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PENTECOSTÉS

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PENTECOSTÉS

1. Sagrada Escritura. 11. Liturgia.

1. SAGRADA ESCRITURA. Pentecostés etimológicamente significa quincuagésimo.


Designa la fiesta que se celebra cincuenta días después de la Pascua (v.). Su origen se encuentra
en el A.T., siendo allí una fiesta, al parecer, de origen agrícola Su sentido, en el judaísmo
extrabíblico, pasó a ser la conmemoración de la Alianza del Sinaí (v.). A partir del envío del
Espíritu Santo en ese día por Cristo glorioso, la fiesta de P. tiene para los cristianos un sentido
nuevo. En ella se celebra la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia cincuenta días después de
la resurrección de Cristo.
1. La fiesta de Pentecostés en el Antiguo Testamento. En el A.T. esta fiesta recibe
diversos nombres. Sólo tardíamente, y en los libros escritos en griego, se la denomina
Pentecostés (Tob 2,1; 2 Mac 12,31 ss.; Act 2,1) debido al cómputo de tiempo con que se
establecía FIESTAS ii, 2b).
a. La fiesta y el día de su celebración. En Ex 23,14-17, donde se enumeran las tres fiestas
principales de los judíos, aparece, tras la fiesta de los Ázimos y con anterioridad a la fiesta de la
recolección al término del año.
la fiesta de la Siega. Esta designación indica, dentro del carácter religioso de tal fiesta, su
origen agrícola: era la acción de gracias a Dios por la recogida de la cosecha. Ese día el
verdadero israelita debía presentarse ante Yahwéh con las primicias de su trabajo, de lo que
hubiese sembrado en el campo (Ex 23,16). También se la denomina fiesta de las Semanas (Ex
34,22; Dt 16,10: Num 28,26; 2 Par 8,13), nombre derivado del hecho de celebrarse siete
semanas después que la hoz comience a cortar las espigas (Dt 16,9); así el día de la fiesta
quedaría flotante, en dependencia del ritmo de la agricultura. Sin embargo, en Lev 23,15-16 se
fija el día desde el que ha de empezarse a contar: «Contaréis siete semanas enteras a partir del
día siguiente al sábado, desde el día en que habréis llevado la gavilla de la ofrenda mecida,
hasta el día siguiente al séptimo sábado, contaréis cincuenta días ... ». Con todo, esta fijación
reviste varias interpretaciones, según el sentido que se le dé a «sábado». Si éste se entiende
como el día festivo -día de la Pascua-, se empezaría a contar al día siguiente (así Filón y Flavio
josefo); si se entiende como el séptimo día de la semana, se empezaría a contar el domingo
siguiente a la Pascua (así los fariseos y una tradición samaritano). También queda la duda si se
contaba a partir de la terminación de la semana de los Ázimos (Targ-um Onqelos Lev 23,11.15)
o a partir del domingo .siguiente (libro de los lubileos). Lo cierto es que el nombre de la fiesta,
tal como ha prevalecido, procedente del griego, Pentecostés (Tob 2,1; 2 Mac 12,31-32; Act
2,1)! indica que la fiesta guarda relación con el cómputo de las siete semanas o los cincuenta
días después de la celebración de la Pascua, que venía a coincidir con el inicio de la siega.
b. Evolución del sentido de la fiesta en el judaísmo. La festividad daba, pues, un carácter
religioso, al acontecimiento anual agrícola, la fiesta de la siega del trigo (Ex 23,16), explicable
en el ambiente sedentario e pueblo de Israel en la tierra de Canaán. Las siete semanas marcan
el tiempo transcurrido entre el inicio de la siega de la cebada Y' el fin de la siega del trigo. Este
día se ofrecía a Yahwéh las primicias de la cosecha; de ahí que también reciba el nombre de
«día de las primicias» (Nurn 28,26); éstas consistían en la presentación de los nuevos frutos:
«Llevaréis de vuestra casa, para agitarlos, dos panes hechos con dos décimas de flor de harina y
cocidos con levadura. Son las primicias de Yahwéh» (Lv 23,17). Dado su carácter de fiesta de
acción de gracias, los panes que se ofrecían eran fermentados y no los consumía el fuego, sino
que únicamente se agitaban ante Yahwéh, ¡unto con dos corderos de un año, como sacrificio de
comunión de todo el pueblo, y se dejaban para los sacerdotes. Al mismo tiempo, se ofrecían
también, como ofrenda de todo el pueblo, siete corderos de un año, un novillo y dos carneros
como holocausto a Yahwéh, y un macho cabrío como sacrificio por el pecado. Era un día de
