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Misal Romano

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19.

Aunque en algunas ocasiones no se


puede tener la presencia y la
participación activa de los fieles, las
cuales manifiestan más claramente la
naturaleza eclesial de la acción
sagrada,[29] la celebración eucarística
siempre está dotada de su eficacia y
dignidad, ya que es un acto de Cristo y de
la Iglesia, en el cual el sacerdote lleva a
cabo su principal ministerio y obra
siempre por la salvación del pueblo.

20. Puesto que la celebración de la


Eucaristía, como toda la Liturgia, se
realiza por medio de signos sensibles,
por los cuales se alimenta, se robustece
y se expresa la fe, [31] procúrese al
máximo seleccionar y ordenar aquellas
formas y elementos propuestos por la
Iglesia que, teniendo en cuenta las
circunstancias de personas y lugares,
favorezcan mejor la participación activa y
plena, y respondan más idóneamente al
aprovechamiento espiritual de los fieles.
24. Estas adaptaciones, que consisten
solamente en la elección de algunos ritos
o textos, es decir, de cantos, lecturas,
oraciones, moniciones y gestos, para que
respondan mejor a las necesidades, a la
preparación y a la índole de los
participantes, se encomiendan a cada
sacerdote celebrante. Sin embargo,
recuerde el sacerdote que él es servidor
de la Sagrada Liturgia y que a él no le
está permitido agregar, quitar o cambiar
algo por su propia iniciativa [34] en la
celebración de la Misa.

29. Cuando se leen las sagradas


Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla
a su pueblo, y Cristo, presente en su
palabra, anuncia el Evangelio.
Por eso las lecturas de la Palabra de
Dios, que proporcionan a la Liturgia un
elemento de máxima importancia, deben
ser escuchadas por todos con
veneración. Aunque la palabra divina en
las lecturas de la sagrada Escritura se
dirija a todos los hombres de todos los
tiempos y sea inteligible para ellos, sin
embargo, su más plena inteligencia y
eficacia se favorece con una explicación
viva, es decir, con la homilía, que viene
así a ser parte de la acción litúrgica.[42]

31. También corresponde al sacerdote


que ejerce el ministerio de presidente de
la asamblea congregada, hacer algunas
moniciones previstas en el mismo rito.
Donde las rúbricas lo determinan, está
permitido al celebrante adaptarlas hasta
cierto grado para que respondan a la
capacidad de los participantes; procure,
sin embargo, el sacerdote conservar
siempre el sentido de las moniciones que
se proponen en el Misal y expresarlo en
pocas palabras. Al sacerdote que preside
le compete también moderar la Palabra
de Dios y dar la bendición final. A él,
además, le está permitido introducir a los
fieles, con brevísimas palabras, a la Misa
del día, después del saludo inicial y antes
del rito penitencial;
a la Liturgia de la Palabra, antes de las
lecturas;
a la Plegaria Eucarística, antes del
Prefacio, pero nunca dentro de la misma
Plegaria; e igualmente, dar por concluida
toda la acción sagrada, antes de la
despedida.
32. La naturaleza de las partes
“presidenciales” exige que se pronuncien
con voz clara y alta, y que todos las
escuchen con atención. [44] Por
consiguiente, mientras el sacerdote las
dice, no se tengan cantos ni oraciones y
callen el órgano y otros instrumentos
musicales.
34. Ya que por su naturaleza la
celebración de la Misa tiene carácter
“comunitario”[45], los diálogos entre el
celebrante y los fieles congregados, así
como las aclamaciones, tienen una gran
importancia[46], puesto que no son sólo
señales exteriores de una celebración
común, sino que fomentan y realizan la
comunión entre el sacerdote y el pueblo.
Las maneras de pronunciar los
diversos textos
38. En los textos que han de
pronunciarse en voz alta y clara, sea por
el sacerdote o por el diácono, o por el
lector, o por todos, la voz debe responder
a la índole del respectivo texto, según
éste sea una lectura, oración, monición,
aclamación o canto; como también a la
forma de la celebración y de la
solemnidad de la asamblea. Además,
téngase en cuenta la índole de las
diversas lenguas y la naturaleza de los
pueblos.
En las rúbricas y en las normas que
siguen, los verbos “decir” o “pronunciar”,
deben entenderse, entonces, sea del
canto, sea de la lectura en voz alta,
observándose los principios arriba
expuestos.

43. Los fieles están de pie desde el


principio del canto de entrada, o bien,
desde cuando el sacerdote se dirige al
altar, hasta la colecta inclusive;
al canto del Aleluya antes del Evangelio;
durante la proclamación del Evangelio;
mientras se hacen la profesión de fe y
la oración universal;
además desde la invitación Oren,
hermanos, antes de la oración sobre las
ofrendas, hasta el final de la Misa,
excepto lo que se dice más abajo.
En cambio, estarán sentados mientras se
proclaman las lecturas antes del
Evangelio y el salmo responsorial;
durante la homilía y mientras se hace la
preparación de los dones para el
ofertorio; también, según las
circunstancias, mientras se guarda el
sagrado silencio después de la
Comunión.
Por otra parte, estarán de rodillas, a no
ser por causa de salud, por la estrechez
del lugar, por el gran número de
asistentes o que otras causas razonables
lo impidan, durante la consagración. Pero
los que no se arrodillen para la
consagración, que hagan inclinación
profunda mientras el sacerdote hace la
genuflexión después de la consagración.
Sin embargo, pertenece a la Conferencia
Episcopal adaptar los gestos y las
posturas descritos en el Ordinario de la
Misa a la índole y a las tradiciones
razonables de los pueblos, según la
norma del derecho.[53] Pero préstese
atención a que respondan al sentido y la
índole de cada una de las partes de la
celebración. Donde existe la costumbre
de que el pueblo permanezca de rodillas
desde cuando termina la aclamación del
“Santo” hasta el final de la Plegaria
Eucarística y antes de la Comunión
cuando el sacerdote dice “Éste es el
Cordero de Dios”, es laudable que se
conserve.
Para conseguir esta uniformidad en los
gestos y en las posturas en una misma
celebración, obedezcan los fieles a las
moniciones que hagan el diácono o el
ministro laico, o el sacerdote, de acuerdo
con lo que se establece en el Misal.

58. En la celebración de la Misa con el


pueblo, las lecturas se proclamarán
siempre desde el ambón.
59. Según la tradición, el servicio de
proclamar las lecturas no es presidencial,
sino ministerial. Por consiguiente, que las
lecturas sean proclamadas por un lector;
en cambio, que el diácono, o estando
éste ausente, otro sacerdote, anuncie el
Evangelio. Sin embargo, si no está
presente un diácono u otro sacerdote,
corresponde al mismo sacerdote
celebrante leer el Evangelio; y si no se
encuentra presente otro lector idóneo, el
sacerdote celebrante proclamará
también las lecturas.
Después de cada lectura, el lector
propone una aclamación, con cuya
respuesta el pueblo congregado tributa
honor a la Palabra de Dios recibida con
fe y con ánimo agradecido.

almo responsorial
61. Después de la primera lectura, sigue
el salmo responsorial, que es parte
integral de la Liturgia de la Palabra y en
sí mismo tiene gran importancia litúrgica
y pastoral, ya que favorece la meditación
de la Palabra de Dios.
El salmo responsorial debe corresponder
a cada una de las lecturas y se toma
habitualmente del leccionario.
Conviene que el salmo responsorial sea
cantado, al menos la respuesta que
pertenece al pueblo. Así pues, el salmista
o el cantor del salmo, desde el ambón o
en otro sitio apropiado, proclama las
estrofas del salmo, mientras que toda la
asamblea permanece sentada, escucha
y, más aún, de ordinario participa por
medio de la respuesta, a menos que el
salmo se proclame de modo directo, es
decir, sin respuesta. Pero, para que el
pueblo pueda unirse con mayor facilidad
a la respuesta salmódica, se escogieron
unos textos de respuesta y unos de los
salmos, según los distintos tiempos del
año o las diversas categorías de Santos,
que pueden emplearse en vez del texto
correspondiente a la lectura, siempre que
el salmo sea cantado. Si el salmo no
puede cantarse, se proclama de la
manera más apta para facilitar la
meditación de la Palabra de Dios.
En vez del salmo asignado en el
leccionario, puede también cantarse el
responsorio gradual tomado del Gradual
Romano, o el salmo responsorial o
aleluyático tomado del Gradual Simple,
tal como se presentan en esos libros.

Aclamación antes de la lectura del


Evangelio
62. Después de la lectura, que precede
inmediatamente al Evangelio, se canta
el Aleluya u otro canto determinado por
las rúbricas, según lo pida el tiempo
litúrgico. Esta aclamación constituye por
sí misma un rito, o bien un acto, por el que
la asamblea de los fieles acoge y saluda
al Señor, quien le hablará en el
Evangelio, y en la cual profesa su fe con
el canto. Se canta estando todos de
pie, iniciándolo los cantores o el
cantor, y si fuere necesario, se repite,
pero el versículo es cantado por los
cantores o por un cantor.
a) El Aleluya se canta en todo tiempo,
excepto durante la Cuaresma. Los
versículos se toman del leccionario o del
Gradual.
b) En tiempo de Cuaresma, en vez
del Aleluya, se canta el versículo antes
del Evangelio que aparece en el
leccionario. También puede cantarse otro
salmo u otra selección (tracto), según se
encuentra en el Gradual.
63. Cuando hay solo una lectura antes
del Evangelio:
a) En el tiempo en que debe
decirse Aleluya, puede tomarse o el
salmo aleluyático o el salmo y
el Aleluya con su versículo.
b) En el tiempo en que no debe
decirse Aleluya, puede tomarse o el
salmo y el versículo antes del Evangelio,
o solamente el salmo..
c) El Aleluya o el versículo antes del
Evangelio, si no se canta, puede omitirse.
64. La Secuencia, que sólo es obligatoria
los días de Pascua y de Pentecostés, se
canta antes del Aleluya.
Homilía
65. La homilía es parte de la Liturgia y es
muy recomendada, [63] pues es
necesaria para alimentar la vida cristiana.
Conviene que sea una explicación o de
algún aspecto de las lecturas de la
Sagrada Escritura, o de otro texto del
Ordinario, o del Propio de la Misa del día,
teniendo en cuenta, sea el misterio que
se celebra, sean las necesidades
particulares de los oyentes.[64]
66. La homilía la hará de ordinario el
mismo sacerdote celebrante, o éste se la
encomendará a un sacerdote
concelebrante, o alguna vez, según las
circunstancias, también a un diácono,
pero nunca a un laico.[65] En casos
especiales, y por justa causa, la homilía
puede hacerla también el Obispo o el
presbítero que esté presente en la
celebración sin que pueda concelebrar.
Los domingos y las fiestas del precepto
debe tenerse la homilía en todas las
Misas que se celebran con asistencia del
pueblo y no puede omitirse sin causa
grave, por otra parte, se recomienda
tenerla todos días especialmente en las
ferias de Adviento, Cuaresma y durante
el tiempo pascual, así como también en
otras fiestas y ocasiones en que el pueblo
acude numeroso a la Iglesia.[66]
Es conveniente que se guarde un breve
espacio de silencio después de la
homilía.
Profesión de fe
67. El Símbolo o Profesión de Fe, se
orienta a que todo el pueblo reunido
responda a la Palabra de Dios anunciada
en las lecturas de la Sagrada Escritura y
explicada por la homilía. Y para que sea
proclamado como regla de fe, mediante
una fórmula aprobada para el uso
litúrgico, que recuerde, confiese y
manifieste los grandes misterios de la fe,
antes de comenzar su celebración en la
Eucaristía.
68. El Símbolo debe ser cantado o
recitado por el sacerdote con el pueblo
los domingos y en las solemnidades;
puede también decirse en celebraciones
especiales más solemnes.
Si se canta, lo inicia el sacerdote, o según
las circunstancias, el cantor o los
cantores, pero será cantado o por todos
juntamente, o por el pueblo alternando
con los cantores.
Si no se canta, será recitado por todos en
conjunto o en dos coros que se alternan.
Oración universal
69. En la oración universal, u oración de
los fieles, el pueblo responde en cierto
modo a la Palabra de Dios recibida en la
fe y, ejercitando el oficio de su sacerdocio
bautismal, ofrece súplicas a Dios por la
salvación de todos. Conviene que esta
oración se haga de ordinario en las Misas
con participación del pueblo, de tal
manera que se hagan súplicas por la
santa Iglesia, por los gobernantes, por los
que sufren diversas necesidades y por
todos los hombres y por la salvación de
todo el mundo.[67]
70. Las serie de intenciones de ordinario
será:
a) Por las necesidades de la Iglesia.
b) Por los que gobiernan y por la
salvación del mundo.
c) Por los que sufren por cualquier
dificultad.
d) Por la comunidad local.
Sin embargo, en alguna celebración
particular, como la Confirmación, el
Matrimonio o las Exequias, el orden de
las intenciones puede tener en cuenta
más expresamente la ocasión particular.
71. Pertenece al sacerdote celebrante
dirigir las preces desde la sede. Él mismo
las introduce con una breve monición, en
la que invita a los fieles a orar, y la
termina con la oración. Las intenciones
que se proponen deben ser sobrias,
compuestas con sabia libertad y con
pocas palabras y expresar la súplica de
toda la comunidad.
Las propone el diácono, o un cantor, o un
lector, o bien, uno de los fieles laicos
desde el ambón o desde otro lugar
conveniente.[68]
Por su parte, el pueblo, de pie, expresa
su súplica, sea con una invocación
común después de cada intención, sea
orando en silencio.
C) Liturgia Eucarística
72. En la última Cena, Cristo instituyó el
sacrificio y el banquete pascuales. Por
estos misterios el sacrificio de la cruz se
hace continuamente presente en la
Iglesia, cuando el sacerdote,
representando a Cristo Señor, realiza lo
mismo que el Señor hizo y encomendó a
sus discípulos que hicieran en memoria
de Él.[69]
Cristo, pues, tomó el pan y el cáliz, dio
gracias, partió el pan, y los dio a sus
discípulos, diciendo: Tomad, comed,
bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz
de mi Sangre. Haced esto en
conmemoración mía. Por eso, la Iglesia
ha ordenado toda la celebración de la
Liturgia Eucarística con estas partes que
responden a las palabras y a las acciones
de Cristo, a saber:
1) En la preparación de los dones se
llevan al altar el pan y el vino con agua,
es decir, los mismos elementos que
Cristo tomó en sus manos.
2) En la Plegaria Eucarística se dan
gracias a Dios por toda la obra de la
salvación y las ofrendas se convierten en
el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.
3) Por la fracción del pan y por la
Comunión, los fieles, aunque sean
muchos, reciben de un único pan el
Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre del
Señor, del mismo modo como los
Apóstoles lo recibieron de las manos del
mismo Cristo.

