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Artículo Humanitas 3

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS


Colegio de Filosofía y Humanidades.

XIII COLOQUIO DE ESTUDIANTES DE FILOSOFÍA


“MOVIMIENTOS SOCIALES”

Del dispositivo de inmunidad al vitalismo: el reconocimiento necesario de la


otredad.

Área temática: Posmodernismo.

Ana María Coronado Berrones.

10mo Semestre.

Mat. 1703429.

Ciudad Universitaria, San Nicolás de los Garza a 9 de noviembre de 2018.


Abstract:

La estabilidad de las esferas que componen el ámbito social del hombre, como lo son la
economía, la educación, la cultura o el plano político están, naturalmente, en constante
dinamicidad a causa de su vitalismo. Sin embargo, señala Esposito, cuando alguna de ellas
se ve intervenida negativamente, el individuo o alguna parte de la sociedad tienden a
“inmunizarse”. Esta alternativa, individual o colectiva, funge como vía de escape y
protección al peligro que supone el cambio o intervención de algún cuerpo que inestabiliza
algunas de las esferas de la sociedad. El dispositivo de inmunidad representa una manera
eficaz de evitar confrontaciones, pero también es un signo de lo que más tarde se llamará
“cultura del yo”, pues en su ensalzamiento se pierde el horizonte de lo social y la relación
con los otros.

Palabras clave:

 Roberto Esposito
 Michel Foucault
 Immunitas
 Dispositivo de poder
 Biopolítica
 Vitalismo

2
Introducción

¿A qué nos referimos cuando hacemos alusión a la inmunidad? ¿De dónde nace la actitud
defensiva frente a lo extraño y ajeno? ¿Qué le depara una sociedad que anula la existencia
de los otros? Estas cuestiones y más, surgen de un análisis crítico presente en nuestra
realidad: la actitud que asume la colectividad frente a lo diferente. La presente propuesta
aboga por la problematización que surge de la tensión entre la comunidad, el ejercicio del
dispositivo de inmunidad, el problema de la otredad y, como horizonte positivo, el
vitalismo. Para tal empresa, se tomará el concepto Immunitas, estudiado y problematizado
por el filósofo italiano Roberto Esposito 1, así como también la cuestión de la otredad,
presente en el pensamiento de Emmanuel Lévinas 2 y, por último, el concepto de vitalismo
formulado por José Ortega y Gasset3.

Es preciso introducir la problemática señalando que, desde antaño, la comunidad -


entendida como un sistema organizado de diferentes caracteres pero que busca el fin común
de sus integrantes- ha echado mano de dispositivos de inmunidad como herramienta frente
a lo considerado amenazante. Su razón radica en que la estabilidad de las esferas que
componen el ámbito social del hombre, como lo son la economía, la educación, la cultura o
el plano político están, naturalmente, en constante dinamicidad a causa de su vitalismo,
pero que a pesar de esto encierran en su núcleo una esencia que les da su razón de ser.
Advierte Esposito que cuando alguna de ellas se ve intervenida negativamente, la sociedad
tiende a “inmunizarse”, como defensa a lo dañino. Necesariamente, si se recurre a la
inmunidad, lo otro debe tener un carácter negativo, pues en caso contrario lo extraño es
asimilado socialmente a fuerza de conveniencia.

Para comprender el proceso de inmunización es idóneo plantear primeramente la


posición que tiene el sujeto en cuanto tal, su composición y su relación con lo Otro, con la
alteridad, y avocarnos después a la tarea de analizar lo que significa comunidad y por qué
es necesario el vitalismo para no perder el horizonte de lo social. Para dicho análisis, es
preciso señalar que la historia de la filosofía se ha desarrollado desde una perspectiva
1
Roberto Esposito (Nápoles, 1950) es un filósofo italiano, especialista en filosofía moral y política.
2
Emmanuel Lévinas (1906 -1995) fue un importante filósofo y escritor judío.
3
José Ortega y Gasset (1883-1955) fue un filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría
del perspectivismo y de la razón vital —raciovitalismo— e histórica, situado en el movimiento
del novecentismo.

