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Gobierno de R. Alfonsín (1983-1989) - Guía

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Edgardo Colombo: “La política económica de Alfonsín” (1983-1989)

1) Elaboren un panorama socioeconómico del contexto en que se produjo el retorno de


la democracia en Argentina. Tener en cuenta el contexto internacional en el que se
desenvolvió dicho retorno.

La argentina se encontraba en un paronama socioeconomico caracterizado por in


endeudamiento externo, estancamiento, desequilibrio fiscal e inflación . La
Argentina acumulaba una deuda superior a 45 mil millones de u$ con un retroceso
acumulativo en materia de PBI del10% entre 1980 y 1983. La inflación pasó del 101
al 343% en el mismo período.
En definitiva, habría una orientación en materia económica propia de la democracia
que impulsarían “per se” el crecimiento, el empleo y la redistribución del ingreso; y
políticas propias de la dictadura que unirían liberalismo y autoritarismo. Por lo tanto,
en estos primeros años no existirá espacio para ajustes ni mucho menos para
cambios estructurales, considerados propias de gobiernos de facto.

Los años 80 se caracterizaron por una gran inestabilidad en la economía


internacional, manifestada en grandes fluctuaciones de las tasas de crecimiento y
de los flujos de capitales. La economía comenzó un proceso acelerado de
internacionalización, que debilitó las fronteras nacionales y descentralizó los
procesos de crecimiento económico capitalistas e incluía ahora a los países del área
del Pacifico. En forma paralela, numerosas innovaciones tecnológicas potenciaron la
productividad de la economía y transformaron al mundo en una “aldea global”
relacionada en forma cada vez más intensa. Genéricamente a este conjunto de
procesos se lo denominó globalización. Los Estados se manifestaron en el
fortalecimiento de bloques económicos en la órbita de países capitalistas. Estos
procesos se realizaron en medio de la novedad geopolítica más importante como fue
fin del mundo bipolar tal cual fue conocido desde la 2da postguerra

Estados Unidos y los principales países del globo iniciaron en los setenta procesos
agudos de cambio cuyas manifestación más visible fue el desequilibrio de su
balanza de pagos, que intentaron corregir en forma drástica con consecuencias
determinantes sobre los países endeudados del denominado Tercer Mundo durante
los años 80. Se produjo también una reversión de los flujos de capital que convirtió a
los países más pobres de receptores a expulsores de los mismos. A partir de
esosaños, los países centrales absorbieron la mayor cantidad de transacciones,
rompiendo todo un ciclo histórico

Al mismo tiempo asistimos a un mayor dinamismo del comercio internacional, pero


protagonizado ahora por los grandes bloques regionales. Ya en los ´80 funcionaba como
mercados internos ampliados gracias a las reducciones arancelarias entre países. El flujo
internacional de mercancías comenzó a tener como protagonistas a las grandes empresas
transnacionales, que pasaron a controlar casi el 40 % de las operaciones.
Al interior de ellas maduraron también procesos de cambio tecnológico que
aumentaron sustancialmente su productividad y, por extensión, la de las economías que las
tenían como sedes. Nos referimos puntualmente a la aplicación masiva de la robótica y la
informática en los procesos productivos. Los avances en telecomunicaciones, biotecnología
y microelectrónica se realizaron al amparo de las grandes corporaciones y fueron
usufructuados por un número pequeño de países centrales lo que no hizo más que
agrandar la brecha tecnológica entre los países. Paradójicamente, acercaba a regiones del
mundo antes distantes. La aplicación de las nuevas tecnologías a la economía aumento la
circulación de transacciones y capitales a velocidades nunca vista antes. Este conjunto
complejo de innovaciones que afecto al proceso económico recibió a partir de los 80 el
nombre de globalización.
Por el contrario, la URSS y el bloque soviético ingresaron en los años 80 en un
proceso de desaceleración económica. Las razones se encuentran en el atraso científico y
tecnológico aplicado a la producción y en las escasas capacidades para torcer el rumbo por
parte de una rígida burocracia.

2) Enumeren las fases de negociación de la deuda externa, teniendo en cuenta el rol


de los organismos de crédito internacionales.

Durante los años 80, la economía de los países latinoamericanos estuvo fuertemente
determinada por el problema de la deuda externa. Dado el papel cada vez más irrelevante
que la región ocupó desde el punto de vista del comercio internacional, podemos señalar
que el proceso de endeudamiento y su (intento) de resolución constituyó el único campo de
preocupaciones económicas de los países hegemónicas. Los desequilibrios de la balanza
de pagos norteamericanas y sus intentos de reestructuración mediante la elevación de las
tasas de interés provocaron el recrudecimiento de los problemas de los países de la región.
La negociación entre los bancos acreedores, los organismos multilaterales de crédito y los
países deudores reconoció varias fases.
La primera transcurrió entre agosto de 1982, cuando México suspendió el pago de
los servicios de la deuda, hasta septiembre de 1985. Argentina, Brasil, México y Colombia
acordaron líneas de acción comunes para solucionar desde una posición de mayor fortaleza
el problema. Esta iniciativa que culminó con la firma de un documento, y a la que se
sumaron Ecuador, Perú y Venezuela , consistía en negociar directamente con los países
industrializados reunidos en el G7. El objetivo final era una solución política a la cuestión
que incluyera una quita sustancial del capital y una reducción de los intereses.
Desde el punto de vista latinoamericano, la reunión fue un rotundo fracaso. Las
naciones industrializadas mantuvieron la firme determinación de encarar la negociación en
forma bilateral y avalaron tanto la actuación de los organismos multilaterales de crédito
como sus recomendaciones, es decir, la implementación de planes de austeridad
destinados a aumentar los niveles de ahorro que garanticen los pagos a la banca
acreedora. En respuesta, los cancilleres y ministros de la región firmaron el llamado
Consenso de Cartagena que estableció el principio de corresponsabilidad de la banca
acreedora en el proceso de endeudamiento y refirmando los principios declarados ante el
G7. Sin embargo, no se llegó a ninguna acción concreta y los principios de los países más
poderosos se impuso.
La situación no solo era crítica para los deudores. La banca acreedora también se
encontraba en problemas debido a la extensión y la densidad del problema que trascendía
el espacio latinoamericano. Los compromisos financieros de los 5 países que incumplieron
superaban el capital de algunas de las entidades bancarias acreedoras, incluso con riesgo
de quiebra elevado.
La segunda fase correspondió al denominado “Plan Baker” (Programa para el
Crecimiento Sostenido) desde septiembre de 1985 a septiembre de 1987. El núcleo de esta
estrategia consistió en la propuesta de James Baker, Secretario del Tesoro de los Estados
Unidos, de obtener 29000 millones de dólares estadounidenses en nuevos préstamos en un
plazo de tres años , procedentes en gran parte del sector privado y de los organismos
internacionales.
Esta inyección de fondos permitiría que los deudores realizaran “un ajuste estructural
con crecimiento” El Plan Becker, seguido por los principales países de la región,
reestructuró un total de 176000 millones de dólares estadounidenses adeudados. El plan
incluyó vencimientos más largos, menores márgenes y eliminó las comisiones por
renegociación que habían pagado los gobiernos de los países deudores en la primera fase.
Sin embargo, un nuevo proceso de crisis se desató en la región centrada en la
moratoria unilateral que declaró Brasil en febrero de 1987. Como consecuencia de este
fenómeno y del deterioro de las condiciones internas de la economía norteamericana, se
desató una grave crisis bursátil en Wall Street, en octubre de de ese año.
La tercera fase, llamado “Plan Backer B”, se desarrolló entre septiembre de 1987 y
marzo de 1989. Modificó en parte los esquemas vigentes y constituyó un proceso de
transición hacia una nueva concepción del problema. Comenzaba el proceso conocido
como “capitalización de las deuda externa” consistente en el pago del capital adeudado a
través de la venta de los activos más visibles de los Estados latinoamericanos, las
empresas públicas.
La ultima y cuarta fase de la renegociación de la deuda durante los años ochenta fue
el “Plan Brady”. El nuevo Secretario del tesoro de los Estados Unidos, Nicholas Brady,
implementó un plan consistente en la renegociación completa de la deuda pero dando
prioridad a los mecanismos de reducción stock a través de tasas más bajas y de
capitalización de la deuda. Se aceptó desvincular la renegociación de la deuda de la firma
de un convenio con el FMI, lo cual significaba que un país podía llegar a un acuerdo incluso
si estaba retrasado en los pagos, reconociendo una situación que se estaba dando de
hecho.

