Valdelomar o La Belle Époque - Sánchez Luis Alberto - 1981 - Fondo de Cultura Económica - 9789681609054 - Anna's Archive
Valdelomar o La Belle Époque - Sánchez Luis Alberto - 1981 - Fondo de Cultura Económica - 9789681609054 - Anna's Archive
Valdelomar o La Belle Époque - Sánchez Luis Alberto - 1981 - Fondo de Cultura Económica - 9789681609054 - Anna's Archive
O la
belle ¢poque
COLECCION
bs
e
POPULAR
.*
*
https://archive.org/details/valdelomarolabel0000snch
eae eee OA ‘ - ret
mS
,
}
:
- VALDELOMAR © LA BELLE EPOQUE
=
}
LUIS ALBERTO SANCHEZ
VALDELOMAR
o La belle e€poque
COLECCION
e
of
POPULAR
10
I. “EN ICA, HINCHA LA BOTA Y PICA...”
32
Olvidando momenténeamente la extraordinaria be-
lleza y frescura de esta penetrante y sentida evoca-
cidn de su ninez, recojamos con lamentable prosais-
mo el dato exacto: “Yo dejé el pueblo amado de mi
corazon a los nueve anos’, es decir en 1897, dos
anos después del triunfo de la coalicién civico-dem6-
crata, o sea del triunfo de Piérola,
La familia pas6 entonces a Chincha, donde Abra-
ham siguiéd sus estudios de primaria. Los de secun-
daria los iniciaria en Lima en 1900. Ello querria
decir que principio sus estudios de primaria en Pisco,
o que los realizo en su casa, lo cual no era raro en-
tonces; que su padre tenia relaciones cordiales con
algunos pierolistas influyentes, tal vez con Guiller-
mo E. Billinghurst, cuya amistad frecuentarian mas
tarde tanto el padre como los hijos durante el periodo
de 1912-1914. Billinghurst permanecié al lado de
Piérola desde 1881 hasta que rompié con é1 antes
de que terminara el periodo presidencial de su jefe
y caudillo; la ruptura se debié a la herencia politica
de aquél. Billinghurst pretendié ser el sucesor de
Piérola y se opuso al arreglo de éste con Romafna,
a@ quien, con toda razon, consideraba un enemigo
natural de Piérola y del Partido Demécrata o piero-
lista y demasiado cerca del clericalismo y los civilis-
tas. El vaticinio de Billinghurst esta justificado por
la historia.
Désde 1897, o sea a los dos afios del triunfo de la
Coalicién, la familia Valdelomar-Pinto residia en
Chincha, a pocos kilémetros al sur de Pisco. Parece
que don Anfiloquio trabajaba en una panaderia con
un sueldo de quince soles al mes, lo cual no era ni
mucho ni poco: era un salario corto, pero no pau-
pérrimo, Veinte afios después, pagaban cinco soles
por articulo periodistico al propio Abraham, o sea
cien veces menos que hoy, y hoy se paga probable-
mente doscientas veces mas que en 1897.
33
Abraham fue matriculado en la Escuela Municipal
No. 3 de Chincha. Tres afios mas tarde, en 1900, la
familia decidid mandarlo a Lima para que Abraham
cursara la secundaria en el Colegio Nacional de Nues-
tra Sefiora de Guadalupe.
Hemos tratado de reconstruir la vida de Valdelo-
mar en el viejo y aguerrido Guadalupe, Era éste un
colegio significativo. En él se reflejaban el pensa-
miento y las tendencias basicas de la sociabilidad
peruana. No olvidemos que Guadalupe fue esta-
blecido por Domingo Elias, liberal iquefio (liberal
y terrateniente como solia ocurrir) y que don Se-
bastian Lorente, liberal espafiol, exiliado por los
conservadores de su patria, se encargé de engran-
decerlo. Tampoco olvidemos que los Galvez de Ca-
jamarca, paradigmas del liberalismo decimonénico,
se atrincheraron en Guadalupe para resistir a los
conservadores carolinos que seguian a don Barto-
lomé Herrera.
Los provincianos buscaban en Guadalupe la anti-
Lima (no “Lima, la horrible’, estipida denomina-
cién, fruto de un despecho precoz e irremediable).
Valdelomar, en sus once afios tempraneros y voraces,
se adhirié a su plantel como la hiedra a las colum-
nas fundamentales del hogar.
En aquel tiempo la secundaria constaba de seis
anos; a partir de enero de 1902 quedaria reducida
a cuatro, segtn la “Ley Deustua’’, con la cual se creé
la obligatoriedad de los dos afios preparatorios de Le-
tras o Ciencias en la Universidad para seguir las
profesiones de abogado o médico, respectivamente.
En 1900 Abraham aprobé el primer afio de media;
en 1901 el segundo, No concurri6 al colegio en 1902,
precisamente el afio en que tuvo lugar la reforma.
En 1903 curs6é el tercer afio, ya dentro del nuevo
plan de cuatro. En 1904 cursaria el cuarto afio:
tenia dieciséis.
34
«lt
pe Cd = —
: a
‘
Musica 15
Matematicas 14
Ciencias naturales hg
Dibujo 12
Fisica 11
40
Ill, “LA CAPA DEL ESTUDIANTE...”
(1904-1912)
53
IV. LOS PRIMEROS PASOS
64
—E]1 Rey
—Siempre cuentos reales
—Los reyes son los espléndidos y los generosos
71
V. LEVITACION (1910-1911)
Se volvieron locos,
y a punta de cocos,
se fueron encima
de la Legacion,
y hoy todos los bravos
se rascan los rabos
al ver la de Lima
manifestacion.
4
Miro Quesada Guerra, redactor principal de El Co-
mercio y primer aspirante a suceder intempestiva-
mente a Leguia mediante un golpe parlamentario.
Frente a estos sucesos y el consiguiente desborde del
presidente Leguia y sus huestes, se levanté la voz
de Riva Agiiero a través de un articulo en El Comer-
cio. Su autor fue apresado. Logr6é la libertad me-
diante una estruendosa y valiente protesta de los
universitarios de San Marcos, entre los cuales se
hallaba Valdelomar, Aprendié asi, con elocuencia in-
mediata, que los estudiantes tenian un rol que des-
empefar en la politica activa. Aproveché la leccién.
La usaria al afio siguiente. Por otra parte, era un
hecho que, al amparo de su acerbada y reciente ges-
tidn edilicia, don Guillermo E. Billinghurst (Arica,
1851 —Iquique, 1914), habia crecido civicamente
hasta alcanzar estatura presidencial. Billinghurst
era un tipo recio, combativo, auténtico patriota, ex
combatiente de la guerra del setenta y nueve, ex mon-
tonero de 1895, ex pierolista desde 1899, rotundo,
arbitrario, viril y culto; uno de los mejores especia-
listas en nitratos. Cay6 prisionero de los chilenos en
el Morro Solar (1881), y acompano a Piérola en su
audaz viaje, en barquichuela, de Chile al Pert, Alre-
dedor suyo se juntaron los enemigos de los Pardo
y de sus satélites, los “bloquistas’”, asi como los
adversarios de Leguia y su naciente despotismo.
Billinghurst parecia ser la garganta del pueblo; Val-
delomar quiso ser la voz. Para lograrlo mejor pre-
tendid, sin buen éxito, ganar la presidencia del
Centro Universitario, segin se ha referido.
Era el Centro Universitario la institucién repre-
sentativa de los estudiantes universitarios. Lo habian
presidido Carlos Concha, Juan Bautista de Lavalle,
Victor Andrés Belatinde, Manuel Prado Ugarteche. Se
trataba de una institucién prominentemente “civilis-
ta”, monopolizada por una élite limefia o alimefiada.
81
Los casos de Concha y Belatinde tenian su propia
explicacién. Concha, vastago inteligente, ambicioso,
de una vieja familia empobrecida, habia sido secre-
tario del presidente Pardo (1904-08) y ejercia gran
influencia politica a causa de aquello; en 1915-19
volveria a la secretaria presidencial. El caso de Victor
Andrés Belatnde-Diez Canseco fue el de una lo-
cuacidad y una fantasia bien administradas. Por
su apellido materno estaba vinculado a dos presi-
dentes: Castilla y Diez Canseco; y por la paterna
a un ex ministro de Hacienda, don Mariano Belatn-
de. A Belatinde le fue muy facil alinearse con la
aristocracia rural, colonial, ventral y fiscal concen-
trada en Lima, que constituy6, a su turno, una cu-
riosa aristocracia oral. Por “linea de carrera”, como
se dice, la presidencia del Centro Universitario im-
plicaba ciertos gajes. Alli, en la casa del Centro, se
jugaba al billar, al poker, a la pinta, a la erudicién
y a la politica.
