Transhumanismo
Transhumanismo
Transhumanismo
El transhumanismo ha sido definido como “un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber
moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y de aplicar al hombre las nuevas
tecnologías, para que se puedan eliminar aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana, como
son: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y hasta la condición mortal"
El transhumanismo ha sido definido como “un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber
moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y de aplicar al hombre las nuevas
tecnologías, para que se puedan eliminar aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana, como
son: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y hasta la condición mortal”[2]. De este modo, Nick
Bostrom, uno de los mayores teóricos de esta opinión, Presidente de la World Transhumanist Association
(WTA), afirma que el “Transhumanismo” representa una nueva concepción operativa del futuro del hombre;
concepción que reúne a científicos y expertos procedentes de distintos sectores del saber: Inteligencia artific ia l,
neurología, nanotecnología, y otros investigadores en biotecnología aplicada. A éstos se unen filósofos y
hombres de cultura, con el mismo fin: el de cambiar, mejorar la naturaleza humana, y prolongar su existencia.
La misma definición del “Transhumanismo” plantea ya una serie de interrogantes fundamentales: ¿Qué
entendemos cuando hablamos de una “mejora” (Enhancement) de la especie humana?[3] ¿Dónde está la
frontera entre terapia y mejora? El hombre ha utilizado desde siempre medios naturales o artificiales para
potenciar sus facultades habituales (como, p. ej., en el caso de las gafas), mejorar su cuerpo o fortalecer su
inteligencia. ¿Existen límites éticos para estas operaciones? ¿Cuándo se puede afirmar de un hombre que es
“normal” y cuándo no lo es? ¿El criterio de normalidad se establece con arreglo a unos estándares físicos y a
estadísticas del número de seres humanos que poseen “esa normalidad”? También el asunto del Enhanceme nt
plantea de por sí numerosos interrogantes que requieren un estudio específico, científico y ético. No
desarrollaremos aquí una exposición de este tema – estrechamente vinculado al “Transhumanismo” -, sino que
nos limitaremos solo a enunciar algunos de los fundamentos teóricos e implicaciones éticas de este último [4].
Es también Bostrom el que precisa la diferencia entre un ser “transhumano” y otro “posthumano”. El primero
sería un ser humano en transformación, con algunas de sus capacidades físicas y psíquicas superiores a las de
un ser humano “normal”, pero todavía no “posthumano”. En cambio, un “posthumano” sería un ser (no se
especifica si natural o artificial) con las siguientes características: una esperanza de vida superior a los 500
años; capacidades intelectuales dos veces superiores a lo máximo que el hombre actual pudiera tener, y
dominio y control de los impulsos de los sentidos, sin padecimiento psicológico. Se trataría
por tanto de alguien con unas capacidades que sobrepasarían de modo excepcional las posibilidades del
hombre actual. Esta superioridad sería tal que eliminaría cualquier ambigüedad entre el ser humano y el
posthumano: el posthumano sería completamente distinto. Este último sería un ser “más perfecto” que el ser
humano y el transhumano. Un posthumano, según afirma Bostrom, podría gozar de una prolongación de la
vida sin deteriorarse, tendría mayores capacidades intelectuales (sería más inteligente que los demás), tendría
un cuerpo conforme a sus deseos, podría engendrar copias de sí mismo y dispondría de control absoluto sobre
sus emociones.
La humanidad será transformada de modo radical por la tecnología del futuro. Prevemos la posibilidad de
proyectar la condición humana de modo que se evite el proceso de envejecimiento ahora inevitable; se superen
las limitaciones del entendimiento humano (y del artificial); se supere un perfil psicológico sometido y dictado
por las circunstancias más que por la voluntad individual; se elimine nuestra cautividad en el planeta tierra y
el sufrimiento en general.
Será necesario el esfuerzo de una investigación sistemática con el fin de comprender el impacto de este
desarrollo todavía solo en el horizonte y darse cuenta de las consecuencias que implica a largo plazo.
