6 Cuadernillo Lengua y Lit. 2024
6 Cuadernillo Lengua y Lit. 2024
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CICLO ORIENTADO
6º año
Profesoras: Gabriela Quiroga (“A”, “C” y “D”) y Paula Heredia (B)
Ciclo lectivo: 2023
COLEGIO MODELO - LENGUA Y LITERATURA III- Curso: 6º año
Profesoras: Gabriela Quiroga y Paula Heredia Año: 2024
Contrato pedagógico
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PROGRAMA
UNIDAD 1: Primeras UNIDAD 2: UNIDAD 3: UNIDAD 4:
voces de la Literatura argentina Literatura Literatura
Literatura argentina del siglo XIX argentina del siglo argentina del
XX siglo XXI
TEMA 1: Textos TEMA 1: Literatura TEMA 1: Contexto TEMA 1: voces
literarios: especificidad romántica. Panorama histórico. Florida y emergentes de
del lenguaje literario y histórico literario del Boedo. cuentistas.
concepto de literatura. romanticismo en TEMA 2: escrituras de
Hispanoamerica y TEMA 2: El teatro “300 los márgenes.
TEMA 2: Textos no Argentina. millones” de Roberto Selección de poemas:
literarios: expositivos y El romanticismo social y Arlt. Susy Shock, Gabby De
argumentativos. sentimental. Cicco, Viola Fisher.
TEMA 3: Lo fantástico.
TEMA 3: La literatura del TEMA 2: La Generación Cuentos de Julio
neoclasicismo: el del 37. El salón literario. Cortázar.
Neoclasicismo en Esteban Echeverría: “El
América. Panorama matadero” (completo).
histórico literario. Domingo Faustino
El Himno Nacional Sarmiento: Facundo.
Argentino. Civilización y barbarie
(selección). La literatura
contemporánea: El
general Quiroga va en
coche al muere de Jorge
Luis Borges.
TEMA 3: La literatura 3
gauchesca. Panorama
histórico literario. El color
local y el criollismo. José
Hernández: Martín Fierro.
El gaucho. La literatura
contemporánea: El fin de
Jorge Luis Borges.
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UNIDAD 1:
TEMA 1: Textos literarios
TEMA 2: Textos no literarios
TEMA 3: La literatura del neoclasicismo
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¿Qué es la literatura?
Definir qué es literatura no es simple. Los dos rasgos del discurso literario que se consideran
fundamentales son: su pertenencia al campo de la ficción y el uso particular que hace del lenguaje.
La ficción es una imagen de la realidad que puede construirse. Si imaginamos un espejo, la ficción
sería la imagen que en él se proyecta, mientras que lo proyectado sería lo real. Esa imagen puede
reflejar la realidad de modo más o menos fiel, o no, según el cristal que usemos (pensemos por ejemplo
en los espejos que nos permiten vernos más gordos, más flacos, más altos o más bajos).
Así, algunas obras literarias reflejan de manera verosímil la realidad, por ejemplo los relatos realistas,
mientras que otras crean un universo con sus propias reglas, por ejemplo, los relatos fantásticos.
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La otra característica fundamental es que la literatura hace un uso particular del lenguaje, violenta su
uso cotidiano creando nuevas formas de expresión. Hablamos entonces de la función estética, que se
manifiesta en el modo en que se aprovechan todas las posibilidades de la lengua: sonoras, sintácticas,
semánticas, gráficas y morfológicas. Esto significa que el lenguaje pasa a ser el protagonista del texto
a través de una cuidada selección y combinación de las palabras. Dado que el lenguaje cobra una
particular importancia en los textos literarios, vamos a analizar cuáles son los rasgos que lo
caracterizan:
• Crea su propia realidad, su universo de ficción diferente de aquel en que están inmersos tanto el autor
como el lector.
• Posee una entidad lingüística propia, dado que las relaciones entre los significados y los significantes
son distintas de las que las palabras tienen en el uso cotidiano.
•Es connotativo, porque las palabras presentan valores semánticos (significados) peculiares y de su
combinación puede surgir una nueva visión de la realidad, un nuevo concepto.
Ahora bien, muchos recursos del lenguaje literario se utilizan también en otros textos o en la lengua
cotidiana, por ejemplo, cuando decimos "tardaste una eternidad" estamos en presencia de una
hipérbole. La particularidad de la literatura es que se trata de un discurso no pragmático, es decir, no
tiene un fin utilitario. A diferencia de una receta, una noticia, un informe, la literatura no se escribe 6
con un fin práctico inmediato. Lo que provoca la literatura tanto en el autor como en el lector es una
especie de placer, denominado placer estético. En este sentido, como explica Terry Eagleton, "puede
considerarse la literatura no tanto como una cualidad o conjunto de cualidades inherentes que quedan
de manifiesto en cierto tipo de obras, desde Beowulf hasta Virginia Woolf", sino como las diferentes
formas en que la gente se relaciona con lo escrito."
La literatura tiene sus propias reglas y en el momento de la lectura lo que se lee se vive como verdadero.
Pero importa destacar que no existen dos lectores idénticos: cada uno encuentra distintos sentidos al
texto y por ello se puede afirmar que el lector no es un mero receptor, también es coautor porque sin
él la obra quedaría inconclusa. Julio Cortázar afirma en su obra Rayuela que el escritor debe lograr
"hacer del lector un cómplice, un camarada de camino", es decir, un lector que posea competencias
lingüísticas y culturales que le permitan descubrir las claves secretas de un texto.
Por otra parte, distintas instituciones y actores cumplen una función fundamental porque poseen un
poder específico en el momento de definir qué es la literatura. La universidad, los editores, la crítica
literaria académica y periodística, los suplementos culturales de los diarios y las revistas literarias son
instituciones especializadas que cumplen una función central en las decisiones sobre qué es y qué no
es literatura: incluyen y excluyen textos, realizan una tarea, en muchos casos, explícita o
implícitamente valorativa y proponen también un modo de interpretar los textos. Si tomamos el caso
específico de la crítica literaria periodística, es ella la que suele ofrecer una orientación más directa a
los lectores e influir en la consagración de los escritores.
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Para concluir, esta cita de Jorge Luis Borges: "Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí
me enorgullecen las que he leído."
ACTIVIDADES
Como he señalado en alguna ocasión, a diferencia de la información fugaz, el libro se fortalece con el
paso del tiempo, al construir un vehículo del conocimiento reflexivo.
Propiedades únicas
El empleo habitual de los recursos tecnológicos, de los que ha sido uno de los principales artífices, ha
llevado a Zuckerberg a redescubrir las propiedades del libro.
Aún los tecnófilos más empedernidos deben de haber abrigado la sospecha de que un rápido vistazo
en un medio virtual no permite adquirir un conocimiento real similar al que se logra leyendo un estudio
profundo realizado por un experto en la materia.
Uno se siente tentado ha imaginar que hubiera sucedido en el mundo en el que, al cabo de 700 años de
Internet, en la década de 1990 alguien hubiera inventado un libro.
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El hecho de que en lugar de rastrillar océanos de información se miconfiable resultara posible contar
con una fuente segura, portátil y económica de conocimiento expuesto por alguien que sabe de qué se
trata y cómo exponerlo mediante una escritura correcta, hubiera sido considerado un verdadero milagro
y celebrado como un gran avance para la humanidad.
Al señalar el hecho de que "los libros permiten explorar un tema de manera completa mediante una
inmersión más profunda que la que hace posible la mayoría de los medios actuales", Zuckerberg
reformula una de las características esenciales del libro.
Se trata de su capacidad de organizar y estructurar el saber, razón por la cual el libro constituye una
poderosa línea de defensa del conocimiento frente al avance de la información, que no es sino un
conjunto fragmentario de experiencias no relacionadas unas con otras y cuyo único prestigio deriva de
la novedad.
Como he señalado en alguna ocasión, a diferencia de la información fugaz, el libro se fortalece con el
paso del tiempo, al constituir un vehículo del conocimiento reflexivo.
Valora nuestras experiencias no por el atractivo momentáneo de los hechos, sino por la primacía de su
significado. Sobre todo, nos devuelve el tiempo, arrasado por la inmediatez de la información.
Aunque de manera confusa, ante los libros de una biblioteca intuimos que las calladas voces que
encierran quieren llamar nuestra atención para hablarnos sobre el sentido profundo de nuestras vidas.
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Percibirnos que hay en ellos algo que podría dar orden y significado a la experiencia humana,
trascendiendo lo cotidiano.
Cuestión de cultura
Hace un tiempo, el pensador estadounidense Daniel Boorstin señaló acertadamente que sostener hoy
la vitalidad del libro "es afirmar la permanencia de la civilización frente a la velocidad de lo
inmediato".
Es que nuestra civilización se identifica a sí misma por sus libros. Una casa sin libros es, tal vez, un
refugio, pero no una casa. Los niños y los jóvenes que no leen las grandes novelas pueden estar
entrenados, pero no educados.
Adquirir habilidad con las nuevas tecnologías constituye hoy una herramienta esencial para vivir,
como lo es manejar el dinero y prepararse para las relaciones personales. Pero no tiene nada que ver
con la cultura.
Las pantallas contribuyen a conseguir información de manera sencilla e instantánea y, sobre todo,
ofrecen un entretenimiento, algunas veces no dañino.
Precisamente, el auge de las modernas herramientas tecnológicas vinculadas con las experiencias
fugaces se explica por el desprestigio contemporáneo del esfuerzo.
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Ese mismo horror al esfuerzo explica la decadencia de la lectura, porque leer un libro requiere realizar
un esfuerzo intelectual que hoy pocos están dispuestos a emprender.
Tiempo de reflexión
Leer es una tarea formativa, porque la lectura -un hábito que se adquiere durante la infancia y la
adolescencia nos hace reflexivos y racionales, nos enseña a escribir y a hablar. Sobre todo, nos impulsa
a meditar, a desarrollar nuestra imaginación.
No es casual que algunos niños, cuando se les pregunta acerca de lo que sienten cuando leen,
respondan: "¡Es como sí soñáramos!".
Cuando menciona que los libros permiten una "inmersión más profunda", Zuckerberg demuestra haber
percibido la importancia de lo que en alguna ocasión he denominado el "tiempo lento", cuya dimensión
estamos perdiendo al ritmo del videoclip en el que se han convertido nuestras existencias.
Ese tiempo está vinculado con la reflexión y la imaginación; en fin, con la capacidad de pensar el
mundo y de pensarnos.
Nuestros jóvenes deben ser introducidos en esa dimensión temporal porque, además de disciplinados
consumidores, merecen ser creadores. Crear supone adquirir el hábito de ingresar al sosegado tiempo
lento, así como la capacidad de instalarse en él con comodidad antes de actuar.
Actividades:
1. ¿Que afirma el autor en el primer párrafo de su ensayo? ¿Estamos de acuerdo con esa idea?
¿Por qué?
2. Averigüemos a deduzcamos el significado de la palabra tecnófilo. ¿Podríamos decir que Mark
Zuckerberg es un tecnófilo?
3. ¿Por qué es llamativo que el creador de Facebook se haya propuesta leer dos libros por mes?
4. Expliquemos con nuestras palabras por qué el autor afirma que si el libro hubiera sido
descubierto después de Internet habría sido celebrado como un gran avance
5. Podríamos decir que el autor establece en el texto una comparación entre los libros e Internet,
Identifiquemos las características que menciona de uno y otro medio y completemos el cuadro
de la página siguiente.
6. Expliquemos por qué, según el autor, es importante recuperar el "tiempo lento". ¿Estamos de
acuerdo con esa idea? ¿Habitualmente contamos con algún “tiempo lento” en el día, en la
semana, en el mes Dedicamos momentos a reflexionar, a mirarnos para adentro”, a conocernos,
a estar en silencio?
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LIBROS INTERNET
¡Reflexionemos!
Y precisamente porque se opone al lenguaje, la cultura contemporánea destruye el silencio, que es la
condición primera y fundamental de la palabra genuina, la que viene de lo necesario y lo íntimo y no
es simple resorte de respuesta mecánica. Una tecnología que es capaz de colocar un hombre en la luna
pero que no alcanza a inventar silenciadores para las aspiradoras o para las cortadoras de pasto
representa una cultura que detesta tanto el silencio como el diálogo vivificante y tranquilo que del
silencio emana, y se encamina categóricamente a destruirlos. Lo vociferante de nuestras ciudades, los
decibeles de una música deleznable que de continuo aturde y ensordece, desafiando e impidiendo toda 10
forma de comunicación, son modos patentes de una violencia cada vez más invasora que sólo se sacia
con la obstrucción de la conciencia, en particular de la conciencia que se alimenta de los poderes del
diálogo sosegadamente nacido en el silencio.
Y esto no debe sorprendernos: la destrucción de la intimidad y la vida interior, ante todo la del
adolescente, es una condición sine qua non para su adiestramiento posterior como títere del mercado
y cliente fiel de la farándula. Estos desplazamientos forzosos en la batalla de la palabra contra el ruido,
estos aturdimientos programados no son inocentes. Implican una fiera voluntad de arrasar al otro en
su fuero íntimo, el propósito de instalar el corazón digital y la implacable velocidad electrónica en el
mundo de la mente, no acompañando sino sustituyendo violentamente y excluyendo para siempre los
otros ritmos necesarios al corazón humano. Acaso no es un azar que, en inglés, el idioma hoy
globalmente dominante, no exista una palabra equivalente a callar. Nada calla en el ritmo indetenible
de la industria musical que se produce en los países anglosajones, y el horror al vacío impone no
perdonar un solo hueco de atención pura y desnuda en la ruidosa selva de la ciudad contemporánea.
Bordelois, Ivonne (2005) La palabra amenazada, Libros del Zorzal, Bs. As.
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Características generales
El texto expositivo – explicativo presenta información y explicaciones acerca de determinados
temas, hechos u objetos. Para ello, el explicador (aquel que produce el texto explicativo) debe organizar
la información que posee acerca del tema de manera que resulte comprensible para el receptor.
En relación con la situación comunicativa en la que se inserta este tipo de textos, el tema exige la
utilización de una variedad lingüística profesional o técnica que incluye un vocabulario preciso y
científico.
En el origen de toda explicación, siempre hay una pregunta que se intenta responder: ¿por qué
sucede Y?, ¿qué es X?, ¿para qué sirve R?, ¿cuál es la finalidad de Z?, etc. Esta pregunta puede
aparecer en el texto de forma explícita, pero también es posible que la pregunta esté implícita. En este
último caso, es el lector el que debe reponerla para entender qué se quiere explicar. Todo el texto está
desarrollado de manera que responde a esa pregunta. Pero también, dentro del texto, pueden
reconocerse otras preguntas que dependen de la primera, preguntas a la que responde cada párrafo y
que sirven para tratar diferentes aspectos de un mismo tema.
Precisamente, la necesidad de respuestas fue lo que estimuló el nacimiento y el desarrollo de los
grandes cambios científicos. Las explicaciones o respuestas que da la ciencia se encuentran en los
textos explicativos o expositivos que habitualmente denomin amos “científicos” o “académicos”. Sin
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embargo, es preciso aclarar que existe una tipología de dichos textos elaborada según los siguientes
constituyentes de la situación comunicativa: emisor, receptor y soporte material del mensaje.
De acuerdo con estos criterios se encuentran:
• El discurso teórico o discurso científico especializado: hecho por expertos para expertos
y publicado en papers y libros de escaso tiraje.
• El discurso de semi-divulgación científica: hecho por expertos para lectores menos
expertos, pero con cierto conocimiento en la materia; publicado en general en libros no muy
extensos, revistas especializadas.
• El discurso de divulgación científica: hecho para un público general por periodistas
relativamente especializados y publicado en revistas y diarios de gran tirada
Con el fin de desarrollar las competencias de lectura y escritura de este tipo de textos, es
fundamental compartir la curiosidad que invita a hacer propios los conocimientos que se leen o
investigan y, asimismo, corresponder a las características del lector supuesto. Estas disposiciones nos
demuestran que el camino de la alfabetización académica exige recorrer un camino ascendente que
enriquezca paulatinamente los saberes que nos habiliten a participar de situaciones comunicativas cada
vez más científicas y académicas.
Teniendo en cuenta estas actitudes, a continuación, se propone una serie de reflexiones lingüísticas,
cognitivas y comunicativas que ayudarán a hacer conscientes los mecanismos del lenguaje que operan
para construir la producción y el entendimiento de los textos de estudio o explicativos.
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El mate
La palabra mate proviene del quichua, mathi (calabacín, fruto de la lagonaria vulgaris). Con el
nombre mate se designa al utensilio vegetal, metálico o de loza, etc. que ha sido empleado desde épocas
remotas para beber la infusión preparada con las hojas trituradas de la yerba mate. La calabaza es
conocida también con el nombre de poro y la infusión es sorbida por medio de una bombilla que
generalmente es de plata o metal blanco.
La costumbre de tomar mate está muy difundida en todo el país, en Uruguay, Paraguay, Brasil,
Chile, Perú y en Bolivia, especialmente en Santa Cruz de la Sierra. Su uso se ha difundido igualmente
en España, Italia y parte de Francia, pero especialmente en Arabia Saudita, Líbano y Siria.
Al igual que la coca, el mate produce entre los naturales efectos a él exagerados, una resistencia
ficticia al hambre, y en menor medida a la sed, produciendo a la larga, cuando se lo toma como único
alimento, un debilitamiento general del organismo.
Existe toda una literatura sobre la técnica de servir mate, o mejor aún de “cebar el mate”. Respecto
a su lenguaje amoroso se dice que:
• Mate amargo: significa indiferencia o “quitate todas las ilusiones, llegás tarde”.
• Mate dulce: amistad. 12
• Mate muy dulce: “¿qué esperás para hablar con mis padres?”
• Mate con toronjil: disgustos.
• Mate con canela: “ocupás mis pensamientos”.
• Mate con azúcar quemada: simpatía.
• Mate con naranja: “ven a buscarme”
• Mate con melaza: “tu tristeza me aflige”
• Mate con leche: estimación.
• Mate con café: ofensa perdonada.
• Mate muy caliente: “yo también estoy ardiendo de amor por ti”
• Mate frío: “me eres indiferente”.
• Mate lavado: “a tomar mate a otro lado”
• Mate espumoso y fragante: “te quiero con todas las de la ley”
Además de este extenso lenguaje del amor, se dice que el primer mate es el de los “sonsos”, por
ello en las reuniones familiares nadie quiere sorber el primero. Es costumbre que al tomar el primero
de la cebadura se chupe y se arroje lo bebido a la tierra. Para vencer el dañoso encanto que se puede
recibir al tomar este mate, hay que escupir a ambos lados y hacia atrás las dos primeras chupadas sobre
la tierra, en honor a la Pachamama (la madre Tierra).
COLUCCIO, Felix, 1994. Diccionario de voces y expresiones argentinas. Buenos Aires. Plus
Ultra.
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En este texto podemos recuperar en cada párrafo el interrogante que se explica en cada uno.
También podemos traducir la pregunta a un enunciado que tematice el planteo de manera
asertiva. Veamos el ejemplo:
La finalidad de un texto expositivo es dar cuenta de un saber y transmitirlo a alguien que no lo posea
para que lo adquiera. Para ello el emisor debe manejar la información de manera clara y precisa y, por 13
lo tanto, debe ser introducida siguiendo un orden o una estructura de manera que resulte accesible al
lector.
Entre los textos expositivos podemos discriminar los que presentan estructura o trama narrativa, los
que presentan estructura descriptiva y aquellos que poseen una estructura de causa – consecuencia o
consecuencia – causa.
➢ Los de trama narrativa suelen desarrollar procesos históricos o procesos naturales.
➢ Los de trama descriptiva, caracterizan en detalle el funcionamiento o las características de un
aparato, de un descubrimiento, de una lengua, etc. Por su parte, una clase especial dentro de los
descriptivos son los clasificatorios, que organizan la información en clases y subclases.
➢ Los de estructura causa- consecuencia, presentan hechos conectados causalmente, es decir, uno
como efecto del otro.
Es muy importante reconocer la estructura general que organiza la información de los textos, ya
que esto nos permite construir en nuestra mente el orden en el cual nos apropiamos de lo que estamos
leyendo.
Otra consideración necesaria para tener en cuenta es que un solo texto expositivo puede presentar
en su desarrollo más de una de estas estructuras, pero siempre es una la que predomina.
En el caso del texto “El mate” este posee una estructura expositiva descriptiva.
Recursos explicativos
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¿Qué es el amor? ¿Un gesto del alma? ¿Una reacción de la química cerebral? ¿Una conducta impuesta
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socialmente después de tantos años de telenovelas? ¿Una enfermedad, como canta Andrés Calamaro?
¿Ninguna de las opciones anteriores o todas al mismo tiempo?
Lo que todos creen estar sintiendo cuando se enamoran es algo mágico y sobrenatural: Los ojos brillan,
el corazón late aceleradamente, empiezan los sonrojos, una extraña alegría los embarga, tienen
insomnio, adelgazan, se vuelven más atractivos... Parece que la mayor parte de estas reacciones se
deben a un complicado, pero absolutamente natural proceso biológico, desencadenado por las
hormonas, según aportes de diversas disciplinas científicas, psicología, sociología, neurología y
antropología.
Sin embargo, después de más de dos décadas de estudio, ninguna de esas disciplinas ha podido hacerlo
entrar en su campo de acción con exclusividad porque, si bien todas tienen algo que aportar, sus
enfoques resultan demasiado estrechos y siempre se les escapa una parte del complejo rompecabezas.
Aunque siempre se haya dicho que el órgano del amor por excelencia es el corazón y los árboles estén
llenos de dibujos de este órgano atravesado por las flechas de Cupido, esta parte de la anatomía se
limita a cumplir órdenes. El verdadero responsable del enamor amiento es el cerebro.
Cuando nos enamoramos el cerebro empieza a fabricar chorros de una sustancia llamada feniletilamina
muy emparentada con las anfetaminas. Sus estimulantes efectos se hacen sentir a través de los suspiros,
la taquicardia y los sofocones varios. Este estado de enamoramiento da lugar al estrés más fuerte que
puede sufrir el ser humano y no es posible mitigarlo ni con el ejercicio físico ni con ninguna otra
actividad.
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Pero ese estado no es eterno, es decir, poco a poco el cerebro se acostumbra a recibir estas dosis de la
molécula de amor y necesita cada vez más para generar esas sensaciones agradables. Y es justo
entonces -unos meses después del flechazo- cuando el romance comienza a marchitarse y se cae de la
rosada nube del enamoramiento al duro piso de la realidad. Entonces entran a jugar otras moléculas de
la química cerebral, denominadas endorfinas responsables de los sentimientos de confianza y
comodidad, paz y placer. Estas sustancias serían las responsables de la continuidad del amor, de su
afianzamiento, de la estabilidad del vínculo de la pareja.
Además de ser una experiencia maravillosa, el amor redunda positivamente en la salud. Las glándulas
suprarrenales producen más cortisona de la habitual y esta sustancia es un magnífico inhibidor de las
infecciones. Así, las pequeñas heridas cicatrizan "como por encanto" y las defensas orgánicas se
fortalecen. Por ejemplo, es raro ver un enamorado con gripe o con catarro y si llega a constiparse se
curará rápidamente.
Las técnicas de seducción y los gestos asociados al cortejo son los mismos entre los integrantes de las
tribus amazónicas que entre los yuppies de una megaciudad. Por ejemplo, instintivamente, durante el
flirteo todas las mujeres sonríen a su candidato y levantan sus cejas, para luego entornar los párpados,
bajar e inclinar suavemente la cabeza y desviar la mirada; a menudo se cubren parte del rostro y ríen
nerviosamente. Los varones, por su parte, se plantan sacando pecho y elevan el mentón, lo que les da
un cierto aire de superioridad.
Pero de nada sirve que el organismo, desde su lado puramente químico, ponga todo de su parte; el
amor, para que perdure, hay que mimarlo. La biología cumple su cometido, pero el mantener viva la
ilusión del primer encuentro depende de cada uno.
Actividades de lectura
1. Determinen el significado de posibles palabras desconocidas por el cotexto o recurran al
diccionario.
5. Marque los siguientes procedimientos explicativos: dos definiciones en las que se da el nombre
científico, dos ejemplos y una paráfrasis o reformulación y subrayen los marcadores.
6. En el texto se mencionan una serie de disciplinas. ¿Cómo están formados sus nombres? Ej.:
etiología: etio, (del griego aitía) causa; logos, tratado. Tratado de las causas.
9. ¿Qué ideas oponen los conectores "sin embargo" y "pero" con los que comienzan los párrafos
3, 6, y 10?
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10. Reformulen el cuarto párrafo en una sola oración comenzando así: El verdadero responsable...
11. Sobre la base del texto leído escriban una definición del amor.
La argumentación es un tipo de texto que surge de la necesidad de interpretar la realidad para tomar
posiciones respecto de ella, lo cual supone la oposición a otra u otras opiniones sobre el tema. Por esta
razón, una clave para la interpretación de este tipo de texto es el reconocimiento por parte del lector
de la opinión (tesis) enunciada explícita o implícitamente y las ideas u opiniones que se oponen. Según
lo dicho, el texto argumentativo se caracteriza por la polifonía (poli=muchos, fono=voz, opinión).
Frente a un tema o problema, el productor del texto enuncia su tesis u opinión, y tratará de explicarla
con razones evidentes a fin de convencer a sus receptores.
Estructura general
El texto argumentativo posee una estructura (u organización textual del contenido) con los siguientes
momentos y funciones correspondientes.
Parte o momento Función
• Menciona la información contextual que origina el comentario (punto de
Introducción partida)
• Apunta a motivar el interés de sus receptores
Tesis o hipótesis • Expresa la opinión de quien escribe. Ésta puede representarse en forma explícita
o implícita
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Desarrollo • Despliega la opinión del autor a través de estrategias que lo llevan a sostener su
argumentativo interpretación y que conducirán a la aceptación de la misma. Se exponen y
entretejen argumentos y contraargumentos que se refutan
Conclusión • Resume e insiste en la opinión central.
• Propone medidas de cambio o respuestas al problema.
• Muestra consecuencias que derivan de la tesis o la reconstruye el lector por
deducción.
• Para introducir la subjetividad del autor se usan verbos de opinión: opino, creo, considero, sostengo,
pienso, etc.
• Para expresar una valoración positiva o negativa se usan adjetivos y sustantivos cargados de
subjetividad: casa-rancho, difícil-insoportable.
• Para enmarcar un enunciado que se cita textualmente de otras personas se utilizan comillas y
cursiva: según las personas que asistieron, “no vale la pena esperar respuestas”.
