Filosofia
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La respuesta a estas inquietudes permite que la reflexión sobre el origen (y en algo sobre el
sentido) del universo tome dos caminos: la cosmología creacionista y la cosmología
cientificista. La primera no acepta que las cosas empiecen de la nada, sino que prefiere
afirmar que desde siempre han existido, pero en un sentido diferente a lo que llamamos
universo. Ese tipo de existencia es eterna, por lo que no hay que preguntarse por su origen,
y se llama DIOS.
La segunda, es decir, la visión cientificista, trata de encontrar una causa o acontecimiento con
el que haya empezado a existir en universo. Una respuesta la propuso G. Gamow en 1948,
afirmando la gran explosión (big bang) de la materia hace 15 mil millones de años –pero no
explica de donde vino la materia-. Se reemplazó por las ideas de A. Guth, quien en 1981
propuso la teoría del universo inflacionario, o condensación de unas partículas básicas de
la materia. Sin embargo, tampoco explica de dónde aparecieron esas partículas originarias.
COSMOVISION EN LA ANTIGÜEDAD
El cielo
Una explicación de los cielos acorde con las concepciones culturales y religiosas de los
griegos debía cumplir estas características:
● El movimiento de los cuerpos celestes debe ser circular, pues este es el movimiento más
perfecto y, por lo tanto, el que corresponde a seres divinos como los astros.
● Se ha de considerar que la Tierra está inmóvil en el centro del universo, pues es lo que la
observación cotidiana parece mostrar (parece que nosotros permanecemos estáticos y que el
universo está organizado en torno a nosotros)
● El universo se entiende como limitado, en el extremo más alejado de la Tierra, por la esfera
de las estrellas fijas (como una bóveda o cúpula en la que se encuentran incrustadas las
estrellas.
Esta imagen del mundo es la más apropiada si hacemos caso a nuestros sentidos, pues
vemos moverse el Sol, la Luna y las estrellas, y nada parece indicar que es la propia Tierra la
que se está moviendo.
Sin embargo, esta concepción conllevaba algunos problemas. El más grave es el
llamado “problema de Platón” por el historiador de la ciencia Gerald Holton
(Introducción a los conceptos y teorías de las ciencias físicas):
Se cuenta que Platón (siglo IV a. de C.) planteaba el problema a sus alumnos en estos
términos: Las estrellas -consideradas como eternas, divinas e inmutables- se mueven
alrededor de la Tierra dando una vuelta por día como puede verse, y según la trayectoria de
mayor perfección, el círculo. Pero hay algunos cuerpos celestes que, si los observamos
durante un año, aparecen como errando, casi en desorden, por el cielo, recorriendo
trayectorias anuales de una irregularidad desconcertante. Estos son los planetas.
Seguramente deben moverse “realmente” de algún modo, según círculos ordenados o
combinaciones de círculos. Tomando este movimiento circular como axioma, ¿cómo podemos
interpretar las observaciones del movimiento planetario o, usando la frase contemporánea,
“salvar las apariencias”? El importante problema de Platón puede plantearse como sigue:
“Determinar qué clases de movimientos (circulares) uniformes y ordenados deben asignarse
a cada uno de los planetas para explicar sus trayectorias anuales aparentemente irregulares”.
Fue un discípulo de Platón llamado Eudoxo (408-355 a. C.) quien buscó una solución a este
problema: construyó un sistema de esferas concéntricas rotatorias que daba cuenta de
muchas de las características observadas de los cielos: la teoría de las esferas
homocéntricas. Se trataba de un complejo sistema de 27 esferas con un centro común que
coincidía con el centro de la Tierra (por eso se llaman esferas homocéntricas). Estas esferas
eran cristalinas y transparentes, se encontraban concatenadas unas dentro de otras, como si
se tratara de muñecas rusas y, además, cada una de ellas se movía sobre sí misma con un
eje de rotación diferente. El movimiento de cada planeta era el resultado de su vinculación
con grupos de cuatro esferas, cuyos movimientos rotatorios se superponían en el propio
planeta, dando como resultado los aparentemente azarosos y erráticos movimientos
planetarios. Así, un movimiento complejo trató de ser explicado con la suma de varios
movimientos simples. Y con ampliaciones y algunas modificaciones este modelo fue adoptado
por otros personajes posteriores, entre los que destacó Aristóteles, lo que convirtió a la teoría
homocéntrica en la visión filosófica sobre la forma general del Universo por casi dos milenios.
