Evolución Del Concepto de Histeria
Evolución Del Concepto de Histeria
Evolución Del Concepto de Histeria
Introducción:
La histeria, cuyo origen etimológico proviene del griego “Hysteron” que significa
“útero”, es reconocida a lo largo de la historia de la psicología, psiquiatría y medicina como
una “enfermedad” relacionada a las mujeres, la cual se describe en base a ataques histéricos
que provocan contorsiones, cuya causa se especifica de diferentes formas al pasar los años.
Los tratamientos, de igual forma, presentaban variaciones y los médicos/psiquiatras, lo
trataban de diversas maneras, siendo las soluciones el matrimonio para la mujer joven y
viuda, el tener orgasmos para eliminar la tensión psíquica-sexual, simplemente, podría no
tener una cura.
Esta concepción normalmente siempre se limita a lo sexual y femenino, o sea, la
histeria descrita y teorizada por Sigmund Freud, pero, ¿es esa la histeria? ¿siempre fue de esta
forma? Pues la respuesta es no. Se habla del concepto de histeria desde los griegos, y fue
importado por Hipócrates, quien decía que la enfermedad derivada de los movimientos del
útero, provocando contracciones musculares y alucinaciones, propias de la epilepsia. Por el
contrario, Galeno pensaba “que el útero no migra por el cuerpo y considera las convulsiones
histéricas debidas a la acumulación en la matriz de una sustancia tóxica semejante a la
materia seminal del hombre” (Ordónez, 2010, p.40). Esto dio espacio a pensar que el hombre
podía sufrir de histeria, pero no avanzó mucho más que eso. Ya en el s.XVII, se consideraba
brujería, exclusivamente presente en las mujeres, y por ello eran quemadas en la hoguera.
Todas las variaciones de la concepción de Histeria (que son muchas más y serán
revisadas y desarrolladas más adelante) nos muestran una enfermedad, un cuadro
sintomático, una neurosis. Pero bajo la mirada critica de nuestros años, con el avance social,
cientifico y médico, somos capaces de notar la mirada segregadora hacia el sexo femenino.
La mujer enfermaba por traumas sexuales, desvaríos, pulsiones sexuales, las cuales debían
ser “curadas” por un hombre, que no podía sufrir de histeria y solo la miraba desde fuera. Es
por todo esto que en el siguiente ensayo se desarrollará el cómo evolucionó este concepto,
quienes fueron fundamentales en sus transformaciones y se incluirán reflexiones respecto a la
carga social en el mundo de la psicología (psicoanálisis) que esta enfermedad puede acarrear.
Nosografía de la Histeria
La clasificación de la histeria dentro de la historia del estudio de las enfermedades
mentales ha sido variada. Cada autor desarrolló sus propias categorías, tomando o no en
cuenta la desarrollada por sus contemporáneos, y formas de poder separar y distinguir entre
ellas, esto en base sus características sobre el comportamiento, la sintomatología y/o la
ubicación u origen anatómico de la enfermedad. Siendo el caso de la histeria, desde Pinel es
clasificada en su nosografía como una manía (que se expresa como un delirio general), siendo
en las palabras de Bercherie (1986): “La manía de Pinel (e inclusive, excluyendo la manía sin
delirio) incluye los estados de agitación, ya sea los que consideramos actualmente maníacos o
epilépticos, (...) histéricos” (p. 15). Este impulso de descripción nosográficas fue expuesto
después en Bayle, que ubicaba a la histeria como una vesania asociada a lesiones del
movimiento, sin lesión orgánica predecible. Y se debe también hacer el paso por Morel, que
clasifica a la histeria como parte de las locuras consecutivas a las grandes neurosis
(enfermedad no lesional del sistema nervioso), resaltando que con esto se refiere a que es una
neurosis transformada que incluye alucinaciones, delirios y es por tendencias malignas de las
que la padecen.
