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Valdelomar o La Belle Époque - Sánchez Luis Alberto - 1981 - Fondo de Cultura Económica - 9789681609054 - Anna's Archive

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LUIS ALBERTO SANCHEZ

VALDELOMAR
o La belle e€poque

COLECCION

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of
POPULAR

FONDO DE CULTURA ECONOMICA


MEXICO
; =D. R. © 1969 Fonpo pre CULTURA ECONOMICA
3 Av. de la Universidad 975 - México
)
W745 1D) 1a
_ Impreso en México
Aiverno College Library
; Mi padre era callado y mi madre era tris
-f y la alegria nadie me la supo ensefiar. _
PRELUDIO: A TELON CORRIDO

FUE COMO UN CELAJE...

GUARDO su imagen como lo descubri aquella tarde


de 1915. Guardo su imagen vivaz, retadora, sonreida
y arrogante como la adolescencia; era optimista y
dinamico como la juventud. Yo tenia quince y él
veintisiete; yo era todavia escolar y é] habia dejado
San Marcos. El se hallaba en camino de ser un lite-
rato consagrado; yo, de probar mi vocacidén de escri-
tor. Murié cuatro afios después: parti6 a los treinta;
yo me acercaba a la veintena. Ahora, recordandole,
comprendo la dura tarea del tiempo, la terca obra
de las horas, las mortales trampas de la vida. El podia
—y gustaba— llamarse entonces, como Wilde, su mo-
delo, the King of the life. Mi parvada generacional
le cantaba su hosanna; 6] pretendia ser, como en el
Salmo, el David, ‘‘el ungido” del Sefior, en este caso
con pecado.
Nos conocimos por azar. Debo agradecerle no ha-
berme hecho, pese a mi juventud, victima de ninguno
de sus gestos, boutades o “teatro”. Si amaba el dificil
arte de épater les bourgeois, le reitero mi agradeci-
miento pdstumo porque no me juzgé épatable ni
bourgeois.
Abraham Valdelomar y Pinto habia nacido en Ica.
Era un hombre amarcigado, casi olivaceo. Lucia una
frente de Angulo agudo, aunque amplia; cabellos ne-
gros, ensortijados de origen y casi lacios de peine;
los ojos negros, rasgados y reilones, iluminaban de
ironia el rostro lleno y ovalado. Su nariz era corta,
ligeramente redonda en su término; los labios car-
9
nosos, entreabiertos y riordacee diluian una perenne
sonrisa fisgona y cordial. E] mentén, también re-
dondo, era suave con una leve hendidura vertical
en el medio, digno remate frailuno de un rostro limi-
tado por unos quevedos de carey, atados al cuello
con una flotante cinta bicolor: plata y negro. A me-
nudo Valdelomar llevaba desnudos el cuello y la parte
superior del pecho, cubierto éste por una alba camisa
de tenis. Pisaba categéricamente: punta arriba y ta-
cén recio, con calzado de capellado plomo y zapatilla
de hule rebrillante. En el indice de la mano derecha
relucia un insolente y malagorero épalo; del antebra-
zo izquierdo colgaba un grueso bastén de Malaca. El
chaleco llevaba ribetes claros en todos sus bordes.
Gustaba usar trajes de tweed plomo. Los pantalones
se angostaban en sus extremos. La chaqueta era de
faldones amplios para disimular las caderas excesi-
vas. Tenia voz de flauta de Ganimedes y el andar con-
tundente de Alcibiades. Se empolvaba y usaba brillan-
tina, Olia a agua de lavanda Atkinson de moda en-
tonces. Refia de buen grado y con frecuencia. Amaba
ser visto, oido, admirado y odiado. No resistié la in-
diferencia ni el silencio.
Fue, de raiz, un nifio terrible. Se nos fue terrible
y nifio, y desde su nifiez sin ocaso, continia alum-
brando hasta ahora las letras del Pert contem-
poraneo,

10
I. “EN ICA, HINCHA LA BOTA Y PICA...”

La costa del Pert, desde Paita hasta Arica, es un


bostezo de arena y sol. De gris y fuego. La cortan en
asimétricos pedazos unos cuantos rios, verdes, ser-
penteantes y canijos, de intermitentes caudales mul-
tiplicados en verdes frutos de los que se forman
deliciosos y ricos valles que alegran el seco litoral.
Son médanos inmensos, 4ridos y tristes como los de-
siertos africanos. Como a éstos, los salpican ejércitos
de algarrobos, retorcidos y duros como descomunales
mufones de viejos gigantes; angustiados y oscuros
olivos; inesperados jeroglificos de caprichosos vifie-
dos, y ahi donde el sol pega mas fuerte, ahi donde
el suelo y el cielo se disputan en magnifico delirio
de calor, luz y sequia; ahi surgen entre las movibles
dunas, formadas, deformadas y reformadas constan-
temente por el viento incansable del véspero; ahi
surgen las esbeltas palmeras gravidas de datiles, las
airosas palmas reales, y arriba, en las faldas de
ciertos monticulos estériles y negruzcos, los humildes
tofiuces y, de cuando en cuando, agresivos cactus.
Al sur de Lima, del rio Mala al de Ica, y mejor
aun; al de Moquegua, por ser una comarca mas re-
cargada de sol, el desierto se recrea en la sonrisa
de los puertos, centinelas de los rios. Entre abra y
abra, entre rio y rio, se dilatan valles calidos y fe-
cundos. Es la antigua tierra de los yuwngas que en
quechua quiere decir “tierra caliente’.
Durante el imperio y desde mucho antes, los yungas
se burlaban de los quechuas, graves personajes em-
penados en conquistar el mundo a su precario alcan-
ce, Los pobladores del nticleo imperial, el Cuzco, eran
11
gente talluda, con fama de orgullosos y peleadores.
Hablaban un idioma especial, sobre todo los senores,
a quienes nadie podia interpretar salvo los quipuca-
mayocs, escribas cobrizos, diestros en manejar unos
complicados nudos de colores, atados en cordones
también coloreados de los-que pendia la historia
de la tierra y sus pobladores. Los soldados quechuas
bajaron muy a menudo hasta los territorios yungas
para quitarles sus cosechas, exigirles tributo, obli-
garles a trabajar segtin las reglas del imperio y
ensefiarles a guerrear como los hombres. Por haberse
resistido los acusaron de blandos y afeminados, de
donde nace la leyenda de cierta supuesta homo-
sexualidad difundida entre aquellos seres humanos
de costumbres equivocas o habitantes de tierras fa-
ciles, junto al mar propicio, alimentados de frutos
duleces y blandos como el pacae.
Entre esos rios se formaron por lo menos dos de
los grupos sociales mas avanzados de la antigtie-
dad: los Nazcas y los Parakas. Aquéllos se cobijaron
entre la sierra y el océano, construyeron sus acue-
ductos por los que circulan aguas que no permiten
el olvido —la de Visambro, por ejemplo— y entrete-
nian sus manos en moldear vasijas, de tan audaces
formas y tan vivos colores, que hasta hoy causan
asombro a quien las ve y provocan codicia en quien
no las posee, Eran gentes de extremada habilidad en
tejer mantos de plumas, para lo cual cazaban los
policromos pajaros de los alrededores; hacian increi-
bles hilados de algodén y molle, tefiidos tan magis-
tralmente que hasta ahora, a despecho de humedad,
calor y polvo, conservan la estrepitosa orgia de sus
baquicos colores. Aquellos hombres rendian culto a!
hombre y a los animales. Podrian ser clasificados
como antropdlatras y zoolatras, si no hubiera sido
por el deslumbramiento mental que les ocasionaban
Inti, dios invencible de los incas; Kon, dios temido
12
de los costenos; Huiracocha, mito adorado de todos
los serranos. Conocian a conciencia el arte de pescar
y de cazar, Tenian respetable estatura y eran sélidos
de huesos, segtin se revela en sus cerdmicas y sus
acueductos, y lo recalca el tipo de su alimentacion,
hecha como la de los japoneses, de pescado; como
la de los caucasicos, de granos; como la de los incas,
de carne de huanaco, Segtin se ha averiguado, en la
ribera del rio Ocucaje, probablemente entre los lin-
deros de las actuales provincias de Ica y Chincha,
hubo una mas vieja civilizacién de hombres de tipo
negroide, forjados asi por el sol para resistirlo.
Esos negroides manejaban rudimentarios cuchillos
de chonta, con los que sorprendian a una especie de
dinosaurios tradicionales, de los que se han descu-
bierto gigantescos restos bajo la multiple y copiosa
arena, veladora de tradiciones.
Las civilizaciones de Nazcas y Parakas fueron muy
anteriores a la de los incas. Estos llegaron al mar,
apenas tres siglos antes que los espafioles al Pert.
Rehaciendo el camino de otros invasores hasta hoy
no bien identificados, pusieron su planta en las
costas del Norpert, después de cruzar la ancha y
liquida ruta del Pacifico. Cerca, en los limites con
el valle del Rimac, aquellos yungas tenian ademas
un oratorio y una ciudadela que hasta hoy despierta
admiracién y estudio: Pachacamac. Hasta alli llegé
Hernando Pizarro en 1534, antes de fundarse Lima,
con el objeto de saquear sus tesoros, en procura de
oro y plata para cubrir el fabuloso rescate de Ata-
hualpa.
Sélo bastante después de establecida la ciudad de
los Reyes, convertida en capital del Virreinato, se
aposentaron en firme sobre las comarcas de Chincha
e Ica frailes avizores que, cotejando el calor del
ambiente y la calidad del suelo con los de Espana,
Italia y Africa, plantaron los primeros vifiedos; las
13
primeras cafias; los primeros olivos y los primeros
-naranjos y limoneros; de todo lo cual surgioé la ri-
queza de esos valles, que, como la Tierra Santa (vid,
olivo y naranja), escogié la mano sabia del Senor.
El padre Reginaldo de Lizarraga recorrié el Pert para
escribir su Descripcién (datada en 1600, en la que
habia seguido la misma técnica geografica de Cieza:
dividir “la tierra’ en ‘‘valles’). Dijo de Canete,
vecino septentrional del valle de Ica, admirando la
calidad del trigo que ahi se daba, y convirtiendo su
admiracién en proverbio: “En Cafete, toma pan y
vete.” Anadi6, refiriéndose al siguiente valle, admi-
rado por la excelencia de los vinos que sus vine-
dos producian: “En Ica, hincha la bota y pica.”
Donoso y zahori obispo, fray Reginaldo, cuyo libro
pudiera todavia servir de baedecker a logs curiosos
de las esencias del pais.
El mar que banaba aquellas provincias no podia ser
mas belicoso. La costa desciende escarpada hasta él
a causa de los roquedales que la sustentan, excepto
en Pisco (puerto individual de Ica) donde, al revés
que en Tambo de Mora (que corresponde a Chin-
cha), Cerro Azul (que pertenece a Cafete), la
costa se agacha servilmente para entregarse al
mar, y permite la formacion de playas tan sumisas
y sonrientes como la de San Andrés de los Pesca-
dores, nido de laboriosos discipulos de Pedro y
Andrés, eximios colectores de corvinas, ayanques,
cabinzas, tollos y pejerreyes, sabrosos si los hay, asi
como de escurridizas pero atrayentes anchovetas, tras
las cuales volaban bajo las nubes bandadas de ga-
viotas, alcatraces y pelicanos, martillando a turno,
segun la densidad de la mancha de peces, la hirviente
y blanquecina superficie del océano.
En toda aquella comarca edificaron los jesuitas
—grandes catadores de riquezas vegetales y mine-
ras— sus principales conventos y haciendas y en
14
+ge

cada una levantaron los robustos paredones de sus


iglesias y casas de ejercicios; rodearon estratégi-
camente los patios de esclavos y convocaron alarifes,
ebanistas, alfareros y orfebres para tallar y dorar
sus altares, modelar sus imagenes, decorar las hor-
nacinas y cubrir los altos techos abovedados de bri-
llantes escenas y efigies sagradas.
Solo en la periferia de la ciudad de Ica (fundada
por don Jerdnimo de Cabrera el afio de 1561, esto
es, durante el gobierno del conde de Nieva, virrey
aficionado a la musica, las mujeres y el vino) los
jesuitas habian establecido media docena de templos
junto a los respectivos fundos. Cuando en 1767 la
Pragmatica Sancion de Carlos III provocé el violento
éxodo de los padres de la Compafia, las haciendas
y templos jesuiticos pasaron a poder del rey, lo que
refrend6 la subsiguiente ley de Temporalidades. Al
proclamarse la independencia se los adjudicé la fla-
mante republica, la cual, llevada y traida por caudi-
llos y buroécratas, los distribuy6 a titulo provisional
0 permanente, gratuito y caSi nunca oneroso, a fin
de compensar los sacrificios y satisfacer las intri-
gas de algunos de sus hijos... De tal modo nacieron
las fortunas agricolas de Ica, y de tal suerte evolu-
cion6é el destino de la propiedad en aquella circuns-
cripcién amada del sol y de la vid.
Una de las haciendas que regentaron los jesuitas,
entre Pisco y Chincha, no lejos de Ica, fue la de
Caucato, que constaba de dos partes: la alta y la
baja. Toda ella surcada de acequias; taraceada de
sembrios; repleta de mugidos, gritos y trinos, que
es la miisica mas excelsa que pueda hallarse sobre
la haz de la fecunda tierra. A la entrada si se venia
de Ica, traspasando el portén de anchisimas pa-
redes de adobe, estaba la plazoleta sobre la que se
veia el habitaculo de los patrones. Descansaba éste,
segtin el uso, sobre unos pilotes, y constaba de un
15
largo corredor, bordeado de barrotes de madera, al
que daban las puertas y ventanas de la casa-hacienda.
Al costado izquierdo de la casa, cruzando otro por-
ton, habia un jardin en el que se alzaba un pino
inmenso, rodeado de numerosos alcanfores y molles.
Al centro cantaba incansablemente un surtidor cuyas
aguas se derramaban sobre una oblonga pila de
hierro, ornamentada sin duda por algtn forjador pe-
ninsular o italiano. A la derecha quedaba un patio,
protegido por alto parapeto, siempre de adobe, al que
daban las covachas de los esclavos. Ante la casa,
enfrentando también el porta] de ingreso, giraba, a
fuerza de brazo humano, una pesada piedra de media
tonelada, con un agujero al centro inferior, que
molia incesantemente café, cana o pepita de algodon.
Adentro, mecianse flexibles cafias de azticar; frescos
y blanquisimos algodoneros, militarizadas pencas de
maiz.
Cerca del portén estaba el corral de los animales
domésticos. No lejos, un pequeno cuadrilatero en el
que se acostumbraba medir a los gallos de pelea,
espectaculo favorito de los peruanos desde el siglo
XVII. Los domingos se reunian los duefios de los me-
jores ejemplares gallisticos y, a despecho de la vigi-
lancia de los patrones, se cruzaban apuestas sobre
cual de los campeones de cresta y estaca seria
el vencedor. Se los distinguia ya, como ahora, por el
color de su plumaje: el moro, el ajiseco, el blanco,
el carmelo,
Los puertos de aquella provincia fueron frecuen-
tados o amenazados por todas las invasiones inten-
tadas o realizadas en costas del Pert. Primero fueron
los piratas: Sir Francis Drake amenaz6 Cerro Azul,
como una parte de su plan contra Lima, antes de
lanzarse sobre El Callao, lo que causé la alarma del
virrey Toledo y el desbande y fuga de centenares
de negros esclavos. Eran los negros cimarrones de
16
la leyenda, dispuestos a buscar la libertad aunque
fuera bajo la tirania del corsario, antes que seguir
mancos de su albedrio, pendientes de la esperanza de
ganar el cielo tras el purgatorio expoliador de sus
patrones virreinales. Frente a Cerro Azul combatié
don Beltran de la Cueva contra Hawkins; Spilberg
estuvo a punto de desembarcar en Tambo de Mora.
Pisco, por menos escabroso, seria mas facil de ganar,
pero también de defender. Ademds, lo amparaba un
nombre poético a fuerza de aromatico y embriaga-
dor. Eran ya tan sabrosos los aguardientes de aquel
valle soleado, y, sin embargo, fresco en las tardes,
que se los distinguia con el nombre de “aguardientes
de Pisco”, blasén de su excelencia, de donde se apo-
copo el producto con el de mero “pisco”’, Mas al sur,
siempre en la misma zona, la bahia de Parakas seria
la escogida por el general San Martin para desem-
barcar las huestes del Ejército Libertador. Afios mas
tarde, un poco mas al norte, dentro de la misma
érbita, en Bujama, Conchan y Chilca, playas meridio-
nales de Lima, pusieron pie en suelo del Pert los
invasores chilenos.
Tal vez por aquella explosiva mezcla de sol y
arena; de pisco e incienso; de negros, chinos, acei-
tunas y azucar; de blancos y yungas; de viento y
mar, florecieron en la comarca tantas leyendas, tan-
tas historias de brujas y de aparecidos, y como los
caminos de tierra tenian que seguir tan riesgosos
vericuetos y tragicos desfiladeros, aquella tierra re-
sult6 propicia para las bandas de forajidos, la su-
persticién, la fantasia y el susto.
En realidad, salvo el camino del] mar, era muy di-
ficil el viaje de Lima a Pisco, Antes de emprenderlo
era aconsejable prestar confesién y redactar testa-
mento, Estos dos sacramentos, de la religion y de la
humanidad respectivamente, hacian tolerable la an-
gustia y el terror del paso por Cerro Perico y Cara-
17
coles. El suspenso empezaba al salir de Chorrillos.
No bien se terminaban los campos de la Hacienda
Villa (donde Flora Tristan se doliera, alla por 1834,
de la situacién de los esclavos de su amigo el senor
Lavalle), principiaba el via crucis del transetnte;
luego, cruzaba por solitarios terrales, sombreados de
trecho en trecho por Arboles polvorientos y enfla-
quecidos, bajo los cuales solian apostarse cansados
viandantes o avisados bandoleros. Al terminar los
ultimos paredones del pueblito de Pachacamac, corria
un escalofrio por la piel del viajero. Lo esperaba,
cierto, con sus magnificos chicharrones y blandos
tamales, el pueblo de Lurin, apacible y prédigo, con
su ancha plaza y su vetusta iglesia, cuajada de ex-
votos sobre las imagenes veneradas y los altares
barrocos; cerca se veia el cementerio bajo cuyo polvo
reposaban log restos de José Faustino Sanchez Ca-
rrién, el verbo civil de la Independencia. Pero sa-
liendo de Lurin, se extendia amenazadora, asoleada
y llena de recovecos, la Tablada. Ahi pululaban los
facinerosos montados en veloces y resistentes mulos
y armados de elocuentes trabucos naranjeros, cuyas
bocas vomitaban mortifera metralla de balas, cla-
vos, balines, municién y hasta trozos de plomo fun-
dido. Una tarde, partieron de alli, de la Tablada de
Lurin, los negros que, con el compadre Leén a la
cabeza, llegaron hasta la Portada de Juan Siméon, y
muy sueltos de huesos, al advertir que no quedaba
un policia, ni un soldado, puesto que se los habia
llevado uno de los presidentes de turno para com-
batir a su rival, el compadre Leén se introdujo hasta
el centro de la ciudad, y en medio de un ruidoso
cierrapuertas, bajo nubes de maldiciones y quejidos,
se metiéd muy orondo con sus negros a través de la
puerta principal del Palacio de Gobierno y estuvo
como voluntario huésped de la casa de Pizarro por
mas de veinticuatro horas, las mAs dramaticas para
18
los despavoridos pobladores de la abandonada capi-
tal del Pert.
Si el viajero pasaba con bien por la Tablada, le es-
peraban todavia dos nuevos peligros. El uno, en Ce-
rro Perico, cerca de Cafiete, paraje amenazante, hos-
co, apto para apostamientos, en cuyos polvorientos
llanos perdieron vida y hacienda numerosos hacen-
dados, pagadores o simples buhoneros. Si se libraban
de Cerro Perico, quedaba el peor de todos los obs-
taculos: Caracoles, cerca de Chincha, Se Namaban
asi aquellos andurriales porque el camino era tan
pesado y retorcido como un caracol, La abrupta sen-
da subia, bajaba, se dirigia al oeste, regresaba hacia
el este, se enfilaba al sudoeste, daba un sesgo ha-
cia el noroeste, y luego insistia en el sur, hasta que
la pobre cabalgadura ahita de tantas vueltas y re-
vueltas, y el jinete cansado de tragar tanto polvo y
saliva (lo uno por causa de la naturaleza, lo segundo
por causa de su propio susto) no tenia mas remedio
que apearse, de lo cual aprovechaban los facinerosos
para rodearle, desmontarle, robarle y vejarle o, si
apuraba el caso, simple y llanamente, para llenarlo
de perdigones y segarle de un solo golpe la bolsa y
la vida. ;
Mas de cien leguas tenia aquel largo, dificil y
penoso camino que, a poco mas de una hora por
legua, requeria un total de mas de cien horas para
recorrerse, de suerte que precisaban varios dias, des-
cansando por fuerza en inhdspitas pascanas,. Chilca,
Lurin; Mala, Lunahuana, San Vicente de Cajfiete,
Chincha baja, E] Carmen, Pisco, Guadalupe, Ica y, si
se continuaba, venian Palpa y Nazca, o si se viraba
en Pisco se llegaba a Paracas, que entonces estaba
completamente desvalida, sin habitantes.
Para evitar aquellos riesgos lo mejor era embar-
carse, Subian los viajeros en E] Callao a bordo de un
buque caletero, trasladandose a lomo de ola de la
iy
chalana del fletero a la cimbreante y movil escala del
barco. Se zarpaba de tarde y se amanecia en Cerro
Azul, cuyo mar, de inmenso oleaje, impedia acercarse
mucho a la costa. Los que iban con destino a Canete
debian arriesgarse a saltar a fragiles botes, cuyos
remeros se encorvaban sudorosos en el ciclépeo es-
fuerzo de vencer a punta de remo la tremenda corren-
tada y el vaivén devorante de las olas. El vapor
seguia a Tambo de Mora, travesia que exigia varias
horas. En este puerto desembarcaban como podian
los que tenian por destino Chincha. Tornaba a zarpar
el barco y ya no paraba hasta Pisco, en donde a par-
tir de 1870 se tendié un muelle esbelto y fragil, para
que los buques atracasen en su punta extrema y aho-
rrasen asi el contradictorio encanto de la travesia
en bote. Aquel muelle se grabaria en la memoria de
cera virgen de Abraham Valdelomar como una espe-
cie de sortilegio 0 conjuro frente al embravecido e
insobornable océano.

Ica pues, cuando Ja guerra con Chile, distaba real-


mente mucho de Lima; constituia una zona apar-
te; con sus propias costumbres; con su propia pro-
duccién; con su propio sistema de pensamientos y
vivencias; rural, aristocratica, tropical, desértica,
negroide, sacarina, algodonosa, vinatera, oliendo a
soledad y con color de infinito, a causa de sus méda-
nos y de su horizonte plomizo, hundido alla donde
cielo y mar se funden sin dejar huellas de su coti-
diana comunién.
Mar; sol; arenales; desiertos; graciosas palmas; es-
beltas palmeras; jugosos datiles; asombrados fiorbos;
dulces cafias; blancas flores de algodén; retorcidos
olivos; vides sarmentosas; sabrosa y virginal cachi-
na; oloroso y viril pisco; grueso mosto carmes{; pe-
leas de gallos; persecucién de bandoleros; vivo museo
de leyendas; fantasmas de esclavos chinos ajusticia-
20
dos, de criados negros azotados; sagaces jesuitas
proscritos; altares estofados de oro; ptlpitos de com-
plicadas molduras; olvidados huacos rojiazules; mo-
mias hundidas bajo la arena impalpable; olor a
tiempo y soledad, a sencillez rural y a macabras fan-
tasias; Ica dormia bajo los siglos un suefio de siesta,
reposante, reparador, perenne vispera de accion, in-
evitable invitacién al dulce recuerdo, a la fe y a la
ternura.
En 1888 Ica era una ciudad provinciana, asoleada,
calurosa y pequefia. Por sus calles transitaban per-
sonas, carretas, pollinos y ocasionalmente un carruaje.
La plaza mayor era como un agora, mentidero y
remanso. En sus bancas de madera sujetas por so-
portes de hierro, tomaban el fresco, amparados por
el follaje de las palmeras y los ficus, los sefiores del
lugar. El que no era Cabrera era Elias; el que no
era Elias era Olaechea; el que no, Tijero; el que
no, Falconi; habia también Matrtuas y Lujanes, Cha-
caltanas y Del Valle; Solares y Ramos; Pintos y Man-
zanillas y también Valdelomares.
El camino entre Lima e Ica era largo, duro y
riesgoso. Para entonces, 1888, no cabia otro medio
de comunicacién que el caballo, la carreta, el co-
che o, lo mas facil y seguro, el vapor. Entre Pisco
e Ica mediaban dieciocho leguas, que a buen andar
representaban muchas horas, casi dos dias de ca-
mino.
Mas: al sur de Pisco abria su enorme regazo la
bahia de la Independencia, antiguamente de Paracas.
Los transetintes que iban de Lima se detenian en una
modesta capilla junto a un pozo —E] Pozo Santo—
en mitad de la ruta entre Pisco e Ica. Los caminos
lucian algarrobos, cactus, palmeras y negritos ves-
tidos de blanco semejantes a pepas de pacae. Este
predominio africano se iniciaba en Malambo, a la
salida de Lima; se acentuaba en Cajfiete; se hacia
2]
mas denso en El Carmen; se bifurcaba en Chincha;
ge atenuaba en Pisco e Ica, para acrecer en Ocucaje,
ja hacienda favorita de Baco y de Cam.
Ica, capital del Departamento, poseia su propio
puerto, su propia prehistoria, su propio santo patro-
no: el milagroso Senor de Luren.
Tierra de la “teja” almibarada, del “limén relleno”
y del “pacae jugoso”, tierra de bandoleros y terra-
tenientes; de negros alzados y de seres peligrosos
cautivos de si mismos, los misteriosos chinos libertos
que en determinada circunstancia ayudaron al in-
vasor.
De noviembre a abril reinaba el estio que, tras una
discreta visita de la brisa y de las lluvias, recrudecia
en agosto, para hacerse ya sofocante en septiembre.
Suelo del sol amado y por el sol castigado; tierra en
desuello de sol, en sed permanente; rijosa de celo
agrario.
La ruta terrestre estaba jalonada de amenazadoras
sefiales, Cada sefial recordaba a un difunto y obli-
gaba a un rezo. En Tres Cruces se conmemoraba a
tres infelices victimas de los bandidos provenientes
de Cerro Perico. En Cruz del Chino, se adoraba a
un difunto de tal raza que sucumbi6é en una embos-
cada y dejé sus huesos como semilla de milagro.
Nadie se aventuraba a ir solo por esa ruta, a caballo
o en coche, sino llevando comitiva armada y pagan-
do, de todos modos, el tributo de sendas limosnas a
las animas de los asesinados.
E] puerto de Pisco era el lugar de veraneo para las
familias de Ica. Algunas preferian cocerse a fuego
lento en Huacachina, gozando y olfateando sus aguas
densas, curativas y malolientes, Desde los cerros que
la rodean cubiertos de tofiuces rebotaba el calor del
arenal como una resonancia ineludible.
La ciudad habia sufrido bajo la ocupacién hasta
hacia cinco afios. Un lustro de angustias, ambivalen-
22
cias y agitaciones no es el mejor cicatrizante de
heridas civicas.
Entre 1883 y 1888 se sucedieron los gobiernos de
Iglesias y Caceres, la noche y el dia; el politico y
el guerrillero; la aristocracia rural y el tropero de
La Brena; la transaccién inevitable y la audacia in-
declinable; el bigote y las patillas; la cavilacién y
el somatén. Pese a mil errores del segundo, el pueblo
fue cacerista hasta 1893. Ica era pueblo y también
aclam6é a Caceres.
Por debajo de tales apariencias se desenvolvia un
sano espiritu campesino. Las pasiones estaban en
carne viva para atizarlas y orientarlas. Aquel afo
pronuncio Gonzalez Prada su famoso discurso del
Politeama. “Los viejos a la tumba, los jévenes a la
obra’, dijo el bello y magnifico apdéstol de cuarenta
afios, alto, erguido, claros los ojos, la tez blanquisima
y la diccién tan tacita que, como altavoz, hubo de
recurrir a la garganta de un joven auténtico a quien
confio la reSonancia de sus ideas.
Se vivia en plan de revancha; de patriotismo ar-
diente; de vendetta colectiva; de emocién a grito
herido, El Peri necesitaba volcarse en palabras y
actos, debia expresarse para reencontrarse. Los que
nacieron entonces venian destinados a ser gavroche
o Juan patriota. Tenia que ser asi.
Entre 1888 y 1895, Ica experimentd, pues, los efec-
tos de aquella crisis. { Qué crisis? Primero, la de per-
manecer fie] a la patria sin ser cacerista, Segundo,
la de permanecer fiel al agro, sin regatearse al
progreso. Tercero, la de ser agreste y a la vez parla-
mentarista.
Los Elias fueron liberales; uno de ellos, don Domin-
go, fundé el Colegio de Guadalupe en Lima; combatie-
ron a Castilla; se hicieron de las “manos muertas” de
los jesuitas; produjeron y mercaron algodon, oliva,
aceite, higos, esclavos, mangos, platanos, peras, li-
23
bertos, aguardiente, melaza, chancaca, hilados y vid.
Pero ‘sembrar y cosechar requiere capacidad de
espera. Sdlo espera quien confia. Sdlo confia quien
tiene fe. Sdlo tiene fe quien tiene un Dios. Solo tiene
un Dios quien cree en su salvacién. Sdlo cree en la
salvacién el que no se fia en sus propias fuerzas, En
la casa de los Valdelomar se creia, se confiaba, se
esperaba.
Alla por 1891 los iquefios vieron partir hacia Lima
a Victor M. Matrtua, zambo de dos metros de altura,
gesto mortecino, labio superior largo. Era locuaz,
estudioso, tremendamente osado, Iba directamente a
afiliarse a la Unién Nacional de Gonzalez Prada,
ja conquistar la fama que no aguarda! Poco antes
habia partido también con ambiciones, silogismos y
discursos, José Matias Manzanilla, achinado y son-
riente como una Monna Lisa tropical. Ica se cargaba
de presagios y rumores. De Nazca salian gritos de
combate; de Palpa, los de somatén; de Chincha, los
de apaciguamiento.
Alla por 1893 la playa de San Andrés de los Pesca-
dores atraia al turista, absorbiéndolo con sus raros
sortilegios marinos. En los alrededores de Pisco al-
zaba sus gruesas tapias la hacienda de Caucato. En
ella crecia la familia Valdelomar oriunda de Ica.
Era un clan apacible, regido por un padre severo.
Las circunstancias no eran favorables. Habia que
pelear. “Si alguien te zahiere, véncelo”, era el con-
sejo vulgar no siempre ejecutado. Abraham pens6 en
cumplirlo. Después recapacit6. Como resultado se ad-
hirid al paisaje cual molusco a la piedra. Se lo llevé
consigo como los caracoles cargan con su caparazon.
E] paisaje fue su nube y su lecho.
Pasaron los dias. Abraham no volveria a Ica sino
esporadicamente después de los veinticinco afios de
edad, practicamente para cobrar animos y después
para despedirse; para alistarse; para empezar a
24
morir. Pero, a pesar de azares y distancia, durante
toda su existencia guardé indeleble la imagen de
su infancia en la tierra nativa, Oigdmosle evocar el
puerto de Pisco, estrado de su nifiez, guardian de
sus insobornables inocencias y ternura. Tomamos el
pasaje de la dedicatoria de La aldea encantada, libro
que no llegé a aparecer con ese nombre. Va dirigido
a su hermana Jests, de la siguiente forma:

j;Cuan bello era nuestro pueblo en esos tiempos!


Aquella alameda que estaba a la izquierda de la
factoria, yendo hacia el pueblo, que se extendia
al sur rodeada de grandes sauces afiejos, por los
cuales apenas se filtraba la luz del sol, a cuya
sombra habia un claro y pequefio remanso de verde
transparencia, donde los bueyes y las ovejas dete-
nianse y bebian avidamente el agua. Aquella ca-
sona derruida que llamaban la Aduana Vieja, de-
lante de la cual arrastrabase como un reptil “el
zanjon’’, casona que servia de mercado en las
mafianas, de recreo a los de la escuela a toda hora
y de plaza de toros los domingos, El] muelle, el
algado y monétono muelle que ibamos a pasear
por las noches a la luz de la luna, en cuyo carrito,
empujado por los hermanos mayores, llegAbamos
hasta la punta, y sentandonos alrededor del faro,
oiamos, en el silencio marino, el chasqueo miste-
rioso de las aguas, abajo, en las escaleras de
fierro, mientras las lanchas panzudas y caden-
ciosas, danzaban gravemente al compas de la ma-
rea. ..chas. . .chas.
Y la factoria, casa de calamina que era como un
hospital donde curaban a las locomotoras y a los
carros del tren, toda rodeada de fierros, de ejes
rotos, que yacian como brazos mutilados, ruedas
pesadas que envolvia la grama, despedazados ca-
rros en actitud de heridos, calderas que el mohko
25
habia carcomido, trozos de carbon y rieles paralelos
y brillantes que trillaban el camino; al lado, un
alto tanque de agua, que goteaba siempre, donde
bebia la locomotora, y bajo el cual crecian espiga-
ditos, como nifios enfermos, maices y trigos. Y la
estacién tan grande, pintada de blanco, con sus
andenes de madera que temblaban cuando llegaba
el tren de Ica, pujante y terrible, en medio de la
calle que hacia la agrupada gente, y, al detenerse,
descendian los pasajeros, llenos de tierra, y entre
ellos, Canela, el viejo conductor, que traia siempre
cartas o recados para nuestros padres.
En el pueblo, la Plaza de Armas, poblada de
seculares ficus, verdes, coposos, protectores, que
daban sombra y paz a los cansados, en sus ban-
quitas de madera; la Iglesia, aquella antigua Igle-
sia de la Compafiia, en cuyo frontispicio habia dos
dragones pintados, y detras de la cual, un jardin
tan misterioso y dificil de ver: el cementerio, tan
triste con su solitaria avenida, blanquiza y sali-
trosa como el camino de la muerte; la Iglesia
antigua y tapiada, nido de bthos, tema de leyen-
das, por cuyos agujeros se veia siempre la nave
silenciosa y cubierta de tierra, la sacristia oscura,
el bautisterio silencioso, y, en el fondo, el altar
mayor, donde se desangraban los ladrillos de los
muros, y el cochecito que hacia viajes entre el
Pueblo y la Plaza, halado por dos mulos viejos y
taimados, al sonar alegre de su campanita.!
La persistente imagen de la infancia reaparecera
una y otra vez en la obra literaria de Valdelomar.
Como su tierra, ella sera dulce, luminosa, tierna,
sencilla, hecha de campo, mar, sol y de melancolia.

1 A. Valdelomar, Dedicatoria de La aldea encantada.


mn Le Lima, 1916. Cfr. Obra poética, Lima, 1958,
s. 14.
26
II]. “Y LA ALEGRIA NADIE ME LA SUPO
ENSENAR”

HEMOS dicho que Pedro Abraham Valdelomar y


Pinto nacié en Ica en 1888, Las dudas mas acerbas
—si las pudiera haber— surgen en torno del dia de
su natalicio: {16 o 27 de abril? Claro que no se
trata de un dato esencial. Se puede ser buen o mal
escritor naciendo en fecha distinta a la que la gene-
ralidad le asigna: suele ocurrir.
Seguin la partida de bautismo, “en esta Santa
Iglesia Matriz parroquia de San Jerénimo de la ciu-
dad de Ica”, el cura interino Manuel Bao, certificaba
que “el 4 de Junio de 1888” habia:

exorcizado, bautizado y puesto 6oleos y crisma a


un nifo de un mes diecinueve dias a quien puse
por nombre Pedro Abraham, hijo de Anfiloquio
Valdelomar y de Carolina Pinto, Fueron sus pa-
drinos Juan Gonzalez y Hermelinda Carrasco.

Hechos los calculos, el nacimiento habria ocurrido


el 16 de abril; o sea el 4 de junio menos un mes
y 19 dias; pero no fue asi: el escriba parroquial se
equivocé segin era uso; debid escribir: “con un
mes y nueve dias”.
Frente a aquella perentoria afirmacién surge la
del propio Abraham, quien en dos ocasiones aclara
la cuesti6n: primero, en la referencia cronolégica
que acompafia a su nombre en el indice de Las voces
multiples (1916); y segundo, en una nota de pie de
pagina, inserta en los apéndices del tomo El caba-
llero Carmelo. En la primera inscribe “(Ica, 27 de
27
Abril de 1888)”; en la segunda indica haber nacido
“e] 27 de Abril de 1890”.
Surgié asi la duda; pero desvanecida ya, la fija-
cién del 27 de abril no es desde luego obra de un
escritor antojadizo, como sugiere el sefor César
Angeles Caballero,2 sino que proviene del propio in-
teresado y de la fecha del santo del natalicio pues fue
uno de los Pedros del santoral: San Pedro Armengol,
y tiene todos los visos de exactitud por cuanto no es
dable que nadie altere el dia de su nacimiento; en
cambio es frecuente que muchos cambien el ano, como
seria el caso.
Segtin la partida de bautismo estaria correcta la
fecha del 16 de abril de 1888. La primera gran obje-
cién contra ella proviene, segin se ha dicho, del
mismo escritor.
En 1918, Alberto Hidalgo publicé un elogioso re-
portaje a “El Conde de Lemos” en el que lo presenta
como de 82 anos. Valdelomar reproduce el articulo
de su amigo poeta, con una nota de pie de pagina de
El caballero Carmelo, nota en la que textualmente se
confiesa de 28 afios, 0 sea como nacido el 27 de
abril de 1890. He aqui el texto:

,Treinta y dos anos? Mi buen Hidalgo, mi


ilustre quechua, mi querido poeta: yo naci
el 27 de abril de 1890; tengo, pues, veintiocho.
Que la historia no se confunda.

(En realidad tenia treinta, no treinta y dos ni tam-


poco veintiocho.)

1 Cfr. Ricardo Cheesman, Prélogo a Valdelomar, Obra


poética, Lima, 1958. Cfr. Valdelomar, El caballero Car-
melo, Lima, 1918, Apéndice, p. 26.
2 Cfr. Angeles Caballero, Valdelomar, vida y obra, tea,
1964, p. 14,
28
.

Agreguemos como se ha dicho, que Valdelomar re-


cibid en la cuna el nombre de Pedro, ademas del de
Abraham, por cuanto el 27 de abril es dia de San
Pedro Armengol. La edad que se adjudicé en la nota
aclaratoria de 1918 concuerda con su primera ma-
tricula en San Marcos el 19 de abril de 1905, donde
dice: “Abraham Valdelomar, natural de Ica, de 15
anos: de edad, hijo de Don Anfiloquio Valdelomar y
de Dona Carolina Pinto.”3
Sustraigamos: 1905, menos 15, igual a 1890. Sin
embargo, la matricula del ano 1910 rectifica la crono-
logia anterior. Es del 19 de julio de 1910 y dice:
“Pedro Abraham Valdelomar, de 22 afios de edad,
hijo de Don Anfiloquio Valdelomar y Donia Carolina
Pinto’, etc.
Sustraigamos: 1910, menos 22, igual a 1888. Frente
a estos datos caben algunas otras sencillas conside-
raciones:
a) Valdelomar amaba la ficcién y gustaba de pa-
recer mas joven, mas blanco, mas elegante, mas aris-
tocratico de lo que era; esto explicaria la pretendida
reduccién de dos afios;
b) Dadas las mismas circunstancias, Valdelomar
habria preferido nacer el 16 y no e] 27 de abril, por
ser aquélla la fecha del Inca Garcilaso, de Cervantes
y de Shakespeare;
c) No es admisible que un libro parroquial de 1888
registre nacimientos ocurridos después;
d) La familia del] artista y su novia Consuelo Silva
Rodriguez sefialan e] 27 de abril como el del onomas-
tico. Consuelo agrega que ella, nacida en 1892, era
tres afios menor que su novio: en realidad eran
cuatro;

3 Libro de matriculas de la Facultad de Letras de la


UNMSM, 1896, 1908, t. 16 y p. 154.
29
e) Los amanuenses de parroquia eran poco habiles
en ortografia y aritmética: sus errores son frecuen-
tes, innumerables. A menudo confundian los datos:
aqui 19 dias debian ser 9 dias y la cuenta saldria
exacta;
Conclusién: Abraham nacié, pues, el 27 de abril
de 1888.
Los padres de Valdelomar fueron, segtin dijimos,
don Anfiloquio Valdelomar y dofa Carolina Pinto;
él era agricultor y empleado de aduana, pero no de
Caucato como se ha afirmado. En cuanto a sus ances-
tros disponemos de nueva informacion.
Por investigaciones recientes se sabe que Diego
Valdelomar y Pacheco, sobrino del pentltimo virrey
don Joaquin de la Pezuela y Sanchez (o de la Pezuela
y Valdelomar, dice Diaz Falconi),* es el primer an-
tepasado del escritor en el Pert. Don Diego se habia
casado dos veces: de su primer matrimonio nacieron
Carmen, Luisa y José de la Rosa Valdelomar y Quin-
tana; del segundo, que fue casado con Maria Fajar-
do, nacieron Gertrudis, Anfiloquio, Balbina, Cesarea
y Manuel] José.
Cuenta Diaz Falconi, a tenor de los documentos
que habria compulsado, que don Diego “poseia en
Ica la hacienda llamada San Miguel” y que a su
muerte, su hijo José de la Rosa, tnico varén del
primer casamiento, posesionose de todos los bienes.
Como refrenda el propio Abraham (citado por Diaz
Falconi), no hubo, a causa de tal suceso, separacién
entre la familia de los Valdelomar Quintana y los
Valdelomar Fajardo; los nietos descendientes de
Maria Fajardo, solian visitar San Miguel que estaba
en manos de los Valdelomar Quintana.

4 Julio Diaz Falconi, La dimension del recuerdo en Val-


delomar, Univ. de San Cristébal de Huamanga, Fac. de
Educacién, 1965 (ed. mimeografiada), p. 1.
30
Anfiloquio Valdelomar Fajardo nacié en 1847. No
recibid herencia alguna a causa de la altaneria de
su medio hermano José de la Rosa; la modesta ri-
queza que levanté con su esfuerzo la perdié durante
la guerra del Pacifico (1879-1883). Ocupada Lima
por los chilenos, don Anfiloquio Valdelomar Fajardo
regreso a Ica. Ahi residiria en la casa nimero 286
del Jiron Arequipa que es en donde nacié Abraham,
cuatro o cinco afios después, en 1888, segtin se ha
dicho.
4Como era el padre de Abraham? El lo describe
asi: “Mi padre que era empleado en la Aduana, tenia
un hermoso tipo moreno. Faz tranquila, brillante
mirada, bigote prdodigo. Los dias de llegada de algtin
vapor vestiase de blanco.”
En un verso de ese tiempo decia Valdelomar: “Mi
padre era callado.”
De la madre dijo siempre, en prosa y verso, que
era “dulcemente triste”, o sencillamente “triste”’.
Don Anfiloquio era en 1892 empleado en la aduana
del puerto de Pisco. La prole habida de su matri-
monio con Carolina Pinto (que debidé datar de 1876
aproximadamente) tom6 como residencia la caleta de
San Andrés de los Pescadores, inmediata a dicho
puerto, segtin lo evoca e] escritor en uno de sus
cuentos, Abraham tenia entonces cuatro afios:

Yo era el sexto de mis hermanos; naci algunos


afios después de la guerra, mi padre no tenia tra-
bajo y para buscarlo se habia alejado a otros
pueblos. Tendria yo seis afios, y el mayor de mis
hermanos dieciocho, y viviamos en una casita donde
el tinico objeto extrafio a las paredes y a los te-
chos, el tnico mueble, el tnico menaje era un

5 Cfr. Valdelomar, Los ojos de Judas, 1914. Cfr. El


caballero Carmelo, Lima, 1918.
3
fiorbo que se enredaba en el corral y a donde se
reunian al amanecer, para cantar, los gorriones.

Los hermanos Valdelomar Pinto se llamaban: Ro-


berto (nacido en 1877), Anfiloquio (en 1879), Ana,
José, Rosa, Abraham (1888), Jestis, Héctor y Maria.
Precisando, paradéjicamente, con la inevitable va-
guedad poética de una evocacién literaria, el propio
Valdelomar describe la ruta de sus primeros anos:

Yo soy aldeano y me crié a orillas del mar vien-


do mis infantiles ojos, de cerca y permanentemen-
te, la naturaleza. No me eduqué en los libros, sino
en el creptisculo. Mi profesor de religién fue mi
padre, y lo fue después el firmamento. Mis maes-
tros de estética fueron el paisaje y el mar; mi
libro de moral fue la aldehuela de San Andrés de
los Pescadores, y mi tnica filosofia la que me en-
sehara el cementerio de mi pueblo, Yo dejé el
pueblo amado de mi coraz6n a los nueve afios.®

6 Abraham Valdelomar, “De natura rerum’, art. en


La Prensa, Lima, 26 de marzo, 1917. Escrito este libro, ha
Negado a mis manos un valioso trabajo de analisis estilis-
tico sobre El caballero Carmelo, en una de cuyas notas,
la numero 15, al capitulo IV, se insiste en la predileccién
de Valdelomar por el creptsculo (vespertino), lo cual tam-
bién ha sido sefalado por Maureen Ahern. Cfr. Armando
Zubizarreta, Perfil y entrana de El caballero Carmelo, Li-
ma, Universo, 1968, p. 176; Maureen Ahern, “Mar, magia
y misterio en Valdelomar”, en Sphynx, numero 18, Lima,
1960. De paso, Zubizarreta incurre en un leve, pero repe-
tido error al dar como apellido materno de Ricardo S. Ve-
gas Garcia, el de Castillo, confundiéndolo con Manuel
Vegas Garcia Castillo, cronologista, no adicto a la literatu-
ra. También me parece que considera (p. 180) a Jests
como la hermana menor de Abraham, habiéndolo sido
Maria. Cfr. Diaz Falconi, op. cit.; Valdelomar, “Brillantes
inconexiones estéticas”, en Fénia, nim. 15, Lima, 1968.

32
Olvidando momenténeamente la extraordinaria be-
lleza y frescura de esta penetrante y sentida evoca-
cidn de su ninez, recojamos con lamentable prosais-
mo el dato exacto: “Yo dejé el pueblo amado de mi
corazon a los nueve anos’, es decir en 1897, dos
anos después del triunfo de la coalicién civico-dem6-
crata, o sea del triunfo de Piérola,
La familia pas6 entonces a Chincha, donde Abra-
ham siguiéd sus estudios de primaria. Los de secun-
daria los iniciaria en Lima en 1900. Ello querria
decir que principio sus estudios de primaria en Pisco,
o que los realizo en su casa, lo cual no era raro en-
tonces; que su padre tenia relaciones cordiales con
algunos pierolistas influyentes, tal vez con Guiller-
mo E. Billinghurst, cuya amistad frecuentarian mas
tarde tanto el padre como los hijos durante el periodo
de 1912-1914. Billinghurst permanecié al lado de
Piérola desde 1881 hasta que rompié con é1 antes
de que terminara el periodo presidencial de su jefe
y caudillo; la ruptura se debié a la herencia politica
de aquél. Billinghurst pretendié ser el sucesor de
Piérola y se opuso al arreglo de éste con Romafna,
a@ quien, con toda razon, consideraba un enemigo
natural de Piérola y del Partido Demécrata o piero-
lista y demasiado cerca del clericalismo y los civilis-
tas. El vaticinio de Billinghurst esta justificado por
la historia.
Désde 1897, o sea a los dos afios del triunfo de la
Coalicién, la familia Valdelomar-Pinto residia en
Chincha, a pocos kilémetros al sur de Pisco. Parece
que don Anfiloquio trabajaba en una panaderia con
un sueldo de quince soles al mes, lo cual no era ni
mucho ni poco: era un salario corto, pero no pau-
pérrimo, Veinte afios después, pagaban cinco soles
por articulo periodistico al propio Abraham, o sea
cien veces menos que hoy, y hoy se paga probable-
mente doscientas veces mas que en 1897.
33
Abraham fue matriculado en la Escuela Municipal
No. 3 de Chincha. Tres afios mas tarde, en 1900, la
familia decidid mandarlo a Lima para que Abraham
cursara la secundaria en el Colegio Nacional de Nues-
tra Sefiora de Guadalupe.
Hemos tratado de reconstruir la vida de Valdelo-
mar en el viejo y aguerrido Guadalupe, Era éste un
colegio significativo. En él se reflejaban el pensa-
miento y las tendencias basicas de la sociabilidad
peruana. No olvidemos que Guadalupe fue esta-
blecido por Domingo Elias, liberal iquefio (liberal
y terrateniente como solia ocurrir) y que don Se-
bastian Lorente, liberal espafiol, exiliado por los
conservadores de su patria, se encargé de engran-
decerlo. Tampoco olvidemos que los Galvez de Ca-
jamarca, paradigmas del liberalismo decimonénico,
se atrincheraron en Guadalupe para resistir a los
conservadores carolinos que seguian a don Barto-
lomé Herrera.
Los provincianos buscaban en Guadalupe la anti-
Lima (no “Lima, la horrible’, estipida denomina-
cién, fruto de un despecho precoz e irremediable).
Valdelomar, en sus once afios tempraneros y voraces,
se adhirié a su plantel como la hiedra a las colum-
nas fundamentales del hogar.
En aquel tiempo la secundaria constaba de seis
anos; a partir de enero de 1902 quedaria reducida
a cuatro, segtn la “Ley Deustua’’, con la cual se creé
la obligatoriedad de los dos afios preparatorios de Le-
tras o Ciencias en la Universidad para seguir las
profesiones de abogado o médico, respectivamente.
En 1900 Abraham aprobé el primer afio de media;
en 1901 el segundo, No concurri6 al colegio en 1902,
precisamente el afio en que tuvo lugar la reforma.
En 1903 curs6é el tercer afio, ya dentro del nuevo
plan de cuatro. En 1904 cursaria el cuarto afio:
tenia dieciséis.
34
«lt
pe Cd = —
: a

i Quiénes fueron los maestros secundarios de Val-


delomar? jQuiénes sus condiscipulos? Comencemos
por los segundos.
De la revisi6n del Archivo de Actas de Examenes
y de la Memoria del Director de Guadalupe, corres-
pondiente a 1904, obtenemos la siguiente informa-
cidn al respecto.
Podemos afirmar que, por lo menos desde 1903,
uno de sus compafieros de clase fue el fino y aris-
tocratico piurano Felipe Cossio del Pomar, nacido
en 1889, un afio después que Abraham. Felipe era
elegante, buen mozo, esteta, de ojos Avidos, voz sua-
ve, ademanes corteses e inteligencia clara, Otro de
los condiscipulos fue Santiago Anttinez de Mayolo
(de Ancash), nacido en 1889: muchacho inquieto,
moreno, imaginativo, carne de cientifico, sabio fu-
turo. Mario Cas6és, limefio, hijo del famoso politico,
novelista y orador Fernando Casés. Mario sobrevive
a su generacion hasta el momento en que escribo
estas lineas (1968); fue bohemio en Paris, zuavo en
el Vaticano, bonvivant en Lima. Cuenta ochenta afios.
Igualmente Ciro Napanga Agiiero, huancaino, de vi-
gorosa vocacion de naturalista. Eulogio Castillo (de
Lambayeque), muchacho agresivo, enteco, agil y
taciturno; acabaria siendo militar, miembro de la
Junta de Gobierno de 1931, y traicionando a su pro-
tector Augusto B. Leguia, también lambayecano. Otro
condiscipulo de Abraham fue el apuesto adolescen-
te Enrique Basadre Pastor, hijo del médico moque-
guano Enrique C. Basadre y de mi tia la bellisima
Narcisa Pastor, viuda de Natalio Sanchez, mi tio
abuelo y héroe de la batalla de Miraflores.
Es curioso, Felipe Cossio, Enrique Basadre y Abra-
ham fueron dados a la elegancia y al sibaritismo:
eran buenos mozos y costefios; Antinez y Napanga
preferian la ciencia: eran feos y serranos. De Cas-
tillo mejor es no hablar.
35
Ahora recordemos a los profesores:
Quizds el mas influyente por su prosapia, su cul-
tura, su curiosidad y su elegante cinismo fue Luis
Varela y Orbegoso, que en las columnas de El Co-
mercio popularizé6 el seudédnimo de “Clovis”. Varela
era hijo del magistrado Felipe Varela y Valle, vas-
tago de antiguo linaje virreinal, y de dofia Rosa
Orbegoso y Riglos, una de las mas bellas, aristocra-
ticas, finas y controvertidas limefias de fines del
XIX y comienzos del Xx. “Clovis” ensenaba historia
y geografia. Era un hombre de refinado gusto y de
pocas inquietudes donjuanescas. “Clovis” permane-
cié fiel a la memoria de su amado discipulo hasta
su muerte, acaecida en 1930, once afios después de
la de Valdelomar,
Rodolfo Zavala y Leopoldo Cortés ensefaron a
Abraham el culto del idioma. Don Rodolfo era mi
vecino. Habitaba en una casa de la calle de Mono-
pinta, casi al llegar a la de Quilca. Era empedernido
célibe y voracisimo lector. Tenia un lindo y pequeno
jardin entre la calle y el corredor de su sala. Alli
instalaba su mecedora, se mecia y se enfrascaba en
sus terribles libros. Don Rodolfo tenia un aspecto
quijotesco: alto, magro, de barba gris y corta en-
cuadrandole el rostro enjuto; los ojos profundos;
la sonrisa facil aunque tuviera el aire severo; sus
piernas eran largas y flacas; el chaqué rabicorto y
verdoso, Tenia dos canarios, una lora, un gato y su
soledad.
Leopoldo Cortés, al contrario, respiraba o tras-
piraba vitalidad. De ojos enormes y verdes, bajo una
ceja de arco perfecto; usaba un bigote felino para
ocultar la sonrisa diabdlica, sobre todo cuando be-
bia mas de la cuenta, lo que ocurria con frecuencia.
Solia caminar con las manos cruzadas a la espalda.
Vestia con acicalamiento. Estaba casado con una
hermosa mujer de apellido Gémez Carrillo; habian
36
procreado varios y apuestos hijos e hijas. Escribia
editoriales en El Diario, periddico oficial durante el
primer gobierno de Leguia (1908-1912). Su estilo era
conciso y cabal.
Uno de los profesores de matemdticas de Abraham
se llamaba Enrique Guzman y Valle, a quien los mu-
chachos apodaban “Pajarito” por su flacura, delica-
deza y fragilidad. E] otro profesor de matemAaticas
era el doctor Artidoro Garcia Godos, hombre exi-
gente y brusco, la antipoda de Guzman y Valle.
En historia, el Colegio de Guadalupe sufria la
imperiosa férula de don Manuel Marcos Salazar y
de su hijo Constantino. Don Manuel Marcos usaba
una perilla muy napolednica (de Napoleén III, se
entiende) ; unas gafas de Merlin; unos ojos de ende-
moniado y un método de Maestro Ciruela. El hijo,
Constantino, era menos movedizo, aceitoso y blan-
do. Se gastaba una sotabarba o papada digna de un
cardenal, Solia caminar como abanicandose. Miraba
al sesgo. No era raro que llevara una o dos paltas en
la mano, como para inspirarse. Padre e hijo conocian
sus textos de memoria; asi los recitaban. E] texto de
Gustave Le Bon, oratorio y sonoro, gozaba de todas
sus complacencias.
Para coronar aquella heterdclita piramide magis-
terial, pondremos en la cima al “Mono” La Barrera,
clasico entre los clasicos profesores de idiomas del
medio Pert. El “Mono” La Barrera parecia escapado
de una ilustracién de El origen de las especies de
Darwin. Usaba patillas blancas a la espafiola, abier-
tas en las mejillas dejando libre el mentén; y hablaba
saltando como un simio, sobre todo para reforzar
el empleo de ciertos verbos, por ejemplo, to jump.
La impronta de ese grupo de profesores, casi todos
finos, y todos muy capaces, se grab6é indeleblemente
en el Animo del adolescente iquefio. Me atreveria
a decir que ellos le formaron tanto como la madre,
37
el mar, la brisa, la paraca, los gallos, la pesca, las
leyendas, los fantasmas y los acrébatas de la in-
fantil playa de San Andrés de los Pescadores; del
frutal Caucato; de la egl6gica Chincha; de la apaci-
ble y cdlida Ica. Naturaleza y leccidn humana se
dieron cita en aquel muchacho sencillo, curioso,
delicado, imaginativo y sensual; el resto lo hicieron
la universidad, la redacci6n, los libros, los fumade-
ros, los viajes, las plazuelas y la vida.
No adelantemos demasiado.
iCudles fueron los cursos o asignaturas mas f4a-
ciles y mas dificiles para Abraham? Debo recordar
aqui algo que dije a propodsito de Chocano: “El poeta
fue el mejor alumno de algebra de su generacion.”
Un ‘examen primordial de las calificaciones que
obtuvo Abraham durante su permanencia en la sec-
cién secundaria del Colegio de Guadalupe puede ofre-
cer una idea acerca de sus curiosidades y tenden-
cias. Los hemos recogido de las Actas de Examen.7
La escala de entonces iba de cero a veinte; el apro-
bado era el 11 y el sobresaliente el 17. En el primer
afio, 1900, las calificaciones de Valdelomar fueron:
Gramatica castellana 14
Latin 11
Geografia 10
Historia de Oriente 12
Francés 10
Aritmética demostrada 12

De este cuadro se desprenden varias contradic-


ciones: precisamente en aquello que Valdelomar ama-
ria mas (la naturaleza, la geografia y el francés)
fracas6, lo cual podria indicar que recibié mala en-
sefanza.

7L,. A, Sanchez, Valdelomar, smal estudiante? Y un


poema inédito, Lima, Lib. Mejia Baca, 1966, pp. 8-9 (edi-
cién restringida de 3800 ejemplares).
38
De hecho, como artista, Abraham amaba el pai-
saje, la cubierta de la tierra: debieron —como se
debe— introducirlo en su médula por medio de su
envoltura. Del francés amé siempre la souplesse y
la nuance (el matiz); le chocé la rigidez de la gra-
matica.
Durante el segundo afio de secundaria (1901) sus
notas fueron como sigue:

Geografia de América y Europa 12


Geografia del Pert ml
_Aritmética demostrada 11
Gramatica castellana a
Algebra 11
Geometria plana 16

Corresponde 1901 a sus trece o catorce afios de


edad, o sea a la pubertad, época de indecisién, per-
turbada y perturbadora. Se define su vocacién por
las artes plasticas a través de la geometria plana.
En el tercer ano, cursado en 1903, ofrece el si-
guiente cuadro de calificaciones:
Gramatica castellana 11
Filosofia elemental 11 (No se presento a
la prueba final)
Historia de la Edad Media 2
Algebra (de cargo) 03
Geometria del espacio 14
Trigonometria (promedio) 14 (No rindi6é exa-
men final)
Fisica aly
Historia del Pert 17
Aleman 11
Mecanica iG!
Historia natural is

A los quince afios ya esta definiendo su vocacidn:


habilidad plastica, vocacién a lo legendario, amor a
las formas y a los hechos matematicos y poéticos de
la Fisica y la Historia natural.
39
En el ultimo afio (1904) los resultados fueron los
siguientes:

Musica 15
Matematicas 14
Ciencias naturales hg
Dibujo 12
Fisica 11

El adolescente Valdelomar se ha estabilizado in-


telectualmente. Vale anotar que sus dos profesores
de dibujo, Antolin Robles y Enrique Géngora, usa-
ban lapiz y tinta china; no tuvo maestro en colorido.
Tampoco, llegado el caso, empleara otros colores que
el blanco y el negro, bien sea usando la tinta china, el
crayon o la gouache.
La escuela imprime caracter. Durante su perma-
nencia en Guadalupe, Abraham se asocia a uno de
sus condiscipulos, también de origen iquefio, Manuel
A. Bedoya, y funda con él la revista titulada La
Idea Guadalupana.
Corria 1903. Bedoya pertenecia a una recia familia
cacerista. Era un mozallén robusto, mas bien gordo,
blanco, de labios abultados, frente alta, andar de plan-
tigrado, mirada escrutadora, trompeador y vociferante.
Le gustaban las palabras exdéticas y los insultos na-
tivos. Tenia la misma edad de Valdelomar. Escribia
con rabia y pasiédn. Acabaria firmando “El Primo
Basilio” y publicando dramas truculentos y novelas
policiales. Bedoya era el color; Abraham, el matiz.
Asi juntaron en dos vidas paralelag el inolvidable
precepto de Verlaine en su Art Poétique: “Pas de
la couleur, tout de la nuance.”

40
Ill, “LA CAPA DEL ESTUDIANTE...”
(1904-1912)

UNA DE las facetas menos conocidas de Valdelomar


es la de estudiante universitario. Se sabe, y se repite,
que en 1912 formé un club politico a favor de la
candidatura presidencial de don Guillermo E. Billing-
hurst, de quien fue una especie de secretario privado
y gran propagandista. Pero lo demas queda absoluta-
mente en la penumbra. Con la eficaz cooperacién del
personal del Archivo Central “Domingo Angulo” (de
la Universidad Mayor de San Marcos, que dirige el
historiador Carlos Daniel, y con la de Willy Pinto
Gamboa, gran valdelomarélogo), he logrado obtener
los datos que en seguida reproduzco y enlazo, a fin
de que el lector obtenga una visidn mas adecuada de
lo que Valdelomar fue en la Universidad y lo que
ésta signific6é para él.
Muchacho precoz, al terminar su secundaria a los
dieciséis anos, resolvid matricularse en la Univer-
sidad Nacional Mayor de San Marcos, como era na-
tural. Sdélo que, segtin suele ocurrir en tales casos,
la informacién que sobre si mismo proporcion6 al
matricularse no era exacta, y choca con otra que
presenté al matricularse de nuevo cinco anos mas
tarde.
De la primera matricula fluiria que Abraham habia
nacido en 1890 como él gustaba afirmar falsamente
en 1918; de la segunda, resulta restablecido el afio
preciso: 1888.
He aqui cémo se presenta, por intermedio de su
hermano Anfiloquio, a la primera matricula en la
Facultad de Letras de San Marcos:
4]
ABRAHAM VALDELOMAR, natural de Ica, de 15
afios de edad, hijo de don Anfiloquio Valdelomar
y de dofia Carolina Pinto, domiciliado en la calle
Pajuelo 92, queda matriculado en los cursos de
Filosofia subjetiva, Literatura antigua, Litera-
tura castellana, Historia de la civilizacién an-
tigua e Historia critica del Peri pertenecientes
al primer afio de esta Facultad. Lima, 19 de
abril de 1905.1 (Firmado) P, Abraham Valdelo-
mar, A. Valdelomar. Pagé derechos. (Firmado)
Villagarcia.?

