas, al me-
nos en los textos más difundidos en el momento y conocidos en la
actualidad, como son los de Nanius Mirabellius, Joseph Langius o
Beyerlinck.33
El Tesoro de Covarrubias, compuesto en la primera década del

31
Para Vives como antecedente de Gracián, véase E. Hidalgo-Serna, El pensa-
miento ingenioso en Baltasar Gracián. El «concepto» y su función lógica, Barcelona:
Anthropos, 1993; Aurora Egido, Humanidades y dignidad del hombre en Baltasar
Gracián, Salamanca; Universidad, 2001, p. 54; o Emilio Blanco, introducción a
Baltasar Gracián, Arte de ingenio, Tratado de la Agudeza, Madrid: Cátedra, 1998,
pp. 22-23.
32
Vives emplea la voz «symbolum» en los números 1, 117 y 133; pero la
triunfadora es sin duda «sententia» en los distintos casos latinos (números 127,
131, 138, 172, 186...), seguida de cerca por «dictum» (números 100, 187, 201,
202, 205).
33
Para el Dictionarium de Calepino me he servido de una edición tardía
(Lugduni, MDCLXIII, BNE 3/42.562-3), todavía más significativa porque
a esas alturas no se encuentra aún la voz aforismo. Las polianteas omiten
sistemáticamente la voz aforismo, incluso las versiones más tardías de las de
Nanius Mirabellius o Beyerlinck.
28 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

XVII, solo recoge aforismo en su sentido médico clásico, aunque


tampoco incluye sentencia ni máxima. La omisión, con todo, es más
grave en el primer caso, pues es bien sabido que las primeras letras
de este léxico están mucho más mimadas que las últimas, pues a
partir de cierto momento –la letra C, en concreto– se descubre un
cierto apresuramiento en el proceder lexicográfico del toledano.34

3. EL AFORISMO EN EL SIGLO XVII


NUEVAS FORMAS PARA NUEVAS IDEAS: EL AFORISMO, PRINCIPIO
DE CIENCIA A COMIENZOS DEL XVII
Visto desde hoy, es lógico que el Renacimiento ignore el aforis-
mo, porque se trata de un invento propio del siglo XVII. Los hom-
bres de fines del Renacimiento, en su interés por fundamentar más
allá de la retórica y de los argumentos basados en la autoridad de
los antiguos el avance del saber, recurren a esta forma breve para
llevar sus conocimientos un punto más adelante.
Es obvio que no me refiero a todos los hombres de fines del XVI,
y tampoco a la mayor parte de los que viven en el XVII, pues un
nutrido grupo de este conjunto sigue aliméntandose de las ideas re-
cibidas sin plantearse cambio alguno de lo heredado de la tradición
humanista. Hay otros, sin embargo, que partiendo del consabido
omnia iam dictum se interrogan sobre la posibilidad de traspasar
barreras, y lo hacen sobre todo a través de dos vías: una de carácter
general, el planteamiento de la utilidad y validez de los distintos
sistemas filosóficos y de organización del pensamiento, y otra de
carácter más particular, que tiene que ver con la utilización práctica
de la historia en ese proceso intelectivo.

34
Véase en este sentido el prólogo de Martín de Riquer a Covarrubias, Tesoro
de la lengua castellana o española, Barcelona: Altafulla, 1983, p. VIII. Y ver
ahora la edición digital de Studiolum (www.studiolum.com).
INTRODUCCIÓN 29

Francis Bacon es uno de los primeros, si no el primero, en plan-


tearse ese avance del conocimiento, y otorga un papel primordial a
la reflexión abierta y libre que supone el aforismo frente al carácter
estático y estéril del método, del sistema cerrado. Así lo expone en
el primer libro de El avance del saber, de 1605:

Otro error, de naturaleza diversa de la de todos los anteriores, es la


prematura y perentoria reducción del conocimiento a artes y métodos,
a partir de la cual las ciencias suelen recibir poco o ningún aumento.
Pues así como los jóvenes, una vez perfectamente hechos y formados, es
raro que sigan creciendo, así también el conocimiento, mientras está en
aforismos y observaciones, está en tiempo de crecimiento; mas una vez
encerrado en métodos precisos, podrá quizá ser más pulido e ilustrado,
y acomodado al uso y a la práctica, pero no aumenta más de volumen
y sustancia.35

Que la tesis de Bacon no es una ocurrencia puntual queda pro-


bado en varios lugares de la misma obra, en donde se repite con
verdadero énfasis la importancia del aforismo como método de co-
nocimiento innovador que supera el estatismo del sistema:

Otra división del método, de gran consecuencia, es la que se refiere a la


transmisión del conocimiento en aforismos o de manera sistemática:
a propósito de lo cual podemos observar que ha habido demasiada
costumbre de, a partir de unos cuantos axiomas u observaciones acerca
de cualquier tema, construir un arte solemne y formal, rellenándolo con
algunos discursos, ilustrándolo con ejemplos y refundiéndolo todo en
forma de sistema; pero la escritura en aforismos tiene muchas virtudes
excelentes, a las cuales no alcanza la escritura sistemática.
7. Pues, en primer lugar, pone a prueba al escritor, revelando si es
superficial o profundo: porque los aforismos, salvo que sean ridículos,

35
Francis Bacon, El avance del saber, intr. Alberto Elena, trad. María Luisa
Balseiro, Madrid: Alianza, 1988, VI, 4, pp. 47-48.
30 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

no se pueden hacer si no es con el meollo y médula de las ciencias, ya que


no tienen cabida en ellos ni el discurso ilustrativo, ni las enumeraciones
de ejemplos, ni el discurso de conexión y orden, ni las descripciones de
práctica, de suerte que no queda otra cosa con que llenar el aforismo
más que una buena dosis de observación; y por consiguiente nadie es
apto para escribir aforismos, ni sensatamente intentaría hacerlo, sino el
que posea un conocimiento correcto y bien fundado. En los sistemas,
en cambio,

tantum series juncturaque pollet,


Tantum de medio sumptis accedit honoris,
[Hor., Ars, 242-3: Tanto pueden el arte y la concatenación,
con tanta gracia se puede presentar lo mediocre,]

que es posible hacer gran ostentación de arte con cosas que disgregadas
valdrían bien poco. En segundo lugar, los sistemas son más adecuados
para obtener asentimiento o creencia, pero menos para orientar a la
acción: pues en ellos se hace una especie de demostración circular,
iluminando una parte a otra, y por eso satisfacen, mientras que los
particulares, al estar dispersos, concuerdan mejor con las indicaciones
dispersas. Y, finalmente, los aforismos, al presentar un conocimiento
incompleto, invitan a seguir investigando, en tanto que las exposiciones
sistemáticas, al aparentar una totalidad, aquietan y hacen creer que se ha
llegado a término (ibid., XIV, 6, pp. 48-49).

Bacon rechaza, pues, el discurso ilustrativo, adobado con ejem-


plos y perfectamente trabado. Apurando su propuesta hasta el final,
la conclusión no puede ser más reveladora y demoledora, pues lleva
implícita la puesta en duda –y el derribo– de uno de los sistemas
más completos y complejos de la organización del conocimiento
desde la Antigüedad, y que los hombres del siglo XVI habían explo-
tado sin tasa. Me refiero, claro es, a la retórica, que sale bastante mal
parada después de la lectura de este pasaje. De hecho, Bacon la ve
como algo acabado en el mundo del conocimiento, a diferencia de
INTRODUCCIÓN 31

lo estrictamente científico, campo en el que está todo por hacer.36


El viejo sistema de causas y argumentos, cantos de sirena en su opi-
nión, vale para seducir, pero no para una discusión que se precie
con argumentos probatorios de valor científico:

En segundo lugar, hay una seducción que obra por la fuerza de la


impresión y no por la sutileza del enredo: que, más que dejar perpleja a
la razón, la vence por la potencia de la imaginación. Pero esta parte me
parece más apropiado tratarla cuando hablemos de la retórica (XIV, 8,
p. 40).

Frente a una retórica que puntúa a la baja en la bolsa del conoci-


miento, hay en Bacon una reconsideración de la Historia como dis-
ciplina al alza en los aspectos prácticos. No podía ser, claro, la misma
Historia que había encandilado a los humanistas de la centuria an-
terior. Por eso cambian los modelos. Si el Renacimiento había visto
subir como la espuma a Plutarco, porque junto a la historia ponía la
doctrina, como reconocía embobado Diego Gracián, su traductor al
castellano; si el Renacimiento estima a Plutarco, como digo, a fines
del XVI Bacon repudia ese género de escritura en el que el comenta-

36
«La invención es de dos clases, que difieren mucho entre sí: una de las artes
y ciencias, y la otra del discurso y argumentos. La primera la encuentro omitida,
con una omisión que me parece ser como si al hacer el inventario de las posesiones
de un difunto se escribiera que no hay dinero en efectivo: pues así como con el
dinero se obtienen todos los demás bienes, así este conocimiento es aquel con que
se compran todos los restantes. Y así como no se habrían descubierto las Indias
Occidentales si antes no se hubiera descubierto el empleo de la aguja de marear,
aunque lo uno sean vastas regiones y lo otro un pequeño movimiento, así no ha
de extrañar que no se descubran nuevas ciencias, si se ha pasado por alto el arte
mismo de la invención y el descubrimiento. 2. Que esta parte del conocimiento
falta es cosa a mi juicio evidente: pues, en primer lugar, la lógica no se propone
inventar ciencias o los axiomas de las ciencias, sino que lo pasa por alto con un
Cuique in sua arte credendum» (ibid., p. 131. Hay que dar crédito a cada uno en lo
que se refiere a su arte).
32 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

rio se mezcla con la narratio rerum gestarum, y postula una discipli-


na distinta para cada modalidad, el libro de historia frente al tratado
político37. No sorprende, pues, que los modelos varíen, y que se ladee
al citado maestro de Queronea, o a Salustio, verdaderos referentes
de la historiografía humanista, para dar el papel prevalente, en clara
anticipación de lo que será el siglo XVII, a Tácito, porque incluye «las
circunstancias de tiempos, motivaciones y ocasiones», tres palabras
claves para lo que va a ser la nueva cultura del Barroco.38
Y si caen la retórica y la historia, por su propio peso lo hará
también el ejemplo como método de argumentación, tan empleado
durante el Renacimiento a la hora de proponer modelos que la ar-
gumentación de tipo discursivo extrae del relato histórico:

