Ulloa - Salud Elemental. Cap 2 y 3
Ulloa - Salud Elemental. Cap 2 y 3
Ulloa - Salud Elemental. Cap 2 y 3
Encuentro oportuno introducir el concepto de Salud Mental reportándolo al prefijo per y a una de sus valiosas
conceptualizaciones, la de intensidad emotivo-intelectiva en el tiempo. Este valor queda evidenciado por
términos tales como permanente, persistente, perpetuo e incluso perjudicial, por solo nombrar los más
habituales.
Si en la práctica clínica, los diagnósticos se leen, es necesario tomar en cuenta que los pronósticos
terapéuticos se construyen.
Hablo de las teorías tomando en cuenta el posible origen histórico del termino teorizar, por tiempos de la
tragedia griega. Por entonces, teorizar aludía a decir acerca de lo que se vio en la escena trágica. Este
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teorizar decidor suele connotar presencia, memorable o no, en los procesos perelaborativos. En ello cuenta el
afecto-per, relacionado con el pensamiento afectivo-intelectivo (pensamiento afectivo), cobra especial
importancia en la perelaboración propia de todo análisis, tanto más cuenta este en el campo de la NS.
La idea de contrapoder que orienta mi búsqueda en este campo deriva de una antigua lectura de Nietzsche.
No es el filósofo quien emplee este término, sino que lo deduzco a partir de alguna de sus afirmaciones.
Considerado desde allí, el contrapoder se perfila como un poder hacer y en absoluto alude a la toma de poder
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o a su ejercicio en el gobierno. Aun así, convengamos que son soluciones políticas las que pueden producir
los necesarios cambios en las adversidades que abordaremos, cambios que son tales cuando habilitan a
operar la clínica en cualquiera de sus linajes.
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Nietzsche escribió: “El hombre no busca la felicidad, busca el poder”. Curiosamente la concepción del poder
traza una propuesta de felicidad, la de vencer los obstáculos personales, que impiden quererse a sí mismo, un
poder que no resulta opresivo ni para sí, ni para el otro.
Lo que importa señalar, es que el comentario del filósofo se refiere a una voluntad de hacer y de trascender
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Ese operador actua, “con toda la mar detrás”, valga esto por lo que en la NS se fue produciendo en cada
sujeto singular, y de hecho contextuado, pero alienado en el mismo proyecto. Desde ahí podra intervenir el
contrapoder sufiente para operar “mientras tanto”.
Muchos siglos antes Aristóteles ya se había ocupado de la felicidad, aquella descartada por Nietzsche. Según
Aristóteles, la felicidad es el despliegue de todas las potencialidades del alma (hoy diríamos sujeto) sin que
aparezcan obstáculos. Como quiera que sea, para definir el poder y la felicidad, ambos filósofos recurren a la
misma palabra: obstáculos, en el caso de Nietzsche, le acuerda un sustento específico cuando identifica a
estos obstáculos como personales.
Pronto arribe a la siguiente conjetura: la crueldad como producción cultural a la vez antitética y
contemporánea de la ternura, desde los inicios de la civilización, reviste distintas categoríasútiles para orientar
esta investigación. Una de ellas es la disposición universal hacia la crueldad, en grados y ocasiones distintas.
Es así que pienso que los obstáculos personales por vencer a los que aluden ambos no son ajenos a esa
disposición a la crueldad cuando este se ha activado también contra el propio sujeto, pues esto es lo que
señala Nietzsche en cuanto al poder y Aristóteles, en cuanto a la felicidad.
Saber cruel: Puede tratarse de un saber cruel, activado frente a lo distinto, por ejemplo, una pauta cultural.
Ese saber, respecto de esa pauta cultural distinta, perturba algún saber establecido en el conjunto cruel, tal
vez poniendo en actividad aquello de la disposición universal. Ese saber perturbador cobra, además de un
valor absoluto, algo realmente grotesco, de donde se infiere que el saber cruel es saber ignorante. A partir de
allí, el saber cruel y quien lo sostiene procurara, en primer término, discriminar al portador de esa pauta
cultural distinta. Al mismo tiempo mostrara fastidio frente a quien sostiene una cultura extraña o un saber que
niega lo que para el cruel es un canon establecido. Finalmente, si las condiciones lo permiten, traducirá lo
anterior en una supresión, ya sea de la condición del prójimo, de ciudadano, o bien de la vida.
