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A la búsqueda de identidades: Santiago el Zebedeo,

Santiago el de Alfeo, Santiago de Nazaret

Luis Ángel Montes Peral


IN STIT U TO TEOLÓ GIC O DEL SEMI NARI O MAYOR
C ar d e n a l A lm a r az 2 . 3 4 0 0 5 - PA L EN C I A

RESUMEN En el NT aparecen tres figuras con el nombre de Santiago. El primero es Santiago


Zebedeo, el hermano de Juan. El segundo es Santiago el de Alfeo, otro miembro de los Doce. El
tercero es Santiago de Nazaret, primo hermano de Jesús y posiblemente autor de la Carta de
Santiago, y sin relación con los Doce. Sin embargo, con frecuencia se ha identificado a los dos
últimos personajes. Valorando las fuentes neotestamentarias, el autor pretende clarificar
definitivamente esta cuestión. Para ello ofrece los datos más significativos de sus biografías, que
evidencian la diferenciación entre Santiago el de Alfeo y Santiago de Nazaret.
PA L A B R A S C L AV E Santiago Zebedeo; Santiago Alfeo; Santiago de Nazaret.

SUMMARY In the NT there are three people named James. The first one is James Zebedee, the brother
of John. The second one is James Alphaeus, who also belongs to the Twelve. The third one is James
of Nazareth, the brother-cousin of Jesus and probably the author of Letter of James, who wouldn`t
be a member of the Twelve. Very often these two last “James” have been identified. This paper
pretends to definitively clarify this question analizyng all the NT traditions. In addition, the author
offers their most significant biographical data, demonstrating the no-identification between James
Alphaeus and James of Nazareth.
KEY WORDS James Zebedee; James Alphaeus; James of Nazareth.

Desde el principio quiero fijar con claridad mi posición: Santiago el Zebe-


deo, Santiago el de Alfeo y Santiago de Nazaret, por citar a los tres en el
orden en que aparecen en los Sinópticos, son tres personajes distintos,
implicados de forma relevante, pero en diferente medida, en la vida de
Jesús y en los inicios de la comunidad cristiana de Jerusalén1. Los dos pri-

1 Los nombres y Jacobus, homónimos griego y latino del castellano Jacobo/Santiago, tienen su origen en el pa-
triarca Jacob, cuya elección por parte de Dios es recordada en Rm 9,6-13. Le cabe la gloria de ser el padre de los doce hijos,
que se encuentran en los orígenes de las tribus de Israel. Dada la importancia que tuvo en la formación del pueblo judío,

ESTUDIOS BÍBLICOS LXVII (2009) 111-160


112 Luis Ángel Montes Peral

meros pertenecen al grupo de los Doce, algo que no admite dudas, el ter-
cero es conocido como «el hermano del Señor» y, según mi parecer en
sintonía con las últimas investigaciones, está fuera de ese grupo. Según
esto, no se puede identificar a Santiago el de Alfeo con Santiago de Naza-
ret, tal como se ha hecho en otros tiempos de manera casi unánime2 y
se sigue haciendo en el momento actual con relativa frecuencia3, inclu-
so en obras con rigor científico4.

gozó siempre de gran popularidad entre los hebreos, sobre todo en la etapa del judaísmo griego y romano, en que con tanto
ahínco se buscaba la identidad propia para afirmarse como pueblo contra los dominadores. De ahí que fueran muchos los
que en la Palestina del siglo I portaran su nombre, sobre todo en la época de Jesús y también en el círculo mismo de su fa-
milia terrena y de su movimiento. (El proceso de evolución semántica del nombre principal castellano muy bien puede haber
sido éste: el Sanctus Jacobus latino de la Edad Media se transforma en lengua romance en Sant Yago, del que resulta nues-
tro Santiago). Llamo al tercer personaje Santiago de Nazaret, para hacer una sencilla diferenciación con los otros dos por-
tadores del mismo nombre. Soy consciente que nadie lo llama así. El sobrenombre con que se conoce en la investigación
bíblica es Santiago, el hermano del Señor (= ), denominación paulina, que aparece en
Ga 1,19. Los alemanes lo expresan con una sola palabra: Herrenbruder. En la historia de la Iglesia también se le ha llama-
do “el Justo” ( ), por la santidad que mostró en su vida. Este calificativo aparece en dos excepcionales testimo-
nios de gran antigüedad, que se remontan al siglo I. Nada menos que el Evangelio de Tomás le dedica este encendido elo-
gio puesto en boca de Jesús: “Los discípulos le dijeron a Jesús: Sabemos que tú nos dejarás. ¿Quién es el que será grande
entre nosotros? Jesús les dijo: Dondequiera hayais ido, os dirigiréis a Santiago el Justo, éste por quien fueron hechos el
cielo y la tierra”: EvTom 12 (cf. R. TREVIJANO, Estudios sobre el Evangelio de Tomás [Fuentes Patrísticas 2; Madrid 1977] 57).
Por su parte el historiador HEGESIPO, perteneciente “a la primera generación sucesora de los apóstoles”, afirma en un texto
de sus Memorias, transmitido por EUSEBIO: “Sucesor en la dirección de la Iglesia es, junto con los apóstoles, Santiago, el
hermano del Señor. Todos le dan el sobrenombre de ‘Justo’, desde los tiempos del Señor hasta los nuestros, pues eran
muchos los que se llamaban Santiago”: EUSEBIO DE CESAREA, Historia Eclesiástica II 23,4 (BAC 349; Madrid 1973) 107.
2 Baste citar aquí el famoso libro —el más extendido y popular santoral desde el final de la Edad Media— de SANTIAGO DE
LA VORÁGINE, La leyenda dorada I-II (Madrid 51992). Leemos en esta obra: “Este Santiago Apóstol […] es conocido o desig-

nado por cuatro nombres: Santiago el de Alfeo, es decir, hijo de Alfeo; Santiago, hermano del Señor; Santiago el Menor, y
Santiago el Justo” (Ibíd., I, 279). Es bien sorprendente que nuestro ELIO ANTONIO DE NEBRIJA (1441-1522) distinguiera en su
tiempo perfectamente a los tres Santiagos en su diccionario de nombres bíblicos: “Jacobus Zebedaei filius”, “Jacobus Al-
phaei, unus de duodecim discipulis Domini […]. Huius est epistola canonica?”, “Jacobus frater Domini” (cf. P. GALINDO – L.
ORTIZ [eds.], Nebrissensis Biblica [Madrid 1950] 102).
3 La Iglesia Católica occidental celebra la fiesta de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago el día 3 de mayo. Dado que en ella
se hace una identificación de los dos Santiagos en cuestión, en la que prima la pertenencia al grupo de los Doce Apósto-
les, Santiago de Nazaret en realidad no tiene una fiesta propia en la liturgia occidental. Sí la tiene en Oriente, donde se dis-
tingue perfectamente entre Santiago el de Alfeo y Santiago de Nazaret. Cf. F. HAASE, Apostel und Evangelisten in den orien-
talischen Überlieferung (NTA 9/1-3; Münster 1922).
4 Es el caso de G. PÉREZ, “Santiago el Menor”, en: A. DÍEZ MACHO, Enciclopedia de la Biblia VI (Barcelona 1963) 476-478.
Identifica al hijo de Alfeo con Santiago el Menor, el hermano del Señor y el autor de la Carta, que lleva su nombre. Las ra-
A la búsqueda de identidades 113

I. LAS FUENTE S H I ST Ó R I CA S D E L SI GL O I

El presente estudio quiere probar la tesis de la triple diferenciación de los per-


sonajes ofreciendo un buen número de argumentos proporcionados por las
fuentes escritas, interrelacionadas y leídas de forma crítica. Sólo recurrimos a
textos del siglo I, que son los que nos proporcionan la debida credibilidad.
La casi totalidad de los datos fehacientes que poseemos están contenidos en
el Nuevo Testamento. Sólo uno —en el caso de Santiago de Nazaret—, pro-
viene de un escritor judío. Los datos del Nuevo Testamento aparecen en los
tres tipos de literatura existentes en él: en las cartas, en los evangelios y en
los llamados Hechos de los Apóstoles.

1.LAS CARTAS D E PA B L O

Dentro del Corpus Paulinum no se habla de los dos primeros personajes, pero
sí del tercero: en la llamada Carta de la Resurrección (1 Co 15,5-7) y en la Carta
a los Gálatas (1,18-19; 2,9.11-12). Conforme a los datos presentados aquí, Pablo
habla de Santiago de Nazaret en cuatro ocasiones directas, suministrándonos
la primera información escrita que tenemos de él:
- se trata del hermano del Señor, conforme la expresión del Apóstol de
las Gentes (Ga 1,19);
- destinatario de una aparición de Cristo (1 Co 15,7), que sin duda cons-
tituyó para él un acontecimiento mayor, que supuso un antes y después en
su vida;

zones que da, apoyándose en el testimonio de “la mayoría de los Padres de Occidente” son muy escasas y no tienen la
menor fuerza probatoria. También, E. PERETTO, “Santiago el Menor”, en: A. DI BERARDINO (ed.), Diccionario Patrístico y de la
Antigüedad Cristiana (Institutum Patristicum Augustinianum; Salamanca 1992): “De Santiago se dice que era hijo de Alfeo
(Mt 10,3; Mc 3,18; Lc 6,15), hermano del Señor (Mt 13,55; Mc 6,3; Ga 1,19), con Pedro y Juan una de las columnas de la
Iglesia de Jerusalén (Ga 2,9; Hch 15,13; 21,18)” (Ibíd., 1944). Aunque después sostiene con mayor espíritu crítico: “cabe
preguntarse si todos estos textos hablan de la misma persona” (Ibíd.) y presenta Ga 1,19 “como la prueba más decisiva con-
tra la tesis de la identificación, pues el título ‘hermano del Señor’ no aparece nunca unido al de ‘apóstol’” (Ibíd.). Todavía
el último Año Cristiano, publicado recientemente, no distingue debidamente entre Santiago el de Alfeo y Santiago de Na-
zaret (cf. J. R. FLECHA ANDRÉS, “Santiago el Menor”, en: J. A. MARTÍNEZ PUCHE [dir.], Nuevo Año Cristiano/ 5. Mayo [Madrid
2
2001] 65-67).
114 Luis Ángel Montes Peral

- presentado incluso en Ga 2,9 en primer lugar, (antes de las dos figu-


ras emblemáticas del grupo de los Doce: Pedro y Juan), con funciones direc-
tivas para enviar misioneros a los gentiles;
- con un gran prestigio en la comunidad de Jerusalén hasta el punto
de que alrededor de su persona se formó una especie de partido, conocido
como «los de Santiago» (Ga 2,12).
Tenemos un testimonio indirecto en 1 Co 9,5, donde se habla de los her-
manos del Señor. Comentaremos en su momento este texto.

2. LOS EVANGELIO S

Son los que nos proporcionan una mayor información sobre las tres perso-
nalidades:
Evangelio de Marcos: 1,19-20.29-31; 3,14-19; 5,37; 6,3; 9,2; 10,35; 13,3-
4; 14,33; 15,40-41; 16,1; cf. también: 3,20-21.31-35). El primer evangelista men-
ciona a los tres personajes:
- En nueve ocasiones a Santiago, el hijo de Zebedeo y Salomé (Mc 15,40;
cf. Mt 27,56) y hermano de Juan (1,19.29; 3,17; 5,37; 9,2; 10,35; 13,3; 14,33).
Siempre Santiago aparece junto con su hermano y nombrado en primer lugar.
- En una ocasión a Santiago, el de Alfeo (3,18), del que no conocemos
ningún dato más.
- En tres ocasiones aparece Santiago de Nazaret (6,3; 15,40; 16,1), pre-
sentado como el hermano del carpintero Jesús e hijo de María (distinta de la
madre de Jesús). En 15,40 se le designa como «el menor» (= ), mejor
traducido «el pequeño», quizá debido a su baja estatura5. Dos veces, bien sig-
nificativas por cierto, habla indirectamente de nuestro personaje.

5 Mc 15,40 constituye el único texto del Nuevo Testamento en que a un personaje se le llama “el pequeño” o “el menor”.
No estoy de acuerdo con J. DUQUESNE, María. La verdad que se esconde tras el mito (Barcelona 2006) 95, cuando sostiene
que “no hay ninguna prueba de que Santiago el menor y Joset, mencionados en la escena de la crucifixión, sean los mis-
mos que el Santiago y el Joset que aparecen en las escenas en que los habitantes de Nazaret, sorprendidos por las pala-
bras y los actos de Jesús”. Apoyándome sobre todo en el testimonio de Mc, mantengo todo lo contrario. De lo que no hay
ninguna prueba es que Santiago y José no sean los hermanos mencionados de Nazaret. Aunque es verdad que a los
judíos, como otros muchos pueblos orientales, se les identifica con el nombre del padre, también es verdad que no ocurre
siempre así. En Mc 6,3 tenemos el caso más claro: el mismo Jesús es abiertamente llamado “el hijo de María”. Está bien
A la búsqueda de identidades 115

- De acuerdo con estos datos, y después de una lectura del Evangelio,


constatamos con toda claridad que en Marcos no aparece pista alguna de la
que podamos deducir que Santiago, el de Alfeo y Santiago de Nazaret cons-
tituyan una misma y única persona. La sola coincidencia entre ellos es que
portan el mismo nombre, por otro lado, tan frecuente en aquel tiempo.
Evangelio de Mateo: Todos los textos (con excepción de la resurrec-
ción de la hija de un hombre importante en que no se menciona a los tres
discípulos) dependen de Marcos y propiamente no añaden ninguna informa-
ción complementaria, si no es que la Salomé, de la que habla Mc 15,40; 16,1
la identifica con la madre de los hijos del Zebedeo (cf. 20,20; 27,56).
- De Santiago el Zebedeo habla en cinco pasajes. Tres explícitos: 4,21;
10,2; 17,1 y dos implícitos: 20,28: en este texto no se le nombra directamen-
te, pero hay claras referencias a su persona; 26,37: se le menciona como uno
de «los dos hijos del Zebedeo».
- A Santiago, el hijo de Alfeo sólo se le mienta en 10,3.
- Las dos referencias a Santiago de Nazaret se encuentran en 13,55 y
27,56 (falta la mención en la escena del descubrimiento de la tumba vacía).
Tampoco en Mateo encontramos indicio alguno para identificar a San-
tiago, el de Alfeo con Santiago de Nazaret. No menciona explícitamente a
Santiago Zebedeo, como tampoco a Pedro, Andrés y Juan, en la revelación
privada que Jesús les da sobre el fin del templo (24,3). Tampoco lo mencio-
na, ni a Andrés, ni a Juan en la curación de la suegra de Pedro (8,14). Como
Marcos, siempre nombra a los hijos del Zebedeo juntos y a Santiago en pri-
mer término.
claro que el evangelista en Mc 15,40 relaciona a esos personajes con el nombre de una mujer, otra María: “María, la
(madre) de Santiago el pequeño y la madre de José”, para traducir al pie de la letra. Ya en su tiempo, con muy buen crite-
rio, San Jerónimo identificó a los últimos personajes mencionados con dos de los cuatro hermanos de Jesús de Mc 6,3. Y
pienso que estaba en la buena pista. Tampoco Schlier identifica a Santiago de Nazaret con el Santiago el Menor de 15,40,
aunque el famoso exégeta alemán se limita a constatar que el Santiago del que se habla en Ga 1,19 “no se trata natural-
mente de Santiago el Menor […], sino del que aparece como ‘hermano’ de Jesús”, sin que dé razón alguna para justificar
el desdoblamiento de los dos personajes (cf. H. SCHLIER, La Carta a los Gálatas, 75). Sin embargo, trata el tema de manera
muy diferenciada J. BLINZLER, “Jakobus der Jüngere, Apostel”, en: J. HÖFER – K. RAHNER (eds.), Lexikon für Theologie und Kir-
che 5 (Friburgo de Brisgovia 1960; Sonderausgabe 1986) 834s; cf. ID., “Jakobus, der Bruder Jesu”, en: Ibíd., 837s. La exé-
gesis actual tiende a la identificación de Santiago de Nazaret con el Santiago el pequeño de Mc 15,40.
116 Luis Ángel Montes Peral

Evangelio de Lucas: 5,9-10; 6,13-16; 9,53-54; 24,8-10. La mayoría de los


textos dependen de Marcos, con excepción de los transcritos aquí.
Menciona al hijo del Zebedeo en: 5,10; 6,14; 8,51; 9,28.54. Silencia las
referencias de Marcos al trío de los discípulos en las escena de Getsemaní.
Añade la información, no transmitida por los otros evangelistas, que Santia-
go y Juan eran compañeros de Simón.
Sólo en 6,15 aparece Santiago el hijo de Alfeo, en conformidad con Mar-
cos y Mateo.
Una sola vez aparece indirectamente Santiago de Nazaret en una lista
de mujeres (24,10).
La identificación de éste con Santiago, el hijo de Alfeo, resulta imposi-
ble, cuando se tiene en cuenta los textos presentados y se los compara debi-
damente. Como los otros dos Sinópticos siempre aparecen juntos los nombres
de los hijos del Zebedeo y Santiago en primer lugar.
Específico de Lucas es la mención de un «Judas el de Santiago» (6,16).
¿A quién se está refiriendo el evangelista aquí? Estamos ante un personaje
que en todo el Nuevo Testamento sólo aparece en Lc 6,16 y en Hech 1,13.
En el grupo de los Doce, por lo tanto, contaríamos con dos Judas. Además
del traidor, aparece otro con ese nombre. «Algunos, preocupados por la armo-
nización, lo identifican con Tadeo (Mt 10,3; Mc 3,18)6. Tadeo sería entonces
su sobrenombre griego»7. «La tradición cristiana posterior unió los dos nom-
bres, dando como resultado “Judas Tadeo”; pero esta acumulación nominal no
tiene ninguna base en el Nuevo Testamento»8. Todo intento de armonización
no deja de ser problemático. Expresan su excepticismo ante ella, además de
los ya mencionados en las notas: Bovon y Fitzmyer, Schürmann9, Ernst10, por

6 Es el caso de J. LEAL, “Evangelio de San Lucas”, en: A.A.V.V., La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento I. Evangelios (BAC
207; Madrid 1961) 633; M. TUYA, Los Evangelios. Biblia comentada V (BAC 239; Madrid 1961) 804; J. SCHMID, El Evangelio
según San Lucas (Comentario de Ratisbona al Nuevo Testamento III; Barcelona 1967) 131.
7 F. BOVON, El Evangelio según San Lucas (Lc 1-9) I (BEB 85; Salamanca 1995) 404.
8 J. A. FITZMYER, El Evangelio según Lucas II (Madrid 1986) 581.
9 H. SCHÜRMANN, Das Lukasevangelium I (HThKNT III/ 1; Friburgo – Basilea – Viena 1969) 317s.
10 J. ERNST, Das Evangelium nach Lukas (RNT III; Ratisbona 51977) 209.
A la búsqueda de identidades 117

citar a algunos de los últimos comentaristas más famosos del Evangelio de


Lucas.
Importante para nosotros es que a este Judas se le caracteriza como «hijo
(no procede hermano) de Santiago»11. ¿Quién es éste Santiago? «Este Santiago
no es ni el hijo del Zebedeo, ni el hermano del Señor, ni el hijo de Alfeo»12.
Nos referiremos a él más adelante.
Evangelio de Juan. En el Cuarto Evangelio no aparecen nunca men-
cionados por su nombre ni Santiago, ni su hermano Juan. En el apéndice
final se los menciona indirectamente como los «hijos del Zebedeo»: 21,1-2.
No aparece nombrado tampoco Santiago el de Alfeo. De Santiago de Naza-
ret habla indirectamente, cuando de manera genérica se refiere a los «herma-
nos de Jesús» (2,12; 7,3.5.10) que, por cierto, «ni siquiera ellos creían en él»
(7,5).

