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IGMR para Lectores

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PARROQUIA DE SAN FRANCISCO DE ASIS

MINISTERIO DE LECTORES VOX DEI


Apartes de la IGMR

II. DIVERSOS ELEMENTOS DE LA MISA


La lectura de la Palabra de Dios y su explicación
29. Cuando se leen las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios
mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra,
anuncia el Evangelio.
Por eso las lecturas de la Palabra de Dios, que proporcionan a la Liturgia un elemento de
máxima importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración. Aunque la palabra
divina en las lecturas de la sagrada Escritura se dirija a todos los hombres de todos los
tiempos y sea inteligible para ellos, sin embargo, su más plena inteligencia y eficacia se
favorece con una explicación viva, es decir, con la homilía, que viene así a ser parte de la
acción litúrgica.[42]
III. CADA UNA DE LAS PARTES DE LA MISA
B) Liturgia de la palabra
55. La parte principal de la Liturgia de la Palabra la constituyen las lecturas tomadas de la
Sagrada Escritura, junto con los cánticos que se intercalan entre ellas; y la homilía, la
profesión de fe y la oración universal u oración de los fieles, la desarrollan y la concluyen.
Pues en las lecturas, que la homilía explica, Dios habla a su pueblo,[58] le desvela los
misterios de la redención y de la salvación, y le ofrece alimento espiritual; en fin, Cristo
mismo, por su palabra, se hace presente en medio de los fieles.[59] El pueblo hace suya
esta palabra divina por el silencio y por los cantos; se adhiere a ella por la profesión de fe; y
nutrido por ella, expresa sus súplicas con la oración universal por las necesidades de toda la
Iglesia y por la salvación de todo el mundo.
Silencio
56. La Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación;
por eso hay que evitar en todo caso cualquier forma de apresuramiento que impida el
recogimiento. Además conviene que durante la misma haya breves momentos de silencio,
acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, se
saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta.
Dichos momentos de silencio pueden observarse oportunamente, por ejemplo, antes de que
se inicie la misma Liturgia de la Palabra, después de la primera lectura, de la segunda y,
finalmente, una vez terminada la homilía.[60]
Lecturas bíblicas

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57. Por las lecturas se prepara para los fieles la mesa de la Palabra de Dios y abren para
ellos los tesoros de la Biblia.[61] Conviene, por lo tanto, que se conserve la disposición de
las lecturas, que aclara la unidad de los dos Testamentos y de la historia de la salvación; y
no es lícito que las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la Palabra de Dios, sean
cambiados por otros textos no bíblicos.[62]
58. En la celebración de la Misa con el pueblo, las lecturas se proclamarán siempre desde el
ambón.
59. Según la tradición, el servicio de proclamar las lecturas no es presidencial, sino
ministerial. Por consiguiente, que las lecturas sean proclamadas por un lector; en cambio,
que el diácono, o estando éste ausente, otro sacerdote, anuncie el Evangelio. Sin embargo,
si no está presente un diácono u otro sacerdote, corresponde al mismo sacerdote celebrante
leer el Evangelio; y si no se encuentra presente otro lector idóneo, el sacerdote celebrante
proclamará también las lecturas.
Después de cada lectura, el lector propone una aclamación, con cuya respuesta el pueblo
congregado tributa honor a la Palabra de Dios recibida con fe y con ánimo agradecido.
60. La lectura del Evangelio constituye la cumbre de la Liturgia de la Palabra. La Liturgia
misma enseña que debe tributársele suma veneración, cuando la distingue entre las otras
lecturas con especial honor, sea por parte del ministro delegado para anunciarlo y por la
bendición o la oración con que se prepara; sea por parte de los fieles, que con sus
aclamaciones reconocen y profesan la presencia de Cristo que les habla, y escuchan de pie
la lectura misma; sea por los mismos signos de veneración que se tributan al Evangeliario.
Salmo responsorial
61. Después de la primera lectura, sigue el salmo responsorial, que es parte integral de la
Liturgia de la Palabra y en sí mismo tiene gran importancia litúrgica y pastoral, ya que
favorece la meditación de la Palabra de Dios.
El salmo responsorial debe corresponder a cada una de las lecturas y se toma habitualmente
del leccionario.
Conviene que el salmo responsorial sea cantado, al menos la respuesta que pertenece al
pueblo. Así pues, el salmista o el cantor del salmo, desde el ambón o en otro sitio
apropiado, proclama las estrofas del salmo, mientras que toda la asamblea permanece
sentada, escucha y, más aún, de ordinario participa por medio de la respuesta, a menos que
el salmo se proclame de modo directo, es decir, sin respuesta. Pero, para que el pueblo
pueda unirse con mayor facilidad a la respuesta salmódica, se escogieron unos textos de
respuesta y unos de los salmos, según los distintos tiempos del año o las diversas categorías
de Santos, que pueden emplearse en vez del texto correspondiente a la lectura, siempre que
el salmo sea cantado. Si el salmo no puede cantarse, se proclama de la manera más apta
para facilitar la meditación de la Palabra de Dios.