El firmante en esa ocasién, repito, pudo haber


sido Anfiloquio, el padre, o Anfiloquio Valdelomar
Pinto, hermano mayor de Abraham.
El secretario firmante, Villagarcia, era el doctor
Adolfo Villagarcia, abogado, catedratico, secretario
de la Facultad, también natural de Ica, y mas tarde
vocal de la Corte Suprema de Justicia y catedratico
de Filosofia antigua.
Valdelomar no aprobé los cursos del primer afio
de Letras. Lo habia ganado por completo el ambien-
te periodistico. Asi, entre 1906 y 1910, se dedica a
dibujar; al mismo tiempo empieza a escribir: Con-
tempordnea, Monos y Monadas, Cinema, jEsté Usted
Bien?, Siluetas, Ilustracién Peruana, 0 sea las re-
vistas de esa época, que acogen numerosos dibujos,
caricaturas y poemas del joven iquefio, quien sdélo
en 1910, después de una tregua de cinco afios, decide

1 El 19 de abril de 1905 tenia exactamente 16 ajnos,


11 meses y 22 dias.
2 Iibro de Matriculas de la Facultad de Letras de la
UNMSM, 1896-1908, vol. No. 167, p. 154. Los datos sobre
la Universidad los debo al Dr. Carlos Daniel ValcArcel,
director del Archivo “Domingo Angulo’, de la Universi-
dad de San Marcos.
42
za Laid
—=

reanudar sus estudios universitarios, segin consta


del siguiente asiento:

Pedro ABRAHAM VALDELOMAR, natural de Ica,


de veintidéds afios de edad, hijo de don Anfiloquio
Valdelomar y de dofia Carolina Pinto de Valdelo-
mar, domiciliado en la plazuela de la Penitencia-
ria, 1159, queda matriculado en el Primer afio de
Letras y en los cursos de Civilizacién moderna,
Filosofia objetiva, Filosofia moral, Sociologia, Li-
teratura moderna e Historia critica del Pert,
correspondiente al Segundo afio. Lima, 9 de julio
de 1910. (Firmado) P. A. Valdelomar. No. 118. Re-
cibo No. 202, de la Tesoreria. (Firmado) Pedro
Lépez Aliaga.4

De aqui se desprende que Valdelomar rindi6é sélo


algin (o ningtin) examen en 1905, y que en 1910 se
le agregaron a las ya pendientes cinco asignaturas
mas. Consta también que esta segunda matricula la
hizo con notorio atraso, pues el afio académico em-
pezaba el primer lunes de abril posterior a la Sema-
na Santa. En descargo podria afirmarse que, en aquel
tiempo, Abraham habia sentado plaza de soldado en
el Batall6n Universitario, a causa del stbito conflicto
bélico con Ecuador, Durante el acuartelamiento en
el norte escribi6 las crénicas Con la argelina al vien-
to, dedicadas a Rafael Belatinde, su condiscipulo, que
le valieron un galardén del Municipio de Lima. Es
probable que la compafiia de Riva Agtiero, Juan Bau-
tista de Lavalle, Felipe Barreda y Laos, José Galvez,
Raymundo Morales de la Torre, Oscar Miré Quesada,

3 Libro de Matriculas, cit. Vol. 168, 59.


4 Son doce cronicas: diez aparecidas en El Diario
entre el 14 de abril y el 18 de junio de 1910 y dos en
La Opinion Nacional.
43
Rafael Belatinde, Constantino Carvallo, en el vivac, le
inspiraran el deseo de volver al redil universitario,
pero... con muy poco éxito.
Las crénicas del vivac acusan cierta frivolidad
contagiosa. El] joven recluta considera su acuartela-
miento como una kermesse, Aprovecha la franquicia
que le ofrece su diario para referirnos anécdotas
pintorescas, algunas de ellas picantes, casi todas rebo-
santes de sano regocijo, de ingenua bohemia. Las
figuras de sus compafieros de batallén, los hechos
y dichos de aquella pléyade, asi como las ocurren-
cias de los instructores, jovenes alféreces y tenien-
tes, cubren por completo toda sensacién de acritud,
de peligro y de sacrificio. Valdelomar aparece en
Con la argelina al viento como un muchacho curioso
y travieso, de buen gusto, duefio ya de una expre-
sidn directa y armoniosa, que dice lo que quiere
decir con las palabras de su agrado, sin alambica-
mientos, sin retorceduras, sin erudicién indigesta,
sin rencor patriota, sin declamaciones ni diatribas
contra los potenciales enemigos dei otro lado de la
frontera, Ello explicara, pocos anos mas tarde, la fra-
terna amistad que lo unira a los poetas del Guayas
de la “Generacién decapitada” y la imitacién ce-
nida de que fue objeto en muchas de sus poses por
parte de Medardo Angel Silva, el malogrado poeta
suicida de El drbol del bien y del mal.
Al afio siguiente, 1911, hallamos otra matricula
en la que ni siquiera se ha alterado la edad de 22
anos; tampoco han variado los cursos de 1910, los
cuales quedan especificados asi: “Sicologia y Lé-
gica, Literatura castellana, Civilizacién antigua (del
Primer afio), Historia critica del Pert, Literatura
moderna, Civilizacién moderna, Pedagogia y Esté-
icone
Es posible que existiera un entredicho entre el jo-
ven estudiante y el implacable y magnifico profesor
44
de Filosofia, Deustua; con el festivo profesor de Lite-
ratura castellana, el sanchopancesco doctor Manuel B.
Pérez, y con el ciclico y caprichoso don Manuel Mar-
cos Salazar, catedratico de Civilizacién antigua y
moderna.
Para el buen orden del relato y una mejor com-
prension de esta personalidad “sencilla y complica-
da”, segtin el verso de Dario, conviene recordar que
a los dieciséis afios (tentativamente hacia 1904), al
concluir su secundaria e ingresar a la Universidad,
habia escrito una novela corta, titulada Yerbasanta,
de tono y manera diferentes a las que publicaria
en 1910 y 1911, pero bastante semejante a los me-
jores cuentos (también probablemente de fecha muy
anterior a su edicién, 1911 y 1912), por su ambiente
aldeano y su contagiosa ternura doméstica. La de-
dicatoria de la novela, llena de evocaciones y colori-
do, dice:
Novela pastoril, escrita a los diez y seis afios,
en mi triste y dolorosa nifiez, inquieta y pensati-
va, que exhumo en homenaje a mi hermano José.
Es un relato poético, semejante a algunos que en
esos dias publicaban Gregorio Martinez Sierra y
Ramon del Valle Inclan, apretados de sentimientos
misticos, de sollozante recordar, de juventud, ino-
cencia y melancolia; y, ademas, tefiidos por un
aniego de muerte, ubicuo personaje, sensacién plu-
ral que, como una maldicién, desde entonces bana
todos los intersticios del alma de Valdelomar, en su
adolescencia, hasta llegada la hora de su muerte,
sin haber terminado su juventud.
En 1911 también escribe el drama en dos actos
El vuelo, sobre la tragedia de Carlos Tenaud, un
aviador que murié en Lima, después de larga para-
lisis ocasionada por la caida de su aeroplano, de su
Terrible premonicién!
Bleriot. j;
45
La tercera matricula de Valdelomar en San Mar-
cos esta fechada el 17 de abril de 1911.° Ha des-
aparecido, de la firma del alumno, el nombre de
Pedro; ahora escribe “Abraham Valdelomar”’ a se-
cas. Sigue habitando en la plazuela de la Peniten-
ciaria, donde lo visité muchas veces entre los anos
de 1917 y 1918.
El] 24 de mayo de 1912, Valdelomar se matricula
por cuarta vez en la Facultad de Letras, siempre
en los mismos cursos, 0 sea, que en 1911 no habia
rendido examen alguno. En esta ocasion, 1912, fir-
ma por é] Luis G. Rivero, poeta lirico, también ique-
fio, muy entusiasta de las letras a quien conoci y
traté largamente en la Universidad y fuera de ella.
En esa oportunidad Valdelomar confiesa tener los
23 afios, haber nacido en 1888. Su alojamiento
también ha variado de nombre: “Calle del Sauce
No. 628.” ©
La quinta y ultima matricula, la de 1918, se limi-
ta a sefialar que tiene 24 afios y que reside en la
calle de Nifiez nimero 145. Esta direccién no co-
rresponde a su casa, sino a la Imprenta del Estado
que é] dirigia y donde se editaban El Diario y El
Peruano, periddico oficial del que también era di-
rector Valdelomar. Agrega el documento que Val-
delomar queda “matriculado en los cursos corres-
pondientes al Primer y Segundo afio’’, lo cual echaria
por tierra la optimista suposicién de que hubiese
aprobado alguna asignatura, pero a su vez esta ins-
cripcién no concuerda con el texto de la tercera
matricula, Para aclarar mas esta irregular situacién
universitaria de Valdelomar, tengo a la vista una
Solicitud suya, firmada en unién de otros alumnos,
para que no se les tomaran en cuenta sus faltas de

5 Cfr. Libro de Matriculas, cit. Vol. 168, p. 85.


6 Cfr. Libro de Matriculas, Vol. 168, p. 123.
46
asistencia a la Facultad (1910).7 Tal petitorio se jus-
tificaba con creces en el caso particular de nuestro
personaje, pues los informes que quedan acerca de
su paso por las aulas de San Marcos lo sefalan
como un inasistente contumaz. Veamos algunos
hechos:
En el primer afio de Universidad, el de 1905, Val-
delomar no present6é ninguna de las composiciones
exigidas en el curso de Civilizacién antigua, y falté
a clase dieciséis veces. No se present6 a examenes.
Mas tarde se aviene a desarrollar un tema sobre ‘“‘La
China”. En Literatura antigua no presenté ningtn
trabajo; falt6 74 veces, o sea todo el curso y no se
present6 a examen. Tampoco se present6 a examen
en Literatura castellana, aunque desarrollé el tema
“Luis Vélez de Guevara’. En Literatura moderna,
sobre una escala de diez, obtuvo la nota 01 (p. 1031,
vta. libro cit.) ; mejora un poco en 1911: le califican
con 03 y le registran 17 faltas de asistencia. En el
curso de Moral alcanza una alta nota: 09 sobre 10,
solo falta 4 veces. En Sociologia su nota es: cero.
En Pedagogia lo califican como “insuficiente” y
falta 22 veces. Cero es su nota final de Civilizacion
antigua al terminar el afio de 1911. En Historia cri-
tica del Pert y en Filosofia objetiva: 01. Hasta aqui
el prontuario oficial del alumno sanmarquino, natu-
ral de Ica, Abraham Valdelomar.
Recapitulemos: Matriculado cinco veces en los
mismos cursos, sdlo alcanza a aprobar el de Moral
y a desarrollar dos temas: uno sobre “La China” y
otro sobre “Luis Vélez de Guevara’, el supuesto
autor de El diablo cojuelo. Pueden desprenderse de
estos tres Ultimos datos algunas inferencias real-
mente utiles.

7 Ver: Facultad de Letras, Libro de Notas y Solicitu-


des, 1910, Vol. 253, p. 324.
47
Valdelomar pertenecié al estudiantado sanmarqui-
no desde 1905 (con un eclipse 1906-1909 inclusive)
hasta 1913. Esta ultima fecha corresponde al apogeo
de su fugaz accidén politica como “capitulero” estu-
diantil de Billinghurst.
El regreso de Valdelomar a San Marcos tuvo sin
duda propositos politicos. Ya entonces solia utilizar-
se al estudiantado con fines de proselitismo de esa
indole. No hacia mucho, en 1911, habiase producido
un caso palmario al respecto. El catedratico interino
de Historia del Pert, José de la Riva Agtiero y
Osma, publicé en El Comercio un articulo criticando
acerbamente la conducta del primer gobierno de
Leguia. Riva Agtiero fue detenido. Contra esa deten-
cién se levant6 bulliciosamente el estudiantado de
San Marcos, organizaron un mitin, no respetaron al
ministro de Gobierno, don Juan de Dios Salazar y
Oyarzabal, y finalmente, apoyados por la mayoria
de la Camara de Diputados, cuyo lider era el doctor
José Matias Manzanilla (otro iquefio), catedratico
de San Marcos, se obtuvo un voto de censura y la
consiguiente caida del ministro.
Signo auspicioso. Por eso en 1918, después del
triunfo de Billinghurst y siendo ya director de la
Imprenta del Estado y de Hl Peruano, resolvi6 re-ma-
tricularse. Conviene aqui recordar algo que tal vez
no fuera simple coincidencia, sino un propésito de-
terminado: José Santos Chocano recibié, al triunfar
la Coalicién en 1895, el mismo nombramiento que
diecisiete afios mas tarde recibiria Abraham al ser
electo Billinghurst.
Ya en 1918, una activa e infructuosa campafia
habia lanzado a Valdelomar para ser electo presi-
dente del Centro Universitario en el que habian so-
bresalido Lavalle, Prado, Concha, Belatnde, la crema
del civilismo y el neocivilismo limefio 0 alimefiado.
Un grupo de provincianos y clase media anticivilista
48
rodea al pertinaz y poco cumplido estudiante de Ica.
Le salié al frente un grupo limefio cuyo liderato
ejercia Alberto Ulloa Sotomayor, hijo del director
de La Prensa, adversario al billinghurismo.
Ulloa sostenia la necesidad de cerrar el paso a la
politica militante entre los universitarios. La polé-
mica llevé la sangre al rio. El] 11 de mayo de 1912,
Ulloa Sotomayor publicaba en La Prensa un articulo
contra la tendencia que representaba Valdelomar.
Los amigos de éste reaccionaron acremente.
En una carta fechada el 12 de mayo encomendaron
a Abraham, que no queria otra cosa, la ingrata tarea
de representarlos. El documento dice asi:

Lima, 12 de Mayo de 1912.—Sefior Abraham


Valdelomar.—Muy distinguido compafiero.—Ha-
biéndose publicado en la edicién de La Prensa
de ayer un articulo de don Alberto Ulloa Sotoma-
yor, que consideramos altamente ofensivo para
nuestra dignidad de estudiantes universitarios,
autorizamos a Ud. para que en nuestro nombre,
exija de ese caballero una satisfaccién inmediata
y categérica que deje el nombre de los universi-
tarios y su honor completamente incdlume.

i Quiénes firmaron ese “poder de honor’? Una le-


gién variopinta, fogosa y en alto grado significativa.
De los nombres publicados —seguian las firmas— se
obtienen conclusiones impresionantes. Ellos fueron:
P. Erasmo Roca (de Ancash, mas tarde leguiista,
diputado descentralista y decano de la Facultad de
Ciencias Econémicas de San Marcos); B. Fernandez
Oliva (zambo audaz y de clara inteligencia, abogado,
que acabé como jefe de la policia politica de Leguia
entre 1919 y 1930); B. Herrera Monge (no tengo
datos); Genaro Dulanto Salom6n, sobrino y secre-
tario de Alberto Salomén, que fuera canciller de
49
Leguia; José Tavara, subprefecto de varios regime-
nes politicos; Edgardo Rebagliati, huanuqueno, pe-
riodista, después redactor de La Prensa y de Mundial,
fundador del Seguro Obrero; Carlos Mognaschi (mas
tarde diplomatico); C. Bustamante y Basagoitia,
(primo de Enrique, el poeta, y hermano de Pablo,
otro poeta, gran leguiista); Jorge de Rivero Rios
(creo que de Cafiete, estudiante de ingenieria, hom-
bre fino, elegante, ostentoso y pobre) ; José Gregorio
Galindo (sin datos); José M. Guzman (zambo medio
acrata), redactor que concluy6 en El Comercio; Al-
berto Lafite (sin datos); Alberto Pacheco L. (sin
datos); M. Vega; J. R. Montoya (de Ica); J. Porto-
carrero (de Tacna o Piura); Santiago L. Segura (de
Huancavelica) ; Juan Manuel Carreno (el negro Carre-
flo, apodado “La Cucaracha”), chiquitin, prieto, presu-
mido, medio snob, leguiista acérrimo; Humberto del
Aguila (de Loreto), periodista, mas conocido por el
mote de “Charapa”, leguiista, pero diputado en tiempo
de Prado; Leonardo Pina (sin datos); Evaristo San
Cristébal, historiador, colaborador de El Comercio;
José Univazo (provinciano); E. Martinez (sin da-
tos); J. T. Salcedo (seguramente de Lambayeque) y
D. Lozano, escultor y empleado de la Caja Fiscal.
Valdelomar retéd a duelo a Ulloa y nombré como
sus padrinos al sargento mayor Carlos S. Leyva y
a Eduardo Fry, deportista lambayecano, fundador
del Miraflores Sporting Club. Ulloa designé a Carlos
Concha, presidente del Centro Universitario, y Ale-
jandro Revoredo, estudiante, ambos de la Secretaria
Presidencial de José Pardo. Curiosa anticipacién:
Leguia versus Pardo. Ulloa no dio explicaciones;
por consiguiente, de acuerdo con lo establecido por
el Cédigo de honor del marqués de Cabrifiana, se
pacto el duelo a sable, con punta, filo y contrafilo;
en asaltos de tres minutos por dos de descanso, hasta
que uno de los duelistas quedara inutilizado.
50
Acompafiados por sus respectivos médicos, los doc-
tores Juan José Mostajo (billinghurista, por Valdelo-
mar) y Jorge Morrison (del Centro Universitario, por
Ulloa), los dos campeones llegaron al jardin Progreso
a las cinco de la tarde. Iban serios y palidos. Ulloa
era alto, flaco, de piernas muy largas; Valdelomar,
algo mas que de mediana estatura, robusto, de pier-
nas cortas y arrogante. E] mayor Leyva dispuso lo
necesario para el combate:
Desnudo el torso, los contrincantes tomaron sus
puestos para medir sus armas.—“‘Adelante, sefiores’’,
se oy6 decir a Leyva. Empezé6 el combate. Un vibran-
te chasquido de las delgadas hojas. “Dada la voz
de ataque (dice La Prensa), el senor Valdelomar
acometi6 violentamente a su adversario logrando
sacarlo del lugar del combate.” Este se reanud6 en
seguida. “Ulloa tenia un corte en el brazo derecho;
Valdelomar una ligera equimosis junto al ojo iz-
quierdo” (un cintarazo). “De pronto la hoja de la
espada del sefior Valdelomar se desprendioé de la em-
pufadura, saltando al aire.” Como no habia sables
de repuesto, se dio por terminado el lance. ‘Los due-
listas no se reconciliaron y acompafiados de sus pa-
drinos regresaron al centro de la ciudad.”
Asi fue como Valdelomar afirmé su credo provin-
ciano, billinghurista y democratico, y perdi6 la pre-
sidencia del Centro Universitario a manos de la
Jeunesse dorée. Pocos afios mas tarde, Ulloa prolo-
gaba un libro de Valdelomar.
De lo anterior fluyen dos conclusiones, no necesa-
riamente contradictorias ni excluyentes: primera, que
su fracaso como estudiante enardecié a Valdelomar
contra la Universidad y engendré en él la idea o
prejuicio de que todo universitario es malo, y, por
ende, acufié el adjetivo de universitarto como sin6-
nimo de atrasado y esttpido, no obstante lo cual,
traté de ser de nuevo universitario en Roma; y se-
51
gunda, que se matriculd en San Marcos, en parte con
el objeto de conservar cierto ambiente amistoso o
social y para tener personeria en el] debate politico.
En 1912 habia sido participe de una excursidn
estudiantil al sur del Pert y fue delegado al Tercer
Congreso Panamericano de Estudiantes, reunido en
Lima.
Valdelomar siguié los rastros de casi todos nues-
tros escritores, que interrumpieron sus estudios uni-
versitarios: Gonzalez Prada, Chocano, Eguren, Lora,
Sassone, Vallejo, Haya, Orrego, Vargas Llosa. Frente
a ellos se sittian, con diferentes caracteres, los escri-
tores verdaderamente universitarios: Riva Agiiero,
GAlvez, Lavalle, Morales de la Torre, Barreda, Ulloa,
Abril, Zulen, Porras, Basadre, Sanchez, J. G. Leguia,
Spelucin, Pema Barrenechea.
Los profesores de Valdelomar, salvo Deustua, Carlos
Wiesse y Javier Prado, no destacaban por su claridad,
dedicaciOn ni sabiduria. Por excepcidn uno de ellos,
Mariano H. Cornejo, de quien seria después correligio-
nario, era tan buen investigador, magnifico orador y
excelente escritor como deficientisimo maestro.
Quien desee contrastar la reforma universitaria
de 1919 con sus antecedentes, puede buscar en la
foja de estudiante de Valdelomar el mas cabal jus-
tificativo para ello. De esta suerte, el estudiante
iquefio de Letras que, bajo su airosa capa negra con
vueltas rojas, abrigaba ya al mas extraordinario
cuentista del Perti, al renegar de la Universidad de
la que no recibié nada, cumplié un deber y una tarea
de desbrozamiento y asepsia, por la cual le otor-
garon franco reconocimiento sus amigos menores,
los miembros de la Generacién del Centenario.
La Generacién del Centenario se formé principal-
mente en las aulas universitarias, pero no se resigné
al cartabén vigente, sino que emprendié decidida-
mente la reforma universitaria.
52
Valdelomar y su grupo, los “colénidas”, coinci-
dieron en este empefio. Por eso veremos actuar, desde
El Tiempo y desde La Razén, a los colegas de Valde-
lomar a favor de aquel movimiento. Tanto José Carlos
Mariategui como César Falcén fueron patrocinado-
res de la reforma de mayo-octubre de 1919. Cuando
muera Valdelomar, arrastrara el duelo el presidente
de la Federacién de Estudiantes y lider del refor-
mismo universitario, Haya de la Torre. En mayo de
1917, Valdelomar habia iniciado su campafia litera-
rio-nacionalista con una conferencia dictada en el
Centro Universitario de Lima (germen de la F.E.P.),
sobre el tema “Brillantes inconexiones estéticas’’. Ella
marcaria un hito en su luminosa y controvertida tarea
de ciudadano y de artista.

53
IV. LOS PRIMEROS PASOS

LAS MEJORES notas que como escolar de secundaria


obtuvo Abraham fueron las de Geometria plana y
Geometria del espacio; para ambas se requeria sen-
tido de la forma, gusto plastico y dibujar bien. Sus
profesores, dos especialistas en dibujo lineal y de
contraste entre blanco y negro, se llamaron “el Nato”
Enrique Géngora y Antolin Robles. No tuvo ningtin
instructor especializado en el colorido. Sin embargo,
en 1911 revela expresamente su pasmo ante los 6leos
de Ignacio Merino, coleccionados en la Pinacoteca Mu-
nicipal de Lima, que se hallaba entonces en el Museo
Nacional del Paseo Colon. El] figurativismo o “anec-
dotismo” del] arte de Merino sedujo a Valdelomar con
mas fuerza que el cuasi expresionismo de Francisco
Lazo. En 1916 rectificaria su actitud juvenil.
Sin embargo, cuando afios mds tarde oficié como
critico de arte, Valdelomar reaccioné violentamente
contra el més documentado y ferviente admirador de
Merino en el Pert, o sea de Monvoisin; de Jean
Paul Laurens y de su técnica figurativa y descrip-
tiva. Reaccioné violentamente contra Teéfilo Casti-
Ilo. En nombre del arte nuevo (cosa diferente al ya
caduco art nouveau), Valdelomar y sus amigos ata-
caron acremente al argentino oleografista Francisco-
vich, defendido con innecesario ardor por Castillo, y
exaltaron al impresionista catal4n Roura de Oxanda-
berro, a quien convirtieron inmerecidamente en idolo.
Hay mas. En el capitulo primero de La ciudad de
los tisicos, novela publicada en 19111 y escrita proba-

1 Cfr. capitulo siguiente,


54
if a {

blemente un afio antes, habla de dibujos y dibujan-


tes. Menciona alli “una silueta en tinta china bri-
llante; tinta de los dragones de Hokousay y de las
acuarelas de Utamaro”. Sigue una enumeraci6n de
colores; realza el negro, el rojo, el color melocotén
maduro, otra vez el negro, el rojo, el azul, el opalino.
Antes ha recordado explicitamente a un “caricaturista
como Boldini y La Gandara”, menciona “un dibujo
de Gosé’”’; nombra después “las nifias de Tourain’”’; de
Fabiani; de Gerbault (“muy grotescas”); a las “ofi-
cinistas” de Caran d’Ache; a “las descocadas” de
Trouville; a las “celebridades” de Sem y, de nuevo
y simplemente, a las “mujeres” de Xavier Gosé.
Es curioso que no recuerde a espafioles como Joaquin
Xaudar6 ni a Bagaria, con quienes (igual que con
Caran D’Ache y Sem) ha mantenido estricto pa-
rentesco. Tampoco nombra a Sixto, famoso carica-
turista cubano que visit6 el Peri y que con Gosé,
Sem y Caran D’Ache, ejerciéd decisiva influencia
sobre Julio Malaga Grenet, compafiero de Valdelo-
mar en sus precoces aventuras graficas, ya que en
las mas adelantadas, coincidiria con Reynaldo Luza
y con Dario Eguren Larrea,
La pasié6n de Abraham por las artes plasticas se
desparrama en las alabanzas, que, en ese mismo libro,
La ciudad de los tisicos (escrito a los veintidés afios),
dedica, segtin se ha dicho, a Merino y en general a
todos los elementos escultéricos y pictéricos del Peru.
Elogia a los huacos incaicos y su significado (“la mi-
rada de los ojos blancos”) y hace feérica descripcién
de “la Catedral y el Conquistador”, verdadera embria-
guez de frisos, nichos, iris, simetria, guirnaldas, ja-
rrones, cirios, lirios blancos y margaritas, ornamentos
dorados, molduras multiformes, exvotos de oro, marfil
palido, etc. Valdelomar, escaso atin de vocabulario,
resulta impreciso en su nomenclatura, apela a ro-
deos, a sindnimos y a mil perifrasis para expresar
5d
los sentimientos y sensaciones que le produce la
contemplaci6n del color y la forma en museos y tem-
plos, y apunta con sorprendente intuicidn que la
ausencia del mdrmol y, en cambio, la abundancia de
maderas en nuestro arte virreinal, refleja su ruptura
con el paganismo y el acendramiento catdlico, aunque
(y no lo olvida) también manifiesta que en el Peru
hay escasez de marmol y abundancia de madera.
De toda suerte, sus explosiones verbales acerca
de la plastica guardan innegable armonia con la de-
vocién que manifest6 hacia el dibujo desde Monos y
Monadas (1906).
Los dibujos de Valdelomar, sean caricaturas, sean
ilustraciones, sean retratos, no salen del contraste
primordial entre lo negro y lo blanco. Desde luego,
las caricaturas de Monos y Monadas a veces recibian
un primitivo y unilateral bafo de color, adaptable
a la litografia. No olvidemos que, en esa época, se
ignoraba el sistema de offset y el huecograbado. Los
recursos técnicos llegaban a la piedra o litografia
y al zincograbado, o dibujo rauteado sobre el zinc
de la plancha del fotograbado. Lo dem4as se reducia
al simple fotograbado con trama convencional: grue-
sa para el papel periddico, delgada para el satinado.
El dibujante debia, pues, actuar dentro de esas fron-
teras mecanicas, sin que le fuese posible escapar
a ellas.
Llama la atencién en todas y cada una de las
caricaturas de Valdelomar la fidelidad del dibujo a
los rasgos esenciales del personaje real, Abraham
no se permitia nunca concesiones a la imaginaci6n,
excepto para depurar, acentudndolos, ciertos rasgos
fundamentales. En este sentido me atrevo a consi-
derar tipicas sus caricaturas de Cinema (1909) als.
decoracion (en Ilustractén Peruana) para “La Ofrenda
de Odhar” y el retrato de Percy Gibson en Colénida.
56
Las caricaturas de Cinema estan ejecutadas en
tinta china. Como el de Caran D’Ache, Sem y Baga-
ria, el estilo de ‘“Val-Del-Omar” posee una limpidez
extraordinaria. A diferencia de Malaga Granet, de
Gosé y de Sixto, no le preocupan los medios tonos,
solamente los contrastes violentos. El dibujo de Val-
delomar se presenta como la antipoda de su litera-
tura, esta Ultima hecha de puros matices. Se da uno
cuenta de la falta que le hizo aprender a colorear con
el pincel, ya que supo —jy de qué modo!— manejar
la pluma. Asi como en sus cuentos, ensayos, leyen-
das y poemas, la abundancia de adjetivos atenta
colores, matiza y policroma las figuras y las esce-
nas, asi en sus dibujos la falta de zonas intermedias
no permite sino las dicotomias clasicas: Ormuz (lo
blanco) y Ahriman (lo negro). En esa Comedia, el
Purgatorio queda suprimido de un plumazo, igual
que el Limbo, no quedando, pues, sino Infierno y
Paraiso.
En la ilustracién a “La Ofrenda de Odhar” (1910)
se advierte el innegable puntillismo de un experto
dibujante a pluma. La escena central del poema esta
representada por “Val-Del-Omar” con la prolijidad
y precisién de un miniaturista. Hay ademas cierto
regusto barroco en el grabado, lo cual coincide exac-
tamente con los términos de su elogio a “La arque-
ra” de Baltasar Gavilan, insertos en La ciudad de
los tisicos.
En cambio, el retrato de Percy Gibson (Coldnida,
N° 4, 1916) a tiza y carbon, ofrece los matices y la
profundidad de un 6leo descolorido. Gibson aparece
en su gesto: irénico, afable, demoniaco y sutil. Es
mas persona que el “Eguren” dibujado por el propio
Valdelomar: una cabellera ensortijada, poética y
vegetal sobre un rostro de Edgar Poe, con bigotillo
de Chaplin y ojos alelados, grandotes y mirones, de
Angel absorto.
57
A los treinta aios, Abraham se intereso de nuevo
por el color, como lo hiciera en 1911 frente a la Ven-
ganza de Cornaro y la Venta de los titulos de Merino.
Fueron Rati Maria Pereira, retratista portugués
avecinado en Lima desde 1917; Roura de Oxanda-
berro, que vino en 1916; y tal vez Koeck-Koeck, im-
presionista inglés, que nos visit6 en 1919; en cierta
medida Eguren Larrea, y quizds ese Fortuny criollo
que se llamé Teofilo Castillo, quienes avivaron en
Valdelomar los rescoldos dejados por la contempla-
cién de los milagrosos lienzos de la Galeria di Uffici
en Florencia, el Museo Vaticano y el Palacio Bor-
ghese en Roma, la Casa de los Dux en Venecia y el
Museo del Louvre en Paris.
Era ya tarde para trocar en pincel la pluma en-
hiesta, gallarda y tierna. De toda suerte, el nombre
de Valdelomar esta indisolublemente ligado a la
historia de nuestros caricaturistas.
Si amo el arte de la fotografia —ver sus elogios a
Bonaventura (de Roma) y a Diego Goyzueta (de
Lima), ambos representativos del negro sobre blan-
co—; si amé los huacos de Nazca (y destil6é su sim-
bologia) ; si elogid las figuras de Gosé y La GAan-
dara; los firmes trazos de Bagaria y Sem; si se
entristecia con el mar de Barranco y la soledad de
San Andrés de los Pescadores, culpemos no a la
linea ni al color, sino a su congénita hiperestesia de
artista, a su insaciable sensibilidad de irredimible
esteta.
Aunque Beltroy nos cuenta (y lo confirma una
carta de Abraham a Enrique Bustamante) que, en
1910 (pienso que se refiere a 1912), Valdelomar solia
leer, a sus condiscipulos del repetido primer afio de
letras de San Marcos, los cuentos que ya tenia es-
critos, y aunque no cabe duda de que componia y
publicaba versos como los que aparecieron en Con-
tempordnea y en Ilustracién Peruana, puede afir-
58
marse una vez mas que la principal actividad entre
1906 y 1910 del futuro gran cuentista fue la de ilus-
trador y caricaturista, sin mengua del escritor ya
definido aunque meditador,
Aparte de las ilustraciones de Monos y Monadas,
harto incipientes, hay un conjunto de dibujos, en su
mayoria a pluma, que senalan a Abraham como un
verdadero artista del dibujo. Por ejemplo, en el nt-
mero dos del semanario ;Esté Usted Bien? del 25 de
marzo de 1910, aparece una excelente caricatura a
toda pagina del general Pedro E. Mufiz, en quien se
concentraba el interés patridtico de la naci6n, por ser
el organizador de su defensa durante el casus belli
con el Ecuador. Es un retrato —tanto como una cari-
catura— a grandes rasgos, de pocas lineas expresi-
vas, magnifico en ejecucién y parecido, de la misma
escuela de Gosé, Caran D’Ache y Xaudar6. A prop6-
sito de Xavier Gosé, cuando éste murié en 1915, la
revista Cultura, que debié salir bajo la codireccién
de Abraham, de Enrique Bustamante y Ballivian,
public6 un articulo en elogio al gran artista ca-
talan, como uno de los voceros de la belle époque
de Paris.
La revista ,Hsté Usted Bien? tuvo como ilustrado-
res a Malaga Grenet, a Valdelomar y a los entonces
jovenes Alcantara Latorre y Jorge Luis Caamano.
Humoristicamente presentaba como “editor respon-
sable” a “Charles Bradley, ciudadano extranjero y
boxeador profesional”. Bradley era un ser real.
Cuando se inicié el boxeo profesional en el Pert, el
afio de 1909, contendid con un tal Murray, y como
éste usara mostaza en los guantes de boxeo para
anestesiar a su contrincante, se prohibié este depor-
te en Lima y no se reanudo su practica publica hasta
1922. ;
Dos afos antes de {Hstaé Usted Bien? Valdelomar
habia demostrado a fondo sus calidades plasticas,
59
en la revista ilustrada Cinema, dirigida por Octavio
Espinoza G. (“Sganarelle”).
Sé6lo el titulo de la revista indica una actitud es-
pecial y distinta ante la vida: jCinema! En 1908 el
séptimo arte era sélo una tentativa mas y no una
realidad. No lo olvidemos, se iniciaba una dimensi6n
inesperada del arte narrativo plastico y visual; un
arte dinAmico, al principio demasiado veloz y hasta
caricaturesco, que era dirigido por los franceses Lu-
miére y Pathé. Octavio Espinoza Gonzalez, que usa-
ba el molieresco seudénimo de “Sganarelle’’, era un
periodista vivaz, un escritor facil, un temperamento
sensible, un hombre de club y un pierolista activis-
ta y sacrificado. Su destino lo empujé6 mas tarde a
la aerondutica. Moriria bajo los cielos de Ancé6n,
victima de un choque aéreo, a comienzos de 1920.
En Cinema se registra una abundante, desigual y
a menudo espléndida colaboracioén grafica de Valde-
lomar, quien a veces firmé sus dibujos en tres lineas
paralelas:
Val-
Del-
Omar
Acab6é juntando las silabas con una caligrafia in-
glesa nada comun entre los dibujantes.
El primer nimero de Cinema aparecié en Lima el
3 de octubre de 1908; el numero catorce y Ultimo,
el 2 de enero de 1909. Corresponde a los veinte
afios de Abraham y a la época en que deserté provi-
soriamente de San Marcos, a donde regresaria en
1910.
El mencionado primer nimero se abre con una mag-
nifica cabeza de don Eulogio Romero, primer ministro
de la flamante primera presidencia de Leguia; en él
revela Abraham firmeza de trazo, penetraci6n sico-
l6gica y un acabado uso de la gouache, al modo de
Malaga Granet, entonces en pleno ascenso artistico.
60
En el numero dos (10 de octubre), Valdelomar re-
trata al senador cuzqueno Tedfilo Luna, quien se
habia batido a duelo aquella misma semana; en el
numero tres, a don Manuel Vicente Villardn, minis-
tro de Justicia, captado en muy pocos y seguros
trazos; en el numero cuatro retrata al combativo
diputado Rafael Grau Cavero; en el cinco a don
Federico Elguera, alealde de Lima; en el seis a
don Antonio Miré Quesada de la Guerra, redactor
principal de Hl Comercio; en el nueve a don Aurelio
Souza, pugnaz parlamentario democrata; en el diez
a don Antero Aspillaga, a quien ya calificaban de
“presidenciable”’; en el trece a don Manuel C. Ba-
rrios, barbado y gamonalesco senador por Puno.
Aparte de estos retratos-caricaturas, Valdelomar pu-
blic6 en Cinema ante-portadas politicas, chirigotas y
diversas ilustraciones, en total, no menos de veinte
dibujos. La verdad es que cuando componia escenas
y retrataba de cuerpo entero, sus figuras resultaban
rigidas, como enyesadas, Posiblemente, las leyendas
o letreros de eSos dibujos se deban también a Val-
delomar; las hay traviesas e ingeniosas, todas res-
piran inteligencia y picardia.

Simultaneamente con su actividad como dibujante, ha-


bia comenzado desde 1909 a publicar versos.
Los poemas editados mas antiguos que de é1 co-
nozco datan de 1909 y 1910. Son los titulados “Ha
vivido mi alma”, “Los pensadores vencidos’”, “La
ofrenda de Odhar”, “Las tribus de Korsabad’’, “Los
violines hingaros” y ‘“Brindis”’; estas dos ultimas
composiciones fueron hechas durante su corta per-
manencia en Arequipa.?

2 Cfr. Valdelomar, Obra poética, Lima, 1958. Las fe-


chas y lugares son: “Ha vivido mi alma”, Contempo-
rdnea, I, N° 6, 15 de junio, 1909; “Los pensadores ven-
61
Es evidente que el primer choque literario que
sufrio Abraham fue con los parnasianos y, por tan-
to, con la historia y la leyenda. Se advierte la posi-
ble lectura de Leconte de Lisle, Pierre Louys y desde
luego, Victor Hugo. ;En francés? Quiza si, porque
Abraham habia aprendido aquel idioma desde el co-
legio, pero lo mas probable es que leyera a esos poe-
tas en las traducciones entonces de moda, las de
Enrique Gomez Carrillo, Antonio Machado, Enrique
Diez-Canedo y Eduardo Marquina. Ademas Valde-
lomar leia con voracidad las Mil y una noches, los
ex6ticos cuentos de Hoffmann y lag novelas de
Walter Scott, Pierre Loti, Jean Lorrain y Gabriel
D’Annunzio.
No significa lo dicho, ni siquiera como insinua-
cién, que Valdelomar estuviese avasallado por sus
lecturas; le sobraban talento y originalidad, calida-
des que no se adquieren; son congénitas, o mejor aun,
congeniales. Sin embargo, es dificil escapar a cier-
tos calculos sobre analogia en los siguientes versos:

Ha vivido mi alma en las Edades viejas,


En un guerrero heroico y un galan trovador,
Y en gentiles mancebos de enredadas guedejas
Enamorados siempre de una prohibici6n.

Mi alma fue de Tartufo, de un idolo pagano,


De un imptber de Lesbia, de un fauno y de un buf6én;
Vivid dentro del cuerpo de un gladiador romano
Y en el cuerpo caduco de un viejo Faraén.

cidos”, Contempordnea, I, N° 7, 15 de julio, 1904; “La


ofrenda de Odhar’’, Ilustracién Peruana, II, N° 28, Lima,
17 de febrero, 1910; “Las tribus de Korsabad”, El Pueblo,
Arequipa, 28 de julio, 1910; “Los violines hingaros”’, Jlus-
tracién Peruana, II, N° 39, 29 de julio, 1910; “Brindis”,
El Pueblo, Arequipa, 12 de agosto, 1910.
62
Ha vivido en las aguas y ha vivido en las rosas,
Ha vivido en los hombres y ha vivido en lag cosas,
Buscando siempre amor.
Fui hacia un pais lejano de satiros traviesos
Y de labios de sangre que convierten en besos
Las cosas que no son...
Y ha vivido mi alma
Sintiendo las saetas de nuevas desventuras,
En una larga, triste, cruel peregrinacién.
Contienen estas cuartetas alejandrinas varias no-
tas importantes, por ejemplo: eso de los “gentiles
mancebos de enroscadas guedejas/enamorados siem-
pre de una prohibicion”’, y eso otro de “mi alma fue
de Tartufo”, y aquello de “los satiros traviesos’’. Ade-
mas, reflejan ciertas perturbaciones sensitivas la
multiplicacion de vocablos como “cosas” y “viejos”
las rimas vulgares en “6n’, “esos’, “esas” y “or’’,
indican titubeo y cierta confusiédn. Podriamos com-
parar aquel poema con los de otro poeta, que crecid
en Ica, aunque nacido en Lima, y era casi de la
misma edad, Alberto J. Ureta, el autor de Rumor
de almas (1911). Pero es preferible que no nos ade-
lantemos.
En “Los pensadores vencidos”, vuelven a mezclarse
Grecia y Roma a temas harto trillados. La aficién a
lo espectacular es evidente en Valdelomar desde sus
primeros ensayos, se acentia en las siguientes com-
posiciones y en sus primeras prosas: “La virgen de
cera”, La ciudad muerta y La ciudad de los tisicos.
A menudo escoge para sus versos, bajo la influencia de
Rubén y Chocano, un metro sonoro, marcial y solem-
ne: el dodecasilabo o, si se prefiere, el exasilabo sim-
ple y duplicado. El] mismo de Los motivos del lobo de
Dario. Los decorados se pueblan de “negros nubios’’,
“reinas de oriente’’, “ojivas’, “alféizares”, “nubes ro-
sas” y nuevamente “faraones” y “negros sansones”.
63
En “Los violines hingaros” (dedicado a Rafael
Belatinde), también escrito en dodecasilabos, concen-
tra en pocas lineas un bric-a brac de fantasmagorias:
el mago Merlin, a los violines hungaros, unos raros
peristilos, etc. Usa a menudo el modernista adjetivo
“silente” y deja vibrar con alguna ramploneria unas
“viejas esquilas”, ripio nefando.
“Las tribus de Korsabad’’, escrita en alejandrinos
o sea en heptasilabos duplicados, prosigue por la
misma ruta que el anterior poema, como si Valde-
lomar hubiera estado afanado en construir una teo-
gonia orientalista en verso castellano. Era verdad,
aquello no era sino su solfeo para la ingente mito-
logia de Los hijos del Sol y la criollisima de La aldea
encantada, convertida por capricho de editor en El
caballero Carmelo. Dice en “‘Las tribus de Korsabad’’:

En medio del desierto la tribu se movia.


El sol pinté en sus ojos de loca fantasia
la fiebre de una hermosa caravana triunfal
con figuras vibrantes de amor y poesia
que en caballos alados, cruzaba el arenal.
Inocultablemente el autor de estos versos viene
del cuartel, no del oasis; sobra tanto viento, hace
falta la brisa; para atenuar tanto estruendo un poco
de sordina.
_ Por ese tiempo publica una de sus primeras prosas
literarias: “La virgen de cera”, narracién irlandesa,
dedicada al escritor boliviano Casto Roja. Aparece
en Ilustracién Peruana. Es un relato truculento, so-
metido a la fantasia exdética y macabra que hasta
alli domina a Valdelomar. Empieza con una conside-
racién digna de ser tenida en cuenta para el futuro
enjuiciamiento del escritor. Dice asi:

seagoing Peruana, Nim. 438, Lima, 27 de julio de

64
—E]1 Rey
—Siempre cuentos reales
—Los reyes son los espléndidos y los generosos

El cuento (no se sabe por qué resulta irlandés)


concluye en un macabro desenlace: un pozo, unos
hombres encadenados, una inundacién y la princesa
Indrah presidiendo aquella hecatombe —anticipacién
de La ciudad de los tisicos.
La fantasia de Valdelomar estaba aterida de tru-
culencia.
Ilustracién Peruana, donde se inserta el cuento,
era una revista dirigida por el ingeniero Pedro E.
Pauleta; pretendia imitar a L’Illustration Francaise,
muy en boga por aquellos dias entre la gente leida
de América Latina.
Volvamos a los versos. La embriaguez de exotismo
de Abraham se basa en algunos secretos: primero,
un raro 4mbito geografico (Egipto, Samarcanda, Kor-
sabad, el desierto y sdlo supletoriamente Roma y
Grecia) ; segundo, un resobado ambito histérico (los
faraones, la época de Merlin) ; tercero, una alta tem-
peratura decorativa (lujo, tambores, cascabeles, tim-
bales) ; cuarto, un peculiar material humano (‘‘negros
nubios”, “figuras gigantes’, “nubios sansones’’).
Nada se vincula con la realidad a la que regresaria
en seguida con la sencillez aldeana que sera su pre-
sea. Como en el cuento de Dario, podria decirse del
Valdelomar de 1910: “el poeta ha visto ninfas”. { Nin-
fas o sAtiros, me pregunto? El hecho es que tal vision
se ha grabado a fuego en su sensibilidad. Lo que haga
y escriba ostentard su exdtico cufio, hasta cuando se
muestre ingenuo.
Por otra parte, conviene recordar que el poeta mas
llamativo del Pert’ en 1909-1910 era José GAlvez,
sobre todo en los medios universitarios, a los que
Valdelomar habia tercamente vuelto. Galvez habia
65
ganado la flor natural en los juegos florales de 1909
y desde un afio antes, desde 1908, se le llamaba “el
poeta de la juventud’. El bardo mas famoso del
Pert era Chocano; Valdelomar lo admiraba; le seria
fiel hasta la muerte.
Los estudiantes solian hacer anualmente un viaje
a alguna parte: Panama, Trujillo, Cuzco, Arequipa.
Mas al sur estaba el valladar de Chile con quien
discutiamos desde hacia veinte afos un asunto de
honor, territorio y sangre. Al norte, desde junio
de 1910 se habia levantado otro muro: el litigio de
limites con Ecuador y con Colombia. Valdelomar
form6é parte de una peregrinacién estudiantil que
visit6 Arequipa, bajo la direccién del catedratico
de Ciencias de San Marcos, doctor Lauro Angel Cur-
letti. Esto sucedi6d inmediatamente después del re-
greso del vivac de Sullana, concluido el casus belli
peruano-ecuatoriano. Uno de los mas cercanos ami-
gos de Abraham y su mejor compafiero en el vivac
habia sido Rafael Belatinde Diez Canseco, arequi-
peno, a quien dedicé varios de sus trabajos. Todos
vivian bajo el sortilegio modernista, arrastrando las
rimas como espuelas de oro. Se dejaban conducir por
el senuelo del verso civico.
En Arequipa nacian entonces a la literatura Percy
Gibson, César A. Rodriguez, Renato Morales de Ri-
vera, Eva Morales (“Luisa La Valliére’), Miguel
Angel Urquieta, Augusto Aguirre Morales, Alberto
Ballon Landa, y el punefio Federico More. Formaban
una agrupacién antivulgar y yoista, que se enfren-
taba, al amparo de la embrujante y disociadora ‘“‘ne-
vada” arequipefia, a los consagrados pac-pacos, o
sea a los Polar, los Gédmez de la Torre y los Mostajo.
Los Gibson Iriberry formaban parte de un hogar
anglo-vasco de muy sdlida posicién econédmica. El
viejo Gibson habia fundado la Casa de su nombre,
dedicAndola al comercio de exportacién e importa-
66
- = o as -_ — od —

cién, con ramificaciones en Cuzco, Puno, Mollendo


y Lima; realizaba ademas operaciones bancarias. De
los tres hermanos varones, Carlos, Percy y Juan, los
dos primeros se dedicaron a las letras; el tercero, a
las finanzas. Carmela, la inica hembra, cas6 con un
acaudalado chileno de apellido Ross. Todos, salvo
Juan, gustaban de la vida bohemia y, a menudo, del
whisky y la ginebra. Carlos estudié derecho y llegé
a la segunda Vicepresidencia de la Reptblica en 1939,
después de haber sido rector de la Universidad de
Arequipa y varias veces alcalde y senador. Percy,
cuyo parecido fisico con Juan era extraordinario, se
consagro al principio a los negocios; duré poco. Le
atraia la bohemia, y las letras se lo tragaron. Carlos
era grueso, rotundo y oratorio; Percy, flaco, aguile-
flo, socarrén y sarcastico, Con Valdelomar, el grupo
de Gibson y Rodriguez recorrieron la Arequipa crio-
lla, la Arequipa colonial, embrujado Abraham por
los macizos y claros muros de sillar de las anchas
y aireadas casonas de la ciudad blanca. Gibson habia
escrito un magnifico poema, “El gallo”, premonicién
de “Chanteclair’” y de “El caballero Carmelo”. César
A. Rodriguez, a quien por su lacia cabellera y su faz
de nigromante andino bautiz6 Gibson como César
“Atahualpa”’, perseguia gatos baudelaireanos por te-
jados de Laforgue. E] més romantico, Augusto Agui-
rre Morales, se dejaba crecer unos bucles exuberan-
tes y adormecia los ojos de parpados pesados para
hacer sentir mejor sus fantasias; acababa de publi-
ear la idilica novela Flor de Ensueno. Federico More,
alto, desgarbado, de grandes ojos ardientes, bigotillo
de Aramis, tez agarena, amplia capa sobre los hom-
bros y rizados cabellos sobre la frente, insultaba a
las estrellas con sus paradojas, eructos, versos y blas-
femias. Vivian el vicio alegre: pisco y chicha, toda-
via el abecedario; llegarian los dias del whisky y el
champan.
67
Eran escritores y sdlo eso. Embebidos de exotismo,
amantes del lujo (sin tenerlo), del vicio (sin ahon-
darlo), libres de expresién y libérrimos de fantasia:
eran los “decadentes”.
Valdelomar sintid de veras el halago de aquellos
hombres y aquel paisaje. Lejos de contagiarse del
criollismo entonces vigente en Tingo y Yanahuara,
le atrajeron los héroes del pasado, la leyenda repu-
blicana y la luz, esa magnifica luz del escenario are-
quipefio, cuyo cielo de afiil abre paso a las nubes
disciplinadas y densas con sus blancos vellones am-
bulantes.
Desde luego, la presencia de los estudiantes de
San Marcos atrajo el interés de los arequipefios;
Valdelomar, en sus veintidés, mozo de pelo trabajo-
samente planchado en bandos; de discretos lentes
enmarcados de carey; de corbata horizontal hecha
un lazo como el collar de un gato hogarefio; son-
riente y travieso; achinados los ojos y sensuales los
labios gordezuelos, result6 el vocero del grupo visi-
tante. Para agradecer la fiesta final, salpicada de
ocopa con robustos camarones de Vitor, y chicha hir-
viente de espuma, como la del tiempo del Dean Val-
divia y Flora Tristan, tuvo que improvisar unos
versos: son los titulados ‘““Brindis” y lo fueron:

Bebo el color sagrado


de este vino dorado
por el cercano Porvenir
por vosotros que abris el camino encantado,
que habéis derramado
la mies en el surco que va a germinar en abril
y porque mi alma
como en esta tarde vuelva a ser feliz.
Brindo por el destino
que nos abrié el camino
de un cereano ideal.
68
Brindo por ti, Arequipa, la eterna sofiadora
por la divina hora
en que mi alma sedienta vino en tu alma a beber.
Pese a las exigencias de la rima (destino-camino,
sagrado-dorado, hora-sonadora) y a la repeticién de
ciertas palabras claves (cercano, alma, ideal) el
“Brindis” posee valores sintomaticos. Por ejemplo:

por todos los que un dia


ante el reclamo de la Patria mia
juntaron sus fuerzas en esta leyenda: morir o vencer
Por el llanto lejano de este histérico rio
por el color divino de este cielo que es mio
por la tranquila fuente que hace al bosque sendero,
por el sol que es el padre de mis viejos abuelos

Por los que en las aulas y en el periodismo


martillaban al monstruo de las cien cabezas: el escepti-
[cismo.
Desde luego, hay menciones del volcan, de los ya-
ravies, de las mujeres de ojos grandes y pies peque-
fios, de las quenas y del Misti. El joven iquefio des-
pertaba a la epopeya nacional.
En agosto, al parecer de vuelta a Lima y también
desde Arequipa, Abraham recoge sus impresiones en
dos articulos que Jlustracién Peruana publica en
sus nimeros 49 y 50 correspondientes al 7 y al 14
de septiembre de 1910. Se titulan “Hacia el trono
del Sol”. Es curioso: cuando se editan Los hijos del
Sol, el primer relato se titula “El camino hacia
el Sol’, y contiene la narracién del descubrimiento
del mar océano, de la Mama Cocha por el Inca,
probablemente Mayta Capac, quien parte de Are-
quipa (Are-quepay: quedaos aqui) y se dirige con
sus huestes hacia occidente, alli donde se pone Inti,
el Padre de su raza.
69
Las crénicas de Valdelomar sobre su viaje son
Agiles y pintorescas, escritas con amor, gracia y
con ingenuidad. Por ejemplo dice:
Y créanme los que no han viajado —en Lima son
muchos los amantes del confort— que viajar es
algo encantador y original.
Alude en un parrafo al cinematografo. Agrega re-
firiéndose a Arequipa: “este pais divinamente blan-
co que es como un espejo nuestro, se encuentra bajo
un cielo inconcebiblemente azul” (J.P., nim. 49, 7
de septiembre, 1910).
En la segunda crénica, paraddjicamente fechada en
“Arequipa y agosto de 1910” (la primera es en “Lima
y agosto de 1910’), refiere una tenida poética con
Augusto Aguirre Morales, el contewr, con Percy
Gibson, “cantor y sentidor profundo de la naturale-
za”, con (Alberto) Ballon Landa, con Gonzalez
Zuniga y con Francisco Ramos Garcia Calderon.
Gonzalez Zuniga recita una leyenda indigena; Gibson
con su gran melancolia ora, mas que sus versos.
La amistad con los Gibson, que fue larga, se re-
fleja en la dedicatoria del soneto “La Gran Hora”
(a Percy) y de la silva “Las tltimas tardes” (a
Carlos). El uno, nacido del 8 de noviembre y el otro,
Sin mes ni dia, en 1910. A través de aquel soneto
ingsiste Valdelomar en el tono evocativo que le posee:
el tiempo de “algtin Luis” y “el caballeresco siglo
de la vieja Hispania/cuando en mi estirpe y mi es-
cudo brillaba una flor de lys”. En la silva abre la
espita de la melancolia y conversa con su alma:
“Deja... no pienses mas... Deja y olvida/Deja que
el sol se lleve/las tardes que nos quedan en la vida.”
Empero, también alli se reiteran las notas herAldicas
y rememorantes: el castillo, la torre, “la puente’’, el
rey, “el infante”; “deja que el sol se lleve/las tardes
que nos quedan en la vida.”
70
Presa de tan ancestrales dejos, victima de un se-
gundo yo rebosante de leyenda, emprendera en seguida,
bajo el sefiuelo de Rodenbach y Maeterlinck (reciente-
mente traducidos), sus dos novelas evocadoras en las
que engarza poemas de reminiscencias virreinales:
“Evocacion de las abuelas’’, “Evocacién de las grana-
das”, “Evocacién de la ciudad muerta.”
Frente a la persistente repetici6n de esos temas,
de esa actitud y de su correspondiente acento de
romantica nostalgia, expresado en el lenguaje sonoro
del modernismo, nadie podria negar que la pubertad
literaria de Abraham entraba en crisis para luego
definirse. Golpeado por el recuerdo, la ambicion, el
ensuefio de su vida civil y la inesperada actividad
prebélica del campamento militar, se debatira en se-
guida entre tan encontrados reclamos y trataria de
hallar la solucién a su angustia, embriagandose de ac-
cién en la politica y de tradicién e intimidad en la
evocacién de su propio lar.
Todavia, empero, hara un tltimo esfuerzo por sal-
varse a costa sélo de su fantasia y su literatura;
nacen de ello sus dos primeras y tinicas novelas.

71
V. LEVITACION (1910-1911)

Es EVIDENTE que Valdelomar era entre 1910 y 1913


un “aprendiz de brujo”. Pesaba sobre 6] la tradici6n
limefia. Segtin lo demuestra en Con la argelina al vien-
to, La ciudad de los tisicos y La ciudad muerta, en
él triunfaba entonces el “colonialista” sobre el na-
ciente “colonidista”; aquello trascendia a sujeci6én;
esto a descubrimiento.
Las doce crénicas que componen la serie de Con
la argelina al viento, retratan la vida del autor en los
vivaques de Tumbes y Sullana. Naturalmente, el
casus belli con el Ecuador se originaba en el inve-
terado pleito de fronteras que nos legaron el virrei-
nato y la revolucién emancipadora, Como no era po-
sible ponernos de acuerdo, apelamos a un 4rbitro
arbitrador: al rey de Espafia. Desde luego, el inci-
dente dio origen a largo litigio y a mas largos ale-
gatos. Se trenzaron en el debate, por un lado, don
Mariano H. Cornejo y don José Pardo y Barreda,
ayudados por el eminente erudito espafiol don Marcos
Jiménez de la Espada y por los jévenes aspirantes
a diplomaticos, doctores Victor Andrés Belatinde
(1883-1966) y José Santos Chocano (1875-1934); y
por el lado del Ecuador, juristas tan importantes co-
mo los del Pert.
En visperas de que el rey de Espafia emitiera su
laudo arbitral, se filtré la noticia de que el fallo
nos seria favorable. La Cancilleria ecuatoriana se
adelanté al pronunciamiento oficial del rey de Espa-
na, el pueblo de Guayaquil tomé la delantera a su
Cancilleria, por lo que el mes de abril de 1910 se vio |
marcado por sendas pedreas, escudos y banderas,
72
consulados y legaciones del Pert, Quito y Guayaquil
y a los ecuatorianos en Lima, El Callao y otras ciu-
dades. Una revistilla festiva que se publicaba enton-
ces en Lima, El Mono, comentaba graficamente ese
edificante intercambio de apedreamientos en la si-
guiente estrofa, con musica de zarzuela:

Se volvieron locos,
y a punta de cocos,
se fueron encima
de la Legacion,
y hoy todos los bravos
se rascan los rabos
al ver la de Lima
manifestacion.

A raiz de “la de Lima/manifestacion”, se abrio el


enrolamiento de soldados voluntarios. Valdelomar
se enrol6 en el Batall6n Universitario, Ya hemos
hablado de esto.
Valdelomar tenia veintiin anos cumplidos. Se en-
tusiasm6, se embriagé de ardor patridtico y perio-
distico, Alterné los ejercicios militares con su cola-
boracién para El Diario de Lima.
Como el sol ardia sobre lomo y frente, habia que
cubrir la nuca con la clasica argelina de los spahis
franceses. Fue el origen del titulo de aquellas cro-
nicas.
No obstante que su asunto era una coyuntura béli-
ca, repetiremos que nada resulté menos bélico que
el tono de aquellas paginas. Con buen humor e indis-
cutible elegancia, Valdelomar describe el ambiente
del campamento, aludiendo directamente a las per-
sonas; mencionando a los reclutas del Batall6n Uni-
versitario, refiriéndose a hechos importantes y tri-
viales, grandes y chicos, patridticos y domésticos.
Valdelomar aparece alli cortesano y frivolo, con
73
ligereza de periodista y cierta inocultable veleidad
sociable. Nada anuncia alli el empaque y el descoco
de que hard gala mas tarde. Se le advierte todavia
impresionado por el peso de ciertos nombres. Vivia
su Edad Media: el tiempo de la crisdlida. La munici-
palidad de Lima, al concederle una medalla por sus
cronicas de guerra, el 28 de julio de 1910, le otorg6
una especie de passe-avant literario. Premunido de
semejante credencial (“municipal y espesa” habria
dicho Dario), Valdelomar se lanzé de lleno a la lite-
ratura de imaginacién y recuerdos.
Dos son las novelas cortas que entonces simul-
taneamente produjo: La ciudad de los tisicos y La ciu-
dad muerta. Segtin su propio testimonio (en tal caso
nada irrecusable), ya habia escrito Yerbasanta, a la
que él asigna como fecha, la de sus dieciséis afios, o
sea 1904. Estoy seguro de que no dijo la verdad.
La ciudad de los tisicos (La correspondencia de Abel
Rossell) aparecié en la revista Variedades en 1911. No
es realmente una novela; se trata mas bien de una
crénica poematica sobre Chosica, que era en ese
tiempo un aristocratico balneario semiandino, a
cuarenta kilémetros de Lima. En aquella época se
creia que la tuberculosis pulmonar se curaba en los
climas altos y secos, por consiguiente, en Chosica (a
mil metros de altitud) convergian los tisicos de Lima
que no alcanzaban a llegar a Jauja, ciudad ideal de
los tuberculosos. Ademas, Alejandro Dumas (hijo)
habia esparcido la idea de que la tisis era una en-
fermedad aristocratica; desde Margarita Gautier
—recuérdese el soneto de Rubén—, la palidez y la
demacraci6n corrian parejas con la sensibilidad y
el talento.
Valdelomar, dentro de esos supuestos, sitia su
simplisima narracién de episodios ocurridos entre
tisicos, en una ciudad especial para ellos. Relato
convencional y de falsa decadencia, Intenta —imbui-
74
a
do acaso de los ejemplos del arisco Huysmans y el
pederasta Lorrain— una sinfonia de los perfumes,
una letania de las manos y —delatora presencia de
D’Annunzio— varias evocaciones coloniales en la su-
puesta quinta del virrey Amat (en verdad, del conde
de Presa) y de la Perricholi; un elogio de las pin-
turas de Merino, de los huacos y tejidos incaicos, de
la escultura de Baltasar Gavilan —decoracién pura—,
grecas, lineas, anforas, columnas, En medio de ello
se insertan las alambicadas y pueriles cartas de
Abel Rossell, un personaje huysmaniano, que, por
contraste con la Gladys de Cartas de una turista de
“Cabotin” (en auge entonces), complica todo lo que
éste y su simpatico personaje Cardoso facilitaban.
El Valdelomar de este libro balbuceante discurre
infantilmente sobre Verlaine y Wagner (“un sefior
Wagner’) y taracea de malos versos su prosa, en ese
tiempo ribeteada. Empero, los versos insertos denun-
cian al enamorado de la naturaleza; la prosa, hasta
en los nombres de los personajes (Armando y Marga-
rita), a un retrasado romantico. “Rosas”, “brisas’,
“bueyes”’, “remansos’”, “zagales’, “angelus’”, consti-
tuyen una antologia de lugares comunes y términos
decadentes. La trama importa poco. Se nace para
amar y se ama para morir; ronda absurda, sentimen-
taloide y banal.
En La ciudad muerta, firmada el 20 de febrero de
1911 (Ilustracién Peruana, nim. 80 y siguiente,
abril-mayo 1911), refleja desde el primero hasta su
ultimo renglén el prurito de aristocracia y exotis-
mo de que se anegaba el joven escritor. La dedi-
eatoria a

Don Juan Bautista de Lavalle, enamorado de las


glorias viejas, intérprete de los lienzos antiguos,
admirador religioso de todo lo que el tiempo ha
deshojado y ha tornado triste y marchito.
75
nos coloca frente a la pasién valdelomariana por lo
sefiorial y que por pasado puede ser poético.
Hasta alli nunca habia salido Valdelomar del Pert.
Sélo habia viajado a Arequipa, Cuzco y Puno. El
novelista finge escribir “en e] Atica sobre el mar de
Rio de Janeiro, Brasil’. Insiste otra vez en el método
epistolar y de diario: era el de Pierre Loti (Las des-
encantadas); el de Daudet (Lettres de mon Moulin);
el de Paul Bourget (Le disciple); el de Henry Bor-
deaux (Neige sur les pas); el de algunas obras de
D’Annunzio; el de nuestro modesto y encantador
“Cabotin’’. Como buen epistolista amaba las paradojas
(“Le echo la culpa a la luna”) y los viajes imagina-
rios (Ostende, Rio, Paris).
Valdelomar se engolosina citando en francés a Ver-
laine, Samain, Bataille (tout le symbolisme, hélas), y
evoca con deleite a Lima, “la ciudad colonial’, con
su escudo en forma romana: “Campo de gules, tres
estrellas y en el centro una corona.” j Conmovedora
puerilidad!
En Lima estaba entonces de moda el modernismo,
que nos llegé con retraso, y el decadentismo, que cal-
zaba con nuestro perenne nirvana y que nos llegé
por doble via: la francesa y la italiana. Campeaba
D’Annunzio con sus estilizadas y convencionales evo-
caciones renacentistas, por lo que Valdelomar no
pudo resistir el reto del autor de Il fuoco y de Il
piacere, a quien ademas sentiase atraido por cierto
estridente egocentrismo y cierta jactancia histridéni-
ca. De esta influencia dannunziana darian ejemplar
testimonio Raymundo Morales de la Torre, coetaneo
de Abraham y de Galvez, y, a ratos, Clemente Palma.
De los poetas, las huellas mas visibles en ese mo-
mento eran las de Dario, Chocano, Villaespesa, Lu-
gones y Marquina. De El alcézar de las perlas, de
Villaespesa, tomaria Valdelomar el molde para su
“Evocacién de la ciudad antigua” y “La evocacién
76
-

de las granadas’”. Nadie podria negar alli el eco de


aquella melodiosa elegia de Villaespesa:
Las fuentes de Granada jhabéis sentido
en la noche de estrellas perfumadas,
algo mas doloroso que su triste gemido?
La huella de Eduardo Marquina y su teatro his-
torico se reflejan en La Mariscala (1916) una, de
las muy discutibles, tentativa teatral de Valdelomar.
Sorprende la cultura artistica de que hace gala
el joven escritor, pero tanto como su riqueza imagi-
nativa, abruman su inexactitud y su empaque. Asi,
cuando habla de los claroscuros de Rubens, pareceria
que lo confunde con los de Rembrandt; y en la tri-
logia de autores que al parecer le subyuga (el Inca
Garcilaso, Shakespeare y Homero) se advierte un
terrible despiste literario, y no obstante (o quizds por
eso mismo) su preparaciOn académica, Ademas, lector
apresurado de la reciente tesis doctoral de Riva
Agtiero, se atreve a suponer que Garcilaso pudo ser
“Valera”, o sea el cronista P. Blas de Valera, hipo-
tesis ya descartada.
Lo mas importante del caso Valdelomar consiste,
empero, en su Sensibilidad, fantasia y adjetivacion.
Esta ultima se alza contra el epiteto y prefiere la
pluralidad asediante a la certera unicidad.
En cuanto a lo primero, se pone de manifiesto una
impresionante capacidad plastica. En cuanto a lo
segundo, a la fantasia, hay en ella algo que me
atreveria a calificar de adorable ingenuidad estética.
Por de pronto huye, empujado por pueril cursileria,
de los nombres castellanos: los personajes se llaman
Francinette, Claudine, Florenze (con z), Berthier,
Posso y, el principal, D’Herauville. La atmosfera que
envuelve la obra resulta irreal, fantasmagorica, Para
no serlo tanto, abre el fuego sobre “las localizaciones
cerebrales”, adicto como parece que era de los des-
77
cubrimientos de Ramon y Cajal, a quien tanto admi-
raron los miembros de la generacién de 1910.
Valdelomar frecuentaba la amistad de sus coeta-
neos universitarios, los siquiatras Hermilio Valdi-
zan, Sebastidn Lorente Patron y Baltasar Caravedo
Prado; los dos Utltimos, amateurs literarios; el pri-
mero, un poderoso escritor. La trama de la novela
de Valdelomar se reduce a que el novelista dejé que
Henri d’Herauville descendiera a un misterioso pozo
donde perecera, por lo que no pudo casarse con
Francinette, enamorada del extraviado francés.
Todo lo anterior constituye un nuevo escarceo, un
solfeo literario. Después de conocerlo, se ratifica al
lector que Yerbasanta, si fue fruto de la adolescen-
cia de Valdelomar, responde a su otro yo, el que
floreceria en sus cuentos lugarefios. Entre 1911 y
1913 ocurrié algo que rompié el modo universitario
y sofisticado (segin decimos hoy) de su literatu-
ra; que algo nuevo se introdujo entre él y su cosmos;
que, usando eufemismos rebuscados, su cosmovisién
cambio sustancialmente; que de exotista se volvidé
regionalista; de alambicado, simple; de colorista,
lirico; de abundante, parco. Era su rencuentro con-
sigo mismo: {Cémo? ;Dénde? ;Por qué?
Ese mismo afio de 1911, en que Valdelomar se con-
sagra como la consabida “promesa juvenil” a que
se refieren casi todos los textos literarios oficiales,
marcé serios cambios en la vida del Pert y espe-
cialmente de Lima. Enumeraremos algunos: llegada
de Juan Bielovucia; ruptura del civilismo; auge de
Billinghurst; fracaso politico de Aspillaga; madura-
cién de Leguia; publicacién de libros europeizantes
(Paisajes intimos, de Morales de la Torre, Versos a
Iris, de “Juan del Carpio”, y Hadticas, de Gonzalez
Prada); afianzamiento del modernismo; bautizo poli-
tico de Riva Agiiero. Agrupemos estos hechos en la
mas ordenada forma que nos sea posible.
78
=

En un lado deberiamos reunir los sucesos cultu-


rales. Pero no basta. Por ejemplo, la muerte de
Jorge Chavez en Domodossola (septiembre, 1910)
despert6 intenso entusiasmo por la aviacién y... la
poesia civil. Poco después ocurri6é el tragico acci-
dente aéreo que inutiliz6 a Tenaud e inspiréd El
vuelo, de Valdelomar. Al mismo tiempo regresaba al
Pert, Bielovucia, aviador peruano, famoso en Fran-
cia, en cuyo servicio durante la primera Guerra ex-
puso generosamente la vida. La llegada de Bielovucia
inspir6 una inolvidable letrilla de Lednidas N. Ye-
rovi; la inauguracion de la Liga de Aviacién Peruana
presidida por el general Pedro E, Mufiiz; los vuelos
turisticos sobre la ciudad y el interés de Valdelomar
por la aviacién. Cinco afios después ratificaria este
fervor por medio de un bello reportaje al famoso
aeronauta brasilefio Santos Dumont. Literariamente
D’Annunzio ocupaba un lugar preponderante entre
los escritores. Aparte de sus furiosos e inexplicables
amores con Eleonora Duse, acontecié que el Index
Expurgatorum incluy6 bajo sus anatemas de novela
El triunfo de la muerte. Precisamente en ese libro
se describe y canta una procesién popular italiana
que pudiera compararse, por el fanatismo que la
rodea, con la del Sefior de Luren, al que, desde la in-
fancia, adoraban Valdelomar y los suyos. Ademas, la
retorica de Giorgio Aurispa y de su amante Hipo-
lito, y su frecuentamiento de la muerte, parecen ins-
piradores de ese culto de lo inesperado de la muerte,
que Abraham ronda, con sigilo de lobo, en “Los ojos
de Judas’, “El vuelo de los céndores’, “Chaymanta
Huayfiui”, “El buque negro”, “Yerbasanta”, “E] alfa-
rero” y, en general, en toda su obra. Raymundo Mo-
rales de la Torre, su compafiero de San Marcos y
el vivaque, habia parafraseado ya a Gabriel “el di-
vino” en el libro Paisajes intimos (1911). Enrique
Bustamante y Ballividn, colega de Contempordnea
ihe)
y futuro copiloto de Cultura, glosaba argumentos y
personajes dannunzianos en sus alambicados Elogios
(1911), y preparaba esa terca y dulce rapsodia de
Las virgenes de las rocas, que se titula La evocadora
(1912). Juan Bautista Lavalle publicaba en revistas
lo que seria su tinico y armonioso libro En la paz
del hogar (1912). Augusto Aguirre Morales prelu-
diaba en cuentos sicolégicos y leyendas histoéricas,
otra parodia de D’Annunzio (el de El inocente) como
seria la novela La medusa (1915).
Para erguirse por encima de las ruinas y el desas-
tre, frutos de la derrota militar de 1879, la genera-
cién “dolida’’, la del 86, se mostr6 violenta acusadora
de sus antecesores; la siguiente generacion, al pare-
cer limpia de tales maculas, se ufanaria de su incul-
pabilidad y de su erudicién. El propio José de la
Riva Agtiero, tan seguro y solemne como paso de
oso, intentd alardes dannunzianos y glosd Las virge-
nes de las rocas; lo hizo también Enrique A. Carrillo
(“Cabotin’’) pero, jcon qué donosura! De la mezcla
de la arrogancia y el estetismo dannunzianos y de
la explosiva homosexualidad literaria de Lorrain, el
conde de Mirabeau Fezesac y también de Verlaine,
surgid, como producto natural, el culto a Oscar Wil-
de en quien Valdelomar puso todas sus complacen-
cias. Tuvimos asi nuestro criollo “rey de la vida” y,
de contera, un preludiante contumaz de la muerte.
Desde el punto de vista politico, las cosas seguian
confuso rumbo. El gobierno de Leguia, después del
fracaso de la “conciliacién” de 1910, resolvié lograr
una mayoria propia en el Congreso, a fin de robuste-
cer al ejecutivo. Aprovechando de la coyuntura de que,
segun lo establecido por la Constitucion, la Camara
de Diputados se renovaba por tercios, traté de inser-
tar en 1911 un tercio adicto a su régimen a fin de
completar su mayoria. El choque fue duro. Cayé
muerto a bala uno de los partidarios de Antonio
80
oS a

4
Miro Quesada Guerra, redactor principal de El Co-
mercio y primer aspirante a suceder intempestiva-
mente a Leguia mediante un golpe parlamentario.
Frente a estos sucesos y el consiguiente desborde del
presidente Leguia y sus huestes, se levanté la voz
de Riva Agiiero a través de un articulo en El Comer-
cio. Su autor fue apresado. Logr6é la libertad me-
diante una estruendosa y valiente protesta de los
universitarios de San Marcos, entre los cuales se
hallaba Valdelomar, Aprendié asi, con elocuencia in-
mediata, que los estudiantes tenian un rol que des-
empefar en la politica activa. Aproveché la leccién.
La usaria al afio siguiente. Por otra parte, era un
hecho que, al amparo de su acerbada y reciente ges-
tidn edilicia, don Guillermo E. Billinghurst (Arica,
1851 —Iquique, 1914), habia crecido civicamente
hasta alcanzar estatura presidencial. Billinghurst
era un tipo recio, combativo, auténtico patriota, ex
combatiente de la guerra del setenta y nueve, ex mon-
tonero de 1895, ex pierolista desde 1899, rotundo,
arbitrario, viril y culto; uno de los mejores especia-
listas en nitratos. Cay6 prisionero de los chilenos en
el Morro Solar (1881), y acompano a Piérola en su
audaz viaje, en barquichuela, de Chile al Pert, Alre-
dedor suyo se juntaron los enemigos de los Pardo
y de sus satélites, los “bloquistas’”, asi como los
adversarios de Leguia y su naciente despotismo.
Billinghurst parecia ser la garganta del pueblo; Val-
delomar quiso ser la voz. Para lograrlo mejor pre-
tendid, sin buen éxito, ganar la presidencia del
Centro Universitario, segin se ha referido.
Era el Centro Universitario la institucién repre-
sentativa de los estudiantes universitarios. Lo habian
presidido Carlos Concha, Juan Bautista de Lavalle,
Victor Andrés Belatinde, Manuel Prado Ugarteche. Se
trataba de una institucién prominentemente “civilis-
ta”, monopolizada por una élite limefia o alimefiada.
81
Los casos de Concha y Belatinde tenian su propia
explicacién. Concha, vastago inteligente, ambicioso,
de una vieja familia empobrecida, habia sido secre-
tario del presidente Pardo (1904-08) y ejercia gran
influencia politica a causa de aquello; en 1915-19
volveria a la secretaria presidencial. El caso de Victor
Andrés Belatnde-Diez Canseco fue el de una lo-
cuacidad y una fantasia bien administradas. Por
su apellido materno estaba vinculado a dos presi-
dentes: Castilla y Diez Canseco; y por la paterna
a un ex ministro de Hacienda, don Mariano Belatn-
de. A Belatinde le fue muy facil alinearse con la
aristocracia rural, colonial, ventral y fiscal concen-
trada en Lima, que constituy6, a su turno, una cu-
riosa aristocracia oral. Por “linea de carrera”, como
se dice, la presidencia del Centro Universitario im-
plicaba ciertos gajes. Alli, en la casa del Centro, se
jugaba al billar, al poker, a la pinta, a la erudicién
y a la politica.
Uno de los mas dinamicos secuaces de Abraham se
llamaba Luis G. Rivero, de clara aficién a las letras.
Cierto que le ganaba el criollismo: entre D’Annunzio
y don Ricardo Palma, Rivero escogié lo ultimo. Ri-
vero habia nacido, como Valdelomar, en Ica. Versi-
ficaba con sentimiento, no exento de cierta dosis
de huachaferia. Alto, de apostura, la nariz aguilefia,
bigote y cabellos castafio-claro, el mentén saliente.
Blandio con eficacia bastén, gesto y madrigales.
Segtn se ha dicho, surgiéd como adversario de
Valdelomar, en el campo de la politica sanmarqui-
na, Alberto Ulloa Sotomayor, limefo nacido en 1892,
por tanto en sus veinte afios, hijo de don Alberto
Ulloa Cisneros, el agresivo editorialista de La Pren-
sa de Piérola y de Osma. Pocos afos después, refi-
riéndose a tal episodio, Alberto Ulloa Sotomayor
escribiria lo que sigue en el prélogo de El caballero
Carmelo:
82
Su causa (la de Billinghurst.—L.A.S.) triunf6, y
como Valdelomar se habia hecho politico militan-
te y como la politica se durmié en las calles, fue
a despertarla en la Universidad, agit6 a los in-
fantiles alumnos de los primeros afios y al frente
de ese ejército entusiasta se lanzé a conquistar
las elevadas posiciones de la vida estudiantil.
Hubimos de salirle al encuentro y entonces Valde-
lomar y yo tuvimos un duelo; vibraron una tarde
las espadas, se ennegrecieron sobre la tierra unas
gotas de sangre y bautizamos en esa forma esta
sdlida amistad intelectual que hoy nos une y que
estas lineas consagran.