Implicaciones filosóficas
Las cosmovisiones son elaboradas por los seres humanos en busca de la verdad, ya sea para
conseguir sentirse más seguros, ya sea para buscar consuelo ante la incertidumbre, ya sea
por otras razones. En este sentido, las cosmovisiones se encuentran íntimamente
relacionadas con las visiones y creencias religiosas y filosóficas.
De este modelo aristotélico-ptolemaico podemos observar las siguientes implicaciones
filosóficas. La realidad está perfectamente ordenada ya que todo está organizado e integrado
en la totalidad del universo, cada parte tiene una finalidad, un sentido, dentro del conjunto.
Los seres cambian y se transforman no solo porque haya fuerzas externas que los impulsen,
sino, también, porque poseen un dinamismo interno: el movimiento es algo inherente a la
materia, unido a ella, no solo algo que viene desde fuera.
Por eso, la propia naturaleza de las cosas es lo que las impulsa a cambiar y desarrollarse. La
realidad es algo cognoscible, algo que podemos llegar a conocer: utilizando nuestra
inteligencia (nuestra razón), podemos comprender perfectamente el funcionamiento del
universo (ya que este funcionamiento se basa en relaciones de causalidad -todo tiene una
causa-, las cuales se dirigen a una finalidad, y esta finalidad es comprensible mediante la
observación y el pensamiento. La perspectiva es antropocéntrica: el ser humano se halla en
el centro del universo (la Tierra es única, inmóvil y situada en el centro) desde el cual
observamos el espectáculo de lo real.
Copérnico y el heliocentrismo
Nicolás Copérnico (1473-1543), en su obra Sobre las revoluciones de las esferas celestes (De
revolutionibus orbium coelestium) someterá el paradigma aristotélico-ptolemaico a una
profunda crítica. Inspirándose en la obra de Aristarco de Samos (310-230 a. C.), afirmó que
el Sol se encontraba en el centro del universo y que el resto de los planetas, incluida la Tierra,
giraba a su alrededor.
Esto es lo que se conoce como heliocentrismo. Copérnico planteará su argumento según el
modo establecido por Guillermo de Ockham (1280-1349): la explicación más sencilla -de
cualquier fenómeno- deberá ser la verdadera (conocido como la “navaja de Ockham”). Todo
el complejo sistema ptolemaico sería mucho más simple, explicativo y predictivo si la Tierra
dejara de ocupar su lugar preeminente y este fuera ocupado por el sol: modelo heliocéntrico
frente a modelo geocéntrico. El Sol estaría en el centro del universo. Todo lo demás, giraría a
su alrededor, incluido nuestro planeta (movimiento de traslación alrededor del Sol,
anualmente).
La Tierra, además, poseería otros dos tipos de movimiento, el de rotación sobre sí misma y el
de inclinación de su eje (como si se moviera igual que una peonza y provocará una leve
variación del ángulo de su rotación). No obstante, y pese al giro drástico que supuso su
concepción heliocéntrica sobre el universo -la Tierra tan solo sería un planeta más y el hombre
dejaría de ser el centro de la creación-, Copérnico sostuvo tesis que eran propias del anterior
paradigma como las referidas al movimiento circular de los planetas y a la finitud del universo.
Johannes Kepler (1571-1630), astrónomo y matemático alemán, aceptó el heliocentrismo,
pero aportó un apoyo matemático más firme que el de las tesis copernicanas. Al estudiar el
movimiento de Marte, concluyó que las órbitas de los planetas no eran perfectamente
circulares, sino que su trayectoria era elíptica, y que el Sol se encontraba en uno de los focos
de la elipse.
Esta evidencia constituye la primera de las tres leyes conocidas como leyes de Kepler. Las
tres leyes de Kepler acabaron con la creencia de que el movimiento de los planetas era
circular, por considerarse este el movimiento perfecto. Por otro lado, la fuerza que impulsaba
a los astros en el cosmos ya no era anímica (es decir, no respondía a un sentido metafísico o
moral), sino una fuerza puramente motriz proveniente del Sol, y podía explicarse enteramente
por las leyes de la matemática y la física, sin requerir otro tipo de explicación.
Ese modelo nuevo dará pie a la nueva representación del mundo: el universo-máquina, un
gran mecanismo regular y predecible, sin “alma”.