descanso y alegría en el que se convocaba reunión sagrada (Lev 23,18-21; Dt 28,26-31).
Parece ser que fue en la época del destierro y a partir de ella cuando la fiesta de P. se relaciona
con la Alianza (v.) del Sinaí (v.), adquiriendo el carácter de conmemoración de un hecho
histórico pasado de la historia sagrada. Un punto de apoyo para esta significación lo da Ex 19,1
que dice que los israelitas llegaron al Sinaí al tercer mes aproximadamente cincuenta días-
después de la salida de Egipto, pues ésta tuvo lugar a mitad del primer mes y llegaron a
principios del tercer mes. En la S. E., no obstante, no se encuentra esta significación de la
fiesta de P., pero sí en el libro de los Jubileos (s. Ii a.C.; V. APÓCRIFOS BíBLICOS i, 3,2),
según el cual fue en esta fecha cuando se realizaron las Alianzas con Dios, y ' por tanto, en esa
misma fecha cuando había que celebrarlas. Otro indicio de esta tradición se encuentra en 2 Par
15,10-15, donde aparece la renovación de la Alianza y el Juramento del pueblo de buscar a
Yahwéh, que el Targum identifica con la fiesta de Pentecostés. En esta significación de P. ha
podido influir también el gran parecido que en hebreo guardan las palabras «semanas»
(sabuhot) y « juramentos» (sebuhot), con lo que puede entenderse también como la fiesta del
juramento. El establecer esta relación de P. con la Alianza se atribuye a la escuela sacerdotal.
En Qumran (v.), la fiesta de las Semanas se celebraba en día fijo: el quince del tercer mes, y al
mismo tiempo se celebraba también la renovación de la Alianza. Pero, por otra parte, tanto
Filón como F. Josefo, testigos del judaísmo ortodoxo, no dan a P. otra significación que la
religioso-agrícola. Es tras la destrucción del templo de Jerusalén en el a. 70, cuando la fiesta de
P. celebra la entrega de la ley por Dios a Moisés en el Sinaí. Los rabinos y algunos escritos
apócrifos judíos de ese tiempo afirman claramente que en P. fue dada la ley.
2. La fiesta de Pentecostés en el Nuevo Testamento. Para la Iglesia la fiesta de P. se llena
de un significado distinto, pues es en ese día cuando le es enviado el Espíritu Santo. El relato
del libro de los Hechos de los Apóstoles es, más que una narración minuciosa y detallada, un
resumen significativo de lo ocurrido y de su repercusión para la Iglesia y para todo el mundo.
Con el día de P. empieza la presencia activa del Espíritu Santo, la tercera Persona de la
Santísima Trinidad, en la vida de la Iglesia, infundiendo a ésta la fuerza de Cristo Salvador (V.
ESPÍRITU SANTO 11).
a. El acontecimiento del día de Pentecostés. Ese día se hallaban reunidos, al parecer en el
Cenáculo (v.), los Doce Y, sin duda, también María, la madre de Jesús (Act í,13-14); ésta es la
interpretación más aceptada del «todos» de Act 2,1. «De repente vino del cielo un ruido como
el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa en que se encontraban» (Act 2,2).
La primera de las señales de la presencia del Espíritu aparece en el viento; hay cierta
identificación -incluso terminológica-, entre viento y Espíritu (ruaj, en hebreo: pneuma, en
griego) (cfr. lo 3,8), y el viento aparece en el A. T. como una de las manifestaciones de la
divinidad: a veces va investido del poder creador de Dios (Ps 104. 30; Gen 1,2; 2,7; Ps 33,6).
«Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de
ellos» (Act 2,3); también el fuego es uno de los signos teofánicos en el A.T. (cfr. Gen 15, 17;
Ex 3,2; etc.); la forma de lenguas guarda cierta relación con el don de lenguas que entonces se
les comunica (cfr. Is 5,24; 6,6-7). «Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a
hablar en otras lenguas. según el Espíritu les concedía expresarse» (Act 2,4); este don de
lenguas parece a primera vista similar al don de la glosolalia (v.) que aparece con frecuencia en
otros lugares (Act 10,46; 19,6; 1 Cor 12,14; cfr. Me 16,17), pero se distinguen en que el día de
P. todos -partos, medos, elamitas, etc.- entendían a los Apóstoles cada uno en su propia lengua,
mientras que al que tenía el don de la glosolalia nadie le entendía, pues hablaba no para los
hombres sino para Dios (1 Cor 14,2). En el milagro de P. el don de lenguas por el que todos los
pueblos pueden oír hablar de las maravillas de Dios, además de ser una señal de la presencia
