Cap0 Introduccion (Revisado Final)
Cap0 Introduccion (Revisado Final)
Cap0 Introduccion (Revisado Final)
¿A veces has pensado que tienes como una maldición encima?, ¿has pensado que Dios se ensañó
contigo?, ¿te castigó o quizás simplemente se olvidó de ti?, ¿no te escucha, ¿te ignora? O peor aún:
¿has pensado, sin que te quede duda, que Dios es un ser sádico, que desde arriba te observa,
divertido, llevándote a situaciones extremas para ver cómo reaccionas y qué decisión tomas para
salir adelante? Seguro te ha pasado varias veces, al punto al que puedes reconocer patrones que se
repiten: cuando piensas que ya no puedes más, en el último minuto de tu aparente agonía, aparece
una solución que, por lo general, no es definitiva, pero te suministra algo de aire para seguir el
camino. Te tengo buenas noticias, aunque sea el consuelo de los tontos, no estás solo. Así he pasado
yo mis últimos 25 años de vida, desde que empecé a tener consciencia real de estos hechos.
Hoy, después de todo este tiempo en mi vida profesional y después de haber administrado
personalmente proyectos de arquitectura y construcción por más de 25 millones de dólares,
después de estudiar mi carrera y graduarme con honores, obtener después dos maestrías, dominar
idiomas, tener todos los cursos y capacitaciones posibles en mi área y, sobre todo, trabajar 24/7
por muchos años sin descanso, muchas veces sin vacaciones, tomando riesgos y responsabilidades
inimaginables, con actitud positiva, proactiva y optimista, como todo emprendedor joven y
soñador lo requiere. También, creé mi empresa, brindé empleos de calidad para muchas familias,
generé valor para mis clientes, atraje inversión nacional y extranjera, pagué mis impuestos y
cumplí con todas mis obligaciones y ayudé a todos los que acudieron a mí. En conclusión, sin que
me quede nada por dentro, tengo mi conciencia tranquila para verle a los ojos a mi esposa e hijas
(mis únicas testigos) de que hice todo lo necesario y mucho más para ser exitoso profesional y
financieramente para darles todo el confort material que se merecen, pero no lo logré, por lo menos
hasta ahora.
Lo más duro de enfrentar y admitir en esta situación es el fracaso, pues es el sitio más solitario y
oscuro que existe, y está tan mal visto ante la sociedad y la familia. Cuando tu fracaso sale a relucir,
te cansarás de escuchar comentarios y consejos no solicitados como: “el problema es que fuiste
poco realista, demasiado soñador”, “mala cabeza, tomaste malas decisiones”, “te hubieras quedado
tranquilo en tu trabajo estable y ahora no estarías en esta situación”, “a ver si aprendes a jugar
sobre seguro”, “yo hubiera hecho esto y no lo otro”…bla, bla, bla. Entre tantos otros dardos
envenenados que recibirás, así cargarás por siempre con el estigma del perdedor, que hasta te
inhibe de darle consejos a otros porque no te consideras alguien apto para recomendar nada.
En cambio, si eres parte del 5% ganador, eres el visionario, el gran gerente, el nuevo rey Midas, el
único que maneja la clave del éxito, etc. Te generará gran validación externa, admiración total por
parte de tus pares y la sociedad en general. Esa es la historia que vende, es lo que se quiere escuchar
y ver, tu hinchazón de ego será descomunal, tendrás muchos aduladores que querrán un pedacito
de ti, te sentirás con el derecho divino y moral para juzgar y/o aconsejar con tu sapiencia a los más
desafortunados que no llegaron a la cima del Monte Olimpo como tú lo hiciste.
¿Y qué tal si la única diferencia entre ese perdedor y ese ganador haya sido simplemente estar en
el lugar correcto y en el momento correcto? ¿Quizás la tonta suerte y no la tan sobrevalorada
meritocracia jugaron un gran rol? ¿No creen?
De esta manera, escribiéndoles desde el lado del 95% de las estadísticas, el lado de los fracasados,
admito sin vergüenza ni arrepentimiento alguno que me arruiné, me fui a la bancarrota total,
perdiendo todo mi patrimonio acumulado hasta la fecha, no tengo trabajo y el mercado laboral me
considera demasiado viejo a mis 54 años, un recurso exageradamente costoso que me rechaza de
manera elegante tildándome de “sobrecalificado”.
Le fallé a mis acreedores, le debo dinero a medio mundo (en este preciso momento que escribo me
llaman del departamento de cobros de la tarjeta de crédito), dependo del ingreso ajustado de mi
esposa para subsistir, hasta mi mamá me manda dinero cuando puede. Por lo menos, tengo
asegurado el plato de comida y un techo. Me olvidé de soñar e ilusionarme. Tomé antidepresivos,
pero ya no me los puedo financiar, despertar todas las mañanas es especialmente duro por el simple
hecho de abrir los ojos y enfrentar un día más de mi mediocre existencia actual.
Escribo esto como catarsis, como terapia mental. Quiero dejar testimonio de que existo, que de
algo sirvió todo lo vivido. Me rehúso a ser parte de la estadística “muda”, quiero que el mundo
conozca qué me pasó y cómo llegué hasta este sitio tan profundo, oscuro y duro, donde perdí toda
mi autoestima y sentido de valor personal, la culpa de no poder proveer a mi hogar, de convertirme
en una carga para mi esposa, un ser sin rumbo, sentido, ni dirección, ni propósito, una existencia
que no tiene absolutamente nada que ver con lo que soñé. Visualicé vívidamente por décadas y
trabajé arduamente, pero nada se dio de acuerdo a lo que me prometió la sociedad si aplicaba al
pie de la letra la receta del éxito que tanto nos han vendido. Todo resultó ser una estafa.
Hoy, solo fantaseo con la idea de no tener que despertar mañana cuando esta noche me vaya a
dormir (es que en realidad soy demasiado cobarde para hacerme daño a mí mismo) y acabar con
mi miseria de una vez por todas. No hago nada al respecto porque no soy depresivo clínico
diagnosticado, sino que padezco del “síndrome del ejecutivo con burnout ocupacional”. Dentro
del negro cinismo que ahora me posee, y dejando de lado los tecnicismos del diagnóstico del
psiquiatra, me dije: así le llaman ahora cuando la aplanadora de la vida te pasa por encima. Aparte
de eso, me complace decir que todo lo demás ¡bien!