Estimulo tardio, pero al cabo reconciliacién: como


en El caballero Carmelo, ambos contendientes eran
de raza.
Después del regreso de Arequipa, Cuzco y Puno
y de la publicacion de La ciudad de los tisicos y
de La ciudad muerta, Valdelomar habia iniciado una
nueva actividad, entre el periodismo, la historia y la
politica. Se estaba poniendo criollisimamente “en
forma”’.
De lo primero da fe su articulo “El palacio de los
virreyes” publicado en La Opinién Nacional del 31 de
noviembre de 1911, trabajo ameno, alegremente docu-
mentado y con interesantes sugestiones. Luego se
embarcaria en la politica.
Desde enero, repito, la candidatura de Billinghurst
cerniase sobre el horizonte como algo inexorable.
Valdelomar, provinciano, rebelde, inquieto, se decide
a probar fortuna en aquel nuevo quehacer. Como
se habia matriculado de nuevo en San Marcos, pre-
tendi6 ganar la presidencia del Centro Universitario

1 Ulloa, Prélogo a El caballero Carmelo, 1918, p. 4.


83
que agrupaba a lo mas granado de los estudiantes
peruanos. Fue cuando le salié al paso Alberto Ulloa.
A consecuencia de ello se produjo el duelo Ulloa-
Valdelomar que hemos narrado ya. Fracasado en su .
intento de capturar la presidencia del Centro Uni-
versitario, Valdelomar fundé otro Centro Universi-
tario billinghurista, tipicamente politico, a cuya ca-
beza se puso de inmediato.
El 19 de mayo de 1912, tanto el senor Billinghurst
como su rival, el sefior Aspillaga, llevaron a cabo
sendas manifestaciones politicas. El uno la inicié
en la popular alameda de los Descalzos. Como em-
blema portaban dos panes, uno grande (“el que
tendras si eliges a Billinghurst’’) y otro chico (“el
que tendras si sale Aspillaga”), motivo por el cual
Billinghurst recibid el indeleble apodo de “Pan
Grande’. La comparaci6én entre ambas manifesta-
ciones fue lamentable para el sefor Aspillaga. Mien-
tras sus huestes desfilaban desde el Restaurante del
Zool6gico y estaban integradas a lo sumo por dos
millares de sefiores y sefioritos de tarro de unto,
levita negra y guantes claros, los veinte mil billin-
ghuristas, con Marta la Cantinera a la cabeza, se
posesionaron de la Alameda de los Descalzos y Abajo
el Puente, llenando el espacio a fuerza de hurras,
eructos alcohélicos y jipios de marinera costefia.
Decia La Crénica, informando al respecto:

Las manifestaciones politicas de ayer. El senor


Billinghurst aclamado por veinte mil ciudadanos. ..

Todo el trayecto el Jirén de la Unién no ofre-


cid mayores detalles dignos de ser anotados, hasta
llegar a la plazuela de la Exposicién, en donde
pronuncidé un hermoso discurso el sefor Abraham
Valdelomar, secretario de la casa politica del sefior
Billinghurst y presidente del Centro Universitario
84
billinghurista. Las palabras de Abraham Valdelo-
mar despertaron un intenso entusiasmo.2

Ese mismo dia, el propio Abraham dio lectura a


un memorial que la ciudadania billinghurista presen-
taba al presidente Leguia, en cuyo parrafo primero
fundamentaba la peticién principal; decia lo si-
guiente:

Excmo. Sefior:—los ciudadanos que suscriben, en


uso del derecho de peticidn que nos concede la
Constitucién de] Estado, a V. E. nos presentamos
y decimos: —que como es ptblico y notorio las
Juntas encargadas del mecanismo y actos preli-
minares de la eleccién que debe renovar al per-
sonal del Poder Ejecutivo, no han llenado nin-
guna de las sagradas misiones que la ley les
encomienda...

Se pedia a continuacién que se removieran a dichas


juntas electorales por considerdrselas parcializadas
a favor de Aspillaga. Al final ocurri6 que la eleccién
del presidente de la reptblica la tuvo que hacer el
Congreso.
La agitacién callejera habia subyugado a Valde-
lomar. Un mes escaso después de aquel mitin, el 8
de junio, se realiz6 en el sal6n general de San Car-
los, o sea en el aula magna de San Marcos, una fer-
vorosa recepcién en honor de la comisi6n de estu-
diantes del Cuzco que habia llegado a Lima llevando
su protesta por los atropellos de que el prefecto
Ntfiez hiciera victima a los universitarios de la
Ciudad Imperial.
Los delegados de aquel movimiento eran el cuz-
quefio Victor J. Guevara y el moqueguano Luis E.

2 La Cronica, Lima, 20 de mayo, 1911; pp. 3, 4, 5, 8 y 9.


85
Valcarcel. Ambos en sus veinte; ambos inquietos;
ambos adictos a la historia; ambos sedientos de
politica. Los dos Negarian a gran altura; el uno
como periodista y parlamentario; el otro como cate-
dratico, escritor y arquedélogo. Presidié la actuacién
Carlos Concha, “quien leyé un hermoso discurso de
bienvenida’’.®
Concha era presidente del Centro Universitario.
Dice la versi6n periodistica: “El senor Abraham
Valdelomar hizo uso de la palabra en términos ade-
cuados, lo mismo que los sefiores doctores Victor
J. Guevara y Luis E. Valearcel.”
Con anterioridad a este acto de protesta acadé-
mica, Valdelomar habia tomado parte en las mani-
festaciones callejeras a proposito del paro general
provocado por la prisién de los universitarios del
Cuzco. Habia sido el 24 de mayo. Valdelomar presi-
dié el comité encargado de expresar la queja y el
rechazo de los estudiantes. En ardiente discurso
pidié al ministro de Gobierno la libertad de los dete-
nidos, a quienes se acusaba tan sélo de haberse ex-
presado contra la candidatura de Aspillaga, o sea
contra el oficialismo.
El contacto con los obreros y la participacién en
el paro politico, que sirvid de ominoso marco a las
elecciones presidenciales, contagiéd a Valdelomar de
efluvios popularistas, lo que explica su asidua co-
laboracién en el diario obrero Accién Popular, del
que eran mentores el catedratico de San Marcos,
Lauro Angel Curletti, y los obreros Justo A. Casa-
retto, Luis B. Castafieda y Victor Pujazén.
En las paginas de Accién Popular insert6 Gonzalez
Prada su vitridlica “Nota informativa”’ sobre la
Biblioteca Nacional, implacablemente enderezada con-
tra don Ricardo Palma (1931).

3 La Cronica, 10 de junio, 1912.


86
De pronto, el atildado cronista de Con la argelina
al viento, el decadente exégeta de Abel Rossell y
Henri d’Herauville, se convirtiéd en juvenil y ardo-
roso orador de plazuela,
Abraham cumplia los veinticuatro, usaba leve bigo-
tillo, lentes con marco de carey y refinado cinismo.
£Qué habia conseguido con todo eso y lo dem4s?
Cierta reputacién de hombre inteligente; la nada
singular aureola de escritor modernista; un no des-
preciable prestigio como dibujante; algtin renombre
de historiador. Cuando pasaba por el Jirén de la
Union, algunos se volvian para mirarlo. Tenia la voz
aflautada, el ademan pomposo, facil y amable la
risa, morena la tez (a pesar suyo), anchos térax y
caderas, desafiante la mirada, la imaginacién proli-
fica. Pero, con todo, sdlo era un provinciano, nada
mas que un provinciano, y serlo significaba tener
cerradas muchas puertas. Ica seria muy rica, aso-
leada y sefiorial, pero Ica no era Lima; los Valdelo-
mar, ademas, eran amulatados. Inttil halagar las
blancas y regordetas manos de los marqueses, con-
des, senores de la capital. Inttil pareceria buscar la
simpatia de los Lavalle, los Riva Agtiero, los Osma,
los Gonzalez Orbegoso. En cambio Billinghurst, vas-
tago de ingleses y nacido en Arica, representaba la
insurrecci6n de la provincia, el alzamiento contra el
sefiorito virreinal.
Los Valdelomar, mal de su coraz6én, pese a bre-
ves desajustes metropolitanos, permanecieron fieles
a la provincia hasta en su deceso, como simple
diputado regional y en Ayacucho, el “rincén de los
muertos”’.
Por eso, era natural que en aquella coyuntura, al
frente de las huestes universitarias billinghuristas,
desde las ventanas de la casa politica de don Gui-
llermo Billinghurst, esquina de Gallinazos con Fano,
arengase con ardor a las multitudes.
87
Nada retrata mejor las agitaciones politicas de
Valdelomar a sus veinticuatro afios, cuando, pese a
que no estaba atin “consagrado”, ya habia escrito
o estaba escribiendo las obras que lo consagrarian,
que una carta suya de 17 de junio de 1912, escrita
en Lima en plena campafia, y dirigida a Enrique
Bustamante y Ballivian (ausente del Pert), pero con
quien lo unié, segtin se ha visto, una sdlida amistad
literaria y personal, pero no un vinculo politico:

Por primera vez he vivido una verdadera vida


de agitacién y de grandes sensaciones. He sido
orador en las grandes multitudes, luchador en los
pequefios combates habidos con los “aspillaguis-
tas” durante los primeros dias (que ahora ya no
salen a la arena), confidente de los politicos y
azuzador de malas gentes. He sido todo, y no
repetiré como el otro descontento: “lo he sido todo
y todo es una gran cosa’, Yo estoy agradecido al
destino que me depard una vida tan tensa, en
estos tiempos de pasividad y de civilizacién. He
vivido otra vida, Enrique; otra vida que Ud. no
se imagina tal vez. Yo no me creta un luchador, y
ahora me convenzo de que el hombre no es mds que
el resultado de las circunstancias. Yo mismo que me
creta un apacible, he ido con la mayor sangre fria,
revolver en mano, el 25, a atacar a la Junta Elec-
toral, capitaneando a unos setecientos hombres del
pueblo. Yo me he convencido que éste es el camino.
Si yo resultara un revolucionario. {Qué diria us-
ted, Enrique?
Debo hablarle un poco de politica. Nuestra
campana en favor de don Guillermo (Billinghurst)
esta concluida. El concepto general es que don
Guillermo ya es gobierno, y que el Congreso no
haré mas que elegirlo. Estando tan cerca como
estoy del sefior Billinghurst, puedo asegurarle
88
a usted que hemos vencido y que no habra fuer-
za Capaz de llevar a otra persona al Gobierno.
Yo me alegro inmensamente por usted y por mi;
el senor de Piérola ha sacrificado una vez mas
a sus amigos y ha hecho morir definitivamente a
este gran Partido Demécrata que hasta el 18 del
pasado era una fuerza viva.
Le he dicho que no vivia sino para el arte, pero
mi tendencia a ver las cosas con los ojos del espi-
ritu, me ha llevado a apuntar impresiones de esta
campana politica, impresiones que tienen un ca-
-racter de narracion personal de todas las grandes
cosas que he visto y de todas las grandes sensa-
ciones que he tenido. Una imborrable, magna, dig-
na de un gran poema tragico, fue la que tuve el
25. Voy a contarle a la ligera un bello cuadro
tragico, doloroso, sangriento, brutal. Qué sensa-
cidén terrible, querido amigo. Otro hombre no ha-
bra visto, y si ha visto, no habra sentido con la
fuerza que yo, en momento semejante.
El pueblo de Lima estaba en el segundo dia
del paro general. Era este dia lleno de presagios
y de temores para todos. Un pueblo de treinta
mil hombres que recorrian las calles gritando,
destruyendo. Un pueblo famélico, indignado, y
que aun siendo nuestro en su totalidad, nos in-
fundia ese respeto que infunden las grandes masas
cuando estan resueltas a obrar por cuenta propia.
El] segundo dia del paro, el pueblo, no teniendo
mesas qué destrozar, se fue a cazar soplones. Era
una caceria humana. El pueblo, al saber dénde
se ocultaba uno de estos desgraciados, se dirigia
a su casa y asaltaba, incendiaba y heria.
Hubo uno de estos soplones, un tal Changa, a
quien el pueblo buscaba con gran interés. El solo
criminal nos habia herido en menos de cuatro
dias a unos doce individuos. Y la indignacién era
89
tan grande contra él, que al saber donde se ocul-
taba, se dirigid una poblada de cerca de tres mil
individuos a su casa, Alli estaba el reo. Entraron
dos cabecillas y lo tomaron preso. El pueblo abajo
disparaba y rompia las puertas.
;A quemarlo!... j;A quemarlo!
El hombre salié ante aquella turba enfurecida,
entre los dos cabecillas y les dijo:
—Tu, al de la derecha, ti que eres mi amigo y
que me conoces, librame de este pueblo y matame.
—Tt que me odias tanto (al de la izquierda) y
que eres mi enemigo porque yo heri el otro dia
a tu compadre, matame. Es un favor.
El pueblo se apoderé de él. Lo han traido desde
el Tajamar en medio de un griterio infernal. Era
una lucha entre los que querian matarlo alli mis-
mo y que se lo disputaban, y entre los que querian
traerlo vivo hasta la puerta del sefior Billinghurst
para quemarlo vivo alli, y la griteria aumentaba
y los disparos contra el reo iban a herir a sus
propios custodios y la mala suerte del miserable
hacia que ningun tiro le cayese. Asi subieron al
puente. De pronto la multitud tiene una stbita
idea. Se encuentran en medio del puente. Ven el
precipicio a los pies y gritan todos:
—jA echarlo al rio!... jA echarlo al rio!
Y todos respondieron a una voz:
—jAl rio... Al rio!
Se arremolinaron todos. El hombre no hablaba
ni decia nada. Era un negro enorme. Un poco del-
gado, de unos ojos vidriosos. Algo himedos, pero
extranamente abiertos. Tenia los labios secos,
muy secos y miraba a todas partes como desorien-
tado. El pueblo lo cogié. Se apoderd de él, sus
dos cazadores no pudieron detener el impulso y
entonces se vio cémo el pueblo levantaba al hom-
bre y lo lanzaba por la baranda de hierro, Ya
90
estaba en el aire. Son6é un grito ronco, extrafo,
grito que no era humano, y entonces uno de esos
hombres desconocidos y de generosa crueldad, en
medio del silencio instantaneo que precede a los
crimenes y a las venganzas populares, soné una
voz que dijo:
—jNo!... jMejor es quemarlo primero!
—jSi. Mejor es quemarlo!...
Y la procesién se organiz6 de nuevo hacia la
casa de Billinghurst, rugiente, ensordecedora. Los
disparos a él] seguian hiriendo a los demas, y el
desfile por el jirdn central duré mas de una
hora. jY el hombre vivia!
Yo estaba en este momento en casa de Billin-
ghurst. Acababa de volver de una semicampafa
sostenida en La Victoria contra unos cuantos as-
pillaguistas. Estos fueron dispersados por nos-
otros a balazos y caido un prisionero; fui yo, yo,
que era el jefe, quien le salv6 la vida. Y qué
diferencia habia entre este pobre diablo (que de-
bia ser un hombre bueno), que se humillaba para
que le perdonasemos la vida, y el negro tragico,
bravo, muy valiente, que no lloraba ni suplicaba
ante la multitud. Este, sin duda alguna era un
redomado criminal, pero era un noble tipo de
braveza. No he visto ni veré un hombre mas va-
liente.
Me coloqué en una de las ventanas al sentir el
clamor del pueblo que se acercaba. j Qué clamor!
jQué gritos de ira, aué coraje el del pueblo! Pero
nada mas grande ni mas tragico que la vision
del pueblo y de su victima. Lo exhibian como un
trofeo de victoria. Yo he visto desde la ventana
llegar al hombre, he visto sus dos ojos de espanto
y de pavura mirar a un punto que no estaba en
la vida. Esta es una de mis mas grandes sensa-
ciones y fue tan bella, tan tragica, tan artistica,
Bas
oy
tan dolorosa, era tan cierta, me llegaba tanto al
alma, sufria una conmocién tan grande mi espi-
ritu en ese momento, que él solo puede valer toda
una vida. Y vi preparar la hoguera, Enrique. Y
yo jno pude decir nada! Estaba palido, inmévil;
y el hombre me miré.
Una gran confusién se producia en la casa. Don
Guillermo, horrorizado, gritaba suplicando que no
lo matasen; que se lo llevaran a la policia, a la
calle, a otro lugar donde un crimen no manchase
su vista. Y el pueblo empezaba a rebelarse porque
queria quemarlo en la misma puerta, jQué mo-
mento! Un hombre de la casa tuvo una idea: ha-
cerlo entrar. Y se le arrebato a la multitud rugiente
y se le encerr6 en una habitacion.
Alguien que no sé quién fue, salid a decir al
pueblo: ‘“jEl candidato os suplica que perdonéis
la vida de este miserable. El] pueblo es generoso; la
justicia se encargara del castigo. No manchéis
con un crimen las puertas de este hogar inmacu-
ladols?
Y el pueblo empezo a retirarse. Poco después
asaltaban todo un barrio, el del callején de Ro-
mero, y después toda una sola de la calle del
Huevo, uno de cuyos truhanes era jefe de una ban-
dada de soplones y marido de Sara Mora.
Mucho de esto tendria que contarle, si pudiera
robarme mas tiempo del que robo ahora para es-
cribirle. Ain no he visto a Eguren y me prometo
una amenisima charla en la primera vez que tenga
tiempo de ir a buscarlo.
Su bellisimo poema, que ya conocia en parte,
y que he vuelto a releer, esta en la Accién Popu-
lar; pero ni hay espacio en los periddicos de hoy
para literatura, ni ptiblico que se detenga a leer
nada literario. No crea que se le olvida, lejos de
eso, he visto en un bello libro que es como un
92
oie
anuncio de mejores cosas (semiprospecto) que
se titula Biblioteca Internacional de autores céle-
bres europeos e hispano latinos, los nombres de
varios escritores notabilisimos como Rodé, Gon-
zalez Prada, Zorrilla de San Martin, Riva Agiiero,
José Antonio de Lavalle, Ricardo Palma, Enrique
Bustamante y Ballivian, José Maria Eguren (en
lo que se refiere a América). Y varios otros en la
seccién América. Lo felicito por ello y espero con-
seguir el primer ejemplar para envidarselo.
Asi pues su coloquio se publicaraé en la primera
oportunidad y no crea que le olviden, le repito
que se le recuerda siempre y que yo haré de mi
parte, pasados estos momentos de lucha, lo que
debo hacer para que se le recuerde como usted
merece. Se esta imprimiendo El vuelo en la Imprenta
de Seguin en El Callao, lo dedico a usted y a
Eguren. Por estas cuestiones he dejado de escri-
bir en La Opinion y en El Puerto. He pasado de
la secretaria del Comité Ejecutivo, cuya labor
fue momentanea y transitoria, a la secretaria par-
ticular del sefior Billinghurst; este puesto signi-
fica para mi un triunfo definitivo, y crea Enrique
que si por algo me alegro de esta victoria, es
porque creo que podré hacer en favor de ustedes,
mis verdaderos amigos, este gran favor: sacarlos
de Lima. Demas me parece decirle que yo acom-
pafiaré en su gobierno a don Guillermo unos meses,
pero que mi intencién es irme a Europa a con-
tinuar mis estudios literarios y artisticos.
Mucho lo recuerdo y mucho le suplico que me
escriba con frecuencia. Lo abraza su compafiero y
buen camarada, Abraham Valdelomar.*

Domingo 9 de junio de 1912.

4 Copiada por Cristina Bustamante a W. Pinto (1968).


93
Hay aqui muchas cosas confidenciales.
Todo lo que relata aqui Valdelomar, un mes des-
pués de las jornadas de mayo de 1912, es rigurosa
y cruelmente exacto. Poco mas tarde, el Congreso
elegia presidente a Billinghurst. Triunfaba la causa
popular. Como sabemos, en 1913, el afio de la fun-
dacién del “Palais Concert” y del Teatro Excélsior
(dos fechas fasticas de Lima), Valdelomar reincidié
en matricularse por cuarta vez en San Marcos.
El nuevo gobierno le habia nombrado ya adminis-
trador de la Imprenta del Estado y director del diario
oficial El Peruano; exactamente como lo que hizo
el gobierno de Piérola con Chocano, alla en el afio
de 1895. Seis meses después, el 30 de mayo de 1913,
Valdelomar renunciaba a ambos cargos para aceptar
la segunda secretaria de la legacién del Peru en
Italia (12 de mayo, 1913). Partiria como diplomatico
a Europa. Iba en pos de Abel Rossell, de Francinette
y de si mismo.
Empero, las victorias llegan generalmente tarde
o incompletas: la de Valdelomar no escapo a regla
tan cruel. Habia cultivado, desde Guadalupe, la amis-
tad de una familia vinculada a la docencia y a Iea,
la de los Gamarra Hernandez. Enrique, casado con
una Del Valle, de Ica, habia sido su compafiero de
Universidad; Aurelio, algo mayor, le inspiraba afec-
tuoso respeto; pero Rosa, la hermana menor, habia
suscitado en el joven artista un no bien definido,
pero insistente sentimiento de admiracién, de adhe-
sidn, casi de amor. Rosa Gamarra Hernandez poseia
una belleza delicada, casi etérea. En esa época aca-
baba de dejar la adolescencia e iniciaba su juven-
tud, una juventud lozana y espiritual. Muy a menudo
se encontraban los dos jévenes, é1 de veinticuatro
ya, y ella frisando los veinte. De pronto, el 13 de
marzo de 1913, cuando mas afanado se hallaba en sus
menesteres de director de El Peruano y de la Impren-
94
ta del Estado, y preparandose a su anunciado viaje
a Italia, para lo cual hacia sélo falta el nombramien-
to, que en seguida se hizo, una infausta e inesperada
nueva detuvo el paso y la respiracién del escritor.
Rosa Gamarra Hernandez habia muerto. Para un
alma tan sensible como la de Valdelomar fue terrible,
qued6 como paralizado. Desaparecié de sus ocupa-
ciones diarias. Sufria. Para dar rienda suelta a su
pena, confesandose consigo mismo, escribié un breve
poema hasta ahora inédito:

IN MEMORIAM

Mi juventud se ha disipado
con el adios de tu partida;
no sabias que te habia amado,
iy eras lo mas amado de mi vida!
Sdélo hay una ilusién perdida
y un ensuefio que no se ha realizado:
ti, para mi eras la Elegida,
y yo, oh amada, el Esperado..
y nunca nos hemos juntado.

Exhala esta breve y tartamuda estrofa una tris-


teza irreparable. Son expresiones balbucientes y lapi-
darias. No cabe mayor concision en tan pocas lineas.
Valdelomar nos revela toda su silenciosa y tacita
tragedia: ella, Rosa, “era la Elegida”’; él] era “el
Esperado”, pero ni ella lo sabia, ni él acerté a de-
cirselo: ‘Mi juventud se ha disipado/con el adios
de tu partida.”
Las comparaciones resultan a menudo odiosas; sin
embargo, si recordamos la crispante “Elegia a Geor-
gina Hubner en el cielo de Lima” de Juan Ramé6n Ji-
ménez, tendremos que esta centellante y honda ele-
gia valdelomariana contiene todos los elementos
95
dramaticos de aquélla, con la ventaja de su breve-
dad y la angustia entrecortada de una soledad irres-
tafiable, sin literatura.
Sobre la tumba de la nifia ausente, la novia indes-
cifrada, la vida prosiguiéd cavando su surco. Como
suele siempre suceder.

96
VI. ROMA (1913-1914)

EL 12 de mayo de 1913, CCCLXII aniversario de la fun-


dacién de la Universidad Mayor de San Marcos, el
presidente Billinghurst rubricaba la Resolucién Su-
prema numero 484 firmada por su ministro de Rela-
ciones Exteriores, don Wenceslao Valera, nombrando
segundo secretario de la Legacién del Peri en Roma
a Abraham Valdelomar Pinto, De esta manera recom-
pensaba los valiosos servicios del lider universitario y
del periodista, al par que abria un nuevo y amplio hori-
zonte al escritor todavia alambicado y un _ tanto
cursi, Fue decisivo factor de aquel nombramiento
dona Emilia Prieto de Billinghurst, esposa del pre-
sidente y mujer aguerrida, politiquera, comprensiva
y enérgica, a quien Valdelomar varias veces rindio
ptblico homenaje de admiracién y afecto. Coadyu-
vO ademas en ello Guillermo Segundo Billinghurst
(“Willy” segtin le llamaban sus intimos), hombre
inquieto, enamoradizo, dado a la bohemia y mas
tarde companero de aventuras de Valdelomar y su
grupo en aquellas exéticas andanzas cuya apoteosis
canté el ntimero cuatro de Colénida,
Nada ansiaba tanto el escritor como alejarse del
Pert, salir de la “provincia” y conocer Europa.
Hasta alli, repito, su obra publicada y su estilo ha-
bian girado en torno de asuntos muy convencionales
y en estilo también harto convencional. Sin embar-
go, seguin se desprende de su correspondencia, ya
tenia escritos sus principales cuentos neocriollos.
Empero, a partir de 1913 todo lo editado y lo inédito
cambiaria, cambiaron también sus gustos, trato, gi-
ros, “temple”, cultura.
97
Una visita a Europa, 0 mejor, una romeria a Eu-
ropa era hasta 1913 algo fantastico. Desde luego ya
no regian las pueblerinas virtualidades que destaca
Felipe Pardo y Aliaga en el viaje del “Nifio Goyito”.
Pero sélo gente adinerada o los que fueran pensio-
nados del gobierno —en numero reducidisimo— po-
dian pagarse el lujo de costear la larga travesia, en
dinero y en tiempo; dos dispendios increibles, Aque-
llo significaba una especie de salto en el vacio. Como
Argentina atravesaba desde 1880 una época de boom,
la mayoria de los latinoamericanos en Europa per-
tenecian a esa nacién. Quien haya leido Criollos en
Paris de Joaquin Edwards Bello, 0 Zogoibi de Enrique
Larreta, o Los trasplantados de Alberto Blest Gana,
o En torno a la Argentina de Federico Quintana, pue-
de tener una clara idea de esa indudable belle épo-
que.
Valdelomar realiz6 de prisa sus preparativos, liquidé
su cargo de Hl Peruano, y finalmente se embarcé en
el Ucayali, el 830 de mayo de 19138, con destino a
Panama. En el barco viajaban José de la Riva Agiie-
ro, su tio Enrique y su familia.
El 3 de junio, desde Salaverry escribia a su madre:
Estoy triste. Felizmente no me he mareado y no
pienso marearme, pues me siento muy bien. La
familia del senor Riva Agitiero tiene conmigo toda
clase de atenciones, empezando por el ministro
don Enrique y su sefiora dofia Isabel [Panizo y
Orbegoso] hasta su cufiado y sus tias. José de la
Riva Agiiero asimismo es para mi muy bondadoso.
Manana llegaremos a Pacasmayo. No dejes de
retratarte y mandame el retrato.

En ese tiempo se estaban terminando los trabajos


de apertura del Canal, pero atin no funcionaba a
plenitud. Después del fracaso de Lesseps y la Com-
98
pafiia francesa, los norteamericanos tomaron a su
cargo la empresa. Fue precisamente en 1913 cuando
se ofrecié al mundo la maravillosa obra iniciada con
tan mala suerte desde 1880. Bajo las aguas del lago
Gatun y en las colinas circunvecinas, yacian millo-
nes de cadaveres de negros barbadenses, jamaiqui-
nos, colombianos y antigtiefos. La malaria, la fiebre
amarilla y el tifus impedian seguir adelante. El ge-
neral Gorgas resolvié el problema.
La ciudad de Panama, con sus estrechas barracas
de madera en el barrio de Calidonia, su oleoso en-
jambre de obreros barbadenses, jamaiquinos, ba-
hamenses y taboganos, trataba de orquestar el in-
terés de los financieros con los anhelos de indepen-
dencia. Sabemos que Valdelomar cumpli6 con el rito
de visitar la Antigua Panama, destruida por el pi-
rata Morgan, y cuyas ruinas cubiertas de maleza,
fueron y son un perenne acicate para la fantasia.
Cruz6 el istmo por el ferrocarril perteneciente tam-
bién a una compafia norteamericana. Se rembarco
en julio en Colén, otro puerto abigarrado, sudoroso,
feérico y noctaémbulo, cosmopolita, trepidante de
musica antillana, pragmatico y vicioso. Zarpé hacia
Kingston a donde llegé el 10 de junio. Desde alli
escribi6 nuevamente a dona Carolina: ‘Nada es
mejor que Lima.”
Su barco se llamaba el Principe Augusto Guiller-
mo, aleman por tanto. De negrerio en negrerio, al
dia siguiente echaba el ancla en Santiago de Cuba,
la hist6rica bahia de la guerra de la independencia
cubana. El 16 atracaba en un muelle de Nueva York:
la gigantesca estatua de La Libertad se erguia al
frente como un hito y una advertencia.
Valdelomar, en unidn de los Riva Agiiero, se alojé
en el Hotel Gothan, en el que le cobraban dos doéla-
res diarios. “Todo es carisimo”, escribe a su madre.
Traduciendo en moneda peruana informaba que una
99
~—

carrera de auto costaba 12 soles y un cocktail 0.80


soles. El centro de Nueva York terminaba practica-
mente hacia la calle 42, en Times Square. Entre esa
seccién y Harlem habia un vacio que llenaba el Cen-
tral Park. Valdelomar paseaba y observaba. Escribidé
a su madre:

Nueva York me ha costado un sentido, solo llevo


a Paris cien libras, que es con lo que viviré los
dos meses que faltan para que pueda cobrar mi
sueldo.

Entonces circulaba la version de que todos los


norteamericanos eran yanquis; todos los yanquis,
capitalistas; todos los capitalistas, pragmaticos y
por tanto antipoéticos, audaces y calculadores. Es se-
guro que no escribio entonces, sino después, los Cuen-
tos yanquis (salvo uno); pero también es seguro que
escribid algunos y que el estilo de Valdelomar aban-
dono a partir de esa fecha sus dannunzianas rutilan-
cias. Adquirié precisién e ironia; gané en sequedad
y humor. Aquella apuesta sobre el suicidio, aquella
flema calculadora (aunque demasiado explicita),
corresponden a los yanquis de las operetas que en-
tonces estaban en boga, desde La princesa del dolar,
de Leo Fall, hasta la futura miss Pinkerton de la
Madame Butterfly de Puccini, todo eso y las geishas
de esta ultima obra, asi como las de la opereta de
Sidney Jones, constituian una pintoresca misse en
scéne en cuyo centro, chispedAndole de ingenua ma-
licia los ojillos achinados, erguia su batuta literaria
el joven metécque peruviano, introducido en la vida
europea.
Nuevo zarpar: ahora hacia Europa. Al sentirse
en el Atlantico, rambo ya a Le Havre, escribié los
jugosos versos de “Diario intimo”, y el soneto “La
100

ad

viajera desconocida”.1 No se trata en el primer caso


de un poema extraordinario. Pensaria mas bien que
nos hallamos frente a una pagina confidencial o un
recueil de apuntes o emociones de viaje, cuya sim-
plicidad contrasta con el estilo de Valdelomar ado-
lescente.
E] “Diario intimo” es apenas el fragmento proba-
blemente inicial de un -largo poema jamas conclu-
so. Son sesenta y nueve versos alejandrinos con
asonancia en los pares. En ellos se arriesga a usar,
como versos autdnomos, algunos hemistiquios hepta-
silabos y uno que otro perdido endecasilabo, ardid
que no rompe en nada la armonia fundamental del
alejandrino, o verso francés, segun decian los mo-
dernistas que lo tomaron de Hugo, Baudelaire y
Banville especialmente. En “Diario intimo” coexis-
ten artisticamente amalgamados el Valdelomar re-
buscado (usa “prora”’ por “proa”’ y el proclitico
“quebraronse”’) y el sencillo y rural (usa “paracas”
por “torbellinos’”, “tonuces”, “indios inocentes y bue-
nos”). Es indudable que el poema esta elaborado
después de que “he visto los prodigios de una civi-
lizacién colosal”, y “la fosforescencia de las horas
del trépico”, Traduzcamos en lengua vulgar; esta-
mos saliendo de Kingston. Como siempre, el poeta
se deja arrastrar por la melancolia y el recuerdo
(“Ay de los que se quedan/ j Ay de los que se van!’’),
el mas persistente, también como siempre, es el de
su madre y el de Ica:

Acodado en la prora he recordado todos


los instantes tranquilos de mi infantil edad,
la casa vieja, los besos de mi madre,
la aldea abandonada, adormida al tenaz

1 Este soneto aparecié en La Revista, érgano del Cen-


tro Universitario,Lima, septiembre de 1913, p. 60.
101
sollozo lento de las olas, los raquiticos pinos,
la iglesia triste, fria, severa y secular,
los crepisculos rojos desde el muelle simétrico
los fragiles tofiuces del verde tofiuzal
los pescadores indios, inocentes y buenos
todas mis ilusiones ingenuas idas ya.
He recordado el soplo tragico de las paracas
que irisaban el mar
y pintaban con su polvo amarillo.

Pareceria que el leit motiv de toda la vida y la


obra de Valdelomar se precisa alli; la aldea, no obs-
tante de salir de cosmopolis; la madre, no obstante
de la vivencia que representan “los ojos profundos/
entre pieles australes/ como vampiros negros/ in-
crustada de piedras/ sedientas de besar’”. El] simil
resalta ahora perfecto: la atraccién del pecado y
el anclaje en la ingenuidad; el mundo y la madre.
No ha habido, no hay, no habra cabida para mas,
pues hasta la mencion del “simétrico muelle” (que
es el de Pisco) subraya de modo alucinante la fija-
cién indeleble de ese escenario marino-rural, vigen-
te en la mayoria de los cuentos, dramas, versos y
articulos del escritor.
Precisemos ahora el itinerario: el 16 de junio llega
a Nueva York.
Es seguro que de esa travesia nacieran igualmente
otros poemas. El viajero tenia urgencia de expre-
sar, de expresarse de modo distinto al anterior (“La
viajera desconocida’”’, “E] conjuro”). Sobre uno de
ellos hablara largamente a Enrique Bustamante, en
carta que luego se trascribe,
Pero es en Roma donde, recapitulando impresio-
nes, recogera entre otros el impacto de Paris.
No fue esta ultima una visita fugaz. El primero
de agosto todavia se hallaba en la Ciudad-Luz. Ese
dia escribia a su madre con sencillez conmovedora:
102
“Creia que la tristeza me pasaria en el viaje, Nada
de eso.” En el poema “Luna Park” y en sus cartas
se refleja el desconcierto que Francia provoca en
el artista. Habriamos querido verlo recogido en ar-
ticulos. Si los escribi6, no se publicaron. Tampoco
se conserva su manuscrito. Sin embargo, creo que
Valdelomar necesariamente fij6 en alguna pagina
intima, aparte de las cartas a su madre y a Enrique
Bustamante, el resultado de su primer coloquio con
la Ciudad-Luz. El poema carece de originalidad. Po-
dria ser la glosa ritmica de un pasaje de opereta:
La viuda alegre, La casta Susana, El encanto de un
vals, La princesa del délar, El soldado de chocolate,
Eva, El conde de Luxemburgo. Se trata de un poema
que demanda acompanamiento de violines con fir-
ma de Offembach, Franz Lehar, Leo Fall, Oscar
Strauss. Aparecen engavillados los mas vulgares
recursos de la belle époque, oigamosle: “En Paris,
una noche, una dama, el Destino/ y mi sudameri-
cana curiosidad”, y luego “bailando las parejas”, la
“insolencia” del champagne, ‘un joven chic’, “un
banquero”, “madame de Lys”, etc.
En medio de aquel emporio o abaceria, Paris 1913,
me parece Util subrayar la atencién que Valdelomar
pone en el tango, el one step y el turkey trot, los
cuales “enloquecen a la concurrencia”,.
Dos veces menciona el tango en “Luna Park’;
insistirA en el tema cuando escriba a su madre desde
Roma en su carta del 22 de diciembre de 1913.
Valdelomar llegé a la Ciudad Eterna el 7 de agos-
to. El encargado de negocios del Pert, Carlos Za-
vala Loaiza, comunicaba con fecha 8 al Ministerio de
Lima lo siguiente:

Tengo el honor de comunicar a Ud. que desde


ayer se encuentra en esta ciudad el doctor Abra-
ham Valdelomar, segundo secretario de la Lega-
103
cién, quien se ha hecho cargo inmediatamente
de su puesto.

La obsesion del tango visto en Paris, persistia en


Roma. Desde alli escribe a dofia Carolina:

Yo estoy ahora, en las horas que me quedan li-


bres de la Universidad y de mis escritos, apren-
diendo la esgrima y no te vayas a reir: el tango
argentino, pues aqui no se puede ir a sociedad
sin saber bailar especialmente el tango, pues no
se baila otra cosa...

Nada retrata mejor la actitud de Valdelomar en


aquel tiempo como el parrafo trascrito: la univer-
sidad, “mis escritos”, la esgrima y el tango.
De lo primero sélo poseemos la informacién que
nos proporciona el mismo Abraham. En carta escri-
ta desde el balneario de Viaréggio, a los veintidés
dias de su arribo a Italia, le confia a Enrique Bus-
tamante lo que sigue:

Viaréggio, 29 de agosto de 1913.

Mi queridisimo Enrique:

j Cuanto tiempo esperando la carta suya que aun


no llega! me siento tan solo en Europa, tan triste,
tan pequeno! Me parece que en el Pert no tu-
viera sino a mis padres, pues ninguno de los ami-
gos a quienes quiero tanto me ha escrito una
linea. Por qué no me escriben? Seguramente es
cuestién de poco afecto, pues al salir del Peri yo
no he tenido otra idea que mi familia y mis amigos,
que, como Ud. sabe, forman parte integrante de
mi vida y de mi espiritu. Sin embargo, espero,
104
tengo una lejana esperanza de recibir alguna
carta de Ud. que estoy seguro, sera larga y ca-
rifosa.
Estoy en Roma desde el 7 de agosto més 0 menos;
esta ciudad es la mds bella del mundo. Paris me dio
asco, Nueva York, cansancio y risa. Roma, sélo
Roma es la ciudad de Europa donde el espiritu nues-
tro puede gozar fruiciones intimas. Aqui escribo a
diario, escribo mucho, pienso, medito. Aprendo el
italiano admirablemente y asi mismo el francés. No
he mandado hasta ahora un articulo al Pert, por-
que tengo miedo a que la jauria encuentre malo todo
lo que lleva mi firma. Y si mis articulos han de
hacerme dafo, prefiero no escribirlos. ;Cémo he po-
dido yo vivir tanto tiempo entre la gente mala de
Lima? No me explico. Digo la gente mala porque la
mayoria es buena, y muy buena, He conseguido que
Ollendorff me edite un libro que por ahora termino;
es un libro de cuentos de sabor peruano, entre los
cuales esta “Los ojos de Judas” que ya Ud. conoce;
hay ademas, “El buque negro”, “El vuelo de los
céndores” y “El ciego’”’. Estos formaran mi primer
libro. El segundo, que acabaré enseguida, sera con
La ciudad de los tisicos, La ciudad muerta y La
ciudad sentimental.
Mi novela incaica avanza cada dia. No se imagina
cuanto se interesan aqui por el arte del Pert.
Todavia no conozco bien Roma; he visitado al-
gunos lugares, pero muy pocos detenidamente.
Eso lo haré con calma. Aqui todo es bello. Las
mujeres carecen de la elegancia parisiense y de
la gracia limefia (tnica en el mundo), pero tienen
aquella belleza de lineas austeras y nobles, donde
la sonrisa es vaga y como un anuncio de sanas
alegrias y de espiritus fuertes. j Qué distintas de
las puercas de Paris! E] matrimonio italiano tiene
entre seis y diez hijos; el francés tiene un hijo
105
por lujo y un perro por lujuria. Aconséjeme sobre
lo que debo hacer respecto a publicar articulos
en Lima, pero pronto. {Qué es de Leoncito? El
cretino es un ingrato como usted, no me ha es-
crito una linea. ; Asi son los amigos? Aqui en Eu-
ropa en ese sentido la gente es muy quisquillosa.
Basta que uno no conteste una carta a tiempo o
no devuelva una visita con oportunidad.
Yo he venido a este balneario italiano que esta
a seis horas de Roma a pasar unos dias, dentro
de ocho dias vuelvo a Roma para estar alli todo
el invierno (pasaré en Paris del 20 al 30 de oc-
tubre por asuntos de ropa). {Cémo esta Angélica
Badham? Digale a Leoncito que me escriba si
quiere que yo le mande las tangaritas ésas. Creo
poder ir a Atenas después de mi llegada de Paris.
Atenas esta a dos dias de Roma. jImaginese!
Vea a mi familia y escribame con sinceridad
cémo esta. He sabido por El Comercio la creti-
nada de Leguia. ;Cuanto me apenan todas estas
cosas, amigo mio!
Viaréggio, del cual le adjunto una postal, es una
playa encantadora, toda de arena, con sus case-
tas, sus muellecitos, sus gentes rosadas por el
vino de Italia, su gran canal poético y sus mujeres
frescas, sanas, juveniles. Le incluyo un soneto
escrito en el Atlantico, sobre una rara compafiera
de viaje cuyo nombre ignoro, no lo ensefie sino a
los amigos. No quiero que me critiquen ni que
me jodan estando fuera de alli aprovechandose
de que yo no pueda castigarlos.
4Qué es de Pepe Eguren, el amigo ideal? Tam-
poco él me ha escrito. Por este mismo correo le
escribo. jCuanto quisiera que usted estuviera con-
migo! j{Cémo gozariamos! Estoy muy resentido
con los Garcia Calderén, pues aunque nos vimos
ocasionalmente en Paris, no tuvieron ninguna
106
atencién para mi, creyeron sin duda que iba yo
a pedirles hospitalidad en su periddico. jError!
Pancho comprendi6é sin duda su falta de atencio-
nes para un peruano que llegaba a Paris y que
después de todo no les iba a pedir nada, y al lle-
gar yo a Roma, le puse una carta suplicandole
que me mandase la correspondencia que llegase
para mi a la Legacién de Paris. Entonces me con-
test6 una postal muy carifiosa. Demasiado tarde.
No diga eso a nadie porque hay cosas que es
mejor no tocarlas.
£Qué hay del periddico? Escribame largo, Dele
un fuerte abrazo a Percy Gibson, a Pepe, a Leon-
cito, a Jorge y a Ricardo Lorente, a Maduefio, a
Lopez de la Torre, y a todos y cada uno de mis
amigos de corazoén, y usted, mi queridisimo Enri-
que, reciba un fuerte abrazo de su leal camarada
y amigo fraternal.

Abraham

i Qué es de Robles? Tampoco me quiere escri-


bir. Dele un fuerte abrazo, y digale que me man-
de la mtsica y el libro de Vienrich que me pro-
meti6.?

Tenemos asi un cuadro cabal de las reacciones y


sentimientos de Valdelomar a su llegada a Roma. En
otra carta a su madre, fechada el 8 de octubre, diri-
gida a su “inolvidable madre”, le cuenta lo siguiente:

Yo gozo de la mas perfecta salud, trabajo cons-


tantemente y estoy haciendo los tramites para la

2 Esta carta inédita me ha sido proporcionada por el


sefor Willy Pinto Gamboa, quien la obtuvo de la seforita
Cristina Bustamante y Ballivian, hermana de Enrique.
107
matricula en la Universidad que sera hoy, segura-
mente. Aqui estan los profesores mas famosos del
mundo y el célebre Enrique Ferri, que sera mi pro-
fesor desde este afio y que, seguramente, me con-
cedera el favor inestimable de que vaya a practicar
en su estudio. Esto seria para mi la gloria, porque
imaginate, que éste es uno de los hombres mas
célebres de Europa y de gran reputacion en Amé-
rica. Si no tuviera el firme propésito de terminar
mi carrera, Dios mediante, no te diria estas cosas
ni te haria concebir esperanzas en vano.*
Al parecer la Universidad era entonces una solu-
cién para Valdelomar. Pareceria efectivo que, dada
el hambre de cultura caracteristica del artista y su
proposito de entrar a fondo en las letras y el idioma
italianos, las cosas sucedieron conforme las refiere
a su madre. En ese tiempo, el ptiblico lector de Italia
se hallaba dividido entre el romanticismo neoclasico
(si pudiera usarse tal giro) de D’Annunzio, el mayor
exponente de las letras italianas; las estridencias del
futurismo conducido por Filippo Marinetti; de ambos
hay patentes huellas en el Valdelomar egélatra pos-
terior a 1913. Publicidad a cualquier precio, estilo
contradictoriamente opulento y plastico o seco y de-
portivo. Ademas, atraian al artista los elegiacos ver-
sos de “Lorenzo Stecchetti”’ (o sea de Olindo Gue-
rrini), a quien probablemente comenzé a admirar a
través de su condiscipulo el poeta José Lora y Lora,
muerto en la flor de sus veintitrés afios bajo las
ruedas del Metro de Paris, durante el invierno de
1907. Era la época de la violenta eclosién de Papini
y de las paradojas de Pirandello.
Como inevitable consecuencia del frecuentamiento
de la Universidad y de las librerias, asi como de la

8 Valdelomar, Obra poética, Lima, 1958, pp. 123-124.


Carta del 22 de diciembre de 1913,
108
constante presencia de sus recuerdos, Abraham se
refugiaba en sus escritos. De tal guisa nacieron El
caballero Carmelo, concluido en Roma, y los cuentos
que debieron constituir La aldea encantada, ya escritos
en Lima, asi como la factura definitiva de los “cuen-
tos yanquis”, algunos de ellos (“El beso de Evans’’)
publicados en su primera version desde 1910.
La practica de la esgrima, a la que también alude
Valdelomar en la carta mencionada, calzaba a caba-
lidad con su temperamento y arrestos caballerescos.
Ademas coincidia con la gran etapa de la esgrima
italiana, cuyos maximos exponentes, Pini-Greco y San
Malato, enloquecian a los sefioritos de Europa, en es-
pecial a los de la Cote d’Azur, durante los célebres
campeonatos de Montecarlo, Niza, Milan, Roma y
Paris, que eran una auténtica eclosién de sefiorio,
gallardia y virtuosismo. Todo aprendiz de dandy
(Valdelomar lo era) debia manejar la espada, usar
monoculo y ser levemente sofisticado y equivoco, si
no francamente homosexual. Abraham admiraba fer-
vientemente a Wilde, fallecido nueve afios atras, bajo
el cuasi anonimato que le confiriera el amargo
seudénimo de Sebastian Melmoth. De Roma regres6
Valdelomar a Lima usando quevedos con cinta bico-
lor, guantes, escarpines, camisa de flotante cuello,
cinismo, insolencia y siempre una irrestanable ternu-
ra, esa ternura que le banaba como un agua lustral.
En cuanto al tango argentino y a los flamantes
bailes norteamericanos (one step y turkey trot, pre-
cursores del jazz) requiere comentario aparte.
La conquista de Paris por el tango argentino fue
tan fulminante como la de Jeric6: sonaron los ban-
doneones y cayeron las murallas del vals vienés, de
la machicha brasilefia, del cancan francés. Parejas
fundidas en un solo ser de cuatro piernas, enlazadas
e isécronas, pasearon por los salones, los cabarets,
los cafés, los proscenios y hasta las calles de Paris,
109
su complicada sensualidad y su lenta liturgia: era el
tango argentino.
Federico. Quintana ha referido, en una estricta
pagina de su libro En torno a lo argentino (Buenos
Aires, 1940), la forma “salvaje” como alla por 1890
irrumpian en Paris los ‘“‘nifios bien” de Buenos Aires.
Era la hora del auge del trigo, la carne y el cuero
de las pampas; sobrevino légicamente la del triun-
fo de Larreta con La gloria de don Ramiro y la de
los primeros pasos literarios de Ricardo Guiraldes,
contemporaneo de Valdelomar, que alcanzaria la
fama sélo en 1926, hora cenital de Don Segundo Som-
bra. El tango argentino hizo en 1913 lo que la rumba
cubana en 1930 y la zamba brasilena en 1940. Hasta
la Academia Francesa tuvo que rendirse ante el em-
puje de aquel baile ignoto y avasallante. El] poeta
Jean Richepin, laureado autor de La chanson des
gueux, dedic6 a la extrafa danza sudamericana su
discurso de ingreso a la mansion de los inmortales.
Trazo alli un sabroso paralelo entre el tango y los
bajorrelieves del antiguo Egipto. Era natural que
un criollo del lejano Pert, sensitivo, ambicioso, in-
quieto, fantasioso y artista se asiera a aquella escala
que le permitiria mecer entre sus morenos brazos a
alegres rubias y morenas, y sentirse, por sudameri-
cano, pariente rico del nuevo baile.
Era la belle époque! Europa, en visperas de la
gran guerra, disfrutaba de placeres babilénicos. La
belle époque! En un rincon de Paris, acorchando sus
paredes para matar los ruidos plebeyos, un escritor
fino, solitario, hiperestésico y homosexual preparaba
el primer volumen de una serie inmortal: A la recher-
che du temps perdu.
Valdelomar, herido de tan contradictorias sensa-
ciones, se consagré enteramente a recorrer Roma,
luego Florencia, Viena y Milan, y a preparar sus
escritos.
110
Las impresiones de Roma que Abraham comunica
a los lectores de La Nacién de Lima corresponden a
la mente y los sentimientos de su autor. Estas impre-
siones son mas simples cuando las trasmite a su
madre. En una carta le dice:

Roma es una ciudad pequefia. Sus jévenes son


muy serios y una cosa que parece increible: aqui
no se toma alcohol.

Para el publico su reaccién no es muy diversa. Se


encuentra frente a dos Romas: la del baedeker,
historia grafica, conmemorativa y solemne, y la
del ‘‘bardo cojo”, la de Byron, rebosante de evoca-
ciones y de melancolia: “esta Roma espiritual, casi
incorporea”, que “es la que mas atrae a los que ve-
nimos de la tierra de Santa Rosa y de Baltasar Ga-
vilan” (la monja mistica y el escultor atormentado).
La aforanza de la patria aguza el dardo de la ad-
miracion. {Por qué? Lo explica asi:

Hoy (dia) cuando el aire de la campina romana


envolvia suavemente la Ciudad Eterna, mientras
el Tévera [sic] se deslizaba ante sus muros secu-
lares y el tiempo deshacia grano a grano las horas,
he recibido una carta de mi madre. Todo me pare-
cia alegre y bueno, la vida me era propicia y los
drboles me sonreian al pasar. Banales afectos y
rencores leves se han esfumado de mi corazén y ha
vuelto a nacer mi alma nueva y placida. Hoy la
tierra es mas blanda bajo mis pies, el cielo mas
azul sobre mis hombros; hoy es dia de perdonar.

En compafia del doctor Pedro José de Rada y


Gamio, arequipefio, dado a las letras, Valdelomar vi-
sita un asilo para anormales: alli encontrara a “Juan
Serrano”, cuya alabanza teje; encontrara al joven
tid
médico y escritor Hermilio Valdizan, nacido en Hua-
nuco un ano después que él, en 1889. La descripcién
de los enfermos retrata la insaciable ternura de
Abraham.
La crénica esta datada el 8 de octubre y se publica
el 21 de noviembre de 1913. Doce dias después escri-
be sobre “Las fontanas” de Roma, El estilo de Valde-
lomar se va haciendo mas sutil y colorido, aunque
incurra en errores criticos tales como llamar “exoti-
cos” y dignos de olvido a los versos de Ovidio: pe-
cado mortal. Es una bella pagina descriptiva que
muestra la finura de un pintor.
La tercera crénica (del 29 de octubre) se refiere
al fotografo G. Bonaventura. En ella hay una fugaz
y acaso despectiva alusién “al futurismo del senor
Marinetti” y otra “al senor Platon”: las dos denomi-
naciones podrian indicar cierto extemporaneo rastro
de cortesia francesa (llamar “‘sefor” a todo el mun-
do), o mas bien un aire burlesco.
En la cuarta cronica (prebablemente escrita el ul-
timo dia de octubre de 1913; se publica el 13 de
enero de 1914), se refiere al robo de la Gioconda.
No revela ahi Valdelomar mucha originalidad. Como
cualquier turista de baedeker, afirma que:

Paris estaba artisticamente bajo la advocacién


de dos mujeres a cuya sombra se acogia su espi-
ritu tranquilo como Cartago al velo de Tanit.
Aquellas dos divinidades eran el simbolo de ese
pueblo sabio y sensible: la forma armoniosa e
inmaculada [sic] de Afrodita y el espiritu inson-
dable y placido de Mona Lisa.

Reconocimiento baladi y una de las pocas fallas


de Valdelomar. {Es que no estaban en el Louvre la
Victoria de Samotracia, las frescas mujeres flamen-
cas de Rubens, las preciosas de Watteau, aquella
112
maravillosa Pompadour y esa espléndida Madona de
Botticelli, paradigmas de belleza? Tal vez lo mas
indicativo fuesen las menciones de D’Annunzio, Os-
car Wilde y Monsieur de Phocas, el ambiguo, dele-
téreo y pernicioso protagonista de Lorrain, Ya habla
ahi de un “morfinémano y esplinatico” personaje de
Wilde y de un “espiritu exquisito y refinado capaz
de comprender la maravilla de Leonardo”; de al-
gunos lords pacientes de ‘neurastenia’”’, Habla tam-
bién con desprecio de “un hombre como cualquiera;
bajito, metido en canas, sucio, curioso, estipido, necio
y bellaco”; de tipos lombrosianos. Todo ello para
caracterizar a Vicente Peruggia, ‘el ser innoble ca-
talogado ya en la carcel de Florencia’, que robé el
cuadro de Leonardo. El] estilo de Valdelomar ha ga-
nado sin duda en plasticidad, en matices.
Estas dotes le servirdn para su quinta crénica
(“El espiritu de Roma: la exposicién de flores’’), es-
crita el 30 de noviembre de 1913 y publicada en
Lima el 30 de enero del afio siguiente, cuando ya se
veia venir el golpe de Estado que derrocaria a Billin-
ghurst, precipitado por Mariano H. Cornejo con su
absurdo proyecto de disolver el Congreso para dar
paso a una constituyente.
La pluma del escritor invoca en formas y colores
sorprendentes las rosas y los crisantemos de Roma,
las violetas de Parma; pero todo ello resulta un fra-
caso “porque en Roma, las flores son tristes” y (digo
para mi hélas!) no riman jamas la naturaleza es-
pléndida con “pieles, monoéculos, humo de cigarrillos
orientales”, con que se decoran espectadores y ju-
rados. Evidentemente, al par del espiritu triste de
Roma detonan las extravagancias fin du siécle de sus
lyons y dandies. Valdelomar aspiraba a ser uno de
éstos. Lo consiguié.
Hay un secreto en todo lo relatado. En medio de
las vicisitudes de su estada en Roma, Valdelomar
113
a
a, 7 4 :

aparece siempre como un atormentado o un esteta.


Era al mismo tiempo —insistamos en ello— un ser
de ejemplar sencillez, de temperamento campesino,
enamorado de las cosas simples y de los sentimien-
tos acendrados y profundos. Tenia gustos de adoles-
cente agreste. Conmovera al peor de sus enemigos
asomarse al borde de semejante misterio. Desdoblé-
mosle. En una carta a su madre, su eterna corres-
ponsal, firmada en Roma el 12 de septiembre de
1913 y desde el Hotel Flora, le dice: que le insinte
a Rivero que hable con Luis Alvarez Calder6én, aris-
tocrata y billinghurista, para que le paguen con
puntualidad; que le mande chocolate del Cuzco, gra-
to a su paladar, “y café que aqui es muy malo y cari-
simo”’. Poco antes, el 29 de agosto, desde Viaréggio,
donde capeaba los rigores del estio romano, confia
siempre a su madre que le han escrito desde Paris
diciéndole que tiene a su favor 2400 francos. Agrega
con simplicidad conmovedora:

ese dinero no lo tocaré hasta ir a Paris, dentro


de un mes a hacerme la ropa. Trato de ser eco-
nomico.

Desde luego, las economias no le aislan de] mundo


romano en que se afana en vivir. El 9 de septiembre,
al regreso de Viaréggio, nuevamente en Roma, es-
cribe a dofia Carolina estos informes realmente im-
presionantes:

Estoy aprendiendo el italiano a maravilla. Ya lo


hablo. El francés lo hablo bastante. Sdlo no pue-
do con el inglés.

Confession dun enfant du siécle: con su francés


guidndole y su inglés a cuestas, avanzara por la ruta
del entendimiento, 4vido de incrementar sus cono-
114
a Aa

cimientos y expectativas. Ahora, Sefior, ahora des-


poseido de orgullo y poder, de certezas y expectati-
_vas rurales, {por qué salir de Pisco e Ica, si Ica y
Pisco los levaba grabados, con indelebles caracteres,
_ en lo mas hondo de su sensibilidad y de su fantasia?

115
VII. NOTICIAS DEL PERU (19138-1914)

AL PRIMER afio de gobierno, el presidente Billinghurst


auspicio la fundacién de un diario de la tarde como
propaganda de su politica y como eventual competi-
dor de la “gran prensa”, que ya empezaba a serle
hostil, a causa de sus arrebatos personales y de sus
propésitos antiparlamentarios.
Un periodista largamente avecindado en Argentina
y con auténtico sentido de la actualidad, Juan Pedro
Paz Soldan, tomo a su cargo la tarea. Su base mate-
rial fue la antigua imprenta de El Diario, en la
calle de Ntfiez, cerca del Club Nacional y de El
Comercio. El Diario, segin se ha visto, habia sido
vocero de la politica de Leguia y tuvo como director
a don Leopoldo Cortés, antiguo profesor de caste-
llano de Valdelomar. Juan Pedro Paz Soldan, que
trabajara en La Nacién de Buenos Aires y era ex-
perto en reportajes y en publicidad, prefirié lanzar
un periddico vespertino al que titulé La Nacién, como
la de Buenos Aires.
El primer nimero aparecié el dia 6 de septiem-
bre de 1913: hacia un mes que Abraham se encon-
traba en Roma.
Una de las primeras iniciativas de La Nacién, de
filiacién billinghurista, fue convocar sendos concur-
sos de literatura, historia y filosofia. Como jurados
escogié al historiador don Carlos Wiesse, al critico
y narrador don Emilio Gutiérrez de Quintanilla y
al poeta Enrique Bustamante y Ballividn. Apenas se
enterd del concurso, Valdelomar dirigié al tercero
la siguiente carta:

116
Roma, 8 de octubre de 1913
Senor don
Enrique Bustamante y Ballividn
Lima

Enrique muy recordado:


No me explico la razon de su silencio, le he es-
crito tantas veces que tengo ya perdida la cuenta.
Cuando estaba usted en Chiclayo y le escribia,
jamas dejé usted de contestarme, y hoy que se
halla en Lima, se olvida de quien tanto le quiere.
Esto me da mucha pena y a veces creo que no
quiere usted saber de mi o evitarse que le escriba
y por eso no me contesta. Pero no pierdo atin la
esperanza de recibir a boca de jarro de mi por-
tero una carta con su menuda letra, extensa y
carinosa.
Antes de hablarle un poco de Europa, le hablaré
de negocios. Hoy le incluyo un articulo para La
Nacioén, que va con algunas fotografias que usted
se cuidara de que salgan artisticas aunque no lo
son. Lea el articulo y vea que las fotografias in-
terpreten en lo mas que se puede lo escrito. Aun-
que en verdad no me place mucho eso que hoy
escribo, lo mando porque no quiero dejar mas
tiempo y deseo entrenarme, pues como hace tan-
to tiempo que para diarios no hago nada, he per-
dido la costumbre. Desde hoy les mandaré cada
ocho dias un articulo, y si el primero y el segundo
no salen buenos, el tercero saldra.
Le escribo también a Paz Soldan sobre el pago
prometido a mis trabajos, asi que lo mandara;
trate usted de hacer de su parte lo que pueda,
pues aunque tengo confianza en nuestro talen-
toso amigo, siempre es bueno que usted me ayude
a la distancia. Cualquiera que sea el precio que
acuerde pagarme Paz Soldan, escribanme ambos
Wiley
y paguenle a mi viejecita madre lo que sea. Es
entendido que las fotografias van por precio apar-
te, segtin acordamos con Paz Soldan.
"A otro asunto. He leido en el primer numero
de La Nacién, que es el tnico que he recibido, las
bases de un concurso literario. Usted sabe, Enrique,
cudnto necesito triunfar donde se me presente Un
honrado campo. Teniendo esto en consideracién, y
sabiendo que usted es miembro del jurado, sin voto
(que de otra manera no le confiaria esto) porque
no deseo bajo ningtin punto que se me favorezca sin
derecho y sin justicia, le digo lo siguiente: he sa-
cado de mi libro de novelas cortas ese cuento que le
envio, para entrar al concurso. Como usted sabe que
me joderia completamente sacar un segundo o ter-
cer premio, el favor que usted me va a hacer con-
siste en que entregue el cuento, al cual le pongo yo
un seudénimo; para en caso de no sacar el premio,
no se sepa mi nombre. Esto lo hago yo, su interven-
cién es esta otra: Si me dieran por chiripa el pri-
mer premio, entonces usted explica al jurado la
razon que tuve para dar mi seudénimo y la carta
que envio para garantizar la propiedad de mi cuen-
to. Esto sdlo en el caso de que se trate del primer
premio, pues si no, usted se quedara tan calladito
y no se sabra que el cuento ése es escrito por este
pobre diablo.
Otra cosa atin. Como yo no quiero que hablen y
critiquen mi actitud al ir a ese concurso, ni que
digan que es cojudo y que, yo desde Europa, les
vaya a arrebatar triunfos a los de alli, le incluyo
un pliego en el cual renuncio al premio y cedo el
dinero al que me suceda y, si éste no lo quisiera,
al Centro Universitario o a cualquier sociedad.
Con esto creo que esta previsto todo. Salvo,
desde luego, que a usted que esta al corriente del
momento en Lima, le parezca que no debo ir al
118
Concurso, en cuyo caso no entrega usted el cuento
al jurado y lo publica en La Nacién, con mi nom-
bre y sin mas teatro.
Roma cada dia me gusta mas. El cinco de no-
viembre empiezan las clases en la Universidad y
ya estoy matriculado. Uno de mis profesores es
Enrique Ferri, y es muy posible que vaya a tra-
bajar a su estudio, lo cual me daria gran venta-
ja, como usted comprende, No sé si tenga tiempo
de incluirle el articulo que he escrito sobre La
Evocadora, es un poco insolente y sélo espero que
usted lo vea y que lo publique oc no, segtin su
opinién, no sea que le haga alguna antipatia de
los envidiosos.
Hasta ahora no consigo que Leén [Luis Emilio
Leon-L.A.S.], me envie el libro de Pepe Eguren
[José Maria Eguren-L.A.8.] y no tengo otro para
poder escribir sobre él. Sobre la novela de Maga-
rino, he desistido de escribir, porque leida la he
encontrado muy mala y disparatada. No se lo vaya
usted a decir. {Qué es de Robles? {Por qué este
silencio conmigo? Los amigos a quienes mas es-
timo y los que siempre me han dado pruebas de
mayor afecto son los primeros en olvidarme. Desde
hace un mes he resuelto no escribir sino a mi
familia y a usted, Eguren, Luis Varela y Jorge
Lorente, porque esta visto que a los demas les
intereso mucho menos que a ustedes, que no
les intereso nada. No sea flojo, escribame porque
estoy muy resentido con usted.
Proceda en el asunto que le recomiendo con su
eriterio, que a él] me acojo y espero que tratara
usted, como siempre, de que no quede mal. Yo no
olvido nunca la sinceridad de su afecto. No olvido
aquel brazo que me dio cuando volvi del duelo y
ya usted sabe cuanto lo quiero y cuan leal soy en
mis afectos.
119
Asi pues no se olvide de mi, que en la tristeza
de mi vida, aislado y solo, lo tnico que me da
alientos es el recuerdo de mi madre y el afecto
de mis amigos que, como usted sabe, son tan pocos.