• Se construyen recursos literarios a través de expresiones o palabras con condensación de
sentidos, los cuales son necesarios interpretar: “castración locutiva”, “quijotesco”, “locos”
Estrategias argumentativas
Para relacionar y desarrollar las ideas se utilizan estrategias argumentativas. Entre ellas encontramos:
→ FUNDAMENTAR: dar la razón, el porqué de una opinión.
→ NARRAR: relatar una anécdota o una breve historia que sirva de ejemplo.
→ EJEMPLIFICAR: introducir un caso concreto que ilustre el planteo que se está sosteniendo.
→ COMPARAR POR CONTRASTE: establecer una comparación entre dos teorías, ejemplos,
ideas, etc para remarcar las diferencias que existen entre ellas.
→ COMPARAR POR SEMEJANZA: establecer una comparación entre dos teorías, ejemplos,
ideas, etc para remarcar las similitudes que existen entre ellas.
→ HACER CONCESIONES: Primero se presenta una idea, y se concede que es en parte válida,
pero luego se opone otro argumento que es el que prevalece. En general se utilizan los
conectores: si bien, pero, sin embargo, aunque, a pesar de que, etc.
→ GENERALIZAR: hacer referencia a una opinión o idea reconocida o valorada por la mayoría.
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→ EXPLICAR: recurrir a una definición o exposición científica sobre un tema, para dar cuenta
del conocimiento preciso del cual se parte para dar una opinión.
→ DESMENTIR: negar la opinión del adversario
→ CITAR UNA FRASE DE AUTORIDAD: recurrir, de modo directo o indirecto, a dichos de
una persona reconocida, así como nombres o instituciones, que permitan sostener una posición.
→ HACER PREGUNTAS RETÓRICAS: introducir una pregunta que lleve a la reflexión al
receptor, dicha pregunta no debe ser respondida en el texto y su respuesta debe ser obvia.
→ RECURRIR A ESTADÍSTICAS: utilizar datos estadísticos para argumentar una idea.
→ CAUSA- CONSECUENCIA: introducir los efectos que produce una causa o razón enunciada
con anterioridad.
→ ACUMULACIÓN: se presentan distintas expresiones que se refieran a lo mismo y refuerzan
la argumentación.
Para producir un texto exitosamente se siguen tres pasos: planificación, textualización y revisión.
Seguimos estos pasos pensando en el texto argumentativo:
1º Planificar las ideas
La elaboración personal de un texto argumentativo surge de la necesidad de comunicar nuestra opinión
sobre un tema de interés del cual tenemos un conocimiento suficiente como para emitir un juicio
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razonado. Por eso, además de sentirnos involucrados en el tema a tratar, es necesario, en primer lugar,
buscar, estudiar y seleccionar información que nos servirá de base para la composición del texto.
En esta instancia, también debemos tomar una serie de decisiones relacionadas con la situación de
comunicación y la organización del texto, por ejemplo: ¿desde qué posición se habla: desde una
posición individual o como representante de un grupo?; ¿a quién nos dirigimos, a un público en
general, a miembros de una comunidad académica, a autoridades responsables? etc.
Una vez resueltas estas cuestiones, antes de ponernos a escribir, siempre es conveniente elaborar un
esquema de lo que queremos decir, cómo y a quién. Esto garantiza el orden mental de nuestras ideas
y permite que el texto que redactemos sea coherente y comunicable, es decir, que lo entienda el
receptor.
Este paso es muy necesario porque ordena las ideas en un esquema que nos permite visualizar toda la
estructura del texto antes de redactarlo por completo.
El siguiente es un ejemplo de planificación de un breve ensayo (género argumentativo) :
Tema o problema que me interesa o motiva: Escribir un ensayo sobre: ¿Por qué es importante
reconocer a Sarmiento? / Importancia del reconocimiento a Sarmiento
(este tema lo podemos enunciar con una pregunta o con una afirmación)
Tesis o hipótesis: Sarmiento es ejemplo de alumno y docente
(la tesis u opinión puede ser enunciada con cualquiera de las estrategias argumentativas)
Situación de comunicación:
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¿Desde qué posición voy a escribir? Como profesora
¿A qué receptor me dirijo? A colegas docentes y comunidad educativa en general
Argumentación o desarrollo:
Para armar esta parte del texto se requiere investigar, o sea buscar información para poder luego
utilizarla como argumentos que demuestren mi opinión y que refuten otras.
Para armar y enlazar los argumentos es necesario establecer relaciones lógicas que den coherencia al
texto y que lleven al lector a convencerse de nuestra tesis. Para esto hay estrategias argumentativas
como, por ejemplo: fundamentar, narrar, ejemplificar, comparar por contraste y semejanza, hacer
concesiones, generalizar, explicar (definir, exponer), desmentir, citar una frase de autoridad o la
opinión de otros, hacer preguntas retóricas, etc.
Por ejemplo, se puede comenzar buscando:
Una definición de educación
Una cita de Sarmiento
Una anécdota ilustrativa sobre su vida
Comparar la educación de antes con la situación actual
Hacer preguntas retóricas que planteen reflexiones sobre sus capacidades
COLEGIO MODELO - LENGUA Y LITERATURA III- Curso: 6º año
Profesoras: Gabriela Quiroga y Paula Heredia Año: 2024
Introducción
- Ubicación de Sarmiento en su contexto económico y cultural precario
- Cuestionamiento acerca de las razones que lo llevan a superarse
Tesis o hipótesis:
- Sarmiento es ejemplo de alumno y docente
Desarrollo:
- Medios de superación de Sarmiento: su voluntad y los libros como ventanas hacia el
conocimiento de otros mundos
- Transformación de un Sarmiento bárbaro hacia un alumno autodidacta
- Necesidad de dar la posibilidad a otros de alcanzar un bien descubierto
- Concepto de educación desde el personalismo filosófico que pone de relieve la libertad del 19
educando frente a la tarea docente
- Comparación entre aprender y enseñar
- Dificultad para lograr contagiar el entusiasmo por la educación
- Anécdota sobre Sarmiento como maestro desvalorizado y respuesta de Sarmiento desde la
convicción de su tarea
- Análisis de la anécdota poniendo de relieve los sinsabores de la docencia, pero a la vez su
importancia
Conclusión:
- Revalorización de la tarea docente como promotora quijotesca de la realización personal
Hace 200 años nacía Domingo Faustino Sarmiento, el cuarto hijo de una familia sanjuanina pobre del
siglo XIX. Hoy podría ser una de las que reciben la asignación universal por hijo. Y desde allí, desde
la precariedad económica y cultural de su entorno, empieza a destacarse - siendo aún niño - con una
personalidad curiosa, talentosa y con mucho ánimo de superación. ¿Pero qué le permite a un niño de
estas características llegar a ser escritor, maestro, gobernador de su provincia, senador nacional y, aún
más, ser presidente de su país? ¿Cuáles son los recursos por los que sus inquietudes pueden verse
realizadas, si en su época no había ni subsidios económicos, ni educación para todos?
Aunque en aquellos tiempos la Argentina estaba recién organizándose y los medios con los que se
contaba para lograr una movilidad social y cultural eran escasos, a Sarmiento le sobra voluntad y
encuentra, principalmente, a través de la lectura inculcada por su madre y sus primeros maestros, la
posibilidad de conocer nuevos mundos, ideas y modos de vida. Los libros son las ventanas por las que
explora esas civilizaciones modernas, tan diferentes de su realidad limitada. Y Sarmiento bárbaro se
embriaga de esas ideas revolucionarias y se propone, con toda la pasión de la que es capaz, ser primero
él el que se civilice. Se convierte así mismo en el mejor alumno y, luego, como verdadero maestro
generoso que busca compartir la sabiduría que alcanzó, se propone contagiar el amor por ese bien.
Sabe que la única manera de cambiar el espíritu y el horizonte de sus hermanos bárbaros es
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brindándoles la posibilidad de que conozcan lo que él tuvo que descubrir por su propia cuenta.
Pero esta tarea no fue nada fácil para Sarmiento ya que, ser docente, es decir, la tarea de “ educar” es,
según K. Wojtyla, hacer que el otro, el alumno, quiera el bien que nadie puede querer en lugar suyo 1
y eso es muy difícil de conseguir porque implica lograr entusiasmar la libertad del otro. Por esta razón,
es mucho más arduo enseñar que aprender. El verdadero maestro va recogiendo en su camino muchas
más tristezas y decepciones que alegrías, porque el triunfo de su esfuerzo depende siempre de la
respuesta libre y genuina de ese otro, de su alumno.
La vida de Sarmiento es un ejemplo de esa lucha de educador no siempre correspondida. Se cuenta
que una vez, mientras era ministro de la provincia de Buenos Aires, Sarmiento recorría las escuelas
fundadas por él. En una de sus visitas encontró escrito en un pizarrón: “¡Muera Sarmiento!”. Los
directivos quisieron castigar al responsable, un chico de unos diez años. Pero Sarmiento se enfrentó a
él y le dijo: “En su casa se habla mal de mí y usted sin conocerme acepta todo lo que oye decir y lo
repite. Espere a tener conciencia y a saber por usted mismo lo que son los hombres de su patria para
juzgarlos”.2
Esta anécdota muestra al Gran Maestro: por un lado, convencido de que tiene algo bueno e importante
para dar, pero a la vez, respetuoso de la libertad del otro. Libertad que él quiere que se alcance por
medio de una conciencia crítica, fundamentada, despojada de convencionalismos o tradiciones
irracionales que no le permiten al hombre dar dirección a su propia vida.
1
Esta idea es explicada en: PALAU, M. Graciela. 2007. La autorrealización según el personalismo de K. Wojtyla. Bs.
As. Ed. EDUCA. Pág. 161-178
2
Testimonio extraído DUARTE de, María P. (1927) Anecdotario Sarmiento (300 anécdotas). Buenos Aires. Ed Peuser.
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¡Qué más claro ejemplo de docencia! Saber, convicción, generosidad, interés, respeto por el otro y
entrega, sin la certeza de ser correspondido en el esfuerzo. Aun así, Sarmiento está convencido de que,
a pesar de todo, es necesario dar la oportunidad a quien la quiera recibir y no deja de luchar por ello,
aunque lo combatan y aunque tenga errores y tenga que remediarlos. Su tarea es quijotesca y por eso
podemos comprender ahora por qué le decían “el loco”.
En nuestro tiempo, plantearse ser docente sigue siendo una tarea de locos. De locos que todavía creen
que hay ideas y valores que son necesarios seguir transmitiendo y contagiando a las nuevas
generaciones para construir un mundo mejor. De locos que día a día se ofrecen, aunque no sean
escuchados o valorados en toda la dimensión de su esfuerzo. De locos, que en medio de un mundo en
el que todo se mide en términos de éxito y fama, trabajan por entusiasmar al menos un espíritu
inquieto…
A todos esos locos compañeros que como Sarmiento trabajan desde la esperanza, me atrevo a decirles
que no se rindan, que vale la pena todo lo que hacen.
Definición (advertir que la definición utilizada en este caso es metafórica- no científica- y que se
agrega, a modo de aclaración, una evaluación comparativa)
Los libros son las ventanas por las que explora esas civilizaciones modernas, tan diferentes de su
realidad limitada.
Explicación:
Y Sarmiento bárbaro se embriaga de esas ideas revolucionarias y se propone, con toda la pasión de la
que es capaz, ser primero él el que se civilice. Se convierte así mismo en el mejor alumno y, luego,
como verdadero maestro generoso que busca compartir la sabiduría que alcanzó, se propone contagiar
el amor por ese bien. Sabe que la única manera de cambiar el espíritu y el horizonte de sus hermanos
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bárbaros es brindándoles la posibilidad de que conozcan lo que él tuvo que descubrir por su propia
cuenta.
Oposición restrictiva:
Pero esta tarea no fue nada fácil para Sarmiento (…)
Consecuencia y fundamentación:
Por esta razón, es mucho más arduo enseñar que aprender. El verdadero maestro va recogiendo en su
camino muchas más tristezas y decepciones que alegrías, porque el triunfo de su esfuerzo depende
siempre de la respuesta libre y genuina de ese otro, de su alumno.
Narración y cita:
La vida de Sarmiento es un ejemplo de esa lucha de educador no siempre correspondida. Se cuenta
que una vez, mientras era ministro de la provincia de Buenos Aires, Sarmiento recorría las escuelas
fundadas por él. En una de sus visitas encontró escrito en un pizarrón: “¡Muera Sarmiento!”. Los
directivos quisieron castigar al responsable, un chico de unos diez años. Pero Sarmiento se enfrentó a
él y le dijo: “En su casa se habla mal de mí y usted sin conocerme acepta todo lo que oye decir y lo
repite. Espere a tener conciencia y a saber por usted mismo lo que son los hombres de su patria para
22
juzgarlos”.
Explicación:
Esta anécdota muestra al Gran Maestro: por un lado, convencido de que tiene algo bueno e importante
para dar, pero a la vez, respetuoso de la libertad del otro. Libertad que él quiere que se alcance por
medio de una conciencia crítica, fundamentada, despojada de convencionalismos o tradiciones
irracionales que no le permiten al hombre dar dirección a su propia vida.
Enumeración:
¡Qué más claro ejemplo de docencia! Saber, convicción, generosidad, interés, respeto por el otro y
entrega, sin la certeza de ser correspondido en el esfuerzo.
Concesión:
Aun así, Sarmiento está convencido de que, a pesar de todo, es necesario dar la oportunidad a quien
la quiera recibir y no deja de luchar por ello, aunque lo combatan y aunque tenga errores y tenga que
remediarlos.
Causa- consecuencia:
Su tarea es quijotesca y por eso podemos comprender ahora por qué le decían “el loco”.
Generalización:
En nuestro tiempo, plantearse ser docente sigue siendo una tarea de locos
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Construcciones concesivas:
De locos que todavía creen que hay ideas y valores que son necesarios seguir transmitiendo y
contagiando a las nuevas generaciones para construir un mundo mejor. De locos que día a día se
ofrecen, aunque no sean escuchados o valorados en toda la dimensión de su esfuerzo. De locos, que
en medio de un mundo en el que todo se mide en términos de éxito y fama, trabajan por entusiasmar
al menos un espíritu inquieto…
Apelación:
A todos esos locos compañeros que como Sarmiento trabajan desde la esperanza, me atrevo a decirles
que no se rindan, que vale la pena todo lo que hacen.
3º Revisar el texto
Nunca se debe olvidar revisar el escrito una vez terminado, ya que pueden quedar frases no muy claras
para que las entienda el receptor. Un buen escritor realiza varios borradores en sus textos.
23
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¿Qué es la patria?
En el sitio web de la Presidencia de la Nación, se define "patria" como: La patria (del latin patria,
familia o clan > patris, tierra paterna > pater, padre) suele designar la tierra natal o adoptiva a la que
un individuo se siente ligado por vínculos de índole afectiva, cultural o histórica, o el lugar donde se
nace. Como la patria es un sentimiento, una persona puede adoptar una patria distinta que aquella en
la que nació, y sentirse unida a sus tradiciones, sus costumbres, su cultura, y dispuesta a luchar y
esforzarse por su grandeza. La patria no existe sin patriotas, y los patriotas son aquellos que
anónimamente, día tras día, trabajan honradamente, estudian, son solidarios, y no discriminan al resto
de las naciones de la Tierra.
En tanto tierra de nuestros antepasados, la patria simboliza también nuestra pertenencia cultural. En
este sentido, es el lugar desde el que miramos el mundo. Si concebimos la patria como la herencia
cultural, cada generación entreteje sus hilos en la trama que tejieron las precedentes y que continuarán
las generaciones futuras. Por eso, aunque no son lo mismo, hay una estrecha relación entre las ideas
de patria e identidad.
Para amar la patria es necesario conocer cómo se fue gestando a través del tiempo. En nuestro país
un período muy importante fue el de las luchas por la Independencia entre 1800 y 1830. Los escritores
se sienten "voceros del pueblo" y la literatura tiene una función social, porque se pone al servicio de
24
una causa que la trasciende. En ella se expresarán las hazañas de los líderes criollos que lucharon para
emanciparnos del dominio español; El fervor patriótico se encauzará en una literatura de militancia y
de propaganda, y aunque sigue los moldes neoclásicos europeos, abre la primera puerta hacia la
búsqueda de lo propio.
La Asamblea del Año XIII, de la cual Vicente López y Planes formaba parte, le encarga la
composición de lo que sería la Marcha Patriótica, cuya música fue compuesta por el catalán Blas
Parera. Se leyó por primera vez en público el sábado 7 de mayo del mismo año en la tertulia realizada
en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson. La marcha fue aprobada por decreto de la Asamblea
el 11 de mayo de 1813.
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También fue el himno de la República de Chile durante los tres años en los que el general José de San
Martín estuvo allí.
A lo largo del tiempo, nuestro himno sufrió modificaciones hasta llegar a su versión actual. En 1900,
durante la presidencia de Julio Argentino Roca, se decidió suprimir algunas estrofas a pedido del
gobierno español.
La versión que cantamos hoy corresponde a la transcripción realizada por Luis Larreta, según lo
acordado el 25 de septiembre de 1928 por el Poder Ejecutivo de la Nación.
La literatura de la Independencia
Contexto histórico-cultural
Transcurrían las primeras tres décadas del siglo XIX. América estaba convulsionada. Las economías
regionales, sujetas a las necesidades de los españoles y las aspiraciones políticas de los criollos, eran
siempre 'desplazadas en beneficio de España. Esto producía un clima de malestar al que se agregó la
invasión napoleónica a España y, con ella, el debilitamiento de los vínculos entre la metrópoli y las
colonias.
¿Por qué seguir dependiendo de otra nación? En América ya se habían extendido las ideas de libertad,
independencia y justicia que habían sustentado la independencia de Estados Unidos en 1776 y la
Revolución Francesa (1789).
25
A pesar de las censuras de la sociedad virreinal y de las prohibiciones de la Inquisición, las nuevas
ideas lograron filtrarse a través de libros franceses e ingleses que difundían la ideología del
Iluminismo, un movimiento cultural e intelectual que sostenía que la razón humana podía combatir
la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo mejor. Conceptos como la soberanía
popular, la división de poderes, la tolerancia religiosa, la independencia para comerciar fueron bien
recibidos por los hispanoamericanos. Esto dio lugar a una concepción del hombre y del mundo basada
en la razón.
Se va generando en el pueblo la confianza en sus propias fuerzas, en que es posible pelear por sus
ideales, y surgen líderes capaces de orientarlo hacia una meta de bienestar común. Se daban, entonces,
las condiciones para autogobernarse y, como consecuencia, se gestaron las luchas de la independencia
que involucraron al conjunto de los países americanos, ya que la historia de todos era similar. Es en
este contexto histórico en el que surgió el Neoclasicismo, cuyos rasgos fundamentales son el
predominio de la razón y el equilibrio, en oposición a las formas recargadas del Barroco colonial.
En la prosa, surge en México la novela realista hispanoamericana y florece el periodismo como arma
de lucha política y como ámbito de propaganda de la ideología revolucionaria. También abundan
subgéneros narrativos como las memorias, autobiografías, cartas, discursos y ensayos.
En el Río de la Plata se desarrolla la poesía gauchesca, que toma como eje al gaucho. Está escrita en
una lengua rústica y hay en ella una exaltación de las armas, de la habilidad del jinete y del sentimiento
de libertad. Se considera que Bartolomé Hidalgo (1788-1823) fue el iniciador del género con sus
obras Diálogos patrióticos y Cielitos.
a) Los escritores imitan los modelos de antigüedad clásica a los que se considera perfectos por
la armonía y el equilibrio de sus formas. Se vuelve al mundo grecorromano y a su mitología
como fuente de inspiración. Son frecuentes las alusiones a Marte, Venus o Baco.
b) El arte es normativo, es decir, está sujeto a reglas. No hay lugar para el genio individual, el
artista debe expresar el sentimiento colectivo y utilizar las formas consagradas por las
preceptivas. La poesía seguirá rígidamente las convenciones de las formas estróficas: odas,
elegías, sonetos; utilizará los versos de arte mayor y recursos como el hiperbaton; el
26
vocabulario es culto, de gran corrección y claridad, pero también sobrecargado de expresiones
retóricas, artificiosas, alejadas del habla cotidiana.
c) La literatura tiene un carácter didáctico, como lo tenía también la literatura clásica latina y
griega. El artista debe educar a la sociedad y guiarla por el camino de los ideales sociales y
éticos. Para lograr el efecto estético hay que transmitir la verdad y, al hacerlo, se deja siempre
una enseñanza. Sólo lo verdadero es bello, de allí la belleza útil.
d) Predominio de la razón y de la verdad. El arte no manifiesta las emociones, solamente traduce
lo intelectual y racional. Interesa el concepto, no la pasión.
e) Al elegir los temas, el escritor hispanoamericano se inclina por una alabanza a la naturaleza,
que es vista como fuente de riqueza y por lo tanto de progreso, o por una exaltación de los
sentimientos patrióticos, es decir, se pone la escritura al servicio de la sociedad.
f) Nuestros artistas utilizan la escritura como un arma de propaganda política, como un
instrumento de independencia. Los artistas hispanoamericanos eran revolucionarios que
buscaban la emancipación americana, pero en lo literario fueron dependientes de los modelos
neoclásicos europeos. Aunque incorporan temas propios como la patria y la naturaleza, que
reflejan la voluntad de responder a las condiciones del entorno hispanoamericano, no pueden
romper con la influencia extranjera.
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Actividades 1
1. ¿Qué es un himno?
2. ¿Qué significa patria? ¿Cuál es el origen de la palabra y que implica ese concepto?
3. ¿Qué función cumple la literatura en este período de nuestra historia?
4. ¿Quién escribió el Himno Nacional Argentino? ¿Siempre fue igual?
5. ¿Qué relación tenía nuestro país con Europa?
6. ¿Qué es el Iluminismo?
7. ¿A qué se conoce como “poesía revolucionaria”? ¿Cuál es su temática e inspiración?
8. ¿Qué rasgos tiene el neoclasicismo hispanoamericano?: ¿cuáles son sus temas?, ¿es libre o
estructurado?, ¿qué recursos utiliza?, ¿qué función tiene el artista en este período?, ¿cuál es la
función del arte –especialmente la literatura-?
Actividades 2
1. Leamos la versión original tal como fue aprobada el 11 de mayo de 1813 por la Asamblea
General Constituyente.
1- ¿Con qué propósito se habrá escrito el himno? Encerremos en corchetes los versos que se cantan
actualmente. 28
2- ¿Qué significan en el texto las siguientes palabras?
- Fragor
- Conturba
- Pestífera
- Lid
- Saña tenaz
- Hollar
- Brío
- Ínclita
- Cerviz
- Azorado
3- Expliquemos qué simbolizan las siguientes expresiones:
- León
- Laureles
- Rotas cadenas
4- Según el contenido el himno se organiza en tres partes. Marquémoslas en el texto: anuncio a la
humanidad del nacimiento de una nación, enumeración de los hechos que posibilitaron ese
nacimiento y saludo de todos los pueblos libres.
5- ¿A qué lugares de la América Hispánica hace referencia el himno?
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Nuevos campeones
Fieros tiranos
Noble igualdad
Fuertes pechos
Tigres sedientos
Pestífera hiel
Vil invasor
Fiero opresor
Feliz libertad
29
8- Se utiliza una adjetivación con una fuerte carga valorativa. Subrayemos los adjetivos y
determinemos si la valoración es positiva o negativa y cuál es la intención del autor.
9- En una estrofa en autor invoca a “Marte” y al “inca”, a qué culturas hace referencia.
10- En el himno aparece dos temas contrapuestos. Anotémoslos.
11- En el texto aparece ejemplos de las siguientes figuras literarias:
Imágenes auditivas y visuales:
Preguntas retoricas:
Personificación:
Hipérbaton:
Hipérbole:
Enumeración:
Anáfora:
Repetición:
Antítesis:
Comparación:
Metáfora:
12- Analicemos la primera estrofa: rima, métrica y tipo de estrofa.
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LITERATURA ROMÁNTICA
Este movimiento tuvo dos corrientes bien marcadas: sentimental y la social. Tanto en Argenti como
en el resto de Hispanoamérica se adhirió intensamente a la corriente social entre 1830 y 1860,
mientras que la tendencia sentimental se manifestó entre 1860 y 1890.
→ los primeros intentos de una lengua americana, distinta de la española, a partir de la tentativa
de establecer lenguas locales neoespañolas, o bien de la defensa de un español americano,
31
como afirma Sarmiento: El idioma de América deberá ser suyo, propio, con su modo de ser
característico y sus formas e imágenes tomadas de las virginales, sublimes y gigantescas que
su naturaleza, sus revoluciones y su historia indígena le presentan .
→ la naturaleza americana se vuelve atractiva para los escritores, que ven en el desierto, la
llanura, la sabana, la selva y el paisaje en general los rasgos exóticos que los europeos
buscaban en el pasado remoto. La vivencia de la naturaleza y su observación es parte de la
conciencia de lo nacional. Por eso, aparece el paisaje alarde, es decir, una exaltación de la
naturaleza americana como única, original y grandiosa. En este espacio el romántico proyecta
sus estados de ánimo, es decir, siente que lo acompaña en sus alegrías y sus tristezas. También
la naturaleza aparece como una manifestación de lo divino, ya que a través de ella se puede
conectar con lo trascendente y lo misterioso. Por todo esto, la naturaleza se vuelve
protagonista. Sarmiento en Facundo afirma: Si un destello de literatura nacional puede brillar
momentáneamente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultará de la descripción
de las grandiosas escenas naturales.
→ los románticos hispanoamericanos muestran una nostalgia por el pasado colonial y aborigen,
símbolo de lo extraño, lo salvaje, lo otro. Se dieron dos corrientes -el indianismo y el
nativismo-que exaltaron la figura del indio y del criollo respectivamente. En Argentina, sin
embargo, la visión del aborigen fue en general negativa, aunque se puso de relieve la figura
del gaucho a través de la literatura gauchesca.
→ la temática del amor sublime e idealizado es una característica de las obras sobre todo en el
periodo sentimental; sin embargo, también aparece en el Romanticismo social, aunque allí se
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manifiesta condicionado por las exigencias de la realidad histórica. El amor romántico termina
siempre en muerte o en pérdida. Es un amor irrealizable. La mujer adquiere suma importancia
como objeto amoroso, generadora de la pasión; se la presenta como mujer ángel o demonio,
según ennoblezca al hombre o lo condene a la destrucción.
→ la actitud de compromiso es el rasgo más distintivo del romanticismo americano. La situación
política reinante no permitía la evasión que caracterizó al romanticismo europeo. La literatura
fue un vehículo de expresión ideológica que particularmente en el Río de la Plata se convirtió
en un arma para luchar contra la tiranía (primera generación romántica, 1830-1860). Solo
cuando la independencia estuvo asegurada los escritores se volcaron hacia lo sentimental
(segunda generación, 1860-1890). Dos de los textos más representativos de la literatura
romántica comprometida en Argentina son El matadero, de Echeverría, y Facundo, de
Sarmiento.