Encontré paz en las palabras del Dr. Viktor Frankl, autor de El hombre en búsqueda de significado
esta frase resuena fuerte en mí: “Al hombre se le puede quitar todo menos una cosa, la última de
las libertades humanas: elegir su actitud en cualquier conjunto de circunstancias, elegir su propio
camino”.
Y si él supo y se las arregló para sobrevivir a los horrores más grandes del Holocausto en los
campos de concentración, simplemente porque su propósito era más fuerte y grande que él mismo:
dejar uno de los libros más inspiradores de la historia, hacerse uno de los psiquiatras de mayor
impacto en el mundo, abriendo una nueva vertiente en su profesión, convertirse en el padre de la
logoterapia y tener una vida plena hasta los 92 años. Poniendo las cosas en perspectiva, yo era solo
un niño llorón, pasando una mala racha. Nietzsche nos recuerda: “Aquel que tiene un porqué para
vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.
Por eso, en lugar de quedarme pegado en el pasado lamentándome con la pregunta: ¿qué fue lo
que hice tan mal para merecer esto? Y ejerciendo el papel de víctima, decidí buscar mi porqué,
para así ver qué podía aprender de esta situación. Quería encontrar una explicación lógica de cómo
llegué a este profundo hueco, de manera tan injusta según mi manera de ver, y así emprendí mi
búsqueda en la lectura y en el conocimiento. Después de todo, era una manera productiva y positiva
de canalizar toda mi rabia, frustración y tristeza. De este modo, sin quererlo, la filosofía llegó a mí
y me enamoré de ella, la hice mi terapia y mi medicina.
Sin saberlo en aquel entonces, de manera intuitiva y viéndolo ahora de manera retrospectiva, me
doy cuenta ahora de que siempre he estado en una búsqueda, encontrar “algo” con significado y
sentido. Desde adolescente, cuando tuve cierta independencia de mis padres, hice viajes de
mochilero bastante locos. Hay uno en particular, que hice en bicicleta desde Santiago de Chile
cuando terminé mi primer año de la universidad junto con la intención de concluir en Tierra del
Fuego (el extremo sur del continente americano). Esa aventura inicial me demostró que existía un
mundo por descubrir y esa sensación de libertad y aventura, de enfrentar la volatilidad de la vida
hacia lo desconocido, fue una revelación que me acompañaría toda la vida.
Cuando tenía 23 años, y sin saberlo en ese momento, viví en carne propia los ideales de la obra
Walden de Henry David Thoreau cuando me fui a lo más interior del Amazonas a través de un
viaje por el Orinoco para buscar la aventura de vivir en la naturaleza a lo salvaje. Terminé
extraviado por tres meses sin poder volver, sobreviviendo de la caridad de distintas tribus indígenas
que me adoptaron como inútil huésped y que ,gracias a esos maravillosos seres de la selva y mucha
suerte, tuve la posibilidad de contar la historia. Lo que me pasó fue tan inverosímil que fue lo único
que se me ocurrió contarle a Liliana en nuestra primera cita a ciegas un día de finales del año 1997.
Ella, con mucho escepticismo, escuchó mi “novela de aparente ficción” de dos horas, que
finalmente daría como resultado un feliz matrimonio de ya 23 años y dos maravillosas hijas. Quizás
algún día escriba sobre eso.
Así tengo decenas de historias raras, extremas, atípicas, divertidas y únicas que a mis hijas, amigos
y familiares les gusta que les cuente, el comentario final siempre es el mismo: ¡Eso solo te pasa a
ti! Pero ¿por qué me han pasado tantas cosas peculiares? Según mi esposa, es porque yo nunca he
tenido perspectiva. Según yo, es porque estoy en la búsqueda de algo, de una gran historia, de una
gran verdad, pero nunca tuve claro exactamente qué era. Desde que me casé, le dije a Liliana que
mi misión era contar una gran historia, solo que no sabía qué era exactamente. Decidí fluir para
que ese cuento llegara a mí, solo, lo dejaba en manos del “destino”, pero esa no sería una espera
pasiva, se convirtió en una búsqueda activa.
En 2011, estuve obeso y mal de salud: presión alta, colesterol y triglicéridos por el cielo. El doctor
me indicó que debía cambiar de estilo de vida o iba a tener que tomar una montaña de
medicamentos para siempre si quería dejar de estar en riesgo cardiaco. Con apenas 41 años en ese
momento, me había convertido en un despojo de ser humano. El exceso de trabajo, el estrés y las
responsabilidades de mantener una familia y mi búsqueda del “éxito”, después de 10 años de
casado y con dos hijas pequeñas, me estaban pasando una factura demasiado cara que tenía que
atender sí o sí.
¡Qué pereza! Tenía que hacer deporte, despertarme más temprano antes de irme al trabajo, mover
mi torpe y mofletudo cuerpo y salir a andar en bicicleta por el vecindario. Me sentía patético, pero
prefería eso que tomar todas esas pastillas, pues soy un tipo que hasta evita las aspirinas. Tuve la
gran fortuna que mi vecino de pared, Paulo (mi mejor y más leal amigo costarricense), estaba en
las mismas que yo, y gracias a su enorme motivación e insistencia hizo que esas salidas matutinas
fueran más entretenidas y llevaderas mientras creábamos el hábito.
Después de unos meses siendo consistentes, él tuvo la brillante iniciativa de inscribirme en una
carrera para participar ambos, actividad que nunca había considerado para mí. No estaba ni en mis
intereses ni en mis metas de vida. Sin embargo, me dejé influir por su entusiasmo. Inicialmente,
fueron experiencias bastante humillantes, llegar de último en una carrera de vecindario cuando ya
están recogiendo la meta es una sensación que no le gustaría sentir a nadie, no queda más remedio
que tomársela con mucho humor y buena onda, aunque por dentro quieras que te trague la tierra.
A pesar de la vergüenza, continué jugando al loco. Después de todo, era divertido y lo mejor era
que mi mente y cuerpo estaban por unas horas lejos de un problema de dinero que resolver, o una
situación laboral desagradable que afrontar. Me dije: nadie nace aprendido y solo me queda trabajar
para mejorar. Eventualmente, así sea a paso de hormiga, cuando mire para atrás, habré logrado un
gran recorrido y así fue.
Para acortar el cuento, en noviembre de 2014 competí en una carrera muy prestigiosa en Costa
Rica, a la que vienen participantes de todo el mundo a probar su resistencia física y mental al
extremo. Esta es la famosa Ruta de los Conquistadores, una competencia brutal de tres días en
bicicleta montañera que cruza Costa Rica desde la costa Pacifico y termina en el Atlántico por los
caminos más bellos: parajes escénicos, pero igualmente sádicos, complicados y muy
malintencionados por diseño que buscan que tu mente te diga ¡Basta! ¡Qué es este infierno!