Adiés, Enrique, un abrazo muy fuerte de

Abraham 1

Pudo ocurrir asi, pues, segin se ve desde el poema


“Diario intimo”’, compuesto sobre el Atlantico y
antes de llegar a Europa, la visién de su ciudad na-
tiva, del puerto de su infancia y sobre todo el re-
cuerdo de su madre y sus hermanos, se sobreponia
a las mds vivas emociones nacidas de sus hallazgos
europeos. El caso es que envié a La Nacion un cuen-
to, ‘El caballero Carmelo”, al que, el 22 de diciembre,
en carta a su madre, se refiere asi:

Debo decirte que le mandé a Enrique Busta-


mante, hace tiempo, un articulo para el concurso
literario de La Nacién, pero recomendandole abso-
luto secreto, pues tenia vehementes deseos de ga-
nar el concurso para demostrarles desde aqui a mis
companeros que cuando me presenté a la presiden-
cia del Centro? no me creia tan imbécil. El cuento
se llama “El caballero Carmelo” y en él hago una
relacién de uno de los incidentes de nuestra vida
en Pisco, Como veras alli hablo de Roberto y de
todos. Me dice Enrique que es muy posible que
me lleve el premio, pues los trabajos mandados

1 Carta inédita comunicada a Willy Pinto Gamboa por


Cristina Bustamante y Ballivian, Lima, 1968.
2 Se refiere a su fallida candidatura a la presidencia
del Centro Universitario. El subrayado es mio. L.A.S.

120
eA

son muy inferiores al mio. Ojala la suerte me


favorezca, que este pequefio triunfo es mas tuyo
que mio; pues hace mucho tiempo que todo lo que
escribo es por ti y para ti. Conque te gusten mis
cosas estoy feliz.

Esta carta, que encierra una de las mas significa-


tivas confidencias de Valdelomar, tiene como voca-
tivo el pueril de ‘‘Mi idolatrada mamacita.” Dificil
combinar elementos tan dispares: la franqueza y el
esteticismo, la ingenuidad y la complicacioén, la sim-
plicidad y lo barroco. Pero é] fue asi.
En esa carta, donde se refiere tan sencillamente
a “El caballero Carmelo” y a las posibles consecuen-
cias de su “pequeno triunfo” (“para demostrar a mis
companeros que cuando me presenté a la presiden-
cia de] Centro [Universitario] no me creia tan imbé-
cil”) ofrece otros aspectos desconcertantemente con-
movedores, por ejemplo:

Ojala me sigan pagando los articulos al mismo


precio pues no me parece mal. Hay que confor-
marse. Estoy esperando de un momento a otro que
me paguen el resto de mi sueldo de Génova para
poner las encomiendas y comprar algo que me
falta. Tengan paciencia.
_ Recién el 29 habra el primer baile al cual voy
a asistir, espero que sea un baile grandioso, pues
con él] se abre la sociedad en este invierno en
Roma. Alli conoceré a toda la nobleza romana y al
cuerpo diplomédtico al cual no conozco mucho, pues
no ha habido ocasi6n ni fiesta. El primero de enero
te haré un cablegrama y otro al presidente.
He recibido carta por primera vez de Enrique
Bustamante y en ella me dice que por falta de
tiempo no me ha escrito, pero que ha hecho todo
lo que yo le indicaba en mis cartas. Cuando pienso
ie
que Enrique, que ha sido mi mejor amigo, me pu-
diera ser desleai, me mortifico mucho.
Yo no suefio sino con volverte a ver, lo mismo
que a mi viejo y a mis hermanos, pero te digo que
cada vez que pienso en que tengo que volver a
Peru, a pesar de que extrafio tanto el calor de la
patria, sufro. Si no regresara con un titulo, no
quisiera regresar. Dios me escuche y quiera que
se cumplan mis deseos que mas que por mi los
tengo por ti.

Esta carta, fechada el 22 de diciembre, encierra


un tesoro de premoniciones y descubrimientos. Abre
un camino y da una clave.
A través de ella obtenemos datos incomparables:
Valdelomar amaba a su madre por sobre todas las
cosas; Valdelomar creia y confiaba en Dios; Valde-
lomar queria volver al Pert, a pesar de que sufriria
con ello, sdlo por ver a los suyos y a condicién de
regresar como abogado romano; Valdelomar prefe-
ria ignorar la deslealtad de un amigo, a padecerla;
Valdelomar habia probado fortuna con su “articulo” o
“cuento”, “El caballero Carmelo’, destinado a perpe-
tuar el recuerdo de su madre, de su hermano Roberto,
de su casa en Pisco; Valdelomar queria ese “pequefio
triunfo” porque alegraria a su madre y porque con-
venceria a sus amigos de que él valia algo. {Cabe
algo mas simple, mds romantico, menos decadente
e intelectual?
Cuando la carta del 22 de diciembre navegaba
hacia Lima, salia hacia Roma el ntimero del 3 de
enero de 1914 de La Nacion, en el cual se daba cuenta
del premio concedido a Valdelomar. Habia cosechado
el esperado “pequefio triunfo”, bajo el seudénimo
significativo de “Paracas”.
Ni él ni sus jueces midieron la dimensi6n de
aquella victoria.
122
Los jueces, repito, fueron don Carlos Wiesse, don
Emilio Gutiérrez de Quintanilla y don Enrique Bus-
tamante y Ballivian. Premiaron a Abraham Valde-
lomar en el certamen de cuentos; a Luis Antonio
Eguiguren en el de historia, y a Antenor Orrego en
el de ensayos filoséficos.
Hablemos de tales personajes:
Wiesse (1859-1945), tacnefio, ex diplomatico, cate-
dratico de San Marcos, lucia una curiosa mezcla de
germano y cholo. Cejas negras, pobladas y mefisto-
félicas; ojos fisgones; nariz ligeramente curva; bi-
gote copioso, chorreado; pelo duro, gris y corto; boca
de sonrisa bondadosa; ancho de vientre; ligero de
andar, cargado sobre el lado derecho. Carecia de arro-
gancia. Era modesto, orgulloso y tenaz. Habia vivido
el cautiverio de Tacna, por lo que su peruanismo
no podia ser mas profundo. Habia escrito numerosos
textos y articulos de historia del Pert, derecho in-
ternacional y sociologia. Era insobornable y generoso.
Don Emilio Gutiérrez de Quintanilla, reverso de
don Carlos, dirigia el Museo de Historia Nacional y
manejaba una especie de patronato de arte. Habia
publicado un donoso y singular tomo de Escritos
literarios, en que reunié varias novelas arcaizantes
y picarescas. De silueta corta y robusta, se volcaba
en la mirada penetrante de sus grandes ojos miopes,
defendidos por antiparras de marco dorado. Usaba
barba y bigote ya grises. Su nariz tenia corte ro-
mano. Debié ser buen mozo; se cas6é con una mujer
rica, dofia Carmen de Postigo, familiar de los mar-
queses de Casa Villegas, si no me equivoco. Se jac-
taba de su buen gusto. Conocia a fondo la pintura
peruana e italiana. Admiraba, como Valdelomar, a
Merino, Escribia sobre arte, historia y espiritismo.
Enrique Bustamante y Ballivian habia sido com-
panero de Abraham desde sus primeras jornadas
literarias en Contempordnea. A través de la revista
123
se formé el vinculo entre Abraham y José Maria
Eguren. Aristocratico y elitista.
Enrique no comulgaba con las huestes de Billin-
ghurst. Como poeta, su obra mas celebrada hasta
entonces se titulaba Elogios. Era un devoto de Lo-
rrain, Barbey d’Aurevilly, D’Annunzio, Samain, Da-
rio, y en pintura deliraba por Durero, Goya, Rey-
nolds, Burne, Jones, Beardsley y Utamaro, a quienes
conocia por fotografias.
Este tribunal, realmente extraordinario, concedid
premios también extraordinarios: el de ensayo, repi-
to, lo otorg6é a Antenor Orrego, nacido en Cajamarca
(1891), pero crecido y educado en Trujillo. Orrego
tenia veintidés afios, amaba las frases complicadas,
las palabras exoticas y los paisajes raros. Huia de la
vulgaridad. Cultivaba un estilo curiosamente elip-
tico y ultrabarroco, Presenté al certamen una co-
leccién de Aforisticas, acerca del arte, el amor, la
verdad, la literatura, Fisicamente Antenor tenia algo
conejil. La frente muy alta, pero huidiza; el cabello
castano no muy abundante; la tez blanco rojiza, con
muchas pecas; azules los ojos; la nariz regular, algo
curva; la boca desdenosa. Hablaba empujandose y
corroborandose con un jeh! intermitente. Amaba la
tertulia, los picantes, el mar, la chicha, el sol, la
champana, la noche, los libros, la bohemia, el amor.
Después de 1917 anudaria una sélida amistad con
Abraham: amistad en las letras, en la independen-
cia, en el exotismo, en la posse y en el opio.
Luis Antonio Eguiguren Escudero (1886-1967),
piurano, hijo de jurista, duefio de alguna fortuna,
coetaneo de Riva Agiiero y Galvez (y por tanto casi
de Valdelomar), se dedicaba a la archivomania y a
la historia. Habia compuesto una versién de La
guerra separatista (de 1812) y preparaba entonces
un trabajo sobre la revolucién de Pumacahua, con
el que gand otro certamen, el de agosto de OWES
124
conmemorativo del primer centenario del sacrificado
brigadier indigena. De estatura menos que regular
y color palido, llamaba la atencién por sus enormes,
saltones y moviles ojos oviformes y los gestos ner-
viosos que le erizaban el recortado bigote y rasgaban
su boca fina como una cuchillada antigua.
Valdelomar obtuvo el galardén literario y cien soles
de premio. Se sinti6 feliz. “El caballero Carmelo”,
es decir, su historia de adolescente, exaltaba a su
pueblo, a Pisco y también a su familia. Conviene que
mas adelante hablemos de lo que signific6é aquel
magnifico relato, primera muestra de un _neocrio-
llismo fragante de recuerdos, embalsamado de in-
genuidad y melancolia.
El] triunfo embriagé un poco a Valdelomar, pese
a sus protestas anteriores de desinterés. Lo expresa
en una carta a Bustamante:

Roma, 14 de enero de 1914.

;Con cuanto placer he recibido el cablegrama


de Ud. y del ilustre vegetariano y amigo muy
amado de mi corazon, Domingo !#
En medio de esta tristeza que me consume y de
esta inexplicable tribulacién de mi espiritu —por-
que estoy triste y atribulado — nada me podria ser
mas agradable que el cablegrama de ustedes, tanto
porque traiame un soplo de recuerdo, cuanto por-
que ello es para mi un terminar honroso en mi vida
de universitario peruano. El] premio no significa
moralmente otra cosa que decir a mis compaferos
de la Universidad de Lima y a todos los del Pert,
que si quise, en irreflexivo momento, ser presidente
del Centro, no me creia tan incapaz,

3 Domingo Parra del Riego.


125
Lo légico habria sido que aquella cruzada de
genios que me salieron al paso hubieran ganado en
el concurso. Esto no es modestia, pues ya usted
sabe que con Ud. hablo como conmigo mismo.
Espero los diarios para saber en detalle como
ha sido la cosa y quiénes han ganado en los pues-
tos sucesivos. Como veo que La Nacion tiene mu-
cho material y que mis articulos son por ahora
innecesarios, dejaré de mandarlos hasta que me
los pidan.
Ni Ud. ha querido mandarme sus versos para
editarlos en Europa —jdesconfiado!—, ni Eguren
ha contestado una sola de mis cartas. Percy Gib-
son, a quien creia un poco mas consecuente, no me
ha contestado una letra a las muchas cartas que
le tengo escritas. De Leoncito para qué hablar...
Yo recibi una carta suya lacénica y escrita de
prisa; mucho me interesa saber de Angélica B..,
yo no creta querer tanto a esa chica; he sido cruel
con ella y me pesa.
Sin teatro y sin posse puedo decirle a usted que
Europa es muy linda cosa. Se cultiva uno en menos
tiempo que el que en el Pert se necesita para llegar
a ser presidente; jpero el recuerdo de la tterra le-
jana es tan lacerante, se siente uno tan lejos de los
suyos, extranase tanto el cielo, el mar, la tierra,
los drboles, hasta la gente de la tierruca! En fin
ya me voy acostumbrando, ya voy entrando en el
terreno y pronto, Dios mediante, le daré gratas sor-
presas.
Le quedo muy agradecido por la gentileza de
su telegrama, y ojala que cartas suyas vengan a
traerme el encanto de su charla amena, de su es-
piritu culto, de su incomparable comprensi6n ar-
tistica.
Adiés, querido Enrique, y no olvide a su triste
amigo.

126
Abraham

Si Uds. no me ayudan, mandandome lo que les


pido (Ud., sobre todo, su articulo sobre la C. de
los T.) me sera imposible escribir nada. Digale
a Leoncito que le dé el libro de Eguren que tanta
falta me hace, pues quiero dar una conferencia
sobre varias cosas.
He conocido al mejor fotégrafo del mundo. j Qué
artista! Es un retratista que se permite cobrar
quinientos francos por un retrato. ;Qué mara-
villa! Yo he conseguido que me haga uno en 200
ya lo vera Ud. en casa de mi madre, porque éstos
no se pueden regalar.
Fijese lo que le digo. Si Ud., discreta y talen-
tosamente consigue publicar en Ilustracién el ar-
ticulo que le envio en el pr6oximo correo, sobre
el arte de este genio de la fotografia, hagalo,
siempre y cuando que las relaciones entre los pe-
riddicos de Moral sean buenas a la fecha, como
supongo, si no, devuélvamelo para darlo a Mun-
dial. ;Todavia me odian esos mierdas? ;Ya me co-
noceran, déjelos!
Un fuerte abrazo de

Abraham

Agrega a esta carta la siguiente composici6n poé-


tica:

127
LA DESCONOCIDA +

Para Enrique Bustamante y B.

En el rostro anguloso, de fiero perfil duro,


se enseforea el aire de su adusta mirada.
Parece que viniera de una tierra ignorada
habla un idioma extrafio, sordo, lento y oscuro.

La cabeza inclinada en la cOncava mano,


el cuerpo agazapado en un gesto felino,
sus ojos son los ojos siniestros del destino
y sus labios, la puerta de un insondable arcano.

Cuando el mar en las tardes, su furor agiganta


la ignota en un impulso violento se levanta
y las rojas quimeras del creptsculo, mira;

pasa sobre la nave graznando una gaviota


epilépticamente, la dura hélice gira,
y en la estela agitada, la blanca espuma, flota.

Alta mar; en el Kaiser Wilhelm II


En el Atlantico, 22 de julio de 1913.

Las victorias exigen un precio. Cuando Abraham


supo a ciencia cierta su “pequefio triunfo’, le llegé casi
simultaneamente la fatal noticia, lo peor que podia
esperar: el derrocamiento del presidente Billinghurst.
Su reaccién fue de hecho fulgurante y espléndida:
renuncié a su cargo de inmediato, altanera e irrevo-
cablemente, Presumo que el cable fue instantaneo.

+ El titulo, texto y puntuacién es diferente a la publi-


cacién hecha en Abraham Valdelomar, Obra poética,
Lima, 1958.

128
.
Como se sabe, el 3 de febrero de aquel 1914, el
intendente de Lima, un coronel Aguirre, hizo ocupar
La Prensa, diario de oposicién, y mandé detener a
varios politicos y parlamentarios, entre ellos a don
Augusto Durand.
Durand, experto en fugas, se salvé haciéndose des-
figurar por el actor Gerardo de Nieva, quien, en
compania de la gran actriz mexicana Virgina F4-
bregas, realizaba una temporada de comedias ({la
inaugural?) en el flamante teatrito Colén, recién
abierto, y que se hallaba en la esquina de Quilca y
Belén. A las ocho de la noche de ese dia, numerosos
billinghuristas montados en victorias, berlinas y
landés de alquiler, tirados por cansinos jacos que
dejaban una pestilente estela de fétidos gases y
pungente estiércol tras de si, recorrian las calles
de Lima disparando sus revolveres y gritando
“muera el Congreso’. La disolucién de este cuerpo
parecia ya un hecho. El presidente de la Camara de
Diputados, don Ricardo Bentin Sanchez, se ocult6 y
desde su escondite lanz6 un vigoroso manifiesto en
defensa del Parlamento y contra el Ejecutivo. A las
dos de la madrugada del 4 de febrero, el hasta
la vispera jefe del Estado Mayor del Ejército, coro-
nel Oscar R. Benavides, a la cabeza de la guarnici6n
de Lima, atac6 el Palacio de Gobierno defendido por
un piquete de gendarmes que cumplian ordenes de
su jefe, el coronel Lizardo Luque. En el cuartel
de Santa Catalina dormia el ministro de Guerra,
general Enrique Varela, el Sordo Varela, de quien
el historiador chileno de La guerra del Pacifico, don
Benjamin Vicufa Mackenna, dijo que era “flexible
como un junco y fiero como un leén’. Un pelotén
de los conjurados, al mando del capitan Alberto Ca-
vero, irrumpi6 en el dormitorio del general-héroe y
ministro, y le asesiné ahi no mas, sobre la cama, sin
darle tiempo para defenderse. A las cuatro de la ma-
129
fiana, caia el Palacio en manos de los asaltantes. A
las seis, el presidente Billinghurst vio cerrarse sobre
sus espaldas las implacables rejas del Pandptico: es-
taba destituido y preso.
Todo lo supo Valdelomar al mediodia del mismo
4 de febrero. A la una de la tarde del 6 escribia a
dofia Carolina:

Roma, 6 de febrero de 1914

Queridisima mama:

Ya te imaginaras el estado de 4animo en que me


encuentro. Hace dos dias que no duermo y mis
nervios sélo me obedecen a ratos. La caida de mi
queridisimo presidente, la ruina de Uds. y la mia
con la precipitacién con que se ha realizado y con
la ignominiosa traicién de Benavides me vuelven
loco. Yo esperaba de un momento a otro un movi-
miento, sé lo que son las pasiones en el Pert, pero
el golpe ha superado a mis pensamientos.
Hoy me encuentro lejos de la patria, sin saber
de Uds., imaginandome siempre lo peor y sin sa-
ber la suerte ni de mi papa, ni de Uds., por quienes
he luchado y he vivido hasta hoy. Dios es grande y
El ha de velar por la vida de todos Uds., porque
si asi no fuera, yo no podria resistir el azote del
destino. Lo mas terrible es que los periédicos di-
cen que Billinghurst esta en la Penitenciaria.
Creo, con toda mi alma, que mi papa se habra de-
jado matar, antes de quedarse un dia en el puesto
y que por ninguna fuerza del mundo habraé come-
tido la ignominia de permanecer alli para ser
carcelero del hombre mas honrado que ha tenido
el pais.2 Si asi hubiera sido, que no lo creo ni

5 El padre de Valdelomar era el director del Pandptico.


130
lo creeré jamas, no me volverian a ver. Sélo me
desvela y me consume la situacién de Uds., los
vejamenes a los que los habran sometido y la
miseria que nos amenaza. Por mj no se preocupen
para nada. Soy joven y no me faltan fuerzas para
vivir y luchar. Y donde esté les mandaré lo que
pueda. Esta la mando por intermedio de otra per-
sona que aun no sé quién sea, pero temo que si
va a tu direccion no te la entreguen. Hice un te-
legrama a Lorente® preguntandole por Uds., y
no tengo respuesta todavia. {También me habra
abandonado?
Tua no te imaginas como estoy. Ain no sé si me
iré a Iquitos o a Buenos Aires, porque en Roma
no me puedo quedar. Como comprenderas lo pri-
mero que hice fue renunciar irrevocablemente a
mi puesto, pues no cometeré la ignominia de ser-
vir al lado del que ha traicionado a mi amigo.
Hoy recibio Zavala‘ un cablegrama de Manza-
nilla en respuesta a su renuncia irrevocable en
términos que desgraciadamente me es prohibido
decirte.®
Te escribiré todo lo que sepa y suceda, y no
me moveré de Roma sin avisarte, ya sea por cable
o por carta, pero no me iré antes de un par de
meses. No volveré al Peru. Los recursos que tengo
me alcanzan para mes y medio. Te besa como
nunca tu desgraciado hijo,
Abraham.

6 Jorge Lorente y Patron.


7 Dr. Carlos Zavala Loayza, encargado de negocios del
Pert desde el 31 de julio de 1913. L.A.S.
8 Valdelomar fue nombrado segundo secretario de la
Legacién del Peri en Roma por resolucién suprema N®
484, de 12 de mayo de 1913; lleg6 a Roma el 7 de agosto;
renuncio el 6 de febrero de 1914. L.A.S.
131
Carta de un patetismo extraordinario. Por ella co-
nocemos de primera mano la reaccion de Valdelomar
como amigo y ciudadano. Nos pone frente a frente a
un Valdelomar tierno, romantico, exasperado, aman-
tisimo. El padre de Valdelomar, como director de la
Penitenciaria, debia ser el carcelero de Billinghurst:
se negé a ello renunciando, pero, a la vez, le negaron
el privilegio de retirarse, destituyéndolo. La renun-
cia que Valdelomar formul6é por cable el mismo dia
que escribié a su madre, tuvo una acogida flamigera
por parte de la Cancilleria, a cargo del doctor José
Matias Manzanilla:

Cimplase la renuncia que presenta don Abraham


Valdelomar, del cargo de secretario de segunda
clase de la Legacién de la Reptblica en Italia,
y, de conformidad con el plan de economia que
la Junta de Gobierno se propone realizar, supri-
mase dicho puesto. (Cuatro rtbricas de la Exc.
Junta de Gobierno, Manzanilla.)

Entretanto, desde Europa, todo el ser de Abraham


volaba hacia su protector y hacia sus familiares.
Sin duda provincianisimo, no habia roto, no rompe-
ria nunca el cordén umbilical que lo ataba, mas que
al Pert, a Pisco e Ica: su tierra natal.
No sospechaba entonces, aquel 6 de febrero a la
una de la tarde, lo que le esperaba en Lima, cuatro
meses después, La encontré diferente. Enrique Bus-
tamante y Ballivian, su viejo amigo, dirigia La Pa-
tria, 6rgano de Benavides, sustituyendo a La Nacién
de Billinghurst. Félix del Valle, otro escritor iquefo,
nacido en 1891, gran amigo de Abraham, estaba en
Southampton, como canciller de] Consulado, nombra-
do por el canciller Manzanilla. Antuco Garland, otro
escritor bohemio y decadente, trabajaba en el Con-
sulado de Barcelona por la misma causa. Federico
132
-

More, su viejo amigo de Arequipa, un punefno, za-


hori, sensitivo y atrabiliario, guardaba una curiosa
actitud de expectativa. Sdlo él, Abraham, y Alfredo
Gonzalez Prada, entre los escritores jévenes, se er-
guian frente al militarismo.
Despojado de La Nacién, Juan Pedro Paz Soldan,
su ex director, publicé6 La Capital. En ella insertaria
More una defensa del general Mariano Ignacio Pra-
do, discutido ex presidente durante la guerra del
79. Javier Prado, hijo de éste, habia encabezado el
movimiento contra don Roberto Leguia; sus herma-
nos Jorge y Manuel acompafaron a Benavides en
el derrocamiento de Billinghurst.
Dofia Carolina recibi6 llorando desconsoladamente
las noticias del hijo prédigo. Jesis y Rosa se ape-
garon a ella para oir su relato: eran como los de
Simbad. Pero venciendo a la tristeza, se alzaba ya
una ventolina de arrogancia, una incipiente egola-
tria, tras de la cual ocultaba sus tltimas vacilacio-
nes el joven triunfador de “E] caballero Carmelo”.
Habia que vencerse a si mismo para vencer a los de-
mas. Ulises volveria a Itaca, mas no disfrazado de
mendigo; ahora se disfrazaria de rey: de “rey de la
vida”.

133
be

VIII. EL DOLOROSO RETORNO A “SIKE”


(MARZO—AGOSTO 1914)

Habia, en un lejano rincén de la China, alla por los


tiempos en que Confucio fumaba opio y dictaba lec-
ciones de Moral en la Universidad de Pekin, cierta
gran aldea, llamada Siké, regida por mandarines, en
la cual acaecié la historia que te voy a referir, sobri-
no, a condicién de que la retengas en tu privilegiada
memoria —pues la memoria es el principal auxiliar
para los que han de gobernar a los pueblos—... En
el lejano rincdn de la China, los hombres eran muy
belicosos. Se armaban los unos contra los otros por
quitame alla esas pajas...

VALDELOMAR, Cuentos chinos

Topo regreso duplica la esperanza. En el caso de Val-


delomar, tenia que ocurrir asi. Como la situacién
politica del Peri era tensa y como él se habia des-
tacado, a través de su altiva renuncia, como un leal
y hasta recalcitrante partidario del presidente caido,
trato de retrasar, segtin sabemos, la inevitablemente
dolorosa llegada. Lo que mas le preocupaba era la
tranquilidad de su madre, Sin entrar en innecesarias
e impertinentes consideraciones sobre siempre dis-
cutibles complejos freudianos, aparece en la forma
de un hecho que, al lado de este amor tierno, puro
y pertinaz a dofia Carolina, no hubo otro en la vida
de Abraham. El] de sus novias, Maria B. y Consuelo
Silva Rodriguez, parecen mas bien pasiones intelec-
tuales. Esta Ultima, educada en Paris y con un rico
caudal de conocimientos literarios y artisticos, re-
134
-

sultaba la pareja ideal para un hombre tan denoda-


damente consagrado al arte.
Las figuras de las dos mujeres, dofia Carolina y
Consuelo, ofrecian violento contraste: su convergen-
cla sobre Abraham no se realiza entonces, en 1914,
sino un poco después, aunque la de la madre fue
permanente.
Tenia dofia Carolina una recia figura, color lige-
ramente moreno, temperamento apacible e imagina-
cién viva. Carecia de complicaciones. Probablemente
la tendencia a la meditacién y al ensuefio le vinieron
a Valdelomar por el lado materno. Repitamos:

Mi padre era callado y mi madre era triste;


y la alegria nadie me la supo ensefiar.

En su fugaz odisea, més conmemorable por la caida


de Jlidn que por el rapto de Helena, Valdelomar no
dejé en la tierra nativa ninguna asediada Penélope,
sino una espartana y dulce Antigona, defensora
acerba a sus crios e inexpugnable creyente en el
destino de su predilecto. En ningtin instante pudo
la ausencia cavar abismo ni cisura entre ellos. Tam-
poco logré el fragor de la vida diplomatica entur-
biar el cristalino manantial de aquel amor pueril,
entrafiable, rural y pio. Si la mayor preocupacién
de Abraham, al margen de su arte, fue la felicidad
y bonanza de su hogar y, en particular, de su madre,
uno se explica la patética exclamacion que, al res-
pecto, le arrancara el derrumbe de Billinghurst y
por consiguiente el voluntario cese de sus posibili-
dades inmediatas de coronar el aspero, pero placido
aprendizaje de arte y vida; de “civilizaci6én’, como
entonces se denominaba a la exquisitez y al “deca-
dentismo”’,
En carta a su madre, escrita en enero de 1914,
visperas de la tragedia de Lima, le refiere que la
135
noche de Navidad habia oido Misa de Gallo en Roma,
y que la encomendé a Dios “que es tan bueno con-
migo”. No se sabe qué admirar ahi, si la ternura, la
devocién, la ingenuidad o la provinciana superviven-
cia de sus sentimientos de nino.
Al saber la suerte de Billinghurst, el 6 de febrero,
renuncié a su cargo. Tenia, por todo tener, un ahorro
de hasta 500 francos, que entonces significaban
algo, pero sélo. algo. Probablemente a instancias de
algin amigo leal, o para cumplir un itinerario pre-
fijado, se dirigid a Napoles, de donde vuelve a es-
cribir a Lima, lleno de premoniciones dramaticas.
Al mes siguiente, por la ruta de la Costa Azul, se
dirige a Francia. El 17 de marzo escribe nuevamente
a su madre, ya desde Paris, diciéndole que vive en
un modesto cuartucho; por él paga sesenta francos
al mes, y come en un ODistrot, “donde la comida es
muy barata, pues pago un franco veinticinco por la
manana y otro tanto por la tarde’. Se halla en un
estado de profundo desconcierto. El, que tenia resuel-
to no regresar al Pertti de ningtin modo, anuncia que
regresara entre el 15 y 20 de abril siguiente. En esos
instantes dificiles, la amistad de José de la Riva
Agiiero, su compafiero de Universidad en 1905, de
vivac en 1910 y de viaje a Europa en 1913, es como
un balsamo. Le escribe a dofia Carolina:

Yo me vine a Roma para aprovechar el favor


de Riva Agiiero, quien, como te escribi de Milan
(o de Florencia, no recuerdo bien), me pagé todo
hasta Paris, y porque, ademas, comprendi que en
Roma no podia quedarme de ninguna manera.

En ese momento, Valdelomar tenia resuelto pasar


a Madrid, pero le hacia falta una ayuda de diez
libras peruanas mensuales (esto es, diez libras es-
terlinas).
136
El] viaje a Madrid no sé si se realizé, Quizds ahi
habria editado a tiempo los cuentos de La aldea en-
cantada, que mas tarde formarian el volumen El ca-
ballero Carmelo. No he podido averiguar si regreso
con Riva Agiiero. Este se dirigié de Paris a Sevilla
para presentar su monografia acerca de Diego Me-
xia de Fernangil, que Bustamante y Ballividn pu-
blicaria en Cultura (1915). De toda suerte, sabemos
que en mayo ya se encontraba Valdelomar en Lima
y que en junio, segin se verd luego, sufriéd una
detencion de 48 horas.
El viaje a Europa habia durado nueve meses; ci-
fra simbolica; no la desmintié la obra de Valdelo-
mar.
Seria imperdonable no insistir sobre la influencia
de Riva Agiiero en el Valdelomar de entonces. Riva
Agiiero venia de participar en el Congreso de Ame-
ricanistas de Sevilla, en el que presenté un trabajo
sobre la segunda parte del Parnaso antdrtico, de
Diego Mexia de Fernangil. Habia sido éste un buho-
nero-traductor-poeta y adelantado, uno de esos hom-
bres multiples que abundaban en la Espafia quinien-
tista. El afio de Mexia de Fernangil, 1608, se public6
en Sevilla, bajo el titulo de Parnaso antdrtico, una
melodiosa versidn endecasilabica de Las Heroidas
de Ovidio. Posteriormente, estando en Potosi, com-
puso otra serie de sonetos en loor de Jests crucifi-
cado, y un animado poema sobre el Pert, manuscrito
que yace inédito en la Biblioteca Nacional de Paris,
de donde lo exhum6 Riva Agiiero, precisamente en-
tonces. En el Pertti nada indicaba la proximidad de
un retorno a la civilidad y la consiguiente caida del
recién aupado militarismo representado por el coro-
nel Oscar R. Benavides. Entre Riva Agiiero y Val-
delomar habia una diferencia cronolégica de tres
afios: aquél naciéd en 1885, éste un 1888, pero la
distancia espiritual era de casi dos siglos: Valde-
137
lomar pertenecia a plenitud al siglo xx, Riva Aguero
anhelaba retornar o quedarse en el XvIlII. Al decirlo
no hay desdoro ni agravio para nadie. Algun tiempo
después, segtin carta que me dirigiera el ano de
1921, Riva Agiiero rechazaba el calificativo de “con-
servador” que yo le diera en mi libro sobre Los poe-
tas de la Colonia, y reclamaba vehementemente el de
“reaccionario”’.1 Aunque Valdelomar no creia tam-
poco en el futurismo de Marinetti, ni en el “arte
mecanico” y la quema de iglesias y consiguientes
monumentos, mucho menos aceptaba ya —insisto—
la tendencia barroca y antienciclopedista de Riva
Agiiero. No obstante lo cual, se mantuvo siempre
tendido entre ambos un puente de cordial entendi-
miento. Pronto tal vinculo le seria a Valdelomar
indispensable.
Por otro lado, al llegar a Lima encontré a muchos
de sus antiguos amigos de San Marcos y del vivac
en plan de ardiente oposicién al régimen de Bena-
vides. Otros, al revés, eran adictos a éste. Natural-
mente se arm6 una conspiracién; era lo previsto.
Tenia que ser.
Uno de los mas entusiastas malhablantes —no
conspirador— contra el hechizo presidente proviso-
rio Benavides, era Alfredo Gonzalez Prada. Compar-
tian con él las 4giles faenas de la sorna y la diatriba,
José Bernardo Goyburo, Ratil Rey y Lama, Enrique
Catter, todos amigos y condiscipulos de Augusto Le-
guia Swayne (hijo del ex presidente don Augusto
B. Leguia y Salcedo, a la sazén desterrado en Lon-
dres, y sobrino de don Roberto, primer vicepresi-
dente de la Reptiblica, a quien correspondia consti-
tucionalmente la Presidencia para remplazar a

1 Cfr. Revista Nueva Corénica, 6rgano del Departa-


mento de Historia de la Facultad de Letrag de la Uni-
versidad Nacional Mayor de San Marcos, N° 1, 1963.

138
.
Billinghurst). Alfredo obedecia a un doble impera-
tivo: su congenial rechazo al militarismo —“a la
satrapia”—, segtin expresién de su ilustre padre,
don Manuel, y el agravio que éste buscé y hallé de
parte de Benavides en mayo de 1914,
Era don Manuel director de la Biblioteca Nacional
de Lima. Producido e] golpe de mano del 15 de mayo
de ese mismo afio, en que al descarado amparo de
la fuerza ptblica, la minoria parlamentaria eligidé
presidente provisorio al coronel Benavides, en tanto
que la minoria, reunida en la casa de la calle de
Pando, reconocia a don Roberto Leguia, e] director
de la Biblioteca Nacional renuncié a su cargo me-
diante una nota corta, dura y vibrante como una
espada. Quiso el gobierno desviar la estocada, pero
ante la insistencia de don Manuel, opté por “deses-
timar” bobaliconamente su renuncia y “destituirlo”.
Alfredo sinti6é en lo vivo la torpe ofensa a su padre
y naturalmente comulg6 con los opositores; llegado
el caso iria a purgar en la penitenciaria tal culpa,
en calidad de presunto conspirador.
Valdelomar ingresé de lleno al grupo oposicionis-
ta, mejor dicho, no saliéd de él. Desde luego, man-
tuvo su postura literaria, y a través de ella ejercio
la nueva actividad a la que le obligaba su destino.
Entre febrero y mayo de 1914, el Perti se habia
dividido en dos bandos nominalmente irreconcilia-
bles: los “robertistas’, que defendian el indudable
derecho constitucional del primer vicepresidente con
mayoria legislativa, y los “benavidistas” y “civi-
listas’, encabezados por Javier Prado y Ugarteche,
decano de la Facultad de Letras de la Universidad
Mayor de San Marcos y presidente del Partido Civil.
Este propiciaba e] cese total del régimen de Billin-
ghurst y la completa renovacién del Poder HEjecutivo
mediante una consulta electoral. La solucién de
Benavides fue, como se sabe, hacerse designar ilici-
139
tamente presidente provisorio. Mas tarde Valdelomar
trataria de vengarse del usurpador y sus amigos
por medio de sus Cuentos chinos, comenzados a pu-
blicar en La Prensa (octubre, 1915) y Rigoletto (fe-
brero, 1916).

Contre nous de la tyrannie


Vetandard sanglant est levé
-La Marsellaise

A partir de mayo de 1915, segin se ha dicho, y


cotejando la mascarada del 15 con la realidad cir-
cundante, especialmente con el doloroso exilio de su
caudillo, Valdelomar sintid renacer, sobre las ceni-
zas de su patridtica pena, el furor civico de 1912.
Habia un hecho evidente: el gobierno provisorio del
coronel Benavides (en seguida ascendido a general),
descansaba sobre el capricho de las bayonetas y
la de sus mas obsecuentes fletadores: el civilismo
bloquista. Llamabase asi, “bloque”’, al grupo de par-
lamentarios pardistas, enemigos de Leguia, y miem-
bros de una faccion del Partido Civil, y a sus alia-
dos del Partido Constitucional adictos a José Pardo.
Presidia la faccién “constitucional-bloquista” el
general Pedro E. Mufiiz; la “civilista-bloquista’’,
Antonio Miréd Quesada. El Comercio naturalmente
defendid el golpe de Estado de Benavides y pretendié
hacer pasar por mayoria “la minoria parlamentaria
que eligid a Benavides”, olvidando a lia auténtica
mayoria que eligiéd a Roberto Leguia.
Benavides, para salvar su régimen, habia llamado
como presidente del Consejo de Ministros a Mufiz,
quien se hallaba seriamente enfermo de asma; mi-
nistro de Gobierno y Policia fue don Hildebrando
Fuentes, constitucional, hombre de lindos ojos, linda
barba negra, linda voz, lindos modales y lindo pro-
fesor de Metafisica en San Marcos, En Relaciones
140
a ;

Exteriores, remplazando a Manzanilla, figuraba Fer-


nando Gazzani, ex demécrata y ex liberal vinculado
por matrimonio con Alberto Ulloa Cisneros, hombre
del partido opuesto.
Los “legitimistas”, es decir, la mayoria parlamen-
taria “robertista”’, cuyo vocero era La Prensa, se
negaron a reconocer la presidencia provisoria del
“usurpador”’ Benavides y acataron la teérica auto-
ridad del primer vicepresidente de Billinghurst, la de
don Roberto. Por largas semanas, La Prensa inser-
t6 diariamente en su primera pagina el articulo cons-
' titucional que califica de usurpaci6én el desempefio
de funciones ptblicas que corresponden a otro poder
o autoridad.
Asi las cosas, crecia el descontento. La noche del
domingo 14 de junio, la policia sorprendié inusitado
vaivén en un lugar cercano a Lima, junto al cerro
“Kl Agustino”, en el paraje llamado la Cruz de Yer-
bateros. De inmediato procedié a detener a los mis-
teriosos transetntes o confabulados: entre ellos los
ingenieros Carlos Oyague Pflucker, Enrique Catter,
Felipe Arancibia y Lastres.
Como de costumbre, la represién policial cometid
sinntimero de excesos y de errores. Bajo el pretexto
de apresar a don Roberto Leguia —al “presidente
legal’— y a don Augusto Durand, coautor del golpe
de Estado del 4 de febrero que derribo a Billinghurst
y exalt6 a Benavides, pero que se habia vuelto con-
tra éste, se allanaron casas; muchas personas ino-
centes fueron detenidas; se vigilaban los puertos; en
suma, segtin la caustica frase de Gonzalez Prada,
se vivid “bajo el oprobio”. Algunos incidentes reve-
lan la nerviosidad de aquel momento. En busca de
Durand se viol6 su domicilio en la aristocratica calle
de Belén. Alli fueron apresados Valdelomar y uno de
los sobrinos de don Augusto, llamado Grover Durand
Flores. El hogar y consultorio de un famoso ciru-
141
be
jano francés que operaba en la Maison de Santé, M.
René de Guermarquer, también sufrié el torpe asalto
de la policia. Intervino entonces la Legacién de Fran-
cia, Otra casa allanada fue la de don Maximiliano
Lecaros, también en Belén, frente al hogar del ex
lider del Congreso, don Ricardo Bentin. En Huacho
sufrié insdlitas vejaciones el ciudadano Ernesto de
Souza Ferreira. A los presos nombrados se agregé
el dentista Ernesto Villanueva, hijo de don Rafael,
duro ex ministro de Gobierno durante el primer pe-
riodo de Leguia, el comandante Benjamin Ramirez, el
teniente Ernesto Puccio, los estudiantes Luis E. De-
negri y Edgardo Rebagliati; varios oficiales, sargen-
tos, vieron cerrarse tras ellos las rejas de diversas
prisiones. Hasta el primero de agosto, los detenidos
en el Pandptico, Luis Ernesto Denegri,2? Edgardo
Rebagliati, seguian incomunicados. José Bernardo
Goiburu, que también cay6é preso, recibié la libertad
a los pocos dias.
Los diarios no sabian como informar respecto a
sucesos que se desenvolvian con jueces ad hoc y en
el misterio. Surge entonces la figura representativa
del juez Gregorio Mercado. Como el clima politico
subia de tono, el presidente del Congreso, don Abel
Montes, se alej6 hacia su tierra natal, el Cuzco;
poco después, hacia ptiblica su decisién de no volver
a Lima en tanto que la situacién no se normalizara.
Quisieron expatriar a dofia Emilia Prieto, esposa del
ex presidente Billinghurst. Dato curioso: fue enton-
ces dado de baja el teniente de la escolta don An-

2 La detencion del presidente del Centro Universitario,


Denegri, y de los estudiantes sanmarquinos, Rebagliati,
Goiburu y Ricardo Flores, motivé la intervencién de una
comisién de decanos de San Marcos. Rebagliati salié bajo
la fianza del doctor Eleodoro Romero, el 27 de julio de
1914,
142
tonio Rodriguez, quien veinticinco afios después, y
ya general, moriria acribillado a balazos a raiz del
movimiento revolucionario que él] encabezé contra
el mismo Benavides de quien era ministro en 1939.
Otro oficial del mismo cuerpo, el teniente César
Yanez, apodado “Burro hermoso”, fue alejado hacia
la inhéspita ciudad de Juliaca. En Sicuani, a fines
de junio, fue detenido el escritor Federico More. El
ex presidente Billinghurst formulé desde Arica sar-
casticas declaraciones acerca del miedo pAdnico que
embargaba al Gobierno de Lima. Este susto llegé
al extremo de que el ministro de Relaciones, Fer-
nando Gazzani, olvidando que el Pert no habia re-
conocido jamas la soberania de Chile sobre Arica,
solicit6 a las autoridades chilenas que alejasen de
esta ciudad al temido ex presidente. Poco después
se anunciaba la renuncia de los ministros Mufiz y
Fuentes, miembros del Partido Constitucional; los
disuadieron por varias semanas, A] fin lo hicieron.
Para Mufiz, la renuncia significaba el final de su
inesperado sacrificio y de su carrera.
Valdelomar tomo filoséficamente aquella breve
peripecia carcelaria, que le mantuvo incomunicado
y entre rejas durante apenas dos dias.
En una informacion cuasi humoristica, publicada
en el entonces semanario La Opinién Nacional, titu-
lada ‘De Belén a la Pescaderia”, refiere sonriente-
mente sus tribulaciones. El encabezamiento del ar-
ticulo tiene su origen en que la casa de Durand,
donde apresaron a nuestro personaje, estaba en la
calle de Belén, y el calabozo de la intendencia en
el que le encerraron quedaba en la calle de Pesca-
deria, al costado del Palacio de Gobierno. Trascribo
algin parrafo:

—Hemos reporteado a Valdelomar


—ziY por qué no?
143
—Valdelomar esta saturado hoy por el agua
lustral de la actividad politica, y tiene el envidia-
ble prestigio de una prisién de 48 horas. Nos-
otros le envidiamos...
—Federico Guillermo More, que sufre alla en
las heladas serranias de Sicuani su cuarto de hora
de ensuefo prefectural, y Abraham Valdelomar
que acaba de pasar dos dias como huésped ilustre
del comandante César Enrique Pardo...
—jCémo te tomaron?
—Como tomarme, te diré, primero me tomaron en
serio; y después me creyeron un conspirador te-
rrible: el brazo derecho de don Roberto; el mas
decidido enemigo del régimen; e] mas implacable
y peligroso de los conjurados.
—iY ati?
—A mi, que sabes que, por ahora, no conspiro
sino contra la inviolabilidad de la gramAatica...
—jPero qué hacias en la casa de Durand?
—Nada. No hacia nada. Pasaba por alli, vi el
barullo policial, soy amigo de la familia y entré
para salir, al poco rato, en compafiia de dos su-
jetos mal encarados y peor vestidos, que no sabian
de seguro de las higiénicas propiedades del jabén
hacia lo menos un par de afios.
—j Qué horror!
—j Qué olor, diras!
—Sigue, sigue.
—Veras: yo tenia en la mano un rollo de cuar-
tillas, un cuento, el mismo que aparece en este
numero de La Opinién Nacional: “El vuelo de los
Condores”. Verlo un comisario y echarse sobre
él fue todo uno.

Después Valdelomar refiere al reportero que le


hicieron dormir sobre una tarima; que no le dieron
cobertores; que le asediaban lag ratas; que le pre-
144
guntaron por Augusto Durand; que, a medianoche,
lo condujeron ante el ministro de Gobierno, doctor
Hildebrando Fuentes; que el prefecto Orestes Ferro
le tute6 sin razon alguna y le pregunt6 lo mismo;
que el comandante César Enrique Pardo, subprefec-
to, le visit6 en el calabozo. Valdelomar comenta el
episodio asi:

Te diré, yo soy simbolista. En mis articulos y


en mis dibujos, he sido siempre simbolista y al
ver la barba de candado del comandante Pardo,
lo primero que se me vino a la imaginacién fue
el simbolo: el candado. Temblé. Con ese candado
iban a cerrar las puertas de mi calabozo y me
senti aherrojado, sepultado vivo, por toda la eter-
nidad desesperante de un juicio militar.®

La pintura del calabozo hecha por Valdelomar


responde exactamente a la realidad. Yo estuve ence-
rrado en la misma celda el afio de 1984. E] cuadro no
podia ser peor; el suelo sucio; las paredes chorrean-
do agua; corrian las ratas; volaban las cucarachas;
abundaban las lagartijas, indeseables compaferas.
Un cafio de agua ininterrumpidamente perturbaba
el reposo desde fuera de la reja como melodia; he-
dor, hedor, hedor.
A mediados de junio, los diarios se dedicaron mas
a narrar las vicisitudes del choque entre el jefe
supremo. de México, don Venustiano Carranza, y el
departamento de Estado. Ya Pancho Villa, o sea
Doroteo Arango, insurgié con la violencia y la pu-
janza que le caracterizaron. El 29 de junio un es-
cueto cable anunciaba el asesinato del archiduque
Fernando de Austria en la ciudad servia de Sara-
jevo. Durante las semanas siguientes la atencién

3 La Opinion Nacional, Lima, 28 de julio de 1914.


145
internacional y nacional se desplazé hacia la fron-
tera entre Servia, la patria de Pasic, y Austria-Hun-
gria, el reino de los legendarios Habsburgos. Se
acercaba a grandes pasos la gran tragedia; aquella
que en un poema escrito, al modo de Verhaeren, lla-
maria Alfredo Gonzalez Prada “La hora de la san-
gre’. Iba a empezar la primera Guerra Mundial.
En el entretanto, para resarcirse de penas, Valde-
lomar concibi6 los Cuentos chinos. Se publicaron en
1915-1916. No son lo mejor del escritor ni mucho
menos. Sus alegorias resultan banales, y los episo-
dios vulgares. Reconstruyamos su ambiente: En la
aldea de Siké, el general Rat-Hon derroca al bonda-
doso mandarin Chin-Kau. Durante la revuelta no
vacilan en asesinar al gran general Ton-Say. Come-
ten después mil tropelias.
Sin duda, Siké es Lima; Rat-Hon (0 sea Raton)
representa al general Benavides; el magnanimo Chin-
Kau, al presidente Billinghurst; el general Ton-Say,
al general Enrique Varela, ministro de Guerra.
Venganza pueril; falsa literatura. La ruda musa
épica no se entendia con el sutil autor de La ciudad
muerta.
Uno de los Cuentos chinos, “Las visceras del supe-
rior”, relata, disfrazandolo, el episodio del 4 de fe-
brero de 1914. En el segundo, “El hediondo pozo
Siniestro”’, trata de resumir la historia del Pert y
de su Congreso; en él llama “El tirano Si-Mo-On”
al libertador Simén Bolivar.
EK] tercer cuento, “El peligro sentimental’, pone
en accién a Kon-Sin-Zac, el “gran maestro de la
barba nevada”, o sea a don Nicolas de Piérola; a
Pon-Pay-Chon, el que se hace el héroe (0 sea el
doctor Gazzani) y a los partidos Civil y Demécrata.
“Los Chin-Fu-Ton’, o sea la historia de los “ham-
brientos desalmados”, es el tema del cuento cuarto:
se trata alli a los politicos civilistas, dispuestos

146
aia
siempre a servir al poderoso. En el quinto cuento,
“Whong-Fan-Song”’, o sea “La torva enfermedad
tenebrosa”, se trata de la envidia. En este ultimo
“cuento chino’, Valdelomar se identifica con el per-
sonaje envidiado para execrar rudamente al envi-
dioso, aunque reconoce que el envidiado crece en
vircud de la safia del envidioso: un poco de su propia
historia personal.
Los cuentos chinos reflejan exactamente la inca-
pacidad politica de Valdelomar, al mismo tiempo que
Su insomne sensibilidad literaria. No se trata de los
planteamientos doctrinarios ni de la mayor o menor
explicitud con que se refiere a los personajes reales
de] quehacer ptblico peruano de entonces; segtin se
ha visto, retrata a éstos bajo eufemismos siempre
pueriles, como lo hiciera Fernando Casés, sesenta
afios atrds, en Los amigos de Elena. Lo que importa
son los conceptos generales en que funda su mal
velada diatriba, y la forma bajo la cual presenta sus
descripciones y juicios.
En los cinco cuentos, o cinco capitulos de una sola
narracion alegoérica, se desarrolla una tesis absolu-
tamente simplista. Siké es una aldea dominada por
una pandilla de perversos, los Chi-Fu-Ton, en quie-
nes se condensan las peores calidades civicas: la
adulacién, la voracidad financiera, la perversidad
en los comentarios, el doblez y la deslealtad, La ma-
nera como Valdelomar describe a estos personajes
demuestra su irritacién contra los conspiradores ci-
vilistas que derrocaron a Billinghurst:

;Ay del que cayera en el odio o antipatia de un


Chin-fu-ton, sobre todo si el tal era protegido por su
senor, el Mandarin! Si el adversario del Chin-fu-
ton era agricultor, veria quemados sus arrozales;
si negociante, se veria desposeido de sus mercan-
cias; si rico, de su renta; si sencillo transetnte, de
147
su libertad. Estaba condenado a perecer de ham-
bre en una mazmorra o a morirse de miseria en
un mercado de pordioseros.
—Pero. {Por qué tan abyectas gentes tenian tal
dominio, tio?
—Porque ios Chin-fu-ton una vez en el Gran Con-
sejo afilidbanse a un partido politico de los mu-
chos que disputaban en el Gran Consejo.
—Se ofrecian al mandarin incondicionalmente
para defenderle en el pozo siniestro. Los manda-
rines, débiles siempre, tenian la experiencia y sa-
bian que un solo Chin-fu-ton era suficiente para
amargar la vida de un mandarin, y varios para
traer su caida. El Chin-fu-ton sirve al mandarin
mientras éste esté en el Poder y puede cebar su
panza porcina.

No falta sino insertar los nombres propios a quien


se refiere, para convertir el cuento amargo en his-
toria viva. Los giros literarios disimulan la acidez
de los hechos:

Siké, la gran aldea china que existiera alla por


los tiempos en que Confucio fumaba opio y dic-
taba lecciones de Moral en la Universidad de
Pekin,

es una perifrasis repetida literalmente muchas veces


y que caracteriza a Lima. Felizmente la fantasia
del escritor se impone, al fin, sobre los rencores del
politico y sobre el dolor del hombre de partido. No
obstante, si fijamos la atencién en el estilo, obser-
varemos que la adjetivacién de Valdelomar contintia
siendo reiterativa, plural. Por ejemplo, este frag-
mento:

Buda, el admirable padre de la sabiduria, el dis-


pensador de beneficios, el que hace florecer los
148
crisantemos en la primavera y rompe el broche
verde por donde surcan, en los lagos tranquilos,
las blancas flores de loto frdgil, bajo el cielo hondo
y azul, en los paisajes multicolores [sic] de las co-
marcas chinas.4

O este otro parrafo:

La espuma de las olas que se debaten contra las


costas rocallosas, y que, cambiando inestables, leves
y frdgiles, desaparecen inexorablemente en el mis-
terio de la noche.®

Valdelomar pretende alli lapidar literalmente a


Rat-Hon, derrocador de su amado mandarin. Empero,
la ira no es un sentimiento que se administre con
facilidad: se necesita sustancialmente ser iracundo
para hacerla valer, y Abraham no estaba precisamen-
te en forma alguna llamado a expresar una pasién
opuesta a las que fundamentalmente conformaban
su personalidad: la delicadeza, el buen gusto y la
ternura. Como panfleto, los cuentos chinos no llegan
ni siquiera a borrador o solfeo de un gran libelo.
Como narracién, le sobran las alusiones inmediatas.
Tal vez lo mas positivo, su verdadero saldo, fuera el
demostrar que Valdelomar no dejé de ser nunca un
hombre sencillo, leal y valeroso, Acaso hasta se po-
dria asegurar que ya entonces habia empezado a
fumar opio y a retorcerse de cuando en cuando bajo
las imperiosas angustias del yin-yen. En todo caso
estaba preparado para los mas raros deliquios. Era
ya 1915. Pero antes, en diciembre de 1914, acababa
de publicar La mariscala.

4 Abraham Valdelomar, Hl caballero Carmelo, Lima,


1918, p. 169.
5 Ibid., p. 177.
149
IX. LA MARISCALA

DESDE la caida de Billinghurst, acto que para Valde-


lomar implicaba una frustracién violenta en sus as-
piraciones politicas y diplomaticas, éste comprendi6é
que su destino le llamaba mas a las letras que a la
lucha civica, Tal sentimiento se acentué a raiz del
fallecimiento del ex presidente, ocurrido en diciem-
bre de 1914, precisamente el mismo mes en que apa-
recian al publico los primeros ejemplares de La ma-
riscala, primer libro formal del autor de “El caba-
llero Carmelo”.
Don Guillermo, como por antonomasia se llamaba
a Billinghurst (también apodado “Pan Grande’), se
extinguié en olor de soledad, pesar y desengano, bajo
el cielo de Iquique, una de las ciudades irredentas
del historial patriético peruano, sobre todo en aque-
llos tiempos. ;Triste destino de este hombre tan
vigoroso y penetrante! Pocos politicos peruanos re-
unieron las condiciones que él tuvo en abundancia.
Nacido en Arica, por esta circunstancia se hallaba
vinculado desde la raiz al problema de “las cauti-
vas”, o sea a “la cuestién con Chile”, ya que su
tierra natal habia caido desde 1880 bajo el mandato
forzoso y luego consentido de un pais extrafio.
El] hogar de Billinghurst tuvo por norma la obser-
vacion y el trabajo. Su nacimiento, de un matrimo-
nio angloperuano, ocurrié en 1851, de modo que a
su muerte habia cumplido los sesenta y tres. Habia
estudiado ingenieria, pero al morir su progenitor,
el afio de 1868, cuando Guillermo tenia diecisiete, se
vio compelido a abandonar la carrera y se dedicé a
administrar la cuantiosa fortuna que recibiera y
150
j
cuya mayor parte la constituian yacimientos salitre-
ros e instalaciones para explotarlos. Cuando el pre-
sidente Manuel Pardo (1868-1872), en resolucién
poco afortunada, establecid en cierto modo la fis-
calizacién de los nitratos de Tarapaca, la familia
Billinghurst fue una de las que sufrié m4s directa-
mente el impacto causado por tal medida. Al esta-
blecer paralelamente el gobierno de Bolivia el la-
mentable “impuesto de los diez centavos’, pretexto
inmediato de la guerra del Pacifico, los billinghu-
ristas experimentaron en carne propia el mordisco
de la improvisacién gubernativa y las funestas con-
secuencias de las perturbaciones intestinas de los
pueblos latinoamericanos. Billinghurst tenia vein-
tiocho afios cuando estallé la guerra. Era ya un en-
tusiasta partidario de Nicolas de Piérola, quien no
habia fundado atin el Partido Demécrata. Del “Ca-
lifa” le atrajeron ciertas cualidades poco comunes
entre los hombres ptblicos peruanos; su cultura re-
finada; sus conocimientos financieros, su intrepidez
para tomar resoluciones; su coraje para afrontar los
riesgos fisicos; su elocuencia irresistible y esa dual
condicién que caracteriz6 a don Nicolas y que atraia
al populacho y a la aristocracia: el pulimiento y la
sencillez, la espontaneidad y el remilgo. A partir de
la hazafia contra los barcos ingleses Shah y Ame-
thiste, poco antes del estallido de la guerra, Billin-
ghurst servia a Piérola leal, desinteresada y eficien-
temente, Puso a las 6rdenes de éste parte de su for-
tuna personal, atento a que los gastos del “Califa”
eran gastos por la patria y para la patria.
Durante la guerra, Billinghurst organiz6 un bata-
ll6n a su propia costa, como lo hicieran Alfonso
Ugarte, los Canevaro y otros eximios y ricos patrio-
tas. E] Estado se hallaba en bancarrota desde el go-
bierno de Balta, atribulado por el peso de un pro-
grama de obras ptblicas y algunos peculados, ambos
151
fuera de previsiOn, a lo que el gobierno de Pardo
agregé algunos nuevos errores (el del salitre, por
ejemplo), de manera que se carecia hasta de lo mas
indispensable para encarar la agresién del sur.
Billinghurst, ascendido a teniente coronel, pese a
su absoluta falencia de conocimientos tacticos, cay6
al final prisionero de los chilenos en la batalla de
Chorrillos. Tenia a su cargo un puesto en el] Morro
Solar.
Concluida la guerra con el tratado de Ancéon, se
encontré con que Arica, su ciudad natal, quedaba
como rehén en manos de Chile por diez afios, y que
sus propiedades, la mayor parte de Tarapaca, esta-
ban en el territorio cedido al vencedor a perpetui-
dad. Sin embargo, lejos de menguar su patriotismo
ni su actividad politica, se acrecentaron ambas, y
poco después Billinghurst flet6, pagé y tripuld (lo
ultimo en la heroica compafnia de Piérola) el bar-
quichuelo que condujo al “Califa”? subrepticiamente
desde su destierro en Chile hasta el sur del Pert,
para iniciar una nueva revolucion.
Durante la campafa de la Montonera, o sea, du-
rante la guerra civil que Piérola dirigié y acaudillé
como cabeza de la “coalicién-civico-demécrata”, Bi-
llinghurst se mantuvo a su lado, entregando su di-
nero y arriesgando su vida. Entr6é a Lima con el
caudillo el 17 de marzo de 1895, al frente de las des-
vencijadas huestes de la Montonera. Empieza enton-
ces su vida publica. Ocupé altos cargos y se hablé
de él para suceder a Piérola. Era de los m4s capa-
ces, de los mas abnegados, de los mas ricos, de los
mas populares, de los mas valerosos. Empero por
uno de aquellos enjuagues de la politica criolla, Pié-
rola se dejé convencer por sus aliados del civilismo
y apoyé la candidatura de don Eduardo Lépez de
la Romafia, un ingeniero arequipefio, conocido por
su fervor catélico, su indecisién politica y sus vastas
152
relaciones sociales. Esto sucedia en 1889. Billin-
ghurst se aparté de Piérola como ya lo habia hecho
Augusto Durand, fundador del partido liberal y
lugarteniente de la Montonera. Entonces, durante
varios anos, se dedicd a sus tareas profesionales y
financieras. En 1910 lo extrajeron de ellas las insis-
tentes solicitudes de sus amigos para llevarlo a la
alcaldia de Lima. Hablando magicamente, fue una
confirmacion del todo auspiciosa. En la gestién como
alcalde de Lima, Billinghurst demostré que no sdlo
tenia ideas y actividad, sino un profundo sentimiento
de amor a su pueblo y un evidente criterio de jus-
ticia social. Saned Lima; la piqueta sanitaria fun-
ciono sin descanso; levant6 un nuevo mercado; mo-
raliz6 los espectaculos publicos y llamé6 a los obreros
para escuchar sus reclamos. Al margen del partido
democrata, en plena crisis a consecuencia de la loca
y fallida intentona del 29 de mayo de 1909, eché
nuevas bases a un movimiento que tenia sus cuadros
deshechos y a su lider y fundador perseguido. De la
alealdia de Lima salta Billinghurst a la presidencia
de la reptiblica, mediante un movimiento de ancha
resonancia popular. Para ello organizé comités popu-
lares, fund6 el periddico Accién Popular, dirigido por
un comité de intelectuales y obreros, apelé al senti-
miento de rebeldia de las masas, organiz6 la primera
huelga politica de Lima, y aunque, como hemos re-
latado, los organismos oficiales trataron de interpo-
nerse a su triunfo, el Congreso de la reptblica le
ungi6é para la primera magistratura. Valdelomar tomé
el partido de Billinghurst desde 1911 y lo hizo pt-
blico en 1912, conforme queda referido.
El golpe de Estado del 4 de febrero de 1914, lanzo
a Billinghurst al destierro. Desde Arica envié al
Pert’ un célebre manifiesto en que narra su odisea
y describe las obras de su gobierno. Documento caus-
tico, abrié las compuertas del odio contra él y acaso,
153
.
a consecuencia de ello, se aceleré su muerte en la
amarga y dura soledad del exilio, Lo demas ha sido
referido.
Al concluir la primera etapa del gobierno de facto
del coronel Benavides (ya general) naturalmente
los partidarios de Billinghurst tomaron posiciones.
Valdelomar habia tomado la de las letras y, llamado
con insistencia por su amigo Riva Agiiero, ocupé
la plaza de secretario y lector del acaudalado, eru-
dito, generoso y tenaz marqués de Montealegre de
Aulestia.
Los dos amigos se encontraron esta vez bajo cir-
cunstancias poco alentadoras. No era como en los
lentos dias de la travesia entre El Callao y Le Havre,
ni aquellos otros de las sorpresas deparadas por las
visitas a los misterios de Nueva York. No era tam-
poco la balada movil, a bordo de un vag6n exclusivo,
entre Milan y Paris. Ni se trataba de discutir sobre
el arte clasico y el impresionista bajo el amparo de
las altas bévedas del Louvre, ante los amplios jar-
dines de Versalles 0 en el sortilegio secular y poli-
cromo de Fontainebleau.
De nuevo se habia quebrado el orden constitucio-
nal peruano: dos golpes de Estado, en menos de
cuatro meses. Se sucedia trasgresién a trasgresién.
Riva Agiiero, desengafiado del viejo civilismo, per-
dida la fe en el residuo de demécratas que habia
quedado en torno a la bandera del “Califa” después
de su fallecimiento, urgido por nuevas inquietudes,
vacilando entre el tradicional catolicismo de los su-
yos y el escepticismo renaniano de su generacién,
habia decidido fundar y organizar un nuevo partido
politico, el Nacional DemocrAatico que, recogiendo
parte de la herencia pierolista, tendiera el vuelo ha-
cia otros horizontes, poniendo el acento en la liber-
tad y la cultura. Valdelomar, recién libertado de su
fugaz detencién en los calabozos de la intendencia,
154
no se mostro propicio a aceptar otra marca politica
que no fuera la de Billinghurst. ;Desconfiaba del
intelectualismo de los “futuristas’, como Luis Fer-
nan Cisneros bautiz6 con sorna poco después, a los
del Partido Nacional Democratico? Tal vez si. En
todo caso a pesar de que eran sus amigos, no eran
sus cofrades. Siendo sus condiscipulos, distaban de
ser sus colegas. No obstante, acepté la invitacién
de Riva Agiiero para desempefiar las funciones de
su secretario particular y su lector.
La solariega casa de la calle de Lartiga reunia,
tarde a tarde, a numerosos maestros, intelectuales,
estudiantes, profesionales y periodistas. Como la
describiera después Vasconcelos, abundaban alli los
debatientes, diriamos, los retéricos. Manuel Beltroy
alternaba las funciones con Valdelomar, y se precia-
ba de declamar con propiedad los versos mas dife-
rentes, asi como de leer distintos idiomas: francés,
inglés, italiano y portugués.
Entrando por la anchurosa portada, dando al enor-
me patio de ingreso, se abria a la derecha una esca-
lera corta y espaciosa que llevaba al segundo piso.
A su término habia un largo pasillo, sobre é] daba
el escritorio de Riva Agiiero. Mas alla, la biblioteca,
cuyas hileras de estantes derramaban panzudos vo-
limenes. El] castellano de Chorrillos y de Lartiga
ejercia sus funciones de amo de casa con elegancia
y senorio.
Un negro, viejo, canoso y flaco, medio encorvado,
actuaba de portero; habia sido el antiguo cochero de
la familia; habia servido a don José Carlos de la Riva
Agiiero, padre de don José, fallecido intempestiva y
violentamente en un azar de indeleble recuerdo. De
ello, por razones ptdicas, se negaba a hablar dofia
Dolores de Osma, la madre del castellano de Lartiga,
y no mencionaba el hecho dofia Julia, hermana de
aquélla y tia soltera de don José.
155
El trato con Riva Agiiero, en ese grado de intimi-
dad, avivé el gusto clasico de Valdelomar; lo inte-
res6 mas en la historia peruana y lo acercé a algunos
personajes que gozaban de la simpatia ancestral de
su amigo y ocasional patrén. Uno de ellos, el maris-
cal Agustin Gamarra, que habia sido presidente del
Pert entre los afios de 1829 y 1834, y después de la
confederacion, entre 1839 y 1841, en que encontré
la muerte a los primeros fuegos de la batalla de In-
gavi.
Gamarra habia sido el simbolo del autoritarismo.
Jefe de estado mayor en la batalla de Ayacucho, com-
batié a Bolivar, que le mantuvo en inmerecido se-
gundo plano. Su gente encabezé las huestes que
maldecian al “Libertador” cuando éste regres6 como
un fugitivo a Colombia en 1827, y se enfrentaron a
Sucre cuando regresaba malherido y confuso de Bo-
livia con rumbo a Colombia para dirigir las tropas
colombianas contra las del Pert. Después de la eli-
minacién politica del mariscal Lamar, Gamarra en-
cabezé tales tropas. Era un militar culto. Conservo,
entre mis parvos tesoros bibliograficos, un ejemplar
del Gil Blas de Santillana en dos voliimenes y en fran-
cés, que el mariscal llevaba siempre consigo. Tenia
gustos refinados y amaba la vida tanto como el po-
der o viceversa. Gamarra era cuzqueno; viudo de
Su primer matrimonio, cas6 en segundas y aventu-
radas nupcias con dofia Francisca Zubiaga Bernales,
mujer bella, nada hombruna pese a sus actos viriles,
amante (como Manuelita Saenz) de la gloria y el
mando, emprendedora, libérrima y novelesca.
Rodeado de libros, de documentos, de las charlas
aleccionadoras de Riva Agiiero y de algunos amigos
que pertenecian a la familia Gamarra y otros a la
de dofia Pancha, Valdelomar, que amaba las _histo-
rias y los héroes antiguos, como lo demostrara en
La ciudad muerta, tuvo la idea de escribir una his-
156
toria (que dados los caracteres de la protagonista
seria inevitablemente novelesca) en torno de dona
Pancha, a quien la historia conoce por el mote de
“la mariscala”, por sus proezas personales y sus Vi-
riles intromisiones en cuarteladas y revueltas.
Los amigos de Valdelomar, parientes de dona Pan-
cha, eran: José Carlos Bernales y Juan Vargas
Gamarra; aquél, descendiente colateral de la ma-
riscala, y éste del mariscal y su primera esposa. Val-
delomar pudo disponer de un cuantioso caudal de
informaciones y tradiciones, a lo que se agregé un
documento cuyo impacto idiomatico es patente a
lo largo de su obra. Me refiero a Les peregrinations
d’une paria por Mile. Flora Tristan, impreso en dos
gruesos volimenes, el afio de 1838 y en Paris. Flora
era ascendiente de Felipe Pomar y Tristan y de Fe-
lipe Cossio del Pomar, condiscipulo de Valdelomar
en los dias del Colegio de Guadalupe; pintor y esteta
de finisima estirpe. Flora, como se sabe, concibi6
en su fugaz matrimonio con el torpisimo grabador
Chazal, dos hijos. La hembra, Aline, cas6 con un
banquero, el sefor Gauguin, de cuyo matrimonio na-
ceria Paul, el insigne pintor de Tahiti, autor de Nod
Nod y padre del expresionismo pictorico.
Pocas figuras tan apasionantes como la de Flora
Tristan Leisné. Nacida en Paris el ano de 1804. Co-
nocié a Bolivar porque era amigo de sus padres,
don Mariano Tristan y Teresa Leisné, a quienes vi-
sitaba en su casa. Como se sabe, Flora, después de
su viaje al Pert, en el que perdio la esperanza de re-
cibir la herencia de su padre, se consagr6 al socia-
lismo y convulsioné a las mujeres de Francia.
En Peregrinations dune paria, Flora cuenta sa-
brosas y amargas anécdotas acerca de los Lavalle, los
Tristan, los Althaus, los Goyeneche, el Dean Val-
divia, los Moscoso y, claro esta, de la famosa “ma-
riscala’’.
ISS
De todo ello naceria la decisién de Abraham de
;
escribir una historia novelada de Pancha Zubiaga
Bernales de Gamarra. Conciliaria asi historia y poe-
sia. Imprimieron el libro en pulcra edicion a dos
tintas los talleres graficos del Pandoptico de Lima.
Abraham estA en sus veintiséis afios, Ya habia
escrito los mejores de sus cuentos: “El caballero
Carmelo”, “Los ojos de Judas” y “El vuelo de los
céndores”. La mariscala resumia su nueva actitud:
la de esteta y patriota; la de ultraista (si se pudiera
decir tal, lejos de cualquier anacronismo) y la de
clasicista; la de aficionado a la historiografia y de-
voto de la sicologia. Dofia Pancha Zubiaga podia
justificar semejantes paradojas.
La mariscala es un libre sugestivo y... lleno de ga-
licismos. Su expresién trasuda algunas deficiencias
lingtiisticas en castellano, a cambio de indudable
gracia. Cémo es esto, se preguntara el lector que
ama la légica. Pues, sencillamente porque Valdelo-
mar trataba en ese instante de ajustar su estilo a
Su persona y viceversa; porque estaba descubriendo
el Perti horizontal e histérico, y empezaba a contras-
tarlo con el vertical o metahistérico. Para los ojos
novelescos del artista, aquella especie de amazona
de altos quilates que fuera dofia Pancha, represen-
taba la verdad y la leyenda; el valor y la ternura;
la ambicion y la entrega; el riesgo y la paz, y era
como poner en practica el precepto de Eca de Quei-
roz en La reliquia: “Sobre la ruda desnudez de la
verdad, el diafano manto de la fantasia.” Tanto se
le adentré aquel mito que no trepidaria luego en
escribir una especie de drama de capa y espada; una
pieza de teatro histérico, al alimén con el joven José
Carlos Mariategui, y la titularia también La maris-
cala (1916).
2 Qué represento esta mujer para Valdelomar? Me
atrevo a pensar que ella le revelé le coté inconnu de

158
-
a =

la feminidad. Valdelomar era un hombre dulce, tier-


no y sensitivo; los seres que le atraian debian ser,
principalmente, los del otro sexo, duros, impasibles
y amargos. Precisamente éstos son los caracteres
que asignaba a dona Pancha Zubiaga. Digo “asig-
naba’, porque en la medida que me acerco a la cora-
juda esposa del mariscal de Ingavi, la descubro me-
nos dura, menos impasible, menos amarga de lo que
sus bidgrafos pretenden. En realidad Francisca Zu-
biaga, hija de vascos y de quechuas (ruda progenie),
conocia las artes de la galanteria y las femeninas
reglas de ese juego. Tanto es asi, que logré flechar
al experimentado Gamarra y que se entregd, al fi-
nal, segun parece, a un desesperado romance con el
apuesto coronel Escudero, amigo del mariscal y fiel
companero de dofia Francisca en las horas fatales,
literalmente mortales, de Valparaiso, en donde la
mariscala hallaria su tumba.
Aquel periodo centelleante y capitoso de 1829 a
1839, con sus altibajos dramaticos, sus proezas ab-
surdas, sus increibles heroismos, sus asperas derro-
tas, era como una versidn ultramarina del roman-
ticismo europeo. Los generales usaban chacé y dolman
franceses y solian, como en Servidumbre y grandeza
militares de Alfred de Vigny, entregarse apasionada-
mente al amor y a la muerte.
Valdelomar regresaba de un raudo pero intenso
“viaje a Citeres”, policromo y brillante como el del
lienzo de Watteau. El] choque con su realidad podia
envolverse en una “recéndita armonia” historica. La
mariscala sirviole entonces de trampolin y escape.
Después de proyectarse en audaz parabola por suefios
y... Abraham cay6é blandamente en la acogedora y
deslumbrante pista de Coldnida.
La mariscala aparecié en enero de 1915, aunque
la caratula dice 1914. Su portada en caracteres an-
tiguos, imitando la de los libros coloniales, dice asi:
159
Dota Francisca Zubiaga y
|
LA MARISCALA/.
Berna-/ les de Gamarra, cuya vida refie-/ re y co-
menta Abraham Valdelo-/ mar, en la Ciudad de
los Reyes/ del Perti-MCMXIV. Impreso en los ta-
lle-/ res tipograficos de la/ Penitenciaria: Lima/
MCMXIV.

