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Análisis Mbmbe

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Sincronía

ISSN: 1562-384X
sincronia@csh.udg.mx
Universidad de Guadalajara
México

Necropolítica, biopoder, biopolítica y


resistencias distópicas.
Navarro Fuentes, Carlos Alberto
Necropolítica, biopoder, biopolítica y resistencias distópicas.
Sincronía, núm. 79, 2021
Universidad de Guadalajara, México
Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=513867974022
DOI: https://doi.org/10.32870/sincronia.axxv.n79.22a21

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.

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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
Miscelánea

Necropolítica, biopoder, biopolítica y


resistencias distópicas.
Necropolitics, biopower, biopolitics and dystopian resistance
Carlos Alberto Navarro Fuentes betoballack@yahoo.com.mx
Tecnológico de Monterrey, México

Resumen: El artículo plantea una reflexión crítica e histórica, de la relación entre el


Estado, la sociedad y la ciudadanía, a través de la noción de necropolítica partiendo
de la época colonial; retomando la analítica foucaultiana basada en el biopoder, para
exponer nuevas formas de dominación y sumisión postcoloniales, aterrizando al México
contemporáneo. En concreto, nos referiremos al sector de la sociedad mexicana que vive
en estado precario y en un entorno en donde diversas formas de violencia son practicadas,
para resistir a la muerte y para sobrevivir en “mundos de muerte”. El contexto sobre el
que se aterrizarán las reflexiones, se ven agudizadas por el capitalismo global, la creciente
Sincronía, núm. 79, 2021 complejidad y la disputa por el poder en los órdenes global, local y nacional.
Palabras clave: Necropolítica, Necropoder, Distopia, Resistencia, Biopolítica.
Universidad de Guadalajara, México
Abstract: is article is a critical and historical reflection of the relationship between
Recepción: 08 Febrero 2020 State, society and citizenship, through the notion of necropolitics starting from the
Aprobación: 05 Noviembre 2020
colonial era; we recover the foucaultian analytics based on biopower concept to
DOI: https://doi.org/10.32870/ expose new forms of postcolonial domination and submission, focused on Mexico. In
sincronia.axxv.n79.22a21 particular, we will refer to the Mexican society sector, which lives in precarious state
Redalyc: https://www.redalyc.org/ and in an environment, where different forms of violence are practiced, to resist death
articulo.oa?id=513867974022 and to survive in "worlds of death." e context, in which we bring our reflections are
exacerbated by global capitalism, the growing complexity and the struggle for power in
the global, local and national orders.
Keywords: Necropolitics, Necropower, Dystopia, Resistance, Biopolitics.

Introducción

Hace más de diez años que el filósofo camerunés Achille Mbembe


radicado en Sudáfrica, propuso, siguiendo a Foucault, la noción de
necropolítica para dar cuenta de soberanías que radican ya no en la simple
capacidad de decidir quién muere y quién vive, sino en la organización
del homicidio y la recreación de la muerte. A diferencia de pensadoras
como Arendt (1987) [1] o pensadores como Agamben, que han elaborado
genealogías rigurosas del totalitarismo con vistas a comprender el
holocausto europeo, Mbembe se concentra en la experiencia colonial y la
neocolonial contemporánea, así como sus relaciones positivas y negativas
con la guerra convencional (entre Estados nacionales). Se pregunta: ¿son
suficientes las nociones de poder disciplinario y biopoder [2] para
hablar de las prácticas y los dispositivos tanatológicos de la era moderna?
¿Son suficientes para visibilizar ese conjunto de poderes ominosos y
paradójicos, que parecen pervertir el sentido mismo de gobernar (el yo, el
género, las poblaciones, etc.) y que dislocan los tiempos y espacios de eso
que llamamos violencia, sus respectivos rituales de afección y duelo? Y si

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no es así y es preciso hablar, entonces, de cierta realidad necropolítica, ¿se


trata de una realidad nihilista, de vaciamiento puro? Foucault se pregunta:
“¿cómo es posible que un poder político mate, reivindique la muerte, exija
la muerte, haga matar, dé orden de matar, exponga a la muerte no sólo a
sus enemigos sino a sus ciudadanos?” (Foucault, 2000, p.230).
La tortura, la depresión en lugar de la regulación productiva, la
“valorización” del cadáver, la autoinmolación espectacular, el universo del
feminicidio, los dioses y las diosas de sicarios y terroristas, los “trabajos
forzados”, el snuff como estética abúlica, la eutanasia ilegal, la cacería de
indocumentados, el shock como juego de masas, la drogadicción precaria,
los funerales de los “falsos positivos”, etc., se tratan de racismo de Estado,
de la paradójica manera en la cual éste ejerce el poder multiplicando la
muerte de sus propios ciudadanos.
Sin duda, fue el surgimiento del biopoder lo que inscribió el racismo en los
mecanismos de Estado. En este momento, el racismo se inscribió como mecanismo
fundamental del poder, tal como se ejerce en los Estados modernos y en la medida
en que hace que prácticamente no haya funcionamiento del Estado que, en cierto
momento, en cierto límite y en ciertas condiciones, no pase por él (Foucault, 2000,
p. 230).

Mbembe sugiere que, por más abominable que nos resulte, el ejercicio
necropolítico no es absolutamente destructivo o absurdo, se da en lo que
llama “mundos de muerte”, como “resistencias distópicas” [3] : esferas
mínimas de cultura en donde la línea entre suicidio y rebeldía, sacrificio
y redención, martirio y libertad se difumina. Este ensayo busca reconocer
y actualizar la filosofía de Mbembe desde Latinoamérica, a partir de
fuentes teóricas y periodísticas contemporáneas, así como ejemplos de
cine y literatura. De igual manera, desde una perspectiva crítica, retomará
el concepto usado por Foucault de biopolítica e intentará a través de
Mbembe, hacerla dialogar con otras teorías a la luz de la teoría poscolonial
y descolonial, para reflexionar sobre los fenómenos violentos que ocurren
hoy día en Latinoamérica y en particular en México, los cuales acaecen
desde y muy cerca de la esfera del Estado, la acumulación capitalista, el
proceso globalizatorio y el neoliberalismo. Cuando debido a la desnudez
infligida, el dolor o la miseria, la personalidad se ve reducida a un cuerpo
que gime, que grita, ¿cuál es el sentido de este acto? ¿Es posible formular
mensajes para que sean decodificados por los otros? ¿Y si éstos están en
las mismas circunstancias que yo? ¿Cómo es esta comunicación? Pareciera
que el acto comunicativo posible se acerca al instinto, a una reacción no
muy lejana de la animalidad, un movimiento inmediato de supervivencia,
previo a toda codificación libertaria, justa, racional o emancipatoria. No
obstante, dice Mbembe:
A pesar de este terror y del encierro simbólico del esclavo, éste puede adoptar
puntos de vista diferentes sobre el tiempo, el trabajo y sobre sí mismo. Es un
segundo elemento paradójico del mundo de la plantación como manifestación
del estado de excepción. Tratado como si no existiese más que como simple
herramienta e instrumento de producción, el esclavo es, pese a todo, capaz de hacer
de un objeto, instrumento, lenguaje o gesto una representación, estilizándolos.
Rompiendo con el desarraigo y el puro mundo de las cosas, del cual no es más
que un fragmento, el esclavo es capaz de demostrar las capacidades proteicas de la

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Carlos Alberto Navarro Fuentes. Necropolítica, biopoder, biopolítica y resistencias distópicas.

relación humana a través de la música y del cuerpo que otro supuestamente poseía
(2011, p.34).