Uno de los mas dinamicos secuaces de Abraham se
llamaba Luis G. Rivero, de clara aficién a las letras.
Cierto que le ganaba el criollismo: entre D’Annunzio
y don Ricardo Palma, Rivero escogié lo ultimo. Ri-
vero habia nacido, como Valdelomar, en Ica. Versi-
ficaba con sentimiento, no exento de cierta dosis
de huachaferia. Alto, de apostura, la nariz aguilefia,
bigote y cabellos castafio-claro, el mentén saliente.
Blandio con eficacia bastén, gesto y madrigales.
Segtn se ha dicho, surgiéd como adversario de
Valdelomar, en el campo de la politica sanmarqui-
na, Alberto Ulloa Sotomayor, limefo nacido en 1892,
por tanto en sus veinte afios, hijo de don Alberto
Ulloa Cisneros, el agresivo editorialista de La Pren-
sa de Piérola y de Osma. Pocos afos después, refi-
riéndose a tal episodio, Alberto Ulloa Sotomayor
escribiria lo que sigue en el prélogo de El caballero
Carmelo:
82
Su causa (la de Billinghurst.—L.A.S.) triunf6, y
como Valdelomar se habia hecho politico militan-
te y como la politica se durmié en las calles, fue
a despertarla en la Universidad, agit6 a los in-
fantiles alumnos de los primeros afios y al frente
de ese ejército entusiasta se lanzé a conquistar
las elevadas posiciones de la vida estudiantil.
Hubimos de salirle al encuentro y entonces Valde-
lomar y yo tuvimos un duelo; vibraron una tarde
las espadas, se ennegrecieron sobre la tierra unas
gotas de sangre y bautizamos en esa forma esta
sdlida amistad intelectual que hoy nos une y que
estas lineas consagran.
IN MEMORIAM
Mi juventud se ha disipado
con el adios de tu partida;
no sabias que te habia amado,
iy eras lo mas amado de mi vida!
Sdélo hay una ilusién perdida
y un ensuefio que no se ha realizado:
ti, para mi eras la Elegida,
y yo, oh amada, el Esperado..
y nunca nos hemos juntado.
96
VI. ROMA (1913-1914)
Mi queridisimo Enrique:
Abraham
115
VII. NOTICIAS DEL PERU (19138-1914)
116
Roma, 8 de octubre de 1913
Senor don
Enrique Bustamante y Ballividn
Lima
Abraham 1
120
eA
126
Abraham
Abraham
127
LA DESCONOCIDA +
128
.
Como se sabe, el 3 de febrero de aquel 1914, el
intendente de Lima, un coronel Aguirre, hizo ocupar
La Prensa, diario de oposicién, y mandé detener a
varios politicos y parlamentarios, entre ellos a don
Augusto Durand.
Durand, experto en fugas, se salvé haciéndose des-
figurar por el actor Gerardo de Nieva, quien, en
compania de la gran actriz mexicana Virgina F4-
bregas, realizaba una temporada de comedias ({la
inaugural?) en el flamante teatrito Colén, recién
abierto, y que se hallaba en la esquina de Quilca y
Belén. A las ocho de la noche de ese dia, numerosos
billinghuristas montados en victorias, berlinas y
landés de alquiler, tirados por cansinos jacos que
dejaban una pestilente estela de fétidos gases y
pungente estiércol tras de si, recorrian las calles
de Lima disparando sus revolveres y gritando
“muera el Congreso’. La disolucién de este cuerpo
parecia ya un hecho. El presidente de la Camara de
Diputados, don Ricardo Bentin Sanchez, se ocult6 y
desde su escondite lanz6 un vigoroso manifiesto en
defensa del Parlamento y contra el Ejecutivo. A las
dos de la madrugada del 4 de febrero, el hasta
la vispera jefe del Estado Mayor del Ejército, coro-
nel Oscar R. Benavides, a la cabeza de la guarnici6n
de Lima, atac6 el Palacio de Gobierno defendido por
un piquete de gendarmes que cumplian ordenes de
su jefe, el coronel Lizardo Luque. En el cuartel
de Santa Catalina dormia el ministro de Guerra,
general Enrique Varela, el Sordo Varela, de quien
el historiador chileno de La guerra del Pacifico, don
Benjamin Vicufa Mackenna, dijo que era “flexible
como un junco y fiero como un leén’. Un pelotén
de los conjurados, al mando del capitan Alberto Ca-
vero, irrumpi6 en el dormitorio del general-héroe y
ministro, y le asesiné ahi no mas, sobre la cama, sin
darle tiempo para defenderse. A las cuatro de la ma-
129
fiana, caia el Palacio en manos de los asaltantes. A
las seis, el presidente Billinghurst vio cerrarse sobre
sus espaldas las implacables rejas del Pandptico: es-
taba destituido y preso.
Todo lo supo Valdelomar al mediodia del mismo
4 de febrero. A la una de la tarde del 6 escribia a
dofia Carolina:
Queridisima mama:
133
be
138
.
Billinghurst). Alfredo obedecia a un doble impera-
tivo: su congenial rechazo al militarismo —“a la
satrapia”—, segtin expresién de su ilustre padre,
don Manuel, y el agravio que éste buscé y hallé de
parte de Benavides en mayo de 1914,
Era don Manuel director de la Biblioteca Nacional
de Lima. Producido e] golpe de mano del 15 de mayo
de ese mismo afio, en que al descarado amparo de
la fuerza ptblica, la minoria parlamentaria eligidé
presidente provisorio al coronel Benavides, en tanto
que la minoria, reunida en la casa de la calle de
Pando, reconocia a don Roberto Leguia, e] director
de la Biblioteca Nacional renuncié a su cargo me-
diante una nota corta, dura y vibrante como una
espada. Quiso el gobierno desviar la estocada, pero
ante la insistencia de don Manuel, opté por “deses-
timar” bobaliconamente su renuncia y “destituirlo”.
Alfredo sinti6é en lo vivo la torpe ofensa a su padre
y naturalmente comulg6 con los opositores; llegado
el caso iria a purgar en la penitenciaria tal culpa,
en calidad de presunto conspirador.
Valdelomar ingresé de lleno al grupo oposicionis-
ta, mejor dicho, no saliéd de él. Desde luego, man-
tuvo su postura literaria, y a través de ella ejercio
la nueva actividad a la que le obligaba su destino.
Entre febrero y mayo de 1914, el Perti se habia
dividido en dos bandos nominalmente irreconcilia-
bles: los “robertistas’, que defendian el indudable
derecho constitucional del primer vicepresidente con
mayoria legislativa, y los “benavidistas” y “civi-
listas’, encabezados por Javier Prado y Ugarteche,
decano de la Facultad de Letras de la Universidad
Mayor de San Marcos y presidente del Partido Civil.
Este propiciaba e] cese total del régimen de Billin-
ghurst y la completa renovacién del Poder HEjecutivo
mediante una consulta electoral. La solucién de
Benavides fue, como se sabe, hacerse designar ilici-
139
tamente presidente provisorio. Mas tarde Valdelomar
trataria de vengarse del usurpador y sus amigos
por medio de sus Cuentos chinos, comenzados a pu-
blicar en La Prensa (octubre, 1915) y Rigoletto (fe-
brero, 1916).
146
aia
siempre a servir al poderoso. En el quinto cuento,
“Whong-Fan-Song”’, o sea “La torva enfermedad
tenebrosa”, se trata de la envidia. En este ultimo
“cuento chino’, Valdelomar se identifica con el per-
sonaje envidiado para execrar rudamente al envi-
dioso, aunque reconoce que el envidiado crece en
vircud de la safia del envidioso: un poco de su propia
historia personal.
Los cuentos chinos reflejan exactamente la inca-
pacidad politica de Valdelomar, al mismo tiempo que
Su insomne sensibilidad literaria. No se trata de los
planteamientos doctrinarios ni de la mayor o menor
explicitud con que se refiere a los personajes reales
de] quehacer ptblico peruano de entonces; segtin se
ha visto, retrata a éstos bajo eufemismos siempre
pueriles, como lo hiciera Fernando Casés, sesenta
afios atrds, en Los amigos de Elena. Lo que importa
son los conceptos generales en que funda su mal
velada diatriba, y la forma bajo la cual presenta sus
descripciones y juicios.