Preparación de los dones


73. Al comienzo de la Liturgia Eucarística
se llevan al altar los dones que se
convertirán en el Cuerpo y en la Sangre
de Cristo.
En primer lugar se prepara el altar, o
mesa del Señor, que es el centro de toda
la Liturgia Eucarística,[70] y en él se
colocan el corporal, el purificador, el misal
y el cáliz, cuando éste no se prepara en
la credencia.
En seguida se traen las ofrendas: el pan
y el vino, que es laudable que sean
presentados por los fieles. Cuando las
ofrendas son traídas por los fieles, el
sacerdote o el diácono las reciben en un
lugar apropiado y son ellos quienes las
llevan al altar.
Aunque los fieles ya no traigan, de los
suyos, el pan y el vino destinados para la
liturgia, como se hacía antiguamente, sin
embargo el rito de presentarlos conserva
su fuerza y su significado espiritual.
También pueden recibirse dinero u
otros dones para los pobres o para la
iglesia, traídos por los fieles o
recolectados en la iglesia, los cuales
se colocarán en el sitio apropiado,
fuera de la mesa eucarística.
74. Acompaña a esta procesión en la que
se llevan los dones, el canto del ofertorio
(cfr. n.37 b), que se prolonga por lo
menos hasta cuando los dones hayan
sido depositados sobre el altar. Las
normas sobre el modo de cantarlo son las
mismas que para canto de entrada (cfr. n.
48). El canto se puede asociar siempre al
rito para el ofertorio, aún sin la procesión
con los dones.
75. El sacerdote coloca sobre el altar el
pan y el vino acompañándolos con las
fórmulas establecidas; el sacerdote
puede incensar los dones colocados
sobre el altar, y después la cruz y el altar
mismo, para significar que la oblación de
la Iglesia y su oración suben como
incienso hasta la presencia de Dios.
Después el sacerdote, por el sagrado
ministerio, y el pueblo por razón de su
dignidad bautismal, pueden ser
incensados por el diácono, o por otro
ministro.
76. En seguida, el sacerdote se lava las
manos a un lado del altar, rito con el cual
se expresa el deseo de purificación
interior.
Oración sobre las ofrendas
77. Depositadas las ofrendas y
concluidos los ritos que las acompañan,
con la invitación a orar junto con el
sacerdote, y con la oración sobre las
ofrendas, se concluye la preparación de
los dones y se prepara la Plegaria
Eucarística.
En la Misa se dice una sola oración sobre
las ofrendas, que se concluye con la
conclusión más breve, es decir: Por
Jesucristo, nuestro Señor; y si al final de
ella se hace mención del Hijo: (Él) que
vive y reina por los siglos de los siglos.
El pueblo uniéndose a la súplica con la
aclamación Amén, hace suya la oración.
Plegaria Eucarística
78. En este momento comienza el centro
y la cumbre de toda la celebración, esto
es, la Plegaria Eucarística, que
ciertamente es una oración de acción de
gracias y de santificación. El sacerdote
invita al pueblo a elevar los corazones
hacia el Señor, en oración y en acción de
gracias, y lo asocia a sí mismo en la
oración que él dirige en nombre de toda
la comunidad a Dios Padre, por
Jesucristo, en el Espíritu Santo. El
sentido de esta oración es que toda la
asamblea de los fieles se una con Cristo
en la confesión de las maravillas de Dios
y en la ofrenda del sacrificio. La Plegaria
Eucarística exige que todos la escuchen
con reverencia y con silencio.
79. Los principales elementos de que
consta la Plegaria Eucarística pueden
distinguirse de esta manera:
a) Acción de gracias (que se expresa
especialmente en el Prefacio), en la cual
el sacerdote, en nombre de todo el
pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le
da gracias por toda la obra de salvación
o por algún aspecto particular de ella, de
acuerdo con la índole del día, de la fiesta
o del tiempo litúrgico.
b) Aclamación: con la cual toda la
asamblea, uniéndose a los coros
celestiales, canta el Santo. Esta
aclamación, que es parte de la misma
Plegaria Eucarística, es proclamada por
todo el pueblo juntamente con el
sacerdote.
c) Epíclesis: con la cual la Iglesia, por
medio de invocaciones especiales,
implora la fuerza del Espíritu Santo para
que los dones ofrecidos por los hombres
sean consagrados, es decir, se
conviertan en el Cuerpo y en la Sangre
de Cristo, y para que la víctima
inmaculada que se va a recibir en la
Comunión sirva para la salvación de
quienes van a participar en ella.
d) Narración de la institución y
consagración: por las palabras y por las
acciones de Cristo se lleva a cabo el
sacrificio que el mismo Cristo instituyó en
la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo
y su Sangre bajo las especies de pan y
vino, y los dio a los Apóstoles para que
comieran y bebieran, dejándoles el
mandato de perpetuar el mismo misterio.
e) Anámnesis: por la cual la Iglesia, al
cumplir el mandato que recibió de Cristo
por medio de los Apóstoles, realiza el
memorial del mismo Cristo, renovando
principalmente su bienaventurada
pasión, su gloriosa resurrección y su
ascensión al cielo.
f) Oblación: por la cual, en este mismo
memorial, la Iglesia, principalmente la
que se encuentra congregada aquí y
ahora, ofrece al Padre en el Espíritu
Santo la víctima inmaculada. La Iglesia,
por su parte, pretende que los fieles, no
sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino
que también aprendan a ofrecerse a sí
mismos,[71] y día a día se perfeccionen,
por la mediación de Cristo, en la unidad
con Dios y entre ellos, para que
finalmente, Dios sea todo en todos.[72]
g) Intercesiones: por las cuales se
expresa que la Eucaristía se celebra en
comunión con toda la Iglesia, tanto con la
del cielo, como con la de la tierra; y que
la oblación se ofrece por ella misma y por
todos sus miembros, vivos y difuntos,
llamados a participar de la redención y de
la salvación adquiridas por el Cuerpo y la
Sangre de Cristo.
h) Doxología final: por la cual se expresa
la glorificación de Dios, que es afirmada
y concluida con la aclamación Amén del
pueblo.
Rito de la comunión
80. Puesto que la celebración eucarística
es el banquete pascual, conviene que,
según el mandato del Señor, su Cuerpo y
su Sangre sean recibidos como alimento
espiritual por los fieles debidamente
dispuestos. A esto tienden la fracción y
los demás ritos preparatorios, con los
que los fieles son conducidos
inmediatamente a la Comunión.
Oración del Señor
81. En la Oración del Señor se pide el pan
de cada día, que para los cristianos indica
principalmente el pan eucarístico, y se
implora la purificación de los pecados, de
modo que, en realidad, las cosas santas
se den a los santos. El sacerdote hace la
invitación a la oración y todos los fieles,
juntamente con el sacerdote, dicen la
oración. El sacerdote solo añade el
embolismo, que el pueblo concluye con la
doxología. El embolismo que desarrolla
la última petición de la Oración del Señor
pide con ardor, para toda la comunidad
de los fieles, la liberación del poder del
mal.
La invitación, la oración misma, el
embolismo y la doxología con la que el
pueblo concluye lo anterior, se cantan o
se dicen en voz alta.
Rito de la paz
82. Sigue el rito de la paz, con el que la
Iglesia implora la paz y la unidad para sí
misma y para toda la familia humana, y
con el que los fieles se expresan la
comunión eclesial y la mutua caridad,
antes de la comunión sacramental.
En cuanto al signo mismo para dar la paz,
establezca la Conferencia de Obispos el
modo, según la idiosincrasia y las
costumbres de los pueblos. Conviene, sin
embargo, que cada uno exprese la paz
sobriamente sólo a los más cercanos a él.
Fracción del Pan
83. El sacerdote parte el pan eucarístico,
con la ayuda, si es del caso, del diácono
o de un concelebrante. El gesto de la
fracción del Pan realizado por Cristo en la
Última Cena, que en el tiempo apostólico
designó a toda la acción eucarística,
significa que los fieles siendo muchos, en
la Comunión de un solo Pan de vida, que
es Cristo muerto y resucitado para la
salvación del mundo, forman un solo
cuerpo (1Co 10, 17). La fracción
comienza después de haberse dado la
paz y se lleva a cabo con la debida
reverencia, pero no se debe prolongar
innecesariamente, ni se le considere de
excesiva importancia. Este rito está
reservado al sacerdote y al diácono.
El sacerdote parte el pan e introduce una
parte de la Hostia en el cáliz para
significar la unidad del Cuerpo y de la
Sangre del Señor en la obra de la
redención, a saber, del Cuerpo de Cristo
Jesús viviente y glorioso. La
súplica Cordero de Dios se canta según
la costumbre, bien sea por los cantores,
o por el cantor seguido de la respuesta
del pueblo el pueblo, o por lo menos se
dice en voz alta. La invocación acompaña
la fracción del pan, por lo que puede
repetirse cuantas veces sea necesario
hasta cuando haya terminado el rito. La
última vez se concluye con las
palabras danos la paz.
Comunión
84. El sacerdote se prepara para recibir
fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de
Cristo con una oración en secreto. Los
fieles hacen lo mismo orando en silencio.
Después el sacerdote muestra a los fieles
el Pan Eucarístico sobre la patena o
sobre el cáliz y los invita al banquete de
Cristo; además, juntamente con los
fieles, pronuncia un acto de humildad,
usando las palabras evangélicas
prescritas.
85. Es muy de desear que los fieles,
como está obligado a hacerlo también el
mismo sacerdote, reciban el Cuerpo del
Señor de las hostias consagradas en esa
misma Misa, y en los casos previstos (cfr.
n. 283), participen del cáliz, para que aún
por los signos aparezca mejor que la
Comunión es una participación en el
sacrificio que entonces mismo se está
celebrando.[73]
86. Mientras el sacerdote toma el
Sacramento, se inicia el canto de
Comunión, que debe expresar, por la
unión de las voces, la unión espiritual de
quienes comulgan, manifestar el gozo del
corazón y esclarecer mejor la índole
“comunitaria” de la procesión para recibir
la Eucaristía. El canto se prolonga
mientras se distribuye el Sacramento a
los fieles.[74] Pero si se ha de tener un
himno después de la Comunión, el canto
para la Comunión debe ser terminado
oportunamente.
Téngase cuidado de que también los
cantores puedan comulgar en el
momento más conveniente.
87. Para canto de Comunión puede
emplearse la antífona del Gradual
Romano, con su salmo o sin él, o la
antífona con el salmo del Graduale
Simplex, o algún otro canto adecuado
aprobado por la Conferencia de los
Obispos. Lo canta el coro solo, o el coro
con el pueblo, o un cantor con el pueblo.
Por otra parte, cuando no hay canto, se
puede decir la antífona propuesta en el
Misal. La pueden decir los fieles, o sólo
algunos de ellos, o un lector, o en último
caso el mismo sacerdote, después de
haber comulgado, antes de distribuir la
Comunión a los fieles.
88. Terminada la distribución de la
Comunión, si resulta oportuno, el
sacerdote y los fieles oran en silencio por
algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la
asamblea entera también puede cantar
un salmo u otro canto de alabanza o un
himno.
89. Para terminar la súplica del pueblo de
Dios y también para concluir todo el rito
de la Comunión, el sacerdote dice la
oración después de la Comunión, en la
que se suplican los frutos del misterio
celebrado.
En la Misa se dice una sola oración
después de la Comunión, que termina
con conclusión breve, es decir:
— Si se dirige al Padre: Por Jesucristo,
nuestro Señor.
— Si se dirige al Padre, pero al fin se
menciona el Hijo: Que vive y reina por
siglos de los siglos.
— Si se dirige al Hijo: Tú, que vives y
reinas por los siglos de los siglos.
El pueblo hace suya la oración con la
aclamación: Amén.
D) Rito de conclusión
90. Al rito de conclusión pertenecen:
a) Breves avisos, si fuere necesario.
b) El saludo y la bendición del sacerdote,
que en algunos días y ocasiones se
enriquece y se expresa con la oración
sobre el pueblo o con otra fórmula más
solemne.
c) La despedida del pueblo, por parte del
diácono o del sacerdote, para que cada
uno regrese a su bien obrar, alabando y
bendiciendo a Dios.
d) El beso del altar por parte del
sacerdote y del diácono y después la
inclinación profunda al altar de parte del
sacerdote, del diácono y de los demás
ministros.
Capítulo III
OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA
CELEBRACIÓN DE LA MISA
91. La celebración eucarística es acción
de Cristo y de la Iglesia, es decir, del
pueblo santo congregado y ordenado
bajo la autoridad del Obispo. Por esto,
pertenece a todo el Cuerpo de la Iglesia,
lo manifiesta y lo implica; pero a cada uno
de los miembros de este Cuerpo recibe
un influjo diverso según la diversidad de
órdenes, ministerios y participación
actual.[75] De este modo el pueblo
cristiano “linaje escogido, sacerdocio
real, nación santa, pueblo adquirido”,
manifiesta su ordenación coherente y
jerárquica.[76] Que todos, por lo tanto,
sean ministros ordenados o fieles laicos,
al desempeñar su ministerio u oficio,
hagan todo y sólo aquello que les
corresponde.[77]
I. OFICIOS DEL ORDEN SAGRADO
92. Toda celebración legítima de la
Eucaristía es dirigida por el Obispo, ya
sea por su propio ministerio, ya por
ministerio de los presbíteros, sus
colaboradores.[78]
Cuando el Obispo está presente en una
Misa para la que se ha congregado el
pueblo, conviene sobremanera que sea
él quien celebre la Eucaristía y que los
presbíteros, como concelebrantes, se le
asocien en la acción sagrada. Y esto se
hace, no para aumentar la solemnidad
exterior del rito, sino para significar con
más vivo resplandor el misterio de la
Iglesia, que es “sacramento de
unidad”.[79]
Pero si el Obispo no celebra la Eucaristía,
sino que encomienda a otro para que lo
haga, entonces es conveniente que sea
él mismo quien, revestido de estola y
capa pluvial sobre el alba, con la cruz
pectoral, presida la Liturgia de la Palabra
y al final de la Misa imparta la
bendición.[80]
93. En virtud de la potestad sagrada del
Orden, también el presbítero, quien en la
Iglesia puede ofrecer eficazmente el
sacrificio “in persona Christi”,[81] preside
al pueblo fiel aquí y ahora congregado,
dirige su oración, le proclama el mensaje
de la salvación, asocia al pueblo en la
ofrenda del sacrificio a Dios Padre por
Cristo en el Espíritu Santo, da a sus
hermanos el Pan de la vida eterna y
participa del mismo con ellos. Por
consiguiente, cuando celebra la
Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo
con dignidad y humildad, y en el modo de
comportarse y de proclamar las divinas
palabras, dar a conocer a los fieles la
presencia viva de Cristo.
94. Después del presbítero, el diácono,
en virtud de la sagrada ordenación
recibida, ocupa el primer lugar entre los
que ejercen su ministerio en la
celebración eucarística. En efecto, ya
desde la primitiva era de los Apóstoles, el
Orden Sagrado del Diaconado fue tenido
en gran honor en la Iglesia.[82] En la
Misa, al Diácono le corresponde
proclamar el Evangelio y, a veces,
predicar la Palabra de Dios; proponer las
intenciones en la oración universal;
ayudar al sacerdote, preparar el altar y
prestar su servicio en la celebración del
sacrificio; distribuir la Eucaristía a los
fieles, sobre todo bajo la especie del vino,
e indicar, de vez en cuando, los gestos y
las posturas corporales del pueblo.
II. MINISTERIOS DEL PUEBLO DE
DIOS
95. En la celebración de la Misa, los fieles
hacen presente la nación santa, el pueblo
adquirido y el sacerdocio real, para dar
gracias a Dios y para ofrecer la víctima
inmaculada, no sólo por manos del
sacerdote, sino juntamente con él, y para
aprender a ofrecerse a sí
mismos.[83] Procuren, pues, manifestar
esto por medio de un profundo sentido
religioso y por la caridad hacia los
hermanos que participan en la misma
celebración.
Por lo cual, eviten toda apariencia de
singularidad o de división, teniendo
presente que tienen en el cielo un único
Padre, y por esto, todos son hermanos
entre sí.
96. Formen, pues, un solo cuerpo, al
escuchar la Palabra de Dios, al participar
en las oraciones y en el canto, y
principalmente en la común oblación del
sacrificio y en la común participación de
la mesa del Señor. Esta unidad se hace
hermosamente visible cuando los fieles
observan comunitariamente los mismos
gestos y posturas corporales.
97. No rehúsen los fieles servir con gozo
al pueblo de Dios cuantas veces se les
pida que desempeñen algún determinado
ministerio u oficio en la celebración.
III. MINISTERIOS PECULIARES
Ministerio del acólito y del lector
instituidos
98. El acólito es instituido para el servicio
del altar y para ayudar al sacerdote y al
diácono. Al él compete principalmente
preparar el altar y los vasos sagrados y,
si fuere necesario, distribuir a los fieles la
Eucaristía, de la cual es ministro
extraordinario.[84]
En el ministerio del altar, el acólito tiene
sus ministerios propios (cfr. núms. 187 -
193) que él mismo debe ejercer.
99. El lector es instituido para proclamar
las lecturas de la Sagrada Escritura,
excepto el Evangelio. Puede también
proponer las intenciones de la oración
universal, y, en ausencia del salmista,
proclamar el salmo responsorial.
En la celebración eucarística el lector
tiene un ministerio propio (cfr. núms. 194
-198) que él debe ejercer por sí mismo.
Los demás ministerios
100. En ausencia del acólito instituido,
pueden destinarse para el servicio del
altar y para ayudar al sacerdote y al
diácono, ministros laicos que lleven la
cruz, los cirios, el incensario, el pan, el
vino, el agua, e incluso pueden ser
destinados para que, como ministros
extraordinarios, distribuyan la sagrada
Comunión.[85]
101. En ausencia del lector instituido,
para proclamar las lecturas de la Sagrada
Escritura, destínense otros laicos que
sean de verdad aptos para cumplir este
ministerio y que estén realmente
preparados, para que, al escuchar las
lecturas divinas, los fieles conciban en su
corazón el suave y vivo afecto por la
Sagrada Escritura.[86]
102. Es propio del salmista proclamar el
salmo u otro cántico bíblico que se
encuentre entre las lecturas. Para cumplir
rectamente con su ministerio, es
necesario que el salmista posea el arte
de salmodiar y tenga dotes para la recta
dicción y clara pronunciación.
103. Entre los fieles, los cantores o el
coro ejercen un ministerio litúrgico propio,
al cual corresponde cuidar de la debida
ejecución de las partes que le
corresponden, según los diversos
géneros de cantos, y promover la activa
participación de los fieles en el
canto.[87] Lo que se dice de los cantores,
vale también, observando lo que se debe
observar, para los otros músicos,
principalmente para el organista.
104. Es conveniente que haya un cantor
o un maestro de coro para que dirija y
sostenga el canto del pueblo. Más aún,
cuando faltan los cantores, corresponde
al cantor dirigir los diversos cantos,
participando el pueblo en la parte que le
corresponde.[88]
105. También ejercen un ministerio
litúrgico:
a) El sacristán, a quien corresponde
disponer diligentemente los libros
litúrgicos, los ornamentos y las demás
cosas que son necesarias en la
celebración de la Misa.
b) El comentarista, a quien corresponde,
según las circunstancias, proponer a los
fieles breves explicaciones y moniciones
para introducirlos en la celebración y para
disponerlos a entenderla mejor.
Conviene que las moniciones del
comentador estén exactamente
preparadas y con perspicua sobriedad.
En el ejercicio de su ministerio, el
comentarista permanece de pie en un
lugar adecuado frente a los fieles, pero no
en el ambón.
c) Los que hacen las colectas en la
iglesia.
d) Los que, en algunas regiones, reciben
a los fieles a la puerta de la iglesia, los
acomodan en los puestos convenientes y
dirigen sus procesiones.
106. Conviene que al menos en las
iglesias catedrales y en las iglesias
mayores, haya algún ministro
competente, o bien un maestro de
ceremonias, con el encargo de disponer
debidamente las acciones sagradas para
que sean realizadas con decoro, orden y
piedad por los ministros sagrados y por
los fieles laicos.
107. Los demás ministerios litúrgicos que
no son propios del sacerdote o del
diácono, y de los que se habló antes
(núms. 100 - 106) también pueden ser
encomendados, por medio de una
bendición litúrgica o por una destinación
temporal, a laicos idóneos elegidos por el
párroco o por el rector de la
iglesia.[89] En cuanto al ministerio de
servir al sacerdote en el altar, obsérvense
las normas dadas por el Obispo para su
diócesis.
IV. DISTRIBUCIÓN DE LOS
MINISTERIOS
Y PREPARACIÓN DE LA
CELEBRACIÓN
108. Uno sólo y el mismo sacerdote debe
ejercer el ministerio presidencial en todas
sus partes, exceptuadas aquellas que
son propias de la Misa en la que está
presente el Obispo (cfr. antes n. 92).
109. Si están presentes varios que
puedan ejercer un mismo ministerio,
nada impide el que se distribuyan entre sí
las diversas partes del mismo ministerio
u oficio. Por ejemplo, un diácono puede
encargarse de las partes cantadas y otro
del ministerio del altar; si hay varias
lecturas, conviene distribuirlas entre
diversos lectores; y así en lo demás. Pero
de ninguna manera conviene que varios