37
«Tampoco puedo ignorar una forma de escrito que han hecho algunos
hombres graves y prudentes, en la cual se contiene una historia suelta de aquellas
acciones que les han parecido dignas de recuerdo, con comentarios políticos y
observaciones acerca de las mismas, no incorporados a la historia, sino puestos
por separado, y como cosa la más principal en su intención. Esta historia
meditada me parece más propio colocarla entre los libros de política, de los que
luego hablaremos, que entre los de historia: pues el verdadero cometido de la
historia es el presentar los acontecimientos mismos junto con las deliberaciones,
y dejar las observaciones y conclusiones que de aquellos se pueden extraer a la
libertad y capacidad de juicio de cada cual. Pero las mezclas son cosas irregulares,
que no es posible sujetar a definición» (ibid., II, 12, p. 91).
38
«Por eso yo desearía que se hiciera, cuidadosa y diligentemente, una
compilación de antiquis philosophis, con cuantos posibles datos nos han llegado
de ellas. Esta clase de obra la encuentro omitida. Mas aquí he de poner una
advertencia: que se haga con claridad y separadamente, con la filosofía de cada
uno completa en sí, y no por títulos empaquetadas y hacinadas juntas, como hizo
Plutarco. Pues la armonía de una filosofía consigo misma es lo que le presta luz y
crédito, mientras que disgregada y rota parecerá más extraña y disonante. Pues,
así como cuando yo leo en Tácito las acciones de Nerón o de Claudio, con las
circunstancias de tiempos, motivaciones y ocasiones, no me parecen tan extrañas,
pero cuando las leo en Suetonio Tranquilo reunidas en epígrafes y paquetes, y no
por orden cronológico, me parecen más mostruosas e increíbles, así acontece con
cualquier filosofía, de ser expuesta entera a desmembrada en artículos» (ibid.,
VIII, 5, p. 115). Huelga cualquier comentario.
INTRODUCCIÓN 33

Otto Vaenius, Teatro Moral de la Vida Humana, Bruselas: Francisco Foppens, 672, p.
59. «Nada es más provechoso que el silencio».
34 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

Mas las fábulas eran representantes y sustitutos a falta de ejemplos;


ahora que la época abunda en historias, se logra mejor puntería sobre
blanco vivo. Por eso la forma de escrito más adecuada para este tema
variable de la negociación y los asuntos civiles es aquella que prudente y
acertadamente escogió Maquiavelo para el gobierno, esto es, el discurso
sobre historias o ejemplos. En efecto, el conocimiento recientemente
y a la vista extraído de particulares es el que mejor se deja aplicar de
nuevo a particulares; y es mucho más conveniente para la práctica que
el discurso sirva al ejemplo que no que el ejemplo sirva al discurso. No
se trata de una cuestión de orden, como a primera vista parece, sino de
contenido. Pues cuando la base es el ejemplo, al estar registrado dentro de
una historia amplia, está puesto con todas las circunstancias, que a veces
pueden limitar el discurso que sobre él se haga, y a veces complementarlo
en cuanto modelo para la acción; mientras que los ejemplos aducidos para
servir al discurso se citan sucintamente y sin pormenores, y llevan en sí
una apariencia de supeditación hacia el discurso que con su inclusión se
pretende justificar (ibid., XXIII, 8, cursiva mía).

Las ideas expuestas por Bacon debían flotar en el ambiente ge-


neral del primer cuarto del XVII, y pudieron difundirse en España
a través de algunos libros. Pienso ahora en el Tácito español ilustra-
do con aforismos, de Baltasar Álamos de Barrientos. Los textos limi-
nares son jugosísimos en el sentido que ahora nos ocupa. Aprueban
el libro el Licenciado Antonio de Covarrubias y don Luis Cabrera
de Córdoba. Este último, que ya ha estampado su conocido De his-
toria, para entenderla y escribirla (Madrid, 1611), debía estar dema-
siado atareado redactando su monumental Felipe II, rey de España y
despacha, como suele ser habitual, de manera rutinaria, aludiendo a
las máximas recogidas por Álamos.39 La aprobación de Covarrubias
39
«En las máximas que dél saca en toda Filosofía, sin ofensa de la pureza civil,
y de todo buen sentir, con inmenso estudio, buena inteligencia y enseñança para
las materias y Razón de Estado, es seminario de exemplos y conceptos políticos...»
(Baltasar Álamos de Barrientos, Aforismos al Tácito español, ed. J. A. Fernández-
Santamaría, Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1987, 2 vols., vol. I, p.
18. Todas las citas van por esta edición).
INTRODUCCIÓN 35

era, según parece, muy anterior, de en torno a 1594.40 Este, que for-
maba parte del Consejo Real y ocupaba beneficio en Toledo, se ex-
tiende a lo largo de cuatro páginas, y empieza celebrando la utili-
dad de la historia de Tácito «para hombres que goviernan y tratan
grandes Estados; y aun para los que en ellos son governados» (p.
13). Levanta también acta de la novedad de la denominación (es
Álamos –dice– quien llama aforismos a estas sentencias), y explica
en qué consiste el nuevo género («sentencias breves sacadas de los
casos de la Historia»), así como su utilidad como medio para gover-
narse en el futuro.41 Pero lo más interesante de todo es la clasifica-
ción que de este nuevo género propone el maestrescuela toledano:

…ay tres diferencias dellos. Vnos son que assí como están se pueden
seguir. Otros, que assí como están, se deven huir. Otros, que es
menester añadiendo, o quitando o mudando, ajustarlos con los casos
y circunstancias diferentes que se ofrecerán en lo presente [...]. Que
en esta parte de ciencia moral, pública o particular, no ay regla general
segura; y que no requiera prudencia particular en las ocasiones (p. 16).

Ni que decir tiene que el último subgénero se adapta como un


guante a la moral de acomodación que más adelante postularán
autores como Setantí, Baltasar Gracián y tantos otros. Los dos pri-
meros tipos corresponden con la sentencia o con la máxima, de
40
Al menos, así lo declara el propio Álamos de Barrientos en la advertencia
«Al lector», p. 43.
41
«Es pues la tercera parte de los Aforismos que llama, que son sentencias
breves sacadas de los casos de la Historia, y lo que sobre ellos Tácito discurre...
[...] Este disinio, o empresa, o acometimiento de juntar estas sentencias, que
llama Aforismos, es muy de loar y estimar, comoquiera que se haga, porque es el
más principal fruto y provecho que se puede y debe pretender de la Historia, que
por esso se llama maestra de la vida. [...] porque si la Historia es Historia, y no
matrícula, índice o reportorio, nos ha de enseñar por lo que se escribe y cómo se
escribe, junto con lo que passó, lo que passará en semejantes casos por la mayor
parte, si se guiare por los mismos medios...» (p. 15).
36 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

validez y aplicación universal tanto en su sentido positivo (haz


esto) como en el negativo (no hagas esto). Pero ambas se quedan
pequeñas en un mundo en crisis que requiere distintas soluciones
ante un mismo problema en distintas ocasiones. De ahí la utilidad
de la última variante, la que se distingue realmente de máximas y
sentencias. Covarrubias notó bien, pues, que junto al molde tradi-
cional de la sentencia, en los textículos recogidos por Álamos de
Barrientos alentaba también una forma que no tenía un sentido
único, sino que su entendimiento y puesta en práctica pasaba por
un doble prisma: el del lector (unos interpretarían y resolverían de
forma distinta a otros) y el de la circunstancia (que podría llevar
incluso a un mismo lector a entender el aforismo de distinto modo
y a actuar de distinta manera en función de la ocasión). El tercer
tipo de la taxonomía de Covarrubias no tiene nada que ver con la
sentencia, de cuño medieval y tan exprimida por los humanistas,
que solo tenía una lectura y que incitaba a obrar en un sentido u
otro sin ambigüedades.
También entre los preliminares del libro de Álamos, hay tres tex-
tos del propio recopilador. Uno de ellos, la advertencia «Al lector»,
apenas es relevante para la cuestión del aforismo, mientras que los
otros dos resultan ciertamente provechosos en esa dirección. El pri-
mero de ellos es la «Dedicatoria» de la obra a don Francisco Gómez
de Sandoval y Rojas; el segundo, el «Discurso para inteligencia de
los aforismos, uso y provecho dellos». En total, más de veinte pági-
nas en las que se repiten en ocasiones las ideas, por lo que intentaré
sistematizar de algún modo lo expuesto por Álamos.
La denominación que él ha dado a este género es la de aforismo,
aunque valen otros muchos: precepto, regla, advertimiento, aviso,
conclusión... De hecho, Álamos solo los llama Aforismos en el título
y al comienzo y final del Discurso para inteligencia de los aforismos,
uso y provecho de ellos. En las restantes ocasiones emplea las deno-
minaciones tradicionales. Resalto en cursiva los lugares concretos:
INTRODUCCIÓN 37

Todo lo que he dicho se aprenderá en la historia, considerando el fin


y sucesso de los casos que refiere, y formando de esto vnos preceptos y
reglas, o sean advertimientos y avisos generales, por donde guiar nuestras
obras y consejos (pp. 23-24).
...su intento [de Tácito] en todos ellos fue repartir los preceptos y avisos
de estado debajo de la sombra de la historia [...] para que no todos, si
no los cuidadosos y que ponen asistencia y estudio en ella [la historia],
conozcan y aprendan las reglas con que se conserva, y los consejos y
resoluciones con que se corrompe y destruye el gobierno político (p. 26).
...saqué también dél [Tácito] todos los preceptos reglas y avisos de estado
que alcançó mi ingenio... (p. 27)
...me incliné a [...] sacar, como buen destilador, el espíritu y quinta
essencia de la historia de Tácito, reduzido a unas reglas y conclusiones
generales, avisos y advertencias de las acciones humanas... (p. 3).
...los principios y reglas que digo... (p. 34), «...la lección [...] destos
preceptos generales...» (p. 34).
Y para esto será necessario ponerles delante, como espejo en que se
vean, reglas y conclusiones como la passada... (p. 35).
¿Y quién avrá que no guste [...] hallar reduzido a unos breves
apuntamientos, y como en una pintura, las reglas y doctrinas necesarias...
(p. 37).
Esto, pues, es lo que he pretendido hacer, sacando estas reglas y doctrinas
de las mismas palabras y razones que da Tácito en los sucessos que
escribe, [...] aunque a la primera vista y lección no se perezcan ni
descubran: unas por reglas y doctrinas [...], y las otras por advertencias
[...]. Y también son muchos destos avisos y advertencias... (p. 37).
...es provechosíssima cosa aver reglas y advertencias sacadas de casos
semejantes... p. 38).

La polionomasia se encierra al final del Discurso preliminar cita-


do, cuando Álamos concluye:

Y estas proposiciones generales he llamado Aforismos, que los derechos


llaman reglas: «Que es una cosa que brevemente nos dibuxa y declara
aquello que se pretende enseñar», sirve para más fácil memoria dellos, y
38 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

para más universal aplicación a los casos que suceden, y a las consultas y
dudas que se han de resolver. [...] Quise usar deste nombre de Aforismos,
aunque pudiera del de reglas, sentencias o conclusiones... (p. 39).

