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2

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¡Cuidémonos!
CRÉDITOS

Traducción
Mona 4

Corrección
Nanis

Diseño
Bruja_Luna_
DYLAN ST. JAMES:
OMEGA CONCEALED
ELIZABETH DEAR
5
ÍNDICE
IMPORTANTE _________________ 3 12 _________________________ 97
CRÉDITOS____________________ 4 13 ________________________ 106
SINOPSIS ____________________ 8 14 ________________________ 116
NOTA DEL AUTOR _____________ 9 15 ________________________ 123
¿QUÉ ES OMEGAVERSE? _______ 10 16 ________________________ 133 6
ORDEN DE UNIFICACIÓN DEL 17 ________________________ 139
DEPARTAMENTO DE MANADAS DE
18 ________________________ 145
LOS EE.UU.__________________ 11
19 ________________________ 152
1 __________________________ 13
20 ________________________ 162
2 __________________________ 19
21 ________________________ 170
3 __________________________ 27
22 ________________________ 176
4 __________________________ 34
23 ________________________ 185
5 __________________________ 42
24 ________________________ 192
6 __________________________ 50
25 ________________________ 201
7 __________________________ 57
26 ________________________ 207
8 __________________________ 64
27 ________________________ 217
9 __________________________ 73
28 ________________________ 224
10 _________________________ 80
29 ________________________ 233
11 _________________________ 88
ACERCA DE LA AUTORA_______ 239
A K. Panikian, L.K. Farlow y Morgan B por empujarme con fuerza en la
dirección de este género.

7
SINOPSIS
Las manadas son dolor y los vínculos son putos grilletes.
Con el gobierno entregando hembras omega a las manadas alfa como si
fuéramos cheques de la seguridad social, me aferro a mi libertad gracias a un
enganche supresor del mercado negro y a una familia letal que está dispuesta a
ejecutar a cualquier alfa que intente forzar un vínculo.
De día, trabajo en la ferretería familiar. De noche, rescato a omegas que no
nacieron con las herramientas para luchar contra el sistema como yo. 8
Mi vida es un riesgo, pero nunca la cambiaría por nada.

Ni siquiera por los tres hombres peligrosamente guapos que vienen a

husmear por la tienda en busca de la omega que acabo de arrebatar de su prisión


abusiva.

Ni siquiera cuando esos hombres huelen como si fueran míos.

Pero mi enganche supresor acaba de caer, y estoy en la vía rápida a una


explosión de feromonas que me llevará a la cárcel, seguida de la vinculación forzada.
O podría darle a mi cuerpo lo que tan desesperadamente desea y caer en los
cómodos brazos de Austin, Seth y Cameron.
¿Pero fuera de los cuentos de hadas? No existe tal cosa como una omega
felizmente unida.

Soy Dylan St. James, y no soy una princesa.

Este es un romance H/H/M/H del Omegaverse. Es el Libro 1


de una duología y terminará en un cliffhanger. Como siempre con
mis libros, es para lectores mayores de 18 años y contiene mucho
lenguaje soez, escenas calientes y temas violentos. La lista
completa de advertencias sobre el contenido se encuentra en la
nota de la autora al principio del libro. ¡Feliz lectura!
NOTA DEL AUTOR
Chicos, soy consciente de que no puedo elegir un carril. De verdad.
Pero la musa quiere lo que quiere, y ella quería un romance contemporáneo de
Por qué elegir Omegaverso, pero que sea una heroína al estilo de Elizabeth-Dear.
Vamos con ello. Si eres un veterano de ED, la historia y los personajes te
resultarán familiares. Si eres nuevo en el género del Omegaverso, en la siguiente
sección encontrarás una breve introducción.
9
Si eres nuevo para mí, ¡bienvenido! Esta es mi primera serie del Omegaverse,
así que sé amable. El tono de esta serie en particular es más oscuro, pero la oscuridad
está más en el mundo y en el conflicto externo que en el romance en sí. Intento
mantener la levedad y el humor en todas mis historias, y no me gusta torturar a mis
protagonistas. Te garantizo un final feliz y diversión por el camino.
Un recordatorio de que este es un romance de Por Qué Elegir, lo que significa
que nuestra heroína tendrá múltiples intereses amorosos y no tendrá que elegir entre
ellos. También hay una relación H/H establecida en el grupo, así que habrá espadas
cruzándose junto con mucho amor por nuestra heroína.
Esta es una duología, dos libros para completar la historia de Dylan. Será una
combustión lenta que se enciende considerablemente en el Libro 2. ¡Chicas de la
trama, únanse!
Advertencias sobre el contenido: discusión sobre violencia doméstica,
agresión sexual y abusos ocurridos fuera de la página y en el pasado, no aplicables a
ningún personaje principal. Mención del suicidio en la historia familiar, fuera de la
página y en el pasado. Vaga discusión sobre la infertilidad. Violencia armada, sangre
leve y caos. Temas distópicos, como el control gubernamental del cuerpo de las
mujeres y la trata de mujeres y niñas.
Consentimiento dudoso: Si eres nuevo en las historias del Omegaverso, ten en
cuenta que los lectores a menudo sienten que hay un elemento de consentimiento
dudoso en los “requisitos” de la biología omega. Hago todo lo que puedo para incluir
el consentimiento en la relación de Dylan con nuestros protagonistas masculinos,
pero es un tema importante del libro que el cuerpo de Dylan hace demandas que ella
preferiría que no hiciera. Personalmente, no considero que ninguna situación sexual
entre nuestros protagonistas sea consentimiento dudoso, pero también reconozco
que las opiniones pueden diferir.
Gracias por elegir esta historia y espero que la disfruten.
- Elizabeth
¿QUÉ ES OMEGAVERSE?
Como muchas grandes cosas, Omegaverse se originó en fanfiction y se ha
abierto camino en el romance indie con gusto.
Las versiones de Omegaverse son tan variadas como los autores que crean las
historias que contienen, pero hay algunos tropos y temas comunes que se pueden
encontrar. Para los no iniciados, describiré el Omegaverso tal y como he decidido
presentarlo en esta serie.
Omegaverso es, en esencia, un universo alternativo en el que los humanos 10
tienen una biología diferente a la del mundo real. En concreto, las personas nacen y
se presentan como alfa, beta u omega.
Los alfas son los más grandes, fuertes y dominantes de las designaciones. Son
los líderes, los soldados de élite, la cúspide de la sociedad. Suelen formar “manadas”
entre ellos, y en su centro hay un omega. Las omegas son las compañeras
biológicamente perfectas de una manada alfa: son raras, femeninas, fértiles y huelen
muy bien para un alfa.
Los betas son humanos normales que viven vidas humanas normales, aunque
en mi versión del Omegaverse, los betas tienen un sentido del olfato ligeramente
mejorado y una tasa de fertilidad en rápido descenso.
Un componente clave de la biología del Omegaverso es el olor de un individuo
y cómo afecta a los demás. Las feromonas alfa y omega impulsan algunos deseos
primarios e intrínsecos entre las dos designaciones, específicamente con fines de
vinculación y apareamiento. Los omega experimentan “calenturas” y necesitan que
sus alfas los atiendan durante ellas (sí, de forma sexy). Los alfas están programados
para no desear otra cosa que cazar a su omega hasta el olvido y unirse a él para
siempre. Todos tienen algo extra en sus partes para ser una pareja hecha en el paraíso
del Omegaverso.
En mi versión de este mundo, los alfas suelen ser hombres y los omegas suelen
ser mujeres, aunque hay raras excepciones.
¿Te resulta familiar? Si has leído alguna novela romántica de cambiaformas, no
creo que te resulte tan difícil de seguir. Pero ten en cuenta que se trata de una historia
contemporánea, lo que significa que no hay metamorfos, ni “magia” real, ni
elementos paranormales más allá de la biología fantástica del Omegaverso. Son
humanos modernos viviendo en una versión alternativa de nuestro mundo moderno.
Dejaré que Dylan te explique los detalles. Feliz lectura.
ORDEN DE UNIFICACIÓN
DEL DEPARTAMENTO DE
MANADAS DE LOS EE.UU.
El DOUM emite esta Orden Nº 1999-045, en vigor desde el 31 de agosto de 11
1999, en respuesta a la Emergencia Nacional declarada por el Congreso el 30 de junio
de 1999.
La tasa de natalidad de las hembras beta ha alcanzado un mínimo crítico. La
fecundidad de las hembras omega sigue siendo alta, pero los nacimientos globales
de hembras omega vinculadas han disminuido, ya que las hembras que presentan la
designación omega son cada vez más raras. Esto ha provocado que la tasa de
natalidad de los machos que se presentan con la designación alfa haya descendido a
un mínimo histórico.
El congreso ha determinado que el gobierno tiene un interés apremiante en
impulsar la tasa de natalidad nacional general, con especial énfasis en aumentar la
tasa de niños con más probabilidades de presentarse como alfa. El excepcionalismo
estadounidense está en peligro sin una nueva generación saludable de soldados,
innovadores y líderes tanto en los negocios como en el gobierno.
Para ello, es fundamental fomentar la formación de manadas alfa y emparejar a
las hembras omega con una manada compatible.
El gobierno también tiene un interés imperioso en proteger la seguridad de los
ciudadanos omega. El aumento del número de omegas no vinculados que han
superado la mayoría de edad ha provocado un incremento documentado en de la
violencia alfa que ha causado lesiones a otras personas y cuantiosos daños materiales.
A partir de la fecha de esta Orden, el DOUM exigirá el registro de todos los
ciudadanos omega en su oficina local del DOUM en el momento de la presentación
de la designación omega. El Departamento trabajará para emparejar a todos los
ciudadanos omega registrados con una manada alfa adecuada antes de la mayoría de
edad y antes del inicio del primer celo.
El incumplimiento de esta Orden por parte de los padres de menores que se
presenten como ciudadanos omega y omega mayores de diecisiete años puede dar
lugar a sanciones civiles y penales. El congreso ha autorizado la imposición de multas
de hasta 75.000 dólares por infracción y de hasta diez años de prisión por conducta
dolosa e intencionada.
Esta Orden no se aplica a los ciudadanos omega de veintitrés años o menos que
sean aceptados para su admisión en una Escuela de Finalización Omega (EFO)
certificada. El congreso ha acordado seguir permitiendo que cada EFO supervise el
proceso de cortejo de sus estudiantes y manadas alfa examinadas.
Por favor, dirija cualquier pregunta relacionada con esta Orden a Herald
Jackson, alfa, secretario del DOUM.

12
1
DYLAN

Se me cortó la respiración al aterrizar en la gran jardinera rectangular que


había debajo de la ventana del dormitorio de Sally. Había saltado a la jardinera desde
una rama del cercano nogal del patio trasero de la manada Brown con bastante
facilidad, pero no estaba muy segura de que la vieja jardinera aguantara mi peso.
13
—He oído un crujido —dijo Derrick con cautela. Mi hermano gemelo esperaba
a la sombra de un nogal en el patio de abajo, con la voz amplificada por el auricular
que llevaba en la oreja derecha—. Te dije que este plan era estúpido.
—No he oído que se te ocurriera nada mejor —siseé mientras daba unos
golpecitos en el cristal de la ventana, dándole la señal a Sally—. Esto no es uno de
nuestros asaltos en los parques de caravanas del sur. No podemos tirar la puta puerta
abajo en Whitetail Hills.
—¿Quién lo dice?
—¿Quieren enfocarse? —La divertida voz de Daisy interrumpió—. Cada una de
estas lujosas casas tiene múltiples cámaras de seguridad, y el vecino de enfrente
definitivamente sigue despierto. Tenemos que movernos.
Confía en que la chica de quince años sea la voz de la razón en esta operación.
Se había metido en el arbusto de un vecino frente a la casa para vigilar la calle. Daría
la alarma si los tres alfas de la manada Marrón que se habían ido al bar hacía media
hora volvían inesperadamente temprano.
Me agaché en mi caja, con las botas clavadas en el suelo seco y desnudo. Una
mujer apareció en la ventana, con el rostro nervioso iluminado por la pálida luz de la
luna. Abrió la ventana con cuidado de no hacer ruido.
No es una mujer, es una chica, pensé al ver su sudadera rosa holgada y sus
leggings brillantes. Al fin y al cabo, Sally sólo tenía diecisiete años y fue asignada por
el DOUM a la manada Marrón en cuanto alcanzó la mayoría de edad. Sólo tardó unos
meses en desaparecer de su instituto.
—Hola, Sally —susurré—. Soy Dylan. ¿Estás lista para irnos?
Sus fosas nasales se agrandaron y sus ojos se agrandaron al percibir mi olor, o
la falta del mismo. Se quedó boquiabierta y me dirigió una mirada de esperanza tan
profunda que sentí un pellizco en el pecho.
Las chicas omega a las que ayudábamos conocían mi designación porque
ayudaba a establecer la confianza. Pero muchas no creían que yo fuera capaz de
presentarme nada más que como una hembra beta normal y corriente hasta que me
olieron con sus propias narices.
Era una vida que también les ofrecíamos a ellas, si la querían.
—Sí, estoy lista —respondió—. Me encerraron como siempre, y empujé mi
cómoda contra la puerta como ustedes me dijeron. Don está jugando videojuegos en
su habitación con los auriculares puestos, así que espero que no se dé cuenta de nada.
Don era un idiota abusivo, igual que sus otros tres hermanos de manada. Casi
esperaba que se uniera a nosotros para poder presentarle mi bota a la cara. 14
—Buen trabajo —le dije con una sonrisa alentadora—. ¿Crees que puedes subir
a esta jardinera totalmente estable conmigo?
—Si se rompe, estás por tu cuenta —murmuró Derrick en mi oído—. Sólo puedo
atrapar a una de ustedes.
Lo ignoré, no quería alarmar a nuestra ya asustada omega. Se echó al hombro
su pequeña mochila y agarró la mano que le tendí; luego se arrastró tímidamente por
la ventana y se unió a mí en la caja.
—Bien, esto es lo que va a pasar —le susurré—. Mi hermano, Derrick, está en
el patio justo debajo de nosotros. Voy a ayudarte a pasar por el lado, y él te atrapará.
Soltó un pequeño grito ahogado.
—¿Qué? ¿Se supone que debo... caerme?
—Te tiene, te lo prometo. Son sólo dos pisos, y él es muy fuerte.
Y Sally era pequeña, la chica omega ideal. Un metro setenta, de huesos finos y
esbelta, salvo por una generosa curva en las caderas y el busto que irradiaba
fertilidad femenina. Su dulce aroma a pastel de fresa habría sido como crack para
cualquier alfa.
No era de extrañar que la manada Marrón la atrajera en cuanto cumplió los
requisitos para ser vinculada, al margen de su origen empobrecido. Eran una manada
joven y prometedora con dinero para gastar, pero habían pasado por el proceso
DOUM porque carecían de la riqueza exorbitante y el pedigrí necesarios para
cortejar a un copo de nieve de la Escuela de Finalización Omega. Sus amplios bolsillos
y su bonita casa les habían permitido hacerse fácilmente con su mejor elección.
En cualquier caso, Derrick atraparía a Sally sin problemas, aunque hubiera
saltado del tejado.
Mi dedicación a tomar supresores hormonales muy ilegales desde el segundo
en que mi designación se dio a conocer en la pubertad me permitió crecer en altura
y engordar lo suficiente como para sentirme lo bastante segura de mí misma como
para darle un puñetazo en la cara a un alfa. Derrick no me atraparía como a una
delicada princesa que cae de su torre.
Sally se asomó por el lateral de la caja. Derrick salió de las sombras en un lugar
estratégico debajo de nosotros y la saludó con la mano.
La sentí tensarse a mi lado.
—Sí, es un alfa, pero tú no estás ni cerca de tu celo, y aunque lo estuvieras, él
tiene un control férreo. No está interesado en vincularse a una omega y nunca lo
estará.
—Oh, de acuerdo entonces —dijo, aspirando aire. De todas formas, no tenía 15
elección—. Estoy lista.
La sostuve mientras subía por el lateral.
—Derrick, el paquete baja en tres, dos, uno...
—¡Sally! —Una voz grave retumbó detrás de nosotros a través de la ventana
abierta. Los puños golpearon la puerta del dormitorio, seguidos rápidamente por el
violento estruendo de la puerta al atascarse contra la cómoda de Sally—. ¡Sally! ¿Qué
mierda pasa? Abre la puerta ahora mismo, joder.
Sally soltó un chillido aterrorizado.
—¡Se acabó el tiempo! —ladré, y luego le di un ligero empujón por el lado de
nuestra percha.
Esta vez pegó un grito de verdad, y un fuerte oomph anunció que había
aterrizado sana y salva en los brazos de Derrick.
—Paquete seguro —gruñó. Se marchó hacia la puerta trasera, con una
aterrorizada Sally aferrada a su cuello. Mi camioneta estaba esperando, estacionada
en el callejón detrás de la casa donde los residentes de este bloque de Whitetail Hills
dejaban sus cubos de basura para la recogida.
Detrás de mí, la puerta se abrió de golpe y el ruido de la cómoda raspando el
suelo de madera se me clavó en los tímpanos.
—¿Qué mierda es esto? —gritó Don mientras entraba en la habitación de Sally.
Me tapé la nariz y la boca con el pasamontañas antes de girarme para hacerle
un gesto con el dedo.
Me miró boquiabierto. Lo saludé con la mano, luego giré y me lancé desde la
jardinera, el crujido del marco al soltarse del lateral de la casa anunciando que había
evitado por los pelos el “te lo dije” más molesto del mundo por parte de Derrick. Me
estrellé contra la gruesa rama de un árbol con un doloroso ruido sordo.
—Uh, las luces se encendieron abajo —dijo Daisy en mi oído—. Oh mierda,
aquí viene el tipo presumido alfa bajando las escaleras como si su trasero estuviera
en llamas.
Gemí mientras me colgaba de la rama.
—Sí, estamos atrapados. Lo entretendré. Derrick, ¿está a salvo en la camioneta?
—Atándola ahora.
Con un fuerte impulso, me columpié en una rama más baja y bajé por el tronco
lo suficiente para saltar hasta el suelo.
—Daisy, hora de salir —dije—. Nos vemos en el callejón. 16
El sonido de la puerta trasera de la casa al abrirse de golpe resonó como un
disparo en el barrio adormecido. Don se precipitó al patio, con la cabeza girando y
las fosas nasales abiertas como las de un toro mientras buscaba frenéticamente a
Sally.
En el momento en que su mirada salvaje se clavó en mí, embestí.
Yo llevaba mi pistola al cinto y varios cuchillos y otras cosas divertidas
escondidas bajo el chaleco negro de vellón que vestía, pero Don no traía a esta pelea
más que un pantalón de pijama de franela y las letras griegas de su antigua
fraternidad tatuadas sobre el pecho desnudo.
No sería justo sacar un cuchillo y destriparlo. Además, eso definitivamente no
estaba en el plan. Papá tendría un infarto.
Por una fracción de segundo, sus ojos se agrandaron, sin duda al darse cuenta
de que yo era una mujer. Aprovechando ese momento de duda, me dejé caer y me
deslicé hacia sus piernas.
—¡Joder! —bramó, cayendo como un árbol cuando lo derribé. Don era grande
como la mayoría de los machos alfa, unos centímetros por encima del metro ochenta,
inflado por la musculatura que era capaz de mantener simplemente por haber ganado
la lotería genética, pero también era un idiota perezoso, lento, fuera de forma y con
los reflejos de un tipo que lleva tres cervezas dentro.
Rodé, me puse en pie y le propiné una fuerte patada en las costillas mientras
yacía boca abajo en el suelo.
Él gimió.
—Jódete, perra. ¿Dónde mierda está mi omega?
—Se ha ido. No la busques.
—¡Es nuestra omega vinculada! —Se levantó del suelo y se puso de pie.
Retrocedí para evitar la lluvia de saliva mientras ladraba—: Pagamos un buen puto
dinero por ella. Mi manada la encontrará, y luego te encontraremos a ti, zorra beta.
Eres una muerta andante.
Lo dejé hablar: cuanto más lo entretuviera, mejor.
La voz tranquila de Daisy me llegó al oído.
—Me dirijo al callejón ahora. Sesenta segundos.
Don avanzó hacia mí, asesino en sus ojos.
Caminé hacia atrás, dando pasos lentos y cuidadosos hacia la puerta trasera.
—Nunca la encontrarán —me burlé—. Y si ustedes, cabrones abusivos,
consiguen de algún modo comprar a otra pobre chica omega, volveré. Cuenten con 17
ello.
Rugió, avanzó y me dio un torpe puñetazo en la cabeza.
Me agaché y le golpeé la nariz con el talón de la mano enguantada. Se rompió
con un crujido profundamente satisfactorio.
—¡Joder! —aulló, y sus carnosas manos volaron hacia su cara mientras la sangre
empezaba a filtrarse por sus dedos.
—Ahora, Dylan —Derrick retumbó en mi oído.
Pateé a Don en el estómago una vez más antes de girar sobre mis talones y salir
corriendo hacia la puerta trasera.
La puerta se abrió de golpe y Derrick la abrió lo suficiente para que yo pudiera
pasar. La cerró tras de mí y corrió detrás de mi camioneta justo a tiempo para
encontrarse con Daisy, que corría por el estrecho camino de tierra del callejón. Se
había negado a llevar la gorra de béisbol que llevábamos Derrick y yo, y su cabello
rubio pajizo ondeaba alborotado justo por encima de los hombros mientras corría.
Derrick y yo también llevábamos camisetas térmicas oscuras, pantalones tácticos a
juego y botas de montaña, mientras que Daisy se había presentado al trabajo de esta
noche con una sudadera verde con capucha, leggings grises y sus Crocs.
Me apresuré hacia la puerta del conductor de mi camioneta, la abrí de un tirón
y salté al asiento delantero. Me giré en el asiento para ver por la ventanilla trasera
cómo Derrick se agachaba junto a la valla trasera de la casa detrás de la de los Brown,
agachando las manos para dar un paso. Daisy no rompió el paso cuando saltó a las
manos de Derrick, que la esperaba, y entonces la lanzó por encima de la valla. Se
agarró a la parte superior de los listones de madera y saltó con la gracia de una
gimnasta, y Derrick la siguió, avanzando con un poco menos de delicadeza.
Serpenteaban por los oscuros patios de las familias durmientes de Whitetail
Hills hasta llegar a la camioneta de Derrick, estacionada a varias manzanas de
distancia. Luego se dirigirían a casa, informarían a papá y dormirían la noche que yo
no dormiría.
Satisfecha de que estuvieran a salvo, me volví hacia el volante y apreté el botón
de arranque. La camioneta se puso en marcha y me volví hacia mi pasajera.
—¿Lista, Sally?
Asintió en silencio, agarrando su mochila como un salvavidas mientras un
temblor sacudía su delgada figura.
Aceleré y salí del callejón a toda velocidad por la calle transversal. Justo antes
de salir a la carretera, vi por el retrovisor la puerta de los Brown abriéndose de par
en par. 18
Estábamos lejos antes de que Don pudiera salir de detrás para ver el coche de
la huida.
Un poco cerca, pero un éxito.
2
DYLAN

Cuando salimos de Whitetail Hills, cruzamos la ciudad y entramos en la


autopista estatal de Texas en dirección noroeste, me permití relajarme. El límite de
Ciudad del Sol había quedado atrás y era hora de preparar a Sally para lo que vendría
después.
19
—¿Estás bien? —le pregunté.
Ella asintió, su terror parecía haberse fundido más en un aturdimiento.
—Sí. Creo que sí. ¿Por qué... por qué no vino Daisy?
—Ella quería venir —le aseguré—. Pero es mejor que sólo uno de nosotros
haga el viaje, ¿sabes?
—Oh. Sí, supongo.
Daisy, la pupila de quince años de mi familia, sin duda había querido venir.
Incluso nos lo habíamos planteado durante medio segundo porque sabíamos que una
cara conocida reconfortaría a Sally. Pero no necesitábamos arriesgarnos a que
fuéramos dos en el largo trayecto hasta la entrega, y Daisy sólo tenía el permiso de
aprendiz. Con el tiempo sería bueno compartir esta parte del trabajo con ella. Nunca
podríamos enviar a Derrick o a papá solos con una chica omega traumatizada, porque
ambos eran enormes hombres alfa. Mamá se turnaba de vez en cuando, pero era el
engranaje que mantenía en funcionamiento nuestra tienda familiar, así que ahorrarle
seis horas de conducción un día cualquiera era difícil.
—Y Daisy me dijo que te diera un abrazo de su parte y que te dijera que le
enviaras un correo electrónico cuando te instalaras en el centro de Nuevo México —
añadí.
Una pequeña sonrisa adornó el rostro de Sally, la idea de la seguridad del
Centro de Asistencia a la Mujer del Sureste de Nuevo México sin duda reconfortante.
—De acuerdo. ¿Y le harás saber a la señora Olsen que logré salir?
—Absolutamente lo haré.
Justine Olsen había llegado a manos de mis padres hacía quince años como una
preadolescente omega asustada y recién despertada. La manada de sus padres había
sido pobre, pero querían a Justine y deseaban desesperadamente ayudarla a evitar
su registro en el DOUM. Justine, como muchas mujeres de todas las denominaciones,
quería tener la oportunidad de vivir su vida antes de establecerse cuando estuviera
preparada. Por desgracia para las hembras omega de todas las familias excepto las
más ricas, sentar la cabeza implicaría que la metieran en una manada de alfas en
nombre de su “seguridad” y su deber con el país antes de cumplir los dieciocho.
Mis padres le facilitaron el acceso a los supresores del mercado negro, y
Justine vivió sin ser molestada como beta hasta los veintiocho años. Conoció a un
simpático alfa en su trabajo como profesora de secundaria en Whitetail Hills y se
enamoró de él y de sus hermanos de manada. Dejó de tomar los supresores, se
registró en el DOUM como una omega tardía rara pero no inaudita y enseguida se
unió a su manada. 20
Si el DOUM se mostró escéptica, no indagó más. Justine ya estaba vinculada y
embarazada, cumpliendo con su deber de crear niños alfa y niñas omega.
Justine había sido la que había alertado a mi madre de la desaparición de Sally
del instituto después de relacionarse con los Brown, y nos habíamos puesto de
acuerdo para ver cómo estaba. Durante un mes, Daisy había llamado a su puerta cada
pocos días, haciéndose pasar por una compañera del instituto que dejaba los deberes
de Sally. Después de las primeras visitas, los Brown habían dejado entrar a Daisy para
que hablara con Sally durante unos minutos, siempre bajo su atenta mirada, pero de
todos modos habían forjado una amistad.
Dentro de las carpetas de “deberes” deslizábamos una nota. Sally nos
contestaba, y rápidamente nos dimos cuenta de que teníamos que sacarla de allí lo
antes posible.
Después de todo, no había tal cosa como un divorcio legal para una omega
después de unirse a su manada. Éramos su única esperanza de escapar.
Sally miraba por la ventanilla mientras conducíamos, probablemente
relajándose por primera vez en meses. Las colinas y los matorrales de los ranchos del
centro de Texas pronto dejarían paso al terreno llano y seco del oeste de Texas. Nos
detendríamos a mitad de camino, a unas tres horas de la frontera, y realizaríamos el
traspaso.
—¿Y confías en que esta persona que ha quedado con nosotros me lleve el resto
del camino? —preguntó.
—Sí. Completamente. Hemos trabajado con este grupo durante años. No están
oficialmente sancionados por el gobierno del Estado de Nuevo México, pero el
gobernador mira para otro lado.
La gobernadora de Nuevo México era una rara hembra alfa, aún más rara en
los altos cargos del gobierno. Tenía dos hermanas de manada y estaba unida a un
omega macho igualmente raro. Había hecho todo lo posible por convertir Nuevo
México en uno de los pocos estados que podían funcionar como refugio seguro para
los omegas, en la medida en que eso era posible bajo las opresivas leyes del
gobierno federal.
Sally asintió, apaciguada. Se rascó distraídamente una de las marcas de
mordiscos visibles en la base de su delicado cuello, la marca de unión de uno de sus
alfas.
—Quería unirme a los Brown, si puedes creerlo —dijo distraídamente—. Soy
tan estúpida.
—No lo son. No todas las manadas están llenas de imbéciles sádicos, y sé que 21
parecían una buena apuesta sobre el papel.
—Mis padres estaban encantados —añade—. Una manada de Whitetail Hills me
quería a mí. Yo, la hija de una manada de trabajadores de la construcción y una madre
que no puede pasar el día sin una caja entera de vino. Ni siquiera les importó cuando
les dije que mis alfas eran tan... rudos.
Agarré el volante con más fuerza.
—No tienes que hablar de ello si no quieres, Sally.
No se me había pasado por alto el moretón en forma de huella de la mano en
su pálido rostro en los breves instantes en que la luz había estado encendida en la
cabina antes de arrancar la camioneta. También habíamos deducido de sus notas a
Daisy que los Brown la mantenían encerrada en su habitación y sólo la dejaban salir
para comer. La utilizaban para el sexo cuando les apetecía y sin importarles si ella lo
deseaba. Cuando ella intentaba resistirse, se ponían violentos.
Sally suspiró, una pequeña lágrima recorrió su rostro.
—Ya ha pasado. Estaré bien.
—Sí, lo estarás. Marina tendrá tu paquete de bienvenida: supresores, nueva
identificación y solicitudes para tu programa de GED. El centro también tendrá
consejeros disponibles para hablar contigo y medicación para cuando el dolor de la
decadencia del vínculo te afecte de verdad.
Esa última parte no pareció molestarla.
—Bien. No puedo esperar. ¿Tarda mucho?
—Es diferente para cada uno. La mayoría pasa lo peor en uno o dos meses.
Me miró en la oscuridad de la cabina.
—¿Alguna vez...?
Negué con la cabeza.
—No. Llevo haciéndome pasar por beta desde los trece años. Ahora tengo
veintiuno, y no ha estado completamente libre de contratiempos, pero nunca me han
atrapado y definitivamente nunca me he unido.
—¿Crees que alguna vez lo harás? ¿Como la señora Olsen?
Joder, no.
—Probablemente no —dije en su lugar. Nunca quise disuadir a nuestras chicas
rescatadas de buscar una manada mejor si eso era lo que decidían que querían
cuando estuvieran preparadas. Lo importante era que podían elegir—. Y mírame. —
Continué con una risita irónica—. No soy exactamente el cebo alfa, ¿verdad?
Me miró como si fuera la persona más tonta del planeta, y me recordó 22
demasiado a Daisy.
—Eres la más hermosa y puedes patear traseros. Habrá alfas a los que les guste
eso, sin importar que seas apilada y midas como dos metros.
—Mido uno setenta y dos
Puso los ojos en blanco.
—Lo que sea.
Me reí. Adolescentes, cielos.
El resto del trayecto transcurrió en un silencio confortable. Poco antes de las
dos de la madrugada, metí la camioneta en el estacionamiento de una cafetería 24
horas de Fort Johnson, Texas, que se negaba a pagar para arreglar sus cámaras de
seguridad estropeadas.
Marina estaba junto a su Jeep, con un café en la mano. A punto de cumplir los
cuarenta, era una mujer beta amable pero letal que había servido en el ejército con
mi madre. Su esposa y alfa vinculada, Tori, dirigía el Centro.
Bajé la ventanilla y la saludé. Ella sonrió y se acercó a mi camioneta. Se había
recogido las trenzas con un pañuelo morado brillante y llevaba una fina camiseta
blanca metida por dentro de unos pantalones vaporosos. Su aroma era una leve
manzanilla que a la mayoría de los omegas les resultaba relajante, una pizca de ella
en la brisa fría. Su rifle estaría escondido en algún lugar del asiento trasero.
—Marina, por el amor de Dios, ponte una chaqueta —me burlé.
Se rio entre dientes.
—Texanos. Estamos a diez grados, prácticamente en primavera.
Señalé a Sally, que estaba a mi lado y miraba con curiosidad a Marina.
—Esta es Sally. Me ha dicho que está en muy buena forma, teniendo todo en
cuenta, sin huesos rotos ni otras lesiones importantes. No le toca otro celo hasta dentro
de un par de meses, así que tendrás tiempo de sobra para adelantarlo si empiezas a
tomar los supresores inmediatamente. Sin contacto alfa por un tiempo, sin embargo.
Lo hizo bien con Derrick, pero estábamos en modo lucha o huida.
Marina asintió.
—Entendido. Hola, Sally. Soy Marina y trabajo para el Centro de Ayuda a la
Mujer. Tenemos un dormitorio y un teléfono nuevo con tu nuevo nombre. ¿Qué te
parece?
—Increíble —respondió en un susurro—. Muchísimas gracias. 23
Cinco minutos más tarde, vi cómo el Jeep de Marina salía silenciosamente del
estacionamiento y se llevaba a Sally a su nueva vida. También transportaban una caja
de contrabando que habíamos conseguido para las chicas del Centro. Sentí alivio,
seguido rápidamente por el agotamiento. Por suerte, Marina me había conseguido mi
propia taza de café. Tenía un podcast de crímenes reales listo para salir y un recado
que hacer cuando volviera a la ciudad, y luego me metería en la cama y me
desmayaría hasta el mediodía.

AÚN ERA DE NOCHE cuando volví a cruzar la Ciudad del Sol; el amanecer de
febrero no llegaría hasta dentro de un par de horas. Aun así, la autopista estaba muy
iluminada, con carteles y farolas que salpicaban la carretera a intervalos regulares.
Como siempre que volvía de un descenso, entré en la ciudad por el noroeste,
lo que me llevó justo al lado de Bluebonnet Palisades. El enorme barrio cerrado se
extendía por las onduladas colinas de la zona noroeste de la ciudad, cada casa era
una mansión palaciega propiedad de las manadas más adineradas y de alguna que
otra familia beta superrica.
Un poco más allá de las empalizadas había un amplio y bien cuidado espacio
verde, sede de la Omega Finishing School, que presta servicio a todo el centro y sur
de Texas.
Por costumbre, le hice un gesto con el dedo a los Palisades al pasar. No
teníamos nada que hacer allí: los habitantes ricos nunca se aventurarían a ir a Villa
Mercader, donde teníamos nuestra tienda, y las chicas omega nacidas en manadas
con pedigrí y dinero suficiente para vivir allí probablemente nunca necesitarían
nuestra ayuda. Sus padres y el nombre de la manada comprarían su entrada en la
EFO, donde se les permitiría asistir a un programa de tipo universitario mientras eran
cortejadas por las manadas alfa con más clase.
Y todo ello sin la interferencia del gobierno.
Salí de la autopista estatal y me dirigí hacia el centro de la ciudad. Mi ruta me
llevó a través de Northwoods, un extenso enclave suburbano de modestas casas
unifamiliares habitadas casi exclusivamente por parejas beta y, si tenían suerte, su
único hijo beta.
Pasé por delante de la universidad pública local, cuyo campus urbano se
mezclaba con los vetustos edificios de oficinas y la arquitectura del bullicioso barrio
de mediados de siglo. Tanto los alfas como los betas asistían a la escuela, e incluso
algún omega afortunado podía matricularse si su manada era lo bastante previsora
como para permitirle obtener una educación. 24
Desviándome hacia el sur, en dirección al centro de la ciudad, bordeé Whitetail
Hills, enclavada en el corazón de la ciudad y escenario de nuestra pequeña extracción
de esta tarde. Pintorescas e idílicas, sus casas históricas, árboles majestuosos, césped
cuidado y coches caros anunciaban una riqueza de buen gusto y ocultaban las
manadas abusivas de miradas indiscretas.
Unos minutos más tarde, conducía por el paso elevado que pasaba por el
corazón del centro de la ciudad. El centro corporativo de ciudadanos de todo tipo,
modernos rascacielos mezclados con iglesias históricas, hoteles, juzgados y
bibliotecas. Una de las mayores vallas publicitarias se alzaba junto a la autopista,
interrumpiendo lo que de otro modo sería una hermosa vista del horizonte del centro.
Se trataba de un anuncio de campaña del candidato a la alcaldía, Domingo Clara, en
el que aparecía un hombre de mediana edad con su mejor traje azul marino, su
excelente melena negra y su sonrisa de millonario, tan brillante como la luz LED que
iluminaba la valla.
También lo mandé a la mierda. Un alfa de la manada socialista Clara, que se
rige por los “valores tradicionales de la manada” puede irse a la mierda.
Finalmente salí de la autopista justo al sur del centro y me adentré en la calle
principal de Merchant Village. Mi hogar desde que nací, era un paraíso ecléctico de
negocios familiares, viejas viviendas de moda, parques envejecidos con más cemento
que césped y sin leyes de zonificación.
James & Co., la tienda de mi familia, se encontraba en el centro de Merchant
Village, en un almacén de ladrillo reconvertido. Mis padres habían convertido la
segunda planta en vivienda, y allí me esperaba mi mullida cama en mi perfecta
habitación sin ventanas.
Pero tenía que hacer una última parada crucial, y tuve suerte de que mi contacto
fuera un noctámbulo extremo que no solía irse a la cama hasta que salía el sol.
Estacioné la camioneta en la acera, frente a un modesto complejo de
apartamentos situado junto al paso elevado. Bajé del coche, me subí la cremallera del
chaleco polar, me eché la gorra sobre el cabello castaño oscuro y me metí la trenza
bajo el cuello del chaleco. Satisfecha por mi aspecto poco llamativo, me apresuré a
subir por la escalera exterior hasta el segundo piso.
Después de un buen minuto golpeando la puerta de la Unidad 2D, mi contacto
la abrió de golpe.
—Dylan, son las cinco y media de la puta mañana —refunfuñó Federico. Su
coleta rubia estaba despeinada y su camiseta de Metallica llevaba muchos días sin
lavarse. Sólo podía percibir su aroma a menta verde bajo el fuerte olor a Fritos. 25
—Feddy —le dije con una paciencia pasmosa dado lo cansada que estaba—, te
conozco, y sabes que te conozco, y sé que no estabas dormido. Estabas codificando
o haciendo streaming en Twitch. No mientas.
—Bien, me has descubierto —resopló, relajándose contra el marco de la
puerta. Su fingido enfado desapareció y ahora me miró con algo parecido a una
disculpa sincera en el rostro.
Uh-oh.
—Sé que debemos un envío —dijo, rascándose la barba incipiente—. Pero, um,
mi proveedor ha desaparecido, y me va a llevar, uh, un minuto coordinar uno nuevo.
—¿Qué? —gruñí.
Levantó las manos.
—Sé que esto los pone en un aprieto. A ti personalmente en un aprieto, tal vez.
Pero estoy trabajando tan rápido como puedo, y mi tía está preguntando por ahí. Me
voy a México de nuevo en un mes, así que espero que tengamos algo para entonces.
—Nos quedan las últimas dosis —dije, con el corazón empezando a acelerarse
en mi pecho.
—Oh, bueno, al menos tendrás para los próximos meses.
No, no lo haría. No podría hacerle eso a nuestras niñas.
—Lo que queda está destinado, Feddy. ¡Y acabo de entregar el sobrante a
Marina para el Centro!.
—Oh. Bueno, mierda.
Gemí y golpeé la pared con el puño junto a su cabeza, y él se apartó alarmado.
—Ugh. Mierda. Mierda. —Empecé a caminar—. Bien, sólo... no ignores mis
mensajes, y llámame cuando sepas algo.
—Lo haré, Dylan, lo prometo. Sé que la última vez que pasó esto fue...
desagradable para ti.
—No me jodas —espeté. Respiré hondo, recé por serenidad y forcé una
sonrisa—. Lo siento, Fed. Sé que no es culpa tuya. Gracias por intentarlo.
Asintió.
—Te enviaré un mensaje cuando sepa más.
—Gracias.
Bajé corriendo las escaleras, me encerré en la camioneta y me preparé para el
pánico. 26
Federico tenía doble nacionalidad, estadounidense y mexicana, y tenía familia
al otro lado de la frontera, a la que visitaba cada pocos meses. A diferencia de Estados
Unidos, México nunca había prohibido los supresores hormonales, aunque a menudo
eran difíciles de conseguir debido a la demanda. Los anticonceptivos hormonales
también estaban ampliamente disponibles allí sin restricciones, mientras que en
EE.UU. podían ser casi imposibles de conseguir excepto en circunstancias muy
limitadas.
Contratamos a Feddy para que mantuviera un suministro constante tanto de
supresores como de anticonceptivos para cualquier omega -cualquiera que pudiera
quedarse embarazada, en realidad- que lo necesitara.
Y yo, Dylan St. James, era una omega necesitada.
Sin la dosis de supresor que debía tomar en las próximas cuarenta y ocho horas,
me convertiría en una bomba de relojería.
Una mecha encendida en el camino hacia una explosión de feromonas potentes
y un calor impredecible.
Por no hablar del riesgo de ser descubierta y denunciada al DOUM.
Me quedaban como mucho unas semanas antes de que la máscara empezara a
resbalar, y era sólo cuestión de tiempo que un celo largamente esperado me jodiera
el mundo.
Y la última vez que ocurrió, murió gente.
3
DYLAN

Era casi la una de la tarde cuando salí de mi habitación después de dar más
vueltas en la cama que de dormir. Después de ponerme una sudadera corta y unos
vaqueros que había encontrado en el suelo, entré en el salón y siseé como un vampiro
a la luz del sol invernal que entraba por las altas ventanas.
27
Preferiría haber estado escondida en mi preciosa habitación a oscuras, metida
entre mis mullidas mantas y almohadas mientras fingía que mi autonomía personal no
estaba a punto de correr serio peligro.
Pero una santa me había dejado una cafetera recién hecha y un taco para
desayunar en la cocina -mamá, seguramente- y tenía que bajar a la tienda para
informarme bien y echar una mano.
Me serví una taza gigante de café, desenvolví el papel de aluminio del taco y
me lo metí en la boca. Deslicé los pies fríos dentro de los zuecos peludos que había
dejado junto a la puerta principal. Tras ir hasta el hueco de la escalera, pulsé con el
codo el botón del teclado para cerrar y bajé a pisotones la estrecha escalera metálica
que conducía a nuestra tienda.
Los sonidos de un sábado ajetreado flotaban por el pasillo del personal. Junto
con un par de almacenes, mis padres tenían aquí sus respectivos despachos, y ambos
estaban vacíos en ese momento. Engullí mi taco mientras avanzaba arrastrando los
pies con el entusiasmo de un zombi, y luego salí a la planta de St. James & Co, la mejor
ferretería y tienda de artículos para el hogar de Merchant Village.
Me reuní con mi madre detrás del espacioso mostrador de la caja, situado a lo
largo de la pared trasera de la tienda.
—Buenos días, cariño —dijo mamá, encorvada sobre la encimera y distraída
con lo que fuera que estuviera mirando en su tableta, con su salvaje cabello cobrizo
cayéndole alrededor de la cara. Llevaba una camiseta de manga larga de St. James &
Co. de manga larga y pantalones negros holgados, y su suave aroma a lavanda beta
olía a familia y me calmaba los nervios—. ¿Te sientes bien esta mañana? —preguntó—
. Marina me ha mandado un mensaje antes para decirme que Sally se está adaptando
muy bien.
Me acerqué a un taburete, puse la taza sobre un posavasos y me desplomé de
bruces sobre la encimera con un gemido de frustración.
—¿Qué demonios te pasa? —llamó Daisy desde su lugar habitual en una
hamaca de camping cercana que Derrick había colgado de las vigas metálicas del
techo. Estaba tumbada como una emperatriz en un palanquín, a pesar de que iba
contrarreloj, mientras abría y cerraba distraídamente una navaja—. ¿No has dormido
bien en tu no-nido?
—Mi cama no es un nido —refunfuñé por milésima vez en respuesta a su apodo
para mi habitación—. Y no, no lo hice.
Daisy me miró con una ceja rubia y cerró el cuchillo con una floritura.
—¿Qué es, entonces?
Entrecerré un ojo en dirección al suelo para confirmar que ninguno de la 28
docena de clientes estaba al alcance del oído y murmuré en la mesa:
—El proveedor de Feddy está fuera del radar. No vamos a reponer existencias
hasta quién sabe cuánto tiempo.
—Mierda —susurró Daisy.
—Lengua, Daisy —dijo mamá aunque todos sabíamos que era una batalla
perdida. Dejó la tableta y se puso a mi lado, me puso una mano en la espalda y me
frotó en círculos tranquilizadores—. Dylan, no podemos alarmarnos todavía. Tenemos
suministros suficientes para que nuestras hijas, que nacerán pronto, reciban la
siguiente dosis, y nos tienes a nosotros para cuidar de ti si ocurre lo peor. Como
hicimos la última vez.
La hoja de Daisy se abrió de nuevo con un violento chasquido.
—Claro que lo haremos.
Nuestro suministro de supresores se había agotado una vez desde que me
presenté como omega seis meses después de cumplir trece años. Tenía diecinueve
años, y disfrutaba de mi vida postescolar de hacer cursos universitarios en línea,
trabajar en la tienda y entrenar con papá para ser más fuerte y estar más preparada
para ayudar a nuestras chicas necesitadas.
A las pocas semanas de la dosis olvidada, me llegó mi primer celo, que llevaba
años esperando, un lento hervor de sudor y malestar que finalmente explotó en un lío
de dolor y necesidad que me adormecía el cerebro y que se prolongó durante días.
Mis padres cerraron la tienda y vigilaron las entradas mientras yo me retorcía de
dolor en mi no-nido; mi cuerpo confuso buscaba desesperadamente un nudo alfa y un
mordisco de unión para calmar mis hormonas fuera de control.
Mi caja de juguetes ofrecía muy poco alivio, y la reacción a los supresores había
sido tan potente que un grupo de machos alfa rebeldes que pasaban por la noche
habían irrumpido en nuestra tienda para investigar el olorcillo del tentador aroma
omega que habían percibido en la brisa. Una vez dentro, mis feromonas los golpearon
con toda su fuerza en modo de fusión nuclear y los metieron de lleno en la rutina.
Arrasaron la tienda y se enzarzaron rápidamente en una violenta pelea con
Derrick y mi padre. Sólo uno había llegado vivo a las escaleras, donde se encontró
con una bala del rifle de mamá.
Después de que mi calor finalmente disminuyó, Derrick había empañado toda
la tienda con de-scenter que había metido en una mochila de control de plagas.
Llamamos a la policía para denunciar un robo a mano armada en la tienda, y pronto
descubrimos que los alfas atacantes tenían antecedentes penales de un kilómetro de
largo. Nadie hizo muchas preguntas después de eso. 29
Daisy tenía trece años por aquel entonces, y sólo hacía dos meses que había
venido a vivir con nosotros. Estuvo sentada estoicamente frente a la puerta de mi
habitación durante días, empuñando su cuchillo, dispuesta a hacer frente por última
vez a un alfa intruso antes de que me anudaran y me unieran contra mi voluntad.
Todos los días agradecíamos al universo que Daisy fuera una beta
descendiente de una larga estirpe de betas y que no tuviera ninguna posibilidad de
presentarse como otra cosa. Empezó a merodear por nuestra tienda cuando era una
niña desnutrida de doce años llamada Jeanie, y siempre se las arreglaba para irse con
la mitad del almuerzo de mamá o una de las barritas de proteínas de Derrick. En una
ocasión, incluso metí en su mochila ropa vieja que me había quedado pequeña.
La noche que vino a vivir con nosotros, se presentó a la hora del cierre con una
camiseta manchada de sangre y un cuchillo de cocina en la mochila. Su padre
alcohólico -un viudo que se bebía su dolor- la había atacado y ella lo había matado.
Derrick y papá corrieron inmediatamente al destartalado apartamento en las
afueras de Merchant Village para escenificarlo y que pareciera un allanamiento de
morada y un robo que había salido mal. Mientras estaban fuera, mamá y yo limpiamos
a Daisy y la instalamos en el dormitorio de invitados. Mis padres no tardaron en
solicitar ser sus tutores permanentes, y ella cambió su nombre por el de Daisy para
poder llamarse “D” como Derrick y yo.
Demostró que tenía lo que había que tener para ser una St. James durante
Heatmageddon y siguió haciéndolo desde entonces.
Me senté en el taburete. Qué divertido había sido ese viaje por el carril de los
recuerdos.
—Sé que me cubren las espaldas y los quiero por ello. Pero la última vez fue
una pesadilla que me gustaría evitar por razones obvias.
—No dejaremos que llegue tan lejos, cariño —respondió mamá.
El timbre de la puerta principal tintineó. Papá y Derrick entraron
pavoneándose, con sus ropas de entrenamiento que mostraban sus anchos pechos y
esculpidos músculos a toda la tienda.
Brandon St. James era un hombre corpulento que mantenía el cabello castaño
oscuro con el mismo corte militar alto y tirante que había llevado durante treinta años,
aunque aprovechó su tiempo fuera del ejército para dejarse crecer la barba que
siempre había deseado. Medía dos metros e irradiaba amenaza alfa.
Derrick era dos centímetros más bajo y unos seis kilos más delgado que papá,
pero seguía siendo un alfa grande y formidable. Llevaba el mismo cabello oscuro,
corto por los lados y más largo por arriba, y algunos mechones le caían sobre la frente
sudorosa. Tanto él como papá desprendían un fuerte olor a café, aunque el de Derrick
30
estaba teñido de caramelo mientras que el de papá era más terroso, y ambos olían a
hogar.
Habían estado en el gimnasio que había unas puertas más abajo, dirigido por
los amigos de Derrick, un grupo de alfas locales en su mayoría tolerables. Mamá,
Daisy y yo probablemente iríamos allí esta noche después del cierre para entrenar.
—Tienes una pinta de mierda —me dijo Derrick mientras se acercaba al
mostrador, ignorando las miradas sedientas del grupo de mujeres beta que en ese
momento examinaban nuestra sección de utensilios de cocina e ignorando
doblemente a Daisy mientras les enseñaba los dientes.
—Gracias, imbécil —le contesté, dándole un puñetazo en su gran pectoral.
Luego le dejé que me pasara un brazo por los hombros y me abrazara antes de que
se sentara a mi lado.
Papá se inclinó sobre la encimera para darle un beso inapropiado a mamá,
luego dio un paso atrás, cruzó sus musculosos brazos sobre el pecho y nos recorrió
con su mirada oscura.
—¿Ocurre algo?
Los puse al corriente de la situación. Papá frunció el ceño, pero mantuvo una
calma inquietante. Derrick maldijo a mi lado, apretando los puños bajo el mostrador.
—Nos ocuparemos de ello —dijo papá al cabo de un minuto—. Haré unas
llamadas para ver si se nos ocurre algo que nos ayude.
—Voto por que hagamos un viaje a la EFO —añadió Derrick, mirándome—.
Sería mejor que nada.
Daisy resopló.
—Por favor. Quiero ver a las princesas en su castillo, y luego darles la vuelta
antes de robarles.
El suspiro de papá era el de un hombre sufrido. Sus hijos aún no habían
encontrado un reto que no quisieran asumir, y se sentía frustrado y orgulloso a partes
iguales.
—No nos arriesguemos todavía. Pero... lo pensaré. No es una idea terrible.
Las Escuelas de Finalización Omega gozaban de muchas dispensas especiales
de la ley que el resto de los tontos no teníamos. Dado que permitían a las chicas
omega de más alta alcurnia ir a la universidad mientras eran cortejadas por elegantes
alfas, las escuelas animaban a las chicas a aplazar su primer celo hasta que pudieran
experimentarlo tras la graduación en los amorosos brazos de la manada que habían
elegido. El primer celo de la mayoría de las omegas se producía en torno a los
diecisiete o dieciocho años, por lo que las princesas podían tomar una variante de
31
supresor que sólo era legal cuando lo suministraba una EFO a sus alumnas.
A diferencia de los supresores de nivel napalm que yo tomaba, los fármacos de
la EFO sólo servían para retrasar los celos: no acababan con la biología omega que
daba a las chicas su especial aroma alfa o sus suaves y femeninas curvas omega.
Supuse que si podía hacerme con algunas de ellas y alejar otro celo de
pesadilla, sería mejor que nada. Solo tendría que esconderme una vez que mis
feromonas colgaran el cartel de “omega no unida” en mi jardín delantero.
No permitiría que detuvieran a mis padres por no registrarme cuando era
preadolescente, y me moriría antes de permitir que el puto Estado me obligara a
vincularme.
—Estoy abajo —dije con un descuidado encogimiento de hombros—. Debería
estar bien durante unas semanas, pero si Feddy no puede venir para entonces, vamos
a golpear la EFO.
Papá me apretó la mano.
—Lo siento, cariño. Siento mucho que las cosas hayan tenido que ser así para
ti.
Le devolví el apretón.
—No es culpa tuya, papá.
Negó con la cabeza, aún con el ceño fruncido, pero se relajó un poco cuando
mamá se le unió al otro lado del mostrador, acurrucándose a su lado.
Papá sí consideraba que mi situación era culpa suya; al menos, era su genética
la que me había dado la oportunidad, una entre cien, de sacar la pajita corta omega.
Mis padres se conocieron hace veinticinco años sirviendo juntos en el ejército.
Papá formaba parte de una creciente minoría de alfas que evitaban la vida en manada,
y se enamoró de mi madre beta, Heather. Se unió a ella, se casó con ella y la dejó
embarazada ante las cada vez menos probabilidades de éxito de un embarazo beta.
El gobierno no animaba precisamente a los machos alfa a aparearse con
mujeres beta, pero tampoco lo prohibía, porque ese emparejamiento seguía teniendo
una probabilidad entre cuatro de producir un bebé alfa. El resto eran casi siempre
niños beta normales.
Excepto que un alfa como mi padre, sólo una generación alejado de una
manada y cuya madre era una omega, todavía tenía menos de un uno por ciento de
posibilidades de producir un hijo omega con una mujer beta.
Mis padres acababan de dar al traste con la lotería genética. Mi madre no sólo 32
tuvo un embarazo exitoso, sino que tuvo gemelos. Tuvieron a su hijo alfa y también a
su rara hija omega nacida beta.
No me consideraba desafortunada. Tenía una familia cariñosa y comprensiva,
y esa familia era la más adecuada para ayudarme a conservar mi libertad y
protegerme en momentos de necesidad, algo que la mayoría de las chicas omega de
todas las familias, salvo las más ricas, no tenían.
Pero en días raros como hoy -después de rescatar a una omega maltratada que
era producto del sistema en el trabajo y luego descubrir que mi única herramienta
para evitar el mismo destino estaba en peligro- me permito revolcarme en la
autocompasión durante un minuto.
—Anímate, Dyl —dijo Derrick, dándome un codazo—. Todo saldrá bien. Si
tenemos que volver a matar a unos cuantos idiotas, que así sea. Me vendría bien el
ejercicio; nuestras extracciones últimamente han sido demasiado fáciles.
—Tú lo dices —resoplé—. Tú no eres el que tuvo que bailar con Don el idiota
de la fraternidad anoche.
—Suerte para él. Si no, estaría muerto. Vi la cara de Sally.
—Su cara ni siquiera está en la lista de las diez mierdas más terribles que ha
soportado —refunfuñó Daisy, aun balanceándose en su hamaca.
Papá dejó caer un beso sobre la cabeza de mamá antes de meterse detrás del
mostrador para recoger un paquete dirigido a su negocio.
—Estaré en mi oficina si alguien me necesita.
Mientras mamá era la jefa de la tienda, papá dirigía un negocio de consultoría
de seguridad. Si por mí fuera, Derrick y yo nos haríamos cargo algún día.
Un comprador llamó la atención de mamá junto a los accesorios para asar y ella
se apresuró a ayudar. El timbre de la puerta principal tintineó y entró una mujer
conocida.
Había llegado uno de nuestros clientes especiales.