En los cinco cuentos, o cinco capitulos de una sola
narracion alegoérica, se desarrolla una tesis absolu-
tamente simplista. Siké es una aldea dominada por
una pandilla de perversos, los Chi-Fu-Ton, en quie-
nes se condensan las peores calidades civicas: la
adulacién, la voracidad financiera, la perversidad
en los comentarios, el doblez y la deslealtad, La ma-
nera como Valdelomar describe a estos personajes
demuestra su irritacién contra los conspiradores ci-
vilistas que derrocaron a Billinghurst:
158
-
a =
; “Ye
2
165
X. INTERMEZZO PRIMERO
Tu sonrisa traviesa
se miré en el plaqué
de la tetera obesa
y en la taza de té
VA
La musica vienesa
aletargé el Palais
Rimé de sobremesa
un verso sin por qué
Soné la tonteria
de una galanteria
bella y sentimental
Te busqué en el espejo
y el milagro complejo
me hizo sentirme dual.
Y prosigue:
182
i
EL DE HUARAZ
El connotado y notorio
perentorio,
transitorio
Provisorio
de Huaraz,
al galope de una yegua
que, sin tregua,
legua y legua
va tragandose al azar,
ha pasado
—j desdichado !—
por las puertas de Chiquian...
Casi mustio por el dolo,
casi solo,
con un cholo
que le sigue por detras,
va fugado en marcha ruda
triste y muda
sin la ayuda
de alma alguna de esta viuda
(jde esta vida!) que la viuda
(que una viuda de Huaraz)...
Va bebiéndose el camino
204
que mohino,
repentino
ha tenido que emprender,
sin tener otras ventajas
que sus bajas
y las bajas de las cajas
que ha podido sorprender...
Va impalpable, como un duende...
(Ya se entiende
si Ferreccio lo sorprende
lo que ocurre a la sazon),
va viajando,
galopando,
reventando,
caminito de Monzon...
Desde alli quiza, genial
volvera a la capital;
desde alli quiza genial.
Toma rumbo hacia el Brasil;
desde alli quiza...quiza,
sabe Dios a donde ira...
Pero doquier que vaya
(si antes no le pone a raya
la fuerza que va tras él),
tras su campafna brillante,
mas la viuda acompanante
y el dinero resonante,
haraé un sonante papel...!
210
*y
4 fbid.,; ps 30:
DS Tkiekeeaay, Sil
8 Colénida, nimero 4, p. 3.
212
Este editorial que por primera vez firma “Col6-
nida”, o sea la colectividad revisteril y nadie en par-
ticular, termina con una boutade totalmente pour
épater les bourgeois, y al margen (si no contra) del
codigo penal vigente:
222
XIII. POLEMICAS, “FUEGOS FATUOS” Y OPIO
(Marzo - Junio 1916)
230
Es muy importante subrayar que los adjetivos que
Valdelomar usa en esos versos tienen la misma plu-
ralidad y melodiosa reiteracién que los de El caba-
llero Carmelo. De ahi que parezca tan inoportuno el
reproche de Lépez Albtjar por el empleo de tres
adjetivos convergentes con que “El Conde de Lemos”
esmalta un juicio atribuido a don Manuel Gonzalez
Prada respecto de los ‘“‘colénidas’’.
La sensacion de orfandad, en la que se condensan
la soledad y la ternura, predomina en toda la obra
valdelomariana, incluyendo la “Evocacién de las gra-
nadas” y las otras de 1910-1911. De paso debemos
advertir que los poemas de Las voces multiples abar-
can composiciones de 1910 a 1916, tienen por eso un
marcado sabor antoldgico. Si los comparamos con
otros anteriores, que se recogen en Obra poética,
veremos que el autor ha eliminado concienzudamente
toda alusién historicista, todo resabio parnasiano y
que, en cambio, dando alas a sus mas intimos sen-
timientos, se esfuerza por resaltar su parentesco es-
piritual con Gonzalez Prada (el de Miniusculas) y
Eguren (el de La cancion de las figuras), con Sa-
main y Francis Jammes. Es también interesante
advertir que no sigue a Whitman ni siquiera en la
tentaci6n polirritmica de “Luna Park’. El método
enumerativo caracteristico del Antiguo testamento
(sobre todo del Pentateuco) y de Leaves of grass es
sustituido por el de dicotomias y series paradojales
con lo que se acerca a Wilde, sin confundirse con
Whitman y presagiando a Neruda.
En el fondo, los grandes poetas son todos uno. In-
tensidad mayor o menor, sus caminos son paralelos.
Acabaran confundiéndose. Se comprende entonces la
entusiasta adhesién y hasta la sintonia de Abra-
ham con algunos poetas de Ecuador, México y Chile;
su fervor por Nervo, su actitud paternal hacia Me-
dardo Angel Silva y Ernesto Noboa; su simpatia por
231
Manuel Magallanes Moure, Jorge Hubner Bezamilla
‘y por esa ninfa agonizante, pastora herida cuya es-
trella despunt6 en 1915, Gabriela Mistral.
Salve Lirida #4
8 Ibid., I, 1050
9 La Prensa, Lima, 17 de abril de 1917.
242
ha usado el autor; si lo que yo sustituyo resulta
mejor, el estilo es malo; si no puedo hallar un lé-
xico mas preciso, el estilo es bueno... Su estilo
es claro, preciso.
244
XIV. UN NUEVO PROMETEO (1917)
245
jévenes tan significativos como Alfonso Reyes, Je-
sis T. Acevedo, Antonio Caso y José Vasconcelos.
Este llegé6 a Lima premunido de una carta de pre-
sentacion de Pedro dirigida a Riva Agiiero; pero de
inmediato se enredé en afanes comerciales. Tenia
Vasconcelos los ojos afiebrados y grandes; la frente
alta; el pelo duro y negro; la sonrisa torcida; el
bigote corto; ancho el térax; algo pesado el andar.
Al cabo de mas de un mes de llegado a Lima visit6
a Riva Agiiero para presentarle la carta de Henri-
quez Urefia. Ahi, como hemos dicho, conociéd a Val-
delomar.
Hemos resefiado el ambiente literario de Lima en
aquel afio de Coldénida asi como las polémicas valde-
lomarianas. En cambio, en casa de Riva Agiiero,
todo respiraba tradicién y paz.
Vasconcelos describe del siguiente modo a su ami-
go “el marqués”:
254
paso firme hacia la puerta del panteén. Quizas per-
cibid algun dicterio. Comprendio que su sensibilidad
y su espontaneidad estaban en abierta y definitiva
rina con lo consuetudinario.
Al llegar al periddico se dio cuenta del abismo
que se habia abierto entre él y sus compafieros de
redaccion. Sin duda por eso cinco dias después, el
22 de febrero, aparecia en las mismas columnas de
La Prensa, a modo de satisfaccién a “Monsieur-qut-
ne-comprend-pas’”’, un articulo acerca de Yerovi, in-
serto en su habitual seccién “‘Fuegos fatuos”. Por él
sabemos que Abraham ocupéo, a partir de entonces
y hasta que se despidiéd de La Prensa, el escritorio
de Yerovi, su entranfable y admirado amigo. Oigamos
las frases casi de arrepentimiento que hilvané en
aquel comentario necrologico, movido por las encon-
tradisimas reacciones suscitadas por su discurso del
cementerio. En efecto, mientras unos, como el joven
y ya magnifico poeta ecuatoriano Medardo Angel
Silva, suicida en agraz, llamaba a aquella oracion
“una pagina de la Biblia’’, los filisteos y limefios al-
zaban el pufo al paso de su autor y mascullaban
frases obscenas y agraviantes. Dijo Valdelomar, bajo
el rubro general de “Fuegos fatuos” y bajo el espe-
cifico de “De profundis”:
En seguida se queja:
266
Te asaltara la envidia, cruel y traidoramente.
En el coro de hosannas sentirds de repente
e] tragico y rastrero silbar de la serpiente.
272
XV. INTERMEZZO SEGUNDO
(4 de noviembre de 1917)
274
Ana Pavlova: ensuefo, ilusién, deslumbramiento,
sutileza y armonia.
Poco mas tarde, a los seis meses de la ausencia de
Ana Pavlova, lleg6 Norka Ruskaya.
Norka parecia nordica por lo rubia y rosada; ha-
bia nacido en Suiza, Tenia una contextura atlética
y, Sin embargo, llena de redondeces. Andaba por los
veintidés o veintitrés afios, llevando consigo una
madre o “chaperona” que no la dejaba a sol ni a
sombra, aunque, tal vez, si a sombra. Era entusiasta
de la natacion, la musica, la poesia y, claro esta, de
la danza. Tocaba el violin; gracias a él habia reco-
rrido algunos paises y muchos teatros. Lucia unos
grandes ojos claros, atentos y brillantes; la nariz
era corta; la boca larga; el menton audaz; los cabe-
llos color de avellana; el de la piel nacarado; pare-
cia una especie de danzante Bruhmilda. El] ptblico
la recibid con generosidad; la critica con benevolen-
cia. Valdelomar la saludé con un entusiasta articulo
de su seccioén “Palabras” en La Prensa.