Visto de este modo, da la impresión de que el nuevo género


propuesto en castellano por Álamos no difiere demasiado de las
reglas, conclusiones, avisos, etc. a que estaba habituado cualquier
estudiante o lector habitual de textos técnicos en la época. No es
así, pues en los dos textos preliminares citados Álamos postula con
ciertos interrogantes el estatuto de ciencia para esa sabiduría des-
tilada en la alquitara tacitista. Algo de ello se ve en la dedicatoria al
Duque de Lerma, pero queda meridianamente claro en el Discurso
para inteligencia de los Aforismos..., cuando tras citar a Hipócrates
y Ptolomeo como primeros reductores de la medicina y de la as-
trología a «principios de ciencia», se pregunta si una ciencia puede
fundarse bien en demostraciones matemáticas únicamente, o solo
en discursos «sin principios ciertos y determinados en que se fun-
den los maestros y profesores della» (pp. 32-33). La conclusión no
se hace esperar mucho. Si todas las ciencias, artes y oficios huma-
nos tienen principios y reglas generales para enfrentarse a los casos
particulares, ¿por qué no la política y el gobierno de los estados,
tanto en lo que ocupa al rey como a sus consejeros?:

¿No es ciencia esto, sin la qual todas las demás ciencias, artes y oficios
serían inútiles, sin uso o sin provecho? ¿No tiene maestros y reglas,
y principios generales y comunes a todos, y de donde se deriven los
sucessos y juicios particulares. Por cierto sí es, que en cosa tan excelente
no se avía de proceder a caso. Ciencia es la del govierno y su Estado [...]
Ciencia, pues, será esta, que nos enseñará a proceder en la vida, y casos
della, y sus pronósticos y remedios (pp. 34-35).

La reivindicación no deja de desprender un cierto olor a com-


INTRODUCCIÓN 39

plejo de inferioridad frente a otras materias que en esos momentos


han adquirido, o están a punto de hacerlo, el estatuto real e indis-
cutido de científicas. De hecho, la propuesta de Álamos presenta
puntos débiles que no se le escapan:

Y aunque sé bien que, tomándolo en toda propiedad Lógica, no se


puede rigurosamente llamar ciencia esta prudencia de Estado por no
ser las conclusiones della evidentes y ciertas siempre y en todo tiempo,
ni tampoco precisso el sucesso que por ellas se espera y adivina; y que
si bien son ciertas por lo más ordinario y respecto de lo universal, no
serán infalibles en un particular, que con la fuerça del libre albedrío,
que basta, podrá vencer su natural inclinación, y moderar sus afectos.
Pero con todo esso la quise llamar ciencia, por ser el arte de las artes,
y ciencia en fin de discursos prudentes, fundados en sucessos de casos
semejantes, con que los hombres podrán guiar y endereçar su ánimo
al bien, y apartarle del mal, y conocer por la mayor parte los disinios y
consejos agenos en el principio y medio dellos, y antes de su execución,
sin que aya otro mejor ni más cierto medio para ello. (p. 35).

Al no cumplirse siempre y sistemáticamente estas reglas en cual-


quier circunstancia, falla la demostración y cae el estatuto científico
de la política, aunque a Álamos no parece importarle demasiado y
reclama la utilidad de la disciplina en función de su carácter general
(no vale solo para la Monarquía española, sino también para otros
lugares y para otros tipos de gobiernos diferentes, p. 38). Reclama,
pues, para sí la excelencia de primero en la empresa de fundamen-
tarlo:

Y comoquiera que sea, yo avré dado principio a esta manera de ciencia en


nuestra nación, y llevaré, como dice el Moral Poeta, la mitad de la gloria,
pues al que comiença se le deve la mitad de la obra. Póngala en perfección,
junte con esos otros muchos, y a unos y a otros añada sus discursos y
comentos el que gustare de semejante trabajo, que no será inútil ni
malgastado el tiempo que se ocupare en ello: «Ni las artes ni ciencias se
40 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

pueden perficionar de una vez, sino que es menester que aya quien les dé
principio, y que otros después las vayan perficionando» (p. 38).

No sé si de todo lo expuesto se podría deducir la influencia de


Bacon sobre el pensamiento teórico de Álamos de Barrientos. De
hecho, para este asunto se podría dejar de lado a Álamos e incluso
al propio Bacon, porque el descrédito de la sentencia como molde
iterativo y poco original puede remontarse hasta Séneca, que dejó
un precioso tratadito sobre esta forma breve en la epístola 33. Allí,
tras señalar su utilidad, levanta acta igualmente de su excesivo nú-
mero, y señala su funcionalidad como elemento educativo para ni-
ños e inexpertos, por la facilidad con que se recuerdan. Pero…

al hombre con notorio aprovechamiento le resulta vergonzoso ir a


recoger florecillas, apoyarse en máximas muy conocidas y compendiadas,
y depender de su memoria: debe ya sustentarse en sí mismo. Exprese
tales conceptos sin retenerlos mentalmente, pues resulta indecoroso
[…] obtener sus conocimientos apoyándose en un libro de memorias.
[...] Recordar supone conservar en la memoria la enseñanza aprendida;
por el contrario, saber es hacer suya cualquier doctrina sin depender de
un modelo, ni volver en toda ocasión la mirada al maestro.42

Por eso el cordobés incita a avanzar, pues «nunca se harían ha-


llazgos si nos contentáramos con los ya realizados». Por eso las sen-
tencias deben servir de guía, y hay que investigar, profundizar en la
verdad, que nadie ha acaparado por completo: gran parte del estu-
dio de esta «se ha encomendado también a la posteridad» (p. 238).
Ni que decir tiene que las Epístolas a Lucilio parecen prefigurar, de
algún modo, el citado Avance del saber de Bacon.

42
Séneca, Epístolas morales a Lucilio, trad. I. Roca Melia, Madrid: Gredos,
1986, vol. I, pp. 234-238.
INTRODUCCIÓN 41

Por ello a Setantí no le hacía falta un conocimiento directo de


Bacon, ni haber leído el libro de Álamos de Barrientos, para llegar
a esas ideas. Lo que es innegable es la sintonía entre nuestro autor
y el último de los citados, que se acentúa cuando se analiza, por
ejemplo, el papel que los dos conceden a la historia, pues Álamos
también reclama la exposición de causas y motivaciones como con-
dición básica del relato histórico, lo que lleva a la valoración melio-
rativa de Tácito.43 O cuando duda de la validez general del ejemplo,
de nuevo en consonancia con el autor inglés y frente a la idea reci-
bida de los humanistas del siglo XVI.44 O cuando se muestra a favor
de la conjunción de ciencia (la Historia, la enseñanza universal de
la política) y experiencia, la escuela particular (p. 34).

TRIUNFO DE LA DENOMINACIÓN AFORISMO EN EL SIGLO XVII


Bien a través de Bacon, bien a través de los textos liminares de
Álamos de Barrientos, lo cierto es que a partir de 1614 la deno-
minación aforismo se impondrá en ciertos ámbitos. No había sido
así hasta entonces, pues uno de los nombres que había predomi-
nado en toda Europa durante el último cuarto del siglo XVI y

43
«’Que en la historia [dice Tácito] no solo se han de entender los casos y
sucessos de las cosas, que las más vezes, a opinión del vulgo, son obras de fortuna,
y casuales; sino que también se conozcan las causas y razones de ellos’. A que yo
añado: ‘para cobrar prudencia en nuestras acciones’» (p. 24). Allí mismo Álamos
atribuye a Polibio que, cuando se elimina del relato histórico la causa, el modo
y la finalidad, lo que queda sirve más «de burla, juego y entretenimiento que de
doctrina» (p. 24).
44
«Todo ello sin duda se aprende en la lección de las Historias; y dellas se han
de sacar los medios necessarios para aconsejar y resolver en las grandes materias
de estado, en las quales ninguno dudará que se camina y deve caminar por
principios generales y ciertos de las virtudes morales, o por exemplos. [...] lo qual
no ay duda que no puede ser tan general en los exemplos, que siendo de sucessos
passados no se pueden torcer tan fácilmente a nuestra voluntad» (pp. 20-21).
42 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

los primeros años del XVII era el de sentencias.45 Así ocurría con
las Sentencias generales de Francisco de Guzmán, publicadas en
1576; o con las Sentencias de Pedro de Monte Alto, bilingües en
francés y castellano, y estampadas en París en 1608; o con la Selva
di sentenze de Giacomo Peri, impresa en Génova en 1605;46 o con
las de Juan Buchler, estas en alemán y en latín, y en algunos casos
en francés, publicadas en 1606.47 Incluso la voz Aviso parece servir
también como marbete del género, sobre todo cuando se trata de
oponerse a los maquiavélicos, como ocurre en los Cathólicos avisos
para príncipes, del año 161248.
El caso más claro es el de los Proverbios morales de Alonso de
Barros, estampados en Madrid en 1608. Hernando de Soto, en los
preliminares, dice que no se le podrá negar «al volumen dellos el
título de Aforismos en lengua Griega, que en la Castellana se inter-
preta sentencias».49 Es decir, que la voz griega aún no se admite en
castellano, y por más que Mateo Alemán, en su prólogo, emplee la

45
De hecho, el Dictionnaire Historique de la Langue Française (París:
Dictionnaires Le Robert, 1995, s. v.) señala que la palabra aforismo «proche du sens
grec du s. XVIe s., s’est étendu, peut-être par influence de l’italien et de l’espagnol,
aux maximes politiques (v. 1600), pues à tout bref précepte, notamment moral».
46
Para el libro de Guzmán, véanse también Les sentences memorables du Sieur
Pedro de Montealto, Pöete espagnol, París: chez François Iacquin, 1608 (Biblioteca
Histórica Municipal, Madrid, Par/487). Giacomo Peri, Selva di sentenze, Génova:
appresso Giuseppe Pavoni, MDVC [BNE 2/35.551 (2)].
47
ΓΝΩΜΟΛΟΓΙΑ, seu Sententiarum Memorabilium cum primis germanicae
gallicaeque linguae, brevis et aperta, latino carmine... per Iohannem Buchlerum,
Colonia: Bernardi Gualtheri, MDCVI (BNE 3-40.654).
48
Cathólicos avisos para los príncipes, sacados de muy doctos y graves autores,
llenos de grande erudición y doctrina, contra los Machiavellistas y semejantes
políticos, dirigidos al Rey Christianíssimo Nuestro Señor, París: Humberto Velut,
MDCXII (BNE 2-50.261).
49
Alonso de Barros, Proverbios morales, Madrid: Alonso Martín, 1608 (BNE
R-25.266), s. f.
INTRODUCCIÓN 43

voz «sacar» –que caracterizará algo más tarde el proceder del reco-
pilador de aforismos, que en principio sacará sus aforismos de las
obras de otros, como declaran en la portada–, lo cierto es que las
alusiones al bien vivir y a la virtud sitúan el libro dentro del ámbito
renacentista, y lejos aún –aunque cercano en el tiempo– del género
del aforismo tal y como se entenderá después.50
Tan solo fuera de España parece haberse utilizado la denomina-
ción aforismo antes de Álamos. El caso de Campanella, que se men-
ciona con frecuencia, no parece especialmente llamativo, pues aun-
que compone sus aforismos en 1601 durante su estancia en la cár-
cel, las versiones manuscritas conservadas en italiano llevan el título
de Avvertimenti politici o Il politico perfetto, ovvero Ammaestramenti
Politici. Es cierto que a partir de 1614, la redacción ya es en latín, y que
el número irá creciendo desde los 150 iniciales hasta los 241 conser-
vados. Esa versión latina ya lleva el nombre técnico (Politica in apho-
rismos digesta, incluida en la Realis Philosophia Epilogistica, publicada
en Frankfurt en 1623), pero por esas fechas ya corren otros libros que
llevan el título en lengua romance.51
Donde sí parece triunfar el nombre desde bien pronto es en
Francia. En 1602, un jesuita, el P. Emmanuele Sa, había publicado en
Lyon sus Aphorismi confessariorum, en donde incluía por orden al-
fabético conceptos teológicos y religiosos. Así lo hizo también Juan