33
4
DYLAN

Ginger Crenwelge entró en la tienda vestida con un pequeño jersey, medias y


botas de tacón peludas. Se detuvo junto a las velas para fingir que las miraba con
atención, y luego se dirigió lentamente hacia el mostrador. Su decadente aroma a
vainilla helada se filtró en el espacio que nos rodeaba.
34
Derrick no movió ni un músculo cuando ella se acercó, aunque su olor no lo
tentaría aunque estuviera interesado. Ella estaba sólidamente unida a su manada de
cuatro alfas, y su olor, mezclado con el de ellos, lo reflejaba. Para Derrick, olería
bastante bien, pero no como algo que necesitara follar.
De todos modos, ella le dio un pestañazo.
—Hola, vengo por mi pedido especial —dijo, entrecortada y tímida.
Podía oír a Daisy poniendo los ojos en blanco.
—Yo te lo tomo, Ginger —respondí, y luego añadí en un susurro—: Esta vez
tenemos seis meses reservados para ti.
Dejó las tonterías coquetas, el alivio inundó su rostro.
—Es increíble. Eso cubrirá al menos las dos próximas eliminatorias y los
exámenes finales.
Ginger vino por sus píldoras anticonceptivas hormonales, ilegales salvo para
quienes pudieran presentar dos dictámenes médicos que indicaran que el embarazo
pondría en peligro su vida. Era un poco más fácil de conseguir que los supresores,
pero seguíamos contando con Federico para el suministro más fiable.
Para ser una pandilla de rufianes de las afueras del sur de la ciudad, los alfas
de Ginger la trataban bien. Incluso le habían “permitido” asistir a la universidad
comunitaria del centro de la ciudad para obtener su título, con la advertencia de que
se retiraría si se quedaba embarazada.
Ayudábamos a Ginger a evitarlo para que pudiera convertirse en enfermera.
Había tal escasez de enfermeras en el estado que incluso las omegas eran contratadas
sin dudarlo, sin importar que debieran quedarse en casa, pariendo tantos hijos alfa y
criadores omega como fuera posible.
Enarcando las cejas, miré a Derrick, que me devolvió una mirada fulminante, y
me fui trotando por el pasillo hasta el despacho de papá. Introduje el código de
seguridad en la gran caja fuerte instalada en la pared, abrí la puerta y quité el falso
fondo para acceder a nuestro inventario especial. Recogí la caja blanca en blanco
marcada con el nombre de Ginger y la metí en una bolsa de regalo de St. James & Co.
Luego cerré con llave y me marché, saludando alegremente a papá al pasar por
delante de su mesa.
Daisy se había reubicado en el mostrador y sus largas y delgadas piernas
colgaban por el lateral mientras se introducía en el momento de intimidad entre
Ginger y Derrick. El flirteo de Ginger no era serio y se debía sobre todo a una vieja
costumbre, pero a Derrick no le gustaba ni siquiera la insinuación de que pudiera 35
estar interesado en una omega de la manada.
Y a Daisy le encantaba molestar a las mujeres que se acercaban a husmear
alrededor de Derrick.
—Aquí tienes, Ginger —dije alegremente, acercándome al mostrador para
meterle la bolsa de regalo en sus delicados brazos—. Buena suerte en tus finales.
—Oh, um —respondió, saliendo de su trance Derrick—. Bien. Muchas gracias.
Nos saludó con un dedo antes de darse la vuelta para marcharse, contoneando
las caderas mientras se dirigía a la entrada de la tienda y salía por la puerta.
Al entrar en la tienda se cruzaron con ella dos idiotas a los que no me hizo
ninguna gracia ver.
—Oh, por el amor... —gemí—. Este día se pone cada vez mejor.
El cuchillo de Daisy se abrió de nuevo, y oí a Derrick crujir sus nudillos detrás
de mí.
Dos miembros de la manada Riley entraron en la tienda como si fueran los
dueños. Jones Riley, el alfa más dominante y líder de la manada, observó el expositor
de ropa de cama con la nariz arrugada antes de mirar a su compañero y dirigir la
cabeza hacia la parte trasera de la tienda, donde Derrick, Daisy y yo atendíamos el
mostrador.
Sus polvorientas botas de trabajo dejaban huellas en el suelo de cemento
pulido, y Jones llevaba el cinturón de herramientas sobre los vaqueros manchados de
pintura. No recordaba el nombre del hermano de manada que lo acompañaba: ¿Tom?
¿Tim? Era grande pero más delgado que Jones, y llevaba el cabello desgreñado y
rubio asomando bajo un sombrero de vaquero. El bronceado de su cara y sus manos
era el de alguien que se ganaba la vida trabajando al aire libre.
Derrick y yo estábamos muy familiarizados con el puto Jones Riley, un
graduado de Village High sólo un año por delante de nosotros antes de que se
trasladara a South Ranch y rápidamente comenzó a reunir un grupo de luchadores, de
clase trabajadora alfas.
Había oído que se había hecho un poco el rey allí después de recibir una
modesta herencia de su abuelo. Los Riley tenían un pequeño negocio de construcción
y, cuando iban al pueblo por madera o algo así, se pasaban de vez en cuando por allí
para burlarse de nuestra selección de herramientas.
—Ah, parece que hoy han dejado a los chicos al cargo de la tienda —dijo
mientras se pavoneaba delante del mostrador. Su aroma invadió mis fosas nasales, su
postura ponía sus feromonas alfa a toda marcha, y supuse que una persona receptiva
a su mierda podría pensar que olía como una hoguera boscosa. 36
Para mí, sólo olía a tostada quemada.
Cuando los tres nos quedamos mirándolo sin comprender, su mandíbula se
tensó y sus pálidos ojos azules se centraron en mí. Los bajó hasta mi pecho y luego
los volvió a subir.
—Tienes buen aspecto, Dylan. ¿Has reconsiderado mi oferta de montarte en la
polla de un alfa antes de conformarte con un aburrido beta imbécil? He encontrado
una chica beta realmente impulsada que incluso puede tomar parte de mi nudo.
Puse los ojos en blanco. El nudo de un alfa no se inflaba por cualquiera, solo
por un omega o un verdadero compañero, así que los ligues aleatorios de Jones no
hacían tal cosa.
—¿Necesitas ayuda para encontrar algo en la tienda, Jones? —le pregunté con
indiferencia—. Porque si estás buscando coños, estás en el lugar equivocado. Los alfa-
chasers tienden a congregarse calle abajo en La Javelina Azul.
No hablaríamos de cómo lo sabía porque tenía que ver con las hazañas sexuales
de Derrick. No estaba merodeando por el bar, esperando que un alfa me llevara a
casa.
Jones entrecerró los ojos.
—¿Qué tal si me dices qué hacía la omega de los Crenwelge aquí sola?
—Comprando una vela, tontos.
Tim-Tom me gruñó.
—Cuida tu tono, perra beta.
Derrick estaba enrollado como un resorte a mi lado. De eso se trataba
realmente esta pequeña visita.
Era la inclinación natural de los alfas mover sus pollas de un lado a otro, posarse
ante otros alfas, afirmar su dominio, golpearse el pecho, etcétera. Algunos, como
Derrick y papá, tenían más control sobre estos impulsos que otros, y algunos, como
Jones, los abrazaban con los brazos abiertos.
Estaba tratando de incitar a Derrick a una pelea.
—Vigila tu tono, Cocodrilo Dundee —replicó Daisy, todavía encaramada a la
encimera con las piernas desnudas balanceándose, el cuchillo tirado
despreocupadamente a su lado mientras chupaba ruidosamente los restos de su
batido con el popote—. Dylan está de mal humor hoy, y nadie va a salvarte si decide
desquitarse contigo.
Jones movió la cabeza en su dirección y su estúpida sonrisa se volvió lasciva.
—Veo que sigues siendo una golfa bocazas, Lemon Muffin. Cuando por fin te 37
salgan las tetas, te enseñaré cómo tratar a un alfa de verdad.
—Joder —gemí cuando Derrick se bajó del taburete y estuvo sobre el
mostrador en una fracción de segundo.
La cara de Jones se iluminó cuando se acercó a Derrick, que había colocado su
enorme cuerpo entre los Riley y Daisy, impidiéndoles verla.
Me apoyé en el codo, apoyando la barbilla en la mano, y observé, resignada,
cómo las pesadas feromonas alfa de la habitación aumentaban hasta hacerse
asfixiantes.
—¿Debería ofenderme? —le pregunté a Daisy con displicencia.
—No —respondió, contemplando la escena con ojos muy abiertos y
excitados—. Sabe que no lo necesitas para defender tu honor. Algún día se dará
cuenta de que yo tampoco.
Derrick miró fijamente a Jones, amenazador a su manera tranquila e intensa.
—No hables de Daisy —gruñó—. Tiene quince putos años. No la mires y no
vuelvas a comentar su puto olor a menos que quieras que te corten la lengua de tu
puta cabeza descerebrada.
Los olores beta eran débiles, se desvanecían en el fondo y apenas eran
perceptibles para alguien que no estuviera en su espacio personal. La mayoría de los
betas tenían olores ligeros, limpios y discretos, pero el limón de Daisy tenía una
dulzura que podría ser tentadora para un alfa que estuviera predispuesto a buscar ese
postre omega decadente.
La idea de que pudiera convertirse en objetivo del tipo equivocado era un tema
delicado para todos nosotros.
—Y deja de hacerle proposiciones a mi hermana —añadió Derrick como una
ocurrencia tardía.
—Mi héroe —canturreé.
Jones sonrió, y Tim-Tom adoptó una posición de apoyo en el flanco izquierdo
de Jones.
—¿Qué vas a hacer al respecto, St. James? —dijo Jones—. Eres un don nadie sin
manada. Tú y tu padre se creen demasiado buenos para actuar como putos alfas.
Alterando el orden natural de las cosas. No enseñar a sus niñas cómo respetar los
machos alfa. —Se acercó a Derrick, que no movió un músculo—. Pero, ¿cómo vas a
proteger a tus hermanitas sin una manada detrás de ti, amigo? ¿Hmm?
—Cuestión de orden: técnicamente soy cinco minutos mayor que él —anuncié.
—¿En serio? —susurró Daisy—. ¿Por qué no lo sabía? ¿Fue un parto natural o te 38
arrancaron del vientre de Heather de forma dramática?
—El segundo. Y todos los partos son partos naturales, Daisy.
Jones intentó reprimir un resoplido frustrado, pero no lo consiguió. Derrick
esbozó una minúscula sonrisa, pero en lugar de aceptar la salida que yo había
intentado darle para tranquilizarlo, dio un paso adelante, ahora casi codo con codo
con Jones.
—¿Tus sentimientos siguen heridos, Riley? —preguntó Derrick en voz baja—.
¿Nunca habías oído la palabra no hasta que te rechacé? ¿Es duro para ti ver a mi
familia triunfando mientras tú y los idiotas salvajes a los que convenciste para que te
siguieran trabajan en el sur, bebiendo cerveza fuera de sus caravanas y tratando de
convencer a cualquiera que los escuche de que tienen las pollas más grandes del
mundo?
—Jódete —escupió.
—Toma un número, cariño.
Suspiré, frotándome las sienes doloridas mientras pensaba si no deberíamos
echarlos a los dos a la calle para que se pelearan de una vez.
Jones había odiado a Derrick -y, por extensión, a mi padre- desde que, en
nuestro penúltimo año de instituto, le propuso a Derrick formar una manada después
de la graduación. Derrick le había dicho en términos inequívocos que las manadas
eran un puto veneno y que prefería comer animales atropellados antes que unirse a
una con Jones.
Papá había crecido como hijo de una manada de cuatro padres alfa y una madre
omega. Tenía dos hermanos, también alfas, ya que las probabilidades de que los
embarazos múltiples produjeran bebés que sólo fueran alfas u omegas eran casi del
cien por ciento en una pareja de manada alfa y omega. Su familia había sido pobre, y
sus padres realizaban duros trabajos manuales durante el día y bebían en exceso por
la noche.
Mi abuela era su esclava doméstica, muñeca sexual y reproductora. Papá dijo
una vez que la casa parecía una competición tóxica 24/7 por el “tiempo” con ella, y
que la reprendían y castigaban cuando alguno de sus compañeros se sentía
menospreciado. Los alfas habían averiguado cuál de sus hijos era su hijo biológico, y
cada padre ignoraba a los demás hijos en favor del suyo. El único alfa que no tenía un
hijo biológico descargaba constantemente sus frustraciones sobre los chicos y sobre
mi abuela.
Mi padre y sus hermanos, Brett y Benjamin, escaparon al ejército tan rápido
como pudieron. Una vez que Benjamin, el menor, estuvo fuera de casa, mi abuela
39
falleció.
Sus compañeros informaron de que había sido un accidente, pero mi padre y
mis tíos no se lo creyeron ni por un segundo.
Sospechaban que se había quitado la vida.
Y nunca conseguirían las pruebas o el cierre que deseaban desesperadamente.
Solo uno de mis abuelos seguía vivo, y mi padre y sus hermanos cortaron todo
contacto hace años.
Papá había experimentado la vida en manada en su forma más maligna y
disfuncional. No quería correr el riesgo de volver a formar parte de ella, ni tampoco
sus hermanos.
El tío Brett estaba casado y unido a una encantadora mujer beta llamada Kelly,
y vivían en Colorado. El tío Benjamin y su compañero de vínculo y marido,
Christopher, estaban recorriendo la costa de California en una autocaravana, si se
podía creer lo que decían sus redes sociales.
Nuestro trabajo ayudando a las chicas omega atrapadas en manadas abusivas
nos había permitido a Derrick y a mí ver el mismo mal con nuestros propios ojos. Él y
yo llevábamos esa resistencia a la vida en manada en los huesos, y Derrick no había
ocultado lo que sentía.
Enfadó a cabezas de chorlito como Jones.
Y había hecho a Derrick muy popular entre las damas beta. Aunque los alfas
que decidían renunciar a la vida en manada eran cada vez más numerosos, para las
chicas que buscaban pollas de alfa seguía siendo oro en paño dar con una en la que
existiera un potencial real de relación seria en lugar de una simple noche o una
relación ocasional con un alfa excitándose antes de que él y su manada encontraran a
su omega perfecta.
Las proezas de Derrick con las chicas beta guapas probablemente
enfurecieron a los cabezas de chorlito alfa como Jones incluso más que su postura
anti-manada.
—Lárgate de mi puta tienda, Riley —dijo Derrick como si estuviera pidiendo
un café en lugar de lanzar una sutil amenaza de violencia—. O todos los clientes que
están fingiendo no estar mirando hacia aquí me van a ver romperte los dos putos
brazos, y Dylan va a tener a tu hombre sobre su vientre, llorando como un bebé
pequeño.
Daisy resopló.
—No es justo. Quiero un trabajo. 40
Jones se puso tenso, listo para embestir, cuando sentí la imponente presencia
de mi padre aparecer por el pasillo detrás de nosotros.
De repente, el aire estaba cargado de café terroso y promesas de
derramamiento de sangre.
—¿Qué está pasando aquí?
A pesar de todas sus poses, Jones se desinfló rápidamente, dando un pequeño
paso hacia atrás y apartándose de la cara de Derrick.
Miré por encima del hombro. Papá estaba apoyado despreocupadamente en
la pared del fondo, todavía con la ropa de gimnasia puesta. Mamá también se había
acercado y estaba encorvada al otro lado del mostrador, con un ojo puesto en
nosotros y el otro en su tableta.
Había guardado el rifle en el estante bajo el mostrador, así que sólo tenía que
inclinarse y agarrarlo si lo necesitaba.
—Nada, papá —respondió Derrick, tranquilo como el ojo de un huracán—. Los
Riley ya se iban.
—Efectivamente —dijo Jones—. Me había pasado a echar un vistazo a la
selección de herramientas eléctricas, pero no vi nada... a la altura de Riley
Construction.
Con una última mirada de odio a Derrick, se dio la vuelta y atravesó la tienda y
salió por la puerta, Tom-Tim siguiéndolo como un cachorro ansioso.
Derrick dio un paso atrás y se relajó contra el mostrador, cruzando los brazos
sobre el pecho mientras observaba su retirada.
Me incliné hacia delante y le di una palmada en la nuca.
—¿Era necesario?
Encogió un hombro perezoso.
—Necesita aprender.
Y yo necesitaba un trago.

41
5
AUSTIN

Observé a los cuatro alfas de la manada Marrón, sentados en el salón, todavía


aturdidos por la pérdida de su omega vinculada. Sus estados emocionales oscilaban
entre la furia asesina y el aburrimiento.
42
—¿Y no pudiste ver la cara del secuestrador? —le pregunté a Don, el único que
estaba en casa anoche cuando se llevaron a Sally—. ¿Tampoco pudiste identificar
nada distintivo en su olor?
Me miró con el ceño fruncido desde detrás de su hinchada nariz morada
mientras permanecía sentado, rígido y a la defensiva, en el desgastado sofá de cuero.
Parecía molesto por nuestra presencia en su casa de la manada, a pesar de que eran
ellos quienes nos habían contratado.
—Te lo dije —refunfuñó—. Llevaba la cara tapada y una gorra de béisbol, y
afuera estaba jodidamente oscuro. Cualquiera que fuera su olor, estaba enmascarado
por la adrenalina y no era lo suficientemente fuerte como para ser otra cosa que el de
una beta.
—Todavía no me puedo creer que dejaras que una chica te rompiera la cara y
secuestrara a nuestra omega —se quejó su hermano de manada, Dennis. Estaba
claramente resacoso, desplomado en un sillón con pinta de que preferiría estar
haciendo cualquier otra cosa—. Y ni siquiera una chica alfa. Una jodida beta. ¿Estás
seguro?
—Sí —espetó Don. El fuerte olor a agresión llenó la habitación mientras Don y
Dennis se miraban el uno al otro—. Estábamos en una puta pelea a puñetazos, y si ella
fuera una alfa, habría olido la agresión desde el otro lado del patio. No es que pudiera
haber sabido que alguien iba a escalar el lateral de nuestra casa y robar a Sally de su
habitación. Al menos yo estaba aquí y traté de detenerlos en lugar de emborracharme
en el centro como el resto de ustedes.
—Te habrías estado emborrachando en el centro si no hubiera sido tu noche
para quedarte con ella —replicó Dennis.
—Chicos —ladró su líder, Anton, con una ráfaga de dominación que me picó en
la piel—. Cállense una puta vez. La manada Bryce está aquí para ayudarnos a
encontrar a Sally, y no pueden hacerlo con ustedes dos peleando como putos críos.
Así había sido desde que Cam, Seth y yo nos arrastramos por los tableros de
cornhole, los frisbees desechados y los vasos Solo vacíos del patio para llamar a la
puerta de los Brown. Habíamos llegado hacía unos veinte minutos, unas tres horas
después de que llamaran a Bryce Solutions en estado de pánico a primera hora de la
mañana. Esta era la primera investigación en la que mi manada había sido autorizada
a correr en solitario, así que mi paciencia para sus discusiones era escasa.
Entendía que se sintieran jodidos porque les habían robado su nueva omega,
pero yo estaba aquí para conocer los hechos, encontrar a Sally Brown y cerrar el caso.
Los necesitaba para concentrarme.
Mi hermano Seth me miró desde donde estaba apoyado en la pared. Su 43
desordenado cabello castaño chocolate le caía sobre la frente mientras el sol del
mediodía entraba por el ventanal e iluminaba su piel tatuada y sus piercings como si
fuera un cuadro. Se había doblado las mangas de la camisa gris de Bryce Solutions que
todos llevábamos hasta los codos, de modo que la manada Marrón podía contemplar
los intrincados diseños florales que cubrían sus antebrazos y manos.
—Hmm —dijo con aire pensativo, como si se le acabara de ocurrir una idea—,
¿Hay alguna posibilidad de que Sally se haya escapado? ¿Extrañaba su casa o algo
así?
Anton se burló mientras el cuarto alfa, Chad, resoplaba una carcajada como si
Seth hubiera contado un chiste gracioso.
—Ni hablar —replicó Anton con una mirada desdeñosa en dirección a Seth.
Seth le sostuvo la mirada con perezosa diversión. Anton se había dado cuenta
de que yo era el líder de mi manada y el alfa más dominante de la sala, así que a
regañadientes me había concedido la deferencia apropiada. Por desgracia para
Anton, Seth también era poderoso y no le faltaría al respeto.
Anton debió de darse cuenta por fin de que no iba a poder intimidar a mi
hermano, porque resopló y volvió a deslizar su mirada furiosa hacia mí.
—Salvamos a Sally de una puta chabola destartalada en South Ranch. Estaba
dando gracias a sus estrellas de la suerte por haber sido escogida por una manada
respetable de Whitetail Hills y no por unos idiotas salvajes del parque de caravanas.
No hay posibilidad de que huyera para volver allí.
South Ranch era una zona rural en expansión situada justo en el límite sur de la
ciudad, junto a la carretera Ranch 505. Las tierras del rancho eran abundantes y
baratas, y la mayoría de sus habitantes vivían en el umbral de la pobreza o cerca de
él. Las manadas alfa de la zona se reunían a menudo en casas remolque debido a la
falta de viviendas disponibles para familias numerosas.
Si Sally era de South Ranch, había dado un gran salto en la escala social cuando
DOUM la emparejó con los Brown. Eran un nuevo grupo de universitarios recién
licenciados, más o menos de la misma edad que nosotros, y cada uno de los alfa
procedía de una familia respetable y bien establecida. Esto les dio acceso al dinero
para gastar en una casa histórica en una de las zonas más bonitas de la ciudad.
Y los fondos para pagar el alto precio de contratar a Bryce Solutions para
recuperar su omega.
El sonido de la puerta trasera abriéndose y cerrándose de golpe interrumpió
mi siguiente pregunta. Cameron entró en el salón con sus ojos azules llenos de
curiosidad. 44
—Bueno —dijo al detenerse junto a mi silla, con su habitual sonrisa
encantadora. Apoyó el culo en el reposabrazos y se echó el cabello dorado por
encima del hombro como un modelo en una sesión de fotos en la playa. Apenas pude
evitar poner los ojos en blanco mientras continuaba—. Lo que he encontrado en el
patio trasero confirma lo que Don nos ha recordado tan amablemente. —Dirigió sus
largas pestañas a Don, que frunció aún más el ceño—. Los secuestradores escalaron
el lateral de la casa y accedieron a la habitación de Sally a través de la jardinera que
una vez estuvo montada bajo su ventana pero que ahora está en dos trozos rotos en el
patio de abajo. Hay pruebas de la pelea de Don con la asaltante, y he encontrado dos
pares de huellas de botas en la tierra junto a la puerta trasera, ninguna de las cuales
podría pertenecer a Sally, dado su tamaño.
Anton se sentó más erguido en el sofá.
—¿Crees que hubo un segundo secuestrador?
Cam asintió.
—Es probable. El segundo juego de huellas de botas es más largo y profundo,
así que creo que era un macho grande. Posiblemente se llevó a Sally mientras su
compañero se enfrentaba a Don... —dirigió a Don una mirada tranquilizadora—, que
luchó valientemente por su omega pero desgraciadamente no salió victorioso.
Don se erizó.
—Vete a la mierda. Como si pudieras haberlo hecho mejor, imbécil beta.
Cam le sonrió como si le hubiera llamado el chico más guapo de la ciudad.
—Ya veremos cuando los agarremos, ¿no? —respondió alegremente.
Anton lanzó una mirada de advertencia a Don antes de volver a dirigirse a mí y
sólo a mí.
—Lo siento, hombre. Supongo que no esperábamos que los herederos Bryce
tuvieran un beta vinculado en su manada.
Seth se rio entre dientes.
—¿Pero no es de ensueño? No pude resistirme.
Exhalé un suspiro de frustración. No era nada nuevo que nos preguntaran por
la presencia de Cam en nuestra manada, pero no dejaba de irritarme. Una manada
oficial era un grupo de tres o más, normalmente machos alfa, pero no era inaudito que
un beta se uniera a una manada cuando había interés mutuo.
Y había habido un interés mutuo entre Seth y Cam desde que eran adolescentes
y los padres beta ricos como la mierda de Cam se mudaron a la mansión de al lado
de nuestra casa familiar en Palisades.
Habían hecho oficial su relación hacía dos años, cuando ambos tenían 45
diecinueve, y Seth había mordido y unido a Cam a nuestra pequeña manada el verano
pasado, cuando se habían graduado antes de tiempo en la universidad y se habían
mudado a casa.
Me había graduado un año antes que ellos en la universidad privada de Ciudad
Capital de la que nuestros padres eran antiguos alumnos, y mientras esperaba a que
volvieran a casa para formar nuestra manada, pasé el año de aprendiz a las órdenes
de mis padres y aprendiendo los entresijos de Bryce Solutions.
Ahora era el líder de mi manada y realizaba mi primera investigación en
solitario a la edad de veintitrés años.
Me importaba una mierda que Cam fuera un beta. Seth lo quería, y era como
un hermano pequeño para mí. Él no pertenecía a ningún otro lugar excepto con
nosotros.
Cam guiñó un ojo en dirección a Seth antes de darme una palmada cariñosa en
el hombro.
—¿Examinamos la habitación de Sally?
—Sí —respondí, mirando a Anton en busca de permiso—. ¿Si pudieras
mostrarnos el camino?
—¿Por qué? —espetó Chad, los otros se tensaron junto con él—. No queremos
a ningún otro puto hombre en su nido.
Comprensible aunque la entrega fuera grosera.
—Lo entendemos —respondí amablemente—. Haremos todo lo posible por
dejar su cama y los artículos de su nido completamente intactos. Pero nos gustaría ver
si algo nos llama la atención: existe la posibilidad de que Sally conociera a sus
secuestradores. Puede que se hayan comunicado con ella recientemente.
Todos intercambiaron miradas cargadas, luego Anton respondió:
—Es poco probable, pero bueno, está bien. —Se levantó, se pasó las manos
por la camiseta de golf y los pantalones caqui y señaló hacia la entrada—. Síganme.
Me levanté de la silla, aparté a Cam del reposabrazos y seguí a Anton. Cam y
Seth me siguieron mientras nos dirigíamos a las escaleras.
Después de pasar por delante de retratos de cuatro años de fraternidad,
banderines de fútbol universitario y un trofeo de torneo de beer pong montado de
verdad, subimos las escaleras y nos dirigimos a un pequeño dormitorio al final del
pasillo.
—Aquí está —dijo Anton, señalando la habitación oscura—. Intenta no tocar
todo lo que hay ahí. 46
Lo miré fijamente.
—De acuerdo —concedió tras unos segundos—. Te dejaré con ello.
Cuando desapareció por las escaleras, entramos en silencio en la habitación
de Sally. Encendí la luz y cerré la puerta con un suave clic.
La habitación de Sally era sencilla. Una habitación pequeña donde sólo cabían
su cama baja con dosel, una cómoda y un pequeño escritorio. Las cortinas oscuras
mantenían el espacio en la oscuridad que los omegas ansiaban, y la cama estaba llena
de mantas y almohadas cuidadosamente dispuestas para crear el nido que habría
calmado y asentado sus instintos de omega. Aunque desvanecido, su aroma a fresa
azucarada perduraba.
—Hombre —dijo Seth en una exhalación mientras merodeaba por la
habitación—. Sé que acaban de perder a su omega, pero esos tipos son unos
imbéciles.
Cam se rio entre dientes.
—Mi pobre bebé. Enfrentándose a unos idiotas que no doblan la rodilla
automáticamente cuando se les presenta un Bryce alfa.
—Ahora también eres un Bryce, cariño —replicó Seth antes de dejarse caer en
la delicada silla del escritorio de Sally. Su enorme cuerpo parecía ridículo allí.
Me acerqué a la ventana, el antiguo suelo de madera crujía bajo mis botas. Abrí
las cortinas de un tirón.
—Desbloqueada —anuncié tras examinarla—. No hay signos de entrada
forzada. La engañaron para que la abriera voluntariamente, supongo.
Los traficantes de omegas, si de eso se trataba, utilizaban todo tipo de tácticas
turbias para conseguir sus objetivos. Las omegas eran raras, preciosas y tan
codiciadas que podían alcanzar un precio exorbitante, y las putas manadas
sospechosas que no querían esperar en la cola del DOUM lo pagaban.
—Sólo tenía diecisiete años —dijo Seth mientras hojeaba lo que parecían
carpetas escolares en su escritorio—. Sólo una niña. Probablemente impresionable.
Ahuyenté la sensación de fastidio que me corroía al mencionar la edad de Sally.
No estábamos aquí para juzgar, pero era un duro recordatorio de lo agradecido que
estaba de que mis propias hermanas hubieran podido posponer la unión hasta bien
entrada la adolescencia. Miré a Seth.
—Sé que nuestra comprobación preliminar del proceso de emparejamiento
DOUM para esta manada mostró que era rutinario, pero aun así se siente un poco...
raro, ¿no? Supongo que no estamos acostumbrados a esta mierda. Nunca he estado
más feliz de poder evitar el proceso DOUM. 47
Seth soltó una carcajada.
—¿Estás más emocionado por nuestra futura gala de elección, hermano? No
nos hemos esforzado precisamente en la EFO desde que nos hicimos oficiales.
Lo miré con el ceño fruncido.
—Cruzaremos ese puente cuando nuestros padres nos obliguen a hacerlo. Al
menos las omegas entre las que elegiremos serán... más maduras.
Cam se rio entre dientes mientras se sentaba en el borde del escritorio de Sally
para ver a Seth ordenar sus deberes y diarios. El pequeño escritorio se tensaba bajo
su peso. Puede que Cam fuera un beta, pero seguía midiendo más de dos metros de
músculos esculpidos y delgados y tenía los reflejos de un gato salvaje.
—Son unos quejicas —se burló—. No podemos ser una manada de solteros
para siempre, quiero bebés. —Sacó el labio inferior en un mohín dramático que
funcionó con Seth la mayor parte del tiempo y conmigo un poco menos.
Seth le sonrió y se acercó para darle una palmada en el muslo.
—Ya habrá tiempo para eso, cariño. Ahora estamos centrados en nuestras
carreras.
—Y nuestras carreras dependen de que encontremos a esa omega —añadí—.
Preferiblemente antes de que tengamos que pedir refuerzos a nuestros padres.
—Hombre, si se abalanzan para otro rescate omega de alto perfil, serán
insufribles —gimió Seth.
Bryce Solutions era nuestra principal empresa familiar, propiedad y dirigida
por tres de nuestros cuatro padres alfa. Realizábamos investigaciones privadas,
seguridad personal y trabajos mercenarios, incluidos rescates y extracciones.
Nuestros padres habían sido la comidilla de la ciudad el verano pasado cuando
-con nuestra ayuda- recuperaron a la hija omega secuestrada de una de las manadas
más ricas de Palisades. Había desaparecido de la EFO en lo que ella creía que era
una cita con uno de los alfas de la manada a la que cortejaba y, en lugar de eso, él
había huido con ella, perdido por los instintos alfa desbocados.
Los habíamos alcanzado en la frontera entre Texas y Oklahoma. Los seis
habíamos asaltado silenciosamente el motel en el que se había refugiado, inutilizado
al alfa antes de que pudiera disparar un solo tiro del rifle de caza que empuñaba y
salvado a la princesa de su salvaje pretendiente.
Por alguna razón no creía que eso fuera lo que había pasado aquí en la casa de
la manada Brown.
—Oye, creo que he encontrado algo —dijo Seth de repente, levantando un
pequeño trozo de papel de colores—. Estaba pegado debajo del cajón, como si lo 48
estuviera escondiendo.
Me la dio. Era una nota adhesiva morada con la palabra AYUDA garabateada en
grandes letras mayúsculas. Debajo había un número de teléfono local.
Se lo pasé a Cam.
—¿Puedes averiguar a quién pertenece ese número?
Ya estaba en su smartphone, jugueteando con la mierda de alta tecnología que
le había instalado la empresa de software de sus padres. Entrecerró los ojos en la
pantalla.
—Es una tienda en Merchant Village. —Rápidamente tecleó algo más en el
teléfono, moviendo los pulgares a velocidad de vértigo—. Parece una de esas
ferreterías de lujo que también venden cosas caseras. Me gustan: puedo comprar una
sierra circular y manteles en un mismo sitio.
—¿Por qué pensaría Sally que ese era un lugar para conseguir ayuda? —musité.
—¿Por qué Sally necesitaría ayuda en primer lugar? —Seth contraatacó.
Nos quedamos callados un momento. Ninguno de nosotros tenía una respuesta
a esa pregunta.
—No tenemos más pistas —dije finalmente—. Lo comprobaremos mañana para
hacernos una idea. Si Sally pensó que tenía que ocultar este número de teléfono a su
manada, es posible que alguien la estuviera preparando. Estableciendo confianza.
Entonces es mucho más fácil secuestrarla.
—De acuerdo —dijo Seth, poniéndose en pie de un salto. Arrancó la nota de los
dedos de Cam, la dobló en un cuadrado diminuto, la metió en el bolsillo de sus
pantalones tácticos y me miró de forma mordaz—. Voto por que nos guardemos el
contenido de esta nota para nosotros por ahora.
—De acuerdo —acepté. Aunque no estábamos aquí para investigar a los Brown,
prefería no invitar mentiras a la conversación si pensaban que sospechábamos de
ellos de alguna manera—. Terminemos nuestra entrevista con ellos, veamos si
podemos contactar con los padres de Sally y luego reagrupémonos en el cuartel
general.
Haríamos aquello para lo que nos habían contratado y llevaríamos a Sally de
vuelta a casa sana y salva. Solo esperaba que llegáramos a tiempo de evitarle el daño
irreparable que podía sufrir una chica omega indefensa.
Y cuando encontráramos a los autores, descubrirían la razón por la que la gente
acudía a Bryce Solutions en lugar de llamar a la policía.

49
6
DYLAN

El domingo por la mañana, la sensación de fatalidad inminente había


disminuido un poco. Había dormido un poco y tenía mucha energía.
Daisy y yo abrimos la tienda a las once de la mañana, como hacíamos la mayoría 50
de los domingos, para darle a mamá al menos parte del día libre. Había tomado
cafeína, me había alimentado e incluso había tenido tiempo de correr por la mañana
con Derrick para despejarme.
Yo era un pepino frío. Aún no era el momento de entrar en pánico.
—Eres como el perro que bebe café en el fuego del meme “This is Fine” —dijo
Daisy, girando distraídamente en el taburete junto a mí. Me miraba rapear el puente
de “Cruel Summer” mientras yo encendía el ordenador de la caja registradora.
—Entraré en pánico cuando un alfa entre por esas puertas y pregunte dónde
estamos haciendo los mocas —respondí.
Porque ese era mi verdadero aroma: notas de café como papá y Derrick, pero
untado con ese rico chocolate omega.
—No tienes gracia —refunfuñó Daisy—. Ya ni siquiera puedo beber moca
después del Heatmageddon.
—Bien. Detendrán tu crecimiento.
—Bien, mamá.
Empezaron a entrar algunos clientes y yo me dediqué a hojear uno de los
catálogos de mi madre, marcando con un círculo las cosas que me llamaban la
atención.
Nunca es demasiado pronto para empezar a planear las exhibiciones de
Halloween. Este fue el año en que convencí a papá para que nos dejara poner un
dragón hinchable gigante en el tejado.
La puerta del personal que teníamos detrás se abrió y Derrick, vestido con un
chándal gris y nada más, asomó la cabeza.
—Eh, ¿qué quieren de pizza? Mamá está a punto de pedir...
La puerta principal tintineó. Derrick echó un vistazo a la persona que entraba
en la tienda, maldijo, dio un portazo y desapareció por el pasillo.
—¡Cobarde! —le grité.
Haley Thomas se pavoneó por el pasillo central de la tienda. Se dirigió hacia la
caja registradora, sin molestarse siquiera en fingir que había venido a mirar
servilletas o algo así.
—No es eso —le dije a Daisy—. Es tu turno de estar en la patrulla de zorras.
Daisy se rio y se crujió los nudillos.
—Por supuesto. 51
Giró sobre su taburete, se puso en pie de un salto y desapareció en el pasillo
del personal.
—Hola, Dylan —exclamó Haley al llegar frente al mostrador. El perfume floral
en el que se había bañado asaltó mis fosas nasales, despidiendo su aroma beta en
estéreo—. ¡OhmiDios, ha pasado una eternidad! Nunca te vemos en el Javelina.
¡Deberías venir con nosotros el próximo fin de semana!
Haley se había graduado en el instituto Village High con Derrick y conmigo, se
había ido a la universidad en el norte de Texas y ahora estaba de vuelta, trabajando
en el centro como asistente legal.
También sabía a ciencia cierta que Derrick se había ido con ella a casa desde
el bar la noche anterior, lo que le había valido un sólido puñetazo en el riñón de mi
parte en nuestra carrera de esta mañana.
—Hola, Haley —respondí con la misma dulzura—. ¿Puedo ayudarte a encontrar
algo? Acabamos de recibir un nuevo envío de papelería de calidad, perfecta para una
chica profesional a la última como tú.
—Oh, um, eso está bien, pero no —dijo—. En realidad sólo estaba aquí para
ver a Derrick. La pasamos tan bien anoche reconectando...
—Qué asco.
—-¡Pero olvidé darle mi número! ¿Está arriba? Sólo será un minuto...
—¡Dylan! —gritó Daisy, reapareciendo desde detrás de la puerta del personal
en el momento justo—. ¿Puedes venir arriba? Derrick se ha cagado encima, ha
atascado el váter y ahora se está inundando. ¡Necesitamos todas las manos en
cubierta!
Me atraganté con mi propia saliva.
La cara de Haley se tiñó de un rojo hilarante y balbuceó:
—Oh, um, bueno, bueno, quizá vuelva más tarde....
—Sí, probablemente sea una buena idea —dije mientras me ponía en pie—. Me
tengo que ir. ¡Adiós, Haley!
Corrí hacia la puerta y seguí a Daisy hasta el pasillo como si me ardiera el culo.
Nos metimos en el despacho vacío de mamá y las dos estallamos en un ataque de risa
que probablemente nuestros clientes pudieron oír en toda la tienda.
—Muy graciosas, las dos —refunfuñó Derrick. Estaba sentado en la silla del
despacho de mamá, con los pies apoyados en su desordenado escritorio. Había
encontrado una camiseta en alguna parte y llevaba puestas sus zapatillas de hombre
peludas—. ¿Y si va y les cuenta a todas sus amigas que hago enormes cagadas que 52
destruyen el retrete? Nunca volveré a tener sexo.
—Oh, seguro que lo hará —resoplé entre carcajadas—. Pero será para tenerte
para ella sola. Esa era la mirada de una chica decidida a conseguirse un marido alfa.
—Deberías haber... visto... su cara —resolló Daisy, doblada y agarrándose el
estómago como si le doliera.
—Sí, ríanse, las dos —dijo—. Sólo porque tú, Dylan, no hayas tenido sexo en un
millón de años...
—Oye…
—Y a ti, Daisy, no se te permite echar un polvo...
El humor de Daisy se secó rápidamente y sus mejillas se sonrojaron.
—Cállate, imbécil. No soy una niña.
—Te haré saber que no han pasado un millón de años —anuncié antes de que
Daisy pudiera iniciar una pelea con él—. Estaba... ese instructor visitante de Krav
Maga en el gimnasio el otoño pasado. Era simpático.
Y yo había tenido un buen novio beta en mi último año de instituto. Nos
habíamos separado amistosamente después de la graduación, y él estaba en
California, terminando su último año de universidad con una beca de waterpolo.
Por mucha mierda que le echáramos a Derrick, sus actividades nocturnas no
tenían nada que envidiar a las de sus colegas del gimnasio al que pertenecíamos.
Aquellos hombres estaban buenos y tenían las cosas claras, y las chicas acudían a
ellos como un enjambre de langostas cachondas. El grupo estaría a punto de formar
una manada, incluido el beta, Ryan, si no estuvieran tan ocupados sembrando su
avena salvaje, ni mucho menos dispuestos a sentar la cabeza con una omega del
DOUM.
—Como quieras —dijo Derrick, pero me di cuenta de que se estaba
ablandando. Realmente no quería pelearse conmigo por mi actividad sexual, no sólo
porque era su hermana, sino también porque todos sabíamos que tenía que ser muy
cuidadosa con mi cuerpo—. Gracias por ocuparte de Haley, supongo.
—No me lo agradezcas a mí. Dale las gracias a Daisy.
Miró a Daisy, que estaba sentada en una de las sillas extra de mamá, haciendo
pucheros.
—Gracias, Daisy, por idear una manera de que Haley se fuera sin que yo tuviera
que ser un idiota con ella.
—Claro —murmuró Daisy—. De nada, supongo. Tal vez dejar de llevar a estas
pobres chicas con su polla errante.
53
Le dirigió una mirada severa y Daisy lo tomó como una señal para marcharse.
—Vuelvo al trabajo —declaró y salió por la puerta dando pisotones.
La miré irse y me volví hacia Derrick.
—Bueno, esto ha sido divertido. Te dejo con tu holgazanería.
Me hizo un gesto despectivo con la mano.
—Ficharé después de comer.
Lo saludé, me hizo un gesto de desprecio y me fui con Daisy a la caja, con la
esperanza de que el resto de mi turno de domingo fuera mucho menos agitado que
los primeros veinte minutos.

CUANDO LA ABUELA ANYA SE PRESENTÓ en la tienda quince minutos después,


irradiando una tensión angustiosa, supe que mis esperanzas estaban a punto de
truncarse.
—Mary Rose ha desaparecido, Dylan —dijo en un susurro urgente. Me reuní
con ella en el otro extremo del mostrador mientras Daisy atendía a un cliente.
—¿Desaparecido? —siseé—. ¿Qué quieres decir con desaparecido?
Mary Rose era una de nuestras chicas. Hija de una mujer beta y fruto de una
aventura de una noche con un alfa cualquiera, Mary Rose era como yo: la rara omega
nacida de un beta fuera de una manada tradicional. Por suerte para ella, su abuela
supo traérnosla, y Mary Rose, de catorce años, llevaba más de un año tomando
supresores.
—No volvió a casa anoche cuando terminó su turno en su trabajo extraescolar
—replicó Anya, con las manos arrugadas apretando la tela suelta de su maxi vestido—
. No es propio de ella. Nunca ha dejado de venir a casa. Es una buena chica y conoce
los... riesgos.
—¿Te dijo a dónde iba anoche?
Anya negó con la cabeza.
—No, y aún no tiene teléfono, así que no tenemos forma de contactar con ella.
Pero sé que ha estado saliendo con ese chico zalamero de Riley. Es guapo y da
problemas.
—¿Jesse Riley?
Me señaló con un dedo huesudo. 54
—Ése es.
El hermano pequeño de Jones Riley. El chico tendría unos diecisiete años. Aún
no formaba parte oficialmente de la manada de Jones, pero apuesto a que estaba
deseando unirse después de la graduación.
No tuve una buena sensación.
—Lo investigaremos, ¿de acuerdo, Anya? —Le di una palmadita en la mano—.
Al menos podemos localizar a Jesse Riley y ver si eso nos da más información.
Exhaló un suspiro.
—Gracias. No sabía a quién más pedir ayuda.
—Si averiguas algo más que pueda ser útil, envía un mensaje a la línea segura
de papá. ¿Todavía tienes el número?
—Sí, y lo haré —respondió. Extendió la mano y apretó una de las mías—. Sé
que lo que están haciendo por nuestras chicas es peligroso, Dylan. Especialmente
para ti. Por favor, ten cuidado.
—Sí, señora.
Mientras la observaba volver a la entrada, con los hombros encorvados por el
peso de su preocupación, Daisy terminó de pasar el timbre a la corta fila de clientes
y se deslizó hasta colocarse a mi lado.
—¿De qué iba eso?
Le dije. Frunció el ceño y sacó el móvil del bolsillo trasero de los vaqueros.
—No veo a Mary Rose en ninguna foto ni video de anoche en las redes sociales.
—Anya dijo que aún no tiene teléfono —le dije.
—Sí, pero tenemos algunos amigos en común en su instituto. Tuvieron su
habitual quema de granero anoche, pero no veo ninguna señal de Mary Rose.
La miré de reojo.
—¿Desde cuándo tienes amigos en South Ranch High?
—Tengo muchos amigos.
—Ajá.
—Jesse tampoco está en ninguno de estos puestos —añadió—. Eso es
probablemente más... inusual.
—Convocaré una reunión familiar esta noche —dije—. Se lo descargaremos
todo a papá y luego decidiremos por dónde queremos empezar.
La puerta volvió a tintinear, anunciando la llegada de algunos clientes. 55
Nada más entrar en la tienda, el aire cambió. Era pesado, me oprimía los
sentidos, casi como si tuviera que hacer un esfuerzo extra sólo para respirar.
—Maldición —murmuró Daisy—. Esos son algunos especímenes finos.
Tragué saliva, con la boca repentinamente seca.
¿Qué demonios...?
En la entrada de la tienda había tres hombres corpulentos, cada uno de los
cuales observaba su entorno con una mirada aguda y evaluadora. Dos de ellos se
parecían, ¿quizá hermanos? Tenían el mismo cabello castaño, ojos oscuros y piel
aceitunada.
Uno de los hermanos estaba decorado con tatuajes en los antebrazos, las manos
y el trozo de piel que asomaba bajo el cuello de la camisa. Llevaba pequeños tapones
en las orejas, un fino aro de plata alrededor de una fosa nasal y el cabello
artísticamente despeinado por encima.
El otro tenía un corte más limpio: cabello corto y elegante, un poco de barba
incipiente, y llevaba la camiseta y los pantalones negros cargo como si fueran un traje
de mil dólares. Estaba pulido, pero de alguna manera robusto, como un GQ GI Joe, y
exudaba la autoridad de un líder de la manada.
Aquellos dos eran definitivamente alfas, a juzgar por su imponente altura, sus
músculos de varios días, sus mandíbulas cinceladas y sus gruesos muslos, capaces de
impulsar a una chica hasta la estratosfera.
No. Espabila, Dylan.
No estaba segura de la designación del tercer hombre: era unos centímetros
más bajo que los demás, un poco más delgado, y tenía un cabello sedoso del color
del sol que le caía sobre los hombros. También era tan dolorosamente hermoso que
dolía mirarlo.
¿Qué te pasa, Dylan St. James?
—Lástima que parezcan un poco... oficiales —añadió Daisy.
Eso hicieron. Camisas grises a juego que abrazaban sus pechos definidos.
Pantalones tácticos, armas reglamentarias sujetas al cinturón y botas de combate que
hacían poco ruido en nuestro suelo de cemento cuando empezaron a avanzar en
nuestra dirección.
—Dispérsate, Daisy —susurré—. Mejor darles un solo objetivo para interrogar.
Y mejor que nadie más me vea perder el sentido por unos hombres alfa
buenísimos por primera vez en mi vida.
56
Se escabulló, se metió en el pasillo de los electrodomésticos y abordó a un
cliente anciano con una enérgica oferta de ayuda.
Cuando los hombres se acercaron a la caja registradora, un estremecimiento
aterrador recorrió mi espina dorsal.
El pulso me latía en la garganta.
El hermoso rubio se detuvo junto al expositor de San Valentín, y los dos alfas
continuaron hacia mí. Sus olores se mezclaron, potentes y embriagadores, mientras
los respiraba.
Estaban por todas partes. Sentí que me bañaban todo el cuerpo.
Ricos postres alfa de canela con matices amaderados que anunciaban una
masculinidad viril de una forma que te retaba a discutir.
El chico tatuado me sonrió, con sus ojos oscuros llenos de picardía.
GQ GI Joe cruzó sus grandes brazos sobre el pecho y me di cuenta de que sus
ojos eran un poco más claros que los de su hermano: había un hermoso dorado
entremezclado en ese marrón intenso. Me estudió con una curiosidad que no tardó en
aumentar, metiéndose dentro de mí, tanteando, acariciando, buscando.
Mis hormonas encendidas se aceleraron y chisporrotearon, advirtiéndome
como un letrero de neón moribundo.
Confusión, un breve momento de euforia y, a continuación, un terror
desgarrador.
No estaba segura, pero tenía una suposición.
Y si estaba en lo cierto, estaba en un maldito problema.
7
SETH

Bueno. ¿Qué tenemos aquí?


Una chica despampanante. Piel ligeramente bronceada, grandes ojos color
avellana, cabello castaño oscuro y delicioso recogido en una coleta suelta. Un puñado 57
de adorables pecas en la nariz y las mejillas. Brazos delgados y definidos que exhibía
en su camiseta morada con el logotipo de la tienda. Un vientre tonificado apenas
visible por encima del dobladillo de los vaqueros, donde había hecho un pequeño
nudo con la camiseta.
Joven, cerca de mi edad.
La altura y complexión correctas para coincidir con la descripción de Don de
su asaltante beta femenino.
Trabajando en la tienda en la que aparecía el número de teléfono oculto de
Sally.
Excepto que o el olfato de Don estaba estropeado, o esta no era nuestra chica.
Había dicho que no olía a nada extraordinario, incluso antes de que le rompiera la
nariz, pero era la mujer beta más sabrosa que había olido en mi vida.
No era potente, pero estaba lo bastante cerca como para olerlo bien.
Un matiz de rico café, pero había una deliciosa dulzura acechando allí que me
hizo soñar despierto con bañarme en ganache de chocolate sedoso.
—Hola —dije, sin poder evitar desplegar la sonrisa que más derretía las bragas
de todo mi arsenal—. Soy Seth, y este es mi hermano mayor, Austin.
La observé mirándonos a los dos con cautelosa desconfianza, pero ¿fue un poco
de deseo lo que vi brillar en aquellos hermosos ojos?
Sí.
Señalé a Cam, que estaba cerca, charlando animadamente con una anciana que
llevaba un moo-moo con la bandera de Texas.
—Y allí está Cameron. Somos de Bryce Solutions e investigamos la
desaparición de una joven. ¿Te importa que te hagamos unas preguntas?
—Claro —responde con una sonrisa tímida—. Si van a comprar algunas cosas,
claro. Estoy encantada de atender a mis clientes.
—Qué linda —dijo Austin, dando un paso adelante y apoyando las manos en la
encimera. Se inclinó un poco y nuestra chica no se inmutó ni un poquito—. ¿Significa
eso que tenemos que comprar tu cooperación con una investigación activa?
Lo mantuvo bajo control, pero capté el momento en que la olió bien. Se tensó
un poco y su nuez de Adán se balanceó con el áspero trago que intentó ahogar pero
no pudo.
Sonrió con satisfacción.
—Significa que tienen que comprar algo para poder seguir ocupando espacio 58
en mi mostrador, sí. Ustedes son privados, no policías, así que tienen que jugar con
mis reglas en mi tienda.
Le di un codazo a Austin.
—Me gusta.
Cam se acercó, con sus ojos azules bailando.
—Hola, preciosa —le ronroneó a la chica, tendiéndole la mano. Ella le ofreció
la mano sin rechistar, y sus preciosos ojos se fijaron en el rostro de Cam de una forma
descaradamente codiciosa que comprendí perfectamente—. Me llamo Cameron
Lowell-Bryce —continuó—. ¿Y tú?
—Dylan St. James —respondió.
Me encantaba ese nombre.
—Oh, ¿el St. James de St. James & Co.? —dijo efusivamente Cam—. Tengo que
decirte que me encanta este sitio. Le he echado el ojo a esa hamaca increíble para
nuestro piso. Deberíamos volver a comprar aquí ahora que nos hemos mudado al
centro, ¿no les parece, chicos?
—Cam, concéntrate —dijo Austin sin morder.
—Estoy concentrado. En Dylan. Es tan encantadora.
Las mejillas de Dylan se tiñeron de rosa, lo que me alegró sobremanera, antes
de que volviera a poner su cara de negocios.
—Gracias, Cam. Tú también eres demasiado encantador. Por favor, díselo a
tus... amigos.
—Manada —corrigió con un guiño sexy. Enganchó un dedo largo bajo el cuello
de la camisa y lo apartó para mostrar la brillante cicatriz de unión que decoraba la
parte carnosa de su hombro, donde se unía con su cuello nervudo—. Seth me la
regaló. Es el mejor.
Observó la marca de mi mordisco con interés antes de lanzarme una mirada.
Le sonreí y ella tragó saliva, sacudiendo la cabeza como si estuviera despejándose.
Sí, cariño. Follamos, y es tan ardiente como crees.
—Por favor, dile a tu manada —le dijo a Cam—, que si quieren abarrotar mi
mostrador, tendrán que comprar algo.
Se rio y nos miró a Austin y a mí.
—Me encanta. Mantén a esos dos a raya por mí, chica luchadora. Con gusto iré
de compras mientras ustedes... charlan.
Se alejó, aparentemente sin rumbo, pero yo sabía que estaba catalogando todo 59
lo relacionado con la tienda con meticuloso detalle. Su pequeño interludio con Dylan
pretendía bajarle un poco la guardia -Cam podía engatusar a una monja-, pero
percibí un legítimo brillo de interés en sus ojos y sentí el mismo zumbido en nuestro
vínculo.
Cameron tuvo un pequeño flechazo.
—Entonces, Dylan —dije, devolviéndonos a la tarea que teníamos entre
manos—, ahora que Cameron está de compras, ¿podemos hacerte unas preguntas?
—Supongo que sí. —Suspiró, luego miró a Austin—. Pégame, GQ GI Joe.
Él la miró con el ceño fruncido mientras yo me echaba a reír.
—Me encanta. ¿Cuál es el mío?
Se encogió de hombros.
—Chico tatuado. Poco original, lo siento.
—¿Cam?
—El hombre más desgarradoramente bello que he visto nunca.
—¿No es verdad? —dije con nostalgia.
Austin exhaló un suspiro, pero luchaba contra una sonrisa.
—Nos va a acomplejar a Seth y a mí, señorita St. James.
—Sólo espero que ambos sean lo suficientemente humildes caminando con un
beta vinculado que se parece a él. Los hombres alfa necesitan una revisión de ego de
vez en cuando.
Maldita sea, esta chica no podía ser una secuestradora omega.
De todas formas, no quería que lo fuera.
Austin sacó su teléfono del bolsillo y lo deslizó delante de Dylan. En la pantalla
aparecía una foto de Sally.
—¿Has visto alguna vez a esta chica?
Lo meditó.
—No puedo decir que lo haya hecho.
—¿Estás segura?
—Sí.
Continuó.
—¿Alguna vez alguien llamada Sally ha llamado a la tienda, en busca de ayuda?
¿O alguna mujer?
Ella entrecerró los ojos.
60
—No. ¿Por qué preguntas eso?
—Sally es una omega que fue raptada de su manada el viernes por la noche.
Ella tenía el número de teléfono de su tienda escondido en una nota que indicaba que
era un lugar para pedir ayuda.
La cara de Dylan era de piedra.
—Eso no tiene sentido para mí. No sé nada de eso, y siento lo de Sally. —Se
inclinó hacia delante, haciéndonos señas para que nos acercáramos. Prácticamente
nos apartamos a codazos para llegar hasta ella—. ¿Están seguros de que esta omega
no huyó voluntariamente? No todos los hogares de manada son felices, ya saben.
—Estamos investigando todas las posibilidades —respondí en un susurro
bajo—. Sólo queremos encontrarla y asegurarnos de que está a salvo.
—Te están pagando para llevarla de vuelta a su manada —replicó Dylan—. Eso
no es exactamente lo mismo.
Austin la estudió atentamente. Podía sentir cómo su cerebro giraba a cien
kilómetros por hora.
—No somos los malos, Dylan —dijo en voz baja.
—Espero que tengas razón —respondió ella, con voz igual de suave.
La puerta que había detrás del mostrador y que decía “Sólo personal” se abrió
de golpe, sacándonos de nuestro pequeño apiñamiento. Un gran tipo alfa salió
acechando, con sus familiares ojos color avellana teñidos de agresividad. Su aroma a
café era amargo y sus feromonas desprendían suficiente dominancia como para que
Austin y yo nos alejáramos del mostrador y nos preparáramos para pelear.
—Aléjate de mi hermana —gruñó mientras se detenía frente a nosotros,
impidiéndonos el paso a Dylan.
—Derrick, cálmate —dijo Dylan con un resoplido exasperado—. Saluda a
Austin y Seth.
—¿Este es tu hermano? —preguntó Austin mientras evaluaba a Derrick—.
Interesante.
Fue muy interesante. Ahora teníamos un posible sospechoso para nuestro
segundo juego de huellas de botas.
—¿Son gemelos? —pregunté emocionado. Los hermanos eran muy raros fuera
de las manadas.
Derrick ignoró mi pregunta.
61
—¿Quieren explicarme por qué salí aquí para encontrarme a dos extraños
machos alfa en la cara de mi hermana mientras intenta trabajar?
—¡Ella se estaba encargando, imbécil prepotente! —gritó una voz desde cerca.
Miré a la derecha de la caja registradora. Una adolescente descansaba en una
hamaca a unos metros de distancia y llevaba la misma camiseta morada de St. James
& Co. que Dylan, lo que la identificaba como empleada. Tenía el cabello rubio hasta
los hombros y ojos verdes brillantes, y mordisqueaba lo que parecía un Twizzler.
Junto a ella, en una tumbona de playa, estaba Cam, también masticando un
Twizzler. Sonreía, devorando el drama alfa que se desarrollaba en la habitación como
si estuviera en el cine.
—¿Quién mierda está con Daisy? —preguntó Derrick en voz baja y
amenazante.
—Es Cameron, mi beta vinculado —respondí con una sonrisa peligrosa—.
Cuida tu tono, hombre.
—Dios mío —gimió Daisy—. Cam y yo estábamos hablando de productos para
el cabello. Bájalo todo, Derrick. La gente se está yendo porque ustedes nos están
ahogando con su mierda de alfa.
Señalé a Daisy.
—A mí también me gusta.
—Ella no es asunto tuyo —espetó Derrick.
—Derrick —siseó Dylan—. Cálmate de una puta vez. Estos hombres son de una
empresa de investigación privada, y sólo tenían algunas preguntas acerca de una
omega desaparecida que han sido contratados para encontrar.
Derrick se enfrió. Se apoyó en la caja registradora y cruzó los brazos sobre el
pecho. Nos miró a Austin y a mí, escrutándonos más de cerca que cuando irrumpió
aquí como el alfa exaltado que todos éramos bajo nuestras civilizadas apariencias.
Observé cómo catalogaba nuestras camisas, cinturones, pantalones tácticos y botas
de trabajo a juego.
Luego nuestras caras: jóvenes, más o menos de la misma edad que Dylan y él.
Sonrió, y si no lo conociera mejor, habría dicho que se estaba burlando de
nosotros.
—¿Y qué hace pensar a los profesionales de Bryce Solutions que una ferretería
y una tienda de artículos para el hogar es el lugar adecuado para buscar una omega
desaparecida?
—Tenemos nuestras razones —respondió Austin.
62
—¿Y tienes más preguntas? ¿O Dylan las ha respondido todas?
Fue el turno de Austin para sonreír.
—Creo que estamos bien aquí. Estaremos en contacto.
Sacó una tarjeta del bolsillo y se la tendió a Derrick. Se enzarzaron en un duelo
de miradas que me hizo moverme incómodo: el nivel de dominación de Austin estaba
por las nubes, pero también lo estaba el de Derrick. Entonces Derrick finalmente
arrancó la tarjeta de los dedos de Austin y la guardó en su propio bolsillo.
Aproveché que los dos estaban distraídos con su concurso de medir pollas para
acercarme de nuevo al mostrador y despedirme de nuestra chica. Sonreí mientras le
pasaba mi propia tarjeta, inclinándome de nuevo mientras susurraba:
—Dylan.
Sentí que se tensaba un poco ante mi cercanía, pero su sonrisa era real y
hermosa.
—Seth.
—¿Me llamarás si surge algo que necesitemos saber?
—Te llamaré si surge algo que necesites saber, sí.
—¿Tenemos definiciones diferentes de “necesidad de saber”?
—Tal vez.
Esta chica.
Austin se metió en nuestro espacio. Le tendió la mano a Dylan y ella puso la
suya, más pequeña.
—Encantado de conocerte, Dylan —murmuró suavemente mientras le daba un
suave apretón—. Nos vemos, creo.
Ella parpadeó y yo reprimí una risita de satisfacción. Mi hermano era hábil
cuando quería.
—Tal vez —volvió a decir.
—Ustedes dos —nos gruñó Derrick—. Dispérsense.
Le lanzamos idénticas miradas sucias, que él devolvió con la mirada más fija
del mundo.
—¡Cam! —llamó Austin—. ¡Vámonos, Cameron!
Cam seguía tumbado con Daisy junto a la hamaca, los dos cacareando juntos
sobre algo. Nos miró, puso morritos y se levantó de mala gana. Se inclinó para darle 63
un casto beso en la mejilla a Daisy, que lo saludó con la mano mientras la dejaba para
acercarse a nosotros.
—Señorita Dylan —canturreó mientras se acercaba al mostrador. Se apoyó en
el codo y apoyó la barbilla en la mano mientras la miraba con adoración—. He
disfrutado mucho con Daisy y he pedido una hamaca verde como la suya. Siento que
no hayamos podido charlar más. ¿Puedo volver a verte?
Bien, Cameron, ve directo por ello.
—Tal vez —dijo una vez más, con las mejillas sonrojadas—. Aunque estoy
segura de que estarán muy ocupados con su investigación. Espero que encuentren...
lo que buscan.
—Yo también, preciosa —respondió con una sonrisa radiante.
Mi polla se agitó en mis pantalones mientras los miraba a los dos juntos, y vaya
realmente no era el momento.
—Vamos —espetó Austin en un susurro bajo, moviendo la cabeza hacia la
puerta.
Con una última mirada anhelante a Dylan, la saludé con la mano y luego mi
compañero y yo seguimos a mi hermano por la puerta.
8
CAM

—La quiero —anuncié mientras tomábamos asiento en la taquería de la calle St.