La nueva física
Galileo y Newton
Galileo Galilei (1564-1642), sabio renacentista nacido en Pisa, dedicó sus observaciones
empíricas mediante el uso del telescopio y su formalización matemática a demostrar las tesis
sostenidas por Copérnico. Sus observaciones astronómicas, especialmente de la Luna, y la
comprobación de que el satélite tiene la misma composición que la Tierra, significaron una
crítica demoledora de la doble composición del universo sostenida por Aristóteles.
Galileo estableció el principio de inercia, según el cual los cuerpos tienden a permanecer en
reposo o bien a velocidad uniforme a no ser que actúe sobre ellos una fuerza. De este principio
se deriva el fenómeno de la invarianza, que asegura que el reposo y el movimiento a velocidad
constante son equivalentes. Por esta razón, desde la Tierra no se percibe apenas ningún
efecto de su propio movimiento.
El principio de inercia también justificaba que los planetas no se movieran por el impulso de
un supuesto primer motor, sino porque no había ninguna fuerza que los frenara. La obra del
filósofo y matemático inglés Isaac Newton (1642-1727) y, en especial, su obra Principios
matemáticos de la Filosofía Natural, publicada en 1687, constituye la culminación de ese
proceso de revolución científica y cosmológica iniciada por Copérnico en 1543 con motivo de
la publicación de Las revoluciones de las esferas celestes.
Newton estableció que todos los cuerpos del universo son el origen de la fuerza de la
gravedad, y a su vez se ven afectados por ella (todos los cuerpos, por tener masa, se atraen
entre sí: en esto consistiría la gravedad).
La definió como una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e
inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que separa sus centros de gravedad.
Se trataba de una ley que podía aplicarse tanto para la caída de una piedra como para
determinar el movimiento de los planetas, lo cual significaba que las mismas leyes regían en
todo el universo (así, se terminaba de superar la cosmovisión aristotélica, en tanto que
distinguía entre un mundo sublunar y otro supra lunar).
Implicaciones filosóficas
El paradigma newtoniano trastorna la cosmovisión aristotélica-ptolemaica. Newton y sus
predecesores nos ofrecen la imagen de un universo explicable mediante leyes, como un gran
reloj, y predecible en sus procesos ya que se comporta de una forma determinada. Además,
este universo deberá ser infinito, de lo contrario, todo su sistema gravitacional se colapsaría.
Este universo, en su grandeza, sitúa al hombre en un papel secundario, pues, en definitiva,
las leyes que explican su funcionamiento suponen, al mismo tiempo, que el universo no posee
finalidad alguna.
Si el universo no posee finalidad, ¿la tiene la existencia del ser humano? Todo esto afecta,
igualmente, al papel que Dios desempeña en este nuevo paradigma. Dios es el gran relojero
que ponen en marcha todo el sistema (mecanicismo) y, una vez hecho esto, su papel deja de
tener relevancia. El paradigma newtoniano -con un universo creado e infinito- no supone un
ateísmo, pero sí abre camino al agnosticismo.
La cosmovisión actual
El paradigma newtoniano se mantendrá vigente hasta los albores del siglo XX. El
replanteamiento será posible gracias al avance y el progreso científico que se manifestará,
fundamentalmente, en el desarrollo de la física cuántica y en las aportaciones de Albert
Einstein (1879-1955) con su teoría de la relatividad. Actualmente ambas teorías son
incompatibles entre sí, pero permiten entender, respectivamente, lo más grande y lo más
pequeño de nuestro mundo. Sin embargo, se sigue trabajando para lograr una teoría que sea
capaz de unificarlas.
La física cuántica
Si la teoría de la relatividad revoluciona nuestra visión del mundo a gran escala (el
macrocosmos), la teoría cuántica hace lo propio con el mundo de lo infinitamente pequeño.
De los múltiples resultados de una teoría tan compleja como la cuántica, el que más impacto
filosófico produjo fue el denominado principio de indeterminación o incertidumbre de
Heisenberg. Según este principio, existen determinadas magnitudes microfísicas, como la
velocidad y la posición de una partícula subatómica, o la energía y el tiempo de la misma,
entre las que se dan lo que se llama relaciones de indeterminación o incertidumbre; es decir:
si tratamos de conocer (de medir) de modo preciso una de ellas, necesariamente la otra
magnitud se nos va a “escapar”.
