Este documento analiza el capitalismo como un sistema de dominación múltiple que oprime a las personas y la naturaleza de diversas formas, incluyendo la explotación económica, la dominación política e ideológica, el control sociocultural y la degradación ecológica, con el objetivo de maximizar las ganancias. La pandemia ha exacerbado estas formas de opresión y la 'nueva normalidad' busca reforzar este modelo dominante.
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Este documento analiza el capitalismo como un sistema de dominación múltiple que oprime a las personas y la naturaleza de diversas formas, incluyendo la explotación económica, la dominación política e ideológica, el control sociocultural y la degradación ecológica, con el objetivo de maximizar las ganancias. La pandemia ha exacerbado estas formas de opresión y la 'nueva normalidad' busca reforzar este modelo dominante.
Este documento analiza el capitalismo como un sistema de dominación múltiple que oprime a las personas y la naturaleza de diversas formas, incluyendo la explotación económica, la dominación política e ideológica, el control sociocultural y la degradación ecológica, con el objetivo de maximizar las ganancias. La pandemia ha exacerbado estas formas de opresión y la 'nueva normalidad' busca reforzar este modelo dominante.
Este documento analiza el capitalismo como un sistema de dominación múltiple que oprime a las personas y la naturaleza de diversas formas, incluyendo la explotación económica, la dominación política e ideológica, el control sociocultural y la degradación ecológica, con el objetivo de maximizar las ganancias. La pandemia ha exacerbado estas formas de opresión y la 'nueva normalidad' busca reforzar este modelo dominante.
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LA “NUEVA NORMALIDAD”
CAPITALISTA Y LAS ALTERNATIVAS
POSTPANDEMIA
Crítica al Sistema de Dominación Múltiple del Capital
Las formas de opresión capitalista se han sofisticado al subordinar todas las dimensiones de la vida material y cultural. La enajenación (económica, social, política, cultural, mediática, ambiental) que produce el modelo de capitalismo neoliberal es propia de un sistema que sostiene el crecimiento de las ganancias expropiando la vida humana y natural. La explotación capitalista se solapa tras un enjambre de relaciones, pero su esencia sigue siendo obtener plusvalía. Las prácticas de dominio y sujeción de la sociedad capitalista conforman un sistema de opresiones que perdura en el tiempo y se expande en el espacio. La crisis actual de la globalización neoliberal (económica, política, ambiental, social), agudizada con la pandemia, afecta el modo de valorizar el capital o maximizar ganancias, lo cual refuerza su modelo explotador y depredador con expresiones de mayor violencia, desigualdades, militarización, daños ambientales, irrespeto a la dignidad y los derechos humanos, fractura del tejido social comunitario, control sofisticado de la subjetividad. La pandemia se ha vuelto un negocio para la dominación en tanto permite concentrar enormes riquezas en menos manos y el modo pandémico de dominación se volverá la nueva normalidad. El proceso actual de reproducción ampliada del capital, su valorización, reconfigura las relaciones espacio-temporales para someterlas al crecimiento de la ganancia. La “nueva normalidad” denomina el intento de recomponer la hegemonía neoliberal a escala global. El capitalismo es un sistema incompatible con la vida. ¿Para qué necesita el capital apropiarse de la vida natural y humana y de las subjetividades? La comprensión del capitalismo como un Sistema de Dominación Múltiple (SDM) para la acumulación infinita de riquezas permite comprender el proceso de reproducción social que le es inherente, abarcando cada aspecto de la vida. La sostenibilidad de la vida atenta contra su lógica de acumulación. El mercado capitalista convierte a las personas y a la naturaleza en “recursos económicos” comprables y vendibles según las necesidades de la economía. Estas necesidades son trastocadas en deseos insaciables de consumo. El dominio del libre mercado sobre la vida desplaza toda noción de comunidad por espectacularidad. El espectáculo y la inmediatez, más la pandemia, son rasgos distintivos de la sociedad. Ellos reconfiguran los ejes de la dominación capitalista: económica, político-ideológica, sociocultural, ecológica, simbólico-mediática y de los saberes. Las múltiples formas de opresión, exclusión y depredación se complementan e integran en un único y hegemónico sistema de dominación que acentúa la contradicción capital-vida. La comprensión del sistema de dominación