Ed 1
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CRÉDITOS
Traducción
Mona 4
Corrección
Nanis
Diseño
Bruja_Luna_
DYLAN ST. JAMES:
OMEGA CONCEALED
ELIZABETH DEAR
5
ÍNDICE
IMPORTANTE _________________ 3 12 _________________________ 97
CRÉDITOS____________________ 4 13 ________________________ 106
SINOPSIS ____________________ 8 14 ________________________ 116
NOTA DEL AUTOR _____________ 9 15 ________________________ 123
¿QUÉ ES OMEGAVERSE? _______ 10 16 ________________________ 133 6
ORDEN DE UNIFICACIÓN DEL 17 ________________________ 139
DEPARTAMENTO DE MANADAS DE
18 ________________________ 145
LOS EE.UU.__________________ 11
19 ________________________ 152
1 __________________________ 13
20 ________________________ 162
2 __________________________ 19
21 ________________________ 170
3 __________________________ 27
22 ________________________ 176
4 __________________________ 34
23 ________________________ 185
5 __________________________ 42
24 ________________________ 192
6 __________________________ 50
25 ________________________ 201
7 __________________________ 57
26 ________________________ 207
8 __________________________ 64
27 ________________________ 217
9 __________________________ 73
28 ________________________ 224
10 _________________________ 80
29 ________________________ 233
11 _________________________ 88
ACERCA DE LA AUTORA_______ 239
A K. Panikian, L.K. Farlow y Morgan B por empujarme con fuerza en la
dirección de este género.
7
SINOPSIS
Las manadas son dolor y los vínculos son putos grilletes.
Con el gobierno entregando hembras omega a las manadas alfa como si
fuéramos cheques de la seguridad social, me aferro a mi libertad gracias a un
enganche supresor del mercado negro y a una familia letal que está dispuesta a
ejecutar a cualquier alfa que intente forzar un vínculo.
De día, trabajo en la ferretería familiar. De noche, rescato a omegas que no
nacieron con las herramientas para luchar contra el sistema como yo. 8
Mi vida es un riesgo, pero nunca la cambiaría por nada.
12
1
DYLAN
AÚN ERA DE NOCHE cuando volví a cruzar la Ciudad del Sol; el amanecer de
febrero no llegaría hasta dentro de un par de horas. Aun así, la autopista estaba muy
iluminada, con carteles y farolas que salpicaban la carretera a intervalos regulares.
Como siempre que volvía de un descenso, entré en la ciudad por el noroeste,
lo que me llevó justo al lado de Bluebonnet Palisades. El enorme barrio cerrado se
extendía por las onduladas colinas de la zona noroeste de la ciudad, cada casa era
una mansión palaciega propiedad de las manadas más adineradas y de alguna que
otra familia beta superrica.
Un poco más allá de las empalizadas había un amplio y bien cuidado espacio
verde, sede de la Omega Finishing School, que presta servicio a todo el centro y sur
de Texas.
Por costumbre, le hice un gesto con el dedo a los Palisades al pasar. No
teníamos nada que hacer allí: los habitantes ricos nunca se aventurarían a ir a Villa
Mercader, donde teníamos nuestra tienda, y las chicas omega nacidas en manadas
con pedigrí y dinero suficiente para vivir allí probablemente nunca necesitarían
nuestra ayuda. Sus padres y el nombre de la manada comprarían su entrada en la
EFO, donde se les permitiría asistir a un programa de tipo universitario mientras eran
cortejadas por las manadas alfa con más clase.
Y todo ello sin la interferencia del gobierno.
Salí de la autopista estatal y me dirigí hacia el centro de la ciudad. Mi ruta me
llevó a través de Northwoods, un extenso enclave suburbano de modestas casas
unifamiliares habitadas casi exclusivamente por parejas beta y, si tenían suerte, su
único hijo beta.
Pasé por delante de la universidad pública local, cuyo campus urbano se
mezclaba con los vetustos edificios de oficinas y la arquitectura del bullicioso barrio
de mediados de siglo. Tanto los alfas como los betas asistían a la escuela, e incluso
algún omega afortunado podía matricularse si su manada era lo bastante previsora
como para permitirle obtener una educación. 24
Desviándome hacia el sur, en dirección al centro de la ciudad, bordeé Whitetail
Hills, enclavada en el corazón de la ciudad y escenario de nuestra pequeña extracción
de esta tarde. Pintorescas e idílicas, sus casas históricas, árboles majestuosos, césped
cuidado y coches caros anunciaban una riqueza de buen gusto y ocultaban las
manadas abusivas de miradas indiscretas.
Unos minutos más tarde, conducía por el paso elevado que pasaba por el
corazón del centro de la ciudad. El centro corporativo de ciudadanos de todo tipo,
modernos rascacielos mezclados con iglesias históricas, hoteles, juzgados y
bibliotecas. Una de las mayores vallas publicitarias se alzaba junto a la autopista,
interrumpiendo lo que de otro modo sería una hermosa vista del horizonte del centro.
Se trataba de un anuncio de campaña del candidato a la alcaldía, Domingo Clara, en
el que aparecía un hombre de mediana edad con su mejor traje azul marino, su
excelente melena negra y su sonrisa de millonario, tan brillante como la luz LED que
iluminaba la valla.
También lo mandé a la mierda. Un alfa de la manada socialista Clara, que se
rige por los “valores tradicionales de la manada” puede irse a la mierda.
Finalmente salí de la autopista justo al sur del centro y me adentré en la calle
principal de Merchant Village. Mi hogar desde que nací, era un paraíso ecléctico de
negocios familiares, viejas viviendas de moda, parques envejecidos con más cemento
que césped y sin leyes de zonificación.
James & Co., la tienda de mi familia, se encontraba en el centro de Merchant
Village, en un almacén de ladrillo reconvertido. Mis padres habían convertido la
segunda planta en vivienda, y allí me esperaba mi mullida cama en mi perfecta
habitación sin ventanas.
Pero tenía que hacer una última parada crucial, y tuve suerte de que mi contacto
fuera un noctámbulo extremo que no solía irse a la cama hasta que salía el sol.
Estacioné la camioneta en la acera, frente a un modesto complejo de
apartamentos situado junto al paso elevado. Bajé del coche, me subí la cremallera del
chaleco polar, me eché la gorra sobre el cabello castaño oscuro y me metí la trenza
bajo el cuello del chaleco. Satisfecha por mi aspecto poco llamativo, me apresuré a
subir por la escalera exterior hasta el segundo piso.
Después de un buen minuto golpeando la puerta de la Unidad 2D, mi contacto
la abrió de golpe.
—Dylan, son las cinco y media de la puta mañana —refunfuñó Federico. Su
coleta rubia estaba despeinada y su camiseta de Metallica llevaba muchos días sin
lavarse. Sólo podía percibir su aroma a menta verde bajo el fuerte olor a Fritos. 25
—Feddy —le dije con una paciencia pasmosa dado lo cansada que estaba—, te
conozco, y sabes que te conozco, y sé que no estabas dormido. Estabas codificando
o haciendo streaming en Twitch. No mientas.
—Bien, me has descubierto —resopló, relajándose contra el marco de la
puerta. Su fingido enfado desapareció y ahora me miró con algo parecido a una
disculpa sincera en el rostro.
Uh-oh.
—Sé que debemos un envío —dijo, rascándose la barba incipiente—. Pero, um,
mi proveedor ha desaparecido, y me va a llevar, uh, un minuto coordinar uno nuevo.
—¿Qué? —gruñí.
Levantó las manos.
—Sé que esto los pone en un aprieto. A ti personalmente en un aprieto, tal vez.
Pero estoy trabajando tan rápido como puedo, y mi tía está preguntando por ahí. Me
voy a México de nuevo en un mes, así que espero que tengamos algo para entonces.
—Nos quedan las últimas dosis —dije, con el corazón empezando a acelerarse
en mi pecho.
—Oh, bueno, al menos tendrás para los próximos meses.
No, no lo haría. No podría hacerle eso a nuestras niñas.
—Lo que queda está destinado, Feddy. ¡Y acabo de entregar el sobrante a
Marina para el Centro!.
—Oh. Bueno, mierda.
Gemí y golpeé la pared con el puño junto a su cabeza, y él se apartó alarmado.
—Ugh. Mierda. Mierda. —Empecé a caminar—. Bien, sólo... no ignores mis
mensajes, y llámame cuando sepas algo.
—Lo haré, Dylan, lo prometo. Sé que la última vez que pasó esto fue...
desagradable para ti.
—No me jodas —espeté. Respiré hondo, recé por serenidad y forcé una
sonrisa—. Lo siento, Fed. Sé que no es culpa tuya. Gracias por intentarlo.
Asintió.
—Te enviaré un mensaje cuando sepa más.
—Gracias.
Bajé corriendo las escaleras, me encerré en la camioneta y me preparé para el
pánico. 26
Federico tenía doble nacionalidad, estadounidense y mexicana, y tenía familia
al otro lado de la frontera, a la que visitaba cada pocos meses. A diferencia de Estados
Unidos, México nunca había prohibido los supresores hormonales, aunque a menudo
eran difíciles de conseguir debido a la demanda. Los anticonceptivos hormonales
también estaban ampliamente disponibles allí sin restricciones, mientras que en
EE.UU. podían ser casi imposibles de conseguir excepto en circunstancias muy
limitadas.
Contratamos a Feddy para que mantuviera un suministro constante tanto de
supresores como de anticonceptivos para cualquier omega -cualquiera que pudiera
quedarse embarazada, en realidad- que lo necesitara.
Y yo, Dylan St. James, era una omega necesitada.
Sin la dosis de supresor que debía tomar en las próximas cuarenta y ocho horas,
me convertiría en una bomba de relojería.
Una mecha encendida en el camino hacia una explosión de feromonas potentes
y un calor impredecible.
Por no hablar del riesgo de ser descubierta y denunciada al DOUM.
Me quedaban como mucho unas semanas antes de que la máscara empezara a
resbalar, y era sólo cuestión de tiempo que un celo largamente esperado me jodiera
el mundo.
Y la última vez que ocurrió, murió gente.
3
DYLAN
Era casi la una de la tarde cuando salí de mi habitación después de dar más
vueltas en la cama que de dormir. Después de ponerme una sudadera corta y unos
vaqueros que había encontrado en el suelo, entré en el salón y siseé como un vampiro
a la luz del sol invernal que entraba por las altas ventanas.
27
Preferiría haber estado escondida en mi preciosa habitación a oscuras, metida
entre mis mullidas mantas y almohadas mientras fingía que mi autonomía personal no
estaba a punto de correr serio peligro.
Pero una santa me había dejado una cafetera recién hecha y un taco para
desayunar en la cocina -mamá, seguramente- y tenía que bajar a la tienda para
informarme bien y echar una mano.
Me serví una taza gigante de café, desenvolví el papel de aluminio del taco y
me lo metí en la boca. Deslicé los pies fríos dentro de los zuecos peludos que había
dejado junto a la puerta principal. Tras ir hasta el hueco de la escalera, pulsé con el
codo el botón del teclado para cerrar y bajé a pisotones la estrecha escalera metálica
que conducía a nuestra tienda.
Los sonidos de un sábado ajetreado flotaban por el pasillo del personal. Junto
con un par de almacenes, mis padres tenían aquí sus respectivos despachos, y ambos
estaban vacíos en ese momento. Engullí mi taco mientras avanzaba arrastrando los
pies con el entusiasmo de un zombi, y luego salí a la planta de St. James & Co, la mejor
ferretería y tienda de artículos para el hogar de Merchant Village.
Me reuní con mi madre detrás del espacioso mostrador de la caja, situado a lo
largo de la pared trasera de la tienda.
—Buenos días, cariño —dijo mamá, encorvada sobre la encimera y distraída
con lo que fuera que estuviera mirando en su tableta, con su salvaje cabello cobrizo
cayéndole alrededor de la cara. Llevaba una camiseta de manga larga de St. James &
Co. de manga larga y pantalones negros holgados, y su suave aroma a lavanda beta
olía a familia y me calmaba los nervios—. ¿Te sientes bien esta mañana? —preguntó—
. Marina me ha mandado un mensaje antes para decirme que Sally se está adaptando
muy bien.
Me acerqué a un taburete, puse la taza sobre un posavasos y me desplomé de
bruces sobre la encimera con un gemido de frustración.
—¿Qué demonios te pasa? —llamó Daisy desde su lugar habitual en una
hamaca de camping cercana que Derrick había colgado de las vigas metálicas del
techo. Estaba tumbada como una emperatriz en un palanquín, a pesar de que iba
contrarreloj, mientras abría y cerraba distraídamente una navaja—. ¿No has dormido
bien en tu no-nido?
—Mi cama no es un nido —refunfuñé por milésima vez en respuesta a su apodo
para mi habitación—. Y no, no lo hice.
Daisy me miró con una ceja rubia y cerró el cuchillo con una floritura.
—¿Qué es, entonces?
Entrecerré un ojo en dirección al suelo para confirmar que ninguno de la 28
docena de clientes estaba al alcance del oído y murmuré en la mesa:
—El proveedor de Feddy está fuera del radar. No vamos a reponer existencias
hasta quién sabe cuánto tiempo.
—Mierda —susurró Daisy.
—Lengua, Daisy —dijo mamá aunque todos sabíamos que era una batalla
perdida. Dejó la tableta y se puso a mi lado, me puso una mano en la espalda y me
frotó en círculos tranquilizadores—. Dylan, no podemos alarmarnos todavía. Tenemos
suministros suficientes para que nuestras hijas, que nacerán pronto, reciban la
siguiente dosis, y nos tienes a nosotros para cuidar de ti si ocurre lo peor. Como
hicimos la última vez.
La hoja de Daisy se abrió de nuevo con un violento chasquido.
—Claro que lo haremos.
Nuestro suministro de supresores se había agotado una vez desde que me
presenté como omega seis meses después de cumplir trece años. Tenía diecinueve
años, y disfrutaba de mi vida postescolar de hacer cursos universitarios en línea,
trabajar en la tienda y entrenar con papá para ser más fuerte y estar más preparada
para ayudar a nuestras chicas necesitadas.
A las pocas semanas de la dosis olvidada, me llegó mi primer celo, que llevaba
años esperando, un lento hervor de sudor y malestar que finalmente explotó en un lío
de dolor y necesidad que me adormecía el cerebro y que se prolongó durante días.
Mis padres cerraron la tienda y vigilaron las entradas mientras yo me retorcía de
dolor en mi no-nido; mi cuerpo confuso buscaba desesperadamente un nudo alfa y un
mordisco de unión para calmar mis hormonas fuera de control.
Mi caja de juguetes ofrecía muy poco alivio, y la reacción a los supresores había
sido tan potente que un grupo de machos alfa rebeldes que pasaban por la noche
habían irrumpido en nuestra tienda para investigar el olorcillo del tentador aroma
omega que habían percibido en la brisa. Una vez dentro, mis feromonas los golpearon
con toda su fuerza en modo de fusión nuclear y los metieron de lleno en la rutina.
Arrasaron la tienda y se enzarzaron rápidamente en una violenta pelea con
Derrick y mi padre. Sólo uno había llegado vivo a las escaleras, donde se encontró
con una bala del rifle de mamá.
Después de que mi calor finalmente disminuyó, Derrick había empañado toda
la tienda con de-scenter que había metido en una mochila de control de plagas.
Llamamos a la policía para denunciar un robo a mano armada en la tienda, y pronto
descubrimos que los alfas atacantes tenían antecedentes penales de un kilómetro de
largo. Nadie hizo muchas preguntas después de eso. 29
Daisy tenía trece años por aquel entonces, y sólo hacía dos meses que había
venido a vivir con nosotros. Estuvo sentada estoicamente frente a la puerta de mi
habitación durante días, empuñando su cuchillo, dispuesta a hacer frente por última
vez a un alfa intruso antes de que me anudaran y me unieran contra mi voluntad.
Todos los días agradecíamos al universo que Daisy fuera una beta
descendiente de una larga estirpe de betas y que no tuviera ninguna posibilidad de
presentarse como otra cosa. Empezó a merodear por nuestra tienda cuando era una
niña desnutrida de doce años llamada Jeanie, y siempre se las arreglaba para irse con
la mitad del almuerzo de mamá o una de las barritas de proteínas de Derrick. En una
ocasión, incluso metí en su mochila ropa vieja que me había quedado pequeña.
La noche que vino a vivir con nosotros, se presentó a la hora del cierre con una
camiseta manchada de sangre y un cuchillo de cocina en la mochila. Su padre
alcohólico -un viudo que se bebía su dolor- la había atacado y ella lo había matado.
Derrick y papá corrieron inmediatamente al destartalado apartamento en las
afueras de Merchant Village para escenificarlo y que pareciera un allanamiento de
morada y un robo que había salido mal. Mientras estaban fuera, mamá y yo limpiamos
a Daisy y la instalamos en el dormitorio de invitados. Mis padres no tardaron en
solicitar ser sus tutores permanentes, y ella cambió su nombre por el de Daisy para
poder llamarse “D” como Derrick y yo.
Demostró que tenía lo que había que tener para ser una St. James durante
Heatmageddon y siguió haciéndolo desde entonces.
Me senté en el taburete. Qué divertido había sido ese viaje por el carril de los
recuerdos.
—Sé que me cubren las espaldas y los quiero por ello. Pero la última vez fue
una pesadilla que me gustaría evitar por razones obvias.
—No dejaremos que llegue tan lejos, cariño —respondió mamá.
El timbre de la puerta principal tintineó. Papá y Derrick entraron
pavoneándose, con sus ropas de entrenamiento que mostraban sus anchos pechos y
esculpidos músculos a toda la tienda.
Brandon St. James era un hombre corpulento que mantenía el cabello castaño
oscuro con el mismo corte militar alto y tirante que había llevado durante treinta años,
aunque aprovechó su tiempo fuera del ejército para dejarse crecer la barba que
siempre había deseado. Medía dos metros e irradiaba amenaza alfa.
Derrick era dos centímetros más bajo y unos seis kilos más delgado que papá,
pero seguía siendo un alfa grande y formidable. Llevaba el mismo cabello oscuro,
corto por los lados y más largo por arriba, y algunos mechones le caían sobre la frente
sudorosa. Tanto él como papá desprendían un fuerte olor a café, aunque el de Derrick
30
estaba teñido de caramelo mientras que el de papá era más terroso, y ambos olían a
hogar.
Habían estado en el gimnasio que había unas puertas más abajo, dirigido por
los amigos de Derrick, un grupo de alfas locales en su mayoría tolerables. Mamá,
Daisy y yo probablemente iríamos allí esta noche después del cierre para entrenar.
—Tienes una pinta de mierda —me dijo Derrick mientras se acercaba al
mostrador, ignorando las miradas sedientas del grupo de mujeres beta que en ese
momento examinaban nuestra sección de utensilios de cocina e ignorando
doblemente a Daisy mientras les enseñaba los dientes.
—Gracias, imbécil —le contesté, dándole un puñetazo en su gran pectoral.
Luego le dejé que me pasara un brazo por los hombros y me abrazara antes de que
se sentara a mi lado.
Papá se inclinó sobre la encimera para darle un beso inapropiado a mamá,
luego dio un paso atrás, cruzó sus musculosos brazos sobre el pecho y nos recorrió
con su mirada oscura.
—¿Ocurre algo?
Los puse al corriente de la situación. Papá frunció el ceño, pero mantuvo una
calma inquietante. Derrick maldijo a mi lado, apretando los puños bajo el mostrador.
—Nos ocuparemos de ello —dijo papá al cabo de un minuto—. Haré unas
llamadas para ver si se nos ocurre algo que nos ayude.
—Voto por que hagamos un viaje a la EFO —añadió Derrick, mirándome—.
Sería mejor que nada.
Daisy resopló.
—Por favor. Quiero ver a las princesas en su castillo, y luego darles la vuelta
antes de robarles.
El suspiro de papá era el de un hombre sufrido. Sus hijos aún no habían
encontrado un reto que no quisieran asumir, y se sentía frustrado y orgulloso a partes
iguales.
—No nos arriesguemos todavía. Pero... lo pensaré. No es una idea terrible.
Las Escuelas de Finalización Omega gozaban de muchas dispensas especiales
de la ley que el resto de los tontos no teníamos. Dado que permitían a las chicas
omega de más alta alcurnia ir a la universidad mientras eran cortejadas por elegantes
alfas, las escuelas animaban a las chicas a aplazar su primer celo hasta que pudieran
experimentarlo tras la graduación en los amorosos brazos de la manada que habían
elegido. El primer celo de la mayoría de las omegas se producía en torno a los
diecisiete o dieciocho años, por lo que las princesas podían tomar una variante de
31
supresor que sólo era legal cuando lo suministraba una EFO a sus alumnas.
A diferencia de los supresores de nivel napalm que yo tomaba, los fármacos de
la EFO sólo servían para retrasar los celos: no acababan con la biología omega que
daba a las chicas su especial aroma alfa o sus suaves y femeninas curvas omega.
