Lavyrle Spencer - Promesas
Lavyrle Spencer - Promesas
Lavyrle Spencer - Promesas
Spencer
Promesas
Este libro está dedicado a los numerosos
bibliotecarios que me ayudaron a lo largo de
años y, en especial, a Nita Foster y Ardis Wiley,
del Hennepin County Library System, que
siempre encontraron el material de
investigación que yo necesitaba. Doy las gracias
también a Patty Myers, de la Johnson County
Library de Buffalo, Wyoming, y al equipo de la
Sheridan County Fulmer Public Library de
Sheridan, Wyoming, por su especial ayuda con
este libro.
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ÍNDICE
Nota de la autora..............................................4
Capítulo 1..........................................................5
Capítulo 2........................................................18
Capítulo 3........................................................33
Capítulo 4........................................................49
Capítulo 5........................................................64
Capítulo 6........................................................78
Capítulo 7........................................................92
Capítulo 8......................................................109
Capítulo 9......................................................124
Capítulo 10....................................................139
Capítulo 11....................................................151
Capítulo 12....................................................166
Capítulo 13....................................................179
Capítulo 14....................................................193
Capítulo 15....................................................209
Capítulo 16....................................................222
Capítulo 17....................................................237
Capítulo 18....................................................253
Capítulo 19....................................................268
Capítulo 20....................................................283
Capítulo 21....................................................298
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA....................................309
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Nota de la autora
L. S.
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Capítulo 1
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unosJeffcoat
cientossonrió, pues
de kilos. el animal
Pero, pese asobrepasaba
su juventud,elelpeso
chicodel muchacho
sabía lo que en
estaba haciendo. Las grietas de miembros de animales no podían tomarse
a broma.
—Muchacho, ¿tú estás a cargo aquí?
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presione la horquilla y las paredes del casco, si no quiere que quede cojo
para siempre. Tal vez serviría un remache.
—Yo atenderé a mis propios caballos, si no le importa —replicó con
acritud, desatando la cuerda de Sergeant y conduciéndolo a un pesebre.
¿Quién diablos se creerá que es, que puede venir aquí a darme
consejos? No es más que un sucio vaquero sin mangas siquiera,
metiéndose en un establo ajeno y barbotando como un geiser, y yo sé
todo lo que hay que saber sobre el cuidado de cascos. ¡Todo!
Pero Emily Walcott ardía de indignación porque sabía que el extraño
tenía razón: tendría que haber utilizado dos trozos de cuerda, pero tenía
demasiada prisa.
Al salir del pesebre, no dedicó al desconocido más que una mirada
fugaz y lo dejó atrás.
—Aquí alojamos caballos. Los alimentamos, los almohazamos, les
damos agua y los enjaezamos, y alquilamos arreos de montar. ¡Pero lo
que no hacemos es permitir que un mozo de cuadra de poca monta quiera
hacer su aprendizaje con nuestros animales!
Para azoramiento de Emily, cuando pasó junto al hombre este estalló
en carcajadas. Se dio la vuelta con mirada asesina y las comisuras de la
boca—Señor,
caídas como si estuviesen
no tengo atadas
tiempo para a sus zapatos.
perderlo con usted. Tal vez con sus
caballos, si habla rápido. Y bien, ¿los deja adentro o afuera? ¿Heno o
avena?
—¿Mozo de cuadra de poca monta? —logró decir, todavía riendo.
—Está bien, como quiera. —Obstinada, cambió de dirección
dirigiéndose hacia una compuerta que daba al henil y pasó junto al
hombre con expresión hostil—. Lo siento, estamos completos —le advirtió
con sequedad—. Pruebe en Rock Springs. Está a unos pocos kilómetros, en
esa dirección. —Hizo un ademán con el pulgar hacia el sur.
Rock Springs estaba a más de quinientos sesenta kilómetros y había
tardado dieciocho días en cubrirlos. La muchacha comenzó a subir la
escalera hasta que una mano aferró una de sus gastadas botas de
vaquero que olían a caballo.
—¡Eh, espere un minuto!
La bota se salió y quedó en la mano de Jeffcoat.
Tan sorprendido como ella, se quedó mirando con la boca abierta el
pie descalzo, con el tobillo sucio y briznas de heno pegadas a la piel, y
pensando que era la presentación más extraña que había tenido con un
miembro del sexo opuesto. En el lugar del que provenía, las damas usaban
vestidos de algodón con enaguas de trencillas y delantales blancos
almidonados, en vez de los de cuero, y sombreros de paja en vez de
gorras de muchacho, y delicados zapatos abotonados pero no botas de
vaquero con estiércol pegado. Y medias largas... delicadas medias de hilo
de Escocia que ningún caballero veía jamás. Sin embargo, ahí estaba,
contemplando
—Oh, lo... fijamente el pie descalzo.
lo siento, señorita, lo siento mucho.
La vio bajar y volverse, rígida, con un rostro tan encendido como un
amanecer de verano.
—¿Le ha dicho alguien que es usted un dolor brutal, infernal en el
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trasero?
Le arrebató la bota, volcó un balde esmaltado y se sentó sobre él
para calzarse. Antes de que pudiese hacerlo, el hombre se la quitó de la
mano y se apoyó sobre una rodilla para hacer los honores.
—Permítame, señorita. Y para responder a su pregunta sí, mi madre,
mi abuela, mi novia y mis maestras. Al parecer, toda mi vida he tenido la
virtud de irritar a las mujeres, aunque nunca he sabido por qué. Nunca he
hecho algo como esto, ¿y usted?
Sostuvo la bota en posición.
Emily sintió que todo su cuerpo se sonrojaba, desde los pies sucios
hasta la gorra del hermano. Le quitó la bota y se la calzó ella misma.
Sonriente, sin dejar de observarla, Jeffcoat respondió, a destiempo:
—Avena, por favor, y albérguelos adentro y cepíllelos, también.
¿Tengo que pagar por adelantado?
—¡He dicho que estamos completos! —Se levantó de un salto, lo
eludió con un giro cargado de rabia y subió al altillo—. ¡Vaya a resolver su
asunto en cualquier otro lado!
El hombre miró hacia arriba, pero no vio otra cosa que vigas y motas
de polvo.
—Lomontón
Un siento, de
señora.
heno En verdad lo
le aterrizó enlamento.
la cabeza. Se dobló hacia adelante,
resoplando y estornudando.
—¡Eh, mire lo que hace! —Oyó las pistolas que golpeaban en lo alto y
el arrastrar de las botas por el suelo del desván. Apareció otra horquilla
con heno y retrocedió, al tiempo que gritaba—: ¿Puedo dejar los caballos o
no?
—¡No!
—¡Pero este es el único establo del pueblo!
—¡He dicho que no hay más lugar!
—¡No es cierto!
—¡Sí, lo es!
—Si es por el pie descalzo, ya le he dicho que lo lamento. Y ahora,
baje aquí, así podré pagarle.
—¡Le repito que estamos completos! ¡Váyase!
Desde el extremo opuesto del cobertizo, Edwin escuchó la discusión
con interés creciente. Vio al extraño con heno en el sombrero y en los
hombros, vio que otra carga de la horquilla llovía desde la compuerta, oyó
la mentira evidente de su hija y decidió que era hora de intervenir.
—¿Qué está pasando aquí?
Se hizo silencio, sólo quebrado por el martillo de un herrero, en otro
punto de la calle.
Jeffcoat se dio la vuelta y encontró a un hombre robusto enmarcado
en la entrada, con los brazos en jarras, poderosos, asomando por las
mangas enrolladas y el pelo del pecho por el cuello abierto de la camisa
de franela
botas roja desvaída.
a media pierna yLos pantalones
unos tirantes negros
a rayasestaban metidos
enfatizaban suenfigura
unas
musculosa. Tenía el cabello negro revuelto, veteado de gris, un espeso
bigote negro, ojos azules y una boca parecida a la de la muchacha.
—¿En qué puedo ayudarlo, señor...?
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Capítulo 2
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padreContemplándolo
se hubiese puestotodo, Emily
firme en suspiró.
llevarse Con
todo frecuencia
y dejar sólodeseaba que su
una mecedora
de mimbre y una o dos mesas, pero comprendía que la enfermedad de su
madre lo dominaba y lo obligaba a permitirle salirse con la suya.
Porque su madre se estaba muriendo.
Si bien todos lo sabían, nadie lo decía. Si quería tener el piano
cubierto de flecos y todo lleno de chucherías, ¿quién en la familia podría
negárselo?
Emily se dejó caer en el feo diván, apoyó los brazos cruzados y la
cabeza sobre las rodillas y cedió a la depresión que se cernía sobre la
casa.
Oh, madre, por favor, cúrate. Te necesitamos. Papá te necesita. Está
tan solitario, tan perdido, aunque trata de ocultarlo. Quizás, en este
mismo momento, esté angustiado pensando qué pasará con otro establo
para alojar caballos que se instalará bajo sus propias narices. Nunca me lo
confiaría a mí, pero sí a ti si estuvieses fuerte.
Y Frankie... sólo tiene doce años y aún necesita muchos cuidados
maternales. Si tú te mueres, ¿quién se los brindará? ¿Yo, que todavía
necesito una madre? En este mismo momento, la necesito. Quisiera correr
a ti y hablarte de mis miedos con respecto a papá y mi esperanza de
convertirme en veterinaria, cosa que anhelo más que ninguna otra que
pueda recordar, y de Charles, y mis dudas con respecto a él. Necesito
saber si lo que siento es lo bastante fuerte o si tendría que ser más
intenso. Porque me lo advirtió: va a volver a proponerme matrimonio y
¿qué le diré esta vez?
Con bueno
sencillo, el rostro hundido entre
y trabajador las manos,
Charles, que eraEmily pensó en Charles.
su compañero El
de juegos
desde la infancia, y que, abrumado al saber que ella se marchaba de
Philadelphia, adoptó la trascendental decisión de venir junto con la familia
al territorio de Wyoming e iniciar su vida allí.
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labios.
El cielo adquirió un tono azul oscuro y no había nadie cerca que
pudiera presenciar lo que sucedía en la sombra de la honda galería
cuando la tomó en sus brazos, la acercó y posó su boca sobre la de ella.
Emily cedió, pero el contacto de los labios tibios y el bigote cosquilleante
la hizo pensar: "¿Por qué tengo que conocerte de toda la vida? ¿Por qué no
serás un misterioso extraño que entró galopando al pueblo y me echó una
segunda mirada que me hizo tambalear sobre los pies? ¿Por qué el aroma
de virutas de madera de tu piel y del tónico del cabello son demasiado
familiares para resultar excitantes? ¿Por qué te quiero del mismo modo
que a Frankie?"
Cuando el beso terminó, el corazón de Emily percutía con el mismo
ritmo tranquilo que si acabara de despertarse, desperezándose tras una
larga siesta.
—Charles, ahora tengo que entrar.
—No, todavía no —murmuró, sujetándola de los brazos.
Emily bajó la barbilla, para que no la besara otra vez.
—Sí, Charles... por favor.
—¿Por qué siempre te apartas?
—Porque
El no esuncorrecto.
joven soltó suspiro trémulo y la soltó.
—Está bien... pero haré los preparativos para el domingo.
La acompañó hasta la puerta y Emily sintió la renuencia de Charles a
marcharse, a regresar a su propia casa vacía. Experimentó un
desagradable sentimiento de culpabilidad por no poder expresar los
sentimientos que él esperaba de ella, por no poder llenar el vacío dejado
por la familia, por el hecho de que no le gustaran el bigote y la barba,
cuando estaba segura de que a otras mujeres les resultarían atractivos.
Cuando se interrumpió y se volvió hacia ella, supo que él quería
besarla otra vez, pero se escabulló dentro antes de que pudiese hacerlo.
—Buenas noches, Charles —dijo, a través de la puerta de alambre.
—Buenas noches, Emily. —Se quedó mirándola, almacenando su
decepción—. Terminaré por conquistarte, ¿sabes?
Mientras lo veía cruzar el porche, tuvo la desoladora sensación de que
tenía razón.
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enorme cama.
—Sí. ¿Qué vamos a hacer desde ahora hasta que me muera?
—Oh, Josie, no...
Hizo un gesto para acallarlo.
—Ambos lo sabemos, Edwin, y tenemos que hacer planes.
—No lo sabemos. —Sostuvo los dedos blancos, frágiles, y los apretó
—. Mira lo que le pasó a Stetson.
—Ya hace más de un año que estoy aquí y sé que no seré tan
afortunada como Stet... —Un espasmo de tos la dobló y la hizo
estremecerse como una caña que se sumerge. Su marido la palmeó en la
espalda y se inclinó más cerca.
—No hables más, Josie. Ahorra el aliento... por favor.
La tos arrasadora siguió durante dos minutos completos hasta que
cayó de espaldas, exhausta. Edwin le apartó el cabello de la frente
sudorosa y contempló el rostro lívido, mientras su propio semblante
manifestaba la desesperación por su impotencia en ayudarla de algún
modo.
—Descansa, Josie.
—No —logró decir, aferrándole la mano para que no se alejara—.
Escúchame,
grandes Edwin. de
bocanadas —Se esforzó
aire, comopor controlar
reserva para la respiración,
decir inhalando
lo que tendría que
decir—. Ya no volveré a bajar y los dos lo sabemos. Apenas tengo fuerzas
para comer sola... ¿cómo podría ocuparme de las tareas de la casa otra
vez? —Otro acceso de tos la interrumpió, hasta que reanudó la lucha,
recuperando las fuerzas para continuar—: No es justo esperar que los
niños hagan mi parte y también me cuiden a mí.
—No les molesta hacerlo y a mí tampoco. Estamos arreglándonos b...
La esposa le apretó la mano, sin fuerzas, y posó en él sus ojos
hundidos, como suplicándole indulgencia.
—Emily tiene dieciocho años. Hemos depositado una carga muy
pesada sobre sus hombros. Preferiría que... —Se interrumpió otra vez para
respirar—. Preferiría trabajar en el establo contigo y además necesita
tiempo para estudiar, para completar el curso del doctor Barnum. ¿Es
justo, acaso, esperar que sea ama de casa y enfermera, además?
No tuvo respuesta. Edwin se quedó acariciándole la mano blanca de
venas azules, contemplándola, con la desdicha apretándole la garganta.
Josephine prosiguió:
—Creo que Charles la pidió en matrimonio y lo rechazó por mi causa.
No podía negarlo, sabía que lo que su esposa decía era cierto, aunque
Emily jamás lo admitiría ante ninguno de los dos.
—Es una buena chica, Edwin, una hija cariñosa. Te ayudará a ti en el
establo y a mí en la casa, hasta que Charles se canse de esperar y se lo
pida a otra.
—Eso nunca pasará.
—Quizá no. Pero
¿No comprendes que imagina queestar
tendría que Emilycuidando
quisiera darle el sí casa,
su propia de inmediato.
a sus
propios hijos, en lugar de cuidarnos a Frankie, a ti y a mí?
Edwin no tuvo respuesta.
—Mírame.
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quedaría sepultada con la misma fatalidad oscura con que sabían que esta
mujer, la esposa y madre, yacería en su descanso eterno, en un futuro
cercano.
Edwin sintió un nudo en la garganta y escozor en los ojos. Se inclinó
hacia adelante cubriendo el frágil torso de Josephine con el suyo, robusto,
y deslizó las manos entre ella y la pila de almohadas. Apoyó la mejilla
sobre la sien de su mujer, sin atreverse a descansar todo su peso en ella.
La sintió extraña, huesuda y devastada. Era curioso que sintiera una pena
tan honda al percibir la diferencia entre ese cuerpo consumido del que
había obtenido tan poco placer cuando era rollizo y saludable. Quizá fuese
justamente eso lo que lamentaba.
Querida Josie, te prometo fidelidad hasta el fin... es lo menos que
puedo ofrecerte.
Josie lo estrechó y cerró con fuerza los ojos, defendiéndose del dolor
de perderlo a manos de Fannie, preguntándose por qué nunca pudo recibir
deseosa el abrazo en los años que estuvo sana.
Mi queridísimo Edwin, ella te dará la clase de amor que yo nunca
pude darte... estoy segura.
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caballos.
—Liza tiene buen aspecto —la halagó, conduciendo al animal por el
corredor, donde Emily ya esperaba con Rex—. Veo que empleó bastante
tiempo cepillándola.
El esfuerzo le valió un gesto ceñudo con el que Emily expresaba
claramente que sólo un idiota era capaz de maltratar a un caballo. Una
vez ajustadas las correas, se volvió con altanería y encabezó la marcha
hacia la parte posterior del cobertizo, donde se guardaban los coches y las
carretas. En un compartimiento separado estaba el equipaje, colgado de
estacas de madera. Entre los dos, bajaron sus pertrechos, ella
enfurruñada, él, divertido, y lo llevaron al pasillo principal, donde
comenzaron a ensillar en silencio a Rex y a Liza. Cuando terminaron, Emily
se encaminó hacia la oficina sin saludar.
—Los traeré de nuevo a la noche —gritó Tom—, pero puede cobrarme
todo el día.
—¡Puede apostar su astrosa camisa que lo haré! —replicó, sin mirar
atrás, y desapareció en la madriguera.
Tom se miró los brazos desnudos y pensó: "Muy bien, estamos en
paz, muchacho".
En laconcentrarse.
no podía oficina, con las
El piernas
estómagocruzadas y el libroy sobre
se le contraía el regazo,
la lengua le dolíaEmily
de
apretarla tanto contra el techo del paladar. ¡Maldito sea su insoportable
pellejo! Cuando intentó leer, las críticas parecían sobreimprimirse a las
palabras del libro. ¡Sujeto desagradable e infernal! Lo oyó chasquearle la
lengua a la yunta, los cascos de los caballos sobre la tierra dura que se
alejaban hacia la calle. Cuando el sonido desapareció, apoyó la cabeza en
la pared, cerró los ojos y se sintió agitada como ningún hombre la había
dejado nunca. ¿A dónde llevaba los caballos sin la carreta? ¡Y cómo se
atrevía a criticar al padre, que ni siquiera conocía! ¡Sus propios modales
dejaban bastante que desear!
Después de veinte minutos, había logrado concentrar otra vez la
atención en el estudio cuando un chirrido la distrajo. Inclinó la cabeza para
escuchar: parecía raspar de metal sobre piedras. ¿Metal sobre piedras?
Entró en sospechas y salió corriendo, se detuvo ante las puertas abiertas y
se quedó con la boca abierta al ver a Jeffcoat nivelando un solar a menos
de treinta metros por la misma calle, del lado de enfrente. Había alquilado
la niveladora de Loucks, un monstruoso aparato de acero pintado de verde
perejil, que emparejaba las calles en el verano y roturaba en invierno, y
que le proporcionaba una suculenta ganancia con cada parcela que
vendía. La máquina tenía una especie de nariz larga sobre la que se
ajustaba la hoja metálica por medio de un par de ruedas verticales sujetas
con cables. Jeffcoat estaba de pie entre las ruedas, sobre una plataforma
de metal, y guiaba a su yunta como un gladiador romano fuera de época.
Emily arremetió contra él en el instante en que su ira exploto.
—¿Qué
mientras diablos se
la máquina está haciendo,
alejaba de ella, Jeffcoat? —vociferó,
haciendo rodar acercándose
la tierra al costado.
El hombre miró sobre el hombro y sonrió, pero no detuvo a los
caballos.
—¡Nivelando mi tierra, señorita Walcott!
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—¡Sobre mi cadáver!
—¡No, sobre la niveladora del señor Loucker!
No supo quién chirriaba más fuerte, si las piedras del terreno o Emily.
—¡Cómo se atreve a elegir este lugar, justo enfrente de mi padre!
—Estaba a la venta.
—¡Igual que otros treinta solares en las afueras del pueblo, donde no
tendríamos que verle!
—Esta es tierra de calidad. Está cerca de la zona comercial. Es mucho
mejor que las que están en las afueras.
Llegó al extremo más alejado del terreno e hizo girar la yunta,
dirigiéndose hacia Emily.
—¿Cuánto ha pagado por esto?
—Y ahora, ¿quién mete la nariz en los asuntos ajenos, señorita
Walcott?
Mientras hablaba, se concentraba en ajustar las enormes ruedas de
metal. Los músculos le sobresalían al tiempo que los cables gemían y la
hoja adoptaba el ángulo justo. Cuando pasó ante Emily, la hoja le arrojó un
rizo de tierra a los tobillos.
La muchacha saltó para eludirla y gritó:
—¿Cuánto?
—Tres dólares cincuenta centavos por el primero, y cincuenta
centavos por cada uno de los otros tres.
—¡Otros tres! ¿Es decir que ha comprado cuatro?
—Dos para mi negocio. Dos para mi casa. Es un buen precio.
Se le rió en la cara, mientras Emily andaba a un lado, alzando la voz
por encima del fragor del acero sobre la piedra.
—Se los compraré por el doble de lo que pagó.
—Oh, tengo que obtener más del doble pues, a fin de cuentas, este
ya fue mejorado.
—¡Jeffcoat, detenga esa maldita yunta en este instante para que
pueda hablarle!
—¡Ea! —Los animales se detuvieron y, en el súbito silencio, dijo—: Sí,
señorita Walcott —enrolló las riendas en un volante y saltó junto a ella—.
Para servirla, señorita Walcott.
La forma de decirlo, acompañada por esa sonrisa insoportable, hizo
que Emily tuviese aguda conciencia de estar vestida con la gorra
agujereada de su hermano y los pantalones. Compuso un ceño
amenazador:
—¡En este pueblo sólo cabe un establo y usted lo sabe!
—Lo lamento, señorita Walcott, pero no estoy de acuerdo. Está
expandiéndose con más velocidad que los rumores. —Se enjugó la frente
en el antebrazo, se quitó los sucios guantes de cuero y los agitó hacia el
extremo norte de la calle Main—. Fíjese en las construcciones que están
levantándose. Ayer, cuando hice un recorrido, conté cuatro casas y dos
tiendas en construcción
guarniciones en el pueblo. ySi hay
me transacciones
parece que hay dos fabricantes
suficientes de
para ellos dos,
sin duda las habrá para dos establos. Y ya está instalada una escuela y oí
decir que, a continuación, se hará una iglesia. A mi juicio, es un pueblo
con futuro. Lamento tener que competir un poco con su padre, pero no
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Después de todo, él estaba antes aquí. —Una vez más, trasladó su sonrisa
al joven—. Como mi padre es el barbero del pueblo, estoy segura de que
pronto lo conocerá. Hasta entonces, se me ocurrió ofrecerle la bienvenida
al pueblo como vecina, en nombre de nuestra familia, e informarle que si
hay algo en que podamos ayudarlo para que se instale, lo haremos,
encantados.
—Es muy amable de su parte.
—Tiene que ir a la barbería y presentarse. Papá sabe todo lo referido
a este pueblo. Cualquier cosa que necesite saber, pregúnteselo a él.
—Lo haré.
—Bueno, estoy segura de que pronto nos encontremos otra vez.
Le extendió la mano enguantada.
—Así lo espero —respondió, aceptándola con otro sugestivo apretón.
La muchacha le dirigió una última sonrisa lo bastante cálida para
hacer florecer margaritas en mitad del invierno y Tom le respondió con
una sonrisa provocativa mientras hablaba con Edwin.
—Gracias por detenerme, Edwin. Sin duda, ha convertido esta en una
mañana memorable.
Cuando se separaron, Jeffcoat sorprendió de nuevo a Emily
observando.
parpadeó, Le hizo yunlogesto
siquiera, miró de saludo
como y levantóhecho
si estuviese el sombrero. La joven
de cristal. Esa no
mañana llevaba puesto un vestido, pero no era bello y colorido como el de
Tarsy Fields; también un sombrero plano y pequeño, casi tan poco
atractivo como la gorra de muchacho. Tenía el cabello tan negro como el
del propio Tom, pero lo usaba recogido en un moño práctico que decía a
las claras que no tenía tiempo que perder en fruslerías femeninas. Era de
talle largo, delgada y, como siempre, exhibía una expresión agria.
Para sorpresa de Jeffcoat, de pronto sonrió. No a él, sino a Charles
Bliss que salía del Coffeen Hall y la tomaba de la mano —no del codo sino
de la mano— y conquistaba una sonrisa radiante, de la cual la creía
incapaz. Hasta un extraño podía percibir que no era forzada. Ahí no había
agitar de pestañas ni poses almibaradas como las de Tarsy Fields y
Jeffcoat observó con interés el intercambio.
—Podemos irnos —oyó decir a Bliss, haciendo girar a Emily hacia él—.
Lamento haber tardado tanto.
—No me molesta esperar y, además, papá estaba haciendo
relaciones. Oh, me alegro tanto de que haya sol, Charles, ¿y tú?
—Lo encargué para ti —dijo y los dos rieron mientras se encaminaban
a la calle.
—Buenos días, Tom —saludó Charles, al pasar.
—Hola, Charles, señorita Walcott.
Emily saludó en silencio con un gesto y su mirada se heló. Después
que pasaron, Charles dijo levantando la voz:
—Te veré mañana por la mañana, a primera hora.
—Sí, señor,
Oyó que a primera
Charles hora —respondió
le preguntaba a Emily: Jeffcoat.
—¿A qué hora paso a buscarte?
Y que ella respondía:
—Dame una hora y media, así puedo...
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papá—Fannie, la prima de
y ella se casaron. La mi madre, ahoy.
esperamos la que
Es no vio desde
probable que el añoesté
papá en que
en
la estación para recogerla en este mismo momento.
—¿Fannie, la de las cartas singulares?
Emily rió.
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Capítulo 4
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aliento acelerado y superficial. Maldición, ¿lo habría notado Josie? Era una
locura tratar de engañarla. ¡Pero si Fannie aún no había llegado y le
temblaban las manos como si tuviese fiebre! De golpe, apretó los puños
aunque no sirvió de mucho, de modo que apretó las manos contra el
borde afilado del mueble y juntó los codos, sintiendo que el corazón le
martilleaba hasta hacerle temer que haría tintinear la loza.
Había tenido buenas intenciones: que los chicos lo acompañaran
cuando fuese a buscar a Fannie, para evitar a toda costa quedarse solos.
Pero no resultó así. ¡Emily, confiaba en ti! ¿Dónde diablos estás?
¡Prometiste estar de regreso a esta hora!
Sólo le respondió su corazón galopante.