Son 119 pdginas dedicadas a José de la Riva


Agiiero y a la ciudad del Cuzco, con el texto si-
guiente:

A José de la Riva Agiiero, cuya laboriosidad


infatigable, fresco entusiasmo y generosidad de
espiritu son verdadero salmo de juventud, dedico
este trabajo con admiracion y afecto. A. V.

Lo primero que salta aqui a la vista es la falta de


sintaxis al usar el relativo “cuya” que no concuerda
en nimero (singular) ni en género (femenino) con
las tres calidades a que se refiere.
La siguiente dedicatoria, a “la imperial ciudad
del Cuzco”, es mas extensa, mas elocuente; en ella
habla de los “palacios de piedra y oro”, tal vez por
una proyeccién bizantina o veneciana sobre el mi-
raje quechua-espafiol de la capital incaica, a la que
Valdelomar se habia asomado en 1910, antes del
viaje a Roma.
Hay en todo este libro un pueril derroche de bilin-
guismos, cierto ostentoso frecuentamiento del idioma
francés, sobre todo en relacién con Flora Tristan
y Les peregrinations dune paria (jugoso memorial,
mas 0 menos novelesco que, dividido en dos tomos,
publicéd Flora en Paris el afio de 1838).
Hay varios aspectos, me atreveria a llamarles
“tonos”, predominantes en La mariscala que revelan
la posicién vital y literaria del artista. Trataré de
compendiarlos en los siguientes rasgos. Primero:
160
El] estilo revela sosiego, equilibrio y uso de lectu-
ras, si no clasicas, tipicamente hispanicas, pese a los
galicismos (“malgrado” por “a pesar de’ por ejem-
plo) en que incurre bajo la doble influencia de
Flora, en lo inmediato, y de sus consabidos Maeter-
linck, Verlaine, Rodenbach, Lorrain y Baudelaire;
Segundo: La dignidad con que presenta a su prota-
gonista, cuya castidad juvenil exalta; y el respeto
hist6rico con que considera a Gamarra, tal vez bajo
la sugestion de Riva Agiiero, ferviente del autori-
tarismo, aunque todavia fuera entonces admirador
de Piérola y su partido demécrata; Tercero: Gran
fuerza narrativa, que ratificaba la que acababa de
evidenciar en el cuento “El caballero Carmelo’,
triunfante un ano atras en el consurso de La Nacion,
y en “El vuelo de los céndores” publicado en La Opi-
nién Nacional. La adjetivacién corresponde en sus
evocaciones historicas a la de su literatura de fanta-
sia. A menudo se inclina, como se vera en Belmonte,
el trdgico, al adjetivo multiple, por lo menos doble.
Pero es que la produccién literaria de Abraham se
desarrolla entera entre 1913 y 1918, lustro que calza
con la etapa de sus veinticinco a treinta afios de
edad. Etapa definitiva, pese a cualquier grado de pre-
cocidad, y aun cargandole en cuenta Jas peculiarisi-
mas intransferibles del ambicioso, inquieto y audaz
narrador. De hecho, y en concordancia con su celo
imaginativo y temperamental, no concede tanto inte-
rés a la informacién como a los efectos publicitarios.
Ademas, el tema social le atrae tanto como el his-
torico: es decir, nada. E] econémico no figura, ni en
categoria de larva, dentro de aquella perspectiva.
Todo se reduce —y es lo mas atrayente— a los per-
sonajes y sus relaciones sentimentales y de hecho.
Describirlos basta para despertar la curiosidad,
estimular el interés y mantener alerta la atenci6n
de los lectores.
161
Tan simples formulas no eran compartidas por
muchos escritores peruanos, En lo tocante a la bio-
grafia y a la historia, sdlo Ricardo Palma y, en
cierto aspecto, su hijo Clemente (La nieta del oidor),
habian intentado caminar por ese, que pudiera lla-
marse, “preludio de la biografia novelada”, entroni-
zado diez afios mas tarde por Lyton Stracchey en sus
Eminent Victorias y Elizabeth and Essex; André
Maurois en Ariel ou la vie de Shelley y en Disraeli;
Harold Lamb en el épico Gengis Kahn; Emil Ludwig
en Napoleén y en Bismarck, y Stefan Zweig en Maria
Antonieta y en Fouché
Lo. de La mariscala no llegé a tanto, fue un solfeo
apenas (no le alcanzaria la vida a su autor para
lograr el dominio de aquel instrumento literario);
tampoco insistié en esa partitura: el poeta pudo mas
que el novelista, que el historidgrafo y que el perio-
dista. Porque Valdelomar fue esencialmente un poe-
ta; en verso y prosa; en gesto y dicho; en vida y
—acaso— en muerte. Poeta, ni mas ni menos poeta.
Para corroborar lo dicho, leamos parte del capitulo
inicial de La mariscala:
Esta mujer nacida para grandes destinos, que
en el ostracismo entregara su espiritu a Dios, es
una de las mas completas figuras de nuestra
incipiente nacionalidad. Su vida fue corriente tu-
multuosa de vibraciones sonoras, de inextingui-
bles energias. Goberné a hombres, condujo ejér-
citos, sembr6 odio, cautivé corazones; fue soldado
audaz, cristiana fervorosa; estoica en el dolor,
generosa en el triunfo, temeraria en la lucha.
Amo la gloria, conquisté el poder, vivid en la hol-
gura, velé en la tienda, brill6 en el palacio y
murié en el destierro. Religiosa, habria sido San-
ta Teresa; hombre, pudo ser Bolivar.

1 Valdelomar, La mariscala, 1914, p. 11.


162
El ritmo de estas expresiones satisface los mas
exigentes requisitos de la mejor y mas noble prosa
_castellana; ello se confirma en numerosos pasajes,
como en aquel en que, refiriéndose al padre de dofia
Pancha Zubiaga, lo califica de “rico de hacienda y
parco de caracter” (p. 17); o “espiritu cristiano,
débil para contrarrestar el exaltado de su mujer,
concluy6 por temerla” (p. 19). Hay otros rasgos
descriptivos y adjetivados, que exhalan una sobria
belleza, verbigracia: “la roja violencia del rayo, la
monotonia de la lluvia y el ronco sonido tragico del
granizo” (p. 26).
Este libro es una pequefia obra maestra, insdlita
en un principiante —pues lo era— de veintiséis
anos.
En la tarea de reunir materiales para La maris-
cala, Valdelomar apel6é a testimonios escritos y ora-
les, editados e inéditos. Entre los orales conversé con
algunas personas que ejercerian, en ciertas ocasio-
nes, determinada influencia sobre su vida. Figuraban
entre ellos, segin dijimos: don José Carlos Berna-
les, descendiente de dofia Pancha Zubiaga Bernales
de Gamarra, la mismisima mariscala; Juan Vargas
G. y Gamarra, descendiente de Gamarra, mas no de
dona Pancha; Nemesio Vargas, historiador republi-
cano, hombre original en sus costumbres, singular
en sus juicios e independiente en su historia; don
Carlos A. Romero, el “Sordo”, erudito y maldiciente
“Romero” de la Biblioteca Nacional.
Don José Carlos Bernales podria servir de blasén
a nuestra belle époque. Con su elegante cinismo, su
vocacion al confort, su aire patricio, sus polainas o
escarpines blancos, su enorme cigarro habano, sus
chalecos albos de piqué, su barbiche entrecana, su
matricia y adinerada esposa (dofia Adela Bielich
Pomareda, hermana de don Ismael e hija de don
Adriano); su hermosa y ostentosa amie du coeur
163
(Angélica Parodi); su pierolismo templado, pero
resuelto; su senaturia; su perenne gerencia de la
compafiia recaudadora de impuestos; su coche, de
altos y briosos caballos; su amplia casona de la
calle de Belén; su constante amistad con los perio-
distas; su intimidad con los poetas Luis Fernan Cis-
neros y Leonidas Yerovi (sus correligionarios); su
cadena de oro con un Aguila americana colgante;
su majestuoso paso; su afable sonrisa; su prosopo-
peya y su savoir faire. Todo eso calzaba como anillo
al dedo; como calzador al zapato; como lengua a
muela cariada; como espada a su vaina; como aguja
a la tela; como caracol a su caparazén; todo eso
calzaba, si, calzaba al tono, clima, color y metas de
nuestra belle époque, cuya expresién epdénima seria
“El Conde de Lemos’’.
Otro personaje que en determinada circunstancia
impresiono a Valdelomar fue Juan Vargas Gama-
rra, quien condujo en 1917 la tragicémica aventura
de Norka Ruskaya en el cementerio de Lima. Su-
pongo que Romero alegré con sus chismes “docu-
mentados” mas de un episodio valdelomariano. Ade-
mas, Romero vivia cerca de la calle de Hoyos, en
San Cristébal de Santa Catalina, y los futuros “co-
lonidas” tuvieron por largos meses su cuartel gene-
ral en los fumaderos de opio de la calle de Hoyos
y el Capon —la “China Town” de Lima.
La mariscala sirve, ademas, para demostrar la lim-
pieza de alma de Abraham. Pudo desarrollar y ado-
bar a su antojo el pasaje en que dofia Pancha, duefia
de todo su esplendor de mujer, corona en el Cuzco
a Bolivar con diadema de diamantes, y éste, a su
turno, le retorna el galardén, obsequidndoselo a dona
Pancha la misma noche de su llegada durante el
baile oficial. La fama donjuanesca del “Libertador”,
y el caracter independiente y resuelto de dofia Pan-
cha, abrian posibilidades a un capitulo escabroso.
164
— as
= a

; “Ye
2

No lo aproveché Abraham. En realidad, toda su


obra respira pureza, hasta sus desplantes mas au-
daces. De ahi que tampoco aluda a los infortunios
conyugales de Flora Tristan, faciles de explotar li-
terariamente. Desde luego, en 1914 no circulaba
aun el nombre de Paul Gauguin, nieto de Flora. De
haberlo conocido, Abraham no lo habria olvidado,
ferviente admirador como era de Leonardo, Miguel
Angel, El Greco, Merino, Xavier Gosé y Caran
D’ Ache.

165
X. INTERMEZZO PRIMERO

EL PALAIS CONCERT: TE, FRIVOLIDAD


Y LITERATURA (1914 - 1916)

LIMA era a comienzos de siglo una verdadera “gran


aldea’”’, como Lucio V. Lopez llamé a la Buenos Aires
de 1890. Cualquier suceso, por trivial que fuese, con
que sélo se apartara en algo de la rutina, provocaba
oleadas de sorpresa, admiracion y ataques. Bastaba
que veinte personas resolvieran hacer una revolu-
cién para que, como el 29 de mayo de 1909, se apo-
derasen del palacio de gobierno y del presidente de
la reptiblica. Los bailes sicalipticos de “La Nicasi’”
y “La Tarifena’”’, a los sones de “La Pulga’’, en la car-
pa del Cine Pathé, causaban tempestades, asi como el
beneficio de tiples ligeras como Emilia Colds, Co-
lumba Quintana y otras. La lucha entre el avezado
y pequeno leén Nero y un noble toro de la ganade-
ria “Caballero” de don Federico Calmet; la corona-
cién de José Galvez como poeta de la juventud; la
Negada de Juan Bielovucic; la instalacién de las
juntas preparatorias del Congreso de 1911; las con-
quistas entre bastidores del doctor Manuel Bernar-
dino Pérez; la exhibicién callejera de una mundana
francesa, Lily Brown, importada ostentosamente por
Carlos Olavegoya Kruger; los fecundos amorios de
Agustito Leguia Swayne con la bailarina espafiola
“Marinerita”; todo era motivo de estupefaccién y
escandalo.
Los mas activos mentideros estaban, como siem-
pre, a lo largo o en las inmediaciones de la calle
principal, o sea, en el Jirén de la Union, Me parece
166
ver algunos de ellos: Empezando por la plaza de
armas, en un portal atraia el jardin Estrasburgo, en
donde mucho mas tarde se iniciaria el desnudismo
coreografico con el Ba-Ta-Clan chileno, llegado en
1924. En el otro portal, el de Botoneros, la Confi-
teria Marrén, que mas tarde tomaron los hermanos
Grellaud convirtiéndola en cine-confiteria. En la
esquina de Bodegones y Villalta, como hasta hoy, el
centenario Hotel Maury, su patio interior y su can-
tina eran rincén favorito de politicos y hacendados
de provincias, sobre todo a mediodia. A cincuenta
metros del Maury, en Plateros de San Pedro, la Con-
fiteria Nove, perteneciente a un _ suizo-francés,
emprendedor y ahorrativo. Al frente, el Café Dora-
do, nido de toreros y periodistas. Cien metros mas
alla, en Plateros de San Agustin, se abrian la su-
cursal de Broggi y el Café Péndola, refugio prefe-
rido de escritores, estudiantes y empleados de medio
pelo.
Alineados en el Jirén, lucian sus olorosas y provo-
cativas vitrinas la Botica Francesa y la fuente de
sodas Leonard, ante cuyo mostrador montaban coti-
dianamente dos horas de guardia Clemente Palma
y José Galvez, José Patroni y Julio A. Hernandez,
es decir, la gente de Variedades y La Crénica, cuya
imprenta estaba instalada al frente. Coincidian todos
ellos en ese lugar para platicar con el gerente de
Leonard, Manuel Castillo, sobre las proezas de Pié-
rola, el caudillo recién fallecido. Todo aquello estaba
en la calle de Mercaderes. En la siguiente, la de
Espaderos, se hallaba la Confiteria de Broggi y
Dora, y sobre la misma acera, la de Klein; en esa
misma cuadra quedaban varias tiendas de ropas y
adornos para damas y caballeros, todas de origen
europeo: “La ville de Paris”, ‘La ville de Lyon”,
“The Smart”, “La samaritaine”’; luego, la Botica
Inglesa y la Camiseria Espafiola de Garcia.
167
Don Pedro Broggi y don Nicolas Dora eran ciuda-
danos suizo-italianos. Klein era un francés fronte-
rizo, que adquirié el establecimiento en traspaso de
manos de otro francés, Baudrot, y se lo trasfirié
a Louis Chavet, también de Francia. La Confiteria
de Broggi y Dora reunia, segtin las horasy los dias,
a diputados, periodistas, escritores, financieros, mun-
danas de alto rango y toreros de cartel. Luis Varela
y Orbegoso y la gente de El Comercio solian acudir a
la cantina de Broggi a beber el matinal cocktail de
fresas y e] bitter batido de su especialidad; de noche,
el sabroso chocolate con tostadas, Valdelomar, Ale-
jandro Ureta, el “Cholo” Meza, Carlos A. Romero
(tres generaciones diversas) constituian uno de los
nicleos que presidia don Pedro Broggi con sus bigo-
tazos grises y llovidos y su discreta calva que con-
trastaba con unas cejas densas como guardacar-
tones.
Sin embargo, hacia falta una gran confiteria como
las de Buenos Aires, Montevideo, Santiago y... Paris.
Lima requeria su “Café de la Paix”, su “Copper
kettle”, su confiteria de “El Molino” o “Del Aguila”,
o de Palet. Algo vasto, alegre, sonoro y nuevo. Aquel
anhelo se concreté el afio de 19138, al inaugurarse,
en la esquina de Baquijano con Mineria, una enorme
confiteria, toda ella luciente de mamparas, escapa-
rates, espejos, lamparas, musica y sabroso olor a
chocolate, vainilla, jengibre, canela, café y gin. Alli
se encontraron para lanzarse a la reconquista del
espiritu del Pert, los futuros “colénidas’”’, los nifios
goticos, la crema juvenil, formada en San Marcos,
Guadalupe, La Recoleta, los jesuitas y... el fuma-
dero del chino Aurelio, en la calle Hoyos.
Tratando de reconstruir mis propios recuerdos y
experiencias, fui habttué del Palais desde 1916 en que
sali del colegio hasta 1930 en que quebr6 el estableci-
miento. Ocuparia unos veinticinco metros de fachada
168
sobre Baquijano con unos treinta de fondo, sobre
Mineria. Constaba de dos salas para el ptblico, mas
la confiteria y el bar. En la sala grande habia unas
ochenta mesas de metal, pintadas de blanco, con
cuatro sillas de mimbre cada una; en la sala menor,
unas veinte mesas. Las paredes eran de espejos se-
gun la mas acrisolada tradicién art nouveau. Entre
la sala grande y la chica, dominandolas, se levan-
taba una plataforma casi aérea. En ella actuaban
las ‘damas vienesas’”, o sea, un septeto de sefioras
rubias, sonrosadas, gordas y sonrientes que inter-
pretaban valses vieneses y lieds germanicos a piano,
violin, cello y contrabajo. Una de ellas, Frau Erlich,
que tenia un tipo rubio y ojiazulada como una
gretchen, era madre de una muchacha que fue mi
alumna en el Deutsche Schule, pero eso ocurrié mu-
chos anos después.
Bajo la plataforma, sentado en posicién de poder
contemplar a las “vienesas”’, solia pasar largos ratos
un artista aleman pelucoén que se apellidaba Grimm.
No recuerdo si era pintor o violinista. Deliraba por
Schumann y por una de las damas ejecutantes. Val-
delomar solia charlar larga y animadamente con él.
Cuando en 1917 llegé la Pavlova, ante cuyo arte
caimos de rodillas desde profesionales hasta amateurs,
Grimm nos acompafné en el homenaje; pero é] estaba
enamorado de Stefa Plaskovietska, cuyas piernas mor-
bidas cruzaran mas de una vez por nuestros suefios.
Alexander Volinin, discipulo aventajado de Nijin-
sky, disputaba el honor de tales homenajes.
Regentaban el Palais Concert, José Visconti,
un italiano gordo y sonriente, y José Velazquez, un
eriollo cazurro y de antiparras. También ellos admi-
nistraban el Maury y el Zoolégico, por lo que las
“damas vienesas” completaban su jornada musical
en uno y otro sitio. Pero quienes manejaban el bar
y la confiteria eran dos hermanos de origen cuzque-
169
fio, los Gamarra, Alberto y José; y quien se encar-
gaba de la caja era un colombiano, de apellido Va-
lenzuela: buena copa, gran voz y mejor corazon.
Por las mafianas, a partir de las once, se reunian,
en una de las puertas de la confiteria, Valdelomar,
Augusto Leguia Swayne, Enrique Catter, Fernando
de los Heros, Herbert Trou, Alfredo Gonzalez Prada,
Hernan C. Bellido, Félix del Valle, Rati] Rey y Lama,
José Bernardo Goyburu, Luis Géngora; a menudo
caian Alejandro Ureta, Ladislao F. Meza, José Car-
los Mariategui, Abelardo Herbert, Enrique Alvarez
Calderén, Federico More, Carlos Olavegoya Kruger,
Ismael Silva Vidal, Jorge Arréspide Loyola y Pablo
Abril de Vivero, et sic de coeteris: malicia y alegria.
Dividamos el grupo: los “fatos”, es decir, los mas
narigudos, casi de ofensivas narices, eran los de
mas apretado talle y mayor solvencia econdmica
(Leguia, Heros, Arréspide, Catter, Alvarez Calde-
ron); habia otro sector, los escritores (Valdelomar,
Del Valle, Gonzalez Prada, Silva Vidal, Abril, Maria-
tegui, Gongora); luego, los aficionados a los usos
de los literatos (Trou, Bellido, Herbert); los adictos
a drogas y hasta algunos sospechosos de homosexua-
lismo; los aleohdélicos; los sencillamente bohemios y
amantes de la vida. Grupo alterno, abigarrado, hete-
rogéneo, pero entusiasta, vivaracho, esteticista y
admirador de don Manuel Gonzalez Prada, de Oscar
Wilde y, sucedaneamente, de Verlaine, Lorrain, Valle
Inclan, Chocano, y por conviccién de época, de José
Maria Eguren.
Por la tarde, a las seis, el grupo acrecentado volvia
a ese mentidero, acrecentado de té inglés y café de
Chanchamayo. A la puerta de la cantina montaban
guardia Meza, Ureta y, desde 1918 hasta 1923, César
Vallejo.
Esparcidos en diversas mesas, a la hora del té, los
“gdticos” y “colénidas” se entretenian en discusio-
170
hes bizantinas y en escribir con toda publicidad sus
articulos para la prensa o sus dedicatorias para los
albumes de las muchachas snobs, que solicitaban con
Sinceridad y coqueteria el honor de un autografo de
tan célebres personajes. Valdelomar escribia en el
de Gabriela Urvina, en francés y con faltas de orto-
grafia, los versos de Verlaine, de Fétes galantes:

Les sanglots longs


des violons
de l’automne
blessent mon coeur
d’une langueur
monotone.

Cuando sorprendia alguna mirada sobre él —y


era casi todo el tiempo—, se besaba las manos di-
ciendo en voz alta a Mariategui (entonces un pa-
lido adolescente cojitraqueante y narcisista): “Beso
estas manos que han escrito cosas tan bellas.” Ma-
riategui respondia solemne y teatral: “Hacéis bien,
conde: lo merecen.” Valdelomar usaba el seudénimo
de “El Conde de Lemos”; Mariategui, el de “Juan
Croniqueur”’. Valdelomar acufié entonces el inolvi-
dable y falaz sorites: “E] Peri es Lima; Lima es
el Jirén de la Unién; el Jirén es la Union es el Pa-
lais Concert; luego el Pert es el Palais Concert.”
Una de esas tardes arropadas por la delgada y
plomiza: garta limefia, Valdelomar, requerido por
alguna admiradora, escribi6 en una servilleta el si-
guiente soneto, inspirado en los sonetillos del Lugo-
nes de Lunario sentimental:

Tu sonrisa traviesa
se miré en el plaqué
de la tetera obesa
y en la taza de té
VA
La musica vienesa
aletargé el Palais
Rimé de sobremesa
un verso sin por qué

Soné la tonteria
de una galanteria
bella y sentimental

Te busqué en el espejo
y el milagro complejo
me hizo sentirme dual.

Este tipo de composiciones —-madrigalescas, galan-


tes, ligeras— era acometido, tal vez, perpetrado, no
s6lo por “El Conde de Lemos’ sino también por
Mariategui y por Alfredo Gonzalez Prada. Se vivia
en un ambiente de la mas contagiosa frivolidad, te-
fiida sin embargo de angustia. Buscaban sensaciones
fuertes, emociones singulares. Para ello, en no pecu-
liar cotejo, apareaban las fugas a los paraisos arti-
ficiales con los sanos paseos a pie desde el Palais
Concert hasta el paseo Colédn o hasta el vecino par-
que de Neptuno, haciendo perenne la primera “Falsa
caratula” de Coldnida.
Era éste un retazo de Lima lleno de encanto. Al
terminar la calle de Juan Simon, se abria un amplio
y poético parque con todos los perfiles del Pare Mon-
ceau de Paris. Durante la Colonia se levantaba alli
la Portada (como acceso a la ciudad) que da nombre
a la calle. A la sazén, en 1915, se habian refugiado,
por ser calle extramural, un nimero considerable de
prostitutas de distinto pelaje y precio.
El parque de Lima ocupaba apenas una manzana,
oO sea unos diez mil metros cuadrados. Lo cruzaban
senderos de tierra apisonada, recubiertos de hojas
secas y orugas, negros gusanos vegetales. Caian és-
172
tos de los coposos ficus que, medio claudicantes, se
alzaban de trecho en trecho, sefialando los caminos
que conducian hasta una fuente de bronce, parecida
a la de las Nereidas al final de la via Nazionale de
Roma, la cual fuente, me refiero a la de Lima, tenia
en el centro a un Neptuno de luengas barbas verdosas,
tridente filudo y aire profético, de cuya base partia
una cuadriga de caballos marinos, como los que su-
jetaba Nereo en el mito inolvidable. En el parque,
cada cierto trecho habia una banca de marmol. En
ellas sentabanse por la mafiana estudiantes Avidos
de paz y aire, para concentrarse mejor en sus estu-
dios, sobre todo en visperas de examenes. De tarde
se aduenaban del parque los desocupados o simple-
mente los ociosos sin dinero, es decir, los “garifos’’,
por lo que aquel lugar era conocido también por el
nombre de parque de los garifos. Cuando llegaba
el otofio, los senderos se veian como tapizados de
hojas secas, amarillentas, casi doradas que al paso
del hombre crepitaban como pan recién salido del
horno. No faltaban parejas de enamorados, pero és-
tas preferian cruzar la acera y refugiarse en el pa-
seo Colén, arteria de medio kil6metro de longitud a
la que acudia la flor y nata de la juventud de Lima
para contemplar el desabrido creptsculo, para aten-
der al asomar de la luna, para pasearse al fulgor
tenue de los faroles de gas, para intercambiar mi-
radas, palabras, suspiros, promesas; entrelazadas
las manos; lento el paso, mecidos por los efimeros
suefos de la mocedad. Valdelomar solia acudir al
parque Neptuno al caer la tarde, rodeado como un
principe renacentista de amigos y discipulos. Alli
leian la edicién Jardines lejanos de Juan Ramon Ji-
ménez, libro de traslicidos y leves romances Ilenos
de serenatas, plenilunios, rosas blancas, violetas
azules, pensamientos, malvas, sangrientos claveles
y plidicas azucenas. Discutian, recitaban, reian, se
173
daban el lujo de olvidarse del trajin rutinario, de
sentirse en plena libertad. Ahi nacid, repito, aquel
“TLadroén de rosas” que aparece en el primer numero
de Colénida.
Cuando entraba la noche, solian atravesar el pa-
seo Col6n, a lo ancho, y entrar en el restaurante del
parque zoolégico. Por largos afios, hasta después de
1930, fue éste el mejor refugio de gourmetes, baila-
rinas y limefios jaranistas. Se hallaba al filo del
parque zoolégico, entonces lugar de esparcimiento
para los nifios, de tortura para las amas de cria, de
ruidosos furores para los monos enjaulados, de abu-
rrimiento para los elefantes y las jirafas, de vano
alarde para los leones, de robusta mendicancia para
los siempre mecidos osos negros de hocico amari-
llento, de irrisidn para las impacientes y traidoras
hienas, de impotente resignacién para los condores,
de indiferencia olimpica para las llamas, alpacas y
vicufias y de sonriente preocupacién para Egidio
Sassone, padre de Felipe el trashumante, don Egi-
dio el italiano de las blancas barbas fluviales.
Dirigia e] restaurante el gordo Visconti, copropie-
tario del Hotel Maury, y actuaba como maitre
d’hotel, Pedrin, un italiano gordo, medio calvo, bulli-
cioso, risueno, simple y amical. En el enorme salén
de cristales se esparcian unas ochenta o cien mesas;
al fondo habia un proscenio para las variedades de
la noche; a los lados, corredores también con mesas.
Casi todas ellas tenian reservacién permanente. Des-
pués de la comida, hacia la medianoche, se abria
misteriosamente, detras del proscenio, una sala pe-
quena donde se practicaban juegos de envite. Roda-
ban los dados, giraba la ruleta, caian las cartas del
baccarat y el chemin de fer. Los coches de punto y los
escasos autos de alquiler al servicio del zoolégico,
se disparaban por las calles, rumbo a diversas direc-
ciones, llevando a log entusiastas comensales en
174
trance de aligerarse de alguna manera de los efec-
tos de su gula.
Era la belle époque en su esplendor: 1915-1920.
Pues bien, a fines de 1915, en octubre, Valdelomar
publicaba en La Prensa, su admirable articulo “La
procesion de los Milagros’. La pluma que escribiera
“El caballero Carmelo” se hallaba sin duda mas que
apta para recoger la emocion indescriptible de aquel
abigarrado, numeroso y proteico retablo de paga-
nismo y fe cristiana, de improvisacién y liturgia.
Para Valdelomar, que no podia abandonar sus ava-
tares costefios, es decir, afroamericanos, el Sefior de
los Milagros, como el Sefor de Luren, representaban
no solo a Dios, sino a la vida. Lo canté con sencillez
y fervor.
Llego a Lima, a fines de ese mismo afio de 1915,
el escritor argentino José Ingenieros, quien entonces
firmaba, como debia de ser, “Ingegnieros’. Hijo de
un anarquista italiano refugiado en la reptblica
Argentina, andaba entonces por los cuarenta. Habia
publicado hacia poco El hombre mediocre, libro que,
con el Ariel de Rod6, formaba parte de la biblia de
los j6venes decadentes de América latina. Valdelomar
acudié a interviuvar al recién llegado, atraido por su
fama y por sus libros. La entrevista, publicada en La
Crénica,1 revela el desencanto del reportero. Ingenie-
ros amaba desenfrenadamente la pose. Como es natu-
ral, despert6 anticuerpos en su interlocutor que tam-
bién pecaba de la misma flaqueza.
Frente a las poses de Ingenieros, salt6 en tono re-
belde “El Conde de Lemos’. Mas no con tanta obje-
tividad y eficacia como para que evitase un rasgo
“genial” sobre su propia persona. Dice al iniciar la
entrevista:

1 Abraham Valdelomar, “Una hora con un hombre


célebre”, en La Cronica, Lima, 26 de noviembre de 1915.
175
Lanzo a los cuatro vientos del Mundo y a las vein-
te naciones de Hispanoamérica para que la repro-
duzcan y divulguen esta entrevista mia con José
de Ingenieros, el autor de El hombre mediocre y de
diez libros mas tan sabrosos y tan lenos de hon-
da meditacion.

Agrega en seguida, después de los primeros pases:

Yo nunca he tratado a un hombre célebre.

Y prosigue:

Ante todo, José de Ingenieros es un poseur, un


gran poseur, pero un poseur vulgar: no sabe hacer
teatro.

Objecién grave e importante viniendo de quien


venia, otro poseur, pero nada vulgar: “El Conde de
Lemos”.
La rapidez del periodismo torturaba ya a Valde-
lomar, pero sin hacerle perder brillo ni enjundia.
Al. contrario: su seccién “Palabras”, iniciada en
La Prensa de Lima el 10 de julio de 1915, ira cada
dia haciéndose mas leve sin mengua de la literatura.
“Palabras” es la respuesta de Valdelomar.
Cada gran diario habia sostenido generalmente
alguna seccion fija, en que un escritor afamado glo-
saba los sucesos cotidianos con gracia no exenta de
profundidad. Asi, Andrés Avelino Aramburt, el vie-
jo, habia mantenido en La Opinién Nacional la seccién
“Mentiras y candideces”; Leonidas Yerovi, en La
Cronica, la de “Burla burlando’”’; Luis Fernan Cisne-
ros, en La Prensa, los releidos ‘Ecos’; Mariategui, en
El Tiempo, la seccién “Voces”; Gastén Roger, en La
Prensa, La Noche y El Sol, el alado comentario “La
perspectiva diaria’. Valdelomar se sometia a una
176
ey

_ regla al menos nacional. Y lo hizo con prestancia y


picardia; en cierto modo, con humor.2
Comenzo por burlarse de algunos diputados, entre
ellos de Miguel A. Pasquale, un italo-peruano rubi-
cundo, de ojos entornados, bigote perfumado y retor-
cido, de andar lento, miradas profundas y suspiros
oportunos: usaba chalecos claros y solia publicar
sonetos erdticos en El Comercio; de él y de otro con-
temporaneo de Chocano, de Victor L. Criado y Te-
jada, poeta chirle y diputado por Parinacochas, hizo
el objetivo de sus primeras saetas. Luego la empren-
dio contra Alberto Salomon Osorio, catedratico de
San Marcos, diputado, buen mozo, de origen israeli,
como lo acreditan su apellido y su nariz prominente
y filuda como la de un rabino. Salomén habia sido
también de la bohemia de Chocano, en cuya revista
La Neblina colaboraba con versos de dudoso porve-
nir. Pues bien, aunque Salomon habia estado contra
el general Benavides cuando el golpe de estado del
15 de mayo, Valdelomar se burlaba de él muy fina-
mente:

El Senor Salomon tiene una cara de Dolorosa


ofendida. Parece un salmo de David. Su voz es
mas suave y armoniosa que la brisa de] Jordan.
Su mirada destila la miel de las abejas del Sedar.
Hasta parece que despide un perfume: el de la
rosa de Jerico.

(La Prensa, 13 de julio de 1915.)

El 26 de julio, en visperas de la conmemoracién


nacional, siempre en La Prensa, hace irdnico balance
de cémo iban a ser las fiestas patrias:

2 Abraham Valdelomar, “Palabras”, en La Prensa,


Lima, del 10 de julio de 1915 al 17 de noviembre de 1917.
177
28 de Julio. Grandes espectaculos es
Soirée en el Municipal, Las Bribonas. Matinée en
el Colén: Siempre p’atras. En el Excélsior, Las
Maravillosas aventuras del Dr. Gar-el-Hama. En el
circo, fieras. En el Fennixz, titeres. Y en el Con-
greso, el 28, en tanda vermouth, La Corte del Fa-
raon.

No fue un 28 de julio auspicioso aquél de 1915.


Aparte de la crisis econémica cerniase sobre el pais
el espectro de la crisis politica. El régimen milita-
rista habia colmado la paciencia de la gente peruana
de vocacion civil. Esta, que actuaba sin trabas desde
1895 en que el militarismo fue derrotado por la
“montonera” civil, se habia acentuado y sélo admi-
tid como un interregno momentaneo la presencia in-
deseada de un presidente provisorio cuya autoridad
se basaba en la fuerza. Los propios destacamentos
militares empezaron a experimentar las consecuen-
cias de la ruptura institucional. Hubo sublevaciones,
y el periodo electoral se adelanté a fin de poner fin
a las rencillas y exigencias ptblicas del modo mas
normal posible. Como “el provisorio’”’, segin Valde-
lomar denominaba al general Benavides, tenia cierta
predileccion por el candidato presidencial general
Pedro E. Muniz, y éste tenia en su haber una larga
foja de servicios que expresaba su vocacién lega-
lista, el sector bloquista del civilismo importé de su
amable exilio en Biarritz y San Sebastian al ex pre-
sidente José Pardo, y aprovechando la renuncia del
rector de San Marcos, doctor Villaran (padre), a
causa de la incompatibilidad surgida con la funci6n
de vocal de la corte suprema, eligieron rector a Par-
do, quien en realidad no contaba con un brillante
pasado universitario, salvo una ocasional catedra de
derecho internacional. Una convencién de partidos
sabiamente amafiada eligiéd candidato tnico, des-
178
pués de dos votaciones sin fruto, a José Pardo Mu-
fiz, quien reconocié esta seleccién y se retiréd a sus
cuarteles de reposo, que buena falta le hacia. Pero,
en las postrimerias del provisoriato, el diputado
Jorge Corbacho, cufado de un hermano del “provi-
sorio”’, hombre de conocidos gustos histéricos, archi-
vistas y algo mas, se levanté en la camara de dipu-
tados, a la que habia sido asignado por el régimen, y
pronuncio un largo discurso haciendo la historia de
la republica para concluir en anatemas contra el
civilismo y la plutocracia y anunciar el apocalipsis
nacional. Después de lo cual, se embarcé hacia los
Estados Unidos, portador de una rica coleccién de
documentos peruanos, y no regresé mas.
A proposito de este incidente, Valdelomar hizo un
comentario agil y salado en “Palabras” (La Prensa,
8 de agosto de 1915). Comienza asi:

El drama de Corbacho.—Es un debut a toda or-


questa. El senor Corbacho conoce en su amplitud
la gama musical y la totalidad de instrumentos or-
questados. Desde el bombo al pito. El bombo lo ha
sonado muchas veces en Palacio, y de los pitos se
entero por los electores de su Provincia. En lo que
queda dicho que el Sefior Corbacho fue el clow. No
el clown; el clow.

Aqui. Valdelomar juega ingeniosa y maliciosamen-


te con las palabras, poniendo en evidencia su capa-
cidad de humorista y hasta de sagitario. La alusién
al “bombo” se refiere a la vinculacién de Corbacho
con el presidente de la reptblica y a las supuestas
adulaciones en que pudo incurrir; la de los pitos
tiene doble filo: se relaciona con las “pifiadas” o
“pitorreos” de que le hicieron objeto en su provin-
cia, y a otro significado menos sano y publico que
aquél. En cuanto al juego de palabras de clow (fran-
179
cés: clavo o punto mas alto de una expresién cual-
quiera) y clown (en inglés, payaso) es de una inten-
cién hiriente.
Poco después estallaba en Ancash la sublevacion
del coronel Rivero Hurtado, lo cual aceler6 mas aun
la trasmision del mando de Benavides a Pardo.
También la coment6 Valdelomar en “Palabras” (21
de agosto), bajo el titulo de “Los dos provisorios”,
en el que se comprendia al provisorio de Lima, ge-
neral Benavides, y al autoproclamado provisorio de
Huaraz, coronel Rivero Hurtado.
Hay una croénica de “El Conde de Lemos” en la
misma seccion, titulada “El chocolate del cura” (29 de
agosto), llena de enjundia, gracia y alusiones. Poco
después Valdelomar asistia al sepelio multitudinario
del provisorio que derrocara a Billinghurst, general
Benavides, caudillo y benefactor. Incitados por El
Comercio, centenares de personas abuchearon al pre-
sidente saliente, quien tuvo que llamar en su auxilio,
para abandonar el palacio y dirigirse a su casa par-
ticular, al general Muniz y otros amigos de alto
rango militar a fin de que lo acompanasen en el
ruidoso y lamentable trayecto. Quizas Valdelomar
sonreiria mefistofélicamente de esa compensacion
inesperada del destino.
Ya habia dejado de aparecer Cultura. Un grupo
de amigos del Palais inicié la publicacién de Rigo-
letto; en el vientre del futuro inmediato se gestaba
la mas audaz de las aventuras valdelomarianas:
Colénida. Naci6é casi con el afio 16, el afio de las
grandes e imperceptibles conmociones culturales del
Peru. En enero de 1916 salta a la palestra Colénida.
El 23 de abril siguiente se conmemora el tercer cen-
tenario del fallecimiento del Inca Garcilaso. El
mayor exégeta del magnifico autor de los Comenta-
rios reales, José de la Riva Agiiero, fue invitado para
pronunciar el discurso oficial en la ceremonia rea-
180
lizada en el salon general de la Universidad Mayor
de San Marcos. La enorme aula estaba repleta.
Desde las dos alas de asientos, escalonados en tres
_galerias superpuestas, un mocerio inquieto se hallaba
pendiente de la oracién que, en la tribuna o pulpito,
leia el joven maestro. Es el Elogio del Inca Garcilaso
un estudio penetrante, erudito y bello, aunque algo
pomposo. Valdelomar, tantas veces universitario,
amigo y ex secretario del disertante, estaba alli,
aunque discrepara de las opiniones estéticas, poli-
ticas y filosdficas de su sabio mecenas.
En cambio, José Carlos Maridtegui, catecimeno
entusiasta de la insurreccion “Coldnida” y al borde
de ganar sus primeros galones literarios, fue muy
duro critico de] disertante y public6é en La Prensa un
largo articulo destinado a probar que el léxico y la
sintaxis del académico autor de La Historia del Peru
estaban muy lejos de ser tan limpios y puros como
se decia. El articulo de “Juan Croniqueur” revelaba
un considerable esfuerzo para mostrarse, en cuanto
a su conocimiento de gramatica, a la altura de un
purista de race, como lo era Riva Agiiero. Este, que
amaba la discusi6on, no titube6é en responder a Maria-
tegui. Recuerdo una de sus apostillas sobre el tér-
mino “mas principal”. Retruecando la censura de
José Carlos, que atribuia impropiedad a tal expre-
sién, Riva Agiiero lo arroll6 a fuerza de citas cla-
sicas demostrativas de que el giro era perfectamen-
te castizo y usado por las mayores autoridades del
idioma. En realidad para Mariategui solo se trataba
de chocar con sus predecesores, ratificar su incon-
formidad, subrayar los aspectos polémicos, insurgir,
socavar y derrocar. Valdelomar, que seguia bastante
ligado a Riva Agiiero, no intervino en el imperti-
nente choque lingiiistico. Pudo decir, y acaso lo
pensé: “Mi reino no es la gramatica.” En realidad
era el de la poesia, el de la belleza, y la belleza —él
181
lo crey6 siempre asi— no esta solamente en la ar-
monia externa, sino también, y muy de veras, en la
interna, es decir, en la bondad, cuya mayor expre-
sidn es la ternura.

182
i

XI. 1916: VARIACION SOBRE EL MISMO TEMA

EL ANO de 1916 es uno de los mas fecundos, brillan-


tes y renovadores de nuestra historia cultural. Todo
cambio de eje. Todo mud6é de forma y hasta de obje-
tivos. Aprendimos tanto que causa asombro cémo
fue posible asimilarlo en tan corto tiempo. Si no
hubiera sido por la porosidad excepcional del grupo
juvenil que se reunié en Colénida y poco antes en
Cultura, las tentaciones de orden estético habrian
pasado por nuestras puertas sin que nadie se atre-
viera ni Siquiera a asirlas de la tinica. Valdelomar,
vigia alerta y vivaz, la hizo suya. Puede parecer la
comparacién inapropiada; no deja de ser bastante
exacta.
De hecho, eso fue el afio de Coldénida; eso imprime
caracter. Ademas, literariamente, surgen en tal épo-
ca, segin se ira viendo, otras revistas, muchos li-
bros, varias exposiciones de pintura, numerosos reci-
tales de musica; llegan conferenciantes, insignes
“ballerinas”, compafiias de teatro; se cultiva el pe-
riodismo festivo (sintoma de buena salud) y satirico
(a veces, marca de lo contrario). Es el afio de Rigo-
letto y El Mosquito y practicamente de Don Lunes;
el afio de Lula y Mundo Limejfo, de los suplementos
literarios de La Prensa y El Tiempo, y del auge de
Balnearios. Aparecen La cancién de las figuras
de Eguren; Devocionario de Aguirre Morales; Arias
del silencio de Bustamante y Ballivian; Las voces
multiples, ocho autores. Arriba a Lima el tumultuoso
y adolescente poeta Hidalgo; parte Daniel Alomia
Robles y llegan Mercedes Padrosa y Andrés Dalmau;
retorna Arias de Solis y pasan Roura de Oxanda-
183
berro, Franciscovieh y Eguren Larrea. Nos engolo-
sinan Tértola Valencia, Maria Tubau y Resurrec-
cién Quijano. Luego aparece Gaona y retorna la Gue-
rrero. La guerra mundial nos toma al paso.
Previamente se ha discutido en teatros y plazas
si seguiriamos con la cultura francesa o nos adhe-
ririamos al imperialismo teuton. El ptblico se apa-
siona por la reforma del cédigo penal; se discute
sobre si debemos continuar con nuestro sistema de
procedimientos penales o admitir la implantaci6n
del jurado; sobre si la tonadilla espafola supera
al couplet francés. En medio de una reconfortante
paz social se advierten ya los gérmenes de una nue-
va actitud. Sin embargo, nadie deja de sonreir ni
faltan entretenimientos ni goces para casi todos los
que pueden pagarselos. La tregua social no favorece
cambios en pro ni en contra de los necesitados.
Aumenta el ntimero de coches tirados por caballos.
Empiezan a circular mas automoviles. Se abren nue-
vas salas de diversidn; los teatros y los cines man-
tienen sus luces encendidas, noche tras noche. Asi
llegamos a la conmemoracién del primer cincuen-
tenario del triunfal combate del 2 de mayo de
1866 que cimenté nuestra independencia. Desapa-
rece el alumbrado de gas, remplazado por el eléc-
trico; se eliminan los rieles de las calles centrales;
Sse usan para el pavimento adoquines de madera
alquitranada. Naturalmente, el dia de afio nuevo y
el de] aniversario patrio, la municipalidad de Lima
tiende, de pared a pared de las calles centrales, guir-
naldas de focos Osram, alternando los colores blan-
co y rojo. Al morir la noche, en visperas de tales
fiestas, surcan el cielo luces voladoras, raudos co-
hetes que chisporrotean reventando en aureolas y
chispas luminosas alld en lo alto.
La patria se aproxima a su mayoria de edad, se-
gun dicen los oradores. También agregan: “Cuando
184
cumplamos los cien anos de independencia, estare-
mos maduros para escoger nuestro final destino.”
Entretanto, la Guerra Mundial ha acelerado el ritmo
de nuestras exportaciones de materias primas, aun-
que es reducido el ntimero de los beneficiados con
ello. Hay tantos analfabetos que no contribuyen a
producir (salvo como siervos) ni a consumir, y Lima
sigue siendo una gran aldea, sometida a lo que
ocurre en una sola calle y hasta en un solo bloque
o cuadra, la de Baquijano (Palais Concert, La Prensa,
Teatro Excélsior, libreria de “Aurora literaria’’, etc.).
Muchos ricos vuelven de Europa, sobre todo de Paris,
huyendo de las potenciales penurias de la guerra y de
los ya fenecidos riesgos de la batalla de La Marne,
de la montona guerra de trincheras. Todo eso ocurre
al mismo tiempo y en la misma presién; y se con-
centra mas el dinero en menos manos. Hasta circu-
lan por las fisgonas calles de Lima, luciendo su
ostentoso lujo, algunas demi-mondaines importadas
directamente de Lutecia por opulentos o derrocha-
dores ‘‘nifios géticos” de talle de avispa, pantalones
a la boca del botin, chupados como tubos. Cada
quien con fantasia y alguna posibilidad se dedica a
ostentar; a divertirse; a aficionarse a vicios raros y
caros; a practicar cualquier laya de esnobismo; a es-
cribir sobre temas ex6ticos y ruidosos; a fumar opio;
a inyectarse morfina; a aspirar (y apestar) éter; a
desviaciones homosexuales; a_ gestos teatrales;
a indignar a los burgueses; beber absintio y
comer esparragos, champifiones y caviar; a enamo-
rar tiples y coristas recién venidas; a pasear pere-
zosamente por el “centro” en coche de tiro animal;
a lucir automoéviles ruidosos como locomotoras; a
jironear sin prisa por Mercaderes, el paseo Coldén
y el parque Neptuno (nuestro Bois de Boulogne y
nuestro Pare Monceau). En tanto, horteras muertos
de envidia y huachafitas deslumbradas, admiran el
185
paso de los “genios” y “lyons” criollos con sede en
el Palais. Decididamente, Lima es una ciudad como
Paris.
Se vive la belle époque. Y aunque ella alcanzaria
su climax sélo en 1916, deberiamos, para situarla
mejor, seguir su ritmo desde 1915 y prolongarla has-
ta 1918, que es cuando comienza la hora del examen
de conciencia, y por lo tanto, de una forzada y tempo-
ral austeridad. Segtin deciamos, tinico fruto del
avance aleman y de las complicaciones del gran con-
flicto: muchos “nifos bien”; mucha jeunesse dorée;
hijos de estancieros argentinos; de salitreros y ban-
queros chilenos; de cafetaleros colombianos y bra-
silefios; de alta burguesia venezolana; de politicos
y generales; de algodoneros, azucareros y arroceros
peruanos, se reintegraron a sus respectivas patrias,
trayendo sobre si el fardo insoportable de un espan-
to caffard, para curarse de lo cual importaron exqui-
siteces andlogas a las de Los civilizados de Claude
Farrere y de aquellos ultraesnobistas que se llamaron
en la literatura Mr. de Phocas (Lorrain) y M. de Es-
seintes (Huysmans).
De Europa trajeron aquellos infelices millonarios
dulces saudades: pipas de opio; jeringas de inyeccio-
nes; queridas rubias; aficién al champagne, la menta
y el pernod; guantes color “patito”; polainas blan-
cas, mondculo bajo la ceja airada; bostezos, piropos
de color vivo; ociosidad parlante; amor a la osten-
tacién. Para competir con aquellos ricachos, habién-
dose nacido provinciano y amulatado, se les tenia
que ganar la partida con exquisitez e insolencia: es
lo que hizo Valdelomar. Por eso resulta el emblema
de nuestra belle époque.
Belle époque representada teatralmente por la ope-
reta y la revista espafiola; plasticamente, por el im-
presionismo de Roura de Oxandaberro; poéticamente,
por las flores de paludismo de Bustamante, los
186
== a ,

suspiros de Ureta y el neoprimitivismo o neoinfan-


tilismo de Valdelomar, en cuya personalidad, aparte
de los frescos y perennes recuerdos de su _nifiez,
predominan las lecturas de Coppée y Francis Jam-
mes, de Samain y de Rodenbach. Y sobre todo el
neomisticismo de Maeterlinck.
Ahora bien, después de La mariscala se produce en
torno de Valdelomar algo que pudiéramos denomi-
nar un reagrupamiento de fuerzas literarias. Como
lo recuerda Alfredo Gonzalez Prada en el articulo
con que salud6 (enero de 1916) la aparicién del
primer ntmero de Coldnida, la “hazafia’” debié haber
tenido como vocero a la revista Cultura. Después de
mucho discutir, Valdelomar y Bustamante no llega-
ron a ningtin acuerdo. Valdelomar se dedicé a es-
cribir en La Prensa. Bustamante solo emprendi6 la
cruzada de Cultura. Como curiosa premonici6n Cultura
dur6é exactamente lo que duraria Coldénida: tres nt-
meros, porque el nimero cuatro de la segunda salidé
fuera del control de Valdelomar y bajo la capciosa
unciOn, capciosa y beligerante, de Federico More.
Recapitulemos:
El primer nimero de Cultura (junio de 1915) re-
uni6 un material impresionante por su calidad y su
significado; Manuel Gonzalez Prada, con su polémi-
co articulo “Los viejos”; Pedro S. Zulen, con unos
pensamientos filosdficos; Clemente Palma, con el
capitulo de una novela que nunca llegé a aparecer
entera; Yerovi, con unos versos magnificos: ‘“Viaje-
ros de’ ida y vuelta’; Eguren, con varios poemas;
Riva Agtiero, con su estudio sobre Mexia de Fernan-
gil; Juan Bautista de Lavalle, con otro estudio sobre
la propiedad intelectual; Gibson, con sonetos bucé-
licos; hay ademas una cronica de Casterot y Arroyo;
se agregan dibujos muy finos de Reynaldo Luza re-
presentando a los “fiatos’” del Palais, o sea a la mas
agresiva coleccién de narices jovenes de Lima: las
187
de Javier de los Heros y Enrique Alvarez Calderon.
El segundo nimero de Cultura (julio de 1915) trae
una necrologia de Xavier Gosé, el gran dibujante
catalan a quien siguid muy de cerca Abraham; la
continuacion del trabajo de Riva Agiiero sobre Me-
xia de Fernangil; unos suaves poemas de “Cabotin”
del mas puro corte lirico; un articulo algo nebuloso
del erudito agustiniano P. Pedro Martinez Vélez (a
quien Valdelomar consultaba a menudo en asuntos
lingiiisticos); continuacién del trabajo de Lavalle;
una bella crénica de “José de Roxas’, seudénimo de
José Bustamante y Ballivian, hermano de Enrique;
un poema de Enrique Bustamante, el director. La
revista habia bajado de tension.
Para el numero tres (agosto de 1915) la expirante
revista demanda el auxilio de escritores mas jovenes,
como Luis Gongora (‘Aloysius’), y reaparecen valo-
res tan solidos y silenciados como Manuel Beingolea;
“Juan del Carpio’ (seuddnimo de Adan Espinosa y
Saldafia, autor de Versos a Iris); contintia Riva Agiie-
ro con su trabajo sobre Mexia de Fernangil; colabora
ademas Federico More, y se da cuenta de los libros
y trabajos de reciente publicacioén.
Mientras Cultura agoniza, aparece el 29 de julio
de 1915, representando el aspecto mas frivolo de
aquella etapa, una revista destinada a las mucha-
chas, pero que a la larga resulta un nada despre-
ciable vehiculo literario: Lul#. La dirigia Carlos
Pérez Canepa, un joven absolutamente frivolo y un
poco cursi. Lulw tiene una historia pintoresca; refle-
ja en parte la inquietud intelectual de los afios 1915-
1917. No obstante, debemos reconocer que la revista
hizo excesivas concesiones al mal gusto, a la impro-
visacién madrigalesca y a los “versistas” de salén.
Desde su aparicién, Luli se puso al servicio del
nuevo movimiento literario que tenia como eje a
Valdelomar. En el primer ntimero, un dibujo original
188
de José Luis Camafio presenta a “El Conde de Le-
mos” luciendo un peinado de raya al medio con ban-
dos muy estirados a fuerza de crema; corbata de
lazo; bigotillo ralo y quevedos con marco de carey;
sonrisa burlona, aire dulce y al par irénico.
Al mismo tiempo, un grupo de estudiantes sanmar-
quinos dirigidos por Guillermo Luna Cartland, cho-
canesco poeta cajamarquino, y Ratl Porras, limefio
agudo y ya erudito, lanzaba una revista universita-
ria llamada Alma Latina: su primer nimero apareci6
el 15 de julio de 1915; era quincenal. En el noveno
numero (19° de noviembre), Valdelomar colabora con
unos versos datados el mes anterior: ‘‘Nocturno”,
que se recogera luego en Las voces multiples. Es un
romance eneasilabo (dificil ritmo) que no afiade
mucho (si algo) a la celebridad del escritor:

Ya la ciudad esta dormida;


Yo solo cruzo su silencio.

Aparte del siseo atolondrante y cacofénico de esa


expresién en S mayor: “Yo solo cruzo su silencio”,
se agrega un deliberado prosaismo al prosaismo
esencial del poema.
Alma Latina fue un palenque de ingenios juveniles
y universitarios. En sus paginas colaborara de nuevo
Abraham, pero ya en el ntimero veinte (1° de julio
de 1916), culminada la aventura de Colénida, con un
estudio desdichadamente trunco: “Ensayo sobre la
caricatura’”’, que se completa con un articulo en “Pa-
labras’, en La Prensa. En él comienza Valdelomar
afirmando con redoblado humorismo: “Dios ha sido
el primer caricaturista, y su obra mas perfecta, una
calavera.” Por amor a esa gran caricatura deifica,
guard6 acaso consigo aquella calavera sabia a la
que llamé con el significativo nombre Omega. El
“Ensayo sobre la caricatura” qued6 trunco a pesar
189
del anuncio de “continuara” que hizo el autor. Ha-
bria sido muy importante conocer los puntos de vis-
ta de “El Conde de Lemos” acerca de un arte en el
que puso tanto de su espiritu desde muy joven y
sobre lo cual escribid también otra contribucion
acerca de la evolucién del dibujo en el Pert: “De
Baltasar Gavilan a Reynaldo Luza’”. Por lo demas,
Alma Latina conté con la frecuente colaboracién de
Alberto Ulloa Sotomayor, cercano amigo de Porras;
Pablo Abril de Vivero, intimo de Ulloa y de Po-
rras; ambos, Abril y Ulloa, colaboraron en Las voces
multiples. Guillermo Luna Cartland public6é ahi una
serie de siluetas nacionales, las firmé primero con
las iniciales “G.C.C.” y luego con la sigla ‘““Ra-Go-Sa”’.
que corresponderia al anagrama de Raul Godoy Sa-
yan, dilecto amigo de Luna. Porras, bajo el seudo-
nimo de “T.G. d’Or’’, se dedicaba a burlarse de los
estudiantes describiendo los pequefios dramas y
sainetes sanmarquinos. Aunque dio acaso excesiva
importancia a los aspectos sociables, es decir, de
cortesia y buen trato, Alma Latina fue una revista
estudiantil curiosa: frivola, pero con aspiraciones
estéticas; literaria, pero cortesana, reflejo fiel de
cierto espiritu alimenfado, mAs que limefio, del que
no se puede prescindir cuando se Sots a la Lima
de esa época.
Paralelamente, otro grupo de estudiantes que no
tenian acogida en Alma Latina, a los cuales me vi
ligado por ser ellos ex alumnos de La Recoleta, edi-
taba otra revista titulada Luz, é6rgano de la Asocia-
cidn Catdlica de la Juventud (AcJ), cuya sala de
redaccion se hallaba en el Colegio de La Recoleta.
Ismael Bielich fue el representativo de la revista.
Corria el afio de 1916; Maridtegui colaboraba en
Lux con versos misticos, del mas nitido sello con-
ventual.
Paralelamente a la de Luli se inicié la peripecia
190
de otra revista, editada en gran formato, de tono
humoristico y a todo color: Rigoletto. Aparecié el 17
de diciembre de 1915. La dirigia Dario Eguren La-
rrea, pintor, cazador de céndores, escritor festivo,
acuarelista, que acababa de regresar de Buenos Ai-
res. A causa del titulo de la revista y del cardcter
del personaje de Verdi que la inspiraba, uno de los
limenos mas inquietos, fantasticos, cinicos, viciosos
y atractivos que ha dado la ciudad, Pedro de Uga-
rriza, recibiria el apodo de “Rigoletto”. Los redac-
tores de la revista se burlaban de todos y de todo.
Sentaron sus reales en el Palais Concert. Entre
Eguren Larrea y Reynaldo Luza recogieron los per-
files de los principales habituies y habitués del Pa-
lais. En sus paginas se reunieron croénicas de Félix
del Valle, Eguren Larrea y Enrique Casterot y Arro-
yo, y dos colaboraciones de Valdelomar en dos fe-
chas: el primero de febrero de 1916, el cuento chino
titulado “Siké” y, un poco después, la crénica sobre
“La muerte del cerdo’, la cual pertenecia a la misma
cepa que “Sicologia del gallinazo”’ con el que gano
el primer premio del concurso organizado por el
Circulo de Periodistas en 1916.
A través de Luli, que se publicé durante dos afios,
es posible seguir el ritmo de la vida limefia de aque-
lla época. En sus paginas podemos leer, como lo
hariamos también en las de Hl Tiempo, fragmentos
del drama de Mariategui y Julio de la Paz titulado
Las tapadas, pieza colonialista y grandilocuente en
verso modernista. A raiz de los éxitos de Eduardo
Marquina y Francisco Villaespesa con sus dramas
hist6ricos, todos buscaban ese portillo al éxito.
Luli publicé parte de Devocionario de Aguirre Mo-
rales. Este libro de formato mintsculo exuda roman-
ticismo y, hasta diria, una extrafia mezcla de ero-
tismo y misticismo diabolizante. El soneto ‘“Morfina”
delata las inquietudes esotéricas de Mariategui, cuya
LOT
palidez rayaba en la trasparencia. A menudo Luli
inserta versos de Emilio Delboy, César A. Rodriguez
José Carlos Chirif y Eduardo Zapata Lopez.
Las notas y reproduccién de Devocionario apare-
cen en Lulu, en el nimero 32, del 2 de marzo de
1916. En el ntmero 35 del 23 de marzo, Valdelomar
publica “La aldea encantada”, subtitulada: “Intro-
duccién a la serie de cuentos criollos que forman
parte del libro Los hijos del Sol de Abraham Valde-
lomar y que apareceran en breve con prodlogo de
Federico More.’ El anuncio puede ser ratificado o
rectificado desde varios 4ngulos; limitémonos a los
siguientes: estos versos de supuesta introduccioén no
fueron incluidos en el volumen de El caballero Car-
melo, que en 1918 recogié los cuentos criollos. Dichos
cuentos no se reunieron tampoco en ninguln volumen
titulado Los hijos del Sol: El libro asi titulado es
de leyendas incaicas y fue impreso pdéstumamente.
More no prologé ni éste ni aquél volumen hecho a
comienzos de 1917. More residia en Bolivia, divor-
ciado del nacionalismo valdelomariano. Los versos
de “La aldea encantada’”’ (y es nuestra la ultima ob-
servaciOn) correspondian a la coleccién que con este
mismo titulo anuncié Valdelomar en 1913 como de
inminente edicidn en Espafia o Francia. En aquella
introduccién, Valdelomar, valiéndose del alejandrino
clasico, amado de Berceo, decia:

Ven a pasear a mi aldea, peregrino lector.