En el ensayo, se intentarán contestar en lo fundamental las siguientes


interrogantes: ¿Qué entendemos por necropolítica y cómo se concibe lo
político desde ahí? ¿Cuáles son las relaciones entre el poder colonial, el
neoliberalismo y los nuevos tipos de violencia? ¿Cómo se interrelacionan
desde esta perspectiva crítica de producción política de la muerte, el
gobierno, la muerte y la violencia, no obstante, la ideología de la seguridad,
la democracia y el Estado de derecho imperante? ¿Cómo se da la cultura
en los “mundos de muerte”?

Necropolítica. Conceptos, temas y problemas

En el texto de Mbembe Necropolítica, como hizo Foucault, observamos


un deslinde respecto de toda noción de soberanía vinculada a la
legitimidad, a los llamados "representantes políticos" y al Estado nacional
como reflejo de una presunta voluntad colectiva. Sobre la metodología
de Foucault se ha dicho, retomando una polémica escolástica, que es
una suerte de nominalismo. Foucault no cree que exista un universal
llamado “México” o “Estado” o “Pueblo “o “Capitalismo” o “Nación”,
sino múltiples y particulares configuraciones de poder que, sólo desde
ciertas convenciones y en detrimento de la diversidad, nombramos así. La
ventaja que trae consigo esta tradición metodológica, es que permite hacer
análisis específicos y positivos del poder: en lugar de partir de grandes
y pomposas definiciones sobre su esencia, sus fines o sus fundamentos
(por ejemplo, “el poder reside en el pueblo”), se trataría de hacer marcos
de descripción y observación, comparaciones, combinaciones. Habría así
una analítica del poder y, cuando se trata de rastrearlo cronológicamente,
una Genealogía del poder. La soberanía, es una modalidad de poder
que Foucault detecta al comienzo de la modernidad [4] , siglo XV
aproximadamente. La soberanía consiste -dice Mbembe-, en la capacidad
de decidir quién puede vivir y quién debe morir. Como vemos, la
proposición planteada a manera de cuestionamiento también escapa a las
perspectivas moralistas, se esquiva la cuestión de si es justo, legítimo o
con base en la verdad. Se enfatiza el cómo, cuándo, dónde; o sea, en las
condiciones espacio temporales del poder.
El Estado, el capitalismo y la soberanía han mutado, ya no son aquello
que Foucault analizaba y exponía en sus textos, sin embargo, el racismo
y la discriminación, en cuanto a diversidad, continúan existiendo y en
constante resilencia. La vida se parece mucho a la muerte y por momentos,
la muerte parece reclamar más vida que la vida misma. Los explotados
trabajadores del proletariado marxista [5] , pasaron a ser superfluos en
términos de productividad y acumulación capitalista, convirtiéndose en
despojos a merced de las necesidades de la rentabilidad, por un lado;
o, sirviendo a los intereses del narcopoder. Una política para matar, lo
político como lo de la muerte. No deja de ser en torno al Estado que éstas
ocurren, en gran parte con su complicidad. El racismo moderno resulta

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pues biológico y gira en torno al Estado y su autoridad. Las formas de


dominación, por ejemplo, la mediática, modifican la manera en la cual
aprehendemos el espacio y el tiempo.
Lo que contiene al biopoder y a la biopolítica, no deja de mutar en
sus formas de dominación, por lo que la ciudadanía como horizonte
conceptual de sentido, adquiere coloraturas y significaciones tan variadas
como podría ser a su vez el concepto de soberanía. En el necropoder de
Mbembe, la vida queda sometida al poder de la muerte. La violencia pasó
a convertirse de un medio para lograr un objetivo, a un fin en sí mismo, a
través del uso más sofisticado de la ciencia y la tecnología, la matemática y
la informática, la estadística y la demografía, los medios de comunicación y
el manejo y control de los símbolos y sus contenidos, tendientes a asegurar
la normalización, la homogeneidad y el integrismo poblacional en torno
a una única identidad por demás falsa. Aunado a lo anterior, a la ideología
de la seguridad nacional equiparado a un falso consenso por lo general,
marinado con los grandes poderes televisivo-mediáticos que convierten
en verdad todo lo que tocan (Virilio, 2011). [6] De esta manera, “la
bipolítica deviene tanatopolítica, entendida como la administración y
regulación de la vida que requiere de la muerte” (Fuentes, 2012, p. 8). Y
es que la politización de la violencia impacta en todos los ámbitos de la
vida humana, como la psique. Los cuerpos destrozados, pasan a ser los
escenarios de la violencia y el terror; los desaparecidos, las mutilaciones, los
pedazos o trozos humanos hallados, los mensajes incrustados en cuerpos
completos e incompletos, además de producir vacíos legales múltiples, se
adhieren permanentemente a las huellas mnémicas y los restos diurnos,
de quienes se desarrollan e intentan hacer su vida en un contexto como
éste. Ocurre una decadencia, un derrumbe simbólico y real en la estructura
sobre la que se sostiene la subjetividad de estos individuos.
Si la biopolítica controla los procesos vitales, las exigencias capitalistas han
transformado en mercancía la vida y todos los procesos asociados, tales como
la muerte. En las sociedades hiperconsumistas los cuerpos se convierten en
una mercancía, y su cuidado, conservación, libertad e integridad son productos
relacionados. Como mercancía cada vez es más valorada, la vida es más valiosa si es
amenazada, secuestrada y torturada (Estévez, 2010, pp.231-232).