El Romanticismo en Argentina
Transcurre 1830. Esteban Echeverría regresa de París e introduce en Buenos Aires las ideas más
notables del romanticismo francés, adhiriendo a la corriente social. Más tarde, en 1837, participa del
Salón Literario de Marcos Sastre, en el cual un grupo de escritores preocupados por el destino
nacional exponen sus ideas sobre historia, literatura y arte en general, buscando crear las bases de un
pensamiento filosófico que los identificara como argentinos y como americanos. Será este, el lugar
propicio para la difusión y consolidación de las ideas románticas en Argentina. En aquella época, se
vive un clima de pasión exacerbada ya que el escenario sociopolítico del país es el de las guerras
civiles y la dictadura de Rosas.
3 https://www.youtube.com/watch?v=KG5_euvFzbU
4 https://www.youtube.com/watch?v=a0e-30p3Sz4
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Si las luchas por la independencia fueron parte de un proyecto esperanzado, las luchas civiles
significaron la ruptura del programa de Mayo. El país sufre el caos primero y la tiranía después.
Unitarios y federales se disputan el poder político y el económico dirimiendo beneficios entre Buenos
Aires y las provincias.
Esta realidad estimula sentimientos y actitudes muy románticas: entrega, heroísmo, exaltación
patriótica, de manera que el romanticismo como propuesta cultural coincide perfectamente con una
realidad nacional, emparentada con el sentir de una minoría. Esta expresa a un sector intelectual de
la clase dirigente dispuesta a combatir por sus ideas.
Para nuestros románticos, la conciencia nacional crecerá sobre la base de aprovechar las ideas
europeas ligadas al progreso, la libertad y la democracia y de desprenderse de costumbres y modos
coloniales. De allí que opongan "civilización" a "barbarie", "Europa" a "colonia", "ciudad" a
"campaña".
Pero este ideario cuyo motor es esencialmente la libertad de pensamiento resulta peligroso para la
ideología del poder dominante, por eso Rosas los combatirá con dureza, hostigándolos de tal modo
que muchos escritores optarán por el exilio en Uruguay, Bolivia o Chile, mientras otros se quedarán 33
afrontando el riesgo de la persecución y aun el de la muerte.
CONTEXTO HISTORICO
5 https://www.dailymotion.com/video/x2zdayn
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Sobe El matadero, algunos críticos literarios se inclinan a afirmar que es el primer esbozo de cuento
argentino, ya que se desarrolla una historia. Otros, como Carlos Mastrángelo, opinan que es
demasiado difuso y panorámico y el hilo del interés cambia a menudo de dirección porque se tratan
en él varios asuntos. Esto se opone a las características del cuento que exige el máximo de unidad y
concentración en el menor espacio posible.
El matadero presenta un cuadro realista, aunque idealizado, bajo la mirada política del autor. Es un
realismo que a veces mutila y a veces deforma la realidad porque se pone al servicio de un propósito:
persuadir, convencer. Por eso este texto presenta características del Romanticismo y anuncia el
movimiento literario siguiente: el Realismo.
autor.
El matadero
Esteban Echeverría
I
A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes
como acostumbraban hacerlo los antiguos historiadores españoles de América que deben ser nuestros
prototipos. Temo muchas razones para no seguir ese ejemplo, las que callo por no ser difuso. Diré
solamente que los sucesos de mi narración, pasaban por los años de Cristo de 183… Estábamos, a más,
en cuaresma, época en que escasea la carne en Buenos Aires, porque la iglesia adoptando el precepto
de Epitecto, sustine abstine (sufre, abstente) ordena vigilia y abstinencia a los estómagos de los fieles,
a causa de que la carne es pecaminosa, y, como dice el proverbio, busca a la carne. Y como la iglesia
tiene ab initio y por delegación directa de Dios el imperio inmaterial sobre las conciencias y
estómagos, que en manera alguna pertenecen al individuo, nada más justo y racional que vede lo malo.
Los abastecedores, por otra parte, buenos federales, y por lo mismo buenos católicos, sabiendo que el
pueblo de Buenos Aires atesora una docilidad singular para someterse a toda especie de mandamiento,
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solo traen en días cuaresmales al matadero, los novillos necesarios para el sustento de los niños y de
los enfermos dispensados de la abstinencia por la Bula…, y no con el ánimo de que se harten algunos
herejotes, que no faltan, dispuestos siempre a violar los mandamientos carnificinos de la iglesia, y a
contaminar la sociedad con el mal ejemplo.
Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los caminos se anegaron; los pantanos se
pusieron a nado y las calles de entrada y salida a la ciudad rebosaban en acuoso barro. Una tremenda
avenida se precipitó de repente por el Riachuelo de Barracas, y extendió majestuosamente sus turbias
aguas hasta el pie de las barrancas del alto. El Plata creciendo embravecido empujó esas aguas que
venían buscando su cauce y las hizo correr hinchadas por sobre campos, terraplenes, arboledas,
caseríos, y extenderse como un lago inmenso por todas las bajas tierras. La ciudad circunvalada del
Norte al Este por una cintura de agua y barro, y al Sud por un piélago blanquecino en cuya superficie
flotaban a la ventura algunos barquichuelos y negreaban las chimeneas y las copas de los árboles,
echaba desde sus torres y barrancas atónitas miradas al horizonte como implorando misericordia al
Altísimo. Parecía el amago de un nuevo diluvio. Los beatos y beatas gimoteaban haciendo novenarios
y continuas plegarias. Los predicadores atronaban el templo y hacían crujir el púlpito a puñetazos. Es
el día del juicio, decían, el fin del mundo está por venir. La cólera divina rebosando se derrama en
inundación. ¡Ay de vosotros pecadores! ¡Ay de vosotros unitarios impíos que os mofáis de la iglesia,
de los santos, y no escucháis con veneración la palabra de los ungidos del Señor! ¡Ay de vosotros si
no imploráis misericordia al pie de los altares! Llegará la hora tremenda del vano crujir de dientes y
de las frenéticas imprecaciones. Vuestra impiedad, vuestras herejías, vuestras blasfemias, vuestros
crímenes horrendos, han traído sobre nuestra tierra las plagas del Señor. La justicia y el Dios de la
Federación os declarará malditos.
Las pobres mujeres salían sin aliento, anonadadas del templo, echando, como era natural, la culpa de
aquella calamidad a los unitarios. 35
Continuaba, sin embargo, lloviendo a cántaros, y la inundación crecía acreditando el pronóstico de los
predicadores. Las campanas comenzaron a tocar rogativas por orden del muy católico Restaurador,
quien parece no las tenía todas consigo. Los libertinos, los incrédulos, es decir, los unitarios,
empezaron a amedrentarse al ver tanta cara compungida, oír tanta batahola de imprecaciones. Se
hablaba ya como de cosa resuelta de una procesión en que debía ir toda la población descalza y a
cráneo descubierto, acompañando al Altísimo, llevado bajo palio por el Obispo, hasta la barranca de
Balcarce, donde millares de voces conjurando al demonio unitario de la inundación, debían implorar
la misericordia divina.
Feliz, o mejor, desgraciadamente, pues la cosa habría sido de verse, no tuvo efecto la ceremonia,
porque bajando el Plata, la inundación se fue poco a poco escurriendo en su inmenso lecho sin
necesidad de conjuro ni plegarias.
Lo que hace principalmente a mi historia es que por causa de la inundación estuvo quince días el
matadero de la Convalecencia sin ver una sola cabeza vacuna, y que en uno o dos, todos los bueyes de
quinteros yaguateros se consumieron en el abasto de la ciudad. Los pobres niños y enfermos se
alimentaban con huevos y gallinas, y los gringos y herejotes bramaban por el beef-steak y el asado. La
abstinencia de carne era general en el pueblo, que nunca se hizo más digno de la bendición de la iglesia,
y así fue que llovieron sobre él millones y millones de indulgencias plenarias. Las gallinas se pusieron
a 6 $ y los huevos a 4 reales y el pescado carísimo. No hubo en aquellos días cuaresmales
promiscuaciones ni excesos de gula; pero en cambio se fueron derechito al cielo innumerables ánimas
y acontecieron cosas que parecen soñadas.
No quedó en el matadero ni un solo ratón vivo de muchos millares que allí tenían albergue. Todos
murieron de hambre o ahogados en sus cuevas por la incesante lluvia. Multitud de negras rebusconas
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de achuras, como los caranchos de presa, se desbandaron por la ciudad como otras tantas harpías
prontas a devorar cuanto hallaran comible. Las gaviotas y los perros inseparables rivales suyos en el
matadero, emigraron en busca de alimento animal. Porción de viejos achacosos cayeron en consunción
por falta de nutritivo caldo; pero lo más notable que sucedió fue el fallecimiento casi repentino de unos
cuantos gringos herejes que cometieron el desacato de darse un hartazgo de chorizos de Extremadura,
jamón y bacalao y se fueron al otro mundo a pagar el pecado cometido por tan abominable
promiscuación.
Algunos médicos opinaron que si la carencia de careo continuaba, medio pueblo caería en síncope por
estar los estómagos acostumbrados a su corroborante jugo; y era de notar el contraste entre estos tristes
pronósticos de la ciencia y los anatemas lanzados desde el púlpito por los reverendos padres contra
toda clase de nutrición animal y de promiscuación en aquellos días destinados por la iglesia al ayuno
y la penitencia. Se originó de aquí una especie de guerra intestina entre los estómagos y las conciencias,
atizada por el inexorable apetito y las no menos inexorables vociferaciones de los ministros de la
iglesia, quienes, como es su deber, no transigen con vicio alguno que tienda a relajar las costumbres
católicas: a lo que se agregaba el estado de flatulencia intestinal de los habitantes, producido por el
pescado y los porotos y otros alimentos algo indigestos.
Esta guerra se manifestaba por sollozos y gritos descompasados en la peroración de los sermones y
por rumores y estruendos subitáneos en las casas y calles de la ciudad o donde quiera concurrían gentes.
Alarmose un tanto el gobierno, tan paternal como previsor, del Restaurador creyendo aquellos tumultos
de origen revolucionario y atribuyéndolos a los mismos salvajes unitarios, cuyas impiedades, según
los predicadores federales, habían traído sobre el país la inundación de la cólera divina; tomó activas
providencias, desparramó sus esbirros por la población y por último, bien informado, promulgó un
decreto tranquilizador de las conciencias y de los estómagos, encabezado por un considerando muy
sabio y piadoso para que a todo trance y arremetiendo por agua y todo se trajese ganado a los corrales. 36
En efecto, el decimosexto día de la carestía víspera del día de Dolores, entró a nado por el paso de
Burgos al matadero del Alto una tropa de cincuenta novillos gordos; cosa poca por cierto para una
población acostumbrada a consumir diariamente de 250 a 300, y cuya tercera parte al menos gozaría
del fuero eclesiástico de alimentarse con carne. ¡Cosa estraña que haya estómagos privilegiados y
estómagos sujetos a leyes inviolables y que la iglesia tenga la llave de los estómagos!
Pero no es extraño, supuesto que el diablo con la carne suele meterse en el cuerpo y que la iglesia tiene
el poder de conjurarlo: el caso es reducir al hombre a una máquina cuyo móvil principal no sea su
voluntad sino la de la iglesia y el gobierno. Quizá llegue el día en que sea prohibido respirar aire libre,
pasearse y hasta conversar con un amigo, sin permiso de autoridad competente. Así era, poco más o
menos, en los felices tiempos de nuestros beatos abuelos que por desgracia vino a turbar la revolución
de Mayo.
Sea como fuera; a la noticia de la providencia gubernativa, los corrales del Alto se llenaron, a pesar
del barro, de carniceros, achuradores y curiosos, quienes recibieron con grandes vociferaciones y
palmoteos los cincuenta novillos destinados al matadero .
-Chica, pero gorda -exclamaban.- ¡Viva la Federación! ¡Viva el Restaurador!
Porque han de saber los lectores que en aquel tiempo la Federación estaba en todas partes, hasta entre
las inmundicias del matadero y no había fiesta sin Restaurador como no hay sermón sin Agustín.
Cuentan que al oír tan desaforados gritos las últimas ratas que agonizaban de hambre en sus cuevas,
se reanimaron y echaron a correr desatentadas conociendo que volvían a aquellos lugares la
acostumbrada alegría y la algazara precursora de abundancia.
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El primer novillo que se mató fue todo entero de regalo al Restaurador, hombre muy amigo del asado.
Una comisión de carniceros marchó a ofrecérselo a nombre de los federales del matadero,
manifestándole in voce su agradecimiento por la acertada providencia del gobierno, su adhesión
ilimitada al Restaurador y su odio entrañable a los salvajes unitarios, enemigos de Dios y de los
hombres. El Restaurador contestó a la arenga rinforzando sobre el mismo tema y concluyó la
ceremonia con los correspondientes vivas y vociferaciones de los espectadores y actores. Es de creer
que el Restaurador tuviese permiso especial de su ilustrísima para no abstenerse de carne, porque
siendo tan buen observador de las leyes, tan buen católico y tan acérrimo protector de la religión, no
hubiera dado mal ejemplo aceptando semejante regalo en día santo.
Siguió la matanza y en un cuarto de hora cuarenta y nueve novillos se hallan tendidos en la playa del
matadero, desollados unos, los otros por desollar. E1 espectáculo que ofrecía entonces era animado y
pintoresco aunque reunía todo lo horriblemente feo, inmundo y deforme de una pequeña clase
proletaria peculiar del Río de la Plata. Pero para que el lector pueda percibirlo a un golpe de ojo preciso
es hacer un croquis de la localidad.
El matadero de la Convalescencia o del Alto, sito en las quintas al Sud de la ciudad, es una gran playa
en forma rectangular colocada al extremo de dos calles, una de las cuales allí se termina y la otra se
prolonga hacia el Este. Esta playa con declive al Sud, está cortada por un zanjón labrado por la corriente
de las aguas pluviales, en cuyos bordes laterales se muestran innumerables cuevas de ratones y cuyo
cauce, recoge en tiempo de lluvia, toda la sangrasa seca o reciente del matadero. En la junción del
ángulo recto hacia el Oeste está lo que llaman la casilla, edificio bajo, de tres piezas de media agua
con corredor al frente que da a la calle y palenque para atar caballos, a cuya espalda se notan varios
corrales de palo a pique de ñandubay con sus fornidas puertas para encerrar el ganado.
Estos corrales son en tiempo de invierno un verdadero lodazal en el cual los animales apeñuscados se 37
hunden hasta el encuentro y quedan como pegados y casi sin movimiento. En la casilla se hace la
recaudación del impuesto de corrales, se cobran las multas por violación de reglamentos y se sienta el
juez del matadero, personaje importante, caudillo de los carniceros y que ejerce la suma del poder en
aquella pequeña república por delegación del Restaurador. -Fáciles calcular qué clase de hombre se
requiere para el desempeño de semejante cargo. La casilla por otra parte, es un edificio tan ruin y
pequeño que nadie lo notaría en los corrales a no estar asociado su nombre al del terrible juez y a no
resaltar sobre su blanca cintura los siguientes letreros rojos: «Viva la Federación», «Viva el
Restaurador y la heroína doña Encarnación Ezcurra», «Mueran los salvajes unitarios». Letreros muy
significativos, símbolo de la fe política y religiosa de la gente del matadero. Pero algunos lectores no
sabrán que la tal heroína es la difunta esposa del Restaurador, patrona muy querida de los carniceros,
quienes, ya muerta, la veneraban como viva por sus virtudes cristianas y su federal heroísmo en la
revolución contra Balcarce. Es el caso que en un aniversario de aquella memorable hazaña de la
mazorca los carniceros festejaron con un espléndido banquete en la casilla a la heroína, banquete a que
concurrió con su hija y otras señoras federales, y que allí en presencia de un gran concurso ofreció a
los señores carniceros en un solemne brindis su federal patrocinio, por cuyo motivo ellos la
proclamaron entusiasmados patrona del matadero, estampando su nombre en las paredes de la casilla
donde se estará hasta que lo borre la mano del tiempo.
La perspectiva del matadero a la distancia era grotesca, llena de animación. Cuarenta y nueve reses
estaban tendidas sobre sus cueros y cerca de doscientas personas hollaban aquel suelo de lodo regado
con la sangre de sus arterias. En torno de cada res resaltaba un grupo de figuras humanas de tez y raza
distintas. La figura mas prominente de cada grupo era el carnicero con el cuchillo en mano, brazo y
pecho desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y rostro embadurnado de sangre. A sus
espaldas se rebullían caracoleando y siguiendo los movimientos una comparsa de muchachos, de
negras y mulatas achuradoras, cuya fealdad trasuntaba las harpías de la fábula, y entremezclados con
ella algunos enormes mastines, olfateaban, gruñían o se daban de tarasco nes por la presa. Cuarenta y
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tantas carretas toldadas con negruzco y pelado cuero se escalonaban irregularmente a lo largo de la
playa y algunos jinetes con el poncho calado y el lazo prendido al tiento, cruzaban por entre ellas al
tranco o reclinados sobre el pescuezo de los caballos echaban ojo indolente sobre uno de aquellos
animados grupos, al paso que mas arriba, en el aire, un enjambre de gaviotas blanquiazules que habían
vuelto de la emigración al olor de carne, revoloteaban cubriendo con su disonante graznido todos los
ruidos y voces del matadero y proyectando una sombra clara sobre aquel campo de horrible carnicería.
Esto se notaba al principio de la matanza.
Pero a medida que adelantaba, la perspectiva variaba; los grupos se deshacían, venían a formarse
tomando diversas aptitudes y se desparramaban corriendo como si en medio de ellos cayese alguna
bala perdida o asomase la quijada de algún encolerizado mastín. Esto era, que inter el carnicero en un
grupo descuartizaba a golpe de hacha, colgaba en otro los cuartos en los ganchos a su carreta,
despellejaba en éste, sacaba el sebo en aquél, de entre la chusma que ojeaba y aguardaba la presa de
achura salía de cuando en cuando una mugrienta mano a dar un tarazcón con el cuchillo al sebo o a los
cuartos de la res, lo que originaba gritos y explosión de cólera del carnicero y el continuo hervidero de
los grupos, -dichos y gritería descompasada de los muchachos.
-Ahí se mete el sebo en las tetas, la tía -gritaba uno.
-Aquel lo escondió en el alzapón -replicaba la negra.
-¡Che!, negra bruja, salí de aquí antes que te pegue un tajo -exclamaba el carnicero.
-¿Qué le hago ño, Juan?, ¡no sea malo! Yo no quiero sino la panza y las tripas.
-Son para esa bruja: a la m…
-¡A la bruja! ¡a la bruja! -repitieron los muchachos-: ¡se lleva la riñonada y el tongorí! -y cayeron sobre 38
su cabeza sendos cuajos de sangre y tremendas pelotas de barro.
Hacia otra parte, entre tanto, dos africanas llevaban arrastrando las entrañas de un animal; allá una
mulata se alejaba con un ovillo de tripas y resbalando de repente sobre un charco de sangre, caía a
plomo, cubriendo con su cuerpo la codiciada presa. Acullá se veían acurrucadas en hilera 400 negras
destejiendo sobre las faldas el ovillo y arrancando uno a uno los sebitos que el avaro cuchillo del
carnicero había dejado en la tripa como rezagados, al paso que otras vaciaban panzas y vejigas y las
henchían de aire de sus pulmones para depositar en ellas, luego de secas, la achura.
Varios muchachos gambeteando a pie y a caballo se daban de vejigazos o se tiraban bolas de carne,
desparramando con ellas y su algazara la nube de gaviotas que columpiándose en el aire celebraba
chillando la matanza. Oíanse a menudo a pesar del veto del Restaurador y de la santidad del día,
palabras inmundas y obscenas, vociferaciones preñadas de todo el cinismo bestial que caracteriza a la
chusma de nuestros mataderos, con las cuales no quiero regalar a los lectores.
De repente caía un bofe sangriento sobre la cabeza de alguno, que de allí pasaba a la de otro, hasta que
algún deforme mastín lo hacia buena presa, y una cuadrilla de otros, por si estrujo o no estrujo, armaba
una tremenda de gruñidos y mordiscones. Alguna tía vieja salia furiosa en persecución de un muchacho
que le había embadurnado el rostro con sangre, y acudiendo a sus gritos y puteadas los compañeros
del rapaz, la rodeaban y azuzaban como los perros al toro y llovían sobre ella zoquetes de carne, bolas
de estiércol, con groseras carcajadas y gritos frecuentes, hasta que el juez mandaba restablecer el orden
y despejar el campo.
Por un lado dos muchachos se adiestraban en el manejo del cuchillo tirándose horrendos tajos y
reveses; por otro cuatro ya adolescentes ventilaban a cuchilladas el derecho a una tripa gorda y un
mondongo que habían robado a un carnicero; y no de ellos distante, porción de perros flacos ya de la
forzosa abstinencia, empleaban el mismo medio para saber quién se llevaría un hígado envuelto en
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barro. Simulacro en pequeño era este del modo bárbaro con que se ventilan en nuestro país las
cuestiones y los derechos individuales y sociales. En fin, la escena que se representaba en el matadero
era para vista no para escrita.
Un animal había quedado en los corrales de corta y ancha cerviz, de mirar fiero, sobre cuyos órganos
genitales no estaban conformes los pareceres porque tenía apariencias de toro y de novillo. Llegole su
hora. Dos enlazadores a caballo penetraron al corral en cuyo contorno hervía la chusca a pie, a caballo
y horquetada sobre sus ñudosos palos. Formaban en la puerta el más grotesco y sobresaliente grupo
varios pialadores y enlazadores de a pie con el brazo desnudo y armados del certero lazo, la cabeza
cubierta con un pañuelo punzó y chaleco y chiripá colorado, teniendo a sus espaldas varios jinetes y
espectadores de ojo escrutador y anhelante.
El animal prendido ya al lazo por las astas, bramaba echando espuma furibundo y no había demonio
que lo hiciera salir del pegajoso barro donde estaba como clavado y era imposible pialarlo. Gritábanlo,
lo azuzaban en vano con las mantas y pañuelos los muchachos prendidos sobre las horquetas del corral,
y era de oír la disonante batahola de silbidos, palmadas y voces tiples y roncas que se desprendía de
aquella singular orquesta.
Los dicharachos, las exclamaciones chistosas y obscenas rodaban de boca en boca y cada cual hacia
alarde espontáneamente de su ingenio y de su agudeza excitado por el espectáculo o picado por el
aguijón de alguna lengua locuaz.
-Hi de p… en el toro.
-Al diablo los torunos del Azul.
-Mal haya el tropero que nos da gato por liebre. 39
-Si es novillo.
-¿No está viendo que es toro viejo?
-Como toro le ha de quedar. ¡Muéstreme los c…, si le parece, c…o!
-Ahí los tiene entre las piernas. No los ve, amigo, más grandes que la cabeza de su castaño; ¿o se ha
quedado ciego en el camino?
-Su madre sería la ciega, pues que tal hijo ha parido. ¿No ve que todo ese bulto es barro?
-Es emperrado y arisco como un unitario. -Y al oír esta mágica palabra todos a una voz exclamaron:
¡mueran los salvajes unitarios!
-Para el tuerto los h…
-Sí, para el tuerto, que es hombre de c… para pelear con los unitarios.
-El matahambre a Matasiete, degollador de unitarios. ¡Viva Matasiete!
-¡A Matasiete el matahambre!
-Allá va, gritó una voz ronca interrumpiendo aquellos desahogos de la cobardía feroz. ¡Allá va el toro!
-¡Alerta! Guarda los de la puerta. Allá va furioso como un demonio!
Y en efecto, el animal acosado por los gritos y sobre todo por dos picanas agudas que le espoleaban la
cola, sintiendo flojo el lazo, arremetió bufando a la puerta, lanzando a entrambos lados una rojiza y
fosfórica mirada. Diole el tirón el enlazador sentando su caballo, desprendió el lazo de la asta, crujió
por el aire un áspero zumbido y al mismo tiempo se vio rodar desde lo alto de una horqueta del corral,
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como si un golpe de hacha la hubiese dividido a cercén una cabeza de niño cuyo tronco permaneció
inmóvil sobre su caballo de palo, lanzando por cada arteria un largo chorro de sangre.
-Se cortó el lazo -gritaron unos-: allá va el toro -pero otros deslumbrados y atónitos guardaron silencio
porque todo fue como un relámpago.
Desparramose un tanto el grupo de la puerta. Una parte se agolpó sobre la cabeza y el cadáver
palpitante del muchacho degollado por el lazo, manifestando horror en su atónito semblante, y la otra
parte compuesta de jinetes que no vieron la catástrofe se escurrió en distintas direcciones en pos del
toro, vociferando y gritando: ¡Allá va el toro! ¡Atajen! ¡Guarda! -Enlaza, Siete pelos. -¡Que te agarra,
Botija! -Ya furioso; no se le pongan delante. -¡Ataja, ataja morado! -Dele espuela al mancarrón. -Ya
se metió en la calle sola. -¡Que lo ataje el diablo!
El tropel y vocería era infernal. Unas cuantas negras achuradoras sentadas en hilera al borde del zanjón
oyendo el tumulto se acogieron y agazaparon entre las panzas y tripas que desenredaban y devanaban
con la paciencia de Penélope, lo que sin duda las salvó porque el animal lanzó al mirarlos un bufido
aterrador, dio un brinco sesgado y siguió adelante perseguido por los jinetes. Cuentan que una de ellas
se fue de cámaras; otra rezó diez salves en dos minutos, y dos prometieron a San Benito no volver
jamás a aquellos malditos corrales y abandonar el oficio de achuradoras. No se sabe si cumplieron la
promesa.
El toro entre tanto tomó hacia la ciudad por una larga y angosta calle que parte de la punta más aguda
del rectángulo anteriormente descripto, calle encerrada por una zanja y un cerco de tunas, que llaman
soles por no tener mas de dos casas laterales y en cuyo aposado centro había un profundo pantano que
tomaba de zanja a zanja. Cierto inglés, de vuelta de su saladero vadeaba este pantano a la sazón, paso
a paso en un caballo algo arisco, y sin duda iba tan absorto en sus cálculos que no oyó el tropel de
jinetes ni la gritería sino cuando el toro arremetía al pantano. Azorose de repente su caballo dando un
40
brinco al sesgo y echó a correr dejando al pobre hombre hundido media vara en el fango. Este
accidente, sin embargo, no detuvo ni refrenó la carrera de los perseguidores del toro, antes al contrario,
soltando carcajadas sarcásticas: -Se amoló el gringo; levántate, gringo -exclamaron, y cruzando el
pantano amasando con barro bajo las patas de sus caballos, su miserable cuerpo. Salió el gringo, como
pudo, después a la orilla, más con la apariencia de un demonio tostado por las llamas del infierno que
de un hombre blanco pelirrubio. Más adelante al grito de ¡al toro! ¡al toro! cuatro negras achuradores
que se retiraban con su presa se zabulleron en la zanja llena de agua, único refugio que les quedaba.