James & Co—. ¿Por favor, Sethy? Hace siglos que no tenemos una chica.
Austin puso los ojos en blanco. 64
—Ella es nuestra principal sospechosa. No la puedes follar.
Seth le señaló con un dedo tatuado.
—Entonces tampoco puedes follártela. No actúes como si no quisieras.
Austin se pellizcó la frente.
—Esto es un lío. Seguimos el misterioso número de teléfono de Sally hasta la
tienda y encontramos a una beta femenina que coincide con la vaga descripción que
tenemos del agresor de Don Brown...
—Excepto que huele como el puto cielo —señaló Seth.
Desde luego que sí. Nadie olía tan bien como Seth -y por poder, Austin, de una
forma que no indujera a la lujuria-, pero el aroma de Dylan, aunque apagado, me hacía
la boca agua. Espresso, nata, chocolate decadente, todo enhebrado en un bouquet
beta tentadoramente ligero.
Por si fuera poco, era una pelirroja ágil y sexy que no tenía miedo de desafiar
a un alfa.
Quiero.
—… excepto eso, sí. —Continuó Austin—. Y entonces descubrimos que tiene
un hermano alfa, un perfil perfecto para nuestro segundo sospechoso....
—Pero ambos carecen por completo de vibraciones de secuestrador malvado.
—Terminé por él—. James, pero Daisy me dio lo esencial. No son personas que
exploten a niñas vulnerables.
Austin se recostó en su silla, el vinilo turquesa agrietado crujiendo bajo su
enorme cuerpo. Bebió un sorbo de la cerveza que la camarera acababa de ponerle
delante.
—¿Qué has aprendido de Daisy? Por cierto, ¿quién es Daisy? No se parece a
ningún otro hermano, lo cual habría sido un milagro en sí mismo.
Daisy era una de mis nuevas personas favoritas, y me entusiasmaba hablar de
ella.
—Daisy tiene quince años y está bajo la tutela de la familia St. James. Vivía en
un complejo de apartamentos en ruinas con un padre alcohólico y maltratador. Una
noche, cuando tenía trece años, se emborrachó y fue por ella con una palanca. Ella
mató al imbécil con un cuchillo de cocina y luego acudió a la familia St. James. Ellos
limpiaron la escena y se convirtieron en sus tutores.
Ambos me miraron fijamente.
—Vaya —dijo Seth al cabo de un momento.
—También mencionó que Brandon y Heather St. James son veteranos 65
condecorados —añadí—. Lo confirmaré, obviamente, pero algo no cuadra aquí,
chicos.
—¿Crees que vamos por mal camino? —preguntó Austin.
—No, creo que vamos por buen camino —respondí—. Que los padres de Dylan
y Derrick sean exmilitares sólo los hace más propensos a ser nuestros sospechosos
porque significa que tienen los recursos y el conocimiento para planear una
extracción y luchar contra un alfa en combate cuerpo a cuerpo. Pero creo... creo que
podemos estar persiguiendo a los malos equivocados.
—Estamos haciendo el trabajo para el que nos contrataron —dijo Austin. Miró
a Seth—. Pero Dylan insinuó exactamente lo mismo, ¿no?
Seth asintió.
—Ella sabe algo. Quiero saber qué es.
—Mientras el camino lleve a Sally, ese es el camino que tomaremos —dijo
Austin.
Sonreí.
—Entonces seguimos con el ritmo de Dylan. Estoy encantado.
Seth me apretó el muslo cariñosamente por debajo de la mesa. Hacía bastante
tiempo que no nos excitábamos por la misma chica, aunque era una pena que esta
viniera con algunas... complicaciones.
No es que nuestra manada no tuviera sus propias complicaciones.
No importaba. Lo resolveríamos.
En el momento justo, sonó el teléfono de Austin. En la pantalla aparecía el rostro
estoico y apuesto de Andrew Bryce, director general de Bryce Solutions y uno de los
cuatro padres de Austin y Seth.
Austin suspiró irritado. Quería a su padre -todos lo queríamos-, pero tendía a
agobiarlo. Apoyó el teléfono en el servilletero de la mesa.
—Hola, papá.
—Hola, chicos, ¿qué tal? —Andrew estaba sentado a la mesa de su despacho,
vestido con su ropa informal de los domingos: un jersey de cachemira color carbón
que hacía juego con sus gafas de montura oscura—. ¿Algún movimiento en tu caso?
—Acabamos de tomar este caso ayer, papá —respondió Seth—. Pero sí,
tenemos una pista.
—Y no necesitamos niñera —añadió Austin.
66
Andrew levantó las manos en señal de rendición.
—Ya lo sé. Pero como director general, es un procedimiento de la empresa que
compruebe todas mis investigaciones activas. ¿O prefieres que envíe a Rodrigo allí?
—En absoluto —dijo Austin rápidamente. Rodrigo era otro de sus padres,
exmilitar y jefe de toda la seguridad de Bryce Solutions, y entrometido a más no
poder—. Y, de todas formas, aún no tenemos nada que informar. Te avisaremos
cuando tengamos algo concreto.
—Genial. —Andrew se echó hacia atrás en su silla y su actitud profesional
desapareció cuando nos miró a los tres a través de la pantalla—. Ahora, como su
padre y no como su jefe, les pido educadamente que llamen a su madre cuanto antes.
Desde que Seraphina se fue a la EFO y ustedes tres se mudaron oficialmente, el nido
vacío le ha afectado mucho. Y tiene mucho que hablar con ustedes sobre su gala de
elección.
Los tres ahogamos un gemido colectivo.
—Te echa especialmente de menos, Cameron —añadió—. Camille lleva mucho
tiempo preocupada porque tus padres están en el extranjero. Parece que necesitas
más cuidados maternales.
Apreciaba la facilidad con la que la manada Bryce me habían adoptado en la
familia, refiriéndose a mí como su hijo con la misma facilidad con la que se referían a
Seth y Austin. Mis padres eran maravillosos y me querían con locura, pero habían
tomado su nido vacío como una excusa para jubilarse anticipadamente y viajar por el
mundo, algo que yo apoyaba plenamente.
—Por favor, dile a Camille que me reserve un sitio en el próximo té dominical
—le contesté. De todos modos, ya era hora de que me pusiera al día con los cotilleos
de las amas de casa de Bluebonnet Palisades.
—Papá, sé que mamá se siente... entusiasmada con la gala de elección —dijo
Seth, sonando cansado—. Pero, ¿por qué tanta prisa? Sabes que aún no hemos
expresado nuestro interés en unir a una omega.
—Seth, de verdad que no lo entiendo —replicó Andrew, quitándose las gafas
para pellizcarse la frente con frustración—. Somos tan afortunados de tener los
cuantiosos fondos que se necesitan para poner a tu manada en la lista de cortejo de la
EFO, y la mayoría de las manadas están derribando las puertas para encontrar a su
omega. Ella equilibrará tu manada, calmará tus instintos, te dará hijos y... te satisfará
de una forma que no estoy seguro de que estés comprendiendo realmente, dada tu
resistencia.
Sonreí burlonamente cuando Austin y Seth arrugaron la nariz al pensar en su
67
dulce y recatada madre omega tomando todos los nudos de sus cuatro alfas enlazados.
—Y no pretendía ofenderte en tu relación con Seth, Cameron —añadió
Andrew—. Sabes que valoro mi relación con Jonathan tanto como la mía con Camille.
Asentí alegremente.
—No hay problema, señor.
La relación de Andrew y Jonathan era anterior a su manada, como la mía y la de
Seth. Jonathan Bryce era cirujano pediátrico en el hospital privado de la zona oeste
de la ciudad y prácticamente mi héroe.
—De todos modos, preferiríamos no pagar sus cuotas de EFO a perpetuidad,
hechos de dinero como parecen creer que estamos. —Continuó—. Sólo... sé abierto.
Apenas has pasado tiempo en los eventos de la EFO desde que formaste oficialmente
tu manada. ¿Cómo lo sabrás si no intentas conocer a las chicas?
—Fuimos al baile de Navidad después de que los cinco armaran un escándalo
gigantesco —señaló Austin.
Y había sido interesante, pero nada inspirador. Las chicas eran guapas, olían
bien y, según todos los indicios, estaban muy motivadas para emparejarse con una
manada de hombres alfa sexys y adinerados que les anudarían los sesos cuando por
fin dejaran que sus cuerpos tuvieran lo que ansiaban.
Simplemente no había habido ninguna... chispa.
No para mis alfas, aunque estuvieran predestinados a encontrar una omega a
la que cazar hasta el olvido. Ni para mí, aunque me gustaba bromear con ellos sobre
lo mucho que me querían más las omegas que ellos.
Era difícil encender a mis alfas en estos días, pero una audaz y hermosa dama
beta que podría o no ser una omega-dormida ciertamente los había encendido a
ambos esta mañana.
Resopló Andrew.
—Bueno, inténtalo de nuevo en una de las numerosas funciones que tendrán
este semestre. Y, a propósito, una última cosa: —Hizo una pausa, y sentí que el fastidio
me erizaba la piel antes de que hubiera tenido ocasión de decirlo—. Los VanHolts
vendrán a cenar la semana que viene, y les agradeceríamos que hicieran acto de
presencia.
—Papá, por el amor... —se quejó Seth—. ¿Por qué seguimos con esto?
—Porque —espetó—, los VanHolts han sido amigos nuestros durante una
década, así que lo menos que podemos hacer es animarlos a los tres a que conozcan
a su hijo. Está muy interesado en su manada, y no pueden actuar como si un alfa más 68
fuera a perjudicar sus perspectivas en la EFO.
—Sólo quiere conocer a Cam —respondió Seth.
—¿Y por qué es eso un problema?
Me acerqué para acariciar la mano de Seth.
—Está bien, mi amor. ¿Quién puede culparlo?
Nos habíamos encontrado con Lonnie VanHolt en varias funciones sociales a lo
largo de los años. Era el alfa más aburrido que jamás había pisado un yate en las
Bahamas, y sin duda quería follarme.
Pero también quería tener una oportunidad con una chica EFO con pedigrí, y
necesitaba unirse a una manada con los lazos adecuados. Su hermano mayor ya había
hecho las maletas y se había unido, y, por alguna razón, Lonnie no había sido invitado.
—Mira, papá —dijo Austin, con voz cansada—. Si podemos cenar con los
VanHolts, lo haremos, pero nuestra investigación tiene toda la prioridad. Y ya te
hemos dicho que ninguno de nosotros cree que Lonnie sea el adecuado para esta
manada.
Andrew suspiró.
—Bien, pero te agradezco que al menos hagas el esfuerzo por... las apariencias.
Los VanHolts son el principal donante para la investigación actual de Jonathan, así
que....
—Lo entendemos —respondió Seth—. Lo haremos por los bebés.
—Gracias. —Se despidió.
Austin agarró el teléfono y se lo metió en el bolsillo con un suspiro irritado.
—No pueden hacer que nos unamos a nadie, hermano —dijo Seth—. Aunque
elijamos a alguien en esta gala, sólo estamos eligiendo cortejarla. Sin mordiscos, no
hay lazos.
—Sólo quiero hacer mi puto trabajo y cuidar de mi manada sin interferencias
—refunfuñó.
—Lo estás haciendo increíble, cariño —lo arrullé.
Soltó una carcajada.
—Gracias, Cam. Comamos y volvamos a tu nuevo tema favorito, ¿sí?
Le dediqué mi sonrisa más feliz.
—Si te refieres a Dylan, entonces sí, vamos.

69
TRES DÍAS DESPUÉS, nos encontramos siguiendo la camioneta de Dylan mientras
ella y Daisy conducían hacia el sur de la ciudad.
Se acercaba la medianoche y no teníamos ni la más remota idea de lo que
tramaban, pero sospechábamos algo... interesante.
Eso esperaba. Los últimos días habían sido tranquilos y no habíamos avanzado
en la investigación.
Decidimos dividir y conquistar James & Co. mientras los demás buscaban
pistas adicionales sobre el paradero de Sally desde el cuartel general.
James había confirmado todo lo que Daisy me había contado. Brandon y
Heather St. James habían servido dos veces en el ejército antes de retirarse para abrir
su tienda. Brandon dirigía una empresa de consultoría de seguridad, y no tenía más
que críticas de clientes satisfechos. Él y Heather se convirtieron en los tutores legales
de Daisy después de que su padre hubiera muerto en un “robo que salió mal”.
Había sido un trabajo impresionante el de Brandon y Derrick. Había visto las
fotos de la escena del crimen y la historia del robo era totalmente cierta.
Dylan y Derrick tenían veintiún años, se habían graduado en el instituto Village
High y, más recientemente, se habían licenciado en empresariales por la universidad
pública más grande del estado a través de cursos en línea.
No había ocurrido nada extraño ni sospechoso en la tienda ni en sus
alrededores en los tres días que llevábamos observándola. Habíamos observado dos
casos en los que una mujer omega había entrado sola en la tienda, pero ambas habían
salido decididamente sin ser secuestradas.
Ayer, por fin, me puse en contacto con los padres de Sally, y no tenían ninguna
información sobre su paradero. También habían afirmado con rotundidad que Sally
había sido bendecida por haber sido elegida por la manada Marrón y que
seguramente los echaba muchísimo de menos.
Seth también entrevistó a varios vecinos de los Brown, y todos ellos parecían
pensar que la manada era “un poco revoltosa a veces” pero “jóvenes agradables de
buenas familias”. Nadie había visto nada anormal esa noche ni ninguna otra.
Austin habló con el director del instituto Whitetail Hills, donde Sally se había
trasladado después de relacionarse con los Brown. Era una buena estudiante, pero
mencionó que llevaba casi dos meses sin ir al instituto antes de su desaparición.
No sabíamos qué pensar de todo aquello, y no teníamos nada que decir a
nuestros clientes cuando llamaban a diario para preguntar si ya habíamos encontrado 70
a Sally.
Pero esta noche, la suerte estaba de nuestro lado. Austin había estado en la
vigilancia de St. James mientras Seth y yo nos mezclábamos con los lugareños en The
Blue Javelina. Conocimos a algunos de los excompañeros de Derrick y Dylan, y no
tenían mucha información que ofrecernos, aparte de que la familia St. James.
También determinamos que Derrick estaba muy solicitado por las damas beta
como conocido alfa anti-manada, lo que no es del todo sorprendente, ya que su padre
había elegido el mismo camino.
Seth y yo tuvimos que informar a unas cuantas chicas decepcionadas de que
no, no éramos lo que se dice amigos de Derrick St. James y no podíamos
presentárselo. También habíamos tenido que rechazar más de una generosa oferta
de compañía.
Estábamos a punto de dar por terminada la noche y volver a casa cuando Austin
llamó. Dylan se había puesto en marcha y él venía a recogernos. Tras subirnos al
todoterreno blindado de la empresa, nos lanzamos a la aventura.
—¿A dónde podrían estar yendo? —preguntó Austin después de que habíamos
conducido unos dieciséis kilómetros—. Es medianoche en medio de la maldita
semana.
—Dudo que vayan a una fiesta —dijo Seth—. Esa chica no hace mucho más que
trabajar e ir al gimnasio donde esos grandes imbéciles alfa que dirigen el lugar fingen
no estar mirándola a espaldas de su hermano.
—Y Daisy tiene colegio mañana —añadí—. Así que, asumo que sea lo que sea
no puede esperar.
Más adelante, la pequeña camioneta plateada de Dylan salió de la autopista y
entró en un camino rural. Austin aminoró la marcha y apagó los faros, siguiéndola por
encima de un guarda ganado y adentrándose en un extenso vecindario rural.
—Supongo que nos dirigimos a South Ranch —reflexionó Austin.
Serpenteamos por la carretera, pasando por grandes parcelas separadas por
alambradas, en la mayoría de las cuales no había más que cedros y hierba alta
autóctona hasta donde alcanzaba la vista en la oscuridad más absoluta. Al cabo de
unos diez minutos, Dylan apagó por fin sus propios faros y giró hacia un camino de
tierra.
Nos arrastramos detrás de ella, conduciendo al menos ochocientos metros más
antes de que Dylan finalmente se detuviera y se apartara de la carretera para
estacionar bajo unos árboles. Austin apagó el motor y se metió en la hierba a una
buena distancia detrás de ella. 71
A unos cincuenta metros delante de nosotros, pudimos distinguir un grupo de
casas prefabricadas, tres de ellas dispuestas en semicírculo alrededor de una especie
de patio delantero iluminado por las luces de los porches de cada remolque.
Dylan salió de la camioneta, con aspecto de sexy ladrona de gatos. Hacía frío
esta noche, y llevaba un chaleco polar negro sobre una camiseta térmica oscura y una
gorra de béisbol negra. Sus pantalones y botas tácticos oscuros completaban el
atuendo, junto con lo que sin duda parecía una 9 mm atada a su cinturón.
—Parece una profesional —murmuró Austin, observándola de cerca.
Daisy salió del asiento del copiloto. Llevaba unos leggings, unas botas peludas
y una sudadera morada. Llevaba un cuchillo atado al muslo y una gorra con orejas de
gato.
—No puedo creer que esté diciendo esto —susurró Seth—, pero ¿dónde
mierda está Derrick?
—Sospecho que nuestra chica puede cuidarse sola —respondí, aunque no me
gustaba la mezcla de preocupación ansiosa y sospecha cautelosa que me revolvía el
estómago en ese momento—. Aunque preferiría que simplemente... siguiéramos. Por
el bien de Daisy, especialmente.
Vimos cómo las chicas se fundían en las sombras, probablemente en dirección
a las casas rodantes de más adelante.
Austin les dio sesenta segundos de ventaja.
—Bien, estamos en marcha. Manténganse atrás, observen, y no interferimos a
menos que alguien esté en peligro inminente. Esperemos no estar a punto de
presenciar cómo dos jóvenes honradas secuestran a una omega contra su voluntad.
—O hacer algo que les haga daño —añadí.
—O eso.
Salimos del coche, sincronizados y en silencio, y nos disolvemos en la
oscuridad detrás de nuestra chica.

72
9
DYLAN

—¿Crees que tus compañeros tienen la impresión de que no sabemos que nos
siguen?
Agarré con más fuerza el volante mientras giraba por el camino de tierra que 73
llevaba al recinto de la manada Riley.
—Deja de llamarlos así, Daisy.
Rezongó.
—Negarlo no hará que desaparezca, Dylan. Al menos Cam es genial. No me
importaría que estuviera más por aquí. El jurado sigue deliberando sobre los otros
dos.
No tenía sentido mentir a mi familia sobre mis sospechas. Daisy había visto
cómo el mojo alfa me dejaba muda por primera vez en mi vida, y Derrick había
acudido en tromba para acabar con él cuando sintió mi malestar porque era mi
gemelo y teníamos ese extraño sexto sentido el uno con el otro.
La manada Bryce eran, con toda probabilidad, mis compañeros de olor.
Una vez cada tres o cuatro años, la oficina local del DOUM conseguía que un
omega y su manada se encontraran. La oficina local del DOUM se las arreglaba para
facilitar un emparejamiento olfativo una vez cada tres o cuatro años, y más vale que
te lo creas:. Siempre publicaban un comunicado de prensa muy efusivo, con fotos de
la manada feliz por toda su página web.
Imagino que el sistema EFO también tuvo su buena ración de coincidencias de
olores a lo largo de los años, pero no sintieron la necesidad de informarnos al resto.
La compatibilidad olfativa siempre era un factor a tener en cuenta a la hora de
emparejar a un omega con su manada -uno no quería pasarse la vida unido a alguien
cuyo olor odiaba-, pero esa sería sólo una consideración entre muchas otras.
¿Pero una verdadera cerilla? Nadie olería tan bien. Era nuestra biología
diciéndonos que ésta era nuestra pareja o parejas perfectas, y juntos crearíamos una
manada armoniosamente equilibrada y feliz para siempre jamás.
Y en el fondo sabía que no había ninguna posibilidad de que alguien pudiera
oler tan bien como los chicos Bryce, y ni siquiera había sentido toda la fuerza de lo
que sus feromonas podían hacer en mi cuerpo.
Austin era canela picante y whisky de roble y un fuego crepitante mientras los
vientos invernales soplaban suavemente en el exterior.
Seth era esa misma canela untada en una masa pegajosa sacada del horno
mientras los cedros florecían en el patio.
Incluso Cam parecía simpatizar con el olor a través de su vínculo con Seth. Era
un naranja pecaminoso, rico y ácido mezclado con clavo y la canela de Seth. Daisy
dijo que a ella le olía como un cítrico normal y limpio, así que la biología del vínculo 74
sólo funcionaba para mi nariz.
No creía que supieran lo que era o lo que podíamos ser el uno para el otro, de
lo contrario me habrían arrojado sobre cualquiera de sus anchos y musculosos
hombros y me habrían llevado a su guarida, donde probablemente tenían un nido
preparado y esperando a su perfecta princesa EFO.
Pero al menos tenían curiosidad. Habían olido algo que les había gustado
cuando las feromonas que me había esforzado en incinerar les enviaron una señal
como un barco en apuros en medio de una tormenta. No sabía si por eso habían estado
merodeando, vigilando la tienda y controlando mis idas y venidas, o si se habían
convencido de que yo sabía algo sobre la desaparición de Sally.
Ambos, lo más probable.
—¿Debería llamar a Sally al Centro y darle las gracias por encontrarme una
manada con el mismo olor el mismo fin de semana que me salté la dosis de supresor?
—No deberías hacer eso, no.
—Sí, tienes razón —dije, riendo entre dientes mientras reducía la velocidad de
la camioneta. Nos acercábamos a las casas rodantes de Riley, y cuanto menos ruido,
mejor—. Me pregunto por qué tenía el número principal de la tienda en su nota
adhesiva oculta —dije—. La línea segura de papá habría sido mejor, pero sé que no
le diste nada que pudiera ser rastreado hasta nosotros, ya que estaba muy vigilada.
Daisy se encogió de hombros.
—Le quitaron el teléfono después de la unión. Supongo que encontró una forma
no sospechosa de buscar el número de la tienda después de que le dijera que
trabajaba allí. Tal vez le pidió a uno de esos imbéciles que buscara el sitio web por
alguna estúpida razón. Estoy... triste por no haber podido estar más ahí para ella.
—Hiciste todo lo que pudiste, Dase. Ahora tenemos que estar ahí para Mary
Rose.
Salí de la calzada y estacioné bajo una espesa arboleda. Daisy volvió a ponerse
su ridícula gorra de gato en la cabeza y se guardó la navaja en la funda del muslo.
—¿Los imbéciles de Riley siguen en la gran fiesta del Día V en el rancho
Hansen? —pregunté.
Se desplazó a través de su teléfono.
—Trina Mae dice que todos han sido vistos excepto Tim-Tom. Jesse está en una
foto con su lengua en la garganta de una chica. Todavía no Mary Rose.
Daisy tenía acceso a las redes sociales de algunos asistentes a la fiesta, así como
a un contacto sobre el terreno al que había convencido para que nos enviara mensajes
con las últimas noticias. Trina Mae le había informado de esta pequeña fiesta de San 75
Valentín en los pastos hacía unas dos horas, y habíamos aprovechado el momento
para venir a husmear en los asuntos de Jesse Riley.
—Bien. Hagámoslo.
Salimos de la camioneta y nos fuimos cada una por su lado.
Me arrastré entre los árboles, cuidando de pisar ligeramente con mis botas de
montaña, hasta que llegué al borde del amplio claro donde los Riley habían instalado
su campamento de manada. Dos viejas camionetas Ford estaban estacionadas en el
patio, y justo detrás de ellas había una hoguera, cuyas brasas se estaban apagando
pero aún emitían un poco de humo. A su alrededor había latas de cerveza.
—Estado, Daisy —susurré.
Su suave voz crepitó en mi auricular.
—Dos remolques vacíos. Tim-Tom está en el de la extrema derecha,
desafortunadamente aún despierto. Creo que está viendo porno en su portátil.
—Dame treinta segundos, y luego sácalo.
—Entendido.
Salí corriendo al patio, evitando la pequeña zona iluminada por las luces
amarillentas de los porches de los remolques. Me agaché detrás de una de las
camionetas, respiré hondo y me tapé la boca y la nariz.
—De acuerdo, Daisy. Te toca.
Un fuerte golpe sonó contra el lateral de la caravana de la derecha, resonando
violentamente en el aire tranquilo de la noche. A continuación se oyeron unos débiles
pisotones en el interior y Tim-Tom apareció tambaleándose en la pequeña entrada de
su casa.
Se puso el rifle de caza al hombro y apuntó a su alrededor, buscando el peligro.
Una figura oscura con sudadera morada y orejas de gato cayó del tejado,
agarrándose a su espalda como un chimpancé rabioso.
Salí corriendo de mi escondite. Tras unas zancadas rápidas, salté a la entrada
de Tim-Tom y me acerqué a él por un lado. Le quité el rifle de las manos de una patada
mientras Daisy le rodeaba el cuello con sus brazos enjutos pero fuertes. Ella apretó,
y él se agitó salvajemente, arañándola.
Saqué la pistola del cinturón y le golpeé la cabeza con la culata. Se desplomó y
Daisy lo soltó antes de que la derribara con él.
—Bonito —dije, respirando con dificultad—. Vamos a arrastrarlo dentro. Te
dejaré hacer los honores. —Le pasé unas bridas de mi cinturón. 76
Las agarró del aire y las metió en la bolsa de su sudadera como un canguro con
orejas de gato.
—Genial.
Levantamos a Tim-Tom entre las dos y lo arrastramos hasta la puerta principal.
Con gruñidos simultáneos, lo depositamos en el sofá raído y Daisy decidió hacerse la
graciosa y atarlo de pies y manos.
—Ve —me instó—. Apuesto a que Jones tiene el remolque central, y Trina Mae
dijo que Jesse está viviendo con él ahora. Voy a despejar este.
—En ello. ¿Conseguiste una lectura de los Bryce mientras estabas en la parte
de atrás?
—Creo que Cam está en un árbol detrás del recinto. Los otros dos deben estar
al frente en alguna parte.
Habían estado a unos veinte metros detrás de mí al entrar, pero quién sabía
qué estarían tramando ahora. Supuse que habrían visto el espectáculo, pero no me
preocupó demasiado.
No estaba segura de qué tenían los Bryce que me hacía pensar que les
parecería bien vernos noquear a un tipo y entrar en su casa; desde luego, no eran
lazos de confianza profundamente arraigados, pero ahora conocía un poco el tipo de
negocios que llevaban a cabo Bryce Solutions, y este tipo de cosas eran un juego de
niños para ellos. También podría haber estado... retándolos a investigar más a fondo
a una manada como los Riley.
Como esperaba que hicieran con los Brown.
Ojalá no me importara lo que pensara la manada Bryce sobre nada, pero no era
la mano que me había tocado y no tenía tiempo para darle vueltas.
—Muy amables por dejarnos robar sin interrupciones —le dije a Daisy con una
risa irónica.
Daisy tiró una última vez de las ataduras de Tim-Tom.
—No son policías, así que les importa una mierda. Es como dijiste en la reunión
familiar: nos observarán el tiempo suficiente para darse cuenta de que no somos los
malos y luego se irán o harán todo lo posible por meterse en tus pantalones.
—Yo no he dicho eso último —refunfuñé.
Puso los ojos en blanco y me hizo un gesto para que me fuera.
—¡Vete ya!
—Bien.
Salí por la puerta, salté de la acera y caminé unos seis metros hasta la puerta 77
principal de la caravana del medio. Tarareando el estribillo de “asuntos ilícitos”
saqué la ganzúa del cinturón y me apresuré a forzar la endeble cerradura de la puerta
de Jones.
La casa estaba más ordenada de lo que esperaba. Iluminé con mi pequeña
linterna la pequeña cocina y el salón: unos cuantos platos en el fregadero, un bonito
sofá de cuero y un televisor aún más bonito, sin olores ofensivos inmediatos, aparte
de una pizca de humo de puro.
—¿Hola? —susurré—. ¿Mary Rose?
Silencio. No esperaba que fuera tan fácil.
Giré a la derecha y me dirigí al dormitorio situado en el extremo oeste de la
caravana. La chaqueta azul y blanca del equipo universitario que cubría la pequeña
silla del escritorio me indicó que era la habitación de Jesse. Olía a calcetines y
almizcle de bebé alfa, la pila de ropa sucia esparcida por la cama no era muy diferente
de cómo Daisy mantenía su habitación la mayoría de los días.
Despejé el armario y debajo de la cama, y luego me senté en el escritorio de
Jesse para leer sus papeles.
Montones de deberes y libros de bolsillo de clásicos americanos con las
portadas muy gastadas; reconocí las lecturas que me asignaron en mi último curso de
inglés. Una pila de revistas porno -¿qué es esto, 1999, Jesse?- y un extraño folleto que
asomaba bajo su ejemplar de Frankenstein.
Leí las grandes letras en negrita impresas en la parte superior del manchado
trozo de papel sepia: Milicia de los Derechos de la Manada. Debajo, en letras más
pequeñas: Los verdaderos machos alfa no dejan que el gobierno les diga quién y cuándo
unirse.
El resto del panfleto consistía en una imagen ilustrada de cuatro hombres alfa
cómicamente grandes, con músculos abultados, barbas y un arsenal de armas atadas
a sus cuerpos.
Delante de ellos había una pequeña caricatura de una chica omega: tetas
enormes, cintura pequeña, piernas largas y delgadas. Estaba vestida con lencería y
miraba recatadamente al suelo mientras sus alfas amenazaban detrás de ella.
También llevaba un puto collar atado a una correa que uno de los alfas sujetaba
con su carnosa mano.
El cuadro hizo que se me crisparan los ojos de rabia, y no me dio buena espina
su presencia en casa de los Riley.
En la esquina del folleto, Jesse había garabateado con un garabato de pollo de
adolescente: 2/17 9p.m. Manny's.
Tomé una foto con mi teléfono. El diecisiete de febrero fue este sábado. 78
Abrí el cajón superior y descubrí la tableta de Jesse.
—Anotación —susurré en la oscuridad.
Jesse tenía su teléfono con él, pero con un poco de suerte, sus textos y correos
electrónicos también se llenarían en su tableta.
La escondí dentro de mi chaleco. Ahora es mía, pequeño pervertido.
—Casi he terminado en la otra caravana —me dijo Daisy al oído—. Está
desordenado como la mierda aquí, pero no hay Mary Rose ni nada fuera de lo común.
—De acuerdo —respondí—. Me dirijo a la habitación de Jones, luego saldré.
Volví corriendo por el salón hasta el otro extremo de la casa. La habitación de
Jones estaba más limpia que la de Jesse, aunque no mucho, y parecía que compartían
el mismo gusto por la pornografía brillante de la variedad no digital. Jones no tenía
escritorio, pero rebusqué en los cajones de su cómoda para divertirme. Encontré dos
pistolas, varias cajas de condones, una pipa de cristal que olía a hierba y un trozo de
papel doblado que resultó ser el mismo panfleto de la Milicia de los Derechos de la
Manada de la habitación de Jesse.
Jones también había garabateado algunas notas en el folleto. Entrecerré los
ojos con la linterna y pude distinguir la palabra Candidatos y tres nombres con
direcciones parciales.
Talulah Klein - 4489 RR 114 Apt ??
Lily Linnartz - 3213 Brazos Ln
Mary Rose Jackson - ??
El hielo se filtró en mis venas. No sabía quién era Lily, pero Talulah Klein era
una adolescente omega amiga de Mary Rose. Probablemente ahora tendría unos
dieciséis años, y la abuela Anya me la había mencionado una vez, lamentándose de
que la amiga de Mary Rose hubiera rechazado la sugerencia de Anya de tomar las
riendas de su vida utilizando los recursos que mi familia podía proporcionarle
después de que se presentara su designación.
Talulah tenía estrellas en los ojos y nociones románticas de la vida en manada,
así que se había inscrito felizmente en DOUM y esperaba el día en que tuviera edad
suficiente para ser emparejada.
Mamá y yo le habíamos dicho a Anya, con delicadeza, que Talulah había hecho
su elección y eso era lo que importaba.
Me metí el folleto en el bolsillo por si era la única copia de Jones y se olvidaba
de las desafortunadas chicas a las que él y este grupo de MDM querían atacar.
Daisy zumbó en mi oído. 79
—Será mejor que vengas aquí.
—Sí, ya voy —respondí—. Parece que ahora tenemos tres chicas que encontrar.
—¿De qué estás hablando?
Volví a colocar los demás objetos que había quitado y cerré los cajones de
Jones antes de correr hacia la puerta. La cerré suavemente tras de mí, puse la
cerradura en su sitio y me volví para buscar a Daisy.
Estaba de pie frente a la hoguera ya apagada, con los brazos cruzados y los
ojos verdes entrecerrados hacia las sillas de jardín colocadas cerca del foso.
Austin y Seth estaban sentados en aquellas sillas, aún ataviados con sus trajes
de investigadores a juego, ambos mirándome con divertida curiosidad. El suave
resplandor amarillo de las luces del porche iluminaba las duras líneas de sus cuerpos
y sus mandíbulas cinceladas, dos depredadores oscuros y peligrosos que ahora me
tenían en el punto de mira.
Daisy los señaló.
—Encontré a los otros dos.
10
DYLAN

—¿Podemos ayudarles? —pregunté a los idiotas sexys y entrometidos—. Daisy


y yo estamos terminando esta pequeña excursión y preferiríamos no demorarnos.
—Ya lo vemos —respondió Austin, recorriendo mi cuerpo de arriba abajo con 80
su seria mirada marrón dorada—. Y qué casualidad que estuviéramos... pasando a
tiempo para presenciar cómo desarmas y golpeas con una pistola a un alfa delante de
su propia casa. ¿Por qué no nos dices por qué no deberíamos llamar a la policía?
—Oh, corta el rollo —resopló Daisy con un dramático giro de ojos—. Si les
importara, habrían intervenido hace mucho tiempo. Sólo están aquí fisgoneando
porque les gusta seguir a Dylan.
Seth resopló.
—Supongo que no hemos sido tan sigilosos como pensábamos, hermano.
Me encogí de hombros.
—Ustedes son muy buenos, pero nosotros también.
—Claramente —dijo una voz profunda detrás de nosotros.
Me di la vuelta y vi a Cam sentado en el techo del remolque de Jones, con los
pies calzados balanceándose perezosamente.
Daisy saludó alegremente.
—Hola, Cam.
La señaló, intentando una mirada severa que en su mayor parte era
simplemente adorable.
—Me has dado un susto de muerte, jovencita. Se acabó saltar de los tejados.
Casi me da un infarto cuando no pude ver si habías aterrizado a salvo.
—La vista desde delante era peor —añadió Austin con ironía.
—Critiquemos nuestras habilidades de allanamiento más tarde —dije,
cruzándome de brazos, levantando la barbilla y agradeciendo a las estrellas que la
noche tranquila no ofreciera ninguna brisa que me metiera en la nariz sus aromas que
alteran el universo—. No hay chicas omega desaparecidas en estas casas. Créeme, lo
hemos comprobado.
—¿Lo hiciste? —preguntó Seth con una sonrisa peligrosa que hizo que me
temblaran las rodillas—. ¿Es eso lo que estabas buscando?
—Así que aquí no pasa nada que tenga que ver con tu investigación. —
Continué—. Lo que significa que lo que estamos haciendo no es asunto tuyo. Nos
vamos, y te sugiero que hagas lo mismo antes de que los Riley vuelvan a casa de su
juerga.
Cam bajó del tejado con la gracia ágil de un puma. Bajó los escalones de la
pequeña entrada y se detuvo a mi lado. Llevaba el cabello largo y sedoso recogido
en un elegante nudo en la nuca, y la poca luz captaba sus ojos azules, tranquilos y
profundos como una laguna paradisíaca. Su aroma a naranja me hizo la boca agua y
me invadió todo el cuerpo.
81
Me tendió el brazo.
—Me parece bien. ¿Puedo acompañarte de vuelta a tu vehículo, señorita St.
James?
Cedí al deseo irrefrenable de rodear su definido bíceps con mi mano.
—Claro. Déjame asegurarme de que aún está todo claro.
Austin y Seth se habían levantado de un salto para colocarse a ambos lados de
Daisy.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Austin.
—Oye —dije en mi auricular—. ¿Alguna señal de ellos?
—No —respondió la voz profunda de nuestro refuerzo—. No he visto ni un
coche en la última media hora.
—Genial. Si quieres bajar por la entrada y reunirte con nosotros, vamos de
vuelta a la camioneta.
—Lo haré.
Seth exhaló un suspiro mientras caminábamos hacia la línea de árboles.
—Me siento un poco mejor con toda esta situación sabiendo que tenías a
Derrick cuidándote las espaldas.
—Mmhmm —respondí, consiguiendo de algún modo mostrarme fría y distante
mientras me aferraba al brazo de Cam como una idiota enamorada.
Daisy soltó una risita mientras se paseaba entre los hermanos, sin molestarse
ya en pisar en silencio con sus peludas botas de invierno. Se volvió y me miró con las
cejas arqueadas, y se encontró con mi mirada poco impresionada.
Cuando por fin llegamos a mi camioneta, encontramos una segunda camioneta
más grande estacionada detrás y la corpulenta figura de mi padre apoyada en la
puerta del conductor.
Austin y Seth ralentizaron sus pasos mientras Daisy se alejaba para trotar hacia
el lado del pasajero de mi camioneta con una sonrisa de comemierda.
—Oh —dijo Cam, su tono normalmente jovial se volvió cauteloso—. Ese no es
tu hermano.
—No.
Le solté el brazo y mordí una carcajada cuando enderezó la columna y se colocó
junto a Seth. 82
Papá estaba luchando contra una sonrisa divertida mientras me lanzaba una
mirada, luego se empujó fuera de su camioneta para ponerse de pie a su altura
completa mientras observaba a los chicos de la manada Bryce.
Austin se hinchó ante la mirada escrutadora de papá, aunque se abstuvo de un
desafío directo. Papá era apenas más alto que Austin, pero aun así era bastante más
corpulento.
—Buenas noches, señor St. James —dijo Austin, brusco pero amable—. Soy
Austin Bryce, y estos son mis hermanos de manada, Seth y Cameron.
Papá lo miró con curiosidad.
—¿Son los chicos de Rodrigo?
—¿Conoces a nuestro padre?
—Sé de él y de Bryce Solutions, sí. Rodrigo y yo teníamos amigos comunes en
el Ejército.
Los chicos se relajaron lo más mínimo ante aquella declaración de familiaridad
hasta que mi padre volvió a hablar, esta vez más agudo.
—¿Quieres explicarme por qué has estado siguiendo a mi hija?
Austin se aclaró la garganta, y los otros dos podrían haber hecho una mueca.
—Estamos en medio de una investigación activa en relación con una omega
desaparecida que fue sacada de su casa hace unas noches —respondió con cuidado—
. Y sólo diré que Dylan es una... persona de interés.
Papá tarareó como si lo estuviera pensando. Él sabía, al igual que toda mi
familia, lo que yo sospechaba que esos hombres eran para mí. En lugar de
horrorizarse cuando me sinceré, él y mamá casi habían parecido... aliviados.
Lo comprendí. Mi padre nunca se interpondría en mi camino si algún día
decidía que quería unirme a una manada, a pesar de su terrible historia familiar. Él
sólo quería que yo pudiera elegir cómo vivir mi vida.
La manada Bryce podía ser una salida de la arriesgada situación que
amenazaba constantemente con enterrarme, escondiéndome del gobierno y viviendo
una dosis de supresores del mercado negro tras otra. Representaban un lugar en el
que aterrizar si ocurría lo peor, un lugar que no fuera la cárcel seguida de ser
empujada a la primera manada que aceptara a una omega mayor, no virgen, con las
hormonas jodidas y antecedentes penales.
Sentí la chispa de nuestra conexión y me sentí dolorosamente atraída por los
tres, pero no conocíamos a los Bryce. Habíamos determinado que procedían de
83
Palisades y que la manada de sus padres era conocida y más rica que Dios. Si
buscaban un vínculo, era de esperar que encontraran a su omega en la EFO, no
trabajando en una puta ferretería de Merchant Village.
No quería unirme a ninguna manada, ni siquiera a una que pudiera ser mi
compañera de olor, y menos aún por desesperación. Me gustaba mi vida tal y como
era, con sus riesgos y todo, y me aferraría a ella hasta que mis dedos fueran muñones
ensangrentados. No quería ser omega, y punto.
Incluso los alfas que no eran unos idiotas tóxicos y abusivos seguían siendo
alfas: estaban programados para codiciar y proteger a su omega, y dudaba que
incluso a los Bryce les pareciera bien que su omega anduviera por ahí, entrando en
casas y rescatando a chicas necesitadas.
Puede que ni siquiera me dejaran trabajar.
Se esperaría de mí que estuviera guapa, que mantuviera la casa y que abriera
las piernas para tomar sus nudos, y mis propias hormonas me exigirían esto último en
voz alta y con frecuencia.
No sabía qué pasaría si Federico no llegaba a tiempo y los Bryce seguían
rondando por ahí, pero no malgastaría energías preocupándome por eso ahora, no
mientras Mary Rose siguiera ahí fuera, en alguna parte.
—Ella no es una persona de interés en la forma en que usted puede estar
pensando —agregó Seth, dando a mi padre una sonrisa tímida—. Solo estamos
intentando reunir todos los hechos relevantes para nuestro caso.
Cam parecía un poco más tranquilo que los otros dos, su agradable sonrisa
parecía tan fácil como de costumbre.
—La seguridad de nuestra omega desaparecida es la máxima prioridad, señor.
Todos estábamos dándole vueltas a algo, pero no nos lo iban a preguntar
abiertamente y, desde luego, no se lo íbamos a decir.
La mirada indagadora de papá se deslizó hacia él.
—¿Es eso un hecho?
—Sí, señor.
Papá me miró.
—¿Les crees, Dylan?
La temblorosa vocecita omega de mi cerebro quería creer desesperadamente
que esos hombres -sus hombres- eran buenos, pero Dylan, el cínico beta, pudo con
ella. Me encogí de hombros y dije:
—Aún no. —Hice una pausa y miré con dureza a los chicos. Los tres me 84
observaban ahora, con sus miradas consumidas, casi suplicantes—.Quizá si empiezan
a fijarse más en quién está realmente ahí fuera haciendo daño a omegas indefensas,
sus prioridades podrían cambiar en la dirección correcta.
Continuaron mirándome fijamente. Austin en particular intentaba hacerme un
agujero en la cabeza con aquellos profundos ojos ámbar. Asintió y se volvió hacia
papá.
—Hemos estacionado un poco más adelante, así que será mejor que sigamos.
Encantado de conocerle, señor St. James.
Papá asintió, con el rostro cuidadosamente neutro.
Los ojos de Seth estaban casi negros en la densa oscuridad.
—Adiós, Dylan —susurró.
Cam me saludó con un gesto de desolación y luego con otro más alegre a Daisy,
que estaba asomada a la ventanilla de mi camioneta, observándonos con avidez.
—Adiós, chicos —les susurré.
Avanzaron penosamente, desapareciendo en la noche en menos de un minuto.
Miré a papá.
—Hablemos en casa.
Volvió a asentir y subió a su camioneta.
Subí a mi propio vehículo, me desplomé en el asiento y exhalé un largo suspiro.
Me bajé la cremallera del chaleco y le entregué la tableta de Jesse a Daisy.
—Oh, claro que sí —dijo—. Vamos a atrapar a esos bastardos.
Metí el dedo en el botón de arranque de la camioneta con más fuerza de la
necesaria.
—Eso espero, joder.
CUANDO LLEGAMOS A CASA, decidimos dejar que todo el mundo durmiera, y a la
mañana siguiente nos reunimos alrededor de nuestra pequeña mesa de la cocina
antes de que Daisy tuviera que irse al colegio y repasamos lo que habíamos
descubierto en casa de los Riley.
Derrick y mis padres miraron el folleto de la MDM con disgusto apenas
disimulado. La tableta de Jesse también yacía desbloqueada sobre la mesa, junto a la
prensa francesa, abierta a su aplicación de mensajería de texto.
Mi hermano arqueó una ceja mirando a Daisy. 85
—¿Ya has desbloqueado la tableta? Normalmente el contacto de papá tarda
días en entrar en una de esas.
—Adiviné su contraseña —respondió Daisy encogiéndose de hombros.
—¿En serio?
—Es un chico de diecisiete años —dijo Daisy, enunciando como si le hablara a
un niño pequeño—. Fue 6-9-6-9.
Papá y Derrick resoplaron. Puse los ojos en blanco con tanta fuerza que tuve
suerte de que no se me clavaran en la parte posterior del cráneo mientras mamá me
daba una palmadita comprensiva en la mano.
—De todos modos —Daisy continuó—, los textos de Jesse a Jones mencionan
recoger a Mary Rose al final de su turno en el Dairy Cone la noche que desapareció.
Es la única vez que se menciona a Mary Rose en los mensajes de Jesse, y me parece
rarísimo que se lo mencionara a su hermano.
—Y lo relaciona con su desaparición —añadí—. Mucho más fuertemente que
sólo nuestra corazonada basada en nuestra aversión general a los Riley y la mención
de Jesse por parte de Anya.
—¿A dónde podría haberla llevado si no la tenían retenida en su casa? —
reflexionó mamá en voz alta—. ¿Y para qué?
Clavé el dedo en el folleto de MDM que contenía la lista de nombres de Jones.
—Debe tener algo que ver con esta mierda de machismo regresivo, ¿no?
—Sí —respondió papá, mirando el folleto. La imagen de los enfadados alfas con
su omega atada probablemente evocaba los dolorosos recuerdos de su educación—
. Nunca he oído hablar de esa Milicia de los Derechos de la Manada, pero si van por
ahí predicando a los alfas descontentos sobre sus derechos a vincularse sin procesos
ni aprobación del gobierno, yo diría que es algo muy malo para estar gestando cerca
de jóvenes omega vulnerables.
—Y el nombre de Mary Rose está escrito ahí, joder —añadió Derrick, metiendo
el dedo en el folleto.
Me recosté en la silla y le di un buen trago a mi café, que no hizo nada por
calmar mi revuelto estómago.
—Excepto que Mary Rose ha estado tomando fielmente sus supresores desde
que se presentó el año pasado, y la MDM parece estar muy centrada en la idea de la
omega perfecta. ¿Por qué está ella en esta lista?
Daisy me miró, frunciendo el ceño. 86
—Mary Rose tiene catorce años, y Jesse Riley es un chico de oro que habla con
dulzura, con grandes músculos alfa y la estrella del equipo de fútbol americano del
instituto South Ranch. Ella podría haber hecho algo... tonto.
—Mierda.
—Sí.
—En cualquier caso —dijo papá—, este grupo es ahora nuestra máxima
prioridad. Derrick y Daisy, hoy después de la escuela irán a ver a las otras dos chicas
de la lista. Yo empezaré a recopilar lo que pueda encontrar en Internet sobre la Milicia
de los Derechos de la Manada. Dylan, compórtate lo mejor que puedas por ahora.
Le fruncí el ceño por encima del borde de la taza.
—¿Qué?
—Esos chicos Bryce no van a dejar de meter las narices en tus asuntos, cariño
—dijo, suavizando la voz—. Y con tu... precaria situación, sería mejor que fueras un
poco menos interesante para ellos.
—Está bien si quieres ser interesante para ellos —añadió mamá, dirigiendo una
mirada a papá—. Pero sabemos que eso no entra en tus planes.
—No, no lo hago. —Asentí.
Daisy resopló.
—Sé realista. No van a ir a ninguna parte. Después de lo de anoche, tienen que
sospechar que Dylan es la que hizo saltar a Sally y le dio una paliza a Don el Imbécil.
Todos esperamos que nos demuestren que saben distinguir el bien del mal para
poder estar tranquilos de que los compañeros de Dylan no son idiotas en caso de que
ocurra lo peor.
Todos nos quedamos mirándola porque nadie tenía nada que replicar, sobre
todo yo.
Derrick me miró preocupado.
Me acerqué a él, le apreté la mano y le dije:
—Estaré bien.
Me miró con los ojos entrecerrados, no muy convencido, antes de volver a
mirar el folleto de la MDM.
—Iré a esa reunión en Manny's el sábado por la noche —anunció—. Soy un alfa
y tengo la edad adecuada para estar desvinculado y descontento.
Les había enseñado la foto de la nota de Jesse escrita en el folleto. Manny's era
un viejo bar y asador en el extremo sur de la ciudad que tenía un gran espacio al aire 87
libre para música en vivo y baile.
Un espacio perfecto para que un puñado de exaltados imbéciles alfa celebren
una reunión.
—De acuerdo —dijo papá, levantando su enorme cuerpo de la silla—. Todos
tenemos nuestras órdenes de marcha. Daisy, voy a la escuela contigo.
—Renovaré mi moción de transición a la educación en casa para poder ayudar
más por aquí.
—Moción denegada. Tu hamaca estará bien sin ti entre las nueve y las tres, de
lunes a viernes —respondió papá con ironía.
—Ugh, bien.
Se levantó con un gemido, como si el mundo entero estuviera sentado sobre
sus hombros, antes de echarse la mochila al hombro y marchar hacia la puerta.
Derrick se bebió el resto del café antes de levantarse de un salto. Se inclinó
sobre mi silla y me abrazó.
—Ayudaré a papá esta mañana, luego me haré cargo de tu turno esta tarde.
—Gracias, amigo.
Me soltó y se alejó. Me estiré en la silla y le dediqué a mamá lo que esperaba
que fuera una sonrisa alentadora mientras me preparaba para lo que estaba decidida
a ser un día normal de trabajo.
Dejaría de lado mi creciente preocupación por la seguridad de Mary Rose
mientras no pudiera hacer nada por ella.
Ignoraba el picor sordo que sentía bajo la piel y que me advertía de que mi
cuerpo estaba empezando a dejar de tomar los supresores.
Y no pensaría en mi GI Joe de GQ, mi Chico Tatuado o mi dios beta dorado
hasta que mi cabeza golpeara la almohada en mi no-nido esa noche.
11
AUSTIN

—Si Dylan pudiera vernos ahora —dijo Seth, riendo entre dientes mientras él y
Cam me veían abrir la cerradura de la puerta trasera de los Brown.
—Somos un trío de bandidos normales —convino Cam, jugueteando con su 88
teléfono—. Quiero un gorro con orejas como el de Daisy para nuestro próximo robo.
De acuerdo, el sistema de seguridad está desactivado, todo despejado.
Abrí la puerta, traspasé el umbral y entré en la amplia y moderna cocina que
parecía sin uso, salvo por la pila de envases de comida para llevar que rebosaban de
la papelera.
—No estamos irrumpiendo en esta casa como vulgares delincuentes —
refunfuñé—. Estamos... accediendo de forma poco convencional al lugar de nuestra
investigación activa.
Seth se rio mientras entraba en la cocina detrás de mí.
—Lo que necesites decirte a ti mismo, hermano.
Quería decirme a mí mismo que mi juicio con respecto a mis clientes, que
contrataron a mi equipo para encontrar a su omega secuestrada, no se estaba viendo
empañado por mi repentina e inexplicable fijación por una preciosa chica beta que
conocí en una ferretería.
Una sirena pelirroja que sin duda se dedicaba a actividades delictivas y casi
con toda seguridad sabía exactamente dónde había desaparecido la omega de
nuestros clientes.
Una chica que olía como una pizca de cielo, algo que nunca había pensado de
ninguna beta que hubiera conocido. Ni siquiera los olores agradables y mucho más
penetrantes de las chicas omega que conocimos en la fiesta de la EFO me habían
seducido tanto como el de Dylan.
Casi olía como... mía, y no sabía qué hacer con ese pensamiento.
Así que aquí estábamos, mis hermanos y yo, colándonos en casa de los Brown
a plena luz del puto día mientras los cuatro estaban en el trabajo porque esos grandes
ojos avellana nos habían parecido tan genuinos, implorándonos que indagáramos
más.
—Bien, todo el mundo tiene sus órdenes de marcha —dije mientras nos
arrastrábamos por la sala de estar y nos dirigíamos a las escaleras—. Cam tiene la
habitación de Sally, y Seth y yo nos repartiremos las habitaciones de los alfas. Estamos
buscando cualquier cosa que pueda llevarnos a creer que Sally estaba siendo
maltratada y que su desaparición fue... voluntaria.
Cam se nos adelantó en la escalera y nos lanzó una sonrisa burlona por encima
del hombro.
—A riesgo de parecer insensible a la posible situación de Sally, ¿cuánto deseas
que esa sea la verdadera historia, intrépido líder?
Le fruncí el ceño. 89
—Sé cómo ser imparcial, Cameron.
—Ninguno de nosotros es imparcial sobre Dylan —dijo Seth desde detrás de
mí—. Y ahora que la hemos visto dejar caer a un alfa y apenas sudar con nuestros
propios ojos, no podemos fingir que no es la que le rompió la nariz a Don Brown y le
dio un pisotón en las costillas mientras el puto Derrick se largaba con su omega.
—Cincuenta pavos a que Daisy también estaba allí —añadió Cam—. No sé si
me impresiona o me escandaliza en lo que la han convertido sus dos años como pupila
de la familia St. James.
—La chica mató a su propio padre, Cam —señalé sombríamente.
Suspiró mientras subíamos las escaleras.
—Sí, el cabrón se lo merecía. Hace unos días, pirateé la base de datos de
registros del hospital infantil público y descubrí que Daisy había sido ingresada para
recibir tratamiento siete veces entre los diez y los trece años. Y a nadie le importó una
mierda, aparentemente.
La idea me revolvió el estómago. Otra pieza del rompecabezas que sólo
encajaría de una manera, y esa manera no era una que implicara que Daisy se
convirtiera en cómplice del secuestro y posible tráfico de niñas omega.
Me detuve en medio del pasillo y levanté una mano.
—Escuchen. Vamos a ser objetivos. Al fin y al cabo, necesitamos saber dónde
está Sally Brown y determinar si es apropiado llevarla de vuelta con sus alfas. Quiero
una imagen clara de todo para que podamos tomar la decisión correcta.
Y si decidíamos echar a la calle a nuestros primeros clientes y devolverles sus
exorbitantes honorarios, teníamos que darles una razón de peso a nuestros padres.
—En ello, capitán —dijo Cam con un ridículo saludo, y luego desapareció por
el pasillo y entró en la habitación de Sally.
Seth me miró con una seriedad inusual.
—No tengo un buen presentimiento sobre esto... sobre ellos.
—Lo sé.
Se dio la vuelta y se metió en el dormitorio más cercano. Me dirigí al final del
pasillo, al dormitorio principal, que pertenecería al líder de la manada, Antón.
Era el típico dormitorio de un chico joven. Sin florituras ni toques femeninos,
sólo una cama de matrimonio con una colcha negra y muebles de madera oscura a
juego. Unas cuantas obras de arte enmarcadas de aspecto caro colgaban de las
paredes, y había camisetas y pantalones cortos de baloncesto esparcidos por la cama.
Su escritorio, situado en un rincón frente a la gran ventana del dormitorio, era un 90
desorden de papeles y equipos informáticos.
Me senté en la silla de su escritorio y empecé a rebuscar entre los montones.
Facturas, folletos e informes de inversión del banco privado donde sabía que
trabajaba como analista. Un ejemplar en tapa dura de un libro de un joven experto
conservador cuyo podcast había ido ganando popularidad entre los machos alfa de
mi grupo de edad.
Después de reponer todo lo que había movido en la superficie, fui a abrir el
cajón superior.
Cerrado.
Un juego de niños. Mi kit de ganzúas seguía en mi cinturón, y lo abrí incluso
más rápido que la puerta trasera. Rebusqué entre el montón de tarjetas de crédito y
cheques en blanco.
Me detuve cuando mis dedos rozaron el frío metal.
—Pero qué... —murmuré mientras sacaba una aldaba de acero inoxidable con
una bisagra de puerta a juego. Los tornillos aún estaban insertados en los agujeros de
ambas piezas, lo que significaba que habían estado montadas en alguna puerta.
También había un pequeño candado, del tamaño justo para engancharlo en la aldaba,
y una llave diminuta sujeta a un llavero con las letras rojas brillantes de la antigua
fraternidad universitaria de la manada Marrón.
Rebusqué en el cajón una vez más y encontré un teléfono inteligente empujado
al fondo. Estaba muerto, pero la funda rosa con flores y gatitos dibujados me decía
que no era el teléfono de Anton.
—¡Cam! —llamé, me levanté de un salto y salí corriendo al pasillo, con el
teléfono en el bolsillo y el candado en la mano. Me dirigí a la habitación de Sally y me
detuve en la puerta.
Cam se reunió conmigo allí.
—¿Qué has encontrado?
Estudié la puerta.
—Ahí está. Entra en el pasillo y cierra la puerta.
Hizo lo que le pedí, con sus ojos azules llenos de preocupación. Levanté la
pequeña bisagra de la puerta, sus cuatro tornillos se alineaban perfectamente con
unos agujeros que habían sido taladrados en el marco de la puerta. Eran pequeños, y
no los habría visto si no hubiera sabido exactamente lo que buscaba. Con la puerta
cerrada, pudimos ver el cuadrado de agujeros correspondiente donde se había
atornillado la aldaba en la puerta.
—¿Qué...? —murmuró Cam, con la mirada aguzada mientras examinaba la 91
escena.
Levanté el candado y la llave, y sus ojos se agrandaron de repente.
—Oh. Oh, no lo fueron —siseó.
Seth salió tambaleándose de uno de los otros dormitorios.
—Cam, ¿qué fue eso? Sentiste algo agudo en el lazo... —Se detuvo junto a Cam
y su mano tatuada recorrió la espalda de Cam mientras todos mirábamos la puerta de
Sally—. Oh, ¿qué mierda...? ¿Tenían un candado en su puta puerta?
Asentí, la sensación de inquietud en mis entrañas se intensificaba por
momentos.
—Encontré el kit encerrado en el cajón del escritorio de Anton.
—Esos idiotas lo quitaron antes de llamarnos —dijo Seth mientras se acercaba
para examinar las piezas de acero que colgaban sueltas de sus tornillos donde yo las
había vuelto a meter al azar en los agujeros existentes—. Claro que lo hicieron. Les
habríamos interrogado hasta la saciedad y luego les habríamos devuelto el dinero a
la puta cara si hubiéramos pensado que trataban a su omega como a una prisionera.
Gruñí.
—Suponiendo que hubiéramos podido convencer a Andrew.
Seth sacó algo del bolsillo. Era un papel arrugado y lo desdobló antes de
mostrárnoslo a Cam y a mí.
En la parte superior, en letras grandes y en negrita, aparecían las palabras
Milicia de los Derechos de la Manada. En letra más pequeña, bajo el título, se leía: Los
verdaderos machos alfa no permiten que el gobierno les diga con quién y cuándo
establecer vínculos. Debajo había un dibujo de una manada de alfas, todos ellos
caricaturas de lo que los machos alfa más “hombres de carne y hueso” consideraban
la máxima masculinidad. Sujetaban con una correa a una diminuta chica omega en
ropa interior escasa.
Estupendo.
—Encontré esto en la habitación de Don —dijo Seth, arrugando la nariz con
disgusto—. No he oído hablar de esta organización MDM específicamente, pero estoy
familiarizado con los alfas “hombre-influencer” con podcasts y blogs de donde viene
esta mierda. Estos tipos tienen una visión arcaica y de mierda de lo que es un
verdadero Alfa, y no tienen muy buena opinión de las omegas, o de las mujeres en
general. Son idiotas con derechos. Quieren sirvientas, no compañeras.
Me pasé una mano por el cabello y me tomé un momento para... mirar al techo. 92
—Esto se pone cada vez mejor.
Al notar la agitación de Seth, Cam le agarró la mano y le dio un rápido apretón.
Luego me miró, con cara de tormenta.
—Hay algo más.
Volvió a abrir la puerta de Sally y nos hizo señas para que entráramos. Seth y
yo nos detuvimos a los pies del nido de Sally, mientras Cam rodeaba el lateral. Corrió
la cortina de gasa que rodeaba la cama baja con dosel, en la que ahora sólo se
percibía un tenue eco del dulce aroma a fresa de Sally. Señaló el punto donde una de
las columnas de madera de la cama se unía con el cabecero.
—¿Parece esto el daño de una sujeción?
Me precipité hacia delante, con Seth pisándome los talones. Nos apiñamos
alrededor del cabecero y me incliné para examinar el profundo surco de la madera
en la base de la columna de la cama.
—Joder —susurré—. Quiero decir... podría ser cualquier cosa, pero esto
definitivamente me recuerda a las fotos del trabajo de Kain que Andrew y Rodrigo
hicieron la primavera pasada.
Había sido otro éxito rotundo para Bryce Solutions. Los Kain eran una famosa
manada del Dominio de la Estrella Solitaria, el equivalente de Palisades en Ciudad
Capital, al norte. Mis padres habían sacado a uno de los hijos alfa de la manada de un
hotel de lujo del centro de la ciudad, donde un grupo de mercenarios estaba pidiendo
rescate por él.
Y seguían sin callarse al respecto.
—Eso mismo pensé yo —respondió Cam—. Los secuestradores en ese caso
esposaron a Knox Kain a la cama, y él hizo un daño similar a la cabecera tirando de la
sujeción durante su cautiverio.
Saqué el teléfono del bolsillo y saqué algunas fotos, tomando nota mental de
hacer lo mismo con el candado antes de volver a guardarlo en el escritorio de Anton.
—Así que los Brown vincularon a su omega de diecisiete años el otoño pasado,
la sacaron del instituto hace unos meses y posiblemente la encerraron en su
habitación y la retuvieron en su nido. Tenemos el volante de Don, que nos dice que al
menos algunos de los alfas de la manada Marrón han estado coqueteando con ideas
regresivas respecto a cómo los alfas deben tratar a su omega.
—Como una puta esclava —murmuró Seth.
—Y la noche que se la llevaron, no había signos de entrada forzada en su
ventana, lo que nos lleva a creer que la abrió voluntariamente para sus 93
secuestradores. También encontré el teléfono de Sally encerrado en el cajón de
Antón, y tengo la corazonada de que había estado allí mucho antes de desaparecer.
Cam me tendió la mano y le pasé el teléfono. Él sería capaz de precisar cuándo
se utilizó por última vez.
Miré entre los rostros sombríos de mis hermanos.
—Nada es concluyente, pero la aguja empieza a apuntar a que se trata del
rescate de una niña maltratada y no del secuestro de una omega querida y amada de
su manada.
—Y un rescate encaja mucho mejor con el perfil de la familia St. James como
nuestros... autores —añadió Cam, sus labios se inclinaron hacia arriba en una sonrisa
más característica—. No tengo ni idea de cómo se involucraron en esto, pero a Dylan
y Daisy les encanta un buen B&E a la luz de la luna.
Seth se rio entre dientes.
—Empiezo a desear haber estado aquí para ver a Dylan poner a Don Brown en
su puto culo.
—Estaré encantado de recrearlo para ti la próxima vez que lo veamos, cariño
—ronroneó Cam—. Suponiendo que podamos confirmar nuestras sospechas —añadió
con un guiño descarado en mi dirección.
Exhalé un suspiro, luchando contra el impulso de frotarme las sienes.
—Tenemos que cerrar este caso de una forma u otra, lo que significa que
tenemos que localizar a Sally Brown. Creo que todos conocemos la forma más rápida
de conseguir esa información, y si tengo que clavar a Dylan contra la pared y obligarla
a decirme dónde está Sally, lo haré... pero no así, idiota —añadí con un resoplido ante
sus idénticas sonrisas lascivas.
Seth me hizo un gesto con las cejas.
—Lo que tú digas, hermano. Cam y yo estaremos encantados de agarrarla
como sea para extraer la información que queremos.
—No.
—No te burles de mí, Seth —se quejó Cam—. Sabes que me pongo de mal
humor cuando no puedo tener lo que quiero.
Seth estrechó a Cam entre sus brazos y dejó caer un beso sobre sus labios.
—Seré tu premio de consolación, cariño.
—Bien.
Nunca me cansaría de ver a mi hermano enamorado. La idea de ese tipo de 94
amor verdadero y eterno me era ajena, como a la mayoría de los machos
heterosexuales alfa, que sólo podían tener citas casuales con mujeres beta antes de
elegir a su omega para siempre. Flotaba en el fondo de mi cerebro como una noción
lejana y agradable, algo que algún día estaría deseando compartir con Cam y Seth.
En nuestra época.
Ahora mismo, teníamos mierda que hacer.
—De acuerdo —dije, infundiendo a mi voz el ligero ladrido que indicaba que
estaba dando órdenes—. Pongamos todo donde lo encontramos y larguémonos de
aquí. Tenemos más investigación que hacer y una pelirroja sabelotodo a la que
sacudir.