Aquella experiencia me marcó profundamente porque, cuando me inscribí en ese reto, pensé que
era algo inalcanzable, irrealizable, humanamente imposible para mí. Cuando crucé la meta (en el
medio de la manada, no al final) con los ojos aguados y el cuerpo molido después de haber
superado semejante objetivo, creí tener la revelación que llevar mi cuerpo y mente al extremo en
eventos deportivos de clase mundial podía ser mi búsqueda.
Lo que empezó por salud y por dejar de ser un “gordito torpe”, se convirtió en mi escape a mis
feroces días laborales. Las endorfinas con las que me premiaba el cuerpo me hacían sobrellevar de
mejor manera la comedera de mierda del día a día, me hice un adicto a mis propias drogas
cerebrales. Mientras más deporte hacía, más dopamina se soltaba, más huía de tener que ser yo.
Había encontrado una manera constructiva de canalizar y sobrellevar todas las cargas que mi vida
laboral me hacía pasar a diario.
Así, en mi búsqueda tenaz, fui aumentando el nivel de dificultad. Si el reto no me daba miedo
desde el principio, no me motivaba trabajar por él, no valía la pena. Me fui poniendo cada vez más
extremo y extravagante, mi familia y amigos cercanos se preguntaban qué me pasaba y si me
gustaba auto torturarme: “¿de qué huyes?”, “¿qué le pasó en la vida para encontrar satisfacción en
esto?”
De esta manera, terminé haciendo tres triatlones Ironman en Estados Unidos y México, unos siete
medios Ironman, corrí la ultra maratón del Cañón del Cobre en Chihuahua junto con los indios
Rarámuris o Tarahumaras (aquella mítica etnia que solo corre largas distancias), corrí cien millas
en el desierto de Arizona, crucé nadando a mar abierto de Cancún a Isla Mujeres, recorrí corriendo
por siete días seguidos las selvas y las costas de Costa Rica para terminar en la frontera con Panamá
contra los corredores jóvenes de elite mundial, entre muchísimas otras carreras internacionales y
nacionales en las que me llenan de orgullo haber participado. Siendo la última y especialmente
destacable el Ultraman Florida, en febrero 2020, donde por 33 horas nadé 10 kilómetros, rodé 425
kilómetros en mi bicicleta y crucé la meta con una doble maratón de 84 kilómetros.
Aquel gordito torpe que fui, que daba vueltas en su bicicleta por el vecindario con crisis de la
mediana edad hace nueve años atrás, había quedado en el pasado. Ahora, forjado por miles de
horas y kilómetros de entrenamiento, llevé mi cuerpo y mi mente a los sitios donde jamás sospeché
que podría haberme llevado ni el más loco de mis sueños. La última frontera del masoquismo, mi
propio Monte Olimpo, donde compartía la cima con los que fueron en algún momento mis héroes
inalcanzables: David Goggings o Rich Roll, salidos de esa misma carrera y que la usaron como su
piedra angular y punto de arranque para construir sus exitosas carreras como autores de best-
sellers. Lo había logrado, ya era igual que ellos ¡aunque fuera en la versión hispanoamericana
tercermundista, ja ja!
Por fin, pensaba que tenía mi historia, al menos ya me había ganado el “pedigree”. En mi foto de
perfil de Facebook, me pueden ver orgulloso mostrando mi diploma de graduado con honores en
la “Academia de Comer Caca de la Buena”, de disfrutarla y pedir repetir con ganas ¡Como me
había costado!, pero por fin había descubierto mi historia, o al menos eso pensaba hasta ese
momento…
Por cierto, no me soliciten como amigo en ese perfil del Facebook, me hackearon la cuenta hace
como dos años y nunca la pude recuperar. Ahora, el administrador es un ruso mafioso que quiere
un pago en bitcoins, no creo que quieran ser amigo de él, no parece muy amigable. Tampoco me
busquen mucho en redes sociales, soy bastante mal usuario, nunca he tenido nada interesante que
decir en ellas.
Así, apenas unas pocas semanas después de volver a casa tras haber cruzado la meta del Ultraman
y todavía con el sabor a gloria en mis labios, el planeta se cerró por completo por culpa de aquel
famoso virus llamado COVID-19, que lo cambiaría todo para una gran mayoría de nosotros y que,
por supuesto, me afectaría profundamente cambiando el rumbo de mis prioridades, de mi búsqueda
y mi tan ansiada historia.
En el próximo capítulo, entenderán esos giros del destino, tan imprevisibles, tan dramáticos que
hicieron que mi historia, en vez de ser una épica historia de logros deportivos por parte de un tipo
improbable sin ninguna dote deportiva, demasiado común y corriente, padre de familia, que
empezó cuando la mayoría se retiran de hacer deporte, terminaría compitiendo en las mismas
carreras junto con los atletas más afamados en su disciplina, mientras compraba bicicletas y
accesorios siempre sin permiso y escondido del ojo vigilante de Liliana (supongo que eso no le
pasó nunca a mis héroes, ni a David ni a Rich).
Durante la pandemia, al estar condenado por la cuarentena como todos y no poder salir a la calle,
aproveché constructivamente el aburrimiento. En mi continua inquietud por la búsqueda del no sé
qué, esta vez con el objetivo de llevar mi mente al extremo, llevaba algo menos de año y medio
que había incorporado la meditación a mi vida en sesiones diarias de 15-20 minutos. Ocioso en
casa, decidí empezar a aumentar los tiempos para saber qué se podía lograr. Al no haber nada mejor
que hacer, subí progresivamente a una hora, luego pasé a dos horas y terminé llegando hasta un
máximo de cuatro horas en pocos días. Fue todo un récord para mí, para hacerlo aún más retador
y complicado, probé permanecer imperturbable haciendo variantes interesantes: metido en agua
con hielo, en medio de mis hijas jugando videojuegos, haciendo coreografías alrededor o viendo
la televisión a todo volumen. También estuve metido en el auto con el mínimo de ventilación y
expuesto al sol del mediodía con un calor salvaje. Me inicié en trabajos de respiración profunda,
pudiendo mantenerme algo más de cuatro minutos sin aire ¡lo que hace el ocio! Logré aislarme
con éxito y descubrir cosas muy interesantes, bastante trascendentales, a pesar de que mi familia
me veía como un verdadero extraterrestre, completamente loco. Ellas me decían que el COVID-
19 me había afectado el cerebro ¡Al menos jamás dirán que no lo intenté todo!