Los partidarios del transhumanismo consideran que para aprovechar las nuevas tecnologías es necesario gozar
de una amplitud de miras que nos permita emplear estas tecnologías en lugar de intentar prohibir su uso o
desarrollo.
Estos mismos partidarios sostienen que hay un derecho moral a emplear métodos tecnológicos nuevos por
parte de los que lo deseen, con el objetivo de incrementar las propias capacidades físicas e intelectuales, y de
aumentar el control sobre sus vidas. Aspiran, de este modo, a conseguir un crecimiento personal que supere
decididamente las limitaciones biológicas que ponen barreras a la vida del hombre actual.
Es necesario crear lugares de encuentro donde se debata racionalmente qué pasos se han de dar hacia el futuro;
es necesario también crear las estructuras sociales en las que se puedan tomar y llevar a cabo decisiones
responsables.
El transhumanismo es partidario del bienestar para todos los seres dotados de sentido: ya sean seres humanos,
inteligencias artificiales, animales o posibles seres extraterrestres. Incluye, en este sentido, muchos princip ios
del humanismo moderno. El Transhumanismo, en cambio, no está suscrito a ningún partido político ni
vinculado a un programa del mismo tipo.
Bostrom describe en un artículo cuáles fueron las etapas e hitos fundamentales en la historia de la Filosofía y
de la Ciencia que llevaron a la teoría transhumanista[6]. Esta teoría hunde sus raíces en la antigüedad griega,
pero encuentra a lo largo de toda la historia los elementos que han provocado su nacimiento. Desde siempre,
en efecto, el hombre deseó mejorar sus capacidades físicas y mentales con diversos métodos y aspiró a la
felicidad. Sin embargo, la Revolución Científica y el pensamiento moderno constituyeron un giro decisivo,
tanto en el modo de desarrollar la Ciencia positiva como en la visión concreta del hombre.
Por otra parte, sin embargo, la naturaleza humana es considerada según la opinión de Hume, como algo
reducido a sus propiedades materiales. Como bien sabemos, este reduccionismo del concepto del hombre a
materia, junto con la visión funcionalista, origina la idea del hombre propia del neurobiologicismo. El hombre
es solo su capacidad racional, y esta última se identifica con la realidad material.
Se sostiene así una versión puesta al día del “hombre-máquina” de La Mettrie, según el cual el hombre no es
más que un engranaje perfecto formado por partes materiales; esta misma visión es presentada hoy por el
cyborg (un ente que es mitad cibernético, mitad orgánico). Influyen sobre las opiniones de los transhumanistas,
además del concepto de naturaleza propio de Hume, también las teorías utilitaristas de J. Bentham y J. Stuart
Mill, así como la ética pragmatista posterior de C. Peirce y W. James.
Otro hito del pensamiento de Occidente muy importante para el Transhumanismo lo constituye la formulac ió n
de la teoría evolucionista, enunciada por Darwin en su obra El Origen de las especies (1859). En ella Darwin
quiere apoyar científicamente la tesis materialista de Hume acerca de la naturaleza humana. Según el
evolucionismo, como se sabe, la evolución es un fenómeno solo material, un fenómeno que consiste en una
combinación entre los cambios materiales y el azar, y está todavía en desarrollo. Según los autores del
transhumanismo, nos encontraríamos en un momento especial, en el cual el homo sapiens technologic us
estaría en condición de cambiar su naturaleza por medio de las biotecnologías y otros medios, para dirigir la
hacia una nueve especie posthumana más perfecta. Cuanto a las raíces de esta teoría,
finalmente, los autores atribuyen la paternidad del término “Transhumanismo” a J. Huxley, que fue el primero
en emplear esta palabra en 1927, aunque la expresión “transhumanar” sea utilizada ya por Dante en la Divina
Comedia.
Como puntos fundamentales de la teoría transhumanista se pueden considerar los tres siguientes: a) una gran
confianza y optimismo en las posibilidades – muchas de ellas todavía desconocidas – de la ciencia; b) la
naturaleza humana, reducida a pura materia; y c) la mente humana, reducida a simples conexiones neuronales.