En Charcot se observa algo diferente, su nosografía fue más completa (en relación a
descripciones sintomáticas, de expresión y anatomopatológicas), pero con una traba en torno
a la histeria. Los intentos de clasificar fueron arduos y complejos, hasta llegar al punto de
cambiar de perspectiva. Se aclaró como una neurosis que presentaba connotaciones
epilépticas, pero cuya causa y acercamiento fueron mediante la hipnosis, es por ello que más
que su nosografía, es fundamental ahondar en como la describió y desarrolló.
Y para finalizar, la nosología freudiana no se especializa en la clasificación
sintomatologia o causal, sino que más bien se concentra en observar lo que sucede con el
paciente de forma específica y así notar patrones de la estructura del sujeto. Como lo plantea
Ingala (2011), todas las manifestaciones del conflicto psíquico son “desencadenadas por una
presencia actual que despierta las huellas de la memoria inconsciente recreando escenas
reminiscentes” (p. 5). O sea, lo que presenta el sujeto se origina en el pasado, se mantiene y
luego se presenta en el futuro. Sin entrar en más detalles, centrándose en el ensayo mismo, la
histeria de Freud es una de las “neurosis que hacen transferencia” entre el paciente y el
analista, por lo cual se presenta al momento de relación con el otro. Esto nos servirá más
adelante para contextualizar a los autores en el desarrollo de este ensayo.
Desarrollo del concepto a lo largo de los años
Jean-Martin Charcot
Jean-Martin Charcot, fue un neurólogo francés que perteneció y dirigió el grupo del
Hospital de La Salpetriere, donde se dedicaban a observar a los “convulsionados”, enfermos
mentales a quienes se les daba albergue. Para Charcot, el concepto de histeria estaba ligado a
una manifestación orgánica imposible de controlar, al contrario de lo que se creía en aquella
época, no era realmente una simulación sino una verdadera enfermedad que podía ser
manifestada a través de síntomas y clasificada en una tipología (Bercherie, 1986; Carbone,
Piazze y Moreno, 2016; Hernández, 2019).
Si bien la histeria se encontraba relacionada con trastornos epilépticos debido a sus
manifestaciones clínicas similares, esta logra desvincularse de la definición de cuadro
epiléptico y diferenciar síntomas y nosografía. A partir de esto surge la “La gran histeria” o
“Gran ataque” en cuatro etapas o fases: epileptoide, grandes movimientos o clownismo,
actitudes pasionales y delirios (Carbone, Piazze y Moreno, 2016; Hernández, 2019). Donde la
primera etapa corresponderá a movimientos previos premonitorios; la segunda corresponde a
movimientos ilógicos y/o contorsiones; la tercera “consiste en una fase alucinatoria
(onirismo) en la que el sujeto vive cierto número de escenas de gran carga emotiva, -a veces
reviviscencias de su pasado-, expresando teatralmente lo que siente” (Carbone, Piazze y
Moreno, 2016, p. 129); por último la fase de delirio, es la extensión de la anterior, solo que a
diferencia de la etapa pasional, aquí el sujeto si se encuentra consciente. Así, con los aportes
de Charcot se alcanza a “disociar el concepto de locura histérica heredado de Morel,
reservando como específicamente histéricos los estados delirantes de la tercera y cuarta fases
del gran ataque” (Carbone, Piazze y Moreno, 2016, p. 119), de esta forma, las dos primeras
etapas serán compartidas con otras enfermedades como la esquizofrenia o la epilepsia.
Por otro lado, Charcot encabeza uno de los temas más controversiales de la época, la
posibilidad de una histeria masculina, puesto que hasta el momento, este padecimiento era
considerado exclusivamente femenino. La histeria se encontraba ligada a las mujeres puesto
que los médicos observaban en la anamnesis, una historia de abuso sexual en común en cada
paciente femenino de La Salpetriere (Moliner, 2015). Charcot contradice esta visión y
convierte la histeria, a la vista de todos, en una enfermedad mental o entidad neurológica,
tomando distancia del plano sexual y traumático en el que se encontraba. Según Moliner
(2015), Charcot “minimizó su importancia, poco compatible con su proyecto de hacer de la
histeria una entidad neurológica, una “neurosis” que escapara a la categoría milenaria de
“enfermedad de las mujeres”” (p. 454). Asimismo, la histeria viril significaba que “la
representación del peligro (la ideación) cuenta tanto, o incluso más, que su propia realidad.”