Lo que más me gustó de llevar la meditación a ese extremo fue descubrir que también puede ser
un camino espiritual viable para mí en el futuro y, quizás con más años de práctica y persistencia,
pudiera incluso lograr cierto contacto con la consciencia cósmica. Quedó en mi bucket list de
experiencias pendientes. No descarto terminar en el Tíbet como monje budista. Todo es posible.
Sin embargo, la pandemia me obligó a continuar con mi búsqueda llevándome a sitios más
extremos, más trascendentales, más profundos e insospechados, a tomar decisiones de vida que,
para bien o para mal, me cambiarían para siempre. Me iban a obligar a dejar atrás a ese
extravagante personaje en que me había convertido para evolucionar a algo que considero más
complejo e importante.
Después de tantas vueltas y un proceso que no le recomiendo a nadie, porque para cada quien es
personal y único, descubrí que mi misión en la vida era comunicar (eso se los explico en detalle
en el capítulo 19) y para ello usaría como vehículo la filosofía, la ciencia y la teología. Por fin,
había descubierto que, al menos, la etapa inicial de mi búsqueda había terminado. Este libro es el
resultado final, esta es mi historia y la quiero compartir con ustedes.
Casi nadie llega a la filosofía por el simple hecho de amar estudiar a pensadores intensos,
complicados y torturados que se le ocurrieron cosas que a nadie más hace milenios o siglos. La
filosofía llega a uno como terapia gracias a la angustia, a la adversidad que te pone en situaciones
complicadas, cuando empezamos a cuestionarnos: ¿qué quiere la vida de mí? ¿Qué es lo que debo
descubrir? ¿Cuál es el propósito de mi vida? ¿Mi misión? ¿Puedo dejarle alguna contribución a la
humanidad (por mínima que sea) para que haya valido la pena mi paso por este mundo?
Me identifiqué mucho con historias como las del padre del estoicismo, Zenón de Citio, un hombre
muy rico de origen fenicio, quien, tras haber perdido todo su patrimonio que era su flota y su
mercancía en un naufragio, resolvió abandonar el comercio y desde la ruina total en la que quedó,
cultivó la filosofía como estilo de vida, fundando una escuela del pensamiento que hoy está más
vigente que nunca y con la cual me identifico y la practico a diario.
Inspirado en su actitud de hierro, yo, quien nunca me había interesado por temas filosóficos de
ningún tipo, me pareció la vía ideal para encontrar respuestas satisfactorias que me ayudaran a
seguir adelante, pero nunca imaginé que esto se convertiría en una odisea personal de
transformación y autodescubrimiento tan grande y apasionante para mí.
Esta búsqueda incesante en mi vida, que inicialmente empezó de manera intuitiva, más tarde se
convirtió en plenamente intencionada y consciente para dar respuesta a esas incógnitas que no son
solo mías, sino que son universalmente humanas, y que terminó convirtiéndose en mi propósito de
vida. La filosofía me hizo descubrir personajes geniales que se preguntaron lo mismo que yo y, sin
sus aportes, sería imposible intentar descifrar la complejidad y profundidad de estos temas
existenciales.
De esta manera, aplicando la mayéutica de Sócrates, llegué a la pregunta raíz de todo mi problema
existencial. Sí podía encontrar una respuesta satisfactoria al por qué llegué a este punto de ruina
personal en mi vida, que sin duda me traería paz mental, pero sobre todo aceptación, que no es lo
mismo que la resignación que actualmente siento.
¿Existe realmente el destino? ¿Ya todo está escrito y nosotros solo seguimos de manera
inconsciente un guion prestablecido? ¿Nuestro mundo es determinístico? ¿Existe el libre albedrio
o, por el contrario, realmente todo es cuestión de azar y la aleatoriedad siendo la suerte la que
gobierna nuestras vidas sin que tengamos ningún control sobre ella?
Esas fueron mis primeras preguntas, tan antiguas como el hombre mismo y recurrentes en toda la
historia de la humanidad. Tratar de responderlas nos producen vértigo por la complejidad de sus
respuestas. Para la mayoría, es preferible evadirlas y dejarlas, finalmente, en manos de Dios.
Después de todo, él siempre es el culpable de todo aquello que no podemos entender ni explicar,
quizás porque va más allá de nuestra comprensión y requiere la humildad de aceptarnos tan
microscópicamente diminutos en el gran esquema de las cosas.
Por eso no es coincidencia que solo las grandes mentes de la humanidad, desde los antiguos griegos
y los más contemporáneos, Descartes, Laplace, Hobbes, Spinoza, Malebranche, Locke, Leibniz y,
más recientemente, Harry Frankfurt, G.E. Moore, Robert Sapolsky, Daniel Dennett, Yuval Noah
Harari y Nicholas Nassim Taleb, entre otros, han sido de los pocos que han enfrentado descifrar
esta incógnita para darle una explicación lógica. Sin embargo, el debate estará abierto mientras
existan mentes escépticas. El misterio continuará, siempre sujeto a revisión y discusión por la
búsqueda del conocimiento.
En mi caso, podría perfectamente aplicar el dicho que dice la ignorancia es atrevida, o para ser
más sofisticados psicológicamente hablando, quizás admitir que padezco del sesgo o distorsión
cognitiva conocida como el Efecto Dunning Kruger, aquel donde las personas con
baja habilidad en una tarea sobrestiman su habilidad y se lanzan campantes a opinar, diciendo,
escribiendo o, incluso, pensando sobre algo donde no tienen mayor formación previa.
Pues sí, admito con humildad ser un simple ser humano, como todos nosotros, intentando dar
respuesta a los mayores acertijos de la humanidad desde sus inicios como seres pensantes y eso no
me desanima por ningún instante a no intentar dar mi aporte personal. Esa libertad la tengo y, por
lo tanto, la ejerzo aquí. Como dijo alguna vez dijo Platón: “Un hombre que no arriesga nada por
sus ideas, o no valen nada sus ideas, o no vale nada el hombre”.
Este libro es el resultado, la historia de ese camino y las respuestas que obtuve para llegar a esas
conclusiones. Tal y como dijo Isaac Newton: “Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido
a hombros de gigantes”. Este es mi homenaje, mi reconocimiento agradecido y entrañable a todos
esos gigantes que marcaron pautas y abrieron caminos que nadie vio, que nadie había transitado
todavía y que en mí dejaron, y siguen dejando, un profundo respeto y una huella indeleble.