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Saber curioso: también tiene sus vicisitudes frente a otro saber o quizás otra cultura, en la medida en que
pueden suscitarse allí ciertaconfusión, sobre todo si algo se presenta como radicalmente distinto. Sin
embargo, y a diferencia del saber cruel, no por eso se apaga su intento de avanzar hacia lo ignorado ocurre
que la curiosidad es el motor del saber, motor anulado o enajenado por la crueldad, al menos en su forma
epistémica.
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concordancia con el propio saber.
Esta disposición que supone la posible convivencia frente al sufrimiento de los otros y suelo caracterizar lo
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cruel, bajo una forma neutralizada por el artículo que precede al adjetivo, pero como latente presencia que a
veces hace costumbre. Lo cruel habita cualquier esquina de la ciudad, y sus múltiples variaciones siempre
remiten a la muerte. Cobra una importancia mayor considerarloasí cuando se trabaja con sujetos en quienes
la indigencia determina una muerte ya instalada.
Convivir indiferente ante las penurias de grandes sectores sociales supone una convivencia con la crueldad.
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Este término de convivencia tiene dos significados. Uno de ellos remite al conocido “ojos que no ven, corazón
que no siente”, en tanto el otro redobla la apuesta; la crueldad es entonces guiño cómplice, con un triste
referente en nuestra historia próxima, el canallesco “por algo será”.
La crueldad como sociopatia, la vera crueldad, no se limita a la tortura. Puede muy bien reportarse a un padre
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de familia arrasador, a un sistema político, a la precariedad de determinadas condiciones de trabajo como las
que se dan, por ejemplo, en el gremio de la construcción. Algunas de esas muchas formas están socialmente
encubiertas y procuran cierto provecho económico; se genera allí el saber canalla, discriminador propio del
vera cruel, aquel que pretende saber toda la verdad sobre la verdad y discrimina todo otro saber que no
coincida con el suyo. Esa discriminación excluye, odia, y elimina; eliminación que a su vez reconoce diferentes
grados: puede ir desde matar con la indiferencia a un sujeto hasta desecharlo como semejante por no
pertenecer a la misma clase, o negarle la condición humana, deshumanizarlo (por ejemplo, las víctimas de la
represión).
Estos dos rasgos, la prevención de impunidad y el saber canalla, hacen imposible, en sus formas mayores,
que un sujeto de esta calaña se analice o acceda a algún tipo de auxilio psicoterapéutico. En efecto, mal
puede alguien que rechaza toda la ley aceptar las leyes del oficio. La primera de ellas, en cuanto a la clínica,
supone establecer como fueron los hechos para después ir a buscar la verdad personal.
Al respecto de decisiones y sus consecuentes acciones, HannaArendt decía que solo se puede consignar de
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ella la fecha en que se tomaron. Sostenía, y acuerdo con su afirmación, que las acciones tienden a seguir
cualquier rumbo, no necesariamente el marcado por sus objetivos. De lo anterior se deduce una definición de
la política: política es un accionar sobre las acciones. También vale para el accionar clínico. Toda una
cuestión ardua cuando se reconoce que cualquier modalidad de salud tiene al menos dos vertientes: la clínica
(responsabilidad de los clínicos) y la política, de hecho, responsabilidad ciudadana.
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Las anteriores consideraciones me permiten señalar que en este intento de reconceptualizar la salud mental,
los mayores fracasos (obstáculos), aparecen cuando se pasa de la movilización en sede clínica a la
movilización política, ya en el ámbito de la sociedad. Lo anterior es necesario si se quiere inscribir plenamente
la salud mental en el campo de la cultura.
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Cuando se trata de situaciones colectivas, tal vez haya que abordar desde un principio las que designo como
arbitrariedades intrínsecas, propias del resorte resolutivo de esa misma comunidad. Pero tambiénserá
necesario ocuparse de las arbitrariedades extrínsecas, resorte de otras instancias de gobierno; pues una
vez que ellas han sido identificadas, se impone entonces el ejercicio de un derecho constitucional, el de
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peticionar a las autoridades. Esto último implica que una comunidad, analista incluido, precisa confrontar con
las instancias de gobierno, tal vez las que conducen ese hospital o incluso instancias superiores en el plano
organigramatico. Claro que el analista será cauteloso en no confundir su discurso clínico con el político, pero
no por eso dejara de ser un ciudadano psicoanalista, tocado por la política. Si bien la abstinencia puede ser
una forma de la neutralidad, esta nunca alcanzara el grado de neutralizar al sujeto psicoanalista.