El animal, entre tanto, después de haber corrido unas 20 cuadras en distintas direcciones azorando con
su presencia a todo viviente se metió por la tranquera de una quinta donde halló su perdición. Aunque
cansado, manifestaba bríos y colérico ceño; pero rodeábalo una zanja profunda y un tupido cerco de
pitas, y no había escape. Juntáronse luego sus perseguidores que se hallaban desbandados y resolvieron
llevarlo en un señuelo de bueyes para que espiase su atentado en el lugar mismo donde lo había
cometido.
Una hora después de su fuga el toro estaba otra vez en el Matadero donde la poca chusma que había
quedado no hablaba sino de sus fechorías. La aventura del gringo en el pantano excitaba principalmente
la risa y el sarcasmo. Del niño degollado por el lazo no quedaba sino un charco de sangre: su cadáver
estalla en el cementerio.
Enlazaron muy luego por las astas al animal que brincaba haciendo hincapié y lanzando roncos
bramidos. Echáronle, uno, dos, tres piales; pero infructuosos: al cuarto quedó prendido de una pata: su
brío y su furia redoblaron; su lengua estirándose convulsiva arrojaba espuma, su nariz humo, sus ojos
miradas encendidas -¡Desgarreten ese animal! exclamó una voz imperiosa. Matasiete se tiró al punto
del caballo, cortole el garrón de una cuchillada y gambeteando en torno de él con su enorme daga en
mano, se la hundió al cabo hasta el puño en la garganta mostrándola en seguida humeante y roja a los
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espectadores. Brotó un torrente de la herida, exhaló algunos bramidos roncos, vaciló y cayó el soberbio
animal entre los gritos de la chusma que proclamaba a Matasiete vencedor y le adjudicaba en premio
el matambre. Matasiete extendió, como orgulloso, por segunda vez el brazo y el cuchillo ensangrentado
y se agachó a desollarle con otros compañeros.
Faltaba que resolver la duda sobre los órganos genitales del muerto clasificado provisoriamente de
toro por su indomable fiereza; pero estaban todos tan fatigados de la larga tarea que la echaron por lo
pronto en olvido. Mas de repente una voz ruda exclamó: aquí están los huevos, sacando de la barriga
del animal y mostrando a los espectadores dos enormes testículos, signo inequívoco de su dignidad de
toro. La risa y la charla fue grande; todos los incidentes desgraciados pudieron fácilmente explicarse.
Un toro en el Matadero era cosa muy rara, y aun vedada. Aquél, según reglas de buena policía debió
arrojarse a los perros; pero había tanta escasez de carne y tantos hambrientos en la población, que el
señor Juez tuvo a bien hacer ojo lerdo.
En dos por tres estuvo desollado, descuartizado y colgado en la carreta el maldito toro. Matasiete
colocó el matambre bajo el pellón de su recado y se preparaba a partir. La matanza estaba concluida a
las 12, y la poca chusma que había presenciado hasta el fin, se retiraba en grupos de a pie y de a caballo,
o tirando a la cincha algunas carretas cargadas de carne.
Mas de repente la ronca voz de un carnicero gritó: -¡Allí viene un unitario!, y al oír tan significativa
palabra toda aquella chusma se detuvo como herida de una impresión subitánea.
-¿No le ven la patilla en forma de U? No trae divisa en el fraque ni luto en el sombrero.
-Perro unitario.
-Es un cajetilla. 41
-Monta en silla como los gringos.
-La mazorca con él.
-¡La tijera!
-Es preciso sobarlo.
-Trae pistoleras por pintar.
-Todos estos cajetillas unitarios son pintores como el diablo.
-¿A que no te le animas, Matasiete?
-¿A que no?
-A que sí.
Matasiete era hombre de pocas palabras y de mucha acción. Tratándose de violencia, de agilidad, de
destreza en el hacha, el cuchillo o el caballo, no hablaba y obraba. Lo habían picado: prendió la espuela
a su caballo y se lanzó a brida suelta al encuentro del unitario.
Era este un joven como de 25 años de gallarda y bien apuesta persona que mientras salían en borbotón
de aquellas desaforadas bocas las anteriores exclamaciones trotaba hacia Barracas, muy ajeno de temer
peligro alguno. Notando empero, las significativas miradas de aquel grupo de dogos de matadero, echa
maquinalmente la diestra sobre las pistoleras de su silla inglesa, cuando una pechada al sesgo del
caballo de Matasiete lo arroja de los lomos del suyo tendiéndolo a la distancia boca arriba y sin
movimiento alguno.
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-¡Viva Matasiete! -exclamó toda aquella chusma cayendo en tropel sobre la víctima como los
caranchos rapaces sobre la osamenta de un buey devorado por el tigre.
Atolondrado todavía el joven fue, lanzando una mirada de fuego sobre aquellos hombres feroces, hacia
su caballo que permanecía inmóvil no muy distante a buscar en sus pistolas el desagravio y la
venganza. Matasiete dando un salto le salió al encuentro y con fornido brazo asiéndolo de la corbata
lo tendió en el suelo tirando al mismo tiempo la daga de la cintura y llevándola a su garganta.
Una tremenda carcajada y un nuevo viva estertóreo volvió a victoriarlo.
¡Qué nobleza de alma! ¡Qué bravura en los federales!, siempre en pandilla cayendo como buitres sobre
la víctima inerte.
-Degüéllalo, Matasiete -quiso sacar las pistolas-. Degüéllalo como al Toro.
-Pícaro unitario. Es preciso tusarlo.
-Tiene buen pescuezo para el violín.
-Tócale el violín.
-Mejor es resbalosa.
-Probemos -dijo Matasiete y empezó sonriendo a pasar el filo de su daga por la garganta del caído,
mientras con la rodilla izquierda le comprimía el pecho y con la siniestra mano le sujetaba por los
cabellos.
-No, no le degüellen -exclamó de lejos la voz imponente del Juez del Matadero que se acercaba a
caballo. 42
-A la casilla con él, a la casilla. Preparen la mashorca y las tijeras. ¡Mueran los salvajes unitarios!
¡Viva el Restaurador de las leyes!
-Viva Matasiete.
¡Mueran! ¡Vivan!, repitieron en coro los espectadores y atándole codo con codo, entre moquetes y
tirones, entre vociferaciones e injurias arrastraron al infeliz joven al banco del tormento como los
sayones al Cristo.
La sala de la casilla tenía en su centro una grande y fornida mesa de la cual no salían los vasos de
bebida y los naipes sino para dar lugar a las ejecuciones y torturas de los sayones federales del
Matadero. Notábase además en un rincón otra mesa chica con recado de escribir y un cuaderno de
apuntes y porción de sillas entre las que resaltaba un sillón de brazos destinado para el Juez. Un
hombre, soldado en apariencia, sentado en una de ellas cantaba al son de la guitarra la resbalosa, tonada
de inmensa popularidad entre los federales, cuando la chusma llegando en tropel al corredor de la
casilla lanzó a empellones al joven unitario hacia el centro de la sala.
-A ti te toca la resbalosa -gritó uno.
-Encomienda tu alma al diablo.
-Está furioso como toro montaraz.
-Ya le amansará el palo.
-Es preciso sobarlo.
-Por ahora verga y tijera.
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1- Teniendo en cuenta los datos históricos, ¿por qué habrán pasado treinta años entre la escritura de
la obra y su publicación?
2- En la narración de Echeverría podemos reconocer seis momentos. Ordenémoslos, según como
aparecen en el texto:
• Episodio de la fuga del toro e incidentes correlativos.
• Referencias generales a la época.
• Presentación del matadero
• Evocación de una quincena sin reses
Episodio de la aparición del unitario y accidentes correlativos
Ubicación concreta en la jornada en que ocurren los hechos.
3- Unir con flechas y justificar:
El matadero La generación del 37 y sus ideales
El juez Argentina
El unitario La mazorca
Es heredero del racionalismo iluminista, pero vive según el ideario de la generación del 37. Libertad,
progreso, democracia, Buenos Aires, Europa... se oponen en su obra a tiranía, atraso, caudillismo,
campaña, interior, América. Sarmiento busca superar estas contradicciones plasmando un programa
de ideas que las concilie.
Desde el exilio político en Chile, Sarmiento escribe su obra máxima: Civilización y barbarie. Vida de
Juan Facundo Quiroga con el propósito de desprestigiar a la embajada diplomática enviada por Rosas
a Chile. Esta pretendía que se le denegara a Sarmiento la permanencia en ese país ya que, a través de
sus escritos periodísticos, atacaba a Rosas y defendía a los exiliados.
46
En Facundo, ensayo literario, el escritor propone un análisis sociológico de la realidad del país pero
no lo hace desde una actitud objetiva, distante, sino desde una subjetividad apasionada y dolorida. En
la obra hay fragmentos narrativos, descriptivos, argumentaciones y explicaciones. Esta confluencia
de tramas le da un sello original.
La tesis central gira en torno al eje civilización-barbarie. Desde el título aparecen los contrastes
propios del Romanticismo. La civilización era para Sarmiento la expansión de las ciudades, el
desarrollo de las comunicaciones, el progreso, la cultura europea. A la barbarie la situaba en el campo
con sus costumbres atrasadas, las características de los gauchos y de los pueblos originarios y el atraso
que nos venía dado por la tradición hispánica. Dos polos: progreso e ignorancia generan una realidad
en la que se enfrentan la libertad y el despotismo.
Estas dos tendencias se hallan en permanente conflicto. La inmensidad del territorio rechaza la
civilización y facilita la barbarie. La naturaleza es un espacio inconmensurable al que se admira, pero
simultáneamente se la siente como un obstáculo difícil de salvar. La Argentina es analizada a través
de uno de sus escenarios más representativos: la pampa y su influencia en quienes la habitan.
El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes, se
le insinúa en las entrañas(...) Allí, la inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los
bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra entre
celajes y vapores tenues que no dejan en la lejana perspectiva señalar el punto en que el mundo
acaba y principia el cielo. Facundo (cap. 1)
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Sin embargo, esta naturaleza también provee material para la inspiración romántica, la originalidad a
que aspiraban sus escritores: No de otro modo nuestro joven poeta Echeverría ha logrado llamar la
atención del mundo literario español con su poema titulado "La cautiva". [...] Volvió sus miradas al
desierto, y allá en la inmensidad sin límites, en las soledades en que vaga el salvaje, en la lejana
zona de fuego que el viajero ve acercarse, cuando los campos se incendian, halló las inspiraciones
que proporciona a la imaginación el espectáculo de una naturaleza solemne, grandiosa,
inconmensurable, callada, y entonces el eco de sus versos pudo hacerse oír con aprobación aun por
la península española. Facundo (cap. II, 1° parte)
Relacionadas con la tesis surgen otras oposiciones, por ejemplo: ciudad-campaña, Europa-América.
El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada tal como la conocemos en
todas partes; allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna
organización municipal, el gobierno regular, etc. Saliendo del recinto de la ciudad todo cambia de
aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que llamaré americano, por ser común a todos los
pueblos [...] parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro. Facundo (cap. 1, 1°
parte).
Como exponente máximo de la barbarie presenta a Facundo Quiroga, producto, según Sarmiento, del
medio geográfico, racial e histórico. Es hijo del desierto que muestra su influencia en quienes lo
habitan. Porque en Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestación de la
vida argentina tal como la han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno [...] Facundo
(Introducción). 47
Facundo encarna caracteres colectivos. Emana de él una fuerza, una convicción, una seguridad en sí
mismo que está muy por encima de quienes lo acompañan. Por miedo o por ignorancia, porque se ha
de legado en él la vida y la justicia, porque interpreta la manera de sentir, actuar y pensar del hombre
de la campaña, el caudillo representa la ley. Es simbólicamente el Padre. Por eso se lo sigue ciega y
obedientemente porque, quienes lo hacen, no han sido capaces de asumir su libertad y sus
responsabilidades. Facundo es la violencia, el coraje, el atropello a cualquier ley que no sea la de él
mismo. Pero, además, para Sarmiento, por su concepción romántica, es el hombre representativo, el
hombre grande que, por sus condiciones excepcionales, resulta un instrumento de la historia.
El hombre representativo es quien expresa la verdad de su tiempo. Aun en sus aspectos negativos,
resulta un resorte de evolución más allá de su voluntad personal. Esta idea es sostenida por el
historicismo romántico que concibe la historia como un devenir inteligente en el cual los grandes
hombres (positivos o negativos) representan lo relativo y particular de cada momento histórico en un
proceso permanente hacia el progreso general.
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Un hombre, una época para cada paz, para cada revolución, para cada progreso. Facundo (Cap. II,
3° parte)
Pero no se vaya a creer que Rosas no ha conseguido hacer progresar la República que despedaza,
no; es un grande y poderoso instrumento de la Providencia, que realiza todo lo que al porvenir de la
patria interesa. Facundo. (Cap. II, parte).
Facundo es utilizado por Sarmiento para atacar a Rosas, especie de espejo más refinado, más racional
y el más especulativo que el caudillo riojano. Dice en la Introducción a Facundo: - Facundo,
provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue a reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires,
sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y
organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo.
La enorme capacidad de observación de Facundo, su coraje a toda prueba y la ignorancia del gaucho,
su conciencia mágica vulnerable a supersticiones, magia y adivinaciones, son las causas por las que
el caudillo adquiere una dimensión mítica. Facundo se transforma en un mito cuya sombra posee el
secreto del desencuentro argentino. 48
Así lo presenta Sarmiento al comienzo del libro: ¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para
que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta
y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto:
¡revélanoslo! Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de
los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: "¡No, no ha muerto! ¡Vive
aún! ¡Él vendrá!"
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Introducción
¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus
cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas
de un noble pueblo! ¡Tú posees el secreto, prevélanoslo! Diez años a ún después de tu trágica muerte, el
hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto,
decían: "¡No! ¡No ha muertol ¡Vive aún! ¡Él vendrá!".
¡Cierto! Facundo no ha muerto: está vivo en las tradiciones populares, en la política y las revoluciones
argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento; su alma ha pasado en este otro molde más acabado,
más perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse, en Rosas, en s istema,
efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfosis, en arte, en
sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo, como el modo de ser de un pueblo
encarnado en un hombre que ha aspirado a tomar los aires de un genio que domina los acontecimientos,
los hombres y las cosas. Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo
de la Culta Buenos Aires sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador , que hace el
mal sin pasión y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo'. [...]
[...] Facundo Quiroga, empero, es el tipo más ingenuo del carácter de la guerra civil de la República
Argentina; es la fiel figura más americana que la Revolución la Revolución presenta. Facundo Quiroga
enlaza y eslabona todos los elementos de desorden que hasta antes de su aparición estaban agitándose
aisladamente en cada provincia; él hace de la guerra local la guerra nacional argentina, y presenta
triunfante, al fin de diez años de trabajos, de devastaciones y de combates, el resultado de que sólo supo
aprovecharse el que lo asesinó. He creído explicar la Revolución argentina con la biografía de Juan
Facundo Quiroga, porque creo que él explica suficientemente una de las tendencias, una de las dos fases 49
diversas que luchan en el seno de aquella sociedad singular. [...] porque en Facundo Quiroga no veo un
caudillo simplemente, sino una manifestación de la vida argentina tal como lo han hecho la colonización
y las peculiaridades del terreno, [...]. Pero Facundo, en relación con la fisonomía de la naturaleza
grandiosamente salvaje que prevalece en la inmensa extensión de la República Argentina; Facundo,
expresión fiel de una manera de ser de un pueblo, de sus preocupaciones e instintos; Facundo, en fin,
siendo lo que fue, no por un accidente de su carácter, sin o por antecedentes inevitables y ajenos de su
voluntad, es el personaje histórico más singular, más notable, que puede presentarse a la contemplación
de los hombres que comprenden que un caudillo que encabeza un gran movimiento social no es más que
el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y
hábitos de una nación en una época dada de su historia. [...]
Capítulo II
EL RASTREADOR
El más conspicuo de todos, el más extraordinario, es el rastreador. Todos los gauchos del interior son
rastreadores. En llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y
los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un
animal, y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío:
ésta es una ciencia casera y popular. Una vez caía yo de un camino de encrucijada al de Buen os Aires, y
el peón que me conducía echó, como de costumbre, la vista al suelo: “Aquí va —dijo luego— una mulita
mora muy buena…; ésta es la tropa de don N. Zapata…, es de muy buena silla…, va ensillada…, ha
pasado ayer…”. Este hombre venía de la Sierra de San Luis, la tropa volvía de Buenos Aires, y hacía un
año que él había visto por última vez la mulita mora, cuyo rastro estaba confundido con el de toda una
tropa en un sendero de dos pies de ancho. Pues esto, que parece increíble, es, con todo, la ciencia vulgar;
éste era un peón de árrea, y no un rastreador de profesión.
El rastreador es un personaje grave, circunspecto, cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales
inferiores. La conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada y misteriosa. Todos le tratan
con consideración: el pobre, porque puede hacerle mal, calumniándolo o denunciándolo; el propietario,
porque su testimonio puede fallarle. Un robo se ha ejecutado durante la noche: no bien se nota, corren a
buscar una pisada del ladrón, y encontrada, se cubre con algo para que el viento no la disipe. Se llama
enseguida al rastreador, que ve el rastro y lo sigue sin mirar, sino de tarde en tarde, el suelo, como si sus
ojos vieran de relieve esta pisada, que para otro es imperceptible. Sigue el curso de las calles, atraviesa
los huertos, entra en una casa y, señalando un hombre que encuentra, dice fríamente: “¡Éste es!”. El delito
está probado, y raro es el delincuente que resiste a esta acusación. Para él, más que para el juez, la
deposición del rastreador es la evidencia misma: negarla sería ridículo, absurdo. Se somete, pues, a este
testigo, que considera como el dedo de Dios que lo señala. Yo mismo he conocido a Calíbar, que ha 50
ejercido, en una provincia, su oficio, durante cuarenta años consecutivos. Tiene, ahora, cerca de ochenta
años: encorvado por la edad, conserva, sin embargo, un aspecto venerable y lleno de dignidad. Cuando
le hablan de su reputación fabulosa, contesta: “Ya no valgo nada; ahí están los niños”. Los niños son sus
hijos, que han aprendido en la escuela de tan famoso maestro. Se cuenta de él, que durante un viaje a
Buenos Aires le robaron una vez, su montura de gala. Su mujer tapó el rastro con una artesa. Dos meses
después, Calíbar regresó, vio el rastro, ya borrado e inapercibible para otros ojos, y no se habló más del
caso. Año y medio después, Calíbar marchaba cabizbajo por una calle de los suburbios, entra a una casa
y encuentra su montura, ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso. ¡Había encontrado el rastro de su
raptor, después de dos años! El año 1830, un reo condenado a muerte se había escapado de la cárcel.
Calíbar fue encargado de buscarlo. El infeliz, previendo que sería rastreado, había tomado todas las
precauciones que la imagen del cadalso le sugirió.
¡Precauciones inútiles! Acaso sólo sirvieron para perderle, porque comprometido Calíbar en su
reputación, el amor propio ofendido le hizo desempeñar con calor, una tarea que perdía a un hombre,
pero que probaba su maravillosa vista. El prófugo aprovechaba todos los accidentes del suelo para no
dejar huellas; cuadras enteras había marchado pisando con la punta del pie; trepábase en seguida a las
murallas bajas, cruzaba un sitio y volvía para atrás; Calíbar lo seguía sin perder la pista. Si le sucedía
momentáneamente extraviarse, al hallarla de nuevo, exclamaba: “¡Dónde te mi as dir!”. Al fin llegó a
una acequia de agua, en los suburbios, cuya corriente había seguido aquél para burlar al rastreador…
¡Inútil! Calíbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar.
Al fin se detiene, examina unas yerbas y dice: “Por aquí ha salido; no hay rastro, pero estas gotas de agua
en los pastos lo indican”. Entra en una viña: Calíbar reconoció las tapias que la rodeaban, y dijo: “Adentro
está”. La partida de soldados se cansó de buscar, y volvió a dar cuenta de la inutilidad de las pesquisas.
“No ha salido” fue la breve respuesta que, sin moverse, sin proceder a nuevo examen, dio el rastreador.
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No había salido, en efecto, y al día siguiente fue ejecutado. En 1831, algunos presos políticos intentaban
una evasión: todo estaba preparado, los auxiliares de fuera, prevenidos. En el momento de efectuarla,
uno dijo: “¿Y Calíbar?” —“¡Cierto!” —contestaron los otros, anonadados, aterrados—. “¡Calíbar!” Sus
familias pudieron conseguir de Calíbar que estuviese enfermo cuatro días, contados desde la evasión, y
así pudo efectuarse sin inconveniente.
¿Qué misterio es éste del rastreador? ¿Qué poder microscópico se desenvuelve en el órgano de la vista
de estos hombres? ¡Cuán sublime criatura es la que Dios hizo a su imagen y semejanza!
EL BAQUEANO
Después del rastreador, viene el baqueano, personaje eminente y que tiene en sus manos la suerte de los
particulares y de las provincias. El baqueano es un gaucho grave y reservado, que conoce a palmos,
veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo más completo, es el único
mapa que lleva un general para dirigir los movimientos de su campaña. El baqueano va siempre a su
lado. Modesto y reservado como una tapia, está en todos los secretos de la campaña; la suerte del ejército,
el éxito de una batalla, la conquista de una provincia, todo depende de él.
El baqueano es casi siempre fiel a su deber; pero no siempre el general tiene en él, plena confianza.
Imaginaos la posición de un jefe condenado a llevar un traidor a su lado y a pedirle los conocimientos
indispensables para triunfar. Un baqueano encuentra una sendita que hace cruz con el camino que lleva:
él sabe a qué aguada remota conduce; si encuentra mil, y esto sucede en un espacio de mil leguas, él las
conoce todas, sabe de dónde vienen y adónde van. Él sabe el vado oculto que tiene un río, más arrib a o
más abajo del paso ordinario, y esto en cien ríos o arroyos; él conoce en los ciénagos extensos, un sendero
por donde pueden ser atravesados sin inconveniente, y esto en cien ciénagos distintos.
En lo más oscuro de la noche, en medio de los bosques o en las llanuras sin límites, perdidos sus
compañeros, extraviados, da una vuelta en círculo de ellos, observa los árboles; si no los hay, se
desmonta, se inclina a tierra, examina algunos matorrales y se orienta de la altura en que se halla, monta 51
en seguida, y les dice, para asegurarlos: “Estamos en dereceras de tal lugar, a tantas leguas de las
habitaciones; el camino ha de ir al Sur”; y se dirige hacia el rumbo que señala, tranquilo, sin prisa de
encontrarlo y sin responder a las objeciones que el temor o la fascinación sugiere a los otros.
Si aún esto no basta, o si se encuentra en la pampa y la oscuridad es impenetrable, entonces arranca
pastos de varios puntos, huele la raíz y la tierra, las masca y, después de repetir este procedimiento varias
veces, se cerciora de la proximidad de algún lago, o arroyo salado, o de agua dulce, y sale en su busca
para orientarse fijamente. El general Rosas, dicen, conoce, por el gusto, el pasto de cada estancia del sur
de Buenos Aires.
Si el baqueano lo es de la pampa, donde no hay caminos para atravesarla, y un pasajero le pide que lo
lleve directamente a un paraje distante cincuenta leguas, el baqueano se para un momento, reconoce el
horizonte, examina el suelo, clava la vista en un punto y se echa a galopar con la rec titud de una flecha,
hasta que cambia de rumbo por motivos que sólo él sabe, y, galopando día y noche, llega al lugar
designado.
El baqueano anuncia también la proximidad del enemigo, esto es, diez leguas, y el rumbo por donde se
acerca, por medio del movimiento de los avestruces, de los gamos y guanacos que huyen en cierta
dirección. Cuando se aproxima, observa los polvos y por su espesor cuenta la fuerza: “Son dos mil
hombres” —dice—, “quinientos”, “doscientos”, y el jefe obra bajo este dato, que casi siempre es
infalible.
Si los cóndores y cuervos revolotean en un círculo del cielo, él sabrá decir si hay gente escondida, o es
un campamento recién abandonado, o un simple animal muerto. El baqueano conoce la distancia que hay
de un lugar a otro; los días y las horas necesarias para llegar a él, y a más, una senda extraviada e ignorada,
por donde se puede llegar de sorpresa y en la mitad del tiempo; así es que las partidas de montoneras
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emprenden sorpresas sobre pueblos que están a cincuenta leguas de distancia, que casi siempre las
aciertan. ¿Creeráse exagerado? ¡No!
El general Rivera, de la Banda Oriental, es un simple baqueano, que conoce cada árbol que hay en toda
la extensión de la República del Uruguay. No la hubieran ocupado los brasileros sin su auxilio; no la
hubieran libertado, sin él, los argentinos. Oribe, apoyado por Rosas, sucumbió después de tres años de
lucha con el general baqueano, y todo el poder de Buenos Aires, hoy, con sus numerosos ejércitos que
cubren toda la campaña del Uruguay, puede desaparecer, destruido a pedazos, por una sorpresa hoy, por
una fuerza cortada mañana, por una victoria que él sabrá convertir en su provecho, por el conocimiento
de algún caminito que cae a retaguardia del enemigo, o por otro accidente inapercibido o insignificante.
El general Rivera principió sus estudios del terreno el año de 1804: y haciendo la guerra a las autoridades,
entonces, como contrabandista; a los contrabandistas, después, como empleado; al rey, en seguida, como
patriota; a los patriotas, más tarde, como montonero; a los argentinos, como jefe brasilero; a éstos, como
general argentino; a Lavalleja, como Presidente; al Presidente Oribe, como jefe proscripto; a Rosas, en
fin, aliado de Oribe, como general oriental, ha tenido sobrado tiempo para aprender un po co de la ciencia
del baqueano.