del Espíritu Santo, encierra una honda significación; con ello se hace realidad la promesa del
Señor (Act 1,8; Le 24,47-48; Mt 28,10) de que los Apóstoles serán sus testigos en Jerusalén, en
toda judea y Samaria y hasta los extremos de la tierra; y se muestra así que la Iglesia fundada
por Cristo está abierta a todos los pueblos; el entendimiento universal es a la vez el signo de la
unidad de todos los pueblos en Cristo por el Espíritu, antítesis de la dispersión por la confusión
de lenguas en Babel (Gen 11,1-9). La reacción de los que escuchan a los Apóstoles agraciados
con este don es de admiración y sorpresa, aunque debido, sin duda, al entusiasmo y exaltación
de sus palabras algunos piensan que están ebrios (Act 2,12-13). La fuerza del Espíritu Santo
que han recibido impulsa a los Apóstoles a presentarse al pueblo y predicar, haciéndolo S.
Pedro como cabeza de los once que le acompañan (Act 2,14).
El milagro de P. ha recibido diversas explicaciones. Puede pensarse que el Espíritu Santo
comunica a los Apóstoles en aquel momento el conocimiento de otras lenguas que las propias y
por eso pueden entenderles los oyentes; con ello les facilita la predicación del Evangelio a todas
las gentes. Algunos exegetas piensan que el milagro se produjo en el escuchar de los oyentes;
los Apóstoles habrían hablado una sola lengua, pero todos les comprendieron como si fuese en
la propia de cada uno; esta opinión, sin embargo, no está de acuerdo con la afirmación de vers.
4 «se pusieron a hablar en otras lenguas» ' Representantes de la crítica liberal opinan que se
trata de una leyenda inventada por el autor a imitación de otra existente en la literatura rabínica,
según la cual, la voz de Dios cuando promulgó la ley en e', Sinaí fue oída por todas las
naciones, dividiéndose para ello en setenta lenguas, tantas como pueblos había; pero esta
leyenda es, sin duda, posterior al libro de los Hechos de los Apóstoles, y nada tiene que ver con
el relato de S. Lucas como muestran los testimonios rabínicos aducido por Strack Billerbeek,
Kotiznieiiiar zuni Neuen Testaiiient. 11.605-606. Según el relato, se ha de aceptar,,*el milagro
de que en aquel momento, el Espíritu Santo unicado a los Apóstoles les capacita para hablar
lenguas NI de hecho las hablan, sin que ello su que este don de lenguas fuese permanente en lo
sucesivo.
b. significación del acontecimiento de Pentecostés. lugar S. Pedro, en el discurso
pronunciado ía de P. (Act 2,14-36), es quien da su verdaficado. Pentecostés ha sido el inicio de
la efudel Espíritu Santo, prometida por Dios para la e los tiempos: «Es lo que dijo el profeta:
Sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi espíritu sobre toda carne y
profetizarán sus hijos y sus hijas... y Yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi
Espíritu... y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará» (Act 2,16-18; loel 3,1-5; cfr.
Ez Los tiempos «últimos» han empezado ya con la muerte y resurrección de Cristo; señal de
ello es la efusión del Espíritu que hace hablar a los Apóstoles verdaderos profetas, de lo cual
son testigos les escuchan. Esta efusión había sido también da por Juan Bautista hablando del
bautismo en Santo que realizaría el Mesías (Me 1,8; lo 1,26. 1 mismo Jesús la había prometido
para después de su resurrección v ascensión al cielo (lo 14,26; 16,7; et 1,5). Con la efusión del
Espíritu Santo en P. culmina la Pascua de Cristo: la Resurrección (v.) y Asensión (v.) han sido
la exaltación de Cristo y «exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu
Santo y ha derramado lo que veis y oís» (Act 2,33). S. Pedro prueba primero la resurrección de
Cristo por 'las palabras del Ps 16,8-11, Y por el testimonio de los que han sido sus discípulos
(Act 2,22-32); en Cristo se han cumplido las promesas divinas de resurrección (Ps 118,16;
110,1), y también de donación del Espíritu (Ez 36,27), pues Cristo, ascendido a los cielos es
quien concede el don del Espíritu Santo a los suyos (Eph 4,8; cfr. Ps 68,19), para la edificación
de su Cuerpo, la Iglesia.
P. marca el comienzo del tiempo de la Iglesia (v.), comunidad mesiánica, anunciada por los
profetas, en que serán congregados todos los que estaban dispersos (Ez 36,24; Is 42,1; cfr. lo
