Unidad 2. Teorias Explicativas
Unidad 2. Teorias Explicativas
Unidad 2. Teorias Explicativas
1. Experiencia interior
2. Intencionalidad
Unos dirán que nacemos especialistas y eso nos hace humanos competentes para
lidiar con la opacidad de la conducta ajena. Otros van a sostener que es la propia
interacción en espacios de experiencia compartidos, la propia dimensión intersubjetiva, la
que hace posible que nos convirtamos en hábiles mentalistas. Pero unos y otros no niegan
que nuestra actividad comunicativa y nuestra vida de relación se ven seriamente afectadas
si esa competencia falla. Buenos o malos lectores de las acciones o las interacciones de los
demás, somos en fin, compulsivos lectores. Acciones, gestos, caras, miradas, diálogos; son
vías regias para atribuir y descifrar la intencionalidad que a ellos subyace.
¿Qué ocurre que algunas personas son más expertas que otras para realizar estas
lecturas? ¿Qué sucede que otras son apenas novatas o no aciertan en la lectura o
son analfabetas o ciegas a esos particulares grafismos, garabatos y dibujos mentales?
Participamos del supuesto siguiente: las acciones humanas son guiadas por
representaciones, creencias y deseos internos. Suponemos interioridad en nuestros
semejantes, isomórfica con nuestra propia interioridad. Poseemos un mundo experiencial
susceptible de ser compartido con nuestros congéneres. Desde muy temprano
compartimos experiencias. Comparte experiencias emocionales quien dialoga o discute con
otra persona, quien le muestra un cuadro o un poema que ama, o una pareja cuando se
mira a los ojos y crea un mundo. También comparte experiencias un bebé que le señala a
su mamá un objeto con el fin de mostrárselo, con gestos que llamamos protodeclarativos
(Belinchón, Igoa y Rivière, 1992). Con menor o mayor nivel de complejidad, todo aquel que
comparte experiencias, necesariamente le atribuye al otro un mundo experiencial. ¿Qué
sentido tendría si no el hecho de compartirlas?
Cierto es que aquello que aparece como evidente, claro y natural nos puede dar la idea
—falsa— de que implica un proceso sencillo y simple. Pero a decir verdad, la complejidad
que entrañan las comunicaciones humanas, las sucesivas y múltiples intuiciones y/o
inferencias que se realizan en cada actividad interpersonal exige de nosotros una serie de
competencias que nos permitan penetrar en los mundos mentales ajenos y propios.
Es precisamente el ojo interior del que nos habla Humphrey (1986), la mirada
mental referida por Rivière y Núñez (1996), la que nos abre las posibilidades de desvelar la
opacidad de la conducta de los otros, leer sus mentes, organizar el caos en el que nos
sumiría la ceguera mental (Baron Cohen, 1995). Nos permite dar alguna interpretación a
las conductas de las personas y realizar predicciones acerca de sus cursos de acción.
Comprender que poseen deseos, creencias, intenciones. Un mundo de emociones y
experiencias diversas.
Son los psicólogos los que tratan de comprender las conductas humanas; de explicar
por qué la gente hace lo que hace de la manera que lo hace y predecir lo que las personas
harán en el futuro, qué planes seguirán, qué estrategias pondrán en marcha. Astington
(1993: 2) afirma que en ese sentido todos somos psicólogos.
Por su parte, señala Humphrey (1986) : Hace quince años en ningún libro de texto
que tratara el tema de la evolución humana se hacía referencia a la necesidad del hombre
de hacer psicología: sólo se hablaba de la construcción de herramientas, del lanzamiento
de dardos y de encender el fuego: es decir, de una inteligencia práctica más que social (p.
42).
Resulta significativa está cita, por un lado porque revela que los intereses de algunos
estudiosos de la evolución humana se dirigían hacia otros campos que los implicados por el
desarrollo de las capacidades interpersonales y la teoría de la mente; por otro, porque
promediando el año 2000 son muy numerosos los trabajos acerca del desarrollo de
habilidades mentalistas y los déficits que supone su trastorno (Baron Cohen, 2000a).