50
Alemán dice que Barros ha «sacado por el alambique la quintaessencia
de la Ética, Política y Económica, recogiendo las flores de mayor olor y mejor
vista» (s. f.). Soto, y el mismo Barros, presentan el libro como epítome «de toda la
moralidad que los antiguos filósofos escrivieron» (Soto, s. f.), «reduzir sentencias
de gravíssimos filósofos a pocas palabras» (Barros, s. f.). Además, desprecian la
Historia en favor de la Ética: «Y tanto es más excelente que la historia quanto es
más importante para la vida política y buena este género de enseñar a bien vivir,
porque con él se aprende la virtud que del bien vivir es el arte...» (Soto, s. f.).
Doctrina tradicional, en definitiva.
51
Tomasso Campanella, Aforismi politici, a cura di Antimo Cesaro, Nápoles:
Alfredo Guida, 1997, pp. 45-48 para estas cuestiones.
44 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

Chokier en su Thesaurus politicorum aphorismorum, in quo princi-


pum, consiliarorum, aulicorum institio [sic] proprie continetur, pu-
blicados al menos siete veces entre 1610 y 1643, y en donde se man-
tiene todavía el viejo sistema que lleva a incluir varios ejemplos tras
cada pensamiento.52 Quizá el único que emplea Aforismo en uno de
los sentidos que tendrá en el XVII es L. Danaeus en sus Aphorismi
Politici et Militares, donde extrae pensamientos de varios auto-
res. Por ejemplo, de Tucídides, Jenofonte, Heródoto, Polibio, Livio,
Tácito y Comines saca grandes enseñanzas, mientras que de los au-
tores que habían encandilado a la mayor parte del Renacimiento
–Plutarco, Isócrates, Cicerón o Plinio– extrae muy pocos conse-
jos. Casi se puede establecer una frontera clara entre los escritores
de estilo lacónico, los del primer grupo, frente a los patrones de
la abundancia del segundo apartado, lo que explicaría la temprana
presencia de Tácito y la valoración altamente positiva de Comines,
autor que encandila igualmente en el XVII, como es bien sabido.53

NOTAS PARA UNA POÉTICA DEL AFORISMO BARROCO


Comoquiera que fuese, la voz aforismo solo se impone clara-
mente, al menos en el ámbito español, tras la publicación del libro
de Álamos. A partir de ese momento, y hasta pasada la mitad de la
centuria, se puede rastrear un uso frecuente del término, y se pue-
de igualmente aventurar una suerte de poética del aforismo en el
mundo barroco. Con toda la provisionalidad que se quiera, los ras-
gos caracterizadores del aforismo serían los siguientes:
1. En primer lugar, el aforismo es un pensamiento que se saca
52
Me he servido de la edición de una edición de 1613 (Moguntiae, sumptibus
Ioannis Theobaldi Schonvvetteri, MDCXIII, BNE 3-51.419).
53
De Comines dice, por ejemplo, que escribió «ita laudabiliter ut nihil
verear componere eum cum quovis antiquorum est». La cita está en la p. 510 de
Aphorismi Politici et Militares L. DANAEI expliciti mille et amplius exemplis in
usum togatum et sagatum, Lugduni, Iacobus Marcius, 1591 (Bibl. Universitaria de
Salamanca BG 14.758).
INTRODUCCIÓN 45

de otro autor con una finalidad docente. Así lo expone mediado el


siglo XVII Antonio López de Vega en su Heráclito y Demócrito de
nuestro siglo: «Poetas fueron los primeros filósofos que enseñaron
el antiguo mundo. I siempre de los ilustres Poemas se usó sacar los
Aforismos de la enseñanza común».54 Sacar es, pues, la voz de más
amplio uso, aunque la mina, más que en los poetas como sugiere
López de Vega, se halla en otro tipo de autores antiguos: filósofos e
historiadores, en principio, aunque el arco se va abriendo a medida
que avanza el tiempo. Así lo expone en 1621 Eugenio Narbona en
su Dotrina política civil, escrita por Aphorismos sacados de la do-
trina de los Sabios y exemplos de la experiencia. Él mismo decla-
ra en los preliminares que sus fuentes son historiadores, en primer
lugar, seguidos de los filósofos, «o a vezes de relaciones de cosas
que, aunque no andan impressas ni escritas, se saben al cierto, como
son algunas de las que digo del emperador Carlos V, o su hijo el rey
don Felipe Segundo».55
La parte del león se la llevan los historiadores. La saca comienza
en 1614, año en que no solo aparece el libro de Álamos de Barrientos
ya citado, sino que se publican también los Aphorismos sacados de
la Historia de Publio Cornelio Tácito, por el doctor Benedicto Arias
Montano para la conservación y aumento de las Monarchías, hasta
agora no impressos.56 Como el humanista extremeño había finado en
Sevilla en 1598, es difícil que sean suyos, por lo que debe tratarse de
una mixtificación, que en cualquier caso da buena idea del aprecio
que se tenía por Tácito en esos momentos. Estima que se manten-
drá al menos hasta mediado el siglo, pues aún en 1651 Antonio de
Fuertes y Biota estampa su Alma o aphorismos de Cornelio Tácito.

54
Antonio López de Vega, Heráclito y Demócrito de nuestro siglo, Madrid:
Diego Díaz de la Carrera, 1641, p. 157.
55
Madrid: Viuda de Cosme Delgado, 1621 (BNE R-1.181), fol. 2v.
56
Barcelona, 1614 (BNE 2-49.524).
46 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

La utilidad de la Historia para este fin se hace evidente desde


el momento en que casi todos los autores se inscriben en la mis-
ma órbita, al señalar los «frutos de Historia» y la enseñanza que
de aquella se puede sacar a través de los aforismos. Lo hacen los
tacitistas, como Álamos de Barrientos, quien se refiere varias ve-
ces a ellos. O su continuador Antonio de Fuertes y Biota, cuando
señala que los historiadores que indican las razones y causas de las
acciones son muy útiles y dignos de alabanza: «De aquí se engen-
dran los Aforismos, que son el alma suprema o quintaessencia de la
Historia» (fol. +v).
Pero también los que no se circunscriben claramente al campo
tacitista. El citado López de Vega, por ejemplo:

Pero no por esso diré que dexará el Prudente de sacar utilidad de la lección
de la Historia, porque demás de lo que podrá servirle a la curiosidad i
al entretenimiento, si es particular, i a los aciertos de su ministerio, si es
ministro (principalmente del Tribunal del Estado) con darles noticia al
uno i al otro de las Regiones, Hombres i sucessos generales del Mundo,
los Aforismos i documentos Morales que por ella se hallan sembrados,
aun abstrayendo de la verdad o mentira de las relaciones, produzen
fruto de enseñança (Heráclito y Demócrito..., p. 20).

En principio, pues, el recurso es a los historiadores antiguos,


pero desde bien pronto, sin embargo, se recurre también a historia-
dores modernos como pensil donde trabajar el aforismo. Así suce-
de en 1621 con los Aphorismos y exemplos políticos y militares del
portugués Fernando Alvia de Castro, sacados de la primera Década
de Juan de Barros.57 O en 1661 con los Aforismi politici raccolti
dall’Historie del Bissaccione, Argentone et Altri recopilados por un

57
Lisboa: Pedro Craesbeeck, 1621 (BNE R-11.081).
INTRODUCCIÓN 47

autor incógnito.58
Hay incluso quien arranca de otro tipo de textos, como la Biblia
para extraer los aforismos, que luego comenta. Es el caso del agus-
tino fray Pedro de Figueroa en su Aviso de príncipes. En Aphorismos
políticos y morales. Meditados en la historia de Saúl, primer libro de
los Reyes desde el capítulo 8, publicados en Madrid en 1647, donde
fragmentos de la historia bíblica citada valen como título para el
comentario. El texto de Figueroa, en realidad, no se puede incluir
con propiedad entre los libros de aforismos, como bien lo indica al
comienzo del título la voz Aviso, y el etiquetar más tarde los afo-
rismos no solo como políticos, sino también morales. Basta leer las
aprobaciones para darse cuenta de ello59, sobre todo porque el P.
Agustín de Castro, de la Compañía de Jesús, alaba la nobleza de es-
tos aforismos, y los compara con los políticos de Chokier: «no son
como aquellos, fraguados en su cerbello, sino sacados de las letras
sagradas; no illustrados como aquellos, con notas de trilladas eru-
diciones o de la gentilidad de las historias profanas, sino con noti-
cias de Sanctos y del Espíritu Sancto» (fol. §4r-v, la cursiva es mía).
En conclusión, que en su primera etapa, el aforismo vale como
quintaesencia, como sabiduría destilada, sobre todo de historiado-
res antiguos. Pero hay un segundo momento en que varía la poética
del aforismo, dado que este sufre una transformación radical. Ese
paso lo dan los jesuitas, al convertir sus propias obras en fuentes de
aforismos. No me refiero a obras de autores de la Compañía sobre
las que otro jesuita realiza la saca. Será el mismo autor quien vuelva
a su obra para extraer fragmentos que funcionen como aforismos.

58
Publicado «In Lecce, appresso Pietro Micheli», en 1661 (BNE 2-19.266),
tiene mucho menor interés que el anterior.
59
Fray Ambrosio Serrano sentencia en su aprobación: «este libro con
relevancia desvanece sophismas y delirios calvinistas con Aphorismos cathólicos
y políticos» (fol. §av, cursiva mía).
48 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

Lo hizo Nieremberg precisamente un año que se va caracterizan-


do como importante, 1647, cuando se publican sus Dictámenes del
padre Juan Eusebio Nieremberg [...] recogidos de sus obras y aña-
didos por el mismo autor60, que en ediciones posteriores pasarán a
titularse Aforismos o Dictámenes del P. J. E. Nieremberg,61 y que son,
uno de los éxitos editoriales de la espiritualidad en el siglo XVIII, e
incluso hasta comienzos del siglo XX.
Nieremberg ganó por la mano a Gracián, como reconoció el
propio belmontino, pues llegó a ver la edición de los Dictámenes de
1647, como admitió en carta del 10 de marzo de 164762, momen-
to en el que él tiene el Oráculo manual en proceso de aprobación,
lo que indica que ya estaba escrito.63 El subterfugio editorial del
Oráculo es bien conocido, y casi no hace falta volver a él: se presen-
ta como un trabajo de Lastanosa, que habría sacado los «aforismos
que se discurren en las obras de Lorenço Gracián», según se declara
desde la misma portada. Sin embargo, sabemos desde hace tiempo
que la obra es del mismo Gracián, que no solo sacó los aforismos de
otros libros suyos, sino que añadió buena parte de material nuevo
para la ocasión. Cuando, en 1995, preparé la edición del Oráculo,
aventuré en el prólogo que la novedad del libro era doble: por una