El cuadro general presenta, por lo tanto, una idea de la ciencia como algo absoluto, en la cual los genes y las
neuronas desempeñan toda actividad. Volveremos más adelante sobre la validez de estos supuestos.
Bostrom considera que el desarrollo creciente de algunos sectores de la ciencia, como la medicina contra el
envejecimiento, la ingeniería genética, la inteligencia artificial, la nanotecnología, la criogenización, etc.,
muestran que existen suficientes razones científicas para pensar que la hipótesis de trabajo pueda llegar a
realizarse. Las posibilidades sobre el futuro del hombre, que Bostrom expone, son fundamentalmente tres: a)
la extinción o la desaparición del hombre; b) la evolución hacia una especie superior, la posthumana; y c) el
quedarse en una fluctuación incesante entre la mejora de lo humano y lo posthumano, sin llegar a realizar esta
posibilidad. En su artículo titulado The Future of Humanity, Bostrom ofrece una presentación de cómo procede
el futuro de la humanidad según describimos en el apartado siguiente[11].
Después de haber enunciado los principios fundamentales de la teoría, veamos ahora cuáles son los modos
concretos a través de los cuales – siempre según la opinión de los autores que defienden esta teoría – tendrá
lugar este paso de la especie humana a otra superior[12].
En primer lugar está la aplicación de la técnica eugenésica prenatal a embriones, eso es, la selección de seres
humanos “sin defectos ni patologías” y la eliminación de los seres enfermos con la técnica oportuna. De hecho,
el movimiento transhumanista y los representantes de la eugenética liberal, como, por ejemplo, J. Savulescu,
sostienen no solo la licitud de la elección de los embriones sanos y la eliminación de los que presentan
patologías, graves y no graves, sino que además hablan ya de la obligatoriedad moral para que no nazcan niños
enfermos. Por supuesto, para ellos sería lícita también la eliminación, mediante el aborto, de fetos que
presenten anomalías congénitas[13]. Incluso en los últimos tiempos algunos de ellos (Giubilini y Minerva)
han planteado el infanticio neonatal de discapacitados graves como algo lícito y necesario, o al menos
consecuente con sus teorías. En segundo lugar, se mira a la nanotecnología molecular, que, a través de la
introducción de microchips en diversas partes del cuerpo, quiere activar y potenciar las distintas capacidades,
especialmente las cerebrales. Como analogía, cabe pensar en lo que acontece en algunas patologías o
discapacidades, cuando, gracias a la introducción de microprótesis auditivas u ópticas, o bien con partes del
cuerpo humano de origen biónica, se incrementan algunas facultades humanas. Todo esto encontraría su
aplicación, según opinan los transhumanistas, no solo en el ámbito terapéutico, sino también, y de modo
especial, para potenciar la actividad de algunos órganos humanos, como, por ejemplo, los del aparato
cardiorespiratorio.
Otra posibilidad la representan los fármacos que favorecen el control el bienestar emocional (los
antidepresivos), que tienen la finalidad de limitar el impacto negativo de algunas experiencias, bloqueando los
centros de control y los neurotrasmisores. Si el entendimiento humano – como ya dijimos antes – y toda su
actividad se reduce a puras conexiones neuronales, que, en gran medida, despliegan su actividad a través de
reacciones físico-químicas, es obvio que, si se conocen bien los mecanismos de acción, se pueden introduc ir
sustancias químicas que influyen en los mecanismos, cambiándolos o impidiéndolos. Del mismo modo, la
toma de “píldoras de la personalidad” podría modificar esta última, de modo que supere limitaciones como la
timidez, o bien que se incremente la capacidad creativa o emocional. En definitiva, se considera esta posible
aplicación como algo análogo a lo que se hace hoy, en el mundo del deporte, con el “doping”. No es de
extrañar, por tanto, que algunos autores, como J. Savulescu, justifiquen moralmente el doping de los
deportistas.
Los transhumanistas toman en cuenta, además, las posibilidades de una prolongación de la esperanza de vida,
gracias al empleo de terapias génicas o métodos biológicos que permitan detener el envejecimiento celular.