se dividan entre ellos un único elemento
de la celebración: por ejemplo, que una
misma lectura sea leída entre dos, uno
después del otro, a no ser que se trate de
la Pasión del Señor.
110. Si en la Misa con el pueblo solo está
presente un ministro, ejerza éste los
diversos ministerios.
111. La efectiva preparación de cada
celebración litúrgica hágase con ánimo
concorde y diligente, según el Misal y los
otros libros litúrgicos, entre todos
aquellos a quienes les atañe, sea en lo
relativo al rito, sea en lo relativo a la
pastoral y a la música, bajo la dirección
del rector de la iglesia, y oídos también
los fieles en lo que a ellos directamente
se refiere. De todas maneras, el
sacerdote que preside la celebración
siempre tiene el derecho de disponer
aquellas cosas que a él mismo le
incumben. [90]
Capítulo IV
DIVERSAS FORMAS DE CELEBRAR
LA MISA
112. En la Iglesia Local atribúyase
ciertamente el primer lugar, por su
significado, a la Misa que preside el
Obispo, rodeado por su presbiterio, sus
diáconos y sus ministros laicos,[91] y en
la que el pueblo santo de Dios participa
plena y activamente, pues allí se tiene la
principal manifestación de la Iglesia.
En la Misa que celebra el Obispo, o en la
que está presente sin que celebre la
Eucaristía, obsérvense las normas que
se encuentran en el Ceremonial de los
Obispos.[92]
113. Dése también mucha importancia la
Misa que se celebra con una determinada
comunidad, sobre todo con la parroquial,
ya que representa a la Iglesia universal
en un tiempo y en un lugar determinados,
y en especial a la celebración comunitaria
del domingo.[93]
114. Pero entre las Misas celebradas por
algunas comunidades, ocupa un lugar
especial la Misa conventual, que es parte
del Oficio cotidiano, o la Misa que se
llama “de comunidad”. Y aunque estas
Misas no conlleven ninguna forma
peculiar de celebración, sin embargo, es
muy conveniente que se hagan con
canto, y sobre todo con la plena
participación de todos los miembros de la
comunidad, sean religiosos o sean
canónigos. Por lo cual, en ellas ejerza
cada uno su ministerio, según el Orden o
el ministerio recibido. Conviene, pues,
que todos los sacerdotes que no están
obligados a celebrar en forma individual
por utilidad pastoral de los fieles, a ser
posible, concelebren en ellas. Además,
todos los sacerdotes pertenecientes a
una comunidad, que tengan el deber de
celebrar en forma individual para el bien
pastoral de los fieles, pueden también
concelebrar el mismo día en la Misa
conventual o “de comunidad”.[94] Es
preferible, pues, que los presbíteros que
están presentes en la celebración
eucarística, a no ser que estén
excusados por una justa causa, ejerzan
como de costumbre el ministerio propio
de su Orden y, por esto, participen como
concelebrantes, revestidos con las
vestiduras sagradas. De lo contrario
llevan el hábito coral propio o la
sobrepelliz sobre la sotana.
I. MISA CON EL PUEBLO
115. Se entiende por “Misa con el
pueblo” aquella que se celebra con
participación de los fieles. Conviene,
pues, en cuanto sea posible, que la
celebración se realice con canto y con
el número adecuado de ministros,
especialmente los domingos y las
fiestas de precepto;[95] no obstante,
también puede celebrarse sin canto y
con un solo ministro.
116. En cualquier celebración de la Misa,
si está presente un diácono, éste debe
ejercer su ministerio. Es conveniente, de
todas formas, que al sacerdote
celebrante ordinariamente lo asistan un
acólito, un lector y un cantor. Pero, el rito
que se describirá más abajo prevé
también la posibilidad de un mayor
número de ministros.
Lo que debe prepararse
117. Cúbrase el altar al menos con un
mantel de color blanco. Sobre el altar, o
cerca de él, colóquese en todas las
celebraciones por lo menos dos
candeleros, o también cuatro o seis,
especialmente si se trata de una Misa
dominical o festiva de precepto y, si
celebra el Obispo diocesano, siete, con
sus velas encendidas. Igualmente sobre
el altar, o cerca del mismo, debe haber
una cruz adornada con la efigie de Cristo
crucificado. Los candeleros y la cruz
adornada con la efigie de Cristo
crucificado pueden llevarse en la
procesión de entrada.
Sobre el mismo altar puede ponerse el
Evangeliario, libro diverso al de las otras
lecturas, a no ser se lleve en la procesión
de entrada.
118. Prepárense también:
a) Junto a la sede del sacerdote: el misal
y, según las circunstancias, el folleto de
cantos.
b) En el ambón: el leccionario.
c) En la credencia: el cáliz, el corporal,
el purificador, y según las circunstancias,
la palia; la patena y los copones, si son
necesarios; a no ser que sean
presentados por los fieles en la procesión
del ofertorio: el pan para la Comunión del
sacerdote que preside, del diácono, de
los ministros y del pueblo y las vinajeras
con el vino y el agua; una caldereta con
agua para ser bendecida, si se hace
aspersión; la patena para la Comunión de
los fieles; y todo lo necesario para la
ablución de las manos.
Es loable que se cubra el cáliz con un
velo, que puede ser del color del día o de
color blanco.
119. En la sacristía, para las diversas
formas de celebración, prepárense las
vestiduras sagradas (cfr. núms. 337 -
341) del sacerdote, del diácono y de los
otros ministros:
a) Para el sacerdote: el alba, la estola y
la casulla o planeta.
b) Para el diácono: el alba, la estola y la
dalmática, la cual, sin embargo, puede
omitirse por necesidad o por menor grado
de solemnidad.
c) Para los otros ministros: albas u otras
vestiduras legítimamente aprobadas.[96]
Todos los que se revisten con alba,
usarán cíngulo y amito, a no ser que por
la forma del alba no se requieran.
Cuando se tiene procesión de entrada
prepárese también el Evangeliario; los
domingos y festivos, si se emplea
incienso, el incensario y la naveta con el
incienso; la cruz que se llevará en la
procesión y los candeleros con cirios
encendidos.
A) Misa sin diácono
Ritos iniciales
120. Reunido el pueblo, el sacerdote y los
ministros, revestidos con sus vestiduras
sagradas, proceden hacia el altar en este
orden:
a) El turiferario con el incensario
humeante, cuando se emplea incienso.
b) Los ministros que llevan los cirios
encendidos y, en medio de ellos, el
acólito u otro ministro con la cruz.
c) Los acólitos y los demás ministros.
d) El lector, que puede llevar el
Evangeliario, mas no el leccionario, un
poco elevado.
e) El sacerdote que va a celebrar la Misa.
Si se emplea incienso, el sacerdote antes
de iniciar la procesión, pone incienso en
el incensario y lo bendice con el signo de
la cruz, sin decir nada.
121. Mientras se hace la procesión hacia
el altar se ejecuta el canto de entrada (cfr.
núms. 47-48).
122. Al llegar al altar, el sacerdote y los
ministros hacen inclinación profunda.
La cruz adornada con la imagen de Cristo
crucificado y tal vez llevada en la
procesión, puede erigirse cerca del altar
para que se convierta en cruz del altar, la
cual debe ser una sola; de lo contrario,
déjese en un lugar digno. Los candeleros
se colocan sobre el altar o cerca de él; es
laudable poner el Evangeliario sobre el
altar.
123. El sacerdote se acerca al altar y lo
venera con un beso. En seguida, según
corresponda, inciensa la cruz y el altar
rodeándolo.
124. Terminado esto, el sacerdote se
dirige a la sede. Terminado el canto de
entrada, estando todos de pie, el
sacerdote y los fieles se signan con la
señal de la cruz. El sacerdote dice: En el
nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo. El pueblo
responde: Amén.
En seguida, vuelto hacia el pueblo y
extendiendo las manos, el sacerdote lo
saluda usando una de las fórmulas
propuestas. El mismo sacerdote, u otro
ministro, puede también, con brevísimas
palabras, introducir a los fieles en el
sentido de la Misa del día.
125. Sigue el acto penitencial. Después
se canta o se dice el Señor, ten piedad,
según lo establecido por las rúbricas
(cfr. n. 52).
126. En las celebraciones que lo
requieren, se canta o se dice
el Gloria (cfr. n. 53).
127. En seguida el sacerdote, con las
manos juntas, invita al pueblo a orar,
diciendo: Oremos. Y todos, juntamente
con el sacerdote, oran en silencio durante
un tiempo breve. Luego el sacerdote, con
las manos extendidas, dice la colecta.
Concluida ésta, el pueblo aclama: Amén.
Liturgia de la palabra
128. Concluida la colecta, todos se
sientan. El sacerdote puede presentar a
los fieles, con una brevísima
intervención, la Liturgia de la Palabra.
El lector se dirige al ambón y, del
leccionario colocado allí antes de la
Misa, proclama la primera lectura, que
todos escuchan. Al final el lector
dice: Palabra de Dios, y todos
responden: Te alabamos, Señor.
Entonces, según las circunstancias, se
pueden guardar unos momentos de
silencio, para que todos mediten
brevemente lo que escucharon.
129. Después, el salmista, o el mismo
lector, recita o canta los versos del salmo
y el pueblo, como de costumbre, va
respondiendo.
130. Si está prescrita una segunda
lectura antes del Evangelio, el lector la
proclama desde el ambón, mientras
todos escuchan, y al final responden a la
aclamación, como se dijo antes (n. 128).
En seguida, según las circunstancias, se
pueden guardar unos momentos de
silencio.
131. En seguida, todos se levantan y se
canta Aleluya u otro canto, según
corresponda al tiempo litúrgico (cfr.
núms. 62-64).
132. Mientras se canta el Aleluya u otro
canto, si se emplea el incienso, el
sacerdote lo pone y lo bendice. Después,
con las manos juntas, y profundamente
inclinado ante el altar, dice en
secreto: Purifica mi corazón.
133. Entonces si el Evangeliario está en
el altar, lo toma y, precedido por los
ministros laicos que pueden llevar el
incensario y los cirios, se dirige al ambón,
llevando el Evangeliario un poco elevado.
Los presentes se vuelven hacia el ambón
para manifestar especial reverencia
hacia el Evangelio de Cristo.
134. Ya en el ambón, el sacerdote abre el
libro y, con las manos juntas, dice: El
Señor esté con ustedes; y el pueblo
responde: Y con tu espíritu; y en
seguida: Lectura del Santo Evangelio,
signando con el pulgar el libro y a sí
mismo en la frente, en la boca y en el
pecho, lo cual hacen también todos
los demás. El pueblo aclama
diciendo: Gloria a Ti, Señor. Si se usa
incienso, el sacerdote inciensa el libro
(cfr. núms. 276-277). En seguida
proclama el Evangelio y al final dice la
aclamación Palabra del Señor, y todos
responden: Gloria a Ti, Señor Jesús. El
sacerdote besa el libro, diciendo en
secreto: Las palabras del Evangelio.
135. Si no hay un lector, el mismo
sacerdote proclama todas las lecturas
y el salmo, de pie desde el ambón. Allí
mismo, si se emplea, pone y bendice el
incienso, y profundamente inclinado,
dice Purifica mi corazón.
136. El sacerdote, de pie en la sede o
en el ambón mismo, o según las
circunstancias, en otro lugar idóneo
pronuncia la homilía; terminada ésta
se puede guardar unos momentos de
silencio.
137. El Símbolo se canta o se dice por el
sacerdote juntamente con el pueblo (cfr.
n 68) estando todos de pie. A las
palabras: y por la obra del Espíritu Santo,
etc., o que fue concebido por obra y
gracia del Espíritu Santo, todos se
inclinan profundamente; y en la
solemnidades de la Anunciación y de
Navidad del Señor, se arrodillan.
138. Dicho el Símbolo, en la sede, el
sacerdote de pie y con las manos
juntas, invita a los fieles a la oración
universal con una breve monición.
Después el cantor o el lector u otro,
desde el ambón o desde otro sitio
conveniente, vuelto hacia el pueblo,
propone las intenciones; el pueblo, por su
parte, responde suplicante. Finalmente,
el sacerdote con las manos extendidas,
concluye la súplica con la oración.
Liturgia Eucarística
139. Terminada la oración universal,
todos se sientan y comienza el canto del
ofertorio (cfr. n.74).
El acólito u otro ministro laico coloca
sobre el altar el corporal, el purificador, el
cáliz, la palia y el misal.
140. Es conveniente que la
participación de los fieles se
manifieste por la presentación del pan
y el vino para la celebración de la
Eucaristía, o de otros dones con los
que se ayude a las necesidades de la
iglesia o de los pobres.
El sacerdote ayudado por el acólito o por
otro ministro recibe las ofrendas de los
fieles. Al celebrante llevan el pan y el vino
para la Eucaristía; y él los pone sobre el
altar; pero los demás dones se colocan
en otro lugar adecuado (cfr. n. 73).
141. El sacerdote, en el altar, recibe o
toma la patena con el pan, y con ambas
manos la tiene un poco elevada sobre el
altar, diciendo en secreto: Bendito seas,
Señor, Dios. Luego coloca la patena con
el pan sobre el corporal.
142. En seguida, el sacerdote de pie a un
lado del altar, ayudado por el ministro que
le presenta las vinajeras, vierte en el cáliz
vino y un poco de agua, diciendo en
secreto: Por el misterio de esta agua.
Vuelto al medio del altar, toma el cáliz con
ambas manos, lo tiene un poco elevado,
diciendo en secreto: Bendito seas,
Señor, Dios; y después coloca el cáliz
sobre el corporal y, según las
circunstancias, lo cubre con la palia.
Pero cuando no hay canto al ofertorio ni
se toca el órgano, en la presentación del
pan y del vino, está permitido al
sacerdote decir en voz alta las fórmulas
de bendición a las que el pueblo
aclama: Bendito seas por siempre,
Señor.
143. Habiendo dejado el cáliz sobre el
altar, el sacerdote profundamente
inclinado, dice en secreto: Humilde y
sinceramente arrepentidos.
144. En seguida, si se usa incienso, el
sacerdote lo echa en el incensario, lo
bendice sin decir nada, e inciensa las
ofrendas, la cruz y el altar. El ministro de
pie, a un lado del altar, inciensa al
sacerdote y después al pueblo.
145. Después de la oración Humilde y
sinceramente arrepentidos, o después de
la incensación, el sacerdote, de pie a un
lado del altar, se lava las manos, diciendo
en secreto: Lava del todo mi delito,
Señor, mientras el ministro vierte el agua.
146. Después, vuelto al centro del altar,
el sacerdote, de pie, de cara al pueblo,
extendiendo y juntando las manos, invita
al pueblo a orar, diciendo: Oren,
hermanos, etc. El pueblo se levanta y
responde: El Señor reciba. En seguida, el
sacerdote, con las manos extendidas,
dice la oración sobre las ofrendas. Al final
el pueblo aclama: Amén.
147. Entonces el sacerdote inicia la
Plegaria Eucarística. Según las rúbricas
(cfr. n. 365), elige una de las que se
encuentran en el Misal Romano, o que
están aprobadas por la Sede Apostólica.
La Plegaria Eucarística por su naturaleza
exige que sólo el sacerdote, en virtud de
su ordenación, la profiera. Sin embargo,
el pueblo se asocia al sacerdote en la fe
y por medio del silencio, con las
intervenciones determinadas en el curso
de la Plegaria Eucarística, que son las
respuestas en el diálogo del Prefacio,
el Santo, la aclamación después de la
consagración y la
aclamación Amén después de la
doxología final, y también con otras
aclamaciones aprobadas, tanto por la
Conferencia de Obispos, como por la
Sede Apostólica.
Es muy conveniente que el sacerdote
cante las partes de la Plegaria
Eucarística, enriquecidas con notación
musical.
148. Al iniciar la Plegaria Eucarística, el
sacerdote extiende las manos y canta o
dice: El Señor esté con ustedes; el
pueblo responde: Y con tu espíritu.
Cuando prosigue: Levantemos el
corazón, eleva las manos. El pueblo
responde: Lo tenemos levantado hacia el
Señor. En seguida el sacerdote, con las
manos extendidas, agrega: Demos
gracias al Señor, nuestro Dios, y el
pueblo responde: Es justo y necesario. A
continuación, el sacerdote, con las
manos extendidas, continúa con el
Prefacio; y una vez terminado éste, con
las manos juntas, en unión con todos los
presentes, canta o dice en voz
alta: Santo (cfr. n. 79b).
149. El sacerdote prosigue la Plegaria
Eucarística según las rúbricas que se
encuentran en cada una de ellas.
Si el sacerdote celebrante es un Obispo,
en las Plegarias, después de las
palabras: con tu servidor el Papa N.,
agrega conmigo, indigno siervo tuyo, o
después de las palabras: de nuestro
Papa N., agrega: de mí, indigno siervo
tuyo. Pero si el Obispo celebra fuera de
su diócesis, después de las palabras: con
nuestro Papa N., agrega: conmigo,
indigno siervo tuyo, con mi hermano N.,
Obispo de esta Iglesia de N.
El Obispo diocesano, o el que en el
derecho se le equipare, se debe nombrar
con esta fórmula: juntamente con tu
servidor el Papa N. y con nuestro Obispo
(o: Vicario, Prelado, Prefecto, Abad) N.
En la Plegaria Eucarística pueden
nombrarse los Obispos Coadjutores y
Auxiliares, pero no los otros Obispos,
casualmente presentes. Cuando hay que
nombrar a varios, se emplea la fórmula
general: y nuestro Obispo N. y sus
Obispos auxiliares.
En cada Plegaria Eucarística hay que
adaptar las fórmulas ante dichas a las
reglas gramaticales.
150. Un poco antes de la
consagración, el ministro, si se cree
conveniente, advierte a los fieles con
un toque de campanilla. Puede
también, según las costumbres de
cada lugar, tocar la campanilla en cada
elevación.
Si se usa incienso, el ministro inciensa la
Hostia y el cáliz, cuando son presentados
al pueblo después de la consagración.
151. Después de la consagración,
habiendo dicho el sacerdote: Este es el
Sacramento de nuestra fe, el pueblo dice
la aclamación, empleando una de las
fórmulas determinadas.
Al final de la Plegaria Eucarística, el
sacerdote, toma la patena con la Hostia y
el cáliz, los eleva simultáneamente y
pronuncia la doxología él solo: Por Cristo,
con Él y en Él. Al fin el pueblo
aclama: Amén. En seguida, el sacerdote
coloca la patena y el cáliz sobre el
corporal.
152. Terminada Plegaria Eucarística, el
sacerdote con las manos juntas, dice la
monición antes de la Oración del Señor;
luego, con las manos extendidas, dice la
Oración del Señor juntamente con el
pueblo.
153. Concluida la Oración del Señor, el
sacerdote solo, con las manos
extendidas, dice el embolismo Líbranos
de todos los males, terminado el cual, el
pueblo aclama: Tuyo es el reino.
154. A continuación el sacerdote solo,
con las manos extendidas, dice en voz
alta la oración: Señor Jesucristo, que
dijiste; y terminada ésta, extendiendo y
juntando las manos, vuelto hacia el
pueblo, anuncia la paz, diciendo: La paz
del Señor esté siempre con ustedes. El
pueblo responde: Y con tu
espíritu. Luego, según las circunstancias,
el sacerdote añade: Dense
fraternalmente la paz.
El sacerdote puede dar la paz a los
ministros, pero permaneciendo
siempre dentro del presbiterio para
que la celebración no se perturbe.
Haga del mismo modo si por alguna
causa razonable desea dar la paz a unos
pocos fieles. Todos, empero, según lo
determinado por la Conferencia de
Obispos, se expresan unos a otros la paz,
la comunión y la caridad. Mientras se da
la paz, se puede decir: La paz del Señor
esté siempre contigo, a lo cual se
responde: Amén.
155. En seguida el sacerdote toma la
Hostia, la parte sobre la patena, y deja
caer una partícula en el cáliz, diciendo
en secreto: El Cuerpo y la Sangre de
nuestro Señor Jesucristo unidos en
este cáliz. Mientras tanto, se canta o
se dice por el coro el Cordero de
Dios (cfr. n.83).
156. Entonces, el sacerdote dice en
secreto y con las manos juntas la oración
para la Comunión Señor Jesucristo, Hijo
de Dios vivo, o Señor Jesucristo, la
comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre.
157. Concluida la oración, el sacerdote
hace genuflexión, toma la Hostia
consagrada en la misma Misa y,
teniéndola un poco elevada sobre la
patena o sobre el cáliz, vuelto hacia el
pueblo, dice: Éste es el Cordero de
Dios, y juntamente con el pueblo,
agrega: Señor, no soy digno.
158. Después, de pie vuelto hacia el
altar, el sacerdote dice en secreto: El
cuerpo de Cristo me guarde para la
vida eterna, y come reverentemente el
Cuerpo de Cristo. Después, toma el
cáliz, dice en secreto: La Sangre de
Cristo me guarde para la vida eterna, y
bebe reverentemente la Sangre de
Cristo.
159. Mientras el sacerdote sume el
Sacramento, se comienza el canto de
Comunión (cfr. n. 86).
160. Después el sacerdote toma la
patena o el copón y se acerca a quienes
van a comulgar, los cuales de ordinario,
se acercan procesionalmente.
No está permitido a los fieles tomar
por sí mismos el pan consagrado ni el
cáliz sagrado, ni mucho menos
pasarlo de mano en mano entre ellos.
Los fieles comulgan estando de
rodillas o de pie, según lo haya
determinado la Conferencia de
Obispos. Cuando comulgan estando
de pie, se recomienda que antes de
recibir el Sacramento, hagan la debida
reverencia, la cual debe ser
determinada por las mismas normas.
161. Si la Comunión se recibe sólo
bajo la especie de pan, el sacerdote,
teniendo la Hostia un poco elevada, la
muestra a cada uno, diciendo: El
Cuerpo de Cristo. El que comulga
responde: Amén, y recibe el
Sacramento, en la boca, o donde haya
sido concedido, en la mano, según su
deseo. Quien comulga,
inmediatamente recibe la sagrada
Hostia, la consume íntegramente.
Pero si la Comunión se hace bajo las
dos especies, obsérvese el rito
descrito en su lugar (cfr. núms.284 -