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Ya en la resolución de las arbitrariedades intrínsecas, este analista se encontrara con algo poco o nada
habitual en el ámbito de la neurosis de transferencia como lo es el debate crítico, donde un analizante y un
analista asumiendo sus respectivas funciones constituyen un dueto bastante ajeno a todo debate. Sin
embargo, la situación es distinta en el campo social, siempre desde la perspectiva de un proceder
psicoanalítico, donde necesariamente el debate se impone, y quien se avenga a conducir una experiencia que
no desmienta el psicoanálisisdeberá estar habituado a los procederescríticos, sin los cuales no hay ninguna
producción de pensamiento de esta naturaleza.
Todas las consideraciones anteriores se facilitaran cuando el colectivo del que se trata hayan alcanzado un
nivel de “inagotable capacidad de inventiva” que confiere al operador la valentía suficiente para intentar
restablecer el contentamiento a través de acciones elegidas, incluso acciones transgresoras, cuando ello es
necesario para romper lo que hasta el momento se presentaba como resignado padecimiento, ya sea en la
cultura de la mortificación o en el síndrome de padecimiento y el trípticosintomático que lo compone: la
perdida de coraje, la lucidez y de contentamiento del cuerpo. La idea de una salud mental en el espacio
público-político, como una producción compatible con la capacitación de los equipos que operan en ese
espacio.
Muchas veces, ese apellido en común tiende a presentar la Salud Mental como lo contrario, en realidad, de
toda enfermedad, ya que una dolencia tiene siempre efectos ya afectos mentales. Mal podría ser lo contrario,
cuando esta modalidad de salud constituye un recurso que optimiza cualquier proceder clínico. Para
verificarlo, basta tomar en cuenta como nos comienza a curar o agravar la actitud de quien nos está
atendiendo, cualquiera sea su especialidad o jerarquía profesional. Ocurre que en todos los oficios la actitud
forma parte de esa Salud Mental; másaún si a esa actitud se suma la aptitud que connota eficacia.
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Las condiciones deshilachadas en la que se encuentra la Salud Mental acrecientan mi empeño de llegar a
producirla dentro mismo de los equipos asistenciales o docentes de instituciones públicas; privilegiando, en
general, aquellas que funcionan en plena marginalidad.
Cuando hablo de marginalidad, tomo en cuenta tanto la causada por la pobreza como por la propia de la
marginación manicomial, que también soporta, con frecuencia, sus pobrezas específicas, pues las
presupuestarias suelen sumarse la de los operadores quienes a menudo resultan “contagiados” por aquellas y
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devalúan sus funciones.
Acabo de situar una de las tantas brechas por donde se filtra lo manicomial, siempre al acecho. Entiendo que
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la movilidad política, fuera de los ámbitosclínicos, es imprescindible para inscribir la Salud Mental como
producción cultural y como contrapoder, es decir, en términos de importante variable política, ya que en ese
registro la Salud Mental coincide con una comunidad formada en serio de forma democrática. Es allí donde el
psicoanálisis suele poner en evidencia que no es precisamente un “animal político”, sin que esto lo conduzca
de manera inevitable a las animalidades.
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La indigencia. Este sindrome al que aludo da cuenta del quiebre de un sujeto, convertido en puro objeto de
padecer. La muerte en esas condiciones, además de injusticia mayor y presentificacion del propio cadáver
como muerte ya instalada, implica de por sí, un último tormento.
Tampoco la muerte es siempre una injusticia ni una necesaria tortura, pero esos son los valores que cobra
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para quienes, en su marginalidad, resultan víctimas de una compleja y generalizada corrupción. Me refiero
aquí a la marginalidad provocada por la miseria, distinta de la manicomial, que por lo común encuentra origen
en su propia condición y puede resultar empobrecedora del pensamiento de quienes operan en ella.
El tormento del indigente preanuncia el cadáver y al hacerlo va prolongando esa tortura. Esos cuerpos copian,
para el caso “en muerte y endirecto”. Siniestra burla esta ecuación de la indigencia en una sociedad que se
proclama civilizada. Una burla que suma a esa última tortura el oprobio de una muerte injusta.
El psicoanálisis tiene sus políticas, pero muchas veces retrocede ante la Política con mayúscula. Con
frecuencia se enreda con mezquindades de entrecasa, en sus propias instituciones.