La soberanía pasa más de ser una categoría jurídico-política a ser una


político-biológica, a travesada por intereses económicos discriminatorios
y banales, respecto de la vida humana y el valor de ésta. Se hace la
guerra para acabar con la guerra. Se declara la guerra a quienes hacen la
guerra a otros. La guerra se convierte en el estado de no excepción. En
términos generales, vamos a entender necropolítica como “una suerte de
tecnología del poder cuyo objetivo es la regulación de poblaciones a través
de la producción de sujetos disponibles y desechables” (Mbembe, 2011,
pp.11-40). [7] La muerte es del pueblo, es a quien hay que matar. Hay
que erradicar todo rostro y rastro de civilidad en el otro, restarle todo
matiz de ciudadanía y humanidad al otro, dejándole acaso su parte más
biológica, más animal, como mecanismo de dominación y cosificación.
Supone que toda relación intersubjetiva, se entreteja en el uso de la
fuerza y el autoritarismo, en el uso excesivo de la ley en el mejor de los

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casos, y por lo general, en absoluta ausencia de ésta, incrustándose en una


lógica de prácticas que más pronto que tarde, la población comienza a
practicar y hacer válida cotidianamente para alcanzar fines y objetivos,
sean para sobrevivir o para alcanzar satisfactores mayores, produciendo
así el entresijo cultural. La vida se torna una contradicción para el
capitalismo. La soberanía ya no se defiende con la vida, sino exponiendo
y exhibiendo la muerte como telos determinístico.
Las cosas aglutinan más vitalidad que la que los individuos parecen
acarrear consigo. El biopoder como metafísica de la muerte, atestigua la
desigualdad inconmensurable existente entre el poder y la vida. Poder,
no para la vida sino en contra de ella. Del Estado de sitio al Estado de
excepción. La muerte y el genocidio, la desaparición de lo vivo como
lo común político cotidiano, como lo que venimos evidenciando en
México todos los días, allí están los ejemplos icónicos de Ayotzinapa y
de Tlatlaya, se tornan en una racionalidad de la muerte, es decir, en una
lógica necropolítica cuyas operaciones ocurren invariablemente al margen
de la ley y bajo la consigna de criminalizar al otro a priori, para poder
ejecutar "limpiamente" la necesidad de orden que el Estado requiere. La
necropolítica es una tecnología de acuerdo con Foucault y un tipo de
poder de acuerdo con Mbembe. El territorio es geopolítica del Estado, no
del pueblo, no de la sociedad, no de la ciudadanía. El Estado le hace la
guerra a su propia población en el territorio compartido: imaginario de
muerte, necropolítico. El necropoder coexiste con la raza y el gobierno de
control en el sentido de Foucault. Ocupar el espacio no para conquistarlo,
ni vencer a su población para hacerla esclava, ocuparlo para vaciarlo de la
presencia de cuerpos en movimiento, de comunidades al alba, ocuparlo
para que esta ciudad transnacional conformada de esclavos y excluidos,
sostengan y produzcan en su temporalidad espacio-territorial la ciudad
global-transnacional, excluyente, racista, ecocida, amante del lujo y del
espacio cerrado privilegiado.
Fragmentar para asilar y separar, atraer para diferenciar, vigilar y
controlar para castigar y asegurar. Sistematización de la muerte de lo
que no es rentable y se puede prescindir absolutamente. Estado de
sitio mental. Máquinas de guerra (2004) [8] en términos deleuzianos
conformados por desocupados, migrantes, rechazados, desempleados,
huérfanos, pobres y miserables, excluidos del progreso y condenados a
una vida mineral, vegetal, delincuencial, fuera de los cánones de una vida
propiamente humana. Entidades vivientes a las cuales se les persigue y
caza en la guerra predatoria por los recursos naturales. Para resistir, en
ocasiones se ven obligados a practicar la misma lógica para sobrevivir
y enfrentar a sus potenciales captores. Milicias enfrentando milicias en
condiciones y circunstancias muy desventajosas entre sí. El terror y la
muerte, como los únicos destinos seguros de quienes se encuentran en la
parte baja de la pirámide social global, regional, nacional, etc.
El capital, los recursos naturales y el espacio físico, se vuelven más
importantes que la vida. El cuerpo vuelto signo, signo de la muerte,
del terror y el asesinato simbiotizado con el arma, con el explosivo,
con el artefacto. No hay sacrificio que pueda coadyuvar a liberar o

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emancipar, herida permanentemente abierta y sangrante que no termina


por desangrarse ni cerrarse. Para Foucault, la Modernidad, en gran
parte lograda por el Estado, a partir del terror, la crueldad y la
profanación, encuentran en la racionalidad instrumental, las prácticas
efectivas y óptimas para mejorar los inventos que trajo y funcionaron
como correlato de la Revolución Francesa, para industrializar la muerte
administrativamente y extirpar el cáncer de la pluralidad, el disenso y la
identidad otra. Para Mbembe, sin embargo, la Modernidad es anterior,
pues las plantaciones como laboratorios del colonialismo a través de los
sistemas de plantaciones y los transportes de la mano de obra en cuestión,
de un continente a otro, aparecen antes del surgimiento del Estado-nación
(1648) y del sistema estatal europeo moderno, la Europa de la Ilustración
y la Revolución Francesa (1789), esto es, fuera de la existencia de orden
de tipo estatal.
Al corpus foucaultiano, se le ha criticado desde la teoría decolonial,
retomando a Fanon y Sartre, el soslayo de la raíz colonial de las economías
desiguales que hoy persisten, con modificaciones severas, a modo de
globalización. Se trata de que existe un juego que involucra distintos tipos
de poder, así como geografías y economías: soberanía clásica, sociedad
disciplinaria y biopoder. Mbembe argumenta que el necropoder es uno
más y que impera en ciertas situaciones. Este esfuerzo de Mbembe, se trata
de algún modo, de corregir la genealogía de Foucault según contextos
no europeos. Deleuze y Guattari son claros respecto a la ambivalencia de
las máquinas de guerra. Éstas pueden ser tanto creativas como crueles,
ejércitos o "punto de fuga". Este par de pensadores franceses influenciaron
al autor Sayak Valencia, quien atinadamente nombrara a esas vidas que
llevan una vida oscilante en el espacio físico, “resistencias distópicas”, en
gran parte por las condiciones materiales en que sobreviven, más que por
una inclinación ideológica.
Las nuevas tecnologías de la destrucción están menos interesadas en inscribir a
los cuerpos en los nuevos aparatos disciplinarios que en inscribirlos, cuando llega
el momento, en el orden de la economía radical que ahora se representa con
la masacre […] figuras humanas que están vivas, sin duda, pero cuya integridad
corporal ha sido reemplazada por piezas, fragmentos, arrugas e incluso heridas
inmensas que son difíciles de cerrar. Su función es mantener ante los ojos de la
víctima, y de las personas que lo rodean, el mórbido espectáculo de la mutilación
(Mbembe, 2011, p.48).