3. HECHOS DE L O S A P Ó S T O L E S

He aquí los textos: 1,13-14; 12,1-3.16-17; 15,13-14; 21,18-19 y las deduccio-


nes que sacamos de ellos:
- Los dos primeros textos hablan del hijo del Zebedeo. Conviene des-
tacar que 1,13 es el único texto en que se menciona a Juan por delante de su
hermano Santiago.
- Los tres restantes se refieren a Santiago de Nazaret, el hermano del
Señor, aunque en el primero existe una referencia implícita también a éste,
cuando se habla de los hermanos de Jesús.
- En el primer texto se menciona a Santiago el de Alfeo. De este pri-
mer texto se puede inferir perfectamente la clara distinción entre Santiago el
de Alfeo y Santiago, el hermano del Señor.
Sintetizando, los textos que hablan explícitamente de:
Santiago el Zebedeo (Mt 4,21; 10,2; 17,1; Mc 1,19.29; 3,17; 5,37; 9,2;
10,35.41; 13,3; 14,33: Lc 5,10; 6,14; 8,51; 9,28.54; Hch 1,13; 12,2);

11 No hay que identificarlo, por lo tanto, con el “Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago” del inicio de la carta de
Judas. El nombre representa la forma griega del patriarca Judá.
12 F. BOVON, El Evangelio según San Lucas (Lc 1-9), 404.
118 Luis Ángel Montes Peral

Santiago el de Alfeo (Mt 10,3; Mc 3,18; Lc 6,15; Hch 1,13);


Santiago de Nazaret (Mt 13,55; 27,56; Mc 6,3; 15,40; 16,1; Lc, 24,10; Hch
12,17; 15,13; 21,18; 1 Co 15,7; Ga 1,19; 2,9.12).
Nota complementaria: En el Nuevo Testamento encontramos tres per-
sonajes más, que portan el nombre de Santiago:
Santiago el padre de Judas, uno de los Doce según la tradición lucana
(Lc 6,16; Hch 1,13)13;
Santiago, el autor de la carta que lleva su nombre14;
Santiago el hermano de Judas, el supuesto autor de la carta que lleva
su nombre ( Judas 1)15.

II. D ATO S BI OGRÁ FI CO S D E LO S T RE S P E RS O NA JES

Nos limitamos a recoger la información precisa que aparece en las fuentes


anteriores, dejando a un lado otros datos que aparecen en la tradición pos-
terior. Sólo en el caso de Santiago de Nazaret completaremos la información

13 El integrante del grupo de los Doce es Judas, “hijo de Santiago”. Por lo tanto, “no hay que identificarle con “Judas, her-
mano de Santiago, a quien se atribuye la carta canónica del mismo nombre (Judas 1,1). Ioudas es la forma griega del nom-
bre del patriarca ‘Judá’” (J. A. FITZMYER, El Evangelio de Lucas II, 581). Tampoco hay que identificarlo que el hermano de San-
tiago de Nazaret. Se trata de un personaje totalmente desconocido en el resto del Nuevo Testamento. Sólo aparece en las
listas lucanas y con ello nos tenemos que contentar. Todos los intentos de equiparar tanto a este Judas como a este San-
tiago con otros personajes del Nuevo Testamento están condenados al fracaso. Aunque no han faltado pretensiones,
como veremos más adelante, de unir a Judas con el Tadeo de Mc 3,18 y Mt 10,3, dando como resultado el Judas Tadeo de
la tradición posterior. “Pero esta acumulación nominal no tiene ninguna base en el Nuevo Testamento” (Ibíd.).
14 Como trataré de mostrar más adelante, este Santiago es el mismo que Santiago de Nazaret. La razones son fuertes para
mantener la identificación, aunque no podemos asegurarlo.
15 Aparece al principio de la breve carta de Judas: “Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago”. La Carta de Judas
muy posiblemente es un escrito pseudoepigráfico y la mayoría de los autores que se ocupan de ella están de acuerdo en
afirmar que su autor es un judeocristiano desconocido, que a la vuelta del primer siglo escribió una carta bajo el nombre
de Judas (cf. K. H. SCHELKLE, Die Petrusbriefe. Der Judasbrief (HThKNT XIII, 2; Friburgo – Basilea – Viena 1961) 143; B. REIC-
KE, The Epistles of James, Peter, und Jude (The Anchor Bible; Nueva York 1964) 190s. Muy bien este autor quiso presen-
tarse como el Judas, hermano del Señor (Mc 6,3), dentro de la tradición representada por su otro hermano Santiago; cf. J.
CERVANTES GABARRÓN, “Carta de San Judas”, en: S. GUIJARRO OPORTO – M. SALVADOR GARCÍA (eds.), Comentario al Nuevo Tes-
tamento (Madrid 1995) 669. Que esto históricamente lo tengamos que asegurar así, es otro cantar.
A la búsqueda de identidades 119

del Nuevo Testamento con un texto de Flavio Josefo, perteneciente también


al siglo I y de gran valor histórico.

1. SANTIAGO E L Z E B E D E O 16

Es hijo del matrimonio formado por Zebedeo y Salomé17. Hermano de Juan.


Desconocemos si contaba con más hermanos. Como veremos más adelante,
muy posiblemente tuvo hijos.

Hijo de un empresario de la pesca


El que en las listas de los Sinópticos, como hemos destacado ya, aparezca siem-
pre en primer lugar, quizá sea debido al hecho de que era el mayor de los
dos hermanos, aunque no podemos asegurar este extremo18. Si exceptuamos
el hecho de su muerte, no contamos con información alguna, en que aparezca
adornado con rasgos característicos, que lo diferencien de su hermano Juan.
Su vida, por lo tanto, va siempre junta con la de su hermano. Su destino, en
cambio, está bien diferenciado.
Natural de Betsaida Julias, la patria de Pedro y Andrés ( Jn 1,44), dedi-
có los primeros años de su actividad laboral al negocio de la pesca en el lago
de Galilea y fue socio de aquéllos, como se deduce de Lc 5,10 que caracteri-
za a Santiago y Juan como «compañeros de Simón». Damos por histórica la
observación del evangelista, que usa el término griego , que puede
significar, además de compañero o camarada, también colaborador o socio.

16 Introduzco la figura de Santiago el Zebedeo, para clarificar mejor la identidad de los otros dos Santiagos, que en realidad
representan el objeto más directo de este estudio. La literatura secundaria en torno a Santiago el Zebedeo es inmensa en
la actualidad. Sin embargo existe muy poca literatura seria que trate con rigor la figura de Santiago de Nazaret. En la ac-
tualidad no conozco ninguna monografía de corte científico dedicada al tema. Es bien sorprendente, por cierto, que la
magnífica Theologische Realenzyklopädie ni tan siquiera le dedique una entrada propia, para glosar su personalidad.
17 A Santiago el Zebedeo, también se la denomina Santiago el Mayor, para distinguirlo de Santiago el Menor, expresión ésta
que se encuentra en Mc 15,40 y que, según mi parecer ya expuesto anteriormente, hace referencia a Santiago de Nazaret.
El sobrenombre “el Mayor”, por lo tanto, no aparece en el Nuevo Testamento. SANTIAGO DE LA VORÁGINE da esta explicación,
muy extendida en la Edad Media, de ambos apelativos al hablar de Santiago el Menor: “Llamósele Santiago el Menor
para diferenciarlo de Santiago, hijo de Zebedeo, al que se le da el sobrenombre de Mayor, no tanto porque tuviese más
edad que el otro, sino porque ingresó antes que él en el colegio apostólico” (S. DE LA VORÁGINE, La leyenda dorada I, 280).
18 Cf. K. ALAND, “Jakobus”, en: 3RGG 3, 525.
120 Luis Ángel Montes Peral

Con todo, resulta imposible descubrir el significado exacto de un tér-


mino tan abierto. Desde luego hay que descartar que trabajara a sueldo de
Simón. Más bien podemos suponer que pertenecía al mismo gremio que aquél,
sin que se pueda precisar más: en qué consistía la mutua relación y quien
poseía mejor posición económica. Hablar de una especie de «consorcio de pes-
ca en el lago de Genesaret», formado por Simón Pedro, Zebedeo y sus hijos,
parece un tanto exagerado y llevar el término y el negocio demasiado lejos19.
Su padre puede ser considerado como un empresario de la pesca de
tipo medio, teniendo en cuenta los condicionamientos de la época. Alguien
ha calificado a los integrantes del clan del Zebedeo como «modestos propie-
tarios»20, aunque cabe también pensar que no fueran tan modestos. Así pode-
mos suponerlo, basados en el hecho de que eran dueños al menos de una bar-
ca y tenían jornaleros a su cargo. Algo resulta claro: la familia no pertenecía
a la clase baja, como es el caso de Jesús de Nazaret. Precisamente Mc 1,20
afirma con claridad que trabajaba en la empresa familiar, cuando tuvo el pri-
mer encuentro con el que iba a ser su Maestro21.

Discípulo muy cercano a Jesús


Contamos con la breve pero preciosa escena de su llamamiento para el dis-
cipulado, a orillas del lago de Galilea (Mc 1,19s par.). Algo grande vio en Jesús
para estar dispuesto, junto con Pedro, Andrés y su hermano, a seguirlo de-
jando familia y trabajo, casa y patria, y cambiando de oficio: «os haré
pescadores de hombres» (Mc 1,17; Lc 5,10)22. Dadas las costumbres de la época,
hay que suponer que en ese momento preciso estaba casado, aunque en la
escena comentada no se hable de la esposa y de los hijos. Mc 10,29-31 parece
dar a entender que tenía, como el resto de los discípulos, hijos. Aunque en

19 E. PERETTO, “Santiago el Mayor”, en: A. DI BERARDINO (ed.), Diccionario Patrístico y de la Antigüedad Cristiana II, 1943.
20 J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, “Santiago el Mayor”, en: A. DÍEZ MACHO (dir.), Enciclopedia de la Biblia VI (Barcelona 1963) 473.
21 Cf. L. Á. MONTES PERAL, Tras las huellas de Jesús. Seguimiento y discipulado en Jesús, los Evangelios y el Evangelio de Di-
chos Q (EE 95; Madrid 2006) 18-19, 25.
22 La promesa es dicha en el primer texto (Mc 1,17) a Pedro y Andrés; en el segundo texto (Lc 5,10) está referido únicamente
a Pedro. Hay que suponer que muy bien los cuatro primeros discípulos estuvieron implicados en esa promesa.
A la búsqueda de identidades 121

este sentido no podemos afirmar nada con seguridad de cada uno de los Doce.
1 Co 9,5 tampoco nos saca de la indefinición.
Como su hermano Juan y como sus convecinos Pedro y Andrés, siguió
a Jesús y lo acompañó en su actividad pública hasta el prendimiento en Get-
semaní. No podemos precisar el momento exacto del llamamiento, que acon-
teció en Galilea. Los Sinópticos dan a entender unánimemente que fue al prin-
cipio de la misión pública de Jesús y esa suposición, corroborada en cierta
medida por el Cuarto Evangelio, puede considerarse como válida, aunque
no es concluyente del todo hasta el punto de fijarla como hecho histórico.
Cuando aún no se había formado el grupo de los Doce, acompaña a
Jesús en su predicación y en los milagros que hace. Se le mienta expresamente,
junto con Pedro, Andrés y Juan, en la curación de la suegra de Pedro en Cafar-
naúm (Mc 1,29-31) y estuvo del mismo modo presente en la pesca milagrosa
(Lc 5,1-11). También aparece como testigo de la oración de Jesús en lugares
solitarios (Mc 1,35). Hay que suponer, del mismo modo, que participara en
las comidas de amistad con los pecadores (Mc 2,15). Le tuvieron que causar
honda impresión las disputas de Jesús con los maestros de la ley y los farise-
os, algunas debidas a su comportamiento como discípulos, ya que no ayu-
naban (Mc 2,18-22) y comían las espigas, cuando pasaban por los campos (Mc
2,23-27).
Perteneció no sólo al grupo de los Doce, sino que además formó par-
te del círculo reducido del trío más cercano a Jesús integrado por Pedro, Juan
y él mismo, mostrando Jesús así una cierta predilección por ambos. Es bien
significativo que en el interior del grupo de los Doce aparezca en la narra-
ción sinóptica este grupo de tres, acreditados como los principales confiden-
tes de Jesús. Con todo, este reducido círculo desaparece después de su muer-
te, sin que pueda constatarse que tenga significación alguna en la primitiva
comunidad de Jerusalén.
Por pertenecer al estrecho trío mencionado, estuvo presente en tres
momentos bien significativos de la historia de Jesús no abiertos a los otros
miembros del grupo de los Doce: La resurrección de una niña; la primera resu-
rrección de la que se nos informa en la tradición evangélica. El acontecimiento
122 Luis Ángel Montes Peral

de la Transfiguración, que dejó una impresión imborrable en el trío de discí-


pulos. La agonía de Getsemaní, en los inicios de la Pasión. En momentos de
gloria y de dolor es testigo cualificado del misterio que envuelve a su Señor.
El que en la lista de los Doce siempre aparezca antes de su hermano, des-
pués de Pedro23, insinúa la importancia que jugó en el grupo, aunque nun-
ca se acredite como portavoz de los Doce o se diga algo personal suyo, que
lo distinga de sus compañeros de discipulado con la salvedad que haremos
al mencionar su muerte.

Buscador de los primeros puestos


Como su hermano Juan, debía tener un carácter fuerte y hasta violento. El
que ambos fueran llamados los Boanerges, los hijos de trueno (Mc 1,19 par)
concuerda perfectamente con el relato de Lc 9,53s, donde ambos aparecen
adornados de trazos iracundos, hasta el punto que el mismo Jesús tiene que
reprenderlos severamente ante los demás discípulos porque quieren nada
menos que aniquilar a una población samaritana poco hospitalaria. No hay
vestigio alguno que nos haga suponer, que siguieron manteniendo ese preo-
cupante carácter después de la Resurrección de Jesús.
Antes de la Pascua estuvo implicado en un episodio bien significativo,
que nos proporciona algunos rasgos más sobre su carácter excluyente y rom-
pedor. Tenemos que pensar que pertenecía a una familia con ganas de sobre-
salir, marcada por lo que se suele llamar amor propio. Él y su hermano, según
Marcos (10,35ss), o su madre, según Mateo (20,20ss), tuvieron la osadía, estan-
do el resto de los Doce presentes, de dirigirse a Jesús para solicitar los pri-
meros puestos en su reino.
En el relato de Mateo Salomé aparece como madre solícita, un tanto des-
carada, haciendo la petición sin ambages para sus vástagos. Este cambio pue-
de explicarse quizá por el cuidado que tiene el evangelista de no dejar mal a
los dos discípulos y presentarlos con rasgos negativos. Lo más probable es que
fueran los dos hermanos quienes, por propia iniciativa, hicieran la petición

23 Ya hemos constatado la excepción: Hch 1,13. Las listas de Mt 10,2 y Lc 6,13 mencionan a Andrés antes que a Santiago.
A la búsqueda de identidades 123

con el justificado disgusto de los que presenciaron la escena24. Con todo es


posible, que su madre estuviera detrás. Sin duda la contestación dada por Jesús
a tan insólito ruego, y el diálogo que mantuvo con ellos en aquella ocasión,
tuvo que impresionarlos y marcar su rumbo posterior después de la Pascua.
Jesús pretende que los hermanos Zebedeo, como el conjunto de sus dis-
cípulos, descubran algo que se deja traslucir en su comportamiento y que nada
tiene que ver con los patrones de la sociedad establecida, ávida de los pri-
meros puestos y ansiosa de las posiciones dominantes, sino con la entrega
generosa por los demás, que puede llegar incluso al martirio. La regla funda-
mental del buen obrar de los seguidores del Maestro es bien sencilla, pero exi-
gente: lo que verdaderamente importa es servir, no ser servido, prosiguien-
do el estilo de vida marcado por el Hijo del Hombre (Mc 10,42-45 par.).
Después de la Pascua Santiago pertenece, junto con su hermano, el
resto de los Doce, algunos discípulos y discípulas y la familia terrena de Jesús,
al grupo de los galileos, que constituyen el núcleo central de la primitiva comu-
nidad de Jerusalén (Hch 1,13-14). En ella parece que jugó su importancia, aun-
que el autor de Hechos mencione de modo mucho más destacado la activi-
dad de su hermano (3,1.3.4.11; 4,13.19; 8,14) y no lo nombre, si no es en la
lista que transmite de los Doce (Hch 1,13)25 y en la brevísima narración de
su ejecución (Hch 12,2). Según una antiquísima tradición los Doce permane-
cieron los doce primeros años en Jerusalén, hasta la muerte de Santiago26.