De cada analista depende tanto la opción de poner su disciplina al servicio de las causas perdidas para la
política como la de elegir campos de acción sin duda adversos, en la medida en que ellos se extrema la
evidencia sintomática, resultando frecuente de la arbitrariedad política. Por mi parte considero especialmente
importante en el terreno de la Salud Mental la naturaleza paradigmática de su acuerdo con el ejercicio de la
democracia.
El conjunto de estos argumentos, legitima mi elección de trabajar en esos campos. He puesto entre
interrogantes el término política porque son múltiples las motivaciones que determinan una elección.
En la novela familiar neurótica, Freud señala que los niños toman aquellas cosas que más quieren de sus
padres y con ellas construyen sus personajes imaginarios, que nada tienen que ver con sus progenitores,
hasta se diría que llevan adelante esa construcción al margen de ellos.
La niñez es un periodo de intensa producciónlúdico-ficcional que puede alcanzar efectos per-durables, entre
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ellos, el humor conjetural, heredero de una ficción que se propone no renegar los hechos de la realidad. La
“nobleza” de esta ficción infantil, que no niega los hechos, será el antecedente que habilite al adulto, toda vez
que pretenda no expulsar de su percepción el registro de lo real. Pero no toda ficción infantil se ajusta a esta
recusación de lo real, ya que necesariamente la invalidez natural de un niño lo obliga a construir ficciones
recusatorias de lo insuperable. Por consiguiente, no se trata de un problema moral que hace buenos o malos
a los niños; ambas modalidades de ficción son universales, y lo que cuenta es en que contexto cultural y ético
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va creciendo ese niño.
Esta actividad imaginaria conlleva el grado de inventiva que supone resignificar estos hechos, humor
conjetural mediante. El humor, como una forma de valentía, es un fluido capaz de penetrar las rigideces de lo
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real. Desde este punto de vista, la cólera viene a situarse como un humor auspicioso y hasta imprescindible
para la salud mental. Un honor nacido legitimante del odio ético capaz de decir “no” o exclamar “basta!”,
necesario para desarrollar las inventivas propias de ese accionar quijotezco. En esa perspectiva vino a
situarse, por lo que hace a nuestra cotidianeidad, la esforzada iniciativa de las Madres o las Abuelas que en
su momento dio origen a los acontecimientos de trascendencia nacional, así como, más recientemente, el
accionar piquetero.
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Por otra parte, conviene tener en cuenta que la etimología del término con el que vengo calificando ese humor
“conjetural”, tiene una complejidad y polisemia que se las trae. En efecto, proviene de eyectar, eyección, y por
allí se refiere a todo cuando sale lanzado por el solo hecho de accionar un mecanismo. Cuando el
lanzamiento propulsa hacia abajo, connota bajezas o por lo menos aproxima ese significado; en término, de
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eyección y todas las variaciones evocables al respecto; así mismo, alienados con la bajeza, se ubican los
significados de abyecto y abyección. Admitamos que hay rumores excrementicios, muchas veces puestas en
evidencia, evidencia que en algunos casos delata al autor de tales humores como responsable de infligir
crueles sentimientos.
Otra variable, más frecuente que en las victimas que en los victimarios, es la que suelo llamar “humor del
carajo”, término que viene a connotar, no tanto a una grosería sin más, como un dolor enojado cuyo trasfondo
es un sentimiento de impotencia para superar esa situación.
Por el contrario, si la eyección es hacia futuro y hacia arriba, pone en juego el campo semántico del
“proyecto”. Esta es la perspectiva auspiciosa que me conduce a desplegar, como lo hago, la idea de humor
conjetural.
Convengamos esto en una sociedad como la nuestra, literalmente partida por el medio, por el propio eje,
donde una parte aparece excluida de raíz de los beneficios más elementales y sumergida en la mayor cultura
de mortificación, por completo antitética de la producción cultural que llamamos Salud Mental que supone el
marco de una cultura democrática. La otra mitad, apenas separada de la anterior por el débil y perverso
eufemismo de la línea de pobreza, es mitad, más que incluida, recluida; mitad embrutecida que condena a
vivir una vida brutal a sus integrantes. No solo recluida por el medio que crece al amparo de la egoísta
Cuando un equipo asistencial se hace fuerte en el per-humor que conjetura salidas, promuebe la salud mental
como producción cultural capaz de decidir acciones y, a su vez, de accionar sobre ella, en sentido per-
sistente, con una intensidad sostenida con el tiempo.