3) Política económica de Alfonsín. Ministerio de Grinspun (1983-1985). Expliquen la


estrategia del ministro para hacer frente a la situación económica y las medidas
implementadas. Explicar los problemas macroeconómicos a los que se enfrentaba
esa gestión.

La estrategia original de Bernardo Grinspun, el primer ministro de economía Raúl Alfonsín,


fue la prosecución de políticas expansivas tradicionales de la UCR- claro está- en un
contexto radicalmente diferente. Consistieron en mantener un alto nivel de empleo a
través del estímulo a la demanda mediante dos herramientas clásicas: crédito barato
mediante tasas de interés reguladas y aumento sostenido del gasto público. En forma
paralela se inició una política de ingresos que dio lugar a la recuperación de los salarios
reales, pero para evitar la suba de la inflación se establecieron pautas precisas que
regularan las tarifas de los servicios públicos, los precios y el tipo de cambio. La pregunta
era si este conjunto de medidas serían compatibles con las restricciones de la deuda, el
desequilibrio de las cuentas públicas y el ritmo de la inflación.
El otro frente que el gobierno decidió atacar fue el externo, representado por el
proceso de endeudamiento. Como hemos visto, el enfoque inicial fue esencialmente político
y consistía en apelar a los países centrales en hacerles comprender que la naciente
democracia argentina no sobreviviría a la asfixia del pago puntual de los intereses. Por su
intermedio buscaban que los gobiernos afines intercedieran ante los bancos otorgando un
periodo de gracia y refinanciación a largo plazo. Además, recordemos que el default
mexicano había hecho trastabillar al sistema financiero internacional, por lo cual el efecto de
imitación en otros países de la región constituía una amenaza latente.
Sin embargo este planteo, causó poca mella en Estados Unidos y Europa:
recomendaron a la Argentina una política de austeridad para resolver los problemas de
liquidez y el comienzo de reformas estructurales similares a los que esos países estaban
haciendo para preservar el WelfareState. Desde la perspectiva de Grinspun y Alfonsín,
había ejemplos regionales que recomendaban el camino contrario como el caso chileno. En
consonancia con esa postura, Alfonsín impulsó la búsqueda de un acuerdo con otros
deudores de la región destinada a una negociación en bloque con la banca acreedora. Diez
países latinoamericanos firmaron en junio de 1984 el llamado Consenso de Cartagena en
parte en respuesta al consorcio de acreedores liderado por el Citybank. Sin embargo, sus
intentos de conseguir acuerdos más favorables para todos requería de acuerdos básicos
entre gobiernos muy disimiles entre sí. Este factor y sobre todo la intransigencia de países
desarrollados y bancos, motivaron su fracaso y el cambio de estrategia a una menos
combativa.
Entretanto, desde principios de 1984 surgieron problemas en el deslizamiento de los
precios provocados por los sectores fuertemente oligopolizados a los que hemos hecho
referencia (véase clase nº 2) lo que obligó a nuevos aumentos salariales. En el transcurso
de los meses subsiguientes, el mecanismo de aumento salarial se automatizó a través de
un esquema de indexación salarial completa, lo cual alimentó el proceso inflacionario.
La falta de políticas monetarias y fiscales restrictivas hizo este proceso más
virulento: a fines de ese año, la economía se encaminaba hacia la recesión y había
acumulado una inflación del 626% mientras que el salario real sólo un 35%. El
proceso no hizo más que rever algunos de los principios que con tanto énfasis había
sostenido el gobierno un año antes .A fines de ese año, firmó un acuerdo stand-by
con el FMI y comenzó a aplicar los mecanismos habituales de administración de la
demanda: un moderado recorte de los gastos y de la política salarial con el fin de
disminuir el espiral inflacionario. De alguna manera esto constituiría el preludio de lo
que vendrá: un ataque frontal al problema inflacionario.

4) Ministerio de Sourrouille (1985-1989). ¿En qué consistió el “ajuste heterodoxo”


implementado por el nuevo equipo económico?