EL GAUCHO MALO
Este es un tipo de ciertas localidades, un outlaw, un squatter, un misántropo particular. Es el “Ojo de
Halcón”, el Trampero de Cooper, con toda su ciencia del desierto, con toda su aversión a las poblaciones
de los blancos, pero sin su moral natural y sin sus conexiones con los salvajes. Llámanle el Gaucho Malo,
sin que este epíteto lo desfavorezca del todo. La justicia lo persigue desde muchos años; su nombre es
temido, pronunciado en voz baja, pero sin odio y casi con respeto. Es un personaje misterioso: mora en
la pampa, son su albergue los cardales, vive de perdices y mulitas; si alguna vez quiere regalarse con una
lengua, enlaza una vaca, la voltea solo, la mata, saca su bocado predilecto y abandona lo dem ás a las
aves mortecinas. De repente, se presenta el gaucho malo en un pago de donde la partida acaba de salir: 52
conversa pacíficamente con los buenos gauchos, que lo rodean y lo admiran; se provee de los vicios, y
si divisa la partida, monta tranquilamente en su caballo y lo apunta hacia el desierto, sin prisa, sin aparato,
desdeñando volver la cabeza. La partida, rara vez lo sigue; mataría inútilmente sus caballos, porque el
que monta el gaucho malo es un parejero pangaré tan célebre como su amo. Si el aca so lo echa alguna
vez, de improviso, entre las garras de la justicia, acomete a lo más espeso de la partida, y a merced de
cuatro tajadas que con su cuchillo ha abierto en la cara o en el cuerpo de los soldados, se hace paso por
entre ellos, y tendiéndose sobre el lomo del caballo, para sustraerse a la acción de las balas que lo
persiguen, endilga hacia el desierto, hasta que, poniendo espacio conveniente entre él y sus
perseguidores, refrena su trotón y marcha tranquilamente. Los poetas de los alrededores agregan esta
nueva hazaña a la biografía del héroe del desierto, y su nombradía vuela por toda la vasta campaña. A
veces, se presenta a la puerta de un baile campestre, con una muchacha que ha robado; entra en baile con
su pareja, confúndese en las mudanzas del cielito y desaparece sin que nadie se aperciba de ello. Otro
día se presenta en la casa de la familia ofendida, hace descender de la grupa a la niña que ha seducido,
y, desdeñando las maldiciones de los padres que le siguen, se encamina tranquilo a s u morada sin límites.
Este hombre divorciado con la sociedad, proscripto por las leyes; este salvaje de color blanco no es, en
el fondo, un ser más depravado que los que habitan las poblaciones. El osado prófugo que acomete una
partida entera es inofensivo para los viajeros. El gaucho malo no es un bandido, no es un salteador; el
ataque a la vida no entra en su idea, como el robo no entraba en la idea del Churriador: roba, es cierto;
pero ésta es su profesión, su tráfico, su ciencia. Roba caballos. Una vez viene al real de una t ropa del
interior: el patrón propone comprarle un caballo de tal pelo extraordinario, de tal figura, de tales prendas,
con una estrella blanca en la paleta. El gaucho se recoge, medita un momento, y después de un rato de
silencio contesta: “No hay actualmente caballo así”. ¿Qué ha estado pensando el gaucho? En aquel
momento, ha recorrido en su mente mil estancias de la pampa, ha visto y examinado todos los caballos
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que hay en la provincia, con sus marcas, color, señales particulares, y convencídose de que no hay
ninguno que tenga una estrella en la paleta: unos las tienen en la frente; otros, una mancha blanca en el
anca. ¿Es sorprendente esta memoria? ¡No! Napoleón conocía por sus nombres, doscientos mil soldados,
y recordaba, al verlos, todos los hechos que a cada uno de ellos se referían. Si no se le pide, pues, lo
imposible, en día señalado, en un punto dado del camino, entregará un caballo tal como se le pide, si n
que el anticiparle el dinero sea motivo de faltar a la cita. Tiene sobre este punto, el honor de los tahúres
sobre las deudas. Viaja a veces a la campaña de Córdoba, a Santa Fe. Entonces se le ve cruzar la pampa
con una tropilla de caballos por delante: si alguno lo encuentra, sigue su camino sin acercársele, a menos
que él lo solicite.
EL CANTOR
Aquí tenéis la idealización de aquella vida de revueltas, de civilización, de barbarie y de peligros. El
gaucho cantor es el mismo bardo, el vate, el trovador de la Edad Media, que se mueve en la misma
escena, entre las luchas de las ciudades y del feudalismo de los campos, entre la vida que se va y la vida
que se acerca. El cantor anda de pago en pago, “de tapera en galpón”, cantando sus héroes de la pampa,
perseguidos por la justicia, los llantos de la viuda a quien los indios robaron sus hijos en un malón
reciente, la derrota y la muerte del valiente Rauch, la catástrofe de Facundo Quiroga y la suerte que cupo
a Santos Pérez.
El cantor está haciendo, candorosamente, el mismo trabajo de crónica, costumbres, historia, biografía
que el bardo de la Edad Media, y sus versos serían recogidos más tarde como los documentos y datos en
que habría de apoyarse el historiador futuro, si a su lado no estuviese otra sociedad culta, con superior
inteligencia de los acontecimientos, que la que el infeliz despliega en sus rapsodias ingenuas. En la
República Argentina, se ven a un tiempo dos civilizaciones distintas en un mismo suelo: una naciente,
que, sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza, está remedando los esfuerzos ingenuos y populares
de la Edad Media; otra que, sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados 53
de la civilización europea. El siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno, dentro de las ciudades; el
otro, en las campañas.
El cantor no tiene residencia fija: su morada está donde la noche lo sorprende; su fortuna, en sus versos
y en su voz. Dondequiera que el cielito enreda sus parejas sin tasa, dondequiera que se apura una copa
de vino, el cantor tiene su lugar preferente, su parte escogida en el festín. El gaucho argentino no bebe,
si la música y los versos no lo excitan, y cada pulpería tiene su guitarra para poner en manos del cantor,
a quien el grupo de caballos estacionados a la puerta, anuncia a lo lejos, dónde se neces ita el concurso
de su gaya ciencia.
El cantor mezcla entre sus cantos heroicos la relación de sus propias hazañas. Desgraciadamente, el
cantor, con ser el bardo argentino, no está libre de tener que habérselas con la justicia. También tiene que
dar la cuenta de sendas puñaladas que ha distribuido, una o dos desgracias (¡muertes!) que tuvo y algún
caballo o una muchacha que robó. El año 1840, entre un grupo de gauchos y a orillas del majestuoso
Paraná, estaba sentado en el suelo, y con las piernas cruzadas, un cantor que tenía azorado y divert ido a
su auditorio, con la larga y animada historia de sus trabajos y aventuras. Había ya contado lo del rapto
de la querida, con los trabajos que sufrió; lo de la desgracia y la disputa que la motivó; estaba refiriendo
su encuentro con la partida, y las puñaladas que en su defensa dio, cuando el tropel y los gritos de los
soldados le avisaron que esta vez estaba cercado. La partida, en efecto, se había cerrado en forma de
herradura; la abertura quedaba hacia el Paraná, que corría veinte varas más abajo: ta l era la altura de la
barranca. El cantor oyó la grita sin turbarse; viósele de improviso sobre el caballo, y echando una mirada
escudriñadora sobre el círculo de soldados con las tercerolas preparadas, vuelve el caballo hacia la
barranca, le pone el poncho en los ojos y clávale las espuelas. Algunos instantes después, se veía salir de
las profundidades del Paraná el caballo, sin freno, a fin de que nadase con más libertad, y el cantor
tomado de la cola, volviendo la cara quietamente, cual, si fuera en un bote de ocho remos, hacia la escena
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que dejaba en la barranca. Algunos balazos de la partida no estorbaron que llegase sano y salvo al primer
islote que sus ojos divisaron.
Por lo demás, la poesía original del cantor es pesada, monótona, irregular, cuando se abandona a la
inspiración del momento. Más narrativa que sentimental, llena de imágenes tomadas de la vida
campestre, del caballo y las escenas del desierto, que la hacen metafórica y pomposa. Cuando refiere sus
proezas o las de algún afamado malévolo, parécese al improvisador napolitano, desarreglado, prosaico
de ordinario, elevándose a la altura poética por momentos, para caer de nuevo al recitado insípido y casi
sin versificación. Fuera de esto, el cantor posee su repertorio de poesías populares: quintillas, décimas y
octavas, diversos géneros de versos octosílabos. Entre éstas hay muchas composiciones de mérito y que
descubren inspiración y sentimiento.
Aún podría añadir a estos tipos originales, muchos otros igualmente curiosos, igualmente locales, si
tuviesen, como los anteriores, la peculiaridad de revelar las costumbres nacionales, sin lo cual es
imposible comprender nuestros personajes políticos, ni el carácter primordial y americano de la
sangrienta lucha que despedaza a la República Argentina. Andando esta historia, el lector va a descubrir
por sí solo dónde se encuentra el rastreador, el baqueano, el gaucho malo o el cantor.
Verá en los caudillos cuyos nombres han traspasado las fronteras argentinas, y aun en aquellos que llenan
el mundo con el horror de su nombre, el reflejo vivo de la situación interior del país, sus costumbres y
su organización.
3- Realice una síntesis de los tipos de gauchos: rastreador, baqueano, el gaucho malo y el gaucho
cantor.
Capítulo V
MEDIA entre las ciudades de San Luis y San Juan un dilatado desierto, que, por su falta completa de
agua, recibe el nombre de travesía. El aspecto de aquellas soledades es, por lo general, triste y
desamparado, y el viajero que viene del oriente no pasa la última represa o aljibe de campo sin proveer
54
sus chifles, de suficiente cantidad de agua. En esta travesía tuvo lugar, una vez, la extraña escena que
sigue: Las cuchilladas, tan frecuentes entre nuestros gauchos, habían forzado, a uno de ellos, a abandonar
precipitadamente la ciudad de San Luis, y ganar la travesía a pie, con la montura al hombro, a fin de
escapar de las persecuciones de la justicia. Debían alcanzarlo dos compañeros, tan luego como pudieran
robar caballos para los tres. No eran, por entonces, sólo el hambre o la sed los peligros que le aguardaban
en el desierto aquel, que un tigre cebado andaba hacía un año siguiendo los rastros de los viajeros, y
pasaban ya de ocho, los que habían sido víctimas de su predilección por la carne humana. Suele ocurrir,
a veces, en aquellos países en que la fiera y el hombre se disputan el dominio de la naturaleza, que éste
cae bajo la garra sangrienta de aquélla: entonces, el tigre empieza a gustar de preferencia su carne, y se
llama cebado cuando se ha dado a este nuevo género de caza, la caza de hombres. El juez de la campaña
inmediata al teatro de sus devastaciones convoca a los varones hábiles para la correría, y bajo su autoridad
y dirección, se hace la persecución del tigre cebado, que rara vez escapa a la sentencia que lo pone fuera
de la ley. Cuando nuestro prófugo había caminado cosa de seis leguas, creyó oír bramar el tigre a lo lejos,
y sus fibras se estremecieron. Es el bramido del tigre un gruñido como el del cerdo, pero agrio,
prolongado, estridente, y que, sin que haya motivo de temor, causa un sacudimiento involuntario en los
nervios, como si la carne se agitara, ella sola, al anuncio de la muerte. Algunos minutos después, el
bramido se oyó más distinto y más cercano; el tigre venía ya sobre el rastro, y sólo a la larga distancia se
divisaba un pequeño algarrobo. Era preciso apretar el paso, correr, en fin, porque los bramidos se
sucedían con más frecuencia, y el último era más distinto, más vibrante que el que le precedía. Al fin,
arrojando la montura a un lado del camino, dirigióse el gaucho al árbol que había divisado, y no obstante
la debilidad de su tronco, felizmente bastante elevado, pudo trepar a su copa y mantenerse en una
continua oscilación, medio oculto entre el ramaje. Desde allí pudo ob servar la escena que tenía lugar en
el camino: el tigre marchaba a paso precipitado, oliendo el suelo y bramando con más frecuencia, a
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medida que sentía la proximidad de su presa. Pasa adelante del punto en que ésta se había separado del
camino y pierde el rastro; el tigre se enfurece, remolinea, hasta que divisa la montura, que desgarra de
un manotón, esparciendo en el aire sus prendas. Más irritado aún con este chasco, vuelve a buscar el
rastro, encuentra al fin la dirección en que va, y levantando la vista, divisa a su presa haciendo con el
peso balancearse el algarrobillo, cual la frágil caña cuando las aves se posan en sus puntas. Des de
entonces, ya no bramó el tigre: acercábase a saltos, y en un abrir y cerrar de ojos, sus enormes manos
estaban apoyándose a dos varas del suelo, sobre el delgado tronco, al que comunicaban un temblor
convulsivo, que iba a obrar sobre los nervios del mal seguro gaucho. Intentó la fiera dar un salto,
impotente; dio vuelta en torno del árbol midiendo su altura con ojos enrojecidos por la sed de sangre, y
al fin, bramando de cólera, se acostó en el suelo, batiendo, sin cesar, la cola, los ojos fijos en su pr esa, la
boca entreabierta y reseca. Esta escena horrible duraba ya dos horas mortales: la postura violenta del
gaucho y la fascinación aterrante que ejercía sobre él la mirada sanguinaria, inmóvil, del tigre, del que
por una fuerza invencible de atracción no podía apartar los ojos, habían empezado a debilitar sus fuerzas,
y 105 ya veía próximo el momento en que su cuerpo extenuado iba a caer en su ancha boca, cuando el
rumor lejano de galope de caballos le dio esperanza de salvación. En efecto, sus amigos h abían visto el
rastro del tigre y corrían sin esperanza de salvarlo. El desparramo de la montura les reveló el lugar de la
escena, y volar a él, desenrollar sus lazos, echarlos sobre el tigre, empacado y ciego de furor, fue la obra
de un segundo. La fiera, estirada a dos lazos, no pudo escapar a las puñaladas repetidas con que, en
venganza de su prolongada agonía, le traspasó el que iba a ser su víctima. “Entonces supe lo que era tener
miedo” —decía el general don Juan Facundo Quiroga, contando a un grupo d e oficiales, este suceso.
También a él le llamaron Tigre de los Llanos, y no le sentaba mal esta denominación, a fe. La frenología
y la anatomía comparada han demostrado, en efecto, las relaciones que existen en las formas exteriores
y las disposiciones morales, entre la fisonomía del hombre y de algunos animales, a quienes se asemeja
en su carácter. Facundo, porque así lo llamaron largo tiempo los pueblos del interior; el general don 55
Facundo Quiroga, el excelentísimo brigadier general don Juan Facundo Quiroga, todo eso vino después,
cuando la sociedad lo recibió en su seno y la victoria lo hubo coronado de laureles: Facundo, pues, era
de estatura baja y fornida; sus anchas espaldas sostenían sobre un cuello corto, una cabeza bien formada,
cubierta de pelo espesísimo, negro y ensortijado. Su cara, un poco ovalada, estaba hundida en medio de
un bosque de pelo, a que correspondía una barba igualmente espesa, igualmente crespa y negra, que subía
hasta los juanetes, bastante pronunciados, para descubrir una volun tad firme y tenaz.
Sus ojos negros, llenos de fuego y sombreados por pobladas cejas, causaban una sensación involuntaria
de terror en aquellos sobre quienes, alguna vez, llegaban a fijarse; porque Facundo no miraba nunca de
frente, y por hábito, por arte, por deseo de hacerse siempre temible, tenía de ordinario la cabeza inclinada
y miraba por entre las cejas, como el Alí-Bajá de Monvoisin. El Caín que representa la famosa Compañía
Ravel me despierta la imagen de Quiroga, quitando las posiciones artísticas de la estatuaria, q ue no le
convienen. Por lo demás, 106 su fisonomía era regular, y el pálido moreno de su tez sentaba bien, a las
sombras espesas en que quedaba encerrada. La estructura de su cabeza revelaba, sin embargo, bajo esta
cubierta selvática, la organización privilegiada de los hombres nacidos para mandar. Quiroga poseía esas
cualidades naturales que hicieron del estudiante de Brienne, el genio de la Francia, y del mameluco
obscuro que se batía con los franceses en las Pirámides, el virrey de Egipto. La sociedad en que nacen
da a estos caracteres la manera especial de manifestarse: sublimes, clásicos, por decirlo así, van al frente
de la humanidad civilizada en unas partes; terribles, sanguinarios y malvados, son, en otras, su mancha,
su oprobio.
Facundo Quiroga fue hijo de un sanjuanino de humilde condición, pero que, avecindado en los Llanos
de La Rioja, había adquirido en el pastoreo, una regular fortuna. El año 1799 fue enviado Facundo a la
patria de su padre, a recibir la educación limitada que podía adquirirse en las escuelas: leer y escribir.
Cuando un hombre llega a ocupar las cien trompetas de la fama con el ruido de sus hechos, la curiosidad
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o el espíritu de investigación van hasta rastrear la insignificante vida del niño, para anudarla a la biografía
del héroe, y no pocas veces, entre fábulas inventadas por la adulación, se encuentran ya en germen, en
ella, los rasgos característicos del personaje histórico. Cuéntase de Alcibíades que, jugando en la calle,
se tendía a lo largo del pavimento, para contrariar a un cochero, que le prevenía que se quitase del paso
a fin de no atropellarlo; de Napoleón, que dominaba a sus condiscípulos y se atrinch eraba en su cuarto
de estudiante, para resistir a un ultraje. De Facundo se refieren, hoy, varias anécdotas, muchas de las
cuales lo revelan todo entero. En la casa de sus huéspedes, jamás se consiguió sentarlo a la mesa común;
en la escuela, era altivo, huraño y solitario; no se mezclaba con los demás niños sino para encabezar en
actos de rebelión y para darles de golpes. El magister cansado de luchar con este carácter indomable, se
provee, una vez, de un látigo nuevo y duro, y enseñándolo a los niños, ate rrados, “éste es —les dice—
para estrenarlo en Facundo”. Facundo, de edad de once años, oye esta amenaza, y al día siguiente, la
pone a prueba. No sabe la lección, pero pide al maestro que se la tome 107 en persona, porque el pasante
lo quiere mal. El maestro condesciende; Facundo comete un error, comete dos, tres, cuatro; entonces el
maestro hace uso del látigo y Facundo, que todo lo ha calculado, hasta la debilidad de la silla en que su
maestro está sentado, dale una bofetada, vuélcalo de espaldas, y entre el alboroto que esta escena suscita,
toma la calle y va a esconderse en ciertos parrones de una viña, de donde no se le saca sino después de
tres días. ¿No es ya el caudillo que va a desafiar, más tarde, a la sociedad entera? Cuando llega a la
pubertad, su carácter toma un tinte más pronunciado. Cada vez más sombrío, más imperioso, más
selvático; la pasión del juego, la pasión de las almas rudas que necesitan fuertes sacudimientos para salir
del sopor que las adormeciera, domínalo irresistiblemente desde la edad de quince años. Por ella se hace
una reputación en la ciudad; por ella se hace intolerable en la casa en que se le hospeda; por ella, en fin,
derrama, por un balazo dado a un Jorge Peña, el primer reguero de sangre que debía entrar en el ancho
torrente que ha dejado marcado su pasaje en la tierra. Desde que llega a la edad adulta, el hilo de su vida
se pierde en un intrincado laberinto de vueltas y revueltas, por los diversos pueblos vecinos: oculto unas 56
veces, perseguido siempre, jugando, trabajando en clase de peón, dominando todo lo que se le acerca y
distribuyendo puñaladas. En San Juan, muéstranse hoy, en la quinta de los Godoyes, tapias pisadas por
Quiroga; en La Rioja, las hay de su mano, en Fiambalá. Él enseñaba otras, en Mendoza, en el lugar
mismo en que una tarde hacía traer de sus casas, veintiséis oficiales de los que capitularon en Chacón,
para hacerlos fusilar, en expiación de los manes de Villafañe. En la campaña de Buenos Aires, también
mostraba algunos monumentos de su vida de peón errante. ¿Qué causas hacen a este hombre, criado en
una casa decente, hijo de un hombre acomodado y virtuoso, descender a la condición del gañán, y en ella
escoger el trabajo más estúpido, más brutal, en el que sólo entra la fuerza física y la tenacidad? ¿Será que
el tapiador gana doble sueldo y que se da prisa para juntar un poco de dinero? Lo más ordenado que de
esta vida obscura y errante he podido recoger, es lo siguiente: Hacia el año 1806 vino a Chile, con un
carga- 108 mento de grana, de cuenta de sus padres. Jugólo con la tropa y los troperos, que eran esclavos
de su casa. Solía llevar a San Juan y Mendoza, arreos de ganado de la estancia paterna, que tenían siempre
la misma suerte, porque en Facundo, era el juego una pasión feroz, ardiente, que le resacaba las entrañas.
Estas adquisiciones y pérdidas sucesivas debieron cansar las larguezas paternales, porque, al fin,
interrumpió toda relación amigable con su familia. Cuando era ya el terror de la República, preguntábale
uno de sus cortesanos: “¿Cuál es, general, la parada más grande que ha hecho en su vida?” “Setenta
pesos” —contestó Quiroga con indiferencia; acababa de ganar, sin embargo, una de doscientas onzas.
Era, según lo explicó después, que en su juventud, no teniendo sino setenta pesos los había perdido juntos
a una sota. Pero este hecho tiene su historia característica. Trabajaba de peón en Mendoza, en la hacienda
de una señora, sita aquélla en el Plumerillo. Facundo se hacía notar, hacía un año, por su puntualidad en
salir al trabajo y por la influencia y predominio que ejercía sobre los demás peones. Cuando éstos querían
hacer falla para dedicar el día a una borrachera, se entendían con Facundo, quien lo avisaba a la señora,
prometiéndole responder de la asistencia de todos al día siguiente, la que era siempre puntual. Por esta
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intercesión llamábanle los peones, el Padre. Facundo, al fin de un año de trabajo asiduo, pidió su salario,
que ascendía a setenta pesos; montó en su caballo sin saber adónde iba, vio gente en una pulpería,
desmontóse y alargando la mano sobre el grupo que rodeaba al tallador, puso sus setenta pesos en una
carta: perdiólos y montó de nuevo, marchando sin dirección fija, hasta que a poco andar, un juez Toledo,
que acertaba a pasar a la sazón, le detuvo para pedirle su papeleta de conchavo. Facundo aproximó su
caballo en ademán de entregársela, afectó buscar algo en el bolsillo, y dejó tendido al juez de una
puñalada. ¿Se vengaba en el juez, de la reciente pérdida? ¿Quería sólo saciar el encono de gaucho malo
contra la autoridad civil y añadir este nuevo hecho al brillo de su naciente fama? Lo uno y lo otro. Estas
venganzas sobre el primer objeto que se presentaba, son frecuentes en su vida. Cuando se apellidaba
general y tenía coroneles a sus órdenes, hacía 109 dar en su casa, en San Juan, doscientos azotes a uno
de ellos, por haberle ganado mal, decía Facundo; a un joven, doscientos azotes, por haberse permitido
una chanza en momentos en que él no estaba para chanzas; a una mujer, en Mendoza, que le había dicho
al paso, “Adiós, mi general”, cuando él iba enfurecido porque no había conseguido intimidar a un vecino
tan pacífico, tan juicioso, como era valiente y gaucho, doscientos azotes. Facundo reaparece después, en
Buenos Aires, donde en 1810 es enrolado, como recluta, en el regimiento de Arribeños que mandaba el
general Ocampo, su compatriota, después Presidente de Charcas. La carrera gloriosa de las armas se
abría para él, con los primeros rayos del sol de mayo; y no hay duda que con el temple de alma de que
estaba dotado, con sus instintos de destrucción y carnicería, Facundo, moralizado por la disciplina y
ennoblecido por la sublimidad del objeto de la lucha, habría vuelto un día del Perú, Chile o Bolivia, uno
de los generales de la República Argentina, como tantos otros valientes gauchos, que principiaron su
carrera desde el humilde puesto del soldado. Pero el alma rebelde de Quiroga no podía sufrir el yugo de
la disciplina, el orden del cuartel, ni la demora de los ascensos. Se sentía llamado a mandar, a surgir de
un golpe, a crearse él solo, a despecho de la sociedad civilizada y en hostilidad con ella, una carrera a su
modo, asociando el valor y el crimen, el gobierno y la desorganización. Más tarde, fue reclutado para el 57
ejército de los Andes y enrolado en los Granaderos a caballo; un teniente García, lo tomó de asistente, y
bien pronto, la deserción dejó un vacío en aquellas gloriosas filas. Después, Quiroga, como Rosas, como
todas esas víboras que han medrado a la sombra de los laureles de la patria, se ha hecho notar por su odio
a los militares de la Independencia, en los que uno y otro han hecho una horrible matanza. Facundo,
desertando de Buenos Aires, se encamina a las provincias con tres compañeros. Una partida le da alcance:
hace frente, libra una verdadera batalla, que permanece indecisa por algún tiempo, hasta que, dando
muerte a cuatro o cinco, puede continuar su camino, abriéndose paso, todavía, a puñaladas, por entre
otras partidas que hasta San Luis le salen al paso. Más tarde, debía recorrer este mismo 110 camino con
un puñado de hombres, disolver ejércitos en lugar de partidas e ir hasta la Ciudadela famosa de Tucumán,
a borrar los últimos restos de la República y del orden civil. Facundo reaparece en los Llanos, en la casa
paterna. A esta época se refiere un suceso que está muy valido y del q ue nadie duda. Sin embargo, en
uno de los manuscritos que consulto, interrogado su autor sobre este mismo hecho, contesta: “que no
sabe que Quiroga haya tratado nunca de arrancar a sus padres dinero por la fuerza”; y contra la tradición
constante, contra el asentimiento general, quiero atenerme a este dato contradictorio. ¡Lo contrario es
horrible! Cuéntase que habiéndose negado su padre a darle una suma de dinero que le pedía, acechó el
momento en que padre y madre dormían la siesta para poner aldaba a la pieza donde estaban y prender
fuego al techo de pajas con que están cubiertas, por lo general, las habitaciones de los Llanos. 9 Pero lo
que hay de averiguado es que su padre pidió una vez, al Gobierno de La Rioja, que lo prendieran para
contener sus demasías, que Facundo, antes de fugarse de los Llanos, fue a la ciudad de La Rioja, donde
a la sazón se hallaba aquél, y cayendo de improviso sobre él, le dio una bofetada, diciéndole: “¿Usted
me ha mandado prender? ¡Tome, mándeme prender ahora!”, con lo cual m ontó en su caballo y partió a
galope para el campo. Pasado un año, preséntase de nuevo en la casa paterna, échase a los pies del anciano
ultrajado, confunden ambos sus sollozos, y entre las protestas de enmienda del hijo y las reconvenciones
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del padre, la paz queda restablecida, aunque sobre base tan deleznable y efímera. Pero su carácter y
hábitos desordenados no cambian, y las carreras, el juego, las correrías del campo, son el teatro de nuevas
violencias, 9. Después de escrito lo que precede, he recibido, de persona fidedigna, la aseveración de
haber el mismo Quiroga contado en Tucumán, ante señoras que viven aún, la historia del incendio de la
casa. Toda duda desaparece ante deposiciones de este género. Más tarde he obtenido la narración
circunstanciada de un testigo presencial y compañero de infancia de Facundo Quiroga, que le vio dar a
su padre una bofetada y huirse; pero estos detalles contristan, sin aleccionar, y es deber impuesto por el
decoro, apartarlos de la vista. (Nota de la 1.a edición, completada en la 2.a tal como figura en la presente
edición). 111 de nuevas puñaladas y agresiones, hasta llegar, al fin, a hacerse intolerable para todos e
insegura su posición. Entonces un gran pensamiento viene a apoderarse de su espíritu, y lo anuncia sin
empacho. El desertor de los Arribeños, el soldado de Granaderos a caballo, que no ha querido
inmortalizarse en Chacabuco y en Maipú, resuelve ir a reunirse a la montonera de Ramírez, vástago de
la de Artigas, y cuya celebridad en crímenes y en odio a las ciudades a que hace la guerra, ha llegado
hasta los Llanos y tiene llenos de espanto a los gobiernos. Facundo parte a asociarse a aquellos
filibusteros de la pampa, y acaso la conciencia que deja de su carácter e instintos, y de la importancia del
refuerzo que va a dar a aquellos destructores, alarma a sus compatriotas, que instruyen a las autoridades
de San Luis, por donde debía pasar, del designio infernal que lo guía. Dupuy, gobernador entonces
(1818), lo hace aprehender, y por algún tiempo, permanece confundido entre los criminales que la cárcel
encierra. Esta cárcel de San Luis, empero, debía ser el primer escalón que había de conducirlo a la altura
a que más tarde llegó. San Martín había hecho conducir a San Luis un gran número de oficiales españoles
de todas graduaciones, de los que habían sido tomados prisioneros en Chile. Sea hostigados por las
humillaciones y sufrimientos, sea que previesen la posibilidad de reunirse de nuevo a los ejércitos
españoles, el depósito de prisioneros se sublevó un día, y abrió las puertas de los calabozos de reos
ordinarios, a fin de que les prestasen ayuda para la común evasión. Facundo era uno de estos reos y no 58
bien se vio desembarazado de las prisiones, cuando, enarbolando el macho de los grillos, abre el c ráneo
al español mismo que se los ha quitado, y yendo por entre el grupo de los amotinados, deja una ancha
calle sembrada de cadáveres, en el espacio que ha querido correr. Dícese que el arma de que hizo uso fue
una bayoneta, y que los muertos no pasaron de tres. Quiroga, empero, hablaba siempre del macho de los
grillos y de catorce muertos. Acaso es ésta una de esas idealizaciones, con que la imaginación poética
del pueblo embellece los tipos de la fuerza brutal, que tanto admira; acaso la historia de los grillos es una
traducción argentina de la quijada de Sansón, el Hércules hebreo. Pero Facundo la aceptaba como un
timbre de gloria, según su bello ideal, y macho de grillos o bayoneta, él, asociándose 112 a otros soldados
y presos a quienes su ejemplo alentó, logró sofocar el alzamiento y reconciliarse por este acto de valor
con la sociedad, y ponerse bajo la protección de la patria, consiguiendo que su nombre volase por todas
partes, ennoblecido y lavado, aunque con sangre, de las manchas que lo afeaban. Facundo, cubierto de
gloria, mereciendo bien de la patria y con una credencial que acredita su comportación, vuelve a la Rioja
y ostenta en los Llanos, entre los gauchos, los nuevos títulos que justifican el terror que ya empieza a
inspirar su nombre; porque hay algo de imponente, algo que subyuga y domina, en el premiado asesino
de catorce hombres a la vez. Aquí termina la vida privada de Quiroga, de la que he omitido una larga
serie de hechos que sólo pintan el mal carácter, la mala educación y los instintos feroces y sanguinarios
de que estaba dotado. Sólo he hecho uso de aquellos que explican el carácter de la lucha, de aquellos que
entran en proporciones distintas, pero formados de elementos análogos, en el tipo de los caudillos de las
campañas, que han logrado, al fin, sofocar la civilización de las ciudades, y que, últimamente, han venido
a completarse en Rosas, el legislador de esta civilización tártara, que ha ostentado toda su antipatía a la
civilización europea, en torpezas y atrocidades sin nombre aún en la Historia. Pero aún quédame algo
por notar en el carácter y espíritu de esta columna de la Federación. Un hombre iletrado, un compañero
de infancia y de juventud de Quiroga, que me ha suministrado muchos de los hechos que dejo referidos,
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me incluye en su manuscrito, hablando de los primeros años de Quiroga, estos datos curiosos: “ — que
no era ladrón antes de figurar como hombre público — que nunca robó, aun en sus mayores necesidades
— que no sólo gustaba de pelear, sino que pagaba por hacerlo y por insultar al más pintado — que tenía
mucha aversión a los hombres decentes — que no sabía tomar licor nunca — que de joven era muy
reservado, y no sólo quería infundir miedo, sino aterrar, para lo que hacía entender a hombres de su
confianza, que tenía agoreros o era adivino — que con los que tenía relación, los trataba como esclavos
— que jamás se ha confesado, rezado ni oído misa — que cuando estuvo de general, lo vio una vez en
misa — que 113 él mismo le decía que no creía en nada”. El candor con que estas palabras están escritas
revela su verdad.