La metodología analítica foucaultiana, no deja de ser útil y precisa,


para estudiar el fenómeno del poder y la violencia estatal contemporánea,
pero no es suficiente para aprehender y reflexionar específicamente
sobre la realidad actual mexicana. Nuestra reflexión gira en medio de
dos posturas, el denominado pensamiento descolonial y poscolonial.
El primero, alumbra a la caída del Muro de Berlín buscando una
comprensión crítica y diferenciada de la modernidad y la expansión global
desde y para América Latina. El segundo, surge prácticamente al término
de la Segunda Guerra Mundial, luego de las experiencias ocurridas en
África y Asia para conseguir algunos su independencia y otros, resistir la
opresión colonialista muchas veces agudizada por la Guerra Fría. En esa

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distancia que intenta tomar respecto de la teoría foucaultinana, Mbembe


afirma que
Su interés se centra en esas figuras de la soberanía cuyo proyecto central no es la
lucha por la autonomía, sino la instrumentalización generalizada de la existencia
humana y la destrucción material de cuerpos y poblaciones humanos. Esas figuras
de soberanía no tienen nada que ver con un episodio de locura exacerbada o con
la expresión de una ruptura entre los impulsos y los intereses del cuerpo y los de la
mente. Por el contrario, son, como los campos de exterminio, lo que constituye el
nomos del espacio político en el que aún vivimos (Mbembe, 2011, p.18).

De acuerdo con Mbembe, lo que le interesa es analizar el ejercicio


sistemático y cotidiano de violencia y terror que ejerce el Estado, sobre
las comunidades y los cuerpos de las personas causándoles la muerte.
No obstante, es justo reconocer que Foucault también trató el tema del
colonialismo en algunas de sus obras, lo cual no significa que afirme en
ningún momento, que el racismo haya nacido en las colonias ni que
el colonialismo lo haya generado, pero sí considera que el colonialismo
coadyuvó de manera singular al desarrollo de los discursos relativos al
racismo, como dispositivo biopolítico de guerra (Castro-Gómez, 2007,
pp. 153-172).
El racismo va a desarrollarse, en primer lugar, con la colonización, es decir, con el
genocidio colonizador; cuando haya que matar gente, matar poblaciones, matar
civilizaciones […]. Destruir no solamente al adversario político, sino a la población
rival, esa especie de peligro biológico que representan para la raza que somos,
quienes están frente a nosotros […]. En líneas generales, creo que el racismo atiende
a la función de muerte en la economía del biopoder, de acuerdo con el principio
de que la muerte de los otros significa el fortalecimiento biológico de uno mismo
en tanto miembro de una raza o población (Foucault, 2000, pp.232-233).

Soberanía neoliberal, ¿qué población debe morir?

Foucault, define población como “la masa global afectada por procesos de
conjunto que son propios de la vida, como la reproducción, el nacimiento,
la muerte” (Foucault, 2000, p.220). Más tarde, analizando el concepto
de la biopolítica, nos dirá que la población es “un conjunto de elementos
que por un lado se inscriben en el régimen general de los seres vivos, y
por otro, ofrecen una superficie de agarre a transformaciones meditadas
y calculadas” (Foucault, 2004, p.101). Esto le da pie para decir que la
población es ciertamente especie humana, pero también es público. Al
público lo define como “la población considerada desde el punto de
vista de sus opiniones, sus maneras de hacer, sus comportamientos, sus
temores, sus prejuicios, sus exigencias. El conjunto susceptible de sufrir
la influencia de la educación y sus campañas” (Foucault, 2004, p.102).
De aquí partirá Mbembe, para situar la idea de genealogía del racismo
introducida por Foucault en una temporalidad distinta a aquella del
pensador francés, la cual tiene como peculiar característica, el hecho
de que dicha idea ya no se va a quedar en la concepción de que el
biopoder se origina y se queda en la modernidad occidental europea, y
mucho menos es acorde con el funcionamiento fordista del capitalismo

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ni el Estado de bienestar. Por el contrario, capital y trabajo entran en


franca contradicción, la acumulación del capital y la financiarización de
la economía con el neoliberalismo, flexibilizan el mercado de trabajo
más no la libre movilidad de las personas, a diferencia del capital. Por
consiguiente, se pasa a administrar lo superfluo, a la vida nuda en
tanto desechable y sin posibilidades de perseguir legalmente al no haber
homicidio.
Para Mbembe, “el Estado colonial basa su pretensión fundamental
de soberanía y de legitimidad de la autoridad en su propio relato de
la historia y la identidad […] Que el Estado tiene un derecho divino
a la existencia” (2011, p.46). Ahora, sólo aquellos que contribuyen a
la generación de la riqueza serán biopolíticamente importantes para
el Estado y quienes lo dirigen, mientras que quienes no lo son, serán
acorralados a una suerte de septicemia de tipo eugenésico tácita y
explícitamente, lenta o rápidamente, dependiendo de las necesidades del
capital. Queda invertida aquella relación de hacer morir y dejar vivir para
convertirse en hacer vivir y dejar morir:
Una vez quebrado el concepto de igualdad de los seres humanos, el concepto
de degeneración construido por la biología a posteriori del de inferioridad,
posibilitará y dará legitimación al ejercicio de la política de muerte del Estado: la
biopolítica transmutará en tanatopolítica” (Agamben, 2003a, pp.17-41).

Ejemplos en los cuales podemos establecer relaciones fuertes entre


tanatopolítica, biopolítica y necropolítica, no son pocos. Tenemos el de
la medicina y en particular el de la psiquiatría, que fue utilizado por los
nazis en contra de su misma población para eliminar a los “no aptos”
de acuerdo a un racismo biológico, que pretendía evitar la degeneración
de la propia raza, en el que prevaleció una biopolítica de producción
instrumental de muerte. Otro ejemplo, el practicado por los nazis en
contra de los judíos y los gitanos, pero también de los homosexuales
y los enfermos o débiles mentales. Las guerras de exterminio en los
Balcanes o en contra de los “kurdos”, hace un par de décadas. Lo que
sucedió en los centros de detención, tortura y desaparición forzada de
las juntas militares en Sudamérica y las dictaduras centroamericanas con
apoyo de Washington. Lo que ocurre en la Franja de Cisjordania. Es
importante considerar, que cuando se perseguía a los judíos, se estaba
persiguiendo también alemanes, holandeses, noruegos, europeos del este,
entre otras nacionalidades. Cuando se perseguía o exterminaba kurdos,
se estaba aniquilando turcos, sirios e iraquís. La idea de igualdad, se ha
venido intercambiando por la de autonomía y autodeterminación, pero
éstas se han corrompido biopolíticamente en unas de aniquilamiento
y confinación, de lento exterminio y persecución, de desplazamiento y
desaparición forzada o encarcelamiento, como parte de un imaginario
necropolítico.
En todos los casos, el Estado de excepción marca un umbral en el cual la lógica y la
praxis se desdibujan una a la otra y una violencia pura, carente de logos, demanda
la realización de una enunciación sin ninguna referencia real (Agamben, 2003b,
p.40).