Grinspun renunció en febrero de 1985 y fue remplazado por Juan V. Sorrouille,


hasta entonces Secretario de Planeamiento. El nuevo ministro desembarcó con todo su
equipo, compuesto por técnicos con más laureles académicos que experiencia en la
gestión, sin contactos con el mundo de la política ni con el resto de los actores sociales. Su
nombramiento, sin embargo, significaba el reconocimiento tácito de Alfonsín de que los
problemas monetarios, financieros y fiscales requerían de destrezas técnicas específicas
para resolverlas que no abundaban entre sus predecesores.
Un mes antes de asumir el nuevo ministro dio a conocer un documento denominado
“Lineamientos de una estrategia de crecimiento económico: 1985-1989” en el que
planteaba algunas de las líneas directrices de la política que deseaba llevar a cabo. En
síntesis, consistía en la ejecución de un ajuste heterodoxo, es decir, reducir la inflación
pero basado en el crecimiento de las exportaciones, de la inversión y la recuperación de la
industria. El equipo económico se fijaba como objetivo un crecimiento del 4% anual pese a
la restricción que causaba el endeudamiento externo. Esas proyecciones optimistas se
basaban en el supuesto del mantenimiento de los altos precios internacionales de los
commodities y en un comportamiento favorable de las tasas de interés internacionales,
condiciones rápidamente desmentidas por la realidad.
Desde el punto de vista del nuevo equipo, el desequilibrio de la economía había sido
más grave de lo previsto “pero que no dejaba de ser remediable en el marco de los
mecanismos conocidos que, una vez destrabados, darían lugar al crecimiento. En este
marco, la política de estabilización no sería concebida, al menos al comienzo, como punto
de partida para un nuevo orden económico, sino, al contrario, como postrer intento de
reflotar el ya conocido, corrigiendo las distorsiones que le impedían funcionar” Derrotar a la
inflación sería entonces la llave para garantizar el crecimiento.
Si bien admitían que el déficit fiscal y la consecuente emisión monetaria constituían
los factores centrales que explicaban la inflación en el largo plazo, en su diagnóstico otros
factores jugaban un papel más importante para explicar las variaciones en el corto plazo.
Según el equipo económico, en economías históricamente inflacionarias como la argentina,
existía una tendencia de la inflación a perpetuarse a sí misma, es decir, una inflación
inercial. Por ende, las políticas gradualistas aplicadas en lugar de las terapias de shock
para reducir la inflación tendrían bajas posibilidades de éxito.
Para Sorrouille y su equipo, la tarea principal era culminar con las expectativas de
inflación dado que la inflación del mes anterior tendría a condicionar los precios y los
salarios del mes corriente. Bajo estos condicionantes, empresarios y trabajadores lo
tomaban como piso para no perder en el corto plazo.
La conclusión era que para bajar la inflación había que bajar las expectativas de
inflación. Si en un momento preciso se podía cortar el nexo entre inflación pasada y
expectativas de inflación, se “estaría levantando la última ficha del domino caído y con ella
se levantarían también las demás: le expectativa de estabilidad generaría por si sola una
inmediata estabilidad“. Las experiencias históricas de salidas de los procesos inflacionarios
(tanto internacionales como nacionales) habían demostrado que el éxito inicial de los planes
de estabilización dependía de la señal contundente de ruptura con el pasado que diera el
Estado.
Los planes de Gomez Morales (1952), KriegerVasena (1967) y Gelbard (1973) se
tomaban como referencia que avalaban las hipótesis de Sorrouille. Al mismo tiempo, la
insuficiencia de los programa con enfoques puramente monetaristas u ortodoxos sin actuar
directamente sobre las expectativas quedaba demostrada por los fracasos de los planes de
Alsogaray (1962 y 1963), Martinez de Hoz (1977) y Alemann (1982). Luego la cuestión sería
desactivar las causas últimas de la inflación: el déficit fiscal y la emisión monetaria para no
correr el riesgo y caer en el mismo error que otros gobiernos en el pasado (como durante la
gestión de Gelbard quien menospreció los aspectos fiscales y monetarios de la inflación e
inicio políticas expansivas) Para ello, contarían (suponían) con la desactivación del efecto
Olivera-Tanzi en el mediano plazo que mejoraría los ingresos sumado a la monetización de
la economía.
Los meses previos a la aplicación del programa se corrigieron “hacia arriba” algunos
precios que se creían retrasados con respecto a otros, para evitar que se despeguen una
vez lanzado el plan y lo pusiera en riesgo. El tipo de cambio se devaluó en un nivel record y
se elevaron las tarifas públicas para alcanzar a cubrir los costos de las empresas. También
se apuntaló el precio de la carne. Esos ajustes permitirían “un colchón” para evitar
deslizamientos posteriores pero en lo inmediato aceleraron la inflación: en junio llegó al 42,3
% solo equiparable a marzo de 1976.

5) ¿En qué consistió el Plan Austral de 1985? Expliquen qué concepción tenía respecto
de la inflación.

El Presidente Alfonsín anunció el comienzo de una etapa de “economía de guerra” y