Diseñar una Clínica de la Salud Mental, teniendo en cuenta la figura psicopatológica del síndrome de
padecimiento, apunta en primer término a recuperar el desadueñado contentamiento del cuerpo, en efecto,
despojado de su placer e inhabilitado para moverse según su deseo o su necesidad, al punto de disponer tan
solo de movimientos reflejos, y aun cuando no llegue al extremo de un sobreviviente será alcanzado por la
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calificación de idiota. Frente a él, la perspectiva de la salud mental será aquella donde encuentre su expresión
la posibilidad de elegir un movimiento de resistencia y lucha.
Los ámbitos de la NS constituyen un ejemplo de “esos enclaves del mas allá”, dentro mismo de las
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instituciones. Es preciso crearlos ahí para habilitar el accionar transformador del psicoanálisis y lograr
instaurarlo en el propio seno de lo instituido. Un instituido que intimida, tal vez disimulado como falta de
interés; aquella que suelen encarar quienes antes llame “funcionarios impersonalizados”. En esos enclaves es
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preciso y posible hacer retroceder la intimidación, cualquiera sea la forma que cobre, dando lugar a la
resonancia íntima y según las características propias de un colectivo que ha recuperado su creatividad.
En la NS, la fe secular y trascendente reside en luchar contra el poder arbitrario, que con frecuencia se
enseñora como cultura de a mortificación en los ámbitos institucionales. Mi duda es si esa fe secular no
corresponde más a la esperanza, que cuando se hace delirio se configura, aquella que puede encontrar sus
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Nombrar una movilización que agrupe a gente de todas las clases sociales y de condiciones culturales
diversas supone responder a una pregunta que no es solo aquella que se interroga: ¿Por qué se reúne esa
multitud? La no respuesta a esa pregunta hace que esa multitud no tenga nombre ni tampoco meta, y menos
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Describir la importancia de esta pregunta capaz de construir pronósticosinterrogándome acerca del ¿para
qué? prospectivo de los delirios psicóticos. Si la respuesta solo encamina conjeturas, resulta importante
cuando el titular del delirio nos advierte acerca de su experiencia de una vida mejor. La respuesta de ese para
que no solo implicaría la esperanza de una vida más digna y consistente, acordaríaademás una
consistenciabatalladora, ya que el delirio de un paciente o de una multitud siempre está tocado por la batalla.
Cuando la pasión se ajusta a lo que llamo “las tres maneras de estar afectado”, hacen de la pasión un
instrumento útil a una comunidad desorganizada y sumida en la resignación.
En esto radica la conducciónpolítica, un “accionar sobre las acciones”, atento no solo a lo que HannaArendt
llama “la autonomía de las acciones en relación con los objetivos a los que se destina”. Puede ser que esa
tendencia de las acciones se justifiquen y sean los objetivos erróneos. Aquel que surge del debate de ideas en
toda conducción “supone una interesante complejidad política”.
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paradigma de la encerrona trágica es la tortura, crueldad, Derrida dirá “sufrir cruelmente”.
Es importante para el psicoanalista levantar de la capacitación analítica los escotomas1 que impiden advertir
lo cruel (o que lo evitan sin saberlo), desde esta perspectiva la perversidad del guiño complica es incompatible
con el accionar del psicoanálisis.
En individuos singulares la resignación que impide luchar frente a lo adverso desemboca en Síndrome de
Padecimiento.
el padecimiento también lo representa el sufrimiento ocasionado por algún maltrato cruel, la trata en su forma
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de distrato cruel, todo lo opuesto al “buen trato”. De este buen trato/ternura deriva el término tratamiento, en
todos los sentidos, en la manera en que se trata la materia con la que se trabaja y también sus herramientas.
De tratamiento proviene contrato que preside toda relación humana.
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Freud dice “dado que el sujeto humano puede ser explotado en su condición sexual o en su fuerza de trabajo,
también esta forma parte de la cultura como producción para nada sublimada”. Estoy proponiendo como
aporte a tal sublimación un accionar específico del psicoanálisis en ámbitos colectivos.
Comenzamos por el contentamiento como efecto de acciones elegidas y el coraje por sostener esas acciones.
Luego es cuestión de ubicar al sujeto según la índole de su padecer, en el terreno mismo de la clínica
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específica a su situación.
Pongo a la salud mental como un recurso que optimiza cualquier proceder clínico.
El padecimiento re-enferma al sujeto enfermo.