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El necropoder, va incidiendo sobre el pueblo normalizándolo y


desapareciéndolo simultáneamente, operando instrumentalmente desde
el público que la necropolítica controla, manipula y disciplina, de acuerdo
a sus intereses de dominación y control. Giorgio Agamben, se atreve
a afirmar que “lo propio de Auschwitz no es el exterminio sino la
producción del musulmán” (Agamben, 2002, pp.53-54). Este musulmán,
trayendo a colación de Hannah Arendt, vendría a ser el sujeto que perdió
su identidad a causa:
[...] de la muerte de su persona jurídica, su persona moral y su individualidad. Dada
muerte de la persona jurídica y la persona moral, lo único que impide a los hombres
convertirse en cadáveres vivos es la diferenciación de su individualidad. (Agamben,
2002, p.60).

Los años de la Guerra Fría en México y Centroamérica, dejaron


estelas de orfandad, dolor, hambre, violencia y muerte. La herencia
de este escenario, sobre todo en Centroamérica, aunado a las políticas
neoliberales aplicadas a la región, incluyendo México, contribuyeron a
exacerbar la violencia colectiva en la zona. Por un lado, el desempleo
masivo, la migración multitudinaria hacia Estados Unidos como principal
punto de atracción; y México a su paso, en el caso de los centroamericanos,
coadyuvaron a que el cuerpo, las personas mismas y la movilidad de éstas
en territorios propios y extranjeros, se convirtieran en foco de atención y
tráficos.
Las maras centroamericanas y los sicarios de los cárteles mexicanos,
son sólo algunos ejemplos de lo que esta coyuntura histórica, que abarca
ya más de sólo dos generaciones y ya varias décadas ha dejado. El
narcotráfico, el tráfico de personas, de órganos, de drogas, de armas,
entre otros, se volvió el modus vivendi de muchos y el negocio global
de la región por excelencia, lo cual no sucede, sin la coparticipación,
cuando no con el liderazgo de los gobiernos en sus diferentes niveles. No
obstante, la exclusión que genera la nueva versión del capitalismo, los
superfluos y despojos humanos del modelo, se ven acompañados de una
serie de medidas producidas por un necropoder, dispuesto a criminalizar
la manifestación de inconformidad, el disenso en nombre del Estado
de Derecho, la movilización social y la defensa del espacio público, así
como de los derechos constitucionales en nombre de la seguridad y la
democracia. No es casualidad, que la seguridad pública en México, se haya
militarizado en general y se esté invirtiendo año con año cada vez más
presupuesto en armas y profesionalización de las fuerzas armadas:
La necropolítica del Estado neoliberal y su régimen de acumulación deja al desecho
en los márgenes residuales; la figura no es el regreso al mercado laboral que medie
la vida, su figura es la expulsión, y su lugar, el vertedero. (Bauman, 2005, p.9).

Esto conlleva a procesos de desubjetivación y abatimiento radicales.


Se generan una serie de vacíos simbólicos que acaban por ser ocupados
por figuras perversas portadoras de poder, pues el orden simbólico
se desintegra quedando el yo suspendido en favor del nuevo yo del
imaginario, el cual cobra la forma de un poder autoritario.

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Lo anterior, incide en una reestructuración psíquica, basadas en la


autodestrucción Se busca arribar a lo real evitando pasar por lo simbólico
ante la(s) pérdida(s). Ya no se trata de explotar al trabajador y sustraerle el
valor de su trabajo, a través de las formas de plusvalía, sino de deshacerse
de él por completo, de vaciar la vida hasta dejarla completamente desnuda,
reducir a lo óptimo ese potencial ejército de reserva intercambiable para
realizar el trabajo. Pero, ¿a qué se dedica entonces toda esta humanidad
sobrante del “capitalismo óptimo” global? Felipe Calderón emprendió
una guerra contra el narcotráfico, el resultado hasta el último día de su
gobierno según cifras oficiales, alcanzo los 50,000 muertos (Procuraduría
General de la República, s.f.), sin contar desaparecidos, heridos, etc.
Asimismo, durante la presencia de militares en todo el territorio al iniciar
dicha guerra, se incrementó la tasa de homicidios en prácticamente el
100%, mostrándose una correlación directa entre la tasa aludida y el inicio
de ésta al cabo de dos años (Escalante, 2011). [9] Esta guerra, sumada
a la impunidad y corrupción ya existente, ha venido ocasionando un
clima de escalada en la violencia en términos generales en la sociedad, y
simultáneamente, un aumento generalizado en la tolerancia hacia ésta por
parte de los ciudadanos. Es un hecho común, que, entre narcotraficantes,
policías municipales y federales, marinos y ejército, entre otros, se tienen
antecedentes penales y suelen pasar de una agrupación a otra con facilidad,
ya del lado de la “justicia”, ya del lado de los “ajusticiamientos”.
En México, desde la década de los 80 del siglo XX hasta el año 2011, han
ocurrido cerca de 785 linchamientos; en Guatemala entre 1996 y 2011 ocurrieron
1,117 linchamientos. En ambos países los linchamientos se han convertido en
un procedimiento naturalizado y recurrente para sancionar acciones consideradas
delitos o violaciones graves a los valores comunitarios (Fuentes, 2012, p.37).

Los aumentos en los linchamientos y homicidios en México, van


acompañados de un incremento en los suicidios, las desapariciones
forzadas, los levantamientos, los secuestros, las extorsiones y las amenazas,
hacen sin duda pensar en la correlación tan fuerte que esto ha tenido
durante la Guerra contra el narcotráfico emprendida por Calderón y la
continuidad que esto ha tenido durante el mandato de Peña Nieto. No
resulta difícil imaginar, cuál puede ser el estado psicológico en el cual
estas poblaciones se encuentran. La desconfianza, la sed de pertenencia,
la exclusión, el cuerpo martirizado con tatuajes y otros marcajes a manera
de biografía de la muerte, ofrecen una nueva manera de subjetividad
atravesada por la violencia transgeneracional. Los ajusticiamientos que se
observan, desde los levantamientos en plena luz del día en lugares públicos
y el hecho de torturarlos en privado, sólo para después ir a arrojar los
cuerpos o el resto de éstos a lugares públicos, nos habla a su vez de la
dificultad para diferenciar entre espacio público y privado en estos casos
de violencia extrema.

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Carlos Alberto Navarro Fuentes. Necropolítica, biopoder, biopolítica y resistencias distópicas.