287).
162. En la distribución de la
Comunión, pueden ayudar al
sacerdote otros presbíteros que
casualmente estén presentes. Si éstos
no están dispuestos y el número de
comulgantes es muy grande, el
sacerdote puede llamar en su ayuda a
ministros extraordinarios, es decir,
acólitos ritualmente instituidos o
también otros fieles que hayan sido
ritualmente delegados para
esto. [97] En caso de necesidad, el
sacerdote puede designar fieles
idóneos “ad actum” (sólo para esta
ocasión).[98]
Estos ministros no se acerquen al altar
antes de que el sacerdote haya
comulgado, y siempre reciban de la
mano del sacerdote celebrante el vaso
que contiene las especies de la
Santísima Eucaristía que van a ser
distribuidas a los fieles.
163. Terminada la distribución de la
Comunión, antes de cualquier otro
detalle, el sacerdote bebe íntegramente
él mismo, en el altar, el vino consagrado
que quizás haya quedado; pero las
hostias consagradas que quedaron, o
las consume en el altar o las lleva al
lugar destinado para conservar la
Eucaristía.
El sacerdote regresa al altar y recoge las
partículas, si las hay; luego de pie, en el
altar o en la credencia, purifica la patena
o el copón sobre el cáliz; después purifica
el cáliz diciendo en secreto: Haz, Señor,
que recibamos, y seca el cáliz con el
purificador. Si los vasos son purificados
en el altar, un ministro los lleva a la
credencia. Sin embargo, se permite dejar
los vasos que deben purificarse, sobre
todo si son muchos, en el altar o en la
credencia sobre el corporal,
convenientemente cubiertos y purificarlos
en seguida después de la Misa, una vez
despedido al pueblo.
164. Después el sacerdote puede
regresar a la sede. Se puede, además,
observar un intervalo de sagrado silencio
o cantar un salmo, o un cántico de
alabanza, o un himno (cfr. n. 88).
165. Luego, de pie en la sede o desde el
altar, el sacerdote, de cara al pueblo, con
las manos juntas, dice: Oremos; y con las
manos extendidas dice la oración
después de la Comunión, a la que puede
preceder un breve intervalo de silencio, a
no ser que ya lo haya precedido
inmediatamente después de la
Comunión. Al final de la oración, el
pueblo aclama: Amen.
Rito de conclusión
166. Terminada la oración después de la
Comunión, si los hay, háganse breves
avisos al pueblo.
167. Después, el sacerdote, extiende las
manos y saluda al pueblo, diciendo: El
Señor esté con ustedes, a lo que el
pueblo responde: Y con tu espíritu. Y
el sacerdote, une de nuevo las manos,
e inmediatamente pone la mano
izquierda sobre el pecho y elevando la
mano derecha, agrega: La bendición
de Dios todopoderoso y, mientras
traza el signo de la cruz sobre el
pueblo, prosigue: Padre, Hijo, y
Espíritu Santo, descienda sobre
ustedes. Todos responden: Amén.
En algunos días y ocasiones, según las
rúbricas, esta bendición se enriqueces y
se expresa con la oración sobre el pueblo
o con otra fórmula más solemne.
El Obispo bendice al pueblo con la
fórmula correspondiente, haciendo sobre
el pueblo tres veces el signo de la
cruz.[99]
168. En seguida, después de la
bendición, con las manos juntas, el
sacerdote agrega: Pueden ir en paz, y
todos responden: Demos gracias a Dios.
169. Entonces el sacerdote venera como
de costumbre el altar con un beso y,
hecha al altar inclinación profunda con los
ministros laicos, se retira con ellos.
170. Pero si a la Misa sigue alguna otra
acción litúrgica, se omite el rito de
conclusión, es decir, el saludo, la
bendición y la despedida.
B) Misa con diácono
171. Cuando en la celebración
eucarística está presente un diácono,
desempeña su ministerio vestido con las
vestiduras sagradas. El Diácono, en
general:
a) Asiste al sacerdote y está a su lado.
b) En el altar sirve, en lo referente al cáliz
y al libro.
c) Proclama el Evangelio y puede, por
mandato del sacerdote que celebra,
hacer la homilía (cfr. n. 66).
d) Dirige al pueblo fiel mediante
oportunas moniciones y enuncia las
intenciones de la oración universal.
e) Ayuda al sacerdote celebrante en la
distribución de la Comunión, y purifica y
arregla los vasos sagrados.
f) Desempeña los oficios de otros
ministros, él mismo, si no está presente
alguno de ellos, según sea necesario.
Ritos iniciales
172. Cuando el diácono lleva el
Evangeliario, lo tiene un poco elevado y
precede al sacerdote mientras se
acercan al altar, de lo contrario, irá a su
lado.
173. Cuando llega al altar, si lleva el
Evangeliario, omitida la reverencia, se
acerca al altar. Luego, una vez
depositado el Evangeliario sobre el altar,
lo cual es recomendable, juntamente con
el sacerdote venera el altar con un beso.
Pero si no lleva el Evangeliario, hace
inclinación profunda al altar del modo
acostumbrado, juntamente con el
sacerdote, y con él venera el altar con un
beso.
Por último, si se usa incienso, asiste al
sacerdote en la imposición del incienso y
en la incensación de la Cruz y del altar.
174. Incensado el altar, se dirige
juntamente con el sacerdote a la sede y
allí permanece a su lado y le ayuda,
según sea necesario.
Liturgia de la palabra
175. Mientras se dice el Aleluya u otro
canto, si se usa incienso, asiste al
sacerdote en la imposición del incienso;
luego, profundamente inclinado ante el
sacerdote, le pide la bendición, diciendo
en voz baja: Padre, dame tu bendición. El
sacerdote lo bendice, diciendo: El Señor
esté en tu corazón. El diácono se signa
con el signo de la cruz y responde: Amén.
Luego, hecha la inclinación al altar, toma
el Evangeliario que había sido colocado
sobre el altar, y se dirige al ambón,
llevando el libro un poco elevado,
precedido por el turiferario con el
incensario humeante y por los ministros
con cirios encendidos. Allí saluda al
pueblo, diciendo con las manos juntas: El
Señor esté con ustedes, después a las
palabras Lectura del santo Evangelio,
signa con el pulgar el libro y después a sí
mismo en la frente, en la boca y en el
pecho, inciensa el libro y proclama el
Evangelio. Terminado éste,
aclama: Palabra del Señor, y todos
responden: Gloria a ti, Señor Jesús. En
seguida venera el libro con un beso,
diciendo en secreto: Las palabras del
Evangelio, y vuelve al lado del sacerdote.
Cuando el diácono asiste al Obispo, le
lleva el libro para que lo bese, o él mismo
lo besa, diciendo en secreto: Las
palabras del Evangelio. En las
celebraciones más solemnes el Obispo,
según las circunstancias, imparte la
bendición al pueblo con el Evangeliario.
Por último, el Evangeliario puede llevarse
a la credencia o a otro lugar conveniente
y digno.
176. Si no está presente otro lector
idóneo, el diácono proclamará también
las otras lecturas.
177. Las intenciones de la oración de los
fieles, después de la introducción del
sacerdote, de ordinario las dice el
diácono desde el ambón.
Liturgia Eucarística
178. Terminada la Oración Universal, el
sacerdote permanece en la sede y el
diácono, con la ayuda del acólito, prepara
el altar; pero es a él a quien le concierne
el cuidado de los vasos sagrados. Asiste
también al sacerdote en la recepción de
los dones del pueblo. Luego entrega al
sacerdote la patena con el pan que será
consagrado; vierte vino y un poco de
agua en el cáliz, diciendo en secreto: El
agua unida al vino; y luego presenta el
cáliz al sacerdote. Esta preparación del
cáliz puede también hacerse en la
credencia. Si se usa incienso, asiste al
sacerdote en la incensación de las
ofrendas, de la cruz y del altar, y
después, él mismo o el acólito, inciensa
al sacerdote y al pueblo.
179. Durante la Plegaria Eucarística, el
diácono está junto al sacerdote, pero un
poco detrás de él, para cuando sea
necesario servir en lo que se refiera al
cáliz o al misal.
Desde la epíclesis hasta la elevación del
cáliz el diácono, de ordinario, permanece
de rodillas. Si están presentes varios
diáconos, uno de ello puede imponer
incienso en el incensario para la
consagración e incensar durante la
elevación de la Hostia y del cáliz
180. Para la doxología final de la Plegaria
Eucarística, de pie al lado del sacerdote,
tiene el cáliz elevado, mientras el
sacerdote eleva la patena con la Hostia,
hasta cuando el pueblo haya
aclamado: Amén.
181. Después de que el sacerdote haya
dicho la oración de la paz y: La paz del
Señor sea siempre con ustedes, y que el
pueblo haya respondido: Y con tu
espíritu, el diácono, según las
circunstancias, hace la invitación a la paz,
diciendo, con las manos juntas y vuelto
hacia el pueblo: Dense fraternalmente la
paz. Él la recibe del sacerdote y puede
darla a los ministros más cercanos.
182. Habiendo comulgado el sacerdote,
el diácono recibe del mismo sacerdote la
Comunión bajo las dos especies y
después ayuda al sacerdote a distribuir la
Comunión al pueblo. Pero si la Comunión
se hace bajo las dos especies, él ofrece
el cáliz a quienes van a comulgar, y
terminada la distribución, en seguida
consume reverentemente en el altar toda
la Sangre de Cristo que haya quedado,
ayudado, si fuere el caso, por los otros
diáconos y presbíteros.
183. Terminada la distribución de la
Comunión, el diácono vuelve al altar con
el sacerdote, recoge las partículas, si las
hay, lleva el cáliz y los otros vasos
sagrados a la credencia y allí los purifica
y los arregla como de costumbre,
mientras el sacerdote vuelve a la sede.
Está permitido, sin embargo, dejar en la
credencia, sobre el
corporal, debidamente cubiertos los
vasos que deben ser purificados y
purifícalos inmediatamente después de la
Misa, una vez despedido el pueblo.
Rito de conclusión
184. Dicha la oración después de la
Comunión, el diácono da al pueblo los
breves anuncios, que quizás haya que
hacer, a no ser que sacerdote mismo
prefiera hacerlos.
185. Si se emplea la oración sobre el
pueblo o la fórmula de bendición
solemne, el diácono dice: Inclínense para
recibir la bendición. Una vez que el
sacerdote haya impartido la bendición, el
diácono despide al pueblo, vuelto hacia
él, diciendo con las manos
juntas: Pueden irse en paz.
186. Luego, juntamente con el sacerdote,
venera el altar con un beso, y hecha la
inclinación profunda, se retira del modo
en que había entrado.
C) Ministerios del acólito
187. Las funciones que el acólito puede
ejercer son de diversa índole y puede
ocurrir que varias de ellas se den
simultáneamente. Por lo tanto, es
conveniente que se distribuyan
oportunamente entre varios; pero cuando
sólo un acólito está presente, haga él
mismo lo que es de mayor importancia,
distribuyéndose lo demás entre otros
ministros.
Ritos iniciales
188. En la procesión hacia el altar, puede
llevar la cruz en medio de dos ministros
con cirios encendidos. Cuando hubiere
llegado al altar, erige la cruz junto al altar
para que sea la cruz del altar; pero si no
se puede, la lleva a un lugar digno.
Después ocupa su lugar en el presbiterio.
189. Durante toda la celebración,
corresponde al acólito acercarse al
sacerdote o al diácono, cuantas veces
tenga que hacerlo, para presentarles el
libro y ayudarles en lo que sea necesario.
Por tanto conviene que, en la medida de
lo posible, ocupe un lugar desde el que
pueda ejercer oportunamente su
ministerio, junto la sede o cerca del altar.
Liturgia Eucarística
190. En ausencia del diácono, concluida
la oración universal, mientras el
sacerdote permanece en la sede, el
acólito pone sobre el altar el corporal, el
purificador, el cáliz, la palia y el misal.
Después, si es necesario, ayuda al
sacerdote a recibir los dones del pueblo
y, según las circunstancias, lleva el pan y
el vino al altar y los entrega al sacerdote.
Si se usa incienso, presenta el incensario
al sacerdote y lo asiste en la incensación
de las ofrendas, de la cruz y del altar.
Después inciensa al sacerdote y al
pueblo.
191. Cuando sea necesario, el acólito
ritualmente instituido, como ministro
extraordinario, puede ayudar al
sacerdote en la distribución de la
Comunión al pueblo.[100] Y si se da la
Comunión bajo las dos especies, en
ausencia del diácono, ofrece el cáliz a los
que van a comulgar o sostiene el cáliz
cuando la Comunión se da por intinción.
192. Y asimismo, el acólito instituido,
terminada la distribución de la Comunión,
ayuda al sacerdote o al diácono en la
purificación y en el arreglo de los vasos
sagrados. En ausencia del diácono, el
acólito ritualmente instituido lleva los
vasos sagrados a credencia y allí los
purifica los seca y los arregla del modo
acostumbrado.
193. Terminada la celebración de la Misa,
el acólito y los otros ministros, juntamente
con el diácono y el sacerdote, regresan
procesionalmente a la sacristía de la
misma manera y en el mismo orden en el
que vinieron.
D) Ministerios del lector
Ritos iniciales
194. En la procesión hacia el altar, en
ausencia del diácono, el lector, vestido
con la vestidura aprobada, puede llevar el
Evangeliario un poco elevado, caso en el
cual, antecede al sacerdote; de lo
contrario, va con los otros ministros.
195. Cuando hubiere llegado al altar,
hace inclinación profunda con los demás.
Si lleva el Evangeliario, se acerca al altar
y coloca el Evangeliario sobre él.
Después, juntamente con los otros
ministros ocupa su lugar en el presbiterio.
Liturgia de la palabra
196. Desde el ambón hace las lecturas
que preceden al Evangelio. Y en
ausencia del salmista puede también
proclamar el salmo responsorial después
de la primera lectura.
197. En ausencia del diácono, después
de la introducción del sacerdote, puede
proponer desde el ambón las intenciones
de la oración universal.
198. Si no hay canto de entrada ni de
Comunión y los fieles no dicen las
antífonas propuestas en el Misal, puede
decirlas en el momento oportuno (cfr.
núms. 48.87).
II. LA MISA CONCELEBRADA
199. La concelebración, con la que se
manifiesta provechosamente la unidad
del sacerdocio y del sacrificio, como
también de todo el pueblo de Dios, por el
mismo rito está mandada: en la
ordenación del Obispo y de los
presbíteros, en la bendición de un Abad y
en la Misa Crismal.
Sin embargo, se recomienda a no ser que
el provecho de los fieles requiera o
aconseje otra cosa:
a) Para la Misa vespertina en la Cena del
Señor.
b) Para la Misa que se celebra en los
Concilios, en las Reuniones de Obispos y
en los Sínodos.
c) Para la Misa conventual y para la Misa
principal que se celebra en las iglesias y
en los oratorios.
d) Para las Misas que se celebran en
cualquier tipo de reuniones de
sacerdotes, tanto seculares como
religiosos.[101]
Sin embargo, es lícito a cada sacerdote
celebrar de manera individual la
Eucaristía, pero no en el mismo tiempo
en el que se tiene concelebración en la
misma iglesia u oratorio. No obstante, el
Jueves santo en la Cena del Señor y en
la Misa de la Vigilia pascual, no se
permite ofrecer el sacrificio en forma
individual.
200. Los presbíteros peregrinos sean
admitidos con gusto a la
concelebración, siempre que se haya
comprobado su condición de
sacerdotes.
201. Donde hay un gran número de
sacerdotes, la concelebración puede
hacerse varias veces en el mismo día,
cuando la necesidad o la utilidad pastoral
lo aconsejen; sin embargo, deben
tenerse en tiempos sucesivos o en
lugares sagrados diversos.[102]
202. Corresponde al Obispo, según las
normas del Derecho, ordenar la disciplina
de la concelebración en todas las iglesias
y oratorios de su diócesis.
203. Hónrese de manera particular la
concelebración en la que los presbíteros
de una diócesis concelebran con su
propio Obispo, especialmente la Misa
estacional en los días más solemnes del
año litúrgico, la Misa de ordenación de un
nuevo Obispo de la diócesis o de
suCoadjutor o Auxiliar, la Misa Crismal, la
Misa vespertina en la Cena del Señor, las
celebraciones del Santo Fundador de la
Iglesia local o del Patrono de la diócesis,
los aniversarios del Obispo y, finalmente,
con ocasión del Sínodo o de la visita
pastoral.
Por la misma razón se recomienda la
concelebración cuantas veces los
sacerdotes se reúnen con el propio
Obispo, sea con ocasión de los ejercicios
espirituales o de alguna reunión. En estos
casos se manifiesta de forma más
perceptible el signo de la unidad del
sacerdocio y de la Iglesia, que es propio
de toda concelebración.[103]
204. Por una causa especial, como sería
el mayor sentido que tiene un rito o de
una festividad, se concede facultad de
celebrar o concelebrar varias veces en el
mismo día, en los siguientes casos:
a) Si alguien celebró o concelebró el
Jueves Santo en la Misa Crismal, puede
celebrar o concelebrar también en la Misa
vespertina en la Cena del Señor.
b) Si alguien celebró o concelebró en la
Misa de la Vigilia Pascual, puede celebrar
o concelebrar la Misa en día de Pascua.
c) En la Navidad del Señor todos los
sacerdotes pueden celebrar o
concelebrar tres Misas, con tal de que
ellas se celebren a su tiempo.
d) El día de la Conmemoración de todos
los fieles difuntos, todos los sacerdotes
pueden celebrar o concelebrar tres Misas
con tal de que las celebraciones se hagan
en diversos tiempos y observando lo
establecido acerca de la aplicación de la
segunda y de la tercera Misa.[104]
e) Si alguien concelebra con su Obispo o
su delegado en un Sínodo y en la visita
pastoral, o con ocasión de reuniones de
sacerdotes, puede de nuevo celebrar otra
Misa para utilidad de los fieles. Lo mismo
vale, observando lo que debe
observarse, para las reuniones de
religiosos.
205. La Misa concelebrada se ordena, en
cualquiera de sus formas, según las
normas que se deben observar
comúnmente (cfr. núms. 112-198),
observando o cambiando lo que más
abajo se expondrá.
206. Ninguno jamás pretenda tomar parte
de una concelebración, ni sea admitido
en ella, una vez que la Misa haya ya
empezado.
207. En el presbiterio prepárense:
a) Sillas y folletos para los sacerdotes
concelebrantes.
b) En la credencia: un cáliz de suficiente
capacidad o varios cálices.
208. Si no está presente un diácono, los
ministerios propios de éste serán
desempeñados por algunos de los
concelebrantes.
Si tampoco están presentes otros
ministros, las partes propias de ellos
pueden ser encomendadas a otros fieles
idóneos; de lo contrario serán cumplidas
por algunos concelebrantes.
209. Los concelebrantes, en la sacristía o
en otro lugar apropiado, se revisten con
las vestiduras sagradas que suelen
utilizar cuando celebran la Misa
individualmente. Pero si hay una justa
causa, por ejemplo, un gran número de
concelebrantes o falta de ornamentos,
los concelebrantes, con excepción
siempre del celebrante principal, pueden
omitir la casulla o planeta, poniendo la
estola sobre el alba.
Ritos iniciales
210. Cuando todo está debidamente
preparado se hace, como de costumbre,
la procesión hacia el altar por en medio
de la Iglesia. Los sacerdotes
concelebrantes preceden al celebrante
principal.
211. Cuando llegan al altar, los
concelebrantes y el celebrante principal,
hacen inclinación profunda, veneran el
altar con un beso y después se dirigen a
la silla que les fue asignada. Pero el
celebrante principal, dado el caso,
inciensa la cruz y el altar, y va a la sede.
Liturgia de la Palabra
212. Durante la Liturgia de la Palabra los
concelebrantes ocupan su propio lugar y
se sientan y se levantan, de la misma
forma como lo hace el celebrante
principal.
Iniciado el Aleluya, todos se levantan,
excepto el Obispo, quien pone incienso al
turíbulo sin decir nada, y bendice al
diácono o, si no hay un diácono presente,
al concelebrante que proclamará el
Evangelio. Pero en la concelebración que
preside un presbítero, el concelebrante
que proclama el Evangelio cuando no
está presente un diácono, ni pide ni
recibe la bendición del concelebrante
principal.
213. La homilía la hará de ordinario el
celebrante principal o uno de los
concelebrantes.
Liturgia Eucarística
214. Al celebrante principal corresponde
la preparación de los dones (cfr. núms.
139-146), durante la cual los demás
concelebrantes permanecen en sus
lugares.
215. Después de haber dicho el
celebrante principal la oración sobre las
ofrendas, los concelebrantes se acercan
al altar y permanecen cerca de él, pero
de tal modo que no impidan el desarrollo
de los ritos y que la acción sagrada pueda
ser bien presenciada por los fieles, ni que
sean impedimento al diácono cuando,
por razón de su ministerio, debe
acercarse al altar.
El diácono desempeñe su propio
ministerio cerca del altar, sirviendo,
cuando sea necesario, en lo que se
refiere al cáliz y al misal. Sin embargo, en
cuanto sea posible, permanezca un poco
detrás de los sacerdotes concelebrantes,
quienes están de pie cerca del
concelebrante principal.
Modo de proclamar la Plegaria
Eucarística
216. El prefacio lo canta o lo dice solo el
celebrante principal; el Santo, en cambio,
lo cantan o lo dicen todos los
concelebrantes juntamente con el pueblo
y los cantores.
217. Terminado el Santo, los sacerdotes
concelebrantes prosiguen la Plegaria
Eucarística en el modo descrito más
abajo. Solo el celebrante principal hace
los gestos, a no ser que se indique de
otra manera.
218. Las partes que dicen conjuntamente
todos los concelebrantes y,
especialmente, las palabras de la
consagración, las cuales todos están