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En vez del salmo asignado en el leccionario, puede también cantarse el responsorio gradual
tomado del Gradual Romano, o el salmo responsorial o aleluyático tomado del Gradual
Simple, tal como se presentan en esos libros.
Aclamación antes de la lectura del Evangelio
62. Después de la lectura, que precede inmediatamente al Evangelio, se canta el Aleluya u
otro canto determinado por las rúbricas, según lo pida el tiempo litúrgico. Esta aclamación
constituye por sí misma un rito, o bien un acto, por el que la asamblea de los fieles acoge y
saluda al Señor, quien le hablará en el Evangelio, y en la cual profesa su fe con el canto. Se
canta estando todos de pie, iniciándolo los cantores o el cantor, y si fuere necesario, se
repite, pero el versículo es cantado por los cantores o por un cantor.
a) El Aleluya se canta en todo tiempo, excepto durante la Cuaresma. Los versículos se
toman del leccionario o del Gradual.
b) En tiempo de Cuaresma, en vez del Aleluya, se canta el versículo antes del Evangelio
que aparece en el leccionario. También puede cantarse otro salmo u otra selección (tracto),
según se encuentra en el Gradual.
63. Cuando hay solo una lectura antes del Evangelio:
a) En el tiempo en que debe decirse Aleluya, puede tomarse o el salmo aleluyático o el
salmo y el Aleluya con su versículo.
b) En el tiempo en que no debe decirse Aleluya, puede tomarse o el salmo y el versículo
antes del Evangelio, o solamente el salmo..
c) El Aleluya o el versículo antes del Evangelio, si no se canta, puede omitirse.
64. La Secuencia, que sólo es obligatoria los días de Pascua y de Pentecostés, se canta antes
del Aleluya.
Homilía
65. La homilía es parte de la Liturgia y es muy recomendada,[63] pues es necesaria para
alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una explicación o de algún aspecto de las
lecturas de la Sagrada Escritura, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa del
día, teniendo en cuenta, sea el misterio que se celebra, sean las necesidades particulares de
los oyentes.[64]
66. La homilía la hará de ordinario el mismo sacerdote celebrante, o éste se la encomendará
a un sacerdote concelebrante, o alguna vez, según las circunstancias, también a un diácono,
pero nunca a un laico.[65] En casos especiales, y por justa causa, la homilía puede hacerla
también el Obispo o el presbítero que esté presente en la celebración sin que pueda
concelebrar.
Los domingos y las fiestas del precepto debe tenerse la homilía en todas las Misas que se
celebran con asistencia del pueblo y no puede omitirse sin causa grave, por otra parte, se