Capitalismo y proletariado gore

¿Podríamos hablar de una revolución narco? (Rompeviento TV, 2014;


Jóvenesemergencia.or, s.f.) [10] Uno puede pensar en una trinidad
biopolítica moderna como eje de análisis: Estado, Capital y Nación.
Hay grandes capitales que compiten o pactan provisionalmente entre
sí y someten a los capitales menores (de baja productividad), dentro y
fuera de su país de origen. Luego encontramos distintas constituciones
estatales, así como organismos horizontales internacionales. Por último,
la nación en tanto base material de las culturas y las tradiciones, en el
marco de un territorio circunscrito. Se trata de configuraciones de esta
trinidad a modo de bloques de poder, alianzas de clase e interclasistas,
hegemonías culturales, mafias y capitales ilegales (algunos dicen “lumpen
burguesías”). Es importante rastrear las versiones de dicha trinidad. De ahí
la importancia de atender el hecho colonial. Lo geográfico, lo tecnológico
y lo ideológico se yuxtaponen en la historia. Desde esta perspectiva, la
soberanía nacional no deja de existir, sino que se adapta o resiste al empuje
de los nuevos capitales. Algunas instituciones nacionales son frágiles y
ni siquiera pueden garantizar el cumplimiento de la ley (su disciplina y
biopoder son deficitarios). La trinidad biopolítica falla. Esto propicia el
surgimiento de soberanías locales, improvisadas, más o menos violentas,
en conflicto o en afinidad con otras empresas que, a su vez, pueden tener
un espíritu nacionalista o no. Los negocios de los cárteles con las empresas
mineras canadienses son otro ejemplo. Pero las autodefensas y policías
comunitarias también son soberanías locales, en ocasiones como resultado
de pactos con terratenientes, pequeños empresarios y políticos locales.
De tal modo que, mientras más deficitario es el poder en el sentido de
Foucault, más desorganizada resulta la vida, la pugna por el territorio y la
definición de poblaciones no la hace una inteligencia unificada.
En este contexto, el Chapo es una suerte de figura distópica, entre lo
religioso y lo espectacular. ¿Estamos regresando a poderes premodernos,
de líderes guerreros y sanguinarios, estimulados por la televisión, los
fármacos, la ausencia de futuro y vida comunitaria? ¿O qué tipo de
modernidad vivimos los tercermundistas? Saber que vas a morir pronto
por tu estilo de vida frenético, adelantarse a tu muerte y exigir en vida un
último deseo que, quizá, prepare las condiciones para una vida después
de la muerte. Para experimentar la muerte uno debe de estar vivo, pero
la muerte no la puede experimentar un individuo en cuanto tal, sino
una comunidad que ve morir a sus miembros, a menos que el individuo
suicida escenifique o represente su muerte ante él mismo y públicamente.
El suicida es un hombre de teatro radical, que se confunde con su puesta
en escena, con su acto porque en efecto, muere.
Frente a este orden mundial, se crean subjetividades endriagas [11] que
buscan instalarse a sí mismas, como sujetos válidos, con posibilidades de
pertenencia y ascensión social. Sujetos que contradicen las lógicas de lo
aceptable y lo normativo, como consecuencia de la toma de conciencia
de ser redundantes en el orden económico, por lo que hacen frente a su
situación y contexto por medio del necroempoderamiento y las necro-

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prácticas tránsfugas y distópicas, prácticas gore, convirtiendo este proceso


en la única realidad posible y tratando de legitimar por medio del imperio
de la violencia, los procesos de economías subsumidas (mercado negro,
tráfico de drogas, armas, cuerpos, etc.) (Osorio, 2012). [12] Acciones que
reinterpretan y crean campos distintos a los válidos, y que influyen en los
procesos políticos, públicos, oficiales, sociales y culturales.
Proponemos una reflexión sobre el capitalismo gore entendiéndolo como
la dimensión sistemáticamente descontrolada y contradictoria del proyecto
neoliberal. Producto de las polarizaciones económicas, el bombardeo informativo/
publicitario que crea y afianza la identidad hiperconsumista y su contraparte: la
cada vez más escasa población con poder adquisitivo que satisfaga el deseo de
consumo. Se crean de esta manera subjetividades capitalistas radicales que hemos
denominado sujetos endriagos y nuevas figuras discursivas que conforman una
episteme de la violencia y reconfiguran el concepto de trabajo a través de un
agenciamiento perverso, que se afianza ahora en la comercialización necropolítica
del asesinato, evidenciando las distopías que traen consigo el cumplimiento avant
la lettre de los pactos con el neoliberalismo (masculinista) y sus objetivos (Valencia,
2010, pp.19-20).

El capitalismo gore sería el “lado B” de la modernidad, que arranca con


la plantación colonial descrita por Mbembe, continúa con la formación
deficitaria del Estado de bienestar como subdesarrollo (violencia sin
disciplina ni control; vida precaria, superflua o desechable), y remata,
en nuestros días, con el proyecto neoliberal: despojo, neoextractivismo
(Fracking) y acumulación flexible. Sayak Valencia añade el papel del
espectáculo mediático, el estilo de vida hiperconsumista (Lipovetsky,
2007) [13] y su correspondiente esquizofrenia (en la medida en que los
sujetos no pueden realizar dicho estilo), la subjetividad monstruosa o
“endriaga” en contextos de desarticulación simbólica, sujetos rebeldes y
suicidas, casi siempre masculinos, transgresores tanto de la normalización
biopolítica -indispensable para el capitalismo legal y “bien portado” del
Primer mundo- como de las tradiciones religiosas y comunitarias. De esta
manera, el capitalismo global, neoliberal y transnacional ha demostrado
que más que un sistema de producción, lo es de construcciones y
resilencias culturales iteradas y no sin cierta entelequia sistémica.

Terrorismo y performance

En las plantaciones y las haciendas, lugares comunes del esclavismo


colonialista, la subjetividad es una reducida a la inhumanidad total.
La condición de esclavo resulta de una pérdida triple: la pérdida de un hogar, la
pérdida de los derechos sobre el propio cuerpo y la pérdida del estatus político.
Esto es idéntico a la dominación absoluta, la alienación mental y la muerte social
(la expulsión total de la humanidad) (Mbembe, 2011, p.39).

Como Judith Butler ha señalado: “es posible hacer, en términos


simbólicos, de la vulnerabilidad una resistencia, del dolor un refugio.
La expresión de esta sensualidad jamás será sofisticada o refinada, como
puede ser la de ciertos artistas y públicos en condiciones biopolíticas ‘de
bienestar’…” (Butler, 2006, p. 157). Se trata, en todo caso, de una estética

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Carlos Alberto Navarro Fuentes. Necropolítica, biopoder, biopolítica y resistencias distópicas.

fugaz, brutal, distópica, frecuentemente suicida. La violencia se torna en


una nueva epistemología, con su simbología particular, sus discursos y sus
imágenes auto-afirmativas de identidad:
Lo público se forma sobre la condición de que ciertas imágenes no aparezcan en
los medios, de que ciertos nombres no se pronuncien, de que ciertas pérdidas no
se consideren pérdidas y de que la vivencia sea irreal y difusa. (Butler, 2006, p. 65).

