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Creencias Fundamentales de 1914

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PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LOS

ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA


1914

Los adventistas del séptimo día no tienen otro credo excepto la Biblia, pero sostienen ciertos
puntos bien definidos de fe, de la que se sienten “preparados para presentar defensa… ante todo
el que les demande razón”. Los siguientes conceptos pueden tomarse como un resumen de las
creencias principales de su fe religiosa, sobre las cuales hay, hasta donde sabemos, completa
unanimidad en todo el cuerpo. Ellos creen:

1. Que hay un Dios, personal, espiritual, creador de todas las cosas, omnipotente, omnisciente y
eterno, infinito en sabiduría, santidad, justicia, bondad, verdad y misericordia, inmutable, y
presente en todas partes por su representante, el Espíritu Santo. Salmos 139:7.

2. Que hay un Señor Jesucristo, el Hijo del Padre Eterno, por quien creó todas las cosas, y por
quién todas las cosas subsisten: que tomó sobre si la naturaleza de la simiente de Abraham para
la redención de nuestra raza caída; que habitó entre los hombres, lleno de gracia y de verdad,
vivió nuestro ejemplo, murió nuestro sacrificio, fue resucitado para nuestra justificación, subió al
cielo para ser nuestro único mediador en el santuario celestial, donde, por los méritos de su
sangre vertida, asegura la remisión y el perdón de los pecados de todos los que arrepentidos
acuden a él, y para finalizar su obra de sacerdote, antes de tomar su trono como rey, él hará la
gran expiación por los pecados de los tales, y sus pecados serán borrados (Hechos 8:19) y
eliminados del santuario, como lo demostrara el servicio del sacerdocio levítico, que anunciaba y
prefiguraba el ministerio de nuestro Señor en el cielo. Véase Levíticos 16, Hebreos 8:4, 5; 9:6, 7,
etc. *

3. Que las Sagradas Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento fueron dadas por inspiración
de Dios, contienen una completa revelación de su voluntad para el hombre, y son la única regla
infalible de fe y práctica.

4. Que el bautismo es una ordenanza de la iglesia cristiana, que sigue a la fe y al arrepentimiento,


una ordenanza por la que se conmemora la resurrección de Cristo, ya que por este acto
demostramos nuestra fe en su sepultura y resurrección, y por ende, en la resurrección de todos
los santos en el día final, y que no existe otro medio más adecuado para representar estos hechos
prescriptos en las Escrituras, que por inmersión. Romanos 6:3-5; Colosenses 2:12.

5. Que el nuevo nacimiento incluye el cambio completo necesario para estar preparados para el
reino de Dios, y consta de dos partes: En primer lugar, un cambio moral causado por la
conversión y un estilo de vida cristiana (Juan 3, 3, 5), en segundo lugar, un cambio físico en la
segunda venida de Cristo, por cuyo medio, si uno ha muerto, se levantará incorruptible, y si está
vivo, será cambiado a la inmortalidad en un momento, en un abrir y cerrar de ojos. Lucas 2: 36, 1
Corintios 15: 51, 52

6. Que la profecía es una parte de la revelación de Dios para el hombre, que incluida en la
Escritura es útil para enseñar (2 Timoteo 3, 16); que es el ideal para nosotros y nuestros hijos
(Deuteronomio 29: 29); que lejos de ser un misterio impenetrable, es eso lo que hace la obra de
Dios, una lámpara a nuestros pies y una luz para nuestro camino (Salmo 119: 105; 2 Pedro 1,
19); que se pronuncia una bendición para aquellos que la estudian (Apocalipsis 1:1-3); y que,
consecuentemente, debe ser comprendida por el pueblo de Dios lo suficiente como para
mostrarles su posición en la historia del mundo y los deberes específicos requeridos de sus
manos.

7. Que la historia de este mundo a partir de fechas especificadas en el pasado, el ascenso y la


caída de los imperios, y la sucesión cronológica de los acontecimientos hasta el establecimiento
del reino eterno de Dios, están delineadas en numerosas extensas cadenas de la profecía, y que
estas profecías se han cumplido todas excepto las escenas finales.