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recomienda tenerla todos días especialmente en las ferias de Adviento, Cuaresma y durante
el tiempo pascual, así como también en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude
numeroso a la Iglesia.[66]
Es conveniente que se guarde un breve espacio de silencio después de la homilía.
Profesión de fe
67. El Símbolo o Profesión de Fe, se orienta a que todo el pueblo reunido responda a la
Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la Sagrada Escritura y explicada por la
homilía. Y para que sea proclamado como regla de fe, mediante una fórmula aprobada para
el uso litúrgico, que recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes de
comenzar su celebración en la Eucaristía.
68. El Símbolo debe ser cantado o recitado por el sacerdote con el pueblo los domingos y
en las solemnidades; puede también decirse en celebraciones especiales más solemnes.
Si se canta, lo inicia el sacerdote, o según las circunstancias, el cantor o los cantores, pero
será cantado o por todos juntamente, o por el pueblo alternando con los cantores.
Si no se canta, será recitado por todos en conjunto o en dos coros que se alternan.
Oración universal
69. En la oración universal, u oración de los fieles, el pueblo responde en cierto modo a la
Palabra de Dios recibida en la fe y, ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece
súplicas a Dios por la salvación de todos. Conviene que esta oración se haga de ordinario
en las Misas con participación del pueblo, de tal manera que se hagan súplicas por la santa
Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren diversas necesidades y por todos los
hombres y por la salvación de todo el mundo.[67]
70. Las serie de intenciones de ordinario será
a) Por las necesidades de la Iglesia.
b) Por los que gobiernan y por la salvación del mundo.
c) Por los que sufren por cualquier dificultad.
d) Por la comunidad local.
Sin embargo, en alguna celebración particular, como la Confirmación, el Matrimonio o las
Exequias, el orden de las intenciones puede tener en cuenta más expresamente la ocasión
particular.
71. Pertenece al sacerdote celebrante dirigir las preces desde la sede. Él mismo las
introduce con una breve monición, en la que invita a los fieles a orar, y la termina con la
oración. Las intenciones que se proponen deben ser sobrias, compuestas con sabia libertad
y con pocas palabras y expresar la súplica de toda la comunidad.

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Las propone el diácono, o un cantor, o un lector, o bien, uno de los fieles laicos desde el
ambón o desde otro lugar conveniente.[68]
Por su parte, el pueblo, de pie, expresa su súplica, sea con una invocación común después
de cada intención, sea orando en silencio.

Capítulo III

OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA

99. El lector es instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, excepto el
Evangelio. Puede también proponer las intenciones de la oración universal, y, en ausencia
del salmista, proclamar el salmo responsorial.

En la celebración eucarística el lector tiene un ministerio propio (cfr. núms. 194 -198) que
él debe ejercer por sí mismo.

101. En ausencia del lector instituido, para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura,
destínense otros laicos que sean de verdad aptos para cumplir este ministerio y que estén
realmente preparados, para que, al escuchar las lecturas divinas, los fieles conciban en su
corazón el suave y vivo afecto por la Sagrada Escritura.[86]

102. Es propio del salmista proclamar el salmo u otro cántico bíblico que se encuentre entre
las lecturas. Para cumplir rectamente con su ministerio, es necesario que el salmista posea
el arte de salmodiar y tenga dotes para la recta dicción y clara pronunciación.

105. También ejercen un ministerio litúrgico:

a) El sacristán, a quien corresponde disponer diligentemente los libros litúrgicos, los


ornamentos y las demás cosas que son necesarias en la celebración de la Misa.

b) El comentarista, a quien corresponde, según las circunstancias, proponer a los fieles


breves explicaciones y moniciones para introducirlos en la celebración y para disponerlos a
entenderla mejor. Conviene que las moniciones del comentador estén exactamente
preparadas y con perspicua sobriedad. En el ejercicio de su ministerio, el comentarista
permanece de pie en un lugar adecuado frente a los fieles, pero no en el ambón.

c) Los que hacen las colectas en la iglesia.

d) Los que, en algunas regiones, reciben a los fieles a la puerta de la iglesia, los acomodan
en los puestos convenientes y dirigen sus procesiones.