(p. 457), es decir, se observa una alteración debido a la vivencia de un evento de gran
magnitud que desencadena un caos a nivel psíquico del sujeto, inclusive se habla de una
predisposición a esta enfermedad, puesto que si el individuo en cuestión se encuentra bajo
mucho estrés, agotamiento o pena, esto puede llegar a desencadenar la histeria.
Entonces, Charcot contribuye de diversas maneras a la concepción de la histeria,
comenzando por establecerla como entidad nosológica, y al mismo tiempo otorgando
dignidad a quienes la padecen, renunciando a la característica de exclusividad femenina,
planteando la histeria viril y alejando la noción de brujería, que tanto retrasó los estudios a
durante los siglos XVI y XVII (Bercherie, 1986; Carbone, Piazze y Moreno, 2016;
Hernández, 2019; Moliner, 2015). Por último, existe un acercamiento a la corriente
psicoanalítica, a través de la utilización de la hipnosis como metodología a fines del año 1870
(Hernández. 2019) que precede a la teoría sobre la histeria de Sigmund Freud.
Sigmund Freud
A raíz de este episodio, se generan los fundamentos que le servirá a Freud para
reflexionar sobre que las manifestaciones relacionadas a esta enfermedad son una muestra de
una confrontación entre el libido y la represión sexual, ya que el libido al ser un impulso
relacionado a un deleite sexual, acaba en una discrepancia con respecto a las demanda de
distintas configuraciones del individuo, en cuanto, a la demostración y la ejecución del
estímulo. Por otro lado, Freud considera que el cuadro clínico de esta enfermedad puede ser
explicado; debido a que estas manifestaciones poseen un significado que se encuentra oculto
en el inconsciente; igualmente, sostiene que la manifestación se ve reflejada en dos
dimensiones (indicio y remplazo) de un impulso reprimido; y finalmente, la configuración
de esta manifestación modifica la energía contenida (Freud, 1895; Ghedin, 2009; Saldías y
Lora, 2006). En base a esto, se considera que la persona afectada de cierto modo “no pudo
poner en marcha procesos de descarga psíquica frente a un suceso de alta carga afectiva,
reprimiendo de manera tal que el recuerdo adquiere una importancia de trauma y se
constituye en la causa del síntoma” (Saldías y Lora, 2006, p. 235).
Histeria y actualidad
Cabe destacar que, si nos dedicamos a recordar la visión de Freud, la cual nos relata y
muestra un cuadro de síntomas que expresa una mujer, relacionados a un trauma que deja una
huella mnémica en la psique y que posteriormente se presentará como histeria ante una
situación que traiga al consciente el evento traumático, y lo que destaca del tratamiento, como
lo era el utilizar masajes pélvicos (Freud, 1895; Gómez y Barbabosa, 2019). O, de acuerdo
con Morel, quien al hablar de histeria se refiere a un cuadro neurótico que clasificaba como
una vesania con alucinaciones, tendencias malignas y locuras (Carbone, Piazze y Moreno,
2016). También se encuentra Charcot, quien se dedicaba a preguntar por el oficio del paciente
y el periodo de vida que le dedicaba a dicho trabajo, separando además de la histeria común,
una histeria viril, que si bien considera al hombre como un paciente histérico tratando de
equiparar con la mujer, recién al considerar al hombre como posible paciente histérico, se
amplía la mirada hacia otras posibilidades y se le otorga mayor relevancia al estudio
(Molinier, 2015). Es así como, al ver toda esta información de forma conjunta y resumida,
resulta elemental notar que existen sesgos de género al ver la historia de la histeria.