Supuse que si podía hacerme con algunas de ellas y alejar otro celo de
pesadilla, sería mejor que nada. Solo tendría que esconderme una vez que mis
feromonas colgaran el cartel de “omega no unida” en mi jardín delantero.
No permitiría que detuvieran a mis padres por no registrarme cuando era
preadolescente, y me moriría antes de permitir que el puto Estado me obligara a
vincularme.
—Estoy abajo —dije con un descuidado encogimiento de hombros—. Debería
estar bien durante unas semanas, pero si Feddy no puede venir para entonces, vamos
a golpear la EFO.
Papá me apretó la mano.
—Lo siento, cariño. Siento mucho que las cosas hayan tenido que ser así para
ti.
Le devolví el apretón.
—No es culpa tuya, papá.
Negó con la cabeza, aún con el ceño fruncido, pero se relajó un poco cuando
mamá se le unió al otro lado del mostrador, acurrucándose a su lado.
Papá sí consideraba que mi situación era culpa suya; al menos, era su genética
la que me había dado la oportunidad, una entre cien, de sacar la pajita corta omega.
Mis padres se conocieron hace veinticinco años sirviendo juntos en el ejército.
Papá formaba parte de una creciente minoría de alfas que evitaban la vida en manada,
y se enamoró de mi madre beta, Heather. Se unió a ella, se casó con ella y la dejó
embarazada ante las cada vez menos probabilidades de éxito de un embarazo beta.
El gobierno no animaba precisamente a los machos alfa a aparearse con
mujeres beta, pero tampoco lo prohibía, porque ese emparejamiento seguía teniendo
una probabilidad entre cuatro de producir un bebé alfa. El resto eran casi siempre
niños beta normales.
Excepto que un alfa como mi padre, sólo una generación alejado de una
manada y cuya madre era una omega, todavía tenía menos de un uno por ciento de
posibilidades de producir un hijo omega con una mujer beta.
Mis padres acababan de dar al traste con la lotería genética. Mi madre no sólo 32
tuvo un embarazo exitoso, sino que tuvo gemelos. Tuvieron a su hijo alfa y también a
su rara hija omega nacida beta.
No me consideraba desafortunada. Tenía una familia cariñosa y comprensiva,
y esa familia era la más adecuada para ayudarme a conservar mi libertad y
protegerme en momentos de necesidad, algo que la mayoría de las chicas omega de
todas las familias, salvo las más ricas, no tenían.
Pero en días raros como hoy -después de rescatar a una omega maltratada que
era producto del sistema en el trabajo y luego descubrir que mi única herramienta
para evitar el mismo destino estaba en peligro- me permito revolcarme en la
autocompasión durante un minuto.
—Anímate, Dyl —dijo Derrick, dándome un codazo—. Todo saldrá bien. Si
tenemos que volver a matar a unos cuantos idiotas, que así sea. Me vendría bien el
ejercicio; nuestras extracciones últimamente han sido demasiado fáciles.
—Tú lo dices —resoplé—. Tú no eres el que tuvo que bailar con Don el idiota
de la fraternidad anoche.
—Suerte para él. Si no, estaría muerto. Vi la cara de Sally.
—Su cara ni siquiera está en la lista de las diez mierdas más terribles que ha
soportado —refunfuñó Daisy, aun balanceándose en su hamaca.
Papá dejó caer un beso sobre la cabeza de mamá antes de meterse detrás del
mostrador para recoger un paquete dirigido a su negocio.
—Estaré en mi oficina si alguien me necesita.
Mientras mamá era la jefa de la tienda, papá dirigía un negocio de consultoría
de seguridad. Si por mí fuera, Derrick y yo nos haríamos cargo algún día.
Un comprador llamó la atención de mamá junto a los accesorios para asar y ella
se apresuró a ayudar. El timbre de la puerta principal tintineó y entró una mujer
conocida.
Había llegado uno de nuestros clientes especiales.
33
4
DYLAN
41
5
AUSTIN
49
6
DYLAN
69
TRES DÍAS DESPUÉS, nos encontramos siguiendo la camioneta de Dylan mientras
ella y Daisy conducían hacia el sur de la ciudad.
Se acercaba la medianoche y no teníamos ni la más remota idea de lo que
tramaban, pero sospechábamos algo... interesante.
Eso esperaba. Los últimos días habían sido tranquilos y no habíamos avanzado
en la investigación.
Decidimos dividir y conquistar James & Co. mientras los demás buscaban
pistas adicionales sobre el paradero de Sally desde el cuartel general.
James había confirmado todo lo que Daisy me había contado. Brandon y
Heather St. James habían servido dos veces en el ejército antes de retirarse para abrir
su tienda. Brandon dirigía una empresa de consultoría de seguridad, y no tenía más
que críticas de clientes satisfechos. Él y Heather se convirtieron en los tutores legales
de Daisy después de que su padre hubiera muerto en un “robo que salió mal”.
Había sido un trabajo impresionante el de Brandon y Derrick. Había visto las
fotos de la escena del crimen y la historia del robo era totalmente cierta.
Dylan y Derrick tenían veintiún años, se habían graduado en el instituto Village
High y, más recientemente, se habían licenciado en empresariales por la universidad
pública más grande del estado a través de cursos en línea.
No había ocurrido nada extraño ni sospechoso en la tienda ni en sus
alrededores en los tres días que llevábamos observándola. Habíamos observado dos
casos en los que una mujer omega había entrado sola en la tienda, pero ambas habían
salido decididamente sin ser secuestradas.
Ayer, por fin, me puse en contacto con los padres de Sally, y no tenían ninguna
información sobre su paradero. También habían afirmado con rotundidad que Sally
había sido bendecida por haber sido elegida por la manada Marrón y que
seguramente los echaba muchísimo de menos.
Seth también entrevistó a varios vecinos de los Brown, y todos ellos parecían
pensar que la manada era “un poco revoltosa a veces” pero “jóvenes agradables de
buenas familias”. Nadie había visto nada anormal esa noche ni ninguna otra.
Austin habló con el director del instituto Whitetail Hills, donde Sally se había
trasladado después de relacionarse con los Brown. Era una buena estudiante, pero
mencionó que llevaba casi dos meses sin ir al instituto antes de su desaparición.
No sabíamos qué pensar de todo aquello, y no teníamos nada que decir a
nuestros clientes cuando llamaban a diario para preguntar si ya habíamos encontrado 70
a Sally.
Pero esta noche, la suerte estaba de nuestro lado. Austin había estado en la
vigilancia de St. James mientras Seth y yo nos mezclábamos con los lugareños en The
Blue Javelina. Conocimos a algunos de los excompañeros de Derrick y Dylan, y no
tenían mucha información que ofrecernos, aparte de que la familia St. James.
También determinamos que Derrick estaba muy solicitado por las damas beta
como conocido alfa anti-manada, lo que no es del todo sorprendente, ya que su padre
había elegido el mismo camino.
Seth y yo tuvimos que informar a unas cuantas chicas decepcionadas de que
no, no éramos lo que se dice amigos de Derrick St. James y no podíamos
presentárselo. También habíamos tenido que rechazar más de una generosa oferta
de compañía.
Estábamos a punto de dar por terminada la noche y volver a casa cuando Austin
llamó. Dylan se había puesto en marcha y él venía a recogernos. Tras subirnos al
todoterreno blindado de la empresa, nos lanzamos a la aventura.
—¿A dónde podrían estar yendo? —preguntó Austin después de que habíamos
conducido unos dieciséis kilómetros—. Es medianoche en medio de la maldita
semana.
—Dudo que vayan a una fiesta —dijo Seth—. Esa chica no hace mucho más que
trabajar e ir al gimnasio donde esos grandes imbéciles alfa que dirigen el lugar fingen
no estar mirándola a espaldas de su hermano.
—Y Daisy tiene colegio mañana —añadí—. Así que, asumo que sea lo que sea
no puede esperar.
Más adelante, la pequeña camioneta plateada de Dylan salió de la autopista y
entró en un camino rural. Austin aminoró la marcha y apagó los faros, siguiéndola por
encima de un guarda ganado y adentrándose en un extenso vecindario rural.
—Supongo que nos dirigimos a South Ranch —reflexionó Austin.
Serpenteamos por la carretera, pasando por grandes parcelas separadas por
alambradas, en la mayoría de las cuales no había más que cedros y hierba alta
autóctona hasta donde alcanzaba la vista en la oscuridad más absoluta. Al cabo de
unos diez minutos, Dylan apagó por fin sus propios faros y giró hacia un camino de
tierra.
Nos arrastramos detrás de ella, conduciendo al menos ochocientos metros más
antes de que Dylan finalmente se detuviera y se apartara de la carretera para
estacionar bajo unos árboles. Austin apagó el motor y se metió en la hierba a una
buena distancia detrás de ella. 71
A unos cincuenta metros delante de nosotros, pudimos distinguir un grupo de
casas prefabricadas, tres de ellas dispuestas en semicírculo alrededor de una especie
de patio delantero iluminado por las luces de los porches de cada remolque.
Dylan salió de la camioneta, con aspecto de sexy ladrona de gatos. Hacía frío
esta noche, y llevaba un chaleco polar negro sobre una camiseta térmica oscura y una
gorra de béisbol negra. Sus pantalones y botas tácticos oscuros completaban el
atuendo, junto con lo que sin duda parecía una 9 mm atada a su cinturón.
—Parece una profesional —murmuró Austin, observándola de cerca.
Daisy salió del asiento del copiloto. Llevaba unos leggings, unas botas peludas
y una sudadera morada. Llevaba un cuchillo atado al muslo y una gorra con orejas de
gato.
—No puedo creer que esté diciendo esto —susurró Seth—, pero ¿dónde
mierda está Derrick?
—Sospecho que nuestra chica puede cuidarse sola —respondí, aunque no me
gustaba la mezcla de preocupación ansiosa y sospecha cautelosa que me revolvía el
estómago en ese momento—. Aunque preferiría que simplemente... siguiéramos. Por
el bien de Daisy, especialmente.
Vimos cómo las chicas se fundían en las sombras, probablemente en dirección
a las casas rodantes de más adelante.
Austin les dio sesenta segundos de ventaja.
—Bien, estamos en marcha. Manténganse atrás, observen, y no interferimos a
menos que alguien esté en peligro inminente. Esperemos no estar a punto de
presenciar cómo dos jóvenes honradas secuestran a una omega contra su voluntad.
—O hacer algo que les haga daño —añadí.
—O eso.
Salimos del coche, sincronizados y en silencio, y nos disolvemos en la
oscuridad detrás de nuestra chica.
72
9
DYLAN
—¿Crees que tus compañeros tienen la impresión de que no sabemos que nos
siguen?
Agarré con más fuerza el volante mientras giraba por el camino de tierra que 73
llevaba al recinto de la manada Riley.
—Deja de llamarlos así, Daisy.
Rezongó.
—Negarlo no hará que desaparezca, Dylan. Al menos Cam es genial. No me
importaría que estuviera más por aquí. El jurado sigue deliberando sobre los otros
dos.
No tenía sentido mentir a mi familia sobre mis sospechas. Daisy había visto
cómo el mojo alfa me dejaba muda por primera vez en mi vida, y Derrick había
acudido en tromba para acabar con él cuando sintió mi malestar porque era mi
gemelo y teníamos ese extraño sexto sentido el uno con el otro.
La manada Bryce eran, con toda probabilidad, mis compañeros de olor.
Una vez cada tres o cuatro años, la oficina local del DOUM conseguía que un
omega y su manada se encontraran. La oficina local del DOUM se las arreglaba para
facilitar un emparejamiento olfativo una vez cada tres o cuatro años, y más vale que
te lo creas:. Siempre publicaban un comunicado de prensa muy efusivo, con fotos de
la manada feliz por toda su página web.
Imagino que el sistema EFO también tuvo su buena ración de coincidencias de
olores a lo largo de los años, pero no sintieron la necesidad de informarnos al resto.
La compatibilidad olfativa siempre era un factor a tener en cuenta a la hora de
emparejar a un omega con su manada -uno no quería pasarse la vida unido a alguien
cuyo olor odiaba-, pero esa sería sólo una consideración entre muchas otras.
¿Pero una verdadera cerilla? Nadie olería tan bien. Era nuestra biología
diciéndonos que ésta era nuestra pareja o parejas perfectas, y juntos crearíamos una
manada armoniosamente equilibrada y feliz para siempre jamás.
Y en el fondo sabía que no había ninguna posibilidad de que alguien pudiera
oler tan bien como los chicos Bryce, y ni siquiera había sentido toda la fuerza de lo
que sus feromonas podían hacer en mi cuerpo.
Austin era canela picante y whisky de roble y un fuego crepitante mientras los
vientos invernales soplaban suavemente en el exterior.
Seth era esa misma canela untada en una masa pegajosa sacada del horno
mientras los cedros florecían en el patio.
Incluso Cam parecía simpatizar con el olor a través de su vínculo con Seth. Era
un naranja pecaminoso, rico y ácido mezclado con clavo y la canela de Seth. Daisy
dijo que a ella le olía como un cítrico normal y limpio, así que la biología del vínculo 74
sólo funcionaba para mi nariz.
No creía que supieran lo que era o lo que podíamos ser el uno para el otro, de
lo contrario me habrían arrojado sobre cualquiera de sus anchos y musculosos
hombros y me habrían llevado a su guarida, donde probablemente tenían un nido
preparado y esperando a su perfecta princesa EFO.
Pero al menos tenían curiosidad. Habían olido algo que les había gustado
cuando las feromonas que me había esforzado en incinerar les enviaron una señal
como un barco en apuros en medio de una tormenta. No sabía si por eso habían estado
merodeando, vigilando la tienda y controlando mis idas y venidas, o si se habían
convencido de que yo sabía algo sobre la desaparición de Sally.
Ambos, lo más probable.
—¿Debería llamar a Sally al Centro y darle las gracias por encontrarme una
manada con el mismo olor el mismo fin de semana que me salté la dosis de supresor?
—No deberías hacer eso, no.
—Sí, tienes razón —dije, riendo entre dientes mientras reducía la velocidad de
la camioneta. Nos acercábamos a las casas rodantes de Riley, y cuanto menos ruido,
mejor—. Me pregunto por qué tenía el número principal de la tienda en su nota
adhesiva oculta —dije—. La línea segura de papá habría sido mejor, pero sé que no
le diste nada que pudiera ser rastreado hasta nosotros, ya que estaba muy vigilada.
Daisy se encogió de hombros.
—Le quitaron el teléfono después de la unión. Supongo que encontró una forma
no sospechosa de buscar el número de la tienda después de que le dijera que
trabajaba allí. Tal vez le pidió a uno de esos imbéciles que buscara el sitio web por
alguna estúpida razón. Estoy... triste por no haber podido estar más ahí para ella.
—Hiciste todo lo que pudiste, Dase. Ahora tenemos que estar ahí para Mary
Rose.
Salí de la calzada y estacioné bajo una espesa arboleda. Daisy volvió a ponerse
su ridícula gorra de gato en la cabeza y se guardó la navaja en la funda del muslo.
—¿Los imbéciles de Riley siguen en la gran fiesta del Día V en el rancho
Hansen? —pregunté.
Se desplazó a través de su teléfono.
—Trina Mae dice que todos han sido vistos excepto Tim-Tom. Jesse está en una
foto con su lengua en la garganta de una chica. Todavía no Mary Rose.
Daisy tenía acceso a las redes sociales de algunos asistentes a la fiesta, así como
a un contacto sobre el terreno al que había convencido para que nos enviara mensajes
con las últimas noticias. Trina Mae le había informado de esta pequeña fiesta de San 75
Valentín en los pastos hacía unas dos horas, y habíamos aprovechado el momento
para venir a husmear en los asuntos de Jesse Riley.
—Bien. Hagámoslo.
Salimos de la camioneta y nos fuimos cada una por su lado.
Me arrastré entre los árboles, cuidando de pisar ligeramente con mis botas de
montaña, hasta que llegué al borde del amplio claro donde los Riley habían instalado
su campamento de manada. Dos viejas camionetas Ford estaban estacionadas en el
patio, y justo detrás de ellas había una hoguera, cuyas brasas se estaban apagando
pero aún emitían un poco de humo. A su alrededor había latas de cerveza.
—Estado, Daisy —susurré.
Su suave voz crepitó en mi auricular.
—Dos remolques vacíos. Tim-Tom está en el de la extrema derecha,
desafortunadamente aún despierto. Creo que está viendo porno en su portátil.
—Dame treinta segundos, y luego sácalo.
—Entendido.
Salí corriendo al patio, evitando la pequeña zona iluminada por las luces
amarillentas de los porches de los remolques. Me agaché detrás de una de las
camionetas, respiré hondo y me tapé la boca y la nariz.
—De acuerdo, Daisy. Te toca.
Un fuerte golpe sonó contra el lateral de la caravana de la derecha, resonando
violentamente en el aire tranquilo de la noche. A continuación se oyeron unos débiles
pisotones en el interior y Tim-Tom apareció tambaleándose en la pequeña entrada de
su casa.
Se puso el rifle de caza al hombro y apuntó a su alrededor, buscando el peligro.
Una figura oscura con sudadera morada y orejas de gato cayó del tejado,
agarrándose a su espalda como un chimpancé rabioso.
Salí corriendo de mi escondite. Tras unas zancadas rápidas, salté a la entrada
de Tim-Tom y me acerqué a él por un lado. Le quité el rifle de las manos de una patada
mientras Daisy le rodeaba el cuello con sus brazos enjutos pero fuertes. Ella apretó,
y él se agitó salvajemente, arañándola.
Saqué la pistola del cinturón y le golpeé la cabeza con la culata. Se desplomó y
Daisy lo soltó antes de que la derribara con él.
—Bonito —dije, respirando con dificultad—. Vamos a arrastrarlo dentro. Te
dejaré hacer los honores. —Le pasé unas bridas de mi cinturón. 76
Las agarró del aire y las metió en la bolsa de su sudadera como un canguro con
orejas de gato.
—Genial.
Levantamos a Tim-Tom entre las dos y lo arrastramos hasta la puerta principal.
Con gruñidos simultáneos, lo depositamos en el sofá raído y Daisy decidió hacerse la
graciosa y atarlo de pies y manos.
—Ve —me instó—. Apuesto a que Jones tiene el remolque central, y Trina Mae
dijo que Jesse está viviendo con él ahora. Voy a despejar este.
—En ello. ¿Conseguiste una lectura de los Bryce mientras estabas en la parte
de atrás?
—Creo que Cam está en un árbol detrás del recinto. Los otros dos deben estar
al frente en alguna parte.
Habían estado a unos veinte metros detrás de mí al entrar, pero quién sabía
qué estarían tramando ahora. Supuse que habrían visto el espectáculo, pero no me
preocupó demasiado.
No estaba segura de qué tenían los Bryce que me hacía pensar que les
parecería bien vernos noquear a un tipo y entrar en su casa; desde luego, no eran
lazos de confianza profundamente arraigados, pero ahora conocía un poco el tipo de
negocios que llevaban a cabo Bryce Solutions, y este tipo de cosas eran un juego de
niños para ellos. También podría haber estado... retándolos a investigar más a fondo
a una manada como los Riley.
Como esperaba que hicieran con los Brown.
Ojalá no me importara lo que pensara la manada Bryce sobre nada, pero no era
la mano que me había tocado y no tenía tiempo para darle vueltas.
—Muy amables por dejarnos robar sin interrupciones —le dije a Daisy con una
risa irónica.
Daisy tiró una última vez de las ataduras de Tim-Tom.
—No son policías, así que les importa una mierda. Es como dijiste en la reunión
familiar: nos observarán el tiempo suficiente para darse cuenta de que no somos los
malos y luego se irán o harán todo lo posible por meterse en tus pantalones.
—Yo no he dicho eso último —refunfuñé.
Puso los ojos en blanco y me hizo un gesto para que me fuera.
—¡Vete ya!
—Bien.
Salí por la puerta, salté de la acera y caminé unos seis metros hasta la puerta 77
principal de la caravana del medio. Tarareando el estribillo de “asuntos ilícitos”
saqué la ganzúa del cinturón y me apresuré a forzar la endeble cerradura de la puerta
de Jones.
La casa estaba más ordenada de lo que esperaba. Iluminé con mi pequeña
linterna la pequeña cocina y el salón: unos cuantos platos en el fregadero, un bonito
sofá de cuero y un televisor aún más bonito, sin olores ofensivos inmediatos, aparte
de una pizca de humo de puro.
—¿Hola? —susurré—. ¿Mary Rose?
Silencio. No esperaba que fuera tan fácil.
Giré a la derecha y me dirigí al dormitorio situado en el extremo oeste de la
caravana. La chaqueta azul y blanca del equipo universitario que cubría la pequeña
silla del escritorio me indicó que era la habitación de Jesse. Olía a calcetines y
almizcle de bebé alfa, la pila de ropa sucia esparcida por la cama no era muy diferente
de cómo Daisy mantenía su habitación la mayoría de los días.