Los mismos actores no estatales en gran parte, acaban ejerciendo


un poder paralelo al Estado, a través de diferentes formas de presión
y violencia, por ejemplo, las autodefensas y otros grupos semejantes a
las guardias rurales. La realidad o la reproducción social y semiótica se
empobrece, y al mismo tiempo, se satura de imágenes hasta la abulia, la
depresión, el desencanto, la indiferencia, la apatía, el shock (a esto se le ha
llamado “desrealización” o “espectralización”). El individuo marginado
y excluido se ve desprotegido simbólica y psíquicamente, su ética y su
tradición se adelgazan, adopta los estereotipos patriarcales hegemónicos,
pero lo hace a modo de necropolítica e hiperconsumo (un consumo
agresivo, anárquico y veloz, es decir, que no parte de ciclos vitales y
semióticos específicos).
Ante el debilitamiento de la trama simbólica, el sentido de pertenencia, así como
las narrativas que le dan sentido a nuestra vida y los actos endriagos son descargas
pulsionales y soberanías efímeras. Terminar de golpe con la vida para darle sentido
a la vida, matar para significar mi muerte, infligir más dolor que el que estoy
padeciendo, ser más cruel que el otro; y a falta de relaciones amorosas, poseer
todas las mujeres (disciplinar y controlar esta población para mi placer y herencia)
(Fuentes, 2012, pp.71-86).

Estas soberanías efímeras, pueden encontrar algún arraigo social


distópico. Las clases habrían desaparecido, pero en su lugar brotan nichos
y esferas, “mundos de muerte”, en los que el único sentido de pertenencia
es la supervivencia, el martirio y el suicidio, atravesado por una religiosidad
fuerte. Hace falta pensar a fondo y detalle las formaciones culturales en
estos contextos, la “creatividad destructiva” que ejercen ya no los grandes
biopoderes, capitales o Estados, sino los marginales y excluidos. De los
sujetos endriagos o monstruosos no surgirá ningún proyecto político
emancipatorio y de renovación espiritual; no hay que engañarse. Por muy
popular que sea, el Chapo es un empresario más. Lo que vemos es un
tipo de vida paradójica, cruel, intensa, siempre a punto de desaparecer.
¿Y si esta subjetividad de “muertos vivientes”, como dice Mbembe, es el
paradigma civilizatorio de este siglo?
A través del pensamiento de Mbembe, se destaca la idea de que
la necropolítica está indisociablemente ligado al racismo; economía
psíquica ligada a una práctica normalizada dentro del imaginario,
apoyada en una ideología que hace subsistir la idea de raza, en la que
hay también la idea de clases sociales y de unos más humanos que
otros. En este sentido, la modernidad global sólo viene a reproducir
y reinventar multiplicidad de formas poscoloniales de persecución,
explotación, violencia y muerte, sin abandonar claro, los discursos
sobre soberanía, democracia, derechos humanos, entre otros. “Cualquier

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relato histórico del surgimiento del terror moderno necesita tratar la


esclavitud, que podría ser considerada como uno de los primeros casos
de experimentación biopolítica” (Mbembe, 2011, p.39). El desprecio que
el capitalismo gore tiene frente a la cultura del trabajo y los obreros
en particular, impacta directamente en las formas de producción, de
contratación, de reproducción y distribución de la riqueza, lo cual tiene
relación directa con las relaciones intersubjetivas y la intersubjetividad
misma, dando lugar al sujeto endriago, en el que el humanismo queda
claramente sustituido por el consumismo, la frustración material y la
esquizofrenia.
Si las puestas en escena de los narcos se caracterizan por proyectar los
fantasmas más terribles (tienen la atracción morbosa de lo que Lacan
llamaba "imagos de cuerpos fragmentados”), esto significa ¿otro ominoso
regreso de lo real? En psicoanálisis lacaniano, al menos en su acepción
estándar, lo Real (suele escribirse con mayúscula) se refiere a lo que escapa
a toda simbolización (reglas y sistemas) e imaginario (nombres, formas
sensibles). Las experiencias cercanas a lo Real tienen que ver con el dolor,
la muerte, el éxtasis, el vacío, la angustia radical, la locura, la pérdida.
Por sí misma, la sangre, las heridas, los cadáveres, son sólo imágenes,
pero asociadas a lo Real, a la vida misma, son una experiencia invivible,
insoportable. La cultura de la violencia
No solo se expresa en la ausencia de la autoridad estatal, de la política
gubernamental y de la justicia, en que gobernantes gobiernan por medio del terror,
exterminio, desaparición, exclusión política y laboral, sino también las formas en
que la población vive cosificada en su cotidianeidad (Carreras, 2012, p.71).

Conclusiones

Algunas de las limitaciones de la propuesta de Mbembe, tienen que ver


con el capital financiero, la geopolítica y la globalización, considerando
éstos como conceptos claves del imaginario necropolítico. Otro podría ser
la función de la droga en la configuración de esta realidad, pero tampoco
podemos exigirles a sus conceptos rendimientos que no pueden dar. El
caso mexicano, se trata de un paradigma del necropoder contemporáneo.
Constatamos que la desechabilidad y la superfluidad de millones de seres
humanos, ocasionan problemas severos relacionados con la violencia y la
autodestrucción del sujeto que se manifiesta en los diversos ámbitos de la
vida. La concepción de lo simbólico en la estructura psíquica del sujeto
queda pervertida, en gran parte por el imaginario global capitalista y los
funcionamientos sociales, por el carácter esquizofrénico que produce en
la vida de las personas. Asimismo, definimos el capitalismo gore como un
conjunto de dinámicas de carácter político, económico, cultural y social
agrupadas de tal modo, que se adjuntan en torno a cuatro fenómenos
descritos: el narco-Estado, el hiperconsumo, el tráfico de drogas y la
necropolítica. México, un país que pasó a convertirse de Estado-Nación a
un Mercado-Nación a finales del siglo XX, y hoy en día, sin dejar de ser este
último, se perfila sin lugar a dudas como la Narco-Nación por excelencia
a nivel mundial.

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Carlos Alberto Navarro Fuentes. Necropolítica, biopoder, biopolítica y resistencias distópicas.