11,51-52). El milagro de las lenguas, la variedad de los oyentes; y la promesa de Jesús en Act
1,8, muestran la catolicidad de esta Iglesia animada por el Espíritu, para quien no existen
fronteras, pues la promesa es para judíos y gentiles (Act 2,38-39; 10,44-48). P. supone, por
tanto, la manifestación pública y el comienzo de la actividad misional de la Iglesia, confirmado
a lo largo de todo el libro de los Hechos de los Apóstoles por la presencia del Espíritu, que
comunica la fuerza para anunciar a Jesucristo (Act 4,8.31; 5,32; 6,10; cfr. Philp 1,19) e
interviene en las principales decisiones con respecto a los gentiles (Act 8,29.40; 10,19.44-47;
11,12-16; 15,8.28; 13,21; 16,6-7; 19,1),
Los Santos Padres han descubierto en el acontecimiento de P. además otras significaciones.
Así establecen la relación entre P. cristiano y la donación de la Ley en el Sinaí. Escribe el Papa
Siricio: «Fue en el mismo día, en el de Pentecostés, en el que se dio la Ley, y en el que el
Espíritu Santo descendió sobre los discípulos para que éstos se revistieran de autoridad y
supieran predicar la Ley evangélica» (PL X,200). Esta relación hace de la Ley del Sinaí una
figura de la predicación evangélica, lo mismo que el cordero pascual, era figura de la pasión del
Señor. Aunque no aparece explícitamente en el relato de Act 2 una referencia a la entrega de la
Ley en el Sínaí, hay vestigios que pueden apoyar esta interpretación de los Padres. Tales son:
a) el paralelismo entre Cristo y Moisés, ambos ocultados por la nube (Act 1,9; Ex 19,9); b) el
que cada uno de los asistentes oyese hablar a los Apóstoles en su propia lengua -recordar la
tradición rabínica de que la Ley se escuchó en setenta lenguas-; c) el que viese lenguas de
fuego, que puede guardar relación con Ex 20,18: «todo el pueblo vio las voces», al menos tal
como interpreta esta frase una tradición midráshica conservada por Filón: «la flama se convirtió
en una palabra articulado, en un lenguaje familiar al auditorio»; d) el que los Apóstoles
proclamasen «las maravillas de Dios» que en el A. T. significan los prodigios obrados por Dios
con su pueblo a la salida de Egipto. Estos vestigios pueden explicarse si S. Lucas conocía la
tradición judaica que celebraba en la fiesta de P. la entrega de la Ley a Moisés y la renovación
de la Alianza, pero no son suficientes para establecer una dependencia del relato de esa
tradición, ni tampoco para decir que aluda claramente al acontecimiento del Sinaí. Si los
Santos Padres descubrieron y fomentaron esta relación fue por influencia del rabinismo que
hizo de la fiesta de las Semanas la fiesta conmemorativa de la entrega de la Ley; de igual modo
en P. se da la nueva Ley para todos los pueblos, la Ley del Espíritu (cfr. ler 31,33).
Otra significación que la patrística encontró en P. es su carácter de nueva creación en la Iglesia,
cuya imagen fue la creación antigua en la que también intervino el Espíritu de Dios (Gen 1,2;
cfr. Is 32,15; Ez 13,7). Igualmente se ve en P. la solemne investidura de la Iglesia para su tarea
apostólica en el mundo, de modo parecido a como fue investido jesús en su bautismo en el
Jordán (Mt 3,16; lo 1,32).
c. Pentecostés en la Iglesia. P., como suceso histórico se determina en un tiempo concreto
de la vida de la Iglesia; pero el don del Espíritu Santo, que entonces se le otorga, queda como
algo permanente. Desde aquel día la Iglesia recibe constantemente el Espíritu Santo que la
congrega en la unidad de la fe y de la caridad (2 Cor 3,3; Eph 4,3-4; Philp 2,1); suscita en ella
los carismas para su edificacíón (1 Cor 12,4-11; Act 6,6; 8,17; 19, 2-6); habita en los creyentes
llevándoles a confesar a Cristo y a alabar al Padre (1 Cor 12,3; Eph 1,17; Philp 2,1). El Espíritu
Santo queda íntimamente unido a la comunidad de la Iglesia como el principio dinámico que le
ha dado origen y por el que se realiza (v. ii, 2). Al mismo tiempo el Espíritu Santo, enviado en
P. va llevando a la Iglesia a preparar el gran día de Yahwéh al final de los tiempos (Act 2,20).
Ese día será el de la vuelta gloriosa de Jesucristo (Math 24,1 ss.), y entonces se salvarán todos
los que hayan invocado su nombre (Act 2,21; Rom 10,9-13), lo cual nadie puede hacer sino
bajo la fuerza del Espíritu Santo derramado en Pentecostés (1 Cor 12,3).