Toda la vida pública de Quiroga me parece resumida en estos datos. Veo en ellos el hombre grande, el
hombre de genio, a su pesar, sin saberlo él, el César, el Tamerlán, el Mahoma. Ha nacido así, y no es
culpa suya; descenderá en las escalas sociales para mandar, para dominar, para combatir el poder de la
ciudad, la partida de la policía. Si le ofrecen una plaza en los ejércitos, la desdeñará, porque no tiene
paciencia para aguardar los ascensos; porque hay mucha sujeción, muchas trabas puestas a la
independencia individual, hay generales que pesan sobre él, hay una casaca que oprime el cuerpo, y una
táctica que regla los pasos; ¡todo esto es insufrible! La vida de a caballo, la vida de peligros y emociones
fuertes, han acerado su espíritu y endurecido su corazón; tiene odio invencible, instintivo, contra las leyes
que lo han perseguido, contra los jueces que lo han condenado, contra toda esa sociedad y esa
organización a que se ha sustraído desde la infancia y que lo mira con prevención y menosprecio. Aquí
se eslabona insensiblemente el lema de este capítulo: “Es el hombre de la Naturaleza que no ha aprendido
aún a contener o a disfrazar sus pasiones, que las muestra en toda su energía, entregándose a toda su
impetuosidad. Éste es el carácter original del género “humano”; y así se muestra en las campañas pastoras
de la República Argentina. Facundo es un tipo de la barbarie primitiva: no conoció sujeción de ningún
género; su cólera era la de las fieras: la melena de sus renegridos y ensortijados cabellos caía so bre su 59
frente y sus ojos, en guedejas como las serpientes de la cabeza de Medusa; su voz se enronquecía, y sus
miradas se convertían en puñaladas. Dominado por la cólera, mataba a patadas, estrellándoles los sesos
a N. por una disputa de juego; arrancaba ambas orejas a su querida porque le pedía, una vez, 30 pesos
para celebrar un matrimonio consentido por él; y abría a su hijo Juan la cabeza de un hachazo, porque no
había forma de hacerlo callar; daba de bofetadas, en Tucumán, a una linda señorita a quien ni seducir ni
forzar podía. En todos sus actos, mostrábase el hombre bestia aún, sin ser por eso estúpido y sin carecer
de elevación de miras. Incapaz de hacerse admirar o estimar, gustaba de ser temido; pero este gusto era
exclusivo, dominante, hasta el punto de arreglar todas las acciones de su vida a producir el terror en torno
suyo, sobre los pueblos como sobre los soldados, sobre la víctima que iba a ser ejecutada, como sobre su
mujer y sus hijos. En la incapacidad de manejar los resortes del gobierno civil, ponía el terror como
expediente para suplir el patriotismo y la abnegación; ignorante, rodeábase de misterios y haciéndose
impenetrable, valiéndose de una sagacidad natural, una capacidad de observación no común y de la
credulidad del vulgo, fingía una presciencia de los acontecimientos, que le daba prestigio y reputación
entre las gentes vulgares. Es inagotable el repertorio de anécdotas de que está llena la memoria de los
pueblos, con respecto a Quiroga; sus dichos, sus expedientes, tienen un sello de originalidad que le daban
ciertos visos orientales, cierta tintura de sabiduría salomónica en el concepto de la plebe.
3- Sintetizar el presente capítulo teniendo en cuenta:
el episodio del tigre y su apodo.
descripción física de Facundo.
su familia.
la escuela.
su viaje a Chile en 1806.
relación con su padre.
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Sarmiento, escritor y político argentino del siglo XIX, queriendo salvar a su país de un destino
hispanoamericano que preveía fatal, decidió poblar esas pampas desoladas llenándolas de alemanes y
austríacos industriosos, franceses cartesianos e ingleses de sangre azul, desterrando de paso todo
resabio árabe o hispano, elementos étnicos que él vinculaba con la barbarie. El hecho de que
consiguiera exactamente lo contrario de lo que se proponía no se debe a su falta de capacidad o
previsión, sino a un grupo de españoles aguerridos y a la indudable congruencia de la Historia, que 60
para entonces -y ahora mismo- no podía concebir una réplica de Europa allá en el desolado Cono Sur.
En sus tranquilas siestas provincianas veía, en sueños, puentes de Londres en cualquier río que
bajase de la cordillera, teatros vieneses en cualquier guitarra y arcos de triunfo en todas las esquinas,
mientras unos indios trilingües, vestidos a la inglesa, recitaban de corrido, gracias a la educación
obligatoria, tanto la «Ode to a Nightingale» como a «Bateau Ivre» o las rimas melosas de Walter von
der Vogelweide.
Cuando lo eligieron presidente de la república, la idea de instalar una Europa en el Río de la Plata
pasó de la potencia al acto.
Entonces fletó un barco, que íntimamente veía como el May Flower sudamericano, viajó a esa
Europa que en sueños lo visitaba desde niño, y llenó su nave de alemanes, suecos y holandeses (los
ingleses se le echaron atrás en el último momento). También puso en el arca parejas de gorriones,
mirtos, ruiseñores y conejos de angora.
Felicísimo, partió de algún puerto alemán una madrugada clara, con esa preciosa carga que
coincidía en todo con sus sueños. El capitán del barco, un prusiano paradigmático, mientras pilotaba,
como el capitán pirata de Espronceda, disipaba ciertos temores del presidente diciéndole que pasarían
muy lejos de las costas españolas, y también de las árabes, ya que las provisiones estaban
perfectamente calculadas para un viaje largo y no sería necesario hacer escala en ningún puerto.
Pero, como sucede casi siempre en los relatos de navegación a vela, llegan los vientos caprichosos
(verdaderos agentes del Destino) y la nao, perdida, navegando a palo seco, arriba donde puede, y esta
vez es a Cádiz, en cuya bahía Sarmiento y los suyos se ven obligados a pedir abrigo y pernoctar.
Mientras lo hacen, un grupo de andaluces famélicos, con mujeres e hijos, asociados para la aventura
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americana con unos italianos acaso más indigentes que ellos, y entre los que no faltan judíos, claro,
miran codiciosos el barco del ilustre estadista.
Actuando como agentes de la Historia, que rechaza por principio la idea de una Europa
sudamericana, esa noche, en un operativo comando, se dirigen hacia el barco aprovechando la falta de
luna y el tranquilo ruido de las olas en la caleta. En el camino aparecen unos beduinos, que les ofrecen
cien dinares si les permiten sumarse a la aventura. Los demás aceptan.
Sarmiento, que reposa en su camarote presidencial, oye ruidos de cuerpos que caen al agua, y
considera sueño la realidad de aquellos desdichados nórdicos, que adormecidos descienden a dormir
al fondo de la bahía, mientras beduinos del desierto, andaluces de Jaén e italianos de la camorra ocupan
sus puestos en el barco.
El ilustre argentino, que ni siquiera conoce el rostro de los viajeros anteriores, no advierte el
cambio y los confunde, no sin sorprenderse del conocimiento que sus teutones tienen de la dulce lengua
castellana.
Y tras un viaje tan esperanzador como divertido (como ambas partes), arriban por fin al puerto de
Buenos Aires, donde los inmigrantes se desbandan y desparramándose por todos los rumbos pueblan
las pampas con generosa descendencia bárbara, sin contar los curiosos cruces que tienen alegremente
con los indios y las indias del lugar.
Sarmiento, al advertir la maniobra, para expresar su descontento frunce el ceño y saca el labio
inferior hacia afuera. Un gesto que después se reproduce en todas sus estatuas.
Actividades
61
1. Se dice que la ironía cómica es una incongruencia aguda entre nuestras expectativas de
un suceso y lo que ocurre. ¿Cómo se manifiesta esa incongruencia en el texto de Moyano?
¿Qué es lo que Sarmiento esperaba y lo que finalmente ocurre?
2. La conexión entre la ironía y el humor se produce cuando la sorpresa nos sumerge en
la risa. ¿Qué hechos provocan risa en el texto?
3. ¿Cuál es la verdadera intención de Moyano? ¿Qué mensaje quiere transmitir en relación
con el programa de Sarmiento para "civilizar" el suelo nacional?
La primera dicotomía histórica por resolver es la del enfrentamiento entre lo vernáculo y lo europeo.
Con estos términos, se designan dos modalidades bastante arraigadas en el argentino. Una tiende a la
valorización de lo propio, lo comarcano, lo inmediato, lo que se tiene. La otra valoriza lo distinto, lo
europeo, lo que viene de los centros prestigiosos. En el primer caso, se piensa que la vitalidad natural
es una savia que asciende desde una raíz hundida en la tierra, en el pasado del indigenismo, del
hispanismo o del criollismo. En el segundo caso, la opción europeizante y cosmopolita asume la tarea
cultural como un trabajo asimilatorio o imitativo de pautas importadas. Aquí se entiende la cultura
como “trasplante”, como “prendiendo de gajo”, según el agudo análisis de Bernardo Canal Feijóo.
Una perspectiva mira hacia adentro, la otra hacia fuera, una es tradicionalista, la otra es moderna, una
es cerrada y desconfiada, la otra es abierta y fuertemente repetitiva.
Estas dos actitudes marcaron al hombre argentino y sellaron su historia. Una propuesta nacional debe
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resolver esta dicotomía que tuvo expresiones políticas, ideológicas, económicas y literarias
desgarrantes. Resolverlas implica comprender que estos dos movimientos deben mantenerse como
alternancia complementaria de una misma realización. Toda gran obra es un acto de fidelidad a la
raíz, pero también una incorporación de lo ajeno, es un adentrarse en el pasado para rescatar y
continuar sus contenidos valiosos, pero también una fecundación propia mediante el comercio con lo
extraño y lo distante. Esta dialéctica es la clave de toda gran cultura y debe quedar, por lo tanto,
definitivamente incorporada a la dinámica creadora del modelo argentino (…) Pero no basta con
complementar estas tendencias. Es preciso purgarlas de sus contenidos falseados, de las toxinas
psicológicas que acompañan a cada una de ellas. Se trata de limpiar la actitud vernácula de su
desconfianza por lo europeo […], y la actitud europeísta de su afán por desvalorizar lo propio y
comarcano. Detrás del énfasis autóctono, se esconde, con frecuencia, el simple temor a lo nuevo,
detrás de la opción europeísta, un afán repetitivo. ¿Cómo eliminar estos contenidos falseados? Es
preciso un humilde acto de conciencia. La actitud vernácula es insuficiente cuando se hace de lo
indígena, de lo hispánico o lo criollo, modelos que emplea para encubrir su temor a lo nuevo y lo
desconocido. Lo ajeno se le parece como a la amenaza de una penetración imperial y ejercita,
entonces, una política cultural de fronteras cerradas que se expresa a través de una retórica
nacionalista y folclórica bastante mediocre en sus fundamentos. También, es preciso desprendernos
de un europeísmo imitativo. Europa ha dejado, sencillamente, de ser el eje de la historia universal, ya
no es sinónimo de universalismo. Menos se justifica, entonces, la admiración bobalicona y
obsecuente. Liberado del temor a lo nuevo y de la imitación servil, -y de los sentimientos de cerrazón
y menorvalía, que acompaña a que acompañan a tales actitudes- el argentino puede percibir el sello
de la universalidad tanto en una copla, un rito religioso arcaico, una legislación colonial, una rebeldía 62
caudillesca o el Facundo de Sarmiento, como en los mosaicos de Ravenna, la mezquita de Córdoba,
el Fausto de Goethe o la acción de Mahatma Gandhi. Atrás tienen que quedar las cegueras del pasado:
no todo lo vernáculo es “barbarie” ni lo europeo, “civilización”. Una voluntad argentina puede superar
estas dicotomías torpes, porque su óptica es la universalidad. Desde esta perspectiva, se diluye la
distinción entre lo vernáculo y lo europeo, porque carece de sentido. Tal perspectiva es la que,
felizmente, ya practicaron en nuestro país aquellos que saben unir los vientos del mundo y los del
propio suelo en un solo impulso de creación.
Por: Massuh, Victor. La Argentina como sentimiento. Buenos Aires, Sudamericana, 1982.
Actividades
2 ¿Cuál es la dicotomía que según el autor ha afectado desde siempre al ser argentino?
63
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Literatura gauchesca
La generación de 1837 estaba compuesta por un grupo de jóvenes intelectuales. El maestro de esa
generación fue Esteban Echeverría, que vivió cinco años en París, donde conoció el Romanticismo,
que importó al Río de la Plata, un año antes de que lo hiciera España. Este movimiento fue adoptado
como modelo literario para la nueva sociedad que se estaba gestando en Argentina. La libertad de
exploración artística, la expresión de los sentimientos, la contemplación de la naturaleza y el foco en 64
lo individual por sobre lo colectivo son algunas de las características que tomaron de este movimiento.
Entre el discipulado de Echeverría figuraban Juan Bautista Alberdi y Juan María Guitérrez.
Llamamos poesía gauchesca a aquella compuesta por gente letrada que, con conocimiento del tipo
social del gaucho pampeano y de su vida, compone poemas escritos que se difunden por la imprenta
(el gaucho compone poesía oral, en lengua general, que se transmite tradicionalmente de boca a
oreja) y que tiene dos características: por una parte, imita el habla gaucha cotidiana (estrordinaria,
mesmo, ansina, etcétera) y, por otra, mira el mundo desde una mentalidad gaucha (por ejemplo,
aluden al entorno del gaucho comparaciones tales como lo mesmo que el avestruz; así como metáforas
al estilo de hacía astillas el bagual). Hay una poesía gauchesca comprometida que defiende la causa
de la independencia iniciada en Mayo (Bartolomé Hidalgo); la condición del gaucho perseguido por
leyes injustas (José Hernández) o se hace arma partidaria de combate, federal o unitaria (Luis Pérez
o Hilario Ascasubi). Y una desinteresada que muestra al gaucho divertido o desubicado frente a los
espectáculos de la ciudad (Bartolomé Hidalgo o Estanislao del Campo).
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ACTIVIDADES
1- Lean los siguientes fragmentos y respondan:
65
El Conde cree que ya es suyo -Con el cuento de la guerra
nuestro Río de la Plata: andan matreros los cobres,
¡cómo se conoce, amigo, vamos a morir de pobres
que no sabe con quién trata! los paisanos de esta tierra.-
[...] Yo cuasi he ganao la sierra
Libre y muy libre ha de ser de puro desesperao...
nuestro jefe, y no tirano; Yo me encuentro tan cortao
éste es el sagrado voto que a veces se me hace cierto
de todo buen ciudadano. que hasta ando jediendo a
[...] muerto...
Un gaucho de la guardia del monte, [...]
de B. Hidalgo. Fausto, de Estanislao del Campo.
Ángel Rama, "El sistema literario de la poesía gauchesca" en Los gauchipolíticos rioplatenses. Buenos
Aires, CEAL, 1982.
Los orígenes del gaucho están en los orígenes de la vida pastoril de los mismos colonos. De los
heterogéneos contingentes de soldados, labriegos, jornaleros y advenedizos que trajo la conquista, y
de la cruza con los aborígenes, quedó esa población rebelde a todo sentimiento, resentida contra el
poderoso, esparcida sin paradero.
Ezequiel Martínez Estrada, Muerte ytransfiguración de Martín Fierro. México,
Fondo de Cultura Económica, 1948.
2- Lean los siguientes textos. Por un lado, van a leer un fragmento de la carta que José Hernández
le escribió a su editor en 1872. Luego, un fragmento del Facundo de Sarmiento, en el que se
refiere a la vida de los gauchos.
"No le niegue su protección, usted que conoce bien todos los abusos y todas las desgracias de que es
víctima esa clase desheredada de nuestro país. Es un pobre gaucho, con todas las imperfecciones de
forma que el arte tiene todavía entre ellos, y con toda la falta de enlace en sus ideas, en las que no
existe siempre una sucesión lógica. Me he esforzado [...] en presentar un tipo que personificara el
carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse, que
les es peculiar, dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con
todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y arrebatos,
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hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado. [...] Y he deseado todo esto,
empeñándome [...] en copiar sus reflexiones con el sello de la originalidad que las distingue y el tinte
sombrío de que jamás carecen, revelándose en ellas esa especie de filosofía propia que, sin estudiar,
aprende en la misma naturaleza, en respetar la superstición y sus preocupaciones, nacidas y fomentadas
por su misma ignorancia."
"Carta a Don José Zoilo Miguens", en prólogo de El gaucho Martín Fierro,
Buenos Aires, SM, 2010 (adaptación).
"La vida del campo, pues, ha desenvuelto en el gaucho las facultades físicas, sin ninguna de las de la
inteligencia. Su carácter moral se resiente de su hábito de triunfar de los obstáculos y del poder de la
naturaleza: es fuerte, altivo, enérgico. Sin ninguna instrucción, sin necesitarla tampoco, sin medios de
subsistencia, como sin necesidades, es feliz en medio de la pobreza y de sus privaciones, que no son
tales para el que nunca conoció mayores goces, ni extendió más altos deseos. [...] (El gaucho) es
independiente de toda necesidad, libre de toda sujeción, sin ideas de gobierno, porque todo orden
regular y sistematizado se hace de todo imposible. [...] Una vuelta a los ganados, una visita a una cría,
o a la querencia de un caballo predilecto, invierte una pequeña parte del día; el resto lo absorbe una
reunión en una venta o pulpería. En esta vida tan sin emociones, el juego sacude los espíritus
enervados, el licor enciende las imaginaciones adormecidas."
Domingo F. Sarmiento, Facundo, Buenos Aires, CEAL, 1965, (fragmento).
a) ¿Cuál es la visión que José Hernández tiene de los gauchos? ¿Qué características resalta como
positivas? ¿En qué lo justifica? 67
b) Teniendo en cuenta que este libro se publicó en 1872, ¿qué motivó al autor a escribir esta obra?
c) ¿Cómo ve Sarmiento a los habitantes de la llanura pampeana?
d) Considerando que Sarmiento fue un político, militar, escritor y educador, ¿cuál es el origen de este
pensamiento? ¿Qué objetivo persigue?
SEGUNDA PARTE
1. ¿Cómo es la vida en las tolderías? ¿qué le ocurre a Cruz? ¿Cómo reacciona Martin Fierro frente a
la muerte de su amigo?
2. ¿Qué hechos determinan que Fierro retorne a la civilización?
3. ¿Con quiénes se reencuentra al regresar?
68
4. Si Martin Fierro es el héroe, ¿qué personaje representa al antihéroe? ¿por qué?
5. Tanto en la primera como en la segunda parte la intención del poema es denunciar las
consecuencias sociales que sufren los gauchos por la política de la clase dirigente: la destrucción
del hogar, la miseria, el vicio, el crimen, la cárcel, la orfandad, la enfermedad, la vagancia, el
matreraje, el desamparo. Identifiquemos las estrofas correspondientes.
6. ¿Qué revelan los consejos de Martin Fierro a sus hijos? ¿Y su actitud frente al Moreno?
7. Como personaje, ¿Fierro evoluciona a Io largo del poema? Fundamentemos atendiendo a Io que
pensaba el protagonista en la primera parte sobre la sociedad, el negro, el indio y el gringo.
8. Entre los recursos literarios que aparecen están: la comparación, la metáfora y las imágenes
sensoriales. Busquemos las relacionadas con el ámbito natural de la pampa. Ejemplifiquemos.
9. En "La vuelta", además de Martín Fierro, aparecen otros narradores. ¿quiénes son?
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Joven era todavía la modernidad porteña, joven la ciudad, jóvenes los inmigrantes o los hijos
de quienes habían arribado primero. Jóvenes también fueron, entonces, los escritores de la
nueva literatura argentina.
Es que Buenos Aires, en la década de 1920, era una ciudad completamente abocada a
transformarse, a crecer, a progresar. En un contexto moderno, los valores que se propugnaban
y defendían a ultranza eran los del
cambio, la renovación, el progreso, el futuro. Desde este punto de vista, el papel de la juventud
se convirtió en algo primordial.
Varios hechos históricos, en la Argentina y en el mundo, vieron desplegarse este valor
supremo de la juventud, con su brío, su entusiasmo y su rebeldía, con su desacato ante lo
establecido. Entre ellos, en la Argentina, uno de los más importantes fue, sin duda, lo que se
conoce como la Reforma universitaria de 1918. En Córdoba, ese año, se produjo en la
universidad el enfrentamiento de las nuevas tendencias ideológicas contra el viejo orden
académico. Este conflicto adquirió las formas de un problema generacional. En efecto, fueron
jóvenes quienes se levantaron en Córdoba contra el viejo orden universitario, quienes se
emplazaron frente a los salarios misérrimos de los obreros y, también, quienes fundaron el
periódico Martín Fierro, principal órgano del movimiento literario llamado Florida.
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ACTIVIDADES
1. Mencionen las principales causas por las cuales Buenos Aires se transformó en una
ciudad moderna hacia 1920.
4. ¿Cómo era el nuevo público lector? ¿Qué leía? Justifiquen sus respuestas.
5. ¿Por qué la juventud tuvo un papel fundamental en esta época? Proporcionen ejemplos
que ilustren este fenómeno.
