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Ora Grandes Oraciones

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Ora Grandes Oraciones

Dr. Daniel Morris


Viernes 19 de Mayo – 7:00 PM

Introducción:
El año pasado hablamos de pensar grandes pensamientos y soñar grandes sueños, pero orar
grandes oraciones nos conduce a un terreno más santo. Tenemos una invitación sagrada a llevar
nuestros pensamientos y sueños a la presencia de Dios.
Jesús pronunció esa invitación en Juan 16:23-24:
“En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al
Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis,
para que vuestro gozo sea cumplido”.

Imagina lo que sucedería si creyéramos esa promesa, incluso en un grado pequeño. Recibir lo que
pidamos en su nombre – basado en su mérito y en nuestra relación con Él – es una oferta
increíble.
Es como si Jesús nos diera una tarjeta de crédito espiritual con su nombre en ella, y esa tarjeta
fuera reconocida siempre en el almacén del Padre, donde hay provisiones ilimitadas. Tenemos que
usarla con responsabilidad. Nuestros gastos deben ir a tono con sus propósitos. Pero las
condiciones son menores considerando el alcance de la promesa. Jesús hace una invitación abierta
– hasta nos implora – que oremos grandes oraciones.

I. Las grandes oraciones son profundamente personales.

Las grandes oraciones parecen ir acompañadas de ciertas características en común.


Una de las características más notables es que las grandes oraciones son profundamente
personales. Fluyen de una pasión de conocer a Dios. Cuando un creyente está intensamente
enamorado del Señor, sus oraciones comienzan en Él y terminan en Él. En vez de ser
estructuradas, mecánicas, rutinarias o basadas en el desempeño humano, las grandes oraciones
son íntimas y sinceras.
Moisés oró una gran oración en Éxodo 33:17-19. Los israelitas acampaban en la base del Monte
Sinaí, donde Dios les había dado la Ley, pero Dios le acababa de decir a Moisés que era tiempo de
continuar hacia la tierra prometida. Moisés ya había visto la zarza ardiente, oído la voz de Dios
varias veces y visto milagro tras milagro, de modo que una rica vida de oración no le era extraña.
Pero quería más. Oró que la presencia de Dios fuera con ellos, y Dios le aseguró que lo haría.
Luego hizo un pedido audaz: le pidió a Dios si podía ver su gloria. Todas las obras de Dios – la
drástica liberación de Egipto, los milagros y el poder – eran grandiosas, pero no suficientes para él.
Moisés quería una experiencia más profunda con Dios mismo.
Dios le había dicho que de responder esa oración completamente, lo mataría. La luz inaccesible y
la santidad de Dios le volarían los circuitos y el poder lo destruiría. Pero aun así contestó la oración
hasta el punto en que podía hacerlo, puso a Moisés en la grieta de una peña, lo guardó con su
mano, pasó por delante de él y le permitió experimentar la manifestación de su presencia. Cuando
Dios pasó, le reveló sus atributos de bondad, misericordia y compasión. Moisés se encontró con
Dios más personalmente porque lo había pedido.

David oró oraciones personales también, y tenemos muchas de ellas registradas en los salmos. Era
un gran guerrero, un músico consumado y el rey de Israel. Tenía todo lo que quería en término de
salud y mujeres. ¿Pero qué cosa valoró más? ¿Cuál era su mayor deseo?
Salmo 27:4.
Una cosa he demandado a Jehová, esta buscaré; Que esté yo en la casa de Jehová todos los días
de mi vida, Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo.

La mayor pasión de David no era obtener algo de parte de Dios, sino estar con Él mismo.

La noche anterior a su crucifixión Jesús oró al Padre una oración profundamente personal por sus
discípulos (ver Juan 17:3). El deseo número uno de Dios para con nosotros es que lo conozcamos, y
que los discípulos de Jesús pudieran ver su comunión con Dios en la naturaleza de sus oraciones.
Ellos lo habían observado por bastante tiempo como para conocer la calidad de esa relación, así
que cuando quisieron aprender a orar, le pidieron a Jesús que les enseñará.

