PENTECOSTÉS
PENTECOSTÉS
PENTECOSTÉS
G. ARANDA PÉREZ.
tena pascua], cumplimiento de las figuras del A.T., alcance de la festividad conclusivo; y se
subrayan las relaciones del P. del A. T. con el P. del N. T.: de un modo paralelo a lo que el
sacrificio del cordero pascua¡ significaba respecto a la Alianza del Sinaí (conmemorada también
el día de P. del A.T.), el sacrificio de Cristo (muerte y resurrección) o Pascua cristiana se refiere
a P., a la proclamación de la nueva Alianza.
De la misma época, y aún de una época posterior, sabemos que algunas comunidades cristianas
celebraban la festividad de la Ascensión del Señor el cincuenteno día del tiempo pascua¡; parece,
pues, que coexistieron dos tradiciones con diferencias de fechas por algunos años (V.
ASCENSIÓN). Las divergencias pueden provenir de una doble interpretación de las narraciones
bíblicas sobre los acontecimientos de la Ascensión y de P., o de diferentes matices sobre los
puntos culminantes de la manifestación del misterio pascual. A principios del s. v. en la iglesia
de Jerusalén, se celebra todavía una memoria de la Ascensión el día de P., pero a mediados del
mismo siglo, según un Leccionario armeno, la temática de P. es ya la única que prevalece (R.
Cabie, o. c. en la bibl. 169-170).
En Oriente la fiesta de P. irá evolucionando hasta convertirse en una solemnidad, marcada por
la acción de gracias a la Sma. Trinidad, de la que proceden los beneficios recibidos de la
redención; la obra concreta del Espíritu Santo será más expresamente celebrada el lunes de
Pentecostés. Por lo que se refiere a Roma y a la@ iglesias occidentales en general, durante el s.
v la fiesta propia de P. está ya bien documentada y constituida. P. continúa siendo la clausura de
la cincuentena, con relaciones a ese periodo, pero toma el carácter de una segunda Pascua, con
privilegios semejantes: la fiesta comportará una Vigilia litúrgico semejante a la de Pascua (v.), en
la cual se administrarán los Sacramentos de la iniciación cristiana.
Con las reformas litúrgicas, de la Semana Santa (v.) del año 1955 y las posteriores al Vaticano
11, se suprimió la Vigilia de P. paralela a la de Pascua; si bien en 1955 se conservó la Misa
correspondiente a esa Vigilia. toda ella alusiva al Bautismo, como don del Espíritu Santo; en el
nuevo Misal publicado en 1970 se conserva un formulario propio para la Misa vespertina de la
vigilia. que evoca varios aspectos del Bautismo, aunque no en primer plano. Durante muchos
siglos la fiesta de P. ha
.
tenido también una octava (v.) similar a la de Pascua, con un carácter bautismal muy marcado,
y que fue mantenida en la reforma de 1955; sin embargo, aparece suprimida en los libros
litúrgicos posteriores a 1970, así como las Témporas (v.) que coincidían con ella, quedando
reducido el ciclo pascual a la cincuentena estricta.
2. Significado de la fiesta de Pentecostés. Para abarcar el pleno significado de la
celebración de la «memoria» de P., hemos de tener en cuenta que la fiesta continúa estando
íntimamente unida a la cincuentena pascual. Toda la cincuentena pascual explica y realiza el
«misterio» contenido en P.: la glorificación de jesucristo (Resurrección, Ascensión) con la
transformación que trae consigo de los hombres, obrada por su Espíritu (P.), son los temas
centrales de la liturgia del tiempo que prolonga la solemnidad de la Pascua. Por otra parte, P. es
el domingo que clausura el «espacio de la alegría». Como signo expresivo, las liturgias
orientales han conservado la costumbre antigua, testificada ya en el s. v por la iglesia de
Jerusalén, de invitar a los fieles a hacer tres genuflexiones, después de la lectura del Evangelio o
a la hora del Lucernario; con este gesto se quiere indicar,
wr lo menos en su concepción original, que empieza de ;Uevo el tiempo normal de «penitencia».