8. Que la doctrina de la conversión del mundo y de un milenio temporal es una fábula de estos
últimos días, calculada para adormecer a los hombres en un estado de seguridad carnal, para que
el gran día del Señor los sorprenda como un ladrón en la noche (1 Tesalonicenses 5: 3); que la
segunda venida de Cristo no seguirá al milenio sino que lo precederá, porque hasta que el Señor
aparezca, continuará el poder papal, con todas sus abominaciones (2 Tesalonicenses 2: 8); que el
trigo y la cizaña crecerán juntos (Mateo 13: 29, 30, 39), y que los malvados y engañadores irán
de mal en peor, como lo declara la palabra de Dios. 2 Timoteo 3: 1, 13.

9. Que el error cometido por los adventistas en 1844 tuvo que ver con la naturaleza del evento, y
no con la fecha; que no se ha dado ningún período profético que se extienda hasta la segunda
venida de Cristo, pero que el período más largo, el de los dos mil y trescientos de días de Daniel
8: 14, efectivamente terminó en 1844, y nos llevó a un evento llamado la purificación del
santuario. Vea Nota 1.

10. Que el santuario del nuevo pacto es el tabernáculo de Dios en el cielo, del que habla Pablo en
el capítulo 8 de Hebreos en adelante, y del cual nuestro Señor, como sumo sacerdote, es el
ministro; que este santuario es el anti-tipo del tabernáculo de Moisés, y que el trabajo sacerdotal
de nuestro Señor, asociado con eso, es el anti-tipo de la obra de los sacerdotes judíos de la
dispensación antigua (Hebreos 8: 1-5, etc.); que este, y no la tierra, es el santuario que se debía
limpiar al final de los dos mil y trescientos días, y que la limpieza en este caso era, como en el
tipo, simplemente la entrada del sumo sacerdote al lugar santísimo, para terminar la ronda de
servicios relacionados con eso, al hacer la expiación y eliminar los pecados que habían sido
transferidos al Santuario por medio de la ministración en el primer departamento (Levíticos 16,
Hebreos 9, 22, 23), y que este trabajo en el anti-tipo, a partir de 1844, consiste en el hecho de
borrar los pecados de los creyentes (Hechos 3, 19), y ocupa un breve, pero indefinido espacio de
tiempo, a cuya conclusión la obra de misericordia para todo el mundo habrá terminado, y se
producirá el segundo advenimiento de Cristo.

11. Que los requisitos morales de la ley de Dios son siempre los mismos para todos los hombres
en todas las dispensaciones; que están brevemente contenidos en los mandamientos que Jehová
reveló desde el Sinaí, grabados en tablas de piedra, y depositados en el arca, que en consecuencia
fue llamada el "Arca del pacto ", o testamento (Números 10: 33, Hebreos 9:4, etc.); que esta ley
es inmutable y perpetua, al ser una transcripción de las tablas depositadas en el arca en el
verdadero santuario celestial, que es también, por la misma razón, llamada el arca del testamento
de Dios, porque al sonido de la séptima trompeta, se nos dice: "Y el templo de Dios fue abierto
en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo". Apocalipsis 11: 19.

12. Que el cuarto mandamiento de la ley requiere que dediquemos el sábado, el séptimo día de
cada semana; que nos abstengamos de nuestro propio trabajo y que lo dediquemos al desempeño
de los deberes sagrados y religiosos; que este es el único día de reposo semanal conocido en la
Biblia, siendo que fue el día apartado por Dios antes del Paraíso perdido (Génesis 2: 2, 3), y que
se celebrará en el Paraíso restaurado (Isaías 66: 22, 23); que los hechos en que se basa la
institución del sábado lo limitan al séptimo día, ya que no sería verdad de cualquier otro día, y
que los términos “sábado judío”, que se aplican al séptimo día, y “sábado cristiano”, tal como se
aplica al primer día de la semana, son nombres de invención humana, no están apoyados por las
escrituras, y se les da un significado falso.