finalmente el 14 de junio de 1985 el gobierno lanzó el Programa de Reforma Económica
conocido popularmente como Plan Austral. Se creó una nueva unidad monetaria, el
austral, cotizada a un tipo de cambio fijo de 80 centavos de austral por dólar. Se
congelaron, ahora sí, todos los precios de la economía (bienes exportables, salarios y
tarifas de los servicios público) salvo aquellos relacionados con los mercados más
transparentes y con marcadas variaciones estacionales como algunos alimentos frescos
(denominados precios flex).
Uno de los anuncios centrales fue que el Banco Central dejaría de emitir dinero para
financiar los desequilibrios del Tesoro y que, para ello, recurriría a préstamos ya concedidos
por el FMI, como lo había acordado previamente. También se modificaron algunos
gravámenes específicos que ampliaran los recursos del Estado (como el ahorro forzoso de
los depositantes y el reemplazo de deudas internas de corto plazo por bonos de más largo
plazo). Las tasas de interés se regularon de forma de impulsar una baja mensual hasta
llegar al 5%, que acompañara la baja inflacionaria.
La estrategia de shock dio los resultados esperados. Ya en los primeros meses, el
déficit fiscal se redujo igual que el índice de precios del 30,5% en junio al 6,2 % en julio, 3,1
en agosto y 1,9% en octubre de 1985. La baja abrupta en la tasa de interés no significó un
retiro abrupto de los depósitos. Tampoco hubo desabastecimientos de bienes esenciales
como en congelamientos anteriores. En la medida que la inflación bajó tan rápido, los
impuestos extraordinarios alimentaron las arcas públicas más que compensando la caída
del impuesto inflacionario, por lo que hubo un incremento de la capacidad de compra del
estado. Pese al congelamiento, existió incluso un tenue crecimiento de las actividades
industriales. La tarea principal, sostenía el gobierno, estaba realizada.
Los efectos relativamente favorables del plan con respecto a la inflación concitaron
el apoyo mayoritario y fue responsable del triunfo electoral de Alfonsín en las elecciones
legislativas de 1985, a la postre la última victoria resonante de esa administración
Luego del éxito inicial, la ilusión del comienzo de una nueva etapa duro poco tiempo.
La reactivación de la demanda impactó de lleno sobre los precios flex, que comenzaron a
subir, mientras otros (como los precios industriales y el salario) permanecieron estables. El
plan no contemplaba como corregir esas distorsiones que se fueron acentuando a lo largo
de los meses siguientes. En marzo de 1986 la inflación había repuntado hasta alcanzar el
4,6 % mensual. Las autoridades se encontraban, entonces, ante un dilema: proseguir el
congelamiento para terminar de erradicar la indexación entre los agentes económicos, pero
con el riesgo de seguir acumulando retrasos en el grueso de las variables hasta
desembocar en un proceso inflacionario agudo. Lo cual sería incontenible, en especial
debido la reanimación de la puja distributiva que traería aparejada.
El atraso “sine die” en las tarifas, ya de hecho presente en la coyuntura aumentaba
el déficit fiscal y por lo tanto atentaba contra la estabilización. La otra opción, finalmente
elegida, fue adoptar una política de flexibilización gradual de tarifas, precios de
combustibles y del tipo de cambio. El abandono de las pautas iniciales que acompañaron al
Plan Austral, constituyó el punto de arranque para el reinicio de un nuevo ciclo de las pujas
distributivas sectoriales. Al no existir una negociación colectiva que organizara la
distribución de la renta, los diversos sectores negociaban con el Estado utilizando su
capacidad de presión para conseguir aumentos salariales sectoriales, bien concesiones
impositivas o transferencias de recursos compensatorios que incrementaban el gasto
público total. En noviembre de 1986 se creó un Directorio de Empresas Públicas destinado
a reorganizar y racionalizar las compañías con criterio similares al del sector privado tal era
el grado de colonización al cual estaban sometidos sus aparatos.
Además, las mejoras en las finanzas estatales desaparecieron luego de los primeros
meses. Por añadidura, el superávit de la balanza comercial comenzó a debilitarse, sobre
todo, a una caída sostenida de los términos de intercambio y los volúmenes exportables.
Los precios de los productos exportables tuvieron una caída de 20% en dos años. Esto
debilitó las finanzas y obligó tanto a aumentar la emisión como a utilizar las reservas en
dólares para pagar deuda así como emisión de títulos. El déficit estructural que afectaba
a la Argentina y sus causas estaban intactos.
Al finalizar agosto de 1986, se produjo un cambio en la presidencia del Banco
Central con el reemplazo de Alfredo Concepción por José Luis Machinea, más afín con el
equipo económico. Machinea inauguró un período de mayor restricción monetaria, pero fue
rápidamente abandonado. Los dólares del Central volvieron a emplearse para pagar las
deudas de las empresas estatales, solventar los déficit provinciales y conseguir dinero
fresco a cambio de la emisión de títulos nominales en dólares (sólo en apariencia eran
reservas internacionales).
Al comenzar 1987, la inflación asomaba los dos dígitos mensuales por lo cual
dispuso un nuevo congelamiento de precios y salarios, esta vez denominado el “australito”.
Constituía un plan puramente defensivo destinado a contener la inflación y llegar en mejores
condiciones a las elecciones previstas en septiembre. El equipo económico no se hacía
demasiadas expectativas de estabilizar la economía con este nuevo plan debido al grave
desequilibrio estructural de las cuentas públicas.
El proyecto político de Alfonsín con vistas a septiembre incluyó la participación de un
dirigente sindical en la cartera del ministerio de Trabajo, perteneciente a los sectores menos
confrontativos pero que exigió por parte del Estado nuevas concesiones, en materia de
leyes laborales y en política salarial. Estas decisiones eran escasamente compatibles con
la posibilidad de recuperar la estabilidad.
En ese contexto el equipo económico se acercó más a la visión de que para derrotar
a la inflación previamente debía impulsarse un proceso de reformas estructurales como
condición ineludible para neutralizar así el desequilibrio básico del Estado, causante último
del proceso inflacionario. Esa toma de conciencia se produjo, paradójicamente, cuando el
Poder Ejecutivo ingresaba en una fase de debilidad política creciente: pese a todos sus
esfuerzos ese mismo año perdería las elecciones de medio tiempo en forma concluyente.

6) ¿Por qué a partir de los años 80 se cuestiona el papel que tenía el Estado en la
economía? ¿Qué medidas pensó el gobierno de Alfonsín para resolver el problema?

