Taller de Historia y Literatura I
Taller de Historia y Literatura I
Taller de Historia y Literatura I
Introducción
La hermenéutica es la parte de la historiografía que procura interpretar el cúmulo informativo
que la heurística ha clasificado, ordenado y reconstruido como mera crónica o historia
predominantemente fáctica (basada, casi exclusivamente en lo que dicen los documentos). La
hermenéutica, entonces, tiene por objeto analizar críticamente los hechos, ya sea desde un
pensar ontológico reducido a “razón pura” (como generalmente se ha pretendido desde los
paradigmas europeos) o desde un sentí-pensar ontológico en el que la siempre relevante
faceta racional de nuestro ser no sea excluyente respecto de la dimensión afectivo-situada
(este sentí-pensar ontológico ha sido reivindicado generalmente desde los paradigmas
latinoamericanos). La hermenéutica de los paradigmas europeos (el empirismo-positivismo, las
dos dialécticas—hegeliana o marxista—y la escuela de los anales) ha puesto el énfasis en un
razonamiento inductivo o inductivo-deductivo, según los casos, con las flexibilidades que
exigen las ciencias sociales en comparación con las llamadas ciencias duras, mientras que las
epistemologías del sur global han recurrido también al uso de las analogías (como es el caso
del método analéctico de Juan Carlos Scannone y Enrique Dussel), al razonamiento abductivo,
y muy especialmente, dentro de éste, al método conjetural (para Charles Sanders Peirce el
razonamiento abductivo válido es la conjetura—así por ejemplo procede el arqueólogo
cuando, a partir de “unas pocas piezas”, tiene que reconstruir el “rompecabezas completo de
una cultura”--).
Pero una vez que los hechos han sido interpretados, nunca de manera acabada y definitiva
sino de un modo provisorio, y con una hipótesis siempre sujeta a posteriores revisiones, llega
el momento de realizar la síntesis historiográfica para poder comunicarla. A esta altura es
preciso que el texto reúna dos cualidades esenciales: 1) que comunique de un modo eficaz las
ideas expuestas y 2) que no soslaye la dimensión estética del lenguaje. Esto último tiene una
importancia per se, habida cuenta de que eleva la calidad de la crítica historiográfica, al tiempo
que actúa como factor coadyuvante de la primera cualidad señalada. La importancia asignada
entonces a la dimensión estética del lenguaje nos permite volver al origen ya que para
Heródoto la historia era una actividad intelectual relacionada con la pesquisa y la indagación,
es decir con la capacidad de formular buenas preguntas acerca de nuestro pasado, al tiempo
que era un género literario. Es cierto que el historiador no pretende escribir ficciones, sino
que, contrariamente, va a tratar de elaborar un relato fundado en pruebas testimoniales, sean
estas materiales o documentales, lo más aproximado que pueda a la verdad de los hechos.
Pero ese relato, por más verosímil que sea, nunca será del todo fiel a la historia verdadera. La
verdadera historia solo la conocerá Dios, en el caso de que creamos en su existencia, pero los
seres humanos no pueden analizar la realidad desde un no lugar y desde un no tiempo, o
“desde el ojo de Dios” como pretendía el cartesianismo. No existen miradas imparciales en la
historiografía. Hacer hermenéutica es escribir el ensayo que sugieren las preguntas que nos
hacemos analizando los hechos en el marco de la formación teórica que, esfuerzo mediante,
nos hemos ido forjando a lo largo del tiempo. Pero ese ensayo también nos lo dictan las
hipótesis que vamos formulando y contrastando con los testimonios recolectados. Y por último
cuando el ensayo ha madurado en síntesis historiográfica llegamos a una instancia
fundamental: elegir un lenguaje para comunicarlo. ¿Cómo decidimos saldar la antigua
discusión en torno de un ideal de semántica historiográfica? ¿Cómo debe ser ella? ¿Debe ser
una semántica literal, para que nuestro relato sea unívoco y veritativo y sea el fiel reflejo de
“lo que dicen los hechos”? ¿O, además de informarnos de los sucesos acontecidos, debe ser
analítica y reflexiva? ¿Será necesario también darle cabida a una semántica figurativa que nos
brinde una mayor riqueza expresiva y acreciente nuestro poder comunicacional? Estas
semánticas están muy presentes en el relato de los historiadores, en todo caso lo que no
abunda es el análisis y la reflexión sistemática sobre las características del lenguaje
historiográfico.
El cuidado y esmero que merece la dimensión estética del lenguaje historiográfico habilita la
posibilidad de articular la historia con la literatura, en el más amplio sentido, lo que incluye no
solo las obras (poemas, cuentos, fábulas, recreación de mitos y leyendas, obras teatrales,
novelas, etc.) sino también la crítica de la que estas son objeto. Los románticos alemanes
sostenían que la crítica literaria (hablamos de la crítica en el sentido kantiano del término, es
decir aquella que parte de un conocimiento profundo del objeto) completaba la obra y fue
bajo su influencia que surgió el “drama” como un nuevo género de la literatura alemana.
La literatura recoge esos mitos y los reinterpreta conforme a los valores, creencias y prejuicios
del autor que pertenece a un determinado contexto socio-cultural y espacio-temporal. A partir
de ahí fluyen, de manera irrefrenable por el río de la cultura, y llegan hasta nosotros por
múltiples vías. Una de las formas de trabajar con ellos es descubriendo las alegorías y
metáforas implícitas en ellos y cuando se considere necesario incorporarlas (como historias
completas o de un modo fragmentario) como lenguaje figurado en la semántica
historiográfica. Recién allí podremos apreciar la gran importancia ética, simbólica y estética de
los mitos como para trabajar con ellos tanto en el plano del lenguaje histiorográfico como así
también desde una perspectiva pedagógico-didáctica. Muchos de los grandes escritores de
todos los tiempos los han reinterpretado o se han inspirado en ellos para expresar profundos
mensajes filosóficos y tomar una posición en torno de la concepción histórica predominante.
Algunos, como el caso de Virgilio, anticiparon un cambio de concepción histórica y otros, como
Dante Alighieri, produjeron una hermenéutica superior a la de cualquiera de los historiadores
de su época. La mitología griega constituye una fuente inagotable en la que han abrevado
grandes autores como Homero, con sus célebres poemas épicos, Sófocles, Esquilo y Eurípides,
con sus grandes tragedias, Virgilio, Dante Alighieri, Petrarca, Boccaccio, e incluso entre los
nuestros, Jorge Luis Borges, con “El Asterión”, Leopoldo Marechal, con “Antígona Vélez” y Julio
Cortázar con “Los Reyes”. Si la alegoría subyacente al mito no es más que una figura retórica o,
si se prefiere literaria, que representa ideas o conceptos mediante el uso de metáforas. Y si
además, puede comunicar algo diferente a lo literalmente expresado, no debe sorprendernos
de que la mitología clásica sea una fuente de inspiración inagotable que siempre regresa sin
importar la época y el lugar.
Objetivo pedagógico:
El contenido trabajado en este y en los próximos talleres pretende ser una contribución a la
búsqueda de estrategias que nos permitan enriquecer el perfil de egresado delineado tanto
en el nuevo Diseño Curricular de Educación Superior como en el Proyecto Institucional del
ISFDyT n° 43, como así también fortalecer la Alfabetización Académica y promover el
pensamiento crítico desde la carrera del Profesorado de Historia.