La Teoria de la Mente
Carruthers y Smith (1996) sitúan como punto de partida de los trabajos de los psicólogos
del desarrollo acerca de la teoría de la mente, el conocido texto de primatología de
Premack y Woodruff (1978), donde se plantea el interrogante acerca de si los chimpancés
tienen una teoría de la mente. De manera paradójica esta pregunta descubre otra serie de
asuntos no menos triviales: ¿a qué se llama Teoría de la Mente? ¿Y qué ocurre con los
humanos? ¿Resultará obvio preguntarse acerca de las capacidades mentalistas en aquellos
de quienes prototípicamente se predica mente? (Rivière, 1991) En cualquier caso, ¿es una
capacidad natural o es una teoría elaborada acerca de las demás personas y de uno mismo?
¿0 una conjunción de ambas posiciones?
Tal discusión está lejos de haberse cerrado. De hecho, si bien algunos autores son
cautos a la hora de atribuir una teoría de la mente a los chimpancés, no dudan de que
quedan cosas por explicar respecto de su comportamiento. De Waal, en una cita recogida
por Baron Cohen (1995: 124) señala que el rol crítico del contacto ocular entre chimpancés
es una característica en común con los humanos. Entre los simios, es un prerrequisito para
la reconciliación. Es como si los chimpancés no confiaran en las intenciones de los otros
hasta no mirar sus ojos. . Algo parecido nos pasa a los humanos si cuando tratamos de
establecer una relación comunicativa con una persona, ella o él miran el suelo o dirigen sus
ojos hacia el techo.
Frente a la expresión teoría de la mente, cabría preguntarse: ¿por qué una teoría?
Perner (1991), al caracterizar la mente, utiliza tres criterios: la experiencia interior, la
intencionalidad (aboutness) y los constructos teóricos en explicaciones de la conducta. Con
respecto a estos últimos, sostiene que los estados mentales cumplen un papel explicativo
en nuestra psicología del sentido común de la conducta (p. 124). Cuando tratamos de
explicar o predecir la conducta ajena y la propia utilizamos tales constructos teóricos, es
decir elaboramos una teoría de la mente de los demás y de la nuestra. El propio Perner
manifiesta que tal vez la etiqueta de teoría no sea la más adecuada; pero es una manera de
hacer observable y susceptible de ser estudiado algo que hasta el momento pertenecía al
dominio de la experiencia interna.
Para referirse al desarrollo del conocimiento infantil acerca de las personas con sus
correspondientes estados mentales, Hobson (1991) prefiere utilizar otras explicaciones
teóricas. Sugiero que es más apropiado para los psicólogos, pensar en términos de cómo
los niños adquieren una comprensión de la naturaleza de las personas y un concepto o
conjunto de conceptos acerca de las mentes de las personas. Tal comprensión infantil está
lejos de constituir una teoría, no sólo por las características de dichos conocimientos, sino
también por su modo de adquisición. El niño-teórico es concebido como un ser aislado, un
sujeto casi exclusivamente cognitivo, uno sobre el que es fácilmente aplicable la metáfora
computacional (p. 19).
El mundo humano parece habitar no sólo esas geografías más o menos exactas de lo
que Bruner (1986) llamó modalidad paradigmática del pensamiento, sino también
escenarios que violan las reglas de la lógica y de las máximas griceanas y siguen las
vicisitudes de las intenciones humanas, entretejiendo una trama narrativa difícilmente
reductible a la axiomática de los sistemas artificiales.
Rivière (1991) plantea y desarrolla los desafíos a los que se enfrenta la psicología
cognitiva si pretende ser una disciplina objetiva acerca de lo mental. Se (nos) interroga
sobre la posibilidad de mantener el estatuto científico y a la vez un enfoque mentalista en
la psicología.
incapacidad para anticipar lo que otra persona podría pensar de las propias acciones;
incapacidad para comprender las razones que subyacen a las acciones de las personas;
Pongamos algunos ejemplos de niños y jóvenes con síndrome de Asperger. Aclaremos que
hablar de falta de sensibilidad hacia los sentimientos del otro no significa que, a su
manera, no puedan ser afectivos con las personas que quieren. Pero su forma de
demostrarlo es diferente a la de otros chicos.
Por otro lado, para poder acercarse a otros y comenzar una conversación hay que ser
capaz de leer ciertas claves contextuales (por ejemplo, si la otra persona no está ocupada o
dialogando con otros). Con frecuencia M. se siente rechazado porque no puede ser capaz
de comprender esas claves y generar estrategias para acercarse a sus pares. Además, si
siempre que se acerca es para hablarles sólo de lo que a él le interesa, los demás tienden a
alejarse. Como tiene un alto nivel de inteligencia impersonal tiene conciencia de que se
queda solo y manifiesta que no consigue amigos. Esto lo pone muy triste. Necesita ayuda
para poder tender puentes hacia los demás. No puede hallar las claves necesarias, en cada
situación interpersonal, para tener éxito en establecer vínculos. Y este es un punto
importante en la problemática del síndrome. No es que a M. no le interesen las personas.