Capítulo IV

DIVERSAS FORMAS DE CELEBRAR LA MISA

Liturgia de la palabra
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128. Concluida la colecta, todos se sientan. El sacerdote puede presentar a los fieles, con
una brevísima intervención, la Liturgia de la Palabra. El lector se dirige al ambón y, del
leccionario colocado allí antes de la Misa, proclama la primera lectura, que todos escuchan.
Al final el lector dice: Palabra de Dios, y todos responden: Te alabamos, Señor.

Entonces, según las circunstancias, se pueden guardar unos momentos de silencio, para que
todos mediten brevemente lo que escucharon.

129. Después, el salmista, o el mismo lector, recita o canta los versos del salmo y el pueblo,
como de costumbre, va respondiendo.

130. Si está prescrita una segunda lectura antes del Evangelio, el lector la proclama desde el
ambón, mientras todos escuchan, y al final responden a la aclamación, como se dijo antes
(n. 128). En seguida, según las circunstancias, se pueden guardar unos momentos de
silencio.

131. En seguida, todos se levantan y se canta Aleluya u otro canto, según corresponda al
tiempo litúrgico (cfr. núms. 62-64).

132. Mientras se canta el Aleluya u otro canto, si se emplea el incienso, el sacerdote lo pone
y lo bendice. Después, con las manos juntas, y profundamente inclinado ante el altar, dice
en secreto: Purifica mi corazón.

133. Entonces si el Evangeliario está en el altar, lo toma y, precedido por los ministros
laicos que pueden llevar el incensario y los cirios, se dirige al ambón, llevando el
Evangeliario un poco elevado. Los presentes se vuelven hacia el ambón para manifestar
especial reverencia hacia el Evangelio de Cristo.

134. Ya en el ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice: El Señor esté
con ustedes; y el pueblo responde: Y con tu espíritu; y en seguida: Lectura del Santo
Evangelio, signando con el pulgar el libro y a sí mismo en la frente, en la boca y en el
pecho, lo cual hacen también todos los demás. El pueblo aclama diciendo: Gloria a Ti,
Señor. Si se usa incienso, el sacerdote inciensa el libro (cfr. núms. 276-277). En seguida
proclama el Evangelio y al final dice la aclamación Palabra del Señor, y todos
responden: Gloria a Ti, Señor Jesús. El sacerdote besa el libro, diciendo en secreto: Las
palabras del Evangelio.

135. Si no hay un lector, el mismo sacerdote proclama todas las lecturas y el salmo, de pie
desde el ambón. Allí mismo, si se emplea, pone y bendice el incienso, y profundamente
inclinado, dice Purifica mi corazón.

136. El sacerdote, de pie en la sede o en el ambón mismo, o según las circunstancias, en


otro lugar idóneo pronuncia la homilía; terminada ésta se puede guardar unos momentos de
silencio.

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137. El Símbolo se canta o se dice por el sacerdote juntamente con el pueblo (cfr. n 68)
estando todos de pie. A las palabras: y por la obra del Espíritu Santo, etc.,o que fue
concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, todos se inclinan profundamente; y en la
solemnidades de la Anunciación y de Navidad del Señor, se arrodillan.

138. Dicho el Símbolo, en la sede, el sacerdote de pie y con las manos juntas, invita a los
fieles a la oración universal con una breve monición. Después el cantor o el lector u otro,
desde el ambón o desde otro sitio conveniente, vuelto hacia el pueblo, propone las
intenciones; el pueblo, por su parte, responde suplicante. Finalmente, el sacerdote con las
manos extendidas, concluye la súplica con la oración.

D) Ministerios del lector

Ritos iniciales

194. En la procesión hacia el altar, en ausencia del diácono, el lector, vestido con la
vestidura aprobada, puede llevar el Evangeliario un poco elevado, caso en el cual, antecede
al sacerdote; de lo contrario, va con los otros ministros.

195. Cuando hubiere llegado al altar, hace inclinación profunda con los demás. Si lleva el
Evangeliario, se acerca al altar y coloca el Evangeliario sobre él. Después, juntamente con
los otros ministros ocupa su lugar en el presbiterio.