múltiple del capital integra sus formas de opresión en un sistema cuyas mutaciones acentúan la contradicción fundamental capital/vida, amplía la capacidad crítica analítica y se vuelve una poderosa herramienta teórica capaz de articular las diversas formas de luchas y resistencias contra dicho sistema. Los ciclos sucesivos de mundialización capitalista reconfiguran, en su imbricación, la crisis propia del sistema del capital, al tiempo que condicionan las formas de expresión de las alternativas revolucionarias. La dominación económica es la más visible y aparenta ser única. El continuo proceso de acumulación de riquezas por medio de la compulsión de las personas al trabajo asalariado bajo la violencia y desposesión de su subjetividad es la esencia económica del capitalismo. Es un proceso cosificador incompatible con la sostenibilidad de la vida. Los hombres y las mujeres ocupan en función del trabajo la mayor parte del tiempo de sus vidas. Las nuevas tecnologías incrementan el trabajo de manera «informal» y «flexible», mientras disminuyen los derechos laborales y destruyen el sentido unitario y asociativo del proceso productivo. El trabajo de cuidados, que se incrementa en época de crisis, sigue subvalorado y en mano de las mujeres, sin reconocimiento económico. Esta agudización de la contradicción capital-vida bajo los efectos de la pandemia provoca tensiones constantes entre el Estado, la familia, la comunidad y el mercado, las cuales se tienden a solucionar en detrimento de las mujeres. El sistema de opresión capitalista desvaloriza, esclaviza y explota a través del trabajo incorporando la tecnología para garantizar la conexión global y reducir al mínimo los costos de trabajo. La subestimación de los trabajos de cuidados y su naturalización en las mujeres, entendido como algo inherente a lo femenino ser cuidadoras, supone sacar de la esfera económica el proceso de reproducción de la vida. La invisibilización del trabajo femenino se valida éticamente con esta cínica racionalidad económica. Estas formas de opresión económicas no son suficientes para garantizar la maximización de las ganancias capitalistas.
Una mayor acumulación de capital necesita tener el control de la soberanía, la
autonomía y las libertades individuales, de grupos, clases y la sociedad. La dominación político-ideológica garantiza la acumulación de capital desde los poderes públicos y el sentido común. Su primer interés es dividir a los sectores progresistas y populares, mientras consolida los intereses del bloque hegemónico burgués. Los poderes políticos se consolidan transformando las desigualdades sociales en políticas y se reafirman excluyendo según las identidades. La ideología liberal sirve a la política de segregación y discriminación por diferencias de clase, género, etnia, raza, orientación sexual, generacional, entre otras. Un poder público estable y legítimo es una condición necesaria para la acumulación sostenida de capital, pero el impulso interno del sistema hacia una acumulación sin límites tiende a desestabilizar los poderes políticos que la sostienen. Esta contradicción política explica las sucesivas crisis de las democracias representativas de baja intensidad y el carácter antidemocrático del sistema. El Estado capitalista se afianza en las instituciones gubernamentales y organizaciones políticas, delimitando con mayor precisión los dueños del excedente, de los tiempos y de los espacios, usurpando y cooptando las creaciones, los símbolos y hasta los liderazgos populares. La crisis política global se remienda con injustas distribuciones de los espacios, tiempos y deseos de las personas acentuando las opresiones y crisis alimentarias, ambientales, de cuidados y de gobernabilidad.
La necesidad del capital de reproducir valores y modos de vidas a escala global
para erigirse en poder absoluto afianza la dominación sociocultural. La expropiación de la capacidad de crítica y de creación de las personas es otra forma de dominio que se apoya en la cultura y nos despoja de subjetividad propia. El carácter excluyente, unilateral y explotador de este sistema, cuya lógica siempre presupone la desigualdad, la superioridad, una “alta cultura” frente a la no cultura, margina y folcloriza las formas culturales de raigambre popular. El capitalismo se presenta como la sociedad de la imagen o el simulacro, donde lo real se transforma en un conjunto de acontecimientos atemporales. La oficialización y la desacralización de todas las cosas en términos de circulación e intercambio de símbolos da preeminencia a lo imaginario sobre la realidad. La vida cotidiana se vuelve un rápido fluir de signos e imágenes.