CUANDO el sol empezó a ponerse esa tarde, habíamos avanzado


moderadamente.
Cam comprobó los registros del móvil de los Brown y determinó que el teléfono
de Sally no se había utilizado desde hacía al menos tres meses. Seth consiguió entrar
en algunas salas de chat e hilos ocultos dedicados a la Milicia de los Derechos de la
Manada y, a las cinco de la tarde, incluso se había asegurado una invitación al
servidor Discord secreto de la sección local.
Pasé varias horas revisando los registros de la manada Marrón con DOUM en
relación con la vinculación de Sally. Como observamos la primera vez que lo
comprobamos, todo parecía correcto: Sally había sido presentada a varias manadas
locales diferentes antes de elegir unirse a los Brown. La única anomalía, si se puede
llamar así, era que los Brown sólo llevaban seis meses en la lista de espera del DOUM
antes de que los llamaran para conocer a Sally.
La mayoría de las manadas esperarían años.
Aunque la manada Marrón no disponía de los fondos ni del estatus necesarios
para cortejar a una omega en la EFO, parece ser que fueron capaces de engrasar las
ruedas del DOUM local lo suficientemente bien como para comprar su camino hacia
la cima de la lista.
Ahora teníamos un poco más de información sobre los Brown, pero aún no
estábamos cerca de localizar a la propia Sally para asegurarnos de que estaba a salvo,
confirmar nuestras sospechas y cerrar el caso.
Era hora de charlar con alguien que sí tuviera idea de dónde estaba Sally, y así
fue como me encontré entrando en el gimnasio que había al final de la calle de St.
James & Co., dispuesto a entrometerme en el habitual entrenamiento vespertino de
Dylan.
95
Había tenido que ganar dos rondas de piedra, papel o tijera para ser el primero
en volver a verla, porque habíamos decidido que era mejor no abrumarla con toda la
manada. Necesitaba espacio para conocernos a todos y confiar en que el paradero de
Sally estaría a salvo en nuestras manos.
Y si era sincero, yo también quería conocerla, más allá de lo bien que olía, lo
sexy que estaba con pantalones y botas tácticas y la necesidad de saber a qué se
dedicaba para poder cerrar nuestro caso.
Atravesé las puertas abiertas de la nave, vestido con mis pantalones cortos de
entrenamiento y una camiseta sin mangas. El gimnasio había sido reconvertido de un
par de almacenes a un espacio industrial abierto, y me gustó lo que vi.
Unas cuantas filas de aparatos de cardio a la derecha. Un aparato gigante en el
centro, donde los clientes hacían dominadas, sentadillas y otros ejercicios de fuerza.
Una gran colchoneta de combate a la izquierda, ocupada actualmente por una clase
de jiu-jitsu.
Mi ávida mirada no tardó en localizar a Dylan, cuyo cabello oscuro brillaba
como un faro de rubí bajo la luz fluorescente del gimnasio. Estaba en su banco de
sentadillas, ofreciéndome una vista privilegiada de su fantástico culo en licra mientras
escuchaba algo en sus auriculares. Y estaba sola, sin Derrick ni Daisy.
Como un misil en busca de calor, me dirigí directamente hacia ella y no me
detuve hasta que estuve detrás de ella, a escasos metros de su trasero mientras se
echaba la barra al hombro para prepararse para la siguiente serie. Me fijé en la curva
perfecta de su cuello, en los músculos definidos de su espalda, visibles bajo la
holgada camiseta de tirantes, y en la curvatura de sus delgados bíceps mientras
agarraba la barra.
Sobre todo, ahora que estaba lo bastante cerca como para sentir su tentador
aroma, saboreaba su tenue pero decadente fragancia a chocolate y café expreso.
Le pedí a mis hormonas que se calmaran porque no estaba aquí sólo para
arrastrarme con la chica beta que podría o no ser una especie de vigilante.
Perder la concentración era exactamente la forma en que podía arruinarlo todo,
y me negaba a permitir que eso sucediera en mi primer caso en solitario.
Dylan se puso rígida cuando me acerqué a ella, soltando un pequeño grito
ahogado.
—Austin.
Reprimí un gruñido de satisfacción. No solo conocía mi olor, sino que lo sabía
lo bastante bien como para diferenciarme de Seth después de habernos visto dos
veces, algo que a la mayoría de la gente le llevaba mucho más tiempo. 96
Me incliné, esperando que mi voz penetrara en su música mientras murmuraba
junto a su oído.
—¿Necesitas ayuda?
12
DYLAN

Me estremecí cuando el aroma especiado y masculino de Austin me envolvió


con sus manos suaves pero firmes. Tenía que terminar mis sentadillas, maldita sea, no
emborracharme con canela y whisky.
97
—Este es mi último set —respondí, sin atreverme a mirar por encima del
hombro—. Pero claro, si me veo tambaleante, siéntete libre de intervenir.
Eso fue diplomático.
Excepto que él tomó eso como una invitación a moverse los últimos centímetros
que necesitaba para presionar su gran pecho contra mi espalda, sus antebrazos
acordonados disparándose a ambos lados de mí y preparándose para engancharse
debajo de mis brazos si necesitaba ayuda para salir de mi cuclillas. Me agaché bajo
el peso y él me siguió obedientemente, acuclillándose detrás de mí mientras su
aliento mentolado me recorría la nuca sudorosa.
Subimos y bajamos hasta la cuenta de cinco, mi pulso latía con fuerza y mi
cuerpo se tensaba cuando su cuerpo, sin saberlo, llamaba al mío. Conseguí salir de
mi última sentadilla sin su ayuda y golpeé la barra contra el soporte antes de volverme
hacia él.
Llevaba ropa de gimnasia, lo que nos permitía a mí y a todo el gimnasio
contemplar sus gruesos muslos y su ancho y musculoso pecho. Llevaba una camiseta
sin mangas, con los brazos desnudos a la vista, revelando para mi deleite que Seth no
era el único hermano Bryce tatuado. Una gran rosa roja se extendía a lo largo de su
antebrazo venoso, y entrelazada con ella había lo que parecía un tallo de espuela de
caballero, cuyas diminutas flores violetas resaltaban sobre el rojo intenso de la rosa.
¿Cómo se atreve a entrar aquí con ese aspecto, señor?
—¿Qué haces aquí? —pregunté en su lugar—. ¿Te cansaste de usar tu gimnasio
personal en tu mansión de Palisades?
Su sonrisa era un poco arrogante.
—¿Nos has investigado, Petardo?
Fruncí el ceño ante el apelativo cariñoso, aunque me produjo un agradable
revoltijo estomacal.
—¿Petardo?
—Tu cabello brilla como el fuego bajo estas luces, y después de lo que
presencié anoche, estoy seguro de que le explotarías en la cara a cualquiera que
intentara joder contigo.
No podía culpar por completo del impulso de ronronear ante aquella afirmación
a la somnolienta omega que mantenía enjaulada en mi cuerpo: Dylan, la beta malvada,
se estaba acicalando porque aquel gran alfa peligroso reconocía sus habilidades
ganadas con tanto esfuerzo.
—Bueno, en eso tienes razón —le contesté sonriendo. Por costumbre, me
levanté el dobladillo de la camiseta de tirantes para secarme el sudor de la cara, y 98
capté la mirada de sus ojos ámbar mientras observaba mi vientre desnudo—. Y sí, por
supuesto que investigamos la manada Bryce. No es difícil encontrarte.
—Supongo que no —respondió encogiéndose de hombros—. Pero tu
investigación pasó por alto que trasladé mi manada fuera de la mansión de mis padres
hace unos meses. La casa de la piscina era demasiado pequeña para nosotros tres si
no quería oír las particularidades de lo que Seth y Cam hacían en su dormitorio.
Me abaniqué la cara despreocupadamente.
—No estoy segura de lo que quieres decir con eso. ¿Me lo puedes describir?
En detalle, por favor.
Puso los ojos en blanco.
—Estoy seguro de que a cualquiera de ellos le encantaría contártelo todo. O,
mejor aún, ofrecerte una demostración en vivo.
Aborta, Dylan. Antes de que empieces a perfumar todo el maldito gimnasio.
Me aclaré la garganta.
—Entonces, ¿dónde viven ahora?
—Compramos un... condominio grande en una torre nueva en el centro.
—Oh, vaya. ¿Fuera de las puertas de Palisades? ¿Aquí, entre las masas?
—Sí, listilla.
—Eso es muy valiente. Este es un mundo grande y aterrador. Algunos incluso
tenemos que limpiar nuestros propios baños.
Cruzó los brazos y me miró con una ceja oscura.
—¿Has terminado?
—Sí.
—Bien, entonces puedes enseñarme mi nuevo gimnasio. El gimnasio de
nuestro edificio es... bonito, pero este es un poco más mi velocidad.
Hice una pausa con la botella de agua a medio camino de mis labios.
—¿Se van a apuntar a mi gimnasio?
Sonrió.
—Nos conseguí un mes de prueba, ¿qué tal, Kade? —Señaló con la cabeza a
Kade, uno de los amigos de Derrick que dirigía este lugar, mientras Kade se acercaba.
—¡Hola, Austin! —saludó Kade al pasar, con su moño rubio y su barba que le
daban el aire de un alegre vikingo—. ¡Hazme saber si tienes preguntas! 99
—Traidor —le dije en voz baja.
La sonrisa de Austin se hizo más amplia.
—Vamos, Dylan —dijo mientras me rodeaba para quitarme las pesas de la
barra con una mano como si no pesaran nada. Las colocó de forma ordenada y luego
dirigió la cabeza hacia la colchoneta de sparring—. Veamos lo que tienes.
Bueno, era una oferta que difícilmente podía rechazar.
—Bien —refunfuñé—. Puedes sujetarme las manoplas.
Me colgué la bolsa de deporte al hombro y me dirigí hacia el otro extremo del
gimnasio, donde estaba terminando la clase de jiu-jitsu de los jueves por la noche.
Austin se paseó a mi lado como si fuéramos buenos amigos y le lanzó un gesto de
asentimiento a Baron, otro de los propietarios del gimnasio, porque al parecer Austin
ya era amigo de todo el mundo en Merchant Village.
Dejé caer la bolsa al suelo, junto a la colchoneta, me agaché para rebuscar en
su interior, localicé las manoplas de sparring que solía utilizar con Derrick o papá y
se las lancé a Austin a la cabeza. El cabrón las atrapó con facilidad y luego me fulminó
con la mirada como si fuera un niño travieso. Era molesto y también extremadamente
sexy.
Me vendé las manos, me quité los zapatos y salté a la colchoneta. Austin se
colocó frente a mí, sujetando las manoplas como un profesional, y yo empecé a darles
unos golpes ligeros para calentar.
—Sabes —dijo Austin mientras trabajaba—. Hicimos un poco de investigación
en la manada que posee los remolques que tú y Daisy hicieron una visita anoche.
—¿Oh? —Golpeé mi puño con más fuerza en su mano derecha, y él gruñó.
—Parecen una manada normal y trabajadora de alfas obreros, así que no
estábamos seguros de por qué ustedes dos, alborotadoras, sintieron la necesidad de
dejar inconsciente a uno de ellos e irrumpir en su casa —musitó, y yo le di un puñetazo
en la otra mano con la misma fuerza—. Joder, petardo. Tranquila.
—Si no puedes conmigo, traeré a Kade. A él nunca le molesta sostener los
guantes.
Eso le sacó un resoplido.
—Absolutamente no, y apuesto a que no lo hace.
Sonreí con satisfacción, reanudando mis golpes y yendo más ligero para no
cansarme y perder la cara después de hablar tanto.
—La manada Riley son una panda de idiotas retrógrados que disfrutan 100
acosando a mujeres —le informé—. No necesitan tu simpatía.
—Sabes, tenemos acceso a la base de datos del MOUD para nuestra
investigación actual —dijo mientras empezaba a bailar alrededor de la alfombra,
haciéndome perseguir sus manos—. Los Riley no tienen una omega. Ni siquiera están
en la lista para una.
Eso me hizo reflexionar. Éramos conscientes de que aún no habían unido a una
omega, pero no sabíamos que ni siquiera habían puesto sus nombres en la lista para
ser emparejados con una.
Austin continuó.
—Así que nos imaginamos que tú y Daisy no estaban ahí fuera para animar a
otra chica lejos de su manada. ¿Qué? ¿Por qué frunces el ceño?
Ignoré su despreocupado intento de hacerme admitir que habíamos sido
nosotros quienes habíamos “animado” a Sally a alejarse de los idiotas que se hacían
llamar su manada.
—¿Los Riley no están en la lista para una omega?
Negó con la cabeza.
—No. Supusimos que no era la norma, pero no todas las manadas quieren
unirse tan pronto como son elegibles.
Resoplé.
—Sí, lo hacen. Jones Riley no tiene otra cosa en la cabeza que meterle el nudo
a la primera chica omega que puedan convencer de que se una a ellos. Nunca será
realmente el rey alfa del Rancho Sur hasta que lo haga.
Y ahora me preocupaba cada vez más que estuvieran planeando asegurarse
una omega por... otros medios.
Los ojos de Austin se habían entrecerrado, su intensa concentración me
golpeaba como un maremoto contra un dique.
—¿Te parece angustiante que no estén en la lista de espera del DOUM?
—Sí.
—¿Por qué?
Suspiré.
—Austin.
—Dylan.
—Sé que tienes buenas intenciones, tú y Cam y Seth, pero esto no es asunto
101
tuyo. No tiene nada que ver con tu caso.
Su mirada inquebrantable no se apartaba de mi rostro ni siquiera cuando
seguía arrastrando los pies descalzos, haciendo llover puñetazos contra las manoplas.
—No estoy seguro de eso —dijo—. La forma en que has descrito a la manada
Riley no dista mucho de cómo yo podría describir a la manada de Sally Brown.
Me detuve de nuevo, atrapada por sus ojos miel oscuros mientras recuperaba
el aliento. Resistí el impulso de soltarle un “No me digas” no fuera a ser que se diera
cuenta de que sabía más de lo que había dicho sobre la desaparición de Sally. En
lugar de eso, fruncí el ceño y pregunté:
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que empezamos a sospechar que devolver a Sally a su manada
podría no ser lo mejor para ella.
Se me revolvió el estómago con la emoción de que estuvieran descubriendo la
verdad, pero mantuve una mirada escéptica.
—¿No sería eso contrario a aquello para lo que te contrataron tus clientes? ¿Con
mucho dinero?
Asintió.
—Lo haría. Pero yo lo aclararía con nuestro director general y asumiría la
pérdida. Nosotros no somos así, Dylan.
Una gota de sinceridad resbaló de mis labios.
—Tengo muchas ganas de creerlo, Austin.
Su sonrisa de respuesta era cálida y hermosa, y yo necesitaba darle un
puñetazo en la cara o algo antes de que mi cuerpo empezara a exigirme cosas que me
meterían en un gran puto problema.
—Pero para cerrar este caso —continuó, con un tono de voz bajo, como si me
estuviera haciendo una confidencia—, tenemos que saber dónde está Sally. Tenemos
que entrevistarla, confirmar nuestras sospechas y luego pensar cómo manejarlo con
nuestros clientes y con nuestros jefes.
Por fin llegó a la verdadera razón por la que me visitaba.
—Buena suerte con eso —dije, luego me dejé caer, dando una patada con la
pierna hacia fuera, y barrí sus piernas de debajo de él.
—¡Dylan, qué demonios! —ladró mientras golpeaba con fuerza el suelo. Por
desgracia, no se quedó en el suelo. Rodó, más ágil de lo que un hombre de su tamaño
tenía derecho a ser, y tras quitarse las manoplas de las manos, se me echó encima. 102
Forcejeamos y enseguida me di cuenta de que mi jiu-jitsu estaba más oxidado
que el suyo. Su aroma a canela y alcohol surgió cuando me apartó de él. Sus fosas
nasales se encendieron porque, estaba segura, acababa de recibir una pequeña
ráfaga de mi olor; mi omega enterrado lo saludó desesperadamente mientras la
sensación de su gran cuerpo apretado contra el mío provocaba una rápida
aceleración y chisporroteo de mis hormonas en lucha.
Me tenía casi doblado por la mitad en la colchoneta, intentando valientemente
que le diera un golpecito, pero yo estaba sudoroso y resbaladizo.
—Dylan —gruñó—. Sométete. No quiero hacerte daño.
Me zafé de su agarre.
—Esfuérzate más, Bryce.
—¿Qué mierda está pasando aquí?
Ambos nos quedamos paralizados.
Austin dejó escapar una exhalación frustrada. Asomé la cabeza por debajo de
su brazo.
—Hola, Derrick.
Mi hermano estaba de pie en el borde de la alfombra, vestido con los
pantalones de chándal grises y la camiseta ajustada de manga larga que llevaba
cuando salió a primera hora de la tarde a recoger a Daisy del colegio para hacer el
recado que les habían asignado. Cruzó los brazos sobre el pecho y me dirigió la
mirada de “¿te has vuelto loca?” que tanto me gustaba.
Daisy también estaba aquí, con su sudadera de gran tamaño colgando hasta las
rodillas por encima de sus pantalones de yoga mientras fingía estirarse
despreocupadamente en las inmediaciones.
Austin rodó sobre mí y se puso en pie. Me tendió una mano y yo la agarré para
ponerme en pie y enfrentarme a la música.
Derrick fulminó con la mirada a Austin, que le devolvió la expresión con una
mirada despreocupada que rayaba en una sonrisa arrogante.
—¿Quieres explicarme qué haces en mi gimnasio con las manos encima de mi
hermana, hombre?
Levanté un dedo.
—Para ser justos, yo empecé.
—Lo hizo. —Austin estuvo de acuerdo—. Y ahora soy miembro aquí, St. James. 103
Tu chico Kade me enganchó.
—Ooh, ¿Cam y Seth se unen también? —preguntó Daisy.
Austin le sonrió.
—Lo hacen.
—Impresionante —contestó ella. Se quitó la sudadera por la cabeza, mostrando
su brillante sujetador deportivo rosa, y luego trotó hacia Austin y lo agarró de la
mano—. Ven a verme en mi press de banca, Austin B.
Austin soltó una risita sorprendida.
—Um, claro. Ve delante.
—Daisy —gruñó Derrick—. ¿Qué demonios estás haciendo?
—¡Logrando esos avances, Derrick! —gritó mientras arrastraba a Austin.
Mi hermano los miró irse con el ceño fruncido. Me puse a su lado y le puse una
mano delante de la cara.
—Déjalo. Me lo está quitando de encima cuando estaba a punto de presionarme
de verdad con lo de Sally. Dime lo que Daisy y tú han averiguado.
Disparó un último puñal a la espalda de Austin y luego me miró.
—Talulah está bien. Hoy ha vuelto a casa del colegio con normalidad. Le hemos
aconsejado a su madre que la lleve a visitar a su abuela a Fort Wayne durante una
semana hasta que sepamos qué mierda está pasando. Lily Linnartz ha desaparecido.
Desde el lunes.
—Mierda.
—Lo sé. Sus padres nos han dicho que no va al mismo instituto que Mary Rose
y Jesse Riley, pero tiene amigos en South Ranch y ha ido a sus fiestas. Tiene dieciséis
años y es una conocida omega registrada en el DOUM.
Me restregué una mano por la cara sudorosa.
—Tiene que ser esta mierda de la Milicia de los Derechos de la Manada. ¿Sabes
que Austin me dijo que los Riley ni siquiera están en la lista de espera del DOUM?
—¿En serio?
—Sí.
—Eso... no es bueno.
Nos quedamos en silencio un momento, hombro con hombro, mientras veíamos
a Daisy charlando con Austin, que la ayudaba a cargar la barra. No había mucho más
que decir mientras contemplábamos lo que un grupo de machos alfa agraviados 104
podría haber planeado para unas chicas omega menores de edad que habían
desaparecido misteriosamente.
La idea me revolvió el estómago.
—Tal vez puedan ayudarnos —murmuré, con los ojos fijos en Austin, que seguía
pacientemente a Daisy en cada repetición de press de banca.
Derrick se burló.
—¿Ya confías en ellos?
Tarareé sin compromiso.
—Nos estamos calentando, al menos.
Después de unos minutos, Daisy terminó y se alejó hacia los soportes de las
mancuernas, despidiendo a Austin. Él se acercó a nosotros, impávido ante el peso del
dominio de Derrick.
—Daisy tiene mucha fuerza en esos brazos delgados —dijo Austin mientras se
detenía en mi espacio personal—. Ahora entiendo cómo pudo ahogar a un alfa cuatro
veces más grande que ella.
—Es ingeniosa —respondí—. No jodas con ella.
—No me atrevería.
—Pero estás aquí jodiendo con Dylan —dijo Derrick—. ¿Por qué tú y los otros
chicos guapos de tu manada no vuelven a hacer su trabajo?
Las feromonas de dos alfas muy dominantes posando el uno ante el otro eran
ahora lo bastante espesas como para ahogar a cualquiera que pasara por allí. Austin
lo miró arqueando una ceja.
—Creo que sabes que tú y Dylan están relacionados con mi trabajo actual.
Derrick sonrió desafiante.
—¿Me vas a llevar para interrogarme, Bryce?
—Ugh, ¿pueden dejarlo ya? —me quejé—. Apenas puedo respirar ahora. Mira,
Derrick, esos chicos cachondos de segundo están rondando a Daisy otra vez.
Derrick chasqueó el cuello en dirección a Daisy como un Doberman
presintiendo su presa.
—Volveré. —Se alejó.
Suspiré y miré a Austin, que contenía la risa.
—Daisy me mataría; odia cuando él hace eso. Pero ustedes dos necesitaban
calmarse de una puta vez. 105
Austin se encogió de hombros y se acercó aún más a mí. Yo era alta, pero él lo
era mucho más, y torcí el cuello para contemplar su rostro robusto y apuesto,
descaradamente, puesto que ya no teníamos carabina. Su sonrisa era cálida y genuina
cuando me agarró de la mano. Observé con ávida fascinación cómo desenrollaba
lentamente mis vendas rosas brillantes. Luego me levantó la mano para estudiarme
los nudillos, frotándolos con el pulgar cuando estaban un poco rosados por la sesión
de entrenamiento que habíamos tenido antes.
Me quedé allí y dejé que lo hiciera porque me gustaba mucho.
Entonces sentí un peligroso apretón en el bajo vientre, y me aparté antes de
que mi cuerpo hiciera algo que delatara el juego, como gotear resbaladizo en
pantalones cortos de spandex.
—Bueno, me voy a casa —dije suavemente—. Disfruta el resto de tu
entrenamiento.
Frunció el ceño, pero asintió en señal de aceptación.
—Esto no ha terminado, Petardo. Ni siquiera un poco.
Le creí, y deseé que no me excitara tanto como me preocupaba.
13
DYLAN

Al día siguiente, acababa de espantar a mamá para que se fuera a comer,


dejándome sola en la tienda, cuando Cameron Lowell-Bryce apareció en la entrada
como un ángel caído del cielo.
106
Se había deshecho de su uniforme de malote oficial de Bryce Solutions y en su
lugar llevaba unos elegantes vaqueros rotos y una camiseta de manga larga que le
abrazaba el pecho definido y lucía un logotipo de diseño que habría costado unos
cuantos ceros más de lo que yo podría imaginarme gastándome en una camiseta.
Llevaba el cabello dorado suelto alrededor de la cara, luminoso a pesar del gris
monótono del día de invierno que había tras nuestras ventanas.
Avanzó perezosamente por el ancho pasillo central, con una sonrisa socarrona
en la cara y esos grandes ojos azules fijos en mí.
Durante unos dichosos segundos, me dejé llevar por el agradable cosquilleo
que me producía ser el centro de atención de aquel hermoso hombre.
Entonces torcí la cara en algo parecido a una mirada severa mientras él
merodeaba hasta mi mostrador.
—Cameron. Veo que es tu turno de intentar sacudirme.
Sólo sonrió más ampliamente, apoyando un brazo en la encimera para dejar
que su mirada acariciara mi cara.
—Buenas tardes, Dylan. Estaba por el barrio y me he dado cuenta de que te
echaba de menos.
—Suave. En caso de que nadie te lo haya mencionado, no hay necesidad de
que gastes energía en encender el encanto. Tu cara realmente es suficiente para
cualquiera que se sienta atraído por los hombres.
Dejó escapar una carcajada bulliciosa.
—¿Ah, sí? Dudo que esta cara sea suficiente para que la formidable Dylan St.
James suelte todos sus secretos.
Esa cara era tentadora, pero mis secretos eran mucho más importantes de lo
que los chicos Bryce estaban contemplando realmente, y yo había tenido mucha
práctica.
Lo miré arqueando una ceja.
—Entonces, ¿admites que sólo estás aquí para interrogarme?
—Estoy aquí para pasar el rato contigo, Blossom. Eso es todo.
Arrugué la nariz.
—¿Blossom? No sabía que hubiera algo... floral en mí.
Se rio entre dientes y saltó sobre el mostrador. Con un elegante giro y un
deslizamiento, depositó su corpulento cuerpo en el taburete que había junto a mí, y
luego saludó alegremente a una clienta que se había detenido a examinar el estante
de tarjetas de felicitación que había junto a la caja registradora. 107
—Gladys, ésas son las favoritas de mi abuela. Me envía una por cada
cumpleaños.
—Oh —exclamó la mujer mayor mientras examinaba la tarjeta—. Sí, son
resistentes, de muy buena calidad. Gracias, Cameron.
—Ni lo menciones.
Me quedé boquiabierta cuando recogió unas cuantas tarjetas antes de barajar
las velas para examinarlas. Mientras la veía marcharse, Cam se inclinó hacia mí y sus
labios casi rozaron mi oreja cuando dijo:
—Blossom es mi Chica Super poderosa favorita. Es la pelirroja y patea traseros.
Exhalé un suspiro tembloroso mientras su naranja picante inundaba mis
sentidos.
—Oh —murmuré—. A mí también me gusta. Supongo que puedes... llamarme
así.
Ya había dejado que Austin me pusiera un maldito nombre de mascota. ¿Por
qué no mantener la tendencia?
Cam se estremeció un poco al aspirar junto a mi oreja y luego volvió a sentarse
en su taburete. Durante unos largos minutos, nos sentamos en paz mientras yo atendía
a unos cuantos clientes y él charlaba con ellos.
—¿Te gusta trabajar aquí? —me preguntó durante una pausa—. ¿Es la tienda tu
trabajo principal?
—Mmm, sí —contesté mientras terminaba de teclear en el ordenador. Giré
sobre mi taburete para mirarlo y lo encontré con una mirada de auténtica
curiosidad—. Esto no es sólo un trabajo para mí. Mi familia construyó esta tienda de
la nada. Estoy muy orgullosa de ella.
Asintió.
—Puedo entenderlo. Mis padres se hicieron a sí mismos... empresarios de
éxito.
—Puedes decir millonarios, Cam —bromeé—. Te hemos buscado: tus padres
viven en una mansión justo al lado de los Bryce.
—Bien, me has atrapado —respondió, sonriendo—. El ala Bryce Solutions de la
manada Bryce mayor también está bastante hecha a sí misma. Hay riqueza
generacional de la familia de Jonathan, pero él trabaja más que nadie como cirujano.
Que todos vengamos de Palisades no significa que no apreciemos el valor del trabajo
duro.
Eso me gustaba, y había tenido la misma impresión de los Bryce más jóvenes. 108
Se preocupaban por su trabajo, por muy inconveniente que eso fuera para mí
personalmente en ese momento.
—¿Sabes que mi padre también tiene un negocio de consultoría de seguridad?
—le pregunté, y luego hice un gesto despectivo con la mano—. Claro que lo sabes.
Seguro que nos han investigado a todos, cabrones entrometidos.
Se rio.
—Así es. Tu padre es muy respetado en el negocio.
—Él y Derrick están de visita hoy —le dije—. Yo también trabajo para mi padre,
de vez en cuando. Siempre he pensado que algún día me gustaría llevar su empresa.
Cam me sonrió.
—Eres tan perfecta.
Mi cara se calentó, no había forma de evitarlo.
—No soy p...
La llegada de otro cliente al mostrador me salvó de convertirme en un desastre
tartamudeante como reacción a un simple cumplido.
Ryan, copropietario de nuestro gimnasio, buen amigo de Derrick y beta
solitario en ese grupo de hermanos, me dedicó su sonrisa más sexy mientras colocaba
algunos artículos de limpieza junto a la caja registradora.
—Hola, Dylan. Me alegro de verte.
—Hola, Ryan —respondí con una sonrisa amistosa mientras lo llamaba—. ¿Te
toca limpiar el gimnasio esta semana?
—Claro que sí. —Apoyó los codos en la encimera y se inclinó hacia él—. Tienes
muy buen aspecto, Dylan. ¿Seguro que no puedo convencerte para salir?
La mayoría de los amigos de Derrick sabían que no debían ligar conmigo. Mi
postura respecto a acostarme con alfas era bien conocida, y ninguno de ellos quería
añadir a la hermana de Derrick a las muescas de su cama.
Ryan era un poco diferente, ya que era el único beta del grupo. Las normas
sociales decían que existía la posibilidad de una relación real entre nosotros, pero
ambos éramos conscientes de que en realidad no era así. Aquel grupo de chicos
acabaría formando una manada, y Ryan se uniría, sobre todo porque él y Baron tenían
algo entre manos.
Sin duda estaba bueno: piel morena y cálida, cabello negro brillante, músculos
durante días, como el resto de los chicos, pero estaba en la friendzone, y él lo sabía. 109
Pero le gustaba intentarlo.
De repente, Cam estaba en mi espacio, deslizando su taburete justo al lado del
mío y apretando su cuerpo cálido y duro contra mí.
—Blossom, ¿quién es este?
La sonrisa de Ryan se deslizó de su cara, sus ojos marrones se entrecerraron
en Cam.
—Soy Ryan, el muy buen amigo de Dylan. ¿Quién demonios eres tú?
Suspiré. Estaba sentada en presencia de dos hombres beta que no tenían
excusas biológicas para esa exhibición y, sin embargo, era como si volviera a estar
en medio del concurso de medir pollas de Austin y Derrick.
Al menos esta vez podía respirar.
Cam le tendió la mano.
—Soy Cameron, y también soy muy buen amigo de Dylan.
Ryan le estrechó la mano superficialmente.
—De alguna manera lo dudo. No te he visto por aquí, y conozco a Dylan y
Derrick desde hace años.
Cam fulminó a Ryan con su sonrisa de sol, pero ahora tenía un filo cortante.
—¿Sabes cómo puedes conocer a una persona y sentir que la conoces desde
hace años? Eso es lo que mi manada y yo sentimos por Dylan.
Ryan resopló.
—Buen intento, hombre. Dylan no jode con manadas.
Cam enhebró sus largos dedos entre los míos y tiró de mi mano hacia su
regazo. Debería haber aplastado esta pequeña muestra de posesión, pero la mano de
Cam se sentía muy bien envuelta en la mía.
—Oh, no lo sé —dijo, su voz sedosa—. Creo que estamos creciendo en ella.
—Está bien —dije, mirando entre los dos—. Soy una mujer adulta y puedo tener
tantos amigos como quiera. Ryan, ¿nos vemos la próxima vez que vaya al gimnasio?
Miró a Cam por última vez antes de agarrar su saco de provisiones y volverse
hacia mí.
—Claro, Dylan. Lo estoy deseando.
Sin poder evitarlo, Cam le hizo un gesto con el dedo.
—Te veré allí también, Ryan.
—Genial. 110
Lo vimos darse la vuelta y salir de la tienda a grandes zancadas, y entonces le
di un codazo a Cam en las costillas.
—¿Qué demonios ha sido eso? Podrías haber hecho un círculo a mi alrededor.
No se arrepentía.
—Ese chico quiere follarte, Blossom. No me importaba.
Puse los ojos en blanco.
—Soy consciente, Cameron, pero no va en serio. Y no es asunto tuyo, de todos
modos.
—¿Por qué no lo diría en serio? Eres un buen partido.
Esa cálida sensación volvió a agitarse en mi vientre.
Peligro, Dylan.
Me aclaré la garganta y dije la verdad.
—Ryan puede ser un beta, pero se unirá a la manada de Kade una vez que esos
chicos formen una. No hay futuro allí, y él sabe que no tengo interés en ser una
aventura para ninguno de los mejores amigos de Derrick.
Cam me estudió, aún sentado lo bastante cerca como para que nuestros muslos
se tocaran bajo la encimera. Levantó una mano y me pasó suavemente por detrás de
la oreja un mechón de cabello que se me había escapado de la coleta.
—No, no eres la aventura de nadie. A menos que eso fuera lo que quisieras,
claro. Pero, ya sabes... —se apartó el cuello de la camisa, revelando de nuevo las dos
marcas de media luna cortesía de los dientes de Seth—, las betas pueden ser algo
más que una aventura para la manada.
Cedí al impulso de tocar la brillante cicatriz rosada, trazando ligeramente con
la yema del dedo alrededor del óvalo.
Cam se estremeció y sus ojos se calentaron.
—Seth probablemente puede sentir eso, Blossom. Estará muy celoso.
—Oh —dije, apartando rápidamente la mano—. Lo siento, no pensé...
Me agarró la mano y la volvió a poner donde estaba.
—No, me refería a que estará muy celoso de que haya podido sentir tus manos
sobre mí. Eres bienvenida a tocarme, o a él, cuando quieras.
Mi mente desviada conjuró todo tipo de escenarios tocadores en los que los dos
aparecían con mucha menos ropa, pero la fantasía se extinguió rápidamente cuando
percibí el penetrante olor de un cliente que se acercaba. 111
Me tensé, luchando por poner freno a la rabia que estallaba en mi interior. Cam
percibió el cambio en mí y se puso en guardia de inmediato, volviéndose hacia
nuestro nuevo cliente con una mirada que indicaba que estaba evaluando una
amenaza.
Jesse Riley se acercó al mostrador pavoneándose, vestido con su chaqueta del
equipo universitario, unos vaqueros polvorientos y botas de vaquero. Más delgado
que su hermano, seguía midiendo más de un metro ochenta y tenía la complexión de
un jugador de fútbol americano de instituto. Llevaba el cabello rubio al viento y olía
como un calcetín de gimnasia en un bosque de pinos.
—Jesse —dije entre dientes apretados—. Qué raro verte en mi tienda en pleno
día de clases.
—Me largué —dijo alegremente—. Quiero que me devuelvas mi puta tableta,
zorra escurridiza. Tad dijo que fue una mujer la que se coló en nuestra casa, y todos
sabemos que eres una puta engreída que odia a la manada con una familia a la que le
gusta meter las narices donde no le llaman. Sabemos que fuiste tú.
Bueno, esa fue una diatriba de la que Jones Riley habría estado orgulloso. La
manzana no cayó lejos con ninguno de estos imbéciles.
Cam estaba inquietantemente quieto a mi lado. No era probable que un
exaltado alfa adolescente viera a un macho beta como una amenaza, pero no me cabía
duda de que Cam podría hacerle daño a Jesse sin sudar mucho.
Hora de desescalar.
—¿Tim-Tom se llama Tad? Maldición, nos equivocamos en eso.
Se burló Jesse.
—¿De qué mierda estás hablando? Devuélveme mi tableta y cualquier otra cosa
que nos hayas robado, y tal vez mi manada no queme esta tienda de mierda con todos
ustedes dentro.
—Dylan —dijo Cam, muy tranquilo—. ¿Quién es este apestoso bebé alfa, y por
qué tiene un deseo de muerte?
Jesse giró la cabeza hacia Cam.
—¿Quieres ir, niño bonito?
—Ese es Jesse Riley —le dije a Cam—. Tiene la idea errónea de que le he
robado algo.
Cam sabía perfectamente que casi con toda seguridad le había robado algo a
Jesse, pero levantó las cejas rubias como si le sorprendiera la acusación.
—Ya veo —respondió Cam—. Esos alfas adolescentes tienden a perder los 112
estribos. Lleva un tiempo dominar esas hormonas desbocadas. La confusión es
normal.
—Cierra la puta boca —espetó Jesse. Era un ladrido de alfa bebé, y era inútil
contra un beta vinculado y una omega secreta que había apagado las respuestas
naturales de su cuerpo a esa mierda—. Ustedes dos deberían vigilar cómo le hablan
a un alfa. Debería darles una lección delante de sus clientes.
Perdí la batalla con mi furia hirviente, me puse en pie de un salto y me incliné
sobre el mostrador, apoyando las palmas de las manos en el frío mármol.
—¿Dónde está, Jesse? ¿Qué has hecho con ella?
Era su turno de hacerse el tonto.
—¿Dónde está quién? —preguntó, sonriendo satisfecho—. No tengo ni puta
idea de a quién te refieres.
—Si le has hecho daño —gruñí—, te arrancaré las pelotas del cuerpo.
—Inténtalo, mierda beta. Haré que te ahogues con mi polla por las molestias.
Ahora Cam estaba de pie y apretado a mi lado en señal de apoyo.
—Dylan, ¿puedo estrangularlo y luego colgarlo de las vigas como advertencia
a sus amigos de mierda sobre lo que pasa cuando alguien te habla como lo ha hecho
este baboso idiota?
Jesse infló su pecho, su empalagoso aroma bombeando en el aire a nuestro
alrededor.
—Vamos entonces, gatito. Te enseñaré cómo lucha un hombre de verdad.
—Es suficiente.
Mamá salió del pasillo de profesores con el rifle colgado del hombro como si
fuera su bolso.
—Señor Riley, le sugiero que se vaya a antes de que llame a la escuela e
informe de su ausencia. No nos gusta que nuestros clientes acosen a nuestro personal.
Jesse se desinfló antes de cruzar los brazos sobre el pecho, burlándose.
—Claro, como quieras. Veo que vamos a tener que hacer esto por las malas.
Se dio la vuelta sin decir palabra y se marchó. Contuve la respiración hasta que
el tintineo del timbre de la puerta de entrada anunció su salida del edificio.
Mamá lo miró irse, frunciendo el ceño, y luego se volvió hacia Cam y hacia mí.
—¿Están bien?
—Sí —dije mientras me desplomaba de nuevo en mi taburete—. Debería haber 113
dejado que Cam lo colgara para que pudiéramos torturarlo y sacarle algunas
respuestas.
—Cariño, sé que es muy tentador, pero nos causaría muchos problemas.
—Aguafiestas.
Cam lo estaba asimilando todo con una mirada inquisitiva cuando mi madre se
volvió hacia él. Se le iluminó la cara, él solía tener ese efecto.
—Oh, ¿este es Cameron?
Cam recuperó su encantadora sonrisa. Le tendió la mano y mamá la tomó con
una sonrisa de satisfacción.
—Encantado de conocerla, señora St. James. Soy el amigo de Dylan, Cameron
Lowell-Bryce.
—Dios mío, eres muy guapo —dijo efusivamente—. Dylan, es tan bonito.
—Tengo ojos, mamá.
—Gracias, señora —le dijo Cam—. Usted también es muy hermosa. El señor St.
James es un alfa afortunado.
Soltó una risita de niña.
—Oh, deja de hacer eso.
—No estoy seguro de qué se trataba todo eso, pero me alegro de haber podido
estar aquí para Dylan cuando ese pequeño idiota vino a correr su desagradable boca
contra ella. Aunque sé que puede arreglárselas sola.
Mamá le sonrió.
—Que puede, pero me alegro de que estuvieras aquí también. Dylan necesita
más amigos que la apoyen.
—Mamá. —Estaba a unos cuatro segundos de envolverme en regalo para mi
manada.
A Cam le brillaron los ojos.
—Me encantaría ser ese amigo. —Dirigió su brillante mirada azul hacia mí—.
Dylan, cuando tus otros amigos, Seth y Austin, y yo localicemos a ese mierdecilla y le
hagamos entrar en razón, ¿qué otra información puedo ayudarte a extraer?
Mamá soltó una risita y yo le lancé una mirada que gritaba “no estás ayudando”.
Su sonrisa beatífica y traviesa me atrapó al instante.
—Buen intento. Te dije que nuestra pelea con los Riley no es asunto de Bryce
Solutions. 114
—Hazlo nuestro, Blossom.
—No. ¿No tienes clientes que pagan y un caso que cerrar?
—Dylan.
—Cameron.
Suspiró, la frustración tirando de su sonrisa.
—Nos importas, Dylan. Espero que algún día podamos demostrártelo.
Un fuerte zumbido contra la encimera nos interrumpió. Cam recogió el teléfono
y examinó el mensaje.
—Parece que es hora de una reunión de equipo —dijo, metiendo el teléfono en
el bolsillo de los vaqueros. Su labio inferior formó un puchero dolorosamente
adorable—. Así que tengo que irme.
—Encantada de conocerte, Cameron —dijo mamá con calidez. Me dio su rifle
para que se lo guardara y se volvió hacia el piso de la tienda—. Tengo que reponer
algunas cosas. Seguro que volveré a verte pronto.
—Por supuesto —respondió.
Se alejó. Me levanté del taburete y pasé junto a Cam para dejar el rifle de mamá
en su sitio, bajo el mostrador. Cuando me volví para mirar a Cam, me encontré con
que se había metido en mi espacio. Me agarró la mano y me miró fijamente a los ojos
con una intensidad que rivalizaba con la de Austin.
—Por favor, cuídate, Blossom —susurró.
Le apreté la mano.
—Lo haré, Cam. Mi familia es dura. No te preocupes por nosotros.
Me acarició la nuca y se inclinó para darme un beso en la sien.
—Nos vemos pronto.
Luego saltó por encima del mostrador y aterrizó suavemente en el suelo de
cemento. Vi cómo se alejaba y salía por la puerta, llevándose el pedacito de mi
corazón que había conseguido arrancar.

115
14
DYLAN

Pensaba que hasta mañana no recibiría la próxima visita de un miembro de la


manada Bryce, pero cuando alguien llamó a la puerta trasera de la tienda justo cuando
me había acomodado para ver la tele después de cenar, supe que me había
equivocado.
116
Daisy dejó caer el mando de su videojuego y corrió hacia la puerta. Pulsó el
botón de la cámara de seguridad y la pequeña pantalla mostró a nuestro visitante.
Seth estaba en la puerta trasera de la tienda, esperando pacientemente.
Estacionábamos los coches detrás del edificio, así que papá había diseñado la entrada
trasera para que se abriera justo delante de la escalera que llevaba a nuestra
vivienda.
—¿Qué pasa, Seth B? —dijo Daisy en el altavoz—. ¿Viniste a visitar a Dylan?
—Sí, señora —fue su respuesta—. ¿Puedes dejarme entrar?
—Daisy —gruñó Derrick desde donde estaba tirado en la esquina de nuestro
gran sofá seccional como un rey perezoso—. No lo dejes subir aquí.
Ella lo miró arqueando una ceja.
—¿Qué, así que usted puede golpear su camino a través de la población
femenina de Merchant Village, pero Dylan no se permite un caballero que llama?
—Daisy...
Pulsó el botón y el fuerte pitido anunció la entrada de Seth en el edificio.
Gruñí y tiré la tableta al cojín del sofá que tengo al lado. Aparté la cálida manta
bajo la que estaba cómodamente arropada, me puse en pie y me bajé la enorme
sudadera por los muslos. Metí los pies en las zapatillas peludas que había dejado junto
al sofá y caminé hacia la puerta.
Daisy, satisfecha de sí misma, saltó al salón, recogió su mando y me robó la
manta.
Cuando llamaron a la puerta de nuestro apartamento, la abrí de un tirón.
Allí estaba Seth, iluminado por la suave luz del hueco de la escalera en toda su
gloria tatuada. Había metido las manos en los bolsillos de sus ajustados vaqueros
negros, y los intrincados diseños florales tatuados en su piel apenas eran visibles por
encima de los bolsillos. Llevaba una camisa de vestir gris oscuro con el cuello
desabrochado lo suficiente como para dejar entrever su colorido pecho, y se había
arreglado la rebelde parte superior de su cabello castaño. El fino aro de plata que
rodeaba su fosa nasal derecha parpadeaba bajo las luces.
Seth con su uniforme de trabajo gritaba peligro.
Seth vestido para el club gritaba sexo.
—Hola, amor —dijo mientras arrastraba su mirada oscura desde mi cara,
bajaba por mis piernas desnudas y volvía a subir. Su aroma a canela azucarada surgió,
saturando el pequeño espacio que nos rodeaba—. Por muy bien que estés así, 117
necesito que te cambies. Vamos a salir.
Me gustaría decir que ya era una profesional y que no me afectaba la pesada
caricia del aroma y las feromonas de la manada Bryce, pero me costó todo lo que tenía
no hundirme en el marco de la puerta como una doncella marchita.
—¿Fuera? Estoy pasando la noche fuera de mi habitación, en el sofá, viendo un
drama K, Seth.
—¡Seth B! —gritó Daisy detrás de mí—. ¡Ven a correr Mario Kart conmigo!
Me dedicó una sonrisa triunfal antes de pasar a mi lado, agarrarme de la mano
y arrastrarme tras él hasta el salón. Agarró el mando que Daisy le lanzó con la mano
libre y se dejó caer sobre un cojín del sofá.
Me soltó la mano y me dio una ligera palmada en el trasero.
—Ve a prepararte, cariño.
Derrick lo miró con profunda sospecha.
—¿Qué mierda es esto? ¿Una cita?
Seth sonrió, encogiéndose de hombros.
—No, a menos que ella quiera. Mis compañeros de manada han podido salir
con ella y ahora me toca a mí. Es lo justo.
—Dylan no sale con alfas.
Resoplé.
—¿Pueden dejar de hablar de mí como si no estuviera aquí mismo?
—¡Seth! —gritó Daisy desde su sillón en el suelo—. ¡Presta atención! La carrera
está empezando.
Se rio, se dejó caer en el sofá y centró su atención en la pantalla del televisor.
—Estoy listo, Daisy. Estoy bien para una carrera de copa y luego Dylan y yo
nos vamos.
—Estás muy seguro —le dije—. No he dicho que sí a esta no-cita-que-es-en-
realidad-un-tercer-intento-de-interrogarme.
Seth aplastó sus dedos tatuados sobre el mando mientras corría con su Kart
alrededor de unas montañas nevadas.
—¿Preferirías que no te interrogara aquí mientras Derrick intenta asesinarme
con la mirada y luego se convierte inevitablemente en una empalagosa batalla de
dominación?
Derrick se echó a reír a medias. 118
—Tiene razón. ¿Qué tal si los acompañó esta no-cita? Bryce y yo podemos
comportarnos en público. Probablemente.
Daisy pulsó el botón de pausa de su carrera y se giró para mirar a Derrick con
una expresión de profundo dolor en el rostro.
—Prometiste que te quedarías y jugarías al Switch conmigo esta noche.
Derrick perdió su bravuconería, su rostro se suavizó mientras miraba a Daisy.
—Así es. Tienes razón.
Sonrió contenta y se volvió para desbloquear el juego.
—Genial, eso lo arregla todo —dijo Seth, luego bombeó su puño en señal de
victoria mientras reventaba un Kart de la competencia con un caparazón rojo—.
Dylan, ve a ponerte algo que haga que las chicas de la Javelina se pongan celosas
como la mierda.
Resoplé.
—Podría llevar una bolsa de basura y esas zorras seguirían estando celosas
como la mierda si entro ahí contigo.
Seth se pavoneaba mientras la burla de Derrick resonaba en la habitación.
Daisy se giró para lanzar una mirada más a Derrick.
—Definitivamente no vas a ir a cazar zorras a la Javelina esta noche.
Levantó las manos en señal de rendición.
—No. Dije que jugaría a videojuegos contigo, y lo haré... en cuanto este idiota
deje su mando.
—Quizá si hicieras lo que le prometiste a Daisy, no habría necesitado invitarme
a jugar.
—¿Qué tal si te metes en tus malditos asuntos?
Suspiré y me escabullí a mi habitación, dejándolos discutir. El bar Blue Javelina
no era lo mío, pero Derrick me llevaba de vez en cuando y me obligaba a socializar.
Ir allí con Seth no era la mejor idea, pero había resistido los intentos de Austin y Cam
de sonsacarme información y no tenía motivos para pensar que Seth sería diferente.
Y resultó que me había gustado pasar tiempo con ellos dos, y la idea de pasar
tiempo con Seth también me atraía, al margen de la peligrosa línea por la que
caminaba.
Les había pedido a Derrick y Daisy que me olfatearan antes, después de que
Feddy me informara de que no tenía noticias. Mi olor normal a café, ligero y casi 119
amargo, había ganado un toque de dulzura, pero seguía señalando firmemente a beta.
Dentro de unas semanas, la historia podría ser muy diferente, pero ahora
mismo no podía hacer nada al respecto.
Tampoco pude hacer nada más para encontrar a Mary Rose o Lily Linnartz hasta
que Derrick se coló en la reunión de la MDM de mañana por la noche.
Seth iba a quedarse por allí pasara lo que pasara, así que mejor que fuera en
un bar abarrotado, donde era más fácil distraerlo de lo que había venido a buscar.
Tomada la decisión, rebusqué en mi pequeño armario algo apropiado para el
frío, pero también lo bastante mono para que Seth no se sintiera avergonzado de que
lo vieran conmigo.
Diez minutos después, decidí que, pasara lo que pasara esta noche, todo habría
valido la pena para que Seth me mirara como lo hizo cuando salí de mi habitación
vestida y lista para nuestra salida nocturna.
Sus ojos se ampliaron al verme y dejó de reírse a carcajadas de lo que Daisy
acababa de decir y que había relajado a Derrick lo suficiente como para reírse en
presencia de Seth.
El rubor me calentó las mejillas mientras él me observaba con calor en su
mirada oscura. No me había vestido especialmente elegante ni vulgar, pero parecía
que mis mínimos esfuerzos habían surtido efecto. Llevaba una camiseta vintage de un
grupo de música metida por dentro de una falda vaquera desteñida que había robado
de la caja de ropa que mi madre había usado en los noventa. La falda era corta, así
que mis largas piernas estaban a la vista y sólo llevaba unas medias negras
transparentes para protegerme del viento. Llevaba puestas mis botas negras de
vaquera, confiando en que podría aplastar las pelotas de un alfa manoseador si la
situación lo requiriese.
Me había maquillado un poco -rara vez lo llevaba, así que para Seth sería un
cambio- y me las había arreglado para ponerme champú en seco y esponjarme el
cabello de una forma que no fuera del todo horrible.
—Maldita sea, Dylan —dijo Daisy—. Seth estará demasiado ocupado apartando
a otros hombres de ti para interrogarte. Bien pensado.
Seth se levantó y recorrió los pocos metros de alfombra que necesitaba para
llegar hasta mí, un asesino silencioso incluso con sus pesadas botas. Me agarró la
mano y se la llevó a los labios, y mantuvo sus ojos en los míos mientras me daba un
beso en el interior de la muñeca, aspirando en silencio mi aroma.
—Dylan, estás increíble. 120
—Gracias —susurré—. Te ves escandalosamente bien, pero ya lo sabías.
—Lo hago ahora que te tengo del brazo.
Era embriagador recibir ese tipo de atención de un alfa tan guapo como Seth.
No era raro que un beta llamara la atención de un alfa, pero normalmente lo hacía
como alguien con quien le gustaría pasar una o dos noches. Podía ser genuino, pero
siempre era fugaz y, por mi parte, nunca lo había considerado en absoluto debido a
quién era y qué ocultaba.
Seth me hizo sentir como si fuera la mujer de sus sueños con sólo una mirada.
Como si yo no fuera alguien con quien pasar el tiempo hasta que su manada uniera a
su omega perfecto. Como si yo fuera Dylan, él fuera Seth, y juntos pudiéramos tener
el mundo.
Era una sensación peligrosa, un poder que sin duda podía utilizar en su
beneficio, y ni siquiera sabía la mitad de lo que realmente podía hacerme.
Necesitaba ponerme las pilas, y rápido.
Seth me agarró del brazo y levantó el móvil para hacernos una foto juntos.
—Los chicos van a estar tan celosos. Estaba enojado por ser el último en verte,
pero la puta espera ha merecido la pena.
Le di un codazo.
—Cuidado, Seth. Haces que suene como si la legendaria manada Bryce
estuviera cortejando a una beta con un título online que trabaja en una ferretería.
Eso lo dejó sin aliento. Su sonrisa sexy se desvaneció y suspiró.
—No sabes cuánto desearía que eso fuera verdad, Dylan.
Sus palabras me dolieron de un modo agridulce. No tenía ningún interés en ser
la puta omega mantenida de nadie, ni siquiera de mis compañeros de olor, pero había
estado viviendo en mi preciosa fantasía de que Seth me quería por lo que era como
persona.
No para la preciada biología omega que él y su manada buscarían para otra
cosa que no fuera una aventura.
Parecía que Seth había necesitado el recordatorio de lo que se suponía que
estaba buscando, y no era Dylan, la beta de la ferretería.
Y había necesitado el recordatorio de que nunca me elegirían, no como la yo
que quería ser.
Seth, ajeno al oscuro giro que acababan de tomar mis pensamientos, se sacudió
nuestro momentáneo bajón. 121
—Vamos a divertirnos esta noche, ¿de acuerdo, amor? Pongámonos en marcha.
—Entrelazó sus dedos con los míos y empezó a tirar de mí hacia la puerta.
—Si tú lo dices —respondí con ligereza, siguiéndolo como la obediente omega
que nunca sería.
Me encontré con la mirada preocupada de Derrick mientras avanzábamos. Me
encontraba en una situación peligrosa, en varios frentes, y los dos lo sabíamos, pero
Derrick también confiaba en mí.
A pesar de todas las posturas y gruñidos, había evaluado a los Bryce como tan
seguros para mí como era posible para una manada alfa.
—¿Estás segura? —me dijo.
Me encogí de hombros con impotencia.
—Estaré bien —respondí.
Seth le lanzó a Derrick una sonrisa burlona.
—La llevaré a casa antes del toque de queda, papá.
Derrick gruñó.
—Hilarante.
Nos detuvimos junto a la puerta y me puse la camisa de franela de gran tamaño
que llevaba como chaqueta. Saludé a mi hermano y a Daisy con la mano y seguí a
Seth.