Despejé el armario y debajo de la cama, y luego me senté en el escritorio de
Jesse para leer sus papeles.
Montones de deberes y libros de bolsillo de clásicos americanos con las
portadas muy gastadas; reconocí las lecturas que me asignaron en mi último curso de
inglés. Una pila de revistas porno -¿qué es esto, 1999, Jesse?- y un extraño folleto que
asomaba bajo su ejemplar de Frankenstein.
Leí las grandes letras en negrita impresas en la parte superior del manchado
trozo de papel sepia: Milicia de los Derechos de la Manada. Debajo, en letras más
pequeñas: Los verdaderos machos alfa no dejan que el gobierno les diga quién y cuándo
unirse.
El resto del panfleto consistía en una imagen ilustrada de cuatro hombres alfa
cómicamente grandes, con músculos abultados, barbas y un arsenal de armas atadas
a sus cuerpos.
Delante de ellos había una pequeña caricatura de una chica omega: tetas
enormes, cintura pequeña, piernas largas y delgadas. Estaba vestida con lencería y
miraba recatadamente al suelo mientras sus alfas amenazaban detrás de ella.
También llevaba un puto collar atado a una correa que uno de los alfas sujetaba
con su carnosa mano.
El cuadro hizo que se me crisparan los ojos de rabia, y no me dio buena espina
su presencia en casa de los Riley.
En la esquina del folleto, Jesse había garabateado con un garabato de pollo de
adolescente: 2/17 9p.m. Manny's.
Tomé una foto con mi teléfono. El diecisiete de febrero fue este sábado. 78
Abrí el cajón superior y descubrí la tableta de Jesse.
—Anotación —susurré en la oscuridad.
Jesse tenía su teléfono con él, pero con un poco de suerte, sus textos y correos
electrónicos también se llenarían en su tableta.
La escondí dentro de mi chaleco. Ahora es mía, pequeño pervertido.
—Casi he terminado en la otra caravana —me dijo Daisy al oído—. Está
desordenado como la mierda aquí, pero no hay Mary Rose ni nada fuera de lo común.
—De acuerdo —respondí—. Me dirijo a la habitación de Jones, luego saldré.
Volví corriendo por el salón hasta el otro extremo de la casa. La habitación de
Jones estaba más limpia que la de Jesse, aunque no mucho, y parecía que compartían
el mismo gusto por la pornografía brillante de la variedad no digital. Jones no tenía
escritorio, pero rebusqué en los cajones de su cómoda para divertirme. Encontré dos
pistolas, varias cajas de condones, una pipa de cristal que olía a hierba y un trozo de
papel doblado que resultó ser el mismo panfleto de la Milicia de los Derechos de la
Manada de la habitación de Jesse.
Jones también había garabateado algunas notas en el folleto. Entrecerré los
ojos con la linterna y pude distinguir la palabra Candidatos y tres nombres con
direcciones parciales.
Talulah Klein - 4489 RR 114 Apt ??
Lily Linnartz - 3213 Brazos Ln
Mary Rose Jackson - ??
El hielo se filtró en mis venas. No sabía quién era Lily, pero Talulah Klein era
una adolescente omega amiga de Mary Rose. Probablemente ahora tendría unos
dieciséis años, y la abuela Anya me la había mencionado una vez, lamentándose de
que la amiga de Mary Rose hubiera rechazado la sugerencia de Anya de tomar las
riendas de su vida utilizando los recursos que mi familia podía proporcionarle
después de que se presentara su designación.
Talulah tenía estrellas en los ojos y nociones románticas de la vida en manada,
así que se había inscrito felizmente en DOUM y esperaba el día en que tuviera edad
suficiente para ser emparejada.
Mamá y yo le habíamos dicho a Anya, con delicadeza, que Talulah había hecho
su elección y eso era lo que importaba.
Me metí el folleto en el bolsillo por si era la única copia de Jones y se olvidaba
de las desafortunadas chicas a las que él y este grupo de MDM querían atacar.
Daisy zumbó en mi oído. 79
—Será mejor que vengas aquí.
—Sí, ya voy —respondí—. Parece que ahora tenemos tres chicas que encontrar.
—¿De qué estás hablando?
Volví a colocar los demás objetos que había quitado y cerré los cajones de
Jones antes de correr hacia la puerta. La cerré suavemente tras de mí, puse la
cerradura en su sitio y me volví para buscar a Daisy.
Estaba de pie frente a la hoguera ya apagada, con los brazos cruzados y los
ojos verdes entrecerrados hacia las sillas de jardín colocadas cerca del foso.
Austin y Seth estaban sentados en aquellas sillas, aún ataviados con sus trajes
de investigadores a juego, ambos mirándome con divertida curiosidad. El suave
resplandor amarillo de las luces del porche iluminaba las duras líneas de sus cuerpos
y sus mandíbulas cinceladas, dos depredadores oscuros y peligrosos que ahora me
tenían en el punto de mira.
Daisy los señaló.
—Encontré a los otros dos.
10
DYLAN
—Si Dylan pudiera vernos ahora —dijo Seth, riendo entre dientes mientras él y
Cam me veían abrir la cerradura de la puerta trasera de los Brown.
—Somos un trío de bandidos normales —convino Cam, jugueteando con su 88
teléfono—. Quiero un gorro con orejas como el de Daisy para nuestro próximo robo.
De acuerdo, el sistema de seguridad está desactivado, todo despejado.
Abrí la puerta, traspasé el umbral y entré en la amplia y moderna cocina que
parecía sin uso, salvo por la pila de envases de comida para llevar que rebosaban de
la papelera.
—No estamos irrumpiendo en esta casa como vulgares delincuentes —
refunfuñé—. Estamos... accediendo de forma poco convencional al lugar de nuestra
investigación activa.
Seth se rio mientras entraba en la cocina detrás de mí.
—Lo que necesites decirte a ti mismo, hermano.
Quería decirme a mí mismo que mi juicio con respecto a mis clientes, que
contrataron a mi equipo para encontrar a su omega secuestrada, no se estaba viendo
empañado por mi repentina e inexplicable fijación por una preciosa chica beta que
conocí en una ferretería.
Una sirena pelirroja que sin duda se dedicaba a actividades delictivas y casi
con toda seguridad sabía exactamente dónde había desaparecido la omega de
nuestros clientes.
Una chica que olía como una pizca de cielo, algo que nunca había pensado de
ninguna beta que hubiera conocido. Ni siquiera los olores agradables y mucho más
penetrantes de las chicas omega que conocimos en la fiesta de la EFO me habían
seducido tanto como el de Dylan.
Casi olía como... mía, y no sabía qué hacer con ese pensamiento.
Así que aquí estábamos, mis hermanos y yo, colándonos en casa de los Brown
a plena luz del puto día mientras los cuatro estaban en el trabajo porque esos grandes
ojos avellana nos habían parecido tan genuinos, implorándonos que indagáramos
más.
—Bien, todo el mundo tiene sus órdenes de marcha —dije mientras nos
arrastrábamos por la sala de estar y nos dirigíamos a las escaleras—. Cam tiene la
habitación de Sally, y Seth y yo nos repartiremos las habitaciones de los alfas. Estamos
buscando cualquier cosa que pueda llevarnos a creer que Sally estaba siendo
maltratada y que su desaparición fue... voluntaria.
Cam se nos adelantó en la escalera y nos lanzó una sonrisa burlona por encima
del hombro.
—A riesgo de parecer insensible a la posible situación de Sally, ¿cuánto deseas
que esa sea la verdadera historia, intrépido líder?
Le fruncí el ceño. 89
—Sé cómo ser imparcial, Cameron.
—Ninguno de nosotros es imparcial sobre Dylan —dijo Seth desde detrás de
mí—. Y ahora que la hemos visto dejar caer a un alfa y apenas sudar con nuestros
propios ojos, no podemos fingir que no es la que le rompió la nariz a Don Brown y le
dio un pisotón en las costillas mientras el puto Derrick se largaba con su omega.
—Cincuenta pavos a que Daisy también estaba allí —añadió Cam—. No sé si
me impresiona o me escandaliza en lo que la han convertido sus dos años como pupila
de la familia St. James.
—La chica mató a su propio padre, Cam —señalé sombríamente.
Suspiró mientras subíamos las escaleras.
—Sí, el cabrón se lo merecía. Hace unos días, pirateé la base de datos de
registros del hospital infantil público y descubrí que Daisy había sido ingresada para
recibir tratamiento siete veces entre los diez y los trece años. Y a nadie le importó una
mierda, aparentemente.
La idea me revolvió el estómago. Otra pieza del rompecabezas que sólo
encajaría de una manera, y esa manera no era una que implicara que Daisy se
convirtiera en cómplice del secuestro y posible tráfico de niñas omega.
Me detuve en medio del pasillo y levanté una mano.
—Escuchen. Vamos a ser objetivos. Al fin y al cabo, necesitamos saber dónde
está Sally Brown y determinar si es apropiado llevarla de vuelta con sus alfas. Quiero
una imagen clara de todo para que podamos tomar la decisión correcta.
Y si decidíamos echar a la calle a nuestros primeros clientes y devolverles sus
exorbitantes honorarios, teníamos que darles una razón de peso a nuestros padres.
—En ello, capitán —dijo Cam con un ridículo saludo, y luego desapareció por
el pasillo y entró en la habitación de Sally.
Seth me miró con una seriedad inusual.
—No tengo un buen presentimiento sobre esto... sobre ellos.
—Lo sé.
Se dio la vuelta y se metió en el dormitorio más cercano. Me dirigí al final del
pasillo, al dormitorio principal, que pertenecería al líder de la manada, Antón.
Era el típico dormitorio de un chico joven. Sin florituras ni toques femeninos,
sólo una cama de matrimonio con una colcha negra y muebles de madera oscura a
juego. Unas cuantas obras de arte enmarcadas de aspecto caro colgaban de las
paredes, y había camisetas y pantalones cortos de baloncesto esparcidos por la cama.
Su escritorio, situado en un rincón frente a la gran ventana del dormitorio, era un 90
desorden de papeles y equipos informáticos.
Me senté en la silla de su escritorio y empecé a rebuscar entre los montones.
Facturas, folletos e informes de inversión del banco privado donde sabía que
trabajaba como analista. Un ejemplar en tapa dura de un libro de un joven experto
conservador cuyo podcast había ido ganando popularidad entre los machos alfa de
mi grupo de edad.
Después de reponer todo lo que había movido en la superficie, fui a abrir el
cajón superior.
Cerrado.
Un juego de niños. Mi kit de ganzúas seguía en mi cinturón, y lo abrí incluso
más rápido que la puerta trasera. Rebusqué entre el montón de tarjetas de crédito y
cheques en blanco.
Me detuve cuando mis dedos rozaron el frío metal.
—Pero qué... —murmuré mientras sacaba una aldaba de acero inoxidable con
una bisagra de puerta a juego. Los tornillos aún estaban insertados en los agujeros de
ambas piezas, lo que significaba que habían estado montadas en alguna puerta.
También había un pequeño candado, del tamaño justo para engancharlo en la aldaba,
y una llave diminuta sujeta a un llavero con las letras rojas brillantes de la antigua
fraternidad universitaria de la manada Marrón.
Rebusqué en el cajón una vez más y encontré un teléfono inteligente empujado
al fondo. Estaba muerto, pero la funda rosa con flores y gatitos dibujados me decía
que no era el teléfono de Anton.
—¡Cam! —llamé, me levanté de un salto y salí corriendo al pasillo, con el
teléfono en el bolsillo y el candado en la mano. Me dirigí a la habitación de Sally y me
detuve en la puerta.
Cam se reunió conmigo allí.
—¿Qué has encontrado?
Estudié la puerta.
—Ahí está. Entra en el pasillo y cierra la puerta.
Hizo lo que le pedí, con sus ojos azules llenos de preocupación. Levanté la
pequeña bisagra de la puerta, sus cuatro tornillos se alineaban perfectamente con
unos agujeros que habían sido taladrados en el marco de la puerta. Eran pequeños, y
no los habría visto si no hubiera sabido exactamente lo que buscaba. Con la puerta
cerrada, pudimos ver el cuadrado de agujeros correspondiente donde se había
atornillado la aldaba en la puerta.
—¿Qué...? —murmuró Cam, con la mirada aguzada mientras examinaba la 91
escena.
Levanté el candado y la llave, y sus ojos se agrandaron de repente.
—Oh. Oh, no lo fueron —siseó.
Seth salió tambaleándose de uno de los otros dormitorios.
—Cam, ¿qué fue eso? Sentiste algo agudo en el lazo... —Se detuvo junto a Cam
y su mano tatuada recorrió la espalda de Cam mientras todos mirábamos la puerta de
Sally—. Oh, ¿qué mierda...? ¿Tenían un candado en su puta puerta?
Asentí, la sensación de inquietud en mis entrañas se intensificaba por
momentos.
—Encontré el kit encerrado en el cajón del escritorio de Anton.
—Esos idiotas lo quitaron antes de llamarnos —dijo Seth mientras se acercaba
para examinar las piezas de acero que colgaban sueltas de sus tornillos donde yo las
había vuelto a meter al azar en los agujeros existentes—. Claro que lo hicieron. Les
habríamos interrogado hasta la saciedad y luego les habríamos devuelto el dinero a
la puta cara si hubiéramos pensado que trataban a su omega como a una prisionera.
Gruñí.
—Suponiendo que hubiéramos podido convencer a Andrew.
Seth sacó algo del bolsillo. Era un papel arrugado y lo desdobló antes de
mostrárnoslo a Cam y a mí.
En la parte superior, en letras grandes y en negrita, aparecían las palabras
Milicia de los Derechos de la Manada. En letra más pequeña, bajo el título, se leía: Los
verdaderos machos alfa no permiten que el gobierno les diga con quién y cuándo
establecer vínculos. Debajo había un dibujo de una manada de alfas, todos ellos
caricaturas de lo que los machos alfa más “hombres de carne y hueso” consideraban
la máxima masculinidad. Sujetaban con una correa a una diminuta chica omega en
ropa interior escasa.
Estupendo.
—Encontré esto en la habitación de Don —dijo Seth, arrugando la nariz con
disgusto—. No he oído hablar de esta organización MDM específicamente, pero estoy
familiarizado con los alfas “hombre-influencer” con podcasts y blogs de donde viene
esta mierda. Estos tipos tienen una visión arcaica y de mierda de lo que es un
verdadero Alfa, y no tienen muy buena opinión de las omegas, o de las mujeres en
general. Son idiotas con derechos. Quieren sirvientas, no compañeras.
Me pasé una mano por el cabello y me tomé un momento para... mirar al techo. 92
—Esto se pone cada vez mejor.
Al notar la agitación de Seth, Cam le agarró la mano y le dio un rápido apretón.
Luego me miró, con cara de tormenta.
—Hay algo más.
Volvió a abrir la puerta de Sally y nos hizo señas para que entráramos. Seth y
yo nos detuvimos a los pies del nido de Sally, mientras Cam rodeaba el lateral. Corrió
la cortina de gasa que rodeaba la cama baja con dosel, en la que ahora sólo se
percibía un tenue eco del dulce aroma a fresa de Sally. Señaló el punto donde una de
las columnas de madera de la cama se unía con el cabecero.
—¿Parece esto el daño de una sujeción?
Me precipité hacia delante, con Seth pisándome los talones. Nos apiñamos
alrededor del cabecero y me incliné para examinar el profundo surco de la madera
en la base de la columna de la cama.
—Joder —susurré—. Quiero decir... podría ser cualquier cosa, pero esto
definitivamente me recuerda a las fotos del trabajo de Kain que Andrew y Rodrigo
hicieron la primavera pasada.
Había sido otro éxito rotundo para Bryce Solutions. Los Kain eran una famosa
manada del Dominio de la Estrella Solitaria, el equivalente de Palisades en Ciudad
Capital, al norte. Mis padres habían sacado a uno de los hijos alfa de la manada de un
hotel de lujo del centro de la ciudad, donde un grupo de mercenarios estaba pidiendo
rescate por él.
Y seguían sin callarse al respecto.
—Eso mismo pensé yo —respondió Cam—. Los secuestradores en ese caso
esposaron a Knox Kain a la cama, y él hizo un daño similar a la cabecera tirando de la
sujeción durante su cautiverio.
Saqué el teléfono del bolsillo y saqué algunas fotos, tomando nota mental de
hacer lo mismo con el candado antes de volver a guardarlo en el escritorio de Anton.
—Así que los Brown vincularon a su omega de diecisiete años el otoño pasado,
la sacaron del instituto hace unos meses y posiblemente la encerraron en su
habitación y la retuvieron en su nido. Tenemos el volante de Don, que nos dice que al
menos algunos de los alfas de la manada Marrón han estado coqueteando con ideas
regresivas respecto a cómo los alfas deben tratar a su omega.
—Como una puta esclava —murmuró Seth.
—Y la noche que se la llevaron, no había signos de entrada forzada en su
ventana, lo que nos lleva a creer que la abrió voluntariamente para sus 93
secuestradores. También encontré el teléfono de Sally encerrado en el cajón de
Antón, y tengo la corazonada de que había estado allí mucho antes de desaparecer.
Cam me tendió la mano y le pasé el teléfono. Él sería capaz de precisar cuándo
se utilizó por última vez.
Miré entre los rostros sombríos de mis hermanos.
—Nada es concluyente, pero la aguja empieza a apuntar a que se trata del
rescate de una niña maltratada y no del secuestro de una omega querida y amada de
su manada.
—Y un rescate encaja mucho mejor con el perfil de la familia St. James como
nuestros... autores —añadió Cam, sus labios se inclinaron hacia arriba en una sonrisa
más característica—. No tengo ni idea de cómo se involucraron en esto, pero a Dylan
y Daisy les encanta un buen B&E a la luz de la luna.
Seth se rio entre dientes.
—Empiezo a desear haber estado aquí para ver a Dylan poner a Don Brown en
su puto culo.
—Estaré encantado de recrearlo para ti la próxima vez que lo veamos, cariño
—ronroneó Cam—. Suponiendo que podamos confirmar nuestras sospechas —añadió
con un guiño descarado en mi dirección.
Exhalé un suspiro, luchando contra el impulso de frotarme las sienes.
—Tenemos que cerrar este caso de una forma u otra, lo que significa que
tenemos que localizar a Sally Brown. Creo que todos conocemos la forma más rápida
de conseguir esa información, y si tengo que clavar a Dylan contra la pared y obligarla
a decirme dónde está Sally, lo haré... pero no así, idiota —añadí con un resoplido ante
sus idénticas sonrisas lascivas.
Seth me hizo un gesto con las cejas.
—Lo que tú digas, hermano. Cam y yo estaremos encantados de agarrarla
como sea para extraer la información que queremos.
—No.
—No te burles de mí, Seth —se quejó Cam—. Sabes que me pongo de mal
humor cuando no puedo tener lo que quiero.
Seth estrechó a Cam entre sus brazos y dejó caer un beso sobre sus labios.
—Seré tu premio de consolación, cariño.
—Bien.
Nunca me cansaría de ver a mi hermano enamorado. La idea de ese tipo de 94
amor verdadero y eterno me era ajena, como a la mayoría de los machos
heterosexuales alfa, que sólo podían tener citas casuales con mujeres beta antes de
elegir a su omega para siempre. Flotaba en el fondo de mi cerebro como una noción
lejana y agradable, algo que algún día estaría deseando compartir con Cam y Seth.
En nuestra época.
Ahora mismo, teníamos mierda que hacer.
—De acuerdo —dije, infundiendo a mi voz el ligero ladrido que indicaba que
estaba dando órdenes—. Pongamos todo donde lo encontramos y larguémonos de
aquí. Tenemos más investigación que hacer y una pelirroja sabelotodo a la que
sacudir.
115
14
DYLAN
El bar BLUE JAVELINA era sólo uno de los muchos locales nocturnos de copas
repartidos por Merchant Village, pero era el que más atraía a los jóvenes con su
apuesta por la música folk en directo, los cócteles de moda y los “pequeños platos”
que pretendían tener más clase que la típica comida de bar.
Las miradas se clavaron en nosotros en cuanto Seth y yo cruzamos la puerta,
aún tomados de la mano. Eché un vistazo rápido a la sala y me di cuenta de que había
muchas caras conocidas, gente con la que había ido al instituto o con la que me había
cruzado en el barrio. Saludé con la cabeza a Kade y Baron, que estaban jugando al
billar en la gran alcoba situada justo a la derecha de la entrada, mientras una pandilla
de chicas beta vestidas con diminutos vestidos revoloteaba cerca.
Las cejas rubias de Kade chocaron contra su cabello cuando se dio cuenta de
que estaba del brazo de un alfa enorme y guapísimo, y me sonrió como si supiera que
acabaría cediendo.
122
Sólo otra chica beta queriendo tomar esa legendaria polla alfa para un paseo.
Recibió mi dedo corazón a cambio. Seth se rio al oído y saludó a Kade con la
mano, recordándome que la manada Bryce ya se habían congraciado con los amigos
de Derrick trayendo sus dólares al gimnasio.