13. Que como el hombre de pecado, el papado, pensó en cambiar los tiempos y las leyes (la ley
de Dios, Daniel 7: 25), y ha engañado a casi toda la cristiandad en lo que respecta al cuarto
mandamiento, encontramos una profecía que predice que, relacionado con esto habrá una
reforma entre los creyentes justo antes de la venida de Cristo. Isaías 56: 1, 2, 1 Pedro 1: 5;
Apocalipsis 14: 12, etc.

14. Que los seguidores de Cristo deben ser un pueblo peculiar, no siguiendo las máximas, ni
conformándose a las formas del mundo, no amando sus placeres, ni contemplando sus locuras,
ya que el apóstol dice que "Cualquiera pues que quisiera" en este sentido, "ser amigo del mundo,
se constituye enemigo de Dios" (Santiago 4, 4), y Cristo dice que no podemos servir a dos
señores, o servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas. Mateo 6: 24.

15. Que las Escrituras insisten que la sencillez y modestia en el vestir son una marca importante
de discipulado en aquellos que profesan ser seguidores de Aquel que es "manso y humilde de
corazón", que el uso de oro, perlas y prendas costosas, o cualquier cosa diseñada sólo para
adornar a la persona y fomentar el orgullo del corazón natural, debe ser descartada de acuerdo a
las Escrituras como 1 Timoteo 2: 9, 10, 1 Pedro 3: 3, 4.

16. Que los medios para el apoyo de la labor evangelizadora entre los hombres debe ser
contribuido por amor a Dios y amor a las almas, no recolectado con loterías de la iglesia, o en
ocasiones ingeniadas para contribuir a los amantes de las diversiones, a la complacencia del
apetito de los pecadores, como las ferias, fiestas, cenas de ostras, el té, el burro, la escoba y
sociales alocados, etc., que son un oprobio para la profesa iglesia de Cristo; que la proporción de
nuestros ingresos necesarios en las dispensaciones antiguas no puede ser menor en armonía con
el Evangelio; que es el mismo que pagó Abraham (cuyos hijos somos, si somos de Cristo,
Gálatas 3: 29) a Melquisedec (tipo de Cristo), cuando le dio una décima parte de todo (Hebreos
7, 1-4), el diezmo es del Señor (Levítico 27: 30), y este diezmo de nuestros ingresos también
debe complementarse con las ofrendas de aquellos que están en condiciones de apoyar el
Evangelio. 2 Corintios 9: 6; Malaquías 3: 8, 10.

17. Que, como el corazón natural o carnal está en enemistad con Dios y su ley, esta enemistad
puede ser vencida solamente por una transformación radical de los afectos, intercambiando
principios impíos por principios sagrados, que a esta transformación sigue el arrepentimiento y la
fe, es el trabajo especial del Espíritu Santo, y constituye la regeneración, o la conversión.

18. Que, como todos hemos violado la ley de Dios, y no podemos por nosotros mismos prestar
obediencia a sus justas exigencias, dependemos de Cristo, en primer lugar, para la justificación
de nuestras ofensas pasadas, y en segundo lugar, para la gracia mediante la cual nuestra
obediencia a su santa ley sea aceptable en el futuro.

19. Que Dios prometió que su Espíritu se manifestaría en la iglesia a través de ciertos dones,
enumerados especialmente en 1 Corintios 12 y Efesios 4; que estos dones no fueron ideados para
reemplazar, o tomar el lugar de la Biblia, que es suficiente para hacernos sabios para la
salvación, así como la Biblia no puede tomar el lugar del Espíritu Santo, como una simple
provisión hecha para su propia existencia y presencia con el pueblo de Dios hasta el final del
tiempo, para guiar a una comprensión de la palabra que había inspirado, para convencer de
pecado, y para obrar una transformación en el corazón y en la vida; y que aquellos que niegan la
posición y la obra del espíritu, claramente niegan la parte de la Biblia que le asigna esta tarea y
posición.

20. Que Dios, de conformidad con su trato uniforme con la raza, anuncia la llegada de la segunda
venida de Cristo, y que esta obra está simbolizada por los tres mensajes de Apocalipsis 14, y que
el último mensaje trae a la vista la obra de reforma sobre la ley de Dios, para que su pueblo
pueda adquirir una preparación completa para ese evento.