Pero personas y relaciones humanas en general son una especie de misterio para él. Así
como para los demás puede constituir un misterio la forma de ser de M.
Como señalan Sotillo y Rivière (en prensa) la conducta de mentira está estrechamente
relacionada con la de engaño: aparece en situaciones de interacción social, es intencionada,
utiliza habilidades relacionadas con la realización de inferencias mentalistas (de teoría de
la mente), implica diferenciar la representación y el mundo, también implica diferenciar la
representación propia de la ajena. Se da en conductas declarativas, en enunciados
predicativos, y es una conducta expresada simbólicamente mediante un código lingüístico.
Aunque no nos extenderemos aquí sobre estos aspectos, cabe consignar que no
pueden ser omitidos a la hora de estudiar el desarrollo de competencias narrativas y
mentalistas en sujetos con espectro autista. Resulta además sumamente discutible el
separar de manera tajante unos aspectos de otros. Diversas investigaciones se ocupan de
estudiar las relaciones entre teoría de la mente y función ejecutiva (0zonoff, Pennington y
Rogers, 1991; Perner y Lang, 2000), teoría de la mente y lenguaje (Tager-Flusberg, 1993;
Sparrevohn y Howie, 1995, de Villiers, 2000; Tager-Flusberg, 2000), capacidades
lingüísticas y sistema de coherencia central (Jolliffe y Baron Cohen, 1999), teoría de la
mente y sistema de coherencia central (Happé, 2000). En todo caso, hablamos de un
racimo de competencias, íntimamente relacionadas, que han de ser tomadas en cuenta al
indagar el desarrollo de capacidades mentalistas y sus alteraciones en el continuo autista.
(Wing y Gould, 1979; Wing, 1988)
1985: Baron Cohen, Leslie y Frith; la mayor parte de los sujetos con autismo fallan en la
prueba de falsa creencia de primer orden (Sally y Ann);
1986: Baron Cohen, Leslie y Frith; los niños con autismo muestran problemas selectivos en
el ordenamiento de historietas intencionales;
1988: Harris y Muncer; los niños con autismo tienen tantas dificultades para
reconocer falsos deseos como falsas creencias;
1988: Leslie y Frith; los niños con autismo comprenden el ver, pero no el saber o el creer
(testeado con actores reales, no sólo con muñecos);
1988: Rivière y Castellanos, los niños con autismo fallan en la tarea de falsa creencia;
1989: Baron Cohen; aun aquellos niños que pasan la prueba de falsa creencia de primer
orden, fallan en una prueba de falsa creencia de segundo orden; 1989: Baron Cohen; los
niños con autismo fallan en la distinción entidades mentales vs. entidades físicas,
apariencia vs. realidad y en distinguir las funciones mentales del cerebro.
1989: Perner, Frith, Leslie y Leekam; los niños autistas fallan en la prueba de falsa creencia
de los smarties, no pueden inferir conocimiento a partir del acceso perceptivo y fallan en la
comunicación de información relevante;
1991: Baron Cohen; los niños con autismo muestran déficit específico sólo en la
comprensión de aquellas emociones causadas por falsas creencias.