Observó de nuevo su imagen, feliz de que fuese domingo y eso le
diera una excusa para salir con el traje de lana después de la iglesia y no
tuviera que preocuparse de cómo quedaría si se cambiaba de ropa en
mitad de un día de trabajo. Se arregló la corbata larga, tironeó de las
solapas y pasó la mano sobre el cabello gris de las sienes. "¿Ella también
tendrá canas? ¿Me verá viejo? ¿Le temblarán las manos como a mí y le
golpeará el corazón a medida que se acerca a mí? Cuando nuestras
miradas se encuentren por primera vez, ¿veremos la agitación y el rubor
del otro o tendremos
¡Edwin, la buena
si tus manos fortuna
ya están de no yver
mojadas tu nada?"
corazón galopa como el
de un caballo desbocado!
Se secó las palmas en las colas de la chaqueta y las abrió,
examinándose los dorsos y las palmas. Manos grandes, anchas, callosas,
que fueron las de un joven, suaves y sin marcas, la primera vez que
abrazó a Fannie. Manos con tres uñas rotas, con suciedad incrustada y
cicatrices dejadas por años de trabajo; dos dedos torcidos en la izquierda,
que le había pisado un caballo; una cicatriz en el dorso de la derecha, de
un arañazo con un alambre de púas; y la eterna orla negra bajo las uñas
que le resultaba imposible limpiar, por mucho que refregase. Fue a la
cocina, llenó una palangana con agua y las frotó otra vez, pero fue en
vano. Lo único que logró fue que se le hiciera tarde para llegar a la parada
de la diligencia.
Tomó el sombrero hongo negro del perchero del recibidor y bajó al
trote los escalones del porche. A mitad del trayecto le faltaba el aire y
tuvo que aminorar el paso para no llegar jadeando.
La diligencia de Rock Creek, más conocido como el Jurkey, llegó al
hotel al mismo tiempo que Edwin. Se detuvo en una nube de polvo, en
medio del estruendo de dieciséis cascos y los bramidos de Jake McGiver,
un antiguo vaquero que de milagro, aguantó las guerras contra los indios
y las neviscas sin heridas de flechas ni por congelamiento.
—¡Eh, deténganse, hijos de perra —vociferó Jake, tirando de las
riendas—, antes de que haga sacos con sus pellejos picados por las
moscas! ¡Que paren, he dicho!
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—Ah, ese joven. Las cartas de Josephine hablaban tanto de ellos que
me parece conocerlos. ¿Crees que se casarán, Edwin?
—No lo sé. Si es así, aún no nos lo han dicho.
—¿El muchacho te agrada tanto como afirma Josie?
—Le agrada a toda la familia. A ti también te gustará.
—Me reservaré mi opinión hasta que lo conozca, si no te importa. No
soy una mujer a la que se le puedan imponer ideas.
—Por supuesto —respondió Edwin, con una mueca.
Fue precisamente esa valentía siempre pronta una de las
características que los padres de Edwin objetaron, en el pasado. Gracias a
Dios, no la había perdido. Era capaz de regañar y elogiar al mismo tiempo,
preguntar y rogar, simpatizar y regocijarse sin perder el ritmo. Con ella, la
vida sería una cabalgata sobre una rueda excéntrica en lugar de una
caminata alrededor de la noria.
—En realidad no esperaba que trajeras tanto equipaje. Si esperas
aquí, iré al establo a traer una carreta para llevarlo. Sólo tardaré...
—No se me ocurriría esperarte aquí. Iré contigo. Puedes llevarme a
conocer el lugar.
Edwin echó un vistazo precavido a la calle, pero como era domingo, la
gente estaba
conductor de descansando
la diligencia yen
uncasa. Losvaqueros,
par de únicos que estaban fueraen
holgazaneando eran
la el
escalinata del hotel. Recordó que Fannie era una pariente. Sus propias
aprensiones lo hacían creer que las personas espiarían tras las cortinas de
encaje y alzarían las cejas.
—Está bien. Son sólo tres manzanas. ¿Podrás recorrerlas con eso?
Señaló los zapatos con tacones de cinco centímetros de alto, con
forma de cuña.
Fannie se alzó las faldas y reveló así que los zapatos estaban forrados
de seda castaña y dorada, que resplandecía al sol.
—Claro que puedo. Qué pregunta tan tonta, Edwin. ¿En qué dirección?
Dejó caer la falda y lo tomó del brazo dando un paso tan largo que la
hizo flamear como la vela de un barco. Otra vez Edwin se sintió
impresionado por su vitalidad y su falta de doblez. Sin duda era una mujer
para la cual era más importante la naturalidad que las convenciones. Todo
lo que hacía parecía natural, desde la risa fuerte, alta, hasta las zancadas
casi masculinas, pasando por el modo de tomarlo del brazo, sin
afectaciones. Aparentemente, no advertía que el costado de su pecho
rozaba la manga del hombre mientras avanzaban por la calle Main hacia
Grinnell.
—¿Cómo fue el viaje?
—¡Aj! ¡Horrible! —replicó, y mientras lo divertía hablándole de huesos
molidos y del lenguaje grosero de Jake McGiver, casi logró olvidar la
cercanía de ese pecho.
Doblaron la esquina y se acercaron al establo. El pueblo parecía casi
tan
de lasoñoliento comoEdwin
construcción. los caballos parados
abrió las puertassobre tres patas,
del frente, al lado oeste
que colgaban de un
riel de acero. Las abrió de par en par y así, cualquiera que pasara podía
mirar dentro y ver que lo único que sucedía era una inocente exhibición
del lugar.
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sinceridad, para aceptar las arrugas que los años le habían dejado en la
piel, el tono más pálido del cabello de ella, los matices de plata en el de él
y para rogar en silencio no permitirse jamás que los sentimientos se
mostraran tan desnudos como en ese instante.
—Te doy mi palabra, Fannie.
Los interrumpió el ruido de una carreta que se acercaba: eran Emily y
Charles que entraban por la puerta.
Emily habló antes de que Charles detuviese el vehículo.
—¡Oh, está aquí! —Saltó al suelo y fue directo hacia Fannie—. Hola,
Fannie, soy Emily.
—Desde luego que lo eres. Te habría reconocido entre una
muchedumbre de desconocidos. —La temperamental Fannie era capaz de
cambiar de humor según lo exigiera la situación y parloteó alegremente—:
Edwin, es tu viva imagen con esos ojos azules y el cabello negro. Pero me
parece que la boca es como la de Josie. —Sosteniendo las manos de Emily,
continuó—: Por Dios, muchacha, eres encantadora. Diría que has heredado
lo mejor de cada uno de tus progenitores.
Emily nunca se consideró encantadora bajo ningún concepto, pero el
elogio se alojó directamente en su corazón y, por un momento, la
incomodó
—Por mientras
desgracia,buscaba una
no tengo lasrespuesta elegante.
habilidades domésticas de mi madre y
por eso la familia está más que dichosa de tenerte aquí.
Todos rieron y Emily se volvió hacia su padre:
—Lamento haber llegado tarde, papá. Fuimos un poco más lejos de lo
que yo esperaba.
—No es nada.
—Fannie, todavía no conoces a Charles. —El joven se había apeado y
estaba junto a ellos—. Charles, esta es la prima de mi madre, Fannie
Cooper. Este es Charles Bliss.
—Charles... eres casi como te imaginaba.
Tomó nota de la barba minuciosamente recortada y de los ojos grises.
—Cómo está, señorita Cooper.
—Es la última vez que toleraré que me llamen "señorita Cooper". Soy
Fannie. Sólo Fannie. —Se estrecharon las manos—. Supongo que estás al
tanto de que sé a qué edad aprendiste a caminar con zancos, qué clase de
estudiante fuiste y qué excelente carpintero eres.
Charles rió, encantado.
—Por las cartas de la señora Walcott, claro.
—Claro. Y hablando de eso, yo le escribí una carta informándole de
cuándo llegaría y todavía no he ido a verla, ¿no?
Intervino Edwin:
—Fannie y yo estábamos a punto de ir a buscar el equipaje y entrar
en la casa. ¿Venís con nosotros?
—En cuanto desensillemos a Pinky y revise el pie de Sergeant. ¿Cómo
está,Por
papá?
un momento, la expresión sobresaltada se volvió culpable.
—No he mirado. Estaba... bueno estaba mostrándole el establo a
Fannie.
—Yo lo haré. Vosotros adelantaos y nosotros iremos luego.
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quemarlo, así que no esperéis que haga uno. Soy buena para preparar
carne y verduras, y muy buena con los mariscos, aunque, ¿dónde
conseguiríamos mariscos aquí, en medio de las montañas? Además, sé
hacer pan... eh... —Fannie se concentró en quitarse los guantes—. Creo
que mi pan es un poco pegajoso, pero comestible. Siempre tengo
demasiada prisa para dejarlo subir todo lo necesario. Seguramente no hay
panadería en el pueblo, ¿verdad?
—Me temo que no.
—Bueno, no importa. Sé hacer unos bizcochos ligeros como plumón
de cisne. Sé que cuesta creerlo si recordamos cómo mi madre levantaba
las manos, desesperada, cuando trataba de enseñarme los secretos de la
cocina. —Fannie saltó de la cama y recorrió la habitación, observando los
elegantes muebles oscuros, sin sorprenderse al ver el catre—. Ligeros
como plumón de cisne, te lo juro. ¿Quieres que hornee unos para la cena?
—Eso sería maravilloso.
—¡Y cuando los ponga delante de ti, será mejor que los comas! —
Fannie apuntó a la nariz de la prima—. Porque he traído mi bicicleta y
tengo la intención de que te pongas lo bastante fuerte para montar en
ella.
—¡Tu bicicleta!
—¿Por qué no? Pero, Fannie, yo no sé an... andar en bicicleta.
—Porque... —Josephine abrió los brazos—. Soy... tísica.
—¡Bueno, si esa no es la excusa más endeble que he escuchado, no
sé qué puede ser! Eso sólo significa que tienes pulmones débiles. Si
quieres fortalecerlos, debes montarte sobre ese par de ruedas y hacerlos
trabajar duro. ¿Alguna vez viste un herrero con pulmones débiles? Yo diría
que no. ¿Qué diferencia puede haber en materia de pulmones? Lo mejor
para ti será salir al aire fresco de la montaña y recuperar tu fuerza.
Al mirarlas, Edwin pensó que en ese cuarto nunca hubo tanta alegría
desde que fue construido. El buen humor de Fannie era contagioso; en el
semblante de Josie ya se veía un tenue tinte rosado, los ojos eran
dichosos, sonreía. Quizá, como él tendía a mimarla, eso la hacía sentirse
peor.
Llegaron los jóvenes; habían recogido a Frankie en algún punto del
camino y desde abajo llegó su voz, que abría la marcha hacia arriba:
—¡Eh, hay una bicicleta ahí abajo!
Irrumpió en el dormitorio, seguido de Emily y Charles.
—Es mía —informó Fannie.
Edwin detuvo la arremetida del hijo:
—Frankie, quiero presentarte a la prima Fannie. Fannie, este es
nuestro hijo Frank que, en estos momentos, huele un poco a pescado si la
nariz no me engaña.
De todos modos, Fannie le tendió la mano.
—Me alegro de conocerte, señor Frank. ¿Cuánto crees que miden tus
piernas?
digamos, —Se
unosladeó para
sesenta hacer unapara
centímetros estimación visual—.
que puedas Deben
montar tener,
la bicicleta
con un mínimo de facilidad.
—¿Montarla yo? ¿En serio?
—En serio.
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quedarse mucho tiempo con Charles: Fannie estaba en la cocina y era con
ella con quien quería estar.
Las chicas salvaron a Frankie al asegurar que ellas lavarían la vajilla,
pues Tarsy no estaba dispuesta a volver a la casa y apartarse de la
presencia mágica de Fannie. Aunque esta tenía las mejores intenciones de
compartir la tarea de limpieza, de algún modo nunca se mojaba las
manos. Las tenía ocupadas haciendo gestos para ilustrar los relatos
hechiceros de cuando asistió al Teatro del Vaudeville de Tony's Pastor,
donde las bailarinas cantaban, haciendo girar las sombrillas: "Un día,
paseando por el parque". La cantó en voz clara e hizo una demostración
de la danza alrededor de la mesa de la cocina, haciende girar el atizador
de la cocina como si fuese una sombrilla y llenando las mentes de las
muchachas de vividas imágenes.
De pronto, recordó que estaba allí para ocuparse de los platos, secó
uno y luego olvidó secar otro, pues se lanzó al relato de su última pasión:
la arquería. Hizo la demostración parándose sobre una esquina de la
bayeta, estirando otra en diagonal, hacia arriba, y tirando hacia atrás
como si estuviese colocando una flecha y haciendo puntería. Cuando la
flecha dio en su blanco, en la chimenea de la cocina, se colocó el paño de
secar alrededor
fecha, del cuello,
había participado encomo si fuese yuna
tres torneos piel,
que, en yeldeclaró
último, que,
ganóhasta
una la
copa y el beso que el príncipe de Austria le dio en la mano. Y en cuanto
volvió al Este, donde se instalaban cada vez más aceras, pensó en
comprarse un par de objetos sorprendentes llamados patines y tratar de
usarlos.
Pareció maravillada cuando vio que los platos estaban todos limpios.
—¡Caramba, y yo no he tocado ni uno!
—No nos importa —dijo Tarsy—. Cuéntenos más.
Fueron a la planta alta, donde Fannie siguió con los relatos mientras
vaciaba los baúles, provocando una serie de "casi desmayos" de Tarsy al
sacar un vestido tras otro, más sugestivos que cualquiera que pudieran
haber visto en Sheridan.
—La última vez que usé este, juré que nunca volvería a ponérmelo. —
Sostuvo en alto un vestido con rosetas de encaje dispuestas en diagonal
desde el pecho a la cadera—. Jugábamos juegos de salón y por el vestido
me descubrieron.
—¿Juegos de salón?
Los ojos de Tarsy bailotearon, interesados.
—Son la última moda en el Este.
—¿De qué clase?
—Oh, de muchas clases. Whist, dominó, el verdugo y, por supuesto,
los de hombre-mujer.
—¿Hombre-mujer?
Fannie lanzó unas carcajadas encantadoras y se tiró sobre un lado de
la cama con que
—Creo el vestido estrujado
no debí sobre
haberlos el regazo. A veces, son bastante
mencionado.
maliciosos.
Tarsy se echó hacia adelante e insistió:
—¡Cuéntenos!
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Capítulo 5
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—¿Qué?
—¡Es una arpía!
—Una arpía... —Para su sorpresa, Charles rió—. Es un tanto impulsiva,
pero no es ninguna arpía. Es inteligente, se interesa por las personas, es
trabajadora...
—Y usa tirantes.
—¿Lo único que te importa es lo que usa una chica?
—¿A ti no?
—Para nada.
Tom se sintió generoso.
—¿Sabes, Bliss?, aunque me agradas, tengo la sensación de que debo
ofrecerte condolencias en lugar de felicitaciones.
Charles replicó, afable:
—Y yo no sé por qué no te tiro del asiento de un puñetazo.
—Lo lamento, pero esa chica y yo nos llevamos como un par de gatos
en un saco.
Se sopesaron mutuamente y comprendieron que se habían
comportado con una sinceridad que los amigos, incluso los de toda la vida,
rara vez lograban. Era una buena sensación.
De ladeada
sonrisa repente,y rompieron
dijo: a reír, Tom le dedicó al nuevo amigo una
—Está bien, háblame de ella. Intenta hacerme cambiar de opinión.
Charles lo hizo con gusto.
—Pese a lo que piensas de ella, Emily es una muchacha maravillosa.
Como nuestras familias eran amigas ya en Philadelphia, la conozco de
toda la vida. Cuando yo tenía trece años, supe que quería casarme con
ella. Se lo dije a Edwin como de pasada y él, prudente, me aconsejó que
esperara un tiempo para pedírselo. —Los dos rieron entre dientes—. Se lo
propuse por primera vez hace más o menos un año y tuve que repetirlo
cuatro veces antes de que accediera.
—¡Cuatro veces! —Jeffcoat alzó una ceja—. Tal vez tendrías que haber
renunciado cuando todavía le llevabas ventaja.
—Y tal vez, después de todo, te voltee del asiento.
Jugando, Charles trató de hacerlo dándole un puñetazo en el brazo
que lo hizo tambalearse de costado.
—¡Bueno, pero cuatro veces...! Por Dios, hombre, mucho antes yo
habría preferido tratar con quien me aceptase.
Charles se puso serio.
—Había cosas que Emily quería hacer antes. Está siguiendo un curso
por correspondencia de veterinaria y tendría que terminarlo el verano
próximo.
—Ya lo sé. Edwin me lo dijo. Además, cometí el error de espiar sus
papeles la primera vez que entré en la oficina del establo. Como de
costumbre, me regañó. Si no recuerdo mal, en esa ocasión me dijo grosero
y entrometido.
El tono no dejaba dudas de que ese había sido un altercado entre
muchos.
Charles no le demostró simpatía.
—Me parece bien. Tal vez te lo merecías.
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Todos los presentes sabían que Frankie quería correr al otro lado de
la calle Grinnell a escupir lo que había oído, pero nadie contradijo a
Fannie.
—Sí, señora —farfulló Frankie, decepcionado.
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me dejó dar una vuelta en una de ellas y, desde entonces, quise tener
una.
—¿Eso quiere decir que es impetuoso, señor Jeffcoat?
—No sé. Nunca he pensado en ello. Usted, ¿es impetuosa, señorita
Cooper?
—Con toda seguridad.
—Lo imaginé al ver la bicicleta y los... —Se echó atrás para observarle
las piernas—. ¿Cómo se llaman?
—Bombachos. ¿Le gustan? ¡No responda! De cualquier modo, son
cómodos y hay mujeres que usan lo que les resulta cómodo, les agrade o
no a los hombres.
—Me he dado cuenta de eso desde que estoy en Sheridan.
Fannie le dirigió una sonrisa fugaz, y luego, con su característica
volubilidad, cambió de tema:
—¿Baila usted, señor Jeffcoat?
—Lo menos posible.
Fannie rió y le aconsejó:
—Bueno, prepárese. Esta noche habrá baile, entre otras diversiones.
Estamos contentos de que asista. Bueno, debo volver a preparar el
desayuno.
tome Observe
a la ligera. mi técnica
Arrancar para son
y frenar poner
lasenpartes
marcha este
más artefacto
difíciles. Me yllevó
no lo
tres semanas aprender a arrancar sin caerme de boca y estoy bastante
orgullosa. —Dio empuje a la bicicleta y se montó con perfecto equilibrio—.
Me alegro de conocerlo, señor Jeffcoat.
—Y yo a usted, señorita Cooper.
—¡Entonces, llámeme Fannie!
—¡Y usted a mí, Tom!
Sonrió mientras la veía pedalear por la calle.
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no me"...importa..."
el diablo atrapó a la mosca de cola azul. Jimmy muele maíz y a mí
Abajo, Edwin entró en la sala y la encontró transformada. El sol
entraba a raudales por las blancas cortinas de encaje, haciendo brillar el
suelo lustrado que tenía el color del té fuerte. Había menos muebles y los
que quedaban estaban sin sus cubiertas, y sólo los adornaban unas pocas
figurillas y adornos, y un solo helecho junto a la ventana arqueada. El
piano, con la parte trasera contra la pared y la tapa despojada de todo,
salvo una lámpara de aceite y los retratos de la familia, estaba sonando
mientras Tarsy palmoteaba y los chicos bailaban, risueños, una
desordenada polka.
Fannie estaba al piano, aporreando las teclas de marfil y cantando a
gritos. Tenía la cabeza cubierta con una toalla blanca anudada en la
coronilla y de ella escapaban mechones finos de rizos rojizo claros. Tenía
la falda y el delantal subidos hasta las rodillas y mostraba los zapatos
negros de tacones que golpeaban los pedales con fuerza suficiente para
que se sacudiera la lámpara. Vio entrar a Edwin por el reflejo en la madera
pulida del frente del piano y le echó una mirada sobre el hombro, sin dejar
de cantar y tocar con bríos.
"Ese caballo corrió, saltó, lanzó, arrojó a mi amo a la zanja..."
Al llegar al estribillo, los, chicos se sumaron y Edwin rió.
—¡Canta, Edwin! —ordenó Fannie, deteniéndose sólo un segundo
para luego lanzarse de nuevo a la canción.
Sumó su inexperta voz de tenor y los cinco hicieron el alboroto
suficiente para hacer caer el hollín de la chimenea de la cocina. Mientras
bailaban,
continuaron Emily pisó a por
bailoteando Frankie. Rieron,
el cuarto recuperaron
con tanta el equilibrio
gracia como un par dey
leñadores.
Al llegar al estribillo final, Fannie alzó la cara hacia el techo y vociferó:
—¿Estás cantando, Joey?
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En ese instante, Edwin sintió una renovada ola de amor hacia Fannie.
Subió los escalones de en dos, antes de que terminase el estribillo y,
en efecto, encontró a Josie cantando quedamente para sí en la galería, al
sol, con una sonrisa en la cara.
Al sentirlo detrás, se interrumpió y le sonrió, mirando sobre el
hombro.
—Edwin, llegas temprano.
—Dejé una nota en la puerta del establo. Pensé que necesitarían mi
ayuda aquí, pero me parece que no. —Salió a la galería y se apoyó en una
rodilla, junto a la silla, apretándole la mano que seguía sujetando el paño
de lustrar y la cuchara—. Oh, Josie, es maravilloso oírte cantar.
—Me siento mucho mejor, Edwin. —La sonrisa confirmaba sus
palabras—. Creo que esta noche podré ir abajo... al menos por un rato, y
recibir a los invitados de Emily.
—Eso es magnífico, Josie... —Le apretó la mano ostra vez—.
Magnífico.
Mirándola a los ojos, recordó la fiesta de compromiso de ellos dos. Lo
desesperado que estaba y cómo lo había ocultado. Pero, a fin de cuentas,
la vida juntos no había sido tan mala. Pasaron veinte años de buena salud
hastacasa
una quepreciosa
su esposa enfermó
y un y derespeto
profundo esos años tenían
mutuo. Y sidos hermosos
la relación no hijos,
fue
todo lo íntima o demostrativa que hubiese querido, tal vez en parte era
culpa del propio Edwin. Tendría que haberla admirado más, elogiado más,
cortejado, acariciado más. Como nunca lo había hecho, lo hacía ahora.
—Aquí, sentada al sol, estás adorable. —Le quitó la cuchara de la
mano y unió su palma a la de ella, enlazando los dedos—. Me alegro de
haber llegado temprano a casa.
Josie se ruborizó y bajó la vista. Pero la alzó sorprendida cuando el
esposo giró la cabeza y le besó la palma. Con la mano libre, le acarició
tiernamente la mejilla barbuda.
—Edwin querido —dijo, cariñosamente.
Abajo, la música cesó y las voces risueñas se trasladaron a la cocina.
Por un rato, Edwin y Josephine fueron más felices de lo que lo habían sido
durante años.
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Capítulo 6
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Emily hubiese tenido jamás, pero al mirarse en el espejo tuvo que admitir:
—Me sentiría demasiado vistosa con algo tan llamativo.
—¡No seas tonta! —le replicó su prima.
—Nunca tuve uno tan hermoso. Además, mi madre dice que una
dama debe vestirse con colores apagados.
—Y yo siempre le dije: "Joey, te haces vieja antes de tiempo". Deja
que tu madre use todos los colores apagados que quiera, pero esta es tu
fiesta. Puedes ponerte lo que desees. ¿Y ahora, qué me dices?
Emily contempló la creación del color de las fresas, trató de
imaginarse llevándola abajo, en la sala, cuando llegaran los invitados. No
le costaba imaginar a Tarsy usando un vestido así, con sus rizos rubios, un
mohín en la boca, el rostro bonito y la figura indiscutiblemente voluptuosa.
¿Pero ella? Claro que tenía cabello negro, pero no se lo rizaba desde que
tuvo edad suficiente para negarse a dormir con rizadores. ¿Y el rostro? Era
demasiado largo, moreno, las cejas muy rectas y tan poco atractivas como
la marca de un tacón en el suelo. Suponía que los ojos y la nariz eran
aceptables, pero la boca era común y los dientes se le superponían en la
parte de arriba, cosa que siempre la avergonzó al sonreír. No, la cara y el
cuerpo de Emily iban mejor con pantalones y tirantes que con vestidos
rosados
—Creode mangas abullonadas.
que es demasiado femenino para mí.
Fannie miró a Emily por el espejo.
—Querías hacer que el señor Jeffcoat se tragase sus palabras, ¿no es
así?
—¡Ese! Me importa un comino lo que piense el señor Jeffcoat.
Fannie agitó el vestido en el aire y le alisó las arrugas con la mano.
—No te creo. Pienso que te encantará aparecer abajo con este
modelo y hacerle saltar los ojos de las órbitas. ¿Qué te parece?
Emily lo pensó. Si resultaba, sería mucho mejor que escupirle en un
ojo y ella era de esas personas incapaces de resistir un desafío.
—Está bien. Me lo pondré... si estás segura de que no te molesta.
—¡Cielos, no seas tonta! No volveré a usarlo nunca más.
—Pero está todo arrugado. ¿Cómo...?
—Déjamelo a mí. —Se echó el vestido sobre el hombro y fue hasta la
baranda para gritar—: ¡Edwin, necesitaré un poco de combustible...
preferentemente queroseno! Si no, el que tengas. —Un momento después
asomó otra vez la cabeza por el dormitorio de Emily—. Cepíllate el cabello,
enciende la lámpara y calienta las tenacillas de rizar. Enseguida vuelvo. —
Desapareció de nuevo, gritando—: ¡Edwiiin!
En minutos, volvió con Edwin a los talones. Sacó de las profundidades
del baúl una plancha de acero que les presentó como vaporizador. La
sostuvo mientras Edwin la llenaba con kerosene y agua y, una vez
encendida, siseando, lo hizo ponerse a la tarea de planchar a vapor el
vestido para la hija, mientras ella se ocupaba de las tenacillas de rizar y
del peinado.
Emily se sometió a su prima y observó su propia transformación
mientras el padre canturreaba contento y se vanagloriaba a medida que
las arrugas desaparecían del satén rosado; la madre vino del otro lado del
pasillo, ataviada con un elegante vestido de sarga azul medianoche, el
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compromiso con algo más que un beso recatado. Vio que intentaba
recuperar la compostura hasta que, al fin, retrocedió y exhaló una
bocanada temblorosa de aire:
—Tienes razón. Entra, que yo te seguiré en un minuto.
Cuando volvió a entrar en la sala, tenía las mejillas encendidas y
había perdido las flores del peinado. Su padre llevaba arriba a su madre,
Fannie tocaba el piano y Tom Jeffcoat miraba fijamente la puerta, absorto.