El grupo de Florida fue llamado así porque sus integrantes se reunían en la editorial de la
revista que habían fundado, Martín Fierro, sita en la calle Tucumán, a pasos de Florida. Sus
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La renovación de Florida
Muy distinta era la realidad de los escritores de Boedo. Mucho más modestos en fortuna y en
capital cultural, no recibieron la influencia determinante de los centros de vanguardia
europeos. Más bien, estaban preocupados por una literatura realista que diera cuenta de los
numerosos conflictos sociales. Por eso, leían a autores como: Émile Zola (1840-1902), Fedor
Dostoievski (1821-1881), León Tolstoi (1828-1900) y Máximo Gorki (1869-1936).
Si los escritores de Florida se caracterizaron por su abierto cosmopolitismo, los de Boedo
propugnaban una literatura comprometida, atenta a los conflictos de los sectores sociales más
desaventajados y postergados. Sus órganos de difusión fueron Dinamo, Campana de Palo y,
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sobre todo, Los Pensadores, que apareció en 1922. Mientras los martinfierristas descollaron
en la poesía, los boedistas se manifestaron principalmente en la narrativa. El signo ideológico
de este movimiento era el del disconformismo ante la injusticia social (por lo cual,
generalmente, sus narraciones transcurrían en los ámbitos laborales) y el afán revolucionario
-por el cual ponían todas sus esperanzas en los sectores obreros-. Por eso mismo, atendían con
ardiente interés un propósito para ellos básico: el de la difusión cultural para las masas.
Algunos de los nombres más representativos del boedismo: Álvaro Yunque (1889-1982),
Elías Castelnuovo (1893-1982), Roberto Mariani (1892-1946) y Léonidas Barletta (1902-
1975). Muchas veces, asimismo, suele incluirse entre sus filas al narrador, periodista y
dramaturgo Roberto Arlt.
ACTIVIDADES
1. Expliquen el concepto de "escritor profesional". ¿En qué se diferencia este nuevo escritor
de los de épocas anteriores?
2. ¿Por qué puede decirse que los escritores de Florida, o martinfierristas, conformaron la
primera vanguardia argentina? Proporcionen ejemplos que ilustren el fenómeno.
Les recomendamos ver este video que narra la extraordinaria vida de Victoria Ocampo, una de las
mujeres más importantes de la época, mecenas, aristocrática. Algunos escritores que frecuentaron Villa
Ocampo fueron: Borges, Bioy Casares, su hermana menor Silvina. En el caso de Julio Cortázar
(mucho más jóven que los mencionados anteriormente), no frecuentaba mucho Villa Ocampo, pero su
literatura sigue la genealogía de este grupo literario.
http://www.youtube.com/watch?v=pgzHyjg-fiE
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Roberto Arlt se destacó por exponer en su narrativa su propia visión del mundo y del hombre. Un
hombre que construye fantasías en sus obras. En “300 Millones” la angustia y el dolor son
sentimientos con los que Sofía, la protagonista, convive dentro del mundo gris que la oprime por la
realidad. Son los momentos de ensoñación, donde busca un desahogo y las escenas se tiñen con
un tinte cómico. Una leve yuxtaposición entre lo trágico y lo cómico.
Como lo dijo su hija Mirta Arlt, el lenguaje de la farsa era el que él sentía como propio de la ciudad
de Buenos Aires y de su teatro, mezclando también algún ingrediente de grotesco. Sin tener un
lenguaje exquisito y criticado por ello, él no dejó de desarrollar su lunfardo y así logró llegar a las
masas populares.
Pero nadie mejor que el mismo autor para definir su estilo. Utilizando el teatro dentro del teatro, los
personajes son obligados a fingir, actuar y simular. Llevando un personaje que desempeña el papel
que se le impone. La ensoñación es el recurso que pone en avance el texto. Pero en “300 Millones”
el personaje de Sofía no puede evolucionar y la obra finaliza con su muerte.
Argumento
Sofía, una joven sirvienta inmigrante, es notificada que ha recibido una herencia de trescientos
millones con cincuenta y tres centavos. La noticia funciona como motor para la imaginación de un
mundo de fantasías creado por ella misma. Sin embargo, el mundo astral nunca supera a la realidad 75
y Sofía termina con su vida.
Al quitarse la vida, Sofía se libera del hostigamiento social y los personajes de humo festejan por
haber quedado libres de los sueños en los que participaban.
Estructura de la obra
La obra se divide en un prólogo y tres actos. Cada uno de sus actos cuenta con la descripción del
espacio real e imaginario. En el prólogo los personajes de humo conscientes de su rol, se encuentran
a la espera de sus soñantes.
Personajes
Arlt describe el mundo desde los márgenes. Y lo suyo no es una pose: su vida entera transcurre de
ese lado de las cosas. Miembro de una clase que, en la primera mitad del siglo XX sentía que su
situación declinaba invariablemente, trasladó ese sentimiento descorazonado a las páginas de la
mayor parte de sus libros y al carácter de muchos de sus personajes.”
Los personajes que aparecen en las obras de Arlt son individuos humillados y angustiados.
Representan a los hombres y mujeres que vivieron los problemas sociales de la ciudad moderna
durante los años XX, enfocado hacia aquellos olvidados por la sociedad.
Dentro de la obra se definen dos tipos de personajes. Por un lado, los reales, quienes viven en el
mundo concreto y los personajes de humo, quienes existen en el mundo astral. Sofía, un personaje
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concreto, es el articulador de los personajes de humo y recurre a ellos para abstraerse de su realidad
aunque descubre que no puede escapar de su situación. En la obra la única solución del conflicto,
es la muerte. Contradictorio ya que en su comienzo es la misma protagonista quien la rechaza.
Los personajes de humo, ejes de fuerza, aparecen para acompañar a la sirvienta en su última noche.
La creación de los mismos pertenece al imaginario colectivo de una época.
Tiempo y espacio
El primer espacio que es descripto en la obra, aparece en el prólogo. Arlt brinda una descripción
completa de la zona astral. Un mundo desconocido por nosotros, existente en algún lugar pero carece
de un tiempo. Un limbo donde los personajes de humo existen gracias a los soñadores. El segundo
espacio, es el cuarto de Sofía, en el mundo real. Un espacio donde se desarrolla la obra y por medio
de la ensoñación se expande abriendo sus dimensiones.
76
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Para abordar el tema de “lo fantástico” en la literatura argentino es necesario recurrir a las palabras de
uno de los pioneros del género en nuestro país: Julio Cortázar. El, en su ensayo “El sentimiento de lo
fantástico” pone en palabras qué hace que un cuento sea fantástico y como se diferencia del resto de
los subgéneros narrativos. Aquí un fragmento:
“El problema, como siempre, está en saber qué es lo fantástico. Es inútil ir al diccionario, yo no me
molestaría en hacerlo, habrá una definición, que será aparentemente impecable, pero una vez que la
hayamos leído los elementos imponderables de lo fantástico, tanto en la literatura como en la realidad,
se escaparán de esa definición (…). Ese sentimiento, que creo que se refleja en la mayoría de mis
cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en cualquier momento les puede suceder a ustedes,
les habrá sucedido, a mí me sucede todo el tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de
prosaico, en la cama, en el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como
pequeños paréntesis en esa realidad y es por ahí, donde una sensibilidad prep arada a ese tipo de
experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo
fantástico. Eso no es ninguna cosa excepcional, para gente dotada de sensibilidad para lo fantástico,
ese sentimiento, ese extrañamiento, está ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo, en cualquier momento y
consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio,
todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, segur o y tranquilizado se
ve bruscamente sacudido, como conmovido, por una especie de, de viento interior, que los desplaza y 77
que los hace cambiar.”
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la
motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio
que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos
edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la
máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba
los pantalones. Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes
vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo:
una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines
hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha
como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado.
Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada
en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles.
Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el
choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe. Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o
cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía
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una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces
que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades.
Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó
por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba
hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la
piernas. “Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado…”; Opiniones,
recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un
trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio. La ambulancia policial llegó a
los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez,
pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo
acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una
o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas
quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no pare cía muy estropeada. “Natural”, dijo
él. “Como que me la ligué encima…” Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital
y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas
hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar
dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una
ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el
brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las
contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento. Lo llevaron a la sala de radio,
y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra,
pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la 78
radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camil la a otra. El
hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le
palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás. Como sueño era curioso porque estaba lleno
de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada
empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio
vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo
era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad
era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que
solo ellos, los motecas, conocían. Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta
aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había
participado del juego. “Huele a guerra”, pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado
en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando.
Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un
arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar
ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había
sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó
despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la
guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas,
agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera
querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó
el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante. -
Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo. Abrió los
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ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a
su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba
de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no
querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando
despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto,
entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando
a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia
le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que
subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero
que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando
blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y
dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin
embargo en la calle es peor; y quedarse. Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro,
a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a
poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una
punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro,
pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por
los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose. Primero
fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas.
Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de
árboles era menos negro que el resto. “La calzada”, pensó. “Me salí de la calzada.” Sus pies se hundían
en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran 79
el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y e l silencio, se agachó
para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada
podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió
como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo
apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la
dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban
hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía
insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si
conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las
ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya
habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los
sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo
sagrado, del otro lado de los cazadores. Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como
si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor
a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle
la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire
una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás. -Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-
. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien. Al lado
de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta
velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un
diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin… Pero no quería seguir pensando en la
pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan
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cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de
noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los
armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas,
como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la
cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí
como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían
levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la
sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternida d. No, ni siquiera tiempo, más bien
como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el
golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio
mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la
contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era
raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo
despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua
mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en
lo alto se iba apagando poco a poco. Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que
volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la
garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar e n todas direcciones; lo envolvía una
oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba
estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las
piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían
arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como 80
filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli,
estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno. Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en
las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque
estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en
sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio.
Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez
como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los
cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se
le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y
hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas
ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con
desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron
las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre
boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de
antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que
los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arr iba, a un
metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en
vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería
el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de
estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente,
y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón,
el centro de la vida. Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra
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blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa
de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de
los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían
pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se
enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo
protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes,
sin nada… Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último
esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se
cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas
fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía,
abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante
le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando
pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la
noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo
alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante
de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando
por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar.
Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la c ama, a salvo del
balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del
sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los
párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso
había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas 81
avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un
enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo
habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido
boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras. FIN
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla
cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los
personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una
cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los
robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una
irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo
verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las
imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi
perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba
cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que
más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido
por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían
color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer,
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recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente
restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las
ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal
se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las
páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas
caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban
abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado:
coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente
atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla.
Empezaba a anochecer. Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en
la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se
volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y
los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros
no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres
peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la
mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas.
Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la
mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo v erde, la cabeza del hombre
en el sillón leyendo una novela.
de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las
mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente pero
aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio
parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza
casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a
respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá
y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire al frío
de afuera, por lo menos ya hay una afuera, aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto
que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver por eso lo que él creía el cuello le está
apretando de esa manera la cara sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir
fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso
respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide
respirar perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la
manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar
manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no
puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de
que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso
lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe
ser tarde y su mujer estará impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es
concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto
con el aire frío de la habitación es como un anuncio de que ya falta poco y además 2 puede ayudarlo,
ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que 83
ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano
palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente
arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta
salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver
porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los
hombros y estará ahi arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese
pulóver lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello
y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente
la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él te nga la cabeza un poco ladeada a la
izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su
mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar
el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera
una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la
orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimn asia eufórica que inicia
siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie
puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas.
En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y
comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano
derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridiculo renunciar a esa altura de
las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que
él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento
mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran
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las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano
metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a
la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible
coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida en una
jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté
mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus
fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el
pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda
fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás,
girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la
ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su
mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, sunque su mano izquierda le duela cada
vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece,
contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver
arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano
derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas en vez de pellizcarle el muslo
como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque
toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la
mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los
ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia
es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo
frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco 84
a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los
ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar
contra sus ojos, y tiene el tiempo de 3 bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano
izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga,
para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se
endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde
solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.
1. Luego de la lectura de los cuentos, los invitamos a descubrir cuáles son los elementos
fantásticos de estas historias.
2. ¿Tuvieron en sus vidas situaciones de “estilo” fantástico? ¿Se animan a compartirlas?
3. Actividad de producción evaluativa grupal.
Son productores de cine y quieren llevar al cine uno de los cuentos de Cortázar. Deben realizar un
“tráiler” de la película o corto, considerando que debe:
-Ser llamativo y atraer público.
-No debe contar toda la historia, por lo que deben escoger qué mostrar, para que sea atractivo.
-Utilizar recursos audiovisuales, utilizando las herramientas digitales que tengan a disposición
(grabar con cámara, movie maker, canva, o cualquier herramienta audiovisual).
-Debe ser breve, entre 1 y 2 minutos.
Utilicen la creatividad. Pueden modificar la historia mínimamente en caso de requerirlo.
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Variables
darle de comer. Seis horas corridas para trabajar sin interrupciones, sin tener que vigilarlo
constantemente. Calculó que podía incluso duplicar el ritmo de trabajo.
A los pocos días se hizo obvio que así avanzaba más rápido. Nada cortaba esas rachas en las
que podía pasar hasta tres horas sin tomar un sorbo de agua, sin quitar la vista de la pantalla
ni una vez. En una semana, casi la mitad del tiempo que demoraba hasta entonces, terminó un
informe de los más complejos. Su jefe le escribió para felicitarla y le informó que iban a
reasignarle las aerolíneas. Antes
de la licencia por embarazo habían sido su especialidad.
Esa misma noche, Juan propuso contratar a una niñera, alguien que se ocupara de Luchi para
que ella pudiera trabajar tranquila al menos unas horas. Silvana lo miró
enojada y dijo "no", sin ganas de explicarle que las cosas funcionaban en base a rutinas y
equilibrios, que justo ahora que empezaban a acomodarse sumar un nuevo factor a la ecuación
implicaría un nuevo desajuste.
Hasta Luchi empezaba a acostumbrarse. Parecía disfrutar del aire libre. Silvana había limpiado
el piso y le ponía colchonetas, que se ocupaba de sacar antes de que volviera Juan. Lo de los
dedos en la boca se había vuelto constante, pero tal vez fuera otra cosa, no había forma de
saberlo.
Una tarde llovió. Silvana estaba tan abstraída, de espaldas a la ventana, que tardó un rato en
darse cuenta. Aunque enseguida le dio un baño caliente, Luchi se resfrió igual. Se ahogaba
todo el tiempo y ni siquiera se daba cuenta de que sin los dedos en la boca podía respirar
mejor. Silvana se impacientó y tiró del bracito, pero Luchi se sostuvo una mano con la otra,
forcejeó. Con la boca tapada y la nariz mocos, empezó a agitarse por el tironeo y a llorar. A 88
Silvana le pareció que los labios se le ponían azules y se asustó. Lo llevó al pediat ra, que
recomendó hacerle nebulizaciones. Pero todo llevaba mucho tiempo: tenía que sostener la
mascarilla, cantarle lo de "saco una manito, la hago bailar". Se sentía una idiota.
Trató de hacerlo frente a la computadora, con Luchi sobre una rodilla, balanceándose y
sosteniendo la mascarilla con una mano mientras escribía con la otra. Pasaron tres o cuatro
días y Luchi no mejoró. Esa tarde, Silvana guardó ropa que Juan había traído el día anterior
de la tintorería y vio el cinturón del salto de cama, que era de seda.
En la sillita, con los brazos atados a los costados y la máscara puesta, podía dejarlo un buen
rato. Al principio, Luchi trató de zafarse, pero al final se resignó. Era
como una masa inquieta que había que contener, ese era el concepto en la mente de Silvana.
Solo había que estar atenta e impedir que rebalsara. Cuidarlo no difería mucho de sus
informes. Y eso era algo que ella sabía hacer, algo en lo que era muy buena. Recibía la
información que le mandaban todos los días, miles de cifras que iban acumulándose en su
casilla de correo mientras ella las clasificaba y distribuía en sus planillas, impidiendo que se
amontonaran al punto de superarla.
Luchi terminó de curarse. Los días se pusieron lindos de nuevo. Juan llegó una noche con
unas macetas con flores para colgar de la baranda del balcón. A Silvana le molestó, no le
gustaban las cosas nuevas, pero fingió una sonrisa, dijo "gracias" y prometió regarlas.
En los primeros días de otoño siguió el buen tiempo. Con un abrigo liviano, Luchi iba a estar
bien. Para ese momento ya se paraba con confianza, estaba cada vez más
alto y caminaba de acá para allá, incluso había empezado a balbucear y parecía entender
cuando le hablaban. Era casi una persona.
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Las flores ya estaban secas. Una tarde, Luchi se puso en puntas de pie, manoteó una de las
macetas y la tiró piso del balcón. Silvana vio el desorden, pero estaba en pleno malabarismo
con los números y se dijo que era lo mismo limpiarlo en ese momento o más tarde. Después
de jugar un rato con la tierra y las flores despedazadas,
Luchi levantó una maceta, estiró los brazos hasta llegar a pasarla por la baranda y la dejó caer
al patio de abajo. Era de plástico duro y el estruendo subió con eco por el
pulmón de manzana.
Silvana salió al balcón. La vecina la miraba desde el balcón de al lado. "¿Te parece?", preguntó
la mujer con tono de reproche y suficiencia. Ella no respondió y levantó a Luchi, que tenía las
manos llenas de tierra y al meterse los dedos en la boca se embarraba la cara. Puso a llenar la
bañadera y barrió como pudo con él a upa.
Cuando sonó el timbre, Silvana estaba en el baño. Escuchó que Juan abría la puerta y hablaba
con alguien. Cerró la canilla y él entró, la miró mientras se secaba, preguntó si era cierto lo
que decía la vecina.
Silvana siguió secándose como si no hubiera escuchado. Él fue hasta el comedor con Luchi
en brazos y salió al balcón. Ella lo escuchó decir "es cierto, me dijo que Luchi
tiró la maceta y ahí está". Envuelta en la toalla, se acercó. Juan se volvió para hacerle frente.
"No entiendo", dijo, "¿hacés siempre eso?, ¿se queda en el balcón todas las
tardes?, ¿desde cuándo?".
Ella buscó una respuesta lógica, una que solucionara el asunto y restableciera el equilibrio.
Como ante el aturdimiento que le provocaban algunos informes, se dijo que la solución era
resolver una variables por vez. Juan sacudió la cabeza, decepcionado. Silvana cerró la puerta 89
corrediza con un movimiento rápido. Escuchó el clic de la traba justo cuando él estiraba el
brazo para tratar de frenarla.
"Dale, abrí", dijo Juan, y golpeó el vidrio con suavidad. Ella no contestó, no pensó. Alternaba
la mirada entre él y Luchi, que tenía los dedos en la boca, la cabeza apoyada en el pecho del
padre. "Dale, Silvana, no me hagas enojar". Ella miró hacia el costado, hacia la tira de la
persiana. Una acción, y luego otra, detenerse a pensar era dejar que las cosas se le fueran de
las manos. Juan estaba muy cerca del vidrio y tuvo que dar un paso atrás para que las hojas de
madera no le pegaran en la cabeza.
Los golpes en la persiana la distraían. Estaba terminando un informe urgente que podía
mandar esa misma noche. Era para una aerolínea, el primero que le encargaban, que quería
expandirse con cincuenta rutas nuevas. Cada aeropuerto con su código, las zonas horarias, las
monedas. Cada dato era la parte ínfima de un todo, que en su mente se iba hilando sin que ella
interviniera, como si fuese una especie de médium.
A los golpes se sumó el timbre. Silvana se llevó la computadora al cuarto de Luchi, que tenía
una mesa con una sillita haciendo juego. Cerró la puerta y se sentó con las
rodillas hacia un costado. La posición le hacía doler la espalda, pero estaba demasiado
concentrada para darse cuenta.
Lo único que interrumpía ese flujo perfecto eran los ruidos. No podía desaprovechar esa
inercia. Levantó la cabeza y vio sobre un estante los tapones de silicona que le ponían a Luchi
cuando le daba otitis. Empujó uno en cada oído y apretó. Por un segundo, sin dejar de trabajar,
ensayó vagamente un diálogo con Juan: "A partir de ahora iba a dejar a Luchi en su habitación,
le iba a comprar juguetes nuevos; el balcón quizás no fuera lo mejor".
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Faltaba poco, una hora como mucho. Nada era tan satisfactorio como cerrar una planilla,
adjuntar el documento, poner "Versión Final" en el asunto y enviar. Los
gritos quedaron en segundo plano y Silvana, optimista, se entregó al rumor grave del teclado.
Downey, Tomás. El lugar donde mueren los pájaros, Buenos Aires,
Fiordo, 2017, pp. 55-62.
Biografía de autor
Tomás Downey (1984)
Nació en la ciudad de Buenos Aires. Es escritor y guionista. En 2013, resultó ganador del
primer premio en el género "cuento" del Fondo Nacional de las Artes. Dos años después,
publicó su primer libro de cuentos, Acá el tiempo es otra cosa. En 2016, fue fi nalista del
Premio Hispanoamericano Gabriel García Márquez por el libro El lugar donde mueren los
pájaros, publicado un año más tarde. En 2019, recibió el primer premio en el concurso de
cuentos de la Fundación María Elena Walsh. En Facebook, Tomás Downey cuenta con un
perfil personal.
La respuesta
Lava el piso del comedor de los Céspedes: limpiar sobre limpio. Estruja el trapo y el agua apenas
pierda transparencia. Se aburre, aunque es más entretenido que quitarle la pelusa casi invisible a los
muebles. Eso antes le gustaba un poco, o no le desagradaba tanto, hasta que Albertina le ordenó que 90
volviera a colocar cada adorno en su lugar y ella tuvo que dejar de contentarse con esos cambios de
sitio: el faisán y el loro embalsamados, las canastitas de cerámica, los arreglos de flores secas, los
portarretratos con las fotos de cumpleaños, cada cosa en el mismo lugar, una vez y otra vez. Que nada
se corra ni un centímetro: para Albertina los adornos tienen raíces. Que nada se tire, que nada varíe de
ubicación. Y ella que ya no pudo seguir jugando con sus improvisaciones decorativas. Al menos
cuando lava el piso puede probar el efecto de distintas sustancias en el agua: un chorro de querosén,
un poco de alcohol, una parte de vinagre, o los desodorantes aromatizados. Lavandina nunca, porque
desinfecta, pero carcome. A ver cuál deja más brillo, cuál más lindo olor: de esas experimentaciones
Albertina jamás se percata, a lo sumo arruga un poco la nariz los días en que el agua tiene demasiado
querosén o las veces en que a ella se le da por mezclar varias cosas y en el aire flota un perfume que
no termina de definir su procedencia.
Hoy hay aroma a lavanda: fue el desodorizante que primero había a mano, y no tuvo ganas de
hurguetear entre los productos de limpieza. Como siempre, le resulta incómodo el largor del palo: le
va demasiado corto. Para los pisos del almacén puede usar uno bien largo, pero imposible en la casa.
Tantos muebles en todos lados, tantas cosas atesoradas, como si en vez de una casa se tratara de un
museo, que hay que andar ingeniándoselas para que el cuerpo y el palo y el trapo se metan por cada
recoveco sin romper nada. Y guay de que quede sin mojar, sin secar y sin abrillantar alguna parte: para
eso Albertina también tiene los ojos baqueanos.
Su Madre a esta hora quizás esté lavando pisos en lo de los Miyard. Pero el piso de los Miyard tiene
más gracia: las botas de Blanco que van y vienen del campo, de la granja o de la huerta traen bastante
mugre. Si la suciedad se ve, luego la limpieza hace la diferencia. Sacar las costras de barro, culebrear
senderos de agua sobre los mosaicos opacados, convertir en superficie brillante a una pátina grasienta.
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Fregar de verdad en vez de simular limpiezas que ya están hechas de antemano. Con la casa de los
Céspedes, tan reluciente y con tres sirvientas, no hay diferencia que pueda detectarse y de la que una
pueda pavonearse". Pero Albertina jamás dejaría entrar a unas botas mugrientas como las de Blanco.
No, ni imaginarlo.
Quién sabe si su Madre estará pensando en lo mismo que ella. Hace meses que vienen discutiendo.
Ella pregunta, dice que quiere saber, y la Madre termina llorando. Antes no había sido así. A los doce
años preguntó por primera vez y la Madre prometió que más adelante se lo diría. Pero ahora tiene
diecisiete y hace mucho que tiene miedo. Miedo de que él sea uno de los clientes del almacén de los
Céspedes y ella lo atienda y le sonría, o que se lo cruce en la calle y le responda al saludo o, lo que es
peor, ella sea la primera en saludarlo.
Anoche la Madre en vez de ponerse a llorar salió con eso de que fuera a preguntarle a la tía Amada.
Ella le contestó que no, que no iba a preguntarle nada a la tía, que necesitaba que ella, la Madre, se lo
dijera de su propia boca.
Un domingo de hace mucho, las amigas de la escuela sacaron el tema. O en realidad, lo sacó, y lo
desplegó, Gisela. Las otras estaban calladas y solo asentían. Eran cuatro, cinco, y estaban
enhorquetadas en los sauces de la laguna de Fellay, en la chacra del abuelo de Gisela. De lejos, las
remeras de colores parecerían grandes claveles del aire prendidos al sauzal. Debe de haber estado por
venirse una tormenta, porque una bandada de aguaciles iba y venía casi rozándolas con sus alas de tul.
Ella dijo que no sabía, que la Madre nunca se lo había dicho. Entonces Gisela volvió a preguntar, y
ella no se acuerda de si las otras asintieron: "¿Y no querés que nosotras averigüemos?".
Tenía doce años pero respondió lo mismo que hubiese respondido ahora, a los diecisiete. Le dijo a
Gisela, y tampoco se acuerda de si ahí las otras asintieron, que les agradecía, pero que quería saberlo 91
por boca de su madre. Nunca más ni Gisela ni ninguna de las otras tocó el tema Y al tiempo se lo
preguntó por primera vez a la Madre.
En esos años ella todavía era capaz de justificarlo. Él se había muerto, él no se había enterado nunca,
él algún día iba a venir, él iba a acudir a rescatarlas. Pero ahora él es su enemigo. No lo perdona, y lo
necesita vivo, pero no para que la salve sino para despreciarlo.
Los brazos se le quedan inmóviles como el pensamiento que acaba de venirle. Su Madre nunca se lo
va a decir. De su Madre no puede esperar otra puerta abierta más que la que abrió anoche.
Hace que el palo le dé los últimos lengüetazos al piso, seca, tira el agua, enjuaga el balde, aunque ya
no está allí. No importa si han quedado partes sin repasar: que la reten, si quieren. Sale disparada a
buscar el bolso de los mandados y a preguntarle a Albertina qué necesita de la panadería.