Nos dirigimos a la barra. El azulejo español con motivos turquesa que decoraba
su fachada brillaba en un azul eléctrico bajo la iluminación de neón instalada debajo
de la barra. La voz ronca del músico de la noche era lo suficientemente alta como para
obligarnos a inclinarnos hacia la cara del otro si queríamos que se oyeran nuestras
palabras.
En una habitación llena de un batiburrillo de olores y feromonas, Seth fue lo
único que registré. Cedro y rollos de canela y sexo y masculino.
Mientras el camarero nos ponía delante las bebidas que yo había pedido, Seth
me rodeó la cadera con una gran mano y se puso manos a la obra.
—Cariño, sólo te lo voy a pedir una vez. No voy a rogarte, pero nada me
gustaría más que tachar esta mierda de la lista, dejar atrás nuestra investigación y
pasar una noche jodidamente agradable contigo. He estado casi... desesperado por
volver a verte. Es algo alarmante, en realidad, y Cam ha sido un pequeño bastardo
engreído al respecto.
Di un sorbo a mi bebida y lo miré por encima del borde, fingiendo que los
halagos habían rebotado en mí en lugar de envolver mi cuerpo como un baño
caliente.
—Bien, entonces, Bryce. Haz lo que puedas.
15
SETH
En un mundo perfecto, Dylan St. James habría sido la mujer de mis sueños. Sexy
como la mierda, con esos grandes ojos avellana brillando con picardía mientras se
mantenía obstinadamente inmune a mis artimañas. Era la primera vez que la veía con
el cabello rojo oscuro suelto, y parecía tan suave y sedoso. Deseaba recorrerlo con
123
mis dedos más que nunca.
A Dylan no le importaba una mierda quién era, no sólo un alfa, sino un alfa de
Bryce. No le molestaba en lo más mínimo. No la tenía buscando mi atención. Nunca
en mi vida había necesitado colarme en casa de una chica y prácticamente obligarla
a salir conmigo.
Y no sólo a mi beta vinculado le gustaba tanto como a mí, sino que parecía que
a mi imperturbable hermano mayor también.
Condicionado toda mi vida a codiciar a la dulce y suave hembra omega que no
necesitaba nada más que mi protección y cuidado, casi me había dado un golpe en el
culo cuando se me había puesto dura al ver a Dylan saltar de la oscuridad hacia un
alfa, arrancarle un rifle de las manos y luego romperle la culata de una pistola en la
cara.
Y probablemente fuera mi imaginación, pero su sutil aroma a beta era aún más
delicioso que la última vez que había tenido la suerte de acercarme lo suficiente para
olerlo. Un postre de café cremoso, como si alguien me estuviera poniendo tiramisú
delante de las narices sin dejarme probarlo.
Pero maldita sea, era una bóveda. Nos había mostrado exactamente lo que
quería mostrarnos y nada más, y dudaba que algo de lo que hiciéramos cambiara eso.
Aun así, quería conocer todos sus secretos.
Quería saber si Sally Brown estaba realmente a salvo y cómo mierda Dylan y
su familia se involucraron con los Brown en primer lugar.
Quería saber que Dylan estaba a salvo después de lo que Cam nos contó que
había pasado con la mierdecilla del alfa Riley.
Y joder, qué ganas tenía de besar esos bonitos labios rosas y hundir mi polla
dentro de ella todo lo que pudiera, preferiblemente mientras Cam la miraba, le
acariciaba el cabello y le decía que era una chica muy buena.
Me sacudí ese tentador pensamiento. Primero los negocios.
—De acuerdo entonces, amor —dije en respuesta a su desafío—. ¿Me crees, y
a Austin y a Cam, cuando decimos que no queremos que Sally Brown sufra más daños?
—¿Me crees cuando te digo que si tuviera información que pensara que tú,
Austin y Cam necesitaran saber, se las diría? —rebatió.
—Necesitamos cerrar este caso, Dylan.
Me estudió, inclinándose hacia donde yo había estado acariciando
distraídamente mi pulgar a lo largo de la suave tela de mezclilla de su cadera,
probablemente sin darse cuenta de que lo estaba haciendo.
124
—Ahora bien, no soy una investigadora experta como tú —empezó en voz
baja—, pero si fuera yo, apuesto a que si hubiera reunido suficientes pruebas de que
mis clientes estaban... maltratando a mi omega desaparecida y de que muy bien
podría haberse marchado voluntariamente, podría presentar un argumento
convincente a mi jefe de que esa era la única información que necesitaba para
abandonar el caso. Tú trabajas para la manada, no para la omega perdida, y quizá
Bryce Solutions descubra que va en contra de sus normas éticas aceptar trabajo de
sórdidos maltratadores.
Me encantó que se sacara de la manga nuestro plan alternativo, que no iba a
impresionar ni un ápice a nuestros padres. Le habría preguntado cómo era posible
que supiera que habíamos encontrado pruebas de ese tipo en casa de los Brown, pero
sabía que Austin ya había intentado ganarse su confianza contándole ese pequeño
detalle.
Me acerqué aún más y rocé su oreja con mis labios.
—Me parece que tú, Dylan, podrías tener la mente de una experta
investigadora después de todo. Una habilidad única para una chica que
supuestamente trabaja en una ferretería.
—Soy polifacética —respondió con voz ronca.
Antes de que mi sucia mente pudiera inventar la insinuación que seguiría a esa
afirmación, una chica irrumpió en nuestro dichoso grupito.
—¡Dylan, Dios mío!
Dylan exhaló un suspiro molesto.
—Hola, Kylie.
Kylie golpeó a Dylan juguetonamente en el brazo.
—¿Qué haces aquí? ¡Nunca sales! Y nos has traído esto... —Arrastró su mirada
de ojos pesados arriba y abajo por mi cuerpo—. Precioso espécimen alfa. ¡Tú! De
todas las personas.
—No te he traído nada —respondió Dylan, repentinamente malhumorada.
Saqué la mano.
—Seth Bryce. Encantado de conocerte, Kylie.
Me agarró la mano con impaciencia y me miró con ojos de “fóllame”. Era
innegable que era guapa: cabello largo y dorado rizado a la perfección, ojos grandes
y verdes, nariz bonita. No era tan alta como Dylan, tenía el tipo de curvas voluptuosas
que mi cerebro alfa estaba programado para desear en una mujer, y olía 125
agradablemente dulce -probablemente llevaba uno de los perfumes formulados para
betas que realzaban su aroma natural y tenue-. Si era una de las chicas que se reunían
aquí con la esperanza de ser conquistadas por alfas solteros como Derrick y sus
amigos, sospeché que tenía mucho éxito.
Quería que se fuera.
—Seth —susurró, entrecortada y tímida—. Encantada de conocerte. ¿Eres uno
de los amigos de Derrick? No te he visto aquí antes.
—Soy uno de los amigos de Dylan, en realidad —respondí con una sonrisa
resbaladiza. No me encantaba que esta chica ignorara ahora la presencia de Dylan.
Kylie frunció las cejas, poniendo cara de confusión.
—¿Lo eres? Dylan no... sale con alfas. Y definitivamente cree que está por
encima de salir con ellos.
Dylan resopló.
—¿Así es como llamas a tus actividades nocturnas, Kylie? ¿Salir?
Kylie levantó la nariz.
—No todos los alfas están atados a una manada y esperan a una omega. A mí
también me gusta divertirme y puedo acostarme con quien me plazca. No todos
tenemos un enorme palo en el culo y un estúpido prejuicio contra los alfas como tú,
Dylan.
No era la primera vez que oía hablar de la supuesta aversión de Dylan hacia los
alfas. No todas las betas querían follar a un alfa por diversión o en algún tipo de
situación de cita con fecha de caducidad, pero muchas sí, y casi todos los alfas se
aprovechaban de ello a menos que conocieran y unieran a su omega a una edad
temprana.
Había follado a bastantes mujeres beta -sobre todo con Cam después de que
él y yo nos convirtiéramos en pareja porque los dos éramos demasiado bisexuales
para nuestro propio bien- y siempre había hecho todo lo posible para asegurarme de
que ninguna de ellas se sintiera irrespetada o utilizada.
Así eran las cosas, y todas las partes lo comprendieron.
No podía negar la punzada de decepción que sentí al saber que Dylan no se
interesaría por mí de esa manera, pero tampoco podía imaginarme una situación de
una sola vez con ella aunque lo intentara.
Las cuestiones que rodeaban eso eran... un problema de Seth del futuro.
—No sé de dónde has sacado la idea de que tengo prejuicios, Kylie, ya que vivo 126
con dos alfas —señaló Dylan, que parecía aburrida mientras daba un sorbo a su
bebida. Había salido de mi agarre en cuanto nos interrumpieron, casi como si
esperara que yo entretuviera la atención de Kylie.
Kylie agitó una mano desdeñosa.
—Ya sabes lo que quería decir. —Se volvió hacia mí y se metió el labio inferior
en la boca mientras me miraba una vez más—. Ella no folla con alfas, Seth. Te está
haciendo perder el tiempo. No lo haré.
Volví a rodear la cadera de Dylan con la mano y tiré de ella hacia mí. Soltó un
pequeño graznido, pero se movió de buena gana. Miré fijamente a Kylie mientras
volvía a frotar con el pulgar en círculos relajantes la piel cubierta de mezclilla de
Dylan.
—No estoy aquí con Dylan porque intente follarla, aunque debería tener esa
suerte. Estoy aquí porque disfruto pasando tiempo con ella. Mi hermano mayor,
Austin, siente lo mismo por ella, y también mi beta vinculado, Cameron. Todos somos
grandes fans de Dylan. Es una chica muy interesante. Tan... enigmática, ¿no estás de
acuerdo?
Dylan dejó escapar un zumbido complacido, imperceptible bajo la música y el
volumen de la multitud, pero sentí la pequeña vibración de su cuerpo bajo mi mano.
Será mejor que creas que lo dije todo en serio, cariño.
Kylie me miró boquiabierta.
—¿Qué... qué hace un alfa...?
—Dos alfas y un beta muy sexy —corregí.
—-¿Quieres con ella? ¡Toda su familia es anti-manada!
También lo había oído y sentía curiosidad por saber el motivo. No todos los
alfas seguían el impulso biológico de hacer las maletas y unirse a un omega, pero
distaba mucho de ser la norma.
Me encogí de hombros.
—Estamos queriendo a los St. James. Derrick y yo incluso tuvimos una
conversación civilizada esta noche.
—Kylie —dijo Dylan, chasqueando los dedos delante de la cara de Kylie para
desviar su atención de mí—. Lárgate. Has sido una zorra conmigo desde el primer
año, cuando me negué a emparejarte con mi hermano. No tengo nada que decirte, y
parece que Seth tampoco. Ve a menearle las tetas a Baron, apuesto a que tu número 127
saldrá pronto en su rotación de todos modos.
—Eres una zorra —espetó Kylie. Se dio la vuelta y se alejó, sorprendentemente
ágil sobre sus altísimos tacones.
La miramos alejarse en silencio, con mi brazo todavía alrededor de la cintura
de Dylan.
—Lo siento —dijo después de un minuto—. Las chicas tienen sed.
Me volví hacia ella.
—No me gusta cómo te habló. Tampoco me gusta lo que Cameron me dijo
sobre ese chico Riley y cómo te habló.
Ella se encogió de hombros.
—Estoy acostumbrada, Seth. Kylie actuó así porque eres el hombre más sexy
de cualquier designación en esta sala, y estaba celosa. Provoqué a los Riley, y lo
sabes. Puedo cuidar de mí misma, como lo he hecho durante años, y mi familia me
cubre las espaldas.
Perdí la batalla por contenerme. Peiné con los dedos su delicioso cabello,
apartándole un lado de la cara, y luego me agaché para darle un beso firme en la
frente.
—Yo también quiero cubrirte las espaldas, cariño. Sé que acabamos de
conocernos, pero siento esta conexión contigo. Quiero entrenar contigo en tu
gimnasio. Quiero jugar a videojuegos y ver mala televisión en tu acogedor
apartamento. Quiero llevarte al campo de tiro y retarte a una competición de puntería.
Ella sonrió.
—Te patearía el culo.
—Te creo —respondí con seriedad—. Sé que tienes reservas sobre los alfas,
amor, y no te presionaré, ninguno de nosotros lo hará, pero ahora mismo, nada me
gustaría más en este mundo que bailaras conmigo.
Me miró fijamente, sus bonitos labios entreabiertos y sus fosas nasales
aleteando ante lo que yo estaba seguro que era el pulso de mis feromonas, mi cuerpo
sentado en su objetivo y listo para conquistar. Por desgracia, como beta, Dylan podría
oler algo tentador, pero no sentiría una respuesta biológica abrumadora.
Al menos... no por esa razón.
—De acuerdo —dijo finalmente—. Sólo... un par de canciones.
La emoción se apoderó de mí. 128
—Lo que tú quieras. Tú mandas.
Pasé mis dedos por los suyos y la aparté de la barra, apartando a los hombres
del camino mientras iba hasta la pista de baile. Además, era el momento perfecto,
porque el cantante folclórico que actuaba esta noche estaba entre actuación y
actuación, y el bar emitía música alegre a través de los altavoces durante los
descansos.
Cuando me convencí de que había encontrado un lugar con espacio suficiente
-nadie iba a tocar a Dylan excepto yo-, la atraje hacia mí, con la espalda pegada a mi
frente, y rodeé sus caderas con las manos, a una respetuosa distancia por encima de
donde realmente las quería.
Se relajó bajo mis caricias y empezó a moverse, balanceando las caderas al
ritmo sensual. Me mecí con ella, maravillado de cómo su cuerpo encajaba
perfectamente en el mío. Dylan era una chica alta, pero yo medía quince centímetros
más, y me encantaba no tener que encorvarme para tocar todas las partes de ella que
quería tocar sin dejar de sentirme fuerte y protector a su alrededor.
Dylan no necesita ni quiere un protector, dijo una voz racional en mi cabeza.
Cállate y déjame vivir en esta fantasía, le dije.
A medida que avanzaba la canción, me incliné para hundir la nariz en el pliegue
de su cuello, aspirando aquel aroma decadente como un adicto. Se estremeció
cuando la abracé y me rodeó el cuello con un brazo para estrecharme más.
—Joder, cariño —gruñí contra su piel—. Eres tan sexy, y hueles jodidamente
increíble.
Se puso tensa y me dio un vuelco el corazón. Joder, joder, joder, ya la había
asustado.
Pero entonces giró hacia mí y me rodeó el cuello con los brazos. Me sostuvo la
mirada, la suave luz amarilla de la pista de baile captó los destellos dorados de sus
ojos color avellana, y empezamos a movernos de nuevo.
Bailamos otra canción, nuestras miradas rara vez se apartaban del rostro del
otro, excepto cuando tuve que gruñir y ladrar a otro alfa que pedía intervenir. Sentía
un calor latente bajo la piel, y mi cuerpo me pedía más con aquella hermosa mujer.
Ciérralo, Bryce.
La segunda vez que aparté la mirada del rostro de Dylan fue cuando un
pequeño estremecimiento recorrió mi vínculo con Cam, seguido de una fuerte ráfaga
de pura lujuria. 129
—Perdona, ¿este sitio está ocupado? —ronroneó Cam mientras se deslizaba
detrás de Dylan. Estaba tan sexy como siempre, con sus vaqueros ajustados y su
camiseta ajustada con cuello de pico que dejaba entrever mi marca de lazo, su sedoso
cabello dorado peinado a la perfección y ondeando alrededor de su llamativo rostro.
Dylan soltó un pequeño grito ahogado ante su llegada.
—¡Cam!
Le dirigí una mirada severa por encima del hombro que estaba seguro
apestaba a diversión.
—¿No podías dejarme tener mi tiempo con nuestra chica, cariño?
Su brillante sonrisa no contenía ninguna disculpa.
—No me tomes el pelo con una selfie sexy de los dos si no quieres que piense
que estabas intentando atraerme aquí. Tuve que sobornar a Austin con la promesa de
hacer todo nuestro papeleo para las dos próximas misiones para que me dejara irme
sin él.
Resoplé.
—Te arrepentirás.
Pegó su cuerpo a la espalda de Dylan y le acarició la mejilla con la boca.
—De alguna manera lo dudo.
—Esto es injusto —gimió Dylan cuando empezamos a bailar con ella apretada
entre nosotros—. Se supone que tenemos que mantener esto amistoso, Seth. Hicimos
todo un trato delante de la jodida Kylie sobre que nada de esto era sobre sexo, pero
vamos. ¿Quién en su sano juicio los miraría a los dos juntos y creería que cualquier
simple mortal tiene el poder de resistirse?
—Mmm, no muchos han intentado resistirse —dijo Cam contra su oído—. ¿Te
estás imaginando lo que Sethy y yo podríamos hacerle a una chica juntos, Blossom?
—Sí —se quejó—. ¿Ustedes... comparten mujeres?
Me reí entre dientes.
—Ha pasado tiempo, pero sí, amor. Lo hacemos.
Cerró los ojos y gimió como si le doliera.
—Basta.
La sonrisa de Cam era efervescente.
—No. Me gusta la idea de que fantasees con nosotros. Es lo mejor que hay.
Abrió un ojo para mirarme.
130
—¿Austin también se une?
Cam canturreaba contra su cabello, su satisfacción engreída bailando en
nuestro vínculo.
Le sonreí, la pregunta me excitaba casi tanto como la idea de follarla con Cam.
—Austin no se ha unido a Cam y a mí todavía, pero si quieres saberlo, antes de
que Cam y yo estuviéramos juntos, Austin y yo podríamos haber... compartido un par
de veces.
Otro gemido.
—Bueno, ya basta de hablar, ustedes dos. Unas cuantas canciones más,
entonces voy a llamarlo una noche.
Me reí, encontrándome con la mirada ardiente de Cam por encima de su
hombro cuando empezamos a movernos de nuevo en serio. Estaba mareado, como si
el hecho de que una mujer fuera sexy para los dos fuera algo nuevo y asombroso.
No lo era, pero se trataba de Dylan. Era tan cerrada, y su postura sobre... las
relaciones con los alfas nos había quedado clara. La confirmación de que se sentía
sexualmente atraída por nosotros tres fue una victoria emocionante.
Se relajó entre Cam y yo, con movimientos sensuales y fluidos, y sentí las
miradas de casi todos los presentes. Los tres formábamos una bonita imagen, y sabía
que los hombres de la sala estaban tan celosos de Cam y de mí por tener a Dylan en
nuestros brazos como las mujeres lo estaban de que ella tuviera toda nuestra atención.
Pasaron varios minutos largos y calientes, y el hervor bajo mi piel se volvió
abrasador, intensificado por los sentimientos similares de anhelo y lujuria de Cam
que latían a través de nuestro vínculo. Volvió a mirarme fijamente y sonrió,
inclinándose al mismo tiempo que yo.
Nuestros labios chocaron sobre el hombro de Dylan, mi lengua se enredó con
la suya en un beso sucio. Dylan soltó un suspiro y su cuerpo vibró con un gemido
gutural. Aquello no hizo más que incitar a Cam a soltar su propio gemido contra mi
boca, y yo lo devoré con avidez mientras apretaba más a Dylan contra mí.
Cuando por fin nos separamos, yo respiraba con dificultad. Mi polla estaba
sólida como una roca en mis vaqueros, mi nudo empezaba a inflarse ante la presencia
de Cam, y sabía que Dylan podía sentirla contra su cadera. Estaba seguro de que Cam
estaba en el mismo estado, delirando de lujuria mientras empezaba a dejar caer
pequeños besos exploratorios a lo largo del cuello de Dylan.
Se arqueó hacia él, con las pupilas dilatadas y el pecho agitado mientras
respiraba entrecortadamente. El chocolate y el café me envolvieron.
Le acaricié la mejilla, le clavé la mirada y me aferré a ella con todas mis fuerzas. 131
—Dylan —gruñí—. Amor, podemos...
Fue como si alguien hubiera cortado una cuerda. La tensión sexual que la tenía
tan tensa como a Cam y a mí se desvaneció, y negó con la cabeza con violencia antes
de zafarse de nuestro agarre en una rápida maniobra.
—No, Seth. Cam, yo... no. Lo siento.
Cam y yo retrocedimos juntos, dándole el espacio que necesitaba, y se me
rompió el corazón al ver la expresión casi asustada de su cara.
—Dylan, lo siento si presionamos demasiado, sólo...
—No follo con alfas, Seth. Eso es una verdad sobre mí. —Miró a Cam, una
disculpa en su mirada endurecida—. Eso te incluye a ti también, Cameron. Estás
unido a uno, y sé que son un paquete.
—Blossom, nunca te presionaríamos...
—Ya lo sé. Pero esto no puede... esto no puede ser una cosa. Nosotros. Lo que
mierda sea, porque no lo sé.
Yo tampoco lo sabía, si te soy sincero, pero estaba tan jodidamente
desesperado por ella que no me había importado.