Su muerte por decapitación


De hecho fue el protomártir del grupo de los Doce. Le cabe la gloria de ser
el primero en haber sido ejecutado por el rey Herodes Agripa I, a más tardar
el año 44 d. C.27, aunque no se pueda garantizar del todo esta fecha. Hay quien

24 Cf. L. A. MONTES PERAL, “Evangelio: Mt 20,20-28”: Homilética (2006, 4) 394s.


25 Aquí aparece de modo destacado entre las primeras figuras del Colegio de los Apóstoles.
26 A. WIKENHAUSER, “Jakobus der Ältere”, en: J. HÖFER – K. RAHNER (eds.), Lexikon für Theologie und Kirche 5, 833.
27 Es la fecha que cuenta con más partidarios: Cf. K. ALAND, “Jakobus”, 525; “Antes de la pascua del año 44”: O. MICHEL, “Ja-
kobus”, en: K. GUTBROD – R. KÜCKLICH – T. SCHLATTER (eds.), Calwer Bibellexikon (Stuttgart 1959) 584; N. M. FLANAGAN, He-
chos de los Apóstoles (Nuevo Testamento 6; Santander 1966) 77; H. HAAG – A. VAN DEN BORN – S. DE AUSEJO, Diccionario de
124 Luis Ángel Montes Peral

adelanta la fecha al 4228. No faltan autores importantes, que datan la muerte


el año 4329. Según Mc 10,39 Jesús predijo su muerte, cuando los dos herma-
nos vinieron a solicitar los primeros puestos30.
Cuando Pablo escribe su primera carta (año 49/50), Santiago llevaba
ya muerto media docena de años, si no algo más. De su posible venida a Espa-
ña antes de su temprana muerte no aparece rastro alguno en los textos comen-
tados. Es más, la noticia que nos proporciona Hch 12,1s deja poco margen
para suponer la historicidad del hecho. Aunque no se puede descartar en abso-
luto tal posibilidad, tenemos que llegar al siglo V, o incluso a fechas poste-
riores, para encontrar textos, que avalen la tradición de la presencia del Após-
tol en la Hispania romana. Leyendas antiguas sostienen que está enterrado
en la catedral de la ciudad española que lleva su nombre, Santiago de Com-
postela. Pero son datos, que no constituyen objeto directo de nuestro estu-
dio.
Se nos escapa conocer la razón exacta, por la que el nieto de Herodes
el Grande eligió en primer lugar a Santiago para su ejecución por decapita-
ción31, cuando se decidió a echar mano «a algunos de la iglesia para maltra-
tarlos». No puede probarse la suposición de que su muerte se debió al pre-
sunto hecho de haber sido «un predicador especialmente activo y señalado»32.
Difícilmente corresponde a la verdad histórica la conjetura de que fueron los

la Biblia (Barcelona 21966) 1797; G. SCHNEIDER, Die Apostelgeschichte (HThKNT V/1; Friburgo de Brisgovia 1980) 132-133;
Nuevo Testamento de la Casa de la Biblia (1988) 805.
28 Cf. J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, “Santiago el Mayor”, 475; incluso un autor hace una precisión sorprendente: “a finales de marzo
o principios de abril del 42 d. C.” (E. PERETTO, “Santiago el Mayor”, 1943).
29 H. CONZELMANN, Geschichte des Urchristentums (NTD Ergänzungsreihe 5; Gotinga 1969) 41, 129. Según este autor Agripa
murió un poco después el año 44 (Ibíd., 47); B. REICKE, The Epistles of James, Peter, and Jude (Anchor Bible 37; Nueva York
1964) 3.
30 Cf. E. SCHWARTZ, “Über den Tod der Söhne Zebedaei. Ein Beitrag zur Geschichte des Johannesevangeliums”, en: Gesam-
melte Schriften V (Berlín 1963) 48-123; ID., “Noch einmal der Tod der Söhne Zebedaei”: ZNW 11 (1910) 89-104.
31 De hecho, “no se da razón alguna de por qué Santiago fue ejecutado” (J. A. FITZMYER, Los Hechos de los Apóstoles II (BEB
113; Salamanca 2003) 109.
32 F. PASTOR, “Hechos de los Apóstoles”, en: S. GUIJARRO OPORTO – M. SALVADOR GARCÍA (eds.), Comentario al Nuevo Testamen-
to, 366.
A la búsqueda de identidades 125

cristianos judaizantes más radicalizados los que le entregaron al rey33. Del mis-
mo modo resulta difícil sostener la posición de quienes piensan que Agripa I
persiguió a la primitiva comunidad de Jerusalén, para acceder a los deseos
de los fariseos que estaban enojados con ella, por haber dado cobijo en su
seno a Pablo, después de abandonar el judaísmo34.
Está claro, sin que podamos precisar más, que el rey dió la orden de
su ejecución, lo mismo que la de la persecución de algunos de la Iglesia y la
del encarcelamiento de Pedro, movido por el afán de granjearse el aplauso
de los judíos35, ya que Hch 12,3 lo afirma explícitamente. Además las autori-
dades religiosas judías recurren al poder político, porque deseaban acabar
como fuera (Hch 4,1-3; 5,17-18) con los miembros más representativos de la
comunidad de Jerusalén. Lo cierto es que Santiago se convirtió en el proto-
mártir de los Doce, aunque no del cristianismo, que es Esteban, el portavoz
del círculo de los siete diáconos (Hch 7).
En este sentido sorprende la extrema brevedad con que es narrada la
ejecución de Santiago, siendo uno de los máximos dirigentes de la primitiva
comunidad de Jerusalén. Más asombra este hecho si se compara con la muer-
te de Esteban, narrada con todo lujo de detalles. ¿A qué se debe esta despro-
porción a favor de una figura menor? Algunos sospechan que Lucas encon-
tró la escueta noticia sobre el martirio de Santiago en la tradición recibida de
Jerusalén y la transmitió sin más, no pretendiendo hacer un doblete de la narra-

33 Sin embargo esta posición es mantenida por no pocos autores católicos de la actualidad, que se ocupan del tema en cues-
tión. Más en conferencias que en escritos científicos.
34 Mantienen esta posición E. SCHWARTZ, “Noch einmal der Tod der Söhne Zebedaei”, 89ss; A. LOISY, Les Actes des Apôtres
(Paris 1920) 480s. Este punto de vista difícilmente puede mantenerse. También Santiago de Nazaret protegió a Pablo y, sin
embargo, no fue molestado por el rey Agripa (cf. E. HAENCHEN, Die Apostelgeschichte (KEKNT 5; Gotinga 51965) 325; G KIT-
TEL, “Die Stellung des Jakobus zum Judentum und Heidenchristentum”: ZNW 30 (1931) 145-157.

35 De hecho, entre los judíos gozó de gran predicamento. Filón de Alejandría hace un encendido elogio de él y nos transmite
una larga y valiente carta del rey judío, dirigida a Calígula, para que desistiera de su intento de introducir una estatua suya
en el templo de Jerusalén (F. DE ALEJANDRÍA, De legatione ad Gaium 261-330, en: Obras completas de Filón de Alejandría V,
ed. J. M. TRIVIÑO (Buenos Aires 1976) 367-380. Sin embargo al autor de Hechos da una visión muy crítica de su comporta-
miento y nos narra su horrenda muerte, “roído de gusanos” (Hch 12,19-23), semejante a la tenida por Antíoco IV Epífanes,
el gran perseguidor de los judíos en la época de los seléucidas (2 Mac 9).
126 Luis Ángel Montes Peral

ción dedicada a Esteban36. Da la sensación que su ejecución no se hizo con-


forme los preceptos de la Ley y recuerda a la muerte de Juan Bautista, narra-
da en Mc 6,17-20 par37.
El actual Papa resume así el ejemplo que el Santo puede darnos hoy:

«De Santiago podemos aprender mucho: la prontitud para acoger la lla-


mada del Señor, incluso cuando nos pide que dejemos la “barca” de
nuestras seguridades humanas; el entusiasmo para seguirle por los
caminos que Él nos indica más allá de nuestra presunción ilusoria; la
disponibilidad para dar testimonio de Él con valentía y, si es necesa-
rio, con el sacrificio supremo de la vida. De este modo, Santiago el
Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de generosa adhe-
sión a Cristo. Él, que inicialmente había pedido, a través de su madre,
sentarse con el hermano junto al Maestro en su Reino, fue precisamente
el primero en beber del cáliz de la pasión, en compartir con los Após-
toles el martirio»38.

2. SA NTIA G O EL D E A LF EO 39
Poco podemos decir de este miembro del grupo de los Doce. Era hijo de Alfeo,
un personaje desconocido para nosotros. La mención a su padre en la lista

36 Cf. J. ROLOFF, Hechos de los Apóstoles (Madrid 1984) 251; G. LÜDEMANN, Das frühe Christentum nach den Traditionen der
Apostelgeschichte (Gotinga 1987) 146; G. LOHFINK, Die Samlung Israels (StANT 26; Múnich 1971) 55; F. OVERBECK, Kurze Er-
klärung der Apostelgeschichte von Dr. W. M. L. DE WETTE (Leipzig 41870) 181s.
37 Su fiesta litúrgica se celebra el 25 de julio, aunque en sus orígenes tuvo lugar el 27 de diciembre, junto con su hermano
Juan. Los coptos lo conmemoran el 12 de abril; los griegos el 30 del mismo mes y los armenios el 28 de diciembre (cf. A.
WIKENHAUSER, “Jakobus der Ältere”, 833).
38 BENEDICTO XVI, “Santiago el Mayor o la prontitud para acoger la llamada del Señor”: Ecclesia 3 (2006) 317. Audiencia ge-
neral del miércoles 21 de junio de 2006.
39 Es muy escasa la bibliografía que se ocupa de este personaje, como distinto de Santiago de Nazaret. Cf. J. BLINZLER, “Ja-
kobus der Jüngere, Apostel”, en: 2Lexikon für Theologie und Kirche V (Friburgo de Brisgovia 1986) 834s. Aquí puede en-
contrarse una pequeña bibliografía; cf., también, G. PÉREZ, “Santiago el Menor”, 478, teniendo en cuenta que sostiene la
identificación de los dos Santiagos: G. PÉREZ, “Santiago el Menor”, en: A. DÍEZ MACHO, Enciclopedia de la Biblia VI, 476-
478.
A la búsqueda de identidades 127

de los Doce se hace sin duda para distinguirlo del otro Santiago, hijo del Ze-
bedeo. San Jerónimo empezó a llamarlo el Menor y así se le conoció en la Igle-
sia latina, identificándosele con el Santiago de Mc 15,40, que en realidad es
el hermano de Jesús40. Hoy muchos consideran completamente improcedente
la doble identificación tanto con el hermano del Señor como con el mencio-
nado en Mc 15,40. De hecho, sólo cuando se identifica con el hermano del
Señor resulta posible equipararlo con el referido en Mc 15,40.
Pero digámoslo abiertamente: «Este apóstol, miembro de los Doce, no
es el mismo personaje que “Santiago, el Menor” (Mc 15,40), ni que “Santia-
go”, el pariente (hermano) del Señor (Ga 1,19; 1 Co 15,6) […]. Tampoco se
puede identificar a este “Santiago, hijo de Alfeo” con el “Santiago” de la lista
de Mc 6,3»41. Opinión ésta, que cada vez se mantiene con más fuerza en la últi-
ma exégesis y que sería bueno que se fuera universalizando, ya que es lo
que con bastante seguridad mejor corresponde a los hechos históricos.
Tenemos que suponer que fue elegido y llamado por Jesús después de
Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Cuanto afirmamos del resto de los Doce en
sentido colectivo, podemos aplicárselo también a él, como miembro del gru-
po con todos los derechos. Pero no podemos pasar de aquí, so pena de des-
figurar la verdad histórica. Su mismo martirio, similar al del resto de los Doce,
no deja de ser un dato de la tradición de imposible verificación histórica.
En el Nuevo Testamento sólo se le menciona en las listas de los Doce
y siempre se le sitúa en noveno lugar. En modo alguno puede ser confundido
con «Leví, el de Alfeo» de Mc 2,14, como algunos hacen, empezando por Ta-
ciano42. Se sigue así la tendencia ya mencionada de identificar a personajes
del mismo nombre. Entre los griegos se supone corrientemente que Alfeo era
el padre tanto de nuestro Santiago como de Leví - Mateo (conforme Mt 10,3).

40 Cf. L. OBERLINNER, “Jakobus der Jüngere, Apostel”, en: W. KASPER (ed.), Lexikon für Theologie und Kirche V (3LThK; Friburgo
– Basilea – Viena 2006) 719s. En algunos manuscritos se da el nombre de Alfeo a Leví, el publicano llamado por Jesús,
según Mc 2,14 (por ejemplo: D, Ø, f13). Leví no aparece nunca mencionado en el grupo de los Doce. Pero se le identifica
con Mateo por armonización de Mc 2,14 con Mt 9,9 y 10,3.
41 J. A. FITZMYER, El Evangelio según Lucas II (Madrid 1986) 580.
42 Cf. R. PESCH, Das Markusevangelium I (HThKNT II/1; Friburgo – Basilea – Viena 1976) 207.
128 Luis Ángel Montes Peral

Sin embargo tal suposición resulta improcedente, ya que en ninguna de las


listas de los Doce —y este argumento no deja de ser decisivo— no aparecen
como hermanos, mientras que sí se testimonia como tales a Pedro y Andrés,
a Santiago y Juan. Tampoco corresponde a la realidad de los hechos identifi-
car a Alfeo con el Cleofás de Jn 19,25. No merece la pena presentar los ar-
gumentos que conducen a tal identificación por caminos un tanto tortuosos.
Conformémonos con saber que hubo un segundo componente del
grupo de los Doce, que llevaba el nombre de Santiago, tan socorrido en aque-
lla época. Que tenía un padre identificado y que quizá era conocido por al-
gunas comunidades43. Todo lo que sea pasar de ahí no dejan de ser cavila-
ciones, más o menos bien intencionadas, que no tienen ningún rigor histórico,
por falta de fuentes fehacientes que nos suministren cumplida información.

3. SA NTIA G O DE N A ZA R ET, E L H E RM A NO DE J E SÚS 44


Tres son las fuentes directas principales que nos hablan de este Santiago como
hermano de Jesús: Ga 1,19; Mc 6,3 y el testimonio de Flavio Josefo en Anti-
quitates judaicae XX 9,1. Las dos primeras pertenecen al Nuevo Testamento.
La tercera a la historiografía judía o romana, según se quiera. Sólo Ga 1,19 le
llama con el que podemos considerar como término técnico para su desig-
nación: «hermano del Señor»45. Algo es altamente significativo: si prescindi-
mos de Jesús, le cabe a Santiago de Nazaret el honor de ser el único perso-
naje del Nuevo Testamento de quien también conservamos noticias en fuentes

43 Cf. Mc 15,21.
44 Una abundante y actualizada bibliografía de nuestro personaje puede verse en E. RUCKSTUHL, “Jakobus (Herrenbruder)”, en:
TRE XVI (Berlín – Nueva York 1993) 488; L. OBERLINNER, “Jakobus, Bruder Jesu”: 3LThK 5, 720; H. FRANKEMÖLLE, “Jakobusbrief”,
en: 3LTK, 736. Últimamente se ha escrito sobre Santiago abundante literatura. Pueden añadirse las recientes investigacio-
nes, no contempladas en la bibliografía anterior, de B. CHILTON – C. A. EVANS, James the Just and Christian Origins (Leiden
1999); B. CHILTON – J. NEUSNER, The Brother of Jesus (Westminster 2001). No intento abordar con todo lujo de argumenta-
ción la figura del primo hermano de Jesús. Excede con mucho mis pretensiones. Me centro en aquellos aspectos que para
mi propósito son los más decisivos, dejando a un lado otros interesantes, pero muy discutidos.
45 En este sentido conviene resaltar que nada menos que en siete pasajes, en distintos contextos, aparecen las expresiones
los hermanos del Señor o el hermano del Señor o sus hermanos y sus hermanas o mis hermanos: Mc 3,31-35; 6,3; Jn 2,10;
7,3.5.10; Hch 1,14; Ga 1,19; 1 Co 9,5.
A la búsqueda de identidades 129

no cristianas46. Este hecho nos está indicando el gran prestigio que en su


tiempo tuvo su figura y lo conocida que llegó a ser su actuación incluso en
ambientes fuera del cristianismo.

1. SU COMPOR TA M I E N T O D U R A N T E L A A C T I V I D A D P Ú B L I C A D E J E S Ú S

Nada conocemos de su niñez, su juventud y su primera edad adulta. Vivía


en Nazaret, cuando Jesús visitó su pueblo (Mc 6,1-6a par.; cf. Lc 4,16-30). Po-
demos pensar que allí nació, pasó su juventud y su primera edad adulta, hasta
que tuvo una aparición del Resucitado (1 Co 15,7). Los datos suministrados
por Mc 3,21.34-35, de valorarse como inclusivos, dan la impresión de que no
tomó partido por Jesús durante su vida pública. Al contrario se resistió a re-
conocer su misión e incluso, de forma más o menos activa, se opuso a ella,
aunque desconocemos, si es que la hubo, hasta donde llegó esa resistencia,
convertida en abierta discrepancia.
Tanto Mc 3,21 como Jn 7,5 nos dan a entender claramente que no cre-
yó en él, lo mismo que sus hermanos y otros parientes próximos. En este
contexto un buen número de cuestiones quedan abiertas con difícil respues-
ta: ¿participó Santiago en la acción familiar de reducir a Jesús y llevarlo a su
casa, intentando incluso recurrir al descrédito o al insulto, para reducirlo? (Mc
3,21)47. ¿Estuvo presente entre «los hermanos» de Jesús, cuando se presenta-
ron, junto con María, ante Jesús posiblemente en Cafarnaún? (Mc 3,34-35)48.