Las máquinas de guerra son inmediatistas y no pretenden gobernar


en el sentido foucaultiano (regular poblaciones y disciplinar individuos);
simplemente cumplen encargos, ganan de golpe y se mudan, son
piratas. Calderón trató a las máquinas de guerra como si fueran mafias
convencionales, con capos y autoridades simbólicas poderosas, arrestando
a personalidades que sólo sirvieron para su campaña mediática del miedo,
que para restar fuerza a las máquinas. Las máquinas se multiplicaron
y se volvieron más caóticas y agresivas. Las policías comunitarias y
autodefensas pueden devenir máquinas de guerra en la medida en que las
penetra el criterio de ganancia y abandonan sus “usos y costumbres”. Esto
no quiere decir que no existan experiencias genuinas de comunidad, pero
en medio de la marginalidad y exclusión, el peligro es latente.
La idea es que el biopoder como gobierno, integra mecanismos
disciplinarios y de control institucional, anatómico o individual, así como
masivos de vida. La gendarmería nacional, la criminalización del migrante
y la droga, son ejercicios complejos de biopoder y necropoder en el
contexto de un capitalismo y un Estado deficientes.
Pensemos en el miedo que transmite la televisión a partir de la
identidad, no sólo de migrantes y narcos, sino de los profesores de
Guerrero, por ejemplo. Como preguntas nos quedan: ¿pueden los
mundos de muerte ser mundos de cultura? ¿Cuál es la conexión entre
el campo y la ciudad, los centros y periferias económicas en el contexto
de la biopolítica mundial (utopía de la globalización)? ¿Cómo conviven
biopolítica y tanatología en regiones y localidades? ¿Y cómo se relaciona
la acumulación de capital con los flujos y la distribución de la riqueza
(bienes para la vida) en el espacio? ¿Cuál es la arquitectura, el urbanismo
del biopoder y pares tanatológicos?

Referencias

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Virilio, P. (2011). Ciudad Pánico. El afuera comienza aquí, Buenos Aires:
Capital intelectual.

Notas

[1]Ver, Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, 1987

[2]Por biopoder vamos a entender “el conjunto de mecanismos por medio de los cuales
aquello que, en la especie humana, constituyen rasgos biológicos fundamentales podrá
ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia general de poder; en otras
palabras, cómo a partir del siglo XVIII, la sociedad, las sociedades occidentales modernas,
tomaron en cuenta el hecho biológico fundamental de que el hombre constituye una
especie humana” (Ver, Michel Foucault, Seguridad, territorio, población, Buenos Aires,
FCE, 2004, p. 15).

[3]Ver, Sayek Valencia, Capitalismo gore, España, Melusina, 2010, pp.89-93.

[4]Para Agamben, la política en la modernidad se caracteriza por la incorporación de


la vida nuda al cálculo político occidental (paradigma biopolítico) y la constitución
del estado de excepción (paradigma soberano) como regla. El la arqueología de la vida
desnuda aparece el homo sacer, una figura del derecho romano arcaico bajo cuyo arbitrio
una vida puede ser suprimida sin necesidad de ofrecer sacrificios y sin cometer homicidio
(Ver, Giorgio Agamben, Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida, Valencia, Pre-
textos, 2003a).

[5]Según Marx (2008), Estos sujetos, se instalan en el carácter dual y contradictorio


de toda mercancía: valor/valor de uso. El valor de uso es lo valioso o significativo que
en tanto cosa concreta tiene, su utilidad para el mundo de la vida o la reproducción
social. Y el valor, que coexiste en perpetuo conflicto con el valor de uso, es lo valioso
que en tanto objeto producido tiene, la cantidad de trabajo que en él fue invertida. El

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primero es cualitativo y el segundo, cuantitativo. El problema, dice el marxismo, es que la


mercancía en la época capitalista –en la que la tecnología y las materias primas se vuelven
propiedad privada— el valor tiende a someter al valor de uso, a formarlo según su fin
cuantitativo; en otras palabras, el valor comienza a emanciparse o a “autovalorizarse”
de tal modo que la reproducción social (cuyo fundamento son los valores de uso) se
vuelve un medio para un fin abstracto y suicida: la acumulación de valor, la concentración
dineraria. Esto no quiere decir que la vida desaparezca: siempre es el fundamento del
capital, porque éste necesita producirse y consumirse en ciclos vitales. En cada mercancía
y rama productiva, pues, encontraremos una lógica de vida y semiosis social, enfrentada a
una lógica enajenante y clasista de acumulación. De ahí que caractericemos al capitalismo
como relación esquizoide, pues éste, no cesa de intensificar y potenciar el progreso de la
violencia en la sociedad como espectáculo y como pornografía, exponiéndola a ésta y a
la muerte ligada a la violencia como mercancía.

[6]Ver, Paul Virilio, Ciudad Pánico. El afuera comienza aquí, Buenos Aires, Capital
intelectual, 2011.

[7]“Tanatopolítica: conducción y reorganización de las relaciones sociales, en las


que se censuran aquellas subjetividades que ese encuentran en tensión con el poder
dominante” (Ver, Giorgio Agamben, Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida,
Valencia, Pre-textos, 2003a).

[8] Ver, Gilles Deleuze & Felix Guattari, Mil mesetas, Valencia, Pre-textos, 2004.

[9]Ver, Fernando Escalante, “La muerte tiene permiso” en Revista Nexos, 2011, núm.
397, México, pp. 36-49.

[10]Ver, “Las razones de fondo de la tragedia en Guerrero”, en Periodistas de


a Pie. Rompeviento TV. Presentado el 23/10/14. https://youtu.be/wsXo9MspJA8
Disponible en youtube el 22 de julio de 2015. Ver, http://jovenesemergencia.org/
mapas/geopolitica-ayotzinapa-tlatlaya/index.php
Es un mapa geopolítico y económico de Guerrero realizado por activistas y académicos
para entender, específicamente, los casos de Tlatlaya y Ayotzinapa. Disponible el 22 de
julio de 2015.

[11]El endriago es un personaje mítico en Amadís de Gaula, obra literaria española de


la época medieval, es un monstruo, un híbrido que conjuga hombre, hidra y dragón.
Es una bestia de gran altura, fuerte y ágil que habita tierras infernales y produce un
gran temor entre sus enemigos. Valencia adopta el término endriago para conceptualizar
a los hombres que utilizan la violencia como medio de supervivencia, mecanismo de
autoafirmación, y herramienta de trabajo. Los endriagos no sólo matan y torturan por
dinero, sino que también buscan dignidad y autoafirmación a través de una lógica
‘kamikaze’. Valencia afirma que dadas las condiciones sociales y culturales imperantes en
México no debería ser una sorpresa que los endriagos usen prácticas gore para satisfacer
las demandas consumistas ya que con ello subvierten la sensación de fracaso causada por
la frustración material (Ver, Sayek Valencia, Capitalismo gore, España, Melusina, 2010,
89-93).

[12]Ver, David Osorio, La guerra de los zetas. Viaje por la frontera de la necropolítica,
México: Grijalbo, 2012.

[13]Ver, Gilles Lipovetsky, Le felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad


hiperconsumista, Barcelona, Anagrama, 2007.

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