II. Las grandes oraciones nacen del quebranto.


No solo las grandes oraciones son inmensamente personales, sino que, además, nacen del
quebranto. Cuando venimos a Dios con un sentido de estar en bancarrota, al saber que estamos
en una situación desesperada y que no tenemos recursos para salir de ella, Dios presta especial
atención. El quebrantamiento nos hará derramar el corazón ante Dios más bien que tratar de
hallar las palabras justas o los argumentos más persuasivos para presentarnos delante de Él. Es la
desesperación que sentimos cuando una enorme crisis nos golpea o cuando estamos llenos de un
remordimiento abrumador, pesar o confusión. Las oraciones que fluyen de un corazón contrito
claman: “¡Te necesito!” Ellas provienen de personas que están al límite.
David también sabía cómo estar quebrantado delante de Dios. Él era un hombre piadoso que, en
un momento de debilidad, cometió adulterio y homicidio al tomar a Betsabé para sí, e hizo los
arreglos de modo que su marido, Urías fuera dejado solo en las líneas de batalla para que el
enemigo lo matara. Cuando el profeta Natán lo confrontó con su pecado, la respuesta de David no
fue ponerse a la defensiva y hacer valer su autoridad como rey. Respondió con una culpa y
desesperanza abrumadoras. En el Salmo 51 David confiesa su pecaminosidad y suplica por
restauración. Se dio cuenta de lo grave que era su pecado a los ojos de Dios. El rey, que casi tenía
recursos ilimitados de ganado a su disposición para sacrificar a Dios en arrepentimiento, podría
haber hecho un número impresionante de holocaustos delante de Él. Pero sabía que mil toros
nunca podrían reconectarlo con Dios tanto como su quebranto lo haría. “El sacrificio que te agrada
es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido”
(Salmo 51:17). Dios promete encontrarse con aquellos, que al igual que David, vienen a Él
reconociendo su necesidad.
Nehemías es otro ejemplo de alguien que oró en su quebranto y desesperación. Él vivió en un
punto crucial en la historia de Jerusalén, luego de que muchos judíos exiliados habían regresado
de la cautividad en los imperios babilónico y persa, y comenzaban a restaurar la ciudad. Nehemías
era la mano derecha del rey de Persia, y escuchó un reporte angustiante de algunos compatriotas
judíos que habían llegado de Jerusalén. Los exiliados que habían regresado a la tierra natal estaban
en problemas; los muros de la ciudad habían sido derribados y sus puertas quemadas. Cuando
Nehemías oyó las noticias, se quebró. Se enlutó, ayunó y oró una de las más grandes oraciones en
toda la Biblia. Este laico – ni sacerdote ni profeta – se refirió a Dios por su nombre, por el
pronombre personal o por un adjetivo descriptivo cuarenta y cuatro veces en el corto lapso de
siete versículos (Nehemías 1:5-11). Estaba completamente compenetrado en Dios.
Esa clase de enfoque centrado en Dios solo puede provenir de un espíritu quebrantado. Cuando
sentimos que lo tenemos todo, basamos nuestra oración en nuestra situación y nuestras
necesidades. Pero cuando vemos nuestra insuficiencia a la luz de la santidad y el poder de Dios,
nos concentramos en su plan y en su carácter. Nos damos cuenta de que sus atributos son dignos
de confianza y los nuestros no lo son. Basamos nuestras oraciones en quién es Él.
¿Cuándo fue la última vez que te presentaste delante de Dios con un sentido de absoluto
quebranto? ¿Cuándo te has sentido desahuciado para cumplir lo que pensaste era la voluntad de
Dios, y supiste que no tenías otra cosa en qué apoyarte más que en el carácter de Dios? Las
grandes oraciones son profundamente personales y también fluyen de nuestro sentido de real
necesidad. Pero aun en nuestra necesidad más honda, las oraciones se enfocan en el plan de Dios
y no en el nuestro.

III. Las grandes oraciones abogan por el plan de Dios.

Dios se deleita cuando nuestro enfoque cambia de nuestras propias necesidades en nuestro
pequeño mundo a su plan para su mundo. No hay nada malo en orar por nuestras necesidades,
por supuesto. Jesús nos enseñó a pedir por el pan de cada día y las cosas específicas de nuestra
vida. Podemos venir ante Dios en una conversación cálida y practicar el estar atentos a su
presencia a lo largo de todo el día. Presentarle aun los más pequeños detalles es algo que a Él le
agrada. Pero las oraciones verdaderamente grandes defienden su plan. La gente que ora grandes
oraciones entiende la voluntad de Dios para este mundo, y desea apasionadamente ver el
gobierno de Su Reino convertirse en una realidad en su esfera de influencia.
Echemos un vistazo a la oración de Moisés. Cuando él estaba en el Monte Sinaí recibiendo los diez
mandamientos de parte de Dios, el pueblo que Dios acababa milagrosamente de liberar, estaba al
pie de la montaña haciendo un becerro de oro para adorarlo. Ya habían visto las plagas de Egipto,
habían caminado por en medio de las aguas abiertas del Mar Rojo, habían oído la voz de Dios
tronar desde el monte y visto el humo de su presencia, pero aun así presionaron a Aarón para
hacer un ídolo como representación de Dios. Entonces edificaron un altar, sacrificaron ante el
becerro y se volvieron a los bailes y al libertinaje.
Dios le presentó a Moisés un “Plan B”. En su enojo, Él destruiría a Israel por su obstinada rebelión
y, en cambio, haría una gran nación de Moisés. Eso sería un trato bastante conveniente para
Moisés y, si él hubiera albergado alguna clase de interés personal, se habría abalanzado sobre él.
Pero Moisés intentó convencer a Dios de no implementar el Plan B, por dos razones: 1) ante los
egipcios parecería que Dios había sacado a su pueblo con la intención de destruirlos y, 2) rompería
la promesa que Dios le había dado a Abraham, Isaac y Jacob, de hacer grande su descendencia.
Moisés oró desde el celo por la reputación de Dios y la conciencia de sus promesas. No hay
indicativo de que siquiera acariciara la posibilidad de convertirse en el padre de una gran nación.
Defendió lo que sabía que era el plan de Dios.
Nehemías hizo lo mismo en su gran oración. Luego de alabar a Dios y de apropiarse de los pecados
de su pueblo, basó su petición en la promesa de que si el pueblo exiliado regresaba a Dios, Él los
reuniría desde los horizontes más lejanos y los restauraría a su tierra. Le recordó a Dios que esta
era una promesa que había sido dada a su siervo Moisés, sobre su pueblo a quien Él le había
redimido por sus fuerzas para la gloria de su nombre. Enfocó la oración en el plan de Dios.
No hay nada malo en apelar reverente pero valientemente a las promesas que Dios ha dado y a los
planes que ha revelado. Nuestras oraciones a menudo le piden a Dios que nuestra vida marche en
la manera en que deseamos, de modo que podemos ser ambiciosos, cómodos, realizados y
profundamente espirituales, sin sufrir. Pero las grandes oraciones buscan abrir camino para lo que
Dios quiere hacer en el mundo, más que lo que nosotros queremos que se haga en nuestras vidas.
Las grandes oraciones le piden grandes cosas a un gran Dios para su gloria.
La primera petición en la oración modelo que Jesús enseñó a sus discípulos también se centra en
el plan de Dios: “Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). Se
trata de ver el cuadro completo, y Dios usa esta clase de oración para dirigir el curso de la historia.
Él busca gente común como tú y yo para que escudriñemos su rostro y defendamos su plan en
este mundo herido.