El bar BLUE JAVELINA era sólo uno de los muchos locales nocturnos de copas
repartidos por Merchant Village, pero era el que más atraía a los jóvenes con su
apuesta por la música folk en directo, los cócteles de moda y los “pequeños platos”
que pretendían tener más clase que la típica comida de bar.
Las miradas se clavaron en nosotros en cuanto Seth y yo cruzamos la puerta,
aún tomados de la mano. Eché un vistazo rápido a la sala y me di cuenta de que había
muchas caras conocidas, gente con la que había ido al instituto o con la que me había
cruzado en el barrio. Saludé con la cabeza a Kade y Baron, que estaban jugando al
billar en la gran alcoba situada justo a la derecha de la entrada, mientras una pandilla
de chicas beta vestidas con diminutos vestidos revoloteaba cerca.
Las cejas rubias de Kade chocaron contra su cabello cuando se dio cuenta de
que estaba del brazo de un alfa enorme y guapísimo, y me sonrió como si supiera que
acabaría cediendo.
122
Sólo otra chica beta queriendo tomar esa legendaria polla alfa para un paseo.
Recibió mi dedo corazón a cambio. Seth se rio al oído y saludó a Kade con la
mano, recordándome que la manada Bryce ya se habían congraciado con los amigos
de Derrick trayendo sus dólares al gimnasio.
Nos dirigimos a la barra. El azulejo español con motivos turquesa que decoraba
su fachada brillaba en un azul eléctrico bajo la iluminación de neón instalada debajo
de la barra. La voz ronca del músico de la noche era lo suficientemente alta como para
obligarnos a inclinarnos hacia la cara del otro si queríamos que se oyeran nuestras
palabras.
En una habitación llena de un batiburrillo de olores y feromonas, Seth fue lo
único que registré. Cedro y rollos de canela y sexo y masculino.
Mientras el camarero nos ponía delante las bebidas que yo había pedido, Seth
me rodeó la cadera con una gran mano y se puso manos a la obra.
—Cariño, sólo te lo voy a pedir una vez. No voy a rogarte, pero nada me
gustaría más que tachar esta mierda de la lista, dejar atrás nuestra investigación y
pasar una noche jodidamente agradable contigo. He estado casi... desesperado por
volver a verte. Es algo alarmante, en realidad, y Cam ha sido un pequeño bastardo
engreído al respecto.
Di un sorbo a mi bebida y lo miré por encima del borde, fingiendo que los
halagos habían rebotado en mí en lugar de envolver mi cuerpo como un baño
caliente.
—Bien, entonces, Bryce. Haz lo que puedas.
15
SETH

En un mundo perfecto, Dylan St. James habría sido la mujer de mis sueños. Sexy
como la mierda, con esos grandes ojos avellana brillando con picardía mientras se
mantenía obstinadamente inmune a mis artimañas. Era la primera vez que la veía con
el cabello rojo oscuro suelto, y parecía tan suave y sedoso. Deseaba recorrerlo con
123
mis dedos más que nunca.
A Dylan no le importaba una mierda quién era, no sólo un alfa, sino un alfa de
Bryce. No le molestaba en lo más mínimo. No la tenía buscando mi atención. Nunca
en mi vida había necesitado colarme en casa de una chica y prácticamente obligarla
a salir conmigo.
Y no sólo a mi beta vinculado le gustaba tanto como a mí, sino que parecía que
a mi imperturbable hermano mayor también.
Condicionado toda mi vida a codiciar a la dulce y suave hembra omega que no
necesitaba nada más que mi protección y cuidado, casi me había dado un golpe en el
culo cuando se me había puesto dura al ver a Dylan saltar de la oscuridad hacia un
alfa, arrancarle un rifle de las manos y luego romperle la culata de una pistola en la
cara.
Y probablemente fuera mi imaginación, pero su sutil aroma a beta era aún más
delicioso que la última vez que había tenido la suerte de acercarme lo suficiente para
olerlo. Un postre de café cremoso, como si alguien me estuviera poniendo tiramisú
delante de las narices sin dejarme probarlo.
Pero maldita sea, era una bóveda. Nos había mostrado exactamente lo que
quería mostrarnos y nada más, y dudaba que algo de lo que hiciéramos cambiara eso.
Aun así, quería conocer todos sus secretos.
Quería saber si Sally Brown estaba realmente a salvo y cómo mierda Dylan y
su familia se involucraron con los Brown en primer lugar.
Quería saber que Dylan estaba a salvo después de lo que Cam nos contó que
había pasado con la mierdecilla del alfa Riley.
Y joder, qué ganas tenía de besar esos bonitos labios rosas y hundir mi polla
dentro de ella todo lo que pudiera, preferiblemente mientras Cam la miraba, le
acariciaba el cabello y le decía que era una chica muy buena.
Me sacudí ese tentador pensamiento. Primero los negocios.
—De acuerdo entonces, amor —dije en respuesta a su desafío—. ¿Me crees, y
a Austin y a Cam, cuando decimos que no queremos que Sally Brown sufra más daños?
—¿Me crees cuando te digo que si tuviera información que pensara que tú,
Austin y Cam necesitaran saber, se las diría? —rebatió.
—Necesitamos cerrar este caso, Dylan.
Me estudió, inclinándose hacia donde yo había estado acariciando
distraídamente mi pulgar a lo largo de la suave tela de mezclilla de su cadera,
probablemente sin darse cuenta de que lo estaba haciendo.
124
—Ahora bien, no soy una investigadora experta como tú —empezó en voz
baja—, pero si fuera yo, apuesto a que si hubiera reunido suficientes pruebas de que
mis clientes estaban... maltratando a mi omega desaparecida y de que muy bien
podría haberse marchado voluntariamente, podría presentar un argumento
convincente a mi jefe de que esa era la única información que necesitaba para
abandonar el caso. Tú trabajas para la manada, no para la omega perdida, y quizá
Bryce Solutions descubra que va en contra de sus normas éticas aceptar trabajo de
sórdidos maltratadores.
Me encantó que se sacara de la manga nuestro plan alternativo, que no iba a
impresionar ni un ápice a nuestros padres. Le habría preguntado cómo era posible
que supiera que habíamos encontrado pruebas de ese tipo en casa de los Brown, pero
sabía que Austin ya había intentado ganarse su confianza contándole ese pequeño
detalle.
Me acerqué aún más y rocé su oreja con mis labios.
—Me parece que tú, Dylan, podrías tener la mente de una experta
investigadora después de todo. Una habilidad única para una chica que
supuestamente trabaja en una ferretería.
—Soy polifacética —respondió con voz ronca.
Antes de que mi sucia mente pudiera inventar la insinuación que seguiría a esa
afirmación, una chica irrumpió en nuestro dichoso grupito.
—¡Dylan, Dios mío!
Dylan exhaló un suspiro molesto.
—Hola, Kylie.
Kylie golpeó a Dylan juguetonamente en el brazo.
—¿Qué haces aquí? ¡Nunca sales! Y nos has traído esto... —Arrastró su mirada
de ojos pesados arriba y abajo por mi cuerpo—. Precioso espécimen alfa. ¡Tú! De
todas las personas.
—No te he traído nada —respondió Dylan, repentinamente malhumorada.
Saqué la mano.
—Seth Bryce. Encantado de conocerte, Kylie.
Me agarró la mano con impaciencia y me miró con ojos de “fóllame”. Era
innegable que era guapa: cabello largo y dorado rizado a la perfección, ojos grandes
y verdes, nariz bonita. No era tan alta como Dylan, tenía el tipo de curvas voluptuosas
que mi cerebro alfa estaba programado para desear en una mujer, y olía 125
agradablemente dulce -probablemente llevaba uno de los perfumes formulados para
betas que realzaban su aroma natural y tenue-. Si era una de las chicas que se reunían
aquí con la esperanza de ser conquistadas por alfas solteros como Derrick y sus
amigos, sospeché que tenía mucho éxito.
Quería que se fuera.
—Seth —susurró, entrecortada y tímida—. Encantada de conocerte. ¿Eres uno
de los amigos de Derrick? No te he visto aquí antes.
—Soy uno de los amigos de Dylan, en realidad —respondí con una sonrisa
resbaladiza. No me encantaba que esta chica ignorara ahora la presencia de Dylan.
Kylie frunció las cejas, poniendo cara de confusión.
—¿Lo eres? Dylan no... sale con alfas. Y definitivamente cree que está por
encima de salir con ellos.
Dylan resopló.
—¿Así es como llamas a tus actividades nocturnas, Kylie? ¿Salir?
Kylie levantó la nariz.
—No todos los alfas están atados a una manada y esperan a una omega. A mí
también me gusta divertirme y puedo acostarme con quien me plazca. No todos
tenemos un enorme palo en el culo y un estúpido prejuicio contra los alfas como tú,
Dylan.
No era la primera vez que oía hablar de la supuesta aversión de Dylan hacia los
alfas. No todas las betas querían follar a un alfa por diversión o en algún tipo de
situación de cita con fecha de caducidad, pero muchas sí, y casi todos los alfas se
aprovechaban de ello a menos que conocieran y unieran a su omega a una edad
temprana.
Había follado a bastantes mujeres beta -sobre todo con Cam después de que
él y yo nos convirtiéramos en pareja porque los dos éramos demasiado bisexuales
para nuestro propio bien- y siempre había hecho todo lo posible para asegurarme de
que ninguna de ellas se sintiera irrespetada o utilizada.
Así eran las cosas, y todas las partes lo comprendieron.
No podía negar la punzada de decepción que sentí al saber que Dylan no se
interesaría por mí de esa manera, pero tampoco podía imaginarme una situación de
una sola vez con ella aunque lo intentara.
Las cuestiones que rodeaban eso eran... un problema de Seth del futuro.
—No sé de dónde has sacado la idea de que tengo prejuicios, Kylie, ya que vivo 126
con dos alfas —señaló Dylan, que parecía aburrida mientras daba un sorbo a su
bebida. Había salido de mi agarre en cuanto nos interrumpieron, casi como si
esperara que yo entretuviera la atención de Kylie.
Kylie agitó una mano desdeñosa.
—Ya sabes lo que quería decir. —Se volvió hacia mí y se metió el labio inferior
en la boca mientras me miraba una vez más—. Ella no folla con alfas, Seth. Te está
haciendo perder el tiempo. No lo haré.
Volví a rodear la cadera de Dylan con la mano y tiré de ella hacia mí. Soltó un
pequeño graznido, pero se movió de buena gana. Miré fijamente a Kylie mientras
volvía a frotar con el pulgar en círculos relajantes la piel cubierta de mezclilla de
Dylan.
—No estoy aquí con Dylan porque intente follarla, aunque debería tener esa
suerte. Estoy aquí porque disfruto pasando tiempo con ella. Mi hermano mayor,
Austin, siente lo mismo por ella, y también mi beta vinculado, Cameron. Todos somos
grandes fans de Dylan. Es una chica muy interesante. Tan... enigmática, ¿no estás de
acuerdo?
Dylan dejó escapar un zumbido complacido, imperceptible bajo la música y el
volumen de la multitud, pero sentí la pequeña vibración de su cuerpo bajo mi mano.
Será mejor que creas que lo dije todo en serio, cariño.
Kylie me miró boquiabierta.
—¿Qué... qué hace un alfa...?
—Dos alfas y un beta muy sexy —corregí.
—-¿Quieres con ella? ¡Toda su familia es anti-manada!
También lo había oído y sentía curiosidad por saber el motivo. No todos los
alfas seguían el impulso biológico de hacer las maletas y unirse a un omega, pero
distaba mucho de ser la norma.
Me encogí de hombros.
—Estamos queriendo a los St. James. Derrick y yo incluso tuvimos una
conversación civilizada esta noche.
—Kylie —dijo Dylan, chasqueando los dedos delante de la cara de Kylie para
desviar su atención de mí—. Lárgate. Has sido una zorra conmigo desde el primer
año, cuando me negué a emparejarte con mi hermano. No tengo nada que decirte, y
parece que Seth tampoco. Ve a menearle las tetas a Baron, apuesto a que tu número 127
saldrá pronto en su rotación de todos modos.
—Eres una zorra —espetó Kylie. Se dio la vuelta y se alejó, sorprendentemente
ágil sobre sus altísimos tacones.
La miramos alejarse en silencio, con mi brazo todavía alrededor de la cintura
de Dylan.
—Lo siento —dijo después de un minuto—. Las chicas tienen sed.
Me volví hacia ella.
—No me gusta cómo te habló. Tampoco me gusta lo que Cameron me dijo
sobre ese chico Riley y cómo te habló.
Ella se encogió de hombros.
—Estoy acostumbrada, Seth. Kylie actuó así porque eres el hombre más sexy
de cualquier designación en esta sala, y estaba celosa. Provoqué a los Riley, y lo
sabes. Puedo cuidar de mí misma, como lo he hecho durante años, y mi familia me
cubre las espaldas.
Perdí la batalla por contenerme. Peiné con los dedos su delicioso cabello,
apartándole un lado de la cara, y luego me agaché para darle un beso firme en la
frente.
—Yo también quiero cubrirte las espaldas, cariño. Sé que acabamos de
conocernos, pero siento esta conexión contigo. Quiero entrenar contigo en tu
gimnasio. Quiero jugar a videojuegos y ver mala televisión en tu acogedor
apartamento. Quiero llevarte al campo de tiro y retarte a una competición de puntería.
Ella sonrió.
—Te patearía el culo.
—Te creo —respondí con seriedad—. Sé que tienes reservas sobre los alfas,
amor, y no te presionaré, ninguno de nosotros lo hará, pero ahora mismo, nada me
gustaría más en este mundo que bailaras conmigo.
Me miró fijamente, sus bonitos labios entreabiertos y sus fosas nasales
aleteando ante lo que yo estaba seguro que era el pulso de mis feromonas, mi cuerpo
sentado en su objetivo y listo para conquistar. Por desgracia, como beta, Dylan podría
oler algo tentador, pero no sentiría una respuesta biológica abrumadora.
Al menos... no por esa razón.
—De acuerdo —dijo finalmente—. Sólo... un par de canciones.
La emoción se apoderó de mí. 128
—Lo que tú quieras. Tú mandas.
Pasé mis dedos por los suyos y la aparté de la barra, apartando a los hombres
del camino mientras iba hasta la pista de baile. Además, era el momento perfecto,
porque el cantante folclórico que actuaba esta noche estaba entre actuación y
actuación, y el bar emitía música alegre a través de los altavoces durante los
descansos.
Cuando me convencí de que había encontrado un lugar con espacio suficiente
-nadie iba a tocar a Dylan excepto yo-, la atraje hacia mí, con la espalda pegada a mi
frente, y rodeé sus caderas con las manos, a una respetuosa distancia por encima de
donde realmente las quería.
Se relajó bajo mis caricias y empezó a moverse, balanceando las caderas al
ritmo sensual. Me mecí con ella, maravillado de cómo su cuerpo encajaba
perfectamente en el mío. Dylan era una chica alta, pero yo medía quince centímetros
más, y me encantaba no tener que encorvarme para tocar todas las partes de ella que
quería tocar sin dejar de sentirme fuerte y protector a su alrededor.
Dylan no necesita ni quiere un protector, dijo una voz racional en mi cabeza.
Cállate y déjame vivir en esta fantasía, le dije.
A medida que avanzaba la canción, me incliné para hundir la nariz en el pliegue
de su cuello, aspirando aquel aroma decadente como un adicto. Se estremeció
cuando la abracé y me rodeó el cuello con un brazo para estrecharme más.
—Joder, cariño —gruñí contra su piel—. Eres tan sexy, y hueles jodidamente
increíble.
Se puso tensa y me dio un vuelco el corazón. Joder, joder, joder, ya la había
asustado.
Pero entonces giró hacia mí y me rodeó el cuello con los brazos. Me sostuvo la
mirada, la suave luz amarilla de la pista de baile captó los destellos dorados de sus
ojos color avellana, y empezamos a movernos de nuevo.
Bailamos otra canción, nuestras miradas rara vez se apartaban del rostro del
otro, excepto cuando tuve que gruñir y ladrar a otro alfa que pedía intervenir. Sentía
un calor latente bajo la piel, y mi cuerpo me pedía más con aquella hermosa mujer.
Ciérralo, Bryce.
La segunda vez que aparté la mirada del rostro de Dylan fue cuando un
pequeño estremecimiento recorrió mi vínculo con Cam, seguido de una fuerte ráfaga
de pura lujuria. 129
—Perdona, ¿este sitio está ocupado? —ronroneó Cam mientras se deslizaba
detrás de Dylan. Estaba tan sexy como siempre, con sus vaqueros ajustados y su
camiseta ajustada con cuello de pico que dejaba entrever mi marca de lazo, su sedoso
cabello dorado peinado a la perfección y ondeando alrededor de su llamativo rostro.
Dylan soltó un pequeño grito ahogado ante su llegada.
—¡Cam!
Le dirigí una mirada severa por encima del hombro que estaba seguro
apestaba a diversión.
—¿No podías dejarme tener mi tiempo con nuestra chica, cariño?
Su brillante sonrisa no contenía ninguna disculpa.
—No me tomes el pelo con una selfie sexy de los dos si no quieres que piense
que estabas intentando atraerme aquí. Tuve que sobornar a Austin con la promesa de
hacer todo nuestro papeleo para las dos próximas misiones para que me dejara irme
sin él.
Resoplé.
—Te arrepentirás.
Pegó su cuerpo a la espalda de Dylan y le acarició la mejilla con la boca.
—De alguna manera lo dudo.
—Esto es injusto —gimió Dylan cuando empezamos a bailar con ella apretada
entre nosotros—. Se supone que tenemos que mantener esto amistoso, Seth. Hicimos
todo un trato delante de la jodida Kylie sobre que nada de esto era sobre sexo, pero
vamos. ¿Quién en su sano juicio los miraría a los dos juntos y creería que cualquier
simple mortal tiene el poder de resistirse?
—Mmm, no muchos han intentado resistirse —dijo Cam contra su oído—. ¿Te
estás imaginando lo que Sethy y yo podríamos hacerle a una chica juntos, Blossom?
—Sí —se quejó—. ¿Ustedes... comparten mujeres?
Me reí entre dientes.
—Ha pasado tiempo, pero sí, amor. Lo hacemos.
Cerró los ojos y gimió como si le doliera.
—Basta.
La sonrisa de Cam era efervescente.
—No. Me gusta la idea de que fantasees con nosotros. Es lo mejor que hay.
Abrió un ojo para mirarme.
130
—¿Austin también se une?
Cam canturreaba contra su cabello, su satisfacción engreída bailando en
nuestro vínculo.
Le sonreí, la pregunta me excitaba casi tanto como la idea de follarla con Cam.
—Austin no se ha unido a Cam y a mí todavía, pero si quieres saberlo, antes de
que Cam y yo estuviéramos juntos, Austin y yo podríamos haber... compartido un par
de veces.
Otro gemido.
—Bueno, ya basta de hablar, ustedes dos. Unas cuantas canciones más,
entonces voy a llamarlo una noche.
Me reí, encontrándome con la mirada ardiente de Cam por encima de su
hombro cuando empezamos a movernos de nuevo en serio. Estaba mareado, como si
el hecho de que una mujer fuera sexy para los dos fuera algo nuevo y asombroso.
No lo era, pero se trataba de Dylan. Era tan cerrada, y su postura sobre... las
relaciones con los alfas nos había quedado clara. La confirmación de que se sentía
sexualmente atraída por nosotros tres fue una victoria emocionante.
Se relajó entre Cam y yo, con movimientos sensuales y fluidos, y sentí las
miradas de casi todos los presentes. Los tres formábamos una bonita imagen, y sabía
que los hombres de la sala estaban tan celosos de Cam y de mí por tener a Dylan en
nuestros brazos como las mujeres lo estaban de que ella tuviera toda nuestra atención.
Pasaron varios minutos largos y calientes, y el hervor bajo mi piel se volvió
abrasador, intensificado por los sentimientos similares de anhelo y lujuria de Cam
que latían a través de nuestro vínculo. Volvió a mirarme fijamente y sonrió,
inclinándose al mismo tiempo que yo.
Nuestros labios chocaron sobre el hombro de Dylan, mi lengua se enredó con
la suya en un beso sucio. Dylan soltó un suspiro y su cuerpo vibró con un gemido
gutural. Aquello no hizo más que incitar a Cam a soltar su propio gemido contra mi
boca, y yo lo devoré con avidez mientras apretaba más a Dylan contra mí.
Cuando por fin nos separamos, yo respiraba con dificultad. Mi polla estaba
sólida como una roca en mis vaqueros, mi nudo empezaba a inflarse ante la presencia
de Cam, y sabía que Dylan podía sentirla contra su cadera. Estaba seguro de que Cam
estaba en el mismo estado, delirando de lujuria mientras empezaba a dejar caer
pequeños besos exploratorios a lo largo del cuello de Dylan.
Se arqueó hacia él, con las pupilas dilatadas y el pecho agitado mientras
respiraba entrecortadamente. El chocolate y el café me envolvieron.
Le acaricié la mejilla, le clavé la mirada y me aferré a ella con todas mis fuerzas. 131
—Dylan —gruñí—. Amor, podemos...
Fue como si alguien hubiera cortado una cuerda. La tensión sexual que la tenía
tan tensa como a Cam y a mí se desvaneció, y negó con la cabeza con violencia antes
de zafarse de nuestro agarre en una rápida maniobra.
—No, Seth. Cam, yo... no. Lo siento.
Cam y yo retrocedimos juntos, dándole el espacio que necesitaba, y se me
rompió el corazón al ver la expresión casi asustada de su cara.
—Dylan, lo siento si presionamos demasiado, sólo...
—No follo con alfas, Seth. Eso es una verdad sobre mí. —Miró a Cam, una
disculpa en su mirada endurecida—. Eso te incluye a ti también, Cameron. Estás
unido a uno, y sé que son un paquete.
—Blossom, nunca te presionaríamos...
—Ya lo sé. Pero esto no puede... esto no puede ser una cosa. Nosotros. Lo que
mierda sea, porque no lo sé.
Yo tampoco lo sabía, si te soy sincero, pero estaba tan jodidamente
desesperado por ella que no me había importado.
—Cariño, yo.... Cam y yo no te vemos como otra chica beta a la que follar y
olvidar. No quiero que pienses eso.
Dio un paso más alejándose de nosotros, y mi corazón se hundió.
—Pero en última instancia... ¿cómo podría ser otra cosa?
—Joder —maldije al techo. El problema era que tenía razón y lo odiaba.
El abatimiento de Cam se hundió en nuestro vínculo, pesado y frío.
—Dylan, por favor... danos algo de tiempo. No asumas nada. ¿Conoce a nuestra
manada?
Negó con la cabeza y parecía tan triste como me sentía yo.
—Lo hago. Lo he hecho. Ustedes son... algo maravilloso. Pero siguen siendo
una manada.
Luego se dio la vuelta y se escabulló entre la masa de cuerpos de la pista de
baile como la ladrona de la noche que yo sabía que era.
Quería ir tras ella, pero sólo empeoraría las cosas.
Con la necesidad de no moverme de donde estaba, rodeé a Cam con los brazos
y lo estreché en un fuerte abrazo.
—Lo siento, cariño. La he cagado. 132
—Los dos lo hicimos —dijo en mi cuello—. Pero no me voy a rendir. Todavía
no. Quiero ver hasta dónde... llega esto.
Me sentí de la misma manera, eligiendo ignorar mi cabeza y lanzar mi
sombrero firmemente con mi corazón, y mi polla.
—Yo también.
16
AUSTIN

—El lugar apesta a puta mierda alfa agria.


Seth tenía razón, y su malhumor no ayudaba a mejorar la situación. Estábamos
en el gran patio de un bar y asador llamado Manny's, donde Seth había averiguado, a 133
través de su acecho en el servidor local de Discord de la Milicia de los Derechos de
la Manada, que esta noche se iba a celebrar una concentración. Hacía frío, y una lluvia
anterior había humedecido todo lo suficiente como para hacerme sentir el frío hasta
los huesos.
El lugar rebosaba de jóvenes alfa, el aire que nos rodeaba era viscoso por la
cantidad de feromonas que desprendían los grupos que se pavoneaban unos por
otros y bebían en exceso. La mayoría de la gente iba vestida informal y era de clase
trabajadora, pero algunos grupos de chinos planchados y gabardinas me indicaron
que la mierda de la MDM había penetrado en todos los niveles socioeconómicos de
la ciudad.
—Sí que apesta —estuve de acuerdo—. Y tu actitud lo está agriando aún más
en nuestras inmediaciones.
Pateó la grava aplastada bajo nuestros pies.
—No estabas allí, hombre. Dylan se asustó muchísimo. Sólo espero que nos
vuelva a ver.
—Lo hará —nos dijo Cam al oído. Llevábamos unos auriculares microscópicos
que nos conectaban con él, que estaba escondido en una furgoneta sin matrícula de
Bryce Solutions a unas manzanas de distancia—. Mi Blossom nos tiene cariño. Todos
estamos un poco... inseguros de qué hacer con estos sentimientos que tenemos.
Subestimado, pero necesitábamos archivarlo bajo “mierda para abordar más
tarde” porque estábamos aquí para averiguar de qué demonios iba la Milicia de los
Derechos de la Manada. Si los Brown estaban metidos en algo que promovía el abuso
de las omega, íbamos a llevárselo a nuestros padres, junto con lo que habíamos
encontrado en su casa, e insistir en que les devolviéramos sus honorarios. Estaba
claro que intentar sonsacar información a Dylan no iba a dar frutos, y yo quería este
caso fuera de mi mesa.
Así que, en lugar de rememorar cómo me había excitado tanto cuando luchaba
con Dylan en la colchoneta del gimnasio que me había parecido sentir que mi nudo
daba un pequeño pálpito -cosa que no le ocurría a un alfa sin una omega o un
compañero vinculado-, me quedaba aquí, vestido con una sudadera vieja y una gorra
de béisbol, fingiendo que daba un sorbo a mi cerveza mientras esperábamos a que
empezara la reunión.
—¿Son nuevos?
Un hombre fornido se detuvo delante de Seth y de mí para mirarnos de arriba
abajo. No tendría más de veinte años, llevaba una camiseta de fútbol americano sobre
una sudadera y un corte de cabello alto y ajustado. Le sostuve la mirada con una
mirada plana y aburrida, y le dirigí un fuerte pulso de dominación para dejar claro mi
134
punto de vista. Dio un respingo y retrocedió dos pasos.
—Sí, hombre —contestó Seth con aire perezoso—. Hablé con un tipo en un bar
hace unas semanas y me dijo que yo parecía... afín, así que me sugirió que viniera a
la reunión de esta noche. —Me señaló con el pulgar—. Traje a mi hermano.
Crew Cut gruñó.
—Entendido. Bueno, llegas justo cuando las cosas están a punto de empezar a
pasar de verdad, joder, y es la maldita hora. Las zorras omega se han vuelto tan
jodidamente arrogantes, como si no fuera su único trabajo callarse la puta boca, tomar
un nudo y decir: “Por favor señor, me das otro”.
—Encantador —dijo Cam en nuestros oídos.
—Ajá —respondió Seth, forzando una sonrisa al tipo—. Estoy bastante
emocionado de oír hablar de estas... cosas que están pasando.
Crew Cut sonrió satisfecho.
—No somos hombres que han olvidado cómo ser alfas. Somos la cima de la
cadena alimenticia, hombre, lo que significa que tomamos lo que es nuestro.
Volvió al bar y se detuvo para chocar los cinco con otros idiotas que debían de
ser de su manada.
—No me gustó nada cómo sonaba —reflexioné mientras Seth y yo
empezábamos a acercarnos al pequeño escenario donde normalmente había música
en directo.
—Sí, esa es la sensación que me dio el servidor —respondió—. Pero nadie dijo
nada sobre las medidas que estaba tomando la MDM. Sólo un montón de airear las
quejas en torno al hecho de que las omegas no son sólo caen del cielo y en sus pollas.
Recorro con la mirada el escenario y la multitud, buscando a quienquiera que
vaya a revelarse como el líder de este pequeño corro. En lugar de eso, mi mirada se
clavó en un par de ojos color avellana que me resultaban familiares y que se
escondían bajo la visera baja de una gorra de béisbol y la capucha de una sudadera.
—Derrick está aquí —le murmuré a Seth.
—Lo veo. Es imposible que esté aquí, de verdad... ¿no?
Derrick me hizo un gesto con la cabeza y luego dio unos pasos hacia atrás,
revelando quién había estado de pie justo a su derecha, cerca del escenario.
Juré.
—Esos son los malditos Don y Dennis de la manada Marrón.
—Cam, te envío fotos —anunció Seth en voz baja mientras sacaba 135
disimuladamente su teléfono del bolsillo.
Volví a mirar a Derrick. Me guiñó un ojo, lanzándome una sonrisa arrogante
que decía: “De nada, idiota”.
—Quería que viéramos a los Brown —dije—. Probablemente está aquí
haciendo lo mismo que nosotros. Buscando información.
—Tienen que ser esos imbéciles de Riley —contestó Cam—. Ya te dije lo que
Dylan le dijo a ese mierdecilla cuando abrió la boca. Creo que están buscando a una
chica desaparecida, y la manada Riley es su pista.
Finalmente, la única luz que apuntaba al escenario parpadeó, y el volumen de
la multitud aumentó con excitada expectación, los aplausos, silbidos y vítores
agitaron el pozo negro que ahora se agolpaba hacia delante. Un hombre subió al
escenario, y mi pensamiento inmediato fue que no me parecía el tipo de general de
una “milicia” de hombres alfa furiosos y que odian a las mujeres.
Era un alfa, sin duda, pero tenía el aspecto de un chico de campo sin
pretensiones que llamaba a su abuela “Mee-Maw” y asistía a la iglesia los domingos.
—¡Amigos! Gracias por estar aquí esta noche. —La iluminación del escenario
reflejaba los broches de perlas de su camisa mientras inclinaba su desgastado
sombrero de vaquero hacia la multitud—. ¡Es maravilloso ver a tantos de nuestros
semejantes reunidos para defender los derechos que Dios ha dado a los verdaderos
hombres alfa!
El público rugía.
—Todos me conocen como T.R., y soy el fundador de la Milicia de los Derechos
de la Manada —prosiguió—. Como todos ustedes saben, nuestra sociedad se ha
estado moviendo en la dirección equivocada desde hace décadas. Las betas nos están
quitando puestos de trabajo a medida que disminuye nuestro número. Las hembras
alfa han sido elegidas para algunos de los cargos más altos de la nación en lugar de
ser tratadas como las abominaciones que son. Cada vez más pretendientes a macho
alfa se declaran por encima de la vida en manada y se juntan con betas. Y el gobierno
—escupió la palabra como si le diera asco—, se atreve a interponerse entre una
manada y su derecho a unirse a la omega que elija. Se atreve a mirar a la cara a un
macho alfa y ordenarle que se ponga a la cola. Pues bien, amigos, a esto le decimos:
¡no más!.
El aplauso fue ensordecedor.
Seth exhaló un suspiro.
—Estos idiotas.
—Sí —respondí en voz baja—. El sistema del DOUM seguro que no es perfecto,
pero la guerra campal que parecen querer sería peor. 136
T.R. intentó acallar a la multitud, sonriendo ampliamente.
—¡Sí, sí! Todos somos conscientes de cómo las mujeres han olvidado su lugar,
que es cuidar del hogar, criar a los hijos y servir a sus compañeros y maridos. No es
de extrañar que este país sufra una crisis de fertilidad desde hace años. Y esta
podredumbre ha infectado a nuestras hembras omega, que se esconden detrás del
gobierno y quieren que manada tras manada bailen para ellas como monos
amaestrados antes de que se dignen a elegirnos. E incluso entonces, siguen siendo
desobedientes y voluntariosas después de la unión.
—Es un milagro que las omegas no acudan en masa a este hombre —murmuró
Cam en nuestros oídos, con una voz cargada de sarcasmo—. Parece un buen partido.
—Estás recibiendo todo esto, ¿verdad? —le pregunté.
—Está llegando alto y claro. Lo estoy subiendo al servidor de BS mientras
hablamos.
Eché un vistazo a Dennis y Don Brown, y lo que vi me hizo rechinar la
mandíbula. Se estaban empapando de esta tontería con sonrisas arrogantes, sus ojos
excitados brillando, y me sentí sucio incluso por la floja asociación que teníamos con
su manada al tomar su dinero. Abandonaríamos el caso en cuanto consiguiera hablar
con mi padre por teléfono, y me importaba un carajo si estaba de acuerdo conmigo.
—Después de que Dios creara a Adán, el primer alfa —continuó T.R., pasando
sin problemas al modo sermón—, creó a Eva, la primera omega, a partir de su costilla,
como un regalo para él. Las hembras omega fueron creadas de nosotros, para
nosotros. El hecho de que todos estemos esperando en la cola durante años para que
se nos conceda una omega es un crimen contra la voluntad de Dios y un insulto a los
machos alfa. Basta ya.
—¡No más! —gritaba la multitud.
—¡Eso es! —T.R. levantó el puño—. Estamos trabajando en una especie de
programa piloto y pronto nos pondremos en contacto con algunos de nuestros
miembros para que participen. —Hizo una pausa y miró a la multitud—. Este es un
movimiento importante, amigos míos. Y tenemos aliados ahí fuera que intentan hacer
cambios reales en el gobierno. Me gustaría presentarles a uno de ellos. Demos la
bienvenida al candidato a la alcaldía, Domingo Clara.
—¿Qué carajo? —dijo Seth.
—Tienes que estar bromeando —dijo Cam al mismo tiempo.
Era un nombre familiar, ya que los carteles de su campaña estaban repartidos
por toda la ciudad. Domingo Clara era un candidato de “valores tradicionales” sí, 137
pero no dejaba de ser un hombre de negocios con una empresa que dirigir. Decir
que me sorprendió que no sólo se dejara ver en un mitin de un grupo reaccionario
marginal, sino que además hablara aquí, es quedarse muy corto.
Cuando sonaron los aplausos, el señor Clara salió de detrás del escenario.
Destacaba entre la multitud con su costoso traje azul marino y sus lustrosos zapatos,
el cabello negro engominado y una sonrisa cegadora bajo la luz del escenario. Le dio
un jovial apretón de manos a T.R. antes de tomar el micrófono.
—¡Gracias, T.R., y gracias MDM por invitarme esta noche!
Más aplausos y algún que otro silbido. A mi alrededor también sonaban
murmullos escépticos.
—No les robaré mucho tiempo, ¡pero quiero asegurarles que sus
preocupaciones no caen en saco roto! Como alfa y líder de mi manada, me entristece
ver que a tantos jóvenes machos se les niega el derecho a unirse a una omega de su
elección. El gobierno no debe meterse en los asuntos personales de un alfa. Es
antinatural, y ciertamente no fue como nuestros padres y abuelos completaron sus
manadas. Cuando encontraban una hembra compatible, la unían, ¡y eso era todo!
Aplausos estridentes. Alguien gritó:
—¡Maldita sea!
—Estoy aquí para pedirles su voto en las elecciones primarias del mes que
viene. Con un poco de suerte, estaré en la papeleta en noviembre, y les prometo aquí
y ahora que, como alcalde de Ciudad del Sol, utilizaré mi papel de enlace con el
gobernador para garantizar que las personas designadas para nuestras oficinas
locales del DOUM sean... menos prácticas. Y me propongo que se deroguen las leyes
locales que prohíben las fianzas sin la aprobación de la agencia. Todo cambio
empieza por algo pequeño, pero este grupo es la chispa que necesitamos para
garantizar que los machos alfa vuelvan al lugar que les corresponde en la sociedad.
La graciosa voz de Cam volvió a crepitar en nuestros oídos.
—Sigo confundido sobre qué más necesitan para sentirse aún más en la cima
de la cadena alimenticia de lo que ya están.
—No nos metas en el mismo saco que esos idiotas quejicas, cariño —replicó
Seth.
—En serio —estuve de acuerdo—. Larguémonos de aquí. Ya he oído bastante.
Domingo Clara saludó por última vez al público antes de bajar del escenario y
empezó a estrechar la mano de las docenas de hombres que hacían cola para hablar
con él. Volví a girar subrepticiamente la cámara de mi teléfono para enviar una
imagen en directo a Cam.
Tomé una última foto de T.R., en profunda conversación con un gran alfa con 138
una poblada barba pelirroja, y luego me moví entre la multitud, buscando de nuevo
a los Brown.
—¡Alto! —ladró Cam de repente, y me quedé paralizado, con el móvil
apuntando a un grupo de adolescentes que se reían entre ellos cerca de la parte
delantera del escenario—. Ese bebé rubio alfa con el cabello desgreñado y la
chaqueta Letterman es Jesse Riley.
—¿El que se fue de la lengua con Dylan? —pregunté, entrecerrando los ojos en
su dirección.
—Sí —respondió Cam—. Embólsalo por mí, ¿quieres?
Le lancé una mirada interrogante a Seth. Se encogió de hombros y miró hacia
el escenario para considerar a Jesse Riley. Una sonrisa maníaca se dibujó lentamente
en su rostro.
—Me apunto. De todas formas, toda esta investigación está jodida. Más vale
sacudir ese árbol y ver si podemos descubrir algo para Dylan.
Giré el cuello, consiguiendo un chasquido satisfactorio antes de exhalar un
suspiro resignado.
—Bien. Hagámoslo rápido.
17
CAM

Fue como mi cumpleaños cuando las puertas traseras de la furgoneta se


abrieron y el pequeño Jesse Riley fue arrojado dentro como un saco de patatas
gruñendo.
139
—¿Qué mierda es esto? —gritó, poniéndose boca arriba para ver la furgoneta
en penumbra—. ¿Qué mierda...? —siseó mientras su frenética mirada se posaba
finalmente en mí.
Me tumbé encima del contenedor que colindaba con la pared entre la parte
trasera de la furgoneta y la cabina, sin prestarle atención.
—Gracias por traerme un regalo tan bonito —les dije a Austin y Seth mientras
subían y cerraban las puertas—. Espero que no haya sido mucha molestia.
—No, el mierdecilla bebió demasiados sorbos de la petaca que coló en la
reunión —respondió Seth, sonriendo mientras pasaba por encima de Jesse y se dirigía
hacia mí. Se inclinó para robarme un beso y yo tarareé agradecido contra sus labios.
—Jodidamente asqueroso —escupió Jesse.
Austin gruñó mientras se colocaba sobre Jesse. Jesse se estremeció cuando la
fuerza de la agresión de Austin lo golpeó con fuerza, apartándose hasta chocar contra
la pared de la furgoneta.
—Abstente de insultar a los miembros de mi manada —dijo Austin—, o esta
pequeña charla se volverá muy desagradable para ti.
—Ya es jodidamente desagradable —espetó—. Déjame salir de aquí, o tendrás
noticias de mi manada.
Me reí entre dientes.
—Tienes diecisiete años, hombrecito. Aún no tienes manada.
—La manada de mi hermano va a ser mi manada, la misma puta diferencia. ¿Y
a quién mierda estás llamando pequeño, zorro beta maricón?
Austin pisó fuerte con su pesado pie calzado justo encima del tobillo de Jesse.
—Último aviso —ladró mientras Jesse aullaba de dolor.
Me deslicé desde mi lugar hasta donde Jesse estaba sentado, encorvado contra
el lateral de la furgoneta, con la mandíbula apretada y la cara enrojecida por la ira
mientras se acunaba el tobillo. Alargué la mano para agarrarle la barbilla y atraje su
mirada hacia la mía, aquellos ojos azules como los de un bebé americano ahora
entrecerrados en pequeñas rendijas indignadas.
—¿Te acuerdas de mí, supongo? —le pregunté, con un suave ronroneo en la
voz.
—Sí. Estabas con esa zorra de Dylan St. James.
Mi palma crujió contra su mejilla.
—No hablamos así de Dylan. De hecho, por eso estamos teniendo esta pequeña 140
charla, tú y yo. A mí tampoco me gustó cómo le hablaste entonces.
Jesse debió de decidir que los dos alfas de la furgoneta se habían alejado lo
suficiente como para no tener que quedarse quieto, y me golpeó en la cabeza. Agarré
su puño cerrado con la mano, lo giré y le di un fuerte tirón en el dedo índice mientras
le apartaba la mano de mí.
El chasquido de su dedo roto reverberó en la furgoneta.
—¡Qué mierda! —gritó.
—¿Estamos escuchando ahora, Jesse? —pregunté dulcemente—. ¿O
necesitamos unas cuantas demostraciones más de que soy tan peligroso como mis
alfas?
—Joder —gimió—. ¿Qué mierda quieres?
—Quiero saber por qué acosabas a una buena chica en su lugar de trabajo.
Se burló.
—Buena chica, mi puto culo. Entró en mi casa.
—¿Dónde están tus pruebas? —preguntó Austin, todavía asomándose detrás de
mí.
Mordí una sonrisa. Los tres sabíamos que Jesse no se equivocaba, y nuestra
prueba eran nuestros propios ojos, ya que habíamos presenciado a Dylan en todo su
esplendor ladrón.
—¡Esa familia nos la tiene jurada! —gritó Jesse—. Derrick St. James está celoso
de mi hermano porque es un don nadie sin manada y Jones está construyendo algo
jodidamente impresionante.
Seth resopló detrás de mí, y yo estuve de acuerdo con el sentimiento. Derrick
era muchas cosas, pero “celoso” y “un don nadie” no estaban en la lista.
—Dime, Jesse —dije, moviéndome para sentarme a horcajadas sobre sus
piernas, que estaban extendidas frente a él—. ¿Por qué mi Dylan cree que conoces el
paradero de una chica desaparecida?
—Suéltame —gritó Jesse, infundiendo su pequeño ladrido de alfa en la orden.
Austin y Seth se rieron, y yo sonreí a Jesse mientras le agarraba la barbilla de
nuevo.
—Eso fue lindo. Puede que funcione con tus maleables amigos, pero yo soy un
adulto y un beta unido. —Usando mi mano libre, tiré del cuello de mi Henley a un lado
para mostrar la mordida de Seth, sintiendo su calor a través del vínculo en mi
orgullo—. No vuelvas a ladrarme o te romperé otro dedo. 141
—No creo que sepa nada, cariño —dijo Seth, con un tono burlón en la voz—. En
realidad no es parte de la manada de su hermano. Es sólo un niño.
—No le dirían una mierda. —Austin estuvo de acuerdo.
Jesse se agitó en mi agarre.
—¡No sabes de qué mierda estás hablando!
—¿Verdad? —canturreé.
—Di un paso al frente por nuestra manada y los alfas como nosotros —siseó—.
Tomé la iniciativa. Nos encontré una candidata omega. Ni Jones, ni nadie de mi
manada. Fui yo. Ahora vamos a tener una omega debidamente domesticada y
jodidamente obediente mientras el resto de ustedes, tontos, están sentados con los
pulgares metidos en el culo, esperando a que el puto gobierno deje que sus preciosas
chicas los olisqueen y decidan si son dignos de ellas. Malditos maricas.
Todos nos quedamos mirándolo.
—¿Dónde está esa omega que encontraste para tu manada, Jesse? —Austin
finalmente preguntó, el hielo en su voz dándome incluso un pequeño escalofrío.
Se burló, encogiéndose de hombros.
—No lo sé. Mi hermano la llevó a entrenar. Ella aceptó ir, así que no me mires
así.
Miré a los chicos por encima del hombro, enarcando una ceja. Parecían tan
convencidos como yo; aunque la pobre chica aceptara ir a algún sitio con Jesse o su
hermano, dudaba que estuviera bien informada de lo que le esperaba.
Volviéndome hacia nuestro cautivo, le agarré la barbilla con más fuerza,
clavándole las uñas romas en la barba.
—¿Por qué no nos dices dónde podemos encontrar a tu hermano, Jesse? Si te
portas bien, te dejaremos en la parada de autobús, calle abajo, en vez de a ocho
kilómetros por la carretera 505, en medio de la nada.
—¡Quítame las putas manos de encima, sucio marica beta!
Lanzó su peso hacia delante con todas sus fuerzas.
Jesse era un alfa grande, incluso a los diecisiete años, y me sacaba unos dos
centímetros de altura y veinte kilos de peso. También tenía ese ego de alfa y una
fuerte y empalagosa agresividad en sus feromonas que incitaría a una pelea en otro
alfa, pero tendía a irritar a los betas lo suficiente como para que evitaran entablar
combate. 142
Por desgracia para él, yo estaba altamente entrenada y unida a uno de los alfas
más dominantes que jamás había conocido.
Con una risita, dejé que nos hiciera rodar. Seth y Austin suspiraron
audiblemente mientras se apartaban. Mi espalda chocó contra el frío suelo metálico
de la furgoneta, dando a Jesse unos tres segundos de pensar que tenía la sartén por
el mango antes de que yo lo rodeara con mis piernas y lo volteara con fuerza.
Gruñó mientras su cabeza golpeaba contra el suelo.
—¡Joder!
—Te lo preguntaré otra vez, Jesse —dije con ligereza, inmovilizándolo contra
el suelo y empujando mi antebrazo contra su tráquea—. ¿Dónde está tu hermano?
Me escupió en la cara. Giré la cabeza justo a tiempo para que el asqueroso fajo
de saliva me rozara la mejilla en lugar de golpearme de lleno. Me reí y me volví para
sonreírle mientras sus ojos se agrandaron, impresionados por la explosión de
agresividad que llenó la furgoneta.
—Cam, ya he tenido suficiente —gruñó Seth.
Suspiré. Tenía razón, por supuesto.
Golpeé con el puño la nariz de Jesse, rompiéndosela con un crujido
satisfactorio. Gritó y se agitó debajo de mí, pero lo sujeté con fuerza. Cuando la
sangre empezó a brotar, me incliné para susurrarle al oído:
—Eso fue por decirle todas esas cosas desagradables a mi Blossom. Última
oportunidad para decirnos dónde podemos encontrar a tu hermano, o voy a dejar que
los dos grandes alfas detrás de mí tengan un turno contigo.
—¡Está bien! ¡De acuerdo! Joder —gemía.
Me eché hacia atrás y lo dejé que levantara las manos para cubrirse la nariz
rota y ensangrentada.
—Cinco segundos, Riley —dijo Austin.
Jesse bajó las manos enrojecidas y nos miró a los tres con recelo.
Pero entonces nos dedicó una sonrisa sangrienta que me recorrió el cuerpo.
—Jones estaba bastante enojado cuando vio a Derrick St. James en la reunión.
Ya sospechábamos que fue la zorra de su hermana la que irrumpió en nuestra casa,
pero Derrick no se habría enterado de la reunión de la MDM sin revisar nuestra
mierda. La última vez que vi a Jones, había tomado a un grupo de hombres y se dirigía
a su ferretería de mierda para joder las cosas.
Me puse en pie en un instante.
143
—Nos vamos.
Austin ya se estaba moviendo.
—Lo sé —dijo, abriendo las puertas traseras—. Seth, espósalo. Lo echaremos
en el desvío a South Ranch y veremos cuánto tarda en volver a casa sin móvil.
—¿Qué? ¡No! —gritó Jesse.
—Cam, estás conmigo.
Seguí a Austin mientras saltaba de la furgoneta y corría hacia la puerta del
conductor. Lo último que oí antes de cerrar de golpe las puertas fue el golpe sordo
de la bota de Seth contra el costado de Jesse, seguido del chasquido satisfactorio de
las esposas.

AUSTIN PRÁCTICAMENTE SUBIÓ nuestra furgoneta a la acera de St. James & Co. Era
casi medianoche y el escaparate estaba a oscuras.
Pero no tan oscuro como para no ver el escaparate destrozado junto a la entrada
principal.
El pánico succionó el aire de mi pecho.
—Mierda —dijo Austin, abriendo de golpe la puerta y saltando de la furgoneta.
—Mierda —asentí, siguiendo el ejemplo.
Seth ya había salido de la parte trasera de la furgoneta y corría hacia la
ventanilla rota. La calle estaba tranquila, todas las tiendas y restaurantes cercanos
cerrados por la noche, así que el disparo que sonó desde el interior rompió el silencio
como un látigo en mi piel.
Los tres sacamos las pistolas del cinturón con un movimiento simultáneo. Seth
saltó a la tienda por la ventana. Yo salté a continuación, con Austin pisándome los
talones. Mis botas golpearon el suelo de cemento con un ruido sordo y me esforcé
desesperadamente por ver a través de la oscuridad, ya que nuestra única luz procedía
de las farolas del exterior. El aire estaba viciado por la violencia de alfa.
Gritos apagados resonaron por toda la tienda y una estantería de botes de
pintura se vino abajo a seis metros delante de mí.
—¡Dylan! —grité.
—¡Dylan! —Austin gritó desde algún lugar cercano.
La rabia de Seth floreció en nuestro vínculo, espoleándome para que superara
mi pánico y entrara en acción.
144
—Ya voy, Blossom —susurré, y con un aliento fortificante, corrí hacia el caos.
18
DYLAN

Había sido una tarde felizmente tranquila. Papá había cerrado la tienda, así que
había podido pasar una larga tarde desahogándome con Daisy en el gimnasio.
Después, inhalé comida tailandesa para llevar y me desplomé con mi tableta en un
pequeño nido que había hecho con tres mantas y varios cojines en un rincón del sofá.
145
Había optado por darme un atracón de programas de misterio mientras
esperábamos a que Derrick volviera de colarse en la reunión de hombres adultos que
montaban una rabieta en Manny’s. Estaba decidida a evitar cualquier cosa que se
pareciera a un romance en mis elecciones televisivas para no caer en la tentación de
insistir en el hecho de que mi propia vida romántica era un desastre de proporciones
cada vez más preocupantes.
O que mi noche con Seth y Cam había sido increíble. Hasta que no lo fue.
O que, durante un tentador y emocionante segundo, había estado dispuesta a
exigirles que me llevaran a un lugar privado y me arrancaran hasta el último gramo
de placer del cuerpo que habían estado provocando con sus bailes tan sexys y sus
aromas tan alucinantes.
O que había huido como una cobarde en cuanto esa emoción se había
transformado en terror, mi cerebro finalmente superando a mi omega desesperada y
cachonda haciendo sonar los barrotes de su jaula.
O que era una idiota y había estado a punto de abandonar el juego por
completo y encontrarme encerrada en el nudo de Seth con sus dientes clavados en
mi hombro. No tenía ninguna referencia de lo que el sexo con un alfa podría hacerme,
pero tenía la fuerte corazonada de que tener sexo con mi compañero de olor mientras
bajaba de mis supresores habría hecho saltar por los aires mi tapadera.
Esta noche, había conseguido mantenerme distraída hasta que Derrick había
vuelto de la concentración de la MDM, irrumpiendo en el salón encendido, disgustado
y enojado porque Jesse Riley le había dado esquinazo de alguna manera. Estaba listo
para ir a sacarle algunas respuestas al chico, pero papá lo había convencido de
sentarse con una cerveza para hacer un plan sólido.
Minutos más tarde, el estruendo del escaparate de la tienda y la alarma de
seguridad de papá acabaron con la frágil paz de la noche.
Ahora estaba de pie en medio del pasillo de cocina y repostería, en la sección
de artículos para el hogar de la tienda, con mis botas peludas, mis pantalones cortos
de dormir y mi sudadera holgada, mientras el sudor me perlaba la frente y golpeaba
con una sartén de hierro fundido al puto Tim-Tad Riley.
—¡Perra! —ladró, esquivando lo que habría sido un disparo realmente
espectacular a la cabeza; en cambio, mi fuerte golpe se estrelló contra su hombro.
Gruñó y me apuntó al torso con la culata vacía de su rifle de caza.
Me agaché y me puse en cuclillas. Con un poderoso rugido, me abalancé sobre
sus piernas y lo estrellé contra la estantería que teníamos detrás. La estantería se
desplomó al suelo con un violento estruendo, y las ollas y sartenes de acero cayeron
al suelo cuando aterrizamos sobre ella.
146
No estaba seguro de cuántos intrusos había en la tienda en ese momento, pero
eran más que los cuatro miembros de la manada de Riley, al menos dos o tres matones
más se habían unido a ellos en este desacertado intento de vandalizar nuestra tienda.
Derrick había perseguido a Jones y otro tipo en los pasillos en el lado de hardware
de la tienda, y mamá estaba en este momento acorralada detrás del mostrador del
cajero con su rifle. Estaba haciendo fuego de cobertura dirigido principalmente a los
tres idiotas que estaban agazapados detrás de la estantería de iluminación derribada
en el amplio pasillo central cuando se atrevieron a asomar la cabeza e intentar
disparar con la única pistola que habían traído y que funcionaba.
Estaba oscuro, así que los disparos de nadie eran especialmente certeros, pero
mamá estaba haciendo todo lo posible para asegurarse de que no se disparaban más
balas perdidas después de que Tim-Tad hubiera conseguido acertar con su último
disparo en la cámara de seguridad de la esquina trasera del techo.
Papá estaba con mamá -pensé, quién sabía a estas alturas- probablemente
aferrándose a los últimos jirones de su control mientras él y Derrick intentaban
valientemente no matar a nadie porque eso habría sido muy difícil de limpiar. No
queríamos tener que dar explicaciones a la policía por la presencia de cadáveres en
nuestra tienda... otra vez.
Y teníamos algunas preguntas para Jones, de todos modos.
Le di un rodillazo en las pelotas a Tim-Tad y luego agarré su arma vacía, tras
haber perdido mi sartén en el choque.
—Suéltame, cabrona —espetó, tirando del rifle.
—No se puede, cara de polla. —Volví a apoyarme en sus pelotas y gritó de
dolor. Le arranqué la pistola de las manos.
Antes de que pudiera cantar victoria, una voz grave gritó mi nombre por
encima del estruendo.
—¡Dylan!
¿Cam?
—¡Dylan!
Y ese era Austin.
—¡Estoy bien! —grité—. ¡Saca al tirador!
Levanté la vista del estante caído y vi la silueta oscura de Seth que se
precipitaba por el pasillo central abierto, dirigiéndose directamente hacia los
imbéciles que se escondían detrás de la pantalla de iluminación y que habían estado
intentando disparar a mamá en la parte trasera de la tienda. 147
—¡No matar! —grité al darme cuenta de que tenía la pistola de la compañía
preparada.
Dejó de apuntar y disparó al suelo en ráfagas rápidas, haciendo que los tres
tipos se dispersaran de detrás de su barricada. Abordó al que empuñaba el rifle, se
lo quitó de las manos y se lo arrojó a Cam mientras pasaba a toda velocidad. El tipo
gritó, pero Seth levantó la culata de su pistola y lo dejó inconsciente, luego giró y
enterró un disparo en el hombro de otro imbécil de Riley que había estado a punto
de saltar sobre su espalda.
Unos pasos golpearon mi pasillo y salté de Tim-Tad justo a tiempo para atrapar
al último de los matones alfa que Seth había eliminado y que corría directo hacia mí.
Le di con el rifle vacío en el estómago. Maldijo, doblándose por la cintura mientras se
tambaleaba unos metros hacia atrás. Justo cuando recuperaba el aliento y se disponía
a arremeter de nuevo contra mí, Austin apareció a mi lado.
En un instante, levantó su pesada bota y se la estampó en la cara al tipo. El idiota
echó la cabeza hacia atrás y cayó al suelo desangrándose.
—Lo tenía —dije entre mi respiración agitada, señalando el cuerpo en el suelo
con mi rifle robado.
—Seguro que sí, Petardo —respondió Austin, con una sonrisa de satisfacción
apenas visible en la oscuridad—. Pero déjame sentirme como un alfa útil de vez en
cuando, ¿sí?
Cam se detuvo frente a nuestro pasillo.
—¿Blossom? ¿Estás bien?
—Estoy bien, Cam —resoplé mientras saltaba de nuevo encima de la estantería
de utensilios de cocina caída. Tim-Tad intentaba alejarse arrastrándose, como si no
nos diéramos cuenta—. No. ¿A dónde crees que vas? —Le clavé la culata del rifle en
las costillas antes de darle una patada en el estómago. Miré a los chicos—. ¿Alguno
de ustedes tiene bridas? ¿Esposas?
Austin me lanzó un par de esposas de plástico. Aseguré las manos de Tim-Tad
a la espalda y luego me estremecí al oír el fuerte grito y el estruendo de otro estante
mordiendo el polvo que venía de enfrente.
—Seth se topó con la pelea de Derrick —nos dijo Cam—. Creo que había al
menos tres más por allí, pero Seth y Derrick juntos deberían tenerlo bajo control
bastante rápido.
—¿Dónde está Daisy? —preguntó Austin.
Hice un gesto hacia el techo.
Cam me miró boquiabierto.
148
—¿Dónde está?
—¡Aquí arriba!
Daisy agitó la pantalla encendida de su teléfono hacia nosotros desde su lugar
en las vigas metálicas del alto techo de la tienda.
—Cam, ¿puedes ir a ayudarla? —pregunté mientras escuchaba más gritos y
gruñidos de lo que sea que Derrick y Seth estuvieran haciendo—. Se las arreglaron
para sacar nuestra cámara de seguridad, así que ella está filmando allá arriba con su
teléfono.
No necesitó que se lo pidieran dos veces. Corrió hacia la hamaca de Daisy,
cerca de la parte trasera de la tienda, y con la gracia sin esfuerzo de un artista de circo
aéreo, se lanzó desde la pared de ladrillo con un pie y enganchó la cadena que
sujetaba su hamaca al techo. Daisy le vitoreó mientras él trepaba por la cadena y se
agarraba a las vigas por encima de su cabeza, elevándose junto a ella. En cuestión de
segundos, su rostro se iluminó con la pantalla de su teléfono y sus ojos azules se
volvieron eléctricos mientras él se ponía manos a la obra para hacer lo que hacen los
técnicos en estas situaciones.
Austin desvió mi atención de los dos y se puso delante de mí, inclinándose para
mirarme a la cara.
—¿Estás herida? —Me apartó un mechón de cabello de la mejilla sudorosa y su
gran mano se posó suavemente en mi nuca mientras me estudiaba.
—No. Un moretón o dos. Pero me duele mi tienda. —Señalé a nuestro alrededor
el completo desastre que habían hecho esos idiotas. Cuando la adrenalina de la pelea
empezó a remitir, supe que nos esperaba la devastación.
Otro estruendo procedente de la acera de enfrente me desconcentró del
agarre posesivo de Austin y de su aroma a whisky picante: la violencia de la noche le
había dado un filo cortante, pero no por ello me resultaba menos tentador. Le agarré
de la mano y lo arrastré hacia la pelea de Derrick.
Al acercarnos, papá encendió por fin las luces, iluminando la destrucción.
Media docena de estanterías y su contenido desparramados por el suelo. La ventana
rota, con los cristales rotos brillando bajo las luces. Rayas de sangre en el cemento
gris. Inventario tirado por el suelo.
Supongo que no fue tan malo como podría haber sido, pero aun así me dolió el
corazón ver a nuestro bebé destrozado de esta manera.
Encontramos a todos cerca de la pared del fondo, junto al mostrador del cajero.
Un montón de alfas incapacitados y esposados se había reunido cerca. En ese grupo
estaban los dos miembros de la manada Riley que no eran Jones y Tim-Tad, así como
otros dos idiotas al azar que probablemente habían reclutado en la concentración y
traído con ellos. Eso dejaba a Tim-Tad y a otro matón sin identificar en mi pasillo.
149
Austin pasó por encima de la pila de cuerpos inconscientes sin vacilar ni
echarles un vistazo, como si hiciera este tipo de cosas todos los días.
No te atrevas a desmayarte ahora, Dylan St. James.
Eso dejaba a Jones -Jesse al parecer no había llegado a la fiesta- como el último
Riley en pie.
Y estaba de pie -apenas- en el espacio abierto tras el pasillo de las
herramientas eléctricas y frente a la puerta de nuestro pasillo de personal, sangrando
por la nariz y con un profundo tajo en la frente mientras miraba a mi hermano con odio
visceral en sus fríos ojos azules.
Papá estaba apoyado en la puerta del pasillo con los brazos cruzados,
observando el espectáculo como si fuera un partido de fútbol ligeramente
interesante. Mamá estaba sentada en la encimera, con el rifle colgado en el regazo y
el ceño fruncido por la preocupación. Seth estaba detrás de Derrick, observando
atentamente pero sin participar.
Derrick, por su parte, se lo estaba pasando en grande. Sangraba por un corte
en la mejilla, pero percibí su excitada sed de sangre, y la olí impregnando el aire que
nos rodeaba. Por fin había tenido la oportunidad de darle una paliza a Jones Riley, y
lo estaba saboreando.
—Deja de jugar con él, hombre —dijo Seth, sonando casi aburrido—. Tenemos
mierda que discutir con ustedes.
—Vete a la mierda, Bryce —respondió Derrick perezosamente—. Jones quiere
otra oportunidad conmigo. ¿No es así, hermano?
Jones aspiró con dificultad, pero logró sonreír.
—Te crees una puta mierda, ¿verdad, St. James? Tuviste suerte esta noche
cuando estos malditos intrusos aparecieron para pelear tus batallas por ti.
Seth resopló.
—Hombre, te tenía contra las cuerdas y agitándote como una zorrita cuando
aparecí.
—Mentira. Mira tu preciosa tienda ahora! —gritó Jones, su rostro se volvió loco
mientras miraba a Derrick—. ¡Esto es lo que consigues por meter tus narices en los
asuntos de mi manada! Tú y esas pequeñas zorras arrogantes que llamas hermanas.
Tus días están contados, amigo mío. El tiempo de los verdaderos hombres alfa está
aquí, y tú no eres nada. ¡Nada!
Dejó que la furia alfa se apoderara de él y cargó contra Derrick. Derrick se puso
en cuclillas y agarró a Jones por el centro, luego lo volteó sobre su espalda con un 150
poderoso impulso de sus piernas.
Jones se estrelló contra la pared de ladrillo detrás de Derrick, y antes de que
su cuerpo siquiera hubiera golpeado el suelo de cemento, Derrick estaba sobre él.
Observé con fascinación indiferente cómo Derrick le machacaba el culo. Jones
se agitó bajo él, blandiendo sus propios puños, pero todo había terminado para él.
Derrick no sólo era más grande, sino mucho mejor luchador, y la furia y el dominio
que desprendía la espesa aura de las feromonas de Derrick hicieron que Austin
silbara a mi lado.
—Maldita sea —dijo, pareciendo tan despreocupado y desconcertado como mi
padre mientras miraba—. Es bueno que tenga tan buen control porque eso es
básicamente llamar a mi alfa a la guerra.
Cam se deslizó a mi otro lado, con su aroma a naranja.
—Blossom, te tengo un regalo.
—¿Oh?
Daisy saltó a la encimera y se sentó junto a mamá.
—Es increíble, Dylan. Ya me lo ha enseñado.
Me pasó su teléfono. En él había una foto de Jesse Riley atado como un cerdo y
sangrando por lo que era claramente una nariz rota.
Jadeé.
—¿Por mí? No deberías haberlo hecho.
—Tuvimos suerte de que se me ocurriera pedirles a Seth y Austin que lo
sacaran de ese horrible mitin —dijo Cam—. Todavía estaba enfadado con él por la
forma en que te habló, pero lo hicimos trabajar lo suficiente como para que admitiera
lo que su hermano estaba tramando esta noche.
—Le diste una paliza —corrigió Austin—. Seth y yo dejamos que Cam se
divirtiera con éste.
NO. TE. DESMAYES. DYLAN.
Cam se rio entre dientes.
—Lo hicieron. Y me estremezco al pensar lo que podría haber pasado aquí si
no hubiéramos venido, Blossom.
—Derrick, basta —tronó papá—. Necesita estar consciente para ser
interrogado.
Con una última sonrisa salvaje, Derrick se despegó de Jones, que gimió y 151
gorgoteó de dolor. Derrick le propinó una patada en las costillas y luego señaló a Seth
con la cabeza. Seth dio un paso adelante, metió la bota por debajo de Jones y lo puso
boca abajo sin contemplaciones, luego se agachó para ponerle unas esposas de
plástico de Bryce Solutions.
—Mira qué trabajo en equipo —exclamó Daisy.
Derrick le lanzó una mirada poco impresionada y ella le sacó la lengua.
Papá nos hizo un gesto para que nos reuniéramos alrededor del mostrador.
Derrick y él saltaron a un lado para sentarse en los taburetes. Mamá se unió a ellos, y
Daisy giró en su lugar encima del mostrador para sentarse con las piernas cruzadas,
su pijama de franela púrpura manchado de polvo, pero por lo demás libre de las
salpicaduras de sangre que el resto de nosotros llevábamos, ahora brillando en todo
su esplendor bajo la luz fluorescente superior.
Seth se detuvo frente a mí, me agarró la mano y me levantó los nudillos para
examinármelos. Tenía unos cuantos cortes y moretones, y los miró con el ceño
fruncido antes de dejar caer un suave beso sobre mi nudillo más maltrecho.
—¿Estás bien, cariño?
Me deleité con su pastel de canela.
—Estoy bien, Seth. Gracias por venir por nosotros.
—Por supuesto.
Con gran esfuerzo, me zafé de él y me subí al mostrador junto a Daisy. Los Bryce
se pusieron en fila delante de nosotros y todos nos tomamos un momento para dejar
que el silencio de la tienda -el sonido de nuestra victoria compartida- se asentara.
Tras un largo minuto, tomé aire, llevando mis ojos a los de Austin, luego a los
de Seth y finalmente a los de Cam.
Y entonces les di una de las verdades que buscaban.
19
DYLAN