Las miradas de ambos se encontraron y sintió un nuevo ramalazo de
atracción hacia él, tuvo la sensación de que podía adivinar todo lo que
había pasado en el porche. ¿Tendría los labios hinchados? ¿Se notarían las
marcas de las manos de Charles? ¿Tendría un aspecto similar a cómo se
sentía, los labios despintados y desenharinada?
Bueno, a Tom Jeffcoat no le importaba lo que hacía con su novio.
Levantó la barbilla y se volvió.
Aunque lo evitó el resto de la velada, supo dónde estaba en cada
momento, con quién hablaba, cuántas veces reía con Tarsy y cuántas
veces con Charles. También, sabía con exactitud cuántas veces observó a
la novia de Charles, con su vestido rosa prestado, cuando suponía que la
muchacha no lo advertía.
Poco acordes
melifluos despuésde de"Danubio
medianoche, Fannie
Azul", se sentó
de Strauss, al piano y atocó
convocando losa
todos
bailar. Los casados lo hicieron, pero los jóvenes se abstuvieron, los
varones aduciendo que no sabían y las mujeres deseando que
aprendiesen. Fannie se levantó de un salto y les regañó:
—Tonterías. Cualquiera puede bailar. ¡Daremos una lección!
Les hizo formar un círculo, mezclando los bailarines experimentados
con los novatos y les enseñó los pasos del vals, mientras canturreaba: ¡Da
da da da dum... Dum-dum! ¡Dum-dum! Guió los pies de ese anillo de
gente primero adelante, luego atrás, izquierda, derecha, hizo que todos
canturrearan la conocida melodía del vals vienés. ¡Da da da da dum...
Dum-dum! ¡Dum-dum! Y mientras cantaban y bailaban, eligió a un
compañero y lo llevó al centro: Patrick Haberkorn, que se ruborizó y se
movió con torpeza, pero accedió con buena voluntad.
—Siga cantando —le dijo a Patrick al oído—, y olvídese de sus pies,
salvo para fingir que guían a los míos en lugar de seguirlos.
Cuando Patrick empezó a moverse con razonable fluidez, lo puso a
bailar con Tilda Awk y realizó el cambio de compañeros. Tomó a los
jóvenes, uno tras otro, y les demostró lo divertida que podía ser la danza.
Una vez que hubo enseñado a Tom Jeffcoat, lo entregó a Tarsy Fields. Hizo
lo mismo con Charles y lo puso ante Emily. Y cuando estaban todos en
pareja y sólo quedaba Edwin, le abrió los brazos convirtiéndolo en su
compañero, disimulando que el corazón se le expandía al estar, por fin, en
sus brazos, y que su risa sólo era una máscara del intenso amor que
sentía. Edwin la contentó, haciéndola girar por la sala mientras cantaban a
dúo: Bailaron
¡Da da da da dum...
menos dum-dum!
de un minuto, hasta que Fannie, aunque a desgana,
lo dejó, se sentó al piano y exclamó:
—¡Cambiar de pareja!
A esto siguió un arrastrar de pies y una confusión y, cuando se aclaró,
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esa noche y cómo se sintió casi ofendida por sus tanteos. Ya estaba
comprometida con él y, si podía creer a Tarsy, debería disfrutarlo, hasta
desearlo.
Quizá tuviese algún problema.
Subió a la planta alta cinco minutos antes que Fannie y se sentó a la
luz de la lámpara, reflexionando preocupada. ¿Acaso una muchacha debía
preferir trabajar en un establo a besar a su novio? Seguramente no. Y sin
embargo, así era... a veces, cuando Charles la besaba, cuando cedía por
puro sentido del deber, pensaba en otras cosas: en los caballos, en
emparvar heno, en cabalgar por un campo abierto con el cabello flotando
al viento como la crin del animal que montaba.
Desanimada, se quitó el vestido rosado y lo colgó, se soltó el cabello
y lo cepilló, contemplándose pensativa en el espejo. Se tocó los labios,
cerró los ojos y pasó las yemas de los dedos por el pecho, imaginando que
eran los de Charles. Cuando fuese su marido, la tocaría y no sólo ahí sino
en otros sitios, de otras maneras. Abrió los ojos y vio su imagen reflejada,
sintiéndose pesarosa. Había visto a los caballos acoplándose y era algo sin
gracia, vergonzoso. ¿Cómo podría hacerlo con Charles?
Afligida, se puso el camisón y se metió en la cama, oyendo el
murmullo
noches endeelpapá y Fannie
pasillo. Entróque subían
Fannie, la escalera
cerró y sese
la puerta, decían las buenas
desabotonó el
vestido, se desató el corsé y se cepilló el pelo, canturreando.
¡Ah, ser como Fannie...! Lanzarse a la vida sin preocuparse por nada,
soltera y feliz de serlo, yendo tras el primer capricho que la atrajera....
Emily estaba segura de que ella tendría las respuestas.
Una vez que hubo bajado la lámpara y los resortes de la cama se
acallaron, Emily fijó la vista en el techo sintiendo un nudo en la garganta.
—¿Fannie? —murmuró al fin.
—¿Qué? —murmuró Fannie por encima del hombro.
—Gracias por la fiesta.
—Ha sido un placer, querida. ¿La has pasado bien?
—Sí... y no.
—¿No? —Se volvió y tocó el hombro de la muchacha—. ¿Qué pasa,
Emily?
Le llevó un minuto entero reunir valor para preguntar:
—Fannie, ¿puedo preguntarte algo?
—Seguro.
—Es algo personal.
—Suele ser así, cuando las chicas susurran en la oscuridad.
—Se trata de los besos.
—Ah, los besos.
—Le preguntaría a mi madre, pero... bueno, ya la conoces.
—Sí. En tu lugar, yo tampoco le preguntaría.
—¿Alguna vez besaste a un hombre?
Fannie rió con suavidad, se puso de espaldas y se acomodó mejor en
la almohada.
—Me encanta besar a los hombres. He besado a unos cuantos.
—¿Todos besan igual?
—Para nada. Querida, los besos son como los copos de nieve: no
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Capítulo 7
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Desde ese día, cada vez que Emily veía a Tom Jeffcoat recordaba el
embelesado relato de Tarsy, se lo imaginaba y especulaba sobre cuál
habría sido la reacción de él. Si fuese por su voluntad, lo habría eludido,
pero Tom pasaba varias veces al día cuando iba y venía de su propio
establo. A menudo Charles estaba con él pues los dos comían casi siempre
juntos en el hotel y trabajaban todos los días codo con codo en la
construcción. En ocasiones, Charles pasaba por el establo de Walcott para
saludar o decirle a Emily si iría a la casa por la noche y Jeffcoat se
quedaba en el fondo sin interferir, aunque la muchacha siempre tenía una
aguda conciencia de su presencia. Mientras ella y Charles hablaban, Tom
se apoyaba contra un tablón masticando una brizna de heno, con el
sombrero echado atrás y el pulgar en la cintura de los indecentes
pantalones ajustados. Cuando se iban, saludaba con el sombrero y
hablaba por primera
—Buenos vez:
días, señorita Walcott.
A lo que Emily respondió con sequedad, sin mirarlo. No podía
entender por qué la irritaba tanto, pero así era. ¡Su sola presencia en el
establo de su padre le provocaba deseos de darle una patada en el trasero
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sujetóSatisfecha lo cerró,
a la montura lo envolvió en un delantal negro de goma, lo
y montó.
—Deséame suerte, papá —dijo en voz alta, mientras Edwin le pasaba
las riendas de Gunpowder.
—¡Sácalos vivos, preciosa! —le gritó, cuando espoleó los flancos de
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en la—¿Sería demasiado
época del destete yun lechón?
lo criaré enSiellacorral
próxima cría vive, me llevaré uno
del establo.
—Tendrá una cría de cerdo, joven señorita, y gracias por venirr a
ayudar a Tina. La señorrita estaba muy afligida esta mañana, ¿no es así,
señorrita?
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chamico en flor extendía como una sábana de color sus flores rosadas que
el sol crepuscular tornaba doradas. Y más lejos, se volvieron a mirar una
ardilla con pinchos inmóvil, tan erguida como su propia sombra. Una
alondra gorjeaba desde una cerca al lado del camino y por el cielo pasó un
azor lanzando su canto de caza.
La paz del crepúsculo invadió a los dos jinetes.
Oían el crujido de las monturas, el ritmo semejante a un vals de los
cascos, los firmes resoplidos de la respiración de los caballos. Sentían el
fresco del Este por delante y la tibieza del Oeste en las espaldas, y
comprendieron que disfrutaban más de lo aconsejable de la presencia del
otro cabalgando... separados sólo por el ancho de un caballo... la vista fija
adelante... examinando el giro que su relación había tomado en un solo
día. Algo indefinible había sucedido. Bueno, quizá no se pudiese calificar
de indefinible... más bien inadmisible, algo que les daba miedo, los atraía
y que estaba prohibido.
Siguieron andando, todo el camino cuesta abajo, hacia una fiesta a la
que asistirían ambos, a un baile que, con toda probabilidad, compartirían,
y una atracción que no debió haber comenzado jamás, y que les enseñó a
mostrarse indiferentes por fuera pensando en Charles Bliss... amigo de él
y prometido de ella.
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Capítulo 8
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—Por favor.
La otra demostración fue más húmeda, más promiscua. Cuando la
mano de Tom fue hacia el pecho, ella retrocedió discretamente: sabía
cómo dejar a un hombre con algo que esperar.
—Tal vez sería mejor que ya nos diésemos las buenas noches.
Se sintió un tanto divertido, pero no con el corazón destrozado. Tarsy
era una diversión agradable, nada más, y mientras los dos lo entendiesen,
estaba dispuesto a sumergirse a tanta profundidad como ella lo
permitiese.
—Está bien. —Sin prisa, fue a tomar la chaqueta—. Gracias por una
fiesta muy divertida. Pienso que todos estarán de acuerdo en que ha sido
un éxito imbatible.
—¿Verdad que sí?
—Creo que has dado comienzo a algo con estos juegos de salón. A los
hombres les encantaron.
—A las chicas también, pero creen que no deben admitirlo. Incluso a
Emily, que es de lo más recatada y Ardis, que ha decidido dar la próxima
fiesta. ¿Irás la semana próxima?
—Desde luego. No querría perdérmela.
—¿Aunque
—Las seas
prendas tú el que
pueden sertenga que pagar prenda?
divertidas.
Rieron y la muchacha le alisó la solapa. En el porche se dieron un
último y lento beso de buenas noches, pero en la mitad Tom descubrió
que estaba pensando si Charles estaría haciendo lo mismo con Emily en
ese mismo instante, y si era así, cuan deseosa estaría ella.
Esa semana sólo la vio fugazmente. Eligió los caballos de tiro sin su
ayuda y firmó contrato para el suministro de heno con el granjero Claude
McKenzie, que aseguró que cosecharía a mediados de julio. Encargó al
fabricante de arneses del pueblo, Jason Ess, los que necesitaba. Ess le dijo
que la ferretería Munkers y Mathers, de Buffalo, vendía carretas Bain
nuevas y Tom hizo el viaje de casi cincuenta kilómetros para hacer el
pedido.
Charles le contó que a Emily la habían llamado dos veces en esa
semana: para diagnosticar y tratar a una vaca que tenía una burbuja de
aire en la barriga, y para extraerle un diente deteriorado a un caballo. En
ambos casos, le pagaron en efectivo y estaba eufórica por haber ganado
su primer dinero como veterinaria.
Llegó Frankie y contó que su hermana estuvo intentando montar en la
bicicleta de Fannie, se cayó y se golpeó, pero se puso tan furiosa que
volvió a montarla, se cayó por segunda vez y se arrancó un trozo de piel
de la mano y otro de la frente.
—¡Tendríais que haberla oído maldecir! —exclamó—. ¡No sabía que
las chicas eran capaces
Tom sonrió y pensódeenmaldecir así! de la tarde.
ella el resto
El sábado por la noche, Emily apareció en casa de Ardis Corbeil con
un par de cicatrices rojas, una debajo del nacimiento del cabello, la otra en
la nariz. Tom estaba cerca de la puerta cuando llegaron. Le ofreció a
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Para Tom, besar a Tarsy no fue más que una exhibición falsa, una
oportunidad conveniente para apartar del recuerdo lo que había hecho
con Emily.
Ese fue el encuentro que lo sacudió.
Para algunos fue sólo un juego, pero para él fue el primer contacto
con su piel, la primera ráfaga del perfume de su pelo y el jadeo revelador
que no pudo controlar cuando le tocó los labios. Cualquiera fuese la
apariencia exterior de Emily, estaba lejos de ser indiferente a él y saberlo
le causó una tensión en el pecho que no se disipaba.
En los días que siguieron, trabajando junto a Charles, Tom fingía
indiferencia o diversión cada vez que se mencionaba a la muchacha. Pero
en la cama caía sobre la almohada mirando al techo y pensaba en su
dilema: estaba
Inventó unaenamorándose de asistir
excusa para no Emily Walcott.
a la fiesta siguiente y, en cambio,
pasó una noche desgraciada en el Mint Saloon, escuchando veladas
calumnias de parte de su competidor, Walter Pinnick, que estaba sentado
con un grupo de secuaces borrachos y farfullaba acerca del fracaso de su
negocio. Después fue al Silver Spur, donde jugó unas manos de póquer
con un puñado de curtidos peones. Pero, como compañía, eran un pobre
sustituto de los amigos que estaban reunidos en el otro extremo del
pueblo.
La semana siguiente, Charles y él terminaron el trabajo en el establo
y su amigo le sugirió:
—Tendrías que dar una fiesta en el almacén, antes de que McKenzie
te entregue el heno.
—¿Yo?
—¿Por qué tú no? Es el lugar perfecto. Hay mucho espacio.
Tom sacudió la cabeza.
—No, creo que no.
—Podría ser un baile, invitarías a los comerciantes locales con sus
esposas... una gran inauguración, si prefieres. Sabes que le vendría bien al
negocio.
Más allá de otras consideraciones, la idea tenía sentido. Un baile. ¿En
qué dificultades podría meterse con un baile, en especial si estaba
presente la vieja generación? Diablos, ni siquiera tendría que bailar con
Emily y Charles tenía razón: sería un maravilloso gesto de buena voluntad
por parte del comerciante más nuevo del pueblo. Necesitaría una
orquesta, vituallas,
Encontró unas lámparas
a un violinista que a yveces
no mucho más.
tocaba en el Mint; este conocía a
un tipo que tocaba la armónica, que a su vez conocía a un guitarrista, y en
menos que canta un gallo, Tom tenía orquesta. Dijeron que tocarían por la
cerveza, de modo que un sábado por la noche, a mediados de julio, todo el
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Tom no pensaba sacar a bailar a Emily. Había ido con Tarsy, que
bastaba para agotar a cualquier hombre en la pista de baile. También
bailó con otras integrantes del nuevo círculo de amigos: Ardis, Tilda, Mary
Ess, Lybee Ryker. La lista había crecido. Y con muchas de las madres y,
por supuesto, con Fannie, que era buscada como compañera por todos los
hombres, cualquiera fuese su edad.
Fannie provocó lo que Tom trataba de evitar. Estaba bailando el vals
con él, parloteando acerca de la capacidad de Frankie para comer
bizcochos
—Oh, de melaza,
Edwin, cuando
¿podría pasócontigo?
hablar Edwin bailando con susoltándose
—dijo Fannie, hija. de los
brazos de Tom—. Pensaba si uno de nosotros no tendría que ir a casa a
ver cómo está Joey.
Mientras sostenían una breve conversación, Emily y Tom estaban
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cerca, tratando de no mirarse. Por fin, Fannie les tocó los brazos y dijo:
—Discúlpame, Tom, ¿no te molesta terminar este baile con Emily,
verdad?
Y así fue. Tom y Emily quedaron cara a cara sobre la pista de baile
llena de gente. Ella no lo miró. Él no pudo evitar mirarla. Vio el revelador
rosado que le trepaba por las mejillas y decidió que era mejor mantener
una buena convivencia.
—Creo que estamos destinados a tropezamos. —Sonrió y le abrió los
brazos—. Si tú puedes soportarlo, yo también.
Se acercaron con presteza y comenzaron a danzar, cuidando de
mantener la distancia pero enlazados por los recuerdos de la última noche
que compartieron.
Los dedos de Tom conocieron la textura del rostro de Emily.
Sus manos y su lengua, a Tarsy.
—No estaba seguro de que vinieras —dijo, encontrándose con la
mirada de Charles que los observaba desde el borde de la pista.
—Papá, Fannie y Charles no querían perdérselo.
—Entonces, estabas obligada.
—Se podría decir que sí.
—Todavía
espaldas estás
a Charles enfadada
y miró por ese
los labios juego estúpido.
apretados —Se colocó
de la muchacha que, ade
su
vez, miraba sobre el hombro de él—. Lamento haberte incomodado.
Fue bajando la mirada al pecho, coloreado por un retazo de piel
tostado por el sol, encantador aunque poco femenino, que tenía la forma
del cuello abierto de la camisa de Frankie. Ahí detectó otra vez el rubor,
bajo una salpicadura de pecas.
—Por favor, ¿podríamos hablar de otra cosa?
—Claro. De lo que quieras.
—Tienes un buen cobertizo —dijo, cortés.
—Elegí el resto de los caballos la semana pasada. Puedo tenerlos
cuando quiera.
Con el tema de los caballos se sentía cómoda y se arriesgó a mirarlo
a los ojos:
—¿En Liberty?
—Sí. Una de las yeguas está preñada. —A medida que Tom
continuaba con su tema favorito, la joven se relajó más—. Y fui a Buffalo a
encargar carros y carretas en Munkers y Mathers. Iré a buscarlas en
cuanto me entreguen el heno.
—¿A Bains?
—Sí.
—Son buenos vehículos, fuertes. Buenos ejes. Te durarán. ¿Qué
marca son?
—Studebaker.
—Studebaker... son buenos.
—Con los
necesitaba esos malditos
mejores... caminos
y eso cuando ondulados
hay caminos.deTambién
aquí, pensé queel
encargué
heno a McKenzie. En cuanto llegue, abriré el negocio.
Tras la charla impersonal, siguieron bailando en cómodo silencio,
todavía cuidando de no acercarse demasiado.
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disimular el desasosiego.
—Nunca me gustó mucho bailar. Es decir, hay chicas que nacieron
para montar a caballo y otras para bailar, pero no creo que muchas hayan
nacido para hacer ambas cosas, pero deja que me siente sobre una
montura y...
—¡Emily! —Le atrapó la mano y la apretó sin piedad—. ¡Basta!
Charles está mirando.
La charla insustancial cesó en mitad de una palabra.
Permanecieron enfrentados, impotentes bajo el yugo de una atracción
que crecía y que ninguno de los dos había buscado ni querido. Cuando
Emily recuperó cierta semblanza de compostura, Tom dijo con sensatez:
—Gracias por esta pieza —luego la hizo girar del brazo y la condujo
junto a Charles.
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Capítulo 9
Esa misma noche, más tarde, Emily estaba acostada junto a Fannie
que dormía, evocando a Tom con el pensamiento: gestos y expresiones
que adquirían un insólito atractivo en lo profundo de la noche. Sus ojos
azules burlones. Ese sentido del humor que desarmaba. Los labios,
curvándose y aligerando el peso de algo amenazador dentro de ella. Se
abrazó a sí misma y se enroscó, apartándose de Fannie.
Casi no lo conozco. Pero no importaba.
Es el rival de papá. Un rival noble.
Es el novio de Tarsy. Eso no pesaba demasiado.
Es el amigo de Charles.
En ese argumento se detenía, siempre.
¿Qué clase de mujer era la que provocaba una brecha entre amigos?
Mantente alejado de mí, Tom Jeffcoat. ¡Mantente alejado!
Así lo hizo escrupulosamente durante dos semanas, al mismo tiempo
que abría su propio establo para comenzar a trabajar. Y mientras crecía el
armazón de la casa. Y Emily se enteraba de que veía a Tarsy cada vez con
mayor regularidad. Emily pensaba: "Bueno, es preferible que sea con
Tarsy... es mejor así". Que Jerome Berryman daba una fiesta y Tom no
asistía. Que Charles se tornaba cada vez más audaz y la presionaba para
que adelantasen la fecha de la boda. Que el verano se apoderaba del valle
y lo pintaba de un amarillo marchito y la temperatura diurna no bajaba de
los veintiséis grados. El calor hacía que no se pudiese disfrutar tanto del
trabajo en el establo pues abundaban las moscas, la piel escocía al menor
contacto con los desechos de paja y a los caballos solían formárseles
mataduras en el cuello
Una mañana, Edwinpor el roce
llevó de los arneses.
a Sergeant a herrar al otro lado de la calle y
a última hora de la tarde pidió a Emily que fuese a buscarlo.
La muchacha giró la cabeza con brusquedad y el corazón le saltó a la
garganta. Barbotó la primera excusa que se le ocurrió:
—Estoy ocupada.
—¿Ocupada haciendo qué? ¿Rascando a ese gato?
—Bueno... estaba estudiando.
La mirada impaciente del padre se posó sobre el libro, que estaba
boca abajo junto a la cadera de Emily.
Hacía un calor terrible y su padre estaba de mal humor, no sólo por el
calor. Otra vez, la madre había empeorado, un cliente devolvió un landó
con un desgarro en el asiento y tuvo que discutir con Frankie por la
limpieza de un corral. Cuando Emily remoloneó para ir a buscar a
Sergeant, Edwin tuvo una de sus raras explosiones.
—¡Está bien! —Tiró el balde con ruido metálico—. ¡Iré yo a buscar a
ese maldito caballo!
Salió a zancadas de la oficina y Emily corrió tras él:
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—¡Papá, espera!
Se detuvo, exhaló un pesado suspiro y cuando se dio la vuelta era la
imagen misma de la paciencia sufrida.
—Ha sido un día difícil, Emily.
—Ya sé. Lo siento. Por supuesto que iré a buscar a Sergeant.
—Gracias, preciosa.
La besó en la frente y se separaron en la puerta del Sur. Mientras
recorría la media manzana que había hasta el establo Jeffcoat, Emily
amontonaba dudas. Todo el tiempo que estuvo en construcción y desde
que se abrió al público, nunca había estado a solas con él y ahora sabía
por qué. Se detuvo afuera, vacilante, ordenándole al pulso que se calmara,
concentrándose en el cartel recién pintado que había sobre la puerta:
ESTABLO-ALOJAMIENTO JEFFCOAT. SE ALOJAN Y HERRAN CABALLOS. SE ALQUILAN
COCHES. En el frente se erguía un par de travesaños de amarre nuevos, con
los postes de pino descortezado que brillaban, blancos, al sol. La fila de
ventanas en el lado Oeste del edificio reflejaba el azul del cielo y en una
resplandecía, el sol de la tarde, cegador. En un corral cercano al edificio, la
nueva reata de caballos dormitaba, revoleando la cola para espantar a las
moscas.
Ve a buscar
Inspiró a Sergeant.
una honda En dos
bocanada, minutos
exhaló puedes entrar
lentamente y siguióy salir.
andando por
la calle copiando, sin saberlo, el golpe rítmico del martillo sobre el acero.
Se detuvo ante la puerta abierta. El ruido venía de adentro: pang-
pang-pang. Sergeant estaba en el extremo opuesto del edificio, amarrado
cerca de la puerta de la herrería. Caminó hacia él rodeando la plataforma
giratoria que estaba en el centro del ancho corredor, sin quitar la vista de
la entrada.
¡Pang-pang-pang! Resonaba en todo el cobertizo, haciendo temblar
las vigas del techo y repercutía en los ladrillos del suelo como si repitiera
el ritmo del corazón de Emily.
¡Pang-pang-pang!
Se acercó en silencio a Sergeant y lo rascó con cariño, aunque
distraída, murmurando:
—Hola, muchacho, ¿cómo estás?
El martilleo cesó. Esperó que apareciera Jeffcoat, pero como no fue
así, se acercó a la puerta de la herrería y escudriñó dentro.
Estaba caliente como el mismo infierno y muy oscura, salvo por el
resplandor rojizo de la fragua, instalada en la pared de enfrente: un hogar
de ladrillo a la altura de la cintura, con techo en arco y muy profundo,
rodeado de herramientas, martillos, tenazas, escoplos y punzones que
colgaban pulcramente de la campana de ladrillo. A la derecha había una
mesa de madera sin desbastar, donde había más herramientas, a la
izquierda, el estanque de agua para enfriar herramientas y hierros
candentes y, en el centro del ámbito, un viejo yunque de acero montado
sobre
pendíauna pirámide
un fuelle de gruesas
de doble planchas
cámara con el tubodeque
madera. Sobreel la
alimentaba fragua
fuego.
Accionando el fuelle, de espaldas a la puerta, estaba Jeffcoat.
El hombre al que había estado eludiendo.
Con la mano izquierda bombeaba rítmicamente provocando un siseo
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en la cintura.
Girando sobre los talones, la sorprendió mirándolo.
—Clavos —pidió, extendiendo la mano.
—¡Oh, ten!
Le entregó cuatro, pero Tom no se movió. Las miradas se encontraron
y la fascinación se multiplicó hasta que el aire que los rodeaba pareció
arder como el de la fragua.
Con brusquedad, el hombre giró y se concentró de nuevo en el
trabajo.
—¿Cómo estuvo la fiesta la semana pasada?
—Bien, creo.
Había cambiado de idea e ido con la esperanza de encontrárselo.
—Charles se divirtió.
Emily había perdido y tuvo que besar a Charles cuando jugaron al
Cartero Francés.
—Fue tonto. No me gustan esos juegos.
—A él sí.
Colocó un clavo y lo clavó, mientras la muchacha se ruborizaba,
incapaz de pensar una respuesta.
—¿Fueronmenos
—Todos, todos?Tarsy
—preguntó
y tú. Tom.
Terminó de colocar el último clavo, soltó el casco y se levantó.
—Esa noche, estuvimos pintando el cartel.
Señaló hacia la puerta con el martillo.
—Ah, sí. Quedó bien.
Las miradas se encontraron y se separaron, discretas.
—Bueno... es mejor que corte estos remaches.
Buscó la herramienta adecuada y pasó varios minutos recortando las
puntas de los clavos que sobresalían en los cuatro cascos. Emily miraba
alrededor, la leña recién apilada, las ventanas sin telarañas; recordaba
que todo lo habían hecho él y Charles y que, mientras lo hacían, se
convirtieron en amigos.
