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SDM XIV Paradigmas 17.9.21

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LA “NUEVA NORMALIDAD”

CAPITALISTA Y LAS ALTERNATIVAS


POSTPANDEMIA

Crítica al Sistema de Dominación Múltiple del Capital


Las formas de opresión capitalista se han sofisticado al subordinar todas las
dimensiones de la vida material y cultural. La enajenación (económica, social, política,
cultural, mediática, ambiental) que produce el modelo de capitalismo neoliberal es propia
de un sistema que sostiene el crecimiento de las ganancias expropiando la vida humana
y natural.
La explotación capitalista se solapa tras un enjambre de relaciones, pero su
esencia sigue siendo obtener plusvalía. Las prácticas de dominio y sujeción de la
sociedad capitalista conforman un sistema de opresiones que perdura en el tiempo y se
expande en el espacio.
La crisis actual de la globalización neoliberal (económica, política, ambiental,
social), agudizada con la pandemia, afecta el modo de valorizar el capital o maximizar
ganancias, lo cual refuerza su modelo explotador y depredador con expresiones de
mayor violencia, desigualdades, militarización, daños ambientales, irrespeto a la
dignidad y los derechos humanos, fractura del tejido social comunitario, control
sofisticado de la subjetividad.
La pandemia se ha vuelto un negocio para la dominación en tanto permite
concentrar enormes riquezas en menos manos y el modo pandémico de dominación se
volverá la nueva normalidad.
El proceso actual de reproducción ampliada del capital, su valorización,
reconfigura las relaciones espacio-temporales para someterlas al crecimiento de la
ganancia. La “nueva normalidad” denomina el intento de recomponer la hegemonía
neoliberal a escala global.
El capitalismo es un sistema incompatible con la vida. ¿Para qué necesita el
capital apropiarse de la vida natural y humana y de las subjetividades?
La comprensión del capitalismo como un Sistema de Dominación Múltiple (SDM)
para la acumulación infinita de riquezas permite comprender el proceso de reproducción
social que le es inherente, abarcando cada aspecto de la vida.
La sostenibilidad de la vida atenta contra su lógica de acumulación. El mercado
capitalista convierte a las personas y a la naturaleza en “recursos económicos”
comprables y vendibles según las necesidades de la economía. Estas necesidades son
trastocadas en deseos insaciables de consumo.
El dominio del libre mercado sobre la vida desplaza toda noción de comunidad por
espectacularidad. El espectáculo y la inmediatez, más la pandemia, son rasgos
distintivos de la sociedad. Ellos reconfiguran los ejes de la dominación capitalista:
económica, político-ideológica, sociocultural, ecológica, simbólico-mediática y de los
saberes.
Las múltiples formas de opresión, exclusión y depredación se complementan e
integran en un único y hegemónico sistema de dominación que acentúa la contradicción
capital-vida.
La comprensión del sistema de dominación múltiple del capital integra sus formas
de opresión en un sistema cuyas mutaciones acentúan la contradicción fundamental
capital/vida, amplía la capacidad crítica analítica y se vuelve una poderosa herramienta
teórica capaz de articular las diversas formas de luchas y resistencias contra dicho
sistema.
Los ciclos sucesivos de mundialización capitalista reconfiguran, en su imbricación,
la crisis propia del sistema del capital, al tiempo que condicionan las formas de expresión
de las alternativas revolucionarias.
La dominación económica es la más visible y aparenta ser única. El continuo
proceso de acumulación de riquezas por medio de la compulsión de las personas al
trabajo asalariado bajo la violencia y desposesión de su subjetividad es la esencia
económica del capitalismo. Es un proceso cosificador incompatible con la sostenibilidad
de la vida.
Los hombres y las mujeres ocupan en función del trabajo la mayor parte del tiempo
de sus vidas. Las nuevas tecnologías incrementan el trabajo de manera «informal» y
«flexible», mientras disminuyen los derechos laborales y destruyen el sentido unitario y
asociativo del proceso productivo.
El trabajo de cuidados, que se incrementa en época de crisis, sigue subvalorado
y en mano de las mujeres, sin reconocimiento económico.
Esta agudización de la contradicción capital-vida bajo los efectos de la pandemia
provoca tensiones constantes entre el Estado, la familia, la comunidad y el mercado, las
cuales se tienden a solucionar en detrimento de las mujeres. El sistema de opresión
capitalista desvaloriza, esclaviza y explota a través del trabajo incorporando la tecnología
para garantizar la conexión global y reducir al mínimo los costos de trabajo.
La subestimación de los trabajos de cuidados y su naturalización en las mujeres,
entendido como algo inherente a lo femenino ser cuidadoras, supone sacar de la esfera
económica el proceso de reproducción de la vida. La invisibilización del trabajo femenino
se valida éticamente con esta cínica racionalidad económica.
Estas formas de opresión económicas no son suficientes para garantizar la
maximización de las ganancias capitalistas.