Con el conocimiento adquirido en estos últimos años, basado en disciplinas tan variadas como la
física, las matemáticas, biología, astrofísica, neurociencia, psicología, historia, la cultura popular
y, por supuesto, la filosofía, me adentré en las entrañas de los misterios más grandes de la
humanidad a buscar preguntas sin respuesta o al menos sin respuesta satisfactoria para, desde mi
punto de vista, tratar de darles respuestas al menos que sean útiles para mí mismo, dándome
aceptación y paz. Después de todo, si lograba entender las causas, sería más fácil sobrellevar los
efectos o consecuencias.
Nada de lo expuesto aquí en este libro son mis descubrimientos, ni mis experimentos, ni mis
teorías, yo solamente fui un acucioso recolector de cientos de piezas dispersas de conocimiento
que, por el simple azar, o quizás por mi propio sesgo de confirmación, reuní pareciendo fragmentos
sueltos e inconexos y con algo de curiosidad y pensamiento crítico. Descubrí que existía un fino
hilo conector, una narrativa común aparentemente oculta, un gran rompecabezas que se fue
armando ante mí para darme una visión más amplia y que, al menos a mi entender, había pasado
desapercibida: una visión, coherente, lógica y satisfactoria, creo que ese es mi mérito y el valor de
leer todo este libro en toda su extensión.
Mi propuesta
En la película, The Matrix (1999), hay un momento crucial en el que el personaje Morpheus ofrece
a Neo una elección trascendental: tomar la píldora roja o la píldora azul. Esta elección determinará
el curso de su vida y su percepción de la realidad. El diálogo memorable dice:
Morpheus: Al fin. Bienvenido, Neo. Como sin duda habrás adivinado, soy Morpheus.
Neo: Es un honor conocerte.
Morpheus: No, el honor es mío. Por favor, siéntate. Imagino que en este momento te sientes un
poco como ‘Alicia’, cayendo por la madriguera del conejo, ¿verdad? ¿Hmm?
Neo: Podría decirse eso.
Morpheus: Puedo verlo en tus ojos...
La elección de Neo entre la píldora roja y la píldora azul simboliza su decisión de enfrentar la
verdad cruda y desafiante (píldora roja) o permanecer en la ilusión cómoda, pero falsa (píldora
azul). Es un momento icónico que ha dejado una huella imborrable en la cultura cinematográfica
y popular que traigo precisamente para hacerles la misma pregunta: ¿qué píldora tomarías? Yo
tomé la roja sin pensarlo dos veces, pero es respetable e igualmente válido quien desee tomar la
azul, mi sugerencia para el lector es la siguiente:
Toma la píldora azul: si eres de aquellas personas afortunadas que están conformes con sus vidas,
están cómodos y todo les ha resultado bien, tienen éxito financiero y profesional, consolidaron un
buen patrimonio, salud en abundancia, construyeron una bella familia, poseen estatus dentro de la
sociedad, disfrutando de todo lo mejor que este mundo tiene para ofrecer. La vida les ha premiado
con todo lo que merecen. Los felicito, me alegro por ustedes, y me encanta. No tengo nada que
ofrecerles ni aportarles. Por el contrario, les deseo de todo corazón que les siga yendo así de bien
por siempre. Como dicen los norteamericanos: if it’s working, don’t fix it. Sin embargo, te pido que
al menos termines de leer la introducción, quizás de aquí a allá cambies de opinión.
Toma la píldora roja: si eres aquellos escépticos, con pensamiento crítico y no se conforman con
la información que poseen y lo cuestionan todo. Las respuestas existenciales que han obtenido por
parte de la religión, la sociedad y la familia son insatisfactorias, las consideran falsas o medias
verdades. Para los que la realidad es incongruente de acuerdo a sus creencias, los que tienen
pensamientos autolimitantes que no los dejan avanzar, para los que viven llenos de culpa, para los
que cuando se proponen hacer algo sienten que de manera inmediata el universo empieza a atentar
en su contra, para los que nada les ha llegado fácil, para los que la adversidad los ha golpeado de
manera inclemente y no encuentran consuelo, para los que sienten que están pagando alguna deuda
de otra vida, etc. Si te identificas con este grupo, pienso que encontrarás muchas respuestas aquí,
que al menos a mí me han traído mucha paz de mente y espíritu.
Advertencias al lector
Si te identificaste con el segundo grupo y decidiste tomar la píldora roja y te vas a animar a leer
este libro, debo advertir, a quien se adentre a partir del capítulo I, que estas ideas te desafiarán,
sobre todo a los más creyentes y practicantes religiosos. Todo tu sistema de creencias instaurado
desde la niñez hasta la adultez por tu familia y sociedad se verán cuestionados, te harán sentir
incómodo, diminuto, insignificante y desamparado muchas veces. Las estructuras mentales
tradicionales de tu vida tambalearan, tocaremos temas que son tan complejos e inimaginables para
la mente humana por su grado de abstracción que, para muchos, será mejor evadirlos.
Quizás mi ventaja, al no ser un escritor especialista ,es que pienso que el lenguaje con el que está
redactado este libro es bastante comprensible para todos. No intenta ser una tesis doctoral, ni
pretende asombrar a la comunidad científica o desafiar a intelectuales o académicos. No obstante,
a los que se sientan tentados en ir en mí contra, atacando al mensajero por no contar con las
credenciales científicas suficientes para un debate de este nivel, quisiera que todo su desagrado,
burla y escepticismo vaya dirigido hacia el mensaje del libro, argumenten con base y contradigan
lo que digo con hechos, eso es lo que espero de ustedes. Con gusto, me retractaré, aprenderé y le
daré todos los créditos bien merecidos a quien me pueda demostrar que estoy equivocado.
Es común que las personas se aferren a sus perspectivas, incluso frente a la crítica, lo cual no es
necesariamente negativo. Valoro la resistencia tenaz y apasionada de aquellos con quienes no estoy
de acuerdo, pues a través de ese desafío podemos acercarnos a la verdad. Considero esencial
reflexionar sobre la posibilidad de estar equivocado y las implicaciones que ello conlleva.
“En este mundo de incertidumbre nunca subestimen al personaje menos probable”, aforismo de
este autor.
Imaginen que en 1905, un joven de apenas 26 años, un modesto empleado de la oficina de patentes
local llamado Albert Einstein, envió una serie de artículos a la revista científica Annalen der Physik
para ver si lo tomarían en serio con sus ideas. A pesar de no estar vinculado con el mundo
académico ni científico, demostró tener una capacidad innata para exponer teorías revolucionarias.