—Cariño, yo.... Cam y yo no te vemos como otra chica beta a la que follar y
olvidar. No quiero que pienses eso.
Dio un paso más alejándose de nosotros, y mi corazón se hundió.
—Pero en última instancia... ¿cómo podría ser otra cosa?
—Joder —maldije al techo. El problema era que tenía razón y lo odiaba.
El abatimiento de Cam se hundió en nuestro vínculo, pesado y frío.
—Dylan, por favor... danos algo de tiempo. No asumas nada. ¿Conoce a nuestra
manada?
Negó con la cabeza y parecía tan triste como me sentía yo.
—Lo hago. Lo he hecho. Ustedes son... algo maravilloso. Pero siguen siendo
una manada.
Luego se dio la vuelta y se escabulló entre la masa de cuerpos de la pista de
baile como la ladrona de la noche que yo sabía que era.
Quería ir tras ella, pero sólo empeoraría las cosas.
Con la necesidad de no moverme de donde estaba, rodeé a Cam con los brazos
y lo estreché en un fuerte abrazo.
—Lo siento, cariño. La he cagado. 132
—Los dos lo hicimos —dijo en mi cuello—. Pero no me voy a rendir. Todavía
no. Quiero ver hasta dónde... llega esto.
Me sentí de la misma manera, eligiendo ignorar mi cabeza y lanzar mi
sombrero firmemente con mi corazón, y mi polla.
—Yo también.
16
AUSTIN
AUSTIN PRÁCTICAMENTE SUBIÓ nuestra furgoneta a la acera de St. James & Co. Era
casi medianoche y el escaparate estaba a oscuras.
Pero no tan oscuro como para no ver el escaparate destrozado junto a la entrada
principal.
El pánico succionó el aire de mi pecho.
—Mierda —dijo Austin, abriendo de golpe la puerta y saltando de la furgoneta.
—Mierda —asentí, siguiendo el ejemplo.
Seth ya había salido de la parte trasera de la furgoneta y corría hacia la
ventanilla rota. La calle estaba tranquila, todas las tiendas y restaurantes cercanos
cerrados por la noche, así que el disparo que sonó desde el interior rompió el silencio
como un látigo en mi piel.
Los tres sacamos las pistolas del cinturón con un movimiento simultáneo. Seth
saltó a la tienda por la ventana. Yo salté a continuación, con Austin pisándome los
talones. Mis botas golpearon el suelo de cemento con un ruido sordo y me esforcé
desesperadamente por ver a través de la oscuridad, ya que nuestra única luz procedía
de las farolas del exterior. El aire estaba viciado por la violencia de alfa.
Gritos apagados resonaron por toda la tienda y una estantería de botes de
pintura se vino abajo a seis metros delante de mí.
—¡Dylan! —grité.
—¡Dylan! —Austin gritó desde algún lugar cercano.
La rabia de Seth floreció en nuestro vínculo, espoleándome para que superara
mi pánico y entrara en acción.
144
—Ya voy, Blossom —susurré, y con un aliento fortificante, corrí hacia el caos.
18
DYLAN
Había sido una tarde felizmente tranquila. Papá había cerrado la tienda, así que
había podido pasar una larga tarde desahogándome con Daisy en el gimnasio.
Después, inhalé comida tailandesa para llevar y me desplomé con mi tableta en un
pequeño nido que había hecho con tres mantas y varios cojines en un rincón del sofá.
145
Había optado por darme un atracón de programas de misterio mientras
esperábamos a que Derrick volviera de colarse en la reunión de hombres adultos que
montaban una rabieta en Manny’s. Estaba decidida a evitar cualquier cosa que se
pareciera a un romance en mis elecciones televisivas para no caer en la tentación de
insistir en el hecho de que mi propia vida romántica era un desastre de proporciones
cada vez más preocupantes.
O que mi noche con Seth y Cam había sido increíble. Hasta que no lo fue.
O que, durante un tentador y emocionante segundo, había estado dispuesta a
exigirles que me llevaran a un lugar privado y me arrancaran hasta el último gramo
de placer del cuerpo que habían estado provocando con sus bailes tan sexys y sus
aromas tan alucinantes.
O que había huido como una cobarde en cuanto esa emoción se había
transformado en terror, mi cerebro finalmente superando a mi omega desesperada y
cachonda haciendo sonar los barrotes de su jaula.
O que era una idiota y había estado a punto de abandonar el juego por
completo y encontrarme encerrada en el nudo de Seth con sus dientes clavados en
mi hombro. No tenía ninguna referencia de lo que el sexo con un alfa podría hacerme,
pero tenía la fuerte corazonada de que tener sexo con mi compañero de olor mientras
bajaba de mis supresores habría hecho saltar por los aires mi tapadera.
Esta noche, había conseguido mantenerme distraída hasta que Derrick había
vuelto de la concentración de la MDM, irrumpiendo en el salón encendido, disgustado
y enojado porque Jesse Riley le había dado esquinazo de alguna manera. Estaba listo
para ir a sacarle algunas respuestas al chico, pero papá lo había convencido de
sentarse con una cerveza para hacer un plan sólido.
Minutos más tarde, el estruendo del escaparate de la tienda y la alarma de
seguridad de papá acabaron con la frágil paz de la noche.
Ahora estaba de pie en medio del pasillo de cocina y repostería, en la sección
de artículos para el hogar de la tienda, con mis botas peludas, mis pantalones cortos
de dormir y mi sudadera holgada, mientras el sudor me perlaba la frente y golpeaba
con una sartén de hierro fundido al puto Tim-Tad Riley.
—¡Perra! —ladró, esquivando lo que habría sido un disparo realmente
espectacular a la cabeza; en cambio, mi fuerte golpe se estrelló contra su hombro.
Gruñó y me apuntó al torso con la culata vacía de su rifle de caza.
Me agaché y me puse en cuclillas. Con un poderoso rugido, me abalancé sobre
sus piernas y lo estrellé contra la estantería que teníamos detrás. La estantería se
desplomó al suelo con un violento estruendo, y las ollas y sartenes de acero cayeron
al suelo cuando aterrizamos sobre ella.
146
No estaba seguro de cuántos intrusos había en la tienda en ese momento, pero
eran más que los cuatro miembros de la manada de Riley, al menos dos o tres matones
más se habían unido a ellos en este desacertado intento de vandalizar nuestra tienda.
Derrick había perseguido a Jones y otro tipo en los pasillos en el lado de hardware
de la tienda, y mamá estaba en este momento acorralada detrás del mostrador del
cajero con su rifle. Estaba haciendo fuego de cobertura dirigido principalmente a los
tres idiotas que estaban agazapados detrás de la estantería de iluminación derribada
en el amplio pasillo central cuando se atrevieron a asomar la cabeza e intentar
disparar con la única pistola que habían traído y que funcionaba.
Estaba oscuro, así que los disparos de nadie eran especialmente certeros, pero
mamá estaba haciendo todo lo posible para asegurarse de que no se disparaban más
balas perdidas después de que Tim-Tad hubiera conseguido acertar con su último
disparo en la cámara de seguridad de la esquina trasera del techo.
Papá estaba con mamá -pensé, quién sabía a estas alturas- probablemente
aferrándose a los últimos jirones de su control mientras él y Derrick intentaban
valientemente no matar a nadie porque eso habría sido muy difícil de limpiar. No
queríamos tener que dar explicaciones a la policía por la presencia de cadáveres en
nuestra tienda... otra vez.
Y teníamos algunas preguntas para Jones, de todos modos.
Le di un rodillazo en las pelotas a Tim-Tad y luego agarré su arma vacía, tras
haber perdido mi sartén en el choque.
—Suéltame, cabrona —espetó, tirando del rifle.
—No se puede, cara de polla. —Volví a apoyarme en sus pelotas y gritó de
dolor. Le arranqué la pistola de las manos.
Antes de que pudiera cantar victoria, una voz grave gritó mi nombre por
encima del estruendo.
—¡Dylan!
¿Cam?
—¡Dylan!
Y ese era Austin.
—¡Estoy bien! —grité—. ¡Saca al tirador!
Levanté la vista del estante caído y vi la silueta oscura de Seth que se
precipitaba por el pasillo central abierto, dirigiéndose directamente hacia los
imbéciles que se escondían detrás de la pantalla de iluminación y que habían estado
intentando disparar a mamá en la parte trasera de la tienda. 147
—¡No matar! —grité al darme cuenta de que tenía la pistola de la compañía
preparada.
Dejó de apuntar y disparó al suelo en ráfagas rápidas, haciendo que los tres
tipos se dispersaran de detrás de su barricada. Abordó al que empuñaba el rifle, se
lo quitó de las manos y se lo arrojó a Cam mientras pasaba a toda velocidad. El tipo
gritó, pero Seth levantó la culata de su pistola y lo dejó inconsciente, luego giró y
enterró un disparo en el hombro de otro imbécil de Riley que había estado a punto
de saltar sobre su espalda.
Unos pasos golpearon mi pasillo y salté de Tim-Tad justo a tiempo para atrapar
al último de los matones alfa que Seth había eliminado y que corría directo hacia mí.
Le di con el rifle vacío en el estómago. Maldijo, doblándose por la cintura mientras se
tambaleaba unos metros hacia atrás. Justo cuando recuperaba el aliento y se disponía
a arremeter de nuevo contra mí, Austin apareció a mi lado.
En un instante, levantó su pesada bota y se la estampó en la cara al tipo. El idiota
echó la cabeza hacia atrás y cayó al suelo desangrándose.
—Lo tenía —dije entre mi respiración agitada, señalando el cuerpo en el suelo
con mi rifle robado.
—Seguro que sí, Petardo —respondió Austin, con una sonrisa de satisfacción
apenas visible en la oscuridad—. Pero déjame sentirme como un alfa útil de vez en
cuando, ¿sí?
Cam se detuvo frente a nuestro pasillo.
—¿Blossom? ¿Estás bien?
—Estoy bien, Cam —resoplé mientras saltaba de nuevo encima de la estantería
de utensilios de cocina caída. Tim-Tad intentaba alejarse arrastrándose, como si no
nos diéramos cuenta—. No. ¿A dónde crees que vas? —Le clavé la culata del rifle en
las costillas antes de darle una patada en el estómago. Miré a los chicos—. ¿Alguno
de ustedes tiene bridas? ¿Esposas?
Austin me lanzó un par de esposas de plástico. Aseguré las manos de Tim-Tad
a la espalda y luego me estremecí al oír el fuerte grito y el estruendo de otro estante
mordiendo el polvo que venía de enfrente.
—Seth se topó con la pelea de Derrick —nos dijo Cam—. Creo que había al
menos tres más por allí, pero Seth y Derrick juntos deberían tenerlo bajo control
bastante rápido.
—¿Dónde está Daisy? —preguntó Austin.
Hice un gesto hacia el techo.
Cam me miró boquiabierto.
148
—¿Dónde está?
—¡Aquí arriba!
Daisy agitó la pantalla encendida de su teléfono hacia nosotros desde su lugar
en las vigas metálicas del alto techo de la tienda.
—Cam, ¿puedes ir a ayudarla? —pregunté mientras escuchaba más gritos y
gruñidos de lo que sea que Derrick y Seth estuvieran haciendo—. Se las arreglaron
para sacar nuestra cámara de seguridad, así que ella está filmando allá arriba con su
teléfono.
No necesitó que se lo pidieran dos veces. Corrió hacia la hamaca de Daisy,
cerca de la parte trasera de la tienda, y con la gracia sin esfuerzo de un artista de circo
aéreo, se lanzó desde la pared de ladrillo con un pie y enganchó la cadena que
sujetaba su hamaca al techo. Daisy le vitoreó mientras él trepaba por la cadena y se
agarraba a las vigas por encima de su cabeza, elevándose junto a ella. En cuestión de
segundos, su rostro se iluminó con la pantalla de su teléfono y sus ojos azules se
volvieron eléctricos mientras él se ponía manos a la obra para hacer lo que hacen los
técnicos en estas situaciones.
Austin desvió mi atención de los dos y se puso delante de mí, inclinándose para
mirarme a la cara.
—¿Estás herida? —Me apartó un mechón de cabello de la mejilla sudorosa y su
gran mano se posó suavemente en mi nuca mientras me estudiaba.
—No. Un moretón o dos. Pero me duele mi tienda. —Señalé a nuestro alrededor
el completo desastre que habían hecho esos idiotas. Cuando la adrenalina de la pelea
empezó a remitir, supe que nos esperaba la devastación.
Otro estruendo procedente de la acera de enfrente me desconcentró del
agarre posesivo de Austin y de su aroma a whisky picante: la violencia de la noche le
había dado un filo cortante, pero no por ello me resultaba menos tentador. Le agarré
de la mano y lo arrastré hacia la pelea de Derrick.
Al acercarnos, papá encendió por fin las luces, iluminando la destrucción.
Media docena de estanterías y su contenido desparramados por el suelo. La ventana
rota, con los cristales rotos brillando bajo las luces. Rayas de sangre en el cemento
gris. Inventario tirado por el suelo.
Supongo que no fue tan malo como podría haber sido, pero aun así me dolió el
corazón ver a nuestro bebé destrozado de esta manera.
Encontramos a todos cerca de la pared del fondo, junto al mostrador del cajero.
Un montón de alfas incapacitados y esposados se había reunido cerca. En ese grupo
estaban los dos miembros de la manada Riley que no eran Jones y Tim-Tad, así como
otros dos idiotas al azar que probablemente habían reclutado en la concentración y
traído con ellos. Eso dejaba a Tim-Tad y a otro matón sin identificar en mi pasillo.
149
Austin pasó por encima de la pila de cuerpos inconscientes sin vacilar ni
echarles un vistazo, como si hiciera este tipo de cosas todos los días.
No te atrevas a desmayarte ahora, Dylan St. James.
Eso dejaba a Jones -Jesse al parecer no había llegado a la fiesta- como el último
Riley en pie.
Y estaba de pie -apenas- en el espacio abierto tras el pasillo de las
herramientas eléctricas y frente a la puerta de nuestro pasillo de personal, sangrando
por la nariz y con un profundo tajo en la frente mientras miraba a mi hermano con odio
visceral en sus fríos ojos azules.
Papá estaba apoyado en la puerta del pasillo con los brazos cruzados,
observando el espectáculo como si fuera un partido de fútbol ligeramente
interesante. Mamá estaba sentada en la encimera, con el rifle colgado en el regazo y
el ceño fruncido por la preocupación. Seth estaba detrás de Derrick, observando
atentamente pero sin participar.
Derrick, por su parte, se lo estaba pasando en grande. Sangraba por un corte
en la mejilla, pero percibí su excitada sed de sangre, y la olí impregnando el aire que
nos rodeaba. Por fin había tenido la oportunidad de darle una paliza a Jones Riley, y
lo estaba saboreando.
—Deja de jugar con él, hombre —dijo Seth, sonando casi aburrido—. Tenemos
mierda que discutir con ustedes.
—Vete a la mierda, Bryce —respondió Derrick perezosamente—. Jones quiere
otra oportunidad conmigo. ¿No es así, hermano?
Jones aspiró con dificultad, pero logró sonreír.
—Te crees una puta mierda, ¿verdad, St. James? Tuviste suerte esta noche
cuando estos malditos intrusos aparecieron para pelear tus batallas por ti.
Seth resopló.
—Hombre, te tenía contra las cuerdas y agitándote como una zorrita cuando
aparecí.
—Mentira. Mira tu preciosa tienda ahora! —gritó Jones, su rostro se volvió loco
mientras miraba a Derrick—. ¡Esto es lo que consigues por meter tus narices en los
asuntos de mi manada! Tú y esas pequeñas zorras arrogantes que llamas hermanas.
Tus días están contados, amigo mío. El tiempo de los verdaderos hombres alfa está
aquí, y tú no eres nada. ¡Nada!
Dejó que la furia alfa se apoderara de él y cargó contra Derrick. Derrick se puso
en cuclillas y agarró a Jones por el centro, luego lo volteó sobre su espalda con un 150
poderoso impulso de sus piernas.
Jones se estrelló contra la pared de ladrillo detrás de Derrick, y antes de que
su cuerpo siquiera hubiera golpeado el suelo de cemento, Derrick estaba sobre él.
Observé con fascinación indiferente cómo Derrick le machacaba el culo. Jones
se agitó bajo él, blandiendo sus propios puños, pero todo había terminado para él.
Derrick no sólo era más grande, sino mucho mejor luchador, y la furia y el dominio
que desprendía la espesa aura de las feromonas de Derrick hicieron que Austin
silbara a mi lado.
—Maldita sea —dijo, pareciendo tan despreocupado y desconcertado como mi
padre mientras miraba—. Es bueno que tenga tan buen control porque eso es
básicamente llamar a mi alfa a la guerra.
Cam se deslizó a mi otro lado, con su aroma a naranja.
—Blossom, te tengo un regalo.
—¿Oh?
Daisy saltó a la encimera y se sentó junto a mamá.
—Es increíble, Dylan. Ya me lo ha enseñado.
Me pasó su teléfono. En él había una foto de Jesse Riley atado como un cerdo y
sangrando por lo que era claramente una nariz rota.
Jadeé.
—¿Por mí? No deberías haberlo hecho.
—Tuvimos suerte de que se me ocurriera pedirles a Seth y Austin que lo
sacaran de ese horrible mitin —dijo Cam—. Todavía estaba enfadado con él por la
forma en que te habló, pero lo hicimos trabajar lo suficiente como para que admitiera
lo que su hermano estaba tramando esta noche.
—Le diste una paliza —corrigió Austin—. Seth y yo dejamos que Cam se
divirtiera con éste.
NO. TE. DESMAYES. DYLAN.
Cam se rio entre dientes.
—Lo hicieron. Y me estremezco al pensar lo que podría haber pasado aquí si
no hubiéramos venido, Blossom.
—Derrick, basta —tronó papá—. Necesita estar consciente para ser
interrogado.
Con una última sonrisa salvaje, Derrick se despegó de Jones, que gimió y 151
gorgoteó de dolor. Derrick le propinó una patada en las costillas y luego señaló a Seth
con la cabeza. Seth dio un paso adelante, metió la bota por debajo de Jones y lo puso
boca abajo sin contemplaciones, luego se agachó para ponerle unas esposas de
plástico de Bryce Solutions.
—Mira qué trabajo en equipo —exclamó Daisy.
Derrick le lanzó una mirada poco impresionada y ella le sacó la lengua.
Papá nos hizo un gesto para que nos reuniéramos alrededor del mostrador.
Derrick y él saltaron a un lado para sentarse en los taburetes. Mamá se unió a ellos, y
Daisy giró en su lugar encima del mostrador para sentarse con las piernas cruzadas,
su pijama de franela púrpura manchado de polvo, pero por lo demás libre de las
salpicaduras de sangre que el resto de nosotros llevábamos, ahora brillando en todo
su esplendor bajo la luz fluorescente superior.
Seth se detuvo frente a mí, me agarró la mano y me levantó los nudillos para
examinármelos. Tenía unos cuantos cortes y moretones, y los miró con el ceño
fruncido antes de dejar caer un suave beso sobre mi nudillo más maltrecho.
—¿Estás bien, cariño?
Me deleité con su pastel de canela.
—Estoy bien, Seth. Gracias por venir por nosotros.
—Por supuesto.
Con gran esfuerzo, me zafé de él y me subí al mostrador junto a Daisy. Los Bryce
se pusieron en fila delante de nosotros y todos nos tomamos un momento para dejar
que el silencio de la tienda -el sonido de nuestra victoria compartida- se asentara.
Tras un largo minuto, tomé aire, llevando mis ojos a los de Austin, luego a los
de Seth y finalmente a los de Cam.
Y entonces les di una de las verdades que buscaban.
19
DYLAN
—Sally Brown está en el Centro de Asistencia para Mujeres del Este de Nuevo
México —dije, manteniendo la voz baja para que no trascendiera más allá de las
inmediaciones del mostrador—. Está bajo la custodia de la mujer alfa que dirige el
centro, su esposa y otras personas capacitadas para cuidar de omegas y mujeres
152
maltratadas. Ha recibido un tratamiento médico de primera, un nuevo nombre y va a
obtener el GED. No volverá con los Brown, que la mantenían encerrada en su
habitación, la obligaban a mantener relaciones sexuales con ellos, consintiera o no, y
la golpeaban cuando intentaba negarse. —Volví a centrarme en Austin, sabiendo que
era él quien tenía que tomar la decisión final—. Espero que esta información, que te
he dado confidencialmente, sea suficiente para que Bryce Solutions se aparte de este
caso.
Los ojos castaños de Austin se llenaron de calidez.
—Estábamos listos cuando nos marcháramos después del mitin. Pero gracias,
Dylan, por confiar en nosotros.
—¿Has... liberado a otras chicas y las has traído a este centro? —preguntó Cam
casualmente.
Le sonreí. Deje de ser tan adorable, señor.
—Buen intento. Una cosa a la vez.