Una mayor acumulación de capital necesita tener el control de la soberanía, la


autonomía y las libertades individuales, de grupos, clases y la sociedad. La dominación
político-ideológica garantiza la acumulación de capital desde los poderes públicos y el
sentido común. Su primer interés es dividir a los sectores progresistas y populares,
mientras consolida los intereses del bloque hegemónico burgués.
Los poderes políticos se consolidan transformando las desigualdades sociales en
políticas y se reafirman excluyendo según las identidades. La ideología liberal sirve a la
política de segregación y discriminación por diferencias de clase, género, etnia, raza,
orientación sexual, generacional, entre otras.
Un poder público estable y legítimo es una condición necesaria para la
acumulación sostenida de capital, pero el impulso interno del sistema hacia una
acumulación sin límites tiende a desestabilizar los poderes políticos que la sostienen.
Esta contradicción política explica las sucesivas crisis de las democracias
representativas de baja intensidad y el carácter antidemocrático del sistema.
El Estado capitalista se afianza en las instituciones gubernamentales y
organizaciones políticas, delimitando con mayor precisión los dueños del excedente, de
los tiempos y de los espacios, usurpando y cooptando las creaciones, los símbolos y
hasta los liderazgos populares. La crisis política global se remienda con injustas
distribuciones de los espacios, tiempos y deseos de las personas acentuando las
opresiones y crisis alimentarias, ambientales, de cuidados y de gobernabilidad.

La necesidad del capital de reproducir valores y modos de vidas a escala global


para erigirse en poder absoluto afianza la dominación sociocultural. La expropiación
de la capacidad de crítica y de creación de las personas es otra forma de dominio que
se apoya en la cultura y nos despoja de subjetividad propia.
El carácter excluyente, unilateral y explotador de este sistema, cuya lógica
siempre presupone la desigualdad, la superioridad, una “alta cultura” frente a la no
cultura, margina y folcloriza las formas culturales de raigambre popular. El capitalismo se
presenta como la sociedad de la imagen o el simulacro, donde lo real se transforma en
un conjunto de acontecimientos atemporales. La oficialización y la desacralización de
todas las cosas en términos de circulación e intercambio de símbolos da preeminencia a
lo imaginario sobre la realidad. La vida cotidiana se vuelve un rápido fluir de signos e
imágenes.