Lo que se estaba cuestionando era el papel creciente que el Estado había jugado
después de la posguerra pero en un contexto ahora radicalmente diferente. El gran impulso
al estado empresario había transcurrido durante las dos primeras presidencias peronistas
pero hacia fines de los años sesenta y principios de los setenta diversos factores
ampliaron paulatinamente sus campos de acción. Hasta ese momento, la convicción
predominante entre los gobiernos de las más diversas tendencias políticas (civiles y
militares) acerca de la necesidad de intervenir la economía, radicó en que solo el Estado
podía garantizar niveles de empleo, actividad y crecimiento económico.
De esa forma, el Estado se hizo cargo de actividades privadas de crecimiento nulo o
vegetativo, subsidió en forma creciente a una cantidad cada vez mayor de actividades
productivas privadas a través de variados sistemas de desgravamientos impositivos y
otorgó préstamos a tasas subsidiadas. También privilegió la compra de insumos y
productos a numerosas empresas contratistas que colonizaron sus aparatos. El peso
creciente de este “capitalismo asistido” sobre el presupuesto público coexistió con las
demandas crecientes propias de un WelfareState y planes coyunturales aplicados por el
gobierno de turno.
En efecto, el crecimiento del número de beneficiarios de la previsión social y la
expansión del sistema educativo se combinaron con otras medidas de más corto alcance
basado en la asistencia inmediato de los sectores más vulnerables, como el Plan
Alimentario Nacional. Las administraciones provinciales y nacionales engrosaban al mismo
tiempo el rol del empleo público como supletorio de la escasa movilidad del mercado de
trabajo en su capacidad de absorción de mano de obra. En definitiva, la expansión estatal
en todas sus modalidades explica el 72% del aumento en el gasto público entre 1970 y
1985, que pasó del 19,7 al 25,3% del PBI.
Esta modalidad de crecimiento comenzó a presentar un severo límite: la capacidad
del gobierno para obtener recursos. Hasta la crisis de la deuda externa latinoamericana de
1982, la expansión de los gastos pudo solventarse gracias al impuesto inflacionario, la
emisión monetaria, los impuestos a la importación y la exportación o la recurrencia al
escuálido mercado de capitales domésticos. La emisión creciente hacía necesaria tasas
inflacionarias cada vez más altas, lo que provocaba daños mayores a la estructura
económica. A principios de los años setenta, la insuficiencia de esos recursos provocó la
recurrencia a una nueva fuente, los préstamos exteriores.
Culminado el proceso de endeudamiento barato en 1982, el estado no pudo
endeudarse en los mercados de capitales ni siquiera a tasas astronómicas y pasó a
depender de la ayuda condicionada del FMI y el Banco Mundial. El peso de la deuda,
provocó la transferencia al exterior de recursos equivalentes a varios puntos del PBI
mientras que el endeudamiento interno exigía el pago de tasas cada vez más elevadas y
colocaciones a plazos cada vez más cortos.
El problema del déficit estructural argentino tenía entonces dos dimensiones: los
problemas de caja acuciantes en el corto plazo, y las medidas de fondo que se requerían
para solucionarlo. El desequilibrio en 1987 era el 7,3 % del PBI, pero habría sido de por lo
menos del 14,6% “si las jubilaciones, los salarios estatales y la inversión pública se
hubiesen elevado hasta su nivel previo a la década del ´80”. Lo cual simbolizaba que el
Estado se encontraba cada vez más incapacitado en cumplir las tareas que se le habían
encomendado en las décadas anteriores. Era demasiado para un gobierno a esa altura muy
débil, sin la claridad de diagnóstico ni convicción necesario para ejecutarlas.
Así todo, se enumeraron una serie de iniciativas destinadas a reformar el Estado:
cambios en la forma de financiamiento de las empresas públicas a través de un Fondo de
Infraestructura Pública; profundización de la política petrolera tendiente a la incorporación
de capitales privados anunciada en el Plan Houston del año anterior; la privatización del
40% del capital de la empresa nacional de teléfonos (ENTEL) y de Aerolíneas Argentinas
(la empresa aérea de bandera), la privatización de la planta de acero SOMISA y la
eliminación de trabas legales a la inversión privada en áreas reservadas al Estado. Sin
embargo, en ninguna de los sectores mencionados se pudo avanzar en forma significativa.
Las privatizaciones parciales de dos de las empresas más grandes (Aerolíneas y
Entel) no atravesaron el tratamiento parlamentario en el Senado donde el radicalismo no
poseía mayoría propia. Otras, como el fondo destinado al financiamiento de las empresas
del Estado, no pasaron del ámbito del Poder Ejecutivo. La participación privada en YPF fue
bloqueada desde la misma burocracia estatal. En resumen, el fracaso en la reforma del
sector público obedeció a varias causas. Por un lado, la oposición peronista había sufrido
un proceso de transformación interna caracterizado centralmente por el triunfo de la
llamada “Renovación Peronista” .Estos habían desplazado de la conducción partidaria a
quienes eran vistos por la opinión pública como los responsables de la derrota de 1983, y
además se mostraban firmes defensores de la democracia y las instituciones. Sin embargo
difícilmente prestarían su apoyo a reformas ajenas a su tradición estatista y si efectivamente
sirviesen a los fines de la estabilización de la economía, esto conspiraría con sus
posibilidades de acceso al poder en 1989.
La otra razón, quizá más significativa, es el escaso convencimiento del gobierno
acerca del camino elegido debido al alejamiento de las tradiciones partidarias que las
reformas representaban. En ese contexto, la reestructuración de la economía surgió mas
como una necesidad inevitable y las olas reformistas que estaban presentes en América
latina, constituía el testimonio más elocuente del camino que había que seguir.
La pérdida progresiva de poder político en manos de la oposición y los
planteamientos militares debilitaron aún más el proceso de toma de decisiones del
gobierno. Sin embargo, a fines de ese año se intentó un nuevo paquete de medidas. En
principio, consistió en un nuevo congelamiento de variables económicas pero ahora en un
contexto de iniciativas más voluminoso que intentaba modificar la situación fiscal de corto
plazo y una progresiva liberalización del mercado financiero desregulando las tasas de
interés y permitiendo una cotización libre del dólar.
Debido al ancla que el valor de la moneda internacional tenía con los precios
domésticos, esa decisión dejaba librada a las fuerzas del mercado los niveles de la inflación
lo cual parecía nacer más de la resignación que de convicciones fuertes. El frente externo
no dejo de deteriorarse: la caída de los términos de intercambio se profundizaba mientras el
gobierno impulsaba acuerdos con los organismos internacionales.
En 1987 finalmente se consiguieron fondos frescos pero al costo de girar reservas
por 1100 millones de dólares y reestructurar la deuda con los bancos comerciales. La
combinación fatal de deterioros de los términos de intercambio, obligaciones externas
ineludibles y el creciente déficit fiscal determinaron una moratoria de hecho a principios de
1988. El gobierno había perdido la confianza pública y si deseaba evitar el peligro de la
hiperinflación, debía ensayar un nuevo plan.

7) ¿Por qué el Plan Primavera de 1988 representó un giro en la política económica?