—Sí —dijo Daisy—. Quiero oír lo que le sacaste a ese mierda de Jesse.
La sonrisa de Cam era sombría.
—Le hemos sacado lo suficiente como para descubrir que necesitamos sacarle
más al hermano mayor para obtener información real. —Hizo un gesto con la mano en
dirección a donde Jones yacía, aferrándose a la conciencia—. Pero se llevaron a tu
chica, Dylan. Quienquiera que sea.
—Se llama Mary Rose —respondí—. Y tiene catorce años.
Seth maldijo.
—Tenemos que movernos, entonces. Sonaba como si la hubieran secuestrado
para unirla de forma inminente. Esos asquerosos cabrones.
Papá se aclaró la garganta. Permaneció sentado en su taburete detrás del
mostrador con mamá arropada bajo su gran brazo mientras estudiaba a los chicos.
—Les agradecemos mucho que hayan venido a ayudarnos esta noche. Ahora,
corríjanme si me equivoco, pero parece que Bryce Solutions podría estar interesado
en echar una mano en nuestra búsqueda de Mary Rose.
Austin asintió.
—Absolutamente.
—Nadie nos paga nada —añade papá con una mirada mordaz—. Ayudamos a
las chicas necesitadas cuando podemos. Eso es todo.
153
—Admirable —respondió Cam con una sonrisa—. Estamos dentro.
Fue el turno de Derrick de mirarlos fijamente.
—¿Y podemos contar con su discreción sobre todo esto?
—Tendremos que hacer un bucle con nuestros padres —respondió Austin,
inquebrantable como de costumbre bajo la mirada amenazadora de Derrick—. Pero
la discreción es un hecho en nuestra línea de trabajo.
—Y como muestra de nuestra buena voluntad —añadió Cam—, he contratado
a nuestro equipo de limpieza de guardia para que se deshaga de esos delincuentes
que aterrorizaron su tienda. Les he sugerido que los metan en una furgoneta y los
dejen a medio camino de la carretera 505 del rancho para que puedan tropezar el
resto del camino hasta casa, como estará haciendo el pequeño Jesse mientras
hablamos. Les haremos saber que si vuelven a respirar en la dirección de la familia
St. James, las grabaciones que Daisy y yo tenemos en nuestros teléfonos y ahora en el
servidor seguro de Bryce Solutions aterrizarán en el escritorio del sheriff del
condado.
No pude evitar una sonrisa de satisfacción.
—Tan considerado, Cameron.
Incluso Derrick gruñó de acuerdo.
—Eso funcionará.
—Sí, así es. —Papá se restregó una mano por la barba. Parecía tan cansado
como yo me sentía de repente—. Se agradece mucho la ayuda. Movamos a nuestro
invitado de honor a la parte de atrás y veamos qué podemos conseguir que nos
cuente. Estoy seguro de que a todos nos gustaría dormir en algún momento de esta
noche.
Todos se movieron a la vez. Derrick saltó sobre el mostrador y se acercó
alegremente a Jones, con todos los Bryce pisándole los talones. Mamá se levantó de
su taburete y se dirigió hacia donde Daisy y yo estábamos sentadas. Nos rodeó con
sus brazos en un gran abrazo de grupo, apretándonos fuerte.
—Me alegro mucho de que estén bien —susurró—. Eso fue lo más aterrador
que he experimentado, y he estado en una zona de guerra activa.
—Nuestros hijos no estaban en esa zona de guerra con nosotros —dijo papá,
levantándose para observar la carnicería en el suelo de la tienda—. Llamaré a la
compañía de seguros por la mañana. Son sólo cosas, y pueden ser reemplazadas.
Todo saldrá bien.
Lo sería. Protegíamos nuestra tienda y a los demás, y ahora íbamos a hacer que
Jones Riley deseara no haber puesto un pie fuera de South Ranch hoy. 154
James & Co. tenía un gran almacén al final del pasillo del personal. Después de
que papá y yo pasáramos cinco extenuantes minutos convenciendo a mamá y a Daisy
de que tiraran la toalla y se fueran a la cama, volvimos serpenteando. Encontramos a
Jones atado a una silla metálica con esas prácticas esposas de plástico que llevaban
los chicos Bryce, de nuevo totalmente alerta y con una mirada asesina hacia mi
hermano.
Derrick estaba recostado en otra silla, frente a Jones, con los ojos oscuros
concentrados, mientras Austin se cernía como una gárgola ardiente detrás de él. Seth
y Cam habían encontrado un sitio vacío encima de una de las mesas desordenadas
que se alineaban en la pared lateral, y se sentaron hombro con hombro,
intercambiando algún que otro susurro mientras los largos dedos de Cam volaban
sobre la pantalla de su teléfono.
Jones escupió un fajo de saliva ensangrentada a los pies de Derrick.
—Deja de verte tan jodidamente engreído, St. James. Como si tuvieras algún
tipo de terreno elevado. En cuanto te vi en el mitin, supe que fueron tu puta hermana
y esa pequeña rata callejera beta las que entraron en mi casa. Todos ustedes se lo
merecían, y es una lástima que no haya puesto mis manos en una de ellas esta noche.
Lo habría disfrutado de verdad.
Derrick lo consideró. Al cabo de un momento, se levantó de la silla, echó el
brazo hacia atrás y golpeó con el puño la nariz de Jones.
Su gemido agónico y el crujido del hueso roto me provocaron un
estremecimiento satisfactorio. A lo largo de los años habíamos rescatado a más de un
puñado de chicas de imbéciles maltratadores, pero era raro poder hacer justicia en
su nombre contra los hombres que les hacían daño.
No sabíamos si Jones y su pandilla de babosos habían herido a Mary Rose, pero
la intención estaba ahí. Se lo merecía.
—Derrick, estás en el banquillo —anunció papá, sonando cansado.
Derrick se limpió las salpicaduras de sangre de la cara y se volvió para mirar
a papá.
—¿Qué demonios?
Papá señaló a la pared, como si estuviera mandando a un niño a tiempo fuera.
—Tómate un respiro. Necesitamos una cabeza más fría aquí.
—Yo me encargo. —Austin se acercó a Derrick y le dio un ligero empujón. 155
Derrick exhaló un suspiro derrotado y le hizo un gesto de desaprobación a Austin,
pero se acercó a papá junto a la puerta sin protestar más.
Durante todo esto, me había acercado flotando a Seth y Cam como si me
arrastrara una cuerda invisible. Cuando estuve a poca distancia, Cam me agarró por
la espalda de la sudadera y tiró de mí el resto del camino, depositándome entre las
piernas de Seth para guardarme, y luego continuó con lo que estuviera haciendo en
su teléfono.
No opuse resistencia. Ahora que el torrente de la batalla ya no corría por mis
venas, me sentía agitada. Violada por lo que esos idiotas intentaron hacerle a mi
familia. En cuanto los cálidos muslos de Seth me rodearon y su gran mano se posó en
mi nuca, mis músculos se relajaron por primera vez desde que oímos el escaparate
romperse en el salón.
—Mira esto, cariño —me murmuró Seth al oído—. Austin lo hará cantar como
un canario.
Me estremecí.
Austin se paró frente a la silla de Derrick y miró a nuestro magullado y
ensangrentado cautivo, que sólo pudo devolverle la mirada en silencio. Sin previo
aviso, pateó las patas de la silla de Jones, tirándolo de lado. Jones cayó al suelo, con
las extremidades aún atadas a la silla y la cara maltrecha contra el frío suelo de
cemento.
Mientras Jones ladraba una retahíla de maldiciones, Austin acercó la silla de
Derrick y se sentó.
—He decidido que vamos a hablar así.
—Vete a la mierda.
Austin sonrió. Levantó el pie y presionó la punta de su bota justo en el desastre
que era la nariz rota de Jones.
—Inténtalo de nuevo.
Jones rugió de dolor.
—¡Muy bien! Joder, bien.
Austin quitó la bota y se acomodó en la silla. Parecía a punto de ver una película
aburrida, pero sus feromonas contaban otra historia. El aire estaba impregnado de su
abrumador dominio, e incluso Derrick parecía a regañadientes impresionado con
todo aquello.
—Maravilloso. Me llamo Austin Bryce y allí, sentados en la mesa, están mis
compañeros de manada: mi hermano Seth y su beta vinculado Cameron. Trabajamos
para una empresa de investigación privada y seguridad personal llamada Bryce 156
Solutions, y debo advertirte que no es mi primer rodeo extrayendo información de
una persona de interés que no coopera.
—Me importa una mierda quién seas —refunfuñó Jones—. Sólo dime lo que
quieres.
—Estupendo. Agradezco tu disposición a cooperar, señor Riley. Estoy seguro
de que a ti, como al resto de nosotros, te gustaría dormir un poco en algún momento
de esta noche, y será una larga caminata de regreso a South Ranch para ti.
Cam se quedó pensativo. Había guardado su teléfono y ahora estaba girando
distraídamente un mechón de cabello de mi despeinada coleta alrededor de su dedo.
—Me pregunto si el pequeño Jesse habrá llegado a casa. Le dejamos las
piernas casi intactas cuando lo arrojamos a la autopista, pero esa nariz rota le va a
doler una barbaridad. Aw, los hermanos coincidirán. Qué adorables.
Jones consiguió gruñir.
—¿Qué mierda le has hecho a mi hermano?
—Mucho menos de lo que te han hecho a ti —respondió Austin—. Tuvo la
amabilidad de informarnos de tus actividades de esta noche. Y también ha insistido
en que conoces la ubicación de la niña de catorce años que has secuestrado para
cualquiera que sea el programa de mierda que tú y esos imbéciles de la MDM han
tramado. Dinos dónde podemos encontrarla y podrás irte.
Jones se burló.
—No eres más que otro marica demasiado asustado para ser un verdadero alfa.
Contento con esperar en la cola a tu omega emitida por el gobierno. Mi manada
encontró lo que quería, así que lo tomamos.
—¿Lo hiciste?
—Deja de actuar como si no les estuviéramos haciendo un favor a estas chicas.
Ellas quieren nuestros nudos tanto como nosotros queremos dárselos porque es para
lo que están hechas, joder. A las jóvenes se les puede enseñar su lugar sin que
tengamos que pasar por tantos putos problemas para romperlas después y ponerlas
a raya. Tú y tu manada deberían unirse al movimiento en vez de andar alrededor de
estos patéticos sacos de mierda alfas St. James.
Era el aura abrasiva del disgusto y la indignación de papá que ahora se filtraba
en el aire. Aquella diatriba lo había tocado demasiado de cerca.
La mano de Seth se endureció en mi nuca, y Cam -bendito sea- leyó la
habitación a la perfección. 157
—Señor St. James, nuestra tripulación ha llegado, ¿le gustaría reunirse con
ellos? Estoy seguro de que les vendría bien un poco de orientación.
La tensión en los enormes hombros de papá se liberó como si lo hubieran
devuelto al presente, y asintió.
—Gracias, Cameron.
Salió de la habitación y la puerta se cerró tras él.
Jones resopló un húmedo sonido de diversión.
—¿Qué es esto? ¿Están todos tan ocupados metiéndole la polla a Dylan que han
perdido de vista lo que debería ser una manada de verdad? ¿Por eso están aquí? Lo
entiendo: apuesto a que ese coño es jugoso, pero siempre será de segunda categoría
comparado con el arrebato omega.
Puse los ojos en blanco.
—Como si supieras lo que es follar con una omega, estúpido delirante.
Una navaja apareció en la mano de Austin. Un segundo después, estaba
incrustada en la carne del muslo de Jones.
Mordió un grito, y me habría sorprendido si no se hubiera partido un diente
por la forma en que apretaba la mandíbula.
—Abstente de insultar a Dylan, por favor —dijo Austin con ligereza—. Tu
hermano ya aprendió esa lección.
Miré a Cam por encima del hombro y enarqué una ceja.
Sonrió con picardía y susurró:
—Ya sabes cómo soy con eso, Blossom.
—Basta de joder. —Austin alargó la mano y retorció el cuchillo, y Jones soltó
otro chorro de improperios—. ¿Dónde está Mary Rose?
—No la tengo.
Otro giro.
—Eso no es lo que pregunté.
—¡Joder! ¡Bien! La milicia está usando la vieja escuela parroquial en Woodstone
como cuartel general. Estoy bastante seguro de que ahí es donde tienen a las chicas.
Austin tenía la cara de piedra.
—¿Chicas?
Jones logró encogerse de hombros desde su posición lateral.
—Sólo hemos presentado a Mary Rose, pero la milicia tiene otros nombres.
158
Algunas de las otras manadas probablemente las han encontrado y las han sometido
a entrenamiento.
Luché contra el impulso de arrancarle el cuchillo del muslo y clavárselo en la
polla.
—¿Lily Linnartz fue sometida a entrenamiento? —le pregunté.
—No tengo ni puta idea.
Austin me lanzó una mirada interrogante por encima del hombro.
—¿Te faltan dos chicas?
—Ese cabrón tenía su nombre en una lista que encontré en su habitación, junto
con Mary Rose y otra chica. Derrick y Daisy investigaron a Lily y lleva desaparecida
desde el lunes. La otra chica está bien pero se ha ido de la ciudad.
—Eres una perra entrometida.
Austin golpeó con el puño la entrepierna de Jones, que chilló como una manada
de gatos moribundos.
—Te lo advertí. La próxima vez dejaré que Derrick te acompañe, y ambos
sabemos que estará tentado de matarte.
Derrick gruñó.
—Verdad.
—¿Qué significa estar sometida a formación? —preguntó Austin.
—Significa que queremos putas omegas obedientes —gruñó Jones—. Se han
vuelto todas tan jodidamente arrogantes ahora. La milicia identifica a las candidatas
omega que aún no han pasado por la mierda del gobierno, y reciben un curso
intensivo sobre cómo actuar correctamente y complacer a sus alfas. El programa
acaba de empezar, así que supongo que una vez que la milicia determine que las
chicas están listas, serán entregadas a la manada que las eligió. El que la encuentra
se la queda y todo eso.
Austin lo miró fijamente.
—¿Y tu intención es unir a la omega que encontraste a tu manada? ¿La chica de
catorce años? ¿Una niña?
—Tenía un par de tetas que dirían lo contrario, así que sí. Asumiendo que no
estuviera mintiendo sobre ser una omega.
Uh-oh.
Austin entrecerró los ojos. 159
—¿Qué quieres decir?
—Huele como una beta, pero le dijo a Jesse que ha estado tomando supresores
hormonales ilegales para esconderse del gobierno. Pero todo eso se fue por la
ventana cuando se le presentó la oportunidad de montar el nudo de mi hermanito,
¿no? Todas las mujeres son iguales.
—¿Cómo tiene acceso a supresores ilegales?
Jones lo miró como si estuviera perdiendo la paciencia.
—No lo sé, joder, pero pregúntale a tu puta de ahí. Siempre hay mujeres
entrando y saliendo a hurtadillas de esta mierda de tienda, y creo que están tramando
algo.
Seth me dio un apretón reconfortante. Habría apostado mis modestos ahorros
a que los Bryce estaban encajando las piezas del rompecabezas, pero a estas alturas
también dudaba de que les importara lo que hiciéramos mientras ayudáramos a
mujeres necesitadas.
Sólo podía esperar que no se les ocurriera incluirme en esa categoría.
Austin no mordió el anzuelo.
—Así que, para resumir, según tu conocimiento, Mary Rose y potencialmente
algunas otras omegas que han sido secuestradas o atraídas lejos de sus familias,
¿están siendo retenidas en los terrenos de la antigua escuela parroquial en
Woodstone?
—Sí.
—¿Y, por lo que sabes, las chicas retenidas allí serán entregadas a manadas
que participan en esta mierda de la MDM para que las unan a la fuerza sin la
aprobación del gobierno?
—No es asunto del puto gobierno con quién quiera ligarse un alfa. Es nuestro
puto derecho básico.
—Desgraciadamente, las leyes del gobierno de Estados Unidos siguen
aplicándose a ustedes. No puedes agitar una varita mágica y declararte una entidad
soberana.
—Mírame, cabrón.
Austin suspiró. El cansancio de la noche empezaba a notarse en su atractivo
rostro.
—Sugiero que tú y tu manada se separen silenciosamente de la milicia y
abandonen la ciudad. Vamos a desmantelar su pequeño cuartel general con extremo 160
prejuicio, y yo personalmente voy a mirar a ese imbécil de T.R. a la cara y hacerle
saber que fue la manada de Riley la que les jodió todo esto. No creo que eso haga
muy felices a tus amigos, ¿verdad?
Sentí que mi adrenalina se disparaba de nuevo. Íbamos a recuperar a nuestras
chicas.
—Que te jodan —espetó Jones.
—Genial, me alegro de que hayamos tenido esta charla.
Seth se rio detrás de mí.
—Nuestro jefe de equipo se ha ofrecido voluntario para dejarlos a todos en la
carretera. Si nos damos prisa, podemos tirar a este idiota encima del montón.
Austin arrancó el cuchillo del muslo de Jones y cortó rápidamente las bridas
que ataban sus miembros a la silla. Jones rodó sobre sus manos y rodillas, tomó aire
y se puso en pie. Levantó la cabeza y sus ojos azules se clavaron en Derrick.
Avanzó a trompicones y luego cargó.
Derrick sonrió, se apartó de la pared y lanzó un último puñetazo al costado de
la cabeza de Jones. Éste se desplomó de nuevo en el suelo, como un rayo.
Seth miró a Derrick, divertido.
—Aparte de lo obvio, ¿cuál es el problema con ustedes dos?
Derrick se encogió de hombros.
—Era un imbécil inflado en el instituto que no podía soportar el hecho de que
nadie con sentido común quisiera unirse a su futura manada. Ahora viene por aquí y
dice mierdas sobre Daisy y mi hermana para intentar provocarme. Ya era hora de que
aprendiera.
Se agachó, agarró a Jones por las piernas y procedió a arrastrarlo sin
contemplaciones hacia la puerta.
Se rio Cam, que seguía jugando con mi cabello.
—Austin, deberíamos convencer a tus padres para que lo contraten. Y a Dylan
también. Son tan ingeniosos y... violentos.
Lo fulminé con la mirada.
—Eres un encanto. Pero ya tengo trabajo.
Austin se crujió los nudillos y sacudió los brazos, y luego puso los ojos en
blanco hacia Cam. 161
—Te dejaré hacer la venta dura a toda la familia St. James más tarde. Ahora
mismo tenemos otras cosas de las que convencer a nuestros padres.
Seth gimió.
—Joder, se van a enojar porque no los hemos llamado antes.
—Ya se les pasará —dijo Austin encogiéndose de hombros con pereza, y luego
me miró fijamente—. Después de charlar con ellos, creo que todos deberíamos
asegurarnos de que Dylan se mete en la cama sana y a salvo.
Tuve que esforzarme para no caer en esos feroces ojos ámbar. Probablemente
quería arreglar lo que creía que se había roto entre su manada y yo después de lo
que pasó anoche en el Javelina, y eso me produjo una sacudida de inquietud en todo
el cuerpo.
Por suerte, teníamos peces mucho más grandes que freír.
—Si tú lo dices, gran hombre. Ahora mismo, tenemos que informar a mi padre
de lo que hemos aprendido de ese idiota.
Austin sonrió.
—Perfecto, vamos a informar a mis jefes también. Estoy deseando presentarles
a nuestros padres.
20
DYLAN
DESPUÉS DE QUE PAPÁ ESTRECHARA la mano de cada uno de los Bryce y Derrick les
dedicara una respetuosa inclinación de cabeza, los dos desaparecieron escaleras
arriba para ver cómo estaban mamá y Daisy antes de irse a la cama.
Eso me dejó de pie en el pasillo en penumbra, rodeada por los chicos y sus
olores armoniosamente mezclados mientras luchaba con qué decirles ahora.
Podría decirles que no tenía palabras para agradecerles que corrieran hasta
aquí y se lanzaran directamente a un violento altercado con media docena de alfas
enloquecidos. Habían evitado que nuestra tienda sufriera más daños y, casi con toda
seguridad, que yo o mi familia sufriéramos más lesiones.
O podría mencionar que estaba nerviosa y mareada a partes iguales ante la
perspectiva de trabajar con ellos para derribar la puerta de la MDM y rescatar a
nuestras chicas.
O, por supuesto, podía decirles que lamentaba haber huido de Seth y Cam la
noche anterior -o, técnicamente, hacía ya dos noches-, pero que no sería capaz de
explicar cómo podía desear algo desesperadamente y, al mismo tiempo, estar
realmente aterrorizada por exactamente lo mismo.
En lugar de eso, no dije nada. 167
Me quedé mirándolos a los tres mientras el peso de toda la noche empezaba a
oprimirme, la idea de que se marcharan me produjo de repente un agudo dolor en el
pecho.
Me ardían los ojos.
El labio inferior me tembló un poco.
Oh, no.
—Oye, no, está bien, Petardo —dijo Austin, tirando de mí en el abrazo más
grande del mundo—. Todo va a salir bien. Pateaste traseros esta noche, y la tienda ya
está en camino de ser arreglada, y vamos a recuperar a tus chicas mañana.