obligados a pronunciar, deben decirse de
tal modo que los concelebrantes las
acompañen en voz baja y que la voz del
celebrante principal se escuche
claramente. De esta manera las palabras
serán comprendidas más fácilmente por
el pueblo.
Es muy loable que se canten las partes
que deben ser dichas simultáneamente
por todos los concelebrantes y que en el
misal están embellecidas con nota
musical.
Plegaria Eucarística I o Canon
Romano
219. En la Plegaria Eucarística I o Canon
Romano, Padre misericordioso lo dice
solamente el celebrante principal con las
manos extendidas.
220. El Memento de los vivos (Acuérdate,
Señor,) y la Conmemoración de los
Santos (Reunidos en comunión)
conviene encomendarlos a uno u otro de
los concelebrantes, y él solo dice estas
oraciones, con las manos extendidas y en
voz alta.
221. Acepta, Señor, en tu bondad, lo dice
solamente el celebrante principal, con las
manos extendidas.
222. Desde Bendice y santifica, oh
Padre, hasta Te pedimos humildemente,
Dios todopoderoso, el celebrante
principal hace los gestos, pero todos los
concelebrantes dicen todo
simultáneamente, de este modo:
a) Bendice y santifica, oh Padre, con las
manos extendidas hacia las ofrendas.
b) El cual, la víspera de su Pasión y Del
mismo modo, acabada la cena, con las
manos juntas.
c) Las palabras del Señor, si parece
conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz;
pero en la elevación miran la Hostia y el
cáliz y luego se inclinan profundamente.
d) Por eso, Padre, nosotros, tus siervos,
y Mira con ojos de bondad, con las
manos extendidas.
e) Te pedimos humildemente, Dios
todopoderoso, inclinados y con las
manos juntas hasta las palabras: al
participar aquí de este altar y, en seguida,
se enderezan, signándose a las
palabras seamos colmados de gracia y
bendición.
223. La intercesión por los difuntos
(Acuérdate también, Señor, de tus
hijos) y Y a nosotros pecadores, siervos
tuyos, conviene encomendarlos a uno u
otro de los concelebrantes y él solo las
pronuncia con las manos extendidas y en
voz alta.
224. A las palabras Y a nosotros,
pecadores, siervos tuyos, todos los
concelebrantes se golpean el pecho.
225. Por Cristo, Señor nuestro, por quien
sigues creando es dicho sólo por el
celebrante principal.
Plegaria Eucarística II
226. En la Plegaria Eucarística II Santo
eres en verdad, Señor, es dicho sólo por
el celebrante principal, con las manos
extendidas.
227. Desde Por eso te pedimos que
santifiques, hasta Te pedimos
humildemente, todos los concelebrantes
lo dicen simultáneamente, de este modo:
a) Por eso te pedimos que
santifiques, con las manos extendidas
hacia las ofrendas.
b) El cual, cuando iba a ser entregado a
su Pasión y Del mismo modo, acabada la
cena, con las manos juntas.
c) Las palabras del Señor, si parece
conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz;
pero en la elevación miran la Hostia y el
cáliz y luego se inclinan profundamente.
d) Así, pues, Padre, al celebrar
ahora, y Te pedimos humildemente, que
el Espíritu Santo con las manos
extendidas.
228. Las intercesiones por los
vivos Acuérdate, Señor, de tu Iglesia y
por los difuntos Acuérdate también de
nuestros hermanos, conviene
encomendarlas a uno u otro de los
concelebrantes y las pronuncia él solo
con las manos extendidas, en voz alta.
Plegaria Eucarística III
229. En la Plegaria Eucarística III Santo
eres en verdad, Padre, es dicho sólo por
el celebrante principal, con las manos
extendidas.
230 Desde Por eso, Padre, te
suplicamos, hasta Dirige tu mirada, sobre
la ofrenda lo dicen simultáneamente
todos los concelebrantes, de este modo:
a) Por eso, Padre, te suplicamos, con las
manos extendidas hacia las ofrendas.
b) Porque él mismo, la noche en que iba
a ser entregado y Del mismo modo,
acabada la cena, con las manos juntas.
c) Las palabras del Señor, si parece
conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz;
pero en la elevación miran la Hostia y el
cáliz y luego se inclinan profundamente.
d) Así, pues, Padre, al celebrar ahora el
memorial y Dirige tu mirada sobre la
ofrenda de tu Iglesia, con las manos
extendidas.
231. Las intercesiones: Que Él nos
transforme en ofrenda permanente, Te
pedimos, Padre, que esta Víctima de
reconciliación y A nuestros hermanos
difuntos conviene encomendarlas a uno
u otro de los concelebrantes, quien las
pronuncia en voz alta, solo, con las
manos extendidas.
Plegaria Eucarística IV
232. En la Plegaria Eucarística IV Te
alabamos, Padre santo, porque eres
grande hasta llevando a plenitud su obra
en el mundo, son dichas sólo por el
celebrante principal, con las manos
extendidas.
233. Desde: Por eso, Padre, te
rogamos, hasta Dirige tu mirada, sobre
esta Víctima lo dicen simultáneamente
todos los concelebrantes, de este modo:
a) Por eso, Padre, te rogamos, con las
manos extendidas hacia las ofrendas.
b) Porque Él mismo, llegada la hora y Del
mismo modo, tomó el cáliz con las manos
juntas.
c) Las Palabras del Señor, si parece
conveniente, con la mano derecha
extendida hacia el pan y hacia el cáliz;
pero en la elevación miran la Hostia y el
cáliz y luego se inclinan profundamente.
d) Por eso, Padre, al celebrar ahora el
memorial y Dirige tu mirada sobre esta
Víctima con las manos extendidas.
234. La intercesión Y ahora, Señor,
acuérdate, de todos aquellos y Padre de
bondad, que todos tus hijos nos
reunamos conviene encomendarlas a
uno u otro de los concelebrantes y él solo
las pronuncia, con las manos extendidas.
235. Respecto a las otras Plegarias
Eucarísticas aprobadas por la Sede
Apostólica, obsérvense las normas
determinadas para cada una de ellas.
236. La doxología final de la Plegaria
Eucarística es pronunciada solamente
por el sacerdote celebrante principal y, si
se quiere, juntamente con los otros
concelebrantes, pero no por los fieles.
Rito de la comunión
237. Después, con las manos juntas, el
celebrante principal dice la monición
antes de la Oración del Señor, y en
seguida, con las manos extendidas,
juntamente con los demás
concelebrantes, quienes también
extienden las manos, y con el pueblo,
dice la Oración del Señor.
238. Líbranos de todos los males,
Señor, es dicho sólo por el celebrante
principal, con las manos extendidas.
Todos los concelebrantes, juntamente
con el pueblo, dicen la aclamación
final: Tuyo es el reino.
239. Después de la monición del diácono
o, en su ausencia, de uno de los
concelebrantes: Dense fraternalmente la
paz, todos se dan la paz. Los que están
más cerca del celebrante principal
reciben la paz de él antes que el diácono.
240. Mientras se dice Cordero de Dios,
los diáconos o algunos de los
concelebrantes, pueden ayudar al
celebrante principal a partir las Hostias,
sea para Comunión de los
concelebrantes, sea para la del pueblo.
241. Terminada la “inmixtión” o bien, la
mezcla del Cuerpo y de la Sangre del
Señor, sólo el celebrante principal, con
las manos juntas, dice el secreto la
oración Señor Jesucristo, Hijo de Dios
vivo, o Señor Jesucristo la comunión de
tu Cuerpo y de tu Sangre.
242. Terminada la oración antes de la
Comunión, el celebrante principal hace
genuflexión y se retira un poco. Los
concelebrantes, por su parte, uno tras
otro, se acercan al centro del altar, hacen
genuflexión y toman reverentemente del
altar el Cuerpo de Cristo, lo tienen con la
mano derecha, poniendo debajo la
izquierda y se retiran a sus lugares. Sin
embargo, los concelebrantes también
pueden permanecer en sus lugares y
tomar el Cuerpo de Cristo de la patena
que el celebrante principal, o uno o varios
de los concelebrantes sostienen,
pasando ante ellos; o también pasándose
la patena uno a otro hasta el último.
243. Después, el celebrante principal
toma el Hostia consagrada en esa misma
Misa, y teniéndola un poco elevada sobre
la patena o sobre el cáliz, vuelto hacia el
pueblo dice: Éste es el Cordero de
Dios, y prosigue con los concelebrantes y
con el pueblo, diciendo: Señor, no soy
digno.
244. En seguida, el celebrante principal,
vuelto hacia el altar, dice en secreto: El
Cuerpo de Cristo me guarde para la vida
eterna, y come reverentemente el Cuerpo
de Cristo. Del mismo modo hacen los
concelebrantes, dándose ellos mismos la
Comunión. Después de ellos, el diácono
recibe del celebrante principal el Cuerpo
y la Sangre del Señor.
245. La Sangre del Señor se puede tomar
o bebiendo directamente del cáliz o por
intinción, o con una cánula, o con una
cucharilla.
246. Si la Comunión se recibe bebiendo
directamente del cáliz, puede emplearse
uno de estos modos:
a) El celebrante principal de pie, al centro
del altar toma el cáliz y dice en
secreto: La Sangre de Cristo me guarde
para la vida eterna y bebe un poco de la
Sangre del Señor y entrega el cáliz al
diácono o a un concelebrante. Después
distribuye la Comunión a los fieles (cfr.
núms.160 -162).
Los concelebrantes, uno tras otro, o de
dos en dos, si se emplean dos cálices, se
acercan al altar, hacen genuflexión,
beben la Sangre, limpian el borde del
cáliz y vuelven a sus asientos.
b) El celebrante principal en el centro del
altar, de la manera acostumbrada bebe la
Sangre del Señor.
Pero los concelebrantes pueden beber la
Sangre del Señor permaneciendo en sus
lugares y bebiendo del cáliz que les
ofrece el diácono o un concelebrante, o
también pasándose seguidamente el
cáliz. El cáliz siempre se purifica o por el
mismo que bebe o por quien presenta el
cáliz. Cuando cada uno haya comulgado
vuelve a su asiento.
247. En el altar, el diácono bebe
reverentemente toda la Sangre de Cristo
que quedó, ayudado, si es el caso, por
algunos concelebrantes; después
traslada el cáliz a la credencia y allí él
mismo, o el acólito ritualmente instituido,
lo purifica, lo seca y lo arregla (cfr. n.
183).
248. La Comunión de los concelebrantes
también puede ordenarse de manera que
cada uno comulgue en el altar el Cuerpo
e inmediatamente después la Sangre del
Señor.
En este caso, el celebrante principal toma
la Comunión bajo las dos especies como
de costumbre (cfr. n. 158), observando,
sin embargo, el rito para la Comunión del
cáliz elegido en cada caso, que seguirán
los demás concelebrantes.
Terminada la comunión del celebrante
principal, se deja el cáliz a un lado del
altar sobre otro corporal. Los
concelebrantes se acercan uno tras otro
al centro del altar, hacen genuflexión y
comulgan el Cuerpo del Señor; pasan
después al lado del altar y beben la
Sangre del Señor, según el rito escogido
para la Comunión del cáliz, como se dijo
antes.
De la misma manera, como se dijo
antes, se hacen también la Comunión del
diácono y la purificación del cáliz.
249. Si la Comunión de los
concelebrantes se hace por intinción, el
celebrante principal sume el Cuerpo y la
Sangre del Señor de la manera
acostumbrada, teniendo cuidado, sin
embargo, de que en el cáliz quede
suficiente cantidad de la Sangre del
Señor para la Comunión de los
concelebrantes. Después el diácono, o
uno de los concelebrantes, dispone de
modo apropiado el cáliz en el medio del
altar, o a un lado, sobre otro corporal,
junto con la patena que contiene las
partículas de Hostias.
Los concelebrantes, uno tras otro, se
acercan al altar, hacen genuflexión,
toman una partícula, la mojan en parte en
el cáliz y, poniendo el purificador debajo
de la boca, comen la partícula mojada y,
en seguida, se retiran a sus sitios como
al inicio de la Misa.
También el diácono recibe la Comunión
por intinción, el cual responde Amén al
concelebrante quien le dice: El Cuerpo y
la Sangre de Cristo. El diácono, por otra
parte, bebe en el altar toda la Sangre que
quedó, ayudado, si es el caso, por
algunos concelebrantes; traslada el cáliz
a la credencia y allí él, o un acólito
ritualmente instituido, como de
costumbre, lo purifica, lo seca y lo
arregla.
Rito de conclusión
250. Todo lo demás, hasta el fin de la
Misa, lo hace como de costumbre (cfr.
núms. 166-168) el celebrante principal,
permaneciendo los concelebrantes en
sus sillas.
251. Los concelebrantes antes de
retirarse del altar, hacen inclinación
profunda al altar. Pero el celebrante
principal venera el altar con un beso
como de costumbre.
III. MISA EN LA QUE SÓLO PARTICIPA
UN MINISTRO
252. En la Misa celebrada por el
sacerdote, a quien sólo un ministro asiste
y le responde, obsérvese el rito de la Misa
con pueblo (cfr. núms. 120-169); el
ministro, según las circunstancias, dice
las partes del pueblo.
253. Con todo, si el ministro es un
diácono, él mismo cumplirá las funciones
que le son propias (cfr. núms. 171-186) y
además realizará las otras partes del
pueblo.
254. No se celebre la Misa sin un
ministro, o por lo menos algún fiel, a no
ser por causa justa y razonable. En este
caso se omiten los saludos, las
moniciones y la bendición al final de la
Misa.
255. Antes de la Misa se preparan los
vasos necesarios en la credencia o sobre
el altar al lado derecho.
Ritos iniciales
256. El sacerdote, se acerca al altar y,
hecha inclinación profunda junto con el
ministro, venera el altar con un beso y se
dirige a la sede. Si el sacerdote quiere
puede permanecer en el altar; en este
caso, también el misal se prepara allí.
Entonces el ministro o el sacerdote dice
la antífona de entrada.
257. Después el sacerdote con el
ministro, estando de pie, se signa con el
signo de la cruz y dice En el nombre del
Padre; vuelto hacia el ministro lo saluda,
eligiendo una de las fórmulas propuestas.
258. En seguida se hace el acto
penitencial, y, según las rúbricas, se dice
el Kyrie y el Gloria.
259. Luego, con las manos juntas,
dice: Oremos, y después de una pausa
conveniente, dice, con las manos
extendidas, la oración colecta. Al final, el
ministro aclama: Amén.
Liturgia de la palabra
260. Las lecturas, en cuanto sea posible,
se proclamarán desde el ambón o desde
el facistol.
261. Dicha la colecta, el ministro hace la
primera lectura y el salmo; y cuando
corresponda, también hace la segunda
lectura con el versículo para el Aleluya u
otro canto.
262. Después, profundamente inclinado,
el sacerdote dice: Purifica mi corazón, y
en seguida lee el Evangelio. Al final
dice: Palabra del Señor, a lo que el
ministro responde: Gloria a ti, Señor
Jesús. Después el sacerdote venera el
libro con un beso, diciendo en
secreto: Las palabras del Evangelio
borren nuestros pecados.
263. En seguida, el sacerdote, según las
rúbricas, dice el Símbolo juntamente con
el ministro.
264. Sigue la oración universal, que
también puede decirse en esta Misa. El
sacerdote introduce y concluye la
oración, pero el ministro dice las
intenciones.
Liturgia Eucarística
265. En la Liturgia Eucarística todo se
hace como en la Misa con pueblo,
excepto lo que sigue.
266. Terminada la aclamación al final del
embolismo que sigue a la Oración del
Señor, el sacerdote dice la oración Señor
Jesucristo, que dijiste; y luego agrega: La
paz del Señor esté siempre con ustedes,
a lo que el ministro responde: Y con tu
espíritu. Según las circunstancias, el
sacerdote da la paz al ministro.
267. En seguida, mientras dice con el
ministro Cordero de Dios, el sacerdote
parte la Hostia sobre la patena.
Terminado el Cordero de Dios, hace la
“inmixtión”, o sea la mezcla del Cuerpo y
de la Sangre del Señor, diciendo en
secreto: El Cuerpo y la Sangre.
268. Después de la “inmixtión”, es decir,
la mezcla del Cuerpo y de la Sangre del
Señor, el sacerdote dice en secreto la
oración Señor Jesucristo, Hijo de Dios
vivo o Señor Jesucristo, la comunión de
tu Cuerpo; después hace la genuflexión,
toma la Hostia y, si el ministro recibe la
Comunión, vuelto hacia él y teniendo la
Hostia un poco elevada sobre la patena o
sobre el cáliz, dice: Este es el Cordero de
Dios, y con él agrega: Señor, no soy
digno. En seguida, vuelto hacia el altar,
sume el Cuerpo de Cristo. Pero si el
ministro no recibe la Comunión, hecha la
genuflexión, el sacerdote toma la Hostia
y, vuelto hacia el altar, dice una sola vez
en secreto: Señor, no soy digno, y El
Cuerpo de Cristo me guarde y en seguida
sume el Cuerpo de Cristo. Después toma
el cáliz y dice en secreto: La Sangre de
Cristo me guarde y bebe la Sangre.
269. Antes de dar la Comunión al
ministro, el ministro, o el mismo
sacerdote dicen la antífona de Comunión.
270. El sacerdote purifica el cáliz en la
credencia o en el altar. Si se purifica el
cáliz en el altar, puede ser llevado por el
ministro a la credencia, o se deja a un
lado del altar.
271. Terminada la purificación del cáliz,
es conveniente que el sacerdote guarde
un intervalo de silencio; en seguida dice
la oración después de la Comunión.
Rito de conclusión
272. El rito de conclusión se cumple
como en la Misa con pueblo, omitido
el Pueden ir en paz. El sacerdote, como
de costumbre, venera el altar con un
beso, y, hecha inclinación profunda
juntamente con el ministro, se retira.
IV. ALGUNAS NORMAS MÁS
GENERALES
PARA TODAS LAS FORMAS DE MISA
Veneración del altar y del Evangeliario
273. Según la costumbre tradicional, la
veneración del altar y del Evangeliario se
cumple con el beso. Sin embargo, donde
este signo no concuerda con las
tradiciones o la índole de alguna región,
corresponde a la Conferencia de los
Obispos determinar otro signo en lugar
de éste, con el consentimiento de la Sede
Apostólica.
Genuflexión e inclinación
274. La genuflexión, que se hace
doblando la rodilla derecha hasta la tierra,
significa adoración; y por eso se reserva
para el Santísimo Sacramento, así como
para la santa Cruz desde la solemne
adoración en la acción litúrgica del
Viernes Santo en la Pasión del Señor
hasta el inicio de la Vigilia Pascual.
En la Misa el sacerdote que celebra hace
tres genuflexiones, esto es: después de
la elevación de la Hostia, después de la
elevación del cáliz y antes de la
Comunión. Las peculiaridades que deben
observarse en la Misa concelebrada, se
señalan en sus lugares (cfr. núms. 210-
251).
Pero si el tabernáculo con el Santísimo
Sacramento está en el presbiterio, el
sacerdote, el diácono y los otros
ministros hacen genuflexión cuando
llegan al altar y cuando se retiran de él,
pero no durante la celebración misma
de la Misa.
De lo contrario, todos los que pasan
delante del Santísimo Sacramento hacen
genuflexión, a no ser que avancen
procesionalmente.
Los ministros que llevan la cruz
procesional o los cirios, en vez de la
genuflexión, hacen inclinación de
cabeza.
275. Con la inclinación se significa la
reverencia y el honor que se tributa a las
personas mismas o a sus signos. Hay
dos clases de inclinaciones, es a
saber, de cabeza y de cuerpo:
a) La inclinación de cabeza se hace
cuando se nombran al mismo tiempo
las tres Divinas Personas, y al nombre
de Jesús, de la bienaventurada Virgen
María y del Santo en cuyo honor se
celebra la Misa.
b) La inclinación de cuerpo, o
inclinación profunda, se hace: al altar,
en las oraciones Purifica mi
corazón y Acepta, Señor, nuestro
corazón contrito; en el Símbolo, a las
palabras y por obra del Espíritu
Santo o que fue concebido por obra y
gracia del Espíritu Santo; en el Canon
Romano, a las palabras Te pedimos
humildemente. El diácono hace la
misma inclinación cuando pide la
bendición antes de la proclamación el
Evangelio. El sacerdote, además, se
inclina un poco cuando, en la
consagración, pronuncia las palabras
del Señor.
Incensación
276. La turificación o incensación
expresa reverencia y oración, tal como se
indica en la Sagrada Escritura
(cfr. Sal 140, 2; Ap 8, 3).
El incienso puede usarse a voluntad en
cualquier forma de Misa:
a) durante la procesión de entrada;
b) al inicio de la Misa para incensar la
cruz y el altar;
c) para la procesión y proclamación del
Evangelio;
d) después de ser colocados el pan y el
vino sobre el altar, para incensar las
ofrendas, la cruz y el altar, así como al
sacerdote y al pueblo;
e) En la elevación de la Hostia y del
cáliz después de la consagración.
277. El sacerdote, cuando pone incienso
en el turíbulo, lo bendice con el signo de
cruz sin decir nada.
Antes y después de la incensación se
hace inclinación profunda a la persona o
al objeto que se inciensa, exceptuados el
altar y las ofrendas para el sacrificio de la
Misa.
Con tres movimientos del turíbulo se
inciensan
el Santísimo Sacramento,
las reliquias de la santa Cruz y
las imágenes del Señor expuestas para
pública veneración,
las ofrendas para el sacrificio de la Misa,
la cruz del altar,
el Evangeliario, el cirio pascual, el
sacerdote y el pueblo.
Con dos movimientos del turíbulo se
inciensan las reliquias y las imágenes de
los Santos expuestas para pública
veneración, y únicamente al inicio de la
celebración, después de la incensación
del altar.
El altar se inciensa con un único
movimiento, de esta manera:
a) Si el altar está separado de la pared, el
sacerdote lo inciensa circundándolo.
b) Pero si el altar no está separado de la
pared, el sacerdote, al ir pasando,
inciensa primero la parte derecha y luego
la parte izquierda.
La cruz, sí está sobre el altar o cerca
de él, se turifica antes de la
incensación del altar, de lo contrario
cuando el sacerdote pasa ante ella.
El sacerdote inciensa las ofrendas con
tres movimientos del turíbulo, antes