21. Que el tiempo de la purificación del santuario (véase concepto 10), en sincronización con el
momento de la proclamación del tercer mensaje (Apocalipsis 14: 9, 10), es el tiempo del juicio
investigador, en primer lugar, con referencia a la muertos, y en segundo lugar, al fin del tiempo
de gracia, con referencia a lo vivos para determinar, de las miríadas que ahora duermen en el
polvo de la tierra, quiénes son dignos de tomar parte en la primera resurrección, y quiénes de las
multitudes que viven ahora son dignos para la traslación, - estos puntos deben estar determinados
antes de la venida del Señor.

22. Que la tumba, a la cual todos gravitamos, Seol en hebreo y Hades en griego es un lugar o
condición, en la que no hay obra ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría. Eclesiastés 9: 10.

23. Que la muerte nos reduce a un estado de silencio, inactividad y catalepsia. Salmos 146: 4;
Eclesiastés 9: 5, 6, Daniel 12: 2.

24. Que la humanidad será llamada de la casa de su prisión, por una resurrección corporal; que
los justos muertos tendrán parte en la primera resurrección, que ocurre en la segunda venida de
Cristo; los malos, en la segunda resurrección, que ocurrirá después de mil años. Apocalipsis 20:
4-6.

25. Que a la final trompeta, los justos vivos serán transformados en un momento, en un abrir y
cerrar de ojos, y con los justos resucitados serán arrebatados para reunirse con el Señor en el aire,
para estar siempre con el Señor. 1 Tesalonicenses 4: 16, 17, 1 Corintios 15: 51, 52.
26. Que los fieles vestidos de inmortalidad serán llevados al cielo, a la Nueva Jerusalén, a la casa
del Padre, en el que hay muchas moradas (Juan 14, 1-3), donde reinarán con Cristo mil años,
juzgando al mundo y a los ángeles caídos, es decir, distribuyendo el castigo que se ejecutará
sobre ellos al final de los mil años (Apocalipsis 20: 4, 1 Corintios 6: 2, 3); que durante este
tiempo la tierra se encuentra en un estado lamentable y caótico (Jeremías 4: 23-27), descrita
como en el principio, por el término griego abussos "abismo" (Septuaginta de Génesis 1: 2), y
será finalmente destruida (Apocalipsis 20: 10; Malaquías 4: 1), el anfiteatro de la ruina que ha
causado en el universo será oportunamente, por un tiempo, su sombría casa de prisión, y luego el
lugar de su ejecución final.

27. Que al fin de los mil años el Señor desciende con su pueblo y la Nueva Jerusalén
(Apocalipsis 21: 2), los impíos muertos resucitan, y suben sobre la anchura de la tierra aun no
renovada, y rodean el campamento de los santos y la ciudad amada (Apocalipsis 20. 6, 9), y de
Dios desciende fuego del cielo, y los consume. Entonces fueron consumidos, raíz y rama
(Malaquías 4: 1), y serán como si nunca hubieran sido. Abdías 15, 16. Sufrirán eterna perdición,
excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, (2 Tesalonicenses 1: 9), los
malvados irán al "castigo eterno" pronunciado contra ellos (Mateo 25: 46), que es la muerte
eterna. Romanos 6, 23, Apocalipsis 20: 14, 15. Esta es la perdición de hombres impíos, el fuego
que los consume es el mismo fuego para el que "los cielos y la tierra, que existen ahora están
reservados", y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra se librará de las manchas más
profundas de la maldición del pecado. 2 Pedro 3: 7-12.

28. Que los cielos nuevos y la tierra nueva surgirán por el poder de Dios, de las cenizas de la
primera tierra, y esta tierra renovada, con la Nueva Jerusalén como su metrópoli y capital, será la
herencia eterna de los santos, el lugar donde los justos morarán para siempre. 2 Pedro 3: 13;
Salmos 37: 11, 29, Mateo 5: 5.