46 Para un conocimiento de su figura no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el cristianismo judío y en la gran Igle-
sia, cf. E. BAMMEL, Jesu Nachfolger. Nachfolgeüberlieferungen in der Zeit des frühen Christentums (Heidelberg 1988) 31-51.
47 Interesa precisar el significado griego referente al grupo de personas que están presentes en esta acción, presentada sólo
en Marcos: “ ” (= “los suyos”, literalmente “los [que están] alrededor de él”). Muy posiblemente el evange-
lista entiende por “los suyos” a sus parientes, sin que precise el grado de parentesco. Ésta parece ser la significación más
acertada, por lo que dejamos a un lado otras interpretaciones. Según esto, Jesús fue objeto de grave incomprensión por
parte de sus allegados, que incluso llegaron a considerarlo que no se encontraba en su sano juicio, que estaba “fuera de
sí” ( ). Ciertamente constituye un juicio muy duro, que no tiene parangón y que Mateo y Lucas han
dejado fuera de sus respectivas obras, debido sin duda a su dureza. Puede ser que Santiago también participara de esta
opinión, aunque en este sentido nada podemos asegurar.
48 ¿De dónde provienen estas noticias que nos suministra Marcos? Se han dado distintas opiniones; he aquí una de las más
críticas con la figura de Santiago: “La comunidad conoce las reticencias que la familia de Jesús mantuvo con él (cf. 3,20-
21.31-35). El uso poco matizado de esta tradición sugiere que en su ambiente aún no existe una reflexión explícita sobre
130 Luis Ángel Montes Peral

Un hecho se impone entonces: durante la actividad pública de Jesús


la relación de Santiago con su famoso pariente fue distante, no exenta de
tensiones. Posiblemente participaba de la opinión de los nazarenos de que
se le habían subido los humos a la cabeza y estaba siendo sobrevalorado en
el ámbito galileo. Pudo pensar que su actuación, contemplada por él como
ambivalente, podía traer el desprestigio de su familia49. Quizá le consideró
un mal hijo, al desasirse de su familia y empezar una aventura religiosa, según
su entender, de dudosos perfiles y consecuencias imprevisibles50.
La pésima opinión de los parientes de Jesús, en la que podemos incluir
con buenas razones también a Santiago, se apoya en el hecho de que éstos
no habían comprendido nada del misterio inherente a la persona de Jesús y
no habían logrado descubrir y mucho menos asimilar su misión salvadora.
En este sentido no se comportaron de una forma muy diferente a los Doce,

María. Más tarde Mt y especialmente Lucas omiten el primer texto y colocan en mejor contexto el segundo. Posiblemente
esta tradición es de origen jerosolimitano y refleja una actitud poco favorable de un sector de la comunidad hacia Santia-
go, el hermano de Jesús” (A. RODRÍGUEZ CARMONA, “La Iglesia de Marcos”: Estudios Eclesiásticos 63 [1988] 133). No estoy
del todo de acuerdo con algunos extremos de esta posición, que no se pueden mantener sin más, siguiendo un tipo de crí-
tica muy frecuente en la última exégesis. Tiene razón Gnilka cuando sostiene: “Habrá que mirar con escepticismo aquellas
consideraciones de la historia de la redacción que en la crítica a los parientes quieren ver una tendencia contra la iglesia
de Jerusalén y su protagonismo” (J. GNILKA, El Evangelio según San Marcos I [BEB 55; Salamanca 1986] 179).
49 Efectivamente, el comportamiento decidido y arriesgado de Jesús podía acarrear a sus parientes trágicas consecuencias.
Se estaba ganando la más manifiesta animosidad de algunos enemigos muy poderosos con su crítica a la ley, sus diálogos
de disputa con los fariseos, sus actuaciones contrarias a las costumbres judías (Mc 2,1-3,6), que podían acarrearle un
final desastroso ¡algo que en realidad se produjo!, con la consiguiente afrenta para su familia. Pensemos en lo que signi-
ficaba en la cultura judía el honor familiar. De hecho, los parientes de Jesús se comportan de modo parecido a los de Je-
remías, que también tuvo que sufrir las gruesas descalificaciones de su propia familia. En una de sus famosas Confesio-
nes aparecen estas palabras, con las que Dios alecciona al profeta: “Pues hasta tus hermanos y tu familia te traicionan,
ellos mismos andan diciendo a tus espaldas: ‘¡Basta!’. No los creas cuando te dan buenas palabras” (Jr 12,6). El mismo
profeta, por su parte, se refiere así a los suyos: “Todos mis familiares espiaban mi traspié; ¡quizá se deje seducir!, lo po-
dremos y nos vengaremos de él” (Jr 20,10). Seguramente que los familiares pensaban que el profeta se había convertido
en un baldón para ellos, por su oposición al rey, a la corte y a los grandes de su pueblo.
50 Algunos piensan que pudo ser que los allegados de Jesús, y Santiago entre ellos, estaban enojados con su pariente por
haber descuidado el deber filial con su madre viuda. Como hijo único, pensaban que tenía la obligación sagrada de preo-
cuparse de ella y no pensar que podía cuidarse sola o traspasar la responsabilidad a otros. Había abandonado Nazaret y
se había propuesto realizar una tarea, que en absoluto le correspondía, ya que descuidaba sus deberes familiares más sa-
grados. Y éstos eran prioritarios para un buen hijo de acuerdo con las costumbres y la religiosidad de la época.
A la búsqueda de identidades 131

aunque éstos seguían a Jesús, creían en su proyecto y se esforzaban por asu-


mir su estilo de vida.
Estos ponderables no desacreditan a Santiago en su comportamiento
como fiel judío, sino que colocan en su sitio su tensa relación, mantenida
con Jesús. No presenta verosimilitud alguna la identificación, que hace San
Epifanio de Santiago con el joven que huyó desnudo después del prendimiento
de Jesús en Getsemaní (Mc 14,51s)51.

2. ¿HERMANO O P R I M O C A R N A L ? 52

Una cuestión muy debatida desde el siglo II es su exacta vinculación familiar


con Jesús. ¿Es Santiago hermano carnal de Jesús?53 ¿Hay que considerarlo como

51 Cf. R. E. BROWN, La muerte del Mesías. Desde Getsemaní hasta el sepulcro I (Estella 2005) 376.
52 Para una profundización en el tema pueden consultarse estos textos en castellano, donde se puede encontrar la bibliogra-
fía internacional: S. SEARER, “Los “hermanos” del Señor”, en: B. ORCHARD – E. F. SUTCLIFFE – R. C. FULLER – R. RUSSEL (eds.), Ver-
bum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura III (Barcelona 21960) 314-319; J. SCHMID, “Los hermanos de Jesús”, en: El Evan-
gelio según San Marcos (Barcelona 1967) 126-128; G. DATTLER, “Observaciones sobre los ‘hermanos de Jesús’”: Revista
Bíblica 29 (1967) 227s; P. J. ACHTEMEIER – K. P. DORNFRIED, “Los hermanos y hermanas de Jesús”, en: R. E. BROWN – K. P.
DORNFRIED – J. A. FITZMYER – J. REUMANN (eds.), María en el Nuevo Testamento (Salamanca 1982) 72-74; J. P. MEIER, Un
judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico I: Las raíces del problema y de la persona (Estella 1998) 327-341. Este autor
ha mantenido recientemente una discusión sobre el tema con R. Bauckham, que ha sido publicada en varios números de la
Catholic Biblical Quartely; R. E. BROWN, “Crucifixión de Jesús”, en: ID., El Evangelio según San Juan II (Madrid 22000)
1197-1200; ID., La muerte del Mesías. Desde Getsemaní hasta el sepulcro II (Estella 2006) 1161-1163, 1204, nota 84; cf.
también 1829; J. DUQUESNE, “María, Madre de familia numerosa”, en: ID., María. La verdad que se esconde tras el mito,
80-98; J. A. PAGOLA, Jesús. Aproximación histórica (Madrid 2007) 43, nota 11. Los argumentos presentados aquí pueden
verse, también, en L. A. MONTES PERAL, En la entraña de la mariología (Burgos 2006) 314-321.
53 Tenemos no pocos indicios en los Evangelios para poder afirmar con garantías de verdad que Jesús no tuvo hermanos car-
nales. La situación familiar de ser hijo único encaja perfectamente en la historia de Jesús sobre todo por estas tres razo-
nes: a) Es bien llamativo que no sólo en los Evangelios, también en todo el Nuevo Testamento no contemos con un solo
texto en que se afirme que María o José tuvieron un hijo o hijos, distinto(s) de Jesús. No conocemos, por lo tanto, la ex-
presión “hijo de María” o “hijo de José”, referida a otra persona distinta de Jesús. b) En caso de haber tenido hermanos
menores, no se explica cómo María, dejando a los pequeños en Nazaret, pudiera peregrinar a Jerusalén con José y Jesús,
para celebrar la fiesta de la pascua, desatendiendo así sus deberes de madre (Lc 2,41-52). c) Tampoco parece comprensi-
ble que Jesús hubiera encargado la custodia de su Madre al Discípulo Amado, nada menos que en la hora de la muerte, si
tenía hermanos carnales (Jn 19,25-27). Cf. J. ERNST, “Die Brüder Jesu”, en: ID., Das Evangelium nach Markus (RNT 2: Ra-
tisbona 1981) 123s. No estoy de acuerdo, por lo tanto, con J. A. PAGOLA, Jesús, 43, nota 11, cuando valorando el significa-
do literal del termino griego avdelfo,j, y apoyándose, según su opinión, en la postura más común de los expertos, sostiene
que se trata de verdaderos hermanos y hermanas de Jesús. Cita a MEIER, tal vez el investigador católico de mayor presti-
132 Luis Ángel Montes Peral

su hermanastro?54 ¿O es quizá su primo - hermano?55. Los textos que posee-


mos son tan abiertos, que las tres posibilidades tienen cabida en la interpre-
tación, considerada sólo su expresión literaria. Depende de los presupuestos
que se tengan, y cómo se valoren los relatos implicados, para elegir una u otra
opción. Dado que, de acuerdo con los credos de nuestra fe, los católicos con-
fesamos la perpetua virginidad de María pensamos que Santiago era primo
hermano de Jesús56.

gio en estos momentos que, después de un estudio exhaustivo, concluye: “la opinión más probable es que los hermanos y
hermanas de Jesús lo fueron realmente”.
54 La primera respuesta viene de la mano de uno de los más famosos evangelios apócrifos, el llamado Protoevangelio de San-
tiago, que trata de ensalzar la virginidad perpetua de María, la madre de Jesús. Escrito a mediados del siglo II, refleja co-
rrientes populares en torno a la ya en aquel momento muy venerada figura de María, quien —según el relato— hasta los
doce años fue alimentada por ángeles. Cuando hubo que casarla los sacerdotes reunieron a todos los viudos de Israel (VIII,3)
y, por un milagro, fue escogido José por su esposo (IX, 4). Aunque al final aceptó, José intentó primero oponerse por todos
los medios: “Tengo hijos y soy viejo, mientras que ella es una niña; no quisiera ser objeto de risa por parte de los hijos de
Israel” (VIII,2). Según esto, los “hermanos del Señor” serían sus hermanastros, hijos de José de un matrimonio anterior.
Incluso el autor del relato sería uno de los mencionados hijos de José (XVII,1s; XXV,1), nuestro Santiago. Cf. A. DE OTERO,
Los Evangelios Apócrifos (BAC 148; Madrid 21963) 136-176 (con texto bilingüe): introducción y bibliografía (126-135); H. J.
KLAUCK, Los evangelios apócrifos (Santander 2006) 102-112. La opinión mantenida por el Protoevangelio fue más tarde se-
guida por los Santos Padres: Clemente de Alejandría, Orígenes, Efrén, Epifanio, Hilario de Poitiers, Ambrosio, el Pseudo-
ambrosio. Hoy es mantenida oficialmente por la Iglesia griega.
55 Esta es la opinión más mantenida por los teólogos católicos en la actualidad. Blinzler, que ha estudiado como pocos la cues-
tión, resume así la cuestión planteada en esta posición: a) Los hermanos de Jesús no pueden ser hermanos carnales más
pequeños; b) Santiago y José eran hijos de una María distinta de la madre de Jesús; c) Simón y Judas eran hijos de Cleo-
fás, un hermano de José; d) No podemos determinar con más exactitud el parentesco entre Santiago (y José) con Jesús
(J. BLINZLER, “Brüder Jesu”: 2LThK, 714-717; ID., “Brüder u. Schwestern Jesu”: Lexikon der Marienkunde I [Ratisbona 1957]
959-969; ID., “Zum Problem der Brüder des Herrn”: TTZ 67 [1958] 129-145; 224-246; ID., Die Brüder und Schwestern Jesu
[SBS 21; Stuttgart 1967]); contrasta con J. D. CROSSAN, “Mark and the Relatives of Jesus”: NovT 15 [1973] 81-113; J. GI-
LLES, Les frères et soeurs de Jésus (Paris 1979); D. MARGUERAT, “Jésus, ses frères et ses soeurs”, en: Le monde de la Bible
155 (2003).
56 La palabra ’ah y ’ahat = “hermano” y “hermana” entre los semitas se aplica también a la parentela próxima, sobre todo a
los primos carnales (cf. E. JENNI [ed.], Diccionario Teológico Manual del Antiguo Testamento I [Madrid 1978] 168-175). De
hecho no existe una palabra específica para designar a los primos carnales. En ningún texto del Nuevo Testamento sobre
el tema en cuestión, se afirma expresamente que los hermanos de Jesús fueran hijos de María. En realidad el vocablo grie-
go hermano puede tener bien distintos significados en la literatura neotestamentaria: a) normalmente hace referencia al
frater germanus, es decir, al hermano consanguíneo, al hijo de una misma madre; b) no es extraña, tampoco, la significa-
ción de hermanastro. Mc 6,17-18 sostiene que Herodes Antipas era hermano de Filipos, es decir, hermano del mismo padre,
Herodes el Grande. Conocemos por la historiografía de aquel tiempo que la madre era distinta: Herodes Antipas es hijo de
Maltaces, en cambio Filipos lo es de Cleopatra; c) como traducción del Antiguo Testamento hermano puede significar,
A la búsqueda de identidades 133

Pero es que, además, esta posición tiene todos los visos de credibili-
dad histórica. La explicación que da Blinzler y que siguen otros autores57, a
los que me uno, es bien plausible. José podría haber muerto muy pronto
—el que Marcos no lo mencione en la vida pública de Jesús constituye un
buen indicio de ello— y María, junto con su único Hijo, fue acogida bajo la
protección de sus parientes más próximos. Dentro de esa extensa parentela
Jesús creció en Nazaret como uno más en el seno de una familia compacta y
unida. De ahí que no nos tenga que extrañar que algunos de esos familiares
tan allegados, los que nosotros conocemos como primos carnales, fueran con-
siderados en Nazaret como los hermanos y hermanas de Jesús. Y que tal
situación se mantuviera también en el primer cristianismo por lo enraizada
que estaba la expresión en la tradición sobre Jesús58.
Entre esta parentela tan próxima quien más destaca es Santiago, por la
importancia excepcional que más tarde jugó en la primitiva comunidad de
Jerusalén. Según esto, Jesús y Santiago muy bien pudieron pasar su juventud

también, pariente, deudo y, sobre todo, primo carnal; d) también puede significar al correligionario, esto es, el que profesa
una misma confesión religiosa, el hermano en la fe. El primer escrito del Nuevo Testamento usa esta acepción nada menos
que en catorce ocasiones (1 Ts 1,4; 2,1.14.17; 3,2.7; 4,1.13; 5,1.4.12.25.26.27).
57 Cf. ERNST, “Die Brüder Jesu”, 124.
58 J. Refoulé sostiene que no existe ninguna razón para suponer que, cuando Pablo escribe a los gálatas y menciona a los
“hermanos de Jesús” aquéllos pensaran que se trataba de primos (J. REFOULÉ, Les Frères et soeurs de Jésus [París 1995]).
Lo que pudieron entender los gálatas no es lo decisivo aquí. Lo decisivo, más bien, es lo que se escondía detrás de la ex-
presión desde el punto de vista histórico. Y esto ya lo hemos constatado. Por su parte J. Duquesne remacha: “Porque
cuando Pablo habla de Santiago, al fin y al cabo escribe adelphos, mientras que cuando menciona a un primo de su amigo
Bernabé, escribe anepsios” (DUQUESNE, María, 90). VAneyio,j (Col 4,10), efectivamente, es la palabra griega para primo. Pero
esta distinción lingüística no prueba nada. La expresión “hermanos del Señor” pudo estar tan entrañada —lo volvemos a
repetir— en las comunidades cristianas tanto judeocristianas como paganocristianas que se impuso universalmente, sin
reparar en la verdadera relación familiar que se quería expresar en ella. El tema filológico, desde luego, no constituye la
clave para descifrar de modo definitivo la cuestión histórica. Aun reconociendo que en griego avdelfo,j significa hermano,
con los matices expresados en la nota anterior, lo decisivo es mostrar la experiencia histórica que se esconde detrás de la
palabra (cf. R. PESCH, “Zur Frage der Brüder und Schwestern Jesu”, en: ID., Das Markusevangelium I [HThKNT II,1; Friburgo
– Basilea – Viena 1976] 322-324 [31980] 453-462). Alguien puede llamar a un tío abuelo, porque ha estado siempre muy
cercano a él, y otros lo llamen de la misma manera, aunque sepan lo que en realidad significa abuelo como algo distinto a
tío.
134 Luis Ángel Montes Peral

y primera adultez juntos en Nazaret. Este hecho, sin duda, aumentó el pres-
tigio posterior de Santiago, al quedar al frente de la comunidad de Jerusalén,
aunque en un primer momento no reconociese la misión de Jesús, cuando
empezó a anunciar el Reino de Dios por las aldeas de Galilea. Y también
podemos entender mejor por qué se enfrentó a su primo, cuando empezó a
salir por los caminos de Palestina a anunciar el Reino, desasiéndose de su
Madre.
En resumen: los hermanos de Jesús, por lo tanto, son hijos de una her-
mana de su Madre o de José. Todos formaban una especie de clan o paren-
tela muy unida entre sí y más sabiendo que María había quedado viuda y
con un solo hijo. Los presupuestos dogmáticos parten de esta realidad histó-
rica. Según esto, Santiago no puede ser considerado hermano consanguíneo
de Jesús, sino primo carnal o primo hermano, si se quiere.