Los valores, ideas, deseos, proyectos de vida, la cultura y la espiritualidad se


absorben para la producción de capital. El sistema capitalista, en nombre de una
supuesta pluralidad cultural, impone sus valores culturales hegemónicos. Desata una
guerra frontal contra los movimientos sociales (de mujeres, por la diversidad sexual,
antirracistas, ambientalistas, de trabajadores y trabajadoras, entre otros) que defienden
sus valores, derechos y reconocimiento a la identidad.
Ante esta realidad no es posible sustentar una concepción de la cultura basada
en las antiguas premisas de fronteras simbólicas. Mientras la globalización compulsa a
la desterritorialización de las culturas, a nivel nacional se procesa una nueva forma de
delimitar las fronteras culturales sobre la base de diferentes franjas etarias, diferencias
culturales, confrontaciones con lo regional, lo nacional y lo transnacional, de
desigualdades económicas y sociales entre clases, etnias y países.
El capitalismo pone al límite la relación vida o muerte. La dominación ecológica
muestra el interés del capitalismo por la privatización de los bienes comunes y naturales.
El cuidado y la sostenibilidad de la vida se sustituyen por modelos de progreso y
prosperidad depredadores.
Las armas, los desechos tóxicos, las energías sucias, la contaminación del agua
y el aire, los alimentos transgénicos sin nutrientes, destruyen la vida a escala planetaria.
La robótica, las computadoras, los sistemas automatizados disminuyen el tiempo de
trabajo y son una amenaza permanente para las condiciones de vida. La dominación
ecológica aumenta la pobreza y la miseria en gran parte del planeta.
El modelo de desarrollo del capital impone una mirada utilitarista de la naturaleza,
la desacraliza, cosifica, mercantiliza, genera su propio ecosistema orientado a maximizar
ganancias. La relación del capital con la naturaleza lo ha hecho insostenible como
sistema, al alterar los límites de las capacidades naturales para sostener la vida y
renovarse. Los patrones de consumo que promueve teniendo en cuenta la circulación
como ciclo indispensable de realización de la mercancía y la generación de desechos
están estrechamente relacionados con la lógica moderna de crecimiento económico
desigual.
Sin lugar a dudas la naturaleza es el punto de partida del capital, pero no es
necesariamente su punto de llegada. De la naturaleza toma el capital su fuente de
riqueza y a ella le devuelve sus desechos.
Estas formas múltiples de dominación capitalista tienen símbolos propios que se
vuelven seductores, cautivadores, provocan placer, dan sensación de poder en las
personas y son utilizadas por los medios de comunicación y las redes sociales para
captar seguidores.

La manipulación mediática y cultural se apoya en la dominación de los saberes.


La opresión desde el conocimiento y los saberes refuerza el colonialismo haciendo una
interpretación abstracta de la realidad desde posiciones elitistas, patriarcales, racistas y
androcéntricas. Se despolitiza el conocimiento bajo la neutralidad valorativa de la ciencia.
El saber colonizado opera en todos los espacios de la vida, se asume acríticamente,
como axiomas no cuestionados. Desde el lenguaje y los discursos se impone un saber
dominante que cierra las posibilidades de diálogos entre saberes y conocimientos
diversos.
Todos los elementos del sistema de opresión se naturalizan y pasan a ser sentido
común e imperativo cotidiano. La comprensión de la lógica irracional y opresiva del
capitalismo, sus tendencias y líneas de conflicto son elementos de partida para la
transformación y la conducción de la humanidad hacia otro orden social de justicia, hacia
la dignidad humana y la equidad.
Con todas las advertencias sobre el sistema de dominación del capitalismo, no se
pueden simplificar los esfuerzos emancipadores. Su crítica crea posibilidades de superar
la realidad hacia salidas y alternativas necesarias.

La subjetividad es hoy un terreno de disputa entre dominación y emancipación, de


gran beligerancia y confrontación, no suficientemente avizorado. La subjetividad
burguesa, blanca, machista, egoísta y demandante, es consecuencia del sujeto reprimido
del neoliberalismo.
Esta tendencia ha agudizado la contradicción entre una espiritualidad humana
como bien común universal y su apropiación privada por corporaciones transnacionales,
que procuran la reproducción global de formas enajenadas de subjetividad.
Las capacidades productivas de la sociedad (técnicas y científicas) están
deviniendo cada vez más en fuerzas destructivas de la humanidad. Las capacidades
asociativas, subjetivas (representaciones, afectos y deseos) y simbólicas son
subordinadas de modo unilateral a las primeras, sesgando el potencial emancipador de
que pueden impregnar a la sociedad.
El capitalismo se reacomoda y se reinventa para salir de las crisis y tiene la
capacidad de apropiarse, de metabolizar las alternativas que se le enfrentan. Por eso,
cuando nos enfrentamos al sistema de dominación, rompemos el aislamiento y
mostramos el potencial político que tenemos como sujetos de cambio, ampliando y
uniendo los espacios de luchas. La resistencia contra el neoliberalismo anticipa la
posibilidad de una nueva fase de la lucha de clases contra la dominación: feminista,
anticolonial y antirracista, ecologista e internacionalista.

