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INFOBAE
Cuatro cartas de adiós desde Malvinas
Las enviaron en 1982 poco antes de morir. La despedida de un padre a sus hijos, la
enseñanza de un maestro a sus alumnos, el amor de un hijo a su padre, el mensaje de un
soldado antes de caer en una batalla. La guerra contada en puño y letra de sus
protagonistas
Gaby Cociffi
Por
Gaby Cociffi
27 Mar, 2017
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La carta del Mayor Falconier a sus hijos antes de ser derribado por un misil inglés
Dejó las cartas guardadas en un portafolio, allí en el escritorio donde solía dibujar. El mayor
Juan José Ramón Falconier (vicecomodoro post mortem) le dijo a su mujer el día que partía
hacia la guerra: "Dejé dos sobres, uno para vos y otro para los chicos por si no vuelvo".
Su padre no los abandona, simplemente dio su vida por los demás, por ustedes y vuestros
hijos… y los que hereden mi PATRIA.
Les va a faltar mi compañía y mis consejos, pero les dejo la mejor compañía y el más sabio
consejero, a DIOS; aférrense a EL, sientan que lo aman hasta que les estalle el pecho de
alegría, y amen limpiamente, que es la única forma de vivir la "buena vida", y cada vez que
luchen para no dejarse tentar, para no alejarse de EL, para no aflojar. Yo estaré junto a
ustedes, codo a codo aferrando el amor.
Sean una "familia", respetando y amando a mamá aunque le vean errores, sean siempre
solo "uno", siempre unidos.
Les dejo el apellido: Falconier para que lo lleven con orgullo y dignifiquen, no con dinero ni
bienes materiales, sino con cultura, con amor, con belleza de las almas limpias, siendo cada
vez más hombre y menos "animal" y por sobre todo enfrentando a la vida con la "verdad",
asumiendo responsabilidades aunque les "cueste" sufrir sinsabores, o la vida misma.
Les dejo:
– Muy poco en el orden material,
– un apellido: "Falconier", y
– a DIOS (ante quien todo lo demás no importa)
Papá
Para que mis hijos lo lean desde jóvenes y hasta que sean viejos, porque a medida que
pasen los años, adquieran experiencia, o tengan hijos, le irán encontrando nuevo y más
significado a estas palabras que escribí con amor de padre.
La ceremonia con honores que los británicos le hicieron a Falconier y a los miembros del
Escuadrón Fénix: vicecomodoro Eduardo de la Colina, Mayor Marcelo Pedro Lotufo,
Suboficial Principal Francisco Tomás Luna y Suboficial Ayudante Guido Antonino Marizza
La ceremonia con honores que los británicos le hicieron a Falconier y a los miembros del
Escuadrón Fénix: vicecomodoro Eduardo de la Colina, Mayor Marcelo Pedro Lotufo,
Suboficial Principal Francisco Tomás Luna y Suboficial Ayudante Guido Antonino Marizza
La carta del maestro Julio a sus alumnos: "Cierro los ojos y veo sus caritas riendo y
jugando"
Era pacifista y amaba a Ghandi. Sus héroes eran San Martín y Belgrano. Lucía con orgullo
su siempre almidonado guardapolvo blanco: desde que tenía memoria había querido ser
maestro. Se recibió de bachiller docente y luego estudió profesorado de literatura en la
escuela Pedro de Elizalde. La guerra lo encontró enseñando en la Escuela n°32 de
Laferrere. Y algo le golpeó el corazón. Julio Rubén Cao tenía 21 años cuando le comunicó a
su familia que había decidido ir de voluntario a las islas Malvinas.
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Partió el 12 de abril de 1982 hacia Puerto Argentino. Dejó a su madre, Delmira, con
lágrimas en los ojos y una frase que recuerda sin fisuras hasta el día de hoy: "¿Ves ese pino
que está ahí? lo planté yo. Ahora voy a tener una hija y solo me falta escribir el libro. Lo voy
a hacer cuando vuelva de Malvinas y voy a contar todo lo que viví". Pero Julio no volvió y
nunca conoció a su hija Julia María, que nació dos meses después de finalizada la guerra.
No hemos tenido tiempo para despedirnos y eso me ha tenido preocupado muchas noches
aquí en Malvinas, donde me encuentro cumpliendo mi labor de soldado: Defender la
Bandera.
Espero que ustedes no se preocupen mucho por mí porque muy pronto vamos a estar
juntos nuevamente y vamos a cerrar los ojos y nos vamos a subir a nuestro inmenso
Cóndor y le vamos a decir que nos lleve a todos al país de los cuentos que como ustedes
saben queda muy cerca de las Malvinas. Y ahora como el maestro conoce muy bien las
islas no nos vamos a perder.
Chicos, quiero que sepan que a las noches cuando me acuesto cierro los ojos y veo cada
una de sus caritas riendo y jugando; cuando me duermo sueño que estoy con ustedes.
Quiero que se pongan muy contentos porque su maestro es un soldado que los quiere y los
extraña.
Ahora sólo le pido a Dios volver pronto con ustedes. Muchos cariños de su maestro que
nunca se olvida de ustedes. Afectuosamente
Julio
Siete días después Ramón sintió la necesidad de escribirle a su hijo. "No quiero que esté
enojado porque no me despedí y que eso lo distraiga de sus estudios", le dijo a un
suboficial. El 2 de junio, en su refugio, redactó en un pequeño y arrugado papel la carta para
Diego. Nunca imaginó que esa no sería una carta más: sería su testamento.
El 10 de junio, cerca de las once de la mañana y en proximidades del Monte Kent -muy lejos
de su Formosa natal- cayó herido de muerte por el impacto de un proyectil de mortero. Su
cuerpo nunca fue encontrado.
Perdóname que no me haya despedido de ti, pero es que no tuve tiempo, por eso es que te
escribo para que sepas que te quiero mucho y te considero todo un hombrecito y sabrás
ocupar mi lugar en casa cuando yo no estoy.
Te escribo desde mi posición y te cuento que hace dos días íbamos en un helicóptero y me
bombardearon, cayó el helicóptero y se incendió, murieron varios compañeros míos pero yo
me salvé y ahora estamos esperando el ataque final.
Yo salvé tres compañeros de entre las llamas. Te cuento para que sepas que tienes un
padre del que puedes sentirte orgulloso y quiero que guardes esta carta como un
documento por si yo no vuelvo: o si vuelvo para que el día de mañana cuando estemos
juntos me la leas en casa.
Nosotros no nos entregaremos, pelearemos hasta el final y si Dios y la Virgen permiten nos
salvaremos. En estos momentos estamos rodeados y será lo que Dios y la Virgen quieran.
Papá