V. t.: FIESTAS II, 2; ESPÍRITU SANTO; RESURRECCIÓN DE CRISTO; ASCENSIÓN;


IGLESIA ti, 6; INFALIBILIDAD; SANTIDAD.

BIBL.: 1. RAMOS, significación del fenómeno del Pentecostés apostólico, «Estudios


Bíblicos» 3 (1944) 469-494; F. FEP.NÁNDEZ Pentecostés, en Enc. Bibl. VI,1009-1014; M.
DELCOR, Pentecóte, en DB (Suppl.) VIII,858-883; U. HoLzMEISTER, Questiones
pentcostales, «Verbum Domini» 20 (1940) 129-138; B. N. WAMBACQ, Pentecostés, en
Diccionario Bíblico, dir. F. SPADAFORA, Barcelona
1959, 463-464.

G. ARANDA PÉREZ.

li. LITURGIA. 1. Origen e historia de la fiesta de Pentecostés. Dos oraciones conservadas


en el Sacrapiientarío leoniano sintetizan el sentido completo de la fiesta de P.: «El sacramento
pascual está contenido en el misterio de los 50 días» que siguen a la solemnidad de la Pascua
(v.); «el misterio pascual llega a su perfección por la plenitud del misterio de este día», de P. (ed.
L. K. Mohlberg, Sacramentariuni Veronense, Roma 195556, no 191 y 210, 24 y 27). Sobre esas
bases nacerá y se organizará la fiesta cristiana de P., que conmemora el acontecimiento de la
efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos de jesucristo; según los Hechos de los Apóstoles
(2,1 ss.), la venida del Espíritu Santo coincidió con la festividad hebrea de P. (2,1 ss.) unos 50
días después de la Pascua (v. i).
Hasta el s. iii, toda mención de P. en los textos y documentos cristianos designa ese periodo de
50 días que, como un domingo continuo de siete semanas, prolonga la solemnidad de la Pascua;
es el «espacio de la alegría», según la terminología empleada por los Padres de la Iglesia. La
festividad de la Pascua comprende el misterio completo de la muerte y resurrección del Señor,
siendo P. un aspecto del mismo, no desglosado en una «memoria» especial. Con la Ascensión
(v.) del Señor, P. es el coronamiento inseparable de la gran «manifestación» abierta por la
Resurrección (v.) de Jesucristo, el complemento de la revelación de la nueva Alianza entre Dios
y los hombres. Los diferentes ritos, orientales v occidentales, se han mantenido fieles, en parte
por lo menos, a la tradición de leer en el transcurso de la cincuentena pascual el libro de los
Hechos de los Apóstoles con el testimonio de P., y el Evangelio de S. Juan con una selección de
los pasajes relativos a la promesa y comunicación del Espíritu Santo.
Con el tiempo, ya en el s. is,, encontramos testimonios más explícitos acerca de la fiesta
estrictamente dic ha de P., es decir de la festividad conclusivo de la cincuen-
tena:
Hacia el a. 379, S. Gregorio Nacianceno explicaba a sus fieles: «Las semanas de los días
engendran Pentecostés... Siete multiplicado por siete da cincuenta;

P@y un número de más, pero nosotros lo


tomamos del sigio

venidero, el cual es el octavo día y el primero, o mejor,


el único y eterno día... Nosotros celebramos Pentecostés, el descenso del Espíritu, el
advenimiento de la promesa, la santificación de la esperanza» (PG 36,432 y 436). En la obra
romana conocida con el nombre de Ambrosiaster o Ambrosiastro (Y.), escrita ca. 366-384,
leemos: «He aquí el significado de Pentecostés. que corresponde al cincuenteno día después de la
Pascua: de la misma manera que después de una semana el primer día es el domingo, en el cual
se cumplió el misterio de la Pascua para la redención y la salvación del género humano... así
también después de siete semanas llega el primer día, que es el de Pentecostés; sólo puede caer
en domingo, para que se conozca que lo referente a la salvación de la humanidad se ha empezado
y realizado en domingo... De la misma manera que el cordero es la figura de la pasión del Señor
en el sacramento de la Pascua, así también el don de la Ley es el de la predicación evangélica.
Pues fue el mismo día, el día de Pentecostés, que la Ley fue dada y que el Espíritu Sant d@endió
sobre los discípulos... a fin de que sep predicar la ley evangélica» (ed. A. Souter en CSEL ro,
Viena 1908, 167-168).
En la celebración de la fiesta de P., que reflejan esos textos, se hallan mezclados diversos
elementos: valor preeminente del domingo, sentido alegórico de la cincuen-