En agosto de 1988 se concibió un plan que abandonaba las estrategias anteriores, basadas
en congelamientos en los que ya nadie creía, para reemplazarlo por un acuerdo con las
empresas líderes formadoras de precios nucleadas en la UIA y la Cámara Argentina de
Comercio. El acuerdo consistía en el desdoblamiento del mercado cambiario, entre uno
“oficial” y otro “financiero”. En el primero, los exportadores agropecuarios debían liquidar la
totalidad de sus divisas (y el 50% de las industriales) a cambio del compromiso oficial de no
aplicar nuevos impuestos a las exportaciones tradicionales.
De esa forma, el gobierno obtendría los dólares suficientes. En el sector financiero,
el resto de los agentes económicos comprarían las divisas necesarias para sus operaciones
(importadores, entre ellos) lo cual generaría un exceso de demanda. Las ventas diarias de
divisas (obtenidas en el mercado comercial) permitirían que, claramente, el tipo de cambio
oficiara como estabilizador de los precios manteniendo una brecha no superior al 25% entre
uno y otro mercado. Como se observa, exportadores e industriales tenían costos y
beneficios muy distintos dentro de este esquema.
Una de sus predecibles consecuencias fue el rechazo de la SRA manifestado en
forma pública El equipo económico incluso se comprometió a la unificación y liberación del
mercado cambiario para generar confianza en un plazo mediano. El FMI actuaría como
garante implícito de la operación al aportar el último tramo del crédito stand by vigente y
prometer 1200 millones más hasta fines de 1989. El Banco Mundial aprobó incluso créditos
por 1250 millones, pese a la cesación de pagos en la que había incurrido el país.
Otros de los aspectos significativos del Plan fueron la paulatina reducción de las
barreras arancelarias al comercio y la eliminación de restricciones a las importaciones de
algunos sectores clave como los vinculados a la producción de insumos y bienes
intermedios. Por intermedio de uno de sus ministros, se intentó (incluso desde antes de
instrumentarse el plan) avanzar nuevamente en la conversión de algunas empresas en
sociedades anónimas, como ELMA, ENTEL y Aerolíneas.
La promesa de liberar los mercados respondía claramente a una presión de los
organismos internacionales, pero también a la culminación de la política de “aprendizaje” del
gobierno que venía desde el año anterior y constituyó un giro profundo en las concepciones
con las que había arribado al poder. En efecto, las motivaciones en la implementación del
plan no solo respondían a la urgencia sino a una mutación en las relaciones entre Estado y
empresarios.
Ahora, el mecanismo elegido era el acuerdo y la concertación de políticas con
actores crecientemente poderosos (del cual se hará referencias en la sección 3.5) no para
decisiones puntuales sino abrir la puerta “a los equilibrios de la oferta y la demanda como
los legítimos mecanismos para resolver en el futuro las pujas entre ellos”. Según algunas
investigaciones, se sugiere que estas variaciones en la conducta de la gestión radical
obedecieron a un verdadero proceso de “transformismo” de los dirigentes políticos de los
partidos mayoritarios, quienes se convirtieron en la expresión más o menos directa de los
sectores empresariales.
En el corto plazo, se produjo una notoria estabilización de las variables
macroeconómicas: la inflación bajó del 27% a comienzos del Plan al 7% en diciembre de
1988 mientras que el tipo de cambio libre pasó de una expansión mensual del 32 al 5%.Uno
de los factores que explican esta evolución se debió al ingreso de capitales especulativos
de corto plazo que aprovecharon altas tasas de interés. Sin embargo, su éxito en el
mediano plazo dependía de la disponibilidad de las reservas y de la estabilidad política dos
variables absolutamente frágiles a esta altura. Las señales, sin embargo, provinieron del
exterior. Los rumores a fines de enero de 1989 de que el Banco Mundial atrasaría el
desembolso de los créditos otorgados impulsaron a los agentes económicos quienes
iniciaron una corrida hacia el dólar. En pocos días el Banco Central tuvo que desprenderse
de 900 millones de dólares para evitar la depreciación del peso. Finalmente el 6 de febrero
se decidió la unificación del mercado cambiario y con él, el gobierno abandonó el último
dique de contención contra la hiperinflación.El crecimiento del tipo de cambio alcanzó en el
mes de mayo el 180% mensual seguida por una elevación equivalente en el nivel de
precios, “lo cual constituía la prueba inequívoca de una acelerada y masiva dolarización de
la economía interna”. A ellos se agregaron problemas políticos y sus palpables efectos
sobre el descontrol adicional de la economía que son difíciles de medir
Los últimos meses de la administración de Alfonsín, mostraron a un gobierno
impotente sucedido por la renuncia de dos ministros de economía (Sorrouille y Juan Carlos
Pugliese) que no sirvió para calmar las aguas. La evolución del tipo de cambio fue la clave
de los últimos meses: se produjo una depreciación del peso del 193% y el 111% en mayo
que nuevamente arrastró a los precios internos. Los esquemas de control del tipo de cambio
quedaron neutralizados por la retención de divisas por parte de los exportadores. Con la
economía funcionando ya en plena hiperinflación, cada sector ideaba estrategias defensivas
que terminaban agravando la situación general. La elección de Carlos Menem como nuevo
presidente constitucional el 14 de mayo aceleró los tiempos y ante la situación reinante,
Alfonsín acordó la entrega del mando en forma anticipada, dos meses después.

8) Indicar el papel que tuvieron los nuevos grupos económicos en la hiperinflación de


1989.