Tom terminó y pidió:
—¿Quieres traerlo hacia mí, así puedo ver cómo está la herradura
nueva?
Se acuclilló cerca de la entrada a la herrería y Emily alejó a Sergeant
para luego volver hacia él, sintiendo la mirada de Tom tanto en sus
propios pies como en las patas del animal. Cuando se acercó, el hombre
se levantó y rascó la nariz del caballo.
—Estás cómodo, ¿eh, Sergeant? —Y a Emily—: Tendría que verlo
trotar y galopar para estar seguro de que quedaron bien planos.
—Pinnick jamás en su vida se tomó tiempo para controlar ese tipo de
detalle.
—A mí me enseñaron así.
—¿Tu
—Sí. padre?
—¿Era herrador?
Miró los ojos azul claro.
—Mi padre y también mi abuelo. —Mientras hablaba, se quitó la
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decirlas.
—Fannie, ¿qué opinarías de una mujer comprometida que sueña con
alguien que no es su novio?
—¿Otro hombre, quieres decir?
—Sí.
Fannie se sentó.
—Caramba, esto es serio.
—No, no lo es. Sólo son sueños... sueños tontos. Pero los tengo muy a
menudo y me molestan.
—Cuéntamelos.
Fannie se acomodó contra la cabecera, preparándose para una larga
charla, y Emily le contó todo, omitiendo el nombre de Tom. Describió las
dos pesadillas y preguntó:
—¿Qué crees que significan?
—Dios mío, no tengo idea.
Emily reunió valor y admitió:
—Hay otro.
—Ahá.
—Sueño que estamos jugando al Cartero Francés y que él me besa.
Fanniecaramba.
—Oh, no dijo más que:
—Y me gusta.
—Oh, caramba, caramba.
Emily se sentó y dio puñetazos a la manta, disgustada consigo
misma.
—¡Me siento tan culpable, Fannie!
—¿Por qué culpable? A menos que haya un motivo.
—¿Te refieres a si en realidad lo besé? ¡No, por supuesto que no!
Nunca me tocó. De hecho, hay ocasiones en que no sé si le gusto. —Pensó
en silencio un minuto y preguntó—: Fannie, ¿por qué crees que nunca
sueño con Charles?
—Quizá porque lo ves tan a menudo que no necesitas soñar.
—Quizá.
Tras un instante de silencio reflexivo, Fannie preguntó:
—Ese hombre con el que sueñas... ¿te atrae?
—¡Fannie, estoy prometida a Charles!
—Eso no es lo que te he preguntado.
—No puedo... él... cuando nosotros...
Tartamudeó y se calló.
—Te atrae.
El silencio fue una confirmación.
—Entonces, ¿qué pasó entre tú y el hombre soñado?
—No es el hombre soñado.
—Está bien, ese hombre al que a veces no le agradas. ¿Qué pasó?
—Nada.
—¿Que os Nos miramos,¿Tanta
mirasteis? eso fue todo.por unas miradas inocentes?
culpa
—Jugamos una vez a tu maldito juego... el Gallito Ciego Adivino, él
tenía los ojos vendados; se sentó en mi falda... me tocó la cara... el
cabello... fue horrible. Quise morirme ahí mismo.
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—¿Por qué?
—¡Porque Charles estaba allí, mirando!
—¿Qué dijo Charles?
—Nada. Él opina que esos juegos son completamente inocentes.
—Oh, Emily... —Fannie suspiró, la rodeó con sus brazos, atrajo la
cabeza de la chica sobre su hombro y le acarició el cabello—. Te pareces
mucho a tu madre.
—¿Y eso no es bueno?
—Hasta cierto punto. Pero tienes que tratar de reírte más, de tomar la
vida como viene. ¿Qué hay de malo en un juego con besos?
—Es embarazoso.
La respuesta de Fannie, en lugar de tranquilizarla, intensificó sus
dudas.
—En ese caso, mi pobre confundida, me temo que no besaste al
hombre correcto.
Querido
He estadoThomas:
muy afligida por lo que te hice y la única forma de
apaciguar mi conciencia es escribirte y pedirte perdón. La mañana de mi
boda, lloré. Me desperté, miré por la ventana las calles por las que tú y yo
caminamos juntos tantas veces, pensé en ti, tan lejos, y recordé la
expresión de tu cara el día en que te hablé de mis planes para casarme.
Lamento haberte herido, Tom. No quise hacerlo. Sé que el corte brusco
que le di a nuestro compromiso fue imperdonable. Pero soy muy feliz con
Jonas, Tom, y quería que lo supieras. Hice la elección adecuada para mí,
para los dos. Porque soy tan feliz que deseo para ti la misma clase de
dicha. Es mi más ferviente esperanza que encuentres la mujer que te
valore como mereces. Cuando la encuentres, por favor, no seas pesimista
pensando en lo mal que yo te traté. No me gustaría saberme responsable
de ningún desencan to que pudieses albergar contra las mujeres. La vida
conyugal es rica y placentera. Te la deseo a ti también, más aún desde
que Jonas y yo supimos que esperamos nuestro primer hijo para marzo.
Espero que al recibir esta carta estés contento y próspero en tu nuevo
ambiente. Pienso en ti con frecuencia con el más hondo afecto.
Julia
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Capítulo 10
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barnizado.
Así la encontró Emily.
—¿Fannie?
La mujer se enderezó de golpe.
—Oh, Emily. —Ocultándose en la necesidad de levantar el cesto de
ropa limpia, se secó las lágrimas—. No te oí entrar.
—¿Mi madre está peor?
—Ha tenido una mala tarde. Mucha tos y las úlceras son espantosas.
¿Hay algo en tu maletín médico que pueda aliviarla? La pobre está
sufriendo mucho.
—Veré qué puedo encontrar. ¿Y tú? Tampoco pareces muy animada.
—Oh, tonterías. ¿Yo? —Fannie compuso un aire jovial—. Bueno, ya me
conoces... soy como un gato: siempre caigo de pie.
Pero Emily vio el brillo de las lágrimas y la postura de derrota. Había
percibido lo fatigada y vencida que parecía. Cruzó la cocina y le quitó la
cesta del lavado de las manos.
—Necesitas alejarte de aquí un par de horas. Deja esto y cualquier
otra cosa que esté sin terminar. Péinate, ponte los bombachos y ve a dar
un paseo en bicicleta. No vuelvas hasta que sientas el olor de la cocina: es
una orden.
Fannie cerró los ojos, controló sus emociones, se apretó una mano
contra el diafragma y exhaló largamente.
—Gracias, querida. Eso es lo que haré y te lo agradezco.
Tardó quince minutos en quitarse el vestido, lavarse para eliminar el
olor a enfermedad que le penetraba la piel y ponerse ropa limpia. Con una
camisa blanca almidonada, una chaqueta color nuez moscada y los
bombachos haciendo juego, tomó la bicicleta del cobertizo.
¡Por todos los cielos, qué bueno era estar fuera! Alzó el rostro hacia el
cielo y aspiró hondo. Era primavera, el cielo azul como el flanco de una
trucha, el aire parecía tónico y alrededor los chopos se habían convertido
en el tesoro de un rey: oro sobre azul. Alejándose, gozó de su libertad y
borró las preocupaciones de la mente. A lo lejos se alzaban las colinas
como las paredes de una taza de té, pero junto a las riberas de Little
Goose Creek la hierba aún lucía el verde irlandés salpicado del rojo del
zumaque, que era el primero en florecer. Qué bueno era ser fuerte, sana,
robusta y estar al aire libre, de cara al viento. Fannie se equilibró en el
sillín y pedaleó con más fuerza, sintiendo que la brisa se le enredaba en el
pelo y lo agitaba como unos dedos gruesos y ásperos. En la colina al
suroeste del pueblo, bajando una cuesta rocosa que la obligó a aferrarse
al manubrio para no caer, pedaleó, corriendo los límites, sintiendo los
músculos flexibles que se tensaban y se calentaban, disfrutando cada
minuto por la sencilla razón de que era firme, sana y capaz de llegar a
tales límites. Se detuvo en un arroyo cuyo nombre no conocía y lo vio
rizarse, atrapar el cielo y reflejarlo con brillos de lentejuelas. Dejó la
bicicleta
absorbió yesase sensación
tendió sobre
de la hierba, la espalda
permanencia, apoyada
mientras encaldeaba
el sol le la tierra, el
y
rostro. Se abrió el corpiño para que le bañase también el pecho. Escuchó a
un mirlo de alas rojas que cantaba sobre una mata de juncia, en la otra
orilla, se arrodilló para responderle y lo espantó. Bebió el agua del arroyo,
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voz—.—No lo sé.
No lo sé. —Había dolor en los ojos de Edwin y arrepentimiento en su
—Tus padres ejercieron una presión muy fuerte. Los de mi prima,
también.
—¿No es extraño que cuando les dije que Josie y yo nos marchábamos
de Massachusetts no protestaran? Casi como si reconocieran que nuestra
marcha era un castigo que debían sufrir por haber manipulado nuestras
vidas. Yo sabía que era el único modo en que mi matrimonio podía
subsistir: no podía vivir cerca de ti y no poseerte. Estoy seguro de que
habría roto mis votos conyugales. Mi preciosa Fannie... —La atrajo de
nuevo a sus brazos con ternura y posesividad—. Te amo tanto... ¿Quieres
venir conmigo al altillo y dejar que te haga el amor?
—No, Edwin.
No se movió de sus brazos mientras lo rechazaba, en una actitud
característica de ella.
—¿Acaso no hemos desperdiciado bastante nuestras vidas? —
Sujetándole la cabeza, arrojó sobre ella una lluvia de besos que le mojó la
piel—. Cuando teníamos diecisiete años, tendríamos que haber mandado
al diablo las consecuencias y convertirnos en amantes, como queríamos.
Esas consecuencias no pudieron ser peores que lo que sufrimos. Por favor,
Fannie... no prolonguemos el error.
La mujer le tomó las manos, las alzó, las encerró entre las propias
bajo su barbilla. Bajó los párpados temblorosos, mientras las emociones
recorrían su cuerpo ardiente.
—Basta, Edwin. Tenemos que detenernos. Eres un hombre casado.
—Con
—Es lolamismo.
mujer equivocada.
Y jamás le haría algo semejante a Josie. También la
quiero a ella.
—Entonces, ¿por qué viniste aquí? —le preguntó, casi enfadado.
Entendió la frustración del hombre. Con calma, apoyó la mano de él
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Por esos días, mientras Josephine sufría una postración final, Tom
Jeffcoat trabajó duro para completar el interior de la casa. Una noche, a
mediados del otoño, tras quince horas de haber trabajado sin parar, tiró la
espátula de revocar, estiró la espalda apretándosela con los puños y se
arqueó hacia atrás. Sobre su cabeza colgaba la linterna de queroseno,
proyectando sombras arqueadas sobre la pared de la cocina a medio
revocar. Quería terminar esa noche —por lo general, trabajaba hasta las
diez— pero le dolía la espalda y la cama improvisada en el establo le
resultaba irresistible.
Contempló el cuarto, las ventanas a medio instalar, el suelo cubierto
de lonas húmedas y se preguntó qué mujer reinaría en ella algún día.
Surgió una imagen desconcertante de Emily Walcott, donde estaría el
hornillo. Ja. Era probable que ella no supiera por qué extremo se agarraba
la cuchara de revolver. ¿Acaso no le confió Charles que no era muy hábil
para cocinar? A pesar de ello, la imagen permaneció y Tom se quedó con
la vista fija, vidriosa de cansancio.
Vete a casa,
Se puso Jeffcoat,para
en cuclillas pueslimpiar
de lo contrario
el fratás,tetan
caerás.
cansado que le costó
esfuerzo levantarse. Bostezando, se puso la desteñida chaqueta de
franela, levantó el balde con herramientas sucias y apagó la lámpara. La
cocina se llenó de sombras violáceas, mientras se detenía un momento a
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especular.
Lo más probable es que compartas esta casa con Tarsy Fields. Es lo
mejor que puede ofrecer este pueblo.
Afuera, una luna casi llena vertía una luz lechosa sobre las calles,
aclarando los tejados y prometiendo helada para el día siguiente. Echó
una mirada a los Big Horns. Los picos ya estaban cubiertos de nieve en lo
alto y tenían un resplandor casi púrpura bajo la luz lunar. Se levantó el
cuello de la chaqueta y se encaminó en dirección opuesta, hacia Grinnell.
El pueblo ya estaba preparándose para el invierno. Al pasar, vio huertas
en las que habían recogido todo, salvo alguna calabaza o una hilera de
zanahorias dejadas para que se endulzaran con las primeras heladas. Se
recubrían los cimientos con paja, y la fragancia se mezclaba con el del
suelo recién roturado cargado de plantas viejas de tomate y restos de
fuegos de los jardineros, que indicaban el final de la estación de las
cosechas. Se preguntó qué tal sería Tarsy cuidando el huerto. Aquí, donde
los alimentos enlatados llegaban en carros tirados por bueyes y costaban
una pequeña fortuna, las amas de casa no tenían otra alternativa que
separar alimento para el invierno. Por alguna razón, no podía imaginársela
de rodillas, arrancando malezas. ¿Envasando conservas? Le resultaba un
cuadro
¿Y divertido. ¿Criando niños? ¿Tarsy, la de los rizos sedosos?
Emily Walcott?
Recordarla lo sacudió, pero persistía en sus pensamientos cotidianos,
quizá porque Charles hablaba tanto de ella. Tal vez le desagradaran las
tareas domésticas, pero sí podía imaginarla criando hijos. Una mujer capaz
de soportar una situación como la de la granja Jagush, sin duda podía
tener valor suficiente para dar a luz.
En ese sentido, Charles era afortunado. ¿Y qué?
Quítatela de encima, Jeffcoat.
¿Qué me la quite? ¡Nunca estuvo encima!
¿Ah, no?
Está prometida a Charles.
Cuéntale eso a tu corazón la próxima vez que se estremezca cuando
ella entra donde estás tú.
Bueno, mi corazón se estremece un poco, ¿y qué?
Te gustaría casarte con ella.
¿Con la marimacho?
¿Por qué te la imaginaste en tu cocina y teniendo hijos? Y no te
engañes a ti mismo con que te imaginabas que tenía a los hijos de Charles
Bliss.
Estaba exhausto y por eso su mente divagaba por esas rutas
imposibles. Fuera lo que fuese lo que creía sentir por Emily Walcott,
pasaría. Tenía que pasar, no había otra solución. Siguió caminando con las
articulaciones flojas de fatiga y el balde golpeándole la rodilla con ruido
blando.
Dobló
detuvo por la calle Grinnell, llegó ante el establo de Edwin... y se
de golpe.
¿Por qué había una luz encendida a esa hora de la noche? Edwin
cerraba a las seis, todos los días, igual que él mismo, y nunca volvía
cuando ya estaba oscuro. ¿Y por qué esa luz era tan débil, como si se
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nuevo ataque de sus emociones—. Si podía buscar algo para aliviarle las
llagas que le provoca estar en cama, y yo... —Haciendo un enorme
esfuerzo para completar el relato sin quebrarse de nuevo, alzó los ojos
enrojecidos hacia la parte de arriba de la puerta—. Las... vi. —Parpadeó,
cerró los ojos e inhaló una inmensa bocanada de aire, los abrió otra vez y
reanudó el esfuerzo—. Fannie baña a mi madre y le cambia la ropa y la
ropa de cama. Hasta hoy yo no sabía lo te-terribles que eran esas llagas. Y
está ta-tan d-delgada... casi no queda... nada de ella. No puede siquiera
darse la vuelta sola. P-papá tiene que ayudarla, pero donde quiera la
toque le quedan marcas moradas.
Otra vez se le llenaron los ojos de lágrimas, pese a los valientes
esfuerzos para contenerlas.
De rodillas ante ella, Tom vio, impotente, cómo estallaba otra vez en
lágrimas cubriéndose la cara con las manos mientras todo su cuerpo se
sacudía. Maldito seas, Charles, ¿dónde estás? ¡Te necesita! Viéndola así,
desgarrada, desdichada, el corazón se le desbordó. ¡Oh, marimacho, no
llores... no llores!
Pero Emily lloró, torturada, tratando de contener el sonido, que se le
escapaba como un maullido débil y lamentable. Sintió la presión en su
propia garganta
—Emily, y supo que si
tranquilízate... no la tocaba
vamos... se haría pedazos.
vamos.
Aún de rodillas, la acercó a él y Emily se dejó llevar, floja, resbalando
de la silla sin ejercer resistencia. La envolvió con ternura en sus brazos y
la sostuvo, arrodillado sobre el suelo de cemento de la pequeña oficina
atestada. Siguió sollozando, floja contra él, con los brazos sueltos a la
espalda de Tom mientras sus sollozos le golpeaban el pecho.
—Oh, Tooom... —gimió, acongojada.
Apoyándole la mano en la cabeza, apretó la cara de Emily contra su
cuello, y las lágrimas se derramaron por la pechera de la camisa y le
mojaron la piel. Lloró hasta quedar casi agotada y luego quedó apoyada
en él, sin fuerzas.
Tom apoyó la mejilla en su pelo, deseando ser sagaz e inteligente en
la elección de las palabras y poder expresar el consuelo que tenía en el
corazón. Pero lo único que pudo hacer fue ofrecerle su silencio.
En un momento dado, la respiración de la muchacha se regularizó y
pudo decir, medio ahogada:
—Lo siento.
—No lo sientas —se burló con ternura—. Si no la amaras, no te
sentirías tan angustiada.
Sintió que los pechos se elevaban en un suspiro tembloroso y se secó
las últimas lágrimas, con la mejilla aún apoyada sobre el pecho de Tom,
sin manifestar demasiado entusiasmo por apartarse. Él fijó la mirada en el
calendario amarillento que colgaba sobre el escritorio y le acarició la nuca
con toda suavidad.
Pasaron unos
pensamientos. Al fin,minutos en los que
Emily preguntó, cadacansado:
en tono uno se sumergió en sus
—¿Por qué no podrá morir, sencillamente, Tom?
Percibió tanto la culpa como la sinceridad en la pregunta y
comprendió lo doloroso que debía de ser para que lo preguntase. Le frotó
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Capítulo 11
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estarEn la Emily
con casa silenciosa, TomEsa
y los demás. girónoche
la cara hacia
había unala fiesta
ventana, deseandola
de patinaje,
primera del año en Little Goose Creek, y después, el grupo iría a la casa de
Mary Ess a beber ponche caliente y bizcochos... y sin duda esos malditos
juegos de salón. No, a fin de cuentas, era mejor que se hubiese quedado.
Pensativo como estaba, no registró los primeros ruidos. Sólo oyó el
crujir del fuego y su propio monólogo melancólico. Pero se repitió: era un
repiqueteo lejano cada vez más audible, acompañado de gritos y
llamadas. Prestó atención. ¿Qué diablos pasaba ahí afuera? Parecía la
mula cargada de un buscador de oro bajando de la montaña, con la
diferencia de que se dirigía hacia su casa. Oyó que gritaban su nombre:
—¡Eh, Jeffcoat! —y se levantó de la silla—. ¡Se acerca la compañía,
Jeffcoat! ¡Iuuju, Tomy, abre, muchacho!
Más estrépito, acompañado de risas; ahora la conmoción rodeaba la
casa. Lo próximo que escuchó fueron cascos de caballos.
Pegó la cara a la ventana del frente y espió fuera la noche invernal.
¿Qué diablos...? ¡Una yunta y una carreta estaban ahí, ante su porche
delantero y había gente por todos lados! Resonaron pasos en el hueco del
porche y una cara lo escudriñó con los ojos torcidos: Tarsy. Y junto a ella,
Patrick Haberkorn, luego Lybee Ryker y todo un coro de jaraneros que
gritaban y golpeaban los cristales:
—¡Eh, Jeffcoat, abre la puerta!
La abrió y se quedó ahí, con los brazos en jarras, sonriendo. Se
suponía que estarían todos en una fiesta de patinaje.
—¿Qué diablos os pasa, tontos?
—¡Cencerrada!
Lybee Ryker sacudió la platería que llevaba dentro de una olla
tapada, como si fuesen palomitas de maíz. Mick Stubs golpeó una sartén
con una cuchara de madera y Tarsy lideró a la banda golpeando dos tapas
de teteras a modo de címbalos. Estaban todos allí, todos los amigos,
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haciendo tal estrépito que parecía que iban a hacer caer la luna del cielo.
Dejaron huellas en el patio nevado, en torno de la casa. Un perro los había
seguido y unía sus ladridos al alboroto. Tom, de pie en el porche
delantero, reía sintiendo que se le entibiaba el corazón viendo esos rostros
aparecer a la luz de la puerta abierta tras él. Ella también estaba, Emily...
que se quedó en la sombra cuando todos se reunieron, agitados y
eufóricos en los escalones del porche.
Abrumado, Tom no encontraba palabras.
—Bueno, demonios, no sé qué decir.
—No digas nada. ¡Apártate y déjanos entrar estas cosas!
Pasaron en fila junto a él y depositaron ollas, sartenes y cubiertos
sobre la mesa ordinaria. Tarsy frunció la nariz bajo la de él y le dirigió una
sonrisa astuta y complacida, mientras entraba con un bulto blanco.
—Si no quieres que te pisemos, muévete.
—¿Esto es idea suya, señorita Fields?
Alzó una ceja, satisfecho.
—Podría ser —dijo, corriendo la cola de la falda al pasar—. Con cierta
ayuda de Charles.
Charles estaba atareado en la carreta, empujando cosas hacia la
puerta trasera
—¡Tú, para
Bliss, descargarlas.
pillo solapado! ¿Eres tú el que está ahí afuera?
—¡Ahora estoy ocupado, después podrás insultarme!
—Jerome, hola, Ardis... —Tom giró la cabeza al ver piezas de vajilla y
sillas que pasaban. Voces alegres, sonrisas cálidas y movimiento por todos
lados. Y en medio de todo eso, alguien mucho más inadvertido—. Hola,
Emily.
Y un discreto.
—Hola, Tom —que le murmuró al pasar a la cocina.
Alguien le besó el mentón: era Tarsy que volvía a salir.
Alguien le golpeó el brazo: Martin Emerson que llevaba la delantera
cargando un hermoso baúl de cuero con Jerome Berryman en la otra
punta.
—Oh, chicos, esto es demasiado.
Pero el desfile duró casi cinco minutos, gente que entraba y salía,
Charles supervisaba la descarga hasta que, al fin, con ayuda de todos los
hombres presentes, descargó un mueble del ancho de tres de ellos y más
alto que sus cabezas.
—Buen Dios, Charles, ¿qué has hecho?
El mueble era tan pesado que no le permitió a Charles más que unos
gruñidos dispersos:
—Tú hazte... a un... lado... Jeffcoat... o te aplastaremos...
Lo acercaron a la pared sur de la cocina, entre dos ventanas largas y
estrechas: era un aparador de bella manufactura, hecho de arce moteado,
pulido a mano hasta tener la tersura del mango de un hacha muy usada.
Tenía
servir, dos
a la cajones
altura deanchos con otras
la cintura, puertas
dosdebajo,
puertasun ancho mostrador
y encima, para
una estantería
para platos. En cada puerta había espigas de trigo talladas en círculo
alrededor de un asa de bronce. El mueble había llevado muchas horas de
amoroso trabajo.
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sobre los de ella, sin soltarle la barbilla, y después otro: todo estaba
perdonado.
—Y ahora, ven que te mostraré el resto —murmuró, saliendo él
primero de la habitación y llevándola de la mano.
A medida que avanzaban, le explicaba cómo ensamblaron las vigas,
señaló las ventanas de guillotina, el ajuste de las puertas, la tersura de la
baranda de la planta alta, lo seguro de los contraescalones de poca altura
y el ancho extra de los escalones. Al pie de las escaleras, giraron a la
izquierda en lugar de a la derecha y Emily se encontró en el dormitorio de
Tom Jeffcoat.
La cama de hierro blanco con junturas en forma de bellotas estaba en
un rincón, con una ventana en cada pared. En lugar de un cubrecama,
había unas mantas extendidas sobre la almohada simple, que parecía
solitaria sobre la cama doble. De un gancho colgaba una lámpara de
aceite y sobre su base había una sola hebilla. Al verla, el corazón de Emily
dio un brinco y se llevó la mano a la nuca como si acabara de caérsele.
¿Qué estaba haciendo junto a la cama de Tom? Pero Charles sólo tenía
ojos para la casa y Emily bajó la mano sin que hubiese mayores
consecuencias. Su novio le señaló las molduras de doble astrágalo en las
puertas,
por sábanasmientras Emilyclavadas
de franela miraba las ventanas,
a los marcos. cubiertas provisoriamente
Con excepción de su propia
hebilla, el dormitorio era austero como una celda monacal.
—Colocamos armarios empotrados en todas las habitaciones —decía
Charles—. Ojalá se me hubiese ocurrido cuando construí mi casa.
Al darse la vuelta, Emily vio que había abierto la puerta del ropero de
Tom y dejado al descubierto unas pocas prendas que colgaban dejando un
gran espacio sobrante. Reconoció el traje negro que usaba los domingos y
la camisa de franela desteñida que había absorbido sus propias lágrimas
la última vez que se vieron. De un gancho en el fondo colgaba una de las
gastadas camisas azules con las mangas arrancadas y sobre el suelo
había una maleta blanda de la que asomaba la pernera de una prenda
interior enteriza. En un rincón, estaba apoyado el rifle. El armario olía a él:
a caballos, a ropa usada y a hombre.
No se habría sentido más incómoda si hubiese entrado en mitad del
baño de Tom Jeffcoat.
—Pusimos rosetas en todos los rincones. —Señaló el tallado de la
madera sobre sus cabezas—. Y frisos más anchos de lo común... sujetos
con molduras. Esta casa está hecha para durar.
—Es muy bonita, Charles —comentó, como se esperaba de ella.
Y lo era, pero quería salir de ese dormitorio... pronto.
La planta baja de la casa se podía recorrer en un círculo. De la sala a
la cocina, de la cocina a un corredor que servía de despensa y albergaba
el arranque de la escalera, de la despensa al dormitorio de Tom, de ahí al
segundo dormitorio y, por una puerta, otra vez al vestíbulo. Al entrar en la
sala, Emily
canción dejóy escapar
tenue cascada un suspiro
y había de alivio. el
comenzado El baile.
gramófono
Tarsy emitía
y Tildauna
Awk
habían colgado la manta para exhibirla, extendiéndola y sujetando las
puntas en los bordes de las ventanas corredizas. Habían llevado los
bancos de la cocina y un grupo se sentó en ellos riendo, colgándose las
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mano por el rincón y se acercó a él, lo más lejos posible del dueño de
casa. Aplastó los hombros contra la pared de la derecha y se deslizó hacia
abajo.