3. LOS PRIMEROS AÑOS DESPUÉS DE LA PASCUA HASTA EL ABANDONO DE JERUSALÉN

POR PARTE DE PED R O

El encuentro con su primo-hermano resucitado cambió por completo su vida59.


De no creer en él, pasó a convertirse en un testigo fuerte suyo, llegando en
su momento a dirigir la comunidad primitiva de Jerusalén, la más importante
comunidad cristiana de todos los tiempos, por haberse acreditado como la
madre de todas las iglesias. La verdadera actuación de Santiago de Nazaret
empieza entonces en la naciente comunidad de Jerusalén. Es en ella donde
mostró su talla de servidor y dirigente de la comunidad. Es en ella, donde com-
prendió que el amor se alza en el centro de la vida cristiana y resume toda la
ley, como más tarde expresará en su Carta, en conformidad con Jesús y con

59 Nada sabemos sobre las circunstancias concretas, cuándo y cómo se desarrolló este acontecimiento. Importante es que
tuvo lugar y que transformó por completo la experiencia religiosa de Santiago, así como su ulterior comportamiento con el
judaísmo.
A la búsqueda de identidades 135

Pablo60. Es en ella, donde empezó a conocer de verdad a Cristo, como luego


dejó escrito61.
Los Hechos de los Apóstoles, que recogen fuentes históricas proporcio-
nadas por la comunidad de Jerusalén62, nos suministran una información pre-
ciosa sobre Santiago. Conviene resaltar que, después de Pedro y Pablo, es el
testigo de Cristo o el seguidor del nuevo camino que más aparece citado por
su nombre en las bellas narraciones lucanas. Nunca menciona su parentesco
con Jesús.
Está presente entre los que podíamos llamar miembros fundadores de
la comunidad de Jerusalén. La despedida de Jesús (1,3-8) y la Ascensión (1,9-
11) acaban de tener lugar. Estamos en vísperas de la venida del Espíritu San-
to (cap. 2) y contemplamos a los más cercanos al Resucitado, entre los que
se encuentra también Santiago como uno de los hermanos del Señor, junto
con María, esperando en oración (1,13s) el Espíritu prometido por Jesús (1,8).
Los orantes se encuentran en el «piso superior», «símbolo del recogimiento que
lleva hacia lo alto»63. Son conscientes de que el Espíritu es quien lleva la ini-
ciativa y que la mejor manera de acogerlo de forma debida consiste en reu-
nirse en oración personal y comunitaria.
Todos van a recibir una inigualable experiencia del Espíritu, estando
juntos los congregados en comunión de disponibilidad y fidelidad espiritua-
les. Santiago se está convirtiendo así en un fiel discípulo de Jesús, permane-

60 Afirma St 2,8: “Porque ciertamente, si cumplís la suprema ley de la Escritura: Amarás a tu prójimo como a tu mismo (Lv
19,18), hacéis bien”. Afirma Rm 13,10: “El que ama no hace mal al prójimo; en resumen el amor es la plenitud de la ley”.
Afirma Jesús sobre el primer mandamiento de todos: “El primero es: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor.
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas (Dt 4,5). El se-
gundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18). No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Mc 12,29-
31par). Cf. U. LUCK, “Die Theologie des Jakobusbriefes”: ZTK 81 (1984) 30.
61 F. Mussner, uno de sus mejores comentaristas católicos escribe con toda razón: “La Carta de Santiago pertenece cierta-
mente a aquellos escritos del Nuevo Testamento que impulsan y enseñan a Cristo de una manera muy especial”: F. MUSS-
NER, Der Jakobusbrief (HThKNT XIII, 1; Friburgo – Basilea – Viena 1964, 41981) 53. ID., “‘Direkte’ und ‘indirekte’ Christolo-
gie im Jakobusbrief”: Catholica 24 (1970) 11-117.
62 Para un estudio de las fuentes, que integran Hch, cf. G. SCHNEIDER, “Quellen der Apostelgeschichte”, en: ID., Die Apostel-
geschichte I, 82-89. En la p. 82 puede encontrarse una rica bibliografía sobre el tema.
63 J. RATZINGER, Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo (Salamanca 2005) 141.
136 Luis Ángel Montes Peral

ciendo constante en el compromiso contraído de cumplir los designios de


Dios. Su actitud de generosidad, fidelidad y obediencia a Dios están adqui-
riendo ahora un giro inesperado. Está creciendo en él la firme decisión de
secundar la obra de su primo - hermano, de favorecer cuanto Él ordenó para
los tiempos de su ausencia.
No cabe duda que Lucas piensa también en Santiago en el gran acon-
tecimiento de Pentecostés (cap. 2), aunque no sea citado explícitamente. Se
une a la vida de la comunidad con todas las consecuencias y participa de la
gracia existente en ella (2,42-47). La actividad de Santiago en Jerusalén se alar-
ga casi durante todo el período apostólico: desde el año 30, fecha de la que
podíamos calificar su conversión, hasta su muerte violenta, ocurrida en el
año 62, dos años antes del martirio de Pedro y Pablo en Roma. Pero un tiem-
po se mantiene sin declarado protagonismo, coincidiendo precisamente con
la actividad de Pedro, que es quien dirige la comunidad y hace siempre de
portavoz de ella. En este período ni siquiera es mencionado su nombre, ¿qui-
zá debido a un descuido del narrador?64.
Nos encontramos ante un período apasionante, pero lleno de dificul-
tades, como implican todos los comienzos. La comunidad crece y se fortale-
ce por dentro65 y es perseguida pronto por los judíos desde fuera66. Los diri-
gentes de la comunidad pertenecientes al grupo de los helenistas son los
primeros perseguidos hasta el extremo que su figura más destacada, Esteban
el diácono, es vilmente martirizado en un reprobable acto de linchamiento lle-
vado a cabo por judíos intransigentes con el beneplácito de las mismas auto-
ridades, que hacen la vista gorda (cap. 7). Poco más tarde, ya lo hemos tra-
tado, es asesinado Santiago el Zebedeo, esta vez por mandato del rey de
Palestina; también es encarcelado Pedro (cap. 12). Santiago vive sin duda con
honda preocupación el desarrollo de los acontecimientos en un segundo pla-

64 Así lo insinúa un buen comentarista: “¿Habrá que atribuir a un descuido de Lucas, en cuanto narrador, el hecho de que no
presente a sus lectores a este nuevo personaje, dando algunos datos aclaratorios sobre su personalidad?” (R. ROLOFF, He-
chos de los Apóstoles, 256).
65 El mismo autor lo constata en sus numerosos sumarios (2,42-47; 4,32-37.42; 5,12. 42; 6,7; 9.31).
66 También el autor da cuenta con frecuencia de este hecho (4,1-3; 5,12-41; 6,8-7,60; 8,1-3; 12,1ss).
A la búsqueda de identidades 137

no, aunque puede ser que en aquellas fechas, así parecen sugerirlo los hechos
posteriores, ya su puesto en la comunidad fuera creciendo en relevancia. De
hecho, es «asociado más plenamente a los poderes apostólicos, de modo que
cuando Pablo viene a Jerusalén en el año 41 (Ga 1,18) encontrará a Pedro y
a este mismo Santiago»67.

4. LA ASCENSI Ó N : O B I S P O D E J E R U S A L É N

A partir del año 44 la situación cambia bruscamente. Pedro abandona la co-


munidad de Jerusalén (12,17c) y Santiago se convierte en el encargado de
ponerse al frente de ella, coincidiendo, desde el año 46, con el tiempo en
que Pablo anuncia el Evangelio a los gentiles. Es entonces cuando su prota-
gonismo empieza a destacarse con toda claridad, aunque hay que suponer que
ya antes ejerció ciertas funciones directivas68. La sucesión de estos hechos
tan decisivos para el posterior desarrollo de la comunidad es narrada por Lucas
de una manera un tanto enigmática. Insinúa los acontecimientos, más que des-
cribirlos abiertamente.
La indicación de Pedro, después de su liberación milagrosa de la cár-
cel: «Comunicádselo a Santiago y a los hermanos» nos introduce de lleno en
el comienzo de este período (12,17b). Se trata de la primera vez que Santia-
go es mencionado directamente en los acontecimientos eclesiales. «La reco-
mendación de Pedro, que seguramente ya se encontraba en la tradición pre-
lucana, deja entrever que en la época de la persecución de Agripa la figura
de Santiago ya ocupa, junto a Pedro, un puesto directivo en la vida de la comu-
nidad […]. Querer interpretar este encargo de Pedro como una transmisión
directa de la dirección de la comunidad en manos de Santiago, es forzar dema-
siado el texto»69.

67 J. DANIELOU – H. MARROU, Nouvelle Histoire de l’Église. I: Des origines a Gregoire le Grand (Paris 1963) 45.
68 Con todo parece un tanto exagerada la valoración de la nueva situación, que hace un buen especialista en el tema: “A par-
tir del año 44 de nuestra era, aquel que no era aún más que un personaje respetado se convirtió en el papa de la Iglesia de
Jerusalén y, por consiguiente, de la Iglesia Universal” (E. TROCMÉ, L’Enfance du christianisme [1997], citado por J. DUQUES-
NE, María, 97).

69 R. ROLOFF, Hechos de los Apóstoles, 256.


138 Luis Ángel Montes Peral

¿Por qué abandona Pedro Jerusalén «y se fue a otro lugar»? Nada se nos
dice explícitamente, para aclarar estas breves y oscuras palabras. Pero la res-
puesta parece obvia: estando bajo el punto de mira de Agripa, desea poner-
se a salvo y poder proseguir la causa de Cristo en otros lugares. Aunque la
información que tenemos resulta bien escasa, desde ese momento lo veremos
en distintas ciudades de gran importancia en el imperio romano: en Antio-
quía (Ga 2,11-14); de nuevo y accidentalmente en Jerusalén, para participar
en la Asamblea (cap. 15); ejerciendo un ministerio itinerante en comunida-
des como Corinto (1 Co 9,5) y finalmente en Roma70.
Desde este momento Santiago y sus partidarios van ganando terreno en
la comunidad, hasta el punto que la Iglesia judeocristiana de Jerusalén, pre-
sidida por él, consigue ejercer «una influencia dominante durante las prime-
ras décadas de la Iglesia»71. La figura de su jefe va tomando creciente pree-
minencia, sobresaliendo sobre el colegio de los presbíteros (Hch 21,18),
ocupando incluso el lugar de Pedro y desempeñando poderes muy simila-
res, incluso superiores, a los ejercidos por los Doce. Su papel en el logro de
la Asamblea de Jerusalén será determinante, como veremos a continuación.

5. A PARTIR DE LA A S A M B L E A D E J E R U S A L É N ( G A 2 , 1 - 1 0 ; H C H 1 5 ) 72

La actuación de Santiago, como responsable de la comunidad madre, en-


cuentra un momento de especial significación en la mencionada Asamblea
de Jerusalén73. Es el encargado de hablar el último, coincidiendo en lo fun-

70 Cf. J. GNILKA, Pedro y Roma. La figura de Pedro en los dos primeros siglos de la Iglesia (Barcelona 2004).
71 J. DANIELOU, L’Eglise des premiers temps (Paris 1985).
72 Contamos con dos versiones de este acontecimiento. Una suministrada por Pablo y otra por Lucas. Desistimos aquí de hacer
una descripción completa del desarrollo de esta decisiva Asamblea. Para Ga 2,1-l0, cf. J. M. GONZÁLEZ RUIZ, Epístola de
San Pablo a los Gálatas (Madrid 1971) 84-105; H. SCHLIER, La Carta a los Gálatas, 78-98; para Hch 15, cf. R. ROLOFF, Hechos
de los Apóstoles, 295-313; J. A. FITZMYER, Los Hechos de los Apóstoles II, 183-224. Aquí podrá encontrarse la mejor biblio-
grafía internacional al respecto; R. AGUIRRE, La Iglesia de Antioquía de Siria (Bilbao 1988) 33-37. Para un estudio compara-
do de ambos relatos, cf. R. ROLOFF, Hechos de los Apóstoles, 300-304.
73 Algunos la consideran como el Primer Concilio Ecuménico de la Iglesia. Pero, bien considerado, no puede ser tenido como
un verdadero Concilio Ecuménico, ya que en realidad sólo se reunieron dos comunidades: la de Jerusalén y la de Antioquía.
No aparece, por lo tanto, “una presencia oficial de toda la Iglesia”. En el encuentro, además, no están presente todos los
A la búsqueda de identidades 139

damental con Pedro74. No sólo es respetado su discurso de compromiso, sino


que, bien mirado, tiene la última palabra en la valoración de los hechos. «La
resolución propuesta por Santiago al final del discurso se orienta, ante todo,
a asegurar la idea ya aceptada de que no hay que imponer la ley a los paga-
nos convertidos; pero, al mismo tiempo, pretende facilitar la necesaria convi-
vencia real entre los diversos miembros de la comunidad, sea cual sea su
proveniencia»75.
Este encuentro eclesial, mantenido no sin ciertas tensiones, acredita una
excepcional importancia para la historia de la Iglesia. No es exageración con-
siderarlo como «el acontecimiento más importante de toda la historia de la Igle-
sia primitiva»76. Me atrevería a ir incluso más lejos: nunca se ha tomado una
decisión tan decisiva para el futuro del cristianismo como aquí, ya que en
este momento el cristianismo, reconociendo sus raíces judías, se separa defi-
nitivamente del judaísmo y se convierte en una religión propia y diferencia-
da con dos direcciones esenciales en la evangelización, una dirigida a los ju-
díos y otra a los paganos. Pablo así resume el resultado de forma precisa:

«Reconociendo, pues, la misión que se me había confiado, Santiago,


Pedro y Juan, tenidos por columnas de la Iglesia, nos dieron la mano
a mí y a Bernabé en señal de comunión: nosotros evangelizaríamos a
los gentiles, y ellos a los judíos» (Hch 2,9).

Pablo cita en primer lugar a Santiago, porque sin duda en aquella Asamblea
tuvo la aportación decisiva y, al final, salieron triunfantes sus lúcidas y recon-

Doce. Más bien se trata, por lo tanto, de una Asamblea, restringida a dos comunidades, las más importantes en los inicios
(cf. R. ROLOFF, Hechos de los Apóstoles, 297).
74 “Algunos comentaristas piensan que Santiago en realidad está en desacuerdo con Pedro, pero eso es forzar la lectura del
texto. Lucas presenta a Santiago como coincidiendo básicamente con Pedro, si bien se sale con la suya en algunas res-
tricciones para los gentiles convertidos que viven entre los judeocristianos” (J. A. FITZMYER, Los Hechos de los Apóstoles II,
201).
75 R. ROLOFF, Hechos de los Apóstoles, 310.
76 Ibíd., 297.
140 Luis Ángel Montes Peral

ciliadoras posiciones. Resulta aleccionador considerar lo esencial sobre este


particular con más detalle.

H o m b r e d e d i á l o g o e i n t e r m e d i a c i ó n 77
El hermano del Señor aparece ahora como un hombre de diálogo, que asume
y trata de valorar lo bueno realizado por Pablo y Bernabé en su primer viaje
apostólico, no rehuye el compromiso y, con la ayuda del Espíritu, toma una
decisión colegiada, que ha tenido estabilidad y pervivencia en la comunidad
de Jesús. No aparece como el extremista, que quisieron que fuera algunos
de sus seguidores, sino como el solícito pastor, preocupado por la buena
marcha del movimiento fundado por el Señor Jesús, su primo hermano en la
vida terrena. Con los ojos bien abiertos y con el corazón en su sitio deja es-
pacio para la debida expansión del cristianismo en un momento clave de su
evolución que, por presión de fundamentalistas, corría peligro de encerrarse
en los estrechos márgenes del judaísmo.
Desgraciadamente su función mediadora entre los judeocristianos y los
paganocristianos ha sido poco reconocida, cuando no abiertamente incom-
prendida78. El conflicto se desencadenó con ocasión del problema candente
de la circuncisión. Después de su primer viaje misionero, que podemos cali-
ficar de exitoso, Bernabé y Pablo bajaron a Jerusalén con el objetivo de resol-
ver una cuestión pastoral de primer orden: había que circuncidar a los paga-
nos, si querían incorporarse a la comunidad cristiana, o tal práctica era
innecesaria, incluso ofensiva, de modo que había que abandonarla, aunque
tal costumbre hubiera sido muy importante entre los judíos de la historia bíbli-
ca (Hch 15,1-5).