60
Madrid: Julián de Paredes, 1647. Tomo el dato del Catálogo del Patrimonio
Bibliográfico Español, donde se indica que se conserva ejemplar en Alcalá de
Henares, precisamente en la Biblioteca Complutense de la Compañía de Jesús de
la Provincia de Toledo.
61
Es el caso de la edición de Bruselas: Juan Mommarte, MDCLXIV (BNE 2-
66873), que es la que manejo.
62
«El otro día nos espantó un librito del padre Eusebio, que me remitió el
Padre Lanaja, de dictámenes buenos y bien declarados; pero, bien mirado, no nos
desmaya en ello; gánanos de mano en el asunto, que es harto» (Obras completas,
ed. del Hoyo, p. 1139 a). Ya señalado por Blüher en Séneca en España, citado, p.
482, nota.
63
Pueden verse los preliminares en mi edición de la obra (Madrid: Cátedra,
2003, 5ª edición, pp. 91-93).
INTRODUCCIÓN 49

parte, por el hecho de que un autor emplee su propio material como


cantera de la que extraer aforismos; por otra, por convertir el aforis-
mo en un género de por sí, independientemente de su origen. Hoy,
aún sabiendo que Nieremberg le había ganado por la mano, en ex-
presión del jesuita, me mantengo en buena medida en la opinión,
porque –como se deduce de la comparación de fechas entre la carta
de Gracián y los preliminares del Oráculo–, el texto debía estar en
proceso de publicación hacía tiempo cuando el voluminoso libro
de Nieremberg, con 700 aforismos divididos en centurias que abor-
dan todo tipo de asuntos, cayó en las manos de Gracián.
2. Otra característica de los escritores de aforismos del siglo
XVII es que muchos de estos autores de recopilaciones no son pro-
fesionales de la escritura. Así sucede con gran parte de los citados
en el apartado anterior. Descartada la autoría de Arias Montano en
el centón ya mencionado, tan solo Nieremberg y Gracián pertene-
cen al gremio de lo que podríamos llamar profesionales, los que
cultivan varios géneros literarios (aunque todos ellos puedan caer
bajo el marbete de prosa de ideas o didáctica), mientras que el resto
se acercan muy esporádicamente a la escritura, y en casi todos los
casos solo conocemos de ellos la gavilla de aforismos. Aparte de
Álamos de Barrientos, de obra escasita y relacionada con cuestio-
nes políticas muy concretas, podríamos citar a Jean de Marnix, que
redacta unas Resolutions politiques ou maximes d’Estat en 163164;
al agustino fray Pedro de Figueroa, autor del Aviso de príncipes en
aforismos políticos y morales, salvo que sea suyo el Médico espiri-
tual, publicado en Toledo en 1623 a nombre de Pedro Rodríguez
de Figueroa; etc. En otras ocasiones, si escriben algo más, tiene que
ver directamente con la política. Es el caso de Fernando Alvia de
Castro, o de Antonio de Fuertes y Biota, por ejemplo. Por esta vía

64
Rouen: Jacques Cailloué, 1631 (Bibl. Univ. de Salamanca BG 14.524).
50 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

se vuelve a entroncar con el tacitismo, pues da la impresión de que


lo que buscan todos estos autores son máximas de estado, peque-
ños manuales políticos para el gobierno propio y ajeno, vale decir,
para comportarse el gobernante y saber regir a sus subordinados.
Tanto desde una vía, la tacitista, como desde la opuesta, la cristiana
tradicional.
3. La organización de estos libros de aforismos huye del carácter
sistemático del tratado, como señalaba Bacon, y por ello recurre a
otras formas de organización del libro. La cuestión la expone bien
Saavedra Fajardo al comienzo de sus Empresas, cuando indica que
«toda la obra está compuesta de sentencias y máximas de Estado,
porque estas son las piedras con que se levantan los edificios polí-
ticos. No van sueltas, sino atadas al discurso y aplicadas al caso, por
huir del peligro de los preceptos universales».65 Nótese también que
don Diego renuncia, a la altura de 1640, a emplear el término aforis-
mo, prefiriendo sentencia y máxima, quizá porque formaba parte de
la poética del aforismo, como creo, el ir sueltos, agavillados tan solo
por el número externo, o por algún tipo de ordenación.
Por ejemplo, con la ayuda del alfabeto. El sistema había triunfado
en el XVI, con las polianteas, y siguió en boga durante la centuria
siguiente, desde las sentencias memorables de Joan Buchler hasta la
recopilación aforística de Fuertes y Biota en 1651, quien explica:

La orden de alphabeto es más acomodado para todos, porque para cada


cosa se hallará luego el aphorismo prompto, y tanta materia en cada
uno, y de tanto ensanche, que quanto más sea docto el que leyere, tanto
mayor materia hallará para exercitar el entendimiento (fol. ++r).66
Aunque no todo el mundo lo hace así, lo normal es buscar un
65
Diego de Saavedra Fajardo, Empresas políticas, ed. Sagrario López, Madrid:
Cátedra, 1999, p. 176.
66
Obsérvese de nuevo el sentido personal que da Fuertes y Biota al
aforismo, cuando habla de «tanta materia» y de «tanto ensanche» para ejercitar
INTRODUCCIÓN 51

número redondo, por lo general un múltiplo de 100, que siguien-


do los viejos principios de la compositio numerorum permita dotar
de una cierta coherencia al centón: es bien sabido que el Oráculo
manual de Gracián consta de 300 aforismos, el mismo número que
reúne Jerónimo de Cevallos en su Arte real para el buen gobierno
de los reyes y príncipes, y de sus vassallos en 1263 («los dozientos en
romance y ciento en latín», s. f.), número al que se acercan los 294
que recoge Narbona en su Doctrina política civil escrita por afo-
rismos. En otros casos, la cantidad es mayor: el incógnito que se
hace pasar por Arias Montano recoge 500 pensamientos en 1614, y
Nieremberg llega hasta 700 en sus Dictámenes, reunidos en décadas
que se agrupan después en centurias.
Es verdad que incluso en esto hay diferencias, porque los 300 de
Gracián van separados tan solo por un punto y aparte, sin numerar,
mientras que los 294 de Narbona van numerados, ordenados por
asuntos, en letra redonda, y a continuación en cursiva se indica la
procedencia. Pero sí hay una cierta uniformidad en todos ellos.
4. La brevedad es el constitutivo fundamental de estas piezas. En
unos casos, la justificación es externa, y se recurre a indicar que, da-
das las múltiples ocupaciones de los gobernantes y los poderosos,
hay que ofrecerles textos breves como son los aforismos, que les
permitan leer durante los escasos ratos de que disponen para ello.

porque como el enseñar es género de imperio y la dotrina como ley,


y estas han de ser breves, que manden con razón, sin disputa, assí lo
escrivo, y porque para poder leerlo el príncipe no lo impidan las grandes
ocupaciones del oficio, o el poco gusto que de largos estudios siempre
tienen los poderosos (Narbona, Dedicatoria a Felipe IV, s. f., con más

el entendimiento. Es la originalidad que, en otro sentido, señalaba el P. Agustín


de Castro al criticar los aforismos de Chokier, «sacados de su cerebro» y no
inspirados en la moralística sentenciosa tradicional.
52 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

textos allí mismo en el mismo sentido en la Advertencia al Lector).

Si no se quiere acudir al ya tan citado texto de Narbona, vale el


Laberinto político manual de fray Alonso Remón, que no es un libro
de aforismos, pero que se apunta a todos los tópicos en boga: dice
prescindir de ejemplos y no valerse de autoridades, y asegura ha-
berlo escrito con brevedad y concisión grande, por lo que «ni será
penoso ni embaraçará a las personas siempre tan ocupadas como
poderosas» (fol. 1v).
Claro que la brevedad se justifica sobre todo por razones pura-
mente literarias y estéticas. Habla de nuevo Narbona:

La brevedad y concisión de las palabras [...] la procuré [...] porque más


de una vez se lea, que es lo que consiste su mayor aprovechamiento, y
por esto quizá seré juzgado algo por escuro; y si lo pareciere no es a caso,
que muy de propósito maté la luz para que se atendiese más a la música
(«Al lector», s. f.).

El citado Alonso Remón remacha: «de cada dicción se podrá sa-


car mucho y sobre cada palabra fundar mucho» (fol. 1v). Es, en
definitiva, lo mismo que pedía en 1608 el Licenciado Castillo de
Bovadilla en uno de los best-sellers del momento, su Política para
corregidores y señores de vasallos, un voluminoso tratado dividido
en dos tomos in folio que parece desautorizarse a sí mismo cuando,
al comienzo, asevera que «aquella tengo yo por mejor doctrina que,
siendo más breve en las palabras, es más larga en las sentencias» (p.
4), frase que se convierte en un verdadero tópico en la época, repe-
tida al pie de la letra por cantidad de autores políticos. Es el caso
del Tratado de república y policía christiana de Juan de Santa María,
quien explica algo más sobre la utilidad de lo breve:

Por esta brevedad [...] no pondré aquí discursos largos y largas disputas,
INTRODUCCIÓN 53

que entretienen y gastan el tiempo, sino doctrinas breves, ciertas y


generales, que son de más provecho, comprehenden más subjetos y se
pueden aplicar a los particulares (fol. ¶¶2r-v)

5. Casi todos los autores aluden a la utilidad de sus digestos de


aforismos. Y esa utilidad tiene que ver, en el siglo XVII, con la cosa
política. Se dio cuenta de ello hasta un renacentista tardío cuya vida
se desliza todavía un buen trecho por el siglo XVII, Cristóbal Suárez
de Figueroa, quien presenta en su Pusílipo a Rosardo, anciano ya, de
quien dice «parece tenía aplicado todo su genio a las letras Políticas,
de quien por instantes (como en aforismos) recogía los preceptos
del govierno mejor; Norte seguro y ciencia más que necessaria para
regir con acierto los súbditos».67
Son los tacitistas quienes sacan más partido a este tipo de afir-
maciones. Por no volver una vez más al citadísimo Álamos de
Barrientos, recurriré a Fuertes y Biota, quien indica que con el afo-
rismo, debidamente empleado, «qualquier hombre podrá tratar
no solo los negocios particulares con atención, pero tener cono-
cimiento de los públicos, evitando con esto grandísimos peligros
que se suceden a los que, sin entender qué cosa estado, ni en lo que
consiste, maldizen al Príncipe y a sus Ministros» (fols. +v-++r).
Y directamente relacionada con la utilidad política del aforismo,
está la cuestión de la prudencia, porque como señalaba Nieremberg
en 1629, en Obras y días. Manual de Señores y de Príncipes, la pru-
dencia abarcaba toda virtud «con que ordena uno sus acciones o
las agenas, como es en las personas particulares el govierno de la
familia, hijos, criados y, en ministros públicos y reyes, las virtudes
políticas y militares», lo que la convertía en el «arte de vivir y obrar»
(fol. 40v). De ahí la utilidad del aforismo para ser prudente, pues

67
Cristóbal Suárez de Figueroa, Pusílipo. Ratos de conversación en lo que dura
el paseo, Nápoles: Lazaro Scoriggio, 1629, p. 3.
54 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

«Y sin duda fáçil cosa paresçe persuadir o disuadir a poca gente lo que quisiere, mas
grande dificultad ay en quitar una mala oppinión de todo un exército, y mucho más
yr contra la oppinión de todos. Y para remediar los motines y poner coraçón y gana
de pelear a los soldados, no ay mejor instrumento que la lengua y las palabras, las
quales han de entender todos los soldados». (Guillermo Du Choul, Los discursos de la
religión de los antiguos romanos, Lyon: Guillelmo Rovillio, 589, p. 442 – 443)
INTRODUCCIÓN 55

era la quintaesencia de la historia, una de las dos fuentes donde


aprender esa prudencia. Ya Jean Chokier, a comienzos del siglo en
su Thesaurus politicorum aphorismorum indicaba que la prudencia
constaba de dos fuentes, sin las cuales quedaba mutilada o man-
ca («sine altero, mutila an manca»): la historia y la experiencia. La
idea no es original, y en el mismo sentido hay un nutrido grupo de
postulantes que incluye a Justo Lipsio, quien quiera que se esconda
bajo el nombre de Arias Montano, o los Cathólicos avisos para prín-
cipes, que requieren la experiencia y la historia.