—Sally Brown está en el Centro de Asistencia para Mujeres del Este de Nuevo
México —dije, manteniendo la voz baja para que no trascendiera más allá de las
inmediaciones del mostrador—. Está bajo la custodia de la mujer alfa que dirige el
centro, su esposa y otras personas capacitadas para cuidar de omegas y mujeres
152
maltratadas. Ha recibido un tratamiento médico de primera, un nuevo nombre y va a
obtener el GED. No volverá con los Brown, que la mantenían encerrada en su
habitación, la obligaban a mantener relaciones sexuales con ellos, consintiera o no, y
la golpeaban cuando intentaba negarse. —Volví a centrarme en Austin, sabiendo que
era él quien tenía que tomar la decisión final—. Espero que esta información, que te
he dado confidencialmente, sea suficiente para que Bryce Solutions se aparte de este
caso.
Los ojos castaños de Austin se llenaron de calidez.
—Estábamos listos cuando nos marcháramos después del mitin. Pero gracias,
Dylan, por confiar en nosotros.
—¿Has... liberado a otras chicas y las has traído a este centro? —preguntó Cam
casualmente.
Le sonreí. Deje de ser tan adorable, señor.
—Buen intento. Una cosa a la vez.
—Sí —dijo Daisy—. Quiero oír lo que le sacaste a ese mierda de Jesse.
La sonrisa de Cam era sombría.
—Le hemos sacado lo suficiente como para descubrir que necesitamos sacarle
más al hermano mayor para obtener información real. —Hizo un gesto con la mano en
dirección a donde Jones yacía, aferrándose a la conciencia—. Pero se llevaron a tu
chica, Dylan. Quienquiera que sea.
—Se llama Mary Rose —respondí—. Y tiene catorce años.
Seth maldijo.
—Tenemos que movernos, entonces. Sonaba como si la hubieran secuestrado
para unirla de forma inminente. Esos asquerosos cabrones.
Papá se aclaró la garganta. Permaneció sentado en su taburete detrás del
mostrador con mamá arropada bajo su gran brazo mientras estudiaba a los chicos.
—Les agradecemos mucho que hayan venido a ayudarnos esta noche. Ahora,
corríjanme si me equivoco, pero parece que Bryce Solutions podría estar interesado
en echar una mano en nuestra búsqueda de Mary Rose.
Austin asintió.
—Absolutamente.
—Nadie nos paga nada —añade papá con una mirada mordaz—. Ayudamos a
las chicas necesitadas cuando podemos. Eso es todo.
153
—Admirable —respondió Cam con una sonrisa—. Estamos dentro.
Fue el turno de Derrick de mirarlos fijamente.
—¿Y podemos contar con su discreción sobre todo esto?
—Tendremos que hacer un bucle con nuestros padres —respondió Austin,
inquebrantable como de costumbre bajo la mirada amenazadora de Derrick—. Pero
la discreción es un hecho en nuestra línea de trabajo.
—Y como muestra de nuestra buena voluntad —añadió Cam—, he contratado
a nuestro equipo de limpieza de guardia para que se deshaga de esos delincuentes
que aterrorizaron su tienda. Les he sugerido que los metan en una furgoneta y los
dejen a medio camino de la carretera 505 del rancho para que puedan tropezar el
resto del camino hasta casa, como estará haciendo el pequeño Jesse mientras
hablamos. Les haremos saber que si vuelven a respirar en la dirección de la familia
St. James, las grabaciones que Daisy y yo tenemos en nuestros teléfonos y ahora en el
servidor seguro de Bryce Solutions aterrizarán en el escritorio del sheriff del
condado.
No pude evitar una sonrisa de satisfacción.
—Tan considerado, Cameron.
Incluso Derrick gruñó de acuerdo.
—Eso funcionará.
—Sí, así es. —Papá se restregó una mano por la barba. Parecía tan cansado
como yo me sentía de repente—. Se agradece mucho la ayuda. Movamos a nuestro
invitado de honor a la parte de atrás y veamos qué podemos conseguir que nos
cuente. Estoy seguro de que a todos nos gustaría dormir en algún momento de esta
noche.
Todos se movieron a la vez. Derrick saltó sobre el mostrador y se acercó
alegremente a Jones, con todos los Bryce pisándole los talones. Mamá se levantó de
su taburete y se dirigió hacia donde Daisy y yo estábamos sentadas. Nos rodeó con
sus brazos en un gran abrazo de grupo, apretándonos fuerte.
—Me alegro mucho de que estén bien —susurró—. Eso fue lo más aterrador
que he experimentado, y he estado en una zona de guerra activa.
—Nuestros hijos no estaban en esa zona de guerra con nosotros —dijo papá,
levantándose para observar la carnicería en el suelo de la tienda—. Llamaré a la
compañía de seguros por la mañana. Son sólo cosas, y pueden ser reemplazadas.
Todo saldrá bien.
Lo sería. Protegíamos nuestra tienda y a los demás, y ahora íbamos a hacer que
Jones Riley deseara no haber puesto un pie fuera de South Ranch hoy. 154

James & Co. tenía un gran almacén al final del pasillo del personal. Después de
que papá y yo pasáramos cinco extenuantes minutos convenciendo a mamá y a Daisy
de que tiraran la toalla y se fueran a la cama, volvimos serpenteando. Encontramos a
Jones atado a una silla metálica con esas prácticas esposas de plástico que llevaban
los chicos Bryce, de nuevo totalmente alerta y con una mirada asesina hacia mi
hermano.
Derrick estaba recostado en otra silla, frente a Jones, con los ojos oscuros
concentrados, mientras Austin se cernía como una gárgola ardiente detrás de él. Seth
y Cam habían encontrado un sitio vacío encima de una de las mesas desordenadas
que se alineaban en la pared lateral, y se sentaron hombro con hombro,
intercambiando algún que otro susurro mientras los largos dedos de Cam volaban
sobre la pantalla de su teléfono.
Jones escupió un fajo de saliva ensangrentada a los pies de Derrick.
—Deja de verte tan jodidamente engreído, St. James. Como si tuvieras algún
tipo de terreno elevado. En cuanto te vi en el mitin, supe que fueron tu puta hermana
y esa pequeña rata callejera beta las que entraron en mi casa. Todos ustedes se lo
merecían, y es una lástima que no haya puesto mis manos en una de ellas esta noche.
Lo habría disfrutado de verdad.
Derrick lo consideró. Al cabo de un momento, se levantó de la silla, echó el
brazo hacia atrás y golpeó con el puño la nariz de Jones.
Su gemido agónico y el crujido del hueso roto me provocaron un
estremecimiento satisfactorio. A lo largo de los años habíamos rescatado a más de un
puñado de chicas de imbéciles maltratadores, pero era raro poder hacer justicia en
su nombre contra los hombres que les hacían daño.
No sabíamos si Jones y su pandilla de babosos habían herido a Mary Rose, pero
la intención estaba ahí. Se lo merecía.
—Derrick, estás en el banquillo —anunció papá, sonando cansado.
Derrick se limpió las salpicaduras de sangre de la cara y se volvió para mirar
a papá.
—¿Qué demonios?
Papá señaló a la pared, como si estuviera mandando a un niño a tiempo fuera.
—Tómate un respiro. Necesitamos una cabeza más fría aquí.
—Yo me encargo. —Austin se acercó a Derrick y le dio un ligero empujón. 155
Derrick exhaló un suspiro derrotado y le hizo un gesto de desaprobación a Austin,
pero se acercó a papá junto a la puerta sin protestar más.
Durante todo esto, me había acercado flotando a Seth y Cam como si me
arrastrara una cuerda invisible. Cuando estuve a poca distancia, Cam me agarró por
la espalda de la sudadera y tiró de mí el resto del camino, depositándome entre las
piernas de Seth para guardarme, y luego continuó con lo que estuviera haciendo en
su teléfono.
No opuse resistencia. Ahora que el torrente de la batalla ya no corría por mis
venas, me sentía agitada. Violada por lo que esos idiotas intentaron hacerle a mi
familia. En cuanto los cálidos muslos de Seth me rodearon y su gran mano se posó en
mi nuca, mis músculos se relajaron por primera vez desde que oímos el escaparate
romperse en el salón.
—Mira esto, cariño —me murmuró Seth al oído—. Austin lo hará cantar como
un canario.
Me estremecí.
Austin se paró frente a la silla de Derrick y miró a nuestro magullado y
ensangrentado cautivo, que sólo pudo devolverle la mirada en silencio. Sin previo
aviso, pateó las patas de la silla de Jones, tirándolo de lado. Jones cayó al suelo, con
las extremidades aún atadas a la silla y la cara maltrecha contra el frío suelo de
cemento.
Mientras Jones ladraba una retahíla de maldiciones, Austin acercó la silla de
Derrick y se sentó.
—He decidido que vamos a hablar así.
—Vete a la mierda.
Austin sonrió. Levantó el pie y presionó la punta de su bota justo en el desastre
que era la nariz rota de Jones.
—Inténtalo de nuevo.
Jones rugió de dolor.
—¡Muy bien! Joder, bien.
Austin quitó la bota y se acomodó en la silla. Parecía a punto de ver una película
aburrida, pero sus feromonas contaban otra historia. El aire estaba impregnado de su
abrumador dominio, e incluso Derrick parecía a regañadientes impresionado con
todo aquello.
—Maravilloso. Me llamo Austin Bryce y allí, sentados en la mesa, están mis
compañeros de manada: mi hermano Seth y su beta vinculado Cameron. Trabajamos
para una empresa de investigación privada y seguridad personal llamada Bryce 156
Solutions, y debo advertirte que no es mi primer rodeo extrayendo información de
una persona de interés que no coopera.
—Me importa una mierda quién seas —refunfuñó Jones—. Sólo dime lo que
quieres.
—Estupendo. Agradezco tu disposición a cooperar, señor Riley. Estoy seguro
de que a ti, como al resto de nosotros, te gustaría dormir un poco en algún momento
de esta noche, y será una larga caminata de regreso a South Ranch para ti.
Cam se quedó pensativo. Había guardado su teléfono y ahora estaba girando
distraídamente un mechón de cabello de mi despeinada coleta alrededor de su dedo.
—Me pregunto si el pequeño Jesse habrá llegado a casa. Le dejamos las
piernas casi intactas cuando lo arrojamos a la autopista, pero esa nariz rota le va a
doler una barbaridad. Aw, los hermanos coincidirán. Qué adorables.
Jones consiguió gruñir.
—¿Qué mierda le has hecho a mi hermano?
—Mucho menos de lo que te han hecho a ti —respondió Austin—. Tuvo la
amabilidad de informarnos de tus actividades de esta noche. Y también ha insistido
en que conoces la ubicación de la niña de catorce años que has secuestrado para
cualquiera que sea el programa de mierda que tú y esos imbéciles de la MDM han
tramado. Dinos dónde podemos encontrarla y podrás irte.
Jones se burló.
—No eres más que otro marica demasiado asustado para ser un verdadero alfa.
Contento con esperar en la cola a tu omega emitida por el gobierno. Mi manada
encontró lo que quería, así que lo tomamos.
—¿Lo hiciste?
—Deja de actuar como si no les estuviéramos haciendo un favor a estas chicas.
Ellas quieren nuestros nudos tanto como nosotros queremos dárselos porque es para
lo que están hechas, joder. A las jóvenes se les puede enseñar su lugar sin que
tengamos que pasar por tantos putos problemas para romperlas después y ponerlas
a raya. Tú y tu manada deberían unirse al movimiento en vez de andar alrededor de
estos patéticos sacos de mierda alfas St. James.
Era el aura abrasiva del disgusto y la indignación de papá que ahora se filtraba
en el aire. Aquella diatriba lo había tocado demasiado de cerca.
La mano de Seth se endureció en mi nuca, y Cam -bendito sea- leyó la
habitación a la perfección. 157
—Señor St. James, nuestra tripulación ha llegado, ¿le gustaría reunirse con
ellos? Estoy seguro de que les vendría bien un poco de orientación.
La tensión en los enormes hombros de papá se liberó como si lo hubieran
devuelto al presente, y asintió.
—Gracias, Cameron.
Salió de la habitación y la puerta se cerró tras él.
Jones resopló un húmedo sonido de diversión.
—¿Qué es esto? ¿Están todos tan ocupados metiéndole la polla a Dylan que han
perdido de vista lo que debería ser una manada de verdad? ¿Por eso están aquí? Lo
entiendo: apuesto a que ese coño es jugoso, pero siempre será de segunda categoría
comparado con el arrebato omega.
Puse los ojos en blanco.
—Como si supieras lo que es follar con una omega, estúpido delirante.
Una navaja apareció en la mano de Austin. Un segundo después, estaba
incrustada en la carne del muslo de Jones.
Mordió un grito, y me habría sorprendido si no se hubiera partido un diente
por la forma en que apretaba la mandíbula.
—Abstente de insultar a Dylan, por favor —dijo Austin con ligereza—. Tu
hermano ya aprendió esa lección.
Miré a Cam por encima del hombro y enarqué una ceja.
Sonrió con picardía y susurró:
—Ya sabes cómo soy con eso, Blossom.
—Basta de joder. —Austin alargó la mano y retorció el cuchillo, y Jones soltó
otro chorro de improperios—. ¿Dónde está Mary Rose?
—No la tengo.
Otro giro.
—Eso no es lo que pregunté.
—¡Joder! ¡Bien! La milicia está usando la vieja escuela parroquial en Woodstone
como cuartel general. Estoy bastante seguro de que ahí es donde tienen a las chicas.
Austin tenía la cara de piedra.
—¿Chicas?
Jones logró encogerse de hombros desde su posición lateral.
—Sólo hemos presentado a Mary Rose, pero la milicia tiene otros nombres.
158
Algunas de las otras manadas probablemente las han encontrado y las han sometido
a entrenamiento.
Luché contra el impulso de arrancarle el cuchillo del muslo y clavárselo en la
polla.
—¿Lily Linnartz fue sometida a entrenamiento? —le pregunté.
—No tengo ni puta idea.
Austin me lanzó una mirada interrogante por encima del hombro.
—¿Te faltan dos chicas?
—Ese cabrón tenía su nombre en una lista que encontré en su habitación, junto
con Mary Rose y otra chica. Derrick y Daisy investigaron a Lily y lleva desaparecida
desde el lunes. La otra chica está bien pero se ha ido de la ciudad.
—Eres una perra entrometida.
Austin golpeó con el puño la entrepierna de Jones, que chilló como una manada
de gatos moribundos.
—Te lo advertí. La próxima vez dejaré que Derrick te acompañe, y ambos
sabemos que estará tentado de matarte.
Derrick gruñó.
—Verdad.
—¿Qué significa estar sometida a formación? —preguntó Austin.
—Significa que queremos putas omegas obedientes —gruñó Jones—. Se han
vuelto todas tan jodidamente arrogantes ahora. La milicia identifica a las candidatas
omega que aún no han pasado por la mierda del gobierno, y reciben un curso
intensivo sobre cómo actuar correctamente y complacer a sus alfas. El programa
acaba de empezar, así que supongo que una vez que la milicia determine que las
chicas están listas, serán entregadas a la manada que las eligió. El que la encuentra
se la queda y todo eso.
Austin lo miró fijamente.
—¿Y tu intención es unir a la omega que encontraste a tu manada? ¿La chica de
catorce años? ¿Una niña?
—Tenía un par de tetas que dirían lo contrario, así que sí. Asumiendo que no
estuviera mintiendo sobre ser una omega.
Uh-oh.
Austin entrecerró los ojos. 159
—¿Qué quieres decir?
—Huele como una beta, pero le dijo a Jesse que ha estado tomando supresores
hormonales ilegales para esconderse del gobierno. Pero todo eso se fue por la
ventana cuando se le presentó la oportunidad de montar el nudo de mi hermanito,
¿no? Todas las mujeres son iguales.
—¿Cómo tiene acceso a supresores ilegales?
Jones lo miró como si estuviera perdiendo la paciencia.
—No lo sé, joder, pero pregúntale a tu puta de ahí. Siempre hay mujeres
entrando y saliendo a hurtadillas de esta mierda de tienda, y creo que están tramando
algo.
Seth me dio un apretón reconfortante. Habría apostado mis modestos ahorros
a que los Bryce estaban encajando las piezas del rompecabezas, pero a estas alturas
también dudaba de que les importara lo que hiciéramos mientras ayudáramos a
mujeres necesitadas.
Sólo podía esperar que no se les ocurriera incluirme en esa categoría.
Austin no mordió el anzuelo.
—Así que, para resumir, según tu conocimiento, Mary Rose y potencialmente
algunas otras omegas que han sido secuestradas o atraídas lejos de sus familias,
¿están siendo retenidas en los terrenos de la antigua escuela parroquial en
Woodstone?
—Sí.
—¿Y, por lo que sabes, las chicas retenidas allí serán entregadas a manadas
que participan en esta mierda de la MDM para que las unan a la fuerza sin la
aprobación del gobierno?
—No es asunto del puto gobierno con quién quiera ligarse un alfa. Es nuestro
puto derecho básico.
—Desgraciadamente, las leyes del gobierno de Estados Unidos siguen
aplicándose a ustedes. No puedes agitar una varita mágica y declararte una entidad
soberana.
—Mírame, cabrón.
Austin suspiró. El cansancio de la noche empezaba a notarse en su atractivo
rostro.
—Sugiero que tú y tu manada se separen silenciosamente de la milicia y
abandonen la ciudad. Vamos a desmantelar su pequeño cuartel general con extremo 160
prejuicio, y yo personalmente voy a mirar a ese imbécil de T.R. a la cara y hacerle
saber que fue la manada de Riley la que les jodió todo esto. No creo que eso haga
muy felices a tus amigos, ¿verdad?
Sentí que mi adrenalina se disparaba de nuevo. Íbamos a recuperar a nuestras
chicas.
—Que te jodan —espetó Jones.
—Genial, me alegro de que hayamos tenido esta charla.
Seth se rio detrás de mí.
—Nuestro jefe de equipo se ha ofrecido voluntario para dejarlos a todos en la
carretera. Si nos damos prisa, podemos tirar a este idiota encima del montón.
Austin arrancó el cuchillo del muslo de Jones y cortó rápidamente las bridas
que ataban sus miembros a la silla. Jones rodó sobre sus manos y rodillas, tomó aire
y se puso en pie. Levantó la cabeza y sus ojos azules se clavaron en Derrick.
Avanzó a trompicones y luego cargó.
Derrick sonrió, se apartó de la pared y lanzó un último puñetazo al costado de
la cabeza de Jones. Éste se desplomó de nuevo en el suelo, como un rayo.
Seth miró a Derrick, divertido.
—Aparte de lo obvio, ¿cuál es el problema con ustedes dos?
Derrick se encogió de hombros.
—Era un imbécil inflado en el instituto que no podía soportar el hecho de que
nadie con sentido común quisiera unirse a su futura manada. Ahora viene por aquí y
dice mierdas sobre Daisy y mi hermana para intentar provocarme. Ya era hora de que
aprendiera.
Se agachó, agarró a Jones por las piernas y procedió a arrastrarlo sin
contemplaciones hacia la puerta.
Se rio Cam, que seguía jugando con mi cabello.
—Austin, deberíamos convencer a tus padres para que lo contraten. Y a Dylan
también. Son tan ingeniosos y... violentos.
Lo fulminé con la mirada.
—Eres un encanto. Pero ya tengo trabajo.
Austin se crujió los nudillos y sacudió los brazos, y luego puso los ojos en
blanco hacia Cam. 161
—Te dejaré hacer la venta dura a toda la familia St. James más tarde. Ahora
mismo tenemos otras cosas de las que convencer a nuestros padres.
Seth gimió.
—Joder, se van a enojar porque no los hemos llamado antes.
—Ya se les pasará —dijo Austin encogiéndose de hombros con pereza, y luego
me miró fijamente—. Después de charlar con ellos, creo que todos deberíamos
asegurarnos de que Dylan se mete en la cama sana y a salvo.
Tuve que esforzarme para no caer en esos feroces ojos ámbar. Probablemente
quería arreglar lo que creía que se había roto entre su manada y yo después de lo
que pasó anoche en el Javelina, y eso me produjo una sacudida de inquietud en todo
el cuerpo.
Por suerte, teníamos peces mucho más grandes que freír.
—Si tú lo dices, gran hombre. Ahora mismo, tenemos que informar a mi padre
de lo que hemos aprendido de ese idiota.
Austin sonrió.
—Perfecto, vamos a informar a mis jefes también. Estoy deseando presentarles
a nuestros padres.
20
DYLAN

Todos nos agolpamos en el despacho de papá mientras encendía su portátil y


la gran pantalla instalada en la pared. Suele ver las noticias o algún partido de fútbol
en la pantalla mientras trabaja, pero también está equipada con una cámara para
videoconferencias.
162
—He enviado un mensaje a mi padre, Andrew, a través de la línea de
emergencia —dijo Austin, refiriéndose al miembro mayor de la manada Bryce que
sabíamos que era el director general de Bryce Solutions—. Con suerte se conectará
en los próximos minutos.
Me hundí más en la silla, con el cansancio inundándome los huesos, pesados
como el plomo. Cam había colocado otra silla junto a la mía, mientras Seth sostenía la
pared cercana. Derrick se acomodó en la esquina del escritorio de papá, y Austin se
quedó de pie frente a la pantalla mientras esperaba a que su padre-jefe se uniera a la
reunión a la que había sido convocado en mitad de la maldita noche.
Todos parecíamos haber pasado por lo mismo. Derrick parecía haberse
ensuciado las manos: aún tenía sangre seca que no era suya salpicada por la camiseta
gris y el cuello. Al menos se había limpiado el corte de la cara y se había puesto una
tirita que no parecía estar a la altura. Papá había trabajado con el equipo de limpieza
y se había marchado con suciedad y fluidos corporales en su camiseta térmica de
manga larga. Los nudillos de Seth se parecían a los míos, hechos una mierda, y los
dos estábamos un poco sucios de habernos revolcado por el suelo en varios
momentos de la noche. Mis rodillas desnudas estaban arañadas y yo tenía un corte en
la espinilla.
Los vaqueros de Austin, que hasta el punto de la distracción se ajustaban a sus
gruesos muslos como un guante, no habían escapado a las salpicaduras de sangre. El
cuello de la sudadera también se había rasgado, dejando al descubierto la profunda
V del cuello de la camiseta que llevaba debajo y un atisbo de aquel pecho bronceado
y musculoso.
Estaba demasiado cansada para quitarme los pensamientos calenturientos de
la cabeza, y tampoco tenía energía para rechazar el consuelo de la fuerte mano de
Cam cuando buscó la mía. Entrelazó nuestros dedos mientras me frotaba la palma de
la mano con el pulgar.
—No te preocupes, Blossom —susurró—. Ya estamos aquí. Todo saldrá bien.
Cómo me gustaría que fuera verdad.
Finalmente, la pantalla se iluminó, mostrando el rostro de un apuesto hombre
mayor con el cabello castaño claro apenas canoso en las sienes, gafas y los mismos
ojos marrón dorado que Austin. Llevaba el cabello despeinado, como si acabara de
salir de la cama, pero se puso en modo de alerta profesional en cuanto apareció en
pantalla.
—Austin, ¿qué demonios está pasando?
—Papá, tenemos una situación.
163
La mirada de Andrew se desvió rápidamente a su alrededor, observando al
resto de los que estábamos dispersos por la sala, antes de volver a mirar a Austin.
—Lo deduje de la alerta a nuestra línea de emergencia.
Apareció otro hombre, frotándose los ojos con un gran puño mientras se
inclinaba sobre el hombro de Andrew.
—¿Austin? ¿Qué ha pasado?
—Hola, papá.
—Ese es Rodrigo —me susurró Cam al oído—. Jefe de seguridad.
Tarareé, observando al enorme moreno que ocupaba toda la parte derecha del
cuadro mientras pasaba a codazos para ver más de cerca la pantalla de Andrew.
—Lo sé.
Cam se rio entre dientes.
—Me encanta que nos hayas estudiado, nena.
—¿Empiezo o esperamos a que se nos una Jere? —preguntó Austin a sus
padres.
Jericho Bryce era el tercer y último miembro de la antigua manada Bryce que
estaba vinculado a Bryce Solutions. No habíamos podido determinar exactamente qué
hacía para la organización ni cuál era su historial: no tenía antecedentes de servicio
militar o gubernamental, ni siquiera un título universitario.
Andrew negó con la cabeza.
—No, sigue merodeando por cualquier bar al que la noche de chicas de tu
madre los haya llevado a todos.
Austin frunció el ceño.
—¿Mamá está en un bar a la una y media de la mañana?
—Acabo de decir que Jericó está allí vigilándola —respondió Andrew,
impacientándose.
Derrick y yo nos miramos y puse los ojos en blanco. Dios no permitiera que la
madre omega de Austin y Seth saliera una noche sin la supervisión de su alfa.
—Austin, dinos de qué demonios va todo esto —exigió Rodrigo—. Ahora
mismo.
Por su parte, Austin era la viva imagen de la calma frente a sus padres, cada
vez más agitados y muy alfa.
—Primero, quiero presentarles a Brandon St. James, a su hijo, Derrick, y a su
hija, Dylan. Estamos en su oficina dentro de la ferretería St. James & Co. en Merchant 164
Village.
Las cejas oscuras de Rodrigo le golpearon el nacimiento del cabello.
—¿Tú dónde estás? Y espera... ¿Brandon St. James? —Su atención se desplazó
por encima del hombro de Austin hacia donde papá estaba sentado detrás de su
escritorio—. ¿Boinas Verdes? ¿Operación Babilonia?
Papá asintió.
—Ese soy yo.
La mirada de Rodrigo se volvió astuta.
—¿Alguna posibilidad de que estés buscando trabajo?
Andrew le dio un codazo.
—Deja eso. Austin, por favor, continúa.
—Primero quiero hacerles saber a ambos que estamos abandonando el caso
de los Brown —dijo Austin, su tono desafiándolos a discutir—. Hemos determinado
que abusaban de su omega, y la familia St. James nos ha ayudado a confirmar que
Sally está a salvo, escondida y bien cuidada en su ubicación actual.
Ambos lo miraron fijamente, mientras el silencio se prolongaba incómodo.
Finalmente, Andrew preguntó:
—¿Estás muy seguro de esto?
—Cien por cien.
Seth se apartó de la pared y fue a colocarse al lado de Austin, con los brazos
tatuados cruzados mientras miraba fijamente a la cámara.
—Apoyo completamente a Austin en esto, al igual que Cam. Envíales una carta
de retirada y devuélveles el dinero sucio. No lo queremos.
Rodrigo tosió.
—Muy bien, muy bien. Te he oído alto y claro. Ahora dinos por qué Austin tiene
salpicaduras de sangre por todos los vaqueros y la camiseta rota mientras que tus
manos parecen como si hubieras boxeado a puño limpio con una pared de ladrillos.
Se oyó un pitido desde su lado de la llamada. Los ojos de Andrew se
entrecerraron mientras revisaba lo que acababa de llegar a su teléfono, y luego miró
a sus hijos.
—¿Y dinos por qué nuestro equipo de limpieza de guardia acaba de registrar
la retirada de siete alfas gravemente heridos pero aparentemente no muertos de esa
dirección?
Austin suspiró y luego se lanzó a la historia. Les contó cómo su investigación 165
sobre los Brown los había llevado primero a nuestra tienda y después al mitin de la
MDM. Pasó por alto los detalles de por qué Jesse Riley era una persona de interés a
la que decidieron “entrevistar” después del mitin, pero explicó cómo llegaron a
rescatarnos. Describió el ataque a nuestra tienda y el posterior interrogatorio de
Jones Riley.
A continuación, Seth hizo un rápido resumen de lo que habían averiguado
sobre la propia MDM antes de explicar exactamente lo que habíamos conseguido
sonsacarle a Jones sobre la posible ubicación de las chicas omega secuestradas y el
motivo por el que estaban retenidas.
Papá también estaba escuchando la parte de la historia de Jones por primera
vez. Su ceño se frunció cuando Austin y Seth le dieron los detalles, y sus nudillos se
pusieron blancos alrededor del bolígrafo con el que jugueteaba.
Andrew y Rodrigo se habían puesto sobrios durante la sesión informativa.
—Pondremos un equipo en esto —dijo Andrew—. Nos quiero dentro de ese
viejo complejo escolar mañana por la noche si es posible. No podemos permitir que
esto continúe.
—Nos gustaría participar —dijo papá, y su tono decía que no estaba pidiendo
permiso—. La abuela de Mary Rose nos pidió que la encontráramos hace casi una
semana, y tenemos la intención de cumplir nuestra promesa de hacerlo.
—Por supuesto —respondió rápidamente Rodrigo.
Levanté la mano.
—Tendré que ser yo quien establezca el contacto inicial con las chicas. No
querrán ver a otro macho alfa o macho en general, y mucho menos confiar en uno que
las lleve a un lugar seguro. Si ustedes pueden hacerme entrar, yo las sacaré.
Todos los Bryce de la sala y de la pantalla me miraron. Austin me lanzó una
mirada mordaz, casi reprensiva, como si realmente no le gustara la idea, pero
tampoco podía ocultar el brillo ardiente de sus ojos.
Así es, gran hombre. Nadie arrincona a Dylan.
—Me gusta —dijo Rodrigo al cabo de un momento.
—Cameron parece sentir lo mismo —murmuró Andrew, observando la mano
de Cam alrededor de la mía mientras Cam sonreía sin remordimientos a sus suegros.
—Dylan será tan valiosa para esta operación como mi hijo o tus chicos —añadió
papá con firmeza—. Y tiene razón en que las asustadas chicas omega que han sufrido
abusos en manos de hombres alfa confiarán mucho más rápido en una hembra, 166
especialmente en una beta, que en uno de nosotros. No importa que estemos allí para
rescatarlas. Preferiríamos no traumatizarlas más.
Ninguno de los Bryce nació ayer. Ya tenían que tener claro que la familia St.
James no se dedicaba solo a la ferretería y los artículos para el hogar, sino que ahora
todos estábamos centrados en un objetivo singular y necesitábamos ejecutarlo lo
antes posible.
Esas preguntas podían esperar.
—Reuniré a nuestro equipo, incluidos mis hijos —dijo Andrew, dirigiendo a
Austin una mirada severa—, a primera hora de la mañana. Nos reuniremos todos de
nuevo para trazar un plan de juego para... digamos la una, con el objetivo de entrar
al anochecer si determinamos que es factible.
—Me parece bien —contestó papá.
—De acuerdo —dijo Austin.
—Intentemos todos dormir al menos un poco —dijo Andrew, permitiéndose
por fin sonar cansado—. Vamos a necesitarlo.

DESPUÉS DE QUE PAPÁ ESTRECHARA la mano de cada uno de los Bryce y Derrick les
dedicara una respetuosa inclinación de cabeza, los dos desaparecieron escaleras
arriba para ver cómo estaban mamá y Daisy antes de irse a la cama.
Eso me dejó de pie en el pasillo en penumbra, rodeada por los chicos y sus
olores armoniosamente mezclados mientras luchaba con qué decirles ahora.
Podría decirles que no tenía palabras para agradecerles que corrieran hasta
aquí y se lanzaran directamente a un violento altercado con media docena de alfas
enloquecidos. Habían evitado que nuestra tienda sufriera más daños y, casi con toda
seguridad, que yo o mi familia sufriéramos más lesiones.
O podría mencionar que estaba nerviosa y mareada a partes iguales ante la
perspectiva de trabajar con ellos para derribar la puerta de la MDM y rescatar a
nuestras chicas.
O, por supuesto, podía decirles que lamentaba haber huido de Seth y Cam la
noche anterior -o, técnicamente, hacía ya dos noches-, pero que no sería capaz de
explicar cómo podía desear algo desesperadamente y, al mismo tiempo, estar
realmente aterrorizada por exactamente lo mismo.
En lugar de eso, no dije nada. 167
Me quedé mirándolos a los tres mientras el peso de toda la noche empezaba a
oprimirme, la idea de que se marcharan me produjo de repente un agudo dolor en el
pecho.
Me ardían los ojos.
El labio inferior me tembló un poco.
Oh, no.
—Oye, no, está bien, Petardo —dijo Austin, tirando de mí en el abrazo más
grande del mundo—. Todo va a salir bien. Pateaste traseros esta noche, y la tienda ya
está en camino de ser arreglada, y vamos a recuperar a tus chicas mañana.
Enterré la cara en su sudadera rota, deleitándome con whisky picante y
moqueando como una maldita niña. Me sentía tan bien entre sus brazos que la
respiración entrecortada que exhalé casi se convirtió en un ronroneo.
Mierda, no, cierra hasta arriba, Dylan St. James.
Las omegas ronroneaban para sus alfas cuando estaban contentas, igual que
los alfas ronroneaban para que sus omegas los tranquilizaran y calmaran.
Obviamente, yo nunca había ronroneado en mi maldita vida, y necesité unas cuantas
respiraciones tranquilas y concentradas antes de estar segura de haber eliminado esa
locura.
Detrás de mí se oyó un ruido sordo, casi un gruñido, y el pecho de Austin vibró
con una risita. Me dio un beso en la coronilla y luego me soltó suavemente,
haciéndome girar hacia los fuertes brazos de Seth.
—Realmente no quiero dejarte —murmuró Seth en mi cabello mientras me
apretaba fuerte—. Pero necesitas dormir, y creo que perderé el poco terreno que he
ganado con Derrick si me lo encuentro en el pasillo al salir de tu habitación por la
mañana.
Resoplé en el pliegue de su cuello, donde había estado aspirando rollo de
canela como una yonqui.
—Probablemente. Aunque ese zorro no tiene espacio para hablar.
Seth se echó a reír antes de apartarse lo suficiente para mirarme con esos ojos
oscuros, tan insondablemente negros ahora en la penumbra.
—¿Estamos bien? ¿Después de, ya sabes...?
Asentí.
—Estamos bien, Seth. Sólo intento asegurarme de que ninguno de nosotros
haga algo de lo que... nos arrepintamos. 168
Frunció el ceño, pero no insistió. Me besó en la frente y luego me encontré
acurrucada en el abrazo de Cam.
Suspiré y me impregné de su aroma a naranja especiada. Se había recogido el
cabello largo en un nudo desordenado en algún momento de la noche, lo que me
permitía acceder a la suave piel de su cuello.
—¿No estás enfadada con nosotros, Blossom? —susurró, con un tono
inusualmente dubitativo.
—No, Cam.
—De acuerdo. Bien.
Lo respiré y sentí que él hacía lo mismo conmigo.
—Gracias por venir esta noche.
—Siempre vendré cuando me necesites. Todos lo haremos.
Era un pensamiento peligrosamente tentador.
Encontré la mirada de Austin por encima del hombro de Cam.
—Debería irme a la cama —susurré, todavía aferrada a Cam—. Mañana
tenemos un gran día.
Asintió.
—Cam, déjala ir.
—No.
—Cameron.
Resopló contra mi cabello.
—Bien.
Su agarre se aflojó y me aparté, dando un pequeño paso hacia atrás. Se acercó
a mí por última vez, sus largos dedos acariciaron mi mejilla mientras decía:
—Buenas noches, Blossom.
Luego apretó sus labios contra los míos en un beso brevísimo.
—Cameron —gruñó Austin.
—Suave, cariño —añadió Seth, riendo entre dientes.
Cam me sonrió. Por un segundo me quedé mirándolo, con los ojos muy
abiertos, como una violeta encogida que nunca hubiera besado a un chico, y luego
conseguí volver a conectarme. 169
—Buenas noches, Cam —le dije, devolviéndole la sonrisa burlona. Miré a
Austin y Seth—. Buenas noches, chicos. Hasta mañana.
Me di la vuelta y marché por el pasillo hacia las escaleras, con la cabeza alta y
las zancadas decididas, como si esos tres abrazos y un besito no hubieran sacudido
mi mundo casi tan fuerte como lo había hecho la violenta invasión de nuestra tienda
horas antes.
21
SETH

La valla de hierro forjado que rodeaba la desaparecida Escuela de la Santa


Expiación asomaba a lo lejos, apenas visible a través de la espesa arboleda de
sicomoros donde nos preparábamos para el rescate de esta noche. La luna llena,
oscurecida sólo ligeramente por las tenues nubes invernales, nos daba visibilidad
170
suficiente para prescindir de nuestras gafas de visión nocturna.
—¿Este lugar era una escuela o una maldita prisión? —le pregunté a Austin,
que estaba de pie a unos metros, con los prismáticos pegados a la cara—. Es una valla
de tres metros, y esas puntas están pensadas para empalar a alguien si intentara
escapar.
Se encogió de hombros.
—A veces es difícil notar la diferencia.
La oscura figura de Cameron apareció por delante, avanzando hacia nosotros
con pies silenciosos. Al igual que el resto del equipo de Bryce Solutions, iba vestido
con camuflaje oscuro, chaleco antibalas y casco conectado a nuestro equipo de
comunicaciones. Había estado serpenteando alrededor del perímetro de la escuela,
que ocupaba el equivalente a cuatro manzanas de la ciudad, si esas manzanas se
hubieran dejado caer en medio de una zona boscosa al oeste de la ciudad.
Nuestro equipo había enviado aviones teledirigidos a primera hora de la
mañana, y ahora teníamos una idea sólida de la disposición de los terrenos de la
escuela. La puerta principal estaba al norte, y se accedía a ella por un largo camino
de grava que se extendía hasta la carretera. Esta entrada conducía al único edificio
académico, una clásica escuela de ladrillo rojo de tres pisos de altura. Las molduras
blancas se habían amarilleado con el tiempo y las aulas se habían alquilado como
oficinas hasta que la MDM se hizo con el edificio.
En el lado oeste del campus se alzaba la capilla, una estructura de dos pisos en
forma de T con exterior de estuco y tejado de tejas españolas. Sus ventanas ojivales
se extendían de arriba abajo y sus puertas de madera habían sido cerradas con
pestillo. Ya no se celebraban servicios dominicales, lo cual era una gran noticia para
nosotros en esta fría noche de domingo.
En el centro del campus había un patio abierto que, si bien había sido frondoso
y verde, ahora era una vasta extensión de hierba seca y desigual. A lo largo del límite
oriental había un antiguo gimnasio, que al menos se utilizaba un poco, según las
imágenes de las docenas de hombres que se arrastraban por allí en cualquier
momento.
Por último, al sur y al fondo del campus estaba el dormitorio. Era un edificio de
tres plantas, de piedra gris, en forma de U, cuyas paredes rodeaban otro pequeño
patio a la entrada.
Un número sospechosamente elevado de “milicianos” armados se
arremolinaba en este patio, lo que significaba que nuestras chicas estaban retenidas
en algún lugar dentro de los dormitorios.
El resto de la guardia se había apostado en la puerta principal, con un equipo 171
más pequeño en la puerta noroeste que daba acceso a la capilla y otro en la entrada
sureste, entre el gimnasio y los dormitorios. Las fuerzas enemigas parecían ser una
mezcla de alfas pueblerinos que llevaban sus armas como joyas y pistoleros
profesionales a sueldo, lo que significaba que tendríamos que investigar más a fondo
quién más podría estar financiando esta mierda.
—Ligero cambio en la guardia desde nuestra grabación con dron de hace dos
horas —anunció Cam al llegar a nuestro escondite—. Han cerrado la puerta principal
y han dejado un equipo esquelético para vigilarla. Han desplazado más cuerpos a la
puerta noroeste. Por lo que sé, las farolas dan mucha visibilidad a la entrada principal
por la noche, y se puede ver fácilmente desde la carretera. Piensan que si alguien va
a intentar robar su preciada carga, lo hará por las entradas laterales.
Me reí entre dientes.
—Bueno, no se equivocan.
—¿Todos copiaron eso? —preguntó Austin.
—Copiado —llegó la voz ronca de Rodrigo a nuestros oídos—. No debería ser
un problema. Andrew controlará desde el cuartel general, y yo ajustaré la posición
de Jere a la puerta noroeste.
—Eso será divertido para esas almas desafortunadas —murmuró Cam, sonando
divertido.
Me puse de puntillas, dispuesto a hacerlo de una puta vez. Hacía tiempo que no
podíamos estirar las piernas como cuando sacamos la basura ayer en la tienda de St.
James & Co. y mi sed de sangre seguía bombeando. Era hora de cortar de raíz a la
MDM antes de que tuvieran la oportunidad de propagar más su enfermedad, e íbamos
a hacer un espectáculo de ello.
Sin embargo, había una incómoda pizca de ansiedad que empañaba mi
entusiasmo, y se debía al cien por cien a que Dylan iba a lanzarse de cabeza a esta
misión junto a nosotros. Me debatía entre la idea de que pudiera resultar gravemente
herida esta noche y el temor que sentía era como un gran peso en mis entrañas.
Y nunca podría decírselo, o me daría un puñetazo en la polla.
Al menos a Austin le iba peor. La agresividad protectora que irradiaba de él,
dentada y potente, cada vez que se mencionaba el papel de Dylan en la redada de
esta noche en la reunión de todos los equipos de esta tarde le había provocado
algunas miradas curiosas.
Todos los miembros de la familia St. James parecían cansados pero de buen
humor cuando nos reunimos por videoconferencia. Sabíamos por el informe del
equipo de limpieza que no solo habían echado a la manada Riley y a sus amigos en 172
medio de la nada, sino que algunos de los miembros del equipo se habían quedado
para recomponer la tienda lo mejor que pudieron: arreglando estanterías, tirando el
inventario roto y limpiando la sangre y otros fluidos corporales del suelo.
Había sido un alivio para mí -para los tres- oírlo. Aquello no era sólo una tienda.
Era el hogar de Dylan, y la idea de dejarlo en ruinas me había inquietado
profundamente.
Otra cosa rara que sentir por una chica beta que conocía desde hacía una
semana.
Habríamos estado de nuevo en su puerta esta mañana si nuestros padres no nos
hubieran arrastrado de vuelta al cuartel general y exigido otro informe de lo que
habíamos estado haciendo exactamente los tres la semana pasada. Por suerte para
nosotros, no habían tenido tiempo de husmear porque nuestra atención colectiva se
había centrado rápidamente en la misión de esta noche. Nuestra recopilación de
información había sido rápida y nuestra planificación, una máquina bien engrasada.
Dylan y su familia se habían integrado perfectamente.
Rodrigo zumbó en nuestros oídos.
—Cuando Brandon confirme que los St. James están en posición, estaremos
listos.
—Recibido —dijo Austin.
Me pasó los prismáticos. Miré a través de ellos hacia nuestro objetivo: la puerta
sureste. Podía distinguir el pequeño grupo de guardias que deambulaba justo detrás
de los finos barrotes de hierro de la puerta, que estaba cerrada las veinticuatro horas
del día con una cadena de aspecto pesado y un candado que había visto días mejores.
El camino de grava se dividía unos veinte metros más allá de la entrada, la bifurcación
de la derecha llevaba al gimnasio y la de la izquierda a los dormitorios.
—Será mejor que Dylan nos espere —murmuró Austin.
Cam resopló.
—No creo que nuestra Blossom reciba órdenes de ti, intrépido líder.
Sólo pudo gruñir en señal de acuerdo, y yo reprimí una carcajada. Mientras
que nuestro equipo tenía la tarea de atacar directamente por la puerta sureste para
distraer y enfrentarse a los guardias, el equipo de Dylan entraría de forma encubierta
por la valla sur, directamente detrás del edificio de los dormitorios. Cuando Austin le
había preguntado en nuestra reunión cómo pensaba hacerlo exactamente, su
respuesta había sido:
—No te preocupes.
—Los St. James están en su lugar —anunció Rodrigo en nuestros oídos—. 173
¿Todos los equipos listos?
Escuchamos la voz de los jefes de equipo de Bryce Solutions: el pequeño
equipo de Rodrigo en la puerta principal, el equipo más grande de Jericho en la
entrada noroeste y el otro equipo de tres hombres asignado a la puerta sureste con
nosotros.
—El Equipo Rojo está listo —dijo Austin, dando por finalizado el pase de lista.
—Recuerda, desarma y somete cuando puedas, pero estamos autorizados a
disparar a matar —dijo Rodrigo, intentando sonar grave, pero le salió un poco
vertiginoso.
Bryce Solutions tenía una excelente relación con el sheriff del condado, un beta
que había servido con Rodrigo. El sheriff no quería tener nada que ver con una milicia
de enfurecidos alfas que traficaban con chicas omega menores de edad, y solo le
había dicho a Andrew que “intentara no armar un lío gigantesco”.
No me esforzaría mucho en ese sentido.
Una bengala brillante se lanzó desde más allá de la carretera principal,
estallando en una peonía de rojo y naranja con un estruendo ensordecedor sobre los
terrenos de la escuela.
—¡Se acabó el tiempo! —ladró Austin, y se fue hacia la puerta.
—Hagámoslo —añadí con una sonrisa sanguinaria a Cam.
Se rio entre dientes y los dos corrimos tras Austin, pisándole los talones.
Se oyeron gritos confusos de los guardias errantes, que ya no vagaban tanto
como corrían de un lado a otro como pollos sin cabeza. Austin se detuvo a tres metros
de la puerta. Levantó la pistola y disparó al candado oxidado. El candado estalló en
pedazos y la cadena que había pasado por los piquetes de la puerta cayó al suelo.
Pasé corriendo junto a Austin y di una fuerte patada a la verja con mi pesada
bota. La puerta giró hacia dentro sobre sus chirriantes bisagras y chocó de lleno
contra los dos policías de alquiler que se habían espabilado lo suficiente como para
correr a proteger la entrada. El impacto los tiró al suelo, y Cam y yo nos les echamos
encima en un santiamén.
—¡Desarmar y esposar! —gritó Austin mientras corría.
—¡Esta no es mi primera vez! —le grité.
Otro fuego artificial estalló sobre nosotros, y se oyeron más gritos y disparos
desde el otro lado del recinto.
El Equipo Azul pasó a toda velocidad, nos saludó mientras esposábamos a 174
nuestros cautivos y luego interceptó a la media docena de refuerzos que convergían
en la puerta. El resto de la “milicia” de la parte trasera de la propiedad se apostaría
frente a la residencia, en su única entrada, para vigilar a sus prisioneras.
Cam le dio una patada en las costillas a su guardia esposado y luego me sonrió.
—Vamos, cariño. No quiero perderme la diversión.
Golpeé con la culata de mi pistola en la cabeza de mi chico, dejándolo
inconsciente.
—¿Te has fijado en el logotipo de sus camisetas? —le pregunté a Cam mientras
me levantaba y enfundaba mi arma—. Maldito Titan Strategies.
—Oh, a Andrew le encantará.
Eran turbios como la mierda y un competidor directo nuestro en el ámbito de
la seguridad contratada, aunque no había competencia, y ellos lo sabían. Les
ganaríamos esta noche y mi padre se regodearía durante meses.
—Pónganse al día, ustedes dos —nos ladró Austin al oído.
Le puse los ojos en blanco a Cam y nos pusimos en marcha, corriendo hacia la
residencia. Alcanzamos a Austin, que se había metido en un bosquecillo de árboles,
justo cuando salió para disparar dos tiros perfectos al par de guardias Titan que
corrían hacia él con las armas en alto. Cayeron, despejando nuestro camino hacia la
parte delantera del edificio.
Dos estruendos sonaron a nuestra izquierda, desviando nuestra atención de
nuestro objetivo. Dos garfios aparecieron por encima de la valla trasera, justo detrás
del dormitorio.
—Oh, mierda —dije, un poco aturdido al ver la forma ágil y oscura de Dylan
trepar por la cuerda atada a su gancho y saltar por encima de los piquetes. Derrick la
siguió, con demasiada gracia para alguien de su tamaño. Aterrizaron suavemente en
el suelo y corrieron hacia la parte trasera del edificio.
Derrick corrió hacia delante y se detuvo justo debajo del pequeño balcón del
segundo piso que, según los planos que nuestro equipo había adquirido, conducía a
la única sala de estar de la residencia. Se agachó, y Dylan no rompió el paso mientras
corría hacia él, usando sus manos como escalón mientras la lanzaba por los aires.
—¿Lo dicen en serio? —gruñó Austin.
Dylan se agarró a la parte inferior de la barandilla del balcón. Subió una larga
pierna a la cornisa y se impulsó hacia arriba y por encima de la barandilla con una
gracia que rivalizaba con la de Cameron en sus mejores días. Sacó la pistola del
cinturón, disparó dos tiros a la puerta de cristal del salón y, a continuación, arrancó
de una patada el cristal roto del marco. 175
—Puede que esté enamorado —dijo Cam mientras la veíamos desaparecer en
el edificio.
—Joder —maldijo Austin, despegando de nuevo.
—Joder, tiene razón —dije, corriendo tras él, Cam a mi lado.
Teníamos que diezmar al contingente que custodiaba el dormitorio antes de
que se enteraran de que nuestra chica se había colado por detrás.
Derrick, satisfecho de que su hermana estuviera a salvo dentro, salió en nuestra
dirección. Nos reunimos con él al llegar al lado del edificio. A la vuelta de la esquina
estaba el patio de la residencia y la maraña de guardias de la milicia.
—¿Están listos, cabrones? —preguntó, con la excitación bailando en sus ojos
color avellana.
Austin sonrió satisfecho.
—Trata de mantener el ritmo, St. James.
—Comerás mi polvo, Bryce.
—Midan pollas después —resopló Cam, sacando su pistola—. Tenemos que
cubrir a Blossom.
—¿Blossom? —dijo Derrick con un bufido incrédulo—. ¿En serio?
—Extremadamente —respondí, inexpresivo, antes de mirar a mi hermano y a
Cam—. ¡El último en entrar tiene que hacer el papeleo!
Saqué mis dos pistolas del cinturón, las hice girar una vez sobre mis dedos con
una floritura, le lancé un guiño de mierda a Derrick y me largué.
22
DYLAN