Sus artículos abordaban temas como el efecto fotoeléctrico, el comportamiento de las partículas
en suspensión, la equivalencia entre masa y energía y, por supuesto, los principios de la Teoría de
la Relatividad. Ese pequeño acontecimiento marcó un antes y un después en la historia de la
concepción de la ciencia, la física y de la energía. Esos artículos le valieron a Einstein el Premio
Nobel de Física en 1921. Salvando las infinitas distancias con este genio universal, solo quiero
recordarles el refrán popular: “por donde menos se piensa, salta la liebre...”.
Este libro utiliza tres maneras importantes para construir la argumentación y el desarrollo de los
temas. Su estructura cumple con el rigor metodológico de estos tres métodos:
1. Usa el método socrático, también conocido como mayéutica, el cual fue creado por el
filósofo griego Sócrates (Atenas 470-399 A.C). Es una forma de diálogo basado en
preguntas y respuestas diseñadas para estimular el pensamiento crítico y examinar ideas
preconcebidas y llegar a un mayor entendimiento de la verdad. Gracias a este método, me
obligué a cuestionarlo todo: desde las verdades cotidianas hasta los principios éticos más
elevados.
El libro se compone de nueve capítulos iniciales los cuales son la presentación del marco teórico,
aunque no lo recomiendo por ningún motivo: si te aburre saber de griegos muy intensos, tipos
medievales y muchos conceptos de física que seguro no quieres volver a recordar de tu época en
el colegio, puedes pasar directamente al capítulo 10 (puedes confiar que la tesis del libro está bien
fundamentada). Esta es la presentación del principal argumento del libro, de donde saldrán las
preguntas claves que serán respondidas a lo largo de los capítulos del 11 al 23. Cada sección es
independiente de la otra. Por lo tanto, si se quiere, se pueden leer por separado y no en orden
estrictamente lineal. Cada pregunta es un capítulo que se irá respondiendo con el desarrollo del
argumento. El capítulo 24 son las conclusiones y un glosario al final con todo el vocabulario
técnico utilizado explicado palabra por palabra.
En cuanto a su enfoque:
En mi opinión, este libro concilia de una manera bastante satisfactoria tres disciplinas que siempre
han tenido posturas que rara vez han ido de la mano: la ciencia, la filosofía y la teología. Cada una,
por su lado, discutiendo los mismos temas, pero en su propio enfoque, léxico y cada una desde sus
propias trincheras. La virtud y el valor de la tesis de esta investigación es que encuentra
precisamente el espacio donde estas tres disciplinas se interceptan.
Es mi intento por conciliar las tres posturas que pueden parecer antagónicas. Descarté algunas
posturas radicales como el ateísmo de algunos científicos de renombre como el célebre biólogo
Richard Dawkins o incluso el astrofísico Carl Sagan quienes son fundamentales para este estudio
y ampliamente citados a lo largo del desarrollo del contenido, favoreciendo posturas más
moderadas, más al centro, como las de Einstein. En cuanto a la religión, me quedé con Tomás de
Aquino y San Agustín como figuras menos dogmáticas y cuyo pensamiento crea apertura al debate
en favor del conocimiento.
Para hacer el contenido más accesible a la mayor cantidad de público posible, van a leer muchas
referencias de la cultura popular. Existen muchos mensajes que vemos en películas o historietas
que, detrás de su aparente misión de simple entretenimiento, contienen gran sabiduría que entran
en nuestro subconsciente, sin darnos cuenta, y nos cuesta entender la razón exacta de por qué nos
gustó tanto una película.
Este libro (salvando las distancias nuevamente) pretende ser como una película del genial director
Quentin Tarantino, quien roba ideas de manera descarada de todas las películas que alguna vez vio
y lo impactaron de alguna manera, luego las mezcla y nos la presenta de una forma totalmente
única e innovadora. Este estilo conocido como Pastiche, en vez de parecer una parodia o copia
barata de su original, realmente rinde un homenaje a los maestros que le antecedieron. Espero
llegar ahí.
Lograr este trabajo fue muy parecido a la labor del paleontólogo, aquel estudioso de los huesos
fósiles de seres que vivieron hace millones de años atrás: se ubica un posible sitio, se empieza a
remover tierra y encuentra un pequeño colmillo. La aparición de esa diminuta pieza lo hace seguir
excavando porque debe haber más y, efectivamente, encuentra luego una pieza de mandíbula. Esto
hace que su curiosidad y deseo por obtener sea mayor y, así, sigue excavando para encontrar un
cráneo y, sucesivamente, aparecen cientos de piezas que componen todo un esqueleto que
meticulosamente se tiene que ir armando hueso a hueso. El resultado final, gracias a estos
incansables científicos y estudiosos, los podemos apreciar en todos los museos de historia natural
del mundo, gracias a su labor incansable podemos saber cómo fue el diseño de la vida antes que
el ser humano poblara la tierra.
De la misma manera que el paleontólogo, y gracias a que vivimos en la etapa madura de la era de
la información, todos los datos sobre el saber del hombre, de ayer y hoy, se encuentran al alcance
de unos pocos clicks de nuestras computadoras gracias, principalmente, al internet, a Google, a la
maravilla que es YouTube, a la tan mal ponderada Wikipedia (según los científicos y académicos)
y no podemos negar el prodigio y el poder de la recién llegada inteligencia artificial al alcance de
todos nosotros, la cual, usada de manera inteligente, sirve como un asistente formidable para
procesar miles de miles de datos que humanamente me hubiera llevado años compilar.
Ya no hace falta estar en una abadía medieval desempolvando pergaminos, ni tener acceso a la
biblioteca de Alejandría o incluso a la del Trinity College de Dublín (¡si se parece a la de Hogwarts,
es pura coincidencia!). Quien desee, hoy puede acceder a toda la información del mundo y
corroborar todo lo que está escrito. Para ello, todo está debidamente citado, las fuentes son
fidedignas, la información es pública con fácil y democrático acceso, el único requisito es tener
mucho pensamiento crítico, mucho escepticismo y apetito por el conocimiento. ¡Qué bendición
vivir en estos tiempos! Negarse a usar toda esta tecnología a nuestra disposición por una supuesta
falta de rigor, buscando un purismo absurdo, no vale la pena.