II. LAS CENTELLAS DE JOAQUÍN SETANTÍ

1. VIDA Y OBRA DE JOAQUÍN SETANTÍ


En ese contexto hay que leer las Centellas de Setantí, que no era
un profesional de la escritura, sino que –como se apuntaba más
arriba– pertenece a un estamento distinto de los letrados profesio-
nales y que solo ocasionalmente empuña la pluma. En efecto, don
Joaquín Setantí i Alzina descendía de una familia de mercaderes de
origen italiano que habían llegado a Cataluña durante el siglo XIV
y que acabarían integrándose en el gobierno de la Ciudad Condal.
Nacido en torno a 1540, en su juventud acompañó al Duque de
Alba en las campañas militares de los Países Bajos, lo que le aparta
del territorio catalán entre 1566 y 1571. Probablemente fue esa con-
dición militar la que, a su vuelta, le llevó a recibir varios cargos, pri-
mero de Felipe II y más tarde de Felipe III. También ocupó, a partir
de 1588, diversos puestos en el ámbito municipal barcelonés: conse-
ller tercer, clavari, diputat, al menos dos veces conseller en cap… A
partir de 1606 será caballero del hábito de Montesa, y presumirá de
ello en las portadas de sus libros. En varias ocasiones alcanzó tam-
56 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

bién destinos militares (castellano de la fortaleza de Bellaguarda,


capitán de Cataluña…). Muere en 1617, tras dos matrimonios que
no le dieron hijos.68
Básicamente, dos son las obras por las que conocemos a Setantí
desde el punto de vista literario: los Frutos de Historia (1610) y las
Centellas de varios conceptos, con los avisos de amigo (1614). Quizá
fue también autor de los Aphorismos sacados de la Historia de Publio
Cornelio Tácito, que se publicaron junto a las Centellas y los Avisos
de amigo en 1614, pero que se atribuyeron desde la portada a «D.
Benedicto Aries [sic] Montano», algo difícil de creer por cuanto el
humanista extremeño había fallecido en 1598, y no se movió en el
ámbito mediterráneo de Setantí, por lo que los contactos entre am-
bos –en principio y sin más datos– se antojan difíciles. La cuestión
de la autoría, con todo, de los Aphorismos sacados de la Historia de
Tácito no es baladí, porque, de haber salido de la pluma de Setantí,
certificarían su menester habitual de antólogo, pues los Frutos de
Historia son también, en su mayor parte, labor de taracea. Es im-
portante detenerse algo en el volumen de 1610 para profundizar en
el trabajo intelectual de don Joaquín.
En esa fecha se estampan en Barcelona, en la imprenta de Lorenzo
Déu, los Frutos de Historia. Desde la portada y en los preliminares,
Setantí se presenta como un recopilador69. Es especialmente intere-

68
Noticias generales sobre la familia Setantí pueden verse en Cristián
Cortès, Els Setantí, Barcelona: Fundació Salvador Vives Casajuana, 1973, pp. 112
y ss. para nuestro personaje. Centrados en don Joaquín, cfr. Félix Torres Amat,
Memorias para ayudar a formar un Diccionario Crítico de los Escritores Catalanes
(Barcelona, 1836), Barcelona-Sueca: Curial, 1973, pp. 602-603.
69
Frutos de Historia. En que sumariamente están contenidas las cosas notadas
en la página siguiente. Recopiladas por don Ioachín Setantí, Cavallero del Hábito
de Montesa, En Barcelona, en la Emprenta de Lorenço Deu. Año MDCX» (BNE
2/55.472). Cito siempre por este ejemplar. En la Dedicatoria a don Francisco
Gassol, declara Setantí: «este librito, que por ser recopilación de cosas que
otros inventaron entre las plantas de ingenio…» (fol. ¶3 v). Y casi la totalidad
INTRODUCCIÓN 57

sante en este sentido el «Exordio proemial» a los Frutos de Historia,


porque además del proceder recopilador citado, Setantí confiesa
allí sus fuentes y la finalidad del libro. Como textos utilizados para
componer el suyo, entre otros «diferentes autores», Setantí declara
«unos discursos breves que dexó escritos Francisco Guichardino»
y las Relaciones de Comin Ventura. El primero alude claramente a
las Propositioni ovvero considerationi in materia di cosa di stato, es-
tampadas –solas o en compañía de otros– en varias ocasiones y con
distintos títulos (Precetti e sententie più notabili in materia di stato,
etc.) a partir de al menos 1583.70 La alusión a Comin Ventura no es
menos clara: se trata de las dos partes del Thesoro Politico: in cui si
contengono relationi, instruttioni, trattati & varii discorsi pertinenti
alla perfetta intelligenza della ragion di stato, publicadas en Milán
en 1600 y 1601, respectivamente.71 Lo curioso de todo ello es que, si
la alusión al Guicciardini prueba de forma clara el interés de Setantí
por una forma sentenciosa que se aleje de la moralidad de los siglos
XV y XVI y se enrute hacia la actuación política desde un punto de
vista que podríamos llamar «científico» y no religioso, el tratado
misceláneo de Comin Ventura nos lleva también hacia la Razón de
Estado por vía de la recopilación, pues buena parte del texto italia-
no era ya material de acarreo.
El título del primer libro de Setantí, pues, despista ciertamente
al lector ingenuo, que al leer el índice que aparece inmediatamente

de las tres páginas prologales dedicadas «Al prudente lector» van en el mismo
sentido (preliminares, s. f.). Véase una muestra: «y pues todo quanto se haze o se
ha podido hazer de muchos siglos a esta parte, ha sido imitar o entretener con
artificio, o puramente traduzir, reciba el Discreto lector esta mi recopilación con
la benignidad que obligan dichas consideraciones…»
70
Había dos ejemplares en la Biblioteca de Setantí (cfr. Cristian Cortès, Els
Setantí, cit., p. 148 y 150).
71
No aparece, al menos con ese título, en el inventario de los libros del
mercader, aunque sí aparecen otros muchos de tipo político o militar (cfr. pp.
147 y ss.).
58 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

tras la portada, descubriría otro interés que el meramente histórico


y el carácter ajeno de la mayor parte de la colección:
Contiene sumariamente un discurso de Historia, y del provecho
que de ella puede sacarse.

Dozientos avisos, o consejos políticos.


Sentencias de diversos historiadores.
Los fundamentos de estado, e instrumentos de reynar.
Una instrucción General para embaxadores de Príncipes.
Y algunos avisos breves para Governadores de provincias (fol. ¶2r).

En efecto, el libro de Setantí tiene poco que ver con la reflexión


teórica sobre la Historia, que solo es punto de partida –como es ha-
bitual en los tacitistas– para reflexionar sobre la materia de gobier-
no, asunto al que se dedica la mayor parte de los opúsculos. Queda
claro en el primero de los libros:

…de manera que leyendo la narración de las cosas se ha de ponderar


las causas que las movieron, y de ellas sacar la razón y conveniencia
que huvo para aver de suceder de aquella manera, y la que avía para
poder acaecer de modo diferente, […] y finalmente, sacar de todo
esto reglas de experiencia para valerse de ellas quando fuere menester
(De Historia, fol. 5v).

Huele mucho a lo que los tacitistas van a defender en este co-


mienzo del siglo XVII. Vale decir, que la Historia no es ya una
maestra de la vida para imitar lo que se nos cuenta en los textos,
con el juicio moral de los autores que la refieren. Se trata más bien
de habilitar un entendimiento práctico que aprenda en la lectura de
la Historia a escoger lo más conveniente en cada ocasión:

De la adnotación curiosa de estas cosas, y de su continuación, se


va criando en el entendimiento un hábito práctico y una habilidad
INTRODUCCIÓN 59

discursiva, que sobre cada razón llega a saber hazer mil discursos
diferentes, y de ellos escoger lo más conveniente al tiempo y al negocio
(ibid., fols. 5v-6r).

A tenor de los textos que vienen después, esto es lo importan-


te de la reflexión teórica de Setantí sobre la historia: aprender en
ella normas de actuación práctica para el gobernante, aplicables
en función de la ocasión y de la necesidad. Se ve en los Avisos del
Guicciardini, que ya no son de valor universal como las sentencias
recopiladas por los humanistas en el siglo XVI:

Estos avisos son reglas que en algunos casos particulares, que tienen
diferente razón, tienen también ellos excepciones; pero quáles sean
estos casos no se puede bien averiguar, sino con la propia estimativa y
discreción de cada uno (Avisos o consejos políticos, 0, fol. 2v).

La conclusión, pues, es que no hay recetas universales, algo en lo


que se insiste en varias ocasiones,72 y que por lo tanto ha de ser la
mezcla del conocimiento de la historia y del de las personas que nos
rodean lo que permita mantener equilibrado el fiel de la balanza y
salir a flote de las asechanzas ajenas, habituales en política.
El resto del volumen resulta, para lo que me interesa ahora,
menos atractivo, por cuanto se trata de pensamientos recogidos
de diversos historiadores de la Antigüedad, o de traducciones del
italiano relativas a los fundamentos del estado, instrucciones para
embajadores o para gobernadores de provincias. Pero conviene

72
«No se inventan fácilmente estos avisos, pero mucho más difícil es ponerlos
por obra; porque muchas vezes los hombres conocen y alcançan la razón de
aquello que no saben obrar. Y assí, queriendo aprovecharse dellos, es necessario
ayudar a la naturaleza y hazer un hábito por medio del qual se aprenda a
discurrir y a sacar del entendimiento con facilidad la forma de hablar y obrar
desta manera» (n. 71, fol. 29r).
60 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

notar que incluso cuando Setantí ejerce de abeja que va libando en


los distintos textos históricos de la Antigüedad (por recurrir a la
conocida imagen tan empleada por los humanistas), no lo hace de
forma ingenua y sin discriminar: los fragmentos recogidos, aunque
pertenezcan a autores que habían gustado en el Renacimiento como
modelos de los cuales se podía extraer normas de comportamiento,
no son inocentes, y muchos de ellos, fuera de contexto, siendo efec-
tivamente de otros autores, le cuadran bien al autor de la Germania.
Es lo que sucede con las siguientes palabras de Tucídides:

El que puede fácilmente conquistar por fuerça, no es bien que se valga del
engaño (fol. 66r).
El dinero vale mucho en todas las cosas, y mucho más en la guerra (67r).