La temporada empezo en el Teatro Municipal y
siguiéd en el Colén. Concluida la funcién la acompa-
faban a cenar los “colonidas’’, perennes buscadores
de sensaciones. En una de esas charlas nocturnas
surgié la tentadora idea: {Por qué no bailar la Danza
macabra de Saint-Saéns o la Marcha funebre de Cho-
pin en un escenario mas adecuado, ritual y solemne
que el proscenio de un teatro? {Por qué no en el
propio cementerio? Seria un homenaje inusitado a
los vivos y a los muertos, al arte y a la posteridad.
La noche del domingo 4 de noviembre se reunie-
ron varios amigos; quiza estuvo entre ellos Abra-
ham; con certeza se congregaron alli José Carlos
Mariategui, César Falcon, el violinista Caceres, Juan
Vargas Gamarra, secretario de la Beneficencia, en-
tidad propietaria del cementerio; Luis Emilio Le6n,
novelista y tesorero de la misma institucién. Apenas
275
bosquejado el proyecto, ya iniciado ante el inspector
del cementerio, se perfil6 en todo su atrayente dra-
matismo. Al filo de la medianoche emprendieron la
marcha hacia el panteédn de Lima, utilizando la auto-
rizacion dada por el inspector que era don Pedro
Garcia Irigoyen, marido de dofia Pepita Mird Que-
sada, copropietaria de El Comercio.
El cortejo penetré en el funebre recinto. Norka
se despoj6 de su abrigo y qued6 cubierta sdlo por
la tinica que usaba para bailar. En noviembre, aun-
que soplen los hielos de San Andrés, ya se dan los
primeros vahos del verano. Puesto en trance, con la
emocién imaginable, el violinista Caceres comenz6
a tocar la Marcha finebre de Chopin. El grupo se des-
plaz6 en la avenida central del viejo panteon, frente
al mausoleo del marisca] Castilla. De pronto, lama-
dos por el administrador del cementerio, un prosaico
y celoso senor Valega, irrumpieron por las callejas
laterales numerosos policias encabezados por el pre-
fecto de Lima. La ceremonia —ceremonia, si, pues
no era un espectaculo— se detuvo en seco. Algunos
de los corifantes o espectadores escaparon por los
pasillos entre las tumbas, hacia los fondos del ce-
menterio, El prefecto obligé a la improvisada bacan-
te a re-cubrirse con su “‘tapado” y la acompano hasta
la carcel de mujeres 0 sea a Santo Tomas. Los perio-
distas Mariategui —que a causa de su cojera no
pudo huir— y Falcon, que permanecié con su com-
panero de redaccién de El Tiempo, asi como el vio-
linista Caceres, fueron citados para el siguiente dia,
lunes 5, a la prefectura.
E] escandalo fue espantoso. El Comercio, La Cr6-
nica y La Prensa, sobre todo los dos primeros, rodea-
ron el asunto con los caracteres de una profana-
cién horripilante, La Religién, la Moral, la Fe, la
Caridad, la Esperanza, la Iglesia, la Familia, la Edu-
cacién, la Salud, todo lo que se puede escribir con
276
mayuscula habia sido objeto de un intolerable abu-
so. En las Camaras se alzaron voces irritadas, de
condenacio6n y de venganza.
Si algo atenué el caso fue la circunstancia de
hallarse complicados algunos cronistas parlamenta-
rios, siempre materia de la adulacidn de los politicos.
En Santo Tomas, Norka se vio forzada a un obli-
gado ayuno, segtn lo referia ella misma a los perio-
distas, al dia siguiente de su liberacion.
El] prestigioso y circunspecto cronista de El Comer-
cio, “Clovis”, o sea Luis Varela y Orbegoso, se hizo
eco de la indignacioén de los “buenos burgueses” (‘M.
de la Pallise y Celui-qui-ne-comprend-pas’’), Los pe-
riodistas Mariategui y Falcén igual que el violinista
Caceres se vieron sometidos a proceso. E] juez ins-
tructor Oscar Cebrian, hermano de Luis, otro abo-
gado adicto al grupo ‘“colénida’, se encargé del
caso. Alejandro M. Ureta, bohemio, grandilocuente,
grandazo e irdnico, protesté contra aquella inquisi-
cidn en nombre del Circulo de Periodistas del que
era presidente. Alejandro, hermano de Alberto, el
poeta, solia frecuentar los ‘‘paraisos artificiales’’.
En La Prensa del 7 de noviembre, el dia que Norka
seria puesta en libertad, se daban algunos detalles
sobre el caso y se referian los incidentes surgidos
en la Beneficencia Ptblica de Lima, a causa y a
raiz del baile en el cementerio. Desde el dia 5, el
director, don Augusto Pérez Aranibar, conocido mé-
dico y filantropo, habia solicitado al prefecto aplicar
la “sancién legal a los culpables como el sentir
publico lo reclama alarmado”’. El prefecto, coronel
Edgardo Arenas, inform6 al director de la Benefi-
cencia que habia puesto los hechos en conocimiento
del juez del crimen doctor Cebrian y a su disposi-
cién “a las personas que aparecen responsables”.
El mismo dia 6 protestaron contra la versidn que
los incluia en el macabro festival los doctores Sebas-
277
tian Lorente Patrén y Guillermo Puente Arnao, men-
cionados en una cronica periodistica.
Un ciudadano llamado Zenobio A. de la Torre
inicié una “accién popular” contra los actores del
festival.
El inspector del cementerio, el senor Garcia Iri-
goyen, expresé que el secretario de la institucion,
sehor Vargas, lo habia “sorprendido” solicitandole
permiso para “visitar’” el cementerio de noche en
union de algunas personas.
Ante la actitud de algunos periodistas, el segundo
vicepresidente del Circulo de Periodistas, José Car-
los Mariategui, renunci6é irrevocablemente a su cargo
y a su condicién de miembro del Circulo. Alejandro
Ureta habia renunciado previamente a la presiden-
cia de la misma institucién, en solidaridad con sus
colegas expresados:
El martes 6, el senador por Puno, don Mariano
H. Cornejo, pronuncié un elocuente discurso protes-
tando contra la forma en que se habia conducido
la cuestidn. Cornejo era —no se olvide— el mismo
parlamentario y tribuno que defendid en 1896 el
gobierno de Piérola; en 1912, la eleccién de Billin-
ghurst; en 1918, la disolucién del congreso y las
elecciones simultaneas de ejecutivo y legislativo y
al presidente Billinghurst; que en 1914 propugnaba
la institucién del jurado para juzgar los delitos; que
en 1915 y 1916 proclamaba la necesaria participa-
cién del Peri en la Guerra Mundial al lado de la
Entente cordiale 0 sea de los aliados. Cornejo, insig-
ne socidlogo, coincidia con Valdelomar en el este-
ticismo, el billinghurismo y la exaltacion de las pro-
vincias. Pues bien, Cornejo dijo ante el senado:
282
XVI. ANO PRIMERO DE “EL CABALLERO
CARMELO”:
286
de la fecha, Valdelomar habia utilizado sus vaca-
ciones pascuales para visitar Chancay. Al verse su-
plantado, monté en célera. En tres sucesivos articu-
los, el stbito redactor de “Palabras” habia atacado
a personas por quienes Valdelomar sentia aprecio y
amistad, entre ellas, el sefior general (Juan Norber-
to) Eléspuru, don Carlos Borda, el doctor don Ale-
jandro Deustua, etc. El “etcétera” es también de
Valdeiomar. Los personajes a quienes defendia esta-
ban en cierto modo ligados a él: el general Eléspuru
era entonces el tinico general letrado en uso, miem-
bro del Instituto Histérico, hombre sagaz, ex amigo
de Billinghurst; don Carlos Borda, hombre rozagan-
te, de pelo y bigote rizoso, rematista de anuncios mu-
nicipales, descendiente de italianos, casado con una
aristocratica limefia de apellido Ferreyros, duefio de
unos chalecos blancos escandalosos para su robusto
vientre, y de un historial de duelos y pendencias que
justificaban lo ruidoso y afirmativo de su paso y los
claros escarpines que aristocratizaban sus tobillos,
habia sido también billinghurista, companero del di-
putado Manuel Quimper; en cuanto al doctor Deus-
tua, eminente fildsofo, partidario de Aspillaga y
enemigo de Billinghurst, resaltaba por sus aptitudes
socraticas de las que fue testigo paciente Abraham
en la Facultad de Letras. Oigamos cémo refiere el
resto de aquel episodio el propio “Conde de Lemos”:
288
Es de advertir que, segtin se desprende de la sub-
siguiente carta abierta de Valdelomar al director de
El Tiempo, su antiguo compafiero Pedro Ruiz Bravo,
que no atribuy6é en ningtin instante culpabilidad en
lo acaecido a Gliserio Tassara, a quien sin embargo
mandaba retar a duelo. Valdelomar se daba cuenta
de que la conspiracién que pretendia presentarlo
como snob, extravagante y afeminado debia cortarse
en el dia; el duelo era uno de los modos de mostrar
su decisidn, su hombria. De paso relataré que, poco
después, una tarde dominical yendo con él] del Palais
al Teatro Colén, a la entrada de éste, alguien muy
alcoholizado le espet6 a pleno rostro un apelativo
denigrante. Abraham se volvié indignado, y_hallé
que quien lo decia era Domingo Martinez Lujan, o
sea “Domingo del Prado”, celebrado poeta de la
generacion de Chocano, a quien “El Conde” habia
alabado mas de una vez. Ante la insistencia del bas-
tante beodo Domingo, Valdelomar reacciono violen-
tamente. Levant6 en vilo a Martinez Lujan y mate-
rialmente lo sumergié en la boleteria del teatro. Yo
acudi a separarlos y a tranquilizar a Abraham.