En la actualidad esto no es posible. Tal vez se puede frenar el proceso, pero no pararlo. En nuestra opinión,
esta finalidad aparece por lo menos utópica, tanto ahora como en el futuro, porque supondría la superación de
una condición intrínseca al transcurso del tiempo en las sustancias orgánicas. La temporalidad y el
envejecimiento de los seres orgánicos son, en efecto, características propias e inevitables de la materia viva.
A pesar de todo, algunos opinan que se podrá superar la frontera de la muerte, a través de la crioconservac ió n
y la reanimación de pacientes mantenidos en suspensión criogénica. De hecho, en algunos centros se está
llevando a cabo la crioconservación de personas fallecidas, con la esperanza de poderlas devolver a la vida, y,
en un futuro y con el progreso de la ciencia, emplear soluciones terapéuticas todavía desconocidas. Sin
embargo, posibilidades como estas – a medio camino entre la utopía y una fe ciega en el progreso científico –
suscitan perplejidad, por no decir un escepticismo total, porque, si se tiene una concepción del hombre como
de alguien que no está constituido solo de materia, estas opiniones aparecen como vacías de sentido y fundadas
en pretensiones absurdas.
Pero la enumeración de los fines que los transhumanistas quieren alcanzar no es todavía completa. Algunos
autores, en efecto, al partir siempre de una visión mecanicista del hombre, según la cual el cerebro y sus
informaciones se pueden reducir a la sola materia, han llegado a formular la hipótesis de una existencia post-
biológica. En un primer momento, por medio de una especie de “scanner” se podría obtener una escansión de
la matriz sináptica de un individuo animal, con la finalidad de reproducirla, en un segundo momento, en un
ordenador (computer). De este nodo, en analogía con lo que sucede en una transmisión de datos de tipo virtual,
se podría realizar la transferencia de lo vivido subjetivo a partir de un cuerpo biológico (ya fallecido) ya sea a
otro ser orgánico (trasplante de cerebro), ya sea a un substrato material-digital. De modo coherente y de
acuerdo con lo que se ha dicho, algunos autores han pensado en la posibilidad de crear “máquinas super-
inteligentes”, en las que se produzca una combinación entre una parte cibernética y otra parte orgánica : los
llamados “cyborg” (cybernetics organism), una “entidad” en parte orgánica y en parte mecánica, ¿ser humano
o máquina?
Todas las afirmaciones y los métodos enunciados que integran el proyecto de alcanzar los fines del
transhumanismo hacia un posthumano, reciben en conjunto el nombre de “Postulado tecnológico”. El
“Postulado tecnológico”, según estos autores, se llevará a cabo en los próximos 100 años, con la ayuda y el
apoyo del Foresight Institute para la investigación y la nanotecnología, y del Extropy Institute para la
expansión de las capacidades, la autotrasformación y el optimismo dinámico, dirigido por M. More, ambos
Institutos creados a finales de los ochenta.
Frente a la teoría y al contenido del “postulado transhumanista”, en parte ya puesto en práctica – piénsese, por
ejemplo, en la selección genética de embriones que presentan una patología -, surgen numerosos interrogantes,
algunos de los cuales quedan sin respuesta por parte de los transhumanistas. Procuraremos enumerarlos en
este apartado.
F. Fukuyama definió el transhumanismo como “una de las ideas más peligrosas del mundo”[14], porque altera
la naturaleza humana y el concepto de la absoluta igualdad entre todos los seres humanos, que es el fundame nto
de toda sociedad demócrata. También J. Habermas criticó la teoría y los supuestos del Transhumanismo y del
Enhancement porque eliminarían la posibilidad de la autonomía moral del individuo, ya que ésta estaría
sometida a los intereses sociales, políticos o económicos y además eliminaría la igualdad entre los hombres.
En nuestra opinión, lo problemático de esta teoría reside, en primer lugar, en sus postulados o premisas de tipo
antropológico, asumidos como verdaderos y absolutos, cuando son, en cambio, muy discutibles y, de hecho,
no reconocidos o aceptados por todos. A continuación examinaremos los más relevantes, proponiendo un
breve análisis crítico de ellos.