Ni armas, ni escudo luce del senor de Castilla...
...Y si al fin, terminada la peregrinacion,
gustas de los paisajes de La Aldea Encantada,
musita, peregrino, una breve oraci6n
por las amables horas de mi nifiez pasada,
por todos los alegres dias que ya no son
muertos y sepultados bajo mi corazén.
Amor, recuerdos, fechas, infancia, polvo, nada..
192
Los versos llevan fecha de mayo de 1916 y en Iea,
lo que nos trae a la memoria el viaje que en aquella
ocasiOn, como un rencuentro, habia realizado Abra-
ham a su tierra natal.
El ambiente literario de Lima, aparte de algunas
preocupaciones historicistas, como la que en ese
mismo 1916 luciéd Riva Agitiero con su justamente
celebrado Hlogio del Inca Garcilaso, era de un tono
travieso y frivolo. En el nimero 39 de Lulu, corres-
pondiente al 20 de abril, se informa que Pablo Abril
habia ganado un concurso de madrigales; Lima —o
Lulu— reditaba la galanteria provenzal de los si-
glos XI y XII. El sabado 29 de abril se entregaron
los premios a los vencedores del certamen. Para
ello se organiz6 una lujosa velada en el Teatro Ex-
célsior. Luis Fernan Cisneros y Leonidas Yerovi
prestaron el prestigio de sus versos y su renombre.
Después de la velada, esa misma noche, se realizé un
banquete en honor de Pablo Abril. En la fotografia
periodistica se ve a escritores, profesores y estudian-
tes amigos de Pablo. Reconocemos a algunos: Ricar-
do Bustamante Cisneros, que termino su carrera en
1968 como vocal de la Suprema; Teodomiro Gonzalez
Elejalde, el gordo, rico y burlon critico de José Ar-
naldo Marquez; Alfredo Gonzalez Prada, como un
musulman con las piernas cruzadas sobre el duro
suelo del restaurante; ‘“‘SSopas’” Mendoza, miembro
conspicuo del grupo del Palais; Pedro de Ugarriza,
tumbada la cabeza hacia atras, con cuello duro y
corbata al desgaire, posando de cinico, lo que no le
era dificil por la estricta correspondencia del cinis-
mo con los hechos; el ‘‘fiato” Alejandro Daly, com-
pafiero del Palais; Nicolas Dora Cebrian, también
de aquella juglaresca “tira”, estudiante de derecho
y copropietario de la Confiteria Broggi y Dora; Fe-
derico More, siempre equivoco; Alberto Ulloa Soto-
mayor, Pablo Abril, Leonidas Yerovi, miembro del
193
jurado; Alberto Quesada, condiscipulo de Abril;
Alfredo Garland d’Aponte, ingeniero, de la tertulia
del Palais; Ratl Rey y Lama, del mismo grupo;
Manuel Montero Bernales; Roman Leén y Bueno, que
murio tragicamente en México durante su primera
misién diplomatica; Aurelio Fernandez Concha, hom-
bre taciturno de ojos melancdlicos y bigotillo ro-
mantico, en visperas de emprender viaje a Estados
Unidos, donde el cansancio, el desengafio y la neu-
rastenia movieron el dedo que rastrillé el gatillo en
macabra autoeliminacién; Eduardo Garland Roel,
cunado de uno de los Miré Quesada (Fernandez
Concha también tenia por apellido materno el de
Mir6é Quesada); Ratl Porras Barrenechea; Ezequiel
Balarezo; Antuco Garland Sanchez; Ismael Silva
Vidal, un adolescente precoz, de ojos sedientos;
“La Lora” Enrique Catter, ingeniero, contertulio
del Palais; Mariano Ugarte, bohemio y arbitrario
habitwé del Palais; Herbert Trou, dandy, de mondécu-
lo en ceja y talle avispado, perteneciente al grupo
de los fumadores de opio; el gordo Hernan Bellido,
otro de los socios del grupo de Las voces multiples,
quien, salvo Valdelomar y Del Valle, aparece completo
en la fotografia; Reynaldo Luza, el fino dibujante,
en trance de emigrar hacia Nueva York.
Por esos dias actuaba en el escenario del Municipal,
de donde pasaria al Col6n, la compafiia de comedias
argentinas dirigida por Arturo Mario y Maria Padin.
Su director literario era Federico Mertens, autor de
la graciosa comedia de costumbres Las de enfrente
y del terrible drama romantico Silvio Torcelli. La
compania nos hizo el regalo de darnos a conocer
la obra de Julio Sanchez Gardel Los Mirasoles y los
dramas de Florencio Sanchez, desde M’hijo el dotor
hasta Los muertos, pasando por Nuestros hijos y Ba-
rranca abajo. Teatro espeluznante, ibseniano y pam-
pero, en el que aquel pobre Florencio, de tan desga-
194
rradora existencia, volcaba sus preocupaciones, sus
problemas y sus inquietudes. Julio Escarcela, actor
uruguayo, alternaba la guitarra con la tarea histrio-
nica. Nicolas Fregues amenizaba los intermedios con
tangos al compas de su guitarra. Fregues nos trajo
Fume, compadre, Buenos Aires, La copa del olvido,
que era su fuerte, Milonguita y La noche triste. Llegé
a ser idolo de todos los cursis y de algunos menos
cursis que formaban parte del ptblico limefio. Valde-
lomar y Mariategui compusieron el drama en verso
La mariscala, que debian representar.
Por esos dias lleg6 también la compafiia espafiola
de Paco Ares y Consuelo Abad. Se instalaron en el
Teatro Coldn. Favorecieron de veras el teatro nacio-
nal... y la astracanada de Munoz Seca. Luis Géngora
estreno Lafuente, diputado; y Ladislao Meza, La
ciudad misteriosa.
Pasando a otro campo, Juan Parra del Riego pu-
blica entonces versos evocadores y en seguida emigra
definitivamente. Muere el viejo don Andrés Avelino
Aramburt, fundador de La Opinién Nacional en la
que colaboraron Valdelomar y More. Aramburt era
un viejo fino y galante, cuyo ojal, premunido de un
recipiente ad hoc lleno de agua, mantenia frescas las
violetas que adornaban permanentemente su solapa.
Repitamos: regresa de Europa el pintor Herminio
Arias de Solis, hombre de peluca y rostro de doma-
dor de circo, mas artista por su atavio que por sus
pinceles.
Como el teatro no descansa, Paco Ares estrena La
mala fe de Julio de la Paz. Al elogiarla César Fal-
cén en Lula (nimero 51, 20 de julio de 1916) dira
con sonreida petulancia: “Y ahora, gran publico, Ju-
lio de la Paz y yo os hemos ensefado muchas cosas
bellas.” Tableau!
Lecciones de Valdelomar mal aprovechadas y peor
asimiladas. La megalomania de Abraham poseia el
195
incomparable mérito de su risa, su picardia y su
fresca arrogancia; las otras sonaban a hueco y, ya
lo sabemos desde Cervantes, “nunca segundas par-
tes fueron buenas...”
Luli también saluda la aparicién de La medusa,
complicada novela de Aguirre Morales (numero 52,
27 de julio de 1916). Era una rememoracién dannun-
ziana en la que los personajes nacen y viven para
ir muriendo dramatica y parleramente de a pocos,
con el empefio de que muriesen también —y de ve-
ras— sus lectores. Acogiéd varios sonetos misticos,
melancélicos y deprecatorios de “Juan Croniqueur’”,
es decir, de José Carlos Mariategui, y de Luis G. Ri-
vero. Por sus paginas (numero 53) sabemos que
Enrique Maravotto, un abogado adicto a las letras,
estrendé la comedia Fin de ensuefio, con Paco Ares;
por el numero 54, que también se arriesg6 en el
proscenio Ismael Silva Vidal con su paso de come-
dia La amada mentira. Estrenaba siempre Paco Ares
en el Teatro Colon.
El dos de agosto, nos da noticias Lulu de que el
joven orador Luis Ernesto Denegri, admirador y
futuro yerno de don Mariano H. Cornejo, y por tan-
to vinculado de cierto modo con Valdelomar, habia
sido electo presidente del Centro Universitario, po-
sicidn que Abraham persiguiera en balde cuatro afios
atras.
En agosto coinciden dos personajes a quienes Val-
delomar y su grupo exaltardn hasta la hipérbole para
épater les bourgeois, en parte, y porque habian he-
rido, sobre todo el segundo, la sensibilidad de los
limefios; me refiero a Pedro Onofroff y a Andrés
Dalmau.
Onofroff era un ilusionista de fama, que ya habia
visitado Lima en dos ocasiones anteriores. De alta
talla; con los ojos inmensos, fijos y ardientes; de
hablar enredante como una bugambilia; de gestos
196
imperativos y hieraticos, Onofroff se lucia desde el
proscenio del Municipal ejecutando actos de presti-
digitacion; hipnotizando a los espectadores; persua-
diéndolos mediante la hipnosis de que eran los que
no eran y obligandolos a hacer lo que a él se le venia
en gana; sacando conejos de los sombreros, serpen-
tinas de las orejas y palomas de los bolsillos. Habia
algo extrafio, un toque del extramundo en todos los
actos del ilusionista. Los jévenes de la jeunesse dorée
solian subir al proscenio para prestarse a sus prue-
bas, entre ellos Abelardo Herbert Salaverry, intimo
amigo de Valdelomar y de los “fatos” del Palais.
De todo ello extrajeron tanto Valdelomar como AI-
fredo Gonzalez Prada, ‘“Ascanio’”, motivos para infor-
maciones, comentarios y notas literarias. Hay un
“Didlogo maximo” de “El Conde de Lemos” dedicado
a Onofroff.
Con Dalmau el entusiasmo subi6 de tono. Este era
un joven violinista argentino, de origen catalan, que
manejaba el violin con destreza, nitidez y hasta con
inspiracién. Fue el primero en exhibirse en recita-
les como solista de todo un espectaculo. El Canto del
ruisenor de Sarasate y La abuelita de Langer cons-
tituyeron sus dos primeros éxitos. Luego pasaron
por sus programas autores de todas las épocas, que
interpretaba con indudable fervor. Una nota perio-
distica le llama “incomprendido e inmenso artista’’.
En un breve elogio de La Prensa, Valdelomar lo
exalta como a un semidids, repitiendo tres veces,
como una advocacién de hechiceria, el nombre del
violinista: “Dalmau, Dalmau, Dalmau.” Exageracio-
nes, sin duda. {Sinceras?, 40 sdlo gestos destinados
a impresionar a la gente desprevenida y atraer cate-
cimenos a su iglesia esteticista? Como fuese, el des-
plante tuvo resultados plausibles, del mismo modo
los tendria la polémica sobre Roura de Oxandaberro
y Franciscovich a los que me refiero en otro lugar;
197
igualmente lo tuvo su exaltacién de la Pavlova y
sus entusiastas elogios a la pianista espanola Mer-
cedes Padrosa, devota de Chopin, y a su acompa-
fiante de arte y vida, el violinista chalaco Héctor
Cabral.
El arte jugaba un papel principal para aquella
gente y en aquel momento en que podia entregarse, al
menos en sus capas altas, a nuevos vicios y extre-
madas experiencias. Como el Aambito de los espec-
taculos se redujo en Europa a causa de la guerra,
tuvimos nuevamente a la actriz mexicana Esperanza
Iris y su compafnia. Pero no pequemos de apresu-
rados en lo tocante a lo que significé el teatro ale-
gre, lo que podriamos llamar nuestro vodevil, nuestro
Follies Bergeres y nuestra opera comique.
La libertad de espectaculos se remontaba a 1915,
concretamente a la actuacién de la compania de
revistas espafiolas Velasco, cuyo director artistico
era Quinito Valverde, famoso orquestista espafiol,
con larga experiencia parisiense, hijo de un gran
compositor, Joaquin Valverde, quien, con el maestro
Chapi, llena una brillante etapa de la historia del
“género chico”, la zarzuela.
Fue el de Velasco un conjunto sensacional. Las
tiples, las bailarinas flamencas y las coristas esta-
ban escogidas a medida de sensualidad y gracia.
iCual de ellas no fue sobresaliente? Carmen Melo
era fea, pero de linda voz; Cipri Martin, esposa de
Velasco, segtin recuerdo, era una andaluza peque-
nita, menuda, de hoyuelos en las mejillas, atrevido
ceceo y andares sublevantes, triunfaba en su inter-
pretacion de “El marchosito” en Cantos de Espana,
por lo que se apodé asi a Edgardo Reglagliatti, lider
universitario, redactor de La Prensa y paisano de
Augusto Durand. También actuaban Adriana Carre-
ras, una gitanaza con todo en “azo”, cadera, pier-
nas, boca, peluca, movimientos..., que giraba como
198
una peonza; “La Violeta”, especialista en rumbas,
donde movia esto y aquello; tenia los ojos claros y
los pechos desafiantes. Pero la reina de la compafiia
era Gloria Star, amor de Quinito Valverde, quien la
dirigia, batuta en mano, recreandose en y con ella;
devorandola con sus ojos bovinos de cordero jubila-
do; iluminandola con su media sonrisa, oculta entre
las barbas de chivo en cesantia. Gloria tenia ojos
grandes, almendrados, verdes e insistentes; una voz
canaille; una silueta espigada, alta y llena de la
gracia sensual de un danzén cubano; hizo famoso
el cuplé “Te has caido, chaqueton’”. Pero la suerte
no perdona. A mitad de la temporada, Gloria, que
tenia gran amistad con Maria Tubau, la cupletista
del Teatro Colén (una chica de naricita respingada;
silueta de Tanagra; coqueta y buena cantaora, cuyos
amores con el secretario de la legacién brasilefia,
Souza Bandeira, navegaba en olas de sensualidad y
cocaina), Gloria, vuelve a tomar el sujeto, abandonoé
un dia a Quinito y a la compafiia y se marcho con
alguien de Lima, de esa Lima sofiolienta, donde los
ricachos rivalizaban en asaltar “carne de teatro”.
Los muchachos limefios se disputaban las butacas
de primera fila. “Rigoletto” Ugarriza andaba ocupa-
disimo en esos dias porque Andrés Valle, hijo de
un rico comerciante italiano de Chorrillos, se gas-
taba el dinero a raudales en conquistar sin éxito a
Cipri Martin. A medianoche, aquellas descaminadas
pasiones se dirigian, como a un desaguadero, a los
burdeles y a los antros de paraisos artificiales. Aca-
baron como sthbditos de éstos: Ugarriza, el chino
Valle (amigo de Gloria Star), Souza Bandeira y,
claro esta, Valdelomar, More y sus amigos.
La compafiia Velasco mantuvo en el cartel durante
los dos o tres meses que permanecié en Lima, dando
funciones de tarde y noche, tres obras: Cantos de
Espana, El Principe Carnaval y Sevilla de mis amores.
199
Vino a suceder a aquel gran éxito, la compania de
Manolo Casas, a la que la revista Rigoletto aplaudidé
constantemente, acaso porque Eguren Larrea, direc-
tor del semanario, se enamor6é perdidamente de la
primera tiple, Paquita Molins, cuyo mentén promi-
nente decoré mas de una vez las paginas de Rigoletto,
de Luli y de Variedades. Los “‘colonidas” andaban en
fiestas con las tiples de la compafiia, entre ellas
con Amparo Ferrer, una morena de voz ronca, hija
del famoso anarquista Francisco Ferrer, fusilado en
los fosos de Montjuich el afio de 1909; y con Luisa
Mejias, “la Bienvenida’’, rubia, de ojos claros, bai-
larina flamenca que se decia hermana de Manolo
Mejias, “Bienvenida’, matador de gran prestigio
entre los afios de 1914 y 1916. Una croénica de “As-
canio” relata una reuniOén con aquellas actrices y
con todo el personal de la compafia Casas, inclu-
yendo al baritono Ortiz de Zarate, de excelente voz.
La troupe Casas se aferr6 a representar la revista
musical De Addn al Katser, alusiva a la guerra euro-
pea. En ella, Amparo Ferrer, haciendo de una especie
de gavroche o gamin vendedor de periddicos, ento-
naba unas coplas picarescas con el estribillo: “Ja-ja-
ja-Je suis le traducteur du Petit Parisien/ le journal
que dit la verité, et moi j’n’dis pas rien.”
Atraidos por la voragine teatral, Valdelomar y
Mariategui la emprendieron con un drama: La ma-
riscala, El texto glosaba el libro de Abraham. Era
un drama en verso, dividido en seis actos, del que
se publicaron muchas escenas en El Tiempo. Sedu-
cidos por el ejemplo del nuevo teatro de capa y
espada resucitado por Marquina (que llegé a Lima
en esos meses), Villaespesa y Manuel Fernandez
Ardavin, Valdelomar y Mariategui usaron en el poe-
ma versos de todos los metros, desde el alejandrino
afrancesado hasta el romance ultracastizo pasando por
el endecasilabo clasico y el dificil eneasilabo.
200
En otra dimension, acababan de pasar por el Tea-
tro Municipal, Lugné Poe y su esposa Suzanne Des-
prés. Lugné Poe dirigia la Comedia Francesa de
Paris, y Suzanne figuraba entre las primeras actri-
ces de Francia. Ambos llegaron en plan de propa-
ganda a favor de los “aliados’. Tuvieron un éxito
clamoroso: él, el conferenciante; ella, la actriz. Y
como el pais entero rebosaba de entusiasmo galo,
cuando en el Teatro Excélsior se realizé6 una funci6én
a beneficio de la cruz roja britanica, Luis Fernan
Cisneros se brindé para declamar un canto ultra-
modernista a Francia, cada uno de cuyos versos ter-
minaba en silaba aguda, produciendo el efecto de
un himno viril, de combate. En la misma velada,
Leonidas N. Yerovi, compafiero de Cisneros y Val-
delomar en La Prensa, declamo su hermoso poema
Primavera interior, como todo lo del bardo de Ton-
tina, mezcla de ingenuidad, consonancia y fantasia.
Por cierto que Florentino Alcorta, el editor de El
Mosquito, se aproveché del canto de Cisneros para
componer una parodia realmente feliz, aunque irres-
petuosa. Yerovi acababa de llegar de Buenos Aires,
donde le estrenaron La gente loca:

iQue si me fue muy bien? Quizds me iria.


Yo triunfé a mi manera por alli
(ya tu conoces la manera mia).
Hice la vida que me prometia,
y vuelvo como parti...
...Mi campana
no atron6é a las comarcas con su estruendo:
la de mi campanario no es tan vana.
Yo vivi como soy: terco y haciendo,
tal como soy, lo que me vino en gana.

Se recordaban los versos ‘“‘Viajeros de ida y vuelta”,


publicados en 1915, por Cultura. Aquel tiempo era
201
ya pasado, En las sombras, frente al audaz y lirico
triunfador que se encerraba en Yerovi, la muerte,
acechante pertinaz, afilaba en silencio y sin tregua
su guadafia, en este caso precoz...
Yerovi frecuentaba, como Valdelomar, la redaccién
de El Mosquito, semanario del que no se puede pres-
cindir para conocer la época. Lo dirigia Florentino
Alcorta, quien pertenecia a la generacién de Chocano.
Habia colaborado en La Neblina, biblia quincenal del
modernismo de nuestros poetas de 1896. Junto a él se
afanaban Alberto Salomén y Victor Criado y Tejada,
supervivientes de la plana adventicia de La Neblina;
la original la constituian Domingo Martinez Lujan,
Francisco Mostajo, Manuel Beingolea, Clemente
Palma, Jorge Miota y Federico Larrafnaga. Cada
nimero de El Mosquito era un avispero. Alcorta
habia edificado una historia del Peri contempora-
neo a su entera medida. No era ésta, fisicamente
hablando, envidiable. Alcorta mediria un metro se-
senta y cinco; tenia la tez muy palida; renqueaba
al caminar: a causa del encogimiento de una de sus
piernas, debia usar siempre bastén; los ojos negros
y movibles pellizcaban el contorno; hablaba en se-
creto; siempre apoyaba la espalda en una pared,
amparado por el coro de oyentes. Le habian amena-
zado mucho, le habian asaltado varias veces. Aunque
olvidase los versos bucélicos de su primera juven-
tud, conservaba el amor por las letras y el regusto
de los versos. Entre un cardumen de alusiones po-
liticas, de corte polémico y a menudo agresivo, des-
lizaba comentarios sobre libros recientes. En esa
tarea le ayudaban Yerovi, Federico More, Félix del
Valle; a ratos, seguramente Valdelomar y Alfredo
Gonzalez Prada. El Mosquito resultaba un vaciadero
del chismorreo limefio, pero con gracia. En sus p4-
ginas aparecio una célebre informacion titulada “Los
cacaneros de la rifa’, enderezada toda ella contra
202
eZ
la familia Mir6é Quesada, propietaria de El Comercio.
También en esas columnas se acufiaron apodos im-
perecederos: “El loco manso de Santa Teresa” al
presidente Pardo; “Pisa Blandito” al canciller En-
rique de la Riva Agiiero; “Triguerito” a Aurelio
Garcia y Lastres, ministro de Pardo y banquero. A
Victor Matrtua “Zambo y medio”; a Antuco Gar-
land “El pobre Antuco”’; a Félix del Valle “Sansato”
(por Southampton, en donde fue cénsul); a Valde-
lomar, el joven “Caucato”. Apodo nada peyorativo;
al revés, casi emoliente. Cuando aparecieron Las voces
multiples, Alcorta les cambio el titulo y la serenidad
con la alteracion de una sola letra: Las coces milti-
ples. La critica literaria de Alcorta se parecia mucho
a la de Antonio de Valbuena, el autor de Ripios ultra-
marinos y Ripios académicos; y algo también a las
insolencias zoilescas de Emilio Bobadilla (“Fray Can-
di”) y Luis Bonafoux, dos antillanos de moda en
Madrid.
Retrocedamos un poco. A mediados de 1915, el po-
der del presidente provisorio, Benavides, o sea, el de-
rrocador de Billinghurst, habia perdido importancia.
Seguro de un fracaso electoral a corto plazo, pues
su candidato, el general Pedro E. Mufiz, hombre de
innumerables virtudes y de indudable conciencia
civil, no levantaba vapor, accedié a que el civilismo
importara de Biarritz y San Sebastian, donde pasaba
su nada aburrido exilio, al presidente Pardo, perso-
naje tan empingorotado y discutible. A fin de devol-
verle la actualidad, le ungieron rector de la Univer-
sidad de San Marcos, aprovechando la coyuntura de
la renuncia del rector Luis Felipe Villaran, por ha-
ber optado, ante una incompatibilidad legal, seguir
siendo vocal de la Corte Suprema y no rector. Como
era dificil romper con e] caballeroso, ingenuo y es-
forzado Mufiiz, se urdié la farsa de una convencién
de partidos, a cuya tercera eleccion saliéd ungido en
203
mayoria don José Pardo. Muniz reconoci6 en el acto
la victoria de su rival y amigo.
Desde luego, todo denunciaba la debilidad crecien-
te del régimen benavidista. Y por lo tanto se alboroto
el ejército. El comandante Ferreccio se levanté en
Huaraz y se proclamé “presidente provisorio”, por
lo que Valdelomar publicé unas “Palabras” titulada
“Los dos provisorios” y una letrilla titulada “El de
Huaraz’. La letrilla que aparece en la seccién “Pa-
labras” y que revela auténtico vuelo satirico dice
asi:

EL DE HUARAZ

El connotado y notorio
perentorio,
transitorio
Provisorio
de Huaraz,
al galope de una yegua
que, sin tregua,
legua y legua
va tragandose al azar,
ha pasado
—j desdichado !—
por las puertas de Chiquian...
Casi mustio por el dolo,
casi solo,
con un cholo
que le sigue por detras,
va fugado en marcha ruda
triste y muda
sin la ayuda
de alma alguna de esta viuda
(jde esta vida!) que la viuda
(que una viuda de Huaraz)...
Va bebiéndose el camino
204
que mohino,
repentino
ha tenido que emprender,
sin tener otras ventajas
que sus bajas
y las bajas de las cajas
que ha podido sorprender...
Va impalpable, como un duende...
(Ya se entiende
si Ferreccio lo sorprende
lo que ocurre a la sazon),
va viajando,
galopando,
reventando,
caminito de Monzon...
Desde alli quiza, genial
volvera a la capital;
desde alli quiza genial.
Toma rumbo hacia el Brasil;
desde alli quiza...quiza,
sabe Dios a donde ira...
Pero doquier que vaya
(si antes no le pone a raya
la fuerza que va tras él),
tras su campafna brillante,
mas la viuda acompanante
y el dinero resonante,
haraé un sonante papel...!

En cuanto al articulo “Los dos provisorios” tiene


fecha de octubre de 1915. En ese articulo habla di-
rectamente de castigar “a los asesinos del General
Varela y a los asesinos del Comandante Ferreccio”,
aparentemente personajes del elenco de Benavides.
Reanudemos el relato. A fines de 1916, llegaba a
Lima el cartel de toreros que nos distraeria en Acho.
1 La Prensa, 22 de agosto de 1915, p. 2.
205
A su cabeza Rodolfo Gaona, el “Califa de Leén’, y q
con él, Rufino San Vicente, “El Chiquito de Begofia”.
Rodolfo era un mexicano del mero México, de Leén;
ocupaba el rango de gran figura de la toreria, junto
con Juan Belmonte, Joselito G6mez Ortega y Vicente
Pastor. Lima tenia de todo: comedia, pintura, mt-
sica, ballet, toreros, opio, restaurantes variadisimos,
tonadilleras, conferenciantes, propagandistas béli-
cos, una confiteria con muchos espejos (cristal y
luz) y un escritor de muchas sorpresas, dado por el
dueto representativo de la belle époque: eran Valdelo-
mar y el Palais Concert.
No matemos todavia el afio. Robémosnoslo a San
Silvestre. Desde meses atrds, Tortola Valencia se
hallaba en Lima. La gitana de los pies desnudos y
los ojos milagrosos representaba, después del paso
de Felyne Verbist, la victoria de la carne sobre el
espiritu. Tortola tenia unos ojos de abismo y de in-
cendio. Aunque se los malograba decorandolos con
kohl, no con rimmel, y se adobaba el rostro con co-
lorines desapacibles e innecesarios para su estupen-
da morenez; dejaba al paso un rastro de feminidad
auténtica; de hembra sin atenuantes ni embelecos;
bella, lozana, rotunda, sensual y armoniosa. Desde
luego, soliviant6é estérilmente a los buscadores de
carne de teatro, como decia el catedratico Manuel
Bernardino Pérez, experto en tales mercancias, pero
también sublevé e inquieté a los estetas cazadores
de emociones y novedades.
Al llegar diciembre, se dieron inesperada cita en
Lima, Tortola (que anunciaba por décima vez su
partida); Rodolfo Gaona, en la flor de su celebri-
dad; dofa Maria Guerrero y su noble esposo don
Fernando Diaz de Mendoza, conde de Balazote,
acompanados por el director artistico de aquella
compafiia, el poeta Eduardo Marquina, aplaudido au-
tor de las obras de teatro En Flandes se ha puesto el
206
_ sol, Dona Maria la Brava y El rey trovador, y de
Elegias, en los versos. Con Maria Guerrero llegé Car-
men Ruiz Moragas, mujer alta, elegante, bella, ade-
mas de cultivadisima en literatura griega.
Como ocurria en tales casos, los “colénidas’” y
sus amigos se congregaron en torno de ella, colman-
dola de halagos y aplausos. Lo que fuese arte y be-
lleza recibia el pleito-homenaje de los sutiles y arro-
jados porstaestandartes de la ‘‘nueva estética’’.
Finando Ja temporada de Tortola, cuya interpreta-
cidn de la Marcha funebre de Chopin crispaba los
nervios (aunque de contrapunto, su Muerte del cisne
dejaba mucho que desear por el excesivo volumen
de esta hispdnica ave jupiterina), resolvieron ofre-
cerle un agasajo en el restaurante del parque zoo-
l6gico. Seguin las crénicas de la época, concurrieron
al agape Eduardo Marquina, Valdelomar, Malaga
Grenet, Mariategui, Félix del Valle, Antuco Garland,
el joven Alberto Hidalgo, Emilio Delboy, Eduardo
Zapata Lopez, César Falcon, Ladislao F. Meza, En-
rique Casterot y Arroyo, Enrique Bustamante y
Ballivian, Augusto Aguirre Morales, y entre los
amigos no liberales, Augusto Pefaloza y Antonio
Roger Martin, Al terminar e] té, después de las pa-
labras de Tortola, que las dijo muy en cani, Valdelo-
mar, Maridtegui e Hidalgo resolvieron escribir un
soneto a seis manos, es decir, entre los tres, en elogio
a la danzarina. Result6 el siguiente:

V.: Tortola Valencia, tu cuerpo en cadencia


de un gran vaso griego parece surgir.
H.: Y tu alma como una magnifica esencia
embriaga a la mia cual un elixir,
M.: {Ha sido un milagro nuevo de la Ciencia
que ha animado un noble vestigio de Ofir?
V.: Td eres el milagro, Tortola Valencia,
marmol, vaso griego, Tanagra, zafir.
207
H.: La América ruda de quechuas salvajes
con voz te saluda de bravos boscajes.
M.: Y su voz es canto, rugido, oracion.
Y en la selva virgen de este Continente
eres bayadera venida de Oriente
cual los Reyes Magos de la tradicion.

Eduardo Marquina extendid notarialmente un


“Ante mi” y dejé su firma.

Pese al notorio aroma chocanesco de algunos de


los versos, y a la insistencia en el alejandrino fran-
cés, con agudos en las puntas, el improntu refleja
con certeza la coherencia estética del grupo y su
animo de alentar, extender y crear en ello belleza
donde estuviese al alcance de sus manos. Iba a em-
pezar el verano de 1917.

2 Cfr, El Tiempo, Lima, 21 de diciembre de LOVE Sp eese


208
XII. COLONIDA:

“EL DERECHO AL PLACER Y LA LIBERTAD


DE MATARSE” (enero - marzo de 1916)

Colonida no fue un grupo, no fue un


cenaculo, no fue una escuela, sino un
movimiento, una actitud, un estado de
animo.

JOSE CARLOS MARIATEGUI, Siete Ensayos,


Lima, 1928, p. 209.

LA HAZANA de Colénida consiste en que, habiendo sido


en lo material muy poco, practicamente una revista
efimera, sin embargo haya alcanzado tan larga, pro-
ficua y profunda resonancia. Las breves, incomple-
tas y en extremo personales explicaciones que al
respecto escribiera José Carlos Mariategui, sdlo pre-
sentan el caso; no lo explican ni alumbran. E] mis-
mo Mariategui trata de hurtar vergonzantemente su
propia actuacién —entonces poeta mistico, cuentista
deportivo, comentador politico— para subrayar su
actitud posterior, la de 1928, cuando habian pasado
doce afios (equivalentes a cincuenta) de aquella
aventura polifacética, decadentista, en mucho lirica
y un tanto fanfarrona que fue Coldnida.
De hecho se trata de una revista literaria que
public6é sdélo cuatro nimeros: el primero, el 18 de
enero de 1916; el segundo, el 19 de febrero; el ter-
cero, el 19 de marzo, y el cuarto y Ultimo, el 19 de
mayo. O sea que entre el primero y el segundo nt-
209
mero mediaron doce dias; entre el segundo y el ter-
cero, treinta, y entre el tercero y el] cuarto, sesenta.
En consecuencia tuvo una periodicidad nula. Col6-
nida empez6 como quincenario, siguid como mensua-
rio y concluy6 como bimensuario. Los tres primeros
nimeros ostentan el nombre de Abraham Valdelo-
mar como director; el cuarto no lleva nombre de
director: se presume que lo fuera el violento, talen-
toso y atrabiliario Federico More Barrionuevo.
Por otra parte, los tres primeros nimeros llevan
como portada sendos retratos al carbon ejecutados
por “Abraham”, o sea, por Valdelomar. Son los de
José Maria Eguren, José Santos Chocano y Percy
Gibson, tres escritores, tres poetas, tres admirados
de “El Conde de Lemos’. El cuarto ostenta una fo-
tografia, no de un poeta, sino de un politico y cate-
dratico, de quien More estaba muy cerca: Javier
Pardo y Ugarteche, en esos dias rector de la Uni-
versidad Mayor de San Marcos. Debemos por tanto
subrayar el contenido de los tres primeros nimeros,
y contrastarlo con el cuarto en el que, empero, apa-
rece una colaboracién de Valdelomar: “Omega la
calavera, mi amiga’’. E] resto de ese ntimero, salvo
las paginas de los Gonzalez Prada, padre e hijo, tie-
ne marcado sabor sureno; colaboran More (de Pu-
no), Gibson (de Arequipa), Aguirre Morales (de
Arequipa), Rivero (de Ica), Valdelomar (de Ica),
Rodriguez (de Arequipa).
Ademas, en Colénida aparecen, en dos de log cua-
tro numeros, articulos sobre t6xicos y paraisos arti-
ficiales, preocupacién no soslayable. En el nimero
segundo el doctor Roberto Badham, médico y perio-
dista, publica un trabajo sobre “Los téxicos en la
literatura y en la vida’?! que no continta en el nt-

1 Colonida, Lima, ano I, numero 2, 15 de febrero de


1916, pp. 29-32.

210
*y

mero tres a pesar de haberse anunciado asi; en el


numero cuatro, la “Falsa caratula”’ es una diatriba
contra el alcohol, pero casi a favor del opio y el éter:
deben ser usados por todo ‘el que los necesita’”’.2
Aunque no sea éste el aspecto central de la
revista, tampoco se le puede poner de lado. Es
efectivo que en ese tiempo se apoder6 de cierto sec-
tor de la juventud intelectual el uso frecuente de
opio, morfina, éter y a veces cloretilo. Los ‘“colé-
nidas” consideraban que el alcohol —adngel malo de
Poe y Verlaine a quienes adoraban, y de Dario, a
quien seguian sin confesarlo— era un vicio vulgar
y, por vulgar, o sea por vulgarizado, peligroso, des-
preciable y condenable... Badham trataba, en su
articulo, de poner de relieve el aspecto novedoso
del uso de ciertos toxicos. Seguin él:

el mundo harto ya de los romances sentimentales


y de las oscuras elegancias de los simbolistas, de
las pornograficas fotografias, del naturalismo y
de las rimas hieraticas de los parnasianos, bus-
caba en lo raro una nueva fuente de belleza y
sensaciones.*

Como el mundo (“eternamente nifio”) adora siem-


pre a los seres quiméricos e irreales, la nueva “re-
ligién” cundi6;

sélo que hélas! la moda literaria pasé y el culto


por las drogas, entronizado por aquel rapto de
snobismo, ha quedado como un vortice peligroso
que no pueden bordear los individuos débiles de
voluntad o enfermos de esas tristezas sentimen-
2 Colénida, Lima, afio I, numero 4, mayo de 1916, pp.
By Ay Ale
3 Colénida, Lima, afio I, numero 2, 15 de febrero de
1916, p. 29.
a11
tales de que tan abundantes andan hoy estos tiem-
pos malsanos.

Justifica Badham, digo, el doctor Badham, médico


de la marina de guerra del Pert, el ansia de buscar
refugio en las drogas.4 Explica literariamente los
efectos del alcohol: “Los borrachos desacreditaron el
alcohol y por elegancia hubo que buscar otra cosa.” ’
Prosigue hablando de la cocaina; alli se detiene el
estudio cuya publicacién quedé interrumpida. {Por
qué?
El editorial del numero cuatro es ya casi una pro-
clama promorfina y opio:

LEI vicio? jlos vicios? jel cloretilo que empa-


lidece? (?) jel opio que abulifica! jE] éter que
trastorna! Si, senores mios, nadie dice que no se
combatan estos habitos de usar t6xicos, pero para
ser consecuentes, es preciso gritar contra la cantina
que aplebeya, contra el alcohol que degrada. El opio
guarda nobles estimulos intelectuales, en el éter
hay profundas agudezas de emocion, y el clore-
tilo, que no empalidece, no, queridos apdostoles,
prende en el alma vivezas y agilidades que el filis-
teo jamas sospechara.®

Continta el] editorialista:

El usar toxicos ya pasé de moda y el que ahora los


usa es porque los necesita, Los necesita con necesi-
dad espiritual o por motivo de placer. Porque, su-
pongo, oh! apdstoles, que no querréis decirme que
una cosa es necesaria sdlo cuando es saludable.

4 fbid.,; ps 30:
DS Tkiekeeaay, Sil
8 Colénida, nimero 4, p. 3.
212
Este editorial que por primera vez firma “Col6-
nida”, o sea la colectividad revisteril y nadie en par-
ticular, termina con una boutade totalmente pour
épater les bourgeois, y al margen (si no contra) del
codigo penal vigente:

Combatid el alcohol. Aunque a vuelta de moralida-


des, existen, sagrados, el derecho al placer y la
libertad de matarse.

En realidad, la revista cumplié lo prescrito en ese


editorial, lo predicado en ese nimero: usé de su
derecho al placer y la libertad de matarse: es decir,
primero goz6 y se mato después.
El] episodio tiene mas alcances de los hasta alli
previsibles. En febrero de 1916 muri6é Rubén Dario,
“nadre y maestro magico” de toda esa promocion.
Salvo Enrique Carrillo (“Cabotin’) que lo hizo
sobre su firma, ni Valdelomar, ni More, ni Gibson,
ni Maridtegui, ni Gonzalez Prada, ni Aguirre Mora-
les, ni Eguren, ninguno lamenta en Coldénida, como
era de esperarse, el deceso de Rubén. Fue asi, tal
vez, porque Rubén amaba “el alcohol que degenera”’.
No; habria que hallar otras causas y entre ellas
quiza hubo otra: la adhesion casi idolatrica de los
“colénidas” a Chocano, y al implicito debate plan-
teado en torno de la inttil querella sobre quién era
“el poeta de América’, en la que participaron los
admiradores de Rubén y los de Chocano. Valdelo-
mar y More eran fieles seguidores de su compa-
triota; lo era también, en gran parte y confesamente
en ese tiempo, un nuevo poeta, César A. Vallejo.
Como se ve, los Aangulos desde los cuales puede
mirarse a Colénida se renuevan cada dia. Soy de los
que creen en lo casi inédito de este tema. Deberia-
mos rodearlo a plena trompeta para ver de derribar
sus murallas.
213
More es explicito al respecto en algunos parrafos
de su apasionada y flagrante diatriba contra Ven-
tura Garcia Calderon.
En dicho articulo, “La hora undécima del senor
Ventura Garcia Calderén Rey” (Colénida, nimeros 2
y 3), More (que pretende rectificar la fecha exacta
del nacimiento de Chocano ocurrido en 1875, como lo
dice “V.G.C.” y no en 1879 como More suponia) exal-
ta al poeta de Alma América, y en cuanto a Valdelo-
mar, expresa lo siguiente:

y V.G.C. llama incipiente (pero era en 1914, L.A.S.)


a Abraham Valdelomar; incipiente al que ha es-
crito “El caballero Carmelo”; cuento que don
Ventura no hard jamdas, cuwento que es orientacion
de nuestra literatura de manana; cuento donde
vivimos nuestra vida, la de nuestras costas llenas
de sol, de mar y de sencillez; cuento hermosisimo
por el calor humano de su verbo y la técnica de
su expresidn artistica.

Aparte de estas afirmaciones de More, todas ellas


justas y premonitorias, aquel articulo suyo refleja
un sentimiento comtn a gran parte de su grupo
frente a la promocién anterior, con la cual Valde-
lomar tendié un puente cordial. En efecto, la amistad
publica y privada de Abraham con Riva Agiiero, La-
valle, Galvez, representativos de] “Novecientos”, fue
ininterrumpida y sincera, No asi con Ventura Gar-
cia Calderén de quien se mofé a veces (pero sin
acritud) y a quien trat6 durante la permanencia de
éste en Lima (entre 1910 y 1911) y acaso (muy
dudoso) antes de 1905 en que Ventura parte hacia
Paris.
Como hombre consciente de su valer, Abraham
sonreia picara e indulgentemente frente a todo re-
nombre, viniese de donde viniere, Por eso, cuando
214
“aR

ocurrid su muerte, el Mercurio Peruano, dirigido por


Victor Andrés Belatinde, otro miembro del grupo del
“Novecientos’’, rindié pleito-homenaje al autor de El
caballero Carmelo. No asi More: su actitud general
y aquel articulo revelan increible provincianismo,
deplorable rencor, intolerable jactancia y, en cierto
modo, podria interpretarse, aw rebours, como virrei-
nalismo limefiizante por lo abarrocado y solemne de
la frase.
En realidad, los mayores reproches de More a Ven-
tura Garcia Calderon se refieren a su olvido o pre-
terici6n de muchos escritores arequipefos y pune-
nos, asi como al hecho de prescindir de ciertos
periodistas sin obra reunida, desperdigada en los
diarios y, por lo general, de marcado caracter pan-
fletario. De alli que el “golpe de estado” que sig-
nificaba el numero cuatro de Colénida, no sélo tras-
firid al grupo un tono inttilmente escandaloso y
provocador sino que significé, por la contradiccién
vitanda que entrafiaba, un reto insostenible y el cese
casi inmediato de la revista.
Al respecto, convendria recordar que no todos los
“colénidas” observan la misma conducta frente a
sus predecesores inmediatos. Asi, por ejemplo, de-
jando aparte a More, ululador vocacional, seria util
destacar los casos de Gibson y Mariategui.
Maridtegui, seis afios menor que Valdelomar y
cinco. menor que More, acababa de ingresar en la
vida literaria liberandose de la servidumbre de un
empleo administrativo en su diario, La Prensa. Se
inicid como poeta mistico y, naturalmente, fue pesi-
mista y melancélico, Anuncié durante mucho tiempo
un libro titulado Tristeza que no llegé a salir; sdlo
publicé tres sonetos: “Los psalmos del dolor” (con
“py” antes de “salmos”, para obtener mayor distin-
cién o aristocracia). Ademas, Mariategui entregé
entonces a la escena el drama Las tapadas, en verso
215
evocativo, escrito en colaboracién con “Julio de la
Paz’ (seudénimo de Julio Baudoin). Mariategui
compartiria en seguida, bajo el marbete de “Manlio”,
la paternidad de los “Didlogos maximos”, cuyo otro
interlocutor (y autor) seria “Aristipo”’, o sea, Valde-
lomar.
En cuanto a Percy Gibson, arequipefio amigo de
Abraham desde 1910, recibié el resonante espaldarazo
de Colénida al publicar ésta su largo, entonado y
semiépico poema civil Evangelio democrdtico (nume-
ros 8 y 4), perteneciente a la misma familia de Jor-
nada heroica que aparecié a fines de abril de 1916.
Gibson era empleado de la Biblioteca Nacional a
las érdenes de Gonzalez Prada, quien lo enfrent6 en
1912 a Alberto J. Ureta y a Clemente Palma, a raiz
del escandalo biblio-politico-literario que suscité la
violenta renuncia de Ricardo Palma y en su rem-
plazo el nombramiento de Manuel Gonzalez Prada.
Como Valdelomar fuese admirador del primero y
apasionado discipulo del segundo, cuando se trat6
de elogiar a Gonzalez Prada —lo que hizo More—,
se las ingeniéd para que paralelamente, en estratégico
pendant, se alabase también al autor de las Tradicio-
nes peruanas. En efecto, en el numero tres de Colénida
(pp. 86 y 87) bajo el rubro de “Quincena literaria”’
se inserta un muy suelto articulo titulado: “Don
Ricardo Palma” y, vis a vis, otro titulado: ‘Manuel
Gonzalez Prada”. Este ultimo lo firma “F.M.” (Fe-
derico More), quien saludaba la reposicién de don
Manuel en el cargo de director de la Biblioteca Na-
cional, al que renunciara el 15 de mayo de 1914 como
protesta contra la cuartelada del coronel Benavides
y del comandante C.E. Pardo. More se refiere a M.
G.P. como la “eminentisima i tan gloriosa persona-
lidad del Apdstol, del Poeta, del hombre de bien, del
Sumo Artista”, y utiliza la “i” como conjuncién copu-
lativa. El ditirambo a Ricardo Palma alude a “la
216
gloriosa cabeza del poeta’. La equidistancia anterior
es uno de los signos valdelomarianos, duefio de un
sano equilibrio estético.
De conformidad con las caratulas de los tres pri-
meros numeros de Colénida y de acuerdo con el tono
de las poesias recogidas en sus paginas, puede afir-
marse que los poetas predilectos del grupo fueron
Eguren, Chocano y Gibson. Se explica: Eguren —cuya
La cancioén de las figuras aparece en 1916— encar-
naba la reaccién contra la poesia anecdotica de que
Chocano era paradigma; representaba el postmo-
dernismo y un neosimbolismo todavia no bien exa-
minado. Chocano —el gran ausente— era emblema
del “novomundismo” al que Valdelomar prestaba
oidos por su contenido optimista geografico-nacio-
nalista-continentalista. Gibson tendia a crear una
poesia sin énfasis, de nitida estirpe civil y criolla.
Chocano, que poco antes habia publicado el volu-
men Puerto Rico lirico (1914) y que se hallaba en
el vortice de la Revolucién Mexicana, volvia a llamar
la atencién de los lectores peruanos con dos compo-
siciones magistrales: “Playa tropical” y “Sinfonia
heroica”’, dos muestras inolvidables.
La presencia de los tres poetas y la colaboracién
del prosista Enrique Carrillo (“Cabotin’”) (ntmeros
1 y 3) indican la subsistencia de un vigoroso vincu-
lo entre las promociones nacidas entre los afios
1875. y 1890. Ain mas, tocante a don Manuel Gon-
zalez Prada, con los nacidos alrededor de 1850.
Particularmente, Valdelomar conserv6é con inde-
clinable valor su respeto a las gentes de ayer, bien
fuese a Palma, nacido en 1833; a Gonzalez Prada, en
1848: igual que a Vallejo, nacido en 1892; a Hidalgo,
en 1897; a Mariategui, en 1894, y a Porras, en 1897:
el talento, no la generacién, era lo que para él] valia.
La colaboracién personal y directa de Abraham en
Colénida se reduce a: dos “Falsa caratula” (nimeros
217
1 y 2); un reportaje a Santos Dumont (numero 3) ;
“Omega” (nimero 4), y un “Cuento yanqui” (nime-
ro 2). En cada caso, Abraham se impone con su ele-
gancia, su ternura y su sencillez creadora; asi como,
en ciertos pasajes, con su yoismo y su voluntario
sofisticamiento.
Las dos “Falsa caratula” (de ningtin modo se trata
de un seudénimo, como creyé Angeles Caballero), se
refieren a un ladronzuelo de flores y a Sor Candida.
La primera se desarrolla en el parque de Neptuno,
donde

al creptsculo (cuando) el sol occiduo patina


de oro los frondosos ficus y torna rosadas
flores lilas de los jacarandas

solian encaminar sus pasos aquellos jovenes snobs a


quienes se debié la nueva y armoniosa entonacion li-
teraria de la época.
La segunda “Falsa cardtula” lleva como rétulo el
de “Sor Candida’. Est4 en el mas tipico estilo moder-
nista y evoca el Sonnet des voyelles de Rimbaud, la
Sinfonia en gris mayor de Dario y las adjetivaciones
coloristas de Hugo y Gautier que provocaron el son-
rilente rechazo de don Juan Valera. Hugo habia dicho:
Vart c’est Vazur. Dice Abraham de la celeste protago-
nista de la alada crénica:

Se llamaba Sor Candida. Su voz tenia un sabor


azul. Su mirada evocaba las duleces miradas de los
angeles en los frescos de Fra Angélico. En sus la-
bios de una antigua aristocracia, habia perenne
gesto de piedad para todos los males del mundo;
y sus manos, lirios de pureza, fueron dignas de
curar las heridas en el sangrante cuerpo del Divino
Jests. Reclusa por inspiracién, no odiaba al mun-
do; su alma verdaderamente selecta, concebia una
218
estética swprema, en la que toda obra de arte era
manifestacién del Creador. Amaba las plumas, re-
galabase contemplando el terciopelo regio de las
damas que la visitaban; exaltaba su elegancia, y
les rogaba que fueran a verla con sus mejores ata-
vios. Gustaba de los creptisculos, se encantaba con
los paisajes, placia de la pintura, amaba los versos
y, a través de toda manifestacién artistica, veia la
inefable mirada de Dios.
Su vida fue un poema. Sor Candida era el lirio del
claustro que decoraba con su silueta esbelta, con
la imponderable belleza de su cuerpo lineal, con el
amor dulcisimo de sus ojos himedos, con el arte
insuperable de sus manos largas.

Concluye asi este pequefio poema en prosa:

Sobre la tierra piadosa que cubre tu cuerpo blan-


co, bello y puro caiga en los amaneceres el rocio
del cielo y florezcan en perpetua primavera, nar-
dos, lirios y azucenas castas.

j Perfecto elogio, mas cerca del epitalamio que del


epitafio! Valdelomar “comete” alli, uno a uno, todos
los pecados y los aciertos del modernismo.
Aquella “voz de sabor azul”. Junta en un tropo, de
los llamados en haz, sensaciones auditivas, gustativas
y visuales: un sonido con sabor a color. Pero, antes
que eso —y no era poco— sobresale el cauto, melo-
dioso, certero y elegante catador de sensaciones y
vocablos. Bastaria examinar los parrafos trascritos
y compararlos, si se quiere, con los de El caballero
Carmelo para darse cuenta del temple literario de
Valdelomar.
El reportaje ‘“Breves instantes con Santos Dumont’,
con que se abre el tercer numero de Coldnida, retrata
al autor, al poseur, al periodista literario y snob, qui-
219
zas a ratos cursi por no decir huachafo. A fin de
reforzar su elegancia, Valdelomar taracea de giros
franceses la entrevista. No lo hace bien. Con visible
mala suerte perpetra deplorables errores ortograficos
como usar enchantée (femenino) en vez de enchan-
té (masculino) al referirse a Santos Dumont (mas-
culino) y a si mismo. Emplea, ademas, un grand sin
“dq”? (que puede ser una errata) asi como LEtates
por Etats, lo que me hace recordar las faltas en
ortografia francesa que hallé en una dedicatoria
de Album firmada por Abraham y que trascribe la
“Chanson d’Automne” de Verlaine, para una dama que
me parece fue Gabriela Urvina, eximia pianista y
bella mujer de quien he hablado ya.
Prescindo del “Cuento yanqui”’ (del segundo nt-
mero de Colénida) para detenerme en “Omega la
calavera, mi amiga’, cronica o elegia que corres-
ponde a algo real. Valdelomar efectivamente tenia
sobre su mesa de trabajo en su cuarto de La Prensa,
una pequena calavera de origen quiza incaico. De
acuerdo con el alfabeto griego, la llamé “Omega”,
la ultima letra, opuesta a alpha, la primera; omega,
pues, o sea el final de todo.
Como de costumbre, alli Valdelomar insiste en el
tema de la muerte, su obsesién desde la adolescencia.

Omega, mi intima confidente, ti conoces mi


escritorio: cuatro metros cuadrados; un gran pa-
raso] de la China, dragoneado de ptrpura y oro,
poblado de aves inverosimiles de Tseng Tseng,
protege la salida poblada de mi estancia. Soste-
nida por alfileres, viva, fija, inmoral, sobre el
verde mural, la humanidad mira, mi gran mundo
intimo, la humanidad de mi corazén. Retratos de
mujeres, de palacios, de marmoles; estatuas, pai-
sajes italianos donde los pinos taciturnos evocan
la fina Florencia.
220
Es una pagina sobria, lirica, descriptiva, bella y
premonitoria. Aparte de lo dicho, Colénida se ocupa
de otros asuntos. Reivindica como peruano a Nica-
nor della Rocca de Vergallo, el misterioso poeta de
Le livre des Incas (Paris, 1879); expresa su adhesién
a José Enrique Rodo a proposito del justo y acerbo
comentario de éste al insdlito anatema lanzado contra
su “Cristo a la jineta” (inserto en El mtrador de Prés-
pero) por una junta episcopal presidida por “Carlos,
obispo de Trujillo”, o sea por monsefior Carlos Gar-
cia Irigoyen; reproduce el corto y magnifico ensayo
de Enrique A. Carrillo (‘“Cabotin”) sobre Eguren.
Pero lo esencial de la revista se halla en los poemas
y articulos del grupo Colénida y muy principalmente
en los de su indiscutible abanderado “El Conde de
Lemos” y su mas obsecuente acolito, “Juan Croni-
queur”’, o sea José Carlos Mariategui, enfermo de
misticismo, amor y melancolia,
Finalmente, seria oportuno glosar dos notas que
aparecen en Coldénida. La una, en el ntmero tres,
firmada por Abraham y referente a las exposiciones
de Franciscovich y de Roura de Oxandaberro, el clou
artistico y polémico de la época; y la otra, en el
numero cuatro, sin firma, acerca de Las _ voces
multiples. Ambas notas abren un ancho campo a
rivalidades, disputas y definiciones. Junto con la
monologal polémica Valdelomar-Lépez Albtjar, esas
dos opiniones dan pie para otras mas detenidas y
fecundas consideraciones sobre aquel momento. Con-
sideraciones que ahora, trascurridos los afios, em-
piezan a tener, como Nietzsche decia de la historia,
un macabro caracter inactual, extemporaneo y, por
tanto, de aleccionante perennidad. Empero, al exa-
minar tales disputas advertiremos, de primera inten-
cién, algo muy singular: Valdelomar lanza una
idea, propone un enunciado, inicia un debate y en
seguida, mientras los demas se afanan, él se hace
221

a un lado y contintia creando. Curiosa actitud: él,


tan definitivo en actitudes y resoluciones, como que
rehuia los enojos y molestias de una friccién cons-
tante. Podria también pensarse que, sintiéndose por
encima del ambiente, se contentaba con lanzar una
tesis y dejaba a los demas el trabajo de probarla,
aprobarla o desaprobarla. Todo eso lo vamos a ver
en seguida a la luz de los contextos mismos de esos
debates.

222
XIII. POLEMICAS, “FUEGOS FATUOS” Y OPIO
(Marzo - Junio 1916)

EN EL numero tres de Colénida1 aparece una breve


cronica de Valdelomar titulada “Exposiciones Rou-
ra de Oxandaberro y Franciscovich”’. Comienza del
siguiente modo:

Entusiasmado por la visién de los cuadros del


pintor catalan Roura de Oxandaberro, escribi
hace algunos dias en La Prensa de esta capital,
un notable articulo sobre cuestiones de Estética.
Quienes hayan tenido la suerte de leerlo, com-
prenderan que al escribirlo sélo quise al mismo
tiempo que fijar algunas ideas en beneficio y
provecho de nuestros criticos desorientados, para
que les sirvieran de norma y guia, devolver en
elogio caluroso, y sincero agradecimiento, las sen-
saciones inefables que el arte del catalan me
produjera.

Primeramente débese advertir que, aparte del yois-


mo risible y casi intolerable de algunas expresiones,
conviene pensar que quien asi, incondicionalmente,
se rinde al arte impresionista y un tanto abigarrado
de Roura, era un critico fino y enterado, que habia
absorbido en Italia y Francia las inmortales esen-
cias del arte en todas sus manifestaciones y ten-
dencias. No podria achacarsele miopia pictorica. El
era un dibujante y un pintor experto y sensitivo.
Habria que atribuir tales exageraciones a un estado

1 Colénida, Lima, 19 de marzo de 1916, pp. 40-41.


223
emotivo o a algin fin premeditado. Si continuamos
leyendo el articulo y lo comparamos con los de A\l-
fredo Gonzalez Prada y José Carlos Mariategui sobre
el mismo tema, comprenderemos qué es lo que de-
seaban producir y demostrar los “colénidas” a tra-
vés de sus sistematicas alabanzas a Roura de Oxan-
daberro.
Episodio tan baladi sirvid para presentar en toda
su desnudez un inaplazable pleito de generaciones,
un esencial deslinde de temples. Participaron en la
discusién Valdelomar, Alfredo Gonzalez Prada y
José Carlos Mariategui, enarbolando a Roura como
estandarte; Tedfilo Castillo, Clemente Palma, Luis
Varela (‘Clovis’), en el bando de Franciscovich:
escisién cronolégica, delimitacién estética, guerra
civil de las edades y los gustos.
Franciscovich, pintor argentino, de mediana edad,
-expuso en la Casa Brandes de la calle Mercaderes;
Roura, catalan, residente en Guayaquil, despleg6é sus
telas en el local de la Sociedad Filarmoénica, calle
de Divorciadas. Resultaba una competencia entre el
Jiron de la Union y el Jirén Carabaya.
Franciscovich manejaba un pincel suave y suelto;
estaba especializado en cielos azules, en supuestos
paisajes del Titicaca, grandes, armoniosos, de nubes
blancas y leves; Roura de Oxandaberro era un pin-
tor de brocha impresionista, generoso en la cantidad
de pintura y la violencia de los contrastes; aman-
te de los rojos vivos y los verdes detonantes, del
bermellon, del cadmio, del verde esmeralda y del co-
balto. Mientras uno pintaba la costa y la puna —casi
iguales segun él— el otro se dedicaba a la selva.
No, las exageraciones de Valdelomar eran dema-
siado teatrales para no tener intenci6n. El habia
visto y admirado los cuadros de los grandes maes-
tros europeos: no podia engafiarse, aunque si tratar
de seducir a los demas. Por eso es indispensable
224
pensar dos veces cuando uno lee la nota de Colénida
en la que Valdelomar defiende su articulo de La
Prensa al que califica desmesuradamente de ensayo.
Dice por ejemplo:

Alrededor de aquel “ensayo” se han tejido in-


numerables comentarios, se han argiiido necedades,
se ha falseado el porqué del estudio...
Yo no he encontrado malo a Franciscovich. Lo
encuentro deplorablemente fragil. Su pintura es bo-
nita, que es lo peor que puede ocurrirle a artista al-
guno. Es monotono. El simpatico pintor podra
tener una gama policroma, sus cielos seran agra-
dables, su técnica gramaticalmente buena —pas-
sez-le mot—; sus marcos deliciosos, pero lo tni-
co que no hay en ellos es alma. El ve el paisaje,
pero no lo siente. Y esta definido.
Roura de Oxandaberro es un temperamento per-
sonalisimo. E] es él. Sus cuadros son inconfundi-
bles. Hay algo, ese algo que hay en todo el que es
artista y que no se parece a los demas. Pretender
que ese cuadro grandazo que se llama Hl Lago
Titicaca sea el lago Titicaca, es necio Yo conoz-
co el lago Titicaca. El paisaje es asi: un cielo
gris, donde las nubes caminarian pesadamente
como desenvolviéndose en un ansia infinita (den-
tro va el rayo), unos cerros morados como cada-
veres descompuestos, unas aguas oleosas, casi
negras con glaucos oleajes; extensos juncales
bordeantes; melancolia intensa; frio de muerte;
silencio de tumba; tristeza peruana; y, cuando
hay Sol, ese viejo Padre nuestro es majestuoso y
grave, pero no jugueton, frivolo ni alegre...

Se trata de un comentario serio, equilibrado, ve-


raz, Salvo el alarde inicial, todo en é] indica reposo,
meditacién, hondura. No se olvide que Valdelomar
225
era un conocedor. Su entusiasmo por Roura de Oxan-
daberro tiene, pues, limites. Admiraba el alma, mas
no la ejecucién de sus cuadros; en Franciscovich
respetaba la ejecucién —y los marcos—, pero la-
mentaba que careciera de alma.
Yo vi ambas exposiciones. A través del tiempo, mi
recuerdo las ha venido depurando. Ninguno de los
dos pintores merecia el honor de tanta publicidad
ni de tanta polémica. Conoci a Roura en Guayaquil,
casi quince afios después. Era un hombre inquieto,
vivaz, enamorado de su arte. Dibujaba a pluma; me
obsequid uno de sus apuntes. Evocamos entonces
aquella Lima apasionada y sofisticada del ano dieci-
séis. Sonrié tiernamente ante el recuerdo de Valde-
lomar, Mariadtegui y Alfredo Gonzaélez Prada. En
verdad, su espiritu merecia aquel brioso y lejano
elogio; su ejecucion, no.
Tedfilo Castillo (1857-1922) era el fiscal de
nuestras artes plasticas, como Clemente Palma lo
era en el campo literario. Castillo se habia especia-
lizado en una pintura descriptiva fin-du-siécle. Su
mas famoso cuadro era uno que representaba el
choque de dos calesas, ilustrando una tradicién de
Palma, Pintaba retratos “muy convencionales”, pero
conocia bien su oficio, le métier. Semanalmente pu-
blicaba en Variedades un comentario sobre algtin
hecho artistico en el campo de la plastica. Divul-
gador generoso del arte, acab6 desengafado y solo
en la reptblica Argentina. Habia nacido en Car-
huaz.
La polémica que tom6 como pretexto las exposi-
ciones de los pintores mencionados, era un preludio
de otro choque: el de “El Conde de Lemos” con
“Sanson Carrasco”, o sea con Enrique Lépez Albi-
jar, mayor que Clemente Palma y Chocano.
Como suele ocurrir, las tendencias discrepantes
deben medirse y ventilarse alguna vez. Asi se afir-
226
a
man y confirman las ideas y los gustos. Pese a su
rebeldia sistematica, contra todo y contra todos,
Colonida no pudo faltar a tal regla.

En el numero cuatro de Coloénida aparece una crénica


festiva acerca de la publicacién de un libro colec-
tivo de versos bajo el titulo de Las voces miltiples.
Seguin se cuenta alli, una tarde se reunieron en La
Prensa, en la pieza de Abraham, siete escritores:
“El Conde de Lemos”, Pablo Abril, Hernan C. Be-
llido, Antonio G. Garland, Alfredo Gonzalez Prada,
Federico More y Alberto Ulloa Sotomayor. De la
conversacion surgié la idea de coleccionar ocho poe-
mas de cada uno en un solo volumen. Estaban discu-
tiéndolo cuando entré el “chino” Valle; con él se
completaron también ocho autores. Bellido se resis-
tia a entregar sus versos. No le convencieron de que
no todo debe ser fortaleza fisica (Bellido era un
excelente boga y miembro del humoristico club es-
tudiantil de ‘Los Antropdfagos”) y que debia lucir
las flores de su lirico ingenio.
Se trataba, pues, de una reunién de amigos de La
Prensa, Esto explica en parte la exclusién de Maria-
tegui y Falcon, que habian pasado a la tripulacién
de El Tiempo; la de José Carlos Chirif y Eduardo
Zapata Lépez, mas notorios como poetas que algunos
de los ocho ‘‘confabulados”; pero no da luces —sal-
vo la ausencia fisica— acerca de la no inclusion de
Gibson, Bustamante y Ballivian, Rodriguez, Spelucin
y Aguirre Morales. Alfredo Gonzalez Prada se pres-
t6 a buscar editor. Dias después informaba que la
casa Rosay se haria cargo de la obra. Entretanto, el
anuncio de la edicién habia despertado curiosidad
y envidia y, desde luego, la tradicional mordacidad
limena. El semanario Hl Mosquito, que dirigia el agu-
do Florentino Alcorta (ex colaborador de La Nebli-
ma, de Chocano), anunciaba, jugando con las pala-
227
bras, la proéxima edicién de “Las voces multiples”.
A esa broma y otras aludia la informacion de Co-
lonida.
La sefiora Mercedes Rateri de Rosay dirigia la
“Libreria francesa cientifica E. Rosay” de la que
era propietaria. La sefiora Rateri tenia en las venas
tinta de imprenta. Habia sido casada en primeras
nupcias con monsieur Galland, duefio de una libreria
e imprenta en la calle de Palacio, casa especializada
en mapas y textos escolares. Viuda del sefior Ga-
land, dofia Mercedes cas6 con otro compatriota y
colega suyo, el semor Emile Rosay, de quien tuvo
cuatro hijos, dos hembras y dos varones. Una de las
primeras, Lily, eximia pianista (+ 1968) acompana-
ba al violinista italiano Santé lo Priore, asi como a
Préspero Marsicano y al cellista Enrique Fava Nin-
ci. En la libreria Rosay, situada a cien metros de
La Prensa, pero en la calle de La Merced, se reunian
catedraticos, escritores, periodistas y simples _lec-
tores, Parecia un mentidero, una academia y un
club. La imprenta, de la que era copropietario el
humanista italiano Emilio Sequi, editaba La voce
d'Italia. Alli se publicé Las voces miltiples
El volumen consta de 249 paginas, mas siete de
indice y en blanco: contiene 76 composiciones.
De los ocho autores puede afirmarse que, salvo
dos que eran poetas de raza (Valdelomar y Abril),
los demas se clasificaban asi: dos intelectuales de
gran calado estético (Morales y Gonzalez Prada) y
cuatro versificadores mas o menos hdbiles. De los
poemas insertos, los mas dignos de interés son “La
hora de la sangre” de Alfredo Gonzalez Prada; “Ele-
gia ingenua” y “Madrigal” de Abril de Vivero y
los poemas de Abraham, excepto “Luna Park”.
Cada poeta ofrece la fecha de su propio nacimien-
to. Valdelomar confirma: “27 de abril de 1888”; era
el mayor de todos. E] menor era Abril, quien se qui-
228
to un ano; en realidad nacié el 28 de octubre de
1894 y no de 1895; More, el mas cercano a Abraham,
senala el 21 de enero de 1889.
Aquellos versos presentan a Valdelomar como un
poeta dulce, tierno y profundo; saturado de paisaje,
de hogar y de tristeza. Nada tan distinto a su per-
sonalidad fisica; a sus frases periodisticas; a su
empaque callejero; a su permanente reto al mundo
que le rodeaba. Nada tan anti “El Conde de Lemos”
como los versos de Abraham Valdelomar. Bastaria
recordar que en aquel florilegio figuran “E] herma-
no ausente en la cena de pascua”, “Tristitia”, “El
arbol del cementerio” y “Confiteo” para que se des-
taque la importancia del recweil. En vano, con mas
buen humor que insidia; con mds broma que sar-
casmo; con mas benevolencia que desdén o iracun-
dia, lanzaria Hl Mosquito sus picantes dardos contra
“El joven Caucato” y sus arrogancias. La calidad
de la obra se impone sobre la sonriente superficia-
lidad del sagitario. Durante un afio entero, todo 1916
y parte de 1917, e] semanario de Alcorta en el que
colaboraban anodnimamente More, Del Valle y a veces
Valdelomar, hard reir a los limefios con sus infun-
dios y parodias sobre “E] joven Caucato”; ‘El pobre
Antuco” (Garland) ; “Vallecito”; ‘“Sansato” (fue cén-
sul de Southampton); el “rubio Ascanio” (Gonzalez
Prada); etc. Por encima de cualquier alusién pica-
resca y de las renovadas ironias de Don Lunes, otro
semanario festivo, y las mordacidades de Hl Mosqui-
to, la obra poética y narrativa de Valdelomar sale
triunfante de todas las acechanzas.
Ciertamente que “El Arbol del cementerio” es una
parodia o imitacién de “Los robles” de Eguren, pero
“Tristitia” pertenece a la acendrada familia de El
caballero Carmelo y Verdolaga, y tiene un parentesco
indudable con el soneto “Recéndita’” que Leonidas
Yerovi acababa de publicar en la revista Lulu:
229
Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola,
se desliz6 en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tafier doloroso de una vieja campana.
Dabame el mar la nota de su melancolia,
el cielo la serena quietud de su belleza,
los besos de mi madre una dulce alegria
y la muerte del sol una vaga tristeza.
En la mafana azul, al despertar, sentia
el canto de las olas como una melodia
y luego el soplo denso, perfumado del mar;
y lo que é] me dijera atin en mi alma persiste:
mi padre era callado y mi madre era triste;
y la alegria nadie me la supo ensefnar.