Tom hizo lo mismo, a la izquierda.
Silencio. Un silencio burlón.
Se abrazó las rodillas y curvó los pies sobre el suelo nuevo y pulido.
Nunca en su vida había estado tan asustada, ni siquiera cuando tenía
cuatro años y creyó que había un lobo bajo la cama, pues su madre le
contó una historia en la que unos lobos perseguían a su abuelo cuando era
niño.
Oyó que Jeffcoat hacía una honda aspiración.
—¿Estás furiosa conmigo por haberte metido aquí? —le preguntó,
susurrando.
—Sí.
—Me lo imaginaba.
—No quiero hablar.
—De acuerdo.
Otra vez, silencio, más denso que antes; Emily se apretó las rodillas
contra el pecho y pensó que iba a estallar. Era como estar varios metros
bajo el suficiente
fuerza agua, sin para
aire: hacerle
el miedo, la presión
estallar y el corazón golpeaban con
los tímpanos.
—¡Es un juego estúpido! —siseó entre dientes.
—A mí también me lo parece.
—Entonces, ¿por qué me has elegido?
—No lo sé.
La inundó la furia, rica y revitalizadora, reemplazando parte del
miedo. A la larga, Tom admitió, renuente:
—Sí, lo sé.
A Emily se le dilataron las fosas nasales y estuvo a punto de dejar
marcado el revoque nuevo con los omóplatos.
—Jeffcoat, te lo advierto...
Extendió una mano para protegerse y tocó el espacio vacío.
Tom dejó que la insinuación vibrase hasta que el aire se estremeció.
Entonces, le ordenó en voz baja, cargada de intención:
—Ven aquí, marimacho.
—¡No!
Una mano atrapó el tobillo izquierdo de la joven.
Retrocedió y se golpeó la cabeza contra la pared.
—¡No!
—¿Por qué no?
—¡Suéltame!
—Los dos sentimos curiosidad y esta podría ser nuestra única
oportunidad de descubrirlo.
La furia se esfumó, reemplazada por la súplica en la voz:
—¡No, Tom!trató
Frenética, ¡Oh, Dios, por favor,
de soltarle la no!
mano del tobillo, pero él siguió
tironeándola hasta que sintió que se deslizaba por el suelo del armario,
con la rodilla y la cadera flexionadas.
—Si forcejeas demasiado, adivinarán lo que está pasando aquí.
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hastaYapara
afuera, en el aire
ella misma fríosonó
su voz de estrangulada.
la noche, pudo respirar otra vez, pero
—Charles, no quiero ir más a ninguna de estas fiestas.
—Pero no son más que una diversión inocente.
—¡Las detesto!
—A mí me parece que es a Tom Jeffcoat a quien detestas.
—Charles, me besó en ese armario. ¡Me besó!
—Ya lo sé. Me pidió disculpas por eso y me dijo que había bebido
demasiada cerveza.
—¿No te importa? —preguntó, exasperada.
—¿Si me importa? —Sujetándola del brazo, la detuvo en plena calle—.
Emily, era sólo un juego. Un juego estúpido. Pensé que si vosotros dos
pasabais cinco minutos en ese armario oscuro, quizá salierais riéndoos de
vosotros mismos y del modo en que os habéis comportado desde que él
llegó al pueblo, haciendo saltar chispas el uno al otro.
Oh, claro que se hacían saltar chispas, pero Charles era demasiado
confiado para advertirlo. Para él no era más que un juego, pero para Emily
era mucho más. Fue una amenaza, un riesgo y una multitud de
sentimientos prohibidos, tan nuevos que la aturdieron.
Cuando llegaron a la casa de los Walcott, no sólo estaba sacudida
sino también furiosa.
—¿Qué clase de hombre permite que su mejor amigo bese a su novia
y se ríe de ello?
—Esta clase. —Charles la tomó del brazo, la hizo girar hacia él y la
besó con tanta fuerza como Tom. La soltó y dijo en voz ronca—: Aunque
no puedas tratar con
Unos minutos amabilidad
después, a mi
Emily se mejor amigo,
deslizaba tecama
en la amo, junto
Emily.a Fannie,
como una tabla recién cortada, la vista fija en el techo, la manta apretada
bajo la barbilla, sujeta con ambos puños. Cerró los ojos y vio lo mismo que
en el armario: nada. Sólo negrura, que aguzaba los demás sentidos. Lo
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Capítulo 12
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podía hacer?
—No lo sé. Todavía estoy un poco asombrada.
Rió, incrédula.
—¿Crees que yo no?
Iba a besarla de nuevo, pero Emily retrocedió.
—Mi padre...
Miró hacia la puerta y puso distancia entre los dos, pero Tom la
traspuso tomándola del codo, insistiendo como si lo impulsara una fuerza
incontrolable.
—Anoche, cuando no podías dormir, ¿en qué pensabas? —quiso
saber.
Emily movió la cabeza en ruego sincero y retrocedió.
—No me hagas decirlo.
—Antes de que terminemos te haré decirlo. Te haré confesar todo lo
que piensas y sientes por mí.
La muchacha llegó hasta algo sólido y él se acercó, inclinándose hacia
ella, aun con el cuerpo pegado al suyo. Emily se alzó de puntillas y lo
abrazó. Se besaron con fuerza, con toda la boca, impulsados por la
increíble atracción que todavía los aturdía.
En mitad¿sabes
—Emily, del beso, Edwin
dónde entró en la oficina.
está...?
Se interrumpió.
Tom se dio la vuelta con brusquedad, con los labios todavía mojados
y una mano en la cintura de Emily.
—Bueno... —Se aclaró la voz, y los miró alternativamente—. No se me
ocurrió golpear la puerta de mi propia oficina.
—Edwin —saludó Tom, serio.
El tono no expresaba excusas ni disculpas sino reconocimiento llano.
Se quedó donde estaba, con el brazo alrededor de la muchacha, mientras
los ojos del padre iban del uno al otro.
—Así que eso era lo que te molestaba esta mañana, Emily.
—Papá, nosotros...
No había modo de explicar la escena y desistió.
Calma, la voz de Tom llenó el vacío:
—Emily y yo tenemos algunas cosas de qué hablar. Le pediría que no
le dijera esto a nadie y menos a Charles, hasta que tengamos tiempo de
resolver ciertas cuestiones. ¿Nos disculpa, Edwin, por favor?
Edwin se mostró incrédulo y fastidiado, alternativamente; primero,
por ser excluido de su propia oficina, aun con toda cortesía; segundo, por
dejar a su hija en manos de alguien que no era Charles. Tras diez
segundos de cólera silenciosa, se dio la vuelta y salió. Al mirar a Emily,
Tom la vio roja hasta la raíz del cabello, muy compungida.
—No tendrías que haber venido. Ahora papá lo sabe.
—Lo lamento, Emily.
—No, no es así. ¡No
—¡Vergüenza! Te has
meenfrentado a él sin la menor
siento avergonzado! ¿Quévergüenza.
esperabas que
hiciera, fingir que no sucedía nada? Ya no tengo quince años y tú
tampoco. Sea lo que fuere, tendremos que afrontarlo.
—Repito que das muchas cosas por seguro. ¿Y yo? ¿Y si yo no quiero
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que se sepa?
Le apretó los hombros con firmeza:
—Emily, tenemos que hablar, pero no aquí pues podría entrar
cualquiera. ¿Podemos encontrarnos esta noche?
—No. Esta noche viene Charles a cenar.
—¿Y después?
—Nunca se va antes de las diez.
—Entonces, encontrémonos después de las diez. En mi establo, en la
casa o donde tú digas. ¿Qué te parece el arroyo, al aire libre? ¿Te haría
sentir más segura? No haremos nada más que hablar.
Emily se soltó: esto no se parecía a nada que hubiese experimentado.
—No puedo, por favor, no me lo pidas.
—¡No me digas que piensas fingir que esto nunca ha sucedido! Cristo,
Emily, sé honesta contigo misma. No nos dimos un par de besos en el
armario y salimos imperturbables. Entre nosotros pasa algo, ¿no es cierto?
—¡No lo sé! Es tan repentino... tan... tan...
Pareció suplicar con la mirada algo que le permitiese comprender.
—¿Tan qué?
—No sé. Deshonesto. Peligroso. ¿A ti no te molesta pensar en
Charles?
—¿Cómo puedes dudar de semejante cosa? Desde luego que me
molesta. ¡Si ahora siento un nudo en el estómago! Pero eso no significa
que le dé la espalda. Necesito conocer tus sentimientos y entender los
míos propios, pero también necesitamos un poco de tiempo. Emily,
encontrémonos esta noche, después de las diez.
—Creo que no.
—Te esperaré junto al arroyo, donde los chicos van a pescar en
verano, cerca de los grandes chopos detrás del almacén de Stroth. Estaré
ahí hasta las once. —Se acercó más, le tomó la cabeza con las manos
cubriéndole las orejas y los costados de la gorra roja, y apoyó los pulgares
a los lados de la boca—. Y deja de sentir que acabas de romper cada uno
de los Diez Mandamientos. En verdad, no has hecho nada malo, tú lo
sabes.
Depositó un beso leve sobre sus labios y se fue.
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—Está bien. Pero nada más que media hora. Fannie duerme conmigo
y sabe que me fui. Le diré que salí a caminar en la nieve nueva, pero no
puedo quedarme más de media hora.
Emprendieron el regreso sin tocarse, Emily sobre la huella que habían
dejado, Tom a su lado, dejando una nueva en el patio de Stroth, por las
calles desiertas y hasta la puerta por la que Charles Bliss había entrado el
regalo capaz de dar calor de hogar a la casa, menos de veinticuatro horas
antes.
En la cocina estaba tan oscuro como dentro de un barril de whisky.
Emily entró, se detuvo y oyó que Tom cerraba la puerta.
—En la sala no hay fuego encendido, sólo aquí. Por aquí.
La empujó con suavidad y Emily lo siguió, tocándole la manga para
orientarse en ese espacio desconocido, rodeando la mesa, hasta la silla
mullida que estaba arrimada a la cocina encendida, de donde salía un
agradable calor.
—Siéntate —le indicó—. Pondré un poco más de leña.
Levantó la tapa de la cocina, encontró el atizador, removió los
rescoldos y el techo se iluminó de rojo. Agregó un leño y las chispas
ascendieron con suaves estallidos, después ardieron llamas nuevas y Tom
volvió a tapar la
—Puedes cocina,
ver conde
a través lo cual quedaron
las cortinas deotra vez en pues
la cocina, la oscuridad.
todavía no
tengo persianas —le explicó, ajustando mejor el cierre de la ventana—. Es
preferible no encender una lámpara.
Se quitó los guantes y la chaqueta que arrojó por cualquier lado, en la
oscuridad, cayó sobre un banco y se resbaló al suelo. Se sentó sobre un
barril de clavos y empezó a quitarse las botas. Sonaron dos golpes sordos
cuando las puso junto a la estufa y luego, silencio, sólo interrumpido por
los agujeros de ventilación de la leñera.
Se quedaron sentados lado a lado, Tom inclinado hacia adelante con
los codos en las rodillas, Emily, en el borde de la silla. El leño terminó de
encender y Tom abrió la puerta de la estufa que les brindó una luz
parpadeante a la cual podían verse los rostros.
Al fin, dijo:
—Estuve intentando convencerme de no empezar esto.
—Lo sé. Yo también.
—Me dije que, en verdad, no te conozco, pero lo difícil de todo esto es
cómo puedo lograrlo si no puedo verte sin ocultarme.
—¿Qué quieres saber?
—Todo. Cómo eras de niña. ¿Tuviste tos ferina? ¿Te gustan las
remolachas? ¿La lana te irrita la piel? —Como el clásico enamorado,
estaba impaciente por recuperar la parte anterior de la vida de Emily—.
No sé... todo.
La muchacha sonrió y respondió.
—Era curiosa y voluntariosa, tuve tos ferina, soporto las remolachas y
lo único
tuvo queque me irritó
ponerme la piel, en
guantes alguna
plenovez, fue lapara
verano hiedra
quevenenosa. Mi madre
no me rascase.
Fue... cuando tenía nueve años, creo. Ya está... ya sabes todo.
Rieron y se sintieron mejor.
—¿Hay algo que tú quieras saber de mí? —preguntó Tom, admirando
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Capítulo 13
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—¿En serio?
—Por supuesto. Ningún ser humano con un atisbo de compasión
podría dejar de pensarlo.
—Oh, Fannie...
Le pasó un brazo por el cuello, apoyó el mentón en su cabeza y al
saber que a ella también se le ocurrió, se sintió mejor, menos depravado.
—Es terrible pensar cosas así, ¿no es cierto?
—Me sentí muy culpable, pero, pobre Josie... Nadie tendría que sufrir
así.
Por unos momentos, Fannie absorbió su fuerza y le palmeó la
espalda, como subrayando una afirmación.
—Lo sé, Edwin. Siéntate y no hablemos más de eso.
Mientras comían, amaneció; las sombras de las ventanas palidecieron
hasta llegar al tono del té claro y se oyeron los ladridos lejanos de los
perros. Edwin y Fannie se miraron. La falsa intimidad conyugal que les
brindó el hecho de compartir la rutina perduró el resto del desayuno. En
una ocasión, el hombre se estiró sobre la mesa y le tocó la mano. Dos
veces la mujer se levantó para servirle más café. La segunda, cuando
volvió, le dio un beso en la coronilla.
Edwin le apretó
—Fannie, tengo la
quemano contra
hablarte desu pecho,
otra cosa.rozó la palma
Necesito con la barba.
tu consejo.
Fannie se sentó a la derecha y las manos permanecieron unidas en
una esquina de la mesa.
Sosteniéndole la mirada, le dijo:
—Ayer, entré en la oficina del establo y encontré a Emily y a Tom
Jeffcoat besándose.
Fannie, con el dedo en torno de la taza de café, no se sorprendió.
—Así que, ya lo sabes.
—¿Eso significa que tú lo sabías?
—Lo sospechaba.
—¿Cuánto hace?
—Desde la primera vez que los vi juntos. Sólo esperaba que Emily
pudiese admitirlo para sí misma.
—Pero, ¿por qué no me lo dijiste?
—No me correspondía expresar sospechas.
—Ni siquiera se sobresaltaron cuando entré. ¡Con toda calma, Jeffcoat
me pidió que saliera!
—¿Y qué hiciste?
—Me fui. ¿Qué otra cosa podía hacer?
—Y ahora quieres saber si tienes que sermonearla acerca de los votos
sagrados del compromiso, ¿verdad?
—Yo...
Edwin se quedó con la boca abierta, evocando a sus
bienintencionados padres, que lo disuadieron de casarse con la mujer que
amaba.
Fannie se levantó y paseó por la cocina, sorbiendo el café.
—Anoche, cuando todos estábamos acostados, Emily salió y volvió
bastante tarde.
—Oh, Dios...
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— Edwin, ¿Por qué dices "Oh, Dios" como si fuese una calamidad?
—Porque lo es.
—Hablas como tus padres.
—Ya lo sé, que el Cielo me ampare.
Se cubrió la cara con las manos y apoyó los codos sobre la mesa.
Fannie le dio tiempo para pensar y, al fin, Edwin levantó la vista, con
expresión afligida.
—Pero Charles ya es como un hijo para mí. Lo fue toda la vida.
—Sin duda, ellos dijeron lo mismo respecto de Josie y tú. —Mientras
Edwin la miraba cubriéndose la boca, prosiguió—: No puedo hablar por
Joey ni adivinar lo que tú debes haber sentido, pero sí puedo decirte lo que
fue para mí. El día de tu boda, ese día doloroso, de duelo, no sabía cómo
contener mi desolación. Quería llorar, pero no podía. Quería escapar, pero
no me estaba permitido. La corrección exigía que estuviese allí...
contemplando la destrucción de mi felicidad. No recuerdo haber sentido
nunca una pena tan honda. Me sentí... —Contempló la taza, recorrió el
borde con el dedo y alzó la mirada triste hacia Edwin— ...despojada de
toda posibilidad de dicha. No podía funcionar, no quería, no era capaz de
imaginar un futuro sin un incentivo para vivir. Y mi incentivo eras tú.
Entonces,
Soltó fui al establo
una carcajada de ymi
suave padre ycon
amarga la de
bajó intención devista
nuevo la ahorcarme. —
a la taza—.
Qué cuadro tan ridículo, Edwin... —Alzó la vista con expresión abatida—.
No sabía cómo hacer el nudo.
—Fannie...
—No, Edwin. —Levantó una mano—. Quédate ahí. Déjame terminar.
—Se acercó a la cocina, llenó otra vez la taza y se quedó ahí, a buena
distancia—. Pensé en ahogarme, pero era invierno: ¿dónde podía tirarme,
si todo estaba helado? ¿Veneno? No podía ir a la farmacia y pedir un poco,
¿no es cierto? Y salvo eso, no sabía cómo conseguirlo. Por lo tanto, viví. —
Exhaló un profundo suspiro y dejó la taza, como si le resultara demasiado
pesada—. No, eso no es exacto: existí. Día a día, hora a hora, pensando
qué hacer con mi lamentable vida. —Miró por la ventana—. Tú te
marchaste... no supe por qué.
—Porque te quería a ti más que a mi esposa.
Fannie prosiguió, como si él no hubiese hablado.
—Luego, comenzaron a llegar las cartas de Joey. Estaban llenas de las
banalidades cotidianas de la vida conyugal... las que yo añoraba. Se quedó
embarazada y nació Emily. Quise que Emily fuese mía, mía y tuya, y
comprendí que habías acertado en irte, pues en caso contrario yo habría
tenido un hijo tuyo, casada o no.
"Más o menos cuatro años después de que te fueras, conocí a un
hombre casado, la clase más segura, pensé. La de los que no hacen
promesas ni provocan expectativas. Yo os hablé a Joey y a ti de él, por
carta. Se llamaba Nathaniel Ingrahm. Era conservador del museo cuya
causa yo apoyaba
decadencia de tallar en aquelmarinas
conchas entonces: la igualmente
o algo preservación delEnarte
vital. en
aquella
época fue cuando empecé a dedicarme a una larga lista de
preocupaciones vitales, porque no tenía ninguna propia. —Los
pensamientos de Fannie vagaron unos momentos hasta que enderezó los
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—¡Papá!
Edwin y Fannie se separaron bruscamente.
—Emily...
Se produjo un tenso silencio en el que los tres quedaron paralizados.
La mirada perturbada de Emily fue de uno a otro, hasta que al fin habló en
tono acusador:
—¡Papá, cómo puedes hacer algo así! —Miró ceñuda a Fannie—. ¡Y tú!
¡Nuestra amiga!
—Emily, baja la voz —ordenó el padre.
—¡Y con mamá arriba!
Se le saltaron las lágrimas, mientras susurraba con ferocidad.
—Emily, lamento que nos hayas descubierto, pero te ruego que no
juzgues lo que no entiendes.
Dio un paso hacia ella, pero su hija retrocedió y le clavó una mirada
helada.
—Entiendo lo suficiente. Mi madre me enseñó a distinguir el bien del
mal y no soy una niña. ¡No soy estúpida, papá!
—No hemos hecho nada malo y no tengo por qué darte explicaciones,
niña. —La apuntó con el dedo—. ¡Soy tu padre!
—¡Entonces,
la moribunda compórtate
y por el resto decomo tal! Demuestra
tu familia. —Tenía el un pocoarrebatado
rostro de respetode
por
furia—. ¿Y si hubiera sido Frankie el que bajara la escalera en este
momento? ¿Qué pensaría? ¡Casi no puede aceptar la enfermedad de mi
madre sin añadirle esto!
—Nos daría la oportunidad de explicarle.
—No hay explicación posible. ¡Eres despreciable... los dos lo sois!
Enfadada y perturbada, salió corriendo.
—¡Emily!
Quiso ir tras ella, pero Fannie lo retuvo tocándole el brazo.
—Ahora no, Edwin. Está demasiado espantada. Déjala ir.
Se oyó la puerta principal que se cerraba de golpe.
—Pero cree que tú y yo mantenemos una relación aquí, en la casa.
—¿Y no es así? —preguntó Fannie, con tristeza.
—¡No! —exclamó, airado—. No hemos hecho nada de lo que
tengamos que avergonzarnos.
—Pero no nos dio tiempo de explicárselo.
—Y si nos lo hubiese dado, ¿qué le dirías? ¿Que tú y yo tenemos la
excusa de que nos amamos desde antes de que te casaras con su madre?
¿Que, como ella puntualizó, está muriéndose allí arriba? ¿Le dirías eso,
Edwin, y abrirías la caja de Pandora de las preguntas? ¿O acaso crees que
aceptaría con toda tranquilidad las explicaciones y diría: "Bueno, papá,
puedes casarte con la prima Fannie"? Sé realista, Edwin. —Con manos
tiernas, le rodeó la cara barbuda, mientras la expresión de Edwin siguió
obstinadamente defensiva—. Te culparía más por no haber amado a su
madre comode
paradigmas fingías.
virtud,Y como
tendría razón. Toda
matrimonio sinlatacha.
vida os viomañana
Esta a Joey y ha
a tisufrido
como
una impresión tremenda y tenemos que darle tiempo para aceptarla.
Debemos pensar con mucha claridad si se justifica que le contemos el
pasado. Tal vez lo más justo sea dejarla pensar lo peor de nosotros dos.
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que obedecer.
Cabalgó hasta que sintió los párpados tan helados que no los podía
cerrar y que le ardían las zonas de piel que tenía expuestas. Hasta que se
le resquebrajaron los labios y sintió las piernas calientes y acalambradas.
Sólo cuando el caballo retrocedió y relinchó, rehusándose a trasponer la
cresta de una loma, Emily comprendió que estaba maltratando al animal.
Sagebrush sacudió la cabeza haciendo volar la espuma y, por fin, la
muchacha tiró de las riendas, se relajó, cerró los ojos y dejó que la
desesperación la desbordase. Permaneció así unos minutos, escuchando el
jadeo del animal, y luego se apeó y se quedó de pie junto a la cabeza del
caballo, luchando contra sus emociones. La piel de Sagebrush estaba
caliente, húmeda y exhalaba el olor picante característico, pero en ese
momento necesitaba algo familiar. Apoyó la frente sobre el gran cuello
vigoroso y apretó los dientes, conteniendo los sollozos.
Necesito a alguien. Dios... a alguien.
Acalorado por la carrera, Sagebrush movió la cabeza, obligándola a
retroceder: "ni al caballo le importo", pensó, desatinada.
Se puso en cuclillas, con los brazos extendidos sobre las rodillas,
como un pastor armand o un cigarrillo, empeñada en no llorar. Le ardía la
cara. Los
Fannie, el ojos. Los pulmones.
sufrimiento incesanteTodo ardía:
de su la traición
madre, deltraición
su propia padre, alaCharles.
de
La vida era un infierno candente.
Escondió el rostro entre las rodillas, dobló los brazos sobre la cabeza
y lloró.
Dios, no soy mejor que mi padre.
Como no tenía otra alternativa, volvió al establo. Sagebrush estaba
lustroso, manchado de sudor, como la superficie de un estanque agitada
por un viento intermitente. Estaba sediento, cansado, hambriento y
ansioso de llegar al establo que le era familiar. ¿A qué otro sitio podía ir
que al establo de su padre?
Estaba Edwin solo y aplicaba otra capa de pintura verde a una carreta
de caja doble. Cuando Emily llevó a Sagebrush adentro y siguió avanzando
hacia los pesebres sin echar una mirada en dirección a él, el pincel se
detuvo en el aire.
Dio agua al caballo, le quitó la montura y la limpió, cepilló la tibia piel
castaña hasta que se enfrió, lo enjaezó y lo metió en un pesebre. Fue a
mezclar alimento y, al pasar otra vez ante el padre, sintió la mirada de
este que la seguía, pero sin decir palabra. Con la vista fija en el otro
extremo del pasillo, como si Edwin no existiera, siguió avanzando a
zancadas viriles, con un nudo en la garganta.
Dios, cuánto lo amaba.
Cuando volvió con un cubo lleno a medias de cereal, echó la culpa a
los espesos vapores de la pintura en el edificio cerrado por el escozor de
los ojos. La mirada de su padre la siguió otra vez. Y otra vez miró al frente,
percibiendo
Terminóelde
remordimiento, el dolor,
alimentar a Sage y negándose
y se encaminó a laaoficina,
aceptarlo.
pasando una
vez más ante el padre, en el mismo silencio desafiante.
—¡Emily!
Aunque se detuvo, siguió con la vista clavada en la puerta corrediza,
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Pasó ese día con la misma vitalidad que una puerta movida por el
capricho del viento. Se cruzó con su padre, como era inevitable, pero sólo
le dirigió la palabra cuando era necesario, con voz glacial y sin mirarlo.
Cuando le preguntó si ella quería ir la primera a almorzar, le respondió:
—No voy a comer.
Cuando el padre volvió de almorzar y dejó ante ella un plato con
salchicha y patatas fritas, le echó una mirada despectiva y continuó con la
aguja y el látigo trenzado sin darle siquiera las gracias. Al ver que se iba
poco después de las dos de la tarde, Edwin le preguntó:
—Emily, ¿vas a casa?
La voz sonó solitaria en la extensión del gran cobertizo. Con amarga
satisfacción, le respondió sólo cerrando la puerta de golpe.
Afuera,
Jeffcoat a acercaba.
que se un par de metros del cobertizo, se encontró con Tom
—Emily, ¿puedo...?
—Déjame en paz —le ordenó, sin piedad, y se fue dejándolo perplejo,
mirando a su espalda.
En la casa, tenía que enfrentarse a Fannie. Emily la trató igual que a
su padre, mirando a través de ella como si estuviese hecha de humo. Unos
minutos después, Fannie se acercó a la entrada del dormitorio que
compartían y dijo:
—Mañana lavaré ropa. Si tienes algo para lavar, déjalo en el pasillo.
Por primera vez, la miró a los ojos con expresión furibunda.
—¡Yo me ocuparé de las sábanas de mi madre! —le espetó; pasando
junto a ella sin tocarla, cruzó el corredor hacia la habitación de su madre,
cerró la puerta y echó el cerrojo, dejándola fuera.
Pasó la tarde haciendo una labor que detestaba: tejer a ganchillo. Era
en extremo torpe con ganchillo e hilo, pero se dedicó a hacer un pequeño
tapete como castigo y expiación, junto al lecho de la madre, hasta que el
padre volvió del trabajo y fue a verla.