77 Conviene dejar bien claro que Pedro, Santiago y Pablo no representan figuras antagónicas. Se acreditan como trabajado-
res en la viña de Dios, que sirven al mismo Señor y que cumplen funciones distintas, pero complementarias en la consoli-
dación del cristianismo primitivo. Todo intento de enemistarlos entre sí, como se hace con relativa frecuencia en la exége-
sis protestante, no tiene ninguna base histórica.
78 El malentendido se ha debido a una mala interpretación de algunas palabras escritas por Pablo, hablando de “algunos de
los de Santiago” (Ga 2,12), que vigilaban a Pedro en sus comidas con los paganos de Antioquía. Lo que hicieron sus parti-
darios, ciertos exégetas se lo atribuyen también sin demasiados argumentos a su jefe de filas. Y no debería ser así, como
trataremos de mostrar más adelante.
A la búsqueda de identidades 141

El tema originó grandes discusiones y no pocos debates enconados,


ya que se daban partidarios en las dos direcciones enfrentadas y con frecuencia
se llegaba al extremismo. Cuando se lee bien Hch 15, comprobamos que San-
tiago respalda lo dicho por Pedro y lo realizado por Pablo y Bernabé duran-
te su primer envío misionero. Puede ser que entre ellos hubiera diferencias
de matiz. Pero en lo esencial, es decir, en lo referente a considerar el evan-
gelio de Jesucristo como gracia, más allá de las obras, los tres están de acuer-
do79. Los tres están de acuerdo, también, en mantener que no se debe impor-
tunar a los gentiles exigiéndoles el cumplimiento íntegro de la ley de Moisés
y, menos aún, hacerles pasar por el rito, para los gentiles vejatorio, de la cir-
cuncisión80.
Al final se impuso la cordura del «Jesucristo basta». Santiago captó per-
fectamente que el no someter a los nuevos cristianos a la práctica de la cir-
cuncisión correspondía al plan de salvación de Dios, tal como se había mani-
festado en el Señor Jesús, su primo hermano de Nazaret. En este sentido se
logró un acuerdo entre los representantes de las dos grandes Iglesias, que
en aquellos momentos marcaban la marcha del cristianismo: la de Jerusalén
y la de Antioquía81. La decisión suponía orientarse hacia un cristianismo abier-
to a los paganos sin trabas y sin imposiciones innecesarias, cuando no impro-
cedentes y hasta vejatorias. La práctica judía de la circuncisión dejaba de tener
sentido en la expresión sincera de la fe en Cristo. Se produce así un giro deci-
sivo de repercusiones incalculables para el futuro de la Iglesia: el Thoracen-
trismo da paso al Cristocentrismo. Así se evitaba una escisión en el primer cris-
tianismo, que podía haber tenido repercusiones muy nefastas en el futuro.
En realidad, la Asamblea no impuso nada, a no ser realizar una colec-
ta en favor de los pobres de la comunidad de Jerusalén, como expresión de
la comunión de bienes con ella (Ga 2,10)82. Más bien dio pleno cauce a la liber-

79 Pienso que este hecho resulta incontrovertible (cf. C. VIDAL, Pablo, el judío de Tarso [Madrid 22006] 154).
80 Ibíd., 155.
81 Cf. L. Á. MONTES PERAL, “Cristologías neotestamentarias”, en: J. J. FERNÁNDEZ SANGRADOR (dir.), De Babilonia a Nicea. Meto-
dología para el estudio de Orígenes del cristianismo y Patrología (Salamanca 2006) 128.
82 Cf. R. AGUIRRE, La Iglesia de Antioquía de Siria, 27s.
142 Luis Ángel Montes Peral

tad en Cristo83, aboliendo la práctica de la circuncisión, que con la irrupción


del acontecimiento Jesús de Nazaret había perdido todo sentido y posibili-
dad de vigencia. Pero detengámonos aquí un momento, para poder valorar
la aportación decisiva de Santiago. Para ello resulta necesario ponerse en la
situación surgida en aquellos momentos, en que la apertura a los paganos
era una cuestión candente como pocas, pero de difícil solución.
Como los judíos palestinenses, los primitivos cristianos no habían teni-
do problema en ganar prosélitos para la causa. Pero algo bien distinto era la
evangelización de los paganos84. Bastaba con seguir los pasos de Jesús, que
se había limitado a dirigirse a todo Israel congregando a las doce tribus en una
familia de hijos y hermanos. El primo hermano de Jesús se convirtió en el hom-
bre providencial ya que la solución por él patrocinada y asumida en la Asam-
blea posibilitaba la incondicional apertura a los paganos. Pero una orientación
tan válida, por una parte, como tan poco concreta, por otra, tenía que traer
necesariamente problemas posteriores. Y los trajo al poco tiempo, llegándo-
se a enfrentar las dos personalidades más destacadas del primer cristianismo.
Ciertamente, con la decisión, en la que Santiago jugó un papel decisi-
vo, no todo estaba solucionado. Aún quedaban por resolver aspectos concretos
en la mutua relación entre los judeocristianos y los paganocristianos como el
ordenamiento referente al vivir juntos en una comunidad mixta como era la
antioquena, con una tendencia progresiva al aumento del elemento pagano
cristiano. Y en estas circunstancias un conflicto estalló poco después.

El incidente de Antioquía
El incidente de Antioquía, recordado por Pablo en Ga 2,11-1485, pone de ma-
nifiesto cómo, aunque los principios estén claros, la puesta en práctica con-

83 Expresará más tarde en su carta: “Actuad y hablad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad” (St 2,12).
84 Cf. E. KÄSEMANN, La llamada de la libertad (Salamanca 1974) II: “El Evangelio de la libertad”.
85 Lucas, tan amigo de silenciar las tensiones existentes en las primitivas comunidades, ha omitido este incidente entre Pedro
y Pablo. Además ha desplazado de lugar el Decreto Apostólico, situándolo al final de la Asamblea de Jerusalén. Un buen
número de comentaristas piensan con razón, como trataré de mostrar, que tal decreto se propuso después del incidente en
Antioquía (cf. R. AGUIRRE, La Iglesia de Antioquía de Siria, 36s).
A la búsqueda de identidades 143

creta de ellos puede resultar conflictiva y desencadenar desavenencias. Esa


puesta en práctica —en el caso puntual de la mesa común entre los diferen-
tes miembros de la comunidad— Pablo y Pedro la consideraban de modo di-
ferente. Pedro, influído por los partidarios de Santiago, dejó de practicar la
comida con los paganos, algo que había realizado hasta entonces. Este hecho
ha sido mal valorado por algunos hasta el punto de llegar un comentarista a
afirmar que «la autoridad de ese Santiago es tan grande que inspira temor al
propio Pedro»86.
Hasta qué punto Santiago estaba implicado en la cuestión no resulta
fácil de precisar. Pienso para mí que sus partidarios utilizaron la respetada figu-
ra de su jefe de filas, para imponer su criterio de separación en la mesa entre
ambos componentes cristianos de la comunidad. La postura de Santiago se
acredita aquí, más bien, una vez más, como de intermediación en el conflic-
to surgido en Antioquía. Así se desprende del llamado «Decreto Apostólico»,
recogido por Lucas al final de la Asamblea de Jerusalén (Hch 15,22-31). Se
trata de la declaración conclusiva de la Asamblea, sugerida, por cierto, por
Santiago87, pero que su redacción sólo puede ser concebida, desde el punto
de vista histórico, después del incidente de Antioquía88.
El decreto en cuestión impone a los gentiles un mínimo de deberes,
muy enraizados en el judaísmo. Se trata de cuatro cláusulas presentadas «expre-
samente como el mínimo indispensable»89 y emanadas de la Thorá conforme
Lv 17-18. Se las consideraba como obligatorias para los extranjeros residen-
tes entre los israelitas: la abstención de comer idolotitos, las carnes sacrifica-
das a los ídolos y dioses paganos, también las carnes de animales estrangu-
lados ( ), el evitar las uniones maritales ilícitas bajo el amparo del

86 J. DUQUESNE, María, 97.


87 Alguien ha afirmado con razón que este decreto puede ser llamado mejor “decreto jacobeo” que “decreto apostólico” (cf.
C. VIDAL, Pablo, el judío de Tarso, 155).
88 “Se trata de una reglamentación, emanada de la comunidad de Jerusalén tras el […] conflicto antioqueno, para hacer po-
sible la convivencia de pagano-cristianos y judeocristianos en una misma iglesia. Regula un problema práctico que no había
sido aclarado en la Asamblea de Jerusalén” (R. AGUIRRE, La Iglesia de Antioquía de Siria, 41).
89 R. ROLOFF, Hechos de los Apóstoles, 312.
144 Luis Ángel Montes Peral

matrimonio, conforme Lv 18, y el no practicar el asesinato90. Los preceptos


mandados facilitan la necesaria convivencia real entre los diversos miembros
de la comunidad, sea cual fuera su procedencia91.
La solución suministrada por Santiago no podía descalificarse como anti-
judía y tampoco criticarse como relajada, más bien constituía el resultado de
una reflexión profunda sobre las enseñanzas de Jesús, leídas a la luz de la
Escritura, teniendo en cuenta la praxis misionera mantenida con los paganos
en aquella primera hora. Santiago se muestra así como un pastor probado y
lúcido, que conocía a fondo las enseñanzas de su Señor y que sabía aplicar-
las, actualizándolas en el trascendental momento, que estaba viviendo la Igle-
sia en su apertura a los gentiles.
El decreto, que recoge la formulación de Santiago, daba de lleno en la
diana y contenía tal positividad que se mantuvo plenamente vigente en el
primer cristianismo92. Lo contenido en él posibilitaba que los paganocristianos
se sintieran miembros de pleno derecho del Pueblo de Dios. También permite,
que se superara la fuerte separación entre las dos fuerzas vivas de la comu-
nidad, pudieran convivir de modo debido, lograran contrarrestar las fuertes
tensiones existentes con anterioridad, que podían hacer peligrar la unidad y,
lo que aún resultaba más importante, se hiciera posible la vida en común
conforme a la fraternidad inaugurada por Jesús. Con ello Santiago se mues-
tra, una vez más, en sus verdaderos perfiles, como un conocedor profundo

90 No resulta fácil interpretar las cuatro disposiciones en su contenido concreto (cf. la bibliografía de J. A. FITZMYER, Los He-
chos de los Apóstoles II, 221-222). Tenemos además una variante en el llamado texto occidental. En ella se omite la cláu-
sula de comer animales estrangulados y se añade la regla de oro de la buena conducta moral. Dice así: “… sino mandar-
les que se abstengan de toda contaminación de idolatría, de matrimonios ilegales y de comer sangre; y que no hagan a los
demás lo que no quisieran que se les hiciese a ellos mismos”. De hecho, se trata de una actualización del Decreto, des-
viándose “de lo puramente cúltico-ritual al campo de la conducta moral” (R. ROLOFF, Hechos de los Apóstoles, 305).
91 Cf. R. ROLOFF, Hechos de los Apóstoles, 310.
92 Explicando Hch 15,31, el comentarista al que hemos recurrido en otras ocasiones, escribe: “La reacción es plenamente po-
sitiva. La comunidad paganocristiana de Antioquía interpreta el contenido de la carta no como una pesada imposición, sino
como un respiro liberador y reconfortante, exactamente según la intención de las autoridades de Jerusalén. Ahora sí que
ya pueden considerarse miembros del pueblo de Dios con pleno derecho, a pesar de no estar circuncidados ni sujetos a
las prescripciones de la ley. La unidad de la Iglesia ha quedado a salvo” (R. ROLOFF, Hechos de los Apóstoles, 312).
A la búsqueda de identidades 145

de la situación, que sabe valorar los conflictos en su justa medida y no se


arredra en abrirse a los nuevos retos originados en tiempos diferentes. Reco-
nociendo en forma debida las raíces judías del cristianismo, deja a los paga-
nocristianos la libertad necesaria para conformarse en su ambiente como segui-
dores del Evangelio.
La propuesta de Santiago, sometida a la aprobación oficial, es acepta-
da sin que se produzca ninguna reacción en contrario, ni suscite críticas por
parte de los radicalizados judaizantes, tan difíciles de contentar, llevados como
están de su extremismo. Sólo por esta aportación decisiva merece un puesto
destacado en la historia del cristianismo primitivo. Desde luego, su papel de
intermediario no solucionó todos los problemas, pero puso las bases para el
entendimiento entre judeocristianos y paganocristianos, de modo que pudie-
ran convivir juntos y cada vez se fueran sintiendo todos más hermanos en el
interior de la Iglesia de Jesucristo.

Una forma diferente de evangelización


No conocemos al detalle las relaciones mantenidas entre Santiago y las per-
sonalidades más destacadas de la primera hora del cristianismo. Pero sí po-
demos deducir algunos aspectos relevantes de su modo de dirigir la comuni-
dad de Jerusalén, en distinción y hasta contraste con otras posiciones, que
nos permiten percibir y hasta contrastar las mutuas diferenciaciones. Se trata
de hechos concretos bien significativos, que nos suministra datos valiosos, a
la hora de poder comprender las distintas formas de abordar la evangeliza-
ción entre Pablo y Santiago, tal como eran practicadas en Antioquía y Jeru-
salén.
Las cartas de aquél presentan un buen cúmulo de información que nos
ayuda a entender cómo el Apóstol de las Gentes llevó a cabo su misión. Ésta
siempre fue comprendida por él como salida a los paganos para darles a cono-
cer la Buena Noticia de la Pascua de Cristo, con preeminencia del mensaje
de la Cruz (Ga 2,19; 3,1; 5,24). Se realiza el anuncio salvador en la medida
que se sale al encuentro de los gentiles para convertirles a Dios, «abandonando
los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero» y para esperar en su Hijo
146 Luis Ángel Montes Peral

Jesús, resucitado entre los muertos (1 Ts 1,9s). Sin missio ad gentes, en incon-
dicional actitud misionera, no puede verificarse la evangelización exigida93.
Santiago, en cambio, contempla la misión desde otro signo. En sinto-
nía con los profetas está convencido que con Cristo se ha restaurado la casa
de David mediante la fundación de la Iglesia. Cristo es el Mesías salvador,
que se hace presente en la comunidad de los salvados, tal como había sido
prometido: «Después de esto volveré y restauraré la tienda de David, que
estaba destruida. Repararé sus ruinas y las volveré a levantar» (Hch 15,16)94.
La profecía de Am 9,11-12 se ha hecho realidad en Cristo y en su Iglesia.
Pues bien, lo que ahora resulta decisivo es acoger y testimoniar a ese
Mesías de Dios, de modo que los gentiles peregrinen al resplandor de su luz
y al amparo de su salvación: «para que el resto de los hombres busque al Señor,
junto con todas las naciones…» (Hch 15,17). Lo decisivo no consiste enton-
ces en la salida a los gentiles, sino en adoptar en la comunidad la responsa-
ble actitud de testigo, propia del que experimenta la salvación y la transpa-
renta ante los demás. Sin esa testificación mesiánica se diluye en la nada la
obra salvadora.
Muy posiblemente, Santiago no salió de Jerusalén, aunque 1 Co 9,1-5
parece sugerir un ministerio itinerante, sin precisar cuándo pudo tener lugar.
Lo que en realidad conocemos de él por Hechos, se desarrolla por completo
en la comunidad de Jerusalén, de la que fue reconocido guía hasta su marti-
rio. En el seno de esa comunidad radica la fecundidad de su misión evange-
lizadora, en comunión con la realizada anteriormente por Jesús de Nazaret

93 Parece ser que Pedro también había escogido esa línea de actuación, marcada con tanto entusiasmo por Pablo. Lucas así
lo insinúa. Incluso en el intento de presentar al primero de los Doce en su función de conductor indiscutible del cristianis-
mo primitivo, conforme los designios del Jesús terreno, sostiene que en realidad fue Pedro el primero que abrió la missio
ad gentes. El episodio tenido entre Pedro y Cornelio en Cesarea ofrece esta clara intencionalidad (Hch 10). Sea como fuera,
esa no fue la posición de Santiago, más pegada al comportamiento que Jesús había mantenido durante su actuación pú-
blica. Como Jesús, Santiago sólo dirige su misión a los judíos, aunque da impulsos para que se evangelice a los paganos.
94 Santiago concibe a la Iglesia, de acuerdo con los oráculos proféticos, como la restaurada tienda de David, de forma pare-
cida a como entendían su comunidad los esenios de Qumrán (CD VII,16; 4QFlor I,12). Aquí ya no se habla del dominio de Je-
rusalén, sino de que, después de la restauración de la ciudad santa, “el resto de los hombres” irá a la búsqueda del Señor
(cf. R. ROLOFF, Hechos de los Apóstoles, 309s).
A la búsqueda de identidades 147

en el país de los judíos. Santiago se acredita así como el gran confesor de la


primera hora de la Iglesia, que espera la peregrinación y llegada de los gen-
tiles a una comunidad bien dispuesta. Aquí escribió muy posiblemente una
sentida carta, que encaja perfectamente con los planteamientos expuestos.

6. LA CARTA DE S A N T I A G O 95

Orígenes fue el primero que se la atribuyó al primo-hermano del Señor96.