En el caso del duelo con Tassara no debe de haber
sido tanta su indignacién cuando dirigié la siguien-
te carta-testamento, entre jocosa y seria, a sus ami-
gos los poetas Enrique Bustamante y Ballivian, quien
acababa de regresar de su periplo antillano, José
Maria Eguren, Percy Gibson y Alberto Ibarra:
Sefiores
Don Enrique Bustamante y Ballivian,
Don José M. Eguren,
Don Perey Gibson y
Don Alberto Ibarra.
290
a
cir que he dicho que Edgardo Varela+ es muy
bestia.
Gran abrazo
Abraham Valdelomar
EL CABALLERO + CARMELO +
CUENTOS DE DON ABRAHAM
VALDELOMAR + + + CON UN
PROLOGO DE ALBERTO ULLOA
SOTOMAYOR Y UN APENDICE
CRITICO SOBRE ESTAS Y
OTRAS OBRAS DEL ARTISTA
300
El parrafo no tiene “pierde”’. Sintetiza —sin con-
ciliar— varios extremos. Lo primero: que Ulloa se
aprestaba a navegar en ese momento, fines de 1917,
en viaje de bodas, casado con una paisana de Valde-
lomar, la aristocratica y hermosa iquefa Margarita
Elias de la Quintana. Lo segundo: que a Valdelomar
lo hostilizaba “el publico”’ (exageracién evidente) y
que cometia “extravagancias” a cuyo amparo crecia
la fama de otros. No establece en qué consistian esas
extravagancias. Por la forma del rechazo, Ulloa da a
entender que, o se trataba de usos o vicios reproba-
bles por la generalidad, o que sencillamente (lo que
seria obvio) Valdelomar acudia a poses, gestos, pala-
bras y actitudes llamativas por inusitadas. Mas ade-
lante volveremos sobre el tema. Baste apuntar aqui
que ya en ese tiempo se insistia chillonamente en la
proclividad de “El Conde de Lemos” hacia el opio y
la pederastia, arcades ambo.
Como si no fuesen suficientes las dedicatorias, el
prologo, las invocaciones y demas que constituyen
los preliminares del volumen, el autor agrega una
pagina con cuatro lemas distintos tomados respecti-
vamente de Amado Nervo, el Génesis, Dante y...
j Valdelomar! Desde luego acusa cierta ingenua in-
solencia aquello de citarse a si mismo como autor
extrafio al texto. La fiebre egolatrica o alcibiadesca
de esos dias paralizaba el juicio critico del autor.
Entre el buen gusto y la arrogancia, Abraham op-
taba por lo segundo. Alguna tarde, poco después de
la publicacién de El caballero Carmelo, oi decir refi-
riéndose a las criticas de que era objeto:
306
ti
nH
L’ENFANT
A Francis Jammes
312
Su visita pascual a Chancay, de la que tom6 pie la
inesperada y poco amigable decisién de Durand, el
duenio del diario; la decisién consistié en mantener
la seccién “Palabras” de “El Conde de Lemos” en
ausencia de éste, encargandola a otro redactor y, lo
que es peor, usandola para censurar a personas gra-
tas a su redactor titular. Lo mas curioso es que
Abraham se veia rechazado de su casa intelectual,
precisamente cuando mayor entusiasmo ponia en
subrayar la nota patridtica de su obra, siguiendo la,
para él, magistral huella de D’Annunzio.
Seguin hemos sefrialado, tres fueron los principales
poemas patridticos que compuso Valdelomar entre
1917 y 1918: “Invocacion a la patria’, “Bandera, ala
de la victoria” y “Oracién a San Martin”.
Son tres himnos liricos escritos en la mas nitida
manera valdelomariana: descriptivos, nostalgicos,
impulsivos, sentimentales y armoniosos. Diria: mel6-
dicos, Escuchemos las enumeraciones poéticas, testi-
monio de una lectura reciente de Walt Whitman, cu-
yas cataratas de sustantivos adjetivados reprodujera
Verhaeren en Les villes tentaculaires y D’Annunzio
en sus Laudi:
320
Ahora bien, de toda esa enumeraci6on, poco es lo
que ha quedado y conocemos. Ciertamente Valdelo-
mar hablaba de cien proyectos en marcha, todos
frustrados por su temprana muerte, con la que mu-
rieron otros tantos intentos, entre ellos su novela
incaica, sobre cuyo destino abrigo la sospecha del
“aprovechamiento” ilicito que alguien hizo de ella.
Pero de esto prefiero no hablar.
Del conjunto de trujillanos que menciona Valde-
lomar en aquella entrevista subrayamos los nombres
de Valderrama, Hoyle y Macedonio, misicos los tres.
Valderrama, especialmente, era una fuerza de la na-
turaleza, de aspecto fisico contrapuesto al de Mace-
donio; Valderrama era mas bien rubio, rojizo y
robusto (tres erres sintomaticas) y mantenia un
terco culto a la bohemia. En su casa, no en las rui-
nas de Chanchan, se realizé la legendaria “corona-
cidn” de Valdelomar. Después de una de las orgias
poéticas que seguian a las conferencias, ‘““E] Conde
de Lemos”, en un arranque o paroxismo estético y
acaso algo mas, se tendi6é en el suelo y pidié que lo
cubrieran de rosas. Uno a uno, sus baquicos compa-
heros desfilaron frente a él dejando caer pufados de
pétalos fragantes... “El Conde de Lemos” qued6é
como sepultado bajo ellos.
Las conferencias fueron un éxito clamoroso. Los
temas no podian ser mas variados. Lo tnico unifor-
me era la alegria juvenil y, al par, sosegada de
Abraham; su estudiada, esporadica y periférica arro-
gancia; su entrafiable humildad; su sensibilidad; y
el demasiado frecuente trato de una especie de se-
cretario que habia llevado consigo, un muchacho con
habilidades de negociante, capataz de taquillas, de
ojos azules y frios como hoja de espada; de mentén
afilado; rizos castafios; sonrisa de equivoco angel;
delgado como un pez, sutil como un chino, y ademas
dado al opio. Se llamaba Artemio Pacheco, y se habia
321
doctorado en apicaramientos y pecados de todo cali-
bre, inclusive el de saber tentar a Valdelomar y sa-
carlo de sus casillas. Fue su tal6n de Aquiles hasta
el tltimo momento. Pacheco usaba un enorme dia-
mante en el dedo anular y a menudo, como “El Con-
de’, un 6palo en el indice diestro; llevaba una es-
clava de oro cefida a la mufieca derecha; gustaba
de chaquetas ajustadas; corbatas de colores claros,
perfumes capitosos; sabia sonreir y vivir.
iDe qué no habl6é en ptblico Valdelomar durante
su stage trujillano? Entre el 8 y el 22 de mayo, o
sea, durante catorce dias, anduvo de un local a otro;
de un barrio a otro; de un asunto a otro. Siempre
con elegancia, humor y lirismo. Sus camelots (no del
rey, sino del principe de las letras peruanas) fueron
Valderrama y Macedonio, Un par de adorables y con-
tagiosos locos. José Félix de la Puente ofrecié al
artista iqueno un banquete en el restaurante Estras-
burgo. Estaban frescos los laureles de La visién re-
dentora, novela de ambiente libertino al modo de los
naturalistas hispanos. El era un personaje arrancado
también de una novela. De gran cabezota, de alta
frente; bastante calvo; de ojos miopes y claros; na-
riz corta y curva como pico de céndor; boca desde-
hosa y menton afirmativo. José Félix pretendia ser
un sibarita y en gran parte lo fue a lo largo de su
apacible existencia.