En primer lugar, se plantea el problema de cuál es el concepto de la naturaleza humana y del hombre, reducido
a simple materia: los autores que sostienen la teoría transhumanista proceden, en su mayoría, de la tradición
anglosajona, y, en muchos casos, prescinden completamente de las conquistas del pensamiento clásico, como,
por ejemplo, las de Aristóteles, Tomás de Aquino o Kant, pero también de algunos pensadores
contemporáneos, que se inspiran en los clásicos, como son R. Spaemann, A. MacIntyre, M. Nussbaum,
Ricoeur y otros. Las teorías de estos últimos son rechazadas por unos prejuicios sin fundamento, sobre todo
sin el soporte de una crítica de las teorías clásicas, que califican sin más de vacías, abstractas y carentes de
sentido práctico. Todo esto es una especie de falacia ad hominem, puesto que las teorías clásicas son
descalificadas sin argumentos. De este modo, estos autores tranhumanistas, que aceptan y asumen solo la
filosofía moderna, especialmente la que se inspira en Hume, el empirismo y el neo- empirismo, derivado de
sus teorías, caen en una asunción totalmente acrítica, porque carece de la confrontación con otras teorías. Estos
autores afirman que ens est percipi, es decir, que el “hombre” es solo lo que tiene la facultad de percibir, una
realidad material, un cuerpo, una estructura, excluyendo su potencialidad, su finalidad intrínseca o la
existencia en él de algo inmaterial. El hombre es materia. De este modo, se opera el primer reduccionis mo
“biologicista”, que, unido a la “falacia naturalista”, establece que no es posible fijar una ética que surja de la
naturaleza humana (finalizada y racional). Los fines, según esta teoría, son elegidos o de modo autónomo por
la racionalidad de la persona, o bien por criterios extrínsecos de una utilidad pragmática. Estos autores no
asumen nunca la carga de la prueba; es decir, no aceptan que la naturaleza humana pueda dirigirse a un fin.
Simplemente lo niegan, pero sin aportar argumentos fuertes o detallados. Se manifiestan así al menos dos
cosas: la primera es que no conocen a autores como Aristóteles, Tomás, etc.; la segunda es que, si los conocen,
no los toman en consideración.
El hombre, por lo tanto, es considerado como un mecanismo material complejo, que funciona como una
máquina (piénsese en el hombre-máquina supuesto por J-O. De la Mettrie), y no sorprende que se hable de la
posibilidad de crear ciertos seres, en los que la cibernética y la nanotecnología sustituirían completamente a
la naturaleza humana, llevando al hombre hacia una especie de ser artificial o “post-humano”. Si somos
totalmente materia, y si logramos un día entender perfectamente cómo funciona el hombre, ¿qué dificultad
encontraremos para hacer un hombre artificial? Ya en la película Blade Runner se plantea la pregunta de la
diferencia entre el ser humano y el replicante producido artificialmente. Llegará un momento, piensan los
transhumanistas, en que podremos hacer unas réplicas humanas perfectas, idénticas al hombre, pero
artificiales.