Aterricé suavemente sobre el crujido de los cristales que ahora ensuciaban la


moqueta beige de la residencia. Sólo tardé unos sesenta segundos en declarar la
segunda planta libre de chicas secuestradas o guardias idiotas. Aceché por los
pasillos del ala este a la oeste, empujando las puertas abiertas con una mano mientras
176
sostenía mi pistola en alto con la otra.
Nada. Los pasillos estaban en silencio, salvo por el alboroto de gritos y disparos
fuera del edificio. Todo el lugar parecía estéril y lúgubre, pero imaginé que la
presencia de los estudiantes habría añadido mucho color y vida a un viejo dormitorio
como éste.
No es que yo lo supiera. No fui a la universidad.
—La segunda planta está despejada, como esperábamos —dije, manteniendo
la voz baja.
—Claro, el piso de arriba es el más lógico —contestó papá, sonando sin
aliento—. Las prisioneras tienen que ir más lejos para escapar ¡Rodrigo! ¡A las tres en
punto!
Un choque, un grito ahogado y un disparo.
—¿Mamá subió al coro? —pregunté mientras corría hacia la escalera al final del
ala oeste.
—Sí. Está cubriendo al Equipo Verde en el patio y golpeando a cualquier
rezagado que intente correr hacia el dormitorio de tus chicos y Derrick.
Abrí la puerta de la escalera con el hombro.
—Genial. Adelante.
El pisotón de unas botas resonó en el hueco de la escalera. Tuve dos segundos
para ver a un alfa larguirucho, que apestaba a rabia agria y lujuria repugnante,
bajando a toda velocidad por la escalera, blandiendo un rifle semiautomático. Salté
detrás de la puerta.
—¡Te he visto, puta de mierda! —gritó. Tres disparos golpearon la puerta
metálica—. ¡Eres una puta muerta!
Cuando se acercó, pateé la pesada puerta con todas mis fuerzas. Se abrió de
golpe y se estrelló contra él. Se agitó y el cañón de su arma salió disparado hacia
arriba, accidentalmente, por encima de nosotros.
—¡Joder!
Aprovechando la oportunidad, me deslicé más allá de la puerta, levanté mi
arma y le disparé un solo tiro centrado en la cabeza. No iba a perder el tiempo con un
tipo que llevaba un arma tipo AR. Se dejó caer y no me entretuve. Corrí hacia la
primera escalera, pero me detuve en seco y me estampé contra la pared cuando la
puerta del piso superior se abrió de golpe.
—¿Bud? ¡Mierda! 177
Éste tenía una escopeta de bombeo, y no era mejor con ella que su compañero
de fechorías con su arma. Hizo varios disparos al azar en el centro de la escalera, y
las balas rebotaron en el cemento de la planta baja. Tras el sonido de otra detonación
y recarga, me lancé escaleras abajo mientras un disparo rebotaba en la pared por
encima de mi cabeza.
—¡Quédate quieta, puta de mierda!
—¡Apuesto a que aún no podrías golpearme si lo hiciera, Ace! —le grité.
Otros tres disparos salvajes por el hueco de la escalera y, finalmente, el clic
vacío que estaba esperando. Me puse en pie de un salto y subí corriendo las
escaleras. El tirador desapareció de mi vista y se retiró por la puerta del tercer piso.
Subí las escaleras de dos en dos y salí por la puerta unos segundos después que él.
—¡Kenny! ¡Necesito un arma! —gritó Ace mientras corría por el pasillo—. ¿Te
queda munición?
Levanté mi pistola y disparé por encima de la cabeza de Ace sólo para advertir
a Kenny en lo que estaba a punto de meterse.
—¡Joder! —gritó, levantando las manos para protegerse de los escombros que
cayeron del techo donde impactó mi bala.
—¡No puede ser, hombre! —gritó otra voz. Unos zapatos golpearon la raída
alfombra y otro alfa apareció dando tumbos. Era alto, corpulento y no tendría más de
diecinueve o veinte años—. ¡No voy a quedarme aquí y arriesgar mi vida por esta
mierda! Esos hijos de puta ni siquiera nos dejarán quedarnos con la mitad de las
chicas que encontramos para la causa.
¿Qué diablos significaba eso?
Kenny pasó corriendo a mi lado, con las manos en alto.
—¡No dispares! Estoy fuera. Estoy jodidamente fuera.
—¡Maldito maricón! —bramó Ace.
Bajé el arma, reduje la marcha y dejé que Kenny me siguiera y corriera hacia
las escaleras.
—Derrick —dije, zumbando en nuestra línea de comunicación—. Uno de los
tipos que custodian a las chicas sale corriendo como un gallina. Vigila su salida por
las escaleras del centro.
—Entendido. Voy a engancharlo —respondió Derrick—. ¿Estás bien?
—Sí. Tres guardias. Uno caído, otro huyendo, y el último se ha quedado sin
munición. Voy a divertirme con él.
178
—Bien, pero que sea rápido… ¡Cam! ¿Qué mierda, hombre? Yo tenía esa.
Sólo pude distinguir un gruñido y luego un aullido de dolor en el fondo.
—No pongas esa cara, no funciona conmigo como con tu novio y su hermano —
dijo Derrick. Una pausa—. No, no puedes hablar con Blo… Dylan. Está ocupada.
Resoplé.
—Bien, me voy. Te agradecería que te aseguraras de que ninguno de los Bryce
resulte gravemente herido durante todo esto.
—No puedo esperar a decirles que dijiste eso.
Puse los ojos en blanco para nadie.
—Adiós.
El pasillo volvía a estar tranquilo. Mi presa había dejado de correr, y el hedor
de la agresividad alfa me decía que estaba al acecho en algún lugar de los
alrededores. Tenía que anticipar cómo iba a hacer su última parada.
Enfundando mi arma, avancé en silencio por el pasillo, abrazándome a la pared
al llegar a la esquina donde el ala este del dormitorio en forma de U sobresalía del
centro del edificio. Las feromonas que se filtraban en el aire se agudizaron, una
ansiosa anticipación de la violencia. Me chamuscaron las fosas nasales, una clara
señal para que un beta normal, reacio al riesgo, corriera en la otra dirección.
Pero yo no era normal. Por todo tipo de razones.
Hice una pausa, conteniendo la respiración.
Ace, el gran idiota que había gastado toda su munición rociando de balas el
hueco de la escalera, saltó al doblar la esquina. Agitó la escopeta vacía como si fuera
un bate de béisbol, con sus manos carnosas agarrando el cañón mientras apuntaba
alto, como si esperara que yo aún tuviera la pistola en la mano y quisiera liberarla.
Me moví rápidamente, cambiando de posición para atrapar la culata del arma
antes de que se estrellara contra mi cuerpo.
—¡Mierda! —ladró, con los ojos muy abiertos mientras luchaba por agarrarse.
Tiré con fuerza con ambas manos del extremo del arma, haciéndole perder el
equilibrio. Cuando se tambaleó hacia delante, le di con la bota en las tripas,
empujándolo con fuerza mientras le arrancaba la escopeta de las manos. Salió
disparado hacia atrás y chocó contra la pared.
Se sacudió el golpe y se detuvo para fulminarme con la mirada.
—Te crees la mierda, ¿eh? ¿Vas a enfrentarte a un macho alfa con tus propias
manos? Te romperé la cara y luego me serviré de ese cuerpo apretado. No nos dejan 179
follar con las omegas, pero a nadie le importa una mierda la basura beta.
Lo miré fijamente.
—¿Te das cuenta de que tenemos un pequeño ejército aquí eliminando a toda
tu asquerosa organización? ¿Toda esa locura que oyes fuera? Esos somos nosotros
ganando, no tu pequeño club de chicos enfadados.
Su rostro enrojeció de rabia y el aire se volvió acre.
—¿Crees que has ganado? No tienes ni puta idea, zorra tonta.
Se apartó de la pared y se abalanzó sobre mí. Esquivé el puño salvaje que me
lanzó a la cabeza y me levanté de un salto, clavándole el talón de la mano en la
barbilla. Echó la cabeza hacia atrás y le brotó sangre de la boca. Se había mordido la
lengua.
Era ahora o nunca.
Me dejé caer y pasé una pierna por debajo de él para tirarlo al suelo. Se
desplomó sobre la alfombra salpicada de sangre. Me abalancé sobre él y volví a sacar
la pistola del cinturón mientras me colocaba a horcajadas sobre su torso. Le metí el
cañón por debajo de la barbilla y se quedó inmóvil.
—Así es —dije en un susurro áspero—. A esta pistola le importa una mierda
quién es un alfa y quién no. Esta basura beta aún puede volarte los sesos por toda esta
fea alfombra. Dime dónde están las chicas.
Sus fosas nasales se encendieron, pero no se movió.
—Las últimas tres habitaciones al final del pasillo. Sólo quedan tres.
—¿Cómo que sólo quedan tres? ¿Había más?
—Sí.
Le clavé el hocico con más fuerza en la suave piel de debajo de la barbilla.
—¿Y dónde mierda han ido las otras? ¿Ya las forzaron a unirse?
—¡Deberíamos haberlo hecho! —espetó—. ¡Encontramos a esas chicas! Nos
pertenecen.
Me incliné para gruñirle en la cara.
—¿Dónde. Mierda. Están?
—¡No lo sé! T.R. dijo que nuestros grandes donantes querían su parte.
Se me heló la sangre. Sonaba como si hubiera dinero, dinero de verdad, en
juego. Era un cáncer que se había extendido más allá de jóvenes alfas descontentos
que gritaban en un servidor de Discord y hacían cosplay de comando en una escuela 180
parroquial vacía.
Le lancé una última mirada a Ace y le golpeé la cabeza con la culata de la
pistola. Lo golpeé dos veces más para asegurarme de que estaba inconsciente antes
de bajarme de él. Me levanté, le di una patada en el estómago y le sujeté los brazos a
la espalda con unas de las prácticas bridas de plástico que Bryce Solutions tenía en
abundancia.
Luego corrí hasta el final del pasillo.
—¡Mary Rose! —grité al detenerme frente a las puertas cerradas de las
habitaciones 301, 303 y 304—. ¡Soy Dylan! ¿Estás aquí?
El aire de las habitaciones era asquerosamente dulce, pero la clara nota agria
indicaba omegas en apuros.
—¡Dylan! —llamó una voz desde detrás de la habitación 303. El picaporte se
agitó infructuosamente—. ¡Estoy aquí!
El alivio me recorrió como un torrente. Mary Rose seguía aquí y no se la habían
llevado los “donantes”. Todavía estaría saliendo de los supresores, y me había
aferrado a la esperanza de que no la hubieran trasladado o forzado de alguna otra
manera a una vinculación, ya que los Riley parecían pensar que les pertenecía. Y
sabíamos que los Riley se estaban lamiendo las heridas mientras recogían sus cosas
a toda prisa.
Saqué mis ganzúas del cinturón e hice un rápido trabajo en la puerta de Mary
Rose. Alfiler, rastrillo, saltar la cerradura. La puerta se abrió y la pequeña Mary Rose
se lanzó a mis brazos.
La abracé. Su cabello negro le caía alrededor de la cara, y me sentí aliviada de
que oliera a limpio... y sólo un poco más dulce de lo normal.
—¿Estás herida, Mary Rose? ¿Te han hecho daño?
Negó con la cabeza contra mi chaleco.
—La verdad es que no. Nos asustaban mucho. Eran un poco duros cuando no
hacíamos lo que decían con suficiente entusiasmo. Pero nadie podía hacernos daño
o... ya sabes.
—Bien.
—Ellos querían, sin embargo —susurró—. Podíamos olerlo. Se quedaban aquí
fuera y nos olían y... era asqueroso.
La idea me dio náuseas. Esos pervertidos se estaban masturbando fuera de las
celdas de estas omegas asustadas.
Tal vez pondría una bala en la cabeza de Ace después de todo.
181
—¿Está Lily aquí? —le pregunté.
Volvió a negar con la cabeza.
—No, vinieron y se llevaron a Lily. Y a Maria y a Cadence. No sé si había otras
antes de que yo llegara.
Mierda.
—¡Eh! —chirrió una voz detrás de 301—. ¿Quién está ahí? ¡Ayúdenme!
Solté a Mary Rose y me apresuré a forzar la cerradura.
—Esa es Emmaline —me dijo Mary Rose—. Sólo tiene trece años.
Forcé la cerradura y abrí la puerta de un empujón. Apareció una chica rubia y
delgada, vestida con la misma sudadera blanca lisa y los mismos pantalones cortos
azules que Mary Rose. Su olor a mantequilla y cacahuete era sorprendentemente
penetrante para una omega tan joven, y su terror le había dado un toque quemado.
—¿Se... se han ido todos?
—Ahora estás a salvo, Emmaline —le dije suavemente—. Te voy a sacar de
aquí, y tenemos a todo un equipo encargándose de los malos.
Mary Rose la abrazó.
—No pasa nada, Emmy. Dylan ayuda a chicas como nosotras. Puedes confiar
en ella.
Emmy me miró y asintió tímidamente.
—De acuerdo. Vamos a buscar a Daniela.
Después de abrir la habitación 304, Emmy y Mary Rose tuvieron que entrar
para sacar a Daniela. La habían encontrado escondida en el rincón más alejado de la
puerta, refugiada en su nido improvisado hecho con el delgado colchón del catre, las
sábanas y la raída colcha que les habían dado en sus pequeñas celdas de prisión.
Daniela tenía dieciséis años, el cabello castaño brillante y pecas, y estaba dotada de
las voluptuosas curvas y la diminuta cintura de una omega ideal. Bajo la amarga
angustia, olía a tarta de queso con frambuesas, y estaba demasiado aterrorizada para
decir una palabra.
Una vez que tuve a mis chicas acorraladas, nos dirigimos a la escalera cercana
al final del pasillo. Las guié hacia abajo, con mi arma en alto. Le volaría la cabeza a
cualquier alfa perdida que las mirara mal.
Cuando llegamos a la planta baja, me detuve en la puerta de salida y llamé al
comunicador.
—Hola, equipo. Tengo tres chicas conmigo, y estamos a punto de salir por el
lado este del dormitorio. ¿Está claro? 182
—Sí —contestó papá—. Daisy está en camino, y Derrick y los chicos están
terminando la limpieza del dormitorio ahora.
—Entendido. —Atravesé la puerta con el hombro y acompañé a las chicas al
patio iluminado por la luna.
El caos nos recibió. Alguien había lanzado una granada de humo en el
gimnasio, y los milicianos que se habían escondido dentro salieron corriendo hacia
las puertas. Un alfa larguirucho, con la cabeza rapada y una barba espesa, salió del
patio de los dormitorios a trompicones, sangrando por la boca y la nariz. Nos miró
fijamente, con indignación en sus ojos desorbitados, y le apunté a la cabeza con mi
pistola. Ahora estaba desarmado, pero acabaría con él si daba un solo paso hacia las
chicas.
En su lugar, maldijo y corrió en la otra dirección justo cuando Derrick doblaba
la esquina, cacareando mientras corría tras el tipo.
—¡Huir de mí sólo lo hace más divertido!
Hice un gesto a las chicas para que me siguieran mientras cruzábamos a toda
prisa el césped. Eché un vistazo hacia el patio de los dormitorios y vi a Austin
golpeando dos cabezas mientras Seth arrojaba a otro tipo contra un lateral del
edificio. Los cadáveres de ambos, los milicianos y la seguridad contratada, estaban
esparcidos por el césped, muchos heridos, algunos muertos.
Las omegas detrás de mí estaban cada vez más angustiadas.
—¡Dylan! —gritó Mary Rose por encima del ruido de la batalla—. ¿Cómo vamos
a salir de aquí?
Un motor rugió y una camioneta de cuatro ruedas se cruzó en nuestro camino.
Dio una vuelta de campana sobre el césped antes de detenerse justo delante de
nosotros. Daisy se asomó a la pequeña cabina abierta y gritó:
—¡Suban!.
Subí a la plataforma de la parte trasera, indicando a las chicas que me
siguieran. Una vez cargadas, golpeé la parte superior de la cabina.
—¡Estamos dentro! ¡En marcha!
Daisy aceleró el motor, pero antes de que pudiera salir, una elegante figura
vestida con el camuflaje de Bryce Solutions saltó al asiento del copiloto de la cabina.
Cítricos picantes y ricos golpearon mis fosas nasales.
—¡Cameron! ¿Qué estás haciendo?
—¡Ayuda, Blossom!
Daisy disparó y nos pusimos en marcha en dirección a la puerta noroeste. Sonó 183
el pop pop de los disparos de francotiradores, mamá cubriendo nuestra salida desde
su posición en lo alto de la capilla, donde tenía su Beretta encajada a través de la
estrecha ventana de la lanceta. Los cristales se hicieron añicos a nuestra izquierda, y
un matón a sueldo atravesó la ventana de la capilla de la planta baja y cayó al suelo
con fuerza. Papá estaba de pie en el marco de la ventana, respirando con dificultad y
luciendo una sonrisa que decía que estaba disfrutando enormemente.
La puerta estaba a la vista. Había sido despejado por los equipos de Bryce, y
no quedaba nadie para impedir nuestro camino fuera de aquí.
Una explosión sacudió el edificio académico principal a nuestra derecha
cuando pasábamos. Un hombre corpulento y pelirrojo salió volando por la ventana
del segundo piso mientras el edificio se convertía en humo a su espalda. Aterrizó con
pies ligeros sobre el techo de un Jeep cualquiera que estaba estacionado frente al
edificio. Se levantó, sacó una pistola de su cinturón, giró y disparó seis tiros en rápida
sucesión contra la horda de hombres uniformados que irrumpió por las puertas.
Me incliné hacia la cabina.
—¿Era Jericho?
Cam se rio entre dientes.
—Seguro que sí. Siempre explota algo cuando él está involucrado.
—¡Genial! —gritó Daisy. Las orejas de gato de su gorro oscuro se agitaron con
el viento mientras nos azotaba para rodear dos cuerpos desparramados sobre un
tronco y llegar a la carretera principal.
—Daisy, no te lo tomes a mal —gritó Cam al viento—, ¿pero tienes siquiera
carné de conducir?
Se burló indignada.
—¡Tengo un permiso de aprendizaje!
Cruzamos la verja y entramos a toda velocidad en el camino de bomberos que
serpenteaba por la zona boscosa que rodeaba la escuela. El chasquido de los
disparos, los gritos de los hombres golpeándose a puñetazos, el humo y las
explosiones se desvanecieron, sustituidos por el gorjeo de los insectos nocturnos y
los coches que circulaban a toda velocidad por la autopista a lo lejos.
Nuestras chicas se acurrucaron en la plataforma, sus olores se difuminaron y su
terror de ojos abiertos fue sustituido por los pesados párpados del cansancio. Debían
de haber identificado a Cam como un beta y no como una amenaza, o tal vez la
hermosa sonrisa que les había dedicado la primera vez que subió al vehículo había
sido lo bastante tranquilizadora.
—¿A dónde vamos ahora? —preguntó Mary Rose mientras Daisy frenaba el
184
todoterreno. Tanto mi camioneta como la de mi padre estaban estacionadas en el
estacionamiento del sendero natural cercano.
—Las llevaremos a casa —respondí—. ¿Están bien cada una de ustedes para ir
a casa, o quieren quedarse con nosotros hasta que podamos llevarlas a un lugar
seguro?
Emmaline asintió.
—Me gustaría irme a casa —susurró.
—Yo también —dijo Mary Rose.
Miré a Daniela. Ella se limitó a asentir, abrazándose las rodillas.
—A casa, entonces —dije.
Cameron se dio la vuelta y me miró con sus mejores ojos de cachorro. Se había
quitado el casco y los pocos mechones rubios que se habían escapado de su moño
desordenado enmarcaban su cara como un cuadro. Suspiré, negando con la cabeza.
No me quedaban fuerzas para resistirme a aquella cara, y la idea de llevar a un
refuerzo no alfa capaz a mis últimos recados de la noche me atraía.
—Bien, puedes venir —le dije.
Me sonrió. A mi lado, Mary Rose susurró:
—Vaya.
Sí, lo mismo, chica. Lo mismo.
23
DYLAN

Dejamos a Daisy con mamá, papá y Derrick mientras Cam y yo pasábamos las
horas siguientes entregando a las niñas en brazos de sus desesperados y
preocupados padres. Daniela vivía con sus dos padres alfa y su hermano pequeño en
un complejo de apartamentos viejo pero bien cuidado en el extremo oeste de la
185
ciudad. Emmaline procedía de una manada que sonaba tan tóxica y disfuncional como
en la que se había criado papá, pero tuvo la suerte de ser adoptada por su tía -una
hembra alfa- y el marido beta de su tía hacía varios años. Vivían en una modesta casa
de mediados de siglo en un barrio a las afueras del centro de la ciudad, y habían
estado a punto de intentar adoptar también a Cameron antes de que consiguiéramos
salir por la puerta.
Cuando por fin estacionamos delante de la acogedora casa de la abuela Anya,
en el corazón de South Ranch, me tomé un momento para evaluar a Mary Rose por el
retrovisor. De las tres chicas, ella había sido la más tranquila, incluso la más estoica,
así que decidí arriesgarme a tener una charla rápida antes de entregarla a su abuela.
—Para que lo sepas, Mary Rose —empecé—, Jesse Riley y toda esa manada se
van de la ciudad. No tendrás que preocuparte de que ninguno de ellos vuelva por
aquí.
Exhaló un suspiro.
—Bien. No puedo creer que fuera tan estúpida. Pensé que le gustaba a Jesse.
Cam y yo intercambiamos una mirada.
—Seguro que sí —dije con suavidad, decidiendo que haría todo lo posible para
evitar que la autoestima de esta omega de catorce años cayera aún más por el
retrete—. Parecía que quería que fueras su omega, Mary. Pero su hermano y esa
manada le lavaron el cerebro sobre lo que eso debería significar.
—Sí —dijo, dejándose caer en su asiento—. Supongo.
—Y por lo que he oído, Cameron le hizo pagar por lo que hizo.
Miró a Cam con adoración.
—¿Lo hiciste? ¿Golpeaste a un alfa?
Los ojos azules de Cam brillaron mientras le dedicaba una sonrisa socarrona.
—Tengo mucha práctica golpeando alfas. Igual que tu chica Dylan.
Ella asintió enérgicamente.
—Dylan es tan increíble. Quiero ser como ella cuando sea mayor.
Me aclaré la garganta, de repente un poco incómoda.
—Bien, de todos modos. ¿Hay algo que puedas contarnos sobre la gente que
viste cuando estuviste en el colegio? ¿Algo que recuerdes que te dijeran que pueda
ayudarnos a encontrar a Lily y a las demás?
Había puesto al día a papá sobre la situación de las chicas desaparecidas. Cam
había hecho lo mismo con su equipo. Tras la operación, Rodrigo y Austin habían 186
escogido a unas cuantas almas desafortunadas sobre las que habían ejercido cierta
presión, pero nadie sabía nada concreto sobre quiénes eran los “donantes” o a dónde
se habían llevado a las chicas. El tal T.R., el misterioso líder de la MDM, era el único
que disponía de esa información, y esta noche había estado convenientemente
ausente del local.
—En realidad no —respondió Mary Rose—. Nos tenían a todas juntas haciendo
las mismas cosas. Un día nos despertamos y tres de las chicas habían desaparecido.
Estábamos casi siempre encerradas en nuestras habitaciones, excepto cuando nos
dejaban salir para el “entrenamiento”. Nos llevaban al salón de la residencia y nos
daban charlas sobre el propósito de una omega mientras los cabezas huecas se
quedaban de pie, empuñando sus armas. Nos hablaba sobre todo ese tipo T.R., pero
a veces venían omegas mayores.
Qué asco. Ya era bastante malo que estos hombres alfa retrógrados escupieran
tonterías sexistas y abusivas, pero era otro nivel de asco cuando las mujeres eran
cómplices de ello.
—¿Qué te dijeron? —preguntó Cam.
Se encogió de hombros.
—El típico lavado de cerebro. Las omegas fueron creadas para satisfacer las
necesidades de los alfas. Deberíamos considerarnos afortunadas de que nos eligieran
para unirnos a manadas de auténticos hombres alfa, de que el gobierno no se
entrometiera en nuestra unión. Íbamos a poder unirnos pronto y servir a una causa
superior. Íbamos a obedecer todas las exigencias de nuestros alfas. Bla, bla.
Ahogué una carcajada.
—Al menos no tengo que preocuparme de que te hayas tragado nada de eso.
—No. Y todo esto sólo me hizo recordar por qué no planeo ser una omega en
absoluto, al igual que t…
Volví a toser y la miré con urgencia por el retrovisor. Cam y los chicos sabían
que Mary Rose había estado tomando supresores, pero yo necesitaba
desesperadamente que Mary Rose se abstuviera de decir nada que pudiera hacerles
saber que yo también los estaba tomando.
—Bien, sobre eso —dije rápidamente—. Estamos... escasos de suministros.
¿Tienes suficiente para los próximos meses?
Lanzó una mirada a Cam y luego me hizo un gesto comprensivo en el espejo.
—No tomé mi última dosis, así que debería estar bien por un tiempo.
Cameron estaba callado, y yo sabía que estaba absorbiendo cada migaja de
este intercambio. 187
—Bien. Le avisaré a la abuela Anya cuando sepa más sobre... el
reabastecimiento.
Hablando de Anya, había aparecido en el viejo y desvencijado porche, con un
chal de punto alrededor de su encorvada figura mientras esperaba. Mamá la había
llamado antes para decirle que habíamos encontrado a Mary Rose ilesa y que la
traeríamos a casa esta noche.
—¿Puedo irme ya? —preguntó Mary Rose—. La abuela está esperando.
—Por supuesto. Me alegro mucho de que estés bien, todo sea dicho.
—A mí también. Gracias por venir a buscarme. —Miró a Cam, y me di cuenta
de su rubor, incluso en la penumbra de la cabina de la camioneta—. Gracias a ti
también, Cam. Por ayudar a Dylan.
—De nada —respondió—. Siempre ayudaré a Dylan, así que llámanos si nos
necesitas, ¿de acuerdo?
Cuando tuve la certeza de que Mary Rose y Anya estaban a salvo en su casa,
arranqué la camioneta y comencé a conducir hacia el norte, en dirección a la ciudad.
Cam se acomodó en su asiento, cerrando los ojos y con aspecto sereno.
—¿A dónde te llevo, Cameron? —le pregunté. Si pensaba que iba a dormirse
sin darme indicaciones para que no tuviera más remedio que llevarlo a casa conmigo,
se merecía otra cosa.
—Torre Sun City —respondió perezosamente. Abrió un ojo y me lanzó una
mirada sugerente—. Puedo enseñarte nuestra nueva casa. Tenemos una habitación
de invitados muy bonita.
Apuesto a que tenían un nido muy bonito allí, también, a la espera de su
princesa EFO.
Ahuyenté ese pensamiento y la punzada de celos que me provocó. No tenía por
qué sentir eso cuando era yo quien se había hecho la cama.
—Buen intento —le dije—. Te dejaré en la acera y podrás encontrar el camino
hasta tu lujoso ático como un niño grande.
—Bien. La próxima vez, Blossom.
Claro, Cameron. La próxima vez.

188
LA TORRE SUN CITY ERA UN nuevo rascacielos de apartamentos construido en
pleno centro, en lo que antes era un antiguo estacionamiento. El exterior de hormigón
gris cálido enmarcaba ventanas azul aciano, algunas de las cuales brillaban
inquietantemente desde el interior, donde algunos ocupantes seguían despiertos. La
torre, de casi cuarenta pisos, estaba enclavada entre elegantes rascacielos
corporativos, hoteles históricos y una de las grandes zonas verdes del centro.
Sin duda, un ambiente diferente al de Palisades para la manada Bryce más
jóvenes, pero el ático del último piso de este nuevo y reluciente edificio los mantenía
casi con toda seguridad en el lujo al que estaban acostumbrados.
Paré la camioneta en la acera de la entrada trasera de la torre. Allí nos
esperaban dos figuras corpulentas con chaquetas oscuras, las manos metidas en los
bolsillos de los pantalones de chándal y la respiración apenas visible en el aire fresco
de la noche.
Bajé la ventanilla. Austin se inclinó y apoyó los antebrazos en el marco de la
ventanilla. Al mismo tiempo, la puerta del copiloto se abrió y Seth entró en la
camioneta, deslizándose por debajo de Cam y tan cerca de mí como pudo sin estar
en mi asiento. Cam se rio entre dientes y se apoyó en la puerta ya cerrada, con las
piernas sobre el regazo de Seth.
Lancé un suspiro mientras el estómago se me revolvía de alegría al verlos a
todos aquí conmigo, con sus especiados aromas masculinos entrelazándose en una
armonía que inducía a la neblina.
—Demasiado para dejarte aquí, Cameron.
—No te retendremos mucho tiempo, Petardo —dijo Austin. Su voz profunda me
acarició la espalda como si fuera un gatito posado en su regazo—. Sólo quería saber
cómo estabas. Hoy has estado increíble.
A la gatita le entraron ganas de ronronear.
—Gracias —dije, y me salió entrecortado y recatado en vez de despreocupado
y malote, maldita sea—. Estuvieron impresionantes. Gracias por ayudarnos a rescatar
a las chicas... a las que aún estaban allí.
—Cuando quieras, amor —dijo Seth. Su mano furtiva ya había encontrado el
camino hacia una de las mías, y me dio un suave apretón—. Tampoco vamos a dejar
pasar esto. Encontraremos a las demás.
Austin se inclinó aún más, su cara ahora a centímetros de la mía. Inhaló y mi
pulso se disparó. ¿Había cambiado más mi olor? ¿Me estaba perfumando y no lo
sabía? La intensa adrenalina de una noche como esta normalmente mantendría a la
omega sofocada, pero ¿podría soportar estar aplastada en la pequeña cabina de mi
camioneta con mis tres compañeros de olor?
189
Austin me miró a la cara y me tranquilicé al darme cuenta de que me estaba
dando vibraciones de “charla seria” y no de “voy a hacerte un nudo en el asiento
trasero de esta camioneta”.
—Hicimos un barrido del dormitorio después de que te fuiste —dijo en voz
baja—. Encontramos al imbécil que derribaste con tus propias manos y dejaste
esposado en el suelo...
—Lo que es jodidamente caliente, amor —dijo Seth.
—Mmm, tan caliente —estuvo de acuerdo Cam.
Austin les lanzó a ambos una mirada severa a través de la cabina antes de
volver a centrarse en mí.
—Pero también encontramos al que disparaste en la escalera. ¿Fue... fue tu
primer asesinato?
Oh. Esto fue... dulce de su parte.
—En realidad, no, no lo fue —respondí. No me gustaba recordar mi primer
asesinato, pero tampoco me avergonzaba. No había dudado en hacerlo entonces, y lo
volvería a hacer sin dudarlo—. La abuela de Mary Rose vivía al lado de esta manada
de tres alfas, su omega y su hija de trece años que acababa de presentarse como
omega. No era un hogar feliz. Hace aproximadamente un año, la hija le confió a la
abuela Anya que los dos alfas que no eran su padre biológico habían empezado... a
tocarla después de que se presentara.
Las encantadoras feromonas masculinas que se habían estado arremolinando
lánguidamente a nuestro alrededor se volvieron agresivas y Austin gruñó en voz baja.
—Anya nos llamó, y papá, Derrick y yo fuimos una noche a recuperar a la hija.
Cuando llegamos allí, encontramos a la madre omega gritando y encogida detrás de
un sofá mientras dos de sus alfas se ensañaban con ella. Derrick y papá se ocuparon
de ellos mientras yo entraba en la pequeña habitación de la hija. Encontré al tercer
alfa desgarrándole la ropa mientras suplicaba y lloraba. Le metí una bala en la nuca.
Todos se enderezaron con eso.
Después de un momento, Seth dijo:
—Joder.
Austin parecía dolido, pero consiguió levantarme la barbilla y gruñir:
—Bien.
—¿Llevaste a la chica a tu centro en Nuevo México, Blossom? —preguntó Cam,
con voz triste. 190
Asentí.
—Llevamos a las dos omegas al Centro. Ahora están mucho mejor.
Austin me miró fijamente durante un instante y luego me rodeó la nuca con una
gran mano. Me atrajo hacia él y tocó mi frente con la suya.
—Eres increíble, Dylan St. James. Creo que deberíamos dejarte ir a la cama.
Me soltó y enarcó una ceja mirando a Cam y Seth. Ambos refunfuñaron.
Seth levantó la mano que aún tenía enredada en la mía y me dio un beso en el
interior de la muñeca.
—Hasta la próxima, cariño. No te metas en líos sin mí, ¿bien?
Sonreí.
—No prometo nada.
Cam se arrastró sobre su compañero y consiguió abrazarme mientras se
inclinaba sobre la consola central.
—Buenas noches, Blossom —ronroneó contra mi mejilla—. Nos vemos pronto.
Los dos salieron de mi camioneta mientras Austin seguía mirándome fijamente,
estudiándome a su manera, como si yo fuera un rompecabezas muy interesante que
quería resolver. Tragué saliva y agité la cabeza con indiferencia.
—Buenas noches, Austin.
—Buenas noches, Petardo. Pórtate bien.
—No sucederá.
Solté una risita irónica y negué con la cabeza.
—Por supuesto que no.
Conseguí alejarme, con la imagen en mi retrovisor de los tres inmóviles en la
acera mientras me veían marchar.
Cuando llegué a casa, me dejé caer en mi no-nido y dormí durante doce horas
seguidas, con el cansancio dominando el creciente dolor entre los muslos que me
recordaba que estaba de prestado.

191
24
CAM

La mansión Bryce estaba en lo alto de una de las colinas más elevadas de


Bluebonnet Palisades. Era una monstruosidad de estilo español con diez dormitorios,
una casa con piscina, una pista de tenis, un gimnasio y un centro de mando totalmente
equipado que funcionaba como segunda base de Bryce Solutions.
192
Cuando digo que me mudé al lado de la manada Bryce cuando era adolescente,
lo que quiero decir es que la casa de mis padres estaba a ochocientos metros de la
propiedad Bryce.
Habíamos llegado a la mansión hacía media hora, porque, por desgracia para
nosotros, ni siquiera las secuelas de una operación de la envergadura de la redada
de la MDM bastaron para disuadir a los padres de Seth y Austin de exigirnos que
asistiéramos a la cena de esta noche con la manada VanHolt.
Nos había llevado todo el día de ayer y la mayor parte del de hoy limpiarlo
todo, y estábamos en un frustrante callejón sin salida en cuanto a pistas sobre dónde
se habían llevado a las chicas desaparecidas después de que desaparecieran de los
dormitorios. La estridente declaración de Austin de que aún quedaba trabajo por
hacer había caído en saco roto, así que aquí estábamos, cuarenta y ocho horas
después de haber arrasado una milicia sectaria y volado su cuartel general, vestidos
con pantalones y chaquetas sport mientras tomábamos unos cócteles en el enorme
salón formal de los Bryce.
Intentaba no poner mala cara. Hubiera preferido aparecer por el gimnasio para
ver el entrenamiento vespertino de Dylan, pero el deber me llamaba. Al menos había
tenido a Seth para ayudarme a sobrellevar el duradero subidón de la redada y las
bolas azules que había desarrollado dando vueltas con Dylan en su camioneta durante
horas la noche anterior.
—Esos imbéciles de Titan ocultan algo —dijo Andrew después de beber un
buen trago. Se sentó en el gran sillón frente al sofá donde Seth y yo nos habíamos
acomodado, con las piernas cruzadas y su reluciente zapato de vestir rebotando
irritado—. Están enojados porque les hemos barrido el suelo y actúan como si no
tuvieran ni idea de la verdadera situación en el complejo de la milicia.
—¿Te sientes un poco vengativo, mi amor? —preguntó Jonathan, el zorro
plateado cirujano del grupo, con una sonrisa divertida. Estaba sentado en la silla
contigua a la de Andrew, leyendo tranquilamente algo en su tableta mientras fingía
ignorar la conversación de la tienda.
—Esta mañana hemos pirateado su sistema —añadió Rodrigo. Se recostó en
uno de los sofás, con sus enormes brazos echados sobre el respaldo—. Su cliente para
este trabajo era una empresa fantasma que no parece existir realmente. Llevará un
tiempo desenmarañarlo todo.
—¡Ya basta! —declaró Camille mientras entraba en la habitación, con los
tacones chasqueando contra el suelo de baldosas de terracota—. No hablemos de
trabajo esta noche. Vamos a tener una agradable cena.
—Los VanHolt aún no han llegado, mamá —señaló Austin. Se sentó en el otro 193
extremo del sofá de Rodrigo y, de los tres, era el que mejor fingía que no estaba
enfurruñado, aunque a duras penas.
Camille hizo una mueca. Llevaba un vestido de cóctel de un púrpura vibrante
que caía amorosamente sobre sus amplias curvas, y su cabello rubio como la miel
enmarcaba su cara con unas ondas perfectas que me pusieron un poco celoso. Jericho
entró en la habitación detrás de ella, con una camiseta negra ajustada y unos vaqueros
viejos. Dudaba que el hombre tuviera traje. Sus tatuajes, más numerosos incluso que
los de Seth, estaban a la vista y, como de costumbre, rondaba cerca de su omega y la
observaba como una bestia pelirroja que estuviera a cinco segundos de arrastrarla
de vuelta a su guarida.
A ella le encantaba.
—Ustedes tienen todo el día, todos los días, para discutir sus casos —dijo
Camille, agitando una mano manicurada hacia todos nosotros—. ¡Yo ya no puedo ver
a mis hijos! Si los pones a hablar de trabajo, no pararán nunca, y no podremos pasar
tiempo en familia.
—Mamá, te llevamos a pasear por tu cumpleaños hace como tres semanas —
dijo Seth—. ¿Te acuerdas? Cam y tú ganaron el concurso de salsa. Actúas como si te
hubiéramos abandonado.
Olfateó delicadamente.
—Discúlpame por extrañar a mis hijos.
—¿También echas de menos a tus hijas? —preguntó Austin, arqueando una
ceja—. ¿Dónde están Isabella y Seraphina? ¿Por qué no están obligadas a asistir a esta
cena?
—Isabella está en las Islas Vírgenes con su manada —dijo Andrew—. Por si
todos lo han olvidado, están esperando a su primer sobrino o sobrina a finales de este
verano, así que están de pequeñas vacaciones pre bebé.
Isabella era la mayor de los hermanos Bryce, y en cuanto se graduó en EFO, se
unió a una manada que incluía a dos de sus mejores amigos de la infancia. Eran todos
chicos de modales suaves, librescos y de clase acomodada. No teníamos mucho en
común, pero estaban obsesionados con Isa y la trataban como a una reina. Nada de
notas por mi parte.
—Oh, bien por ellos —dije, levantando mi copa—. Isabella me debe una
comida cuando vuelva. No dejaré que olvide su promesa de llamar al bebé Cameron,
niño o niña.
—Y Seraphina está escondida arriba —añadió Camille, poniendo en blanco sus
grandes ojos verdes—. Me echó la bronca cuando le dije que se pusiera presentable.
Estoy preocupada por ella. No se atreverían a echar a una Bryce omega de la EFO,
194
pero ella nunca coincidirá con una buena manada si no empieza a tomárselo en serio.
—Me arden los oídos, mamá —dijo Seraphina al entrar en el salón, vestida con
unos vaqueros de moda y una camiseta de Palisades Prep Swim que había visto días
mejores. También iba descalza—. Continúa. Casi olvido todo el propósito de mi vida
en la hora que estuve fuera de tu presencia.
Seraphina tenía diecinueve años y estaba en su primer año en la EFO. Era
pelirroja, tenía una figura esbelta que había perfeccionado en el equipo de natación
y probablemente albergaba tendencias anarquistas. No había duda de que alfa Bryce
era su padre biológico, lo que significaba que tenían suerte de que aún no hubiera
quemado un edificio de la EFO en señal de protesta.
—Sera —gruñó Jericho—. No te burles de tu madre.
—¡Ella me acosó primero, Jere!
Seth soltó una risita.
—Es bueno ver que la EFO no te ha cambiado ni un poquito, Sere.
Le señaló con una uña morada.
—¿Y cómo es que mis hermanos van por ahí teniendo una vida de verdad en
vez de encontrar a su pareja?
La sonrisa de Seth se transformó en una mirada de traición.
—Ouch, hermanita. Mismo equipo.
Camille sonrió, lanzándonos a los tres una mirada cómplice.
—Estamos trabajando en eso, no te preocupes.
—Uh-oh, tu madre está conspirando —le susurré a Seth.
—Siempre está conspirando.
Sonó el timbre. Camille se alisó el vestido, esbozó una perfecta sonrisa de
anfitriona y se apresuró a abrir. Un minuto después, regresó, caminando del brazo
con una mujer omega de piel pálida y cabello castaño oscuro. Era delgada hasta el
punto de parecer frágil, y su gran sonrisa no casaba con sus tristes ojos marrones.
Detrás de ellos marchaba un grupo de grandes machos alfa con sus mejores
trajes. Todos los VanHolt mayores tenían ese aspecto de alfa envejecido, como si
hubieran jugado al fútbol en sus días de gloria pero ahora estuvieran un poco gordos
por la cintura. La genética alfa sólo llegaba hasta cierto punto para mantener a un
hombre fuerte y en forma, y los Bryce mayores habían trabajado duro para
mantenerse como los papás extremos que eran. Los VanHolt eran suaves oficinistas
que se pasaban el día jugando con el dinero de otros. 195
Con ellos estaba su hijo, Lonnie. Era más o menos de mi altura, un poco más
ancho de hombros y lo bastante musculoso como para ser reconocido como un alfa.
Tenía una complexión que decía: “Hago ejercicio tres días a la semana con mi
entrenador” en contraposición a la de Seth y Austin: “Me gano la vida lanzando
hombres adultos contra las paredes”. Tenía el cabello rubio oscuro, cortado con
estilo, y sus ojos azul pálido se habían fijado en mí en cuanto entró en el salón.
Todos nos levantamos para saludar a nuestros invitados.
—Caballeros, y Seraphina —dijo Camille con cariño—. Recuerdan a los
VanHolts: Richard, Sherman, Víctor, Reed y su encantadora omega, Kelli. Y, por
supuesto, su hijo, Lonnie.
—Bienvenidos a todos —dijo Andrew. Él y Jonathan indicaron a los VanHolt que
se acercaran a la barra para tomar una ronda. Camille y Kelli desaparecieron por el
gran arco que llevaba a la cocina, arrastrando tras ellas a una renuente Seraphina.
Jericho se escabulló, siguiéndolas en silencio.
Lonnie se dirigió hacia nosotros y yo ahogué un gemido de fastidio.
—Hola, chicos —dijo con una amplia sonrisa. Agachó la cabeza lo justo para
mostrar deferencia a nuestro líder de manada—. Austin.
—Lonnie —gruñó Austin.
—Mucho tiempo —dijo Lonnie—. Ustedes tres son un grupo difícil de encontrar
para pasar un buen rato.
Seth apenas pudo contener la mirada.
—Algunos de nosotros trabajamos para vivir, hombre.
La mirada ansiosa de Lonnie volvió a posarse en mí por fin y se acercó
arrastrando los pies.
—Hola, Cameron —dijo, su voz se suavizó y su aroma soso y amaderado
adquirió una nota más dulce—. ¿Cómo has estado?
El enfado de Seth irradiaba en nuestro vínculo.
—Fantástico, Lonnie —respondí—. ¿Y tú?
—Estoy genial ahora. He echado de menos verte, Cam.
Asentí sabiamente.
—Es una aflicción que la mayoría de la gente desarrolla cuando está demasiado
tiempo fuera de mi presencia.
—No pudimos hablar lo suficiente en la gala benéfica del hospital el verano 196
pasado.
—Mmm —respondí. Sin duda había sido suficiente para mí.
Seth se apretó a mi lado y me rodeó la cintura con un brazo. Miró fijamente a
Lonnie, su traje completamente negro le daba ese toque de peligro. Su camisa de
vestir estaba desabrochada lo suficiente como para dejar entrever los coloridos
tatuajes que decoraban su pecho, y era jodidamente sexy.
Ojalá nuestra Blossom estuviera aquí para verlo. Sólo nos veía con ropa de
trabajo.
—¿Has terminado de coquetear con mi beta? —preguntó Seth—. Baja el tono
de tus feromonas, hombre. Huele como si alguien hubiera quemado algodón de
azúcar en una hoguera y luego lo hubiera ahogado.
Austin dio un gran trago a su bebida.
Lonnie levantó la barbilla, dirigiendo a Seth una mirada imperiosa.
—Creo que será mejor que aprendas a compartir, Seth. Pronto habrá más
miembros de esta manada, y Cam tiene todo el derecho a explorar sus sentimientos
con ellos.
—¿Quién lo dice? —gruñó Seth—. No hemos hablado de añadir a nadie a
nuestra manada en un futuro próximo, ¿verdad, hermano?
Austin miró a Lonnie por encima del borde de su vaso.
—No lo hemos hecho.
—Me necesitas —dijo Lonnie, clavándose un dedo en el pecho.
—¿Lo hacemos, ahora? —preguntó Austin.
—Sólo tienes dos alfas. Tu mejor oportunidad de cortejar a la flor y nata de la
EFO es añadir un tercero, especialmente un VanHolt.
Eso podría haber sido cierto para otras manadas, pero nuestro nombre era
Bryce.
Y me gustaba pensar que desafiaba mi designación.
Lonnie me miró de nuevo, sus pálidos ojos hambrientos.
—Y Cameron y yo tenemos algo entre nosotros.
Sonreí, acurrucándome aún más al lado de Seth.
—No lo hacemos, cariño. Pero entiendo el deseo de manifestarlo. De verdad.
—Y ahora mismo no estamos en el mercado para una omega —añadió Austin—
. Así que es un punto discutible, de todos modos. 197
La cara de Lonnie se había sonrojado y espetó:
—¿Cómo que no estás en el mercado por una omega?
Camille apareció en el salón en el momento justo, dando palmas para hacerse
oír por encima del fuerte murmullo de la conversación.
—La cena está servida. Por favor, acompáñenme al comedor.
Lonnie resopló antes de reacomodar su rostro en algo más agradable para la
compañía.
—Discutiremos esto más tarde.
—No, no lo haremos —dijo Seth.
Me reí mientras Lonnie se marchaba.
—Bueno, eso fue entretenido. Puedo sentir como te regodeas, Sethy. Sé
amable, su pobre espíritu está destrozado.
—Es un imbécil con derecho —murmuró Seth—. Necesitaba una llamada de
atención.
—Y necesito otro trago —dijo Austin—. Vamos a terminar con esto.

LA CENA SE ALARGÓ, pero al menos la comida era sabrosa. Camille siempre


organizaba estas reuniones con su restaurante francés favorito, y mientras los
camareros zumbaban alrededor de la larga mesa del banquete, colocando clafoutis
de cereza delante de cada uno de nosotros, por fin pude ver una luz al final del túnel.
Jonathan acababa de dirigir un brindis de agradecimiento a la manada VanHolt
por sus generosas donaciones a su investigación en curso para desarrollar un nuevo
método de cirugía cardíaca en lactantes. Llevaban ya tres bourbons y varias copas de
vino, y la cortés conversación empezó a tornarse bulliciosa.
—Ah, todos ustedes deberían considerar donar a la campaña de Domingo
Clara —dijo Víctor VanHolt, agitando su copa de vino en dirección a Andrew. Víctor
era el líder de la manada VanHolt como Andrew lo era de los Bryce mayores—. Ha
hablado en algunos actos a los que hemos asistido, y el otro día lo llevamos a la sede.
Es un tipo que entiende los valores de la manada.
Andrew dirigió una mirada de advertencia hacia donde estábamos sentados
los tres en el otro extremo de la mesa. Austin le había contado todo lo que habíamos
pasado en el mitin de la MDM, incluido el encantador discurso del señor Clara, y
parecía que no quería tener esa discusión delante de los VanHolt.
198
Austin devolvió la mirada de Andrew con una desafiante propia, pero ninguno
de nosotros tenía la energía o el deseo de revolver la olla y arriesgarse a extender
esta cena más de lo que ya se había ido.
—¿Ah, sí? —contestó Andrew con ligereza—. ¿A qué llamamos “valores de la
manada” hoy en día, Víctor? El discurso siempre está cambiando.
—Bueno, lo primero y más importante —dijo Víctor, reclinándose en su silla—
, es el papel del macho alfa, por supuesto. Ha sido erosionado durante décadas por
toda esta mierda de la liberación femenina, por no mencionar la interferencia del
gobierno en cómo un alfa puede y debe dirigir su manada. Clara lo entiende, y sabe
que el cambio empieza a nivel local.
—El gobierno argumenta que sus normas protegen a los más vulnerables de
nuestra población —afirma Jonathan—. Las omegas son raras y preciosas, y una unión
libre para todos puede acabar mal, y ya lo ha hecho.
Richard, un alfa panzón de cabello rubio canoso y familiares ojos azul pálido,
se burló de Jonathan.
—¿Quién dice que las viejas costumbres acabaron mal? Más de dos décadas
después, nos encontramos en una crisis de fertilidad cada vez peor, y las manadas
alfa andan por ahí asilvestradas sin omega. Los índices de criminalidad han
aumentado. Las mujeres beta están demasiado ocupadas quitando el trabajo a los
hombres beta y alfa por igual, eludiendo sus deberes en el hogar. Está dando a las
omegas ideas equivocadas sobre su propósito en esta vida.
Miré a Kelli, su omega. Miraba fijamente la pared que tenía delante, sorbiendo
su vino como si no pasara nada interesante. Algo parecido a la lástima se agitó en mis
entrañas.
—¿Y cuál es su propósito en la vida? —preguntó Seraphina. Se había
despertado de su estado de aburrida resistencia a la tortura y ahora era un tiburón
que olía la sangre en el agua—. Dímelo. Estoy aprendiendo todo sobre ello en la EFO,
pero no han llegado a considerarnos la propiedad de nuestros futuros alfas.
—Seraphina —dijo Camille apretando los dientes.
Víctor inclinó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.
—Oh, todos tienen una viva aquí, ¿verdad, Andrew? Hará falta una manada
especial para domarla, ¿no?
—Dejando a un lado la relación privada de la omega y sus alfas una vez que son
un grupo unido —dijo Andrew, frotándose las sienes—, no me queda claro el motivo
de tu oposición a los mandatos gubernamentales de Víctor. Todos en esta mesa
disfrutan de exenciones muy específicas de todo eso. 199
Víctor hizo un gesto despectivo con la mano.
—Sólo en que nos han desviado hacia un proceso diferente, Andrew. Es
preferible a la mierda del DOUM, claro, pero el gobierno sigue diciéndole a los alfas
de nuestro calibre dónde y cómo conseguir una omega. Es antinatural.
—Prefieren sacarnos de la calle, papá —dijo Seraphina. Levantó el vaso de
cristal de whisky que le había robado a Seth y bebió un buen trago—. ¿Puedo tener
un arma si ese psicópata de Clara sale elegido?
—Claro —dijo Jericho a Sera al mismo tiempo que Rodrigo decía:
—Por supuesto que no.
—Dame eso —siseó Seth, arrancándole la bebida de la mano.
Víctor resopló.
—Por supuesto que eso no es...
—¡Perdón! —dijo Camille, poniéndose en pie de un salto y golpeando con
urgencia su tenedor contra la copa. La conversación cesó y todos le prestamos nuestra
educada atención—. Creo que podemos dejar a un lado nuestras opiniones
divergentes sobre la política de la manada por un momento, porque todos estaremos
de acuerdo, como mínimo, en que el hecho de que los alfas y las omegas encuentren
en el otro a su pareja perfecta es algo hermoso. En ese sentido, tengo noticias
emocionantes.
Andrew le hizo un gesto de ánimo y los VanHolt se desinflaron.
Nos dirigió su brillante sonrisa. La mano de Seth se tensó donde se había
posado en mi rodilla bajo la mesa.
—Después de muchos días de trabajo incansable con la EFO, ¡estoy tan
emocionada de anunciar que celebraremos la gala oficial de elección de nuestros
chicos en unas pocas semanas!.
Se me cayó el estómago al suelo.

200
25
AUSTIN

—¿Qué? —grité—. ¿Mamá? ¿Hiciste esto sin hablar con nosotros?


—Llevo casi un año hablando contigo de esto, Austin —resopló—. ¡Todos lo
hemos hecho! 201
Dirigí mi mirada hacia Andrew.
—¿Papá?
—Todos estábamos de acuerdo en que los tres necesitaban una rápida patada
en el culo —dijo, sin arrepentirse—. Tú mismo has dicho que preferirías unirte a una
omega de tu edad. Si es así, ha llegado el momento. Tú te haces mayor, pero las chicas
de la EFO seguirán teniendo la misma edad.
—Será una gran ayuda para su manada —añadió Jonathan con suavidad—.
Ustedes están en una línea de trabajo dura. Necesitan una omega para el equilibrio.
Para suavizar sus bordes dentados.
—Y ya te he dicho que no vamos a seguir pagando por tu plaza en el cortejo —
añadió Andrew—. Es astronómicamente caro.
—No —dijo Seth, cruzando los brazos sobre el pecho y mirando a Andrew—.
Cancélalo.
La barbilla de mamá se tambaleó y resopló.
—¿Por qué no estás emocionado? Todo alfa quiere encontrar a su omega. ¿Por
qué tú no?
Ahora estábamos recibiendo la mirada de la muerte de Jericho.
—Has hecho llorar a tu madre.
—¡No nos gusta que se tomen este tipo de decisiones monumentales sin contar
con nosotros! —troné—. Cancélalo.
—No lo estás entendiendo —espetó Andrew—. Una vez que fijas una fecha
oficial para tu gala de elección con la EFO, no hay forma de cancelarla. Te eliminarán
de la lista y te prohibirán cortejar a cualquier omega de la EFO de por vida.
—¿Qué? —dijimos los tres a la vez.
Los VanHolts estaban viendo esto como si fuera un entretenido programa de
TV. Quería golpear a alguien.
—Se toman su lista de cortejo muy en serio —respondió Jonathan—. Un dedo
fuera de la línea significa que su manada no es serio acerca de sus chicas. Te cortarán
por menos.
—Cancelar esta gala significa que vas a entrar en el sistema del DOUM para
esperar en la cola quién sabe cuánto tiempo para que una omega de diecisiete o
dieciocho años se presente a emparejamiento —dijo Andrew—. Piénsalo.
—¿Y si celebramos la gala pero nos negamos a elegir a alguien? —preguntó
Seth. 202
—Mismo resultado —dijo Andrew, las palabras cortantes como un látigo—.
Literalmente, nunca ha ocurrido en la historia del sistema EFO. ¿Por qué iba a ocurrir?
—¿Y si elegimos a una omega para cortejarla pero decidimos no establecer un
vínculo con ella? —pregunté.
Mi madre jadeó, e incluso Kelli VanHolt salió de su aturdimiento y puso cara de
horror.
—¡Eso es algo terrible de sugerir! —chilló mamá—. ¡Piensa en esa pobre chica!
Su reputación quedaría arruinada.
Respiré hondo para calmarme. Miré fijamente a cada uno de mis padres, todos
ellos cómplices de esta traición. Parecían totalmente sorprendidos y confusos,
excepto Rodrigo. Me estudió con los ojos entrecerrados y una clara sospecha.
Había sido el más involucrado con la familia St. James durante toda la operación
MDM, así que sabía de primera mano lo increíble que era su hija. Probablemente
tampoco le había pasado desapercibida la energía opresiva que yo transmitía a todo
el cuartel general cada vez que se hablaba de ella.
No tenía mucho sentido, pero no podía negar que ella era la mayor razón por
la que esto se sentía tan mal.
Al menos Seraphina tuvo la decencia de aparecer enojada por nosotros.
—Mira —dije, frenando la agresividad—. Esta es una discusión que los tres
tenemos que tener a solas, si no te importa. —Miré a Víctor VanHolt—. Ha sido un
placer verlos a todos. Si nos disculpan.
Los VanHolts se levantaron, todos ellos engreídos y divertidos ante nuestra
difícil situación.
—Por supuesto. Es hora de volver a casa. Gracias por una cena encantadora.
Maravillosa, como siempre, Camille.
Se reunieron para marcharse, y mis padres se levantaron para estrecharles la
mano y despedirse de ellos. Lonnie se inclinó sobre la mesa y nos dedicó una sonrisa
de complicidad.
—Piensen en lo que dije. Necesitarás otro alfa. Conozco a esas chicas... todas
actúan tan educadas y correctas, pero siguen estando jodidamente hambrientas de
nudos.
—Encantador —dijo Cam. Se me partió el corazón al ver que de repente sonaba
sin emoción.
Los VanHolt salieron escoltados por Jonathan y Andrew. Mamá se sentó en su
silla al otro lado de la mesa, con los hombros caídos y los ojos brillantes. Miró 203
implorante a Cam.
—¿Cameron? Creía que al menos estarías de mi parte en lo de la elección. Has
estado tan emocionado por encontrar una dama.
Le dedicó una sonrisa.
—Sé que has hecho esto por amor, Camille. Es sólo... el momento. No estamos
en el lugar adecuado para esto en este momento.
Lloriqueó.
—Bueno, espero que todos cambien de opinión.
Saqué la mochila del comedor y subí las escaleras. Nadie habló hasta que cerré
la puerta de mi antiguo dormitorio con un portazo.
Seth se quitó la chaqueta del traje y se paseó por el suelo enmoquetado como
un animal enjaulado. Cam se sentó en el extremo de la cama, apoyó los codos en las
rodillas y apoyó la cabeza en las manos.
Me apoyé en la puerta cerrada, golpeándome la nuca contra ella con
frustración. Luego miré a mis hermanos, mis pobres y angustiados hermanos.
Tenía que arreglar esto.
—Sé que esto apesta —les dije—. Que nos quiten lo que puede ser la decisión
más importante de nuestras vidas. Por nuestros padres, que nos quieren.
—Sí, joder que sí —espetó Seth—. ¿Cómo se atreven?
—No sé en qué estaban pensando —dije—. O tal vez sí, no lo sé. Siempre hemos
sabido que este era nuestro futuro. Lo queríamos, claro, quizás en los próximos dos
años. Pero todos sabemos la razón por la que afrontar esta decisión ahora nos golpea
tan fuerte.
—Dylan —dijo Cam.
—Dylan —aceptó Seth.
—Una beta —les recordé—. A quien conocemos desde hace exactamente diez
días.
Cam levantó la cabeza para fulminarme con la mirada, una mirada que tan
pocas veces cruzaba su rostro que fue como si me hubiera dado un puñetazo en las
tripas.
—Eso no disminuye nada. Ella es especial. Y diez días es mucho puto más
tiempo del que conoceríamos a cualquier pobre chica que eligiéramos en esta gala.
Suspiré.
204
—No si intentamos asistir a muchas cosas de EFO de aquí a entonces.
Joder, odiaba esa idea.
—No.
—Sí, Cameron.
—¡Sé que ambos sienten algo por Dylan! —ladró Cam. Miró a Seth, con sus
grandes ojos azules suplicantes—. Por favor, Sethy. No quiero a nadie más.
—¡Ella no nos quiere, Cameron! —Seth pateó el marco de la puerta de mi
armario con rabia y luego se desplomó en mi vieja silla de escritorio—. Tú estabas
allí. Parecía asustada de nosotros. Huyó de nosotros. Odia las manadas y no folla con
alfas. Su postura al respecto es legendaria en Merchant Village.
—Ella no odia a nuestra manada, Seth —le espetó Cam. Joder, me mataba verlos
discutir—. Le gustamos. Ella nos gusta. Todos lo sabemos.
La cara de Seth era terrible.
—Aunque nos quisiera, no es justo para ella, Cam. No es justo ni para ella ni
para nosotros.
—No estoy en desacuerdo contigo sobre nuestros sentimientos por ella,
Cameron —dije. Sentí que mis entrañas se hacían polvo—. Pero, ¿qué se supone que
debemos hacer? ¿Renunciar a nuestro puesto en la EFO para siempre para tratar de
convencer a Dylan de, qué? ¿Ser nuestra beta vinculada?
Levantó la barbilla en señal de desafío.
—Sí.
—¿Y si dice que no? ¿O la convencemos para que salga con nosotros un tiempo
y decide que la vida en manada no es para ella después de todo?
Se desplomó.
—Entonces estamos vinculando a una adolescente del registro DOUM si alguna
vez queremos encontrar nuestra omega.
Seth y yo compartimos una mirada. En el fondo, sabía que sólo había un camino.
Él y yo lucharíamos contra las mismas exigencias irrefutables de nuestra biología.
Era una mierda, pero era la realidad.
Seth se levantó y se acercó a Cam. Se arrodilló frente a él y tomó las manos de
Cam entre las suyas, mirándolo implorante a los ojos.
—No puedo mentirte, Cam. Quiero unirme a una omega. Siempre lo he
deseado. No puedo luchar contra lo que soy.
205
—Yo tampoco puedo —añadí—. Nunca he imaginado mi vida sin una omega en
su centro. Y ahora es algo que quiero tener con los dos. Su amor mutuo me hace feliz,
pero quiero compartir ese tipo de amor por nuestra omega con ustedes.
Cam exhaló un suspiro tembloroso y luego sonrió suavemente a mi hermano.
—Lo sé. No es justo que les pida que renuncien a lo que su naturaleza alfa
necesita. Quiero que esta manada sea feliz y equilibrada tanto como ustedes.
—Lo siento mucho, Cam —susurró Seth.
—No lo estés.
Me senté en la cama junto a Cam y le puse una mano en el hombro.
—Y en última instancia, no estoy seguro de lo que todos pensábamos que
estábamos haciendo con Dylan en primer lugar. Dejando a un lado la mierda de la
gala, ¿qué pasa si seguimos viéndola y empiezan a pasar cosas y luego todos estamos
saliendo y finalmente, algún día, Seth y yo seguimos sin poder deshacernos de ese
intrínseco... deseo? ¿Nuestros bajos instintos nos dicen que aún necesitamos más?
Entonces dejamos de lado a Dylan. Ella no se merece eso.
—No —dijo—. No lo hace.
—Así que —continué—, vamos a hacer lo correcto. Vamos a decirle a mi madre
que iremos a nuestra gala de elección con las mejores intenciones. Abriremos
nuestras mentes y nuestros corazones para encontrar una hembra omega que encaje
con nosotros. Le daremos el mundo y la mimaremos mucho. Le follaremos los sesos y
la anudaremos hasta que delire tanto de placer que ni siquiera recuerde su propio
nombre. Tendremos un montón de hijos, y se los echaremos a nuestros padres a
menudo como penitencia por sus acciones de esta noche.
Los dos se rieron. Podía sentir cómo el ambiente pasaba de desanimado a
tímidamente esperanzado.
Lo que hizo aún más difícil decir lo que tenía que decir a continuación.
—Tenemos que dejar ir a Dylan —dije suavemente—. No podemos volver a
verla. Será demasiado duro para todos nosotros, y no será justo para ella ni para las
chicas omega que tendremos que conocer.
Cam se puso rígido a mi lado.
—No. No, Austin. Tengo que volver a verla, aunque sólo sea para despedirme.
—No creo que sea una buena idea.
Seth se subió a la cama y rodeó a Cam con los brazos.
—Tiene razón, cariño. No sé cómo ninguno de nosotros empezaría a
despedirse, y me preocupa que si la vuelvo a ver, perderé mi determinación. 206
Cam se hundió en Seth, derrotado una vez más.
—¡Joder! —bramó en la camisa de Seth.
—Lo sé —murmuró Seth—. Yo también lo odio. Pero quizá sea algo bueno,
como dijo Austin. Odio la idea de que rompamos el corazón de Dylan.
—Sí —respondió Cam—. No quiero hacerle eso a nuestro Blossom.
La idea de hacerle daño a Dylan me hacía querer lanzarme al tráfico. No había
forma de evitarlo: yo quería lo que todos los alfa querían, y mi hermano también.
Cameron quería lo que Seth quería, y también quería lo mejor para la manada.
Dylan no era eso, ni quería serlo.
Era hora de que los tres dejáramos de vivir en el país de la fantasía. Sólo me
quedaba esperar que la sensación de que me estaban arrancando el corazón del
pecho desapareciera pronto.
Adiós, Petardo.
Te echaré de menos, joder.
26
DYLAN

Habían pasado dos semanas.


Hacía dos putas semanas que había dejado a la manada Bryce en la acera frente
a su lujosa torre de apartamentos y no los había vuelto a ver. No había recibido ni un 207
mensaje de texto ni un correo electrónico; no es que les hubiera dado mis datos, pero
Cameron habría sido capaz de averiguarlos si hubieran querido.
Unos días de silencio que pude atribuir a que estaba ocupado con la
investigación. Teníamos omegas desaparecidas que encontrar y Bryce Solutions
estaba al mando. Papá había tenido noticias de Rodrigo una vez para una breve
revisión, pero eso era todo. Sin noticias, sin chicos.
Pero a medida que pasaban los días, lo supe. Y cuando Cam no aprovechó la
oportunidad de venir a la tienda a recoger la hamaca que había pedido después de
que Daisy le hubiera enviado un correo electrónico y un mensaje de texto
informándole de su llegada hacía una semana, lo supe de verdad.
Se habían ido.
Debería haberme sentido aliviada. No los había querido, ¿verdad? Bueno, los
quería. Los había querido como amigos, como hombres, como compañeros para
salvar a nuestras chicas. Pero no había querido la carga de equipaje y los grilletes
que venían con el descubrimiento de lo que yo era y quién era para ellos.
No quería ser una omega, ¿verdad? Ni siquiera de ellos.
Pero cuando mi cuerpo se rebeló, acercándose cada vez más a la inmolación
en una llamarada de feromonas omega, sentí que mi corazón se partía junto con él.
Fui lo suficientemente mujer para admitir que había sido agradable cuando
pensé que le gustaba a los Bryce. Por mí. Me lo llevaría a la tumba, pero había tenido
una fantasía en los rincones más oscuros de mi mente en la que tomaba supresores y
seguía siendo beta para siempre y ellos seguían queriéndome.
Así que ahora los echaba de menos, para bien o para mal. Echaba de menos el
sol y la sonrisa de Cam, las dulces travesuras de Seth y su aire sexy y peligroso, y la
inquebrantable devoción de Austin por las personas y las cosas que le importaban.
Pero también estaba en el puto modo de maniobras de emergencia. Mamá me
había prohibido entrar en la tienda ayer porque empezaba a oler a maduro. Federico
incluso me había dado un “Woah, tranquilo, café con leche moka” cuando había
pasado por casa a dejar el cargamento de píldoras anticonceptivas que había
conseguido como disculpa por su continua incapacidad para encontrarnos un nuevo
proveedor de supresores.
También me despertaba la mayoría de las mañanas con una capa base de sudor
y las bragas húmedas por las resbaladizas pérdidas, así que estaba a punto de
joderme si no hacía algo drástico.
Y así fue como Derrick y yo acabamos vestidos y listos para una -fiesta informal
de todos los universitarios- que se celebraba el sábado por la noche en los terrenos
208
de la Omega Finishing School. Uno de los clientes de Kade en el gimnasio era
estudiante de la universidad pública local, y les había informado de que esta noche
era una de las pocas noches al año en que la EFO abría sus puertas a otros
universitarios de la zona. Era una concesión que el colegio había hecho hacía unos
años, cuando algunas de las familias más previsoras de la EFO quisieron que sus
preciosas hijas tuvieran unos pocos y fugaces momentos de una “verdadera
experiencia universitaria”.
Así que íbamos a asistir a esa fiesta y yo iba a robarme algunos de esos
supresores especiales que bloquean el calor, legales sólo cuando los dispensan las
EFO a sus alumnas. Luego iba a esconderme en nuestro apartamento y trabajar para
el negocio de papá hasta que Feddy o la fuente para la que Marina trabajaba ahora
para el Centro llegaran.
Y me iba a quitar a los Bryce de la cabeza. Fue una semana encantadora la que
pasamos, dejando a un lado toda la violencia y la destrucción, pero el tiempo seguiría
su curso.
Tenía que hacerlo.
—Ack, hueles ridículo —dijo Daisy, agitando la mano delante de su cara.
Estaba sentada en el sofá, al lado de donde yo acababa de atarme las zapatillas.
—¿Pero pasa? —Me habíamos rociado con el perfume especial que llevaban
las betas para realzar su olor natural, normalmente para atraer a los alfas.
—Sí, creo que sí —respondió—. Definitivamente hueles a café con chocolate,
pero ahora tiene ese toque químico áspero. Creo que todo el mundo asumirá que es
un falso eau de omega.
Derrick entró bailando el vals, con sus vaqueros oscuros, botas, una Henley
ajustada que dejaba ver su musculoso pecho y un chaleco negro de micropolar. En
algún lugar debajo habría un arma o dos.
—Sí, hueles como si te estuvieras esforzando mucho para cebar a un alfa.
Suficientemente bueno para esta noche.
Lo señalé con un dedo acusador.
—Esa es tu ropa de ligue. Nada de esa mierda, esto son negocios.
—Si me dejaras ir —gimoteó Daisy—, le haría un bloqueo de polla a Derrick.
Fácil, fácil.
Derrick le frunció el ceño.
—No.
—Esto es una estupidez —replicó ella, cruzando los brazos sobre el pecho, 209
enfadada—. Los dos saben que podría ser útil esta noche.
—Dase —empecé en mi tono más apaciguador—, entendemos que en el
espectro de actividades ilegales en las que te has involucrado con Derrick y conmigo,
beber siendo menor de edad en una fiesta universitaria apenas se registra. Pero...
creo que Derrick y yo nos sentiríamos mejor si no tuviéramos que evitar que
universitarios cachondos se te acercaran para poder centrarnos en el robo.
Derrick gruñó de acuerdo.
—Lo que ella dijo.
—Puedo cuidarme sola —protestó—. Traeré mi cuchillo.
—Todavía no —respondió Derrick.
Daisy se dejó caer dramáticamente sobre los cojines del sofá.
—¡Uf, esta casa es una maldita prisión!
—De acuerdo, entonces. —Me levanté, subí la cremallera del chaleco polar
que llevaba sobre un jersey corto, unos vaqueros y mis zapatillas—. Ya nos vamos.
Dile a papá que llamaremos si necesita sacarme de la cárcel más tarde.