1991: Leekam y Perner; los niños con autismo fallan en la tarea de Sally y Ann pero pasan
la prueba de falsas fotografías;
1991: Ozonoff, Pennington y Rogers; sujetos con autismo de alto funcionamiento —pero no
sujetos con síndrome de Asperger— muestran déficit en la prueba de falsa creencia de
segundo orden;
1992: BowIer; un grupo de sujetos con síndrome de Asperger pasan las pruebas de falsa
creencia de segundo orden, sin mostrar diferencias con los niños con desarrollo normal;
1992: Sodian y Frith; los niños con autismo pueden sabotear pero no engañar a un
competidor, y no pueden atribuir falsa creencia;
1992: Baron Cohen y Cross; los niños con autismo fallan en pruebas de inferencia acerca de
lo que una persona está pensando o deseando, siguiendo la dirección de su mirada;
1992: Baron Cohen; los niños con autismo fallan tanto en las pruebas de producción de
engaño como en las que son engañados;
1994: Happé; utiliza una técnica de comprensión de historias con lenguaje figurado. Esta
prueba detecta fallas en competencias mentalistas en sujetos con autismo de alto
funcionamiento (y la resuelven los niños con desarrollo normal a los ocho años)
1994: Baron Cohen y Goodhart; los niños con autismo muestran dificultades para inferir
que un personaje que ve lo que hay en una caja, sabe lo que hay en ella (mientras que el
personaje que toca una caja no infiere de esa acción lo que hay en ella);
1994: Baron Cohen y otros; los niños con autismo presentan serias dificultades para
reconocer términos de referencia mental;
1997: Leekam y otros: los niños con autismo son ciegos a la dirección de la mirada de otras
personas;
1997: Baron Cohen; los niños con autismo muestran déficit en la comprensión de chistes;
1998: Phillips y otros; los niños con autismo fallan en una prueba para monitorear las
propias intenciones (responden no en función de sus intenciones previas sino en función
de los resultados obtenidos), mientras que los niños de 4 años con desarrollo normal,
realizan la tarea en forma correcta;
Ocurre que salvo escasas excepciones, tal y como se presentan las pruebas clásicas de
teoría de la mente, poco pueden decirnos acerca del nivel de competencia mentalista de
personas autistas de alto funcionamiento o con síndrome de Asperger.
Las pruebas clásicas (como las de Sally y Ann) de primer orden las pasan
correctamente los niños normales, en torno a los 4 o 5 años; y las de segundo orden, en
torno a los 6 o 7 años.
Tal como citábamos más arriba, distintos investigadores (Bowler, 1992; Ozonoff,
Pennington y Rogers, 1991) hallaron que algunos adultos con síndrome de Asperger
resolvían correctamente la prueba de falsa creencia de segundo orden. Esto podría
hacernos pensar en una contradicción con datos previos que indican que las personas
autistas no pasan esta prueba debido a un déficit en las competencias mentalistas. ¿Qué es
lo que ocurre? ¿Cómo pueden explicarse estos datos?
Como bien señalan Baron Cohen, Joliffe, Mortimore y Robertson (1997): todo lo que
se podría concluir es que tiene intacta la capacidad de teoría de la mente de un nivel de 6 o
7 años de edad.
1. pruebas en las que hay que realizar inferencias de lo que alguien está pensando a partir de
la dirección de la mirada;
2. pruebas que apuntan a detectar estados mentales más complejos (deseo, referencia,
intención);
3. pruebas que implican una gama más amplia de inferencia de estados mentales en la
expresión facial. Se utilizaron pinturas y dibujos (Velázquez y Hockney) y se encontró que
sujetos normales mostraban un nivel significativo de acuerdo al reconocer una amplia
gama de estados mentales a partir de los estímulos mencionados. (Se ha realizado incluso
un estudio transcultural) (Baron Cohen, Rivière, Cross, Fukushima, Bryant, Sotillo,
Hadwin y French, en prensa).
La tarea que proponen Baron Cohen, Joliffe, Mortimore y Robertson (1997) en uno de sus
últimos trabajos se llama Leer la mente en los ojos o Tarea de los ojos. La tarea implica
mirar fotos de la zona de los ojos y realizar una elección forzada entre dos palabras, la que
mejor describa lo que la persona (de la foto) está pensando o sintiendo.
Tal tarea implica capacidad de teoría de la mente en el sentido que el sujeto tiene que
comprender términos de estados mentales y relacionarlos con caras (con partes de la cara
en este caso). Algunos de los términos de estados mentales son básicos (feliz, triste,
enojado, atemorizado) y otros son más complejos (reflexivo, arrogante, etc.).
Debería consignarse que algunos de los sujetos con autismo o síndrome de Asperger
de su muestra tenían estudios universitarios y aun así puntuaban bajo en la tarea de los
ojos. Para los autores, esto sugeriría que este aspecto de la cognición social es
independiente de la inteligencia general.
Ese es el camino que han tomado nuestras investigaciones, iniciadas bajo la dirección
de Ángel Riviére, cuya originalidad intelectual, búsqueda apasionada y preocupación por la
problemática de las personas con autismo y sus familias, nos sirven de estímulo
permanente para continuar con la tarea emprendida.