Una vez, ya en 1923, desembarcé el autor de estas
paginas en el Puerto de Chimbote, donde José Félix
ejercia el cargo de funcionario de aduanas. No ha-
bian dado las nueve de la mafiana, pero, segtn el
ritual de De la Puente, el champafia debe servirse
a cualquier hora para saludar a unos amigos. Tuve
que apurar una, dos, hasta tres copas de champafia
a esa hora, en lugar de café con leche. El honor
quedaba a salvo.
Boquiabiertos, dispuestos a seguir cualquier litur-
322
_
332
XVIII. ;GAONA, EL INEFABLE O BELMONTE,
EL TRAGICO?
ah
,
3 Ibid., p. 125.
4 [bid., p. 129,
345
modos los juicios de Valdelomar confirman los que
respecto de cada suerte han sido formulados por los
clasicos del arte de “Ciuchares”, “Mazzantini”’, “Pepe
Hillo” y “Guerrita’’, en la época antigua; de Vicente
Pastor, “Bienvenida”, Gaona, “El Gallo”, Belmon-
te, “Joselito”, “Chicuelo” y ‘Manolete’” en la época
moderna. La intuicién del artista se sobrepuso al
conocimiento del experto: a menudo suele ocurrir
asi.
346
XIX. LOS HIJOS DEL SOL
352
ba sobre las sienes la rebelde cabellera. Sélo ha-
blaba a los desdichados para regalarles su bolsa
de cancha y sus hojas de coca.
taciturnos y graves...
se perdia en los caminos oscuros donde la sombra
enrages.
la reina muda y pédlida...
severos los rostros, y en las manos fuertes mazas
con agudas puntas de piedra y de cobre...
verde y oleoso (el valle)...
las enormes hojas frdgiles...
370
~—s —- “
380
Asi escribia Valdelomar en 1917 antes de su em-
briaguez turistico-patridtica y de su allanamiento a
una diputacion regional por Ica. La confesién aquella
prosigue con detalles desgarradores. Oigdmosla:
382
Agrega mas adelante:
383
XXI. “NUESTRAS VIDAS SON LOS RIOS...”
3889
del plebiscito y la integracién de las cAmaras legis-
lativas nacionales y de los flamantes congresos regio-
nales creados recientisimamente. Valdelomar se re-
fiere a la “Patria Nueva” lo que, como hace notar
Estuardo Nifiez, establece un claro nexo con el le-
guiismo imperante. No creo que fuese una mera coin-
cidencia verbal, sino una coincidencia en la emocién
y el propdésito de renovarlo todo y de prestar su con-
curso a la tarea capitaneada por Leguia.
Entre el discurso del Teatro Colén, en honor y bene-
ficio de los “repatriados”’, y esta lirica arenga elec-
toral de Pisco, es decir, dentro del semestre que tras-
curre entre ambas circunstancias, conviene destacar
algunos sucesos quizAs minimos en su apariencia, pero
de positiva resonancia nacional y de indudable im-
pacto en la vida de Valdelomar.
Volvamos pues a enero de 1919. Ese mismo mes,
sus amigos Maridtegui y Falcén, junto con Hum-
berto del Aguila, deciden abandonar El Tiempo y
organizar un nuevo diario, La Razén, que aparecera
sdlo en mayo, el mismo mes en que Se inicia la re-
forma universitaria.
Kn esos dias Augusto Leguia habia regresado
ya, triunfalmente, de su largo exilio en Londres;
vuelve como candidato popular a la presidencia de la
republica.
La renuncia a El Tiempo de Maridtegui, Faleén y
Del Aguila obedecié a motivos de indole politica y de
tipo social. Desde 1918, El Tiempo se habia entregado
a una furiosa, terca y a veces insultante campafia con-
tra el presidente Pardo y sus antepasados politicos y
familiares. La historia del guano y del salitre resu-
cit6 con sus mas depresivos aspectos. En cambio, au-
mentaba su adhesién a Leguia. En lo primero Valde-
lomar estaba parcialmente de acuerdo, segtin se des-
prende del texto de varias de sus conferencias, en las
que, recogiendo las candentes afirmaciones de Gonza-
390
lez Prada, acomete contra los “cien afios de tirania”,
a que alude claramente en su discurso de Pisco.
Durante la campafia de El Tiempo contra el civi-
lismo se produjeron incidentes, con algunos de los
cuales, desde luego, no podia estar Abraham de
acuerdo. Uno de ellos fue el duelo José de la Riva
Agiiero y Pedro Ruiz Bravo, director del diario. E]
mas ardiente, mendaz y en apariencia documentado
promotor de las diatribas era un colaborador de El
Tiempo que firmaba “El Abate Faria’. Correspon-
dia este seuddnimo, extraido de Hl conde de Monte-
cristo, a Manuel Romero Ramirez, un antiguo ra-
bula de juzgado de menor cuantia, tuerto de un ojo,
sordo de cuerpo y alma, oscuro de tez e intenciones
y ademas medio tartamudo. Su tnico mérito consis-
tia en ser hermano de Carlos Alberto Romero, sub-
director de la Biblioteca Nacional y hombre de rara
erudicién y menos rara mala lengua. Utilizando una
técnica de folletin barato, “El Abate Faria’ con-
vertia en prosa libelesca, bajo enormes titulares, los
apuntes que a diario tomaba de la folleteria peruana
de la Biblioteca Nacional. En uno de esos arrebatos
panfletarios sacé a relucir los actos politicos de
1823, en los que participaron Bolivar y don José
de la Riva Agiiero y Sanchez Boquete, bisabuelo del
amigo de Valdelomar. Este, segtin se advierte de sus
conferencias y a través de su “Oracién a San Mar-
tin”, coincidia con su amigo Riva Agiiero y Osma
en la antipatia hacia Bolivar. De suerte que el ata-
que contra el antepasado de su amigo y aquel due-
lo que fue su consecuencia, no contaron con su apo-
yo. El lance se llevé a cabo a sable. Las crénicas
hablan con elogio de la inesperada agilidad y bra-
vura del todavia joven marqués de Montealegre de
Aulestia, mas no de su ponderacién verbal. Parece
que, olvidando las reglas del marqués de Cabrifana
y las de un elemental decoro, la emprendio a cinta-
391
razos y a denuestos contra su adversario, quien so-
porté y retribuy6 con firmeza el tupido y multiple
ataque, de lo que resultaron ambos contendientes
con sendas heridas y una tajante negativa a la re-
conciliacion. “El Abate Faria” siguié hilando rela-
tos “histéricos” casi nunca exactos, acerca de la
forma como se llevé a cabo el proceso de explota-
cién de nuestro guano, los debates sobre el contrato
Dreyffus, a causa de la resistencia de Gibbs y de los
capitalistas nacionales, el enredo Bogardus-Pardo-
Piérola, la aparicién del salitre, la politica ferrovia-
ria de Balta, de todo lo cual el plumario extraia apa-
rentes razones para terminar sus articulos con una
espectacular invocacién: “Dios salve al Pert.” Sobre
tan deleznables cimientos se hizo descansar el nom-
bre y la aspiracién de la “Patria Nueva”.
Nuestro criollo Marat (d’Abate Farie), en vista
de la ausencia de una Carlota Corday, alcanzaria a
convertir en sonantes monedas triunfales sus bilis
e hipocondrias de los tiempos del dicterio. De esto
ultimo no aleanzé ya a ser testigo “El Conde de
Lemos”’.
Mientras tanto, movian sus hilos financieros, pe-
riodisticos y amistosos: Mariategui, Falcén y Del
Aguila, Alfredo Piedra y Salcedo, primo de Leguia
y amante de la literatura y de las conspiraciones
militares, y los siquiatras y amateurs del periodismo,
Sebastian Lorente y Patron y Baltazar Caravedo
Prado. Ellos participaron también en el fletamiento
de La Razon. Valdelomar se habia de dedicar nueva-
mente a viajar; comenzéd por Ica, Moquegua, Are-
quipa, y otra vez Ica, Pisco y Chincha en atrevido
plan de conferencias, en cierto modo comprometido,
puesto que el clima politico no admitia ya neutrales.
De tal guisa trascurrieron los meses de enero a
junio, Se mantenia alejado de la capital, en contacto
con el pueblo y con la juventud de provincias que,
392
segun sus palabras, le habian ungido su portaes-
tandarte.
No descuidaba por eso la tarea literaria. Las co-
laboraciones en los diarios de provincia y en Sud-
américa y Mundo Limefio de Lima fueron tan frecuen-
tes como se lo permitian sus tareas de trashumante
adoctrinador. Como la red vial era muy deficiente y
el numero de automdéviles corto, la mayor parte de
los viajes debia hacerlos por vapor, o a lomo de mula.