Respecto de la lucidez entiendo que resulta de un largo proceso, en el cual la clínica de la salud mental
tiene la responsabilidad de hacer posible recuperar contentamiento y coraje. , es decir el ánimo hundido en el
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alude así a la cultura humana como un fracaso de la sublimación frente al triunfo de las mociones pulsionales.
Mi disidencia con el planteo freudiano reside en que no existe un pulsión desexualizada o destanatizada, pues
de ser así perdería su carácter propio de pulsión. Pienso en una pulsión postergada en su fin último, lo llamare
estructura de demora, base de la sublimación. La abstinencia y la pertinencia son otras postergaciones
pulsionales.
La postergación que en función del bien común un sujeto hace de su deseo y de la consiguiente libertad de
este pone en juego su voluntad. Así comienza una transformación sofisticada que hace del sujeto hechura de
su cultura, alguien del todo distinto de quien se mantiene en una relación de dependencia respecto de causas
que coartan su libertad. Esta tensión dinámica entre hechura y hacedor es un equivalente antitético del
malestar. Y lo sitúo en el síndrome de padecimiento.
Ese sujeto hechura singular se asume desde su esencia ética.
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Estocoma: Se refiere a un déficit del campo visual.
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3- La mediata o inmediata muerte, destino inexorable de cualquier ser vivo, pero presente en el hombre
como horizonte pensado.
No es lo mismo vivir hasta la muerte que vivir hacia la muerte con la muerte ya instalada.
En cuanto al segundo desanudamiento, están implicados en el dos polos: por una lado la resignación que
padece, por otro la resistencia apasionada.
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Existe una disposición universal a lo cruel en todo sujeto humano, la cual supone una posible connivencia
frente al sufrimiento de los otros. El término connivencia admite dos significados: el primero reenvía a
escotomas como ojos ciegos a lo real, el segundo alude al guiño cómplice donde se trueca en directa
crueldad.
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Frente al sufrimiento hay dos respuestas: en un polo la resignación que conduce al padecimiento (síndrome
de padecimiento), en el otro polo, la resistencia al sufrimiento que implica una lucha no ajena a la pasión. El
punto por alcanzar es recuperar la pasión.
La pasión que resiste y lucha no necesariamente conduce a buen destino; para alcanzarlo es preciso
trabajarla desde las operaciones que llamo las tres maneras de estar afectado maneras que hacen de la
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3- Estar afectado a las normas: en este caso las del oficio clínico, aunque si es necesario se pueden
transgredir, siempre con el examen y la discusión critica previa privilegiando siempre el debate
colectivo. Se trata de advertir si entre lo transgredido y la trasgresión atraviesa una legítima solución o
solo una arbitrariedad al servicio de enmascarar como transgresión algo que solo constituye una
infracción. La diferencia es que mientras la infracción suele implicar una actitud ventajera del infractor,
Las condiciones habilitadas por la transgresión son las necesarias para superar el síndrome de padecimiento.
Cuando el síndrome de padecimiento se instala su primer efecto es el acobardamiento, donde hecho
costumbre zozobra todo coraje. En estas condiciones prevalece la renegación donde primero se niega y luego
se niega que se ha negado.
Una buena manera de resolver el padecer del psicoanalista jugando de visitante es trocarlo en pasión.
Lo propio de la cultura de la mortificación incluye el padecer resignado de los sectores poblacionales
pequeños, medianos, o grandes.
Destacar la chance de que un sujeto sea sujeto social, como aquello que lo preserva, al menos en calidad de
chance, de los riesgos a los que se ve expuesto, entre los cuales el primero es el de ser no ya un sujeto
singular, sino sujeto aislado de su entorno social.
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será imprescindible impulsar, para consolidarla, el pasaje a otra movilización que la inscriba en el campo
político-cultural.
Es en ese pasaje donde encuentro las mayores dificultades para que un psicoanalista que hace del campo
social su objeto enfrente a su tiempo los niveles de gobierno.
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Clínica de la salud mental: una modalidad del proceder clínico destinada a producir la salud mental.
La salud mental no solo es tributaria de los clínicos sino de todo el quehacer cultural.
Freud: cultura es todo el quehacer y saber puestos en juego por el hombre, para extraer de la naturaleza los
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bienes necesarios a su supervivencia; la distribución justa o arbitraria de estos bienes también hace a la
cultura.
Una sociedad organizada democráticamente concuerda con el paradigma de la salud mental pública y la
arbitrariedad distributiva forma parte, desde un punto de vista crítico, tanto de la cultura como de la salud en el
más amplio sentido.
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