Los valores, ideas, deseos, proyectos de vida, la cultura y la espiritualidad se
absorben para la producción de capital. El sistema capitalista, en nombre de una supuesta pluralidad cultural, impone sus valores culturales hegemónicos. Desata una guerra frontal contra los movimientos sociales (de mujeres, por la diversidad sexual, antirracistas, ambientalistas, de trabajadores y trabajadoras, entre otros) que defienden sus valores, derechos y reconocimiento a la identidad. Ante esta realidad no es posible sustentar una concepción de la cultura basada en las antiguas premisas de fronteras simbólicas. Mientras la globalización compulsa a la desterritorialización de las culturas, a nivel nacional se procesa una nueva forma de delimitar las fronteras culturales sobre la base de diferentes franjas etarias, diferencias culturales, confrontaciones con lo regional, lo nacional y lo transnacional, de desigualdades económicas y sociales entre clases, etnias y países. El capitalismo pone al límite la relación vida o muerte. La dominación ecológica muestra el interés del capitalismo por la privatización de los bienes comunes y naturales. El cuidado y la sostenibilidad de la vida se sustituyen por modelos de progreso y prosperidad depredadores. Las armas, los desechos tóxicos, las energías sucias, la contaminación del agua y el aire, los alimentos transgénicos sin nutrientes, destruyen la vida a escala planetaria. La robótica, las computadoras, los sistemas automatizados disminuyen el tiempo de trabajo y son una amenaza permanente para las condiciones de vida. La dominación ecológica aumenta la pobreza y la miseria en gran parte del planeta. El modelo de desarrollo del capital impone una mirada utilitarista de la naturaleza, la desacraliza, cosifica, mercantiliza, genera su propio ecosistema orientado a maximizar ganancias. La relación del capital con la naturaleza lo ha hecho insostenible como sistema, al alterar los límites de las capacidades naturales para sostener la vida y renovarse. Los patrones de consumo que promueve teniendo en cuenta la circulación como ciclo indispensable de realización de la mercancía y la generación de desechos están estrechamente relacionados con la lógica moderna de crecimiento económico desigual. Sin lugar a dudas la naturaleza es el punto de partida del capital, pero no es necesariamente su punto de llegada. De la naturaleza toma el capital su fuente de riqueza y a ella le devuelve sus desechos. Estas formas múltiples de dominación capitalista tienen símbolos propios que se vuelven seductores, cautivadores, provocan placer, dan sensación de poder en las personas y son utilizadas por los medios de comunicación y las redes sociales para captar seguidores.
La manipulación mediática y cultural se apoya en la dominación de los saberes.
La opresión desde el conocimiento y los saberes refuerza el colonialismo haciendo una interpretación abstracta de la realidad desde posiciones elitistas, patriarcales, racistas y androcéntricas. Se despolitiza el conocimiento bajo la neutralidad valorativa de la ciencia. El saber colonizado opera en todos los espacios de la vida, se asume acríticamente, como axiomas no cuestionados. Desde el lenguaje y los discursos se impone un saber dominante que cierra las posibilidades de diálogos entre saberes y conocimientos diversos. Todos los elementos del sistema de opresión se naturalizan y pasan a ser sentido común e imperativo cotidiano. La comprensión de la lógica irracional y opresiva del capitalismo, sus tendencias y líneas de conflicto son elementos de partida para la transformación y la conducción de la humanidad hacia otro orden social de justicia, hacia la dignidad humana y la equidad. Con todas las advertencias sobre el sistema de dominación del capitalismo, no se pueden simplificar los esfuerzos emancipadores. Su crítica crea posibilidades de superar la realidad hacia salidas y alternativas necesarias.
La subjetividad es hoy un terreno de disputa entre dominación y emancipación, de
gran beligerancia y confrontación, no suficientemente avizorado. La subjetividad burguesa, blanca, machista, egoísta y demandante, es consecuencia del sujeto reprimido del neoliberalismo. Esta tendencia ha agudizado la contradicción entre una espiritualidad humana como bien común universal y su apropiación privada por corporaciones transnacionales, que procuran la reproducción global de formas enajenadas de subjetividad. Las capacidades productivas de la sociedad (técnicas y científicas) están deviniendo cada vez más en fuerzas destructivas de la humanidad. Las capacidades asociativas, subjetivas (representaciones, afectos y deseos) y simbólicas son subordinadas de modo unilateral a las primeras, sesgando el potencial emancipador de que pueden impregnar a la sociedad. El capitalismo se reacomoda y se reinventa para salir de las crisis y tiene la capacidad de apropiarse, de metabolizar las alternativas que se le enfrentan. Por eso, cuando nos enfrentamos al sistema de dominación, rompemos el aislamiento y mostramos el potencial político que tenemos como sujetos de cambio, ampliando y uniendo los espacios de luchas. La resistencia contra el neoliberalismo anticipa la posibilidad de una nueva fase de la lucha de clases contra la dominación: feminista, anticolonial y antirracista, ecologista e internacionalista.