3
subjetivista, pues desde la interioridad del sujeto se han establecido diversas cosmovisiones
interpretativas y se ha dejado de lado la cuestión esencial de la otredad. Lévinas se preguntó
en la contemporaneidad por el yo y la crisis identitaria que de él se deriva, y llevó a cabo un
giro que guarda semejanza con el kantiano, es decir, Lévinas realizó un vuelco desde la
subjetividad hacia el reconocimiento del Otro como tema fundamental que se vislumbra en
su pensamiento:

En la filosofía que nos ha sido transmitida, no sólo el pensamiento teorético sino


todo movimiento espontáneo de la conciencia aparece conducido de nuevo a tal
retorno a sí mismo. No sólo el mundo comprendido por la razón deja de ser otro
porque la conciencia se encuentra ahí, sino que cualquier actitud de la conciencia
(valorización, sentimiento, acción, trabajo, compromiso) es en última instancia
autoconciencia, es decir, identidad y autonomía.4

Al preguntarse por el yo, Lévinas se cuestiona también por la existencia, y en El


tiempo y el Otro se refiere a ésta como un ser en soledad, un reconocimiento de lo Otro,
pero sin ser el Otro, pues señala que “los seres pueden intercambiarse todo menos su
existir. Ser es, en este sentido, aislarse mediante el existir.” 5 En Lévinas la soledad de la
existencia no es una característica que superar, sino una condición de la vida diaria. Junto a
la soledad del existir están las figuras de Ulises y Abraham, conceptos fundamentales en su
filosofía. Por un lado, Ulises, como ficción narrativa heroica de la antigüedad, se distinguió
por recorrer diversos caminos a lo largo de su andanza con el objetivo siempre de algún día
regresar a casa. Lévinas retoma esta figura para criticar el pensamiento occidentalizado,
pues señala que:

La filosofía occidental coincide con el desvelamiento de lo Otro en el que lo


Otro, al manifestarse como ser, pierde su alteridad. La filosofía está aquejada
desde su infancia de un horror a lo Otro que permanece Otro, de una insuperable
alergia […]. [La conciencia], que se encuentra a sí misma a través de sus
aventuras, volviendo, así como Ulises quien en su peregrinar se encaminaba a su
isla natal.6

Ulises, para Lévinas, representa el andamiaje que se adquiere producto del contacto
con diversas exterioridades. No obstante, el papel de la interacción con lo diferente hace
4
Lévinas, Emmanuel, La huella del otro, Editorial Taurus, México, 1998. pág. 50.
5
Lévinas, Emmanuel, El Tiempo y el Otro, Ediciones Paidós, España, 1993. pág. 81.
6
Jaramillo, Luis Guillermo, La metáfora del no-lugar, Revista Luna Azul, Manizales, 2010. pág. 77.
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=321727233007

4
que tomamos de los otros determinados conocimientos que se ajusten a nuestra
conveniencia y, por lo tanto, los integramos a nosotros para seguir enfrascados, según
Lévinas, en un ensimismamiento que sólo se encarga de dominar al otro. El saber esto
implica que podamos anexar a nuestra constitución intelectual y personal aquello que es
diferente, es decir, que internalicemos el pluralismo que representa la alteridad y descubrir
nuevas formas de vida y aceptación de la condición humana. Esta pretensión lo refleja a la
perfección la figura mítica de Abraham, hombre errante que no devolvía pasos al pasado y
conforme avanzaba se hacía evidente un proceso de transformación en su persona.

Por consiguiente, el ensimismamiento se va diluyendo hasta apreciar todas las cosas


que se le presentan en el camino, es el reflejo de la otredad ante nuestros ojos la que nos
hace desprendernos de nosotros mismos para estrechar vínculos que erradiquen la
discriminación. A pesar de que el reconocimiento de la alteridad nos permite asimilarla en
un juego doble de reconocimiento -sin obviar el riesgo de usarla como medio antes que fin-
no presenta en ella misma la tendencia a la inmunidad. Antes bien, es posible darle un
carácter positivo a la postura de Lévinas, sin embargo, las circunstancias que tocan a
nuestro tiempo son difícilmente compatibles con tal postura de asimilación que implica
desplegar un humanismo frente al otro y vemos que, en cambio, se sostiene el dispositivo
de inmunidad. Junto al papel de la subjetividad en cuanto tal y el reconocimiento del Otro,
se debe añadir el concepto de colectividad, aspecto central del dispositivo de inmunidad.

