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Guía Relato Policial

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Colegio Tierra del Fuego Quillota

Departamento: Lenguaje y Comunicación


Asignatura: Lengua y Literatura
Profesor(a): Karen Briones
Curso: 4º M

GUÍA SOBRE RELATO POLICIAL


Nombre:______________________________________________________________________________________________
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OA 2
Indicadores
Analizan textos literarios utilizando como criterio las marcas textuales ilustrativas, pertinentes y claras.
Distinguen distintas interpretaciones de un texto analizando las posibilidades expresivas del lenguaje.
Formulan interpretaciones plausibles para una obra o parte de ella, a partir de un criterio de análisis.

Lea el siguiente texto y responda las preguntas que se presentan a continuación:


El problema final
Arthur Conan Doyle
Tomo la pluma con tristeza para redactar estos pocos párrafos, que serán los últimos que yo dedicaré a dejar constancia
de las singulares dotes que distinguieron a mi amigo el señor Sherlock Holmes. Me he esforzado, aunque de una manera
inconexa y, estoy profundamente convencido de ello, del todo inadecuada, en relatar como he podido las extraordinarias
aventuras que me han ocurrido en su compañía desde que la casualidad nos juntó, en el período del Estudio en escarlata,
hasta la intervención de Holmes en el asunto de El tratado naval, intervención que tuvo como consecuencia indiscutible la
de evitar una grave complicación internacional. Era propósito mío el haber terminado con ese relato, sin hablar para nada
del suceso que dejó en mi vida un vacío que los dos años transcurridos desde entonces han hecho muy poco por llenar.
Pero las recientes cartas en que el coronel James Moriarty defiende la memoria de su hermano me fuerzan a ello, y no
tengo otra alternativa que la de exponer los hechos tal como ocurrieron. […]
Se recordará que después de mi matrimonio y de mi consiguiente iniciación en el ejercicio independiente de la profesión
médica se vieron, hasta cierto punto, modificadas las íntimas relaciones que habían existido entre Holmes y yo. Siguió
recurriendo a mí de cuando en cuando, es decir, siempre que deseaba tener un compañero en sus investigaciones, pero
tales oportunidades fueron haciéndose cada vez más raras, como lo demuestra el que solo conservo notas de tres casos
durante el año 1890. Leí en los periódicos, durante el invierno de ese año y los comienzos de la primavera de 1891, que el
gobierno francés había comprometido sus servicios en un asunto de suprema importancia, y recibí de Holmes dos cartas,
fechada la una en Narbona y la otra en Nimes, de las que deduje la probabilidad de que su estancia en Francia iba a ser
larga. Por eso me produjo cierta sorpresa el verlo entrar en mi consultorio la tarde del día 24 de abril. Me produjo la
impresión de que estaba más pálido y enjuto que de costumbre.
—Los asuntos me han apremiado algo en los últimos tiempos —me explicó, respondiendo a mi mirada más bien que a mis
palabras—. ¿Le causará alguna molestia si cierro los postigos de la ventana?
No había en la habitación otra luz que la que proporcionaba la lámpara colocada encima de la mesa en que yo estaba
leyendo. Holmes avanzó pegado a la pared hasta llegar a la ventana, y juntando los postigos los aseguró por dentro con el
pestillo.
—¿Tiene usted algo de miedo? —le pregunté.
—Lo tengo.
—¿De qué?
—De los fusiles de aire comprimido.
—¿Qué me quiere dar a entender, querido Holmes?
—Creo que usted me conoce lo bastante bien, Watson, para saber que no soy en modo alguno un hombre nervioso. Por
otra parte, el cerrar los ojos al peligro cuando uno lo tiene encima es estupidez y no valentía. ¿Me puede dar usted un
fósforo?
Aspiró el humo de su cigarrillo como si recibiese con gratitud su influencia sedante.
—Tengo que pedirle disculpa por venir tan tarde y, además, he de suplicarle que se muestre tan poco apegado a las
buenas formas que me permita dentro de un rato abandonar su casa descolgándome por la pared del jardín posterior.
—Pero ¿qué significa todo esto? —le pregunté.
Alargó la mano y pude ver a la luz de la lámpara que dos de los nudillos de sus dedos
estaban reventados y sangrando.
—Como ve, no se trata de una minucia impalpable —me contestó, sonriendo—.
Todo lo contrario, se trata de algo bastante más sólido como para destrozarle a un hombre
la mano. ¿Está en casa su señora?
—Está ausente, pues marchó de visita.
—¡Ah, sí! ¿Está usted solo?
—Completamente.
—Pues entonces ya me resulta menos incómodo el proponerle que se venga a pasar
conmigo una semana en el continente1.
—¿En qué parte?
—¡Oh, donde quiera! Para mí es lo mismo.
Todo aquello me resultaba muy extraño. No entraba en el carácter de Holmes el
tomarse unas vacaciones sin una finalidad concreta, y algo que observé en su rostro
pálido y cansado, me dio a entender que los nervios de mi amigo estaban en el punto
máximo de tensión. Él vio en mis ojos la pregunta y, juntando las yemas de sus dedos y
colocando los codos encima de sus rodillas, me explicó lo que ocurría.