Las tiras de colores de la cortina de la panadería de Aumenta se bambolean en la brisa de la mañana,
pero ella no las mira, no las ve. Corre, corre, corre, por la vereda, con el bolso vacío flameándole en
zaga. Como un ala sola. Como si a la otra se la hubiesen arrancado de cuajo.
La cocina de la casa de la tía, de tan baja que es, podría ser la casa de un duende. Aun así, si quisiera
tocar el techo, la tía debería estirarse y ponerse en puntas de pie.
Ella se apoya contra el umbral y tuerce el cuerpo hasta acomodarse sin que el cuello se le doble bajo
el techo sin cielorraso. La tía está de espaldas y hace sonar la cuchilla contra la tabla de picar. Hay
acidez de cebollas en el aire. La radio está encendida: a esa hora la locutora lee los obituarios; antes
del almuerzo hay que saberse los muertos de cada pueblo.
La pregunta sale rápido, como si las palabras quisieran huir hacia alguna parte, y los ojos de la tía, que
apenas ha tenido tiempo de abandonar la cuchilla y las rebanadas de cebolla sobre la tabla y de darse
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vuelta y quedarse mirándola con las manos restregándose contra los costados del vestido, se inundan
de tristeza.
Los ojos de la tía se agrandaban y se llenaban de luces cuando se ponía a contar del basilisco. Se
sentaban las dos por las mañanas bien arrimadas al calentador a querosén que ahora está ahí, apagado
en un rincón de la cocina.
-Hay que andarse con cuidado, Lelén-decía la tía con su boca risueña. Y le contaba que el basilisco
anida en los huevos de las gallinas.
-Nunca lo vayas a mirar a los ojos si te lo encontrás alguna vez. Te vas a morir si haces eso.
La tía algún día iba a llenar la casa de espejos. Mandaría poner en todas las paredes unos enormes
como ventanas en vez de solo ese redondo del tamaño de un plato con marcos de plástico que usa para
maquillarse y peinarse, para que el basilisco al verse reflejado se muriera.
-Es tan horrible el basilisco que ni él aguanta mirarse -decía.
La tía siempre estaba atenta a los huevos y si aparecía alguno sospechoso lo prendía fuego.
-Pero uno nunca sabe-susurraba en esas mañanas mientras los dedos hábiles armaban sus cigarrillitos.
Ahora los ojos de la tía están tristes, y se han agrandado como flores oscuras en su rostro de talco:
Lelén se mira y se descubre repetida en ellos, ve su silueta, su cuerpo recostado y su cabeza ladeada
contra el marco de la puerta.
Sigot, Belén. Entre las chircas, Buenos Aires, La colección, 2017, edición digital.
BIOGRAFÍA
Belén Sigot
(1979) 92
Nació en Pronunciamiento (Entre Ríos), pero actualmente vive en la ciudad de Concepción del
Uruguay. Es profesora de literatura y escritora. Como narradora publicó, en 2017, Entre las chircas,
un libro digital. Se trata de una serie de relatos cortos, que se pueden leer de manera individual, pero
en conjunto conforman una novela que se desarrolla en un ámbito rural.
En 2018, Sigot publicó Vacas, una novela breve entre el realismo y el fantástico, que le valió el
primer premio en el Concurso Regional de Nouvelle de la Editorial Municipal de Rosario.
Pájaros en la boca
Apagué el televisor y miré por la ventana. El auto de Silvia estaba estacionado frente a la casa, con las
balizas puestas. Pensé si había alguna posibilidad real de no atender, pero el timbre volvió a sonar: ella
sabía que yo estaba en casa. Fui hasta la puerta y abrí.
-Silvia -dije.
-Hola -dijo ella, y entró sin que yo alcanzara a decir nada. Tenemos que hablar.
Señaló el sillón y yo obedecí, porque a veces, cuando el pasado toca a la puerta y me trata como hace
cuatro años atrás, sigo siendo un imbécil.
-No va a gustarte. Es... Es fuerte-miró su reloj- Es sobre Sara.
-Siempre es sobre Sara -dije.
-Vas a decir que exagero, que soy una loca, todo ese asunto. Pero hoy no hay tiempo. Te venís a casa
ahora mismo, esto tenés que verlo con tus propios ojos.
- ¿Qué pasa?
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Por fuera la casa se veía como siempre, con el césped recién cortado y las azaleas de Silvia colgando
de los balcones del primer piso. Cada uno bajó de su auto y entramos sin hablar. Sara estaba en el
sillón. Aunque ya había terminado las clases por ese año, llevaba puesto el jumper de la secundaria,
que le quedaba como a esas colegialas porno de las revistas. Estaba sentada con la espalda recta, las
rodillas juntas y las manos sobre las rodillas, concentrada en algún punto de la ventana o del jardín,
como si estuviera haciendo uno de esos ejercicios de yoga de la madre. Me di cuenta de que, aunque
siempre había sido más bien pálida y flaca, se la veía rebosante de salud. Sus piernas y sus brazos
parecían más fuertes, como si hubiera estado haciendo ejercicio unos cuantos meses. El pelo le brillaba
tenía un leve rosado en los cachetes, como pintado pero real. Cuando me vio entrar sonrió y dijo:
-Hola, papá.
Mi nena era realmente una dulzura, pero dos palabras alcanzaban para entender que algo estaba mal
en esa chica, algo seguramente relacionado con la madre. A veces pienso que quizá debí habérmela
llevado conmigo, pero casi siempre pienso que no. A unos metros del televisor, junto a la ventana,
había una jaula. Era una jaula para pájaros de unos setenta, ochenta centímetros-, colgaba del techo,
vacía.
- ¿Qué es eso?
-Una jaula -dijo Sara, y sonrió.
Silvia me hizo una seña para que la siguiera a la cocina. Fuimos hasta el ventanal y ella se volvió para 93
verificar que Sara no nos escuchara. Seguía erguida en el sillón, mirando hacia la calle, como si nunca
hubiéramos llegado. Silvia me habló en voz baja.
-Mirá, vas a tener que tomarte esto con calma.
-Dejame de joder, ¿qué pasa?
-La tengo sin comer desde ayer.
- ¿Me estás cargando?
-Para que lo veas con tus propios ojos.
-Aha... ¿estás loca?
Dijo que volviéramos al living y me señaló el sillón. Me senté frente a Sara. Silvia salió de la casa y
la vimos cruzar el ventanal y entrar al garaje.
- ¿Qué le pasa a tu madre?
Sara levantó los hombros, dando a entender que no lo sabía. Su pelo negro y lacio estaba atado en una
cola de caballo, con un flequillo que le llegaba casi hasta los ojos. Silvia volvió con una caja de zapatos.
La traía derecha, con ambas manos, como si se tratara de algo delicado. Fue hasta la jaula, la abrió,
sacó de la caja un gorrión muy pequeño, del tamaño de una pelota de golf, lo metió dentro de la jaula
y la cerró. Tiró la caja al piso y la hizo a un lado de una patada, junto a otras nueve o diez cajas similares
que se iban sumando bajo el escritorio. Entonces Sara se levantó, su cola de caballo brilló a un lado y
otro de su nuca, y fue hasta la jaula dando un salto paso de por medio, como hacen las chicas que
tienen cinco años menos que ella. De espaldas a nosotros, poniéndose en puntas de pie, abrió la jaula
y sacó el pájaro. No pude ver qué hizo. El pájaro chilló y ella forcejeó un momento, quizá porque el
pájaro intentó escaparse. Silvia se tapó la boca con la mano. Cuando Sara se volvió hacia nosotros el
pájaro ya no estaba. Tenía la boca, la nariz, el mentón y las dos manos manchadas de sangre. Sonrió
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avergonzada, su boca gigante se arqueó y se abrió, y sus dientes rojos me obligaron a levantarme de
un salto. Corrí hasta el baño, me encerré y vomité en el inodoro. Pensé que Silvia me seguiría y
empezaría con las culpas y las directivas desde el otro lado de la puerta, pero no lo hizo. Me lavé la
boca y la cara, y me quedé escuchando frente al espejo. Bajaron algo pesado del piso de arriba.
Abrieron y cerraron algunas veces la puerta de entrada. Sara preguntó si podía llevar con ella la foto
de la repisa. Cuando Silvia contestó que sí, su voz ya estaba lejos. Abrí la puerta tratando de no hacer
ruido, y me asomé al pasillo. La puerta principal estaba abierta de par en par y Silvia cargaba la jaula
en el asiento trasero de mi coche. Di unos pasos, con la intención de salir de la casa gritándoles unas
cuantas cosas, pero Sara salió de la cocina hacia la calle y me detuve en seco para que no me viera. Se
dieron un abrazo. Silvia la besó y la metió en el asiento de acompañante. Esperé a que volviera y
cerrara la puerta.
- ¿Qué mierda...?
-Te la llevás-fue hasta el escritorio y empezó a aplastar y doblar las cajas vacías.
- ¡Dios santo, Silvia, tu hija come pájaros!
-No puedo más.
- ¡Come pájaros! ¿La hiciste ver? ¿Qué mierda hace con los huesos?
Silvia se quedó mirándome, desconcertada.
-Supongo que los traga también. No sé si los pájaros...-dijo y se quedó mirándome.
-No puedo llevármela.
-Si se queda me mato. Me mato yo y antes la mato a ella.
- ¡Come pájaros!
Silvia fue hasta el baño y se encerró. Miré hacia afuera, a través del ventanal. Sara me saludó 94
alegremente desde el auto. Traté de serenarme. Pensé en cosas que me ayudaran a dar algunos pasos
torpes hacia la puerta, rezando porque ese tiempo alcanzara para volver a ser un ser humano común y
corriente, un tipo pulcro y organizado capaz de quedarse diez minutos de pie en el supermercado frente
a la góndola de enlatados, corroborando que las arvejas que se está llevando son las más adecuadas.
Pensé en cosas como que si se sabe de personas que comen personas entonces comer pájaros vivos no
estaba tan mal. También que desde un punto de vista naturista es más sano que la droga, y desde el
social, más fácil de ocultar que un embarazo a los trece. Pero creo que hasta la manija del coche seguí
repitiéndome come pájaros, come pájaros, come pájaros, y así.
Llevé a Sara a casa. No dijo nada en el viaje y cuando llegamos bajó sola sus cosas. Su jaula, su valija
-que habían guardado en el baúl-, y cuatro cajas de zapatos como la que Silvia había traído del garaje.
No pude ayudarla con nada. Abrí la puerta y ahí esperé a que ella fuera y viniera con todo. Cuando
entramos le indiqué que podía usar el cuarto de arriba. Después de que se instaló, la hice bajar y
sentarse frente a mí, en la mesa del comedor. Preparé dos cafés pero Sara hizo a un lado su taza y dijo
que no tomaba infusiones.
-Comés pájaros, Sara -dije.
-Sí, papá.
Me acordé de Sara a los cinco años, sentada a la mesa con nosotros, llegando apenas a su plato,
devorando fanáticamente una calabaza, y pensé que, de alguna forma, solucionaríamos el problema.
Pero cuando la Sara que tenía frente a mí volvió a sonreír, y me pregunté qué se sentiría tragar algo
caliente y en movimiento, algo lleno de plumas y patas en la boca, me tapé con la mano, como hacía
Silvia, y la dejé sola frente a los dos cafés, intactos.
Pasaron tres días. Sara estaba casi todo el tiempo en el living, erguida en el sillón con las rodillas juntas
y las manos sobre las rodillas. Yo salía temprano al trabajo y me aguantaba las horas consultando en
Internet infinitas combinaciones de las palabras "pájaro", "crudo", "cura", "adopción", sabiendo que
ella seguía sentada ahí, mirando hacia el jardín durante horas. Cuando entraba a la casa, alrededor de
las siete, y la veía tal cual la había imaginado durante todo el día, se me erizaban los pelos de la nuca
y me daban ganas de salir y dejarla encerrada dentro con llave, herméticamente encerrada, como esos
insectos que se cazan de chico y se guardan en frascos de vidrio hasta que el aire se acaba. ¿Podía
hacerlo? Una vez vi en el circo a una mujer barbuda que se llevaba ratones a la boca. Los retenía un
rato, con la cola moviéndosele entre los labios cerrados, mientras caminaba frente al público sonriendo
y llevando los ojos hacia arriba, como si eso le diera un gran placer. Ahora pensaba en esa mujer casi
todas las noches, dando vueltas en la cama sin poder dormir, considerando la posibilidad de internar a
Sara en un centro psiquiátrico. Quizá podría visitarla una o dos veces por semana. Podríamos turnarnos
con Silvia. Pensé en esos casos en que los médicos sugieren cierto aislamiento del paciente, alejarlo
de la familia por unos meses. Quizás era una buena opción para todos, pero no estaba seguro de que
Sara pudiera sobrevivir en un lugar así. O sí. En cualquier caso, su madre no lo permitiría. O sí. No
podía decidirme. 95
Al cuarto día Silvia vino a vernos. Trajo cinco cajas de zapatos que dejó junto a la puerta de entrada,
del lado de adentro. Ninguno de los dos dijo nada al respecto. Preguntó por Sara y le señalé el cuarto
de arriba. Cuando bajó, le ofrecí café. Lo tomamos en el living, en silencio. Estaba pálida y las manos
le temblaban tanto que hacía tintinear la vajilla cada vez que volvía a apoyar la taza sobre el plato.
Cada uno sabía lo que pensaba el otro. Yo podía decir "esto es culpa tuya, esto es lo que lograste", y
ella podía decir algo absurdo como "esto pasa porque nunca le prestaste atención". Pero la verdad es
que ya estábamos muy cansados.
-Yo me encargo de esto -dijo Silvia antes de salir, señalando las cajas de zapatos. No dije nada, pero
se lo agradecí profundamente.
En el supermercado la gente cargaba sus changos de cereales, dulces, verduras, carnes y lácteos. Yo
me limitaba a mis enlatados y hacía la cola en silencio. Iba dos o tres veces por semana. A veces,
aunque no tuviera nada que comprar, pasaba antes de volver a casa. Tomaba un chango y recorría las
góndolas pensando en qué es lo que podía estar olvidándome. A la noche mirábamos juntos la
televisión. Sara erguida, sentada en su esquina del sillón, yo en la otra punta, espiándola cada tanto
para ver si seguía la programación o ya estaba otra vez con los ojos clavados en el jardín. Yo preparaba
comida para dos y la llevaba al living en dos bandejas. Dejaba la de Sara frente a ella, y ahí quedaba.
Ella esperaba a que yo empezara a comer y entonces decía:
-Permiso, papá.
Se levantaba, subía a su cuarto y cerraba la puerta con delicadeza. La primera vez bajé el volumen del
televisor y esperé en silencio. Se escuchó un chillido agudo y corto. Unos segundos después las canillas
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del baño y el agua corriendo. A veces bajaba unos minutos después, perfectamente peinada y serena.
Otras veces se duchaba y bajaba directamente en pijama.
Sara no quería salir. Estudiando su comportamiento pensé que quizá sufría algún principio de
agorafobia. A veces sacaba una silla al jardín e intentaba convencerla de salir un rato. Pero era inútil.
Conservaba sin embargo una piel radiante de energía y se la veía cada vez más hermosa, como si se
pasara el día haciendo ejercicios bajo el sol. Cada tanto, haciendo mis cosas, encontraba una pluma.
En el piso junto a la puerta del comedor, detrás de la lata de café, entre los cubiertos, todavía húmeda
en la pileta del baño. Las recogía, cuidando de que ella no me viera haciéndolo, y las tiraba por el
inodoro. A veces me quedaba mirando cómo se iban con el agua. A veces el inodoro volvía a llenarse,
el agua se aquietaba, como un espejo otra vez, y yo todavía seguía ahí mirando, pensando en si sería
necesario volver al supermercado, en si realmente se justificaba llenar los changos de tanta basura,
pensando en Sara, en qué es lo que habría en el jardín.
Una tarde Silvia llamó para avisar que estaba en cama, con una gripe feroz. Dijo que no podía
visitarnos. Me preguntó si me arreglaría sin ella y entonces entendí que no poder visitamos significaba
que no podría traer más cajas. Le pregunté si tenía fiebre, si estaba comiendo bien, si la había visto un
médico, y cuando la tuve lo suficientemente ocupada en sus respuestas dije que tenía que cortar y corté.
El teléfono volvió a sonar, pero no atendí. Miramos televisión. Cuando traje mi comida Sara no se
levantó para ir a su cuarto. Miró el jardín hasta que terminé de comer, y sólo entonces volvió al
programa que estábamos mirando.
Al día siguiente, antes de volver a casa, pasé por el supermercado. Puse algunas cosas en mi chango,
lo de siempre. Paseé entre las góndolas como si hiciera un reconocimiento del súper por primera vez. 96
Me detuve en la sección de mascotas, donde había comida para perros, gatos, conejos, pájaros y peces.
Levanté algunos alimentos para ver de qué se trataban. Leí con qué estaban hechos, las calorías que
aportaban y las medidas que se recomendaban para cada raza, peso y edad. Después fui a la sección
de jardinería, donde sólo había plantas con o sin flor, macetas y tierra, así que volví otra vez a la
sección mascotas y me quedé ahí pensando en qué iba a hacer después. La gente llenaba sus changos
y se movía esquivándome. Anunciaron en los altoparlantes la promoción de lácteos por el día de la
madre y pasaron un tema melódico sobre un tipo que estaba lleno de mujeres pero extrañaba a su
primer amor, hasta que finalmente empujé el chango y volví a la sección de enlatados.
Esa noche Sara tardó en dormirse. Mi cuarto estaba bajo el suyo, y la escuché en el techo caminar
nerviosa, acostarse, volver a levantarse. Me pregunté en qué condiciones estaría el cuarto, no había
subido desde que ella había llegado, quizás el sitio era un verdadero desastre, un corral lleno de mugre
y plumas.
La tercera noche después del llamado de Silvia, antes de volver a casa, me detuve a ver las jaulas de
pájaros que colgaban de los toldos de una veterinaria. Ninguno se parecía al gorrión que había visto
en la casa de Silvia. Eran de colores, y en general un poco más grandes. Estuve ahí un rato, hasta que
un vendedor se acercó a preguntarme si estaba interesado en algún pájaro. Dije que no, que de ninguna
manera, que sólo estaba mirando. Se quedó cerca, moviendo cajas, mirando hacia la calle, después
entendió que realmente no compraría nada, y regresó al mostrador. En casa Sara esperaba en el sillón,
erguida en su ejercicio de yoga. Nos saludamos.
-Hola, Sara.
-Hola, papá.
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Estaba perdiendo sus cachetes rosados y ya no se la veía tan bien como en los días anteriores. Preparé
mi comida, me senté en el sillón y encendí el televisor. Después de un rato Sara dijo:
-Papi...
Tragué lo que estaba masticando y bajé el volumen, dudando de que realmente me hubiera hablado,
pero ahí estaba, con las rodillas juntas y las manos sobre las rodillas, mirándome.
- ¿Qué? -dije.
- ¿Me querés?
Hice un gesto con la mano, acompañado de un asentimiento. Todo en su conjunto significaba que sí,
que por supuesto. Era mi hija, ¿no? Y aun así, por las dudas, pensando sobre todo en lo que mi ex
mujer hubiera considerado "lo correcto", dije:
-Sí, mi amor. Claro.
Y entonces Sara sonrió, una vez más, y miró el jardín durante el resto del programa.
Volvimos a dormir mal, ella paseando de un lado al otro de la habitación, yo dando vueltas en mi cama
hasta que me quedé dormido. A la mañana siguiente llamé a Silvia. Era sábado, pero no atendía el
teléfono. Llamé más tarde, y cerca del mediodía también. Dejé un mensaje, pero no contestó. Sara
estuvo toda la mañana sentada en el sillón, mirando hacia el jardín. Tenía el pelo un poco desarreglado
y ya no se sentaba tan erguida, parecía muy cansada. Le pregunté si estaba bien y dijo:
-Sí, papá.
- ¿Por qué no salís un poco al jardín?
-No, papá.
Pensando en la conversación de la noche anterior se me ocurrió que podría preguntarle si me quería,
pero enseguida me pareció una estupidez. Volví a llamar a Silvia. En voz baja, cuidando de que Sara 97
no me escuchara dije en el contestador:
-Es urgente, por favor.
Esperamos sentados cada uno en su sillón, con el televisor encendido. Unas horas más tarde Sara dijo:
-Permiso, papá.
Se encerró en su cuarto. Apagué el televisor para escuchar mejor: Sara no hizo ningún ruido. Decidí
que llamaría a Silvia una vez más pero levanté el tubo, escuché el tono y corté. Fui con el auto hasta
la veterinaria, busqué al vendedor y le dije que necesitaba un pájaro chico, el más chico que tuviera.
El vendedor abrió un catálogo de fotografías y dijo que los precios y la alimentación variaban de una
especie a la otra.
--¿Le gustan los exóticos o prefiere algo más hogareño?
Golpeé la mesada con la palma de la mano. Algunas cosas saltaron sobre el mostrador y el vendedor
se quedó en silencio, mirándome. Señalé un pájaro chico, oscuro, que se movía nervioso de un lado a
otro de su jaula. Me cobraron ciento veinte pesos y me lo entregaron en una caja cuadrada de cartón
verde, con pequeños orificios calados alrededor, una bolsa gratis de alpiste que no acepté y un folleto
del criadero con la foto del pájaro en el frente.
Cuando volví Sara seguía encerrada. Por primera vez desde que ella estaba en casa, subí y entré al
cuarto. Estaba sentada en la cama frente a la ventana abierta. Me miró, pero ninguno de los dos dijo
nada. Se la veía tan pálida que parecía enferma. El cuarto estaba limpio y ordenado, la puerta del baño
entornada. Había unas veinte cajas de zapatos sobre el escritorio, pero desarmadas -de modo que no
ocuparan tanto espacio- y apiladas prolijamente unas sobre otras. La jaula colgaba vacía cerca de la
ventana. En la mesita de luz, junto al velador, el portarretrato que se había llevado de la casa de su
madre. El pájaro se movió y sus patas se escucharon sobre el cartón, pero Sara permaneció inmóvil.
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Dejé la caja sobre el escritorio y, sin decir nada, salí del cuarto y cerré la puerta. Entonces me di cuenta
de que no me sentía bien. Me apoyé en la pared para descansar un momento. Miré el folleto del
criadero, que todavía llevaba en la mano. En el reverso había información acerca del cuidado del pájaro
y sus ciclos de procreación. Resaltaban la necesidad de la especie de estar en pareja en los períodos
cálidos y las cosas que podían hacerse para que los años de cautiverio fueran lo más amenos posible.
Escuché un chillido breve, y después la canilla de la pileta del baño. Cuando el agua empezó a correr
me sentí un poco mejor y supe que, de alguna forma, me las ingeniaría para bajar las escaleras.
Schweblin, Samanta. Pájaros en la boca, Buenos Aires, Emecé, 2012, pp. 67-84.
BIOGRAFÍA
Samanta Schweblin
(1978)
Nació en la ciudad de Buenos Aires. Cuando terminó la secundaria, estudió la carrera de Diseño de
Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires. Su gusto por la escritura, junto con su capacidad
para contar historias de tono realista que toman un giro fantástico la hicieron merecedora de premios
y reconocimientos literarios en todo el mundo. En 2002, publicó El núcleo del disturbio, por el que
recibió el primer premio del Fondo Nacional de las Artes. Unos años más tarde, en 2009, se publicó
su segundo libro de relatos, Pájaros en la boca. Con esta obra, obtuvo el reconocimiento de Casa de
las Américas. Ha publicado un tercer libro de cuentos, Siete casas vacías (2015), y las novelas
Distancia de rescate (2014) y Kentukis (2018).
Sus obras fueron traducidas a más de veinte idiomas y a través de las becas que las fundaciones
artísticas brindan a los escritores tuvo la oportunidad de vivir brevemente en México, Italia y China y 98
también de viajar a Alemania, donde reside desde 2012. En Twitter, su cuenta es @sschweblin
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o como me salga,
como me puedan el deseo y las fuckin’ ganas.
Mi derecho a explorarme,
a reinventarme,
a hacer de mi mutar mi noble ejercicio.
A veranearme, otoñarme, invernarme:
las hormonas,
las ideas,
las cachas,
y toda el alma.
Ámen.
Susy Shock, Reivindico mi derecho a ser un monstruo
Contenido
Contrato pedagógico .................................................................................................................................. 2
PROGRAMA ............................................................................................................................................ 3
UNIDAD 1: ............................................................................................................................................... 4
TEMA 1: Textos literarios: especificidad del lenguaje literario y concepto de literatura. ............................. 5
¿Para qué sirve la ficción? ...................................................................................................................... 5
¡Reflexionemos! .................................................................................................................................. 10
TEMA 2: Textos no literarios: expositivos y argumentativos. ................................................................... 11
Texto expositivo – explicativo. Prof. Liliana Scalia .................................................................................. 11
Características generales ...................................................................................................................... 11
Tipos de estructura de textos expositivos: la organización de la información......................................... 13
Recursos explicativos........................................................................................................................... 13
Lea el siguiente texto ........................................................................................................................... 14
Actividades de lectura .......................................................................................................................... 15
Texto Argumentativo. Prof Liliana Scalia................................................................................................. 16
Estructura general ................................................................................................................................ 16
Presencia del enunciador y de lenguaje subjetivo.................................................................................. 16
Estrategias argumentativas ................................................................................................................... 17 103
Producción de un texto argumentativo .................................................................................................. 17
TEMA 3: LITERATURA NEOCLÁSICA ............................................................................................... 24
¿Qué es la patria? ................................................................................................................................. 24
Oid, mortales, el grito sagrado.............................................................................................................. 24
Contexto histórico-cultural................................................................................................................... 25
El Neoclasicismo en América: autores y obras...................................................................................... 25
Características del neoclasicismo hispanoamericano............................................................................. 26
Actividades 1 ........................................................................................................................................... 27
Actividades 2 ........................................................................................................................................... 27
Trabajo Práctico de El himno nacional argentino ...................................................................................... 28
UNIDAD 2: Literatura argentina del siglo XIX ........................................................................................ 30
LITERATURA ROMÁNTICA ................................................................................................................ 31
¿Qué fue el Romanticismo?.................................................................................................................. 31
La novela social y política y la novela sentimental................................................................................ 32
El matadero, de Esteban Echeverría.......................................................................................................... 34
El matadero.............................................................................................................................................. 34
Trabajo Práctico de El matadero de Esteban Echeverría............................................................................ 45
La escritura como medio y arma de combate ............................................................................................ 46
COLEGIO MODELO - LENGUA Y LITERATURA III- Curso: 6º año
Profesoras: Gabriela Quiroga y Paula Heredia Año: 2024
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