Ora Grandes Oraciones
Ora Grandes Oraciones
Ora Grandes Oraciones
Introducción:
El año pasado hablamos de pensar grandes pensamientos y soñar grandes sueños, pero orar
grandes oraciones nos conduce a un terreno más santo. Tenemos una invitación sagrada a llevar
nuestros pensamientos y sueños a la presencia de Dios.
Jesús pronunció esa invitación en Juan 16:23-24:
“En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al
Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis,
para que vuestro gozo sea cumplido”.
Imagina lo que sucedería si creyéramos esa promesa, incluso en un grado pequeño. Recibir lo que
pidamos en su nombre – basado en su mérito y en nuestra relación con Él – es una oferta
increíble.
Es como si Jesús nos diera una tarjeta de crédito espiritual con su nombre en ella, y esa tarjeta
fuera reconocida siempre en el almacén del Padre, donde hay provisiones ilimitadas. Tenemos que
usarla con responsabilidad. Nuestros gastos deben ir a tono con sus propósitos. Pero las
condiciones son menores considerando el alcance de la promesa. Jesús hace una invitación abierta
– hasta nos implora – que oremos grandes oraciones.
David oró oraciones personales también, y tenemos muchas de ellas registradas en los salmos. Era
un gran guerrero, un músico consumado y el rey de Israel. Tenía todo lo que quería en término de
salud y mujeres. ¿Pero qué cosa valoró más? ¿Cuál era su mayor deseo?
Salmo 27:4.
Una cosa he demandado a Jehová, esta buscaré; Que esté yo en la casa de Jehová todos los días
de mi vida, Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo.
La mayor pasión de David no era obtener algo de parte de Dios, sino estar con Él mismo.
La noche anterior a su crucifixión Jesús oró al Padre una oración profundamente personal por sus
discípulos (ver Juan 17:3). El deseo número uno de Dios para con nosotros es que lo conozcamos, y
que los discípulos de Jesús pudieran ver su comunión con Dios en la naturaleza de sus oraciones.
Ellos lo habían observado por bastante tiempo como para conocer la calidad de esa relación, así
que cuando quisieron aprender a orar, le pidieron a Jesús que les enseñará.
Dios se deleita cuando nuestro enfoque cambia de nuestras propias necesidades en nuestro
pequeño mundo a su plan para su mundo. No hay nada malo en orar por nuestras necesidades,
por supuesto. Jesús nos enseñó a pedir por el pan de cada día y las cosas específicas de nuestra
vida. Podemos venir ante Dios en una conversación cálida y practicar el estar atentos a su
presencia a lo largo de todo el día. Presentarle aun los más pequeños detalles es algo que a Él le
agrada. Pero las oraciones verdaderamente grandes defienden su plan. La gente que ora grandes
oraciones entiende la voluntad de Dios para este mundo, y desea apasionadamente ver el
gobierno de Su Reino convertirse en una realidad en su esfera de influencia.
Echemos un vistazo a la oración de Moisés. Cuando él estaba en el Monte Sinaí recibiendo los diez
mandamientos de parte de Dios, el pueblo que Dios acababa milagrosamente de liberar, estaba al
pie de la montaña haciendo un becerro de oro para adorarlo. Ya habían visto las plagas de Egipto,
habían caminado por en medio de las aguas abiertas del Mar Rojo, habían oído la voz de Dios
tronar desde el monte y visto el humo de su presencia, pero aun así presionaron a Aarón para
hacer un ídolo como representación de Dios. Entonces edificaron un altar, sacrificaron ante el
becerro y se volvieron a los bailes y al libertinaje.
Dios le presentó a Moisés un “Plan B”. En su enojo, Él destruiría a Israel por su obstinada rebelión
y, en cambio, haría una gran nación de Moisés. Eso sería un trato bastante conveniente para
Moisés y, si él hubiera albergado alguna clase de interés personal, se habría abalanzado sobre él.
Pero Moisés intentó convencer a Dios de no implementar el Plan B, por dos razones: 1) ante los
egipcios parecería que Dios había sacado a su pueblo con la intención de destruirlos y, 2) rompería
la promesa que Dios le había dado a Abraham, Isaac y Jacob, de hacer grande su descendencia.
Moisés oró desde el celo por la reputación de Dios y la conciencia de sus promesas. No hay
indicativo de que siquiera acariciara la posibilidad de convertirse en el padre de una gran nación.
Defendió lo que sabía que era el plan de Dios.
Nehemías hizo lo mismo en su gran oración. Luego de alabar a Dios y de apropiarse de los pecados
de su pueblo, basó su petición en la promesa de que si el pueblo exiliado regresaba a Dios, Él los
reuniría desde los horizontes más lejanos y los restauraría a su tierra. Le recordó a Dios que esta
era una promesa que había sido dada a su siervo Moisés, sobre su pueblo a quien Él le había
redimido por sus fuerzas para la gloria de su nombre. Enfocó la oración en el plan de Dios.
No hay nada malo en apelar reverente pero valientemente a las promesas que Dios ha dado y a los
planes que ha revelado. Nuestras oraciones a menudo le piden a Dios que nuestra vida marche en
la manera en que deseamos, de modo que podemos ser ambiciosos, cómodos, realizados y
profundamente espirituales, sin sufrir. Pero las grandes oraciones buscan abrir camino para lo que
Dios quiere hacer en el mundo, más que lo que nosotros queremos que se haga en nuestras vidas.
Las grandes oraciones le piden grandes cosas a un gran Dios para su gloria.
La primera petición en la oración modelo que Jesús enseñó a sus discípulos también se centra en
el plan de Dios: “Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). Se
trata de ver el cuadro completo, y Dios usa esta clase de oración para dirigir el curso de la historia.
Él busca gente común como tú y yo para que escudriñemos su rostro y defendamos su plan en
este mundo herido.
Pasos a seguir.
1. De un lado de una tarjeta describe una situación imposible que atraviesas. Del otro lado,
escribe tu petición para que Dios resuelve la situación y Jeremías 32:17. Lleva la tarjeta en
el bolsillo esta semana, y cada vez que ores, sácala para recordarte la gran oración que
haces.
2. Memoriza Juan 16:23-24.