No descarto que este libro se convierta en el trabajo de mi vida y nunca lo termine, dependerá de
lo que ocurra con este primer intento, cuya única misión en este momento es convertirse en mi hijo
literario, testimonio fiel de mi pensamiento y mis ideas que perdurará, con suerte, más allá de mi
partida de este mundo.
Este libro no pretende ser de autoayuda. Sin embargo, lo escribí expresamente para ayudar.
Primero, para ayudarme a mí mismo y salir del hueco existencial en el que me encontraba. Por lo
tanto, si ayuda a otros también, y es tomado dentro de este género, bienvenido sea, aunque verán
que a lo largo del relato soy algo burlón y no me tomo muy en serio la literatura de la autoayuda
(debe ser porque me los he leído casi todos).
Por último, este es un libro de filosofía pura y dura, algo que le pararía los pelos a cualquiera. Sin
embargo, creo que la virtud de este escrito es que está presentado de una forma digerible y light
para la mayoría. Aquí, los filósofos citados son solo aquellos cuyos aportes han hecho avanzar esta
disciplina y han sido reconocidos por la historia. Espero que, más que quedarnos dubitativos,
pensativos o, quizás, más confundidos (en las nubes, para decirlo de algún modo), este libro pueda
servir de manual personal de acción diaria y espero ser considerado algún día por la crítica como
“un buen divulgador de la filosofía”.
Si este libro motiva y estimula a cualquier persona ajena a esta disciplina a interesarse por ella,
estaré más que satisfecho. Nassim Taleb lo hizo por mí sin conocerme, yo le devuelvo el favor a
un desconocido que vendrá después de mí. Al final del día, el mejor escritor será el que más lectores
crea.
La gente percibe que los filósofos evitan la responsabilidad de proporcionar explicaciones
concretas sobre la realidad, con excepción del Estoicismo. La filosofía poco le sirve al público
general para efectos prácticos. Creo que por eso existe una lejanía natural con esta disciplina, yo
mismo la experimenté por muchos años.
¿Cuál es el propósito de la vida?, ¿creer o no creer?, ¿existe el bien y el mal? ¿existe el libre
albedrio? A partir del capítulo 11 hasta el 23 se desarrollarán todas estas preguntas, en búsqueda
de una respuesta más o menos completa. Parece que los filósofos no se ven a sí mismos en la
obligación de entender el funcionamiento intrínseco de las cosas, pero yo sostengo que esa debería
ser precisamente su misión, por lo que la hice mía para estos efectos.
Este no es un libro de vanos sofismos para pretender parecer más intelectual e inteligente. Mi
ambición es que en un lenguaje sencillo se convierta en un manual de filosofía vida, estableciendo
premisas que bien empleadas sirvan para contestarte cualquier pregunta trascendental que te hagas
con respuestas que tengan aplicación práctica y directa en la vida cotidiana.
Desde niño, siempre tuve una intensa curiosidad por el funcionamiento interno de las cosas, mis
ganas de desarmar objetos para descubrir su esencia operativa para luego armarlos. Siempre estuve
construyendo e inventando con los bloques de Lego, definitivamente era en un ingeniero en
potencia, pero mi habilidad mediocre con las matemáticas me hizo decantarme por la arquitectura.
Esta inclinación y curiosidad natural resultaba ser una excelente predisposición para la filosofía,
ya que implica desentrañar las ideas y entender sus fundamentos.
Un filósofo puro debería, primero, empaparse del conocimiento del mundo y de la ciencia, para
después ejercer su oficio de manera más útil para la sociedad. Sin embargo, es reconfortante
observar que los filósofos modernos actuales tienen ya una formación científica más robusta que
la mía y se están ganando el respeto de la comunidad científica y académica. Los científicos, por
su parte, al igual que cualquier otra persona, tambien pueden caer en errores filosóficos y
confundirse, y es aquí donde los filósofos bien versados en ciencia pueden ser de gran ayuda para
esclarecer estos dilemas.
Este libro tiene un enfoque inevitablemente reduccionista, también se puede considerar fatalista y,
a su vez, profundamente nihilista, incluso puede ser considerado ateo y profano para los más
creyentes, pero que estas palabras no te predispongan de antemano. Si bien es un libro poco o nada
religioso, te resultará inmensamente espiritual.
Las conclusiones a las que llegamos son altamente satisfactorias y positivas, una vez que
aceptamos la realidad planteada. Es una invitación renovada a creer en Dios, pero en uno bastante
diferente al que nos han enseñado. Cuando aceptas las nuevas ideas esbozadas en este libro, te
aseguro ese wow effect que llaman en inglés: todo empezará a encajar y a tener mayor sentido.
¿Porque digo que es reduccionista? Te lo respondo con otra pregunta: ¿cómo se come un elefante?
Pues, ¡un bocado a la vez! Esta es una metáfora filosófica y científica que significa que, incluso
una tarea aparentemente abrumadora, como lo es explicar a Dios, puede lograrse si la divides en
pasos más pequeños y manejables. Esta entiende que los componentes básicos de un sistema o
fenómeno permiten comprender el todo.
Para ser más específico, el reduccionismo usado aquí es de tipo epistemológico, ontológico y
metodológico. La epistemología es la rama de la filosofía que estudia el conocimiento, su
naturaleza, posibilidad, alcance y fundamentos. Es ontológico porque hace la reducción necesaria
y suficiente para resolver diversos problemas de conocimiento, haciendo jerarquizaciones de lo
más grande a lo más pequeño. Finalmente, es metodológico porque considera que la mejor
estrategia científica es intentar reducir las explicaciones a las entidades más pequeñas posibles.
Todo lo que existe puede explicarse en términos de sus entidades más básicas.
¿Por qué podemos considerar este texto fatalista? Qué mal suena eso ¿verdad? Automáticamente
se confunde con pesimista, con un relato nube negra donde todo está mal, todo es negativo y no
vale la pena hacer nada, vamos al abismo de la perdición. En realidad, la palabra fatalismo es una
creencia que sostiene que la totalidad de los acontecimientos se producen por acción del destino o
por una predeterminación que no puede evitarse. En otras palabras, el fatalismo postula que los
sucesos están más allá de la voluntad humana y están dirigidos por causas independientes de
nuestras decisiones. Proviene de la raíz latina fatum, que significa ‘destino’. Los fatalistas creen
en una “necesidad inexorable” que se impone al ser humano, negando su libertad. En otras
palabras, el fatalismo cree en el determinismo de los acontecimientos. Estos eventos están dirigidos
por causas independientes de la voluntad humana, ya sea por fuerzas sobrenaturales, leyes
naturales, el ambiente o experiencias pasadas. El centro del debate de este libro es hasta dónde es
determinismo, libre albedrio o simple aleatoriedad ¡Ahí la gran incógnita! Esta la resolveremos en
el capítulo 20.