tena pascua], cumplimiento de las figuras del A.T., alcance de la festividad conclusivo; y se
subrayan las relaciones del P. del A. T. con el P. del N. T.: de un modo paralelo a lo que el
sacrificio del cordero pascua¡ significaba respecto a la Alianza del Sinaí (conmemorada también
el día de P. del A.T.), el sacrificio de Cristo (muerte y resurrección) o Pascua cristiana se refiere
a P., a la proclamación de la nueva Alianza.
De la misma época, y aún de una época posterior, sabemos que algunas comunidades cristianas
celebraban la festividad de la Ascensión del Señor el cincuenteno día del tiempo pascua¡; parece,
pues, que coexistieron dos tradiciones con diferencias de fechas por algunos años (V.
ASCENSIÓN). Las divergencias pueden provenir de una doble interpretación de las narraciones
bíblicas sobre los acontecimientos de la Ascensión y de P., o de diferentes matices sobre los
puntos culminantes de la manifestación del misterio pascual. A principios del s. v. en la iglesia
de Jerusalén, se celebra todavía una memoria de la Ascensión el día de P., pero a mediados del
mismo siglo, según un Leccionario armeno, la temática de P. es ya la única que prevalece (R.
Cabie, o. c. en la bibl. 169-170).
En Oriente la fiesta de P. irá evolucionando hasta convertirse en una solemnidad, marcada por
la acción de gracias a la Sma. Trinidad, de la que proceden los beneficios recibidos de la
redención; la obra concreta del Espíritu Santo será más expresamente celebrada el lunes de
Pentecostés. Por lo que se refiere a Roma y a la@ iglesias occidentales en general, durante el s.
v la fiesta propia de P. está ya bien documentada y constituida. P. continúa siendo la clausura de
la cincuentena, con relaciones a ese periodo, pero toma el carácter de una segunda Pascua, con
privilegios semejantes: la fiesta comportará una Vigilia litúrgico semejante a la de Pascua (v.), en
la cual se administrarán los Sacramentos de la iniciación cristiana.
Con las reformas litúrgicas, de la Semana Santa (v.) del año 1955 y las posteriores al Vaticano
11, se suprimió la Vigilia de P. paralela a la de Pascua; si bien en 1955 se conservó la Misa
correspondiente a esa Vigilia. toda ella alusiva al Bautismo, como don del Espíritu Santo; en el
nuevo Misal publicado en 1970 se conserva un formulario propio para la Misa vespertina de la
vigilia. que evoca varios aspectos del Bautismo, aunque no en primer plano. Durante muchos
siglos la fiesta de P. ha

.
tenido también una octava (v.) similar a la de Pascua, con un carácter bautismal muy marcado,
y que fue mantenida en la reforma de 1955; sin embargo, aparece suprimida en los libros
litúrgicos posteriores a 1970, así como las Témporas (v.) que coincidían con ella, quedando
reducido el ciclo pascual a la cincuentena estricta.
2. Significado de la fiesta de Pentecostés. Para abarcar el pleno significado de la
celebración de la «memoria» de P., hemos de tener en cuenta que la fiesta continúa estando
íntimamente unida a la cincuentena pascual. Toda la cincuentena pascual explica y realiza el
«misterio» contenido en P.: la glorificación de jesucristo (Resurrección, Ascensión) con la
transformación que trae consigo de los hombres, obrada por su Espíritu (P.), son los temas
centrales de la liturgia del tiempo que prolonga la solemnidad de la Pascua. Por otra parte, P. es
el domingo que clausura el «espacio de la alegría». Como signo expresivo, las liturgias
orientales han conservado la costumbre antigua, testificada ya en el s. v por la iglesia de
Jerusalén, de invitar a los fieles a hacer tres genuflexiones, después de la lectura del Evangelio o
a la hora del Lucernario; con este gesto se quiere indicar,
wr lo menos en su concepción original, que empieza de ;Uevo el tiempo normal de «penitencia».
Fijándonos concretamente en el contenido litúrgico de ,la fiesta de P., vemos que se desarrollan
dos temas cen-