La opinión se mantuvo a lo largo de la Edad Media y Moderna y sigue
teniendo hoy muy importantes partidarios97, aunque no han faltado, ni faltan
quienes rechazan su autoría98. Si fue su autor, como es muy posible que así

95 Una extensa bibliografía, puede encontrarse en F. MUSSNER, Der Jakobusbrief (HThKNT XIII/1; Friburgo – Basilea – Viena
1964, 41981) IX-XVIII; ID., “Jakobusbrief”: Neues Bibel-Lexikon II (1995), 278; H. PAULSEN, “Jakobusbrief”, en: TRE 16 (Berlin
– Nueva York 1987) 493-495; H. FRANKENMÖLLE, “Jakobusbrief”, en: 3LThK V, 736. Para un conocimiento sintético sobre las
diferentes y encontradas opiniones sobre este escrito, cf. W. G. KÜMMEL, Introducción al Nuevo Testamento (AB 40; Madrid)
294-296. Un comentario reciente a la carta (R. W. WALL, Community of the Wise: The Letter of James [Valley Forge 1997])
sostiene que el entramado central de la carta descansa en tres ensayos, en los que se delinea la puesta en práctica del
auténtico comportamiento sabio, urgido por el autor, y consistente en adoptar una disposición “presta a escuchar”: “quick
to hear” (1,22-2,26), “tarda en hablar”: “slow to speak” (3,1-18) y “lenta a la ira”: “slow to anger” (4,1-5,6).
96 ORÍGENES, In Johannem 8,24; fr. 126; Select. In Ps 30,6.
97 Cf. F. MUSSNER, Der Jakobusbrief, o. c., 38-42; ID., “Jakobusbrief”, 277s. Son partidarios de su autoría especialistas de la ca-
tegoría de Schlatter, Meinertz, Aland, Mussner, Reicke, Knoch, schnider, Ruckstuhl, Felder, que han escrito importantes
comentarios a St, algunos en los últimos años.
98 Ya Erasmo de Rotterdam y Lutero pusieron de manifiesto sus reparos. Lutero llamó al escrito “stroherne Epistel”, es decir
“epístola de paja” y le hubiera gustado extirparla de la Biblia (Vorrede auf das NT. Vorrede auf die Epistel S. Jakobi und
Juda [Weimarer Ausgabe. Deutsche Bibel VII 1522] 344, 384, 404). A partir de 1543 la rechazó de plano por razones dog-
máticas, ya que —según él— no predicaba a Cristo y estaba en oposición a la doctrina de Pablo sobre la justificación por
la fe, no por las obras de la ley (cf. F. MUSSNER, Der Jakobusbrief, 42-47). En el siglo XX, autores tan señalados como T. Zahn
(en 1897), G. Kittel (en 1942) y M. Dibelius (en 71921; 111964) negaron abiertamente que pudiera provenir del hermano del
Señor. Últimamente participan de esta opinión la gran mayoría de los exégetas protestantes que abordan el tema (H. Kös-
ter, P. Vielhauer, H. Paulsen, G. Lüdemann) y algunos católicos, que tienden a presentar la Carta como un escrito pseudoe-
pigráfico, que remite a la autoridad de Santiago. Hay quien piensa que la diatriba de 2,18s ó 5,13ss puede proceder del
estoico-cinismo o del estilo judeo-helenístico de la predicación sinagogal (T. SCHMELLER, Paulus und die “Diatribe” [NTA.NF
19; Münster 1987]). En la exégesis de los últimos treinta años está reapareciendo la teoría de que el autor de esta carta
debía ser un helenista culto, capaz de manejar bien la retórica y familiarizado con la versión griega de los LXX, que es la
que normalmente usa (J. BONSIRVEN “Jaques [Épître de S.]”, en: DBSup 4 [1949] 790). Con algunos matices nuevos G. BEC-
QUET, La carta de Santiago. Lectura socio-lingüística (Estella 1988) 67s, sostiene que el escrito estaría reflejando un tras-
fondo de filosofía estoica, tal como entre el pueblo se concebía entre los siglos I y II d. C. Cf. también S. LAWS, A Com-
148 Luis Ángel Montes Peral

lo sea99, aunque la cuestión aún queda abierta en la investigación actual100, la


carta acredita notable antigüedad: fue compuesta después de las Protopauli-
nas (1 Ts, Ga, 1 y 2 Co, Fil, Flm, Rom) y antes de los Sinópticos. No puede
mantenerse la opinión de quien la considera como el primer escrito cristiano
que se conserva101, o deja su redacción abierta durante un espacio de tiempo
demasiado largo: entre los años 40 al 60102. Dada la reflexión sintética exis-
tente en ella y que es expresión de una lograda experiencia de vida,
acumulada en la vivencia del misterio pascual, hubiera podido muy bien ser
escrita poco antes del martirio de su autor, a principio de los años sesenta103.
Desde luego nos ofrece un tipo de cristianismo, cercano a la predicación de
Jesús, que es independiente al representado por Pablo en sus Cartas104.

mentary on the Epistle of James (Londres 1980) 5. Su autor sería entonces “un judío helenista cultivado” (A. PIÑERO – J.
PELÁEZ, El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos [Córdoba – Madrid 1995] 478).
Según J. M. SÁNCHEZ CARO: “La comunidad que refleja Sant sería un grupo muy cercano a los ‘temerosos de Dios’, paganos
conocedores del mundo judío, pero que no habían llegado a convertirse en prosélitos”, en: A. PIÑERO (ed.), Biblia y helenis-
mo (Córdoba 2006) 412. Para Frankenmölle Santiago de Nazaret acredita una teología de la Thorá, mientras que el autor
de la Carta aboga decididamente por una teología de la sabiduría (H. FRANKENMÖLLE, “Jakobusbrief”, 734. Cf. ID., Jakobus-
brief (ÖTKNT; Gütersloh – Würzburg 1994). No sé hasta qué punto es correcta tal distinción. Desde luego su cristología
encaja perfectamente con alguien que ha conocido a Jesús y toma muy en serio sus palabras, que pudieron ser conocidas
a través de los misioneros de Q. En el intento de dar con el autor del escrito y con lo específico de su teología habría que
resaltar más la relación existente entre Q y St, como veremos más adelante.
99 Aquí parto de ese supuesto, ya que no existe ninguna prueba definitiva que nos permita negar su autoría y son muchos los
indicios que nos conducen a ella, sobre todo después de los últimos comentarios publicados. El que la carta esté redacta-
da en un buen griego, que no pudo conocer un nazareno como Santiago, no constituye prueba suficiente en contra. Cada
vez contamos con más indicios para mantener que Jesús conoció el griego (cf. MEIER, Un judío marginal, I, 267-279 ) y muy
bien lo pudo conocer también su primo-hermano. Además, en el caso de que no hablara esta lengua, pudo recurrir a un se-
cretario versado, que tradujera su pensamiento.
100 No pocos dejan abierta la cuestión y no se atreven a dar una respuesta contundente, aunque admiten la posibilidad de la
autoría por parte del hermano del Señor: Así J. SCHNEIDER, Die Kirchen Briefe (NTD 10; Gotinga 1961) 4. Entre los católicos,
cf. J. CERVANTES, “La carta de Santiago”, en: S. GUIJARRO OPORTO – M. SALVADOR GARCÍA, Comentario al Nuevo Testamento, 644.
101 De este modo pensó en su día G. KITTEL, “Der geschichtliche Ort des Jakobusbriefes”: ZNW 41(1942) 71-105. Para este autor
pudo ser escrita antes de primer viaje misionero de Pablo.
102 Cf. H. RUSCHE, Der Brief des Apostels Jakobus (Düsseldorf 1966) 19; F. MUSSNER, “Jakobusbrief”, 278, mantiene que fue re-
dactada desde Jerusalén hacia el año 60.
103 Para conocer las distintas opiniones sobre su datación, cf. J. BLINZLER, “Der Jakobusbrief”, en: 2Lexikon für Theologie und
Kirche V, 861-863.
104 Cf. J. SCHNEIDER, Die Kirchen Briefe, 4.
A la búsqueda de identidades 149

Con la mirada puesta en el pueblo judío


La amonestación, escrita por un judío de raza, no está orientada exclusiva-
mente hacia los cristianos, también va dirigida a todos los judíos de buena
voluntad, que potencialmente pueden convertirse a Dios, tal como se ha ma-
nifestado en Cristo105. Del mismo modo que la actuación entera de Jesús es-
tuvo orientada hacia todo Israel, así también este escrito tiene en cuenta sobre
todo a los judíos de origen con la esperanza de convertirlos a Cristo y así poder
congregar al pueblo reunido y formado por las doce tribus, que el mismo Jesús
quiso constituir como una familia de hijos y hermanos, para presentársela al
Padre como ofrenda agradable a sus ojos.
Santiago no tiene en mente a los paganos, no porque los desprecie o
porque piense que no existen, sino porque su actividad pastoral está centra-
da con todas las consecuencias en los judeocristianos. Ellos constituyen el obje-
to directo de sus desvelos y en ellos permanece sin que aparezcan otras con-
sideraciones. Y para ellos desea tres cosas básicas, ancladas en los designios
divinos, tal como se han revelado en Cristo: a) alcanzar la perfección con
paciencia (2-4; 2,22; 3,17s)106; b) cumplir el mandamiento del amor, resumen
de la ley (2,8-9)107 y c) hacer una opción preferencial por los pobres que se
traduzca en obras concretas (1,9; 2,5)108.

105 La sabiduría judía, que desprende la carta ha hecho que algunos hayan mantenido la tesis de que el original de este escri-
to es plenamente judío, una especie de “parénesis”, como algunas que aparecen en el Antiguo Testamento. Su autor
pseudoepigráfico sería Jacob, que escribe a sus hijos y a las doce tribus. Un redactor cristiano desconocido, transformó el
nombre del patriarca por el de Jacobo, borró el nombre de los doce hijos, origen de las tribus judías, y añadió el nombre
de Cristo en dos ocasiones (1,1; 2,1). Fue él, por lo tanto, quien cristianizó la carta. Esta hipótesis fue popularizada por A.
MEYER, Das Rätsel des Jakobusbriefes (Beiheft der ZNW10 [1930]); cf. las pertinentes objeciones y críticas a esta hipóte-
sis de O. CULLMANN, Einführung in das Neue Testament (Siebenstern-Taschenbuch 115; Múnich – Hamburgo 1968) 114-
118.
106 “El pensamiento final, que Santiago pone delante de la comunidad es éste: la perfección, , una esencia total” (A.
SCHLATTER, Der Glaube im Neuen Testament [Stuttgart 41927] 450). En el Sermón de la Montaña escuchamos estas pala-
bras de Jesús: “Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).
107 Este mandamiento llega a su punto culminante en la práctica de la misericordia: “Pues tendrá un juicio sin misericordia
quien no practicó la misericordia. La misericordia, en cambio, saldrá victoriosa en el juicio” (2,13). Estas palabras suenan
a Jesús de Nazaret como pocas.
108 La crítica a los ricos no puede ser más fuerte y reiterada (1,10s; 2,6-12.15-16; 5,1-6). Adopta una postura muy similar a la
de Jesús (Mc 10,23 par; Lc 6,24-26).
150 Luis Ángel Montes Peral

Nuestro autor quiere servir a su pueblo del que siempre se ha sentido


parte integrante y que ahora se ha convertido en el pueblo cristiano. Cuanto
afirma está orientado hacia Dios, pero desde la perspectiva de Cristo109, del
que se siente hermano y siervo (1,1). Y así «dirige su palabra al pueblo santo
en su totalidad e integridad, tal como Dios lo ha formado»110 y tal como lo ha
querido Cristo, obediente a los designios del Padre de las luces (1,16). Los cre-
yentes en Cristo pertenecen de un modo muy especial al pueblo santo de Dios,
pero ese pueblo está llamado a ser completado hasta que el conjunto de los
israelitas fieles puedan tomar parte de él. El amor del autor por su pueblo de
origen queda expresado de forma manifiesta.

Centrado en tradiciones éticas provenientes de Jesús


Contra lo que se ha afirmado con frecuencia desde tiempos de Lutero, sobre
todo por parte de nuestros hermanos separados, Santiago no polemiza con
Pablo. Lo que hace es sacar consecuencias prácticas para los integrantes de
la comunidad de Jerusalén (y los que pueden serlo), que siendo sinceros con-
sigo mismos, quieren mantenerse leales a su Señor y alcanzar la plenitud con
la gracia proporcionada de lo alto (1,17), pero también activar la propia vo-
cación, aceptando la tarea específica. No basta con creer; se impone, del mismo
modo, el actuar (2,14-26)111. Así aparece resaltado en las enseñanzas del Maes-
tro (Mt 7,13-27).

109 Esa perspectiva cristológica queda claramente resaltada en tres perspectivas esenciales de la carta: las alusiones más o
menos explícitas al Sermón de la Montaña, la insistencia en mostrar la dignidad de los pobres y los pequeños y la presen-
tación de una ética general orientada escatológicamente. “No hay ningún escrito del Nuevo Testamento fuera de los
Evangelios, que esté tan repleto de acordes de las palabras del Señor como éste” (G. KITTEL, “Der geschichtliche Ort des Ja-
kobusbriefes”, 95). En definitiva, “¡escuchar a Santiago significa tanto como escuchar a Jesús!” (F. MUSSNER, Der Jako-
busbrief, 52). ¡Pero escucharlo en la situación concreta en que ahora se encuentra la comunidad, que ya tiene un recorrido
de casi treinta años, puede caer en la mediocridad y malograrse por falta de una ética concreta traducida en obras de san-
tidad!
110 A. SCHLATTER, “Der Brief des Jakobus”, en: ID., Erläuterungen zum Neuen Testament III (Stuttgart 41928) 134; cf. ID., Der Brief
des Jakobus (Stuttgart 21956).
111 No puedo estar de acuerdo, por lo tanto, con el núcleo de la siguiente apreciación de un teólogo evangélico actual: “Si San-
tiago luchara, en un tiempo en que Pablo era falseado de manera libertina, contra un tal pervertido paulinismo y resaltara
con más fuerza que Pablo las obras, esto sería perfectamente legítimo. Pero Santiago va más allá y apunta a Pablo mismo,
A la búsqueda de identidades 151

Santiago no mira, por lo tanto, a Pablo, sino que se fija en Jesús. No


pretende desarrollar y mucho menos corregir el pensamiento paulino112. Se
centra con maestría en las enseñanzas de Jesús como fundamento de la ética
propia de la comunidad cristiana, que pueda alcanzar también a los judíos
libres de prejuicios y abiertos a la verdad. Lo que en su día anunció el Naza-
reno, sobre todo en las enseñanzas que aparecen en el Sermón de la Monta-
ña (Mt 5-7), es actualizado ahora en la vida comunitaria, amenazada tanto en
el interior como en el exterior (St 2,5; cf. Q 6,21 = Mt 5,3/ Lc 6,21; St 2,11; cf.
Mt 5,21.27; 2,13; cf. Q 6,36 = Mt 5,48/ Lc 6,36; cf. St 3,18; cf. Mt 5,9; St 5,12;
Mt 5,34)113.
Ante el riesgo de trivialización de la verdadera religiosidad (1,26s), San-
tiago propone una moral de plenitud de unión libre con Dios y atención a
los necesitados (1,25.27). Parece exagerada la opinión de que el verdadero
tema de la carta consiste en la relación de tensión existente entre pobre y
rico114. Con todo, el escrito supone una crítica profética muy seria contra los

cuando integra las obras en la justificación y con ello corrompe ésta de manera nomística. Aquí se separan los espíritus,
de modo que la teología y predicación evangélicas se tienen que situar de parte de Pablo en la decisiva elección de una u
otra opción. Con todo deberá aceptar e integrar ciertamente la intención de la carta de Santiago, que no quiere desmovili-
zar al cristiano de la verificación concreta y de la responsabilidad social” (W. SCHRAGE, Der Jakobusbrief [NTD 10; Gotinga
11
1973] 36). En ese mismo sentido había escrito otro reconocido exégeta de la misma confesión: “Para Santiago la pregun-
ta sobre la justificación constituye uno de tantos teologúmenos; para Pablo, en cambio, es el corazón mismo de su predi-
cación” (P. STUHLMACHER, Gerechtigkeit Gottes bei Paulus [FRLANT 87; Gotinga 1965] 194). No estoy de acuerdo con esta
doble posición: también para Santiago quien justifica es Dios por la fe. Pero esta justificación no se realiza sin obras, sin
que la fe se haga tarea existencial de por vida. Estamos, ni más ni menos, que ante el dicho paulino de “la fe que actúa
por medio del amor” (Ga 5,6). Toda la carta no es otra cosa que una llamada seria y apremiante a la “Verwirklichung des
Glaubens”, es decir: a la “realización”, a la “verificación de la fe” mediante una praxis coherente como creaturas nuevas,
renovadas en Cristo Jesús. Cf. U. LUCK, “Die Theologie des Jakobusbriefes”: ZThK 81 (1984) 3.
112 Contra el gran exégeta evangélico G. THEISSEN, El Nuevo Testamento. Historia, literatura, religión (Presencia teológica 129;
Santander 2003) 193: “Santiago no quiere desarrollar el pensamiento de Pablo, sino corregirlo”. Tanto Santiago como Pablo
miran a Jesús, centro de sus vidas, no a otros.
113 Cf. P. J. HARTIN, James and the Q Sayings of Jesus (JSNTSup 47 [1991]).
114 R. KRÜGER, Der Jakobusbrief als prophetische Kritik der Reichen. Eine exegetische Untersuchung aus lateinamerikanischer
Perspektive (Beiträge zum Verstehen der Bibel 12; Münster 2005). He aquí la posición del autor: “El mensaje entero de San-
tiago en relación con pobre y rico está en la llamada a los cristianos y a las cristianas para que entiendan y profundicen su
compromiso social como expresión de su fe religiosa” (267). Santiago introduce “un nuevo paradigma, que tiene como meta
la construcción de alternativas relaciones socioeconómicas y comunitarias. Él desea formar una comunidad, cuyo nuevo es-
152 Luis Ángel Montes Peral

ricos que también en la comunidad de Jesús pueden intentar imponerse a


los pobres y querer subyugarlos. ¿Empezaba ya a dibujarse esta tendencia en
la comunidad de Jerusalén, formada sobre todo por pobres? Algunas de las
reflexiones de Santiago sobre el tema en cuestión constituyen una fuerte lla-
mada de atención de permanente vigencia en la Iglesia de todos los tiempos,
para que no olviden nunca la dignidad de los que sufren necesidad en una
comunidad solidaria y su puesto imprescindible en la familia de Jesús.
Santiago ha dejado a un lado el culto judío, de imposible justificación
después del acontecimiento Cristo, sustituyéndolo por un ethos agradable a
Dios, tal como ha sido practicado y enseñado por Jesús. Uno no sabe qué
maravillar más en él, si la nula importancia que concede a las prácticas ritua-
les o la insistencia con que urge el mandamiento del amor (St 2,8), expresa-
do de diferentes formas, todas ellas bien actualizadas en el seno de la comu-
nidad, para ser irradiadas ante el mundo, necesitado de la revolución del
verdadero amor. El autor «utiliza muchas enseñanzas sapienciales, pero pro-
fundamente morales»115. Emplea nada menos que 119 imperativos de cuño
judío en su mayoría, pero siempre con la intención pastoral de ganar parti-
darios para Cristo, que es tanto como ganarlos para la libertad, la felicidad y
la vida mediante la consecución de la «sabiduría de arriba», que es «en primer
lugar intachable, pero además es pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva,
fecunda, imparcial, sincera» (3,17). También resuenan las bienaventuranzas
(1,12.25) y la construcción de la paz: «En resumen, los que promueven la paz
van sembrando en paz el fruto que conduce a la salvación» (3,18).
Está preocupado por plasmar con fidelidad el mensaje cristiano en acti-
tudes y acciones concretas que orienten la vida cotidiana. De este modo se
acredita como un decidido defensor de una moral cristológica, orientada de
modo preferente hacia personas de baja extracción social, que pueden unir-
se íntimamente a su Señor por estar perfectamente preparadas para tal empre-
sa. Ellas, de una manera muy especial, tienen derecho a recibir las enseñan-

tilo de vida esté caracterizado por una especial responsabilidad en relación con los pobres, los oprimidos y los desterra-
dos y en la que la palabra implantada debe transformarse en la acción de la solidaridad” (268).
115 C. H. FELDER, “Santiago”, en: W. FARMER et al. (eds.), Comentario Bíblico Internacional (Estella 1999) 1626.
A la búsqueda de identidades 153

zas del Señor y a ponerlas en práctica. Ellas son objeto de una solicitud y
predilección singulares. La sintonía con el Jesús terreno no puede ser mayor.