La colectividad es también el ejercicio de la existencia. Es una contradicción que al


intentar universalizarse recae en sus opuestos 7, pues la comunidad es formada por una
multiplicidad de sujetos, y ella a la vez se descompone en individuos solitarios. El Otro, en
este sentido, es aquello que no soy yo, que se entiende en cuanto su alteridad únicamente.
Agrega Lévinas que “la exterioridad del otro no se debe simplemente al espacio que separa
aquello que es conceptualmente idéntico, ni a una diferencia conceptual cualquiera que se
manifestaría mediante la exterioridad espacial.” 8 Esta diferencia, que se establece desde lo
más intrínseco de la identidad en cuanto individuos, es lo que sustenta la alteridad. Por
ende, se entiende que la inmunidad sea colectiva, y que a la vez deba pertenecer
necesariamente a un sujeto.
7
Op. cit., El Tiempo y el Otro, pág. 98.
8
Ibid., pág. 127.

5
Es justamente en este siento que adquiere su carácter en contra de la comunidad,
señala Esposito que “la immunitas no es solo la dispensa a una obligación o la exención de
un tributo, sino algo que interrumpe el circuito social de la donación reciproca al que
remite, en cambio, el significado mas originario y comprometido de la communitas.”9 En
este sentido, vemos una oposición entre immunitas y communitas, por lo tanto, el inmune
será el que se sitúa fuera de la comunidad. Y es a la vez una modalidad negativa de la
colectividad10. La comunidad se recluye o reconstruye a sí misma en la inmunidad, y esto es
un doble juego: de reconstrucción o de destrucción 11. Si analizamos detenidamente las
posibilidades que se den en una reconstrucción “inmunizada” de la comunidad, veremos
que ésta pasará en una actitud negativa del sujeto frente a la alteridad, porque el dispositivo
inmunitario deviene en violencia, pero también en olvido y en exclusión. Es, en todo caso,
una constante actitud defensiva frente a lo extraño.

Ocurre tal y como si fuera virus, que ataca un sistema estable y que éste se defiende
de aquello que lo pone en riesgo, ejemplifica el filósofo 12. La existencia en comunidad no
debe reducirse a un simple dispositivo de defensa, como instinto de cualquier otro ser vivo,
sino que adquiere su razón de ser -la vida en comunidad- a través de su trascendencia, no
como esfera superior al plano físico, como la teología, sino como una objetivación de su
vitalidad.13 Señala Esposito que:

[…] la inmunidad no es una categoría que se pueda separar de la comunidad, de la


que mas bien constituye la modalidad invertida y en consecuencia no eliminable,
como lo prueba fácticamente la circunstancia de que no existe comunidad
desprovista de alguna clase de aparato inmunitario.14

Esta alternativa colectiva, funge como vía de escape y “protección” al peligro que
supone el cambio o intervención de algún cuerpo que inestabiliza algunas de las esferas de
la sociedad. El dispositivo de inmunidad representa una manera eficaz de señalar lo ajeno,
lo extraño y lo peligroso, pero su ensimismamiento es un signo de lo que más tarde se

9
Esposito, Roberto. Immunitas. Protección y negación de la vida. Amorrortu Editores. Argentina: 2009, pág.
16.
10
Ibid., pág. 19.
11
Ibid.
12
Ibid., pág. 10.
13
Ibid., pág. 24.
14
Ibid., pág. 28.