El método de trasporte obligaba a mayores pausas.
Como Ica queda inmediatamente al sur de Lima, el
lar nativo de ‘‘E] Conde de Lemos” fue punto de repe-
tidos arribos y de constante transito, una y otra
vez, de ida y de vuelta, dilatando asi deleitosa y
provechosamente las paradas de Valdelomar en su
patria chica. Ello tendria resultados fecundos no
bien se produjo el cambio politico que todas las cir-
cunstancias extremas anunciaban.
En mayo, como si la historia hubiera conjurado
a sus mas variados elementos, Lima fue testigo de
varios sucesos graves y notorios: la agitacién obrera
a causa del alto costo de las subsistencias; la visita
del lider socialista argentino Alfredo L. Palacios;
a renglén seguido de ésta, el estallido de la reforma
universitaria; la aparicién del diario piloteado por
Falcén y Mariategui y la oficializacién de la candida-
tura de Leguia.
Aisladamente, cada uno de tales hechos posee un
valor: limitado, pero su conjunto dio vida a un am-
biente francamente revolucionario.
No seria incurrir en viciosa analogia recordar
que la revolucién rusa habia creado un clima de
extraordinaria expectativa en todas las masas tra-
bajadoras, la mayoria de las cuales creia en Bakunin
mas que en Marx, a quien se ignoraba, pero a quien
se empezé a divulgar entonces. Aparte de lecturas y
teorias, la Guerra Mundial, como toda guerra grande,
393
I1
—
400
Los Ultimos dias de julio y primeros de agosto son
relativamente frescos en las tierras iquefas. Sin
embargo, los arenales arropan a la ciudad con su
largo calor aprisionado durante el verano. No habia
cambiado mucho el pueblo. Las dos plazas, la Mayor
y la del Senor de Luren, competian en soledad y an-
chura. Seguian imperando por las empedradas calles
borricos, cargueros y vendedores ambulantes, pata
en el suelo. Habia dos diarios: La Voz de Ica, de los
Nieri, y Hl Heraldo, de don Alejandro Parr6. La ciu-
dad tenia dos cines. Los dos hoteles dejaban mucho
que desear. Por las tardes las elegantes del lugar
se paseaban por la plaza; y los hombres de impor-
tancia acudian a la cantina del Imperial. Jueves y
domingos salian las muchachas a la retreta, a la
hora en que el sol se hundia en el ocaso y empe-
zaban los grillos su musica invariable vespertina.
Cuantos recuerdos, cuadntas sensaciones, cuantas ter-
nuras nunca olvidadas, cuantas aventuras y melan-
colias se amontonaban sobre el corazén del artista.
Abraham resolvié visitar Pisco y San Andrés de los
Pescadores, la caleta de su infancia.
El camino entre Ica y Pisco no habia cambiado.
Se salia por tren pasando por el barrio de San Ca-
milo, casi despoblado; se llegaba a la ermita del mi-
lagro; se entraba en el arenal, entre cambiantes
médanos, cactus agresivos y algarrobos retorcidos.
La vista se perdia en el gris claro del desierto. Ha-
bia que marchar muy lentamente unas buenas dos
horas. Valdelomar, rodeado de amigos y admirado-
res, precedido siempre por el infaltable Pacheco,
entré6 el 4 de agosto en Pisco; y de inmediato se
dirigié a la playa, en busca del viejo muelle, cuyos
faroles ha perennizado en “Los ojos de Judas”. En-
tre el 5 y 10 de agosto dicto dos conferencias, una
de ellas dedicada a los nifios y ambas en el Coliseo
Solar. El 11 estaba de regreso en Ica, y después de
401
la conferencia en los Molinos, el 19, paso de nuevo
por Pisco ya en viaje a Chincha, frontera de] depar-
tamento de Lima,
Habia llegado el tiempo de la cosecha y el de cier-
tas amargas comprobaciones. En el nimero 599 de
Variedades, correspondiente al 23 de agosto, se re-
gistran los nombres de los candidatos por Lima a
las representaciones parlamentarias a la asamblea
nacional y al congreso regional; esos candidatos
eran, a la senaduria, don Javier Prado, rector de San
Marcos, y don Felipe de la Torre Bueno, aristécrata
y ex pierolista; a las diputaciones nacionales, Ma-
nuel Quimper, Clemente Palma y Juan Manuel To-
rres BalcAzar; a las diputaciones regionales (la
novedad del dia), Carlos Enrique Paz Soldan, tam-
bién ex simpatizante de Billinghurst, el poeta Julio
A. Hernandez, companero de letras y familiar de
Abraham, Guillermo Segundo Billinghurst, Eduardo
Escribens Correa (el ‘“Tuerto Escribens’”’) y el obrero
Luis B. Castafeda, que pertenecié al elenco de La
Accién Popular, alla en los jacobinos dias de Cur-
tletti, Pujazon y Casaretto.
Valdelomar habia vuelto a Ica, ungido con el es-
paldarazo de su propia candidatura a la diputacién
regional por su provincia nativa. Las elecciones se
llevaron a cabo el domingo 24 de agosto. Triunfaron
las listas oficiales del leguiismo y sus aliados: triun-
f6 desde luego Valdelomar.
Durante aquella ausencia de prédica estética y
politica y captacién electoral, habian acontecido su-
cesos. La Razén habia dejado de publicarse desde el
8 de agosto. Mariategui intent6 convertirse en lider
de masas y areng6é a un conjunto de unos cuatro mil
trabajadores a propdsito de las reformas plebisci-
tarias y contra la undécima de ellas, que obligaba
a solucionar los conflictos del trabajo por medio de
un arbitraje compulsivo. En mayo, antes de cumplir
402
los treinta, habia muerto Ismael Silva Vidal. Con él
se iba uno de los mas precoces, mas inquietos y mas
equivocos de los miembros de la nueva promocién
literaria. Silva Vidal, ex redactor de El Peru y de
La Prensa, se habia formado en Chile; tenia una
apariencia fragil; era magro, pequefo, desgonzado,
llevaba el ensueno impreso en los grandes ojos bor-
deados por largas pestanas, y en el mechén indémito
que le solia velar la frente. Casi al mismo tiempo,
volvieron de Europa dos pintores llamados a influir
decisivamente sobre los jovenes artistas plasticos
peruanos: Daniel Hernandez, un ya maduro discipulo
de Jean Paul Laurens, hombre taciturno, de bar-
biche cana y aire sitibundo, pincel experto en sedas
y desnudos, y José Sabogal, recio mozallén de Caja-
bamba, a quien ocho o nueve afios de autodidaxia
en Italia, Africa del Norte y Argentina, convirtie-
ron en un pintor desconcertante por la rotundidad
de sus colores y la originalidad de sus temas. Aca-
baba de nacer la escuela de Bellas Artes, entusiasta-
mente patrocinada por un primo del presidente Par-
do, el fino pintor de paisajes Enrique (“Tony’’)
Barreda y Laos.
A principios de septiembre, con la aparicién del
sol, retornéd también a Lima el flamante diputado
regional por Ica, Pedro Abraham Valdelomar Pinto.
No le quedaba mucho tiempo para el periodismo, pero
no abandonaba la creacién literaria. A esa época per-
tenece su admirable cuento “El principe Durazno”
(publicado en Variedades del 18 de octubre). Em-
pero, otros hechos atraian la atencién de las gentes.
Atin ardia el fogén criollo de la historia libelesca
del “Abate Faria”, trocado en historiador de los ma-
riscales del Peri. En septiembre, la “Patria Nueva”
habia mostrado las ufias. Como consecuencia de un
incidente parlamentario, se advirtié el peligro. Una
tarde, fletadas desde El] Callao por el prefecto coro-
403
nel Rivero Hurtado, llegaron a Lima, en son de con-
certada vindicta y regimentada protesta, grupos
populares hirvientes de gritos, mugre, pisco y le-
guiismo. Después de aplaudir frente a palacio, ata-
caron las imprentas de El Comercio y de La Prensa,
y los domicilios de sus directores. Habia empezado el
reinado de la calle, del faubourg Saint Honoré, seguin
diria en su dantonesca oratoria don Mariano H. Cor-
nejo, lider del leguiismo y promotor de las reformas
constitucionales, las mismas que seis afios atras
aconsejara sin éxito al presidente Billinghurst.
En octubre, José Carlos Mariategui y César Fal-
con emprendieron viaje a Europa. Sus amigos Al-
fredo Piedra, primo de Leguia, y Focién Mariate-
gui, primo de la esposa de Leguia que era Julia
Swayne Mariategui, obtuvieron que el dictador en
potencia residente en el palacio de Pizarro consin-
tiera en que sus timidos, pero evidentes adversarios
de pluma y linotipo, se deshicieran sin pérdida de
sus acciones en La Razén, y aceptasen los pasajes
y la designacién de propagandistas del Pert en Eu-
ropa; en Espana el uno y en Italia el otro.