—¿Cómo está? —preguntó, entrando en el cuarto.
Emily se inclinó y tocó la mano de Josephine, ignorando a su padre.
—Ya es casi la hora de cenar. Pronto te traeré la bandeja, ¿eh, mamá?
Josephine abrió los ojos y asintió, sin fuerzas. Emily salió de la
habitación sin quedarse a ver la patética sonrisa que la madre le dirigió al
padre.
Cuando la cena estuvo preparada, Emily ordenó en un tono que no
admitía réplica:
—Ven, Frankie. Hace más de dos semanas que no ves a mamá. Lleva
tu plato arriba mientras yo le doy de comer. Se pondrá contenta de verte.
Obediente, Frankie la siguió pero se sentó en el catre de su padre y
revolvió la comida contemplándose las rodillas en lugar de mirar el
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esqueleto tendido sobre la cama grande. Cuando pidió permiso para irse,
pálido y sintiéndose culpable, Emily lo dejó, pero le ordenó que se
encargase de la vajilla pues se quedaría a leerle a su madre.
Media hora después, se oyeron los pasos de Edwin en la escalera y
Emily se apresuró a cerrar el libro, darle un beso a la madre y huir a su
propia habitación, dejando a su padre, que la seguía con mirada contrita,
en el pasillo de la planta alta.
A mitad de la noche, había adoptado una decisión importante y
estaba segura de que era la correcta. Sin importar lo que papá y Fannie le
hicieran a su madre, ella se encargaría de que se fuese a la tumba
contenta de una cosa, al menos.
Se puso un vestido limpio color lavanda, se peinó el cabello en un
moño perfecto y fue a la casa de Charles, a anunciarle que estaba
dispuesta a fijar la fecha de la boda.
La sonrisa de Charles parecía el sol después de un eclipse.
—Oh, Em...
En un impulso de felicidad, la levantó y la hizo girar, riendo a
carcajadas. La reacción extática de su novio confirmó a Emily que estaba
haciendo lo correcto. Girando en sus brazos, tragó el nudo que sentía en la
garganta y pensó:
Radiante, "¡Yola
Charles nobajó.
seré como papá, no seré así!"
—¿Cuándo?
Como, por fin, lo había hecho feliz, y Charles lo merecía, Emily sonrió.
—¿La semana que viene?
—¡La semana que viene!
—O en cuanto el reverendo Vasseler pueda celebrar la ceremonia.
Quiero que nos casemos antes de que mi madre muera. La hará muy feliz.
La sonrisa de Charles se esfumó.
—¿Y tu diploma de veterinaria?
—He decidido dejarlo. De todos modos, ¿qué haría con él? Seré tu
esposa, cuidaré tu casa y a tus hijos. Fue una locura pensar que podría
andar por ahí ayudando a nacer terneros. Haré todo lo posible para que
las medias estén blancas.
Charles frunció el entrecejo.
—Emily, ¿qué pasa?
—No pasa nada. Es que he recuperado la cordura, eso es todo.
—No. —Retrocedió, sujetándola de los codos y observándola con
atención—. Algo pasa.
—Lo único malo es que el tiempo pasa con mucha rapidez y mi madre
está casi... —Tragó con dificultad—. Ansío hacer esto antes de que mi
madre muera, Charles.
—Pero lleva tiempo planear una boda.
—Esta no. Nos casaremos en la habitación de mi madre para que
pueda oír cómo intercambiamos nuestros votos conyugales. ¿Te parece
bien?—¿No quieres una boda en la iglesia?
—Nunca he sido aficionada a los encajes, ¿no? —Tom Jeffcoat nunca
dejó de llamarla marimacho—. Por otra parte, ahorraría trabajo y
problemas. Yo... en verdad no quiero pedirle a Fannie que prepare tanta
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comida y... y... bueno, ya sabes cuánto lío puede llegar a ser una fiesta de
bodas.
—Y entonces, ¿cuántas personas piensas invitar, ninguna?
—Sólo... bueno, Tarsy de acompañante para mí.
—¿Y Tom para mí?
—Tom... —No pudo mirarlo a los ojos mientras hablaban de Tom
Jeffcoat—. Bueno... sí, si lo eliges a él.
—¿A qué otro podría elegir?
—A nadie. Quiero decir que Tarsy y Tom me parecen... bien. De
cualquier manera, la ceremonia no durará más que unos minutos.
—¿Has hablado de esto con Fannie?
—Fannie no tiene nada que ver con esto. ¡Es una decisión mía!
—¿Has hablado con tu padre?
—¡Charles! —Se crispó—. La verdad es que no pareces muy
entusiasmado después de tanto insistir en que fijáramos una fecha.
—Lo estaría si no te conociera desde que echaste los dientes. Estás
preocupada por algo y quiero saber de qué se trata.
La respuesta la quemaba por dentro, pero se vio obligada a mentir
para no herirlo como habían hecho con ella.
—Charles,
mi madre si me
y pienso queamas, por favor
no tenemos no preguntes.
mucho tiempo. Quiero hacer esto por
La observó con seriedad largo rato, hasta que al fin bajó las manos y
retrocedió.
—De acuerdo, pero quiero que me contestes una pregunta.
—Pregunta.
—¿Me amas, Emily?
Tuvo la impresión de que la pregunta le resonaba en la boca del
estómago. Y si bien la respuesta sólo revelaba parte de la verdad, sus
motivos eran honestos.
—Sí —respondió y captó el movimiento casi imperceptible de los
hombros de Charles que se relajaban.
¡Claro que lo amaba! Como le dijo a su mejor amigo, ¿quién podía no
amar a Charles?
La confirmación de Emily le devolvió el entusiasmo.
—¿Vamos a decírselo a todos?
—Ya lo hice... en la cena —mintió.
—Ah.
Fue suficiente para expresar su decepción y la muchacha se sintió
culpable por haberlo privado de la alegría de hacer el anuncio. Pero si iban
juntos a dar las noticias, su disgusto con papá y Fannie sería evidente no
sólo para Charles sino también para su madre.
—Charles, en mi casa el ambiente no es demasiado alegre y
luminoso, mi madre está muy mal. Pensé... bueno, pensé que sería más
fácil si yo se lo decía.
—Eso...
que tal vez... está bien —dijo, sin demasiada convicción—. Es que pensé
La frase se perdió.
Emily le tomó la mano.
—Lo siento, Charles. Esto tendría que haber sido más festivo, ¿no es
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cierto?
Charles se encogió de hombros y sonrió sin ganas.
—Oh, qué diablos... lo que importa es nuestra vida en común, no qué
clase de ceremonia de boda tengamos. Además, hace años que tus padres
sabían que esto ocurriría, ¿verdad?
Dichoso, besó a su futura esposa y le acarició con ligereza los pechos,
como expresando sin palabras cuánto la querría y la amaría. Sintió la
lengua de él en la boca y respondió con la suya, tratando de olvidar la
noche anterior y diciéndose: A su debido tiempo, te acostumbrarás a la
barba. Te acostumbrarás a sentir sus manos sobre ti.
Pero fue la primera en apartarse.
—¿Hablamos mañana con el reverendo Vasseler?
—Sí.
—¿Por la mañana o por la tarde?
—Por la mañana. De ese modo, yo podré hablar con Tom y tú con
Tarsy, por la tarde. Oh, Emily... —La estrechó contra sí—. Soy muy feliz.
Camino a casa, Emily se sintió abatida. ¿Dónde estaba la ansiedad
que había esperado sentir después de fijar la fecha? Cuando llegó, colgó el
abrigo, caminó por los cuartos silenciosos y la sensación de vacío creció.
No es así como
espléndido, tendría la
de compartir quenoticia,
sentirme. Este regocijo
abrazos, debería con
ser los
un que
momento
me
aman y a los que amo.
Subió pesadamente la escalera, se detuvo en la luz que salía al pasillo
desde el dormitorio de sus padres, miró dentro y se sintió disgustada: ahí
estaban los tres: su madre en la cama, su padre sobre el catre y Fannie en
una silla, a un lado. La hipocresía de la escena le retorció las entrañas. No
pudo sonreírles a los otros dos ni siquiera en beneficio de la madre.
Dándoles la espalda a Edwin y a Fannie, tomó la mano de Josephine.
—Pienso que te gustará saberlo: mañana por la mañana, Charles y yo
iremos a hablar con el reverendo Vasseler. Nos casaremos en cuanto el
reverendo pueda celebrar el servicio... aquí mismo, en tu cuarto. ¿Te
gustaría eso, madre?
—Claro, Emily...
Aunque la voz de Josie era casi un susurro, en sus ojos apareció una
débil chispa de aprobación.
—Sabía que te pondrías contenta.
—Pero...
—Ahora no hagas preguntas, pues te daría tos. Es lo que yo quiero y
también lo que quiere Charles. Mañana hablaremos más al respecto.
Cuando se levantó de la cama, Emily sorprendió un intercambio
furtivo de miradas entre Fannie y su padre. Luego la miraron a ella pero
nadie se movió. Papá, papá, quería que este momento fuese diferente.
Siempre lo imaginé con sonrisas y abrazos. Pero se mantuvo apartada,
con el corazón herido.
La primera en
de felicitaciones, enrecuperarse fue Fannie, que se levantó e inició la ronda
bien de Josephine.
—Felicidades, querida... —Cuando rodeó a Emily con sus brazos y
apoyó su mejilla en la de ella, la muchacha se puso rígida. Fannie se
apartó y bromeó, con falsa alegría—: Edwin, por el amor de Dios, ¿no
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Capítulo 14
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acercó.
—Hola, Emily.
Giró como si la apuntasen con una pistola. Los ojos frenéticos se
posaron en él y apretó contra el pecho la mano que sujetaba la bufanda.
—Estás un poco pálida —comentó, serio.
—Te dije que me dejaras en paz.
Dio una brusca media vuelta y siguió caminando, con Tom atrás junto
a su hombro derecho, que llevaba a la yunta a paso lento.
—Sí, ya lo oí.
—Entonces, hazlo.
Lo pensó... una fracción de segundo.
—Hace un momento vino a verme Charles para contarme la noticia.
—Emily siguió caminando decidida, con la falda revoloteando a cada paso
—. Me perdonarás si no te felicito —agregó con sequedad.
—Vete.
—No me voy nada. Estoy aquí para quedarme, marimacho, así que te
aconsejaría que te hagas a la idea. ¿Qué dijo Tarsy?
—Que sí.
—¿Y esperas que los dos estemos ahí, ante el Señor y el reverendo
Vasseler,
—No yfueoseso
demos nuestras
lo que pensé.bendiciones?
—Oh, es un alivio.
—Por favor, ¿podrías seguir a otra persona? Todo el pueblo podría
vernos.
—Ven a dar un paseo conmigo.
Le disparó una mirada helada.
—En tu carreta de estiércol.
—Bastará que digas una palabra y volveré con un coche antes de que
llegues a tu casa.
La muchacha se detuvo y le dirigió una mirada cargada de
sufrimiento.
—Voy a casarme con él, ¿no lo entiendes?
—Sí. Pero, ¿tú lo entiendes? Estás huyendo asustada, Emily.
—Estoy haciendo lo más sensato.
Aminoró el paso, como resignada. Tom dejó que los caballos se
retrasaran y la vio alejarse, huir de él, de sus propios sentimientos, de la
verdad innegable. Cuando se convenció de que estaba resuelta a dejarlo
atrás, tiró de las riendas, la dejó alejarse unos metros y, por fin, gritó:
—Eh, Emily, me olvidé de decirte una cosa. —Esperó, pero la
muchacha no se detuvo ni se dio la vuelta. Aunque había casas a ambos
lados de la calle, se puso de pie en la carreta y gritó—: ¡Te amo!
Se dio la vuelta, con expresión de franca sorpresa. Hasta el idiota del
pueblo podría haber detectado el magnetismo de esos dos que se
enfrentaban en la luminosa tarde nevada, ella a unos metros él, de pie
sobre—Me
una pareció
carreta que
cargada de saberlo
debías estiércol. Tomde
antes continuó
casarteen voz
con él.más baja:
Atónita, lo miró con la boca abierta.
—Olvidé otra cosa: quiero casarme contigo.
Dejó que las palabras se asentaran unos instantes, luego se sentó,
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limpiar la habitación, pero Emily le informó que lo haría ella y que también
se ocuparía de preparar a su madre para el día siguiente. Fannie miró
desde los pies de la cama a Emily, percibió la evidente tensión reinante en
el cuarto, y luego, resignada, se encaminó a la puerta.
—¡Fannie! —le espetó Emily.
—¿Qué?
La mujer se volvió.
—No hará falta que prepares una comida de bodas, si es que lo
pensaste. Cuando termine la ceremonia, Charles y yo nos iremos
directamente a su casa.
Pasó el día igual que el anterior, ocupándose de su madre, ejecutando
todas las tareas que planeó para esa jornada pero, a medida que
avanzaba, su actividad cobraba una cualidad casi frenética. Inquieta,
Josephine la observaba y se afligía.
El lavado del cabello comenzó a última hora de la tarde. Resultó un
proceso dificultoso, pero esa misma condición y la inversión de los papeles
acercaron a madre e hija más que nunca.
Una vez que Josephine estuvo otra vez sentada con la espalda en las
almohadas, Emily le peinó con parsimonia el pelo y dijo:
—No tardará
—No, es ciertomucho en secarse.
—admitió Josephine, triste—, ya no.
Las palabras estrujaron el corazón de Emily. Menos de un año atrás el
cabello de su madre era oscuro, grueso y brillante, su más preciado
tesoro, su orgullo. En el presente, pendía en mechones lacios, descolorido,
el cuero cabelludo sonrosado asomando en algunas partes. Josephine
misma lo cortó a la altura del cuello para que fuese más fácil mantenerlo
durante la enfermedad. Las zonas desnudas de la cabeza parecían un
último insulto al físico deteriorado de esa mujer que una vez fue robusta.
Percibió la tristeza de su hija, alzó la vista y vio que, en verdad,
estaba abatida.
—Emily querida, escúchame. —Tomó la mano de la muchacha entre
las suyas y la retuvo, con peine y todo, mientras hablaba en voz baja para
no toser—. Ahora no importa cómo tengo el cabello. No importa que tu
padre duerma en un catre aparte y que me vea como una manzana cada
vez más seca. Nada de eso tiene importancia. Lo que importa es que tu
padre y yo hemos vivido juntos veintidós años, sin perdernos el inmenso
respeto que nos tenemos.
Con los ojos bajos, Emily mantuvo la vista fija en la mano marchita de
su madre, en la que los dedos demasiado delgados ya no conservaban la
marca de la sortija nupcial.
—Los últimos días, has estado angustiada y creo que sé por qué.
Aunque aprecio tu lealtad, creo que está fuera de lugar. —Acarició con el
pulgar el dedo anular de la hija, donde aún no había nada—. Estoy
enferma, Emily, pero no ciega ni sorda. He visto tu súbita aversión a tu
padre
que lasyoyese.
a Fannie, y oí cosas... Cosas que tal vez no estaban destinadas a
Suspiró y guardó silencio, contemplando la expresión abatida de la
muchacha.
—Nunca hemos estado muy unidas, ¿verdad, Emily? Tal vez sea culpa
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que las abres, como hiciste con tu padre y con Fannie. Todavía está
cerrada... ¿lo ves? —Dirigió la mirada hacia la puerta—. El único consejo
que puedo darte es que abras la puerta... que abras todas tus puertas. Es
el único modo en que podrás ver hacia dónde estás yendo.
—¿Lo que dices es que no tendría que casarme con Charles?
—En absoluto. Eres tú la que se lo pregunta.
Tendida allí, sobre la cama de su madre, Emily admitió que era cierto:
se lo preguntaba desde el momento en que afloraron sus sentimientos
hacia Tom.
Tom.
Charles.
Una decisión tan importante que adoptar en tan poco tiempo.
Josie comprendió que la muchacha tenía que decidir por sí misma y la
instó a hacerlo:
—Y ahora, estoy muy cansada, querida. Quisiera descansar un rato. —
Suspiró y cerró los ojos—. Por favor, dile a Fannie que me despierte
cuando tu padre venga a cenar; así podré comer con ellos.
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Capítulo 15
de laPasó la tarde;
ventana. sombras
Abajo, azuladas
la puerta tiñeron
del horno la nieve
chirrió que
cuando cubríalaelabrió
Fannie alféizar
y
la cerró. Emily miró la hora: eran las cuatro y media. En menos de
veintiuna horas, debería pararse ante su madre y unir su vida a la de
Charles de manera irrevocable.
¿Podría hacerlo?
Más aún: ¿podría no hacerlo?
Intentó imaginar que esa noche, cuando fuese Charles, le decía que
había cometido un error, que era a Tom a quien amaba y con quien quería
casarse.
Cruzó los brazos y se dobló hacia adelante, con una punzada física de
dolor. Había dejado que la cobardía con respecto a Charles fuese
demasiado lejos. ¿Cómo podía adoptar semejante decisión, en el último
momento?
Se hicieron las cinco y, como estaban en el solsticio de invierno,
oscureció por completo; cinco y media, y su madre se levantó y cruzó el
pasillo; a las seis menos cuarto, papá llegó a casa haciendo resonar las
botas, se lavó las manos y preguntó dónde estaban todos. Frankie, que
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venía de patinar con Earl y los otros chicos, entró de estampida. Flotó
hasta arriba el olor del pollo asado.
Emily se levantó, se alisó la falda y se movió en la oscuridad del
cuarto, demorando lo inevitable. No podría eludirlos para siempre. En el
corredor un resplandor tenue llegaba desde abajo. Se detuvo en lo alto de
la escalera y reunió coraje para bajar el primer peldaño. Todo el trayecto
hasta abajo se imaginó el enfrentamiento con papá y Fannie y los supuso
cambiados, redimidos por la revelación de la madre. Pero cuando entró en
la cocina los vio como siempre: su padre, con las ropas de trabajo, la ropa
interior asomando por el cuello y los puños, leyendo el periódico semanal,
y Fannie, con un delantal largo, el cabello cobrizo un poco desordenado,
afanándose junto a la cocina. Tenían toda la apariencia de cualquier
marido y su esposa, y Frankie, poniendo la mesa, podría haber sido el hijo
de ambos. Con un sobresalto, comprendió que era posible. Frankie sería el
hijo y ella misma, la hija. Pensarlo la hizo sentirse inconstante hacia su
madre aunque, quizá, Josephine tuviese razón: Fannie y su padre serían,
un día, marido y mujer.
Percibiendo que lo miraban, Edwin bajó el periódico al mismo tiempo
que Fannie se daba la vuelta y los dos sorprendieron a Emily
observándolos
sensación desde la entrada.
de inminencia En el ambiente
que predominaba desde reinaba
que los la misma
descubrió
besándose.
—Bueno. —Edwin alisó el periódico—. ¿Cómo está tu madre? Estaba a
punto de subir.
—Está mejor —respondió Emily, en el tono más gentil que había
empleado desde que los pilló.
—Bien... bien. —Se hizo un silencio largo e incómodo hasta que, al fin,
Edwin volvió a hablar—: Me he tomado la libertad de invitar a Charles a
cenar. Como no tendrás mañana tu cena de bodas con nosotros, me
pareció apropiado.
—Oh... magnífico.
Edwin echó una mirada a Fannie, mientras calibraba la súbita
docilidad de su hija.
—Fannie ha hecho pollo asado... como te gusta.
—Sí, yo... gracias, Fannie. Pero mamá me pidió que os dijera que le
gustaría que comáis los tres juntos en su cuarto.
Edwin sugirió:
—Si está lo bastante fuerte, podría traerla aquí abajo y podríamos
cenar todos juntos, por lo menos en esta ocasión.
Frankie, que estaba mirándolos, exclamó:
—¿Qué os pasa? ¡Estáis ahí abriendo la boca como una bandada de
autillos!
Por fin, el comentario rompió la tensión. Emily avanzó y le ordenó a
su hermano:
—Trae vasos y servilletas para Fannie y yo le ayudaré a machacar las
patatas.
Qué cena, qué velada tan plena de circunstancias fantasmales...
Llegó Charles, jovial y excitado. Edwin llevó a su esposa en brazos a la
planta baja. Fannie les sirvió una cena deliciosa y comieron como si no
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En el futuro,
contemplaría habríadesde
a su esposo momentos en la vida
el otro extremo de undecuarto
Emilyiluminado,
en que
sentiría una oleada de amor y confirmaría una vez más que el último acto
de piedad de su madre fue morir esa noche.
Su padre fue a comunicarle la noticia en las horas previas al
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Cuando
Fannie había Emily regresó
extendido por de acompañar
completo a Frankie
la mesa a la casa
de la cocina, y la de Earl,con
cubrió
una tela encerada y limpia. Horrorizada, Emily fijó en ella la vista mientras
se quitaba el abrigo lentamente. Al alzar la mirada, vio a Fannie con el
cabello muy ordenado, un delantal limpio, todo almidonado formando
picos y planos, con expresión grave y respetuosa.
—En verdad, puedo hacerlo sola, pero tendrás que ayudarme a
traerla abajo.
—No, Fannie, será más fácil si lo hacemos juntas. Todo.
Cargaron a Josephine escaleras abajo, compartiendo el indecible
horror que les provocaba la indignidad que debía soportar esta mujer que
había vivido siempre con inflexible decoro: ser transportada como un
mueble en desuso. Cómo hubiesen deseado que apareciera un grupo de
ángeles y la depositara con gracia sobre la mesa de la cocina...
Pero los únicos ángeles presentes eran Fannie y Emily.
Tendieron el cuerpo flexionado sobre la mesa y Fannie ordenó:
—Ve al otro lado. Tenemos que enderezarla. Aprieta aquí y aquí.
Pero Josephine había muerto como vivió los últimos meses, sentada,
con las caderas flexionadas. En las horas pasadas, el cuerpo se enfrió y se
puso rígido, haciendo inútiles los esfuerzos de ambas por enderezarlo.
—¡Vete! —ordenó Fannie, de pronto.
—¿Que me vaya? Pero, ¿qué vas a hacer?
—¡Que te vayas, digo! ¡Afuera, donde no puedas oír!
—¿Oír? Pero yo...
—¡Maldición, muchacha! ¿Por qué crees que a esto se le dice
amortajar? —La
vuelvas hasta voz
que tede Fannie sonó como un látigo—. ¡Y ahora, vete! ¡Y no
llame!
Cuando Emily se dio cuenta de lo que Fannie debía hacer, palideció,
tragó saliva y salió corriendo afuera, donde estaba la dulce nieve limpia,
bajo el inmenso tazón del cielo bañado por el sol, al aire puro como rocío.
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persona que era: fuerte, alegre, buena. Fue a ese hogar sobrecargado de
pesares y alivió esos pesares todos los días, no sólo con buenas acciones
sino con un espíritu infatigable. ¿Y quién estuvo cerca para aliviar su
espíritu cuando lo necesitaba? Sólo papá. Y ahora, la propia Emily.
—Mi madre me habló de mi padre y de ti —admitió Emily con
suavidad—. Quería que yo lo supiera antes de morirse.
Fannie contempló las mejillas pintadas de Josie largo rato, hasta que
dijo:
—Si yo hubiese podido amarlo menos, lo habría hecho. Para ella fue
una pesada cruz que la tuvo que cargar toda la vida.
—Fannie... —Emily tragó con dificultad—. ¿Me perdonas?
Fannie levantó la vista y en sus ojos había una tristeza tan honda
como su amor de toda la vida por Edwin.
—No hay nada que perdonar, querida. Tú eres su hija. ¿Qué podías
pensar?
A la chica le ardieron los ojos.
—Quiero que sepas que el último deseo de mi madre fue que te
casaras con papá y que yo os diese mi bendición. Eso pienso hacer.
Fannie no respondió. Contempló largo rato a la chica, hasta que al fin
se inclinó para recoger el paño de lavar y la toalla que estaban sobre la
mesa.
—Tenemos que hacer una almohada de satén para el ataúd, preparar
la sala, hacer festones negros y bandas, planchar nuestros vestidos negros
y...
—Fannie...
Dio la vuelta a la mesa y tocó el brazo a la mujer. Las dos se miraron
a través de las lágrimas, se acercaron y se abrazaron.
—No sé qué habría hecho sin ti esta mañana —murmuró la muchacha
—. Lo que todos nosotros habríamos hecho sin ti.
Fannie levantó la vista mientras las lágrimas seguían brotándole.
—Sí, lo sabes. Habrías salido adelante, porque eres muy parecida a
mí.
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Capítulo 16
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junto—De
a su acuerdo
hija. —respondió el hombre, encaminándose hacia el pueblo
Caminaron sin tocarse, Edwin, con la vista perdida en el horizonte,
Emily, con la mirada baja. Habían velado juntos, se abrazaron y se
consolaron, pero el tema de Fannie estaba pendiente entre los dos. Qué
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esposa?
—Eso creo.
—Jamás lo lograré, Fannie.
Lanzó un suspiro trémulo y dijo lo que tenía en mente desde hacía
cuatro semanas:
—Por eso, pienso que sería mejor que yo me marchase pronto.
La respuesta del hombre consistió en rodearle el cuello con una mano
en ademán posesivo y masajearlo, provocándole estremecimientos a lo
largo de la columna.
—Edwin, no está bien que me quede.
—¿Desde cuándo te preocupa lo que está bien a ti, que paseas en
bicicleta y usas bombachos?
—Si fuese sólo por mí, no me preocuparía, pero tienes dos hijos.
Debemos tenerlos en cuenta.
—¿Crees que se sentirán más felices si te vas?
La mujer giró sobre las rodillas, le apartó la mano con brusquedad y
levantó el rostro, con expresión de ruego:
—Estás malinterpretando adrede mis palabras.
—Fannie, si crees que te dejaré ir, estás loca —le advirtió,
vehemente.
—¡Y si tú crees que yo permitiré una sola incorrección mientras sea
soltera y viva en tu casa con tus hijos, tú también estás loco!
—Ya cuento con la aprobación de Emily para casarme contigo y estoy
seguro de que a Frankie no le molestará en lo más mínimo. Fuiste para él
tan buena madre como la suya. Quizá mejor.
—Este no es el momento ni el lugar, Edwin.
—Sólo quiero saber cuánto tiempo tendré que esperar.
—Según la costumbre, un año.
—¡Un año! —Resopló—. ¡Cristo!
Lo observó con expresión de tierno reproche.