6
llamará “cultura del yo”, pues en su ensalzamiento se pierde el horizonte de lo social y la
relación con los otros, en virtud de una postura egocéntrica o totalizadora. Hasta este punto
es idóneo señalar que la pregunta ¿frente a qué nos inmunizamos? tiene su respuesta en el
reconocimiento de algo propio y algo extraño. Reconocer al otro en lugar de declararlo
bárbaro, es un ejercicio racional de la palabra, del espíritu humano, que tiene ecos, por
ejemplo, en el auge del multiculturalismo, pues señala Lévinas que

La totalidad del ser a partir de las culturas no sería, en modo alguno,


panorámica. No habría totalidad en el ser, sino totalidades. Nada las englobaría.
Se sustraería a todo juicio que pretendiera último. Se dice: el ser es
históricamente, necesita de los hombres y de su devenir cultural para reunirse.15

Por este motivo es que, aunque el dispositivo de inmunidad sea natural a toda
comunidad, en todo tiempo y circunstancias, es preciso superarlo y reconocerlo mediante
un ejercicio de crítica reflexiva que sitúe sus limites y su razón de ser. Esto por el riesgo
que tiene el ensimismamiento: la “cultura del yo” de la existencia, que rompe con cualquier
vinculo de comprensión de la alteridad y de la relación con los otros, perdiendo la
comunidad su base dinámica de ejercicio propio, que es el reconocimiento de un afuera que
define lo propio. Sin este sentido vital de reconocimiento por parte de la comunidad, su
hacer se vuelve un absurdo. Y no porque reconozca únicamente a lo que ella se retrae, sino
porque se sitúa de tal forma que no encuentra en la inmunidad un propósito más allá de la
indiferenciación. Agrega el filósofo que

El absurdo consiste no en el no-sentido, sino en el aislamiento de las innumerables


significaciones, en la ausencia de un sentido que las oriente. Lo que falta es el
sentido de los sentidos, la Roma a la que conducen todos los caminos, la sinfonía
en la que todos los sentidos llegan a ser cantantes, el cantar de los cantares. El
absurdo lleva a la multiplicidad en la pura indiferencia.16
De esta manera la pérdida de significación se asimila a la negación de las
circunstancias. Circunstancias, tomadas como las teoriza Ortega y Gasset: aquellas
situaciones dadas en cada generación17 en las estamos inmersos, pero que escapan de
nuestro control, que nos privan la libertad individual pero que a la vez le dan sentido. Bajo
esta óptica es preciso cuestionar por qué defender el vitalismo de las esferas que componen
15
Levinas, Emmanuel, Humanismo del otro hombre. Siglo XXI Editores, S.A. México, 2005. pág. 43.
16
Ibid., pág. 45.
17
Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo. Editorial Espasa-Calpe, S.A. España, 1975. pág. 17.

7
el hacer social. Si el dispositivo de inmunidad es natural a la comunidad, así como el
vitalismo lo es del hombre, es posible establecer una relación entre ambas con el propósito
de salvar el hacer de la colectividad del ensimismamiento y el absurdo. Pues este
ensimismamiento la posiciona en contra de su papel fundamental que es el proceso vital de
su hacer colectivo: dotar de vitalidad a la cultura.

La comunidad debe, a causa de su razón de ser, mantener un constante flujo vital


sobre lo que ella misma objetivó -todas las esferas que componen el ámbito social-, es una
labor de todos quienes están inmersos en tales esferas, pues los sujetos adoptan lo
establecido, pero aportan como generación, diría Ortega y Gasset, aquello que los
diferencía de sus antecesores. Si se elimina el ejercicio de una razón vital, el dispositivo de
inmunidad totaliza la visión colectiva y funda una cultura del yo, un ensalzamiento de la
individualidad y, por ende, toma al otro como un extraño, lo posiciona fuera de ella y lo
vuelve prescindible. Es por este motivo que considero indispensable subrayar la
importancia de sostener una postura racionalmente abierta a la otredad, pues considero que
en todo ejercicio humanista está presente el devenir histórico vital del hombre.