Fijándonos concretamente en el contenido litúrgico de ,la fiesta de P., vemos que se desarrollan
dos temas cen-
pedida de Jesucristo en la última Cena, o de ocasiones paralelas, que hablan de la comunión con
la vida intratrinitaria divina, al ser inserido en ella el hombre transformado por la gracia del
Espíritu. En los nuevos leccionarios, la segunda lectura habla del Espíritu Santo como principio
de unidad no obstante la diversidad de ministerios en la Iglesia (1 Cor 12,3b-7.12-13); y la
tercera, la del Evangelio (lo 20,19-23), es la del momento en que Cristo exhaló su aliento sobre
los Apóstoles después de la Resurrección, comunicándoles el Espíritu Santo y la facultad de
perdonar los pecados.
Toda la liturgia de P. es un canto de admiración a la obra del Espíritu Santo. Especialmente con
los Salmos 47, 67 y 103 la Iglesia expresa su glorificación a Dios porque su voz y su presencia
han llegado, desde el día de P., a todos los confines de la Tierra como signo de la Redención
universal: «Por eso, con alegría inmensa, todo el mundo exulta» (prefacio de la Misa romana),
Ante esa realidad, los cristianos reunidos para participar del «don» de P. piden al Señor que
sepan colaborar responsablemente en la obra del Espíritu: Que Él sea el Maestro que enseñe el
sentido y el gusto del bien, conduciendo a cada uno y a la Iglesia con su luz, purificando de las
manchas, protegiendo siempre; que con su rocío fecunde, para poder dar frutos de redención, los
corazones de los que le invocan (oraciones de la Misa romana del día s, de su octava). En el
Misal de 1970 la colecta, tomada d¿l Sacramentario Gelasiano Vetus, muestra que el misterio de
P. santifica a la Iglesia y pide que se derramen «los dones del Espíritu Santo sobre todos los
confines de la Tierra v no deja de realizar hoy, en el corazón de los fieles, las mismas maravillas
que realizó en los comienzos de la predicación evangélica». El Espíritu Santo mora en la Iglesia
de una manera permanente, indefectible, ejerciendo en ella una acción continua de vida y de
santificación; el Espíritu es el que trabaja en el fondo de las almas, por sus aspiraciones, para
hacer que la Iglesia sea «pura, inmaculada, sin mancha ni arrugas», digna de ser presentada por
Cristo a su Padre en el momento del triunfo final; por eso, es siempre «nuestra fuerza» (oración
después de la Comunión, compuesta con elementos de la liturgia hispana antigua y del
Sacramentario Veronense o Leoniano). El mismo Espíritu que actuó en la Encarnación del
Verbo interviene también en la Eucaristía (epíclesis) y en la constitución del Cuerpo Místico; en
la oración sobre las ofrendas, tomada del Sacramentario Bergamasco, se pide que «el Espíritu
Santo nos haga compren er a rea i a misteriosa del sacri icio eucarístico v nos lleve al
conocimiento pleno de toda verdad revelada»'.
La Iglesia ora en la solemnidad de P. para renovar en nosotros aquel acontecimiento histórico y
misterioso de nuestra salvación. Los himnos y cánticos que las diversas liturgias han compuesto
para celebrar la obra del Espíritu Santo sintetizan el significado de su «don»; se multiplican las
alabanzas y se le invoca con una insistencia que no tiene parecido, con los más emocionantes y
expresivos acentos: «Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo... Ven, dulce huésped del
alma... Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando tú
no envías tu aliento» (Secuencia. escrita probablemente por Esteban Langton, m. 1228, y
conservada para la Misa del día en todas las 'reformas de la liturgia romana). Análogamente se
expresa el célebre
parece se@ que compuesto en el s. ix, y que se ha convertido en una de las invocaciones a Dios
más utilizadas en actos importantes de la vida cristiana y de la Iglesia. Otro
texto litúrgico vibrante y significativo es el prefacio compuesto, en el Misa] 1970, con elementos
del Sacramentario Gelasiano Vetus, en el que se canta y da gracias a Dios porque el Espíritu fue
el alma de la Iglesia naciente, infundió el conocimiento de Dios a todos los pueblos, congregó en
la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas, sigue
vivificando a la Iglesia e inspira a todos los hombres de buena voluntad que buscan el Reino de
los cielos.
A partir de P. se reanuda otra vez la serie de los Domingos ordinarios, per annum, hasta el
comienzo del Adviento.
A. ARGEMI Roc.,,.
Extraido de:
Gran Enciclopedia Rialp (Ger)
Ediciones Rialp SA.
Madrid; España; 1979
Volumen 18; Páginas 255 a 260