Enterré la cara en su sudadera rota, deleitándome con whisky picante y
moqueando como una maldita niña. Me sentía tan bien entre sus brazos que la
respiración entrecortada que exhalé casi se convirtió en un ronroneo.
Mierda, no, cierra hasta arriba, Dylan St. James.
Las omegas ronroneaban para sus alfas cuando estaban contentas, igual que
los alfas ronroneaban para que sus omegas los tranquilizaran y calmaran.
Obviamente, yo nunca había ronroneado en mi maldita vida, y necesité unas cuantas
respiraciones tranquilas y concentradas antes de estar segura de haber eliminado esa
locura.
Detrás de mí se oyó un ruido sordo, casi un gruñido, y el pecho de Austin vibró
con una risita. Me dio un beso en la coronilla y luego me soltó suavemente,
haciéndome girar hacia los fuertes brazos de Seth.
—Realmente no quiero dejarte —murmuró Seth en mi cabello mientras me
apretaba fuerte—. Pero necesitas dormir, y creo que perderé el poco terreno que he
ganado con Derrick si me lo encuentro en el pasillo al salir de tu habitación por la
mañana.
Resoplé en el pliegue de su cuello, donde había estado aspirando rollo de
canela como una yonqui.
—Probablemente. Aunque ese zorro no tiene espacio para hablar.
Seth se echó a reír antes de apartarse lo suficiente para mirarme con esos ojos
oscuros, tan insondablemente negros ahora en la penumbra.
—¿Estamos bien? ¿Después de, ya sabes...?
Asentí.
—Estamos bien, Seth. Sólo intento asegurarme de que ninguno de nosotros
haga algo de lo que... nos arrepintamos. 168
Frunció el ceño, pero no insistió. Me besó en la frente y luego me encontré
acurrucada en el abrazo de Cam.
Suspiré y me impregné de su aroma a naranja especiada. Se había recogido el
cabello largo en un nudo desordenado en algún momento de la noche, lo que me
permitía acceder a la suave piel de su cuello.
—¿No estás enfadada con nosotros, Blossom? —susurró, con un tono
inusualmente dubitativo.
—No, Cam.
—De acuerdo. Bien.
Lo respiré y sentí que él hacía lo mismo conmigo.
—Gracias por venir esta noche.
—Siempre vendré cuando me necesites. Todos lo haremos.
Era un pensamiento peligrosamente tentador.
Encontré la mirada de Austin por encima del hombro de Cam.
—Debería irme a la cama —susurré, todavía aferrada a Cam—. Mañana
tenemos un gran día.
Asintió.
—Cam, déjala ir.
—No.
—Cameron.
Resopló contra mi cabello.
—Bien.
Su agarre se aflojó y me aparté, dando un pequeño paso hacia atrás. Se acercó
a mí por última vez, sus largos dedos acariciaron mi mejilla mientras decía:
—Buenas noches, Blossom.
Luego apretó sus labios contra los míos en un beso brevísimo.
—Cameron —gruñó Austin.
—Suave, cariño —añadió Seth, riendo entre dientes.
Cam me sonrió. Por un segundo me quedé mirándolo, con los ojos muy
abiertos, como una violeta encogida que nunca hubiera besado a un chico, y luego
conseguí volver a conectarme. 169
—Buenas noches, Cam —le dije, devolviéndole la sonrisa burlona. Miré a
Austin y Seth—. Buenas noches, chicos. Hasta mañana.
Me di la vuelta y marché por el pasillo hacia las escaleras, con la cabeza alta y
las zancadas decididas, como si esos tres abrazos y un besito no hubieran sacudido
mi mundo casi tan fuerte como lo había hecho la violenta invasión de nuestra tienda
horas antes.
21
SETH
Dejamos a Daisy con mamá, papá y Derrick mientras Cam y yo pasábamos las
horas siguientes entregando a las niñas en brazos de sus desesperados y
preocupados padres. Daniela vivía con sus dos padres alfa y su hermano pequeño en
un complejo de apartamentos viejo pero bien cuidado en el extremo oeste de la
185
ciudad. Emmaline procedía de una manada que sonaba tan tóxica y disfuncional como
en la que se había criado papá, pero tuvo la suerte de ser adoptada por su tía -una
hembra alfa- y el marido beta de su tía hacía varios años. Vivían en una modesta casa
de mediados de siglo en un barrio a las afueras del centro de la ciudad, y habían
estado a punto de intentar adoptar también a Cameron antes de que consiguiéramos
salir por la puerta.
Cuando por fin estacionamos delante de la acogedora casa de la abuela Anya,
en el corazón de South Ranch, me tomé un momento para evaluar a Mary Rose por el
retrovisor. De las tres chicas, ella había sido la más tranquila, incluso la más estoica,
así que decidí arriesgarme a tener una charla rápida antes de entregarla a su abuela.
—Para que lo sepas, Mary Rose —empecé—, Jesse Riley y toda esa manada se
van de la ciudad. No tendrás que preocuparte de que ninguno de ellos vuelva por
aquí.
Exhaló un suspiro.
—Bien. No puedo creer que fuera tan estúpida. Pensé que le gustaba a Jesse.
Cam y yo intercambiamos una mirada.
—Seguro que sí —dije con suavidad, decidiendo que haría todo lo posible para
evitar que la autoestima de esta omega de catorce años cayera aún más por el
retrete—. Parecía que quería que fueras su omega, Mary. Pero su hermano y esa
manada le lavaron el cerebro sobre lo que eso debería significar.
—Sí —dijo, dejándose caer en su asiento—. Supongo.
—Y por lo que he oído, Cameron le hizo pagar por lo que hizo.
Miró a Cam con adoración.
—¿Lo hiciste? ¿Golpeaste a un alfa?
Los ojos azules de Cam brillaron mientras le dedicaba una sonrisa socarrona.
—Tengo mucha práctica golpeando alfas. Igual que tu chica Dylan.
Ella asintió enérgicamente.
—Dylan es tan increíble. Quiero ser como ella cuando sea mayor.
Me aclaré la garganta, de repente un poco incómoda.
—Bien, de todos modos. ¿Hay algo que puedas contarnos sobre la gente que
viste cuando estuviste en el colegio? ¿Algo que recuerdes que te dijeran que pueda
ayudarnos a encontrar a Lily y a las demás?
Había puesto al día a papá sobre la situación de las chicas desaparecidas. Cam
había hecho lo mismo con su equipo. Tras la operación, Rodrigo y Austin habían 186
escogido a unas cuantas almas desafortunadas sobre las que habían ejercido cierta
presión, pero nadie sabía nada concreto sobre quiénes eran los “donantes” o a dónde
se habían llevado a las chicas. El tal T.R., el misterioso líder de la MDM, era el único
que disponía de esa información, y esta noche había estado convenientemente
ausente del local.
—En realidad no —respondió Mary Rose—. Nos tenían a todas juntas haciendo
las mismas cosas. Un día nos despertamos y tres de las chicas habían desaparecido.
Estábamos casi siempre encerradas en nuestras habitaciones, excepto cuando nos
dejaban salir para el “entrenamiento”. Nos llevaban al salón de la residencia y nos
daban charlas sobre el propósito de una omega mientras los cabezas huecas se
quedaban de pie, empuñando sus armas. Nos hablaba sobre todo ese tipo T.R., pero
a veces venían omegas mayores.
Qué asco. Ya era bastante malo que estos hombres alfa retrógrados escupieran
tonterías sexistas y abusivas, pero era otro nivel de asco cuando las mujeres eran
cómplices de ello.
—¿Qué te dijeron? —preguntó Cam.
Se encogió de hombros.
—El típico lavado de cerebro. Las omegas fueron creadas para satisfacer las
necesidades de los alfas. Deberíamos considerarnos afortunadas de que nos eligieran
para unirnos a manadas de auténticos hombres alfa, de que el gobierno no se
entrometiera en nuestra unión. Íbamos a poder unirnos pronto y servir a una causa
superior. Íbamos a obedecer todas las exigencias de nuestros alfas. Bla, bla.
Ahogué una carcajada.
—Al menos no tengo que preocuparme de que te hayas tragado nada de eso.
—No. Y todo esto sólo me hizo recordar por qué no planeo ser una omega en
absoluto, al igual que t…
Volví a toser y la miré con urgencia por el retrovisor. Cam y los chicos sabían
que Mary Rose había estado tomando supresores, pero yo necesitaba
desesperadamente que Mary Rose se abstuviera de decir nada que pudiera hacerles
saber que yo también los estaba tomando.
—Bien, sobre eso —dije rápidamente—. Estamos... escasos de suministros.
¿Tienes suficiente para los próximos meses?
Lanzó una mirada a Cam y luego me hizo un gesto comprensivo en el espejo.
—No tomé mi última dosis, así que debería estar bien por un tiempo.
Cameron estaba callado, y yo sabía que estaba absorbiendo cada migaja de
este intercambio. 187
—Bien. Le avisaré a la abuela Anya cuando sepa más sobre... el
reabastecimiento.
Hablando de Anya, había aparecido en el viejo y desvencijado porche, con un
chal de punto alrededor de su encorvada figura mientras esperaba. Mamá la había
llamado antes para decirle que habíamos encontrado a Mary Rose ilesa y que la
traeríamos a casa esta noche.
—¿Puedo irme ya? —preguntó Mary Rose—. La abuela está esperando.
—Por supuesto. Me alegro mucho de que estés bien, todo sea dicho.
—A mí también. Gracias por venir a buscarme. —Miró a Cam, y me di cuenta
de su rubor, incluso en la penumbra de la cabina de la camioneta—. Gracias a ti
también, Cam. Por ayudar a Dylan.
—De nada —respondió—. Siempre ayudaré a Dylan, así que llámanos si nos
necesitas, ¿de acuerdo?
Cuando tuve la certeza de que Mary Rose y Anya estaban a salvo en su casa,
arranqué la camioneta y comencé a conducir hacia el norte, en dirección a la ciudad.
Cam se acomodó en su asiento, cerrando los ojos y con aspecto sereno.
—¿A dónde te llevo, Cameron? —le pregunté. Si pensaba que iba a dormirse
sin darme indicaciones para que no tuviera más remedio que llevarlo a casa conmigo,
se merecía otra cosa.
—Torre Sun City —respondió perezosamente. Abrió un ojo y me lanzó una
mirada sugerente—. Puedo enseñarte nuestra nueva casa. Tenemos una habitación
de invitados muy bonita.
Apuesto a que tenían un nido muy bonito allí, también, a la espera de su
princesa EFO.
Ahuyenté ese pensamiento y la punzada de celos que me provocó. No tenía por
qué sentir eso cuando era yo quien se había hecho la cama.
—Buen intento —le dije—. Te dejaré en la acera y podrás encontrar el camino
hasta tu lujoso ático como un niño grande.
—Bien. La próxima vez, Blossom.
Claro, Cameron. La próxima vez.
188
LA TORRE SUN CITY ERA UN nuevo rascacielos de apartamentos construido en
pleno centro, en lo que antes era un antiguo estacionamiento. El exterior de hormigón
gris cálido enmarcaba ventanas azul aciano, algunas de las cuales brillaban
inquietantemente desde el interior, donde algunos ocupantes seguían despiertos. La
torre, de casi cuarenta pisos, estaba enclavada entre elegantes rascacielos
corporativos, hoteles históricos y una de las grandes zonas verdes del centro.
Sin duda, un ambiente diferente al de Palisades para la manada Bryce más
jóvenes, pero el ático del último piso de este nuevo y reluciente edificio los mantenía
casi con toda seguridad en el lujo al que estaban acostumbrados.
Paré la camioneta en la acera de la entrada trasera de la torre. Allí nos
esperaban dos figuras corpulentas con chaquetas oscuras, las manos metidas en los
bolsillos de los pantalones de chándal y la respiración apenas visible en el aire fresco
de la noche.
Bajé la ventanilla. Austin se inclinó y apoyó los antebrazos en el marco de la
ventanilla. Al mismo tiempo, la puerta del copiloto se abrió y Seth entró en la
camioneta, deslizándose por debajo de Cam y tan cerca de mí como pudo sin estar
en mi asiento. Cam se rio entre dientes y se apoyó en la puerta ya cerrada, con las
piernas sobre el regazo de Seth.
Lancé un suspiro mientras el estómago se me revolvía de alegría al verlos a
todos aquí conmigo, con sus especiados aromas masculinos entrelazándose en una
armonía que inducía a la neblina.
—Demasiado para dejarte aquí, Cameron.
—No te retendremos mucho tiempo, Petardo —dijo Austin. Su voz profunda me
acarició la espalda como si fuera un gatito posado en su regazo—. Sólo quería saber
cómo estabas. Hoy has estado increíble.
A la gatita le entraron ganas de ronronear.
—Gracias —dije, y me salió entrecortado y recatado en vez de despreocupado
y malote, maldita sea—. Estuvieron impresionantes. Gracias por ayudarnos a rescatar
a las chicas... a las que aún estaban allí.
—Cuando quieras, amor —dijo Seth. Su mano furtiva ya había encontrado el
camino hacia una de las mías, y me dio un suave apretón—. Tampoco vamos a dejar
pasar esto. Encontraremos a las demás.
Austin se inclinó aún más, su cara ahora a centímetros de la mía. Inhaló y mi
pulso se disparó. ¿Había cambiado más mi olor? ¿Me estaba perfumando y no lo
sabía? La intensa adrenalina de una noche como esta normalmente mantendría a la
omega sofocada, pero ¿podría soportar estar aplastada en la pequeña cabina de mi
camioneta con mis tres compañeros de olor?
189
Austin me miró a la cara y me tranquilicé al darme cuenta de que me estaba
dando vibraciones de “charla seria” y no de “voy a hacerte un nudo en el asiento
trasero de esta camioneta”.
—Hicimos un barrido del dormitorio después de que te fuiste —dijo en voz
baja—. Encontramos al imbécil que derribaste con tus propias manos y dejaste
esposado en el suelo...
—Lo que es jodidamente caliente, amor —dijo Seth.
—Mmm, tan caliente —estuvo de acuerdo Cam.
Austin les lanzó a ambos una mirada severa a través de la cabina antes de
volver a centrarse en mí.
—Pero también encontramos al que disparaste en la escalera. ¿Fue... fue tu
primer asesinato?
Oh. Esto fue... dulce de su parte.
—En realidad, no, no lo fue —respondí. No me gustaba recordar mi primer
asesinato, pero tampoco me avergonzaba. No había dudado en hacerlo entonces, y lo
volvería a hacer sin dudarlo—. La abuela de Mary Rose vivía al lado de esta manada
de tres alfas, su omega y su hija de trece años que acababa de presentarse como
omega. No era un hogar feliz. Hace aproximadamente un año, la hija le confió a la
abuela Anya que los dos alfas que no eran su padre biológico habían empezado... a
tocarla después de que se presentara.
Las encantadoras feromonas masculinas que se habían estado arremolinando
lánguidamente a nuestro alrededor se volvieron agresivas y Austin gruñó en voz baja.
—Anya nos llamó, y papá, Derrick y yo fuimos una noche a recuperar a la hija.
Cuando llegamos allí, encontramos a la madre omega gritando y encogida detrás de
un sofá mientras dos de sus alfas se ensañaban con ella. Derrick y papá se ocuparon
de ellos mientras yo entraba en la pequeña habitación de la hija. Encontré al tercer
alfa desgarrándole la ropa mientras suplicaba y lloraba. Le metí una bala en la nuca.
Todos se enderezaron con eso.
Después de un momento, Seth dijo:
—Joder.
Austin parecía dolido, pero consiguió levantarme la barbilla y gruñir:
—Bien.
—¿Llevaste a la chica a tu centro en Nuevo México, Blossom? —preguntó Cam,
con voz triste. 190
Asentí.
—Llevamos a las dos omegas al Centro. Ahora están mucho mejor.
Austin me miró fijamente durante un instante y luego me rodeó la nuca con una
gran mano. Me atrajo hacia él y tocó mi frente con la suya.
—Eres increíble, Dylan St. James. Creo que deberíamos dejarte ir a la cama.
Me soltó y enarcó una ceja mirando a Cam y Seth. Ambos refunfuñaron.
Seth levantó la mano que aún tenía enredada en la mía y me dio un beso en el
interior de la muñeca.
—Hasta la próxima, cariño. No te metas en líos sin mí, ¿bien?
Sonreí.
—No prometo nada.
Cam se arrastró sobre su compañero y consiguió abrazarme mientras se
inclinaba sobre la consola central.
—Buenas noches, Blossom —ronroneó contra mi mejilla—. Nos vemos pronto.
Los dos salieron de mi camioneta mientras Austin seguía mirándome fijamente,
estudiándome a su manera, como si yo fuera un rompecabezas muy interesante que
quería resolver. Tragué saliva y agité la cabeza con indiferencia.
—Buenas noches, Austin.
—Buenas noches, Petardo. Pórtate bien.
—No sucederá.
Solté una risita irónica y negué con la cabeza.
—Por supuesto que no.
Conseguí alejarme, con la imagen en mi retrovisor de los tres inmóviles en la
acera mientras me veían marchar.
Cuando llegué a casa, me dejé caer en mi no-nido y dormí durante doce horas
seguidas, con el cansancio dominando el creciente dolor entre los muslos que me
recordaba que estaba de prestado.
191
24
CAM
200
25
AUSTIN
La omega que se aferraba al brazo de Cam era guapa y olía delicioso, pero no
podía ni siquiera sentir un poco de emoción por estar hablando con ella o por estar
en aquella estúpida fiesta.
217
—Como ven, dos de mis padres conocen muy bien a su padre, Jonathan —dijo
la omega, ¿Piper? Penélope, nos dijo a Austin y a mí mientras seguía acariciando a
Cameron—. Papá Elliot es el cirujano cardiotorácico más renombrado de todo Texas,
y papá Peter forma parte de la junta directiva del hospital. Estoy segura de que todos
nos hemos cruzado antes en los bailes benéficos, pero mis padres estaban encantados
de saber que los hijos de Jonathan Bryce iban a celebrar su elección durante mi último
año en la EFO. En mi opinión, ¡es el destino!.
—Sin duda tendremos que mencionarle a Jonathan que te conocimos —
respondió Austin con diplomacia.
—En efecto —dijo Cam con una hermosa sonrisa que sólo Austin y yo seríamos
capaces de decir que era falsa como la mierda. Su odio a sí mismo sonaba en nuestro
vínculo mientras se zafaba con gracia de sus garras y le hacía una pequeña
reverencia—. Gracias por la estimulante charla, señorita Piper.
Su labio rojo cereza hizo un mohín.
—Oh, pero tenemos mucho más que hablar para llegar a conocernos...
Seraphina apareció detrás de Piper como un espectro, asustando a la omega lo
suficiente como para hacerla tambalearse sobre sus tacones altos.
—Lárgate, Pipes.
—Pero...
—¡Largo! Necesito hablar con mis hermanos.
Piper la fulminó con la mirada, se dio la vuelta y se alejó hacia el bar.
—Hola, Sere-oso —dijo Cam—. Gracias por salvarme.
—¿Y qué demonios llevas puesto? —preguntó Austin.
Me reí al ver su chándal morado. Había metido la parte final del pantalón dentro
de unas botas Ugg y llevaba el cabello alborotado recogido en un moño. Si mamá la
viera ahora, en aquella fiesta en la que había alfas cortejando, le daría un ataque al
corazón.
Me llevé la botella de cerveza a los labios y dejé que mi mirada recorriera el
perímetro del patio de piedra, agradecido de que la presencia de Sera repeliera a
otras chicas omega al menos durante unos minutos.
Me quedé helado al cruzar la mirada con un rostro familiar que no esperaba
ver en el puto campus de la EFO.
—Derrick está aquí —anuncié.
Algo parecido a la vergüenza cuajó en mis entrañas.
218
—Oh mierda —susurró Austin—. Parece... jodidamente enojado.
Definitivamente lo hacía. Kade, el dueño del gimnasio del que ya no éramos
miembros, tenía la mano en el pecho de Derrick como si lo estuviera conteniendo.
Derrick parecía estar a cinco segundos de acechar hasta aquí para cometer un
asesinato, y no podía decir que lo culpara.
—Bien, creo que dejaré que me mate —anunció Cam como si nos dijera que
había decidido tomar vino en lugar de cerveza esta noche—. Sería preferible a esta
tortura.
—¡Uf! —soltó Seraphina, pisoteando la hierba con su bota—. ¡Eso es lo que he
venido a decirles, imbéciles! Me encontré con Dylan, que es mi nueva mejor amiga,
por cierto, y no me alejaran de ella por más tiempo, y estaba con ella cuando sus
adoradas fans se abalanzaron sobre mí para hablar de su estúpida gala de elección.
Se me cayó el estómago a los putos pies.
—Mierda —dijo Austin, girándose para lanzarme una mirada de dolor.
Los hombros de Cam cayeron, y eso me llegó al corazón.