En el capitalismo del siglo XXI, formas plurales de subjetivación revolucionaria
enfrentan la diversidad de expresiones de dominación. Tales enfrentamientos conforman antagonismos globales, expresiones de luchas emergentes, entre los cuales se destacan: • Luchas indígenas y agrarias que resisten a la acumulación capitalista permanente, a la colonización por desposesión de bienes comunales, que expolia sus formas tradicionales de vida. • Luchas de las clases trabajadoras que resisten a la subordinación técnica del conocimiento a la ganancia empresarial (como valor agregado) y a los cambios que ha creado sobre sus condiciones. Estas clases han sido regionalmente fragmentadas (vinculadas a las ciencias y tecnologías en el centro, a lo rutinario y asociativo en las periferias), socialmente más difusas (debido a la precarización e informalización), pero a la vez más expandidas a nivel mundial. • Luchas en defensa de la vida en el planeta frente a la subordinación técnica del metabolismo de la naturaleza a la acumulación capitalista y a la inminente catástrofe medioambiental. • Procesos de subjetivación política que reivindican derechos y soluciones ante la crisis de la reproducción social e impugnan la dominación heteropatriarcal y racial al servicio de la racionalidad del capital.
Los ejes movilizadores de las clases, grupos y movimientos antagónicos al
sistema de dominación capitalista tienden a agruparse en los siguientes ejes temáticos: ▪ Control y uso no mercantilizado de recursos públicos (salario, seguridad social, salud, educación, vivienda, transporte) ▪ Defensa o ampliación de derechos sobre necesidades vitales (agua, tierra, energías, cuidados, trabajo) ▪ Defensa de territorios y bienes comunes, tanto públicos como comunitarios ▪ Preservación y reconocimiento de la diversidad cultural, de identidades, lenguas y saberes. ▪ Desracialización y descolonización de las relaciones sociales y de los vínculos entre los pueblos ▪ Dignificación y democratización de trabajos reproductivos y reivindicación de la soberanía de las mujeres sobre la gestión de sus cuerpos y de sus vínculos ▪ Democratización de recursos y bienes comunes culturales (conocimiento, información) ▪ Defensa del ecosistema planetario, por restablecer metabolismo racional entre el ser humano y la naturaleza ▪ Renovación de un internacionalismo que impulse propuestas de democratización política y económica a escala global
Tales cambios han descentralizado las formas de movilización de las clases y
grupos subalternos. La lucha sindical tradicional, anclada en los lugares de producción, tiende a transformarse o ser complementada por luchas comunales (de sociedades y clases con amplia base agraria comunitaria), y por formas más flexibles de articulación de varias clases sociales y sujetos políticos, en las que el núcleo dirigente no está dado de antemano, sino que resulta del proceso mismo de movilización. Para la restauración capitalista neoliberal ha sido condición fundamental el desmontaje de los instrumentos históricos (leyes y derechos e instituciones como partidos y sindicatos) que permitían utilizar el poder del Estado en favor de las clases trabajadoras, o sea, el vaciamiento de las protecciones sociales y de los poderes públicos a todos los niveles. Pese a su estrechamiento neoliberal, el poder del Estado continúa siendo principio estructurador de desigualdades en las sociedades capitalistas, así como premisa de la lucha social. La emancipación de las clases subalternas de y en el capitalismo pasa necesariamente por la lucha por el poder del Estado, a condición de que no sea solo una ocupación de su poder monopólico sino una construcción político- cultural capaz de reconducir el sentido de lo común, de lo universal, el sentido nacional de comunidad política. En otra escala, las contradicciones entre una economía capitalista cada vez más globalizada y el entramado internacional de Estados territoriales ha desencadenado, por un lado, la reconfiguración de la hegemonía mundial en torno al poder corporativo transnacional, con una amplia red de agentes y medios diversos (Estados, organismos regionales y multilaterales, acuerdos comerciales, actores ilegales, deuda soberana, etc.), que ha promovido sistemáticamente autoritarismo y represión, golpes de Estado y guerra imperialista; por otro, ha suscitado alternativas que procuran estructuras regionales de integración sobre bases de cooperación, solidaridad y asistencia mutua, movimientos sociales globales de carácter antisistémico, o la defensa de un marco global de regulación sobre el capital transnacional.