trales: el cumplimiento definitivo de la f4ueva Alianza


· y los hombres, entre el Padre y sus hijos, de Jesucristo y en el Espíritu Santo; y la de la
Iglesia, ante el mundo, fundada con Sangre del Redentor, y garantizada por el Espíritu
Santo, quien impulsa a los Apósr «las maravillas de Dios» y a dar sus vipara part
cipar plenamente en la Resurrección de jesto (v. i, 2bc). Ambos temas se encuentran
mezclatodo en las lecturas.
primera lectura de la Misa vespertina de la P., los nuevos leccionarios ofrecen cuatro posia) Gen
11,1-9, con el tema de la torre de al que hace relación una de las colectas, tomada del
Sacramentario Gelasiano Vetus. «te pedimos que los das por el odio y el pecado se congreguen u
Espíritu y que las diversas lenguas encuenen la confesión de tu nombre», con lo cual ue P. es la
antítesis y corrección de Babel; .16-20b que alude a la bajada del Señor a vista de todo el pueblo;
c) Ez 37,1-4 que a de la visión de los huesos secos a los que Dios de un espíritu nuevo; d) Joel
2,28-32 que profetiza la venida del Espíritu de Dios sobre los hombres, tema ado a P. desde muy
antiguo. Después se lee el de la Carta a los Romanos (8,22-27) en el que
S. Pa lo enseña que el Espíritu ayuda en la oración e
de por nosotros con gemidos inenarrables. Finalla lectura evangélica (lo 7,37-39) habla del
Espíritu que habían de recibir los creyentes en Cristo, como «torrentes de aguas vivas», alusión
al Bautismo que ciertamente es más explícita en la otra colecta (del s. ix al a elegir en la misma
Misa de la vigilia: «Dios eroso, brille sobre nosotros el esplendor de tu ria y que el Espíritu
Santo, luz de tu luz, fortalezca corazones de los regenerados por tu gracia». El tema amor, que
es el atributo peculiar del Espíritu Santo, encuentra en la antífona de entrada: «El amor de ha
sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5;
10,ll); aparece de nuevo en la oración sobre las ofrendas, compuesta con elementos del
Sacramentario Veronense: «Sobre estos dones que te presentamos, Señor, derrama la bendicíón
de tu Espíritu, para que tu Iglesia que e inun a a de tu amor y sea ante todo el mundo el signo
visible de la Salvación»; algo también se refleja en la poscomunión, tomada del Sacramentario
Bergamasco, en la que se pide Señor nos comunique «el mismo ardor del Espíritu nto que-tan
maravillosamente inflamó a los Apóstoles». Los diferentes ritos proponen como Epístola del día
de P,. -e¡ texto que narra el hecho histórico de la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio
Apostólico (Act 2,111) (primera lectura en los nuevos leccionarios), texto comentado por los
Padres y la tradición cristiana haciendo ,ver el paralelismo y diferencias entre la Antigua y
Nueva Alianzas; en la primera se recibe la Ley en el temible te del Sinaí, grabada en tablas de
piedra; en la segunse recibe en la intimidad del Cenáculo y se inscribe los corazones con el fuego
del Espíritu. Otras lecturas ieren a « on» e spiri u a 1
de la vida íntima de Dios; así los textos evangélicos ara la fiesta de P., en los ritos orientales
y en los occiil", dentales, son fragmentos del discurso o palabras de des-