A buen seguro, Setantí fue consciente también de ello, y cerró


su antología con una advertencia que, amén de su valor real, parece
igualmente una puesta en salvo:

Ha de advertir el Lector que estas sentencias assí desnudas y sueltas,


y apartadas de las materias y de las ocasiones en que se dizen, no
pueden parecer tan bien como estando unidas y atadas a todas estas
cosas, porque nacen y cuelgan de ellas como la fruta de sus ramos en
los árboles; y con esto podrá mover más su desseo para hirlas a cojer en
su nativo suelo, adonde las hallará más sazonadas, y sacará dellas mayor
gusto y más provecho (fol. 7r).

2. CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS: ENSAYO DE


CARACTERIZACIÓN
Creo que Setantí cosechó los Frutos de Historia a imitación de
los modelos –unos declarados y otros ocultos– ya vistos. No con-
viene ir más allá en este sentido. Pero tras una lectura atenta del tex-
to de 1610, resulta tentador ver en los Frutos un ejercicio propedéu-
INTRODUCCIÓN 61

tico, una suerte de muletas con las que el conseller en cap comenzó
la carrera de la reflexión ético-política, apoyado en otros autores,
para ir destilando a su vez su producción sentenciosa particular.
Así lo indicarían el número cerrado de los Avisos que traduce del
Guicciardini: son doscientos, como quinientas serán sus Centellas.
Y sobre todo hay otro detalle muy significativo en ese sentido, y es
que en el «Exordio proemial» ya citado, don Joaquín declara haber
recogido todo ese material «en este pequeño volumen, para traer-
lo conmigo como libro de memorias, sin pensamiento alguno que
uviesse de salir a luz, ni parecer delante nadie» (fol. 1v). El tópico es
bien conocido: después vienen los amigos, que son unos pesados,
y no paran hasta que lo publicas (ibid.). Pero más allá del tópico, es
innegable el carácter iniciático, ejercitatorio del volumen, y además
la alusión al «libro de memorias» resulta harto significativa.
Libro de memoria era, en la época, una suerte de cuaderno de fal-
triquera, con hojas embetunadas y en blanco, al que se acompañaba
una pluma de metal con punta de lápiz «con la qual se annota en el
librito todo aquello que no se quiere fiar a la fragilidad de la memo-
ria, y se borra después para que vuelvan a servir las hojas».73
Así debieron surgir las primeras Centellas, como anotaciones
personales hechas en un cuaderno –diríamos hoy–, faltas sin duda
de interés literario porque no se trata más que de eso, de las notas
que se toman al hilo de una lectura, o en una situación concreta,
para volver más tarde a ellas.
Llaman la atención desde el título: Centellas de varios concep-
tos. ¿Por qué eligió Setantí tan peculiar denominación? Si no me
equivoco, fue el primero en llamar así un libro, y nunca los pensa-
mientos sentenciosos han recibido esa etiqueta. La razón primera la
declara él mismo en la advertencia «Al lector» que antecede a estas
quinientas reflexiones:
73
Diccionario de Autoridades, s. v. «libro».
62 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

Poco aprovecha la luz de las Centellas si no dan sobre materia dispuesta


para encenderse, yesca o pólvora. Ha de saber en el espíritu el que leyere
estos avisos, si quiere sacar de él, y de ellos, fuego de aprovechamiento.

Se insiste en los preliminares, de nuevo, en lo señalado a propósi-


to de los Avisos del Guicciardini: dicho en castizo, que de donde no
hay no se puede sacar, que la chispa –que ese, y no otro, es el sentido
primigenio de la voz centella– solo prende cuando topa con materia
inflamable. Por eso los apuntamientos del autor catalán solo serán
realmente útiles para quien disponga de la propia estimativa y dis-
creción.
Y de ahí el resto del escueto prólogo, que no es esta vez una con-
cesión al tópico literario:

Esta manera de hablar Lacónico es cierto que no es para todos, ni para


todas las ocasiones; pero vale tanto en las que se ofrecen al propósito,
que por ella han alcanzado muchos hombres el renombre de Sabios.

No busca Setantí inmortalizarse como literato, ni tampoco una


elaboración abundante de su pensamiento. Las Centellas son notas
breves, como las chispas, de ahí su apelación real al estilo lacónico:
para el que sabe, basta con la insinuación; para el que no, llega con
apuntarle la idea en pocas palabras si él tiene prendas naturales que
le permitan comprender, como recuerda Setantí en su último pen-
samiento.74 Pero quizá apunte otro motivo en la peculiar denomina-
ción elegida por Setantí. Y es que la voz centella contaba con larga tra-
dición en la literatura espiritual del siglo XVI, que perduraba todavía

74
«Es tan abundosa y varia la materia de que pueden formarse estos Conceptos,
que de un entendimiento práctico podrían salir cada día más Centellas que de
una fragua de herrero; pero no piensen por eso los que presumen de agudos que
salgan echas a caso, porque habilidad es menester, y seso acomodado, prendas de
naturaleza, que no se dan a todos igualmente» (Centellas, nº 500).
INTRODUCCIÓN 63

en el momento en que escribe Setantí y aún después: la imagen de la


centella se había empleado profusamente para aludir al momento en
que el amor de Dios penetra en el corazón del hombre. Se compara-
ba con una chispa que enciende todo lo que toca. Después se aprecia,
desde ese sentido espiritual, un desplazamiento de la imagen de la
centella como trasunto del conocimiento. Algo de ello se intuye en
Pérez de Moya:

Otros pensaron que el ánimo del hombre era una partícula de la


divinidad, que así resultaría della, como centella que salta del carbón
encendido, y así pensaron que el ánimo era Dios, y que como de una
centella grande saltan en el aire otras pequeñas, así tenían que todos
los efectos y fuerzas del ánimo eran dioses, y si el afecto era activo,
llamábanle dios macho, y si era pasivo, llamábanla deesa hembra…75

Y la misma relación de la centella con el conocimiento se apre-


cia en 1609 en Cristóbal Suárez de Figueroa: «En estas amigas dis-
putas y virtuosas competencias, un ingenio adelgaça a otro y un
entendimiento levanta centellas por el ageno».76 La relación de la
centella con el concepto reaparece en La Dorotea de Lope de Vega,
y más tarde en Quevedo, en la Providencia de Dios, quien –ya tarde
para nosotros, en 1639– identifica la centella con el entendimiento
cuando dice que en los niños, a los siete años, «comienza a resplan-
decer como en centellas la lumbre del entendimiento».77 La forma
en que se produjo el desplazamiento puede verse resumida en un
texto educativo de 1643, El estudiante perfecto y sus obligaciones, del
75
Juan Pérez de Moya, Filosofía secreta, ed. Carlos Clavería, Madrid: Cátedra,
1995, p. 72.
76
La constante Amarilis, ed. M. A. Satorre Grau, Madrid: Universidad
Complutense, 2002, p. 79. Pero cito a través de http://tesis.sim.ucm.es:2004
/19911996/H/3/AH3007201.pdf.
77
Francisco de Quevedo, Obras completas, ed. Felicidad Buendía, Madrid:
Aguilar, 1968, vol. I, p. 1393.
64 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

jesuita Alonso de Andrade:


Pero aunque dijo mucho Aristóteles en favor de las letras y de los que las
estudian, mucho más dijo Séneca; porque se atrevió a decir que tenían
un viso de divinidad, y los estudiantes y doctores, una centella de deidad
y una participación de Dios: «Cum Diis expari vivunt», porque Dios es
la suma sabiduría y la fuente y origen de las letras, y la esfera de todas
las ciencias en quien se hallan y conservan en su puridad y perfección, y
de quien todos las participan. Y así, las letras que aprenden los hombres
son centellas de aquel fuego, y agua que nace de aquella fuente; y los
sabios son un remedo de Dios y un simulacro o imagen suya, porque
saben como Él, sino tanto como Él y son prudentes y eruditos, y conocen
la verdad y la enseñan y pratican, como Dios, aunque no con tanta
eminencia como Él, con la que pueden alcanzar y les quiere comunicar;
y todos los que empiezan a estudiar empiezan a llegarse a la luz deste
sol, y al calor deste fuego, y a participar de su ilustración bebiendo del
agua desta fuente, y van caminando a copiar la imagen de Dios en sus
almas y a hacerse un trasunto suyo. Por donde, así como un pintor,
cuantas más colores va dando al bosquejo de una imagen, tanto la va
figurando y formando hasta que la deja perfecta y acabada con todas
sus perfecciones; de la misma manera, un estudiante que empieza sus
estudios de lenguas, o filosofía, o teología o cánones, empieza a delinear
la imagen de Dios en su alma, a desterrar las tinieblas de las ignorancias
de su entendimiento, a ilustrarle con las verdades de las ciencias y a
bosquejar la imagen de Dios en sí mismo.78

No parece difícil de creer que Setantí conociese algún texto en


el mismo sentido, o incluso que él mismo hiciese la traslación, y
que aplicase en consecuencia el término marcado del conocimien-
to espiritual y místico al campo profano de la actuación práctica en
la vida política. La originalidad, desde luego, es innegable para un
libro que tiene que competir, al menos, con otros seis libros senten-
ciosos estampados por las mismas fechas. Sin salir de ese mismo
año, y sin ánimo de apurar el elenco, Setantí hubo de competir con
78
Alonso de Andrade, El estudiante perfecto y sus obligaciones, Madrid: María
de Quiñones, 1643, cursivas mías.
INTRODUCCIÓN 65
66 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

los siguientes textos sentenciosos:


Los proverbios morales, hechos por Alonso Guajardo Fajardo, París:
Joan Fouet, 64.
Baltasar Álamos de Barrientos, Tácito español ilustrado con
aforismos, Madrid: Luis Sánchez, 64.
Fray Francisco del Castillo, Migajas caídas de la mesa de los Sanctos
Padres y Doctores de la Iglesia, Sevilla: Franco de Lira, 64.
Emanuel Sa, Aphorismi confessariorum ex doctorum sententiis
collectis, Amberes: Johannes Keerbergius, 64.
Juan Basilio Santoro, Prado espiritual, recopilado de autores
antiguos y santos doctores, Valladolid: Francisco Fernández de
Córdoba, 64.