En tercer lugar, una vez que el concepto de persona ha sido entendido equivocadamente hasta identificar lo
con una racionalidad en función, se produce una incapacidad para entender la dignidad ontológica, intrínseca,
de todo ser humano. Si se elimina el fundamento ontológico que hace que el hombre sea esencialmente distinto
de otros seres vivos, se reduce al hombre a un ser material como son otros seres, se produce un igualitar is mo
ontológico cuantitativo, no de grado (somos solo más complejos que los animales o las máquinas u objetos
superinteligentes, desde el punto de vista cuantitativo, pero nada más). En este caso, el concepto de dignidad
humana queda expuesto a que se le atribuyan significados totalmente subjetivos (calidad de vida[15],
capacidad de autonomía, etc.), e incluso se llega a considerar que debería ser eliminado del todo de la discusión
sobre la antropología y la bioética (piénsese, en este sentido, en el debate acerca del concepto de “dignidad ”
reflejado en revistas de bioética, donde es a veces calificado como un concepto vacío e inútil). Con esto no
queremos decir que estos factores, como la calidad de vida y la autonomía, estrechamente relacionados con la
dignidad humana, no sean importantes, sino que consideramos que su significado se deriva o es análogo de un
concepto principal, que es el de la dignidad de la persona o de su valor intrínseco, que nace con la generación
del ser humano y desaparece con su muerte. Además, si el ser humano no tuviera un valor por sí mismo, ¿qué
sentido tendría hablar de mejorar la calidad de vida del hombre o de concederle autonomía? La dignidad o es
poseída desde el origen, y el hombre la posee por ser hombre, o es concedida. En este segundo caso, ¿quién
es el que la concede o la reconoce? En efecto, lo que está sucediendo es que de la pérdida de la noción de
dignidad humana como propiedad ontológica y, por tanto, con un valor intrínseco e irrenunciable de cada
hombre, procede directamente la consecuencia de que la dignidad puede ser reconocida o no por las personas,
por el poder tecnocrático o hasta por el poder político. Recuérdese, por ejemplo, cómo la afirmación “vidas
no dignas de ser vividas”, empleada como criterio decisivo por las políticas nazis en la “Operación eutanasia
T4”, produjo de hecho la discriminación y la eliminación física de personas deformes o con demencias graves.
Por otra parte, ¿qué sentido tendría hablar de la igualdad en los derechos del hombre, si el fundamento de esta
aserción no fuera el hecho que todos tenemos la misma naturaleza, y que esta última tiene un valor en si?
Desgraciadamente, el iuspositivismo moderno, procedente de un concepto empirista de naturaleza humana,
ha llevado a considerar estos derechos como frutos de un consenso, más que algo intrínseco al mismo ser
humano.
Además de las cuestiones a las que hemos aludido (sentido de la naturaleza humana, de la persona, de la
dignidad), en nuestra opinión el Transhumanismo deja otras muchas cuestiones sin resolver, algunas de ellas
verdaderas aporías.
Señalamos aquí algunas de ellas:
a) Los autores transhumanistas suelen identificar la felicidad psicológica con la perfección física, lo que
equivale a decir: “cuanto más perfecto eres en el físico, tanto más feliz serás”. Pero esta equivalencia no
siempre es cierta. La realidad muestra que se pueden dar situaciones en las que la imperfección genética no
engendra infelicidad, o que hay personas que, aunque padezcan una enfermedad grave, viven una vida feliz.
La constatación de este hecho pone en evidencia que la felicidad humana no es solo una cuestión de
“perfección genética”, sino algo más profundo, que pertenece al ámbito de lo moral, algo que se relaciona con
la persona en su conjunto (lo que es prueba, en alguna medida, de que no somos solo materia). La experiencia
demuestra, además, que lo que nos hace más felices no es un bien material o algo que se puede someter a un
experimento científico positivo (piénsese, por ejemplo, a situaciones de amistad o amor). Esto equivale a decir
que el hombre no está orientado a conseguir solo bienes materiales, sino también bienes que son valores en si
mismos. En los autores transhumanistas se produce una confusión entre las capacidades físicas y las cualidades
morales o “metamateriales”. Tendríamos, además, que preguntarnos si la evolució n es solo un proceso
material casual, como ellos afirman, o algo más. Estos autores asumen como un dogma que la evolución es
un fenómeno materialista y casual, sin darse cuenta de que, en buena medida, esta afirmación está en contraste
con sus principios racionalistas. ¿Por qué creer en el progreso ilimitado de las ciencias, si la realidad demuestra
que la ciencia se equivoca y, a veces, hasta retrocede? Tampoco está demostrada la utopía de un progreso
científico lleno de optimismo. En realidad, en sus obras se encuentra al mismo tiempo una confianza
dogmática en la ciencia y la acusación de dogmatismo fideísta no demostrado a la metafísica. Pero, en
definitiva, son ellos los que caen en un dogmatismo fideista de cuño materialista y cientifista.
b) Además de estos interrogantes fundamentales, surgen otros relativos al aspecto práctico: antes de llegar a
producir un hombre “perfecto” o posthumano, ¿qué hacer con todos los hombres “no perfectos”? Mientras
conviven humanos y posthumanos ¿Quién establece los relativos derechos, y con arreglo a cuáles principios
serán todos iguales? ¿O, tal vez, derechos y deberes no serán iguales? ¿Cuál será el fundamento de la igualdad
o de la desigualdad? ¿Por qué se supone, como cosa cierta, que vivir indefinidamente es algo deseable?