7. SU MARTIRI O

Lo último que conocemos de la vida de Santiago, su muerte por Cristo, su


hermano y Señor, no lo consignan Los Hechos de los Apóstoles sino Flavio Jo-
sefo. En su último libro de las Antigüedades judías, al hablar del joven sumo
sacerdote Anán, le caracteriza como «hombre de carácter severo y notable
valor. Pertenecía a la secta de los saduceos que comparados con los demás
judíos son inflexibles en sus puntos de vista»116. De acuerdo con estos pon-
derables, presenta la muerte de Santiago como un ilegítimo hecho consumado,
ejecutado por sorpresa:

«Siendo Anán de este carácter, aprovechándose de la oportunidad, pues


Festo había fallecido y Albino todavía estaba en camino, reunió al sa-
nedrín. Llamó a juicio al hermano de Jesús que se llamó Cristo; su nom-
bre era Jacobo, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de
ser infractores de la ley y los condenó a ser apedreados»117 (XX 9,1).

Este insólito modo de proceder le costó el puesto a Anán, que fue depuesto
por los romanos por medio del rey Herodes Agripa II (el padre de quien había
mandado ejecutar a Santiago el Zebedeo), al arrogarse como Sumo Sacerdo-
te prerrogativas que no tenía, para ejecutar una pena capital118. De este modo
trágico, pero glorioso, terminó su existencia terrena este gran testigo de Jesu-
cristo de la primera hora. «Para la comunidad cristiana, Santiago “el Menor”
es una especie de puente. Representa, por una parte, la fidelidad a las tradi-

116 También los saduceos jugaron un papel decisivo en la condena a muerte y en la ejecución de Jesús (cf. L. Á. MONTES PERAL,
“El proceso de Jesús en la historia de la Pasión según san Marcos”: EstB 62 (2004) 539-542.
117 Aunque este episodio ha sido puesto en duda por algunos, hoy existe unanimidad en concederle autenticidad (cf. E. SCHÜ-
RER, en: G. VERMES – F. MILLAR – M. BLACK [eds.], Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús I: Fuentes y Marco Históri-
co [Madrid 1985] 550-567).
118 FLAVIO JOSEFO, Antigüedades de los judíos III (Barcelona 1988) 342.
154 Luis Ángel Montes Peral

ciones de Israel y, por otra, la necesaria apertura para admitir en el seno de


la comunidad a los hermanos que proceden del paganismo. Con él se hace
realidad la convicción de que Cristo ha venido a derribar el muro que los sepa-
raba y a formar un pueblo único para Dios»119. Por fidelidad a sus hondas
convicciones dió la vida, como Cristo, su Hermano y Señor.

III. ARGU MENTAC I Ó N

Para remachar la diferenciación entre Santiago el de Alfeo y Santiago de Na-


zaret, ofrecemos ahora ocho argumentos, que avalan la tesis mantenida aquí.
Son importantes en su conjunto y, según mi entender, tienen la suficiente
fuerza probatoria, como para dirimir la cuestión planteada de forma definitiva.

1. PRINCIPALES AR G U M E N T O S A FAV O R D E L A D I S T I N C I Ó N D E L O S D O S P E R S O N A J E S

a) No existe texto alguno del Nuevo Testamento, en que de manera directa


y explícita se afirme que un «hermano del Señor» o Santiago de Nazaret en
concreto pertenezcan al grupo de los Doce. La identificación entre Santiago
el de Alfeo y Santiago de Nazaret se hace mediante argumentos indirectos,
del todo improcedentes, cuando se estudian con atención los pasajes impli-
cados.
b) En Ga 1,19 Pablo presenta a Pedro y a Santiago de Nazaret. Mien-
tras claramente Pedro es considerado por Pablo «apóstol» (= ), no
resulta tan concluyente que en la intencionalidad paulina también Santiago
sea tenido como tal: «No vi a ningún otro apóstol, fuera ( ) de Santiago,
el hermano del Señor», hasta el punto que «seguridad no podemos tener inclu-
so valiéndonos de 1 Co 15,7»120. Pero aún en el caso de que aquí Santiago
fuera considerado como apóstol, que no es seguro desde la base lingüística121,

119 J. R. FLECHA ANDRÉS, “Santiago el Menor”, 67.


120 H. SCHLIER, La Carta a los Gálatas, 74.
121 Contra G. PÉREZ, “Santiago el Menor”, 477.
A la búsqueda de identidades 155

esto no quiere decir en modo alguno que perteneció al grupo de los Doce
Apóstoles (cf. Mt 10,2; Lc 6,13), ya que los «apóstoles», tal como el término es
presentado en Ga 1,19, y en otros textos, no son los Doce122 ni mucho menos.
El concepto que Pablo tiene de «apóstol» es distinto al que pudieron
tener Mateo y sobre todo la obra lucana123, que es el que más obra en
nosotros. Para Lucas, y en cierta medida para Mateo también, los Apóstoles,
sin más, se identifican sin duda con los Doce. Y algo similar ocurre también
en el lenguaje corriente que usamos nosotros. Cuando escuchamos el nom-
bre «apóstol», si no se especifica más, automáticamente estamos entendiendo
a un integrante del grupo de los Doce. Y así cuando hablamos de «los após-
toles», enseguida pensamos en el conjunto de los Doce.
Pero en los inicios de la literatura del Nuevo Testamento, Pablo concede
al término otra significación. De hecho en 1 Co 15,5.7 se distingue perfecta-
mente entre «los Doce» y «los apóstoles», todos ellos han visto a Cristo. En 1
Co 9,5 Pablo habla de dos grupos importantes en el primer cristianismo los
apóstoles y los hermanos del Señor y además introduce la figura de Pedro en
solitario. Los apóstoles (ése es su propio caso) son testigos del Evangelio,
que han contemplado al Señor vivo y actúan como misioneros y fundadores
de comunidades124. En ese sentido Santiago puede (o no puede) llamarse após-
tol, según que, además de haber visto al Resucitado (1 Co 15,7) y acreditarse
como un formidable pastor en Jerusalén (Hch 15,13-21), ha ejercido (o no)
un ministerio itinerante (1 Co 9,5)125. Si ha ejercido el ministerio itinerante, cosa

122 Con excepción de 1 Co 15,5, tomado de la tradición anterior, en el Corpus Paulinum no aparece el concepto de los Doce,
aunque menciona con relativa frecuencia a Pedro en la Carta a los Gálatas (1,18; 2,7.8.11.24) o a Cefas en 1 Corintios (1,12;
3,22; 9,5; 15,5; cf. Ga 2,9) y a otro miembro del grupo, como Juan (Ga 2,9). Cf. L. Á. MONTES PERAL, Tras las huellas de Jesús,
307s.
123 Cf. G. SCHNEIDER, “Die zwölf Apostel als ‘Zeugen’”, en: ID., Die Apostelgeschichte I, 221-232. L. Á. MONTES PERAL, Tras las
huellas de Jesús, 308s.
124 Cf. E. RUCKSTUHL, “Jakobus (Herrenbruder)”, 486.
125 Hechos no nos hablan de la actividad misionera de Santiago, si no es en la comunidad de Jerusalén. Pero 1 Co 9,5 deja
abierta la cuestión y en cierto sentido hasta da a entender que llevaba a su esposa, cuando realizaba sus correrías misio-
neras. No está claro en este texto qué entiende Pablo por “los demás apóstoles”. ¿Se trata de un grupo cerrado o más
bien abierto, los misioneros sin más, testigos de la Pascua? No aparece tampoco clara la relación de los apóstoles con los
hermanos del Señor y con Pedro (cf. H. CONZELMANN, Der erste Brief an die Korinther [MKEKNT 5; Gotinga 111969] 181).
156 Luis Ángel Montes Peral

que no es segura, podrá ser llamado «apóstol», pero esto no quiere decir, en
modo alguno, que pertenezca al grupo de los Doce.
Bajo ningún concepto, por lo tanto, se puede recurrir al Corpus Pauli-
num para intentar probar que Pablo integra a Santiago de Nazaret en el gru-
po de los Doce. Nada más apartado de su intencionalidad: en realidad, sólo
conoce a este grupo por la tradición y concede al término «apóstol» un senti-
do bien distinto, al dado sobre todo en la obra lucana.
c) En las Cartas Paulinas, en que se habla de manera directa de San-
tiago de Nazaret, nunca aparece unido expresamente el nombre Santiago con
uno de los Doce, de modo que necesariamente habría que incluir a Santiago
de Nazaret en ese grupo de los Doce, porque así se afirma expresamente de
su persona en el texto. Es más, en 1 Co 9,5 encontramos esta pregunta: «¿No
tenemos derecho a que nos acompañe una mujer cristiana lo mismo que los
demás apóstoles, los hermanos del Señor y el mismo Pedro?». Aquí Pablo dis-
tingue perfectamente a dos grupos: «los apóstoles» y «los hermanos del Señor»
y al portavoz de los Doce. En el texto ninguno de los hermanos del Señor
está incluido en el grupo, en que se encuentra Pedro.
d) Sólo contamos con un texto paulino que alude a los Doce (1 Co
15,5). Se trata de una confesión de fe que Pablo reconoce haber tomado de
la tradición más primitiva. Cuando se enumeran las apariciones del Resucita-
do nos percatamos que se presenta la aparición a los Doce como diferente de
la tenida por Santiago (1 Co 15,7). Indirectamente se está distinguiendo con
claridad entre ambos, sin que exista ningún indicio, por pequeño que sea,
que nos lleve a identificar a Santiago con uno del grupo de los Doce. Hasta
podemos sostener que, de haber pertenecido al grupo de los Doce, se hu-
biera hecho innecesaria su mención en solitario, ya que estaba incluido en la
aparición a los Doce. No podemos forzar el argumento, replicando que en-
tonces lo mismo podemos deducir de Pedro, que también es nombrado solo.
Sabemos por otras fuentes que Pedro tuvo una aparición en solitario (Lc
24,34), a la que siguió la acontecida con el grupo de los discípulos (Lc 24,36-
49; cf. Mt 28,16-20; Jn 20,19-29). De Santiago la tradición nada afirma al res-
pecto.
A la búsqueda de identidades 157

e) En los Sinópticos no aparece ningún indicio, ni directo ni indirecto,


que avale la suposición de que estamos ante un mismo personaje, llamado
Santiago, con dos prerrogativas: pertenecer a la familia de Jesús y formar par-
te del grupo de los Doce. La lectura crítica e interna de cada uno de los evan-
gelios nos proporciona, más bien la rotunda información de que estamos ante
dos personas distintas, aunque lleven el mismo nombre y no se haga aclara-
ción alguna para evitar las confusiones. Nada nos permite pensar que los evan-
gelistas tengan en mente tal identificación.
Son Orígenes y Tertuliano los que, uno en Oriente y otro en Occiden-
te, empiezan a identificar en una sola persona a Santiago el de Alfeo y San-
tiago de Nazaret, sin que den los argumentos para ello y en contra de toda
lógica y rigor históricos. Y así, se van realizando más identificaciones: al «Judas
el de Santiago» de Lc 6,16 y Hch 1,13, se le identifica con el Judas, el herma-
no de Jesús del mismo nombre (Mc 6,3) —y contra todo rigor lingüístico el
genitivo griego se entiende no como «hijo», sino como «hermano»— y, a la
vez, también como hermano del Santiago, objeto de nuestra investigación.
De modo que dos miembros de la familia de Jesús no sólo Santiago, también
Judas, habrían pertenecido al grupo de los Doce. A Simón, el zelota, se le
convierte, de igual manera, en el Simón, hermano del Señor (Mc 6,3)126. De
este modo con el tiempo, no sólo dos sino tres hermanos de Jesús se piensa
que pertenecen al grupo de los Doce. Porque tres hermanos de Jesús: San-
tiago, Judas y Simón, nombres por cierto de patriarcas, llevan el mismo nom-
bre de tres de los Doce, se les incluye, sin ningún rigor histórico, dentro de
ese grupo, cada vez más admirado en el cristianismo. Convenía que los her-
manos del Señor pertenecieran al grupo de los Doce.
f) El primer evangelio escrito nos proporciona un argumento directo,
muy importante por cierto, que nos lleva a rechazar de plano la identificación.
Mc 3,21 sostiene que «sus parientes, al enterarse, fueron para hacerse cargo
de él, pues decían: —Está fuera de sí»127. Esta información está de acuerdo

126 Cf. H. CONZELMANN, Geschichte des Urchristentums, 128s.


127 Partimos del hecho que Santiago de Nazaret este incluido aquí entre los parientes de Jesús.
158 Luis Ángel Montes Peral

con lo manifestado en Jn 7,5. El texto marcano, además, está inmediatamen-


te después de proporcionarnos la lista de los Doce, lo que hace todavía más
improbable, si no imposible, la identificación de Santiago el de Alfeo con el
pariente de Jesús del mismo nombre128. Un hecho así supondría el absurdo
que uno de los Doce no creía en Jesús, cuando había seguido su llamada y,
más parte, había participado en su misión. De esta constatación podemos
deducir con toda seguridad que para Marcos Santiago el de Alfeo y Santiago
de Nazaret son dos personas distintas.
g) En este mismo sentido encontramos otro argumento bien explícito
y quizá aún más definitivo en el Cuarto Evangelio. Jn 6,67-71 mantiene que
el grupo de los Doce cree en Jesús en un momento en que muchos lo aban-
donan, manteniendo así, el grupo como tal, la elección recibida, con la excep-
ción del traidor Judas Iscariote. Sin embargo, algunos versículos después en
7,5 se afirma con rotundidad que sus hermanos no creían en él. Según la infor-
mación que nos suministran los Sinópticos y Pablo, uno de esos hermanos
es Santiago de Nazaret, por lo que éste no puede ser Santiago el de Alfeo,
que pertenece al grupo de los Doce129. En pocas y contundentes palabras:
Las únicas fuentes seguras que tenemos para dirimir la cuestión, los cuatro
Evangelios, muestran unánimemente la existencia de los dos Santiagos en liza.
Ningún texto evangélico lo cuestiona.
h) Corroboran las fuentes evangélicas el encabezamiento de la Carta de
Santiago, que se debe a Santiago de Nazaret o, es atribuida a su persona de
forma pseudoepigráfica. El hecho de que no se presente como uno de los
Doce (Apóstoles), tan sólo como «siervo de Dios y de Jesucristo» viene a dar-
nos un argumento más, que confirma cuanto he tratado de probar.

2. RESULTADO

Las tres figuras distintas del cristianismo primitivo, presentadas aquí, son ju-
deocristianos de la primera generación. Pertenecen al núcleo central de la más

128 Cf. H. CONZELMANN, Geschichte des Urchristentums, 28.


129 Cf. E. RUCKSTUHL, “Jakobus (Herrenbruder)”, 486.
A la búsqueda de identidades 159

primitiva comunidad de Jerusalén y tienen un origen galileo. Les une la causa


y los intereses de Cristo, así como la extensión de la Iglesia en su primera hora.
Uno pertenece al círculo exclusivo de la familia terrena de Jesús y dos al grupo
dirigente de los Doce.
La Iglesia latina, que ha mantenido hasta hoy el nombre diferenciado
de los Doce en su calendario de santos e identifica a Santiago el de Alfeo
con Santiago de Nazaret, haría bien en proceder al desdoblamiento y, siguien-
do la praxis de la Iglesia Oriental, distinguiera como procede a ambos san-
tos, estableciendo dos fiestas diferentes130. La verdad histórica lo impone. Nada
menos que Eusebio de Cesarea, Epifanio, Gregorio de Nisa en Oriente y Jeró-
nimo en Occidente distinguen perfectamente ambos personajes. Ya hemos
explicado suficientemente las razones que motivaron la identificación, que hoy
día nos resultan del todo improcedentes. Para las fiestas litúrgicas respecti-
vas de ambos santos, podrían señalarse estas o parecidas referencias:

Santiago el (hijo) de Alfeo, Apóstol


Uno de los Doce, del que desconocemos datos personales seguros. Aparece
mencionado sin excepción en las cuatro listas de los Doce, proporcionadas
por los tres Sinópticos y Hechos. En Mc y Mt se le presenta antes de Tadeo;
en Lc y Hch, antes de Simón, el zelota. En Mt y Hch después de Mateo; en Mc
y Lc después de Tomás. Siempre ocupa el noveno lugar. Fue llamado y cons-
tituido por Jesús para su relevante función. Colaboró en la extensión del
Reino durante su vida pública y, testigo de la Resurrección, prosiguió la causa
de Cristo en los orígenes del cristianismo, sin que nos sea posible proporcio-
nar información directa de su quehacer, por no suministrarla fuente histórica
alguna.

Santiago de Nazaret, el hermano de Jesús


Miembro destacado de la familia terrena de Jesús, el más descollante entre
los varones, si prescindimos de José, el padre adoptivo. Aunque no podemos

130 Los griegos celebran la fiesta de Santiago el de Alfeo el 9 de octubre; y la de Santiago de Nazaret el 23 de octubre (cf. J.
BLINZLER, “Jakobus der Jüngere, Apostel”, 834; cf. ID., “Jakobus, der Bruder Jesu” (ibíd. 837).
160 Luis Ángel Montes Peral

detallar bien todas las circunstancias de su vida, es primo - hermano de Jesús.


El Evangelio de Marcos le denomina «el pequeño» quizá debido a su baja es-
tatura. Destinatario de una aparición del Resucitado, que transformó por com-
pleto su vida, jugó un papel muy importante en los primeros años de la co-
munidad de Jerusalén, sobre todo desde el año 44 hasta su muerte violenta
ocurrida el 62. Después de abandonar la ciudad Pedro, se convirtió en el pas-
tor supremo de ella, gozando de creciente prestigio. Intervino de forma bien
sobresaliente en la Asamblea de Jerusalén y muy posiblemente escribió una
preciosa carta, que actualiza las enseñanzas de Cristo, sobre todo para la gente
sencilla, que no conoce la teología pero se esfuerza por ser fiel a su Señor.
Murió apedreado por mandato del Sumo Sacerdote Anán. Se trata del primer
mártir cristiano del que tenemos noticia en la historiografía extracristiana.

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