Ejemplos de grandes oraciones:


1. John Knox. El vivía en Escocia durante la Reforma Protestante, cuando las tensiones
políticas y religiosas eran particularmente altas y la persecución era rampante. El
currículum de John Knox no era muy impresionante: un joven sacerdote, guardaespaldas,
ministro no ordenado y prisionero por sus creencias. Pero tenía una enorme visión, y Dios
usó su vida en manera poderosa. Knox fue una vez oído mientras oraba: “¡Dame Escocia o
me muero!” Él se convirtió en un instrumento en la transformación de la vida espiritual de
su país, y sus oraciones fueron consideradas el poder que yacía detrás de su influencia. Se
dice que María, la reina de los escoceses, había comentado que temía las oraciones de
John Knox más que un ejército de diez mil hombres.
2. John Hyde. Oraba la misma oración por India: “¡Dame almas o me muero!”. Siendo
misionero a principios de 1900, Hyde llegó a ser tan identificado por sus oraciones que
quienes lo conocían lo llamaban “Orador Hyde”, y más tarde un biógrafo lo nombró “el
apóstol de la oración”. Pasaba largas horas cada día delante de Dios, se levantaba tres o
cuatro veces en la noche para orar, y a menudo se tendía sobre su rostro en intercesión
noches enteras. Hyde tuvo la audacia un año de pedirle a Dios al menos un convertido por
día, y aunque muchos de sus colegas lo consideraban un pedido imposible, para fines del
año había guiado a cuatrocientas personas a Cristo. Lejos de estar satisfecho, Hyde dobló
su apuesta al año siguiente: dos almas por día. Y para final de ese año había visto más de
ochocientas personas venir a Cristo. John Hyde oraba grandes oraciones, y miles de indios
fueron salvos a través de su ministerio.
3. George Muller. El experimentó la provisión económica con la misma clase de fe; pidió a
Dios que supliera todas sus necesidades financieras mientras él abría orfanatos e
influenciaba a miles sin tener nada más que unas pocas libras esterlinas en una cuenta
bancaria.

Todas estas personas extraordinarias establecieron ministerios increíblemente fructíferos, mucho


más allá de sus propios recursos. Creyeron que Dios hablaba en serio cuando prometió que las
cosas imposibles serían posibles. Y valientemente apostaron sus vidas a esa promesa.
Cuando pensamos en orar como Moisés, David, Nehemías y otros héroes bíblicos que tuvieron una
vida poderosa de oración, nos sentimos sobrecogidos con facilidad. Pero todos ellos eran personas
comunes que empezaron donde tú y yo empezamos. Estoy convencido que, si le pides a Dios que
te ayude a aprender a orar grandes oraciones, Él te llevará en un sendero similar al que ellos
transitaron. Y lo experimentarás en maneras que nunca antes lo has hecho.

Pasos a seguir.
1. De un lado de una tarjeta describe una situación imposible que atraviesas. Del otro lado,
escribe tu petición para que Dios resuelve la situación y Jeremías 32:17. Lleva la tarjeta en
el bolsillo esta semana, y cada vez que ores, sácala para recordarte la gran oración que
haces.
2. Memoriza Juan 16:23-24.

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