Liturgia de la palabra

196. Desde el ambón hace las lecturas que preceden al Evangelio. Y en ausencia del
salmista puede también proclamar el salmo responsorial después de la primera lectura.

197. En ausencia del diácono, después de la introducción del sacerdote, puede proponer
desde el ambón las intenciones de la oración universal.

198. Si no hay canto de entrada ni de Comunión y los fieles no dicen las antífonas
propuestas en el Misal, puede decirlas en el momento oportuno (cfr. núms. 48.87).

IV. ALGUNAS NORMAS MÁS GENERALES PARA TODAS LAS FORMAS DE


MISA

Veneración del altar y del Evangeliario

273. Según la costumbre tradicional, la veneración del altar y del Evangeliario se cumple
con el beso. Sin embargo, donde este signo no concuerda con las tradiciones o la índole de
alguna región, corresponde a la Conferencia de los Obispos determinar otro signo en lugar
de éste, con el consentimiento de la Sede Apostólica.

Genuflexión e inclinación

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274. La genuflexión, que se hace doblando la rodilla derecha hasta la tierra, significa
adoración; y por eso se reserva para el Santísimo Sacramento, así como para la santa Cruz
desde la solemne adoración en la acción litúrgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor
hasta el inicio de la Vigilia Pascual.

En la Misa el sacerdote que celebra hace tres genuflexiones, esto es: después de la
elevación de la Hostia, después de la elevación del cáliz y antes de la Comunión. Las
peculiaridades que deben observarse en la Misa concelebrada, se señalan en sus lugares
(cfr. núms. 210-251).

Pero si el tabernáculo con el Santísimo Sacramento está en el presbiterio, el sacerdote, el


diácono y los otros ministros hacen genuflexión cuando llegan al altar y cuando se retiran
de él, pero no durante la celebración misma de la Misa.

De lo contrario, todos los que pasan delante del Santísimo Sacramento hacen genuflexión, a
no ser que avancen procesionalmente.

Los ministros que llevan la cruz procesional o los cirios, en vez de la genuflexión, hacen
inclinación de cabeza.

275. Con la inclinación se significa la reverencia y el honor que se tributa a las personas
mismas o a sus signos. Hay dos clases de inclinaciones, es a saber, de cabeza y de cuerpo:

a) La inclinación de cabeza se hace cuando se nombran al mismo tiempo las tres Divinas
Personas, y al nombre de Jesús, de la bienaventurada Virgen María y del Santo en cuyo
honor se celebra la Misa.

b) La inclinación de cuerpo, o inclinación profunda, se hace: al altar, en las


oraciones Purifica mi corazón y Acepta, Señor, nuestro corazón contrito; en el Símbolo, a
las palabras y por obra del Espíritu Santo o que fue concebido por obra y gracia del
Espíritu Santo; en el Canon Romano, a las palabras Te pedimos humildemente. El diácono
hace la misma inclinación cuando pide la bendición antes de la proclamación el Evangelio.
El sacerdote, además, se inclina un poco cuando, en la consagración, pronuncia las palabras
del Señor.

EL AMBÓN

309. La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un lugar conveniente
desde el que se proclame, y al que durante la Liturgia de la Palabra, se dirija
espontáneamente la atención de los fieles.[117]

Conviene que por lo general este sitio sea un ambón estable, no un simple atril portátil. El
ambón, según la estructura de la iglesia, debe estar colocado de tal manera que los
ministros ordenados y los lectores puedan ser vistos y escuchados convenientemente por los
fieles.

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Desde el ambón se proclaman únicamente las lecturas, el salmo responsorial y el pregón
pascual; también puede tenerse la homilía y proponer las intenciones de la Oración
universal. La dignidad del ambón exige que a él sólo suba el ministro de la Palabra.

Es conveniente que el nuevo ambón se bendiga antes de destinarlo al uso litúrgico, según el
rito descrito en el Ritual Romano.[118]

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