de la incensación de la cruz y del altar,
o trazando con el incensario el signo
de la cruz sobre las ofrendas.
Las purificaciones
278. Siempre que algún fragmento de la
Hostia se haya adherido a los dedos,
sobre todo después de la fracción o de la
Comunión de los fieles, el sacerdote debe
limpiar los dedos sobre la patena y, o
según la necesidad, lavarlos. Del mismo
modo, deben recogerse los fragmentos
que hubiera fuera de la patena.
279. Los vasos sagrados son purificados
por el sacerdote, o por el diácono o por el
acólito instituido, después de la
Comunión o después de la Misa, en
cuanto sea posible en la credencia. La
purificación del cáliz se hace con agua o
con agua y vino, que tomará el mismo
que purifica. La patena, como de
costumbre, límpiese con el purificador.
Préstese atención a que lo que quizás
quedare de la Sangre de Cristo después
de la distribución de la Comunión, se
beba inmediata e íntegramente en el
altar.
280. Si se cae la Hostia o alguna
partícula, recójase con reverencia;
pero si se derrama algo de la Sangre
del Señor, lávese con agua el lugar
donde hubiere caído y, después,
viértase esta agua en el “sacrarium” (o
piscina) colocado en la sacristía.
Comunión bajo las dos especies
281. Cuando la sagrada Comunión se
hace bajo las dos especies el signo
adquiere una forma más plena. De esta
forma, en efecto, el signo del banquete
eucarístico resplandece más
perfectamente y expresa más claramente
la voluntad divina con que se ratifica la
Alianza nueva y eterna en la Sangre del
Señor, así como también la relación entre
el banquete eucarístico y el banquete
escatológico en el reino del Padre.[105]
282. Procuren los sagrados pastores
recordar, de la mejor manera posible, a
los fieles que participan en el rito o que
intervienen en él, la doctrina católica
sobre las formas de distribución de la
sagrada Comunión, según el Concilio
Ecuménico Tridentino. En primer lugar,
recuerden a los fieles que la fe católica
enseña que también bajo una sola de las
dos especies se recibe a Cristo todo e
íntegro y el verdadero Sacramento; y
que, por consiguiente, en lo tocante a su
fruto, no se priva de ninguna gracia
necesaria para la salvación a quienes
sólo reciben una de las especies. [106]
Enseñen además, que en la
administración de los Sacramentos,
dejando intacto lo que constituye su
sustancia, la Iglesia tiene la facultad para
determinar o cambiar aquello que juzgue
más conveniente para su veneración o
para la utilidad de quienes los reciben,
según la diversidad de las circunstancias,
tiempos y lugares.[107] Y en el mismo
sentido, exhorten a los fieles para que se
interesen por participar más
intensamente en el sagrado rito, en el
cual resplandece de manera más plena el
signo del banquete eucarístico.
283. La Comunión bajo las dos especies
se permite, además de los casos
expuestos en los libros rituales:
a) a los sacerdotes que no pueden
celebrar o concelebrar el sacrificio;
b) al diácono y a los demás que
desempeñan algún ministerio en la Misa;
c) a los miembros de las comunidades en
la Misa conventual o en la denominada
“de comunidad”, a los alumnos de los
seminarios, a todos los que se dedican a
los ejercicios espirituales o participan en
una reunión espiritual o pastoral.
El Obispo diocesano puede establecer
para su diócesis las normas acerca de la
Comunión bajo las dos especies, que
también han de observarse en las
iglesias de los religiosos y en pequeños
grupos. A este mismo Obispo se da la
facultad de permitir la Comunión bajo las
dos especies cuantas veces esto le
parezca oportuno al sacerdote, al cual,
como pastor propio le está encomendada
la comunidad, con tal de que los fieles
estén bien instruidos y que esté ausente
todo peligro de profanación del
Sacramento, o que el rito se torne más
dificultoso por la multitud de
participantes, o por otra causa.
En cuanto al modo de distribuir a los
fieles la sagrada Comunión bajo las dos
especies y a la extensión de la facultad,
las Conferencias de Obispos pueden dar
normas, una vez aprobadas las
disposiciones por la Sede Apostólica.
284. Cuando se distribuye la Comunión
bajo las dos especies:
a) el diácono, como de costumbre, sirve
con el cáliz o, en su ausencia, un
presbítero o también un acólito
ritualmente instituido u otro ministro
extraordinario de la sagrada Comunión; o
un fiel, a quien, en caso de necesidad, se
le confía este ministerio “ad actum”; (para
esta ocasión;)
b) lo que quizás quede de la Sangre de
Cristo, es bebido en el altar por el
sacerdote o por el diácono, o por el
acólito ritualmente instituido, quien sirvió
con el cáliz y que también purifica, seca y
arregla los vasos sagrados de la manera
acostumbrada.
A los fieles, que quizás quieran
comulgar solo bajo la especie de pan,
déseles la sagrada Comunión de esta
forma.
285. Para distribuir la sagrada
Comunión bajo las dos especies,
prepárese:
a) un cáliz de suficiente capacidad o
varios cálices si la Comunión se hace
bebiendo directamente del cáliz, pero
previendo siempre prudentemente
que al final de la celebración no quede
de la Sangre de Cristo más de lo que
es prudente para ser bebida.
b) Si se hace por intinción, las hostias
no sean demasiado delgadas ni
demasiado pequeñas, sino de un
espesor mayor que el de costumbre,
para que las hostias mojadas en parte
con la Sangre del Señor puedan ser
cómodamente distribuidas.
286. Si la Comunión de la Sangre del
Señor se hace bebiendo del cáliz, quien
va a comulgar, después de haber recibido
el Cuerpo de Cristo, pasa al ministro del
cáliz y permanece de pie ante él. El
ministro le dice: La Sangre de
Cristo; quien va a comulgar
responde: Amén; y el ministro le entrega
el cáliz, para que lo lleve a la boca el
mismo que va a comulgar, con sus
manos. El que va a comulgar bebe un
poco del cáliz, lo devuelve al ministro y se
retira; el ministro limpia el borde del cáliz
con el purificador.
287. Si la Comunión del cáliz se hace por
intinción, quien va a comulgar, teniendo
la patena debajo de la boca, se acerca al
sacerdote, quien sostiene el vaso con las
sagradas partículas y a cuyo lado se sitúa
el ministro que sostiene el cáliz. El
sacerdote toma la Hostia, moja parte de
ella en el cáliz y, mostrándola, dice: El
Cuerpo y la Sangre de Cristo; quien va a
comulgar responde: Amén, recibe del
sacerdote el Sacramento en la boca, y en
seguida se retira.
Capítulo V
DISPOSICIÓN Y ORNATO DE LAS
IGLESIAS
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
EUCARISTÍA
I. PRINCIPIOS GENERALES
288. Para celebrar la Eucaristía el pueblo
de Dios se congrega generalmente en la
iglesia, o cuando no la hay o es muy
pequeña, en otro lugar apropiado que, de
todas maneras, sea digno de tan gran
misterio. Las iglesias, por consiguiente, y
los demás lugares, sean aptos para la
realización de la acción sagrada y para
que se obtenga una participación activa
de los fieles. Los mismos edificios
sagrados y los objetos destinados al culto
divino sean, en verdad, dignos y bellos,
signos y símbolos de las realidades
celestiales.[108]
289. De ahí que la Iglesia busca
continuamente el noble servicio de las
artes y acepta las expresiones artísticas
de todos los pueblos y
regiones.[109] Más aún, así como desea
vivamente conservar las obras y los
tesoros de arte dejados en herencia por
los siglos pretéritos[110] y también, en
cuanto es necesario, adaptarlos a las
nuevas necesidades, trata de promover
las nuevas formas de arte acordes con la
índole cada época.[111]
Por eso, al escoger e instruir a los artistas
y también al elegir las obras destinadas a
las iglesias, búsquese un preeminente
valor artístico que alimente la fe y la
piedad y que responda de manera
auténtica al sentido y al fin para el cual se
destinan.[112]
290. Todas las iglesias serán dedicadas
o, por lo menos, bendecidas. Sin
embargo, las catedrales y las iglesias
parroquiales serán dedicadas con rito
solemne.
291. Para la recta construcción,
restauración y adaptación de los edificios
sagrados, todos los interesados deben
consultar a la Comisión Diocesana de
Sagrada Liturgia y de Arte Sagrado. Y el
Obispo diocesano usará el consejo y la
ayuda de dicha Comisión siempre que se
trate de dar normas sobre este particular,
de aprobar los planos para la
construcción de nuevos edificios o de dar
juicio sobre cuestiones de alguna
importancia en esta materia.[113]
292. El ornato de una iglesia contribuya a
su nobleza y simplicidad, más que a la
suntuosidad. Sin embargo, en la
selección de los elementos que tienen
que ver con el ornato, procúrese la
autenticidad y que sirvan para instruir a
los fieles y para dar dignidad a todo el
lugar sagrado.
293. La adecuada disposición de la
iglesia y de sus complementos, que
deben responder de forma apropiada a
las necesidades de nuestro tiempo,
requiere que no sólo se tenga cuidado de
aquellas cosas que pertenecen más
directamente a la celebración de las
acciones sagradas, sinoque también se
prevea aquello que busca que los fieles
tengan la conveniente comodidad, que
suelen preverse en los lugares donde el
pueblo se congrega habitualmente.
294. El pueblo de Dios, que se congrega
para la Misa, posee una coherente y
jerárquica ordenación que se expresa por
los diversos de ministerios y por la
diferente acción para cada una de las
partes de la celebración. Por
consiguiente, conviene que la disposición
general del edificio sagrado sea aquella
que de alguna manera manifieste la
imagen de la asamblea congregada, que
permita el conveniente orden de todos y
que también favorezca la correcta
ejecución de cada uno de los ministerios.
Los fieles y los cantores ocuparán el
espacio que más les facilite su activa
participación.[114]
El sacerdote celebrante, el diácono y los
otros ministros ocuparán un lugar en el
presbiterio. Se prepararán allí mismo los
asientos para los concelebrantes; pero si
su número es grande, dispónganse en
otra parte de la iglesia, en todo caso
cerca del altar.
Todo esto, aunque deba expresar la
disposición jerárquica y la diversidad de
ministerios, sin embargo debe constituir
una íntima y coherente unidad, por la cual
resplandezca claramente la unidad de
todo el pueblo santo. La naturaleza y la
belleza del lugar y de todo el ajuar
sagrado deben fomentar la piedad y
mostrar la santidad de los misterios que
se celebran.
II. ARREGLO DEL PRESBITERIO
PARA LA ASAMBLEA (SYNAXIS)
SAGRADA
295. El presbiterio es el lugar en el cual
sobresale el altar, se proclama la Palabra
de Dios, y el sacerdote, el diácono y los
demás ministros ejercen su ministerio.
Debe distinguirse adecuadamente de la
nave de la iglesia, bien sea por estar más
elevado o por su peculiar estructura y
ornato. Sea, pues, de tal amplitud que
pueda cómodamente realizarse y
presenciarse la celebración de la
Eucaristía.[115]
EL ALTAR Y SU ORNATO
296. El altar, en el que se hace presente
el sacrificio de la cruz bajo los signos
sacramentales, es también la mesa del
Señor, para participar en la cual, se
convoca el Pueblo de Dios a la Misa; y es
el centro de la acción de gracias que se
consuma en la Eucaristía.
297. La celebración de la Eucaristía, en
lugar sagrado, debe realizarse sobre el
altar; pero fuera del lugar sagrado,
también puede realizarse sobre una
mesa apropiada, usando siempre el
mantel y el corporal, la cruz y los
candeleros.
298. Es conveniente que en todas las
iglesias exista un altar fijo, que signifique
más clara y permanentemente a Cristo
Jesús, la Piedra viva (1Pe 2, 4; Ef 2, 20);
sin embargo, para los demás lugares
dedicados a las celebraciones sagradas,
el altar puede ser móvil.
Se llama Altar fijo cuando se construye de
tal forma que esté fijo al suelo y que, por
lo tanto, no puede moverse; se llama
“móvil” cuando se puede trasladar.
299. Constrúyase el altar separado de la
pared, de modo que se le pueda rodear
fácilmente y la celebración se pueda
realizar de cara al pueblo, lo cual
conviene que sea posible en todas
partes. El altar, sin embargo, ocupe el
lugar que sea de verdad el centro hacia
el que espontáneamente converja la
atención de toda la asamblea de los
fieles.[116] Según la costumbre, sea fijo
y dedicado.
300. Dedíquese el altar, tanto el fijo como
el móvil, según el rito descrito en el
Pontifical Romano; adviértase que el altar
móvil sólo puede bendecirse.
301. Según la costumbre tradicional de la
Iglesia y por su significado, la mesa del
altar fijo debe ser de piedra, y ciertamente
de piedra natural. Sin embargo, puede
también emplearse otro material digno,
sólido y trabajado con maestría, según el
juicio de la Conferencia de Obispos. Pero
los pies o basamento para sostener la
mesa pueden ser de cualquier material,
con tal de que sea digno y sólido.
El altar móvil puede construirse con
cualquier clase de materiales nobles y
sólidos, concorde con el uso litúrgico,
según las tradiciones y costumbres de las
diversas regiones.
302. La costumbre de depositar debajo
del altar que va a ser dedicado reliquias
de Santos, aunque no sean Mártires,
obsérvese oportunamente. Cuídese, sin
embargo, que conste con certeza de la
autenticidad de tales reliquias.
303. Es preferible que en las iglesias
nuevas que van a ser construidas, se
erija un solo altar, el cual signifique en la
asamblea de los fieles, un único Cristo y
una única Eucaristía de la Iglesia.
Sin embargo, en las iglesias ya
construidas, cuando el altar antiguo esté
situado de tal manera que vuelva difícil la
participación del pueblo y no se pueda
trasladar sin detrimento del valor
artístico, constrúyase otro altar fijo
artísticamente acabado y ritualmente
dedicado; y realícense las sagradas
celebraciones sólo sobre él. Para que la
atención de los fieles se distraiga del
nuevo altar, no debe ornamentarse el
altar antiguo de modo especial.
304. Por reverencia para con la
celebración del memorial del Señor y
para con el banquete en que se ofrece el
Cuerpo y Sangre del Señor, póngase
sobre el altar donde se celebra por lo
menos un mantel de color blanco, que
en lo referente a la forma, medida y
ornato se acomode a la estructura del
mismo altar.
305. Obsérvese moderación en el ornato
del altar.
Durante el tiempo de Adviento el altar
puede adornarse con flores, con tal
moderación, que convenga a la índole
de este tiempo, pero sin que se
anticipe a la alegría plena del
Nacimiento del Señor.
Durante el tiempo de Cuaresma se
prohíbe adornar el altar con flores. Se
exceptúan, sin embargo, el
Domingo Laetare (IV de Cuaresma),
las solemnidades y las fiestas.
Los arreglos florales sean siempre
moderados, y colóquense más bien
cerca de él, que sobre la mesa del
altar.
306. Sobre la mesa del altar se puede
poner, entonces, sólo aquello que se
requiera para la celebración de la Misa, a
saber, el Evangeliario desde el inicio de
la celebración hasta la proclamación del
Evangelio; y desde la presentación de los
dones hasta la purificación de los vasos:
el cáliz con la patena, el copón, si es
necesario, el corporal, el purificador, la
palia y el misal.
Además, dispónganse de manera
discreta aquello que quizás sea
necesario para amplificar la voz del
sacerdote.
307. Colóquense en forma apropiada los
candeleros que se requieren para cada
acción litúrgica, como manifestación de
veneración o de celebración festiva (cfr.
n. 117), o sobre el altar o cerca de él,
teniendo en cuenta, tanto la estructura
del altar, como la del presbiterio, de tal
manera que todo el conjunto se ordene
elegantemente y no se impida a los fieles
mirar atentamente y con facilidad lo que
se hace o se coloca sobre el altar.
308. Igualmente, sobre el altar, o cerca
de él, colóquese una cruz con la imagen
de Cristo crucificado, que pueda ser vista
sin obstáculos por el pueblo congregado.
Es importante que esta cruz permanezca
cerca del altar, aún fuera de las
celebraciones litúrgicas, para que
recuerde a los fieles la pasión salvífica
del Señor.
EL AMBÓN
309. La dignidad de la Palabra de Dios
exige que en la iglesia haya un lugar
conveniente desde el que se proclame, y
al que durante la Liturgia de la Palabra,
se dirija espontáneamente la atención de
los fieles.[117]
Conviene que por lo general este sitio sea
un ambón estable, no un simple atril
portátil. El ambón, según la estructura de
la iglesia, debe estar colocado de tal
manera que los ministros ordenados y los
lectores puedan ser vistos y escuchados
convenientemente por los fieles.
Desde el ambón se proclaman
únicamente las lecturas, el salmo
responsorial y el pregón pascual; también
puede tenerse la homilía y proponer las
intenciones de la Oración universal. La
dignidad del ambón exige que a él sólo
suba el ministro de la Palabra.
Es conveniente que el nuevo ambón se
bendiga antes de destinarlo al uso
litúrgico, según el rito descrito en el Ritual
Romano.[118]
SEDE PARA EL SACERDOTE
CELEBRANTE Y OTRAS SILLAS
310. La sede del sacerdote celebrante
debe significar su ministerio de
presidente de la asamblea y de
moderador de la oración. Por lo tanto, su
lugar más adecuado es vuelto hacia el
pueblo, al fondo del presbiterio, a no ser
que la estructura del edificio u otra
circunstancia lo impidan, por ejemplo, si
por la gran distancia se torna difícil la
comunicación entre el sacerdote y la
asamblea congregada, o si el
tabernáculo está situado en la mitad,
detrás del altar. Evítese, además, toda
apariencia de trono.[119] Conviene que
la sede se bendiga según el rito descrito
en el Ritual Romano, antes de ser
destinada al uso litúrgico.[120]
Asimismo dispónganse en el presbiterio
sillas para los sacerdotes concelebrantes
y también para los presbíteros revestidos
con vestidura coral, que estén presentes
en la celebración, aunque no
concelebren.
Póngase la silla del diácono cerca de la
sede del celebrante. Para los demás
ministros, colóquense las sillas de tal
manera que claramente se distingan de
las sillas del clero y que les permitan
cumplir con facilidad el ministerio que se
les ha confiado.[121]
III. DISPOSICIÓN DE LA IGLESIA
LUGAR DE LOS FIELES
311. Dispónganse los lugares para los
fieles con el conveniente cuidado, de tal
forma que puedan participar
debidamente, siguiendo con su mirada y
de corazón, las sagradas celebraciones.
Es conveniente que los fieles dispongan
habitualmente de bancas o de sillas. Sin
embargo, debe reprobarse la costumbre
de reservar asientos a algunas personas
particulares.[122] En todo caso,
dispónganse de tal manera las bancas o
asientos, especialmente en las iglesias
recientemente construidas, que los fieles
puedan asumir con facilidad las posturas
corporales exigidas por las diversas
partes de la celebración y puedan
acercarse expeditamente a recibir la
Comunión.
Procúrese que los fieles no sólo puedan
ver al sacerdote, al diácono y a los
lectores, sino que también puedan oírlos
cómodamente, empleando los
instrumentos técnicos de hoy.
LUGAR DE LOS CANTORES Y DE LOS
INSTRUMENTOS MUSICALES
312. Los cantores, teniendo en cuenta la
disposición de cada iglesia, colóquense
de tal manera que aparezca claramente
su naturaleza, es decir, que ellos hacen
parte de la comunidad congregada y que
desempeñan un oficio peculiar; donde se
haga más fácil el desempeño de su oficio
y a cada uno de los cantores se les
permita cómodamente la plena
participación sacramental en la
Misa.[123]
313. Colóquense en un lugar apropiado
el órgano y los demás instrumentos
musicales legítimamente aprobados,
para que puedan ser ayuda, tanto para
los cantores, como para el pueblo que
canta; y donde puedan ser cómodamente
escuchados por todos cuando
intervienen solos. Es conveniente que el
órgano se bendiga según el rito descrito
en el Ritual Romano, antes de destinarlo
al uso litúrgico.[124]
Durante el tiempo de Adviento
empléense con tal moderación el órgano
y los demás instrumentos musicales, que
sirvan a la índole propia de este tiempo,
teniendo en cuenta de evitar cualquier
anticipación de la plena alegría del
Nacimiento del Señor.
El sonido del órgano y de los demás
instrumentos durante el tiempo de
Cuaresma se permite sólo para sostener
el canto. Se exceptúan el
domingo Laetare (IV de Cuaresma), las
solemnidades y las fiestas.
LUGAR DE LA RESERVA DE LA
SANTÍSIMA EUCARISTÍA
314. Para cualquier estructura de la
iglesia y según las legítimas costumbres
de los lugares, consérvese el Santísimo
Sacramento en el Sagrario, en la parte
más noble de la iglesia, insigne, visible,
hermosamente adornada y apta para la
oración.[125]
Como norma general, el tabernáculo
debe ser uno solo, inamovible, elaborado
de materia sólida e inviolable, no
transparente y cerrado de tal manera que
se evite al máximo el peligro de
profanación.[126] Conviene, además,
que se bendiga según el rito descrito en
el Ritual Romano antes de destinarlo al
uso litúrgico. [127]
315. Por razón del signo conviene más
que en el altar en el que se celebra la
Misa no haya sagrario en el que se
conserve la Santísima Eucaristía.[128]
Por esto, es preferible que el tabernáculo,
sea colocado de acuerdo con el parecer
del Obispo diocesano:
a) o en el presbiterio, fuera del altar de la