Otra nota de persistente tristeza emana del soneto


“El hermano ausente en la cena de pascua”’:

La misma mesa antigua y holgada de nogal


y sobre ella la misma blancura del mantel
y los cuadros de caza de andnimo pincel
y la oscura alacena; todo, todo esta igual.

Hay un sitio vacio en la mesa, hacia el cual


mi madre tiende a veces su mirada de miel,
y se musita el nombre del ausente: pero él
hoy no vendra a sentarse en la mesa Pascual.

La misma criada pone, sin dejarse sentir,


la suculenta vianda y el placido manjar,
pero no hay la alegria ni el afan de reir
que animaron antafio la cena familiar
y mi madre que acaso algo quiere decir
ve el lugar del ausente y se pone a llorar.2

* Balnearios, Barranco, Lima, afio VI, numero 229, 24


de octubre de 1915.

230
Es muy importante subrayar que los adjetivos que
Valdelomar usa en esos versos tienen la misma plu-
ralidad y melodiosa reiteracién que los de El caba-
llero Carmelo. De ahi que parezca tan inoportuno el
reproche de Lépez Albtjar por el empleo de tres
adjetivos convergentes con que “El Conde de Lemos”
esmalta un juicio atribuido a don Manuel Gonzalez
Prada respecto de los ‘“‘colénidas’’.
La sensacion de orfandad, en la que se condensan
la soledad y la ternura, predomina en toda la obra
valdelomariana, incluyendo la “Evocacién de las gra-
nadas” y las otras de 1910-1911. De paso debemos
advertir que los poemas de Las voces multiples abar-
can composiciones de 1910 a 1916, tienen por eso un
marcado sabor antoldgico. Si los comparamos con
otros anteriores, que se recogen en Obra poética,
veremos que el autor ha eliminado concienzudamente
toda alusién historicista, todo resabio parnasiano y
que, en cambio, dando alas a sus mas intimos sen-
timientos, se esfuerza por resaltar su parentesco es-
piritual con Gonzalez Prada (el de Miniusculas) y
Eguren (el de La cancion de las figuras), con Sa-
main y Francis Jammes. Es también interesante
advertir que no sigue a Whitman ni siquiera en la
tentaci6n polirritmica de “Luna Park’. El método
enumerativo caracteristico del Antiguo testamento
(sobre todo del Pentateuco) y de Leaves of grass es
sustituido por el de dicotomias y series paradojales
con lo que se acerca a Wilde, sin confundirse con
Whitman y presagiando a Neruda.
En el fondo, los grandes poetas son todos uno. In-
tensidad mayor o menor, sus caminos son paralelos.
Acabaran confundiéndose. Se comprende entonces la
entusiasta adhesién y hasta la sintonia de Abra-
ham con algunos poetas de Ecuador, México y Chile;
su fervor por Nervo, su actitud paternal hacia Me-
dardo Angel Silva y Ernesto Noboa; su simpatia por
231
Manuel Magallanes Moure, Jorge Hubner Bezamilla
‘y por esa ninfa agonizante, pastora herida cuya es-
trella despunt6 en 1915, Gabriela Mistral.

En julio de 1916, Enrique Lopez Albtjar, que se


hallaba en Piura en funciones periodisticas o judi-
ciales, recibié una invitacién de don Augusto Du-
rand, propietario de La Prensa de Lima, para ocu-
parse de la jefatura de redaccién del diario. Durand
queria variar el tono y el personal de su periddico
del cual en definitiva formaban parte Benjamin Pé-
rez Trevino, Alfredo Gonzalez Prada, Alberto Ulloa,
Valdelomar, Yerovi, Edgardo Rebagliati, Emilio
Delboy Dorado y Julio Portal. Su direccién la habia
entregado a un senor Castafieda, que no era letrado
ni periodista, pero si ingeniero y pariente del duefo.
Lépez Albtijar se encargé de su nueva actividad
supliendo en parte los efectos producidos por las vo-
luntarias bajas de Pedro Ruiz Bravo, José Carlos
Mariategui, César Falcon, Enrique Guzman y Vera
y Humberto del Aguila, que pasaron a constituir Hl
Tiempo. Zarparon también Cisneros, para fundar el
diario Hl Peru en asociacién con Enrique Busta-
mante y Ballividan; Ismael Silva Vidal; Federico
More y Enrique Casterot y Arroyo. El periodismo se
hallaba en manos quizé demasiado doctas, absoluta-
mente literarias. Valdelomar respiraba en su campo.
Ocupaba un escritorio en el segundo piso, al fondo.
Como él lo ha descrito en su articulo “Omega la
calavera, mi amiga’, la pieza era pequefia, pero bien
decorada con un gran parasol chino, un retrato de
Abraham (de 1917), hecho por Ratl Maria Pereyra,
en el cual sostiene en una mano la calavera extraida
de las ruinas de Pachacamac. La calavera estaba
siempre en realidad, de hecho, sobre el escritorio.
Se veia ademas una especie de facistol, muchos cua-
dros, dibujos y retratos. Desentonando con el am-
232
biente, dos vulgares, aunque confortables, sillones
Morris. Sentado en uno de ellos a comienzos de 1917
conoci al poeta Eguren, que hablaba como un ilu-
minado.
Valdelomar, firmando como “E] Conde de Lemos”,
publicaba casi diariamente su seccion titulada ‘“Pa-
labras” sobre temas del dia. A propésito de la apa-
ricidn de un prosaico y Util libro del ingeniero José
Antonio de Lavalle y Garcia, hermano de Juan Bau-
tista, titulado Las necesidades del guano en la agri-
cultura nacional, “El Conde de Lemos” insert6 un
comentario en la edicién del 23 de septiembre (1916),
dia de la primavera y de la presentacién bélica de
la “nueva generacion’”. Aquel articulo —uno solo—
dio lugar a una especie de polémica (o mejor, auto-
polémica) con Lépez Albtjar. Este firmaba “Sanson
Carrasco”. Herido por unas frases de Valdelomar,
dispar6é hasta cuatro articulos sucesivos. Valdelomar
habia escrito en aquel comentario:

La mayoria de las gentes criollas encuentra a


menudo ocasion para lamentarse de la joven gene-
racion a la que tengo el honor y el orgullo de
pertenecer. Es en lejanas tierras donde se la exal-
ta y aplaude con entusiasmo y carifio; es en el
extranjero donde se hace justicia a la juventud
peruana que piensa, que siente, que trabaja y
que espera.
‘El muy insigne principe de las letras nacio-
nales, don Manuel Gonzalez Prada, afirmaba, hace
poco, en privada charla, que la generacién de hoy
es la mas fuerte, fecunda y valiosa de las gene-
raciones literarias que haya tenido este pueblo,
algunos de cuyos artistas, prosadores y poetas de
otrora llegaron a la equivocacién lamentable
de exaltar ciertas viandas criollas como motivo
estético. Tomaron por fundamento y caracteris-
233
tica del alma popular y criolla lo que era transi-
torio y secundario. El criollismo entre nosotros,
el noble criollismo, la gentil literatura del terruno
comienza, si no me equivoco, con el cuento “El
caballero Carmelo”.

Después de este impresionante autodescubrimien-


to, autoalabanza y autoelogio, Abraham enumera
entre las obras significativas de “la nueva genera-
cién” las de Eguren, Bustamante y Ballivian, Gib-
son, Aguirre Morales, Luis Emilio Leén, César A.
Valdivieso, José Antonio de Lavalle y Las voces
multiples

capricho lirico de ocho jévenes escritores que


quisimos hermanar nuestro esfuerzo realizando
una obra que fuera noble lazo y fuerte vincula-
cién artistica y fraternal, libro cuyo justo elogio
hemos hecho los propios que lo escribimos y que
el publico, ignorando la belleza que encierra, no
ha querido comprar.

Fuera de cierto énfasis en realidad pueril, nada


parece alli irritante, salvo quiza el puntazo contra
los criollistas ‘mas antiguos y menos literarios’’. Lo
demas no pasaba de un capitulo adicional a la cam-
pafia de afirmacion au rebours, tipica de Colénida.
iPor qué se enfadé tanto “Sansén Carrasco’, es
decir, Enrique Lopez Albtjar, que hasta entonces
sélo habia publicado magros poemas galantes y chi-
rriantes prosas panfletarias? ~Por qué recogié el
anatema a los “criollistas banales”, él, que no se
habia consagrado atin con Los cuentos andinos edi-
tado en 1920? {Es que Lépez Albijar participaba de
la conducta antivaldelomariana del sefior Durand?
iEs que ya pretendia destacarse, contradiciéndolo,
del rumbo de los nuevos, como se veria en 1927, en
234
la portada de Calderonada, donde inscribié el des-
afiante marbete de “novela retaguardista’”’ como reto
a los “vanguardistas” que ya campeaban en nuestras
letras, cual legatarios de Colénida?
Como quiera que fuese, “Sansén Carrasco” se
lanz6 violento a la palestra y la emprendié contra
Valdelomar y su grupo, en términos que no pueden
soslayarse por lo que traducen de cierto “Animo
publico”’.
Fueron cuatro los articulos de “Sansén Carrasco”,
O si se prefiere, cuatro partes de un solo articulo3
titulado “Tres epitetos gruesos y una exageracién
verdadera”. Los tres epitetos del enredo estan en
la frase “la mas fuerte, fecunda y valiosa’, aplicada
por Gonzalez Prada a la generacién “colénida”’, segtin
testimonio de su gonfalonero Valdelomar.
No. estuvo afortunado Lopez Albtjar en su redo-
blada réplica. Pecé de apasionado, susceptible, in-
justo y dilatado. Valdelomar tuvo el buen tino —y
mejor gusto— de no contestar. Siguiéd publicando
su seccion “Palabras” sobre los mas diversos temas,
como si el ataque no le rozara, Siguid compartiendo
la misma casa, el mismo organo de publicidad, la
misma pagina con el enconado “Sanson Carrasco”,
quien habia principiado su contrataque de agria
manera:

_El Conde de Lemos, conde por obra de sus ten-


dencias aristocraticas, a pesar de sus criollas
aficiones gastronédmicas, con esa desenvoltura
que le caracteriza en todo, acaba de estampar en
un articulo titulado Impresiones las palabras que
dejamos trascritas y que aparecen como dichas
por el Pontifice de nuestra literatura.

3 La Prensa, Lima, 26, 28 y 30 de septiembre y 3 de


octubre de 1916.
235
El empleo de tres adjetivos parece que indigno a
Lopez Albtjar. Fue caracteristica de Valdelomar,
desde 1913 al menos, usar dos y tres adjetivos, al
modo de Valle Inclan, Eca de Queiroz y Azorin, sus
autores predilectos. A Lopez Albtjar tampoco le sa-
tisfacia la conducta valdelomariana, Dice:

no soy acélito suyo ni comulgo en las capillas de


su generacion, pues durante quince anos he esta-
do caminando solo y por donde he querido, con mi
hacha de silex al hombro, sin cortesanos ni pactos
de adulaciones reciprocas con los del oficio, no
puedo quedarme callado ante un concepto que
tiene mAs de vanidoso que de intencionado.

jGuerra abierta! “Sansoén Carrasco” reclamaba


por lo menos tres adjetivos elogiosos para su gene-
racién: ‘‘pujante, luchadora y viril”’. Se deleita en
seguida refiriendo los méritos de quienes siguieron
a Gonzalez Prada y a Chocano y que no pertenecie-
ron a “vosotros sefioritos del Palais Concert y del
Excélstor’. En realidad, ‘“Sansén Carrasco” también
exageraba las notabilidades de su tiempo y la cuan-
tia de los adjetivos. Terminaba diciendo:

Senor Conde de Lemos: Yo, Sansén Carrasco,


prosador maximo (jolé, poder del contagio!) y
poeta minimo de una generacién que se va, os
consagra principe intelectual de la generacién
que ha llegado, con toda la seriedad de que soy
capaz en mis momentos de penuria econédmica y
os emplazo para dar una de estas tristes noches
de luna a la sombra de un ficus melancdélico, da-
ros el espaldarazo de mi sincera estimacién.

El remate, al menos, era cordial. Repito: no hubo


respuesta.
236
Algo que no se debe olvidar es la exacerbacién
esteticista de “El Conde de Lemos”. A veces llega
a hipérboles de dudoso buen gusto como su poema
en prosa de elogio al violinista Andrés Dalmau, pe-
ro en otros, y en los mas, alcanza una plenitud ex-
presiva de escritor de verdadera enjundia, cual se
advierte en su delicada y levisima seccién “Fuegos
fatuos”, que empieza a publicarse en La Prensa.
Comparemos dos fragmentos: he aqui la conclusién
del elogio a Dalmau:

Brota la Extrafa Sonoridad de la copa honda,


maestra vibrante y crujiente al restregarse en su
loma el arco masculino y eléctrico. La caja, ex-
trana rana galvanica, vibra al roce de la multi-
corde vara magica y unanime.
;Dalmau! ;Dalmau! j;Dalmau!
Yo, maximo escritor de una juvenil generacion
de artistas, te consagro mi canto sonoro, armo-
nioso y robusto.

Salve Lirida #4

Frente a esta exaltacién, tendamos la magia de


estos pdrrafos de su primera croénica ‘“Fuegos fa-
tuos”, en la que hace gala de un auténtico dominio
del idioma y de sus lecturas de clasicos y neocla-
sicos, entre ellos indudablemente “Azorin”: “La
primera hoja seca (a Sofia)”:

Durante las horas de estio, en los cementerios


aldeanos, alli donde sepultan a los muertos bajo
la hierba himeda, en pleno regazo de la tierra,

4 A. Valdelomar, “Loa maxima a Andrés Dalmau’”, en


La Prensa, 29 de agosto de 1916.
Zan
en el intimo albergue de la naturaleza, cuando
llueve, en la estacién ubérrima y fecunda, sobre
la extensién florecida, bajo los constelados cielos
del verano, suelen encenderse sobre las tumbas,
lucecillas precarias, breves y cambiantes que los
hombres llaman fuegos fatuos.
...Luces raras que nacen en los camposantos,
fuerzas que impulsa la muerte, colores vanos que
alientan la forma corpérea corrompida, fuegos
fatuos que surgen en mi espiritu sobre tantas ilu-
siones muertas: tales estos articulos breves y lu-
minosos que te ofrezco, lector selecto.®

Maravillosa eclosién de adverbios y adjetivos: cul-


minacion de un estilo.
Llegé entonces a Lima José Vasconcelos huyendo
de la voragine de la Revolucién Mexicana, en cuya
primera etapa tuvo actuaciodn descollante como
miembro que fuera del Ateneo de la Juventud. Era
a mediados de 1916. De inmediato, segun cuenta en
Ulises criollo (primer tomo de su autobiografia),
se dedic6d Vasconcelos a una agencia de comisiones
y, al cabo de mas de un mes, entregé a José de la
Riva Agiiero una carta de presentacion, que le habia
dado, en México, Pedro Henriquez Urefia, el magni-
fico humanista dominicano, motor central del Ate-
neo de la Juventud. Riva Agiiero, segin refiere Vas-
concelos, fue muy fino con él; lo llevé a su casa, le
present6 a sus amigos, lo introdujo en la Universi-
dad de San Marcos, fue atento, generoso y cordial,
pero no coincidia con su espiritu. Vasconcelos des-
taca los ribetes reaccionarios de su amigo y critica, a
través de él, los de la aristocracia virreinal limefia.
Vasconcelos habia venido a Lima con una amie du
coeur llamada Adriana, mujer sumamente provoca-

5 La Prensa, 26 de noviembre de 1916.


238
tiva, algo veleidosa y muy bella, Adriana rompié
aqui con su amigo mexicano, La noche del drama
semidoméstico, Vasconcelos estuvo con Riva Agiie-
ro a quien confid su cuita. Como era de esperarse,
Riva Agtero, agnostico en materia de amor, no le
entendio:

se rid, pero sin malicia, simplemente lo que se


llamaria criterio de objetividad. El efecto que me
causo fue brutal, pero me callé; no hablamos mas
del asunto...

Después de dejar al sefior marqués, como le llamaban


en broma sus intimos, en la puerta de su casa, Vas-
concelos fue en busca de alguien que entendiera su
angustia, fue en pos de Valdelomar, Cedamos la pa-
labra al maestro de Indologia, La raza césmica y La
tormenta:

Era menester hallar uno mas comprensivo de


las debilidades humanas, y pensé en Valdelomar.
Era este Valdelomar un ‘‘as” de su generacion, no
mas de treinta afios, mas bien alto, robusto, more-
no, pelo negro bien peinado y vestido con afec-
tada elegancia. El mejor cronista limefio; se le
encontraba por la noche en La Prensa, diario in-
dependiente, grande. La pagina literaria que di-
rigia la habia puesto Valdelomar a mis ordenes,
pero no escribia alli; me limitaba a visitar el
diario de cuando en cuando.
—j Qué se va a hacer esta noche? Lo invito a
cenar.
—Muy bien —respondié mi amigo—, pero ire-
mos donde los chinos. { Ya conoce el barrio chino?
iNo lo ha visitado? {Qué, es usted muy virtuo-
so? No lo creo, jun revolucionario de México!, en
fin, no creo que se alarme de nada.
239
Tras el aperitivo en la eonfiteria de moda, don-
de se exhibia Valdelomar metédicamente, comen-
zamos a deambular por el barrio chino. Estuvimos
unos minutos en el teatro de proyecciones y gri-
tos, didlogos que no acababan nunca. Entramos
después a una pulperia —tienda de abarrotes—
de apariencia inocente. Se hizo senas Valdelomar
con un chino, y nos introdujeron a interiores som-
brios divididos en secciones, alfombradas con
esteras y encima pequefios bancos para colocar
bandejas, para reclinar la cabeza otros, y cojines
de almohadas. Ya me habia llegado la noticia de
que Valdelomar andaba con el snobismo del opio;
pero hube de confesarle que era la primera vez
que me asomaba a semejantes escondrijos, y
eso que en México, se lo dije, tuve mucha clien-
tela china cuando fui abogado, pero jalla tan
lleno de ocupaciones!
Sentados a lo oriental, lo que para mi es un
tormento, tuvimos que esperar breves minutos
para que el chino encargado, gran amigo de Val-
delomar, nos trajera una mesilla y la lampara;
luego, de una cajita plateada extrajo una onza
de la sustancia preciosa, dorada, ambarina. Con
destreza tomé Valdelomar su aguja y la empap6é
en el liquido viscoso; en seguida, acercando la
gota a la flama, se hizo una esfera refulgente,
se difundié un aroma delicioso, penetrante, carac-
teristico. Empasté después el agujero de una pipa
larga con la sustancia olorosa y pic6é para res-
tablecer la corriente de aire en la cAnula.
—Vea como hago para que me imite —y aspiré
con los pulmones; chirrié un poco la droga al ser
acercada a la flama y un humo mas denso que el
del tabaco y mucho mas aromatico, describié es-
240
pirales, salid poco después por la boca y las na-
rices del fumador.®

Después siguieron conversando y fumando, Segtn


Vasconcelos, Valdelomar insistiéd en las excelencias
del estilo y en citar a Oscar Wilde. En una de sus
confidencias le hablo de cierto poeta joven que riva-
lizaba en arrogancia con él, refiriéndose sin duda a
Hidalgo (Vasconcelos confunde Arequipa con Huan-
cavelica). Para mejor comprensién, trascribo el pa-
saje atribuido a Valdelomar:

—Imaginese usted lo que me pasa... como us-


ted sabe yo soy el maestro de esta nueva genera-
cién de poetas y los tengo educados en el orgullo
de la personalidad; es necesario hacerlo asi para
hacer respetar al intelectual en estos medios mer-
cantilistas. Pues bien, me ha salido en provincias
un discipulo que me esta sacando el pie. Ha hecho
publicar unos versos en que dice: “Paso por las
calles como un Dios...” jHabrase visto arrogan-
cia y por las calles de Huancavelica!... Si siquie-
ra se pasease por Lima.’

Se trata de una pose mas; sin embargo, ella surge en


una oportunidad que podriamos calificar de ‘“mo-
mento de profunda sinceridad”’: sobre la tarima del
fumadero. {Le causaba algin celo Alberto Hidalgo,
que era aquel aprendiz de Dios? Pienso que no.
Apenas llegado Hidalgo a Lima, a mediados de 1916,
fue absorbido por Valdelomar. Se consideraron y
se amaron, Veremos después en qué medida,

6 José Vasconcelos, Ulises criollo, en Obras completas,


México, Libreros Mexicanos Unidos, Coleccién Laurel,
1957, tomo I, pp. 1048-1049.
7 José Vasconcelos, ob. cit., tomo I, p. 1050.
241
i)

El paso de Vasconcelos por Lima fue lento, largo


y fructuoso. La conversacion sobre la tarima de opio
habia durado horas y pasado por numerosas y varia-
das facetas. {De qué no tratarian? Valdelomar, co-
mentando las preocupaciones de Vasconcelos acerca
de su pueblo, le dijo:

—jPara qué quiere usted ahora que entre ese


Pancho Villa y ese Carranza que tiene cara de
ser tan bruto? Estos pueblos, mi amigo, no nos
merecen a los intelectuales. Dediquese, mi amigo,
como yo, a explotar burgueses. Esta sociedad de
Lima... usted la ve, son unos burgueses sin gusto
por el arte, la literatura; hay que educarlos..
educar y explotar al burgués... para que nos pa-
gue a los intelectuales el lujo a que tenemos de-
recho.8

Vasconcelos quedo vivamente impresionado de


aquella conversacién con “El Conde de Lemos”,
quien publicaria una semana después, segtin el tes-
timonio del propio escritor mexicano, “Los gallinazos
de Lima’, que en realidad fue el articulo “Psicolo-
gia del gallinazo’® con el que gan6 el concurso or-
ganizado por el circulo de La Prensa en abril de
1917. La fijacién cronolégica es, pues, casi inobje-
table. Vasconcelos reproduce, segtin su memoria, la
forma como Valdelomar se refirié al estilo de un
escritor y al suyo propio:

—KHsta bien, esta bien; pero, el estilo, mi amigo,


el estilo; recuerde usted a Oscar Wilde. i Conoce
usted la. prueba a que someto yo un estilo? Me
pongo a ensayar un cambio de las palabras que

8 Ibid., I, 1050
9 La Prensa, Lima, 17 de abril de 1917.
242
ha usado el autor; si lo que yo sustituyo resulta
mejor, el estilo es malo; si no puedo hallar un lé-
xico mas preciso, el estilo es bueno... Su estilo
es claro, preciso.

Este comentario surgié a raiz de que Valdelomar


le dijera: “;Sabe usted lo que me gusta en su Pitd-
goras? El estilo.”
La alusion al Pitagoras de Vasconcelos y esta con-
versacion, nos ilustran sobre otros extremos. Valde-
lomar mantenia cordialisima amistad con Pedro S.
Zulen, joven filosofante peruano, quien publicaria
poco después una excelente tesis universitaria de
interpretacion y critica de Bergson e introduciria el
behaviorismo en la literatura filosdfica de la Univer-
sidad de San Marcos; Zulen fue intimo de José Ma-
ria Eguren y de Enrique Bustamante y Ballivian, y
él mismo escribié versos, sobre todo durante su per-
manencia en Harvard. Zulen era hijo de chinos:
hombre taciturno, recogido, intenso y erudito. Tengo
la seguridad de que influy6é en la subsiguiente pro-
clividad a. la filosofia que trat6 de mostrar “El
Conde de Lemos”. Pero, sin duda, fue Vasconcelos
quien determin6é el] rumbo estetizante de esa afici6n
filosé6fica. Por de pronto, a partir de 1916 surge a
menudo el nombre o alguna frase de Pitagoras en
las publicaciones valdelomarianas. Inclusive la pri-
mera pagina de Belmonte, el trdgico trae una mencidn
del insigne poeta y matematico griego. La inicia-
ci6n de‘ sus conferencias sobre temas estéticos se
remonta a 1917, justamente poco después de la ida
de Vasconcelos y de haber frecuentado su trato y
su lectura. El mexicano preparaba en esos momen-
tos sus libros Monismo estético y Estudios indostd-
nicos, ambos saturados de pensamientos paraddjicos
y exéticos, de esos que removian hasta el fondo la
curiosidad de Abraham. Obsérvese que la conferen-
243
cia “Brillantes inconexiones estéticas” es de mayo
de 1917 y la dicta en el Centro Universitario. Vas-
concelos era un apasionado de la universidad, de la
filosofia y, dentro de la filosofia, de la estética.
Cuando afios mas tarde aparece el sugestivo volu-
men de la Estética de Vasconcelos, asombran su ima-
ginacion y su capacidad interpretativa; su conoci-
miento y su lirismo; su violencia y su sencillez.

244
XIV. UN NUEVO PROMETEO (1917)

DESDE mediados de 1916, como testigo excepcional y


forzado de nuestro despertar a la cultura, se hallaba
en Lima, segtin dijimos, el licenciado José Vascon-
celos. E] fogoso escritor mexicano, que habia expe-
rimentado ya la fiebre de la revolucién de su pais
y ejercido el poco facil cargo de secretario de ‘‘Pan-
cho Villa’, acab6 por salir huyendo de la hoguera y
de sus atizadores. No era su mejor momento. En Mé-
xico habia conocido muy de cerca, también al lado de
Villa, a nuestro poeta José Santos Chocano, El] vate
limefio fue uno de los hombres a quienes el “bando-
lero divino” respet6, pese a tantas circunstancias
adversas a cualquier leal entendimiento entre am-
bos. De contera, recordemos que también fue secre-
tario de Doroteo Arango el insigne novelista Martin
Luis Guzman, autor de El dguila y la serpiente y a
quien se deben las pintorescas y barbarizantes Memo-
rias de Pancho Villa.
Vasconcelos fue siempre hombre inquieto, tumul-
tuoso y explosivo. Naciéd en Oaxaca en 1881; con-
taba pues a la sazon treinta y cinco afios, y se habia
hecho notar por su capacidad magistral y filoséfica.
Como antiguo miembro del Ateneo de la Juven-
tud, del que emergieron varios de los principales
colaboradores de Francisco I. Madero, presidente mar-
tir, el licenciado don José gozaba de la franca amis-
tad de Pedro Henriquez Urefia (1884-1946), uno de
los hombres de mas altos quilates intelectuales que
haya producido nuestra América. Pedro, mulato son-
riente y delicado, pese a su entonces corta edad, dic-
taba permanente cdtedra de cultura y erudicién a

245
jévenes tan significativos como Alfonso Reyes, Je-
sis T. Acevedo, Antonio Caso y José Vasconcelos.
Este llegé6 a Lima premunido de una carta de pre-
sentacion de Pedro dirigida a Riva Agiiero; pero de
inmediato se enredé en afanes comerciales. Tenia
Vasconcelos los ojos afiebrados y grandes; la frente
alta; el pelo duro y negro; la sonrisa torcida; el
bigote corto; ancho el térax; algo pesado el andar.
Al cabo de mas de un mes de llegado a Lima visit6
a Riva Agiiero para presentarle la carta de Henri-
quez Urefia. Ahi, como hemos dicho, conociéd a Val-
delomar.
Hemos resefiado el ambiente literario de Lima en
aquel afio de Coldénida asi como las polémicas valde-
lomarianas. En cambio, en casa de Riva Agiiero,
todo respiraba tradicién y paz.
Vasconcelos describe del siguiente modo a su ami-
go “el marqués”:

Riva Agiiero, arist6crata de sangre, que anos


mas tarde revalidé sus pergaminos en Espafa,
era rico por herencia, monarquico de abolengo,
historiador de profesién, Ademas trabajador me-
todico, austero en sus costumbres, frugal en sus
gustos y de caracter decidido, a pesar de su fisico
sonrosado y menudo, un poco obeso. La luz iré-
nica que brillaba a través de sus espejuelos, hu-
biese alarmado cualquier aplomo si no fuese por-
que la sonrisa cordial denunciaba una bondad
positiva. Me paseaba por su Lima, al atardecer,
mostrandome los rincones afiosos, iniciandome en
el gusto del pasado, del que carecia yo por com-
pleto en aquella época aturdida.!

1 Vasconcelos, Obras completas, I, p. 1082.


246
-
En otras paginas, tituladas “Recuerdos de Lima’”’,2a
Vasconcelos relata su vida en la capital peruana.
Dice que en ella se gozaba de libertad, visibe alu-
sidn a las perturbaciones mexicanas, y que en la
noche se bailaba y reia, porque “los limefios son
transformadores”’.
Realmente, Lima atravesaba por una etapa de
goce, de plenitud, lo cual no quiere decir que rei-
nase la felicidad para todos. La apariencia general
reflejaba contento y satisfaccion.
Al comenzar 1917, un periodista de Balnearios,
aprovechando que Valdelomar habia trasladado su
residencia al Barranco, le formulé una serie de pre-
guntas. En parte result6 un autorreportaje, o sea un
Valdelomar visto en su propio espejo. Empero, qui-
zas no haya confesidn mas sincera, audaz y pinto-
resca de “E] Conde de Lemos” que aquella entre-
vista. Comienza asi:
Abraham Valdelomar (“Conde de Lemos’) esta
entre nosotros. Ha llegado una de estas tardes de
verano, enamorado de la Poesia, de la Belleza, y
de la Paz de Barranco. Ha venido —él mismo lo
cuenta— a purificar su espiritu, harto de la in-
sultante vulgaridad de la Metropoli que, segun
dice él gracicsamente, es hollin que tizna. Ha
cambiado con el mismo gesto de amplia displi-
cencia con que escucha y habla, los cocktails y
tés aristocraticos del Palais Concert por los al-
muerzos en los bafios y los modestos aperitales
aldeanos...
.. Abraham Valdelomar es motejado —joh Gu-
tiérrez de Quintanilla!— de ser ensoberbecido,
petulante, ridiculo poseur y hasta de mal literato:
blasfemos. Aqui en este pais de mojigatos y de
ventrales, la sinceridad es un crimen.
2 Vasconcelos, Obras completas, I, p. 84 y ss.
Después de este introito, del mas puro corte valde-
lomariano, el cronista, Alejandro Garcia Salazar, le
pregunta:

— iA qué ha venido usted a Barranco?


—A lavar mi espiritu en la diafanidad del cielo
y a perfumarlo con el perfume de los campos.
Oiga usted: mi espiritu es como una gran 4nfora
griega, que suele enhollinarse con la vulgaridad
de las gentes metropolitanas. De esta suerte, la
vulgaridad es el hollin del espiritu...

Garcia Salazar le indaga sobre si, “sinceramen-


te’, Abraham amaba a Barranco, La respuesta, como
de costumbre, excede a la pregunta y comprende
nuevos puntos de vista personales:

Las gentes dudan de mi sinceridad. {Por qué?


Si yo no fuera sincero {podria ser artista? Soy
sincero, y la sinceridad mana de mi corazon, se-
rena y sin esfuerzo, como el agua clara brota de
la roca en el barranco florecido. Llevo mi corazon
en las manos, sangrando y tembloroso de emo-
cién por toda la belleza que Dios ha puesto sobre
el mundo; y si lo oculto a veces no es por pueril
medrosidad sino por una piedad ingenua, por un
azul candor de que me lo quiten, de que le hagan
dafio. Cuando llevamos nuestro corazén en las
manos, las gentes gustan de hacerlo sangrar.
Yo no quiero a los que pegan a los corazones. Yo
quiero mucho los corazones, Hay cholos que se
complacen en dafiar corazones...

Cuando Garcia Salazar pregunta qué escribe en


esos momentos, Valdelomar contesta:

Versos, versos. Lindos versos. ;Ley6 usted mi


Epistola Lirica. ..?
248
De pronto interrumpe la intervii. Lo hace, segtin
el clasico modo valdelomariano, con un desplante.
Oigamoslo:

—No, no quiero hablar. Hoy estoy inteligente,


hoy quiero escribir. jQué cosas tan nobles po-
drian escribirse bajo la paz de estos jacarandas!
Yo quiero mucho lo que escribo. Cuando tenga
hijos, los querré tanto como a mis articulos.

Este pensamiento sobre una posible paternidad


biol6gica no aparece mas en la obra de “El Conde
de Lemos”. Continuando la confidencia, dice que su
autor favorito depende de las estaciones.

En invierno me gustan las misteriosas tragedias


de Maeterlinck; en otofio leo a Kempis, porque
Kempis es otofial; en la primavera, en los dias lu-
minosos que no tienen atin el calor procaz del
estio me gusta Pitagoras. Pitagoras es didfano y
claro como un cielo de Primavera, cuyas nubes
estuvieran prefiadas de ideas... En verano leo a
Rudyard Kipling.

Desde luego, esta distribucion de las lecturas por


estaciones cronologicas, retrata una vez mas el pru-
rito de impresionar con originalidades no siempre
auténticas. Agrega Valdelomar que estaba leyendo
en ese momento a Robert Browing, lo que acaso re-
sultaba harto forzado dado el parvo dominio del
inglés que lo caracterizaba. Luego, en un despliegue
bastante irregular de lecturas, confiesa su admira-
cidn hacia “los (escritores) de un profundo lirismo
viril; el gran poema a lo Whitman, a lo Chocano; la
fantasia a base de una profunda ciencia como Wells’,
todo lo cual, si sincero, no deja de ser abigarrado.
Terminando la entrevista interroga el periodista:
249
-

—jAma Ud. la vida?


—Si. La amo, pero no estoy enamorado de ella,
porque la amo con una gran inquietud. Yo soy
un torturado.

Declara que cree en Dios. Concluye el reportaje


de un modo propio de Abraham:

—Son las seis. VAmonos de aqui. Yo no quiero


estar aqui. Esto me aburre. Ya comienzan a llegar
hombres gordos. Me manchan el paisaje. Vayase
usted un momento. Déjeme solo. Al creptsculo,
prefiero estar solo. Pero, no se moleste. Yo soy
mas amigo del creptisculo que de usted. Véalo,
aué lindo: sangre, sangre, sangre, nubes, ideas,
tristeza, muerte—.®

Verdaderamente esta cronica, que recoge tan in-


tima y fielmente el pensamiento y la expresién de
Valdelomar, puede servir como clave de una inter-
pretacion profunda.
Entraba el segundo mes de 1917. Fue entonces, y
en visperas del carnaval, el sAbado 15 de febrero,
a prima noche, cuando ocurrié un tragico suceso que
conmovio a todo el pais y, en especial, a sus medios
literarios y periodisticos: el asesinato de Leonidas
N. Yerovi.
Yerovi era el mas popular de los poetas jévenes
de su tiempo. Escribia con gracia, musicalidad, picar-
dia y gentil desembarazo. Era un auténtico moder-
nista. Fisicamente se le veia alto, erguido, achinado
de ojos, de nariz respingada y aire nonchalant. Se
habia ganado desde joven —entonces andaba por los
treinta y seis— la simpatia y la admiracién de bur-
gueses y snobs, de beocios y atenienses, de roman-

3 Cfr. Balnearios, Barranco, Lima, enero de 1917.


250
ticos y modernistas. Sus obras teatrales, sobre todo
las popularisimas Las de cuatro mil y La gente loca,
que estrené en Buenos Aires, habian impuesto su
nombre en las carteleras teatrales. Politicamente
pertenecia al partido demécrata; formaba parte del
nucleo pierolista de La Prensa. Habia visitado varias
veces la carcel a consecuencia de algunas conspira-
ciones y revueltas. Escribia a diario una punzante
y burlona seccion politica, Pero sobre todo le habian
labrado amplio pedestal sus letrillas y sus poemas
liricos, algunos de los cuales (“Rec6éndita’, “Viaje-
ros de ida y vuelta”, “Primavera interior’, “Madri-
galerias’”, “‘Sonatina’’, ‘La seforita Ilusién’’) tienen
derecho a figurar permanentemente en las antolo-
gias. Caprichoso y bohemio, Yerovi solia beber mas
de la cuenta y entonces se mostraba harto belicoso.
Enamoradizo y veleidoso, aunque habia formado
hogar y tenia dos hijos, gustaba de las aventuras
galantes, sobre todo con actrices y cupleteras, La
noche del drama, Yerovi escribia en La Prensa una
“Cancion de carnaval” que debia publicarse al dia
siguiente, domingo de carnestolendas. Estaba entu-
siasmado componiendo su poema cuando el portero
Mufioz (un viejo esquelético y silencioso como un
zombi, a quien Valdelomar atormentaba pidiéndole a
grito herido que le comprara flores) llamé a Yerovi
en nombre de un terco visitante. El] poeta abandono
violentamente su escritorio. Salid al encuentro del
que lo llamaba. Hubo un cambio de palabras intenso
y veloz. Yerovi prefirié continuarlo fuera del perié-
dico. Bajaron a la puerta del diario, Ahi se produjo
el fatal pugilato. El visitante empufié su revolver;
sono un tiro. Bafiado en su propia sangre, el poeta
se desplom6é malherido. Todo ocurrié en un abrir
y cerrar de ojos. Yerovi expiré a las pocas horas;
e] que lo habia herido se entregé a la policia. Era
un ingeniero chileno de apellido Sanchez, amante o
251
marido de una actriz, “la Argiiello”, a quien Yerovi
galanteaba. En el diario Hl Peri, Luis Fernan Cis-
neros, por largos afios compafiero de Yerovi, publico
al dia siguiente un vibrante editorial cuyas palabras
iniciales decian asi: “Por mano de chileno y mal-
WadOu. -6
Lima sintid en lo mas intimo de su sensibilidad
aquella tragedia.
Como hemos visto, Valdelomar residia en Ba-
rranco. Muchas veces, a lo largo de su obra y sobre
todo en su discutida Epistolae liricae a Alberto Hi-
dalgo, ha insistido ‘““E] Conde de Lemos” en lo que
para él significaba vivir en la paz eglogica de aquel
pueblo florecido, refugio de poetas y escritores, entre
ellos, José Maria Eguren, Juan Parra del Riego,
Enrique Bustamante y Ballivian, Manuel Beingolea,
el incansable Alfredo Munoz, director de Balnearios.
Tenia aquel lugar un prestigio singular. Ni dormido
y orgulloso como Chorrillos, ni lleno de “gringos”’
como Miraflores; criollo y mesocratico, con los mo-
linos de viento y sus borricos cansinos. Barranco
poseia muchos rincones de ensuefio y un apacible
poético parque bordeado por ficus y jacarandas. Es-
taba apenas a quince minutos de Lima, yendo en el
tranvia eléctrico. Las noticias de la urbe llegaban
a Barranco sin tardanza. Asi fue como al amanecer
el domingo 10, Valdelomar, que se hallaba descan-
sando, oy6 que su madre llegaba a despertarlo, des-
esperada, con la fatal noticia. Abraham quedé estu-
pefacto, luego le entré una extrafia desesperacion.
Fruto de ella fue el discurso que pronunci6 el lunes
17 en el cementerio, ante el atatiid del poeta asesi-
nado. Ese discurso tuvo consecuencias literarias y
sociales de inconmensurable cauda.
El] entierro de Yerovi, pese a que se realizé, en
la mafiana del lunes de carnaval, congregé un in-
menso gentio. En ese tiempo las festividades de
252
Momo significaban la paralizacion total de la vida
citadina, con las molestias inherentes a las bullicio-
sas y humedecentes costumbres de su celebracion.
Nadie se atrevia a salir a la calle, salvo que estu-
viera resuelto a “jugar carnavales’, es decir, a mojar
a todo el que se le pusiera al alcance o a sufrir en
bafo intempestivo las consecuencias de su audacia. A
pesar de ello, repito, el entierro del poeta fue mul-
titudinario. Se explica: concurrieron no sélo los co-
legas de La Prensa, El Peru, La Croénica, El Tiempo,
Variedades, Luli, sino que asistieron también los
pierolistas de la vieja guardia; los liberales de nuevo
cuno; los innumerables lectores y admiradores de
los versos de Yerovi; los amantes de lo truculento
y muchos desocupados por ser segundo dia festivo.
Frente al atatid se desarrollé la penosa teoria de
los discursos necrologicos de que tanto se burlara
el involuntario, pero sordo oyente de aquel desatado
y postumo enjambre de abejas ligubres. Valdelomar,
vestido de negro, cabalgando sobre su pequefia nariz
los desafiantes quevedos, serio, casi petrificado,
avanz6 y con su clara voz chillona, empezé su ins6-
lito y bello discurso:

Sefiores: un hombre malo vino desde muy lejos,


desde unas costas rocallosas, desde un mar siem-
pre colérico bajo el cielo gris... Después de llegar
entr6 en nuestra casa, alla abajo, se lo llev6 para
matarlo, Mis compafieros salieron a buscarlo, y
cuando lo vieron ya caido y lleno de sangre, se
pusieron a llorar.
Oye, hermano Leonidas: yo te quiero contar lo
que ha pasado. Yo vivo alla en Barranco, junto
al mar. Yo estaba sofiando, a la aurora, cuando
entr6é mi madre sollozante y me dijo: —Corre,
corre— Un hombre malo ha matado a tu amigo.
j;Corre!
253
Yo venia jadeando, pero no podia llorar. Subi
a La Prensa. En el gran salén sobre la gran mesa
de caoba habia una camilla y en ella estaba un
cuerpo cubierto por un lienzo blanco. Yo pregun-
taba por ti. Donde esta? {Dénde esta mi herma-
no? {Quién se ha llevado a mi hermano? {Le han
hecho dafio? Y todos lloraban, lloraban.
El sol parecia tener miedo, Entraba oblicua-
mente y se asomaba como un nifio asustado. Olia
a dolor. Estaba tan oscuro que la sabana blanca.
parecia en la retina la persistencia del cuadro de
luz de la ventana... Yo senti que tt estabas ahi,
y me acerqué. De la calle subian frases inconclu-
sas en las cuales tu nombre iba unido a palabras
pavorosas y absurdas, Cada hombre tenia la mi-
rada fija en un punto invisible y tan distante que
la retina no le aleanzaba. Esas miradas que tienen
los hombres cuando piensan en una cosa muy
triste y sin remedio. Luego lloraban, lloraban,
pero yo no podia llorar.

Como se ve por los parrafos trascritos, el discurso


no tenia nada de comtin con las oraciones protoco-
larias que usualmente se dedican a los muertos. Pero
a cambio de su rareza, respiraba angustia, armonia
y candor. A medida que las palabras de Valdelomar
brotaban entre el frio silencio del cementerio, crecia
un sordo rumor hostil. Cuando concluyé su oraci6n,
se oyeron grunidos. Uno de los amigos mas intimos
de Yerovi, el cronista taurino y sainetero José Ruete
Garcia, a quien apodaban “El Moro Muza”, por su
aire contrito, su barba de candado y su mirada au-
sente, se acercé a “El Conde de Lemos” con el vio-
lento animo de agredirle. “Este marica de m...”, pro-
firid torpe y airadamente. Le contuvieron. Valdelo-
mar, inconsciente de la ola de repudio que habia
despertado su nada vulgar discurso, se dirigia a

254
paso firme hacia la puerta del panteén. Quizas per-
cibid algun dicterio. Comprendio que su sensibilidad
y su espontaneidad estaban en abierta y definitiva
rina con lo consuetudinario.
Al llegar al periddico se dio cuenta del abismo
que se habia abierto entre él y sus compafieros de
redaccion. Sin duda por eso cinco dias después, el
22 de febrero, aparecia en las mismas columnas de
La Prensa, a modo de satisfaccién a “Monsieur-qut-
ne-comprend-pas’”’, un articulo acerca de Yerovi, in-
serto en su habitual seccién “‘Fuegos fatuos”. Por él
sabemos que Abraham ocupéo, a partir de entonces
y hasta que se despidiéd de La Prensa, el escritorio
de Yerovi, su entranfable y admirado amigo. Oigamos
las frases casi de arrepentimiento que hilvané en
aquel comentario necrologico, movido por las encon-
tradisimas reacciones suscitadas por su discurso del
cementerio. En efecto, mientras unos, como el joven
y ya magnifico poeta ecuatoriano Medardo Angel
Silva, suicida en agraz, llamaba a aquella oracion
“una pagina de la Biblia’’, los filisteos y limefios al-
zaban el pufo al paso de su autor y mascullaban
frases obscenas y agraviantes. Dijo Valdelomar, bajo
el rubro general de “Fuegos fatuos” y bajo el espe-
cifico de “De profundis”:

Sean, oh poeta fraternal, en homenaje a tu me-


moria radiante, serena, amada y gloriosa, estas
primeras lineas que, como un holocausto, sacrifi-
co en tu mesa de trabajo, que es ya un altar, y
entre los muros de tu oficina, que es ya un templo
venerable.
En esta mesa, en que ahora mi pensamiento se
consagra a tu recuerdo, escribiste sobre las alas
impolutas de las carillas, corrid tu pluma alada
e inquieta, tu pluma 4gil y triste, tu pluma llena
de tan dulces dolores y tan tristes alegrias. Aqui,
255
en esta oficina que fue fecunda; aqui, donde ale-
teé tantas veces tu espiritu; aqui, donde tt fijaste
ideas y engalonaste pensamientos; aqui, donde
intimo y solo, gustaras con fruicién la carta pla-
centera o enviaras el bienhechor saludo; aqui he ve-
nido, yo pecador y sin gloria, a sucederte.
A sucederte yo, oh poeta, que nunca mereceré
sucesién tan ilustre; a sucederte yo, oh poeta, tan
fragil trocador; a sucederte yo, a quien los demas,
que te quisieron tanto, hostilizan pertinaces; aqut
he venido a sucederte yo, a quien, oh destino, es-
pera también la Muerte en una encrucijada.4

Dulces palabras premonitorias, amargo presenti-


miento envuelto en raso y melancolia. Valdelomar
iba a cumplir apenas veintinueve amos, estaba ebrio
de gloria, pero sentia ya, como un estigma, la tene-
brosa e inevitable marca del mas alla.
No se dej6é amilanar. Insistiendo en el tono jovial,
el 24 de marzo, siempre en La Prensa, publicaba una
cronica humoristica: “Lima sentimental”. Un cuento,
un perro y un asalto.
Por esos dias la directiva del Centro Universitario
le invito a dictar una conferencia. Se realizé el 16
de mayo de 1917. En ella revela sin duda Valdelo-
mar las nuevas inquietudes que le preocupaban. El
propio titulo de la charla, desafiante y en cierto
modo humoristico, “Brillantes inconexiones estéti-
cas”, es de suyo elocuente. En él se encerraba un
reto y una excusa: el adjetivo “brillantes” indicaba
que su autor las calificaba de tales, al margen de
cualquier juicio o criterio extrafio; el sustantivo
“inconexiones” sefialaba el cardcter ni teérico ni
dogmatico, sino de ideas arrojadas a voleo, como la
mies, por encima de las cabezas de sus auditores,

4 La Prensa, 22 de febrero de 1917.


256
casi todos jovenes universitarios, 0 simplemente to-
dos jovenes.
Presidia la ceremonia Jorge Valverde, estudiante
de quinto ano de jurisprudencia, hombre nervioso,
oriundo de Tacna, feo y cordial, Valdelomar entré
en la sala del antiguo Palacio de la Exposicioén
lle-
vando en la mano uno de esos cartapacios con tapas
bordadas de oro que se colocan sobre los cAlices,
rezago de alguna casa de anticuario o regalo de
algun cura amigo, o simplemente botin de alguna
incursion colonialista. Dentro llevaba los originales
de su conferencia, escritos con su ancha y nigérrima
letra y en papel satinado. Los jévenes lo aplaudie-
ron. E] estaba radiante y sereno, muy empolvado el
rostro, acaso para parecer mas blanco. Empez6é a
leer con voz meliflua, pero firme, su descripci6n.
Quizas demasiado literaria, taraceada de alusiones
helénicas y de invocaciones a la juventud up to date,
o sea con claras reminiscencias de Rodo. El] autor de
Ariel aleanzaba en esos momentos su maximo esplen-
dor; acababa de morir en Italia. De pronto, el confe-
renciante hizo una pausa. Jorge Valverde, el presi-
dente del Centro, se habia sentado en primera fila, ojo
a ojo con el disertador. Este, inesperadamente, se de-
tuvo en seco, se paso la lengua por los labios como
relamiéndoselos y stbitamente, mirando con fijeza
a su invitante, dijo en voz alta: “Valverde, Valver-
de, un vaso de agua.” Hubo un segundo de descon-
cierto. Valverde, por exceso de cortesia o tomado de
improviso, en vez de llamar a un ujier, se levanto,
él mismo, el presidente, y acercé a la mesa una ga-
rrafa de agua con su respectivo vaso. Valdelomar
se la bebid trago a trago, con olimpica calma. Los
comentarios después de la conferencia incidieron
todos en aquel rasgo de insolente pose, muy a tono
con la sistemAtica publicidad de “El Conde de Le-
mos”’.
257
El contenido de la conferencia merece parrafo
aparte. Fue una bella, aunque recargada, pagina
autobiografica; al par que un reiterativo canto a
la juventud, en cuyo contexto aparece mas de un
pensamiento de Rodo.® La conferencia empieza de
retoricisima manera, heraldo del estilo de Belmonte,
el tragico:

Yo habria querido, mis jOvenes amigos, que esta


platica amable se realizara a la orilla del mar, bajo
el cielo hondo y azul, en un creptsculo ebrio de
color y de nobles pensamientos. Alli, mientras las
ondas tejieran sobre la arena movediza sus finos
encajes complicados, y desgranaran en el viento sus
canciones imprecisas y vagas, mientras las nubes
se apincelaran en el horizonte y una ave solitaria
cruzara tranquila por la infinita e inmaculada cur-
va, mis palabras trocarian vuestros juventles cora-
zones y vuestros cerebros aptos para la idea nueva,
clara, concisa y fuerte.

La borrachera de adjetivos ha llegado casi a su


limite. Veintiin adjetivos, sin contar sustantivos
adjetivados, en tan pocos renglones, representan
casi un record calificatorio. Uno de los sustantivos
arrastra cuatro adjetivos. Mas adelante evoca a
Pitagoras y alude a su propia edad:

Mi juventud, esta perpetua gimnasia de mi vida,


me da derecho a ser altivo y libre, sincero y per-
tinaz. Mi espiritu modelado a golpes de cincel;
tesoro que he adquirido a costa de los mas crueles
dolores y de las mas lacerantes inquietudes; mi

5 Valdelomar, “Brillantes inconexiones estéticas”, en


La Prensa, Lima, 24 de mayo de 1917; y en Féniz,
numero 15, Lima, 1968, p. 98 y ss.
258
arte, hijo de una fuerza extrafia e imperativa, que
me induce; todo esto que es mi Unico botin en el
combate rudo y diario, es lo que os traigo; soy
peregrino que voy (sic) con mi cofre encantado.
Me habéis visto pasar desde el bosque lejano y
me llamasteis y yo acudi al buen llamado de la
juventud.

Repito, como ideas cardinales hay aqui muy po-


cas. Si algo puede recogerse de esta conferencia
son las expresiones, la actitud eminentemente es-
tética, la renovacién del estilo, la entrega confi-
dencial es lo que de ella nos interesa y atrae.
Todo gira en torno de su esquema del artista: “Yo
quiero tomar al artista como un ser semejante al
sol’, dice, y trata de probarlo. ‘La primera condi-
cidn de todo gran espiritu es la de ser fuerte’, ex-
presa, haciéndonos pensar en Nietzsche y en Dario
(“Hugo el fuerte’). “La Naturaleza es una perpetua
fuerza dual’, afirma un poco mas alla. Y es en torno
de la divina personalidad del artista, de la fortaleza
del hombre superior, de la comunion con la natura-
leza y de la necesidad de ser joven, alrededor de lo
que gira el discurso y acaso toda la obra no-na-
rrativa de Valdelomar, Ahi mismo, como una inevi-
table concesién al narrador, se refiere a su infancia
y a su juventud para contarnos, en palabras preci-
sas, sencillas, cinceladas y armoniosas, que el cemen-
terio de su pueblo le ensené filosofia. Dice:

Yo soy aldeano... No me eduqué con libros, sino


con creptsculos... Mis maestros de estética fue-
ron el paisaje y el mar... Yo dejé el pueblo amado
de mi corazén a los nueve afos... Mi espiritu
sufrid toda suerte de cambios. A los quince fui
materialista. A los diecisiete fui mistico. Dudé a
los diecinueve; a los veintiuno me crei en pose-
259
sion de la verdad. A los veinticinco mi conciencia
era un grito crispante de desesperacioén y descon-
suelo. Un dia vi florecer mis ideas; luego, las vi
bambolearse, y, en fin, llegé el tragico instante
en que vi que todos mis sistemas y todas mis con-
clusiones habian sido vanos, pueriles juegos de
un malabarismo légico, de una inconsistencia so-
fistica. Mis lamentos espirituales eran como ma-
nos crispadas que se extendieran en la sombra
espesa. Un dia me crei loco a fuerza de pregun-
tar sin obtener respuesta, de clamar sin encontrar
el eco, de accionar sin conocer la reaccién. Cuan-
do creia aprisionar una verdad definitiva, sdlo
encontraba el vacio intangible a la manera de un
alucinado. Asi mi vida ha sido la mas perenne
y lacerante tortura. Llegué a odiar los libros, los
sistemas, log principios, las leyes, las formulas,
los métodos. Pensé que lo mejor era vivir el ins-
tante sin pasado, y sin porvenir; sostuve ante mi
conciencia que la realidad no existia; acepté el
dictado de que los muertos mandan, que los hom-
bres somos fragiles juguetes y me abandoné al
acaso sin preocupaciones hondas. Mas tarde re-
accioné creyendo que la esperanza y que el porve-
nir era la verdad... Llegué a amar (a) la muerte
y a pensar en el suicidio. Quise después, desen-
ganado, derrochar mi vida y vivirla de prisa, y
me entregué a todos los placeres, como un juga-
dor ebrio que dispusiera de inmensos caudales, y
los jugara rapidamente para agotarlos mas pron-
to. Crei en el amor y odié el amor; crei en la
ciencia y odié a la ciencia; crei en la muerte y
odié a la muerte. Ensayé todos los caminos...

iSe han oido con alguna relativa frecuencia con-


fesiones tan penetrantes? ;Hay en nuestra litera-
tura voces tan laceradas y luminosas en su misma
260
oscuridad? {Podrian ser éstas, con mayor elegancia
acaso, palabras dignas de un enfant du siécle (Val-
delomar leyé y cita a Musset), o de un Werther
criollo, aldeano y religioso? Me pregunto, ademas,
ése puede analizar la obra y referirse a la biografia
de Valdelomar sin tomar en la debida cuenta las
confesiones contenidas en aquella inolvidable, fina,
y sin embargo, retérica conferencia ante los estu-
diantes de Lima, en 1917?
A pesar del grito de los “beocios’’, de “los hombres
gordos que manchan el paisaje”’, Valdelomar os6
escribir y vivir como queria, combinando, en estu-
penda alquimia, audacia y timidez, desplante y pie-
dad, ironia y tristeza.

Compensacioén providencial, para aliviar las mu-


rrias de la “gran aldea”’, también en mayo arrib6é a
Lima Ana Pavlova y su magnifica troupe. Fue como
un armonioso sortilegio, de impacto tan certero y
hondo que, treinta afios después, todavia en los ana-
les del limefio se diria: “eso ocurrié después de que
vino la Pavlova’, quien marco una era.
Aparte de un bello articulo en “Palabras”, hay al
menos dos reportajes de Valdelomar sobre aquel
magno acontecimiento: uno en La Prensa del 22 de
mayo de 1917 a la propia Pavlova, y otro dos dias
después a Alejandro Smallens, director de orquesta
de la compania.
La entrevista con Smallens fue mas literaria que
teatral.. En mayo de 1917, se hallaba Alexander Ke-
renski en el gobierno; hacia tres meses del derroca-
miento del zar y acababa de ocurrir la masacre de
Ekaterimburgo. Todavia no habian tomado el poder
los bolcheviques. Rusia se debatia en la mas inaudita
tragedia de su historia.
Smallens habia sido amigo del principe Kropot-
kin, santon del anarquismo, heredero de Bakunin y
261
de Maximo Gorki, autor favorito de Valdelomar y su
grupo, Hablaron de ellos con deleite. Frente a la
Pavlova, la actitud de “El Conde de Lemos” fue dis-
tinta. Escribe:

Grato refugio ofrecié ayer a mi animo enholli-


nado de democracia, ahito de candidaturas, fati-
gada de ciudadanos, el Hotel Maury (donde re-
sidia Ana Pavlova)...
..-Elegi la hora de marcharnos. Bajé la escalera
del Maury. Abajo, en la calle, los grupos de elec-
tores sudorosos se cruzaban a mi paso, dejando
en el ambiente un penetrante olor de jornada ci-
vica.®

Valdelomar, que habia atravesado una aguda cri-


sis de desconfianza en si mismo a raiz del episodio
de su discurso ante la tumba de Yerovi que le hizo
descubrir envidias y emulaciones que no sospecha-
ba, volvid mas que nunca a su arte: la Pavlova fue
un balsamo incomparable para sus desazones.
La Pavlova era una leve y sutil mujercita; pare-
cia un angel. Fragil, esbeltisima, casi traslicida, y
sin embargo, entusiasta, sdlida, dinamica. Tenia como
partenaire a Alexander Volinin, el mejor discipulo
de Nijinski, aquel demonio de la armonia que afios
después muri6é en un manicomio de Paris. La segun-
da bailarina se llamaba Stefa Platskovietska. De ella
estaba enamorado el aleman Grimm, aquel hombre
melenudo, cervecista, que abandoné el violin por los
Ssuspiros y la sala de musica por la de té en el
Palais Concert. Con Grimm soliamos pasar algunas
noches en la redaccién de Ariel, una revista que pu-
blicabamos en 1917 varios universitarios en la que
Valdelomar colaboré graciosamente.

6 Cfr. La Prensa, Lima, 22 y 24 de mayo de 1917.


262
4
La Pavlova nos trajo paz espiritual, armonia es-
tética y belleza plastica. Nadie ha bailado como ella
La muerte del cisne de Saint-Saéns, ni las Danzas de
Grieg, ni el Momento musical de Schubert, ni Coppelia
de Delibes, ni el Minuet de Paderewski, ni Petruchka,
ni Sherezade. Aparte de souplesse habia en ella algo
sobrehumano. Quiza, pienso ahora, acrecentaba su
consagracion al arte la angustia de su patria rusa
en esos momentos, ya bajo el vendaval de la derrota
y la revolucién en pleno caos. Fue tanto el fervor
despertado por la Pavlova, que el dia de su despedida,
el publico frenético la esperé después de la funci6n;
le abrio calle hasta su coche; desengancho el tronco
de caballos de éste; y tirando de la victoria la
condujeron hasta el Hotel Maury donde residia.
Habian llegado también Suzanne Després y Lugné
Poe. Poco mas tarde amenizaba lag noches limefias
una compafnia italiana de operetas, la de Ettore Vi-
tale, en la que fulgian como “estrellas” un hermano
de la sensual y magnifica tigresa del cine, Francesca
Bertini, llamado Italo (actor cédmico de escasa voz
y muchas gracias), y Pina Gioana, una italiana more-
na, cimbreante, de picante belleza levantina y voz
pastosa. Buscando nuevos horizontes emigraban ha-
cia Cuba el mtsico Daniel Alomia Robles, autor del
Himno al Sol y de la musica de El céndor pasa, y
Enrique Bustamante, el gran amigo de Abraham.
En la primera semana de julio de ese movido 1917,
Valdelomar, volviendo a las andadas, actia como
orador. en un mitin pro aliados. Al hacerlo asume la
representacién de “la juventud intelectual’. Por esos
mismos dias,? Victor Maurtua dicta una conferencia
en el seno de la Federacién de Estudiantes del Peru,
empefiada en una cruzada intelectual.

7 Cfr. Revista de Actualidades, Lima, numeros 2 y 3,


7 y 14 de julio de 1917.
263
En la Ultima semana del mismo julio, los diarios
anuncian, con gran despliegue, la llegada del escri-
tor espafiol Pedro Gonzalez Blanco, y la eleccién de
Alejandro N. Ureta como presidente del Circulo
de Periodistas del Peri. Ambos sucesos tuvieron eco
en Valdelomar.
Pedro Gonzalez Blanco, hermano del erudito cri-
tico Andrés, prologuista de Fiat lux de Chocano, ha-
bia residido en México durante los asperos y cruen-
tos dias de la revolucion. Traia de ello una impresi6n
viva. La comunic6é a sus amigos limefios. Con lo cual
aviv6 los dormidos deseos de Valdelomar de rein-
gresar a la vida publica y, segun los consejos de
José Vasconcelos, hormarla a los designios cultura-
les. La secuencia entre esas visitas y el discurso en
la plaza Francia, asi como el casi inmediato inicio
de su jira de conferencias sobre temas politicos y
literarios, ofrece ancho campo para considerar vero-
simil, si no cierta, aquella hipotesis.
Desde mediados de 1916, Valdelomar inicié en La
Prensa otra seccién mas: “Didlogos maximos’’. E] pri-
mero (junio de 1916) se desarrolla en un paleo del
circo Shipp and Felton; hay una “Conversacién con
el diablo” en noviembre; a partir de febrero de 1917,
los interlocutores, “Manlio” y “Aristipo’’, conversa-
ran sobre arte, carreras de caballos, politica..., de
todo. Y todo en tono afectado y falsamente solemne.
La vida intelectual se intensifica. Luis Géngora es-
trena, en agosto de 1917, la comedia La rueda invi-
sible. Se anuncia la llegada de Eduardo Zamacois.
Algo después ocupa el escenario del Municipal la
companhia de opera que tenia por director de orques-
ta a Alfredo Padovani y por soprano absoluta a
Mercedes Llopart. Salen a relucir fraques y smokings,
el teatro se satura de alcanfor, el aire se puebla de
trinos sostenidos, gorgoritos y aplausos.
También en agosto habia “debutado” en el Teatro
264
Colon la diminuta y vivaz Amalia de Isaura. Con
ello prosigue la temporada de comedias y tonadillas.
En octubre se publica Panoplia lirica de Alberto Hi-
dalgo. Don Lunes, revista humoristica, fletada por
Malaga Grenet, Luis Fernan Cisneros, Federico More
y Félix del Valle, comenta el libro del resonante
arequipeno insertando la foto de la cabeza del poeta
bajo el rétulo de “{ Qué hacemos con este poeta?” y
calzado por un soneto truculento en que Hidalgo se
ayunta con la tierra y eyacula sobre ella...
Panoplia lirica \leva como prélogo una Exégesis es-
tética, sumamente fina; como uno de sus apéndices,
el poema de Valdelomar, publicado en diciembre del
ano anterior, Epistolae liricae ad electum poetam ju-
venem, titulo en latin tomado al crédito del padre
Martinez Vélez, erudito agustino, amigo de los “cold-
nidas” y autor de un famoso y dificil sermon titulado
El Dios desconocido. La Exégesis estética, firmada el
30 de agosto de 1917, amplifica los conceptos de “Bri-
llantes inconexiones estéticas’. Ya lo veremos.
En la Fpistola lirica, deslie Valdelomar versos tan
deliciosos como estos:

Mi casa so la playa, es como un atalaya


a sus pies la marina ola enérgica estalla,
y luego en un encaje de espumas se desmaya.
Ayer, en la terraza, con la mano en la frente
veia diluirse en un creptsculo ardiente
el tltimo fulgor, melancélicamente...
Mi madre, bajo el vano, se destacaba como
una Virgen Maria sobre el cielo de plomo;
igual que una figura se destaca en un cromo,

Sobre su cabellera de plata, el sol ponia


una nota de oro. Abajo balbucia
el] mar una lejana lirica infantil melodia.
265
Segin se ve, siempre la pluralidad de adjetivos.
i Podia en justicia vituperarsele tal empleo, confor-
me apasionada e injustamente lo hiciera Lopez Al-
bijar en la seudopolémica de 1916?
La entrega del primer libro de Hidalgo a Valde-
lomar estA descrita en la Epistola, como sigue:

Yo pensaba, sofiaba... De pronto oi llamar:


—“Es usted el sefior Abraham Valdelomar?”
—Tal. —“Este libro”. —Gracias. —Yo volvi a mi
[sonar.

Asi lleg6é tu libro a mi lirica estancia,


asi llenaron mi alma de exquisita fragancia
los versos que tu fina sonora copa escancia.

En seguida se queja:

Hermano: estoy enfermo de vida solitaria,


solo entre tanta gente de idealidad precaria,
intermitente espiritu y alma universitaria.

Yo me siento morir entre esta horda vana;


mi talento es para ellos como una flor malsana.
Los que ahora me condenan, me aplaudiran mafiana.

Yo les he dado todo: el verso cincelado,


la noble prosa fuerte, el comentario alado.
Tal hizo Prometeo. Y estoy encadenado.

Alberto, nadie puede comprender lo sutil


de mi alma cristalina, abnegada, infantil:
yo he nacido en el campo y he nacido en abril.

Desdefia toda loa. Toda leccién desdefia.


iVive, canta, medita! Tu noble verso suefa,
sdlo ensefia el Dolor, Lo demas nada ensena.

266
Te asaltara la envidia, cruel y traidoramente.
En el coro de hosannas sentirds de repente
e] tragico y rastrero silbar de la serpiente.

Entrega toda tu alma a la pasién mas fuerte;


derrocha tu salud; tu ingenuidad convierte
en un hondo placer porque vendria la Muerte.

Vendra la Muerte un dia con su hoz enarcada;


te tendera los brazos al fin de la jornada
y es necesario, Alberto, que no se lleve nada.

Alma lirica, hermana: a través del camino


bajo la noche azul, serena y constelada,
cuando los dos hayamos derrotado al Destino
el bronce premiara nuestra heroica jornada.