—Sí. —Continuó Sera—. Ahora mismo estoy eligiendo ser una buena hermana
antes que una buena amiga cuando te digo que parecía un poco alterada por esta
noticia, y le di mi identificación para que pudiera escaparse a la piscina.
Cam echó a correr sin decir palabra.
Austin lo miró irse.
—Bien, supongo que la decisión está tomada.
—El universo nos está dando una oportunidad para explicarnos ante ella —le
dije—. Deberíamos aprovecharla.
No necesitó más convencimiento. Corrió tras Cam, y yo me giré para seguirlo.
—¡Gracias, Sere! —grité por encima del hombro.
Parecía... mucho más engreída de lo que pensé que la situación justificaba.
—¡De nada! —me gritó, y luego me pareció oírla murmurar—: Me deberás un
millón de años después de esto.
CAM TUVO que escalar el lateral del natatorio y colarse por una de las ventanas
cercanas al tejado, pero al cabo de unos minutos nos dejó entrar por las puertas
principales.
—¡Dylan! —grité, mi voz resonó en la cavernosa habitación vacía. La piscina
oscura estaba quieta, sus aguas imperturbables, y el olor a cloro flotaba en el aire.
219
Invadió mis fosas nasales y borró los recuerdos persistentes de las omegas con las
que habíamos hablado esta noche.
Bien.
—¡Blossom!
—¿Dónde está? —preguntó Austin, desconcertado—. ¿Crees que Seraphina
nos estaba jodiendo?
Aceché alrededor de la piscina, como un sabueso a la caza. Ahora que se nos
había regalado esta última oportunidad de verla, no iba a dejar que se me escapara
de las manos.
Un gemido sonó detrás de la puerta cerrada del vestuario femenino.
El instinto se apoderó de mí y salí corriendo por la puerta giratoria, con Austin
y Cam pisándome los talones.
Tropecé cuando el perfume omega más divino del mundo me abofeteó en la
cara y apretó el botón de reinicio de toda mi vida.
Rico café.
Chocolate sedoso.
Crema dulce y decadente.
Azúcar moreno.
Pastel.
Mío, mío, mío.
Mi cuerpo temblaba. Tragué grandes bocanadas de aire. Austin estaba rígido
a mi lado, con las fosas nasales abiertas y las pupilas dilatadas.
Cam se puso delante de nosotros, de espaldas a Austin y a mí, y extendió los
brazos para impedir que nos acercáramos a la fuente de aquel perfume que acababa
con el universo.
—Oh, Blossom —dijo suavemente.
Dylan estaba sentada en un rincón de los vestuarios, abrazándose las rodillas
contra el pecho. Había amontonado un montón de toallas limpias a su alrededor. Tenía
los puños apretados y la mandíbula le rechinaba como si le doliera mucho.
Las piezas encajaron en mi cerebro a la velocidad de la luz.
El padre de Dylan era un alfa.
220
Dylan tenía acceso a supresores hormonales ilegales que daban a las chicas a
las que ayudaban para ocultar sus designaciones omega.
Dylan le dijo a Mary Rose que su suministro era bajo.
El olor de Dylan nos había seducido más que cualquier beta.
Dylan se estaba perfumando, justo aquí en este vestuario.
Dylan era una omega.
El perfume omega de Dylan me arrancó el alma del cuerpo. Ningún ser humano
que hubiera olido en esta tierra se le comparaba.
Dylan era nuestra omega.
Pero Dylan estaba angustiada. Algo iba mal. Éramos sus alfas, y teníamos que
arreglarlo.
Nos miró, con angustia en sus hermosos ojos color avellana. Sus propios
instintos la empujaron a buscar a mi hermano, el líder de nuestra manada.
—Austin, yo... no sé qué me está pasando. Esto no es como la última vez.
—Petardo —gruñó—. ¿Puedo... puedo ir contigo?
Ella asintió tímidamente.
Cam se giró para mirarnos, con una clara advertencia en los ojos mientras
miraba directamente a Austin.
—No. Jodas. Esto. No la toques a menos que ella te lo pida. No la asustes. No
pierdas la cabeza, o te estrangularé con mis propias manos.
Austin lo fulminó con la mirada, sus instintos lo dominaban como a un maldito
caballo de carreras, pero logró asentir.
—Tengo el control, Cameron. Déjame ir con ella.
Cam soltó a Austin, que llegó hasta Dylan en dos largas zancadas. Se arrodilló
frente a ella y le acarició la cara con sus grandes manos.
Nunca había estado tan celoso en mi vida, pero esto estaba bien. Se suponía
que él debía liderar. Me aferré a Cameron, con la necesidad de poner los pies en la
tierra, y ambos dimos un pequeño paso hacia ellos.
—¿Vas a entrar en celo? —le preguntó Austin, su voz suave y decididamente
calmada era un pequeño milagro.
Negó con la cabeza.
—No... no, tuve un celo una vez, y esto no se siente así. Calambres agudos.
Dolor punzante. No la quemadura lenta y, um... necesidad muy desesperada. Esto 221
vino mucho más rápido, de la nada.
Austin la miró a la cara. Sabía que tenía un tesoro en sus manos.
—¿Estás lúcida?
Ella meneó la cabeza en su abrazo.
—Sí. Así es como sé que no es un celo real.
—Esto es un pico de calor, nena —le dijo Austin—. Si no has estado teniendo
celos regulares, más específicamente, celos regulares donde los alfas te atienden.
Gruñí. Más valía que ningún otro alfa hubiera tocado a nuestra chica durante su
celo.
Cameron me frotó el bíceps.
—Shh, cariño. No pasa nada. Estamos aquí para ella ahora.
—-Esto puede ocurrir a veces. —Continuó Austin—. Los picos son raros, pero
son más comunes en omegas con celos irregulares y no satisfechos. Son más agudos,
rápidos y dolorosos, pero sólo deberían durar unas horas.
—Esas clases de Alga Sex Ed que nos hicieron tomar realmente valieron la
pena —susurró Cam.
Dylan tragó saliva.
—Bien. Mierda, horas de esto. Atrapada aquí. Escondida.
—Nos quedaremos contigo, vigilaremos la puerta, haremos lo que necesites
para que después vuelvas a casa sana y salva —dijo Austin—. Pero, Petardo....
Joder, iba a decirlo. Me tensé y Cam me agarró con más fuerza.
—Debes saber que si un alfa te atiende durante un pico, éste terminará mucho,
mucho más rápido, y será mucho menos doloroso.
Ella le miró fijamente, con su hermoso rostro enrojecido entre sus manos.
—Claro. Claro que funciona así. Claro que es así.
—Será un honor ayudarte a superar tu pico de calor, Dylan —susurró, con una
tierna esperanza en su profunda voz—. Pero no te presionaremos. Es tu decisión.
Su mirada se desvió hacia Cam y hacia mí, interrogante.
—Sería un honor, amor —logré decir—. Déjanos cuidarte.
—Me aseguraré de que se comporten —añadió Cam.
Ella le frunció el ceño de forma adorable.
—Pero yo también te querría, Cam.
222
Mi corazón dio un salto de quince metros.
—Obviamente, Blossom —respondió, tratando de hacerse el interesante
mientras sonreía como si fuera el mejor día de su vida.
Volvió a mirar a Austin, con una mirada decidida.
—Sin nudos. Sin morder. No negociable.
—Nunca lo haríamos, Petardo —dijo—. Te prometo que Seth y yo lo tenemos
claro y no estamos cerca de la rutina, ni siquiera ahora. Sé que te has dado cuenta de
que ambos estamos a la par de Derrick en poder y dominación, y apuesto a que él
tiene un control ridículo.
Ella esbozó una sonrisa.
—Lo hace, pero no quiero hablar de mi hermano cuando estás a punto de hacer
que me corra.
Austin y yo gruñimos, e incluso Cam tuvo que reprimir un gemido.
—Muy bien, nena —dijo Austin, y sus dedos se flexionaron alrededor de su
barbilla con un poco más de fuerza—. Vamos a tratarte de puta madre y a curarte. Y
luego, muy pronto, después de que te haya dado tiempo a asentarte, vamos a tener
una larga charla sobre lo que sabías y cuándo lo sabías.
Ahí estaba el dominante Austin, enseñando un poco los dientes, y tenía todo el
derecho. Habíamos estado a escasas semanas de cometer el mayor error de nuestras
vidas mientras la chica de nuestros sueños, que además era nuestra puta compañera
de olor, se escondía delante de nuestras narices.
Agua pasada. Ahora era nuestra.
Dylan gimió y sus músculos se agarrotaron. El pincho volvía a hacerle daño y
yo no podía hacer otra cosa que soltarme de Cam y lanzarme a su lado.
—Seth —exhaló, y hundió la cara en mi pecho, inhalando tranquilamente lo que
yo estaba seguro que era mi olor de alboroto.
Le acaricié el cabello.
—Estoy aquí, cariño. Estoy aquí.
Cam se arrodilló a su otro lado, entrelazando sus dedos con los de ella.
—¿Lista para nosotros, Blossom?
—Sí —susurró. Apartó su cara de mi camisa y se giró para mirarlo—. Bésame,
Cameron.
223
28
DYLAN
Enderezo la columna.
—Bien. Aquí no.
El de-scenter había ayudado, pero el olor a sexo y perfume y feromonas alfa 233
furiosas persistía. Necesitábamos aire más fresco y la cabeza más despejada.
Atravesé la puerta de los vestuarios y salí a la cubierta de la piscina. El cloro
del aire eliminaría las últimas feromonas sexuales de nuestras narices, así que me
detuve cerca del trampolín para respirar hondo.
Los tres me siguieron y formaron delante de mí. Austin se colocó en el centro,
mientras que Seth y Cam ocuparon sus posiciones habituales, flanqueando a Austin
justo por detrás de los hombros. El natatorio estaba a oscuras, pero la luz de la luna
se colaba por las altas ventanas lo suficiente para iluminar las duras líneas de sus
cuerpos y la tensión de sus apuestos rostros.
Mantuve la cabeza alta bajo el peso de sus miradas. Me sentía lúcida y fuerte,
y seguía siendo la Dylan que habían conocido en la tienda St. James & Co. hacía tantas
semanas, aunque ellos no lo vieran así.
Aunque acababan de encontrarme en mi momento más vulnerable y lo habían
convertido en lo más ardiente que había experimentado en mi vida.
—Primero, diré lo obvio —dijo Austin, cruzando los brazos sobre el pecho—.
Eres una omega.
Adopté una pose de espejo.
—Sí.
—¿Has estado tomando supresores para ocultar tu designación... todo el
tiempo?
Asentí.
—Desde que me presenté a los trece años.
—Y menos mal —dijo Seth, dirigiendo una mirada de advertencia a Austin—.
Si hubieras estado en el registro DOUM, te habríamos perdido hace años.
—Muy cierto —dijo Austin—. Estamos increíblemente agradecidos de que
hayas podido hacerlo, Dylan. No me malinterpretes.
—Gracias por tu bendición con respecto a mis elecciones de vida.
—Dylan —gruñó Austin mi nombre como una advertencia—. ¿Sabías que
éramos compatibles en olor?
Entrecerré los ojos ante su tono.
—Lo sospechaba. Ahora lo sé seguro, obviamente.
Los grandes ojos de Cam eran tan esperanzadores que tuve que luchar contra
el impulso de ir hacia él. 234
—¿Incluso yo, Blossom?
Me ablandé.
—Incluso tú, Cam. Hueles a mucho más que cítricos beta para mí. Y tienes la
canela de Seth.
Se encendió, pero Austin no iba a dejar que nos despistáramos.
—¿Cuánto tiempo sospechaste? —preguntó.
—Desde el primer día.
Austin apretó la mandíbula y se pasó una mano frustrada por la cara.
—¿Pensabas decírnoslo alguna vez?
Le fulminé con la mirada. Era una pregunta justa y entendía su frustración, pero
no quería que me hiciera sentir que había hecho algo malo.
—No lo sé, Austin. Pasé una semana encantadora conociéndolos. Crecieron mis
sentimientos por cada uno de ustedes mientras destruíamos juntos a nuestros
enemigos. Pensé que tú también podrías haber estado sintiendo algo por mí, y tal vez
si hubiéramos continuado por ese camino.... Tal vez hay un mundo en el que pasamos
suficiente tiempo juntos que desarrollamos una profunda confianza e incluso amor
entre nosotros, y entonces se habría sentido seguro y correcto revelar esta cosa sobre
mí que cambiaría completamente mi vida para siempre. Esto que mi familia y yo nos
hemos esforzado y arriesgado mucho en ocultar durante casi una década. —Hice una
pausa y me aseguré de que Austin me miraba a los ojos mientras clavaba el clavo—.
Pero te fuiste. Te fuiste y nunca volviste.
—Joder —maldijo Seth, levantando las manos y empezando a caminar.
Cam estaba mirando a Seth y Austin.
—Se los dije. Les dije a los dos que era una decisión equivocada.
—Dylan —gruñó Austin—. Eso no es justo...
—Tú no me elegiste, Austin. Las elegiste a ellas. —Hice un gesto con la mano en
dirección a la fiesta.
—Bueno, seguro que ahora te estamos eligiendo a ti —espetó.
—No —respondí—. No lo estás haciendo. Estás eligiendo mi biología.
Seth dejó de caminar.
—Dylan, vamos...
—No quiero esto, Seth. No quiero que me quieras sólo por mis putas hormonas
y mi olor. No quiero ser una omega guardada, encadenada, bred...
—No puedes pensar que te trataríamos así —dijo Seth, alzando la voz—. Sé que 235
sólo ha sido una semana, Dylan, pero no puedes decirme que crees que seríamos
como esas malditas manadas de idiotas abusivos de los que has estado salvando a tus
chicas.
Suspiré.
—No, no pienso eso de ustedes. Prometo que no. Pero hay muchos tipos de
grilletes para una omega. Han visto el tipo de vida que llevo: ningún alfa de manada
en su sano juicio se sentiría cómodo con su omega vinculada echando abajo una
puerta en una casa de manada y metiéndose en una pelea a puñetazos con un alfa
adulto enfurecido.
Austin cerró los ojos, girando el cuello y resoplando con fuerza.
—Eso es... sí, eso no es algo que hubiéramos contemplado antes de conocerte.
—Blossom —preguntó Cam, su voz quebrándose junto con mi corazón—. ¿No
nos quieres?
—Yo... —Lo miré, implorándole que comprendiera—. Lo siento, Cam. Es
verdad. Lo siento. Y por favor, no creas que lo que acabamos de compartir en el
vestuario no significó nada para mí. Fueron perfectos en ese momento. Pero quiero
que me quieran por quien soy, no por lo que soy. Y ustedes sólo están parados aquí
frente a mí ahora porque mi contacto perdió su enganche supresor en México hace
tres semanas y ustedes tropezaron casualmente con mi pico de calor esta noche.
—Dylan, esto no tiene sentido —dijo Austin enfadado. Su dominio se extendía
por la habitación y ganaba la batalla al cloro del aire—. Después de esto no te irás.
Eres nuestra. Nuestra omega.
—No pertenezco a nadie, Austin —solté—. No soy propiedad de tu maldita
manada sólo porque nuestros olores sean compatibles.
—Eso no es lo que quiere decir, Blossom —dijo Cam—. Tienes que entender
que todo esto de la gala de elección no fue idea nuestra...
—¡Me dejaste, Cam! Me sostuviste en tus brazos después de que mi tienda fuera
destrozada por idiotas rabiosos, y me dijiste que siempre vendrías cuando te
necesitara. Y luego te fuiste.
Todos me miraron fijamente, en silencio durante unos largos segundos. Cam,
que había parecido tan triste durante toda la conversación, se había endurecido de
repente: resuelto, decidido y serio.
—Lo hice, Blossom. Pero no volveré a dejarte.
Seth asintió, cruzando los brazos sobre el pecho y mirándome fijamente.
—Siento cómo ha ido esto, amor. Pero no lamento decirte que no te dejaré ir.
236
Austin empezó a merodear hacia delante, acercándose a mi espacio personal.
—Puedes huir de mí, Dylan, pero te atraparé. Sé que estás enfadada, pero nos
ocultaste una información jodidamente vital. No teníamos todos los datos cuando
tomamos la decisión que tomamos. Casi cometemos el mayor error de nuestras vidas,
y tú ibas a permitírnoslo.
Le clavé el dedo en el pecho.
—No intentes culparme de tu mierda. Querías a la princesa EFO, no a la beta
de la ferretería.
Austin sonrió, casi burlándose de mí.
—No sabes lo que crees que sabes, Petardo.
Se había acabado el tiempo. Ya había tenido bastante.
Aparté la mano de su pecho y me dirigí hacia las puertas de salida.
—¡Dylan, trae tu culo aquí! —gritó Austin.
Levanté el dedo corazón por encima del hombro.
—¡Me voy a casa!
El ruido de botas pisando fuerte en la cubierta de la piscina significaba que
venían por mí. Abrí las puertas de un empujón e irrumpí en el frío aire nocturno.
Justo a tiempo para encontrar a Derrick acechando en la colina cubierta de
hierba y en los escalones que conducían a las puertas del natatorio.
Uh-oh.
Los chicos salieron corriendo detrás de mí.
—Dylan...
Derrick subió las escaleras.
Me miró.
Miró a los chicos que se congregaban a mi espalda.
Sus fosas nasales se encendieron y sus ojos se ampliaron, horrorizados.
Luego se estrecharon en furiosas rendijas.
—Hijos de puta.
Mierda. Corrí hacia él, golpeándole el pecho con las palmas de las manos antes
de que pudiera cargar contra Austin. La agresividad se filtró en el aire, empalagosa y
espesa.
—Basta, Derrick —ladré.
—Se aprovecharon de ti, Dylan —gruñó. 237
Podía sentir a Austin apiñando mi espalda.
—No lo hicimos, joder —espetó.
—No lo hicieron, Derrick, te lo prometo. Estaba totalmente lúcida y di mi
consentimiento. De lo contrario habría estado atrapada allí durante horas.
Austin se acercó aún más detrás de mí.
—Dylan, no hemos terminado de hablar.
—Sí que lo hiciste —ladró Derrick—. Atrás, Bryce.
Me giré, manteniendo una mano en el pecho de Derrick y extendiendo la otra
para impedir que Austin siguiera avanzando. Seth y Cam estaban de nuevo en sus
puestos en sus flancos, Seth mirando a Derrick con casi la misma cantidad de agresión
que Austin, mientras que Cam tenía su mirada azul profundo pegada a mí.
—Dije que me iba a casa —anuncié—. ¿Van a intentar impedírmelo? ¿Tratar de
impedirme ir a donde quiero ir y hacer lo que quiero hacer?
—Maldita sea, Dylan —dijo Seth—. Por supuesto que no. Déjanos llevarte a casa
a salvo, ¿de acuerdo?
—Innecesario —respondió Derrick—. Ya la tengo. No nos sigan, o tendré el
gran placer de romper cada una de sus bonitas caras para que las omegas a las que
estaban entrevistando esta tarde los tachen de sus listas.
—Derrick, entiendo por qué estás enojado —gruñó Austin—, pero si vuelves a
amenazar a mi manada, tú y yo vamos a tener unas putas palabras.
Derrick sonrió como un loco.
—Estoy deseando que llegue.
Necesitaba separar a estos dos antes de que hubiera una pelea en el césped
de la EFO.
—Derrick, llévame a casa, por favor.
—Con mucho gusto.
Me agarró del brazo y empezó a arrastrarme. Durante la planificación,
habíamos identificado una entrada lateral junto a los dormitorios con una puerta fácil
de escalar, así que al menos no tendría que volver a hurtadillas a través de aquella
fiesta espantosa oliendo como si acabara de revolcarme en las feromonas sexuales
de la legendaria manada Bryce.
Miré por encima del hombro a los chicos por última vez.
—Gracias por su ayuda esta noche —grité, y luego añadí, para ser mezquina—
: ¡Disfruten del resto de sus citas rápidas! 238
Cam sólo me sonrió.
—Nos vemos pronto, Blossom.
Seth me lanzó un beso.
La mirada de Austin era calculadora, abrasándome la piel mientras intentaba
huir.
—Hasta la próxima, Petardo.
No sabía lo que me tenían preparado, pero si creían que iban a obligarme a ser
su obediente omega, les iba a joder el mundo.
Yo era Dylan St. James, y no era la segunda opción de nadie. No me enjaularían
con ataduras, y no me convertiría en esclava de mi cuerpo solo porque me había
emparejado olfativamente con tres hombres hermosos y peligrosos.
Aprenderían, y tendría que ser yo quien les enseñara.
CONTINUARÁ...
ACERCA DE LA AUTORA
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Elizabeth Dear es el alter ego supersecreto de una chica que sólo quiere
un poco de romance y aventura en su vida de vez en cuando. Escribe los libros que
le gustaría leer como fanática de la ficción independiente y lectora voraz. Le encantan
TODOS los tropos y sólo espera que hayas disfrutado del viaje. Síguela en Instagram
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