Desde algunas perspectivas, el fenómeno hiperinflacionario que culminó con el


gobierno de Alfonsín puede ser interpretado como un verdadero “golpe de mercado”,
entendido como una conspiración económica-política destinada a preservar y/o acrecentar
intereses potencialmente amenazados o beneficiarios de la crisis. Otras investigaciones
afirman, en cambio, que diversas facciones empresariales actuaron en forma defensiva
para preservar sus intereses puntuales, combinado con un estado estructuralmente débil y,
ante la inminencia del cambio de gobierno, provocó el descontrol de la economía.
Abonando la primera hipótesis, diputados radicales publicaron un listado de
empresas que no estaban liquidando divisas, en abril de 1989: allí figuraban Bunge & Born,
Sevel, Acindar, IBM, entre otras, algunos de los más prominentes “capitanes de la
industria”. Estas fracciones empresarias locales asociadas a los conglomerados extranjeros
habrían sido los continuos ganadores en la apropiación del excedente desde la dictadura
militar (véase clase nº2) a expensas de los empresarios más débiles y de los trabajadores.
Por añadidura, detentarían un control sobre el sistema político tal que aceitarían la
transferencia continua de recursos a su favor. Esa apropiación se realizaba también en
contra de los intereses de la banca acreedora extranjera, como lo demuestra la cuasi
moratoria en la que entró Argentina. Los organismos internacionales de crédito, por otra
parte, habrían tenido hasta principios de 1989 posturas divergentes.
El Banco Mundial sostenía la necesidad de avanzar en reformas estructurales
tendientes a facilitar el pago de la deuda externa (en línea con el Plan Baker) mientras que
el FMI insistía sobre las tradicionales políticas de ajuste. Sin embargo, como hemos visto,
en ningún campo se habían producido avances decisivos. Dado que éstas no controlaban el
sistema político, unificaron sus posturas recurriendo a todo su poder para modificar una
situación que les era adversa y provocar la hiperinflación. La asunción de George Bush
como presidente de los Estados Unidos, y el reemplazo de James Baker por Nicholas Brady
como Secretario de Estado van en línea con esta cuestión.
En definitiva, las pugnas por la apropiación del excedente entre las fracciones
dominantes nacionales y extranjeras serían las directas responsables de la crisis. Desde
esta interpretación, la crisis hiperinflacionaria no constituiría una crisis más. Su peculiaridad
consistiría en abrir una nueva etapa para que el Estado represente a la totalidad de los
sectores dominantes más concentrados y refleje coherentemente en sus políticas el proceso
de valorización financiera comenzado por la dictadura militar, removiendo sus obstáculos
centrales. En forma paralela, este proceso significa la exclusión de los trabajadores como
fuerza política significativa dentro del Estado y su disciplinamiento como fuerza social.
Sin embargo es forzado suponer la existencia de una “conspiración”. Lo que parece
más fácilmente demostrable es la profundización de la especulación y la generalización de
esta conducta a todos los actores de la economía por la incertidumbre ante los vaivenes de
la economía y en particular la cotización futura del dólar. La coyuntura instalada a fines de
1988, hacía prever la agudización de esos comportamientos. Desde ya, los grandes grupos
económicos y los sectores financieros eran quienes estaban más entrenados y con más
posibilidades de ganar en ese contexto mediante el resguardo de sus activos en dólares
pero no eran los únicos que participaban en la especulación y tenían posibilidades de
perder dada la volatilidad e incertidumbre.
Parece dudoso entonces, la existencia de un plan que coordinara acciones entre
sectores dispersos tendientes a debilitar un gobierno y favorecer otras opciones. En cambio,
requirió la combinación de acciones atribuibles a una gran cantidad de actores y a la
ausencia manifiesta del Estado en su capacidad de regulación. Como hemos visto, el
Plan Primavera fue planteado como un plan antiinflacionario de corto plazo para llegar a las
elecciones de 1989 en la forma más ordenada posible. Para ello contaría con el apoyo de
los “capitanes” quienes financiarían el déficit del sector público a tasas siderales a cambio
de mantener sus activos en moneda doméstica y pactar un acuerdo de precios.
El retiro del apoyo del Banco Mundial combinada por la decisión del Banco Central
de principios de febrero de 1989 inicia una corrida cambiaria violenta e imparable que
produce un efecto boomerang incluso entre muchos agentes económicos. De esa forma,
experimentan en carne propia los efectos de la indisciplina fiscal que ellos mismos habían
contribuido a crear mediante la transferencia de recursos vía subsidios, contrataciones y
especulación garantizada. La profundización de la crisis de 1989 hizo que los mecanismos
de indexación de un régimen de alta inflación perdieran efectividad -incluso- para “proteger”
a los sectores más poderosos. La incertidumbre ante la llegada próxima al poder del
peronismo agravó aún más las cosas.
La hiperinflación puede entenderse, en rigor, consecuencia de un conjunto de
factores de corto plazo: la labilidad del Plan Primavera, la evolución negativa del sector
externo durante 1988, la incertidumbre política y las conductas de los grupos económicos
con respecto al Estado. Esta conjunción se dio en un contexto de extrema vulnerabilidad
estructural del sector público, que aniquiló al gobierno porque puso de manifiesto hasta qué
punto éste había perdido recursos de gobernabilidad con los cuales mantener el complicado
cuadro macroeconómico dentro de ciertos límites.

9) ¿Cuál fue el impacto de las diversas políticas económicas implementadas en el


sector industrial?

Durante la gestió n radical se evidenció una clara continuidad con la dictadura militar
en materia legislativa sobre Promoció n Industrial. En efecto, buena parte de la legislació n
vigente durante la gestió n del radicalismo fue sancionada durante esta ú ltima, entre ellas la Ley
21.608 de 1977 (que promueve la expansión la capacidad industrial del país para fortalecer
la participación de la empresa privada), y las leyes de promoció n de la actividad en provincias
(como San Juan, La Rioja, Catamarca y San Luis, sancionadas entre 1979 y 1983). Entre los
estímulos a la inversió n que contemplaban estas leyes, la desgravació n impositiva fue uno de los
má s recurrentes, pese a que los enormes esfuerzos del equipo econó mico para sostener la baja
del déficit fiscal en la lucha contra la inflació n. Pero lejos de alentar un proceso de
reestructuració n del deteriorado aparato industrial post-dictadura, los instrumentos de
desgravació n impositiva tendieron a favorecer por un lado la implantació n de industrias
ensambladoras, mientras que por otro se profundizó la desconcentració n de los procesos
productivos a través de la instalació n de las plantas en las regiones promocionadas.
La década del 80 estuvo marcada por el estancamiento de la economía, pero la
contracció n del sector fue mucho mayor: mientras que el PBI descendió un 1% anual, la
contracció n del producto bruto casi duplicó ese ritmo de descenso (1,9%). Los guarismos
negativos también se reflejaron en el empleo industrial que descendió un 40%, de manera tal
que el sector manufacturero ocupaba 300.000 obreros y empleados menos en 1990 que en
1974.
Si se analiza la evolució n global del sector industrial durante este período, se advierte
una franca caída producto de los bruscos vaivenes de la macroeconomía durante toda la década,
aunque no afectó a todas las ramas por igual. Las má s tradicionales como el sector textil y el
nú cleo diná mico de la segunda etapa de la ISI, el complejo metalmecá nico pesado (en especial,
los sectores automotrices), prosiguieron su caída en cantidad de fá bricas y personal empleado.
Maquinarias y equipos, como las industrias asociadas “al consumo y a la construcció n, maderas
y muebles, y minerales no-metá licos” también disminuyeron su participació n (del 31,6% en
1977 pasa a menos del 20% en 1990).
La agroindustria tradicional (como el azú car, fibras de algodó n, los lá cteos y los
frigoríficos) también decae. Por el contrario, aquellos sectores que elaboraban bienes
intermedios siguieron creciendo como la siderurgia, celulosa, cemento y petroquímico. Estos
sectores pudieron madurar gracias a las políticas de apoyo oficial en las etapas precedentes,
como hemos visto, comenzaron a fines de los añ os sesenta y prosiguieron durante el tercer
gobierno peronista y la Dictadura Militar. El crecimiento de algunas empresas, verdaderos
conglomerados industriales, se fortalecieron en este período alrededor de estas actividades,
como el aluminio de Aluar siderú rgicas pasta química en Alto Paraná y Papel de Tucumá n, entre
otras.
Sus características organizacionales difieren sustancialmente con la etapa anterior: son
fuertemente intensivos en el uso de materias primas y emplean menos mano de obra. Los
departamentos de planeamiento que en la 2da etapa del ISI constituían un sector fundamental,
ahora son mucho menos relevante y adquieren importancia las grandes plantas de tratamiento
de insumos. Las actividades con uso intensivo de recursos humanos calificados y de fuertes
requerimientos de esfuerzos tecnoló gicos, como en la actividad metalmecá nica y la electró nica
(destinada sobre todo esta ú ltima a ocupar un rol relevante en la economía internacional)
perdieron relevancia. En conclusió n, en los 80 florecieron las ramas que producían bienes
menos complejos y de menor valor agregado.
Pese al mal desempeñ o de la industria, para 1990 las exportaciones industriales
representaron un incremento del 294% con respecto a 1974 llegando a 12300 millones de
dó lares anuales. La composició n interna de esas exportaciones revelan los cambios sustanciales
del sector: las ventas provenientes de los sectores manufactureros tradicionales de la ISI
siguieron disminuyendo, mientras que aumentaron los provenientes de los sectores
intermedios. En efecto, la contracció n del mercado doméstico favoreció el incremento de las
ventas al exterior de aluminio, acero, petroquímica y asistencia técnica vinculados a la
petroquímica y la siderurgia entre otros. Dentro de la agroindustria, el sector exportador má s
diná mico lo constituyó el oleaginoso, gracias a la demanda internacional pero también la pesca
y el papel de pulpa.
Otra de las razones que explicaron la mediocre performance de la industria fue la
escasez de inversió n extranjera directa, a raíz de las dificultades del contexto financiero
internacional luego de la crisis de la deuda a comienzos de la década. A partir de ella, la caída en
la tasa de crecimiento de los países desarrollados y el incremento de las tasas de interés (entre
1979 y 1981 la tasa de interés internacional pasó del 7 al 17% anual) determinaron que los
flujos de inversió n extranjera cambiaran su signo, y América Latina en general y Argentina en
particular se convirtieron en exportadores netos de capitales. La baja de la inversió n en la
industria no fue exclusiva de los capitales extranjeros, sino también de los capitales de origen
nacional, que cayó casi un 40% durante el período 1983–1989. Evidentemente, en el contexto
de la valorizació n financiera los regímenes de promoció n industrial no significaron un incentivo
suficiente para incrementar las inversiones en el sector.
En cuanto a la política arancelaria, aquí se observa una discontinuidad con respecto al
período precedente. Las principales medidas implicaron “el restablecimiento de aranceles altos
y restricciones a la importació n, de retenciones a las exportaciones tradicionales” sumados a un
tipo de cambio relativamente subvaluado. Este tipo de restricciones no tarifarias constituyeron
el principal instrumento de la política de importaciones. Los aranceles se incrementaron
fundamentalmente por propó sitos fiscales. En una economía prá cticamente cerrada, como era la
Argentina de los añ os 80, “tanto la estructura arancelaria como las barreras no tarifarias eran
“perforadas” por un sistema igualmente amplio de excepciones de diversa naturaleza.”