En el capitalismo del siglo XXI, formas plurales de subjetivación revolucionaria


enfrentan la diversidad de expresiones de dominación. Tales enfrentamientos conforman
antagonismos globales, expresiones de luchas emergentes, entre los cuales se
destacan:
• Luchas indígenas y agrarias que resisten a la acumulación capitalista
permanente, a la colonización por desposesión de bienes comunales, que
expolia sus formas tradicionales de vida.
• Luchas de las clases trabajadoras que resisten a la subordinación técnica
del conocimiento a la ganancia empresarial (como valor agregado) y a los
cambios que ha creado sobre sus condiciones. Estas clases han sido
regionalmente fragmentadas (vinculadas a las ciencias y tecnologías en el
centro, a lo rutinario y asociativo en las periferias), socialmente más difusas
(debido a la precarización e informalización), pero a la vez más expandidas
a nivel mundial.
• Luchas en defensa de la vida en el planeta frente a la subordinación técnica
del metabolismo de la naturaleza a la acumulación capitalista y a la
inminente catástrofe medioambiental.
• Procesos de subjetivación política que reivindican derechos y soluciones
ante la crisis de la reproducción social e impugnan la dominación
heteropatriarcal y racial al servicio de la racionalidad del capital.

Los ejes movilizadores de las clases, grupos y movimientos antagónicos al


sistema de dominación capitalista tienden a agruparse en los siguientes ejes temáticos:
▪ Control y uso no mercantilizado de recursos públicos (salario, seguridad social,
salud, educación, vivienda, transporte)
▪ Defensa o ampliación de derechos sobre necesidades vitales (agua, tierra,
energías, cuidados, trabajo)
▪ Defensa de territorios y bienes comunes, tanto públicos como comunitarios
▪ Preservación y reconocimiento de la diversidad cultural, de identidades, lenguas
y saberes.
▪ Desracialización y descolonización de las relaciones sociales y de los vínculos
entre los pueblos
▪ Dignificación y democratización de trabajos reproductivos y reivindicación de la
soberanía de las mujeres sobre la gestión de sus cuerpos y de sus vínculos
▪ Democratización de recursos y bienes comunes culturales (conocimiento,
información)
▪ Defensa del ecosistema planetario, por restablecer metabolismo racional entre el
ser humano y la naturaleza
▪ Renovación de un internacionalismo que impulse propuestas de democratización
política y económica a escala global

Tales cambios han descentralizado las formas de movilización de las clases y


grupos subalternos. La lucha sindical tradicional, anclada en los lugares de producción,
tiende a transformarse o ser complementada por luchas comunales (de sociedades y
clases con amplia base agraria comunitaria), y por formas más flexibles de articulación
de varias clases sociales y sujetos políticos, en las que el núcleo dirigente no está dado
de antemano, sino que resulta del proceso mismo de movilización.
Para la restauración capitalista neoliberal ha sido condición fundamental el
desmontaje de los instrumentos históricos (leyes y derechos e instituciones como
partidos y sindicatos) que permitían utilizar el poder del Estado en favor de las clases
trabajadoras, o sea, el vaciamiento de las protecciones sociales y de los poderes públicos
a todos los niveles. Pese a su estrechamiento neoliberal, el poder del Estado continúa
siendo principio estructurador de desigualdades en las sociedades capitalistas, así como
premisa de la lucha social. La emancipación de las clases subalternas de y en el
capitalismo pasa necesariamente por la lucha por el poder del Estado, a condición de
que no sea solo una ocupación de su poder monopólico sino una construcción político-
cultural capaz de reconducir el sentido de lo común, de lo universal, el sentido nacional
de comunidad política.
En otra escala, las contradicciones entre una economía capitalista cada vez más
globalizada y el entramado internacional de Estados territoriales ha desencadenado, por
un lado, la reconfiguración de la hegemonía mundial en torno al poder corporativo
transnacional, con una amplia red de agentes y medios diversos (Estados, organismos
regionales y multilaterales, acuerdos comerciales, actores ilegales, deuda soberana,
etc.), que ha promovido sistemáticamente autoritarismo y represión, golpes de Estado y
guerra imperialista; por otro, ha suscitado alternativas que procuran estructuras
regionales de integración sobre bases de cooperación, solidaridad y asistencia mutua,
movimientos sociales globales de carácter antisistémico, o la defensa de un marco global
de regulación sobre el capital transnacional.

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