—Edwin, en este momento sólo estoy guardando la ropa de Joey. Y no
quería repetir el viejo dicho sin gracia de no dejar que se enfríe el cadáver,
pero quizás hoy necesites oírlo.
El hombre la miró unos instantes, giró sobre los talones y salió del
cuarto demostrando su irritación en cada paso.
Por supuesto que Fannie tenía razón, pero la firmeza con que se
atenía a las formalidades no hacía mucho por aliviar la sobrecarga de
contención sexual que Edwin tuvo que practicar en adelante. Abandonó la
costumbre de ir a tomar un café a la casa y cuidó de estar en ella
únicamente cuando también estaba presente alguno de sus hijos. Mantuvo
con esmero la vigilancia y una distancia adecuada y, para su inmenso
alivio, Fannie no habló más de marcharse.
hastaEntre
quetanto, también
hubiese Emily
llegado el contuvo
momentola ansiedad de para
apropiado ver a romper
Tom Jeffcoat
con
Charles. Como resolvió no decírselo a la familia hasta que el hecho
estuviese consumado, cuando le preguntaron qué pasaba con su novio
últimamente dijo que estaba atareado fabricando muebles para venderlos
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fastidiándome y fui a ver al doctor Steele, pero te juro que ese hombre
tiene tanta compasión como un...
Abner se quedó hablando solo mientras Tom se marchaba por la
acera, olvidando para qué había ido al almacén de Loucks.
Abner lo miró frunciendo el entrecejo y se quejó:
—Estos jóvenes mequetrefes... ya no tienen respeto por los mayores.
Pasaron dos semanas más, en las cuales Emily no vio a Tom más que
de lejos, al otro extremo de la calle. Era a fines del invierno, afuera hacía
frío y la nieve estaba sucia, echaba tanto de menos a Tom que casi no
podía soportarlo. Decidió que esperaría dos días más y, si no se tropezaba
con él, haría una escapada clandestina a su casa, por la noche, ¡y al diablo
con las consecuencias!
A fin de cuentas, ¿quién había inventado esas malditas reglas?
Puso más aceite en el trapo y empezó a trabajar en otra pieza del
arnés. Edwin estaba en cuclillas debajo de Pinky. Dejó que la pata trasera
golpease con ruido el suelo y se irguió, diciendo:
—Pinky ha perdido una herradura. ¿Puedes llevarla a la herrería?
vistaDeenrepente, el corazón
la espalda de su de la muchacha
padre. ¿Sabía? comenzó a acelerarse
¿O no? ¿Le y fijó ala
habría dado
sabiendas la ocasión de estar juntos a solas, o ignoraba que estaba
respondiendo a sus plegarias? Contemplando los tirantes cruzados,
contuvo las ganas de apoyar la mejilla en la espalda de su padre, rodearle
el tórax con los brazos y exclamar: "¡Oh, gracias, papá, gracias!".
Dejó caer el trapo, se limpió las palmas en los muslos y respondió,
con moderación:
—Bueno.
Date la vuelta papá, así puedo verte la expresión. Pero dejó a Pinky
atado en el pasillo y siguió hasta el próximo pesebre sin darle un indicio
que le permitiese saber si sospechaba o no.
Con el corazón agitado, Emily tomó del perchero una vieja y
deformada chaqueta de lana y salió llevando a Pinky. En la calle, mientras
caminaba hacia el establo de Tom, la asaltó una oleada de preocupaciones
femeninas.
¡Olvidé mirar cómo estaba mi cabello, ojala tuviese puesto un
vestido, debo de oler a aceite para arneses!
Pero había salido del establo pensando en una sola cosa: ir a ver a
Tom sin perder un segundo, hallar alivio al nudo de anhelos que llevaba
dentro día y noche desde la última vez que estuvo en sus brazos.
Entró a Pinky al establo de Tom por la "puerta del tiempo", una
abertura pequeña que estaba instalada en medio de la puerta corredera
grande. Al entrar oyó su voz y se quedó escuchando, extasiada con cada
inflexión, con cada tono, sólo porque eran de él. No importaba mucho que
estuviese hablando
seguro contra a cierta
incendios. distancia
Esa voz, con sucon un desconocido
cadencia particular y acerca del
su lirismo
era suya, diferente a todas, y la gozaba como gozaba cada visión, cada
caricia robada.
Cerró la portezuela y esperó, sintiendo que la expectativa se le
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manos, apretó los puños contra el labio inferior y fijó la vista en el yunque.
Los minutos pasaban y la angustia de los dos no disminuía.
—¿Quieres saber algo irónico? —dijo, al fin, pensativo—. Desde que lo
apartaste de tu lado ha estado pasando más tiempo conmigo. Todas las
noches estuve escuchándolo decir lo mucho que te ama y cómo está
perdiéndote, aunque no sabe por qué. Cristo, ha sido una tortura. Muchas
veces estuve a punto de decírselo.
Emily pensó cómo consolarlo y sólo se le ocurrió una cosa:
—Pero, Thomas —le dijo con sinceridad—, nunca lo amé del modo que
te amo a ti. Habría sido un error casarme con él.
—Sí —musitó, no del todo convencido.
Permanecieron sentados en silencio, hasta que se sintieron como si
sus traseros formaran parte de los barriles.
Por fin, Emily suspiró y se levantó.
—Tengo que irme, así podrás herrar a Pinky. Mi padre debe de estar
preguntándose dónde estoy.
Tom se sacudió la melancolía y se incorporó.
—Lamento haberme puesto tan triste. Lo que pasa es que resulta
duro.
—Pero
Tom le si lo tomaras
pasó a lapor
los brazos ligera, yo no te yquerría
los hombros tanto,
la meció ¿no
hacia lostelados.
parece?
—Tal vez esta sea una de las cosas más difíciles que tengamos que
hacer, pero después nos sentiremos mejor. —Dejó de mecerla y preguntó
—: ¿Juntos, entonces? ¿Esta noche?
Con la cabeza contra el mentón de él, asintió.
—Emily.
—¿Qué?
—¿Puedo ir a buscarte a tu casa?
La quietud de Emily le indicó que ella había mantenido el secreto. Una
vez más, se echó atrás para mirarle el rostro.
—Ya ha habido demasiado ocultamiento. Si vamos a hacer esto,
hagámoslo bien. Tu padre ha sido sincero contigo; ¿no sería hora de que
tú lo seas con él?
—Tienes razón. ¿A las siete en punto?
—Ahí estaré.
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quédate ahí y contempla los resultados! ¡Verás sangre antes de que esto
acabe, así que te sugiero que mires esa hermosa cara antes de que yo se
la estropee!
Girando de manera inesperada, Charles lanzó todo su peso en un
violento puñetazo que echó atrás la cabeza de Tom y le estrelló los
hombros contra la calesa. Se le cayó el sombrero. Gruñó y se dobló sobre
sí mismo, al tiempo que se sujetaba el estómago.
Emily gritó y agarró a Charles con las dos manos. Logró arrastrarlo un
par de pasos hasta que él se dio vuelta, la aferró de los brazos y la
estampó contra la puerta de un pesebre con tanta fuerza que le hizo
castañetear los dientes.
—¡Por Dios, apártate, o te daré una a ti, por más mujer que seas! ¡Y
tal como me siento ahora, créeme que no me costará mucho!
Indignado, Tom atacó a Charles de atrás. Lo hizo girar tomándolo de
la chaqueta y lo alzó de puntillas.
—¡Inténtalo y será el último movimiento que hagas, Bliss! Está bien,
quieres pelear... crees que eso solucionará las cosas... —Retrocedió, se
agazapó y le hizo señas con los dedos de que se acercara—.Ven...
¡terminemos con esto!
Esa de
impacto vez,
un cuando
hombro Charles atacó,
en el pecho, peroTom estaba conservó
lo recibió, preparado. Sufrió el
el equilibrio,
le hizo enderezarse, lo calzó en el mentón con los antebrazos y de
inmediato le asestó una izquierda a la mandíbula. El golpe sonó como el
mango de un rastrillo que se quiebra. Charles aterrizó sobre el trasero en
el suelo de cemento y se quedó un instante así, atónito.
—Ven —lo retó Tom otra vez, con el rostro crispado de decisión—.
¡Querías pelear, lo has conseguido!
Charles se levantó lentamente, sonriendo, limpiándose la sangre del
labio con los nudillos:
—¡Uh! —lo provocó, agazapándose—. Así que está enamorado. —El
semblante se le endureció y la voz se tornó amenazadora—. ¡Ven,
miserable, te demostraré lo que pienso de tu... !
Un contundente derechazo lo hizo callar y caer de la calesa. Rebotó,
cambió el eje de equilibrio y lanzó una andanada que le impactó tres
veces debajo de la cintura. Antes de que Tom pudiese incorporarse, lo
atrapó del cuello empujándolo atrás por el corredor hasta que irrumpieron
en uno de los pesebres. Ahí, un capón bayo relinchó y bailoteó, haciendo
girar los ojos. Emily dio un salto, gritó y atacó desde la retaguardia,
tironeando a Charles del cuello de la chaqueta, mientras este trataba de
estrangular a Tom. Se colgó hasta que la abertura del cuello le apretó la
nuez de Adán y le quitó el resuello.
—¿Cuánto hace, Jeffcoat? —preguntó Charles en voz ronca y
constreñida—. ¿Cuánto hace que persigues a mi mujer? ¡Te haré pagar por
cada uno de esos días!
—¡Basta, Charles!
Emily forcejeó con¡Estás estrangulándolo!
el cuello de la chaqueta de Charles, pero saltó un
botón y la hizo caer sentada. Se levantó de un salto y lo agarró otra vez,
ahora con un brazo, y se le trepó como un mono a la espalda.
—¡Quítate de encima y déjanos pelear!
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—Detente —rogó, cerrando los ojos—. Tal vez tengas razón. Quizá sea
mejor que vayas a buscar al doctor Steele y lo traigas aquí. Así, podrá
revisarnos a los dos.
Ayudó a Tom a tenderse donde estaba y lo dejó sentado, apoyado
contra la puerta de madera, sobre el suelo de ladrillos fríos.
Tres minutos después, llamaba a la puerta de la casa del doctor
Steele y la atendía Hilda Steele, envuelta en una bata, con el cabello
trenzado.
—¿Sí?
—Soy Emily Walcott, señora Steele. ¿Está el doctor?
—No, no está. Está fuera hasta el fin de semana.
—¿Hasta el fin de semana?
—¿De qué se trata? ¿Es algo grave?
—¿Podría...? Yo... no... no estoy segura. Iré a buscar a mi padre.
Por instinto, corrió hacia la casa con la mente vacía de todo lo que no
fuese la preocupación por Tom y Charles. Cuando irrumpió por la puerta
principal, Edwin y Fannie estaban sentados juntos en el sofá. Earl se había
ido a su casa y Frankie no estaba a la vista.
—¡Papá, necesito tu ayuda! —exclamó, con los ojos dilatados y
agitada de correr.
—¿Qué pasa?
Le salió al encuentro a mitad del vestíbulo, tomándole las manos
heladas.
—Se trata de Tom y Charles. Se han peleado y creo que Tom tiene
unas costillas rotas. Con respecto a Charles, no estoy segura. Está tendido
de espaldas en el establo de Tom.
—¿Inconsciente?
—No. Pero tiene la cara destrozada y yo no puedo mover a ninguno
de los dos. Los dejé ahí y corrí a buscar al doctor Steele, pero no está y
Tom no puede caminar y... oh, por favor, ayúdame, papá, no sé qué hacer.
—Se le crispó el rostro—. Estoy muy asustada.
—¡Fannie, dame mi chaqueta! —Se sentó y empezó a calzarse las
botas. Fannie, un manojo de eficiencia, se acercó corriendo con la
chaqueta pedida y ya se adelantaba a los hechos—. Emily, ¿qué tienes en
tu maletín de medicinas para arreglar huesos rotos?
—Vendas enyesadas adhesivas.
—¿Algo para detener la hemorragia?
—Sí, ungüento de ranúnculo.
—Necesitaremos unas sábanas para hacer vendas. Edwin, ve tú
mientras yo las busco. Iré en cuanto pueda.
Corriendo por las calles nevadas, Edwin preguntó:
—¿Por qué se han peleado?
—Por mí.
—Eso imaginaba. Fannie y yo hemos estado todo este tiempo
tratando de imaginar
—Papá, sé que noquévaestaría pasando.
a gustarte, pero¿Quieres contármelo?
voy a casarme con Tom. Le
quiero, papá. Eso es lo que fuimos a decirle a Charles.
Agitado por la carrera, Edwin dijo:
—Es terrible hacerle eso a un amigo.
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—Ya lo sé. —Con los ojos llenos de lágrimas, añadió—: Pero tú debes
entenderlo, papá.
Siguió corriendo.
—Sí... maldito si lo sé.
—¿Estás enfadado?
—Tal vez mañana, pero ahora estoy más preocupado por esos dos
que has dejado sangrando allá.
Al pasar por el establo Walcott, Emily entró, recogió el maletín y
volvió junto al padre a la carrera. Entraron en el establo de Tom como un
tren de dos vagones, la nariz de la hija chocando con la espalda del padre.
La escena que vieron dentro era irónicamente apacible. La luz mísera de
la única lámpara de queroseno iluminaba el extremo más cercano del
corredor, donde estaba sentado Tom, apoyado contra la pared de la
derecha; más lejos, Charles estaba sentado del lado izquierdo. El capón
bayo había salido del pesebre y escudriñaba dentro de la herrería oscura,
en la otra punta del edificio.
Edwin corrió primero hacia Tom y se apoyó en una rodilla, junto a él.
—Así que tienes una o dos costillas rotas —comentó.
—Eso creo... duele como el demonio.
—Fannie
Emily traerá algo para vendarte.
le explicó:
—El doctor Steele no estaba. Tuve que ir a buscar a papá.
Edwin se acercó a Charles.
—Me alegra que estés sentado. Me dijo que te dejó tendido de
espaldas, inmóvil. Nos asustamos muchísimo.
Con los labios hinchados que le deformaban el habla, Charles dijo:
—Por desgracia, no estoy muerto ni a punto de morirme, Edwin.
—Pero tienes la cara hecha un desastre. ¿Te duele algo más?
Mirando melancólico a Emily y a Tom al otro lado de la plataforma,
reflexionó en voz alta:
—¿El orgullo también cuenta, Edwin?
Luego apartó la vista.
Emily, que estaba arrodillada al lado de Tom, gimió:
—Oh, Thomas, mira lo que te has hecho. ¿Quién te pidió que pelearas
por mí?
—Tengo la impresión de que no estás muy complacida.
—Tendría que hacerte otro chichón en la cabeza, eso es lo que
tendría que hacerte. —Le tocó la mejilla con ternura y murmuró—: ¿No
sabes, acaso, que yo amo esta cara? ¿Cómo te atreves a hacértela
destrozar?
Por unos instantes, se sumergieron el uno en la mirada del otro, los
de Emily, afligidos, los ojos de Tom, hinchados y enrojecidos, hasta que al
fin ella se levantó y dijo:
—Iré a buscar un poco de agua para limpiarte.
En uno
saltado, de de
la llenó los agua
pesebres encontró
y volvió, una palangana
se arrodilló con
y sacó gasa delelmaletín
esmalte
veterinario. Cuando tocó el primer corte, Tom hizo una mueca.
—Te lo mereces —le dijo, sin compasión.
—Eres una mujer dura, marimacho, ya veo. Tendré que esforzarme
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—No.
Obstinado, siguió mirando el cubo de rueda para no mirarla aunque,
en ese momento, por extraño que pareciera, Emily necesitaba que la
mirase.
—¿No sientes nada roto?
—No. Ve. Ve a vendarlo a él —le ordenó en tono áspero.
Emily se quedó arrodillada contemplándolo, esperando alguna señal
de perdón, pero no hubo ninguna. Ni una mirada, ni un contacto, ni una
palabra. Antes de levantarse, le tocó con ligereza la muñeca y murmuró:
—Lo siento, Charles.
En la mandíbula del joven se contrajo un músculo, pero permaneció
taciturno y distante.
Emily atravesó el pasillo para atender a Thomas, sin dejar de sentir
que, por fin, había atraído la atención de Charles. La mirada dura de este
no perdía uno solo de sus movimientos y la sentía clavada en su espalda
como un punzón.
Edwin y Fannie habían recogido la parte de arriba de la ropa interior
de Tom y lo revisaron con manos inexpertas.
—A Fannie y a mí nos parece que tiene algo roto.
Como era
momento, Emily había
natural quetocado
sintieraa escrúpulos
Tom muy depocas veces
hacerlo antehasta ese
esos tres
pares de ojos vigilantes. Se tragó las dudas y palpó las costillas, haciendo
a un lado sus sentimientos personales y observando las reacciones en el
rostro del hombre. La mueca de dolor apareció al tocar la cuarta costilla.
—Es probable que esté fracturada.
—¿Que es probable, dices? —preguntó Tom.
—Así es. Diría que es una fractura tipo rama verde.
—¿Qué es una fractura de rama verde?
—Se rompe como una rama verde, curvada en las puntas, ¿sabes? En
ocasiones, son más difíciles de curar que las fracturas limpias. Hay dos
alternativas: o te enyeso yo, o puedes esperar hasta el fin de semana, a
que vuelva el doctor Steele.
Tom miró a Edwin y a Fannie y luego preguntó, dubitativo:
—¿Sabes lo que estás haciendo?
—Lo sabría si fueses un caballo o una vaca... incluso un perro. Pero
como eres un hombre, tendrás que arriesgarte conmigo.
Suspiró y se decidió:
—Está bien, adelante.
—Cuando enyeso a un animal, afeito la zona para que no duela tanto
cuando se quita el yeso. Primero te vendaremos con sábanas, pero a
veces el yeso se filtra.
Tom se miró la cuña de vello negro que tenía en el pecho, mientras
Emily, pudorosa y sintiendo la vigilancia atenta de Charles, y también de
Fannie y de su padre, apartó la vista.
—Oh,
Emily diablos... está bien.
afeitó la punta Pero no
de flecha quites
desde la más de lo
cintura necesario.
hasta la mitad del
arco pectoral... una zona demasiado personal, que Tom hacía más
enervante aún, pues no dejaba de saltar y encogerse por efecto del jabón
frío y la navaja. Había que tener en cuenta que era la barriga desnuda del
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Capítulo 18
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sobreA la
lasmesa
cincodey la
media de la
cocina: mañana
Voy siguiente,
a dar de comer aEmily dejó una
los caballos de nota
Tom.
Vuelvo en una hora. Emily.
Primero, fue a la casa de Tom. Como estaba todo oscuro, dio la vuelta
y golpeó en la ventana del dormitorio, retrocedió y esperó, pero no hubo
respuesta. Golpeó otra vez, más fuerte, y se lo imaginó rodando de la
cama, gimiendo, enyesado. Pasó un minuto completo hasta que se abrió la
persiana y apareció la cara como un manchón blanco en la penumbra,
distorsionado por el cristal de la ventana.
—¿Tom? —Se puso de puntillas y acercó la boca a la ventana—. Soy
Emily.
—¿Em? —La voz llegó amortiguada a través de la pared—. ¿Qué
pasa?
—Nada. Quédate en la cama. Voy a atender a tus animales. Tú
descansa.
—No, tú... yo me...
—¡Vuelve a la cama!
—¡No, Emily, espera! —Apoyó una mano contra la ventana—.
¡Acércate a la puerta!
Dejó caer la persiana y Emily se quedó mirándola, y volvió a escuchar
la regañina del padre acerca de arroparlo en la cama. Antes de que
pudiese ejercitar la prudencia y alejarse, la luz de la lámpara doró la
persiana desde adentro y luego se extinguió cuando el dueño de casa la
llevó desde el cuarto hacia el frente de la casa.
Cinco y media de la mañana. La hora en sí tenía un aura de intimidad,
el hecho mismo
persiana, decreyó
Emily se que hubiese estado durmiendo.
completamente decidida a Con
irse la
sinvista fijaunenpie
posar la
en el porche.
Desde la otra parte de la casa, escuchó llamar:
—¿Em?
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nuevoFrunció el entrecejo:
de organdí ¿qué podía
color pistacho ser más
para una importante que un vestido
soirée?
—Sí.
—De acuerdo.
Obediente, Tarsy dejó la tela y se sentó a los pies de la cama, en
medio de un revuelo de faldas rosadas, las manos perdidas entre los
pliegues.
Emily se sentó en el taburete tapizado, frente a su amiga, y pensó por
dónde empezar.
—He decidido no casarme con Charles.
—Que no... —Tarsy abrió la boca y se le dilataron los ojos—. ¡Pero,
Emily, tú y Charles sois... bueno, caramba! ¡Vosotros vais juntos... como el
jamón y los huevos! ¡Los melocotones y la crema!
—En realidad, no.
—Querrá morirse cuando se lo digas.
—Ya lo sabe.
—¿Sí?
—Sí.
—¿Qué dijo?
—Estaba muy enfadado... y dolido.
—Me lo imagino. —Manoseó los pliegues de la falda—. Caramba, os
conocéis de toda la vida. ¿Qué motivo le diste?
—El único verdadero: que lo amo más como a un hermano que como
a un marido.
Tarsy lo pensó y luego dijo en un murmullo conspirativo:
—Pero, Emily,
de hombros ¿cómo
y le dirigió lo mirada
una sabes siingenua—.
tú nunca…?
TúEsnunca...
decir... —Proyectó
—Se encogió
la
cabeza hacia adelante—. ¿Lo hiciste...?
Emily se ruborizó, pero respondió:
—No.
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Capítulo 19
Todo el día, Tom esperó tener noticias de Emily, pero no supo nada. A
las tres de la tarde, rodó fuera de la cama con la velocidad y la agilidad de
un iceberg. Ohhh, Santo Cielo, cómo dolía. Se sentó en el borde del
colchón con los ojos cerrados, respirando agitado, reuniendo coraje para
levantarse.
La próxima vez, pelea con un hombre más pequeño que Charles Bliss.
Con cautela, se puso de pie, con las rodillas flexionadas, aferrándose
al rodapié y esperando que la picadora de carne dejara de martirizarle los
pectorales.
Maldito seas, Bliss, espero que te duela tanto como a mí.
Una camisa. Despacio, metió un brazo... el otro... ¡Señor
Todopoderoso, algo se está desgarrando aquí!
Por fin, logró ponerse la camisa y descubrió que le dolían las manos al
abotonársela. Se miró: qué nudillos tan lamentables, negros y morados,
hinchados como pasteles de fruta. Cuando se puso los pantalones y las
botas, juró que nunca más pelearía, pero cuando estaba a medio camino
del establo, empezó a moverse con más facilidad.
En la puerta estaba clavada la nota de Emily: "Hoy, cerrado". Miró
atrás, al frente del local de Edwin y allí vio a Charles inmóvil,
observándolo. El día anterior, Tom lo habría saludado con la mano; ese
día, se contuvo con esfuerzo. Pasaron los segundos y los dos hombres se
midieron con la vista, hasta que Tom se dio la vuelta y entró.
—¿Emily? —llamó.
Sólo le respondió el silencio.
¿Estaría
antes? en el ¿qué?
Y si estuvo, establo
Si del padre?
vivían en el¿Estuvo Charlestenía
mismo pueblo, con ella
que minutos
suceder.
Echó una mirada a la plataforma, a la puerta del pesebre que
abrieron durante la pelea, el sitio donde Charles estuvo sentado, apoyado
en la pared, y lo inundó una oleada de arrepentimiento. Los amigos eran
una mercancía preciosa y perder uno dolía como todos los diablos.
Realizó todas las tareas menudas que pudo para pasar el tiempo
hasta el anochecer, pero Emily siguió ausente. Dio la cena a los caballos y,
como tenía que moverse con lentitud, le llevó el doble de tiempo y dio
vueltas hasta bien pasado el anochecer, pero ella aún no aparecía. Pensó
en ir al hotel a cenar pero desistió, imaginando las preguntas que, sin
duda, provocaría su cara hinchada y amoratada. Por fin, se fue a casa,
comió un poco de pan y salchichas, y se acostó.
Esperaba que Emily apareciera al día siguiente, pero se decepcionó
otra vez. Al anochecer, camino a la casa desde el trabajo, pasó por la casa
de los Walcott, vio luz en las ventanas y maldijo por lo bajo, sin saber por
qué. Aunque, pensándolo mejor, los motivos resultaron muy claros: había
perdido a su mejor amigo, la muchacha que amaba daba señales de
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fuiste—Emily, nolame
ayer, por has contestado.
mañana, Quiero saber qué
estabas razonablemente felizdijo. Cuando
y dijiste que te
irías
después de hablar con ella. Ahora, dos días después, llamo a tu puerta y
me preguntas "cómo estás", con la misma cortesía con que tratarías al
reverendo Vasseler. Y no me miras ni me tomas de la mano. Tarsy te dijo
algo, yo lo sé. ¿Qué fue?
Cuando Emily alzó los ojos hacia él, tenían una expresión de hondo
desencanto.
—¿Qué crees que dijo, Tom?
La miró ceñudo, confundido, unos segundos, hasta que comprendió
que lo que había pasado entre las dos, fuera lo que fuese, no lo sabría por
Emily. Se enderezó y afirmó, terco:
—Está bien, se lo preguntaré yo mismo.
—Como quieras —repuso con frialdad.
El temor lo atenazó. ¿Qué había hecho? ¿Qué fue lo que hizo cambiar
a Emily de manera tan drástica, en menos de cuarenta y ocho horas?
Aturdido, le tomó la mano y se acercó, pero Emily no alzó la vista.
—Emily, no seas así. Háblame, dime qué es lo que está molestándote.
—Será mejor que vuelva a cenar.
Se soltó de nuevo y puso distancia entre los dos.
—¿Te veré mañana?
—Es probable.
—¿Cuándo? ¿Dónde?
—Bueno, no sé, yo...
—¿Puedo venir después de la cena? Podríamos ir a caminar o a
cabalgar.
—Está bien —aceptó, sin entusiasmo.
—Emily...
Pero se sintió perdido, abandonado, sin claves acerca de cuál pudo
ser su error. Se le acercó una vez más y la tomó de los hombros como
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para besarla, pero en ese momento habló Edwin desde el otro extremo de
la sala.
—Emily, se te enfría la cena.
Tom suspiró, sintiéndose maltratado, y la soltó. Apretó los dientes,
observó a su novia con creciente insatisfacción y se adelantó para que
Edwin pudiese verlo.
—Buenas noches, señor —dijo con formalidad.
—Tom.
—Sólo pasé para saludar a Emily.