Mariategui iba a recorrer el periplo que Valde-
lomar hiciera seis anos atras; también escribiria
algunas crénicas de Roma, visitaria previamente
Paris, se entusiasmaria con los movimientos obre-
ros, asistiria a los prodromos del fascismo, tras de
cuyo duce, Benito Mussolini, se advertia la arrogan-
te fanfarria del Divino Gabriel, el héroe y mentor
de la juventud de “El Conde de Lemos”.
Valdelomar, cuya proclividad politica se expresara
cotidianamente durante dos afios en la punzante sec-
cién “Palabras” de La Prensa, se estaba rencontran-
do en aquella nueva actividad fascinante, oliente a
naturaleza y a pueblo.
En una de sus conferencias del periplo nortefio,
en Chiclayo, “El Conde de Lemos” habia dicho:
404
Tan afectos nosotros a titeres y payasos, nues-
tro pais ha sido siempre un pueblo de payasos y
de titeres. No es posible callar estas cosas, y yo
cumplo con un imperioso deber de honradez mo-
ral denunciando a ustedes estos hechos.
5 Fénia, p. 34.
405
1918) que renuncié a mi renta para dedicar algu-
nos dias de mi juventud al servicio de la Patria.
Aplausos tampoco, porque desde hace mucho tiem-
po los cosecho muy nutridos y vehementes. Per-
sigo solamente la cultura de mi pais, el mejora-
miento individual y social, la regeneracion de mi
pueblo envilecido y sin voluntad; quiero desper-
tar la conciencia de un pueblo que parece sufrir
un mal incurable de indiferencia; quiero que
abrais los ojos a la verdad, y que tengais odios
y afectos, entusiasmos y pasiones... La juventud
que yo represento sdlo quiere que aprendais a ser
libres...
407
XXII. “FINIS DESOLATRIX VERITAS”
(Agosto - Noviembre 1919)
A LA FARMACIA CENTRAL
Senor:
430
XXII. LO QUE EL VIENTO NOS DEJO
BAUDELAIRE
448
APENDICE
j
tandose de artista tan personal, no podian desprender
al uno del otro. Nosotros mismos, el 29 de abril de
1918, esto es, en nuestros diecisiete anos, dedicamos
uno de nuestros primeros articulos criticos, insertos
en El Tiempo de Lima, a la aparicién del volumen
El caballero Carmelo. En aquel comentario, que con-
sumi6 muchas de nuestras jactanciosas horas de ado-
lescente, dominados por la lectura atin fresca de Cri-
tica profana de Julio Casares, pusimos el acento en
la adjetivacién del escritor, resaltamos el empleo de
varios calificativos, al modo de Eca Queiroz y de Valle-
Inclan, y creimos haber descubierto que en el fondo de
las entonces estrepitosas hazafias externas de Valde-
lomar, es decir, en las poses para asombrar al hombre
de la calle, palpitaba un alma sencilla, dulce, rural,
cuya “revelacién” exaltamos con ingenua petulancia
juvenil.
Por ese mismo tiempo, junio de 1918, se publica en
la revista Sudamérica la critica de “Maximo Fortis”
(o sea del entonces estudiante de ultimo afio de me-
dicina Juan Francisco Valega), también a propdsito
de El caballero Carmelo. Tuvo esa pagina la virtua-
lidad de despertar el sentimiento intimo de Valdelo-
mar y ponerlo en trance de confidencias. Valega pre-
tendia inducir a Abraham a que escribiese una novela
en la que fuese siempre tan sincero como hasta alli:
insinuacién que corre pareja por innecesaria a la que
nosotros formulamos al pedir mas sencillez a quien
en su hondén era la sencillez misma, aunque no lo
fuese en su conducta exterior.
Hubo después, a raiz del deceso de “El Conde de
Lemos”, un autorizado, severo y penetrante comenta-
rio: el de don Enrique Castro Oyanguren, en su dis-
curso de homenaje leido en la velada que organiz6 un
grupo de amigos, el 22 de febrero de 1920, y cuyo
producto crematistico dedicamos para imprimir Los
hijos del Sol. El discurso de Castro Oyanguren,
450
escritor vigoroso y castizo, podria considerarse la pri-
mera “cala’”’ en la personalidad y el estilo de Valde-
lomar.
Castro Oyanguren pertenecia a la Academia de la
Lengua. Era un hombre apacible, estudioso, purista.
Habia ejercido el periodismo y la catedra. Por su
relacion juvenil con Valdelomar le correspondia, de
derecho, pronunciar aquel discurso de orden. Su
Elogio, que ha sido recogido en el volumen Péginas
olvidadas,) es terso y hondo, revela simpatia y com-
prension. En é] define a Valdelomar como “ejemplo
de perfecto modernismo” y agrega refiriéndose a su
obra: “‘nada tan distante del concepto de clasicismo”.
Destaca la aficién de Valdelomar a la historia, aun-
que alejado de “cartularios” y documentos, aprecia-
cién que difiere en esencia de la de Basadre, el cual
desestima la veta historiografica de “El Conde de
Lemos’”’. Castro Oyanguren destaca los cuentos, en los
que, como en los discursos de Valdelomar, se percibe
un sincero e intenso “amor al Pert’.
Castro Oyanguren considera dichos cuentos como
“neorromanticos”, o sea distintos tanto del naturalis-
mo que todavia predominaba como del romanticismo
demasiado sentimental.
El producto de aquella velada de 1920 se destind,
segun dijimos, a editar Los hijos del Sol, pero el ma-
yor logro de ella sin duda fue aquella rendicion del
académico, representado por Castro Oyanguren, ante
las multiples facetas del artista recién sepultado.
Jorge Basadre, en sus “Equivocaciones. Viaje con
escalas por la obra de Abraham Valdelomar”, tenia
involuntariamente la riqueza tematica y sugestiva de
éste. Lo mas audaz que se lee en su trabajo es, sin
embargo, demasiado parco. “Con Valdelomar llega a
458
Maureen Ahern y a Armando Zubizarreta. Maureen
Ahern, estudiante norteamericana de la Universidad
a) de San Marcos, se compenetré del estilo de “El Conde
de Lemos’, y traz6 de él una silueta literaria inolvi-
dable en su trabajo Mar, magia y misterios en Valde-
lomar (Anexo 5, Sphynizx, Lima, 1960); Armando
Zubizarreta, después de ensayarse en varias calas
parciales, ha elaborado el libro Perfil y entrana
de “El caballero Carmelo” (Lima, Universo, 1968)
que es un vigoroso plinto para la figura mas discu-
tida y mas eximida de la prosa peruana de nuestro
siglo.
La sencillez pristina; el amor filial; la identifica-
cidn permanente con su madre; la consustanciacién
con la naturaleza (vegetal o animal) de la provincia
nativa; exaltado concepto de la belleza; la intrasfe-
rible ternura; los secretos de su adjetivacién plastica
y a veces musical, siempre multiple; las analogias
entre el Carmelo y don Quijote; ciertos supuestos
resabios de estilo caballeresco en aquel gallo epénimo,
todo eso ha sido analizado en buidas, aunque a veces
demasiado verbalistas, paginas por Zubizarreta. Ahern
ha insistido en tres conceptos fundamentales no solo
en el caso de Valdelomar, sino en el de la tierra natal
de éste: el mar, que meci6é su nifez en San Andrés de
los Pescadores y que constantemente reaparece en
versos y prosas; el misterio, que lo acerca permanen-
temente a la muerte, y la magia, fruto de lo que po-
driamos denominar supersticiones vitandas de la tierra
iquefia. De tales elementos —mas la infancia a flor
de piel— resulta un compuesto estético de una cali-
dad realmente excelente y de inconfundible persona-
lidad.
Dejo de lado las apreciaciones insertas en diarios y
revistas, muchas de ellas valiosas, asi como las antolo-
gias y los comentarios extranjeros, entre ellos los muy
elogiosos de Pedro Henriquez Uretia (Las corrientes
459
‘a
7
El conde de Lemos
visto en 1917 por el autor.
INDICE
0 College Library
lee Wisconsil
La COLECCION POPULAR significa (iia™
un esfuerzo editorial —y se (i
cial— para difundir entre nu-
cleos mds amplios de lecto-
res, de acuerdo con normas de
calidad cultural y en libros de precio accesi-
ble y presentacion sencilla pero digna, las
modernas creaciones literarias de nuestro 4
idioma, los aspectos mds importantes del x
pensaimiento contempordneo y las obras de _ |
interés fundamental para nuestra América.