Nota 1: Sobre la creencia #9. —Los adventistas de 1944 esperaban que en ese año vendría el fin
del mundo porque sostenían que ciertas profecías se cumplirían, que según ellos creían llegaría a
la venida del Señor. Entre ellas la principal era la de Daniel 8: 13, 14, que dice que al fin del
período profético de 2300 días (años= el santuario sería purificado. Ellos creían que la tierra era
el santuario que en aquel momento debía ser purificado, y que sería purificada con fuego, que
acompañaría la manifestación del Señor desde los cielos. De esta premisa la conclusión parecía
inevitable que cuando terminaran los 2300 años, en 1844, el Señor volvería.

Pero pasó el día, y el Salvador no apareció. Colgados entre la esperanza y el temor esperaron
hasta haber agotado toda plausible deducción por posibles yerros en los cálculos y variaciones de
tiempo. Llegó a ser muy evidente que se había cometido un gran error y que ese error debía ser
en uno o en los dos puntos siguientes: O, en primer lugar, el período de 2300 días no terminaba
en esa fecha, y ellos habían hecho un error al suponer que terminaría en ese año: o, en segundo
lugar, la purificación del santuario no debía ser la destrucción por fuego de la tierra en la segunda
venida de Cristo y por lo tanto habían hecho un error al esperar tal evento en ese momento.
Aunque existía la posibilidad de que habían equivocado en ambos puntos, estaban seguros que se
habían equivocado en uno de los dos: y ni uno ni otro serían suficiente para explicar el hecho que
el Señor no apareció.

Un movimiento que había enlistado todo el interés de miles y miles, y emocionado los corazones
con entusiasta esperanza, no debía ser abandonado, especialmente por sus seguidores más
conservadores y sinceros, sin ferviente consideración y reflexión. Todo el campo de evidencia
fue cuidadosamente examinado. Pronto llegó a ser aparente que habían adoptado dos métodos
para explicar el hecho de que el Señor no había venido cuando se lo esperaba, y explicar el
consecuente chasco.

Una clase, en un rebote impulsivo, llegó a la conclusión de que se habían equivocado en el


tiempo, y que el período profético no había caducado. Por supuesto, esto significaba que debían
abandonar todo el movimiento previo, con todas sus manifestaciones del poder divino; porque si
el tiempo era erróneo, todo estaba errado.

Otra clase, impresionada por el hecho de que Dios les había dado demasiado evidencia de su
conexión con el movimiento para permitirles abandonarlo, reexaminaron cuidadosamente la
evidencia en cada punto. Ellos recibieron una clara convicción de la validez y la armonía del
argumento en la cronología. No había motivo para cambiar su punto de vista sobre el cálculo del
tiempo, pero se convencieron más que nunca que los 2300 días habían sido aplicados
correctamente, y que habían terminado en el momento señalado en 1844. Por eso estaban seguros
que el error estaba en la creencia previa del tema del santuario y su purificación, y que ellos se
habían equivocado al suponer que la tierra sería quemada al fin de los 2300 días, porque la
profecía decía entonces el “santuario” será “purificado”.

Esto nos lleva a notar la diferencia entre los adventistas del séptimo día y aquellos llamados
adventistas del primer día en lo que respecta a cronología. Los últimos creen que los períodos
proféticos fueron dados para hacer conocer el tiempo de la venida de Cristo, y que todavía no se
habían cumplido, se aferran a una de las dos conclusiones: o que todo lo que se dice en la Biblia
acerca de estos períodos no ha sido revelada por completo, o que se desconoce el tiempo de la
venida de Cristo. La primera conclusión, como creyentes consistentes de la Biblia no pueden
adoptar y de ahí los constantes esfuerzos para reajustar los períodos proféticos, y fijar algún
tiempo nuevo para la venida de Cristo. De ellos se han levantado en esos últimos años todas las
fantásticas fechas fijadas que naturalmente han indignado al mundo, y peor aún ha traído un
estigma de reproche sobre todo estudio profético. Por otro lado los adventistas del séptimo día no
fijan fechas. Mientras ellos creen que los períodos proféticos se deben entender, ellos creen
también que estos períodos han sido interpretados correctamente, y que ya han terminado; de tal
manera que ahora no hay datos para concluir con respecto a un tiempo definido para la segunda
venida del Señor.

Traducido por OVI

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