Toda producción social es objetivación de un existir humano vital que se da gracias


a la relación con la alteridad, Ortega y Gasset sostiene que “el hombre se ha formado en la
lucha con lo exterior, y solo le es fácil discernir las cosas que están afuera. Al mirar dentro
de sí se le nubla la vista y padece vértigo.”18 Y esto conlleva a la pérdida de un horizonte
humanista que le dé sentido al hacer colectivo y, por ende, a la existencia misma. Si bien,
asimilar lo otro es complejo, pero aún queda una salida pues añade Ortega que “somos de
una época en la medida en que nos sentimos capaces de aceptar su dilema y combatir desde
uno de los bordes en la trinchera que éste ha tajado.” 19 Afrontar lo amenazante desde una
posición que reconoce su alteridad frente a la nuestra es la tarea de una comunidad cada vez
más intolerante y defensora de lo ya asimilado. Por tal motivo es necesario recurrir al
vitalismo, que consiste en que “la vida del hombre -o conjunto de fenómenos que integran
el individuo orgánico- tiene una dimensión trascendente en que, por decirlo así, sale de sí
mismo y participa en algo que no es ella, que está más allá de ella.”20

18
Ibid., pág. 25.
19
Ibid., pág. 35.
20
Ibid., pág. 39.

8
Para concluir, es posible establecer que la desubjetivación de sí mismo implica
tratar de comprender la diferencia y la correspondencia que conservamos con todo aquello
que no somos nosotros. El hombre, como señala Ortega y Gasset, es más que un ser
orgánico que cumple determinadas funciones biologicistas a lo largo de su existencia. Es un
ser que desea y puede edificar horizontes promisorios en pro de la incesante búsqueda de la
realización humana, sin embargo, el egocentrismo y ensimismamiento, productos del
dispositivo de inmunidad, lo hace alienarse de sí y de su especie. La esencialidad del
hombre estriba en la idea de darse cuenta, producto de un sentimiento de extrañeza, de que
existe en una realidad plural al asimilar que su individualidad es complementada por la
permanencia del otro, y de que hay algo más allá de lo que percibimos.

Admitir la existencia del otro es reafirmar nuestra identidad y autoconocimiento de


manera constante, pues soy lo que soy por el otro. El meollo del asunto es la comprensión
que conlleva la relación con las otredades, que van estableciéndose conforme se interactúa
con ellas. La no aceptación de la diversidad radica en el proceso conflictivo y angustiante
que provoca reconocer la diferencia que existe en el trecho que separa al sujeto de aquello
que le es distinto. La no percepción igualitaria desemboca en una sucesión de rasgos
negativos como el racismo, la discriminación, la homofobia, la misoginia, etc. El proceso
comprensivo de la otredad, según Lévinas, surge por el enfrentamiento que implica la
experimentación de la convivencia diaria con el otro. Es decir, cuando conozco a alguien
hay una clara tendencia a que éste deje de ser y se amolde a las características apropiadas
de aquello que se asemeja a lo que somos.

Por ejemplo, la relación padre e hijo. El primero buscará, en todo momento,


influenciar al joven en una determinada visión del mundo que se adecue a un arquetipo
ejemplar de realización personal, sin tomar en cuenta que la alteridad es irreductible en sí
misma, porque no podemos llegar nunca a una aprehensión total del otro que, de igual
forma a nosotros, tiende a la inclinación de la cristalización de objetivos propios. En
consecuencia, el rostro del otro es cercano y radicalmente lejos, y me produce la sensación
de ser semejante a mí, pero totalmente diferente. El otro, desde nuestra óptica, es un
extranjero y al tildarlo de “diferente” se tiene un poder sobre él en donde se priorizará, por

9
una parte, la liberación o la destrucción, el otro con su debilidad, expresa Lévinas, podría
propiciar la prioridad de salvaguardar su otredad.

Bibliografía

Esposito, Roberto. Immunitas. Protección y negación de la vida. Argentina: Amorrortu


Editores, 2009.

Gasset, José Ortega y. El tema de nuestro tiempo. España: Editorial Espasa-Calpe, 1975.

Jaramillo, Luis Guillermo. «La metáfora del no-lugar.» Revista Luna Azul, 2010: 77-81.

Lévinas, Emmanuel. El Tiempo y el Otro. España: Ediciones Paidós, 1993.

—. Humanismo del otro hombre. México: Siglo XXI Editores, 2005.

—. La huella del otro. México: Editorial Taurus, 1998.

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