¿Tenemos la obligación moral de mejorar al ser humano o de darle solo una vida lo mejor posible? ¿Y qué
significa “mejor”? ¿Esta mejora tiene un sentido solo biológico o también moral? ¿Quién establece los límites
y las normas de la mejora biotecnológica? ¿El estado, los tecnócratas?
[1] Traducción del artículo publicado en italiano en la Revista “Medicina e Morale” 2009/2: 267-282. No
realizada por la autora.
[2] N. Bostrom, Intensive Seminar on Transhumanism, Yale University, 26 June 2003. Nick Bostrom es un
filósofo sueco, experto en Inteligencia Artificial, que trabaja en la Facultad de Filosofía de la Universidad de
Oxford. Dirige actualmente el Future of Humanity Institute de la misma Universidad. Se pueden encontrar
todos sus artículos y otras publicaciones en: http//www.nickbosrom.com.
[3] Sobre este asunto quiero señalar el último volumen publicado por los defensores del Enhancement y de la
eugenesia liberal; este volumen reúne aportaciones de los principales exponentes de esta corriente: P. Singer,
J. Harris, A. Sandberg, J. Savulescu, N. Bostrom: J. Savulescu, N. Bostrom (eds.), Human Enhanceme nt,
Oxford, Oxford University Press, 2009.
[4] Cfr N. Bostrom, R. Roache, Ethical Issues in Human Enhancement, en Ryberg et Al. (eds.), New Avances
in Applied Ethics, Palgrave, Macmillan, 2007.
[5] Cfr. la web http//www.transhumanism.org. Se pueden encontrar además numerosos elementos de la teoría
en el volumen de S. Young, Designer Evolution: a transhumanist manifesto, New York, Prometheus Books
2006.
[6] Cfr N. Bostrom, A History of Transhumanist Thought en Journal of Evolution and Tecnology 2005, 14(1),
1-25.
[9] Fukuyama desarrolla su crítica en la obra Our Posthuman Future: Consequences of the Biotechno lo gy
Revolution, New York: Farrar, Straus and Giroux; 2002.
[10] J. Ballesteros, E. Fernández (eds.), Biotecnología y Posthumanismo, Navarra, Ediciones Aranzadi, 2007.
[11] Cfr N. Bostrom, The Future of Humanity, en Berg Olsen (eds.) New Waves in Philosofy of technology,
Palgrave, MacMillan 2007.
[13] Cfr J. Savulescu, New breeds of humans:the moral obligatios to enhanceEthics, Law and Moral
Philosophyof Reproductive Biomedicine 2005, I, 36-40. N. Agar, Liberal Eugenics in Defence of Human
Enhancement, Oxford, UJ, Blackwell 2004.
[15] Cfr N. Bostrom, Dignity and Enhancement en Human Dignity and Bioethics: Essays Commissioned by
the President’s Council on Bioethics (Washington D.c.) 2007, en sitio web: http//www.nickbostrom.co m,
acceso del 20.04.2009. En este artículo el autor sistematiza el concepto de dignidad en la visión del
Enhancement, y constata que esta visión excluye el valor ontológico de la dignidad humana. Se puede ver
también sobre este aspecto, Idem. In Deffence of posthumanism dignity, en Bioethics 19(3) 202-210.
[16] A este propósito se puede consurlar el artículo de A. Postigo-M. Díaz, “Nueva Eugenesia: la selección
de embriones in vitro”, en J. Ballesteros, A. Aparisi (eds.), Biotecnología, dignidad y Derecho: bases para un
diálogo, Pamplona, Eunsa, 2004, 79-110.