Algo nuevo debía ofrecer para competir con todos estos libros, y
con los que se venían publicando desde años atrás. Lo cierto es que
el contenido de los aforismos es de gran originalidad. Aquí, sin em-
bargo, hay que proceder con cuidado, porque si se atiende por calas,
por ejemplo a los diez primeros de toda la colección, la idea puede
resultar equivocada: siete tratan directamente de política, y los que
ocupan los puestos noveno y décimo hablan de la virtud y del cris-
tiano. La microestructura de esta primera decena parece calcar la
de cualquier tratado de educación de príncipes al uso durante fines
de la Edad Media y sobre todo del Renacimiento (es cierto que con
salvedades, porque el sexto y el séptimo tocan el asunto de la Razón
de Estado, ausente de los anteriores). No es así, sin embargo, pues
muchos de los restantes 490 tratan de política, pero otros tantos son

79
Muy pocas centellas hacen referencias a asuntos religiosos, como Dios o la
virtud: véanse los números 9, 10, 96, 242, 269, 286, 299, 350, 363, 366, 373, 388,
424, 430, 445, 457, 472, 493, que agotan todas las referencias en ese sentido.
INTRODUCCIÓN 67

de carácter general, y las alusiones a la virtud y al cristiano desapa-


recen casi totalmente. 79
Por ello, y pese a lo arriesgado de aventurarse a una clasificación,
creo que yo distinguiría dos tipos de aforismos en las Centellas si
se busca perfilar su contenido: los especulativos, que describen el
mundo, ya sea con aserciones de carácter general, ya sea tipifican-
do conductas;80 y los aforismos que podríamos llamar de carácter
agentivo, operacional, que aconsejan conductas en positivo o en ne-
gativo.81 Claro que valdría igual una taxonomía basada en el desti-
natario, y entonces podría diferenciarse entre los aforismos del que
manda,82 los del que sirve,83 y aquellos otros que tienen una validez
general independientemente de la posición en la cadena de mando
del que lo recibe («aforismos para todos» podría ser el marbete ca-
racterizador). Conviene notar que ciertas posiciones son relativas,
porque el que sirve lo hace con respecto a un superior, pero él tam-
bién es superior de otros (es lo que sucede con consejeros, militares,
80
En este apartado casi cualquiera de las centellas vale como ejemplo. Como
muestra del primer tipo, cfr. el n. 402: «La ambición y la codicia desbarataron la
máquina del buen gobierno, y ellas sustentan ahora el desorden, sin esperanza
de remedio humano»; como cala entre los segundos, la n. 342: «Los hombres
de grande valor y pecho, que aspiran a cosas grandes, cuando se ven con poder
militar, despiertan muchas veces ocasiones para sustentarse en él, aunque sea con
daño del príncipe, y así le conviene advertirlo y desviarlo».
81
Los que aconsejan conductas en positivo pueden ser de tipo general («Oye,
entiende y considera; y después responde», n. 33) o bien aquellos que aconsejan
aprender a hacer algo («Aprende a sufrir contrastes y a navegar con viento
contrario», n. 86); los de carácter negativo suelen llevar un encabezado del tipo «No
+ imperativo»: «No persigas con la lengua al que te hizo algún daño…», n. 52; «Al
que tuvieres mala voluntad secreta, no se la descubras poor verle perseguido…»,
n. 228). Después de la orden puede venir o no una explicación, introducida por
alguna conjunción.
82
Del tipo «Los que están muy avezados a mandar, no saben obedecer ni
sufrir contradicciones» (n. 30), etc.
83
«El que sirve con provecho de su amo, pida y aprovéchese a sí mismo.,
porque en dejando de servir, pueda dejar de pedir» (n. 65).
68 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

ministros o magistrados…), que ocupan posiciones intermedias en


esa cadena del mando.
Comoquiera que fuese, lo que acabo de enunciar demuestra de
forma bastante clara el sentido general de este rosario de chispas.
Hay consejos de todo tipo (aunque fundamentalmente de política y
sobre la vida en general, con algunos –muy pocos– de tipo religio-
so), que explican el mecanismo del mundo y aconsejan cómo ac-
tuar en él, y que van dirigidos desde el público en general a aquellos
que sirven o son servidos.
Y todo ello en una forma nueva, porque el molde aforístico
adopta un lenguaje no solo conciso, sino también totalmente llano,
alejado de la formulación literaria. Habría que tener en cuenta que
una sola de entre las quinientas centellas contiene una cita literaria,
la 301:

Algunas veces los pobres dan entrada a los regocijos porque la melancolía
no los consuma del todo, pero al tiempo del comer los despiden. Y a este
propósito dijo un poeta:

La pobreza y la alegría
son como el perro y el gato,
que no comen en un plato,
aunque estén de compañía.

Creo igualmente que solo se menciona una autoridad, el Catón


que aparece en la centella 348, y que solo hay dos personajes citados
como protagonistas: el Nerón del número 417 y el Job de la 466. Se
observará que hay que esperar mucho para que aparezcan estas ci-
tas y personajes, que comienzan a a asomar ya rebasado el ecuador
del libro. Creo que la razón estriba en que Setantí fue variando a
medida que componía las Centellas: de hecho, puede decirse como
norma general que, hasta llegar a la centella 250, casi todas ellas
INTRODUCCIÓN 69

«No introduzca [el príncipe] fácilmente novedades, que de ordinario nuevos


arbitrios son odiosos. Los Locrenses dibujados en este Emblema, a quien
proponía el pueblo alguna ley o costumbre nueva, echaban un lazo al cuello
y si le aplaudían, le daban con aclamación el premio; pero si desagradaba,
corrían el lazo y sin dilación ejecutaban el último castigo». (Andrés Mendo,
Príncipe perfecto y ministros ajustados, Lyon: H. Boissat y Georges Remeus,
662, «Documento LXIV»).

son muy breves, casi de una línea. Por el contrario, a partir de allí
crecen (cfr. los números 272, 274, 291, etc.), lo que se hace espe-
cialmente sensible tras la número 400. Otros datos apoyarán más
tarde esta hipótesis. Continuemos ahora con los aspectos literarios.
Sorprende que en los quinientos fragmentos no haya más que una
metáfora, en la 324:

Son los rudos leña verde, que puesta en el fuego no saca sino humo;
y los agudos, cohetes, que encendidos suben luego por el aire arriba,
más recios que una saeta; y acabada la pólvora, caen sin luz ni sustancia
alguna.
70 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

Escasean por lo general las imágenes («tomar el pulso» aparece


en las centellas 11 y 245, o una alusión al «cuerpo de la república»
en la 19) , y quizá el recurso literario más socorrido sea la compara-
ción (151, 223, 232, 241, 250, 265, 321, 353, 357, 433… pero obsérve-
se de nuevo la ausencia hasta llegar a la mitad). Diríase que hay una
voluntad casi absoluta de abandonar cualquier tipo de expresión
literaria: solo cuando las frases se alargan se recurre a algún proce-
dimiento de este tipo, pero dentro de la gama más baja dentro de la
oferta retórica posible.
La pregunta, entonces, es: ¿qué caracteriza a la centella de
Setantí? La respuesta es bien simple: su extrema sencillez. Se trata
de las anotaciones –muy genéricas en algunos casos, inteligentes en
otros– de un gobernante con amplia experiencia en tareas milita-
res y de estado. Quizá por ello, y salvado el aspecto del contenido,
lo que se puede decir de ellas desde un punto de vista literario es
bien poco, y tiene más que ver con la lengua empleada que con la
literatura. Se trata del tono de la enunciación, que solo en un caso es
exclamativo (295) y en otro interrogativo (172); no llegan a la vein-
tena los casos en que se expresan condiciones (3, 18, 36, 61… 481).
Por el contrario, predominan los imperativos y, aún mucho más,
las constataciones en presente de indicativo. Los primeros, en una
proporción del 15%, valen para enunciar las reglas, siempre más en
afirmativo que en negativo (al fin y al cabo estamos ante la obra de
un tacitista, y como tal, un experto en el arte de regular comporta-
mientos). La parte del león (80%) se la lleva el uso del presente, el
tono enunciativo, lo que viene a probar que, más que reglas de com-
portamiento, los aforismos de Setantí describen un mundo, el mun-
do proceloso y cambiante de comienzos del siglo XVII. También
este tipo de análisis prueba la distinta composición según avanza el
libro, pues hasta llegar al 150 los dos tipos principales están equili-
INTRODUCCIÓN 71

brados (66 aforismos de tono imperativo frente a 75 en los que se


ofrecen constataciones a través del presente), mientras que a partir
de entonces la proporción se inclina mayoritariamente por el pre-
sente frente al imperativo. Tras esa primera parte, el aforismo puede
terminar sin más, o bien agregar una conclusión o consecuencia
introducida por una partícula.
Si se atiende al contenido estricto de las Centellas, habría que
observar que tratan los temas habituales de la literatura didáctica
(desde la mujer, la amistad, la risa, la burla, la pobreza, el tiempo…)
hasta los más característicos de la literatura política (la privanza, la
relación con el príncipe, la guerra, el consejo…). Con una particu-
laridad, y es que en no pocas ocasiones se suceden varios fragmen-
tos seguidos que abordan el mismo asunto (es el caso de la relación
burlas y veras, 78-79; los negocios públicos, 123-129; la mujer, 191-
194; la justicia, 222-227; las palabras, 249-252 y 269-270; la oposi-
ción entre rudos y agudos, 323-324; o la elocuencia, 439-440, por
citar solo algunos casos): da toda la impresión de que la reflexión
o las lecturas le llevaron a producir más de una anotación seguida,
mientras que hay motivos que le preocupan a lo largo de todo el
centón, como la prudencia, la política, la experiencia, los preten-
dientes, la fortuna, la guerra, las leyes, el mundo al revés, la circuns-
tancia… Como puede verse, todos los temas y problemas candentes
en la cultura del Barroco, a la que responden a la perfección estas
Centellas, cosa que hace tan difícil y atractiva a la vez la sistematiza-
ción y el estudio de la obra.

3. ESTA EDICIÓN
Para preparar el texto, me he servido de la única edición conoci-
da de la obra, la publicada en 1614 en compañía de los Aforismos de
Tácito: Aphorismos sacados de la Historia de Publio Cornelio Tácito,
por el D. Benedicto Aries Montano, para la conservación y aumen-
72 CENTELLAS DE VARIOS CONCEPTOS

to de las Monarchías, hasta ahora no impressos. Y las centellas de


varios conceptos, con los Avisos de Amigo, de Don Ioachín Setantí,
Barcelona, Sebastián Mantevat, a costa de Miguel Manescal, 1614,
según ejemplar de la Biblioteca Nacional de Madrid (ejemplares
2-49.524 y 3-56054). He tenido a la vista la edición incluida por
Adolfo de Castro en las Obras escogidas de filósofos que publicó en
el tomo 65 de la Biblioteca de Autores Españoles (Madrid: Atlas,
1953, pp. 521-538).
En atención a las características de la colección, modernizo to-
talmente el texto, tanto en ortografía, acentuación y puntuación,
como en la morfología: creo que así será más fácilmente compren-
sible para el lector.
En la anotación, he procurado ser parco. Es evidente que, dada
la universalidad de muchos de los asuntos abordados en los aforis-
mos, era imposible una glosa exhaustiva. Por eso he atendido sobre
todo a dos aspectos: facilitar la comprensión del léxico que presenta
dificultades desde un punto de vista moderno, y apuntar algunas
similitudes y desencuentros entre Setantí y otros autores de sen-
tencias desde la Antigüedad hasta el siglo XVII. Los Avisos de ami-
go apenas llevan anotación porque, a diferencia de las Centellas, se
trata de sentencias en verso bien conocidas en la tradición clásica y
renacentista en la inmensa mayoría de los casos. Se agregan por un
prurito filológico y para que el lector pueda comparar la forma libre
y suelta de las primeras con la mala fortuna de los endecasílabos
agrupados en pareja por don Joaquín.
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