El nihilismo que propongo es un abrazo al abismo sin fondo. No solo cuestiona, sino que niega
principios religiosos, políticos y sociales trascendentes. No hay fundamentos sólidos, ni
finalidades que sostengan el pensamiento y la acción humana. Dios y los principios morales
objetivos son meras invenciones humanas. De hecho, el mismo Nietzsche proclamó que "Dios ha
muerto", frase que resuena en el corazón de esta corriente filosófica, donde en realidad mueren los
conceptos morales del bien y el mal, la razón y la verdad absoluta.
El relato nihilista de este libro sostiene que el desarrollo de la humanidad está sometido a una
constante lucha de fuerzas. El hombre solo muestra su voluntad de poder a través del libre albedrio
porque, a diferencia del racionalismo, que interpreta los fenómenos de manera mecanicista y
matemática, creando una idea de equilibrio, orden e inmutabilidad, en realidad la vida y el universo
son el resultado de una lucha de fuerzas caóticas y desiguales, tema que en este libro trataremos
de demostrar a través de la física y otras ciencias, que la evolución es caótica, es una lucha de
fuerzas no ordenada por o hacia una finalidad.
Tambien expondremos que la religión, la moral y la razón son solo algunas de las infinitas
perspectivas para observar al hombre, al universo y al devenir del tiempo, donde ninguna
perspectiva tiene la verdad, pero, a su vez, todas la tienen. Las verdades absolutas de la metafísica
o de la ciencia son sólo perspectivas, son ficciones parciales que tapan al resto de las perspectivas
que pueden ser igualmente válidas.
El nihilismo descree de un orden y un organizador supremo. Sin embargo, este libro, en ese
aspecto, contradice a los nihilistas porque sí reconoce a un creador de posibilidades infinitas. Una
energía universal, una esencia, un ADN, que después de quince mil millones de años de ensayo y
error, produjo nuestra evolución como humanidad de una manera no lineal, ni equilibrada, ni
armónica, ni perfecta, sino que responde al carácter caótico de su naturaleza donde la física
cuántica es la protagonista que nos revela las respuestas.
¿Podremos encontrar significado en la nada? ¿Hasta dónde somos, acaso, los creadores de nuestros
propios destinos en un universo solo creador de caos? Si desmontamos la estructura del Dios
bíblico de nuestras creencias ¿cuál será nuestro nuevo piso ideológico que nos dé las fuerzas para
continuar?
La visión del mundo que les presentaré en nada se parece a la depresión o la desesperanza. Es un
nuevo comienzo para una visión renovada de emprender un nuevo camino, pero quitándonos el
pesado lastre de nuestros antiguos sistemas de creencias instaurados desde nuestra infancia,
juventud e incluso adultez, pero ahora, obsoletos, caducos e inoperantes para el mundo actual en
el que vivimos es imperante cambiarlos. Se exige hacer una actualización urgente.
Por eso los primeros dos capítulos del libro solo son la base argumental y la historia de este autor
que justifican esta investigación. No obstante, el capítulo 3: ¿Por qué creemos tantas estupideces?
es clave, de lectura fundamental y obligatoria, para el entendimiento de lo que vendrá después.
Para poder avanzar, primero, debemos “desaprender” para entender cómo nuestro cerebro
funciona, cómo nos engaña, cómo fijamos y nos aferramos a creencias extrañas, porque nos
fascinan las construcciones narrativas, los mitos, leyendas, incluso, las fake news y las teorías de
conspiración, que consumismos con tanto entusiasmo y sin objeción alguna.
Venimos con el cerebro en blanco a este mundo. A partir de que empezamos a entender el lenguaje,
nos van metiendo ideas en nuestra cabeza, buenas y malas, que vienen primeramente de nuestros
padres. Luego, más creencias vienen en la niñez, para que nos ayuden a funcionar correctamente
en sociedad. En la adultez nos llegan otras: absorbemos de la familia, profesores, amigos,
autoridades religiosas, gubernamentales, entre otros. Esas creencias que compartimos con nuestro
entorno directo, con nuestra comunidad e, incluso, con nuestro país de origen, construyendo y
formando parte de nuestra identidad, individual, grupal y hasta nuestra nacionalidad.
Estas convenciones, nos dan cohesión social, seguridad de quiénes somos, nos dictan cómo
actuamos, pensamos y decidimos. Todo esto conforma nuestro sistema de creencias, jamás lo
hemos cuestionado, no lo ponemos en duda ni por un segundo y, aunque esté obsoleto y caduco
nos aferramos a él. Se convierte en nuestra verdad. Se refiere al “yo soy así y punto”.
Imaginemos por un momento que somos como una computadora: el hardware sería nuestro cuerpo
físico, el cerebro es el equivalente a la memoria RAM y al disco duro. Por su parte, el software son
nuestros programas instalados, el sistema de creencias es justamente lo más importante: es el
sistema operativo, son los infinitos comandos que darán las directrices de cómo funcionará la
máquina correctamente. En el caso de nuestros equipos electrónicos, cada vez que se publica una
actualización oficial corremos a instalar la versión más actualizada, este viene con mejoras sobre
pequeñas fallas detectadas, te protegen de nuevas vulnerabilidades, vienen con nuevas y más
amigables utilidades, un refrescamiento del diseño, entre otras tantas cualidades. No nos gusta
quedarnos con las versiones antiguas, a todos nos encanta tener la computadora, el celular o la
tableta siempre al día ¿cierto? Y te pregunto yo: ¿desde cuándo no actualizas tu sistema operativo
personal?
El único objetivo de este libro es motivarte a que tomes el riesgo de renovar y hacer un upgrade a
tu Sistema Operativo Personal (SOP) que, si hacemos la analogía con el sistema operativo más
conocido, el Windows de Microsoft, no me extrañaría que muchos todavía funcionen en MS-DOS,
Windows 3.1 o, en el mejor de los casos, en Windows 95. Con la lectura de este libro, te invito a
reformatear tu disco duro mental y volver a ponerlo de fábrica. Hacemos una instalación limpia
desde cero, del SOP: DIOS 2.0 y te garantizo que tu maquina se transformará, te llenará de
herramientas nuevas, serás más ágil y veloz, porque te habrás librado de toda la información basura
que cargaste como lastre por su acumulación de toda una vida.
3,2,1, reiniciando…