pedida de Jesucristo en la última Cena, o de ocasiones paralelas, que hablan de la comunión con
la vida intratrinitaria divina, al ser inserido en ella el hombre transformado por la gracia del
Espíritu. En los nuevos leccionarios, la segunda lectura habla del Espíritu Santo como principio
de unidad no obstante la diversidad de ministerios en la Iglesia (1 Cor 12,3b-7.12-13); y la
tercera, la del Evangelio (lo 20,19-23), es la del momento en que Cristo exhaló su aliento sobre
los Apóstoles después de la Resurrección, comunicándoles el Espíritu Santo y la facultad de
perdonar los pecados.
Toda la liturgia de P. es un canto de admiración a la obra del Espíritu Santo. Especialmente con
los Salmos 47, 67 y 103 la Iglesia expresa su glorificación a Dios porque su voz y su presencia
han llegado, desde el día de P., a todos los confines de la Tierra como signo de la Redención
universal: «Por eso, con alegría inmensa, todo el mundo exulta» (prefacio de la Misa romana),
Ante esa realidad, los cristianos reunidos para participar del «don» de P. piden al Señor que
sepan colaborar responsablemente en la obra del Espíritu: Que Él sea el Maestro que enseñe el
sentido y el gusto del bien, conduciendo a cada uno y a la Iglesia con su luz, purificando de las
manchas, protegiendo siempre; que con su rocío fecunde, para poder dar frutos de redención, los
corazones de los que le invocan (oraciones de la Misa romana del día s, de su octava). En el
Misal de 1970 la colecta, tomada d¿l Sacramentario Gelasiano Vetus, muestra que el misterio de
P. santifica a la Iglesia y pide que se derramen «los dones del Espíritu Santo sobre todos los
confines de la Tierra v no deja de realizar hoy, en el corazón de los fieles, las mismas maravillas
que realizó en los comienzos de la predicación evangélica». El Espíritu Santo mora en la Iglesia
de una manera permanente, indefectible, ejerciendo en ella una acción continua de vida y de
santificación; el Espíritu es el que trabaja en el fondo de las almas, por sus aspiraciones, para
hacer que la Iglesia sea «pura, inmaculada, sin mancha ni arrugas», digna de ser presentada por
Cristo a su Padre en el momento del triunfo final; por eso, es siempre «nuestra fuerza» (oración
después de la Comunión, compuesta con elementos de la liturgia hispana antigua y del
Sacramentario Veronense o Leoniano). El mismo Espíritu que actuó en la Encarnación del
Verbo interviene también en la Eucaristía (epíclesis) y en la constitución del Cuerpo Místico; en
la oración sobre las ofrendas, tomada del Sacramentario Bergamasco, se pide que «el Espíritu
Santo nos haga compren er a rea i a misteriosa del sacri icio eucarístico v nos lleve al
conocimiento pleno de toda verdad revelada»'.
La Iglesia ora en la solemnidad de P. para renovar en nosotros aquel acontecimiento histórico y
misterioso de nuestra salvación. Los himnos y cánticos que las diversas liturgias han compuesto
para celebrar la obra del Espíritu Santo sintetizan el significado de su «don»; se multiplican las
alabanzas y se le invoca con una insistencia que no tiene parecido, con los más emocionantes y
expresivos acentos: «Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo... Ven, dulce huésped del
alma... Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando tú
no envías tu aliento» (Secuencia. escrita probablemente por Esteban Langton, m. 1228, y
conservada para la Misa del día en todas las 'reformas de la liturgia romana). Análogamente se
expresa el célebre

parece se@ que compuesto en el s. ix, y que se ha convertido en una de las invocaciones a Dios
más utilizadas en actos importantes de la vida cristiana y de la Iglesia. Otro

texto litúrgico vibrante y significativo es el prefacio compuesto, en el Misa] 1970, con elementos
del Sacramentario Gelasiano Vetus, en el que se canta y da gracias a Dios porque el Espíritu fue
el alma de la Iglesia naciente, infundió el conocimiento de Dios a todos los pueblos, congregó en
la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas, sigue
vivificando a la Iglesia e inspira a todos los hombres de buena voluntad que buscan el Reino de
los cielos.
A partir de P. se reanuda otra vez la serie de los Domingos ordinarios, per annum, hasta el
comienzo del Adviento.

V. t.: AÑO L]TÚRGICO; PASCUA; EsPíR[TU SANTO.

BIBL.: R. CABIE, La Pentecáte. L'évolution de la cinquantaine Pascale au cours des


cinq premiers siécles, Tournai 1965; E. FLICOTEAux, Le rayonneinent de la Pentecáte, París
1957; C. JE.I,N-NESMY, Spiritijalité de la Pentecáte, París 1960; A. ROSE, Aspects de la
Pentecóte, «Les Questions Liturgiques et Paroissiales), 201 (1958) 101-114; Asambleas del
Sei'Tor, Madrid 1964 s., n,, 51-79; Y. CONGAR, Pentecostés, 2 ed. Barcelona 1967; E. LEEN,
El Espí?-itu Santo, 2 ed. Madrid 1966; v. t. en las obras citadas en la Bibl. del artículo AÑo
LITÚRGICO la parte correspondiente a Pentecostés.

A. ARGEMI Roc.,,.

Extraido de:
Gran Enciclopedia Rialp (Ger)
Ediciones Rialp SA.
Madrid; España; 1979
Volumen 18; Páginas 255 a 260

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