—Sí, bueno, es la hora de la cena. —Señalando con una servilleta
blanca hacia el comedor, reconvino a la hija—: Emily, no tardes.
Cuando se fue, Emily murmuró:
—Será mejor que te vayas, Tom.
De repente, se le agotó la paciencia y no se esforzó por disimularlo.
Retrocedió, dio un tirón irritado al ala del sombrero y dijo:
—¡Está bien, maldición, me voy!
Abrió la puerta con fuerza suficiente para levantar bolas de polvo y la
cerró tras él con la misma fuerza. Cuando se iba, sin un beso de
despedida, sin haber recibido la bienvenida, echado como un perro y muy
asustado,
¿Qué sus pasos
habría resonaron
pasado? ¿Quécon violencia
demonios sobrepasado?
habría el suelo A
delzancadas
porche. por
el sendero cubierto de nieve, Tom sintió que su irritación crecía de punto.
¡Mujeres! Jamás habría esperado que Emily se comportase como una chica
enfurruñada, sin explicar por qué. Dos días atrás, había peleado por ella y
creyó que la había conquistado y sin embargo lo trataba con la tibieza del
agua del baño en segunda vuelta. Algo había pasado para hacerla cambiar
así, y si no fue Tarsy, ¿entonces, qué?
¡Maldita Tarsy! Tom dio un giro decisivo a su actitud. ¡Esa chica había
dicho algo y se proponía averiguar de qué se trataba!
Unos minutos después, cuando llamó a la puerta, los golpes
resonaron en toda la pared. Le abrió la misma Tarsy, pero no bien abrió
unos centímetros y vio quién estaba de pie en el porche, trató de cerrarla
otra vez. Tom metió el pie dentro y la aferró de la muñeca.
—Quiero hablar contigo —le dijo en voz áspera y monocorde, sin
preámbulos—. Toma un abrigo y sal.
—¡Puedes irte al infierno en bote!
—¡He dicho que tomes un abrigo!
—¡Suéltame la muñeca, estás lastimándome!
—¡Que Dios me ayude, pero si no sales te la romperé!
—¡Suéltame!
Le dio un tirón tan fuerte que se le sacudió la cabeza.
—¡Está bien, congélate!
Sin esfuerzo, la hizo girar hacia el porche oscuro, cerró la puerta de
un golpe y se plantó delante.
—Ahora, habla
—¡Canalla! —Lo—le ordenó,con
abofeteó amenazador.
tal violencia que la cabeza le golpeó
contra el marco de la puerta y le resonaron los oídos—. ¡Tú, come basura,
traidor, pobretón!
Le pateó la espinilla.
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—¡Apúntenla a mi espalda!
El grito la sacó de su estupor.
—¡Charles! ¡No! —exclamó, tratando de avanzar, pero Andrew Dehart
que apareció con su carro de agua para ayudar a combatir el incendio, la
arrastró hacia atrás.
—¡No seas tonta, muchacha!
—¡Oh, Dios, Charles también no!
Desesperada, se cubrió la boca con las palmas de las manos sucias.
Pero Charles se metió de cabeza en el infierno, seguido por un
insignificante chorro de agua.
—Hay un caballo que necesita atención —le recordó Dehart.
A desgana, Emily volvió junto a Rex, que tenía un tajo en la cruz y
una quemadura en carne viva en la grupa. Cerca, alguien dijo:
—¡Emily, aquí también hay uno que te necesita!
De pronto pareció que todos la necesitaban al mismo tiempo. Con la
garganta agarrotada de temor, se zambulló en el trabajo, sustituyendo las
lágrimas por la eficiencia, espolvoreando quemaduras con ácido bórico,
aplicando a otros unos ungüentos especiales y hasta colocando un
vendaje rápido en un brazo quemado, entre un animal y otro. Apareció la
yegua
loca depreñada,
dolor, losllevada por Patrick
ojos salvajes Haberkorn,
y caminando pero estaba
de costado, muy quemada,
aterrada.
—¡Busquen a Tom! —ordenó Emily, agarrando las bridas de Patty.
Ya sabía que habría que sacrificarla.
—No sé dónde está.
—¡Pero ha entrado a buscar a Patty!
—Ella ha salido sola.
Patty chilló de dolor, retrocediendo y haciendo perder el equilibrio a
Emily. Contempló la cara de Patrick sucia de hollín y sintió que la
amenazaba un ataque de histeria. El fuego saltaba y extendía sus lenguas
hacia el cielo, elevándose quince metros encima del techo del establo.
Iluminaba la noche con su radiante brillo. Parecía quemar el cielo y secar
los ojos, y convertía los rostros en caricaturas anaranjadas de bocas
abiertas. La yegua relinchó otra vez y le recordó a Emily cuál era su
responsabilidad.
—Consíganme una pistola —ordenó, en voz monocorde.
En ese momento, Fannie se acercó a ella, angustiada.
—Tu padre, ¿no lo has visto...?
Emily se volvió hacia Fannie, sintiendo como si una banda le apretara
la garganta.
—¿Papá?
—¿No ha salido?
—No lo sé.
Patrick le entregaba la pistola y sólo podía concentrarse en una
emergencia cada vez. Tomó el arma, la apoyó en la cabeza de la yegua y
tiró del gatillo.
se alejó para noCerró
oír ellos ojos aliento
último antes dedeque se oyera
la bestia. el apagado
Cuando estallido
los abrió, vio a y
Fannie de cara al infierno y se acercó a tomarle la mano y a mirar, ella
también. Las llamas atravesaron el techo y una parte de este cayó sobre
el altillo donde se guardaba el heno. Se oyó una explosión cuando tomó el
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Capítulo 20
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cama,Cuando la penetró,
las caderas Fannie
elevadas paradejó los ojos
recibirlo. Se abiertos,
hundió a los pies contra
fondo... la
la primera
vez, a fondo.
—Ah... —suspiró, cuando se apoderaron de lo que les pertenecía.
Fannie sonrió contemplando cómo se mezclaban los rizos negros con
los rojizos de ella.
—Juntos somos hermosos, ¿no?
—Hermosos —admitió Edwin.
Cuando se movió, ella se movió al unísono, hechizada por la maravilla
de sus cuerpos, que expresaban lo que habían sentido tanto tiempo. En un
momento, Fannie echó la cabeza atrás, la barbilla alta, meciéndose contra
él. Cuando Edwin tembló, lo miró y pensó en lo hermoso que era ese
rostro, atrapado en las agonías del orgasmo. Miró hasta el fin, gozando de
contemplar esos ojos cerrados, los brazos temblorosos del hombre que
esperaba la última oleada de sensaciones.
Cuando esta pasó, abrió los ojos.
Se sonrieron con una ternura recién descubierta. Durante muchos
años, creyeron que no era posible amar más, pero descubrieron,
asombrados, la fuerza de sus propios sentimientos ahora que se habían
compartido físicamente.
—Edwin... —Le encerró entre las manos la mandíbula sedosa y la
acarició—. Mi bienamado Edwin. Ven más cerca. Déjame tenerte como
siempre soñé con tenerte... después.
Se relajó sobre ella, entibiándole el cuello con el aliento,
humedeciéndolo con un suavísimo beso. El de un hombre cansado.
—Estoy muy
pronunciadas contracansado
la piel de—admitió,
Fannie. con palabras casi ininteligibles
—Y tan hermoso.
Sonrió, casi exhausto.
—Te casarás conmigo, Fannie... —murmuró, ya adormilándose—,
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pronto, ¿verdad?
La mujer sonrió hacia el techo, pasando los dedos por el cabello
limpio y húmedo.
—No lo dudes, Edwin —respondió, serena—. Pronto.
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decírtelo. Pensé que tal vez morirías. —Estrechó la mano contra el hueco
de su pecho con tal fuerza que le clavó las uñas—. Oh, Tom, estaba muy
asustada.
—Estoy bien —logró decir, en un susurro ronco—. Y lo de Tarsy no
tiene importancia.
—Sí importa. Debí confiar en ti. Tendría que haberte creído.
—Shhh.
—Pero...
—Olvidémonos de Tarsy.
—Te amo. —Alzó el rostro, con los ojos desbordantes de lágrimas—.
Te amo —repitió, como temerosa de que no le creyese.
—Yo también te amo, Emily. —Le tocó la cara sucia con los nudillos
lastimados y compuso una sonrisa débil—. ¿Podrías conseguirme un poco
de agua? Siento la garganta como debe verse mi cobertizo.
—Oh, Tom, discúlpame... —Se levantó de un salto, corrió a la cocina y
volvió con un vaso grande lleno de agua de maravilloso aspecto—. Toma.
Se incorporó con esfuerzo, mientras Emily hacía inútiles intentos por
ayudarlo y, apoyado en una mano, bebió todo el vaso bajo la mirada de la
muchacha.
—Otro,otro
Bebió por del
favor.
mismo modo y se recostó sobre las almohadas, que
Emily le colocó tras la espalda.
—¿Cómo te sientes? ¿Te duele cuando respiras?
En vez de contestar, le hizo otra pregunta:
—¿Sacaron a la yegua?
La expresión pesarosa de Emily le respondió antes que las palabras.
—Lo siento, Tom.
—¿Cuántos perdí?
—Sólo dos: Patty y Liza.
—Liza también —repitió, pensando que era una de los dos animales
que había traído consigo desde Rock Springs, su primera yunta—. ¿Queda
algo?
—No —respondió, casi en un susurro—, se quemó hasta los cimientos.
Tom cerró los ojos, dejó caer la cabeza atrás y tragó saliva.
Viéndolo luchar contra la desesperación, repentinamente, para Emily
el cuarto soleado se tornó lúgubre y le tocó a ella desear que no se le
cayeran las lágrimas mientras buscaba palabras de consuelo. Pero no
existían y se limitó a quedarse allí, tomándolo de la mano.
—¿Y qué hay de Charles? —preguntó, aún con los ojos cerrados.
—Charles está en mi casa. Tiene quemado el dorso de las manos,
pero nada más.
Tom se quedó inmóvil, sin dar el menor indicio de su reacción, pero
Emily sabía lo que estaba pensando.
—Charles no prendió fuego a tu cobertizo, Tom.
Tom
—Ah,levantó
¿no? la cabeza y fijó en ella una expresión condenatoria.
—No.
—Entonces, ¿quién fue?
—No lo sé. Tal vez fuese un rayo.
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—¿En febrero?
Por supuesto, tenía razón y los dos lo sabían. Odiaba sugerirlo, pero
dijo:
—¿No podría haber sido Tarsy?
—No, yo estaba de pie en uno de los escalones del porche de su casa
intercambiando insultos con ella cuando oímos las campanadas de
incendio.
—¿Quién puede asegurar, pues, que alguien lo haya empezado? ¿No
pudo ser accidental?
Pero él era cuidadoso, apagaba las lámparas antes de cerrar. Y,
contra la creencia popular, una fragua era una de las construcciones anti
incendio más seguras, porque si no estuviese hecha y aislada con sumo
cuidado, resultaría una amenaza permanente.
Tom exhaló un hondo suspiro:
—Dios, no lo sé.
Echó la cabeza atrás y Emily se sintió inútil, compadecida por él.
Tenía un aspecto derrotado, fatigado y afligido.
—¿Tienes hambre? —le preguntó, pensando que era un ofrecimiento
mezquino, pero el único que podía hacerle.
—No.
—Tienes los labios resecos. ¿Quieres que te ponga un poco de
vaselina?
Tom levantó la cabeza, la observó largo rato en silencio y respondió
en tono suave:
—Sí.
Sacó un frasco ancho y bajo de ungüento, y se sentó en el borde de la
cama para aplicárselo. El contacto sobre la boca sanaba mucho más que
los labios cuarteados. Empezó a aliviar el dolor infinito de su corazón.
—Te has quedado toda la noche.
Lo dijo en voz queda.
—Sí.
Tapó el frasco y fijó la vista en el regazo.
—Vendrá tu padre y me arrancará el resto del pellejo —especuló.
—No. Mi padre y yo llegamos a un acuerdo.
—¿Acerca de qué?
Dejó el frasco y dijo, mirando hacia la pared soleada:
—Le dije que pensaba quedarme aquí a cuidarte hasta que estuvieses
en condiciones de levantarte otra vez. —Miró sobre el hombro y se
encontró con su mirada directa—. También le dije que, cuando eso
ocurriese, pensaba convertirme en tu esposa.
Tom se quedó imperturbable, contemplándola largo rato, hasta que
Emily vio cómo lo ganaba de nuevo la desesperanza. Lanzó un suspiro y
resopló, como reservándose el pesimismo para sí.
—¿Qué sucede? —preguntó Emily.
—Todo.
—¿Qué?
—Escúchame, Emily. —Le tomó la mano y le frotó los nudillos con el
pulgar—. Tengo dos costillas fracturadas. ¿Quién sabe cuánto tiempo
pasará hasta que pueda trabajar otra vez? Mi establo ha ardido hasta los
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Capítulo 21
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Tras ellos iban Emily Walcott, con el elegante vestido de bodas gris
plateado de su madre, un ramillete de florecillas en el pelo y, a su lado,
Thomas Jeffcoat, deslumbrante con su atuendo gris paloma: sombrero de
copa, guantes, levita de doble abotonadura y pantalones a rayas.
Acuclillado entre las rodillas de ellos, luciendo un traje marrón nuevo y su
primer cuello de puntas vueltas, corbata a la inglesa, radiante de alegría,
Frankie se puso de pie mucho antes de que su padre tirase de las riendas
y vociferó a todo pulmón:
—¡Eh, Earl, mira esto! ¡Qué te parece!
Cuando Edwin frenó a Jet frente a la Iglesia Episcopal, los invitados
estaban riendo. Frankie se encaramó a las piernas de Tom y bajó de un
salto para mostrarle a Earl el nuevo traje e instarlo a admirar el decorado
landó. Edwin metió el látigo en su soporte, saltó del vehículo como si
tuviese veinte años, incapaz de atenuar la sonrisa mientras ayudaba a
Fannie a apearse. Tom bajó con menos agilidad, pues bajo las elegantes
prendas de boda ocultaba el vendaje de yeso, pero cuando levantó la
mano para ayudar a su futura esposa, la ansiedad de su expresión era
inconfundible. Tomó la mano desnuda de Emily con la suya, enguantada
de gris, y la oprimió con mucha más fuerza de la necesaria,
transmitiéndole un mensaje
—Están sonriendo de regocijo.
—murmuró, de espaldas a la iglesia.
—Ya lo veo —respondió con disimulo mientras bajaba—. ¿No es
maravilloso?
En efecto, sonreían: todos los presentes, contagiados por la felicidad
inocultable que resplandecía en los rostros de los contrayentes que
bajaban del carruaje, sin una sola prenda de luto a la vista.
Emily y Tom dieron la cara a la muchedumbre y vieron cómo Edwin,
que aferraba con gesto posesivo el codo de la mujer, y Fannie avanzaban
delante sobre las planchas de madera que hizo colocar el reverendo
Vasseler para cruzar la zanja desbordante. Tom también sujetó a Emily del
codo y siguieron a la pareja mayor, que recibía felicitaciones de izquierda
y derecha, antes aún de que se pronunciaran los votos.
El reverendo Vasseler los esperaba en la escalinata de la iglesia,
Biblia en mano, sonriendo a los recién llegados; cuando se detuvieron en
el peldaño inferior, estrechó la mano de cada uno.
—Buenos días Edwin, Fannie, Thomas, Emily... y señorito Frank.
—Es un hermoso día, ¿verdad? —dijo Edwin, en nombre de todos
ellos.
—Sí, lo es. —El sacerdote escudriñó el cielo sin nubes, y el viento le
levantó el cabello que comenzaba a escasear y luego se lo aplastó de
nuevo—. Se podría pensar que el Señor envía un mensaje, ¿no?
Tras el benévolo comentario del religioso, entraron en la iglesia en
procesión, Vasseler a la cabeza, seguido por las dos resplandecientes
parejas, Frankie, y después, toda la multitud.
Sonó
estaba el órgano
decorada conymás
sopló el viento
varillas por las
de sauce ventanas
y había abiertas.blancas
escarapelas La iglesia
en
cada banco. Frankie se sentó adelante entre Earl y los padres de este, y
cuando acabó el barullo de las personas acomodándose, el reverendo
Vasseler levantó la barbilla y alzó la voz, clara y fuerte.
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EmilyLecubría
besó los
el pelo,
brazosla con
oreja,
los los pliegues
suyos del cuello
y ladeaba alto, aceptándolo.
la cabeza, al tiempo que
—Thomas.
—¿Eh?
—Lo que sucede es que no sé qué hacer.
—Limítate a echar la cabeza atrás y deja que yo te enseñe.
Echó la cabeza atrás sobre el hombro de su esposo y las manos le
recorrieron las costillas hacia arriba... más... más arriba. Cerró los ojos y se
apoyó en él, con la respiración cada vez más agitada mientras le
enseñaba multitud de formas del placer, moviendo las manos en forma
sincronizada sobre los pechos firmes, levantándolos, modelándolos,
aplastándolos para luego volver a alzarlos. Los masajeó en círculos con la
palma de la mano antes de que la presión desapareciera y exploró con las
yemas de los dedos los pezones erectos, como si levantara una pila de
monedas. Emily se sintió pesada, aturdida por la excitación, caliente
dentro de la ropa, encerrada. La respiración se hizo ardua. Tom deslizó la
mano derecha hacia abajo para cubrir los dorsos de las de ella, cerró los
dedos sobre la palma, la llevó a la boca y la besó con fuerza antes de
soltarla del todo y retroceder, para buscar las hebillas en el cabello.
Las quitó una por una y las dejó caer al suelo, a los pies de los dos.
Cayeron con el ruido del reloj que marcara los últimos minutos de espera.
Cuando estuvieron todas tiradas, le peinó el pelo con los dedos callosos,
haciéndolo derramarse en cascada por la espalda. Hundió el rostro en sus
ondas y aspiró hondo. Lo besó, aferró los brazos por atrás e hizo lo mismo
que con los pechos, acariciando en círculos duros, compactos. Formó un
haz cony el
apartó la cabello y lo
tocó sólo conarrojó sobre
la punta deelunhombro izquierdoabría
dedo mientras de Emily, se fila
la larga
de botones desde la espalda hasta las caderas. Dentro, encontró los lazos
en la base de la espalda y los soltó, lanzándolos hacia los omóplatos.
Desabotonó la enagua en la cintura y bajó todo junto: vestido, corsé,
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liguero, enagua y medias, con un solo movimiento, dejándola sólo con dos
breves prendas interiores blancas. Le acarició los brazos y, bajando la
cabeza, le besó el hombro, después la nuca y la hizo volverse, aún en
medio de un montón de ropa desechada, de frente a él.
—¿Puedes hacer lo mismo conmigo? —le preguntó, en voz queda y
ronca—. La mía es mucho más simple.
Emily sintió que se ruborizaba y fue bajando la vista de la cara al
cuello y de ahí a la camisa arrugada.
—Si quieres —agregó Tom, en un susurro.
—Quiero —susurró a su vez.
Tomó una mano para soltar el botón de un puño, luego el otro,
mientras Tom le tendía las manos para ayudarla. Acababa de concentrarse
en el botón del cuello cuando su esposo se acercó y le acarició la cima del
pecho izquierdo con los nudillos, a través de la tela de algodón que lo
cubría.
—Te amo, señora Jeffcoat —susurró, provocando un aumento en el
rubor de las mejillas.
Continuó con las caricias aparentemente al azar, sin dejar de mirarla,
mientras que ella, tímida, evitaba mirarlo. A cada botón que soltaba se
movía más
mientras losdespacio, hasta que
nudillos seguían llegó alelúltimo
incitando y desistió, cerrando los ojos
pezón.
—Yo... —empezó a decir, pero el susurro se interrumpió cuando apoyó
los antebrazos contra el yeso.
Permaneció así unos segundos, apoyándose contra él, absorbiendo la
poderosa corriente de sensaciones provocada por una caricia tan leve que
podía haber sido sólo el viento tibio que le agitaba la camisa sobre la piel.
Esa brisa acabó y las manos de Tom ascendieron entre los codos, para
soltar los cuatro botones diminutos que había entre los pechos.
—¿Tú... ? —murmuró, mirando los ojos cerrados, recordándole la frase
sin terminar.
—Yo...
Abrió la camisa y metió las manos dentro, apoyándolas sobre los
pechos por primera vez.
Emily alzó hacia él una mirada lánguida y dejó que las caricias
mecieran suavemente su cuerpo, hundiéndose en el intenso azul de sus
ojos y luego cerrando los suyos al ver que la boca abierta del esposo se
abatía sobre la suya. La acarició con la lengua tibia, con las manos tibias,
enseñándole a la boca abierta y a los pechos desnudos cómo comenzaba
el éxtasis y cómo crecía. Cuando estuvo tensa, le quitó la camisa, se quitó
los pantalones, deslizó las manos hacia la espalda de la esposa y la
acarició con los dedos extendidos. La atrajo con firmeza hacia sí, contra el
yeso duro y frío de arriba, y la tibia y dura virilidad de abajo. Descalza,
Emily se puso de puntillas, le rodeó el cuello vigoroso con los brazos y
gozó del juego de las manos sobre su piel desnuda.
Sin dejar
mirándola a los de acariciarle
ojos, la espalda
soltó el último se su
botón de inclinó
camisahacia delante
con una y,
mano.
Guiada por él, le quitó la prenda estirándose para llegar a los hombros con
un decoro que, por extraño que pareciera, no desentonaba con la
situación: era uno de sus últimos gestos en estado de inocencia. Cuando
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dejó la camisa con gran cuidado sobre su propia ropa caída, Tom le tomó
las muñecas con firmeza y acarició con el pulgar cada palma. Besó el talón
de la palma izquierda... el de la derecha... las apoyó sobre su pecho, por
encima del yeso, y le enseñó qué le gustaba a un hombre que le hicieran
primero.
—Ahora estamos casados... puedes hacer lo que quieras... aquí... —
Pasó las palmas de Emily sobre sus firmes músculos pectorales—. O aquí...
—Las llevó a su propia cintura—. O aquí... —Las dejó sobre los botones de
su pantalón.
También los desabotonó Emily, metiendo los dedos entre la cintura
del pantalón y el borde gastado del vendaje. Hizo todo lo que le pidió, un
poco pudorosa, pero dispuesta, hasta que los dos estuvieron desnudos y
así fueron hasta el borde de la cama, donde él apartó las mantas, puso las
almohadas una sobre otra, se acostó y le tendió la mano, invitándola.
Se acostó junto a él y, de pronto, todo resultó natural: rodearlo con
los brazos y que los dos cuerpos quedaran pegados a todo lo largo, sentir
las plantas de los pies en la parte de atrás de su pantorrilla, dejarse guiar
para luego tomar la iniciativa, hacerle lugar a la rodilla del esposo que se
apoyó contra ella, bien arriba, sentir la mano de Tom en la cadera, luego
en el estómago,
primera la lengua
vez y gemía ende
dentro susu
boca mientras
boca. Sentir él
quela guiaba
tocaba su
pormano
dentro por
hacia
la carne distendida y le daba una lección de amor que estaba ansiosa por
aprender. Sentir que los ríos de su cuerpo desbordaban las orillas como si
los vientos hubiesen derretido la nieve invernal tanto dentro de ella como
fuera.
La acarició de todas las maneras: con maravillosos movimientos
profundos, y tiernos y leves contactos. Le mojó los pechos con besos, los
chupó y encendió el cuerpo de Emily de deseo, al mismo tiempo que
incitaba al suyo propio. La hizo estremecerse, buscar, maldecir las vendas
que le cubrían las costillas y le arrebataban esa carne que era suya, por
derecho.
—Te amo —le dijo Tom.
—Hazlo —respondió, cuando el deseo le había hecho satisfacer todos
los caprichos de él, menos uno.
—Lamento lo de este maldito yeso —dijo, en voz ronca y agitada.
Pero el yeso no fue un impedimento cuando el hombre se arqueó
sobre la mujer y la penetró en un impulso largo y lento. Emily cerró los
ojos y lo recibió, haciéndose suya para toda la vida, esposa y esposo,
inseparables. Abrió los ojos y miró ese rostro que se cernía sobre ella,
todavía en espera.
Murmuró tres palabras:
—Con el corazón, el alma y los sentidos.
Y cuando Tom comenzó a moverse, la promesa quedó sellada para
siempre.
Fue una
armonía. Y losfiesta espléndida
sentidos... de corazones
ah, cuánto gozaronpalpitantes y de
los sentidos. almas
Emily enlos
cerró
ojos, embelesada por la sensación de tenerlo dentro, llenándola, el sonido
de la respiración ardua como la suya misma, el olor del pelo y de la piel,
cuando traspuso el espacio entre los dos y el movimiento se aceleró, los
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
LAVYRLE SPENCER
Nació en 1943 y comenzó trabajando como profesora,
pero su pasión por la novela le hizo volcarse por entero en su
trabajo como escritora. Publicó su primera novela en 1979 y
desde entonces ha cosechado éxito tras éxito.
Vive en Stillwater, Minnesota, con su marido en una
preciosa casa victoriana. A menudo se escapan a una cabaña
rústica que tienen en medio de lo profundo del bosque de
Minnesota. Entre sus hobbies se incluye la jardinería, los
viajes, la cocina, tocar la guitarra y el piano electrónico, la
fotografía y la observación de la Naturaleza.
LaVyrle Spencer es una de las más prestigiosas escritoras
de novela romántica, dentro del género histórico o contemporáneo con más de 15 millones de
copias vendidas.
PROMESAS
Emily Walcott es una joven cita voluntariosa y temperamental, así como una hija
obediente y dispuesta a acatar el futuro que sus padres han decidido para ella. Su vida en
Sheridan transcurre plácidamente entre la herrería de su padre y los libros de veterinaria,
carrera a la que dedica toda su pasión. Charles, amigo de la infancia y futuro esposo, no
parece despertar en ella más que un sentimiento de afecto fraternal.
Tom Jeffcoat, un joven emprendedor y apuesto, llega a la población con el fin de
instalar una herrería, convirtiéndose así en competidor del señor Walcott. Su sola presencia
provoca en Emily verdadero fastidio.
Ambos librarán una feroz batalla en la que el rechazo acabará dando lugar a una pasión
desenfrenada que les arrojará a un abismo insondable. Tan insondable como sus propios
sentimientos.
La sociedad victoriana de finales del siglo pasado, con sus debilidades y defectos, es el
escenario que la autora elige para sus personajes, describiendo la vida de la época en un
pueblo del pujante oeste norteamericano.
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ISBN 950-15-1649-0
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