—Es probable que jamás haya oído hablar del profesor Moriarty, ¿verdad? —exclamó—.
El hombre llena por completo Londres, y nadie ha oído hablar de él. Esa razón
es la que lo empinó hasta la cumbre del crimen. Le digo con toda seriedad, Watson, si
yo consiguiera vencer a ese hombre, si me fuera posible libertar de él a la sociedad, tendría
la sensación de que mi carrera habría alcanzado su cúspide, y estaría dispuesto a
consagrarme a un género de vida más sosegado. Entre nosotros, los casos recientes en
los que pude ser de utilidad a la real familia de Escandinavia y a la República francesa
me han colocado en una situación tal que me sería posible seguir viviendo de la manera
tranquila que va tan bien con mi carácter, y concentrar mi atención en mis investigaciones
químicas. Pero yo no podría descansar, Watson, no podría permanecer tranquilo
en mi sillón, con el pensamiento de que un hombre como el
profesor Moriarty se pasea por las calles de Londres sin
que nadie intente detenerlo.
—Pero ¿qué es lo que él ha hecho?
—Su carrera ha sido de las extraordinarias.
Es hombre de buena cuna y de excelente educación, y está dotado por la Naturaleza de una capacidad matemática
fenomenal. A la edad de veintiún años escribió un tratado sobre el teorema de los binomios, que alcanzó boga en toda
Europa. Con esa base ganó la cátedra de matemáticas en una de nuestras universidades menores. Se abría delante de
él, según todas las apariencias, una brillante carrera.
Pero el hombre en cuestión tenía ciertas tendencias hereditarias de la índole más diabólica.
Corre por sus venas la sangre criminal que, en vez de modificarse, se multiplicó y se hizo infinitamente más peligrosa
mediante sus extraordinarias dotes mentales.
Circularon negros rumores en torno suyo por la ciudad en que estaba situada la universidad y, por fin, se vio obligado a
renunciar a su cátedra y a venir a Londres, donde se estableció como preparador de oficiales del ejército. Todo eso es lo
que el mundo sabe del profesor, pero ahora le voy a contar lo que yo mismo he descubierto. Usted sabe bien, Watson,
que nadie conoce tan bien como yo el alto mundo de la criminalidad londidense.
Por espacio de varios años he vivido con la constante sensación de que detrás de los malhechores existía algún poder, un
poder de gran capacidad organizadora, que se cruza siempre en el camino de la justicia y que cubre con su escudo a los
delincuentes.
Una y otra vez, en casos de la más diversa variedad, falsificaciones, robos, asesinatos, he palpado la presencia de esa
fuerza de que le hablo, y he deducido la intervención de su mano en muchos de los crímenes que no llegaron a descubrirse
y en los que no se me consultó personalmente. Me he esforzado durante años en rasgar el velo que envolvía ese poder.
Hasta que llegó el momento en que pude agarrar mi hilo y lo seguí, y ese hilo me condujo, después de mil astutos rodeos,
hasta el profesor Moriarty, el afamado matemático. Watson, ese hombre es el Napoleón del crimen. Es el organizador de
la mitad de los delitos y de casi todo lo que no llega a descubrirse en esta gran ciudad. Ese hombre es un genio, un filósofo,
un pensador abstracto. Posee un cerebro de primer orden. Permanece inmóvil en su sitio, igual que una araña tiende mil
hilos radiales y él conoce perfectamente todos los estremecimientos de cada uno de ellos. Es muy poco lo que actúa
personalmente.
Se limita a proyectar. Pero sus agentes son numerosos y magníficamente organizados. En cuanto hay un crimen que
cometer, un documento que sustraer, una casa que saquear, un hombre a quien quitar de en medio, se notifica al profesor
lo que ocurre, se organiza el hecho y se lleva a cabo. Existe la posibilidad de que el agente sea apresado. En ese caso hay
siempre dinero dispuesto para ofrecer como garantía de su libertad provisional o para su defensa. Pero el poder central
que se sirve de ese agente no cae nunca en manos de la justicia, y ni siquiera llega a sospecharse su existencia. He aquí la
organización de cuya realidad me aseguré mediante deducciones, Watson, y a cuyo descubrimiento público y destrucción
he dedicado todas mis energía.

Recuperación de la información
1- ¿En qué clase de crímenes, según Sherlock Holmes, estaría involucrado el profesor Moriarty?
2- ¿En qué lugar se estableció el profesor Moriarty para, según Holmes, dirigir sus crímenes?

Interpretación del texto


3- ¿Por qué Sherlock Holmes desea detener al profesor Moriarty? Explica.
4- Relee los primeros párrafos del cuento. ¿Por qué Watson decide escribir acerca de este caso de
Sherlock Holmes? Explica sus motivos.

Reflexión y valoración
5- El narrador del fragmento de El problema final es el doctor Watson, amigo y compañero de Sherlock Holmes. ¿Consideras
que su relato mantiene el suspenso? Fundamenta tu evaluación.

6- Según el relato, ¿por qué Moriarty se hizo conocido en Europa?


7- Según lo que afirma Watson, ¿cómo logra darse cuenta de que la visita de Holmes es por un tema serio?
8- Según el fragmento leído, ¿qué representa Moriarty para Holmes?
9- Se puede decir que el relato de Watson mantiene en suspenso al lector porque

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