celebración, en la forma y en el lugar más
convenientes, sin excluir el antiguo altar
que ya no se emplea para la celebración
(cfr. n. 303);
b) o también en alguna capilla idónea
para la adoración y la oración privada de
los fieles,[129] que esté armónicamente
unida con la iglesia y sea visible para los
fieles.
316. Cerca del sagrario, según la
costumbre tradicional, alumbre
permanentemente una lámpara especial,
alimentada con aceite o cera, por la cual
se indique y honre la presencia de
Cristo.[130]
317. Tampoco se olviden de ninguna
manera las demás cosas que para la
reserva de la Santísima Eucaristía se
prescriben según las normas del
Derecho.[131]
LAS IMÁGENES SAGRADAS
318. En la Liturgia terrena la Iglesia
participa de aquella celestial,
pregustando lo que se celebra en la santa
ciudad de Jerusalén, hacia la cual se
dirige peregrina, donde Cristo está
sentado a la diestra de Dios; y venerando
la memoria de los Santos, espera tener
compartir con ellos su suerte y gozar de
su compañía.[132]
Así, pues, según una antiquísima
tradición de la Iglesia, expónganse en las
iglesias a la veneración de fieles,[133] las
imágenes del Señor, de la Santísima
Virgen y de los Santos. Dispónganse de
tal manera que los fieles sean conducidos
a los misterios de la fe que en ese lugar
se celebran. Y, por lo tanto, evítese que
su número aumente
indiscriminadamente. De aquí que se
haga la disposición de las imágenes con
el debido orden, para que la atención de
los fieles no se desvíe de la celebración
misma.[134] Por lo tanto, de ordinario, no
haya más de una imagen del mismo
Santo. En general, por cuanto se refiere
a las imágenes en el ornato y en la
disposición de la iglesia, mírese
atentamente la piedad de toda la
comunidad y a la belleza y dignidad de
las imágenes.
Capítulo VI
COSAS QUE SE NECESITAN PARA LA
CELEBRACIÓN DE LA MISA
I. EL PAN Y EL VINO PARA LA
CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
319. La Iglesia, siguiendo el ejemplo de
Cristo, ha usado siempre pan y vino con
agua para celebrar el banquete del
Señor.
320. El pan para la celebración de la
Eucaristía debe ser de trigo sin mezcla de
otra cosa, recientemente elaborado y
ácimo, según la antigua tradición de la
Iglesia latina.
321. La naturaleza del signo exige que la
materia de la celebración eucarística
aparezca verdaderamente como
alimento. Conviene, pues, que el pan
eucarístico, aunque sea ácimo y
elaborado en la forma tradicional, se
haga de tal forma, que el sacerdote en la
Misa celebrada con pueblo, pueda
realmente partir la Hostia en varias partes
y distribuirlas, por lo menos a algunos
fieles. Sin embargo, de ningún modo se
excluyen las hostias pequeñas, cuando lo
exija el número de los que van a recibir la
Sagrada Comunión y otras razones
pastorales. Pero el gesto de la fracción
del pan, con el cual sencillamente se
designaba la Eucaristía en los tiempos
apostólicos, manifestará claramente la
fuerza y la importancia de signo: de
unidad de todos en un único pan y de
caridad por el hecho de que se distribuye
un único pan entre hermanos.
322. El vino para la celebración
eucarística debe ser “del producto de la
vid” (cfr. Lc 22, 18), natural y puro, es
decir, no mezclado con sustancias
extrañas.
323. Póngase sumo cuidado en que el
pan y el vino destinados para la
Eucaristía se conserven en perfecto
estado, es decir, que el vino no se
avinagre, ni el pan se corrompa o se
endurezca tanto que sea difícil poder
partirlo.
324. Si después de la consagración o
cuando toma la Comunión, el sacerdote
advierte que no había sido vino lo que
había vertido, sino agua, dejada ésta en
un vaso, vierta en el cáliz vino y agua, y
lo consagrará, diciendo la parte de la
narración que corresponde a la
consagración del cáliz, pero sin que sea
obligado a consagrar de nuevo el pan.
II. LOS UTENSILIOS SAGRADOS EN
GENERAL
325. Así como para la edificación de las
iglesias, también para todos los utensilios
sagrados, la Iglesia admite el género
artístico de cada región y acoge aquellas
adaptaciones que están en armonía con
la índole y las tradiciones de cada pueblo,
con tal que de todo responda
adecuadamente al uso para el cual se
destina el sagrado ajuar.[135]
También en este campo búsquese
cuidadosamente la noble simplicidad que
se une excelentemente con el verdadero
arte.
326. En la elección de los materiales para
los utensilios sagrados, además de los
que son de uso tradicional, pueden
admitirse aquellos, que según la
mentalidad de nuestro tiempo, se
consideren nobles, durables y que se
adapten bien al uso sagrado. La
Conferencia de Obispos será juez para
estos asuntos en cada una de las
regiones (Cfr. n. 390).
III. LOS VASOS SAGRADOS
327. Entre lo que se requiere para la
celebración de la Misa, merecen especial
honor los vasos sagrados y, entre éstos,
el cáliz y la patena, en los que el vino y el
pan se ofrecen, se consagran y se
consumen.
328. Háganse de un metal noble los
sagrados vasos. Si son fabricados de
metal que es oxidable o es menos noble
que el oro, deben dorarse habitualmente
por dentro.
329. A partir del juicio favorable de la
Conferencia de Obispos, una vez
aprobadas las actas por la Sede
Apostólica, los vasos sagrados pueden
hacerse por completo también de otros
materiales sólidos y, según la común
estimación de cada región, nobles, como
por ejemplo el ébano u otras maderas
muy duras, siempre y cuando sean aptas
para el uso sagrado. En este caso
prefiéranse siempre materiales que ni se
quiebren fácilmente, ni se corrompan.
Esto vale para todos los vasos
destinados a recibir las hostias, como son
la patena, el copón, el portaviático, el
ostensorio y otros semejantes.
330. En cuanto a los cálices y demás
vasos que se destinan para recibir la
Sangre del Señor, tengan la copa hecha
de tal material que no absorba los
líquidos. El pie, en cambio, puede
hacerse de otros materiales sólidos y
dignos.
331. Para las hostias que serán
consagradas puede utilizarse
provechosamente una patena más
amplia en la que se ponga el pan, tanto
para el sacerdote y el diácono, como para
los demás ministros y para los fieles.
332. En lo tocante a la forma de los vasos
sagrados, corresponde al artista
fabricarlos del modo que responda más a
propósito a las costumbres de cada
región, con tal de que cada vaso sea
adecuado para el uso litúrgico a que se
destina, y se distinga claramente de
aquellos destinados para el uso
cotidiano.
333. Respecto a la bendición de los
vasos sagrados, obsérvense los ritos
prescritos en los libros litúrgicos.[136]
334. Consérvese la costumbre de
construir en la sacristía el “sacrarium” en
el que se vierta el agua de la purificación
de los vasos y de la ropa de lino (cfr. n.
280).
IV. VESTIDURAS SAGRADAS
335. En la Iglesia, que es el Cuerpo de
Cristo, no todos los miembros
desempeñan el mismo ministerio. Esta
diversidad de ministerios se manifiesta
exteriormente en la celebración de la
Eucaristía por la diferencia de las
vestiduras sagradas que, por lo tanto,
deben sobresalir como un signo del
servicio propio de cada ministro. Con
todo, es conveniente que las vestiduras
sagradas mismas contribuyan al decoro
de la acción sagrada. Estas vestiduras
sagradas con las que se visten los
sacerdotes y el diácono, así como
también los ministros laicos, bendíganse
oportunamente, según el rito descrito en
el Ritual Romano, antes de ser
destinadas al uso litúrgico.[137]
336. La vestidura sagrada para todos los
ministros ordenados e instituidos, de
cualquier grado, es el alba, que debe ser
atada a la cintura con el cíngulo, a no ser
que esté hecha de tal manera que se
adapte al cuerpo aun sin él. Pero antes
de ponerse el alba, si ésta no cubre el
vestido común alrededor del cuello,
empléese el amito. El alba no puede
cambiarse por la sobrepelliz, ni siquiera
sobre el vestido talar, cuando deba
vestirse la casulla o la dalmática, o sólo
la estola sin casulla ni dalmática, según
las normas.
337. La vestidura propia del sacerdote
celebrante, en la Misa y en otras acciones
sagradas que se relacionan directamente
con la Misa, es la casulla o planeta, a no
ser que se determinara otra cosa, vestida
sobre el alba y la estola.
338. La vestidura propia del diácono es la
dalmática, que viste sobre el alba y la
estola; sin embargo, la dalmática puede
omitirse por una necesidad o por un
grado menor de solemnidad.
339. Los acólitos, los lectores y los otros
ministros laicos, pueden vestir alba u otra
vestidura legítimamente aprobada en
cada una de las regiones por la
Conferencia de Obispos (cfr. n. 390).
340. El sacerdote lleva la estola alrededor
del cuello y pendiendo ante el pecho;
pero el diácono la lleva desde el hombro
izquierdo pasando sobre el pecho hacia
el lado derecho del tronco, donde se
sujeta.
341. El sacerdote lleva el pluvial, o capa
pluvial, en las procesiones y en otras
acciones sagradas, según las rúbricas de
cada rito.
342. En cuanto a la forma de las
vestiduras sagradas, las Conferencias de
Obispos pueden establecer y proponer a
la Sede Apostólica las adaptaciones que
respondan a las necesidades y a las
costumbres de cada región.[138]
343. Para la confección de las vestiduras
sagradas, además de los materiales
tradicionales, pueden emplearse las
fibras naturales propias de cada lugar, y
además algunas fibras artificiales que
sean conformes con la dignidad de la
acción sagrada y de la persona. La
Conferencia de Obispos juzgará estos
asuntos.[139]
344. Es conveniente que la belleza y la
nobleza de cada una de las vestiduras no
se busque en la abundancia de los
adornos sobreañadidos sino en el
material que se emplea y en su forma. Sin
embargo, que el ornato presente figuras
o imágenes y símbolos que indiquen el
uso litúrgico, evitando todo lo que
desdiga del uso sagrado.
345. La diversidad de colores en las
vestiduras sagradas pretende
expresar con más eficacia, aún
exteriormente, tanto el carácter propio
de los misterios de la fe que se
celebran, como el sentido progresivo
de la vida cristiana en el transcurso del
año litúrgico.
346. En cuanto al color de las
vestiduras, obsérvese el uso
tradicional, es decir:
a) El color blanco se emplea en los
Oficios y en las Misas del Tiempo
Pascual y de la Natividad del Señor;
además, en las celebraciones del
Señor, que no sean de su Pasión, de la
bienaventurada Virgen María, de los
Santos Ángeles, de los Santos que no
fueron Mártires, en la solemnidad de
Todos los Santos (1º de noviembre),
en la fiesta de San Juan Bautista (24 de
junio), en las fiestas de San Juan
Evangelista (27 de diciembre), de la
Cátedra de San Pedro (22 de febrero) y
de la Conversión de San Pablo (25 de
enero).
b) El color rojo se usa el domingo de
Pasión y el Viernes Santo, el domingo
de Pentecostés, en las celebraciones
de la Pasión del Señor, en las fiestas
natalicias de Apóstoles y Evangelistas
y en las celebraciones de los Santos
Mártires.
c) El color verde se usa en los Oficios
y en las Misas del Tiempo Ordinario.
d) El color morado se usa en los
Tiempos de Adviento y de Cuaresma.
Puede usarse también en los Oficios y
Misas de difuntos.
e) El color negro puede usarse, donde
se acostumbre, en las Misas de
difuntos.
f) El color rosado puede usarse, donde
se acostumbre, en los
domingos Gaudete (III de Adviento)
y Laetere (IV de Cuaresma).
g) En los días más solemnes pueden
usarse vestiduras sagradas festivas o
más nobles, aunque no sean del color
del día.
Sin embargo, las Conferencias de
Obispos, en lo referente a los colores
litúrgicos, pueden determinar y proponer
a la Sede Apostólica las adaptaciones
que mejor convengan con las
necesidades y con la índole de los
pueblos.
347. Las Misas Rituales se celebran con
el color propio o blanco o festivo; pero las
Misas por diversas necesidades con el
color propio del día o del tiempo o con
color violeta, si expresan índole
penitencial, por ejemplo, núms. 31. 33.
38; las Misas votivas con el color
conveniente a la Misa que se celebra o
también con el color propio del día o del
tiempo.
V. OTROS OBJETOS DESTINADOS AL
USO DE LA IGLESIA
348. Además de los vasos sagrados y de
las vestiduras sagradas, para los que se
determina un material especial, el otro
ajuar que se destina, o al mismo uso
litúrgico,[140] o que de alguna otra
manera se aprueba en la iglesia, sea
digno y corresponda al fin para el cual se
destina cada cosa.
349. Téngase especial cuidado de que
los libros litúrgicos, principalmente el
Evangeliario y el Leccionario, destinados
a la proclamación de la Palabra de Dios y
que por esto gozan de especial
veneración, sean en la acción litúrgica
realmente signos y símbolo de las
realidades sobrenaturales y, por lo tanto,
sean verdaderamente dignos, bellos y
decorosos.
350. Póngase, además, todo el cuidado
en los objetos que están directamente
relacionados con el altar y con la
celebración eucarística, como son, por
ejemplo, la cruz del altar y la cruz que se
lleva en procesión.
351. Procúrese diligentemente que
también en las cosas de menor
importancia, se observen oportunamente
los postulados del arte y que siempre se
asocie la noble sencillez con la elegancia.
Capítulo VII
ELECCIÓN DE LA MISA Y DE SUS
PARTES
352. La eficacia pastoral de la
celebración aumentará ciertamente si los
textos de las lecturas, de las oraciones y
de los cantos corresponden
convenientemente, en cuanto sea
posible, a las necesidades, a la
preparación espiritual y a la índole de los
participantes. Esto se obtendrá
provechosamente empleando la variada
posibilidad de elección que se describe
más abajo.
Por consiguiente, al preparar la Misa, el
sacerdote prestará atención al bien
común espiritual del pueblo de Dios más
que a su propia inclinación. Recuerde,
además, que la elección de estas partes
debe hacerse de común acuerdo con
aquellos que tienen alguna participación
en la celebración, sin excluir de ninguna
manera a los fieles en aquello que a ellos
se refiere más directamente.
Pero ya que se presentan múltiples
posibilidades de elegir las diversas partes
de la Misa, es necesario que el diácono,
los lectores, el salmista, el cantor, el
comentador y el coro, antes de la
celebración, cada uno por su parte, sepa
bien qué textos le corresponden y no se
deje nada a la improvisación. En efecto,
la armónica sucesión y ejecución de los
ritos contribuye mucho a disponer el
espíritu de los fieles para participar en la
Eucaristía.
I. ELECCIÓN DE LA MISA
353. En las solemnidades, el sacerdote
deberá seguir el calendario de la iglesia
en la que celebra.
354. En los domingos y en las ferias de
Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua,
en las fiestas y en las memorias
obligatorias:
a) Si la Misa se celebra con pueblo, el
sacerdote seguirá el calendario de la
iglesia en que celebra.
b) Si se celebra la Misa, en la cual
participa un solo ministro, el sacerdote
puede elegir el calendario de la iglesia o
el calendario propio.
355. En las memorias libres:
a) En las ferias de Adviento, desde el 17
hasta el 24 de diciembre, los días que
corresponden a la Octava de Navidad y
las ferias de Cuaresma, excepto el
Miércoles de Ceniza, y en las ferias de
Semana Santa, se dice la Misa del día
litúrgico correspondiente; y de la
memoria quizás inscrita en el calendario
general, puede tomarse la colecta, con tal
de que no coincida con el Miércoles de
Ceniza o con una de las ferias de
Semana Santa. En las ferias del Tiempo
Pascual las memorias de los Santos
pueden celebrarse ritualmente íntegras.
b) En las ferias de Adviento antes del 17
de diciembre, en las ferias del tiempo de
Navidad desde el 2 de enero y en las
ferias del Tiempo Pascual, puede
elegirse la Misa de la feria, o la Misa del
Santo, o la de uno de los santos de los
que se haga memoria, o la Misa de algún
santo que esté inscrito ese día en el
Martirologio.
c) En las ferias del Tiempo Ordinario,
puede elegirse la Misa de la feria, o la
Misa de una memoria libre que quizás
caiga ese día o la Misa de algún Santo
inscrito ese día en el Martirologio o una
de las Misas por diversas necesidades o
una Misa Votiva.
Si celebra con el pueblo, el sacerdote
procurará no omitir frecuentemente y sin
causa suficiente las lecturas asignadas
en el Leccionario Ferial para cada día,
pues la Iglesia desea que de esta manera
se prepare a los fieles una mesa de la
Palabra de Dios más rica.[141]
Por el mismo motivo, elegirá con
moderación las Misas de difuntos: pues
cualquier Misa se ofrece tanto por los
vivos como por los difuntos y en la
Plegaria Eucarística se tiene una
memoria de los difuntos.
Sin embargo, donde los fieles aprecian
especialmente las memorias libres de la
bienaventurada Virgen o de los Santos,
satisfágase su legítima piedad.
Pero cuando se da la posibilidad de elegir
entre una memoria inscrita en el
calendario general y una memoria
incluida en el calendario diocesano o
religioso, prefiérase en igualdad de
condiciones y según la tradición, la
memoria particular.
II. PARTES ELEGIBLES DE LA MISA
356. Al elegir los textos de las diversas
partes de la Misa, tanto del Tiempo, como
de los Santos, obsérvense las normas
que siguen.
Las lecturas
357. Para los domingos y para las
solemnidades se asignan tres lecturas,
esto es: del Profeta, del Apóstol y del
Evangelio, con las cuales es educado el
pueblo cristiano en la continuidad de la
obra de salvación, según el admirable
plan divino. Empléense rigurosamente
estas lecturas. En Tiempo Pascual,
según la tradición de la Iglesia, en vez del
Antiguo Testamento, se emplea la lectura
de los Hechos de los Apóstoles.
Para las fiestas se asignan dos lecturas.
Sin embargo, si la fiesta, según las
normas, se eleva al grado de solemnidad,
se agrega una tercera lectura, que se
toma del Común.
En las memorias de los Santos, a no ser
que tengan lecturas propias, se leen
habitualmente las asignadas a la feria. En
algunos casos se proponen lecturas
apropiadas, esto es, que iluminan un
aspecto particular de la vida espiritual del
Santo o de su obra. El uso de estas
lecturas no hay que urgirlo, a no ser que
en efecto lo aconseje una razón pastoral.
358. En el Leccionario Ferial se proponen
las lecturas para todos los días de cada
una de las semanas y para el transcurso
de todo el año. Por tal motivo, se elegirán
estas lecturas preferentemente para el
día al cual son asignadas, a no ser que
se celebre una solemnidad o una fiesta, o
bien una memoria que tenga lecturas
propias del Nuevo Testamento en las
cuales se hace mención del Santo
celebrado.
Sin embargo, si alguna vez la lectura
continua se interrumpe en la semana por
alguna solemnidad, por alguna fiesta o
por alguna celebración particular, le está
permitido al sacerdote, teniendo presente
la ordenación de las lecturas de toda la
semana, componer una con las otras
partes de las lecturas que deberán ser
omitidas, o determinar qué textos
deberán preferirse.
En las Misas para grupos particulares
está permitido al sacerdote elegir textos
más apropiados a la celebración
particular, con tal de que los textos se
elijan de un leccionario aprobado.
359. Existe además, en el Leccionario
correspondiente, una selección particular
de textos de la Sagrada Escritura para las
Misas Rituales en las que se celebra
algún sacramento o sacramental, así
como para las Misas por diversas
circunstancias.
Estos leccionarios se han preparado para
que los fieles sean conducidos, mediante
la escucha más apropiada de la Palabra
de Dios, a comprender más plenamente
el misterio en el que participan y para
instruirlos en un amor más encendido de
la Palabra de Dios.
Por consiguiente, los textos que se
proclaman en una celebración deben ser
determinados teniendo presente, tanto
los motivos pastorales, como también la
posibilidad de elección en esta materia.
360. Al elegir entre las dos formas que
presenta un mismo texto, hay que guiarse
también por un criterio pastoral. Se da, en
efecto, algunas veces, una forma larga y
una forma más breve del mismo texto. En
este caso, conviene tener en cuenta la
posibilidad de los fieles de escuchar con
provecho la lectura más o menos
extensa, como también su posibilidad de
oír el texto más completo, que será
explicado después en la homilía.[142]
361. Pero cuando se concede la facultad
de elegir entre uno y otro texto ya
definido, o propuesto a voluntad, habrá
que atender a la utilidad de los que
participan, esto es, según se trate de
emplear un texto que es más fácil o más
conveniente para la asamblea reunida, o
de un texto que hay que repetir o reponer,
que se asigna como propio a alguna
celebración y se deja a voluntad para
otra, siempre que la utilidad pastoral lo
aconseje.[143]
Esto puede suceder cuando el mismo
texto debe ser leído de nuevo en días
cercanos, por ejemplo, el día domingo y
el día siguiente, o cuando se teme que
algún texto produzca algunas dificultades
en alguna asamblea de fieles. Sin
embargo, cuídese de que en la elección
de los textos de la Sagrada Escritura no
se excluyan continuamente algunas
partes de ella.
362. Además de las facultades para
elegir algunos textos más apropiados, de