MIENTRAS DERRICK ESTACIONABA su camioneta en el estacionamiento para


visitantes, al pie de las ondulantes colinas del campus de la EFO, estiré el cuello para
ver bien la fachada de la escuela. Sólo la había visto de lejos en mis viajes en coche
dentro y fuera de la ciudad, y tenía que admitir que la arquitectura gótica inglesa
rodeada de exuberante vegetación -de alguna manera exuberante y verde incluso en
pleno invierno de Texas- era muy de cuento de hadas.
Subimos por la acera que bordeaba la carretera de entrada, y ambos caminos
serpenteaban hasta las puertas principales. Decenas de estudiantes de nuestra edad
hacían el mismo recorrido, muchos de ellos mirando boquiabiertos el edificio que se
alzaba ante nosotros.
El edificio académico principal era de piedra gris y se elevaba cinco pisos por
encima de la colina; su tejado inclinado estaba enmarcado por dos torres cilíndricas,
cada una de ellas con un grupo de chapiteles colocados como si fuera el adorno de
una tarta. Unas esbeltas ventanas de arco apuntado abarcaban varias plantas, y a
ambos lados del edificio se extendía un pasillo cubierto, con una suave luz amarilla
que iluminaba sus anchas aberturas arqueadas. Las pasarelas conducían a otros
edificios de aulas que flanqueaban la estructura principal y formaban el mayor patio 210
académico.
Habíamos estudiado la distribución del campus antes de salir. El pequeño
grupo de dormitorios formaba su propio patio en el lado oeste del campus y estaría a
poca distancia del edificio principal. Todo lo que tenía que hacer esta noche era robar
una identificación en el bolsillo de una omega, hacer una parada rápida en la
residencia y forzar la cerradura del dormitorio que eligiera. Asaltaría tantos
botiquines como fuera necesario para evitar el Heatmageddon 2.0.
Derrick y yo enseñamos nuestros carnés falsos de la universidad pública al
guardia de seguridad de la puerta principal. Nos saludaron y nos indicaron que
siguiéramos la corriente de visitantes a través de las puertas dobles abiertas del
edificio principal. Atravesamos un vestíbulo ornamentado, pasamos por unas grandes
escaleras que se alzaban a ambos lados y por un salón que parecía propio de un hotel
de cinco estrellas y no de una universidad.
Aquí estaba la fiesta. En el patio se habían instalado varias carpas pequeñas,
bajo cuyos toldos brillaban luces de colores. Debajo de algunas de ellas había barras
para servir bebidas. Un DJ pinchaba música alegre en otra.
Las guapas chicas omega se agrupaban en grupos de tres o cuatro, cada una
con abrigos de diseño y zapatos que costaban más que mi sueldo mensual, mientras
miraban al resto de los asistentes a la fiesta con expresiones que iban de la curiosidad
al aburrimiento, pasando por una leve aversión. Al menos otros cien estudiantes se
arremolinaban en el patio y en el extenso césped, muchos hombres, tanto alfa como
beta, pero me alivió ver que no era la única mujer no omega que había acudido a la
fiesta para contemplar el campus y beber alcohol gratis.
—¿Es eso una puta piscina reflectante? —preguntó Derrick con un bufido
incrédulo.
—Sí. —En medio del vasto patio había una gran piscina rectangular, cuyas
tranquilas aguas reflejaban el borroso cielo estrellado cubierto por tenues nubes
invernales—. Esperemos que uno de estos intrusos sea bombardeado y lo atraviese
más tarde. Piensa en la cantidad de perlas.
Derrick se rio.
—Pagaría por verlo.
Comenzamos un lento deambular entre la multitud. Como de costumbre,
Derrick atraía la atención de las hembras de los alrededores como un imán. Algunas
de las omegas con las que nos cruzamos lo miraban como si estuvieran hambrientas
y él fuera un sabroso festín que sabían que nunca podrían comerse.
—¿Alguna de estas encantadoras damas lo hace por ti? —le pregunté.
211
—No —dijo encogiéndose de hombros. También lo dijo en serio—. No me
malinterpretes, los aromas son jodidamente asesinos, pero princesa mimada no es
realmente mi tipo.
Localizamos a Kade y al resto de los amigos de Derrick en el césped, justo al
otro lado del patio. Estaban alrededor de una de las varias hogueras de piedra, cuyo
fuego anaranjado y bajo desprendía el calor justo para cortar el frío de la tarde de
principios de marzo.
—Chicos. —Los saludé con una inclinación de cabeza—. ¿Vinieron a esnifar los
dulces olores de omega con pedigrí?
Baron me inclinó su cerveza.
—Nunca se sabe. Quizá alguna decida que quiere pasar la noche con nosotros.
Estaba bromeando, pero suponía que no era imposible que una omega sin
vínculo se enrollara casualmente con un alfa. Se necesitaría una verdadera montaña
de confianza si la omega no quería ser mordida y unida en el calor del momento, por
lo que definitivamente no era la norma.
Baron dio un codazo a Ryan con su gran brazo.
—Este chico podría tener suerte. He oído que las más progresistas que no
creen en guardarse para su manada follan a un beta. Mucho menos riesgo.
Ryan me miró enarcando las cejas.
—Te elegiría a ti antes que a una de esas suaves y dulces damas cualquier día,
Dyl.
—Basta, Casanova —dije, poniendo los ojos en blanco—. Voy por una copa.
Dirigí una mirada a Derrick, que inclinó la cabeza con un leve gesto de
asentimiento. Era hora de conseguir lo que habíamos venido a buscar, y él vigilaría y
escucharía mientras yo trabajaba.
Avancé entre la multitud y volví hacia uno de los bares. A lo largo de mi
recorrido, vi algunas manadas de machos alfa que tenían ese aire adinerado: los que
procedían de las manadas más ricas del estado y estaban aquí para encontrar una
omega a la que cortejar. Se movían como pequeños pelotones de un objetivo a otro,
concentrados y también muy cachondos, si las feromonas perdidas que conseguí
captar en el aire servían de indicación.
Llegué a la barra y me colé detrás de un grupo de chicas omega que charlaban
animadamente y bebían champán en copas que no parecían de plástico.
—Vaya, te estás esforzando un poco, ¿verdad? —me dijo una de ellas cuando
la rocé, fingiendo que quería llamar la atención del camarero. Su voz destilaba
desdén.
212
La miré.
—¿Me estás hablando a mí?
Era una zorra preciosa, de cabello negro liso, piel suave y sin imperfecciones
y ojos verdes almendrados. Medía lo mismo que yo, pero llevaba unas botas hasta la
rodilla que le daban al menos diez centímetros más.
—Sí, estoy hablando contigo —contestó, mirando a sus amigas y poniendo los
ojos en blanco como si estuviera tratando con la más tonta de las tontas—. Apestas a
desesperación. Nunca entenderé por qué las chicas beta se rebajan a ser sólo un
agujero para que un alfa meta su polla mientras espera su momento esperando a su
verdadera pareja.
Oh, se refería al desastre que era mi perfume en ese momento. Un punto para
mí porque ni siquiera esta omega se había dado cuenta del apresurado remiendo que
habíamos hecho con el perfume.
Me encogí de hombros, sin inmutarme.
—¿Qué puedo decir? Me gusta una gran polla alfa en mi agujero de puta.
Entiendo perfectamente si estás celosa de que pueda probar toda la polla alfa que
quiera mientras ustedes están atrapadas aquí arriba en este castillo de lujo sólo
soñando con ello.
—Ugh, como si fuéramos a estar celosas de una vulgar puta como tú.
Una de sus amigas acarició el brazo de Cara de Zorra. Esta era pequeña, rubia
y parecía una chica pin-up.
—Ahorra energía, Jacqueline. Las chicas beta siempre desearán tener lo que
tenemos nosotras. Deberíamos sentir pena por ella, de verdad.
Me quedé mirándola, incrédula. Sabía que este escalón de la sociedad vivía en
su propio mundillo y probablemente estaba un poco fuera de onda, pero esto me dejó
alucinada. ¿De verdad creían que las betas del mundo real estaban celosas de las
chicas omega, que se veían obligadas a inscribirse en una lista para ser subastadas
como ganado a una manada de alfas antes de cumplir los dieciocho años?
—Hola, damaaas, ¿qué está pasando aquí? —Una chica nueva irrumpió en el
grupo, con una petaca en una mano que llevaba la X gigante de un asistente menor
de edad y un vaso de refresco en la otra—. ¿Están acosando a nuestras amigas que
sólo quieren salir de fiesta con nosotros? No volverán nunca más si les demuestran lo
cabronas que son.
—Sera, en nombre de Dios, ¿qué llevas puesto? —preguntó la rubia,
levantando la nariz. 213
Sera sonrió, señalando su atuendo, que sin duda era una sudadera púrpura
brillante más un chándal.
—¿Te gusta? Todas las manadas de lujo van a querer un pedazo de esto
después de esta noche.
Bueno, al menos una de las omegas de este lugar era genial. Me metí en el
bolsillo el carné de estudiante que había sacado del bolso de Jacqueline y empecé a
alejarme lentamente mientras ellas seguían riéndose entre dientes.
—Eh, espera. —Sera me agarró de la mano, tirando de mí más allá de la barra
y en la hierba al lado del patio—. Lo siento por ellas. No pienses tan mal de nosotras,
hay un 50% de gente tolerable en este lugar.
—No es necesario disculparse —respondí.
Extendió una mano.
—Seraphina.
La sacudí.
—Dylan.
Sus ojos azules se abrieron de golpe.
—¿Dylan St. James?
Entorné los ojos para mirarla.
—¿Sí?
Soltó un pequeño chillido de excitación.
—Dios mío, ¿la Dylan St. James?
—Um....
—¡Eres como mi héroe! Lo siento, lo siento. Soy Seraphina Bryce, y puede o no
que haya espiado las reuniones para el trabajo que mis padres y hermanos hicieron
para salvar a las omegas secuestradas hace unas semanas. Fue genial oír que una
chica iba a hacer el rescate, y pregunté si podía conocerte, pero mis hermanos
dijeron que no. Lo que no entiendo, porque parecían súper pendientes de ti por un
minuto, no, como, obviamente, pero una hermana puede decirlo, ¿sabes?
Honestamente, ¡que se jodan, porque aquí estás! Voy a restregárselo por la cara.
¿Cuál es tu Instagram? Voy a seguirte en tus aventuras.
Inspiró y sonrió de oreja a oreja. No pude más que mirarla boquiabierta, mis
sentimientos instantáneos de afinidad con aquella chica chocaban con la rabia y la
tristeza que volvían a arremolinarse en mí al oír hablar de sus hermanos.
Y entonces me tocó a mí jadear cuando un dolor agudo me atravesó el cuerpo.
Un calambre abrasador estalló en mi abdomen como una bomba y me agarré el
214
estómago.
Los ojos de Sera se agrandaron aún más y sus fosas nasales se encendieron.
—Oh, vaya. Um... ¿acabas de... perfumarte?
—Oh joder, ¿lo hice? —susurré. El calambre desapareció tan rápido como
había llegado, y sólo quedó un eco del dolor. Moviéndome rápido, agarré a Seraphina
y la arrastré más hacia los árboles y lejos de la fiesta.
—Sí, amiga —dijo cuando nos detuvimos, mirándome de arriba abajo con
intensa curiosidad—. Así es. Pero ya se ha disipado, no te preocupes.
Menos mal. Definitivamente no fue así como mi celo había comenzado la última
vez, y yo había sido optimista pensando que todavía tenía por lo menos una semana
antes de que golpeara.
No sabía qué demonios estaba pasando, pero sí sabía que necesitaba
conseguir esos bloqueadores de calor ya.
—Por favor, no digas nada —le supliqué—. Sólo estoy aquí para... pedirles
prestados algunos de esos supresores especiales del celo. Estoy desesperada, no
puedo entrar en celo otra vez. O, ya sabes, ir a la cárcel.
Ella asintió enérgicamente.
—No, lo entiendo. En realidad estoy un poco celosa de que hayas podido tomar
esta decisión por ti misma. Tu secreto está a salvo.
—Soy una de las pocos afortunadas —respondí—. Bien, le he arrebatado el
carné a esa zorra de Jacqueline y me dirijo a los dormitorios a buscar lo que necesito.
Sera levantó una mano y con la otra sacó su carné del bolsillo del mono.
—Agarra esto y vete al natatorio. Estoy en el equipo de natación, así que tengo
acceso fuera de horario. Tengo un montón de bloqueadores de calor en mi taquilla.
Número 202, la combinación es 112233. No me mires así, sé que es una combinación
de mierda, pero no guardo nada que me importe.
Claro que sí. Esta noche iba a ir a mi manera después de todo.
—Eres un salvavidas —le dije—. Gracias.
Su sonrisa era conspirativa.
—No me gustan mucho las reglas, en sí, y estoy encantada de prestarte algo a
lo que deberías tener acceso en un mundo justo. Vamos, te acompaño a la fiesta. El
natatorio está en el lado este del campus.
Se abrazó a mí y nuestros olores se mezclaron. Me tomé un momento para dar 215
gracias al universo de que no compartiera la misma canela que sus hermanos: era una
cereza dulce y alcohólica que encajaba con su personalidad y su cabello rojo fuego.
No habíamos dado ni unos pasos entre la multitud de la fiesta cuando una
bandada de chicas omega nos abordó.
—¡Sera! ¡Oh Dios, ahí estás!
—¿Los has visto? ¡Tus hermanos están aquí!
—¿Puedes presentarme?
—¡Es tan emocionante que por fin hayan fijado una fecha para su gala de elección!
Sólo faltan unas semanas.
—No me extraña que por fin hayan decidido venir a nuestros eventos. Dios, son
tan sexys, incluso su beta. Swoon.
Cada expresión excitada era una pequeña daga en mi corazón.
Seraphina resopló molesta y agitó el brazo libre.
—¡Váyanse, perras sedientas!
—Sera, ¡vamos! Sé una jugadora de equipo. Son la manada más sexy aquí!
—¿Qué es... qué es una gala de elección? —le susurré al oído aunque estaba
bastante segura de que sabía exactamente lo que era.
—Es una jodida gran fiesta en la que una manada alfa elige a la omega EFO a
la que cortejarán y con la que finalmente se unirán.
Me dolió: el rugido de la posesividad, el profundo ardor de los celos, el
retroceso físico ante la bofetada de la traición, cosas que sabía que no tenía por qué
sentir pero que, sin embargo, sentí.
En la semana que habíamos pasado juntos, había hecho mi elección.
Al parecer, ellos también.
Seraphina espantó a las omegas como si fueran mosquitos. Agaché la cabeza,
no tenía ningún deseo de ver o ser vista por la manada Bryce, dondequiera que
estuvieran mientras charlaban con su posible pareja.
Sera me dio un apretón comprensivo en el brazo mientras seguíamos adelante.
Era imposible que no hubiera notado cómo me ponía rígida al oír todas aquellas...
noticias.
—Yo... estoy entendiendo algunas cosas ahora —susurró—. Lo siento, Dylan.
—No lo sientas. Es lo que es.
—Mm-hmm, claro.
216
Cuando llegamos al césped del lado este de la fiesta, la solté del brazo. Puse
cara de negocios y la saludé alegremente.
—Te debo una, chica.
Y luego me escabullí en la noche.

Cerré la puerta de la taquilla de Sera de un portazo y tarareé “Getaway Car”


mientras guardaba el frasco de pastillas en el chaleco. El atraco más fácil de la
historia, aunque dejó de serlo en el momento en que la persona a la que estaba
robando me entregó las llaves y me dio permiso expreso para llevarme sus cosas.
No se me escapaba la ironía de que fuera la hermana pequeña de Seth y Austin
la que me ayudara a salir del atolladero.
Busqué mi teléfono, con la intención de enviar un mensaje a Derrick diciéndole
que mi viaje a la piscina había sido un éxito y que era hora de largarme de aquí,
cuando otro calambre debilitante se abalanzó sobre mí como un camión Mack. Caí de
rodillas sobre el suelo enmoquetado y me agarré el vientre, resistiendo las punzadas
palpitantes.
Se me nublaba la vista, pero era por el dolor insoportable. No era como la
niebla cerebral de un calor real, ni como el ardor lento y pausado de la necesidad,
necesidad, necesidad que se volvía insoportable una vez que mi cuerpo tenía claro
que la necesidad no sería satisfecha. Era como si alguien encendiera un cóctel
Molotov y lo arrojara directamente a mi vientre.
Me arrastré hasta un rincón de los vestuarios y me hice un ovillo. Cerré los ojos
y no pude hacer nada más que desear que todo se detuviera.
27
SETH

La omega que se aferraba al brazo de Cam era guapa y olía delicioso, pero no
podía ni siquiera sentir un poco de emoción por estar hablando con ella o por estar
en aquella estúpida fiesta.
217
—Como ven, dos de mis padres conocen muy bien a su padre, Jonathan —dijo
la omega, ¿Piper? Penélope, nos dijo a Austin y a mí mientras seguía acariciando a
Cameron—. Papá Elliot es el cirujano cardiotorácico más renombrado de todo Texas,
y papá Peter forma parte de la junta directiva del hospital. Estoy segura de que todos
nos hemos cruzado antes en los bailes benéficos, pero mis padres estaban encantados
de saber que los hijos de Jonathan Bryce iban a celebrar su elección durante mi último
año en la EFO. En mi opinión, ¡es el destino!.
—Sin duda tendremos que mencionarle a Jonathan que te conocimos —
respondió Austin con diplomacia.
—En efecto —dijo Cam con una hermosa sonrisa que sólo Austin y yo seríamos
capaces de decir que era falsa como la mierda. Su odio a sí mismo sonaba en nuestro
vínculo mientras se zafaba con gracia de sus garras y le hacía una pequeña
reverencia—. Gracias por la estimulante charla, señorita Piper.
Su labio rojo cereza hizo un mohín.
—Oh, pero tenemos mucho más que hablar para llegar a conocernos...
Seraphina apareció detrás de Piper como un espectro, asustando a la omega lo
suficiente como para hacerla tambalearse sobre sus tacones altos.
—Lárgate, Pipes.
—Pero...
—¡Largo! Necesito hablar con mis hermanos.
Piper la fulminó con la mirada, se dio la vuelta y se alejó hacia el bar.
—Hola, Sere-oso —dijo Cam—. Gracias por salvarme.
—¿Y qué demonios llevas puesto? —preguntó Austin.
Me reí al ver su chándal morado. Había metido la parte final del pantalón dentro
de unas botas Ugg y llevaba el cabello alborotado recogido en un moño. Si mamá la
viera ahora, en aquella fiesta en la que había alfas cortejando, le daría un ataque al
corazón.
Me llevé la botella de cerveza a los labios y dejé que mi mirada recorriera el
perímetro del patio de piedra, agradecido de que la presencia de Sera repeliera a
otras chicas omega al menos durante unos minutos.
Me quedé helado al cruzar la mirada con un rostro familiar que no esperaba
ver en el puto campus de la EFO.
—Derrick está aquí —anuncié.
Algo parecido a la vergüenza cuajó en mis entrañas.
218
—Oh mierda —susurró Austin—. Parece... jodidamente enojado.
Definitivamente lo hacía. Kade, el dueño del gimnasio del que ya no éramos
miembros, tenía la mano en el pecho de Derrick como si lo estuviera conteniendo.
Derrick parecía estar a cinco segundos de acechar hasta aquí para cometer un
asesinato, y no podía decir que lo culpara.
—Bien, creo que dejaré que me mate —anunció Cam como si nos dijera que
había decidido tomar vino en lugar de cerveza esta noche—. Sería preferible a esta
tortura.
—¡Uf! —soltó Seraphina, pisoteando la hierba con su bota—. ¡Eso es lo que he
venido a decirles, imbéciles! Me encontré con Dylan, que es mi nueva mejor amiga,
por cierto, y no me alejaran de ella por más tiempo, y estaba con ella cuando sus
adoradas fans se abalanzaron sobre mí para hablar de su estúpida gala de elección.
Se me cayó el estómago a los putos pies.
—Mierda —dijo Austin, girándose para lanzarme una mirada de dolor.
Los hombros de Cam cayeron, y eso me llegó al corazón.
—Sí. —Continuó Sera—. Ahora mismo estoy eligiendo ser una buena hermana
antes que una buena amiga cuando te digo que parecía un poco alterada por esta
noticia, y le di mi identificación para que pudiera escaparse a la piscina.
Cam echó a correr sin decir palabra.
Austin lo miró irse.
—Bien, supongo que la decisión está tomada.
—El universo nos está dando una oportunidad para explicarnos ante ella —le
dije—. Deberíamos aprovecharla.
No necesitó más convencimiento. Corrió tras Cam, y yo me giré para seguirlo.
—¡Gracias, Sere! —grité por encima del hombro.
Parecía... mucho más engreída de lo que pensé que la situación justificaba.
—¡De nada! —me gritó, y luego me pareció oírla murmurar—: Me deberás un
millón de años después de esto.

CAM TUVO que escalar el lateral del natatorio y colarse por una de las ventanas
cercanas al tejado, pero al cabo de unos minutos nos dejó entrar por las puertas
principales.
—¡Dylan! —grité, mi voz resonó en la cavernosa habitación vacía. La piscina
oscura estaba quieta, sus aguas imperturbables, y el olor a cloro flotaba en el aire.
219
Invadió mis fosas nasales y borró los recuerdos persistentes de las omegas con las
que habíamos hablado esta noche.
Bien.
—¡Blossom!
—¿Dónde está? —preguntó Austin, desconcertado—. ¿Crees que Seraphina
nos estaba jodiendo?
Aceché alrededor de la piscina, como un sabueso a la caza. Ahora que se nos
había regalado esta última oportunidad de verla, no iba a dejar que se me escapara
de las manos.
Un gemido sonó detrás de la puerta cerrada del vestuario femenino.
El instinto se apoderó de mí y salí corriendo por la puerta giratoria, con Austin
y Cam pisándome los talones.
Tropecé cuando el perfume omega más divino del mundo me abofeteó en la
cara y apretó el botón de reinicio de toda mi vida.
Rico café.
Chocolate sedoso.
Crema dulce y decadente.
Azúcar moreno.
Pastel.
Mío, mío, mío.
Mi cuerpo temblaba. Tragué grandes bocanadas de aire. Austin estaba rígido
a mi lado, con las fosas nasales abiertas y las pupilas dilatadas.
Cam se puso delante de nosotros, de espaldas a Austin y a mí, y extendió los
brazos para impedir que nos acercáramos a la fuente de aquel perfume que acababa
con el universo.
—Oh, Blossom —dijo suavemente.
Dylan estaba sentada en un rincón de los vestuarios, abrazándose las rodillas
contra el pecho. Había amontonado un montón de toallas limpias a su alrededor. Tenía
los puños apretados y la mandíbula le rechinaba como si le doliera mucho.
Las piezas encajaron en mi cerebro a la velocidad de la luz.
El padre de Dylan era un alfa.
220
Dylan tenía acceso a supresores hormonales ilegales que daban a las chicas a
las que ayudaban para ocultar sus designaciones omega.
Dylan le dijo a Mary Rose que su suministro era bajo.
El olor de Dylan nos había seducido más que cualquier beta.
Dylan se estaba perfumando, justo aquí en este vestuario.
Dylan era una omega.
El perfume omega de Dylan me arrancó el alma del cuerpo. Ningún ser humano
que hubiera olido en esta tierra se le comparaba.
Dylan era nuestra omega.
Pero Dylan estaba angustiada. Algo iba mal. Éramos sus alfas, y teníamos que
arreglarlo.
Nos miró, con angustia en sus hermosos ojos color avellana. Sus propios
instintos la empujaron a buscar a mi hermano, el líder de nuestra manada.
—Austin, yo... no sé qué me está pasando. Esto no es como la última vez.
—Petardo —gruñó—. ¿Puedo... puedo ir contigo?
Ella asintió tímidamente.
Cam se giró para mirarnos, con una clara advertencia en los ojos mientras
miraba directamente a Austin.
—No. Jodas. Esto. No la toques a menos que ella te lo pida. No la asustes. No
pierdas la cabeza, o te estrangularé con mis propias manos.
Austin lo fulminó con la mirada, sus instintos lo dominaban como a un maldito
caballo de carreras, pero logró asentir.
—Tengo el control, Cameron. Déjame ir con ella.
Cam soltó a Austin, que llegó hasta Dylan en dos largas zancadas. Se arrodilló
frente a ella y le acarició la cara con sus grandes manos.
Nunca había estado tan celoso en mi vida, pero esto estaba bien. Se suponía
que él debía liderar. Me aferré a Cameron, con la necesidad de poner los pies en la
tierra, y ambos dimos un pequeño paso hacia ellos.
—¿Vas a entrar en celo? —le preguntó Austin, su voz suave y decididamente
calmada era un pequeño milagro.
Negó con la cabeza.
—No... no, tuve un celo una vez, y esto no se siente así. Calambres agudos.
Dolor punzante. No la quemadura lenta y, um... necesidad muy desesperada. Esto 221
vino mucho más rápido, de la nada.
Austin la miró a la cara. Sabía que tenía un tesoro en sus manos.
—¿Estás lúcida?
Ella meneó la cabeza en su abrazo.
—Sí. Así es como sé que no es un celo real.
—Esto es un pico de calor, nena —le dijo Austin—. Si no has estado teniendo
celos regulares, más específicamente, celos regulares donde los alfas te atienden.
Gruñí. Más valía que ningún otro alfa hubiera tocado a nuestra chica durante su
celo.
Cameron me frotó el bíceps.
—Shh, cariño. No pasa nada. Estamos aquí para ella ahora.
—-Esto puede ocurrir a veces. —Continuó Austin—. Los picos son raros, pero
son más comunes en omegas con celos irregulares y no satisfechos. Son más agudos,
rápidos y dolorosos, pero sólo deberían durar unas horas.
—Esas clases de Alga Sex Ed que nos hicieron tomar realmente valieron la
pena —susurró Cam.
Dylan tragó saliva.
—Bien. Mierda, horas de esto. Atrapada aquí. Escondida.
—Nos quedaremos contigo, vigilaremos la puerta, haremos lo que necesites
para que después vuelvas a casa sana y salva —dijo Austin—. Pero, Petardo....
Joder, iba a decirlo. Me tensé y Cam me agarró con más fuerza.
—Debes saber que si un alfa te atiende durante un pico, éste terminará mucho,
mucho más rápido, y será mucho menos doloroso.
Ella le miró fijamente, con su hermoso rostro enrojecido entre sus manos.
—Claro. Claro que funciona así. Claro que es así.
—Será un honor ayudarte a superar tu pico de calor, Dylan —susurró, con una
tierna esperanza en su profunda voz—. Pero no te presionaremos. Es tu decisión.
Su mirada se desvió hacia Cam y hacia mí, interrogante.
—Sería un honor, amor —logré decir—. Déjanos cuidarte.
—Me aseguraré de que se comporten —añadió Cam.
Ella le frunció el ceño de forma adorable.
—Pero yo también te querría, Cam.
222
Mi corazón dio un salto de quince metros.
—Obviamente, Blossom —respondió, tratando de hacerse el interesante
mientras sonreía como si fuera el mejor día de su vida.
Volvió a mirar a Austin, con una mirada decidida.
—Sin nudos. Sin morder. No negociable.
—Nunca lo haríamos, Petardo —dijo—. Te prometo que Seth y yo lo tenemos
claro y no estamos cerca de la rutina, ni siquiera ahora. Sé que te has dado cuenta de
que ambos estamos a la par de Derrick en poder y dominación, y apuesto a que él
tiene un control ridículo.
Ella esbozó una sonrisa.
—Lo hace, pero no quiero hablar de mi hermano cuando estás a punto de hacer
que me corra.
Austin y yo gruñimos, e incluso Cam tuvo que reprimir un gemido.
—Muy bien, nena —dijo Austin, y sus dedos se flexionaron alrededor de su
barbilla con un poco más de fuerza—. Vamos a tratarte de puta madre y a curarte. Y
luego, muy pronto, después de que te haya dado tiempo a asentarte, vamos a tener
una larga charla sobre lo que sabías y cuándo lo sabías.
Ahí estaba el dominante Austin, enseñando un poco los dientes, y tenía todo el
derecho. Habíamos estado a escasas semanas de cometer el mayor error de nuestras
vidas mientras la chica de nuestros sueños, que además era nuestra puta compañera
de olor, se escondía delante de nuestras narices.
Agua pasada. Ahora era nuestra.
Dylan gimió y sus músculos se agarrotaron. El pincho volvía a hacerle daño y
yo no podía hacer otra cosa que soltarme de Cam y lanzarme a su lado.
—Seth —exhaló, y hundió la cara en mi pecho, inhalando tranquilamente lo que
yo estaba seguro que era mi olor de alboroto.
Le acaricié el cabello.
—Estoy aquí, cariño. Estoy aquí.
Cam se arrodilló a su otro lado, entrelazando sus dedos con los de ella.
—¿Lista para nosotros, Blossom?
—Sí —susurró. Apartó su cara de mi camisa y se giró para mirarlo—. Bésame,
Cameron.
223
28
DYLAN

La sonrisa de Cam probablemente podría haber curado todo mi dolor. Se


agachó y apretó sus labios contra los míos en un beso suave y penetrante. Por fin tuve
la oportunidad de pasar los dedos por aquel cabello largo y sedoso, y lo aproveché
al máximo mientras él tarareaba apreciativamente contra mis labios.
224
Al cabo de poco tiempo, se apartó y me dio un último beso en la nariz. Gemí en
señal de protesta y él me acarició la mejilla con aquellos dedos largos y ágiles.
—Shh, Blossom. No voy a ninguna parte, pero quería darle a Seth una probadita
de tus deliciosos labios.
Miré a Seth por encima del otro hombro. Sus ojos oscuros estaban
entrecerrados mientras me miraba a la cara. El fino aro de plata que rodeaba su
orificio nasal brillaba un poco en la escasa luz del vestuario.
Asentí. Se zambulló, haciéndome rodar hasta quedar frente a él. Me besó con
urgencia, desesperadamente, pero sin dejar de ser suave y cariñoso. Me estaba
mostrando su control, incluso con mi perfume flotando en el aire a nuestro alrededor
como una máquina de niebla.
Después de unos segundos de acariciar mi lengua con la suya, me soltó los
labios y se rio de mi mohín.
—Lo sé, amor. Podría hacer eso todo el día, pero creo que tenemos que dejar
que Austin tome las riendas aquí antes de que auto explosione.
Austin seguía arrodillado a mis pies, mirándome con un hambre apenas
contenida en aquellos ojos marrones como la miel. Sonrió, esperanzado.
—¿Te parece bien, Petardo? ¿Me dejarás guiar?
Aún quedaban muchas cosas por decir entre nosotros. No había superado el
dolor que sentí cuando me enteré de su gala de elección. No había cambiado
repentinamente de opinión sobre aceptar la vida de una omega. No era yo quien
decía que, al permitirnos este momento, estábamos a un paso de unirnos. Austin había
tenido cuidado de no intentar sonsacarme ninguna promesa que se extendiera más
allá de la puerta del vestuario.
Pero cuando llegaba el momento de la verdad -y joder, cómo chirriaban los
neumáticos contra el asfalto ahora mismo-, confiaba en Austin. Confiaba en Seth, y
definitivamente confiaba en Cam, la única persona en esta habitación cuyas hormonas
no estaban en el asiento del conductor.
Y maldita sea, me dolía y los necesitaba.
Los quería.
Asentí y luego me estremecí cuando otro calambre me sacudió.
—Por favor, Austin.
—Bien, pequeña —me arrulló, ahora frotando una mano tranquilizadora en mi 225
muslo—. Primero, quiero asegurarme de que estás muy cómoda. Este es un nido
excelente que te has hecho rápidamente —señaló el montón de toallas que había
agarrado de una estantería cercana en un momento de desesperación—, pero creo
que podemos mejorarlo un poquito.
La omega estaba fuera de su jaula y no iba a ninguna parte por el momento, y
se pavoneó ante el cumplido de su alfa sobre sus habilidades para anidar. Austin me
clavó la mirada mientras se quitaba la chaqueta polar del cuerpo, dejándome
contemplar sus músculos enfundados en una camiseta negra ajustada. Me dio la
chaqueta y se la arrebaté como una loca. Hundí la nariz en ella, aspirando su picante
canela y whisky, y luego la arropé contra mi costado encima de la pila de toallas.
Seth y Cam hicieron lo mismo de inmediato, se quitaron las chaquetas y se
colocaron a mi alrededor para rodearme de los dulces y armoniosos olores de la
naranja y las especias y el azúcar y el hombre.
—¿Cómo es eso, cariño? —susurró Seth, aún acariciándome el cabello.
—Mmm, mejor —dije con un suspiro. Me eché hacia atrás, reclinándome sobre
mi pila de chaquetas y toallas, y palidecí cuando una gota de sudor se deslizó desde
el nacimiento de mi cabello hasta la sien—. Aunque hace calor.
—Lo sé, Petardo —dijo Austin—. Un pico de calor sigue siendo calor. ¿Estaría
bien si te ayudamos a quitarte la ropa?
Eso sonó genial.
—Mm-hmm.
Seth y Cam me ayudaron a incorporarme el tiempo suficiente para despojarme
del chaleco y quitarme el jersey por la cabeza. Me volvieron a tumbar en el montón
de toallas y luego Austin me desató las zapatillas despacio -demasiado despacio,
joder- y empezó a bajarme la cremallera de los vaqueros.
—Deja de joder —le gruñí.
Me quitó los zapatos, me bajó los vaqueros por las piernas y me dio un ligero
azote en el muslo desnudo.
—Compórtate, nena. Dijiste que podía mandar yo, y quiero saborear esto. —
Recorrió mi cuerpo con su acalorada mirada, que ahora sólo llevaba un sencillo
sujetador negro y unas bragas de algodón a juego—. Eres jodidamente hermosa,
Dylan.
Seth vibró a mi lado. Me rozó la garganta con sus ásperas yemas de los dedos
y me recorrió el pecho, rozando apenas el oleaje de mi modesto escote.
—Esto es el puto cielo, amor.
—Eres preciosa, Blossom —añadió Cam. Me dio otro besito en la nariz. 226
—Ahora —dijo Austin, echándose hacia atrás para sentarse sobre sus talones—
. Normalmente, es deber y privilegio del líder de la manada ser el primero en atender
a su omega. Sin embargo, soy un líder benevolente y me encanta mimar a mis
hermanos.
Seth gimió y Cam se giró para dedicarle a Austin la sonrisa más radiante que
jamás había contemplado.
—Eres el mejor. Retiro todo lo que dije antes sobre estrangularte con mis
propias manos.
Le fruncí el ceño, a la omega no le gustaba nada esa idea.
—¿Se estaban peleando?
—No te preocupes por eso —respondió Austin. Hizo un gesto a Cam y Seth para
que retrocedieran y se acomodó en mi nido. Se arrastró detrás de mí, metiéndome
entre sus enormes muslos, y me hundí en su pecho como si fuera un cómodo sillón
reclinable. Me acercó los labios a la oreja—. ¿Estás lista para Seth, Petardo?
Jadeé cuando Seth se arrodilló entre mis muslos abiertos. Me levantó la pierna
desnuda y me besó dulcemente en la rodilla. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos
con una intensidad abrasadora. Me bajó la pierna hasta el suelo y me agarró las
bragas, metiéndome los dedos tatuados por debajo de la cintura. Me miró con una
ceja enarcada y debería haberme avergonzado de haber asentido con tanto fervor,
pero el pulso de otro calambre anuló mi vergüenza.
Seth me bajó las bragas por las piernas y soltó una carcajada cuando Cam se
las arrebató de las manos.
—Para su custodia, Blossom —dijo Cam, deslizándolas en su bolsillo—. Ahora,
¿estás lista para descubrir lo bueno que es Seth comiendo coños?
Un pequeño gruñido brotó de mi pecho.
—Shh, omega —Austin retumbó contra mi oído—. Seth nunca ha visto un coño
más bonito que éste, y no piensa mirar ningún otro. ¿Verdad, hermano?
—Tan jodidamente bien —respondió Seth, con la mirada clavada entre mis
muslos—. ¿Esto está resbaladizo para nosotros, amor?
—Sabes que lo está —gimoteé, retorciéndome en los brazos de Austin cuando
me dio otro calambre.
—Seth —gruñó Austin—. Está herida.
Seth no perdió más tiempo. Se zambulló, echándome las piernas por encima de
los hombros, y enterró la cara en mi coño. Me lamió, larga y lentamente, y gimió
contra mi carne resbaladiza y caliente. 227
—Joder, qué bueno —retumbó.
—¿Cómo sabe, cariño? —preguntó Cam, acercándose como si fuera a evaluar
el trabajo de Seth.
—Como el cielo. —Me pasó la lengua varias veces por el clítoris y los
calambres se convirtieron en una presión hirviente en mi interior. Gemí y él hundió
la lengua en mi interior, follándome con ella durante unos segundos de felicidad antes
de apartarse y levantarse sobre el codo para mirar a Cam—. Ven a ver.
Cam se inclinó sobre mi cuerpo y atrajo la boca de Seth hacia la suya. Se dieron
un beso apasionado que yo solo pude contemplar, con los ojos muy abiertos y
excitadísima, mientras Cam me saboreaba en los labios de Seth.
Gimiendo, Cam se separó y empujó a Seth hacia su tarea.
—Haz que se corra ahora o lo haré yo. Joder, Blossom, eso ha sido lo más dulce
que he probado nunca.
Seth se rio entre dientes.
—Sí, señor —dijo, y luego hizo lo que le decían.
La canela dulce y la especia masculina me envolvieron mientras Seth rodeaba
mi clítoris con los labios y chupaba. Dos gruesos dedos se abrieron paso en mi
interior, primero con suavidad, luego aumentando a potentes embestidas. El placer
se enroscaba mientras Seth utilizaba su boca pecaminosa y sus hábiles dedos para
llevarme cada vez más alto.
Austin se endureció contra mi espalda, pero me sujetaba los brazos con
suavidad: firme, seguro, pero no me retenía.
—Cameron —ladró. Me llevó las manos al pecho y me acarició los pechos con
cautela. Luego me bajó las copas del sujetador, dejando al aire fresco del vestuario
mis doloridas tetas—. Haz algo útil.
Cam sonrió, inclinándose para rozar ligeramente con sus labios la curva de mis
pechos.
—Blossom, estas son las tetas más hermosas que he visto.
Ahuyenté la preocupación de que Austin y Seth no sintieran lo mismo por mis
tetas. Cameron era beta, así que esperaba que sus preferencias en cuanto a las tetas
fueran variadas, pero Austin y Seth estaban programados para desear una omega con
una cintura menuda, pechos grandes y llenos y suficiente curvatura en las caderas
para indicar al cerebro alfa que estaba hecha para tener hijos.
Perdí el hilo de mis pensamientos cuando Cam me lamió el pezón apretado y
luego lo succionó con su boca perversa. Me dio suaves lamidas y succiones, 228
moviéndose entre cada pecho para prestarles la misma atención.
Seth aumentó el ritmo ya intenso de sus dedos, sus lamidas y succiones en mi
clítoris no eran suaves en lo más mínimo, y perdí la noción de dónde terminaba yo y
empezaba él.
—Córrete por nosotros, Petardo —me susurró Austin al oído—. Córrete por tu
alfa.
La presa estalló, lavando el dolor. El orgasmo más intenso que jamás había
experimentado me demolió por dentro. Grité y Seth gimió contra mi coño, tan
complacido y tan macho.
Fue una lenta caída de vuelta a la tierra. Me encontré con la mirada oscura de
Seth mientras me observaba bajar, todavía metido entre mis piernas como si ahora
fuera su casa. Me guiñó un ojo con una sonrisita arrogante antes de darme otro ligero
beso en el interior del muslo.
Cam me dio un último mordisquito en el pezón, se movió más arriba para
estamparme un beso en los labios y luego volvió a su posición arrodillado a mi lado,
aún sujetándome la mano.
—¿Cómo te sientes, pequeña? —preguntó Austin.
—Mmm, mejor. Sólo un pequeño dolor ahora.
Austin tsked.
—Bueno, eso es inaceptable. Podemos hacerlo mejor, ¿verdad, Cameron?
Cam aspiró un jadeo excitado.
—¿Lo dices en serio?
—Pregúntale a Dylan.
Cam apartó a Seth de su sitio entre mis muslos. Seth se echó a reír y ocupó un
nuevo puesto junto a Cam, al otro lado de mi pierna, dejándome una mano cálida y
tranquilizadora en el muslo.
—Blossom —dijo Cam, con sus grandes ojos azules sinceros y esperanzados—
. Dijiste que nada de nudos, y fue una decisión muy razonable y sabia. Pero, por
suerte, poseo una polla muy fina sin ninguna habilidad para hacer nudos.
—Es una polla muy fina —convino Seth.
—Gracias. También recibí un certificado de buena salud en mi último examen
físico para el trabajo.
Lo tuve en cuenta. La boca de Austin encontró la curva de mi cuello y me sujetó 229
las tetas con las manos con tanto cuidado, como si pensara que podían romperse en
cualquier momento.
—¿Me estás preguntando si puedes follarme, Cameron? —pregunté con una
sonrisa divertida.
Asintió, devolviéndome la sonrisa con una sonrisa sexy.
—Confía en mí, Blossom. Puedo follarte tan bien que decidirás que ni siquiera
necesitas probar un nudo. Pero te pregunto si puedo follarte, con tu permiso expreso.
Y no porque estés sufriendo tanto que sientas que es la única opción que tienes para
acabar con tu sufrimiento, sino porque yo soy Cam, tú eres mi Blossom, y que yo te
folle mientras Seth y Austin miran suena como algo que realmente disfrutarías.
La verdad es que sonaba como algo que me gustaría mucho, y en ese momento,
ni siquiera estaba segura si era más yo o la omega la que hablaba.
Ánimo, Dylan. No eres una virgencita asustada, y tienen que ser muy conscientes
de ello.
Sostuve la mirada ardiente de Cam.
—Enséñamelo.
Austin gruñó contra mi cuello.
—Joder, nena.
La sonrisa de Cam se extendió de oreja a oreja.
—¿Quieres ver mi polla, Blossom?
—Sí. Enséñame con qué me vas a follar, Cameron.
Seth me miraba como si nunca me hubiera visto antes por tercera vez esta
noche.
—¿Estoy soñando esto?
Lo miré, con una orden en mi mirada.
—Quiero que me la metas.
—Fóllame de cuarenta maneras hasta el domingo, Dylan —gruñó Seth, con las
fosas nasales abiertas y la mandíbula rechinando como si estuviera tambaleándose
en el precipicio del control—. No puedo creer que seas real.
Cam se rio entre dientes.
—Discúlpalo. Por lo general es mucho más suave, pero se le han presentado
todos sus sueños hechos realidad aquí mismo en este vestuario, Blossom. Pícara.
Mi coño se apretó de necesidad. 230
—Cameron.
—Sí, señora. —Cam se desabrochó los vaqueros y admiré las líneas nervudas
de sus manos bronceadas y sus musculosos antebrazos mientras se movía. Sacó lo
que de hecho era una polla muy fina y muy dura. Era larga, su piel sedosa apenas un
tono más oscura que su bronceado dorado, con la circunferencia justa para que me
entrara bien sin partirme por la mitad.
Se acarició para mí, con los ojos entrecerrados y una sonrisa de suficiencia.
—¿Paso, Blossom?
—Es perfecto, Cam —dije. Un pequeño calambre floreció, recordándome que
aún me quedaba trabajo por hacer antes de superar de verdad este pico—. Te
necesito ahora, por favor.
Seth se interpuso entre nosotros, apartó la mano de Cam y rodeó la longitud de
Cam con una mano de colores. Lo acarició un par de veces, lenta y totalmente para
mi placer visual, y me mordí el labio inferior ante el espectáculo.
—Los dos tienen suerte de que a Dylan le guste tanto que se toquen —dijo
Austin—. Si no, me decepcionaría el tiempo que estás tardando en follar a esta
hermosa mujer que tengo en mis brazos después de que ella te lo pidiera
expresamente.
Seth puso los ojos en blanco al ver a su hermano.
—¿Tenemos que preocuparnos de que se quede embarazada?
—No. Un pico de calor no es un momento fértil para una omega. Sólo un
verdadero celo.
Es estupendo saber que mis años de esconder la cabeza en la arena sobre lo
que era me habían dejado algunos bochornosos agujeros en mis conocimientos sobre
cómo funcionaba la biología omega.
—También tengo un implante anticonceptivo —me ofrecí voluntaria.
Austin soltó un gruñido profundo contra mi espalda, pero lo sofocó
rápidamente. Su lado alfa estaba programado para reproducirse, así que
probablemente lo había irritado un poco con aquella noticia.
Bien. Yo no era una maldita fábrica de bebés, otra cosa más que necesitaban
entender.
—Claro que sí —dijo—. Tan ingeniosa, nuestra chica.
—Seth —espetó Cam—. Estoy a punto de morir. Haz lo que Blossom te dijo que
hicieras.
231
Seth se rio ante la angustia de su compañero, pero no protestó. Apuntó la polla
de Cam en mi entrada y luego la guió con pericia hacia el interior. Estaba tan mojada
por haberme corrido en la cara de Seth que Cam se deslizó hasta la empuñadura y los
dos gemimos a la vez mientras me llenaba.
—Oh, Blossom —ronroneó Cam mientras empezaba a mover sus caderas
contra mí. Me agarró el culo, levantando mi parte inferior del regazo de Austin para
que pudiera hacer su magia, apretándose contra el punto más sensible de mi
interior—. Eres perfecta.
Iba a correrme otra vez con una rapidez vergonzosa.
—Cam —jadeé—, no te detengas. Estoy tan cerca.
Empezó a penetrarme, difuminando las líneas de nuestros cuerpos y
desconectando mi cerebro. Los dedos de Seth encontraron mi clítoris, y me frotó en
círculos apretados y perfectos como si ya hubiera desbloqueado mis códigos de
trucos después de usar su lengua en mí toda una vez.
La realidad se resquebrajó, el calor que burbujeaba bajo mi piel se evaporó y
todos los ecos de dolor cesaron mientras otro orgasmo me desgarraba. Grité el
nombre de Cam mientras los dedos de Seth me acariciaban y Austin me sujetaba con
fuerza. Cam gimió su propia liberación, sus dedos clavándose con rudeza en la carne
de mi culo mientras murmuraba mi nombre como una plegaria.
Cuando recobré mis facultades, Cam se salió suavemente y volvió a guardar su
hermosa polla detrás de los pantalones. Seth se procuró una toalla limpia y la utilizó
para limpiarme, quitándome los restos de sudor del cuerpo antes de limpiarme entre
los muslos el semen de Cam y el mío.
Suspiré, contenta. Me sentía mejor de lo que me había sentido en semanas. El
pecho de Austin retumbó y me hundí en la suave vibración de su cuerpo.
Ronroneaba por mí.
—Estuviste hermosa, Petardo —dijo—. ¿Te sientes mejor ahora?
—Sí. El dolor ha desaparecido y no siento que me esté derritiendo.
Seth me apretó el muslo.
—Ya no te perfumas. Todavía hueles... jodidamente increíble, pero
probablemente podamos sacarte del campus sin llamar demasiado la atención.
Mierda. Salir de aquí iba a ser... complicado.
Con gran desgana, salí del regazo de Austin y me puse de pie. Cam, haciendo
pucheros, me pasó las bragas. Me acomodé el sujetador y me puse rápidamente el
resto de la ropa y los zapatos. Austin y Seth se movilizaron, empaquetaron las toallas
del nido y las metieron en el cercano conducto de la lavandería. Cam sacó una lata
de aerosol de un armario de suministros -gracias de nuevo, EFO- y fumigó la zona lo 232
mejor que pudo.
Los chicos se pusieron sus chaquetas y Austin me tendió el chaleco. Me giré y
pasé los brazos por él, echándolo sobre mis hombros. Me subió la cremallera y me
giró para que me pusiera frente a él. Me vi atrapada de nuevo por la ferocidad de sus
ojos ámbar mientras me rodeaba la nuca con una mano firme.
Me besó. Duro, exigente, un poco enfadado.
Lo tomé todo. Lo quería. Quería su ira, porque yo tenía algo de la mía para dar.
Arrancó su boca de la mía.
—Vamos a hablar. Ahora mismo.
29
DYLAN

Enderezo la columna.
—Bien. Aquí no.
El de-scenter había ayudado, pero el olor a sexo y perfume y feromonas alfa 233
furiosas persistía. Necesitábamos aire más fresco y la cabeza más despejada.
Atravesé la puerta de los vestuarios y salí a la cubierta de la piscina. El cloro
del aire eliminaría las últimas feromonas sexuales de nuestras narices, así que me
detuve cerca del trampolín para respirar hondo.
Los tres me siguieron y formaron delante de mí. Austin se colocó en el centro,
mientras que Seth y Cam ocuparon sus posiciones habituales, flanqueando a Austin
justo por detrás de los hombros. El natatorio estaba a oscuras, pero la luz de la luna
se colaba por las altas ventanas lo suficiente para iluminar las duras líneas de sus
cuerpos y la tensión de sus apuestos rostros.
Mantuve la cabeza alta bajo el peso de sus miradas. Me sentía lúcida y fuerte,
y seguía siendo la Dylan que habían conocido en la tienda St. James & Co. hacía tantas
semanas, aunque ellos no lo vieran así.
Aunque acababan de encontrarme en mi momento más vulnerable y lo habían
convertido en lo más ardiente que había experimentado en mi vida.
—Primero, diré lo obvio —dijo Austin, cruzando los brazos sobre el pecho—.
Eres una omega.
Adopté una pose de espejo.
—Sí.
—¿Has estado tomando supresores para ocultar tu designación... todo el
tiempo?
Asentí.
—Desde que me presenté a los trece años.
—Y menos mal —dijo Seth, dirigiendo una mirada de advertencia a Austin—.
Si hubieras estado en el registro DOUM, te habríamos perdido hace años.
—Muy cierto —dijo Austin—. Estamos increíblemente agradecidos de que
hayas podido hacerlo, Dylan. No me malinterpretes.
—Gracias por tu bendición con respecto a mis elecciones de vida.
—Dylan —gruñó Austin mi nombre como una advertencia—. ¿Sabías que
éramos compatibles en olor?
Entrecerré los ojos ante su tono.
—Lo sospechaba. Ahora lo sé seguro, obviamente.
Los grandes ojos de Cam eran tan esperanzadores que tuve que luchar contra
el impulso de ir hacia él. 234
—¿Incluso yo, Blossom?
Me ablandé.
—Incluso tú, Cam. Hueles a mucho más que cítricos beta para mí. Y tienes la
canela de Seth.
Se encendió, pero Austin no iba a dejar que nos despistáramos.
—¿Cuánto tiempo sospechaste? —preguntó.
—Desde el primer día.
Austin apretó la mandíbula y se pasó una mano frustrada por la cara.
—¿Pensabas decírnoslo alguna vez?
Le fulminé con la mirada. Era una pregunta justa y entendía su frustración, pero
no quería que me hiciera sentir que había hecho algo malo.
—No lo sé, Austin. Pasé una semana encantadora conociéndolos. Crecieron mis
sentimientos por cada uno de ustedes mientras destruíamos juntos a nuestros
enemigos. Pensé que tú también podrías haber estado sintiendo algo por mí, y tal vez
si hubiéramos continuado por ese camino.... Tal vez hay un mundo en el que pasamos
suficiente tiempo juntos que desarrollamos una profunda confianza e incluso amor
entre nosotros, y entonces se habría sentido seguro y correcto revelar esta cosa sobre
mí que cambiaría completamente mi vida para siempre. Esto que mi familia y yo nos
hemos esforzado y arriesgado mucho en ocultar durante casi una década. —Hice una
pausa y me aseguré de que Austin me miraba a los ojos mientras clavaba el clavo—.
Pero te fuiste. Te fuiste y nunca volviste.
—Joder —maldijo Seth, levantando las manos y empezando a caminar.
Cam estaba mirando a Seth y Austin.
—Se los dije. Les dije a los dos que era una decisión equivocada.
—Dylan —gruñó Austin—. Eso no es justo...
—Tú no me elegiste, Austin. Las elegiste a ellas. —Hice un gesto con la mano en
dirección a la fiesta.
—Bueno, seguro que ahora te estamos eligiendo a ti —espetó.
—No —respondí—. No lo estás haciendo. Estás eligiendo mi biología.
Seth dejó de caminar.
—Dylan, vamos...
—No quiero esto, Seth. No quiero que me quieras sólo por mis putas hormonas
y mi olor. No quiero ser una omega guardada, encadenada, bred...
—No puedes pensar que te trataríamos así —dijo Seth, alzando la voz—. Sé que 235
sólo ha sido una semana, Dylan, pero no puedes decirme que crees que seríamos
como esas malditas manadas de idiotas abusivos de los que has estado salvando a tus
chicas.
Suspiré.
—No, no pienso eso de ustedes. Prometo que no. Pero hay muchos tipos de
grilletes para una omega. Han visto el tipo de vida que llevo: ningún alfa de manada
en su sano juicio se sentiría cómodo con su omega vinculada echando abajo una
puerta en una casa de manada y metiéndose en una pelea a puñetazos con un alfa
adulto enfurecido.
Austin cerró los ojos, girando el cuello y resoplando con fuerza.
—Eso es... sí, eso no es algo que hubiéramos contemplado antes de conocerte.
—Blossom —preguntó Cam, su voz quebrándose junto con mi corazón—. ¿No
nos quieres?
—Yo... —Lo miré, implorándole que comprendiera—. Lo siento, Cam. Es
verdad. Lo siento. Y por favor, no creas que lo que acabamos de compartir en el
vestuario no significó nada para mí. Fueron perfectos en ese momento. Pero quiero
que me quieran por quien soy, no por lo que soy. Y ustedes sólo están parados aquí
frente a mí ahora porque mi contacto perdió su enganche supresor en México hace
tres semanas y ustedes tropezaron casualmente con mi pico de calor esta noche.
—Dylan, esto no tiene sentido —dijo Austin enfadado. Su dominio se extendía
por la habitación y ganaba la batalla al cloro del aire—. Después de esto no te irás.
Eres nuestra. Nuestra omega.
—No pertenezco a nadie, Austin —solté—. No soy propiedad de tu maldita
manada sólo porque nuestros olores sean compatibles.
—Eso no es lo que quiere decir, Blossom —dijo Cam—. Tienes que entender
que todo esto de la gala de elección no fue idea nuestra...
—¡Me dejaste, Cam! Me sostuviste en tus brazos después de que mi tienda fuera
destrozada por idiotas rabiosos, y me dijiste que siempre vendrías cuando te
necesitara. Y luego te fuiste.
Todos me miraron fijamente, en silencio durante unos largos segundos. Cam,
que había parecido tan triste durante toda la conversación, se había endurecido de
repente: resuelto, decidido y serio.
—Lo hice, Blossom. Pero no volveré a dejarte.
Seth asintió, cruzando los brazos sobre el pecho y mirándome fijamente.
—Siento cómo ha ido esto, amor. Pero no lamento decirte que no te dejaré ir.
236
Austin empezó a merodear hacia delante, acercándose a mi espacio personal.
—Puedes huir de mí, Dylan, pero te atraparé. Sé que estás enfadada, pero nos
ocultaste una información jodidamente vital. No teníamos todos los datos cuando
tomamos la decisión que tomamos. Casi cometemos el mayor error de nuestras vidas,
y tú ibas a permitírnoslo.
Le clavé el dedo en el pecho.
—No intentes culparme de tu mierda. Querías a la princesa EFO, no a la beta
de la ferretería.
Austin sonrió, casi burlándose de mí.
—No sabes lo que crees que sabes, Petardo.
Se había acabado el tiempo. Ya había tenido bastante.
Aparté la mano de su pecho y me dirigí hacia las puertas de salida.
—¡Dylan, trae tu culo aquí! —gritó Austin.
Levanté el dedo corazón por encima del hombro.
—¡Me voy a casa!
El ruido de botas pisando fuerte en la cubierta de la piscina significaba que
venían por mí. Abrí las puertas de un empujón e irrumpí en el frío aire nocturno.
Justo a tiempo para encontrar a Derrick acechando en la colina cubierta de
hierba y en los escalones que conducían a las puertas del natatorio.
Uh-oh.
Los chicos salieron corriendo detrás de mí.
—Dylan...
Derrick subió las escaleras.
Me miró.
Miró a los chicos que se congregaban a mi espalda.
Sus fosas nasales se encendieron y sus ojos se ampliaron, horrorizados.
Luego se estrecharon en furiosas rendijas.
—Hijos de puta.
Mierda. Corrí hacia él, golpeándole el pecho con las palmas de las manos antes
de que pudiera cargar contra Austin. La agresividad se filtró en el aire, empalagosa y
espesa.
—Basta, Derrick —ladré.
—Se aprovecharon de ti, Dylan —gruñó. 237
Podía sentir a Austin apiñando mi espalda.
—No lo hicimos, joder —espetó.
—No lo hicieron, Derrick, te lo prometo. Estaba totalmente lúcida y di mi
consentimiento. De lo contrario habría estado atrapada allí durante horas.
Austin se acercó aún más detrás de mí.
—Dylan, no hemos terminado de hablar.
—Sí que lo hiciste —ladró Derrick—. Atrás, Bryce.
Me giré, manteniendo una mano en el pecho de Derrick y extendiendo la otra
para impedir que Austin siguiera avanzando. Seth y Cam estaban de nuevo en sus
puestos en sus flancos, Seth mirando a Derrick con casi la misma cantidad de agresión
que Austin, mientras que Cam tenía su mirada azul profundo pegada a mí.
—Dije que me iba a casa —anuncié—. ¿Van a intentar impedírmelo? ¿Tratar de
impedirme ir a donde quiero ir y hacer lo que quiero hacer?
—Maldita sea, Dylan —dijo Seth—. Por supuesto que no. Déjanos llevarte a casa
a salvo, ¿de acuerdo?
—Innecesario —respondió Derrick—. Ya la tengo. No nos sigan, o tendré el
gran placer de romper cada una de sus bonitas caras para que las omegas a las que
estaban entrevistando esta tarde los tachen de sus listas.
—Derrick, entiendo por qué estás enojado —gruñó Austin—, pero si vuelves a
amenazar a mi manada, tú y yo vamos a tener unas putas palabras.
Derrick sonrió como un loco.
—Estoy deseando que llegue.
Necesitaba separar a estos dos antes de que hubiera una pelea en el césped
de la EFO.
—Derrick, llévame a casa, por favor.
—Con mucho gusto.
Me agarró del brazo y empezó a arrastrarme. Durante la planificación,
habíamos identificado una entrada lateral junto a los dormitorios con una puerta fácil
de escalar, así que al menos no tendría que volver a hurtadillas a través de aquella
fiesta espantosa oliendo como si acabara de revolcarme en las feromonas sexuales
de la legendaria manada Bryce.
Miré por encima del hombro a los chicos por última vez.
—Gracias por su ayuda esta noche —grité, y luego añadí, para ser mezquina—
: ¡Disfruten del resto de sus citas rápidas! 238
Cam sólo me sonrió.
—Nos vemos pronto, Blossom.
Seth me lanzó un beso.
La mirada de Austin era calculadora, abrasándome la piel mientras intentaba
huir.
—Hasta la próxima, Petardo.
No sabía lo que me tenían preparado, pero si creían que iban a obligarme a ser
su obediente omega, les iba a joder el mundo.
Yo era Dylan St. James, y no era la segunda opción de nadie. No me enjaularían
con ataduras, y no me convertiría en esclava de mi cuerpo solo porque me había
emparejado olfativamente con tres hombres hermosos y peligrosos.
Aprenderían, y tendría que ser yo quien les enseñara.
CONTINUARÁ...
ACERCA DE LA AUTORA

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Elizabeth Dear es el alter ego supersecreto de una chica que sólo quiere
un poco de romance y aventura en su vida de vez en cuando. Escribe los libros que
le gustaría leer como fanática de la ficción independiente y lectora voraz. Le encantan
TODOS los tropos y sólo espera que hayas disfrutado del viaje. Síguela en Instagram
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