10) Explicar el desempeño del sector agropecuario durante el período.

A partir de 1985 el proceso de expansión de la agricultura se interrumpió y la


producción inició un movimiento de caída de hasta 32.700.000 toneladas en 1986 y 1987.
Con respecto al PBI, la producción agrícola decreció a una media anual del 0,7% durante el
quinquenio 1984-1989. Dos conjuntos de factores operaron para explicar este proceso: la
baja de los precios internacionales y los efectos de las políticas macroeconómicas
sobre el sector.
Desde 1984 se registraron una baja sostenida del precio internacional de los granos
que alcanzó su momento máximo en 1986 como consecuencia de una mayor producción
internacional. Los precios, expresados en dólares de 1980 descendieron en el caso del trigo
de 221 la tonelada en 1975 a 84 en 1985, los del maíz de 191 a 95, los del sorgo de 151 a
75 y los de la soja de 307 a 175. Dos de los factores que explican este proceso son, por un
lado, los mayores rendimientos por hectárea que experimentaron las economías de la
Comunidad Económica Europea y de Estados Unidos y, además, el gran incremento de los
subsidios a los productores locales por parte de estos países.
Las repercusiones de las políticas macroeconómicas domésticas sobre el sector
fueron varias Como hemos visto, el aumento de los ingresos fiscales constituía un punto
central en la garantía de éxito del Plan Austral. Sin embargo, “su aplicación mecánica en el
agro y una inadecuada valoración del comportamiento del sector agropecuario pampeano
determinaron políticas erróneas que perjudicaron seriamente su desempeño y afectaron
decisivamente al propio plan”.
Si durante el período expansivo previo hasta 1984 las políticas cambiarias y fiscales
habían permitido extraer excedentes para volcarlos a los gastos corrientes, ahora la
situación había cambiado radicalmente. La caída de los precios aconsejaba la disminución
paralela de las retenciones, como sugirió la Secretaria de Agricultura, Ganadería y Pesca.
No obstante, pese a la leve disminución de las retenciones para la cosecha 1985-1986, fue
insuficiente para atenuar la gran caída de ingresos a los productores. La producción
disminuyó más de la cuarta parte durante ese año y el siguiente, y la menor cantidad de
volúmenes para exportar y combinada con los precios internacionales bajos como hemos
visto, redujeron sensiblemente el ingreso de divisas.
En síntesis, el Plan Austral “volvió a plantear la inexistencia de mecanismos
estatales que combinasen adecuadamente la rentabilidad de los productores con los precios
internos y las necesidades fiscales, teniendo en cuenta la evolución permanentemente
oscilante de los precios.”
El resto de las políticas estatales fueron paralelas a esta caída: el gasto público
agrícola bajó su participación en el gasto público total (del 3,8% en 1970/72 al 1,8% en
1985/87). Por lo tanto, las instituciones vinculadas al sector se transformaron en organismos
con recursos humanos y materiales deteriorados. La reorientación del crédito también
afectó negativamente al sector: mientras que de 1952 a 1969 el sector había absorbido el
20%, esa proporción disminuyó al 15% en los setenta y al 11% hacia 1987.
Antes de 1976, los productores agrarios tomaban créditos a tasas subsidiadas. Pero
a partir de la Reforma Financiera de 1977, las tasas pasaron a ser positivas con respecto a
la evolución de la inflación (del 18,5% al 35,6% hacia 1981).El endeudamiento en dólares
de los productores desde esa época prosiguió durante la época de Alfonsín, aunque se
instrumentaron diversos mecanismos de devolución. La única política hacia el agro
verdaderamente significativa lo constituyó el plan PRONAGRO, el único intento de
planificación sistemática de la actividad agropecuaria en los años ’80.

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