No obstante, parece interesante cuestionar e indagar con respecto al origen del interés
en la histeria y su nosología a través de la historia, puesto que además de acentuarse en el
desarrollo del concepto, resulta sugestivo abordar el contexto social y cultural de la época
correspondiente. Considerando que a lo largo de la historia se han visto nociones de una
histeria masculina (en intelectuales como, Galeno e Hipócrates) que se han dejado de lado, ya
que resultaba insólito para los médicos de la época, que esto se relacione a la noción del útero
planteada. Por otro lado, es importante la concepción que otorgan Freud y Charcot, debido a
que consideraban el origen de la histeria desde una perspectiva más lógica, en comparación a
otros interesados sobre este trastorno; ya que tanto Charcot como Freud, dotan a esta
alteración de una connotación ligada a lo psicológico que desencadena en conductas
particulares. Asimismo, podemos resaltar que aún sigue vigente, de cierta manera, en
investigación y sustento teórico que nos proporciona Freud, ya que a partir de los estudios e
investigaciones que realizó, surgen nuevos conceptos, como “el inconsciente”, que se
posicionan de una manera óptima en el saber científico en relación a esta alteración; de igual
forma, surge y se va construyendo la teoría psicoanalítica tal y como la conocemos. Por otra
parte, Charcot se preocupó por entender y separar la histeria de otros trastornos, y a raíz de
esto diferenció en terminología, síntomas, definición, y posicionó esta como una enfermedad
real al nivel de otras enfermedades biomédicas del área mental.
Sin embargo, a pesar de los avances teóricos de cada autor, médico e investigador que
se ha interesado en este padecimiento como lo es la histeria, hasta los días de hoy sigue
siendo un punto de conflicto importante, por un lado existen quienes clasifican la histeria
como un ente biomédico con localización específica, y por otro, se le entiende como algo
netamente mental o propio de la psique (Carbone, Piazze y Moreno, 2016). Por esto mismo la
histeria se ha ido desglosando, dejando en el camino otras enfermedades como la
esquizofrenia, epilepsia, tipos de neurosis, trastornos de personalidad e histerias colectivas,
pero al mismo tiempo se mantiene estable en la actualidad, ya sea en la cotidianeidad o en
estudios e investigaciones de corrientes científicas, psicológica o del área psicoanalítica. A
pesar de la larga historia repleta de sesgos, discriminación, opresión, conflictos de poder en la
relación médico-paciente, en palabras de Hernández (2019) el discurso de la histeria “se pone
en marcha para cercar y someter a los cuerpos, sobre todo el cuerpo de la mujer, pero también
el del homosexual, el del delincuente, el del loco, el del obrero, etc.” (p. 205).
Por último, este tipo de revisión da para pensar y cuestionarse el pensar científico de
la actualidad, ya que hemos avanzado rápidamente en el desarrollo de las ciencias médicas,
psiquiatras, neuronales y psicológicas, pero el camino hacia el desarrollo social e igualitario
de géneros ha sido largo y sinuoso. Esta exploración bibliográfica y conceptual significó ver
como una enfermedad durante cientos de años, puso a la mujer en una posición donde
requería de un hombre (o médico) para no enfermar (ya que la histeria se curaba con tener
hijos, casarse o obtener placer sexual), que era guiada por pulsiones malignas o satánicas. Lo
que se traduce teóricamente hablando en un avance en la medicina y psiquiatría, por lo que es
imposible desmerecer tal trabajo. Sin embargo, ante la mirada actual es fundamental tener en
cuenta que ya no es posible separar las cosas de esta forma, menos las enfermedades y las
curas. La mujer vivió opresión y fue denigrada por la condición de “ser histérica”, que ha
pasado al día de hoy a ser solo un concepto banal, usado para referirse a la pérdida de la
calma.
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