los cuales ya se habló, se concede
facultad a las Conferencias de Obispos,
en circunstancias particulares, para
indicar algunas adaptaciones en lo
referente a las lecturas, sin embargo, con
la condición de que los textos se tomen
de un leccionario debidamente aprobado.
Las oraciones
363. En cualquier Misa, a no ser que se
indique otra cosa, se dicen las oraciones
propias de esa misma Misa.
En las memorias de los Santos se dice la
colecta propia o, si falta, la del Común
correspondiente; en cambio, las
oraciones sobre las ofrendas y después
de la Comunión, a no ser que sean
propias, pueden tomarse del Común o de
la feria del tiempo corriente.
Pero en las ferias del Tiempo Ordinario,
además de las oraciones del domingo
precedente, pueden elegirse las
oraciones de otro domingo del Tiempo
Ordinario o una de las oraciones por
diversas necesidades, que se encuentran
en el Misal. Sin embargo, siempre está
permitido tomar de esas Misas la sola
colecta.
De esta manera se presenta una más rica
abundancia de textos, con los que se
nutre más copiosamente la oración de los
fieles.
Sin embargo, en los tiempos más
importantes del año, esta adaptación ya
se hace en el Misal, por medio de
oraciones propias que se ofrecen para los
días pertinentes en esos tiempos.
Plegaria Eucarística
364. Muchos de los prefacios con los que
se enriquece el Misal Romano miran a
que el tema de la acción de gracias
resplandezca más plenamente en la
Plegaria Eucarística y a que los diversos
aspectos del misterio de salvación se
propongan con luz más abundante.
365. La elección entre las Plegarias
Eucarísticas, que se encuentran en el
Ordinario de la Misa, se rige
oportunamente por estas normas.
a) La Plegaria Eucarística primera o
Canon Romano, que puede emplearse
siempre, se dirá más oportunamente en
los días que tienen el Reunidos en
comunión propio, o en las Misas que se
enriquecen con el Acepta, Señor, en tu
bondad propio, también en las
celebraciones de los Apóstoles y de los
Santos de los que se hace mención en
esta misma plegaria; igualmente en los
días domingo, a no ser que por motivos
pastorales se prefiera la Plegaria
Eucarística tercera.
b) La Plegaria Eucarística segunda, por
sus características peculiares, se emplea
más oportunamente en los días entre
semana, o en circunstancias particulares.
Aunque tiene prefacio propio, puede
usarse también con otros prefacios,
especialmente con aquellos que
presentan en forma compendiosa el
misterio de la salvación; por ejemplo, con
los prefacios comunes. Cuando la Misa
se celebra por algún difunto, puede
emplearse la fórmula especial, colocada
en su lugar, antes de Acuérdate también
de nuestros hermanos.
c) La Plegaria Eucarística tercera puede
decirse con cualquier prefacio. Prefiérase
su uso los domingos y en las fiestas. Y si
esta Plegaria se emplea en las Misas de
difuntos, puede emplearse la fórmula
especial colocada en su lugar, a saber,
después de las palabras Reúne en torno
a Ti, Padre misericordioso, a todos tus
hijos dispersos por el mundo.
d) La Plegaria Eucarística cuarta tiene un
prefacio inconmutable y presenta un
sumario más completo de la historia de la
salvación. Puede emplearse cuando la
Misa carece de prefacio propio y en los
domingos del Tiempo Ordinario. En esta
Plegaria, por razón de su propia
estructura, no puede introducirse una
fórmula especial por un difunto.
El canto
366. No está permitido sustituir por otros
cantos los incluidos en el Ordinario de la
Misa, por ejemplo, para el Cordero de
Dios.
367. En la elección de los cantos
interleccionales, lo mismo que los cantos
de entrada, ofertorio y Comunión,
obsérvense las normas que se
establecen en sus lugares (cfr. núms. 40-
41; 47-48; 61-64; 74; 86-88).
Capítulo VIII
MISAS Y ORACIONES POR DIVERSAS
NECESIDADES
Y MISAS DE DIFUNTOS
I. MISAS Y ORACIONES POR
DIVERSAS NECESIDADES
368. Puesto que para los fieles bien
dispuestos la liturgia de los Sacramentos
y de los Sacramentales hace que casi
todos los sucesos de la vida sean
santificados con la gracia divina que
emana del Misterio Pascual[144] y
puesto que la Eucaristía es el
Sacramento de los sacramentos, el Misal
proporciona modelos de Misas y de
oraciones que pueden emplearse en las
diversas ocasiones de la vida cristiana,
por las necesidades de todo el mundo o
de la Iglesia universal o local.
369. Teniendo presente la más amplia
facultad para elegir lecturas y oraciones,
es conveniente que se usen con
moderación las Misas por diversas
necesidades, es decir, cuando lo exijan
las circunstancias.
370. En todas las Misas por diversas
necesidades, a no ser que se determine
expresamente otra cosa, está permitido
usar las lecturas feriales y además los
cantos interleccionales que se
encuentran entre ellas, si son adecuados
a la celebración.
371. Entre las Misas de este género se
cuentan las Misas Rituales, las Misas por
diversas necesidades, las Misas para
diversas circunstancias y las Misas
Votivas.
372. Las Misas Rituales se asocian con
la celebración de algunos Sacramentos o
Sacramentales. Se prohíben en los
domingos de Adviento, Cuaresma y
Pascua, en las solemnidades, en los días
dentro de la Octava de Pascua, en la
Conmemoración de todos los difuntos, el
Miércoles de Ceniza y en las ferias de
Semana Santa, observando además las
normas que se presentan en los libros
rituales o en las mismas Misas.
373. Las Misas por diversas necesidades
y las Misas por diversas circunstancias se
eligen para circunstancias determinadas,
a veces, o en tiempos establecidos. De
éstas, la Autoridad competente puede
elegir Misas a favor de los que suplican,
según lo establezca la Conferencia de
Obispos en el transcurso del año.
374. Si se presenta alguna necesidad
más grave, o por utilidad pastoral, por
mandato o con licencia del Obispo
diocesano, puede celebrarse la Misa que
está convenga con ella, todos los días,
exceptuadas las solemnidades, los
domingos de Adviento, Cuaresma y
Pascua, los días dentro de la Octava de
Pascua, la Conmemoración de todos los
fieles difuntos, el Miércoles de Ceniza y
las ferias de Semana Santa.
375. Las Misas Votivas de los misterios
del Señor, o en honor de la
bienaventurada Virgen o de los Ángeles
o de cualquier Santo, o de todos los
Santos, pueden celebrarse de acuerdo
con la piedad de los fieles, en las ferias
durante el año, aunque ocurra una
memoria libre. Sin embargo, no pueden
celebrarse como votivas las Misas que se
refieren a los misterios de la vida del
Señor o de la bienaventurada Virgen
María, exceptuada la Misa de la
Inmaculada Concepción de la
bienaventurada Virgen María, porque la
celebración de ellos está relacionada con
el curso año litúrgico.
376. En los días en que se celebra una
memoria obligatoria o una feria de
Adviento hasta el 16 de diciembre
inclusive, del tiempo de Navidad desde el
2 de enero, o del tiempo pascual después
de la Octava de Pascua, se prohíben de
por sí las Misas por diversas
necesidades, por diversas circunstancias
y las votivas. Pero, si una verdadera
necesidad o utilidad pastoral lo exige, en
la celebración con pueblo
puede emplearse la Misa que, a juicio del
rector de la iglesia o del mismo
sacerdote, sea conforme con esa
necesidad o utilidad.
377. En las ferias durante el año en las
que se celebran memorias libres o se
hace el Oficio de la feria, puede
celebrarse cualquier Misa o emplearse
cualquier oración por diversas
necesidades, exceptuadas, sin embargo,
las Misas rituales.
378. Se recomienda de manera especial
la memoria de Santa María en sábado,
porque en la Liturgia de la Iglesia, en
primer lugar, y antes que a todos los
Santos, se tributa veneración la Madre
del Redentor.[145]
II. MISAS DE DIFUNTOS
379. La Iglesia ofrece por los difuntos el
Sacrificio Eucarístico de la Pascua de
Cristo para que, por la comunicación
entre todos los miembros de Cristo, lo
que a unos obtiene ayuda espiritual, a
otros les lleve el consuelo de la
esperanza.
380. Entre las Misas de difuntos ocupa el
primer lugar la Misa Exequial, que puede
celebrarse todos los días, excepto las
solemnidades de precepto, el Jueves
santo, el Triduo Pascual y los domingos
de Adviento, Cuaresma y Pascua,
observando, además, lo que hay que
observar, según las normas del
Derecho.[146]
381. La Misa de difuntos después de
recibida la noticia de la muerte o en la
sepultura definitiva del difunto o en el día
del primer aniversario, puede celebrarse
aún dentro de la Octava de Navidad, en
los días en que se celebra una memoria
obligatoria o una feria, que no sea el
Miércoles de Ceniza o las ferias de
Semana Santa.
Las otras Misas de difuntos, o sea las
Misas “cotidianas” pueden celebrarse en
las ferias durante el año en las que
ocurren memorias libres, o se hace el
Oficio de la feria, con tal de que
realmente se apliquen por los difuntos.
382. En las Misas exequiales hágase
habitualmente una breve homilía,
excluyendo cualquier género de elogio
fúnebre.
383. Estimúlese a los fieles,
especialmente a los familiares del
difunto, para que también participen por
medio de la sagrada Comunión en el
sacrificio eucarístico ofrecido por el
difunto.
384. Si la Misa Exequial está
directamente unida con el rito de las
exequias, dicha la oración después de la
Comunión, y omitido el rito de conclusión,
se hace el rito de la última
recomendación o despedida; éste rito
solamente se celebra cuando está
presente el cadáver.
385. Al ordenar y escoger aquellas partes
de la Misa por los difuntos, especialmente
de la Misa Exequial, que pueden variar
(por ejemplo, las oraciones, las lecturas,
la Oración universal), ténganse
presentes, como es razonable, los
motivos pastorales respecto al difunto, a
su familia y a los presentes.
Tengan además los pastores especial
consideración por aquellos que, con
ocasión de las exequias, están presentes
en las celebraciones litúrgicas o
escuchan el Evangelio y sean acatólicos,
o católicos que nunca o casi nunca
participan en la Eucaristía, o también que
parece han perdido la fe: los sacerdotes
son ministros del Evangelio de Cristo
para todos.
Capítulo IX
ADAPTACIONES QUE
CORRESPONDEN A LOS OBISPOS
Y A LAS CONFERENCIAS DE LOS
OBISPOS
386. La renovación del Misal Romano
llevada a cabo en nuestro tiempo, por
mandato de los decretos del Concilio
Ecuménico Vaticano II, puso cuidadosa
atención y esmero en que todos los fieles
pudieran tener, en la celebración
eucarística, aquella participación
consciente y activa, que exige la
naturaleza misma de la Liturgia y a la que
los mismos fieles, en virtud de su
condición, tienen derecho y
obligación.[147]
Sin embargo, para que la celebración
responda más plenamente a las normas
y al espíritu de la Sagrada Liturgia, en
esta Instrucción y en el Ordinario de la
Misa se proponen algunas ulteriores
adaptaciones que se confían al juicio del
Obispo diocesano o de la Conferencia de
Obispos.
387. El Obispo diocesano, que debe ser
tenido como el gran sacerdote de su grey,
de quien deriva y depende en cierto modo
la vida de sus fieles en Cristo,[148] debe
fomentar, conducir y vigilar en su diócesis
la vida litúrgica. A él, en esta Instrucción,
se le confía ordenar la disciplina de la
concelebración (cfr. núms. 202; 374),
establecer las normas acerca de los que
sirven al sacerdote en el altar (cfr. n. 107),
acerca de la distribución de la sagrada
Comunión bajo las dos especies (cfr. n.
283), acerca de la construcción y
disposición de las iglesias (cfr. n. 291). Y
le corresponde a él mismo, en primer
lugar, fomentar el espíritu de la sagrada
Liturgia en los presbíteros, diáconos y
fieles.
388. Las adaptaciones, de las que se
hablará más adelante, que piden más
amplia coordinación, deben ser
determinadas en la Conferencia de
Obispos, según la norma del Derecho.
389. Corresponde a las Conferencias de
Obispos, en primer lugar, preparar y
aprobar la edición de este Misal Romano
en las lenguas vernáculas aprobadas,
para que una vez aprobadas las actas por
la Sede Apostólica, se use en las
regiones correspondientes.[149]
El Misal Romano debe ser editado
íntegramente, tanto en el texto latino,
como en las traducciones legítimamente
aprobadas a las lenguas vernáculas.
390. Corresponde a las Conferencias de
Obispos definir las adaptaciones que se
indicarán en esta Institución General y en
el Ordinario de la Misa, y una vez
aprobadas las actas por la Sede
Apostólica, introducirlas en el Misa, como
son:
— Los gestos de los fieles y las posturas
corporales (cfr. antes n. 43)
— Los gestos de veneración referentes al
altar y al Evangeliario (cfr. antes n. 273).
— Los textos de los cantos de entrada,
de preparación de los dones y de la
Comunión (cfr. antes núms. 48; 74; 87).
— Las lecturas que deben ser tomadas
de la Sagrada Escritura para
circunstancias especiales (cfr. antes
n.362).
— La forma de dar la paz (cfr. antes
n.82).
— El modo de recibir la sagrada
Comunión (cfr. antes núms. 160; 283).
— El material del altar y de los utensilios
sagrados, especialmente de los vasos
sagrados y, además, el material, la forma
y el color de las vestiduras litúrgicas (cfr.
antes núms. 301; 326; 329; 339; 342-
346).
Más aun, podrán ser incluidos en el Misal
Romano, en un lugar adecuado, con
previa aprobación de la Sede Apostólica,
los Directorios o Instrucciones Pastorales
que las Conferencias de Obispos juzguen
útiles.[150]
391. Compete a estas mismas
Conferencias de Obispos examinar con
particular solicitud las traducciones de los
textos bíblicos que se usan en la
celebración de la Misa. Pues de la
Sagrada Escritura se toman las lecturas
que se explican en la homilía, se cantan
los salmos y de su espíritu e inspiración
están embebidas las preces y los cantos
litúrgicos, para que de ella reciban su
significado las acciones y los signos.[151]
Empléese un lenguaje que responda a la
capacidad de los fieles y que sea apto
para la proclamación pública que
conserve, sin embargo, las
características propias de los distintos
modos de hablar contenidos en los libros
bíblicos.
392. Pertenece igualmente a la
Conferencia de Obispos preparar con
asiduo empeño la traducción de los otros
textos que también, conservada la índole
de cada lengua, reproduzca plena y
fielmente el sentido primigenio del texto
latino. En la realización de este trabajo es
conveniente considerar los diversos
géneros literarios que se emplean en la
Misa, como son las oraciones
presidenciales, las antífonas, las
aclamaciones, los responsorios, las
súplicas litánicas, entre otros.
Téngase presente que la traducción de
los textos no mira en primer lugar a la
meditación, sino más bien a la
proclamación o al canto en el acto de la
celebración.
Empléese un lenguaje acomodado a los
fieles de la región y, sin embargo, noble y
dotado de cualidad literaria, quedando en
firme como siempre, la necesidad de
alguna catequesis acerca del sentido
bíblico y cristiano de algunas palabras y
sentencias.
Sin embargo, es mejor que en las
regiones que tienen un mismo idioma, en
cuanto sea posible, haya una misma
traducción para los textos litúrgicos,
especialmente para los textos bíblicos y
para el Ordinario de la Misa.[152]
393. Atendiendo al lugar eminente que
tiene el canto en la celebración, como
parte necesaria o integral de la
Liturgia,[153] corresponde a las
Conferencias de Obispos aprobar las
melodías apropiadas, especialmente
para los textos del Ordinario de la Misa,
para las respuestas y las aclamaciones
del pueblo, y para los ritos especiales que
ocurren durante el año litúrgico.
Les corresponde también juzgar qué
formas musicales, qué melodías y qué
instrumentos musicales pueden admitirse
en el culto divino y hasta qué punto
pueden ser realmente adaptados o
adaptarse al uso sagrado.
394. Conviene que cada Diócesis tenga
su Calendario y su Propio de las Misas.
Pero la Conferencia de Obispos, por su
parte, prepare el calendario propio de la
nación o, juntamente con otras
Conferencias, el calendario de una
jurisdicción más amplia, para ser
aprobado por la Sede Apostólica.[154]
En la ejecución de este trabajo hay que
preservar y proteger el día domingo como
primordial día de fiesta, por lo cual no se
le antepondrán otras celebraciones, a no
ser que de verdad sean de máxima
importancia.[155] Téngase cuidado,
igualmente, de que no se oscurezca con
elementos secundarios el año litúrgico,
revisado por decreto del Concilio
Vaticano II.
En la elaboración del calendario de la
nación indíquense los días (cfr. n. 373) de
las Rogativas y de las Cuatro Témporas
del año, y las formas y los textos para
celebrarlas,[156] ténganse presente
otras determinaciones particulares.
Conviene que en la edición del Misal las
celebraciones que son propias para toda
la nación o jurisdicción, se incluyan en su
lugar dentro de las celebraciones del
calendario general, pero las que son para
una región o una diócesis, colóquense en
un Apéndice particular.
395. Por último, si la participación de los
fieles y su bien espiritual requieren más
profundas y variadas adaptaciones para
que la sagrada celebración responda a la
índole y tradiciones de los diversos
pueblos, especialmente en favor de los
pueblos recientemente evangelizados,
las Conferencias de Obispos podrán
proponerlas a la Sede Apostólica, según
la norma del artículo 40 de la Constitución
sobre la Sagrada Liturgia, para ser
introducidas con su
consentimiento.[157] Obsérvense
atentamente las normas especiales
contenidas en la Instrucción “La Liturgia
Romana y la inculturación.”[158]
En cuanto a la manera de proceder en
esta materia, obsérvese lo siguiente:
En primer lugar, expóngase
detalladamente a la Sede Apostólica la
presentación previa, para que una vez
concedida la facultad, se proceda a
elaborar cada una de las adaptaciones.
Habiendo sido debidamente aprobados
estos planes por la Sede Apostólica, se
harán los experimentos por el tiempo y en
los lugares determinados. Si fuere del
caso, terminado el tiempo del
experimento, la Conferencia de Obispos
determinará la continuación de las
adaptaciones y propondrá a la Sede
Apostólica una formulación madura del
asunto.[159]
396. Pero antes de que se llegue a
nuevas adaptaciones, principalmente en
cuanto corresponde a las más profundas,
hay que procurar cuidadosamente que se
promueva la debida, sabia y ordenada
instrucción del clero y de los fieles, que
las facultades ya previstas se lleven a
efecto y que las normas pastorales, que
responden al espíritu de la celebración,
se apliquen plenamente.
397. Obsérvese también el principio
según el cual cada una de las Iglesias
particulares debe estar de acuerdo con la
Iglesia Universal, no sólo en la doctrina
de la fe y de los signos sacramentales
sino también en los usos universalmente
recibidos de la ininterrumpida tradición
apostólica, que deben observarse, no
sólo para evitar los errores, sino también
para transmitir la integridad de la fe,
porque la ley de la oración de la Iglesia
corresponde a su ley de la fe.[160]
El Rito Romano constituye parte insigne
y preciosa del tesoro litúrgico y del
patrimonio de la Iglesia Católica, cuyas
riquezas contribuyen al bien de la Iglesia
Universal, de tal manera que su pérdida
la perjudicaría gravemente.
Este Rito no sólo conservó en el decurso
de los siglos los usos litúrgicos oriundos
de la ciudad de Roma, sino que también
de modo profundo, orgánico y armónico,
en sí les dio toda su fuerza a algunos
otros que se derivaban de las costumbres
y de la índoles de diversos pueblos y de
diversas Iglesias particulares, ya de
Occidente, ya de Oriente, adquiriendo así
alguna índole suprarregional. Y en
nuestros tiempos la identidad y la
expresión de unidad de este Rito se
encuentra en las ediciones típicas de los
libros litúrgicos publicados por la
autoridad del Sumo Pontífice y en los
libros litúrgicos correspondientes a éstos,
aprobados por las Conferencias de
Obispos para sus jurisdicciones, y
reconocidos oficialmente por la Sede
Apostólica.[161]
398. La norma establecida por el Concilio
Vaticano II para que las innovaciones en
la instauración litúrgica no se hagan a no
ser que lo exija una utilidad real y cierta
de la Iglesia, y empleando cautela para
que las nuevas formas en cierto modo
crezcan orgánicamente a partir de las
formas ya existentes,[162] debe también
aplicarse al trabajo de inculturación del
Rito Romano.[163] La inculturación,
además, requiere tiempo abundante para
que la auténtica tradición litúrgica no se
contamine apresurada e incautamente.
Finalmente, la investigación de la
inculturación de ningún modo pretende
que se creen nuevas familias de ritos,
sino atender a las exigencias de una
cultura determinada, pero de tal manera
que las adaptaciones introducidas en el
Misal o en otros libros litúrgicos, no sean
perjudiciales a la índole bien dispuesta
propia del Rito Romano.[164]
399. Y así el Misal Romano, aunque en la
diversidad de lenguas y con cierta
diversidad de costumbres,[165] debe
conservarse en adelante como
instrumento y signo preclaro de la
integridad y la unidad del Rito
Romano.[166]

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