Así, por ejemplo, no podemos conocer con exactitud y a la vez la velocidad y la posición de
una partícula, pues alguna de estas dos magnitudes fundamentales permanecerá
necesariamente indeterminada o incierta. Esto supone un límite infranqueable a nuestro
conocimiento de la realidad.
Con respecto a este problema se han propuesto dos interpretaciones. Se habla de principio
de incertidumbre si se quiere hacer hincapié en el componente subjetivo de la imprecisión:
somos nosotros, los humanos, los que, al medir interaccionamos con eso que estamos
midiendo y lo perturbamos y, por ello, parte de los resultados que obtenemos son inciertos,
probables, azarosos, pero la realidad misma es precisa. Lo que es impreciso e incierto es
nuestro conocimiento de la realidad. En el futuro recuperaremos la precisión y certidumbre
perdidas.
Se habla de principio de indeterminación -y es esta la interpretación física que ha prosperado-
si lo que se quiere señalar es que es la propia realidad la que es indeterminada (y no nuestro
conocimiento de ella): la raíz última de la realidad material, las partículas subatómicas, son
indeterminadas, imprecisas, azarosas, no nuestro conocimiento -objetivo- de ellas. Según
esta interpretación, la cuestión no es que estemos ante una incapacidad de nuestro
conocimiento o de nuestros instrumentos de medida, sino que nos encontramos ante un límite
de las cosas mismas, las cuales son, en el fondo y en cierta medida, indeterminadas.
Según esta interpretación, hay eventos que serán, por su naturaleza, radicalmente
imprevisibles, impredecibles. Las leyes de la nueva física no podrán ser ya deterministas,
como eran las de la física clásica, sino estadísticas, probabilísticas. Algunos autores han
entendido que la gran aportación de la física cuántica a nuestra cosmovisión contemporánea
es la apertura que se da a lo imprevisible, incalculable, impredecible: en suma, la apertura a
la libertad, frente al determinismo de la cosmovisión moderna.
Implicaciones filosóficas
Algunas de las implicaciones filosóficas de la nueva cosmovisión científica pueden ser las
siguientes:
Imposibilidad de separación sujeto-objeto: para observar algo hay que interaccionar con ello.
Cuando lo observado es suficientemente pequeño, esta interacción condiciona el resultado
del experimento. En este sentido, la física cuántica pone en entredicho la creencia (de
herencia griega) de que el mundo es una realidad objetiva que el ser humano puede llegar a
conocer.
Indeterminismo e imprevisibilidad: la física cuántica cuestiona la imagen determinista del
mundo: solo podríamos establecer leyes estadísticas que no predicen con exactitud el
resultado de una observación, sino tan solo calculan sus probabilidades.
Alejamiento respecto al sentido común: la nueva cosmovisión científica se distancia de
nuestras intuiciones y percepciones habituales, por lo que resulta poco comprensible para los
que no son expertos.
ACTIVIDADAD NUMERO 1
1- Realiza una explicación de cómo se percibe el universo en la edad antigua, teniendo en
cuenta las posturas presocráticas, Aristóteles y Platón
2- Consulta como era las cosmovisiones en la edad media teniendo en cuenta las implicaciones
filosóficas
3- Realiza un mapa conceptual explicando la visión moderna del origen del mundo.
4- Realiza un argumento explicando la siguiente idea:
“Si el universo no posee finalidad, ¿la tiene la existencia del ser humano? Todo esto afecta,
igualmente, al papel que Dios desempeña en este nuevo paradigma. Dios es el gran relojero
que ponen en marcha todo el sistema (mecanicismo) y, una vez hecho esto, su papel deja de
tener relevancia. El paradigma newtoniano -con un universo creado e infinito- no supone un
ateísmo, pero sí abre camino al agnosticismo.”
5- ¿Cuál son las implicaciones filosóficas del sistema actual con relación a la explicación del
origen del universo?
6- Realiza un cuadro comparativo en el cual resaltes las diferencias en cada una de las etapas
que buscan dar respuesta la pregunta sobre el origen del universo.
7- Exprese su opinión: ¿con cuál de las teorías se identifica? ¿Por qué?
8- ¿Qué sucedería si se demostrara tangiblemente el origen del universo? Piensa en varias
repercusiones…
9- ¿Por qué la filosofía se interesa por develar cuestiones que aun modo de ver sigue vigente?
10- Crea una criatura con el super poder de ayudar a los científicos a develar el misterio del
universo. ¿Cuál cualidad le atribuirías?