Toda la filosofia hedonista y al par estoica de “El


Conde de Lemos” discurre por la LHpistola lirica.
Aunque apareciere entonces como apéndice de Pa-
noplia lirica, impreso a fines de 1917, los versos datan
de diciembre de 1916. En todo caso fueron obra de
un instante en que, al parecer, la vida no se abria
ya como una vasta y alegre sonrisa ante el artista, y
sin embargo, recatado en la perfumada y mediocre-
mente poética intimidad de Barranco, junto al mar,
al inseparable lado de su madre, Abraham rumiaba
su angustia y repasaba envidias y rencores como
sus mas tercos amigos y como sus mas fieles conter-
tulios.:
Como un alcance de tipo personal, a mediados de
1917, en junio, habia aparecido una revista universi-
taria de la que sdlo salieron dos ntmeros. Se titu-
laba Ariel. La dirigiamos Ernesto Zapata Ballon,
Jorge Dancourt y yo. En el segundo ntmero, que
tiene fecha de 30 de junio, Valdelomar permitio
que publicdsemos un fragmento inédito de Verdola-
267
ga, tragedia campesina, sin duda de corte dannun-
ziano, cuyos personajes (Maura, Agueda, Diamela
y “El Spirito del Artista”) dialogan en tono poéti-
co, sin interrumpirse el uno al otro, cediéndose el
turno con la mas limpia cortesia literaria y el mas
estricto sentido de los valores armoniosos que ma-
nejaba el poeta, excepto la dinamica teatral.
Acompafiaba aquel fragmento una caricatura-re-
trato de Abraham calzado con la firma de Luis Al-
berto Sanchez.
La Prensa era el palenque de “El Conde de Le-
mos”. Por algunos meses ejercié la secretaria pri-
vada del ministro de Relaciones Exteriores, Enrique
de la Riva Agiiero. La cancilleria estaba situada en
la avenida de La Colmena, entre Monopinta y El Se-
rrano, A las doce, trajeado impecablemente de color
plomo, con chaleco blanco totalmente ribeteado; cal-
zando zapatos de cabritilla o charol, con capellada de
ante claro; en ristre el bastén de Malaca; al viento
la cinta negriplateada de sus quevedos, “El Conde
de Lemos” cruzaba La Colmena hasta la plaza de La
Micheo; entraba por la calle de Boza y en la de Ba-
quijano, después de una corta visita al diario, se
estacionaba en las gradas del Palais Concert. No
estaban ahi todos los antiguos “colénidas’”. More
habia emigrado a Bolivia; Alfredo Gonzalez Prada,
uncido al cargo de la diplomacia, habia partido a
Buenos Aires, donde se encontraria una vez mas con
Felyne Verbist; Bustamante y Ballivian andaba por
el Caribe; Mariategui y Falcén disponian de menos
tiempo absorbidos por El Tiempo. Los escritores tra-
taban como a un maestro al joven autodidacta de los
“Dialogos maximos”’.
Finaba 1917. Valdelomar habl6 vagamente a sus
amigos de pedir licencia a La Prensa y lanzarse a
plenitud a la anunciada jira de conferencias por pro-
vincias; queria publicar sus libros y dialogar con el
268
pueblo. Estaba inquieto y como desorientado. Sin
embargo, la ciudad se le entregaba, pese al desdén
con que el artista recibia ciertos homenajes. En esos
momentos se anuncio la llegada de otra bailarina
clasica: Norka Ruskaya. Valdelomar seguia en
Barranco. Paseaba por las noches dialogando, a pa-
labra herida, con el silencioso Alfredo Mufioz; cami-
naba por el parque rumoroso y crujiente; crujiente
de hojas secas y semillas de ficus esparcidas por los
suelos; rumoroso por el viento que al silbar por en-
tre las ramas de los arboles siempre verdes, producia
una musica incomparable, tacita y confidencial, a
cuyo amparo brotaban versos y paradojas, declara-
ciones de amor y de guerra, toda la infinita gama
de contradicciones que, al fin y al cabo, constituyen
nuestro intrasferible acervo existencial.

Desde principios de ano habia llegado a Lima un


personaje raro, de gran energia y poderosa inspira-
cidn plastica: Ravil Maria Pereyra.
Ratl Maria, portugués, de origen campesino, na-
cido en 1877, habia sido un autodidacta. Aprendié a
leer a los catorce afios; le gustaba trotar mundos.
Era un hombre de mediana estatura; de piel morena
y tersa; ojos pequenos, pero penetrantes y que se
fijaban como embrujados en su interlocutor; de fac-
ciones angulosas; de porte suave y hablar un tanto
gutural. Vestia siempre de azul o gris oscuro. Habia
residido largos afios en Ecuador donde se caso y le
nacieron algunos hijos. Vino a Lima como consul de
Portugal, pero se dedicé a la pintura que le habia
dado fama y dinero. Su primera obra en Lima fue
un magnifico retrato de don José Antonio de Lavalle
y Pardo, padre de José Antonio, Juan Bautista y
Hernando de Lavalle y Garcia, los dos primeros muy
cercanos a Valdelomar. El segundo retrato fue uno
estupendo de Javier Prado, a la sazon rector de la
269
Universidad de San Marcos. El tercero, ya en el
otofio de 1917, fue el de Valdelomar. Ratl Maria
capto maravillosamente el gesto y los simbolos ama-
dos de “El Conde de Lemos’. El] suyo, el de su cua-
dro, es un Valdelomar casi sonriente; de labios gor-
dezuelos; mirada 4gil, pero triste; las manos finas
y enjoyadas. En una de ellas sostiene a Omega “la
calavera, mi amiga”. Es una pequena chef d’oeuvre
que Abraham guard6 siempre junto a si, en su escri-
torio de La Prensa.
De esta suerte, entre tantas incitaciones y campa-
fas, trascurrié el ano de 1917. La dicha llegada
de Norka Ruskaya, y los planes de conferencias, co-
menzando por las de Huacho, preocupaban grande-
mente a Valdelomar. Antes de cerrarse el ano ocu-
rri6 el incidente del cementerio y el nuevo reto al
hombre de la calle, que no queria comprender, ni
admitir siquiera, la revolucién espiritual y litera-
ria a que, sin quererlo, estaba asistiendo y, a su
pesar, colaborando.
Finalmente, en la ultima semana del afio aparecio
una revista: Sudamérica, dirigida por Carlos Pérez
Canepa, que habia dejado de publicar Lulw. El pri-
mer numero correspondié al 22 de diciembre. En él
se anuncian algunos hechos que tendrian influencia
en la existencia capitalina y desde luego en el Animo
de sus escritores. Por ejemplo, el arribo de Juan
Belmonte, acompanado de Diego Masquiaran ‘“For-
tuna”, y de otro matador de fama, “El Chiquito de
Begona’’. Los traia contratados el mismo jacarandoso
empresario de Gaona: Carlos Moreno y Paz Soldan.
Los estudiantes eligieron presidente de la primera
federacién de estudiantes al trujillano Fortunato
Quesada Larrea, alumno de medicina en San Mar-
cos. En aquel primer comité figuraban Victor Rail
Haya de la Torre, delegado por la Universidad de
Trujillo, Javier Correa y Elias y Hernando de La-
270
valle, jovenes que habrian de tener ancha actuacion
en la politica nacional,
Nuevos escritores pasean por las calles sus inquie-
tudes, sus melenas, sus ojos azorados y su aficién
a los paraisos artificiales. Uno de ellos, en el mas
radical arranque literario, publicé, durante la pri-
mera semana de 1918, un libro de presentacién extra-
vagante y de contenido incoherente y blasfemo: Wal-
puirgicas. E\ autor se llamaba Luis Berninzone. Tenia
diecisiete anos y lucia una copiosa, rubia y ensorti-
jada peluca, coronando un rostro rubicundo y una
figura menuda, pero atlética, de marinero en licen-
cia. La sombra de Baudelaire preside aquel conjun-
to de esotéricos poemas, Ernesto More, miembro del
selecto clan de los More (Federico, Gonzalo, Ernes-
to, Carlos: un ensayista, un musico, un poeta y un
pintor), preludia el libro de Berninzone. Todos los
escritos pasan por las horcas caudinas del home-
naje a “El Conde de Lemos”. La situacién politica
cambia dia a dia.
Declina el gobierno civilista de José Pardo, Don
Lunes lanza una portada especialmente cortada para
darse el lujo de que el lector, al doblarla, tirase
de las orejas al presidente de la republica. La guerra
ha virado fundamentalmente. Ha pasado la época
del kaiser Wilhelm, a quien cantara Alberto Hidalgo
y a quien vituperaba ya en ardientes versos el poeta
argentino Almafuerte. Valdelomar ha recitado en
Huacho su “Canto a la bandera”, y en Huaura, des-
de el balcén histérico en que se proclamara la inde-
pendencia del Pert, su “Oracién a San Martin”.
D’Annunzio, aviador improvisado y ruidoso, ha perdido
un ojo en uno de los combates aéreos bajo el cielo
de Venecia. En las prensas del Pandéptico principian
a tirarse los primeros pliegos de Hl caballero Carmelo.
Desde Piura, Chiclayo, Trujillo, Cajamarca, Huaraz,
Arequipa, Hudnuco, Ica, Cuzco, Puno, Cerro de Pas-
271
co, Iquitos, llegan todos los dias visitantes al depar-
tamento de reja de-una vieja casa en la plazuela de
la Penitenciaria donde habita Abraham Valdelomar.
Este, vestido con un oscuro y tosco sayal francis-
cano, recibe a sus admiradores. Bajo la sonrisa cor-
tés y junto a la paradoja audaz, arde ya con distinto
fuego aquel eterno corazén de nino; deslumbran-
doles con sus frases y el brillo lechoso del 6palo con
que decora el dedo indice de su mano diestra. Rito
casi eclesiastico si no fuese pecador. Entre los cate-
camenos, venidos desde un extremo del Pert, desde
Piura, recuerdo al joven director de la revista Ariel
de esa ciudad, a Ricardo Vegas Garcia que firmaba
“Gualterio sin Haber’, y que habia escrito un elogio
encendidisimo de “El Conde de Lemos”. Ricardo me
pidiéd que le presentara a Abraham. Valdelomar le
tendio pontificalmente la mano y, luego de escuchar
un balbuceado ditirambo, le interrumpiéd con voz
flébil diciendo: “j;Es usted hermano de un ‘cholo’
Vegas que hay en el ejército?” Ricardo, rojo de ira,
mascull6 mas que dijo: “Sepa usted, conde, que en
mi familia no hay cholos.’” Valdelomar eché al viento
su risa cristalina, de nifio travieso. Todavia duraba
la belle époque.

272
XV. INTERMEZZO SEGUNDO

NORKA RUSKAYA: EL BAILE EN EL CEMENTERIO

(4 de noviembre de 1917)

RETROCEDAMOS unos cuantos meses, sdlo hasta julio,


en visperas de las fiestas patrias de 1917. Valdelo-
mar continua escribiendo con implacable perfeccion
“Palabras” y “Fuegos fatuos” en La Prensa. El dia
4, aniversario de los Estados Unidos, pero sin nin-
guna referencia a aquel suceso, publica su habitual
cronica correspondiente a la primera de dichas sec-
ciones. El artista ensaya un balance de lo acontecido
en el ano:

Concluye la temporada chica. Paso la alocada


mestiza Esperanza Iris. Pasé la esplendidez hecha
carne de Tortola Valencia. Pas6é la ancianidad
desdentada, ilustre y blasonada de Maria Gue-
rrero. Pasé con sus agiles piruetas Anna Pavlova,
la compatriota de Tolstoy y del caviar. Y pasaron,
por fin, en la serie de espectaculos variados y
diversos, Alegria y Enhardt, Balsa, Hl Peru y el
doctor Mapelli.
Enumeracion indicativa: Valdelomar confunde en
su rapida sintesis los valores menos congruentes,
entre ellos el del luchador espafiol Andrés Balsa y
el de la sutil Pavlova, el fracasado esfuerzo perio-
distico de El Peri y los éxitos candentes de Tortola
Valencia.
“B] Conde de Lemos” trata evidentemente de libe-
rarse de crueles torcedores. Ensaya la evasion y la
273
alegria. Asi como ayer “estaba inteligente”, ahora
“esté humorista’’. Hace bien en sentirse asi. En una
crénica del 17 de septiembre pinta a “Los Petronios”
de Lima, para poner el acento en don José Carlos
Bernales; en la del 14 de octubre, se detiene para
realzar los chalecos de Carlos Borda, su ex padrino
de duelo, a quien acaban de otorgar, tardiamente, el
titulo de abogado. En la del 17 de octubre, vispera
de la festividad del Senior de los Milagros, evoca a
Micaela Villegas, la “Perricholi’, para decir de ella,
con su habitual desembarazo:
La Perricholi era una especie de Maitenon na-
cida en los barrios del Tajamar. La historica zam-
ba a quien le did el naipe por ser artista de tea-
tros, entré6 cierto dia de la Colonia al teatro de
la Comedia...1
En esos mismos dias llega a Lima una beldad in-
démita: Norka Ruskaya. Valdelomar y su cohorte
se apresuran a rodearla y rendirle su profano ho-
menaje.
Evidentemente, una de las mas frecuentes y atrac-
tivas expresiones artisticas de la belle époque de Lima
fue el ballet. En 1915 nos inicié en tan plastico y
armonioso vicio la sutil ballerina belga Felyne Ver-
bist. Poco después sobrevino, segtin dijimos, aquel
torrente de carne morena, jipios flamencos, meneos
polirritmicos, ojazos de embrujadora y “zapateaos”’
demoledores —a pie desnudo—, ese torrente carnal
que se llamé Tortola Valencia. A ella y a sus épalos
y joyerias la acribillaron con las catorce lanzas de
aque] soneto a tres manos, Valdelomar, Hidalgo y
Mariategui. Poco después, a mediados de 1917, se
produjo la auténtica revelacién terpsicoriana: la de

1 “Palabras”, en La Prensa, Lima, 17 de octubre de


1917.

274
Ana Pavlova: ensuefo, ilusién, deslumbramiento,
sutileza y armonia.
Poco mas tarde, a los seis meses de la ausencia de
Ana Pavlova, lleg6 Norka Ruskaya.
Norka parecia nordica por lo rubia y rosada; ha-
bia nacido en Suiza, Tenia una contextura atlética
y, Sin embargo, llena de redondeces. Andaba por los
veintidés o veintitrés afios, llevando consigo una
madre o “chaperona” que no la dejaba a sol ni a
sombra, aunque, tal vez, si a sombra. Era entusiasta
de la natacion, la musica, la poesia y, claro esta, de
la danza. Tocaba el violin; gracias a él habia reco-
rrido algunos paises y muchos teatros. Lucia unos
grandes ojos claros, atentos y brillantes; la nariz
era corta; la boca larga; el menton audaz; los cabe-
llos color de avellana; el de la piel nacarado; pare-
cia una especie de danzante Bruhmilda. El] ptblico
la recibid con generosidad; la critica con benevolen-
cia. Valdelomar la saludé con un entusiasta articulo
de su seccioén “Palabras” en La Prensa.
La temporada empezo en el Teatro Municipal y
siguiéd en el Colén. Concluida la funcién la acompa-
faban a cenar los “colonidas’’, perennes buscadores
de sensaciones. En una de esas charlas nocturnas
surgié la tentadora idea: {Por qué no bailar la Danza
macabra de Saint-Saéns o la Marcha funebre de Cho-
pin en un escenario mas adecuado, ritual y solemne
que el proscenio de un teatro? {Por qué no en el
propio cementerio? Seria un homenaje inusitado a
los vivos y a los muertos, al arte y a la posteridad.
La noche del domingo 4 de noviembre se reunie-
ron varios amigos; quiza estuvo entre ellos Abra-
ham; con certeza se congregaron alli José Carlos
Mariategui, César Falcon, el violinista Caceres, Juan
Vargas Gamarra, secretario de la Beneficencia, en-
tidad propietaria del cementerio; Luis Emilio Le6n,
novelista y tesorero de la misma institucién. Apenas
275
bosquejado el proyecto, ya iniciado ante el inspector
del cementerio, se perfil6 en todo su atrayente dra-
matismo. Al filo de la medianoche emprendieron la
marcha hacia el panteédn de Lima, utilizando la auto-
rizacion dada por el inspector que era don Pedro
Garcia Irigoyen, marido de dofia Pepita Mird Que-
sada, copropietaria de El Comercio.
El cortejo penetré en el funebre recinto. Norka
se despoj6 de su abrigo y qued6 cubierta sdlo por
la tinica que usaba para bailar. En noviembre, aun-
que soplen los hielos de San Andrés, ya se dan los
primeros vahos del verano. Puesto en trance, con la
emocién imaginable, el violinista Caceres comenz6
a tocar la Marcha finebre de Chopin. El grupo se des-
plaz6 en la avenida central del viejo panteon, frente
al mausoleo del marisca] Castilla. De pronto, lama-
dos por el administrador del cementerio, un prosaico
y celoso senor Valega, irrumpieron por las callejas
laterales numerosos policias encabezados por el pre-
fecto de Lima. La ceremonia —ceremonia, si, pues
no era un espectaculo— se detuvo en seco. Algunos
de los corifantes o espectadores escaparon por los
pasillos entre las tumbas, hacia los fondos del ce-
menterio, El prefecto obligé a la improvisada bacan-
te a re-cubrirse con su “‘tapado” y la acompano hasta
la carcel de mujeres 0 sea a Santo Tomas. Los perio-
distas Mariategui —que a causa de su cojera no
pudo huir— y Falcon, que permanecié con su com-
panero de redaccién de El Tiempo, asi como el vio-
linista Caceres, fueron citados para el siguiente dia,
lunes 5, a la prefectura.
E] escandalo fue espantoso. El Comercio, La Cr6-
nica y La Prensa, sobre todo los dos primeros, rodea-
ron el asunto con los caracteres de una profana-
cién horripilante, La Religién, la Moral, la Fe, la
Caridad, la Esperanza, la Iglesia, la Familia, la Edu-
cacién, la Salud, todo lo que se puede escribir con
276
mayuscula habia sido objeto de un intolerable abu-
so. En las Camaras se alzaron voces irritadas, de
condenacio6n y de venganza.
Si algo atenué el caso fue la circunstancia de
hallarse complicados algunos cronistas parlamenta-
rios, siempre materia de la adulacidn de los politicos.
En Santo Tomas, Norka se vio forzada a un obli-
gado ayuno, segtn lo referia ella misma a los perio-
distas, al dia siguiente de su liberacion.
El] prestigioso y circunspecto cronista de El Comer-
cio, “Clovis”, o sea Luis Varela y Orbegoso, se hizo
eco de la indignacioén de los “buenos burgueses” (‘M.
de la Pallise y Celui-qui-ne-comprend-pas’’), Los pe-
riodistas Mariategui y Falcén igual que el violinista
Caceres se vieron sometidos a proceso. E] juez ins-
tructor Oscar Cebrian, hermano de Luis, otro abo-
gado adicto al grupo ‘“colénida’, se encargé del
caso. Alejandro M. Ureta, bohemio, grandilocuente,
grandazo e irdnico, protesté contra aquella inquisi-
cidn en nombre del Circulo de Periodistas del que
era presidente. Alejandro, hermano de Alberto, el
poeta, solia frecuentar los ‘‘paraisos artificiales’’.
En La Prensa del 7 de noviembre, el dia que Norka
seria puesta en libertad, se daban algunos detalles
sobre el caso y se referian los incidentes surgidos
en la Beneficencia Ptblica de Lima, a causa y a
raiz del baile en el cementerio. Desde el dia 5, el
director, don Augusto Pérez Aranibar, conocido mé-
dico y filantropo, habia solicitado al prefecto aplicar
la “sancién legal a los culpables como el sentir
publico lo reclama alarmado”’. El prefecto, coronel
Edgardo Arenas, inform6 al director de la Benefi-
cencia que habia puesto los hechos en conocimiento
del juez del crimen doctor Cebrian y a su disposi-
cién “a las personas que aparecen responsables”.
El mismo dia 6 protestaron contra la versidn que
los incluia en el macabro festival los doctores Sebas-
277
tian Lorente Patrén y Guillermo Puente Arnao, men-
cionados en una cronica periodistica.
Un ciudadano llamado Zenobio A. de la Torre
inicié una “accién popular” contra los actores del
festival.
El inspector del cementerio, el senor Garcia Iri-
goyen, expresé que el secretario de la institucion,
sehor Vargas, lo habia “sorprendido” solicitandole
permiso para “visitar’” el cementerio de noche en
union de algunas personas.
Ante la actitud de algunos periodistas, el segundo
vicepresidente del Circulo de Periodistas, José Car-
los Mariategui, renunci6é irrevocablemente a su cargo
y a su condicién de miembro del Circulo. Alejandro
Ureta habia renunciado previamente a la presiden-
cia de la misma institucién, en solidaridad con sus
colegas expresados:
El martes 6, el senador por Puno, don Mariano
H. Cornejo, pronuncié un elocuente discurso protes-
tando contra la forma en que se habia conducido
la cuestidn. Cornejo era —no se olvide— el mismo
parlamentario y tribuno que defendid en 1896 el
gobierno de Piérola; en 1912, la eleccién de Billin-
ghurst; en 1918, la disolucién del congreso y las
elecciones simultaneas de ejecutivo y legislativo y
al presidente Billinghurst; que en 1914 propugnaba
la institucién del jurado para juzgar los delitos; que
en 1915 y 1916 proclamaba la necesaria participa-
cién del Peri en la Guerra Mundial al lado de la
Entente cordiale 0 sea de los aliados. Cornejo, insig-
ne socidlogo, coincidia con Valdelomar en el este-
ticismo, el billinghurismo y la exaltacion de las pro-
vincias. Pues bien, Cornejo dijo ante el senado:

Sefior Presidente: Por haber llegado ayer algo


tarde, no pude expresar la protesta que hoy quie-
ro que conste en el acta. Como Senador de la
278
Republica; como miembro del Foro, autor de un
Proyecto del Cédigo de Procedimientos Penales,
para evitar los abusos que en este orden comete
la justicia; como Catedratico de la Universidad
dedicado a estudios sociales; como modesto escri-
tor consagrado largos afios a la especulacion filo-
sdfica; como ciudadano de un pueblo que se titula
libre; como individuo que cree tener algunos ti-
tulos ante la opinién extranjera para ser conside-
rado como hombre culto; yo quiero protestar y
dejar constancia en el Acta de mi indignacién por
el atropello inaudito de que ha sido victima una
distinguida artista, a quien se ha encerrado en
la carcel publica dos dias al lado de los crimina-
les, asesinos y ladrones. Semejante conducta esta
en abierta oposicién con todos mis ideales sobre
la libertad individual y sobre e] derecho. Yo creo,
sefior, que una de las grandes aberraciones de la
humanidad ha sido vincular la moral y el derecho,
unas veces al tiempo y otras al espacio. Hay tri-
bus salvajes entre los negros africanos que dis-
tinguen los dias en fastos y nefastos, y, asi, entre
ellos, la infeliz criatura que nace en un dia ne-
fasto, es inmediatamente degollada, y consideran
a la que nace en dia fasto con el goce de grandes
privilegios. Lo mismo pasa tratandose del espacio.
gCémo puede suponerse que aquello que se aplaude,
se premia y se paga en un teatro, resulta criminal
en. el Cementerio? {Es posible que el bien y el
derecho definido en un periodo histérico puedan
cambiar por los lugares o los tiempos? Precisa-
mente las teorias conservadoras que mantienen la
trascendencia del bien y del mal, declaran que
la accién buena es buena en todas partes y la
accion mala es mala siempre, en todos los tiem-
pos y en todos los sitios. Un concepto contrario
es la destruccién de los principios de la moral
279
cristiana y también de la teoria del imperativo
categérico. Lo mds que podria inculparse a la ar-
tista aludida seria el haber ingresado por la noche
al Cementerio, pero ingres6 evidentemente con la
autorizacién del Inspector respectivo. . .1

El elocuente discurso de Cornejo continuaba ana-


lizando el punto con implacable logica. Preguntaba:
gen qué ley se ha fundado esta prisidn?; pidié que
el ministro de Justicia indicara el articulo del c6-
digo que sustentaba la accién incoada; insistié en
la necesidad de “ser severos en la defensa” de la
“libertad individual’, y concluyo:

Yo, pues, pido que en mi nombre se pase el ofi-


cio indicado y que conste en el Acta la protesta
que hago por ese atropello de que ha sido victima
una artista que no ha cometido ningtin delito.

Mariategui, Falcon y Caceres habian sido puestos


inmediatamente en libertad, el mismo lunes 5; para
que Norka Ruskaya obtuviera la suya fueron preci-
sas las protestas ya senaladas, asi como la fianza
personal y la caucién consiguiente prestadas por don
Pedro Ruiz Bravo, director de El Tiempo, diario del
que formaban parte Mariategui y Falcén.
Al resefar este curioso episodio, que retrata la
temperatura altamente estética de aquella promocién
y de aquel momento, Clemente Palma (sin firma,
pero identificado por su inconfundible estilo y por
su condicién de director de la revista) se burlaba en
Variedades ? de los excesos de celo moralizante a pro-

1 Kl Diario de los debates del senado, legislatura ordi-


naria de 1917. Cfr. El Comercio y La Prensa, Lima, 7
y 8 de noviembre de 1917.
2 Lima, nim. 506, 10 de noviembre de 1917,
280
posito del baile en el cementerio. Excusaba a Norka
diciendo de ella que “por su juventud y su inexpe-
riencia y por sentido artistico mismo es aficionada a
las sensaciones raras’’. Concluia opinando asi: “Desde
luego no hubo profanacién de cementerio ni nada
parecido.”
Norka obtuvo la mayor publicidad a que podia
aspirar una artista. No fue su propoésito buscar ré-
clame; éste le salid al paso al descubrirse el sigi-
loso acto del cementerio. Por eso, entrevistada a su
salida de la carcel, ya en su alojamiento del Hotel
Maury, se refirid con objetividad a su breve cauti-
verio. Melodramatizando, explic6 ante el tumulto de
periodistas que colmaban su habitacién:

Las horas me han parecido alli siglos. He su-


frido lo que no es decible. Me parecia que ya no
saldria nunca de aquel antro repleto de mujeres
perdidas. Los dos primeros dias no probé bocado
porque me repugnaba el rancho que las monjas
me ofrecian.

Cont6 que aquellas monjas le decian: “—Escan-


dalosa, rece tres Ave Marias por el pecado que acaba


usted de cometer —y yo, asustada, recé las tres
Ave Marias.’’3
Aquel incidente al finalizar el afio de 1917, cuan-
do se anunciaba la llegada de Juan Belmonte y su
cuadrilla, coincide con otro hecho absolutamente
opuesto. La revista Variedades* informa de é] en su
numero del 17 de noviembre. Se trata de la iniciativa
que, desde el Cuzco, en donde actuaba provisoria-
mente como secretario del prefecto, coronel César

3 La Prensa, Lima, 8 de noviembre de 1917.


4 Variedades, Lima, nimero 507, 17 de noviembre de
iLOnis
281
Gonzalez, lanzaba el primer vicepresidente de la Fe-
deracién de Estudiantes del Pert, Victor Raul Haya
de la Torre, para erigir un monumento a Manco Ca-
pac en la cima del Pacaritambo, donde los hermanos
Ayar establecieron su imperio. Dos semanas des-
pués, en la misma revista, José de la Riva Agiero,
contestando a su amigo el profesor José Gabriel
Cossio, opinaba sobre el mismo asunto, pero en for-
ma diferente. El pleito de las generaciones, india-
nistas y espafolistas, esteticistas y socializantes, co-
menzaba a germinar.
Al llegar la Pascua, Valdelomar publica en La
Prensa una dulce y emotiva “Carta al Nifio Jestis”:
deberia releerse para comprender mejor e] permanen-
te candor de una nifiez irrevocable.

282
XVI. ANO PRIMERO DE “EL CABALLERO
CARMELO”:

LOS HOMBRES GORDOS QUE MANCHAN EL PAISAJE

(enero - mayo 1918)

A PESAR de los éxitos literarios, del empaque con


que resistia las agresiones de la estolidez burguesa,
a pesar de su sensibilidad, Valdelomar, con su fini-
sima capacidad de captacion, percibia que algo an-
daba mal; que desde el sepelio de Yerovi se iban
amontonando sobre su cabeza nubes dispuestas a
lanzar el rayo; comprendia que ya tanto tronar no
podia menos que ser heraldo de tormenta.
Desde fines de 1917, su situacién en La Prensa
se hacia poco menos que insostenible. Le pagaban
por sus colaboraciones veinticinco libras mensuales
(algo asi como unos doce mil soles de este ajio,
1968, en que escribo, 0 sea una soldada apreciable).
Ademas, colaboraba en varios diarios de provincias
y en revistas locales. Precisamente en 1918, una lla-
mada Oficina Central de Representaciones de aquellos
diarios, manejada nominalmente por el entonces es-
tudiante Julio A. Chiriboga, que proporcioné parte
de los escasos capitales, pero creada y orientada de
veras por Alejandro Belatnde y Juan Bromley con
quienes cooperaba yo, solia pagar a Valdelomar vein-
ticinco soles o sea dos libras y media por articulo
semanal, articulo que reproducian, con mucho menor
estipendio que el de la oficina central, La Tarde de Ca-
fete (propiedad de Pablo Nosiglia), La Voz de Huan-
cayo, El Heraldo de Ica (cuyo propietario era Alejan-
283
dro Parré), El Tiempo de Piura (dirigido por el sagaz
Luis Carranza) y La Industria de Trujillo,Hl Tiempo
de Chiclayo, El Sol de Cuzco (de Velasco), El Pue-
blo de Arequipa (de los Arispe), ete.
Por otra parte, la situacién politica habia cambia-
do notablemente a raiz del asesinato del candidato
a diputado y ex diputado Rafael Grau Cavero, hijo
del “Héroe de Angamos’’. El crimen se cometi6 en
Palcaro. Provocé la caida del gabinete ministerial
presidido por José Manuel Garcia Bedoya. El régi-
men de Pardo estaba herido de muerte. Como se
acercaba el proceso electoral, los posibles aspiran-
tes a la sucesién de Pardo, entre ellos el propietario
de La Prensa, don Augusto Durand, quien desempe-
fiaba la plenipotencia del Pert en Buenos Aires, se
concentraron en Lima, Valdelomar sufri6é los efectos
de ese retorno.
Mientras ejercié la direccién del diario Carlos Rey
de Castro, hombre fino y buen periodista, Valdelo-
mar, y en general la plana literaria del periddico,
disfrut6 de inteligente y amplio apoyo. Rey de Cas-
tro aceptoé la representacion diplomatica del Pert en
Paraguay. Practicamente qued6 a cargo del diario
don Benjamin Pérez Trevino, antiguo radical, gon-
zalezpradista, tragacuras, masén y librepensador.
La presencia de Lopez Albtjar en La Prensa fue
rapida. En el entretanto, y durante la estancia de
Durand en Lima, resolvié asumir la direccién, te-
niendo como secretario a Emilio Delboy y como ad-
ministrador a Pérez Trevifio. La direccién de Du-
rand hizo imposible la permanencia de Valdelomar
en el periddico.
Yo solia visitarlo entonces. Ya trabajaba en La
Prensa Ezequiel Balarezo Pinillos (“Gaston Roger’),
asi como el gordo Julio Portal (“El Tio Cencerro”) y
Juan Bromley. Pese a la diferencia de edad, hacia-
mos un grupo casi homogéneo por la curiosidad in-
284
telectual, el buen humor y la actitud bohemia. Val-
delomar, segtin he dicho, ocupaba un escritorio en
el fondo del corredor del segundo piso. Lo habia de-
corado a su antojo. Ahi miraba el interlocutor el bello
retrato hecho por Rati] Maria Pereyra; y a la vera,
la calavera Omega. Parecia un atelier de artista, y
lo era. Frente al escritorio y su retrato hecho por
Raul Maria Pereyra, nunca faltaba en un bticaro un
ramo de flores que cuando no se lo enviaba su novia,
Consuelo Silva Rodriguez, lo mandaba comprar. Du-
rand miraba de reojo y con ira a “El Conde de Le-
mos” cuando éste, mas erguido y taconeador que
nunca, cruzaba por el pasillo de entrada y subia las
escaleras de madera, saludando con bromas a todos
los que encontraba en el trayecto. Luego, se asomaba
al barandal del segundo piso, y si veia a Durand en
el piso bajo conversando frente a la ventana de la
administracion, gritaba con voz meliflua y estriden-
te: “Mufioz, Mufioz, las flores, las flores, Mufioz.”
El macilento, sofioliento, achinado, palido y fla-
quisimo portero Mufioz se movia pesadamente para
traer las flores que, si no llegaban a tiempo de
manos de la novia, eran mercadas en la floreria
de la cuadra siguiente, en la calle Boza, en la tienda
de las hermanas Gatti. Durand interrumpia su con-
versacién crematistica con Pérez Trevifio, o sus
confidencias politicas con el diputado Teobaldo Pin-
zas, o con su correligionario Gerardo Balbuena, o
con ‘su secretario Delboy, y proferia una interjec-
cién. Valdelomar, muerto de risa, se metia en su
escritorio feliz de haber hecho rabiar “al cholo”,
que era su patron. Desde luego, el juego tenia que
llegar a un resultado desagradable y... llego.
Cuando Valdelomar inicié sus jiras a provincias,
comenzando por las aledanas del norte, concreta-
mente por Chancay, su seccién cotidiana “Palabras”
debio de interrumpirse. Era director de La Prensa en
285
ese momento don Glicerio Tassara, escritor radical,
discipulo predilecto de Gonzdlez Prada, anarquista,
ateo y lanzallamas. Fue editor de La Idea Libre, alla
por 1905, en unién de Baldassari, otro 4crata convicto
y confeso. Desde aquella hoja atacaron al civilismo y
a los Miré Quesada, editores de El Comercio.
La Idea Libre tenia sus oficinas en la calle de San
Antonio, a un costado de El Comercio, siempre en la
calle de la Rifa. La polémica se encendidé, y Luis
Mir6 Quesada Guerra, diputado ‘‘obrero” y obreris-
ta, acompafiado de un grupo de amigos, compinches
y matones (entre los primeros un joven Pazos Va-
rela) atravesaron un dia la calzada y se lanzaron
sobre el periddico de Tassara, en el que colaboraba
Gonzalez Prada. Los redactores de La Idea Libre se
defendieron a balazos. En el entrevero cay6 muerto
el joven Pazos Varela. Saldo literario de aquel pro-
_ceso eS un famoso articulo de Prada titulado “La
Ley del Palo”. Tassara qued6 excomulgado de los
medios sociales. Al cabo de los afios le habia llegado
el tiempo de la reivindicaci6n como director de La
Prensa. Tenia ademas un hijo poeta, muchacho de
cejas mefistofélicas como las de su padre, el cual,
me refiero al padre, tenia una apariencia diabdlica:
alto, grueso, de ojos achinados, cejas muy arqueadas
y negras, sobre unas gafas negras que le daban a su
duefo un aire de tercer acto de la 6pera de Boito.
Tassara, instado por Durand, resolvié que la sec-
cién “Palabras” no podia dejar de publicarse con
o sin su redactor, y dispuso que otro miembro de la
redaccién continuase escribiéndola mientras Valde-
lomar andaba en su curiosa jira.
Se abria enero de 1918, comenzando el afio de
las mayores realizaciones literarias de “El Conde
de Lemos’”’,
Todo ocurriéd el 2 de enero, al dia siguiente de
inaugurado el nuevo afio de 1918. Como se colige

286
de la fecha, Valdelomar habia utilizado sus vaca-
ciones pascuales para visitar Chancay. Al verse su-
plantado, monté en célera. En tres sucesivos articu-
los, el stbito redactor de “Palabras” habia atacado
a personas por quienes Valdelomar sentia aprecio y
amistad, entre ellas, el sefior general (Juan Norber-
to) Eléspuru, don Carlos Borda, el doctor don Ale-
jandro Deustua, etc. El “etcétera” es también de
Valdeiomar. Los personajes a quienes defendia esta-
ban en cierto modo ligados a él: el general Eléspuru
era entonces el tinico general letrado en uso, miem-
bro del Instituto Histérico, hombre sagaz, ex amigo
de Billinghurst; don Carlos Borda, hombre rozagan-
te, de pelo y bigote rizoso, rematista de anuncios mu-
nicipales, descendiente de italianos, casado con una
aristocratica limefia de apellido Ferreyros, duefio de
unos chalecos blancos escandalosos para su robusto
vientre, y de un historial de duelos y pendencias que
justificaban lo ruidoso y afirmativo de su paso y los
claros escarpines que aristocratizaban sus tobillos,
habia sido también billinghurista, companero del di-
putado Manuel Quimper; en cuanto al doctor Deus-
tua, eminente fildsofo, partidario de Aspillaga y
enemigo de Billinghurst, resaltaba por sus aptitudes
socraticas de las que fue testigo paciente Abraham
en la Facultad de Letras. Oigamos cémo refiere el
resto de aquel episodio el propio “Conde de Lemos”:

Al volver a mi puesto de La Prensa, creia conve-


niente hacer una breve aclaracién dentro del tono
frivolo de “Palabras”. A este punto se refieren
los documentos que ruego a ustedes publicar y
que yo no habria dado a los diarios, porque no
se creyera que trataba de explotar puerilmente
una situacién. Si me decido a publicarlos es tni-
camente porque esta mafiana, sin aclaracion al-
guna, se ha vuelto a publicar la seccién ‘“Pala-
287
bras”, y como el ptblico ignora quizas mi salida
de La Prensa, creo necesario que se sepa que no
soy yo quien la redacta; ya que no es justo que
el piblico eche sobre mi humilde persona los li-
ricos laureles que corresponden a quien me ha
sucedido en la redaccién de esos articulos.?

Esta explicacién posterior a los sucesos, guarda


intima relacién con la conducta de Valdelomar ape-
nas tuvo la primera comprobacion del inesperado y
ultrajante menoscabo a su firma literaria a que
hemos aludido. Ni corto ni perezoso, imbuido atin de
los prejuicios caballerescos (que tenian y tienen al
marqués de Cabrifiana como supremo Aarbitro), Abra-
ham dirigia las siguientes cartas a sus amigos don
Carlos Borda, diputado por Lima, y a Julio C. Luna,
otro diputado, representante del Cuzco, muy conocido
por su animo jaranero, pleitista, y por ser en ocasio-
nes adicto a ciertas esotéricas drogas:

Casa de ustedes, 4 de enero de 1918.—Muy amigos


mios: Acabo de recibir la comunicacién que ad-
junto a la presente, suscrita por el] senior Glicerio
Tassara, Director de La Prensa. Los conceptos y
términos de ella los considero ofensivos a mi dig-
nidad; por lo que me permito rogar a Uds., de-
manden, en mi nombre, del dicho sefior, una sa-
tisfaccion amplia o la consiguiente reparacién
para lo que tengo el honor de conferirles poder
amplio, Anticipandoles mi agradecimiento por la
molestia que les causo, me es muy grato repetir-
me de ustedes, amigo y obsecuente servidor. A. V.

1 A. Valdelomar. Carta al director de El Tiempo, Cfr.


El Tiempo, Lima, 10 de enero de 1918.

288
Es de advertir que, segtin se desprende de la sub-
siguiente carta abierta de Valdelomar al director de
El Tiempo, su antiguo compafiero Pedro Ruiz Bravo,
que no atribuy6é en ningtin instante culpabilidad en
lo acaecido a Gliserio Tassara, a quien sin embargo
mandaba retar a duelo. Valdelomar se daba cuenta
de que la conspiracién que pretendia presentarlo
como snob, extravagante y afeminado debia cortarse
en el dia; el duelo era uno de los modos de mostrar
su decisidn, su hombria. De paso relataré que, poco
después, una tarde dominical yendo con él] del Palais
al Teatro Colén, a la entrada de éste, alguien muy
alcoholizado le espet6 a pleno rostro un apelativo
denigrante. Abraham se volvié indignado, y_hallé
que quien lo decia era Domingo Martinez Lujan, o
sea “Domingo del Prado”, celebrado poeta de la
generacion de Chocano, a quien “El Conde” habia
alabado mas de una vez. Ante la insistencia del bas-
tante beodo Domingo, Valdelomar reacciono violen-
tamente. Levant6 en vilo a Martinez Lujan y mate-
rialmente lo sumergié en la boleteria del teatro. Yo
acudi a separarlos y a tranquilizar a Abraham.
En el caso del duelo con Tassara no debe de haber
sido tanta su indignacién cuando dirigié la siguien-
te carta-testamento, entre jocosa y seria, a sus ami-
gos los poetas Enrique Bustamante y Ballivian, quien
acababa de regresar de su periplo antillano, José
Maria Eguren, Percy Gibson y Alberto Ibarra:

Sefiores
Don Enrique Bustamante y Ballivian,
Don José M. Eguren,
Don Perey Gibson y
Don Alberto Ibarra.

Mis queridos amigos:


289
Si acaso tengo la mala o buena suerte de morir
en el duelo al cual voy a asistir, me felicitaré de
ello, que ya es algo morir de plomo en esta tierra
donde todos mueren o estan condenados a morir
de “pisoton’.2 Dejo a todos ustedes los origina-
les de mis papeles literarios para que los arre-
glen, coordinen y editen. Pero, con qué? Vendan
todo lo que pueda venderse de mis muebles y,
si algo falta, pidanlo a mi hermano Anfiloquio.
Quiero mucho mis papeles, me cuestan mucho
trabajo y son muy sinceros. Sé que los trataran
con carifo. Sobre todo mi vela incaica, que es lo
primero y lo Gnico que se ha escrito con base de
verdad al respecto. No tengo tiempo para exten-
derme y sean ustedes los portadores al ptblico de
mi ultimo tributo, si esto es tributo. Algo. No
me den bombo. Respeten el derecho de Galvez?
que tiene la exclusiva. Los abraza su compafie-
ro. Me olvidaba de dejar mi opinidn sobre us-
tedes. Declaro que Eguren es un genio, que
Bustamante es uno de los espiritus artisticos
mas fuertes, que Percy Gibson es uno de los poe-
tas que si sale de aqui, puede llegar a ser, con
Bustamante, uno de los primeros de la lengua. Y
que Alberto Ibarra ha debido nacer principe en
artes y en vida. Alberto es principe. Sdlo le fal-
ta una corte y mucho dinero para escupir con
desgano a los pobres mortales. Robles, grandisimo
talento y alma artisticamente sensitiva. Morales
de Rivera, es un poeta. No se olviden de de-

2 Expresion vulgar que equivale a llamarle a uno tan


tonto que se pisa o le pisan los testiculos.
8 Se refiere al poeta José Galvez Barrenechea (1885-
1957). A Porras le gustaba mucho la publicidad.

290
a
cir que he dicho que Edgardo Varela+ es muy
bestia.
Gran abrazo
Abraham Valdelomar

Valdelomar entregé esta carta a Bustamante, en


cuyo archivo, celosamente guardado por su hermana
Cristina, la encontr6é Willy Pinto Gamboa, que es
quien me la ha proporcionado.
Recordemos nuevamente la exculpacién que hacia
con respecto de Tassara en su dictada carta del 10
de enero a El Tiempo:

Debo hacer constar que si yo he demandado repa-


racion del Director de La Prensa, ha sido desli-
gando absolutamente la persona del sefior Tassara.

Como de todas maneras el asunto de honor tenia


que entenderse con alguien, y ese alguien era el
director de La Prensa, y este director se llamaba
Glicerio Tassara, los padrinos de Valdelomar se aper-
sonaron ante él en cumplimiento de la misién con-
fiada por el escritor. Tassara no tuvo otro remedio
que nombrar a sus padrinos y escogio al doctor Ge-
rardo Balbuena, miembro del partido liberal que
capitaneaba Durand y candidato a una diputacidon
por Lima, y a Teobaldo J. Pinzas, también del par-
tido liberal, coterraneo y compadre de Durand y
diputado por Huanuco.
La sangre no lleg6 al rio. Los padrinos de Tassara
expresaron que éste no habia tenido ninguna inten-
cién de ofender a Valdelomar cuando permitié que
se usurpara la seccién “Palabras”; los padrinos de
Abraham expresaron que quedaban satisfechos con

4 Edgardo Varela era un versificador galante, de mele-


na negra, ojos entornados y aire sitibundo.
291
la explicacioén recibida, de todo lo cual se tomé cuen-
ta en el acta de fecha 5 de enero de 1918, acordada
en el local de la cAmara de diputados y de confor-
midad con el zarandeado cédigo de honor del mar-
qués de Cabrinana.
El 9 de febrero siguiente, en su nueva seccion
“Fuegos fatuos”, inserta en la revista Sudamérica,
al comentar “El Alba’, cuadro de Ricardo Flores y
Gutiérrez de Quintanilla, ahijado de Durand, “El
Conde de Lemos” hizo una pormenorizada e irénica
referencia a su salida de La Prensa. Lo cuenta asi:

Yo era hasta hace unos dias, redactor de un


diario. Este diario indemnizaba con la mezquina
y despreciable suma de veinticinco libras men-
suales, el malestar pesante que me ocasionaba ir
al periédico de vez en cuando. Yo creia que mi
visita hebdomadaria al periddico y un articulo
brillante de tarde en tarde, eran bastante retri-
bucién de parte mia por las veinticinco libras;
ademas, yo, a veces solia decir:—‘‘Buenas tar-
des, companeros”, aunque las veces que tenia esa
clase de generosidad no se me aumento el sueldo.
Un dia, por fin, acab6é esta tortura dantesca. ; Ah!
Ustedes ignoran lo que significa salir de un peri6-
dico. Es como darse una ducha,. La vida toma otro
aspecto; todo nos sonrie...®

Esta forma humoristica y arrogante no logra ocul-


tar cierta melancolia. De hecho, Abraham tenia que
ganarse e] sustento en la Unica forma que era capaz
de hacerlo: escribiendo o diciendo. La revista Sud-
américa podia servirle de medio de expresién mien-
tras tanto. De ahi que en el ntimero once, corres-

5 Sudamérica, Lima, afio I, numero 8, 9 de febrero de


1918.
292
pondiente al 2 de marzo, se registre otro articulo
titulado “‘La génesis de un gran poeta” en el que
saluda auspiciosamente a César Vallejo, cuyos Los
heraldos negros acababan de aparecer. En realidad,
el articulo empieza con un elogio necroldgico a don
José Antonio de Lavalle y Pardo, que acababa de
fallecer, y a quien Valdelomar profes6é una sincera
amistad, al extremo de figurar el nombre del ex
diplomatico limefio entre los dedicados de El caba-
liero Carmelo. De paso, este libro salié de las prensas
en enero (mi ejemplar esta fechado por mi mano el
14 de enero de 1918), pero no entré en circulacién
de librerias hasta el mes de abril.
Después de elogiar a Lavalle, Valdelomar trascri-
be varios poemas de Vallejo, entre ellos “El pan
nuestro”, “El poeta a su amada’’, “La de a mil”, y
concluye su comentario brevisimo de esta manera:

Hermano en el dolor y en la Belleza, hermano en


Dios. Hay en tu espiritu la chispa divina de los
elegidos. Eres un gran artista, un hombre sincero
y bueno, un nifio lleno de dolor, de tristeza, de
sombra y de esperanza... Tu espiritu, donde ani-
da la chispa de Dios sera inmortal, procura dar
otras obras y vivira radiante en la gloria, por los
siglos de los siglos. Amén.

Esteta certero y fino no se equivoco. En esos dias,


pagando seguramente el precio de la impresion, sale
a la luz ptblica El caballero Carmelo. Comenzaba el
mes de abril de 1918.
Desde 1915 en que aparecié La mariscala y hasta
1918 en que publica el volumen titulado El caballero
Carmelo, Valdelomar produjo multitud de articulos,
conferencias, gestos y paradojas, pero ningun libro.
Parecia que sus piafantes treinta afios esperaban
tal marca —la treintena— para partir de nuevo. En
293
enero de 1919 edita su segundo libro. La historia,
contenido y anexos necesitan atenta glosa.
Valdelomar, como Bustamante y Ballivian, guard6
estricta fidelidad a los Talleres Graficos de la Peni-
tenciaria. Lugar poco hospitalario, para Abraham
tenia cierto regusto familiar. Su padre ejercié la
direccién del Panéptico durante el breve gobierno
del presidente Billinghurst (1912-1914); renunci6 a
ella en febrero de este Ultimo ano para no ser car-
celero de su amigo y protector. Fue en su época
cuando la Penitenciaria reforz6 su imprenta. La ma-
riscala, La evocadora (de Bustamante), Hl caballero
Carmelo y Belmonte, el tragico salieron de sus prensas.
Hay un curioso contraste entre el tono de los
cuentos que debieron formar parte de La aldea en-
cantada o de Los hijos del Sol y la hojarasca tipo-
grafica que los envuelve. Esta segunda obra de Val-
delomar produce la impresién criolla de un mango
iquefio cubierto de sederia francesa. La propia ar-
madura confirma la contradiccién vitanda entre la
sencillez amorosa del texto y el barroquismo no siem-
pre grato del marco u orla. Para imprimirlo su autor
escogié tipos galanos, de apariencia antigua, aristo-
craticos y sugerentes, pero a la vez seleccionéd un
infame y amarillento papel periddico. Se gasté Val-
delomar el lujo de imprimir a dos tintas (resabios
del gusto itdlico y de las recientes ediciones de
Valle Inclan), mas rebajo la elegancia de la tipo-
grafia con la miseria del papel. No son detalles que
en este caso especial merezcan desprecio; requieren
alta consideracion.
Ademas, el contenido del volumen esparce cierto
aroma testamentario. Valdelomar reune alli todos los
cuentos criollos que habia escrito, que correspon-
dian a la interrupta La aldea encantada; agrega uno
de los llamados incaicos, més uno humoristico y otro
metafisico; agrega los politiqueros “Cuentos chinos”,
294
de que hemos hablado, y los deportivos “Cuentos
yanquis”. Mas parece aquello una miscelanea que
un libro organico. Como evidencia de la importancia
que Valdelomar seguia otorgando a ese remoto pre-
mio juvenil de La Nacién, el titulo del libro fue el del
cuento premiado en 1913. Por otra parte, debemos
apreciar el prélogo de Ulloa Sotomayor y unos pliegos
azules de comentarios sobre el autor, glosados a su
turno por él mismo. Todo resulta extrafio, precipita-
do, y sin embargo bello, picante y tierno.
La caratula es sin duda absolutamente recargada.
Aparece en ella un retrato casi yacente del autor,
enmarcado por una orla de caracter colonial. “El
Conde de Lemos’, reclinado en un divan, sostiene un
libro abierto entre las manos, pero no lo mira, mas
bien desafia al lector a través de sus quevedos sos-
tenidos al cuello por una larga cinta. Debajo se lee:

EL CABALLERO + CARMELO +
CUENTOS DE DON ABRAHAM
VALDELOMAR + + + CON UN
PROLOGO DE ALBERTO ULLOA
SOTOMAYOR Y UN APENDICE
CRITICO SOBRE ESTAS Y
OTRAS OBRAS DEL ARTISTA

La dedicatoria también suena —o sabe— a afec-


tada y esta en latin:

Gloriosis Manibus Illustribus Vitis/


Recordatione ac imitatione dignis/
Memoriae gratae Patriciorum/
D. Guillermo E. Billinghurst/
D. Ramén Ribeyro/
D. José Antonio de Lavalle y Paro/
Modestum unc Librum/
Memore ac Triste animo/D.O.C.
295
La razon de tal dedicatoria colectiva es muy sim-
ple. La mencién en ella de Billinghurst cae de su
peso. Respondia a la gratitud del escritor y acaso
a la presencia inmediata de Guillermo Segundo, el
hijo mayor del ex presidente, joven tan inquieto
como Valdelomar; D. Ramén Ribeyro era padre de
Emilio Ribeyro, intimo amigo de Abraham, hombre
de gusto refinado en todas las dimensiones de] refi-
namiento. La mencién de Lavalle y Pardo reitera un
homenaje a Juan Bautista y a José Antonio de La-
valle y Garcia; aquél, amigo y companero de Abra-
ham segtn hemos visto reiteradamente. (Juan Bau-
tista recibid también el homenaje de Alberto Hidalgo
en Panoplia lirica.) Se distinguia como un diletante
animoso, tal como su hermano se caracterizaba como
un afortunado coleccionista de cuadros y retablos
coloniales. Aquellas eran las amistades eponimas de
Abraham.
A renglon seguido, y después de tanto preludio so-
lemne, presenta en curioso bric a brac intelectual y
social a sus amigos ‘“‘predilectos’. Cada una de las
menciones tiene su historia. La pagina en que las re-
une va precedida del siguiente encabezamiento:
“Los cuentos que componen este libro estan dedi-
cados a los siguientes amigos predilectos del artis-
ta.” Tal expresidn me hace pensar en la preferencia
que Valdelomar concedia entonces al adjetivo “pre-
dilecto” y a su generador “dilecto”’: los usaba con
frecuencia. En la dedicatoria manuscrita del volu-
men de El caballero Carmelo, que tengo a la vista,
dice:
“A Luis Alberto Sanchez, el mas gordo y feliz de
mis amigos predilectos. El Conde de Lemos.” Para
aclarar el caso deberia insistir en, por lo menos, las
expresiones “gordo”, “feliz” y “predilecto”, asi como
el empaque con que, con altas y fuertes letras, fir-
ma: “El Conde de Lemos”. En esa época parecia
296
como que la gordura y la felicidad se completaban,
y que ambas poseian un sello de incoercible vulga-
ridad. En cambio, esbeltez 0 magrura, y melancolia
o tristeza irradiaban, como en los tiempos romanti-
ticos, cierta aureola insoslayable de aristocracia.
Pero volvamos a los “amigos predilectos” a quie-
nes Valdelomar dedicaba los cuentos de ese libro, y
la pequena historia de algunos de ellos, a través
de-lo cual puede conjeturarse o proyectarse, si no
fijarse, las propias circunstancias biograficas del
autor.
Los dedicados eran: Enrique Bustamante y Balli-
vian, exquisito poeta, cuyas relaciones literarias con
Eguren, Valdelomar, Gibson, Julio Hernandez fueron
de gran valor para todos y cada uno de ellos; Bus-
tamante fue hombre proclive al decadentismo, excep-
to la de sus propias costumbres en las que se man-
tuvo ordinario, chato y hasta burocrdatico.
“La Duquesa Anita Pante della Rovere, en Roma”
aparece en segundo lugar: no tengo mayores in-
formaciones al respecto, pero el situarla alli como
duquesa y realzar su residencia en Roma, sefialan
ciertas estribaciones decadentes y huachafas lamen-
tabilisimas en el esteta de Los ojos de Judas asi
como cierto “hipo de notoriedad” suyo, 0 hambre de
épater les bourgeois aunque sdlo fuera de Lima y
Pisco.
“Paquito Cazorla Talleri”, el tercero de la lista,
descendia de una antigua familia italiana avecinda-
da en el Pert, relacionada con Felipe Sassone, con
Manuel Llaguno, con los Barta, nombre nortefio este
ultimo, con raices coloniales y costumbres ultramo-
dernas.
César A. Valdivieso es e] cuarto: no tengo sobre
é] mayores datos.
“Abraham Valdelomar, amigo predilecto” de Abra-
297
ham Valdelomar, segtin es obvio, figura en quinto
lugar.
Siguen: Salvador Romero Sotomayor, un hombre-
cito pequefiin y flacucho, amarillo como un aman-
cae; trasnochador, raro, adicto a] teatro, hermético,
maldiciente, servicial, perdonador de vicios ajenos
y singularidades propias. Salvador fumaba en una
larga boquilla de Ambar; salia de su casa a la
una del dia para ir a la Biblioteca Nacional, de don-
de era empleado, y trasnochaba hasta la una donde
Broggi y después en los Balcanes, celebrando todo
chiste, escuchando todo comentario, soltando de vez
en vez una agudeza. Salvador era feo como un sapo
puber, soliloquiante como un sacristan desenganado,
inteligente e impenetrable como se debe ser.
Rafael Marquina y Bueno, arquitecto, empenado
en crear el tipo neoperuano o neocolonial que du-
rante un tiempo imperd en Lima; hombre de largas
narices, ojos claros al parecer y candidos y habla
intencionada. Fue un terco solterén hasta su muerte.
Alfredo Mufioz, zambo apacible, servicial, inteli-
gente, pertinaz barranquino y editor de la revista
Balnearios.
Luis Emilio Leén, buen mozo, miope, reticente y
alto empleado de la Beneficencia de Lima igual que
Marquina y Bueno; e igual que éste, solterén y mala
lengua; publicéd en 1916 la pésima novela titulada
Una vida vulgar con prélogo de jEmile Zola! y glosas
de Federico More.
Lucho Talleri Barta, rico hombre trujillano, un-
tuoso y exquisito.
Manuel Moncloa y Ordéfiez, autor teatral, cronis-
ta festivo, hijo de Manuel Moncloa y Cobarrubias
(“Cloamén”’), era en ese tiempo banquero (en el
Banco Aleman Transatlantico) y mecenas.
Fabio Camacho, “el dulce Fabio”, un zambo alto,
carirredondo, editor de Mundo Limefio; de voz aflau-
298
tada y ademan uncioso, muy dado a las letras y al
menester publicitario. Imitaba a Valdelomar hasta
en los contoneos del andar.
Juan Alberto Koechlin, descendiente de alemanes,
un poco detraqué.
César Zapatel, muy parecido a Marquina y a Leon;
hombre elegante, bien puesto y profusamente empol-
vado; tenia la voz como gastada; hablaba en falsete.
Era fino, paseandero, ocioso y maldiciente.
Aurelio Fernandez Concha, cejijunto y romantico;
se entregé a los paraisos artificiales; mds tarde se
refugid en Nueva York huyendo de un amor contra-
riado, el de Carmen Seminario, No tard6 mucho en
pegarse un tiro.
Alberto Hidalgo, gran artista, tan mala y loca per-
sona como buen poeta; insolente, procaz y huidizo,
lo que ocultaba tras el despliegue de grandes ade-
manes viriles.
Toribio y Luis Alayza y Paz Soldan; dos hermanos
abogados, cultos e inteligentes, de sdlidas lecturas.
Toribio, a quien apodaron “Grillo”, fue un magnifico
juez y excelente profesor en San Marcos. Luis pu-
blic6 un desigual libro de versos y, mas tarde, la-
mentables volimenes de prosa cuyo ardor patridtico
no llega a disimular su impericia estética.
Percy Gibson, el original poeta arequipefio, mefis-
tofélico en su apostura de grulla; dipsémano, soca-
rr6n_y lirico; acabaria viejo, a los casi setenta anos,
en Cuernavaca, México, clima y cielo como los de
Arequipa, donde se cobij6 para su ocaso.
César A. Rodriguez, otro arequipeno, feo y solem-
ne como un huaco batracico; usaba tremendas anti-
parras; y como rasgos fisondmicos, cabello tieso,
ojos chinos, con boca prédiga y nariz curva; cholo
cabal; filosdfico autor de bellos sonetos bodeleria-
nos y lugonianos,
299
Marcial Helguero y Paz Soldan (“Marlaci’), cro-
nista social de El Comercio, hombre de dilatado stage
en Roma, clubman, feo como Picio, de ojos estrabi-
cos, uno de ellos invidente; ajustado de cintura y de
mano salvo para el poker y la “pinta”.
Miguel Angel Urquieta, vocinglero y chabergudo,
escritor estudiante, matén literario, hijo del famoso
libelista y orador liberal Mariano Lino Urquieta.
Como se ve, el contorno de los amigos ‘‘predilectos”’
de Abraham ofrecia muchas cisuras para la male-
dicencia y el chisme. En su centro, foco estelar in-
expugnable, “E] Conde de Lemos” ensayaba cada dia
una sorpresa al buen “sefior-que-no-comprende-na-
da”. Acabarian entendiéndole y atendiéndole.
El prélogo del libro firmado por Ulloa Sotomayor
no es muy afortunado. Sin qué ni para qué, evocaba
ahi su autor el remoto duelo estudiantil sostenido
con Valdelomar; luego se apresura innecesariamente
a ponerse a salvo de cualquier sospecha de presunta
solidaridad extraliteraria con Abraham. Las pala-
bras respetuosas de Ulloa, mas joven que Valdelomar
en cuatro anos, dicen asi:

Yo no habria podido hacer un juicio critico de


su libro, porque no soy literato, ni presumo de aca-
démico. Lo que Valdelomar ha querido de mi es
que le acompane a presentarse a este publico que
le hostiliza. No soy sectario de ningtin grupo lite-
rario y menos que de ninguno, del que se ha for-
mado al amparo de sus extravagancias. En este
caracter de insospechable vengo a estas paginas.
De muy lejos voy a escuchar el eco del triunfo del
artista y de muy lejos mi ansiedad ha de volver
pronto a su lado en felicitacién efusiva y cari-
flosa (p. v).®

6 Los subrayados son mios. L.A.S.

300
El parrafo no tiene “pierde”’. Sintetiza —sin con-
ciliar— varios extremos. Lo primero: que Ulloa se
aprestaba a navegar en ese momento, fines de 1917,
en viaje de bodas, casado con una paisana de Valde-
lomar, la aristocratica y hermosa iquefa Margarita
Elias de la Quintana. Lo segundo: que a Valdelomar
lo hostilizaba “el publico”’ (exageracién evidente) y
que cometia “extravagancias” a cuyo amparo crecia
la fama de otros. No establece en qué consistian esas
extravagancias. Por la forma del rechazo, Ulloa da a
entender que, o se trataba de usos o vicios reproba-
bles por la generalidad, o que sencillamente (lo que
seria obvio) Valdelomar acudia a poses, gestos, pala-
bras y actitudes llamativas por inusitadas. Mas ade-
lante volveremos sobre el tema. Baste apuntar aqui
que ya en ese tiempo se insistia chillonamente en la
proclividad de “El Conde de Lemos” hacia el opio y
la pederastia, arcades ambo.
Como si no fuesen suficientes las dedicatorias, el
prologo, las invocaciones y demas que constituyen
los preliminares del volumen, el autor agrega una
pagina con cuatro lemas distintos tomados respecti-
vamente de Amado Nervo, el Génesis, Dante y...
j Valdelomar! Desde luego acusa cierta ingenua in-
solencia aquello de citarse a si mismo como autor
extrafio al texto. La fiebre egolatrica o alcibiadesca
de esos dias paralizaba el juicio critico del autor.
Entre el buen gusto y la arrogancia, Abraham op-
taba por lo segundo. Alguna tarde, poco después de
la publicacién de El caballero Carmelo, oi decir refi-
riéndose a las criticas de que era objeto:

Querido SAnchez, si para llamar la atencién tu-


viera que salir vestido de amarillo, lo haria sin
titubear. {O cree usted que un zambo como yo
atraeria de otra manera la atencion de estos cho-
los gordos, espesos y universitarios de su Lima?
301
Me parece verlo y oirlo. Era un domingo. Se acer-
caba la noche. Yo estaba en la puerta de la confi-
teria del Palais Concert. Valdelomar, que venia desde
el mundo y por la acera de La Prensa, a la que ya
no pertenecia, llevaba una camisa de tenis blanca,
con el cuello vuelto, derramado sobre la chaqueta
ploma, larga y entallada. Calzaba zapatos con cape-
llada de ante claro y enarbolaba su clasico bast6n
de Malaca. Me invité a tomar té. Le confesé mi pro-
posito de escribir un articulo sobre su libro. Me lo
agradecié con sencillez y sin énfasis, como un home-
naje natural en las columnas de El Tiempo.
Regresemos al volumen:
La aparicién del segundo libro de “El Conde de
Lemos” trajo consigo una cauda de comentarios,
todos ellos elogiosos. No obstante, se omitié lo que
podriamos reconocer como algo fundamental en tor-
no del texto: su caracter documentario y antoldgico.
Uno de los exégetas, “Maximo Fortis” (seudénimo
bajo el cual se escondia el entonces estudiante: de
medicina Juan Francisco Valega), prefirié tejer en
torno de la obra un elogio literario de su autor, y
present6 a éste una especie de reto a su ingenio.
Abraham respondié con desenfado y lirismo.?
Pocas veces fue Abraham mas franco... “Maximo
Fortis” le tendid el capote, citandolo a suerte — y
debemos usar este lenguaje taurino porque mas que
el “primer afio de El caballero Carmelo”, segin afir-
ma en su respuesta a Valega, era el “primer afio de
Juan Belmonte”. Citado a suerte, digo, “El Conde
de Lemos” acometi6é con bravura y nobleza conforme
corresponde a fiera de buena casta. Por bravo y no-
ble, destejié alli, sin falsos nombres, su urdimbre
interior.

’ Cfr. Sudamérica, Lima, nimeros 18 y 19, 20 y 27


de abril de 1918.
302
No existe confesién alguna de escritor, excepto
ciertas paginas de Benvenutto, Baudelaire, Wilde
(en su memorial pédstumo) y Gide (en su Diario), de
tan cruda sinceridad. Valdelomar revela alli su se-
creto tal cual se lo habiamos oido mucho antes, en
Sus horas de murria y desencanto, Abraham decla-
raba que habia una antinomia insalvable entre él,
el artista, y los “cholos”, los burgueses de su pue-
blo. Para atraer la atencién de los “cholos” y para
enderezar sus almas torcidas sélo habia un camino:
golpearlos, aturdirlos, deslumbrarlos, excitarlos y
despreciarlos. Esa era la que, segin confesara, ha-
bia sido su técnica.
No obstante tanto desplante periférico, leidas de
nuevo las melancolicas y tiernas paginas de El ca-
ballero Carmelo, no sabe uno a qué atenerse si no
se vuelve ya a aquella fugaz correspondencia en
pos de luces.
A través de ello se advierte claramente que Abra-
ham Valdelomar empezaba a ser indiscutido como
escritor, pero se comprueba a la par que pocas ve-
ces se habia discutido tanto y tan apasionadamente
a un hombre.
El mismo Abraham parecia hallarse en una situa-
cién de grave desanimo. Su propio libro era un
abigarramiento y sus contradicciones revelan per-
plejidad. ;Qué era en fin de cuentas lo que habia
decidido ser su autor? jCuentista?, {periodista?,
Zensayista?, {caudillo politico?, ,apdstol del nacio-
nalismo?, ;poeta?, jnovelista? ;Qué?
Aumentan las cavilaciones en presencia de Ja con-
formacién, estilo y versatilidad de la obra: jestaba
Valdelomar resuelto a ser un enamorado de la sole-
dad?; 4 un novio o amante fiel?; jun heterosexual?;
gun homosexual?; jun opidmano?; {un hombre nor-
mal?; gun poseur?; jun ingenuo?; jun decadente?;
gun barroco?; jun primitivo? ;Qué, Dios mio, qué?
303
Lo peor es que frente a tal cimulo de preguntas,
surge una sola respuesta: su conducta tangible, el
debate audible que provocaba y padecia “El Conde
de Lemos’”’.
Avanzaba el afio de 1918. Entre la puesta en circu-
lacién de los primeros ejemplares (enero de 1918:
yo conclui de leer el mio el 14 de ese mes) y la
edicién entera (abril) hubo tiempo para despertar
emulaciones y fervores, sobre todo fervores. Apenas
lanzada toda la edicién (2,000 ejemplares) del tomo
de El caballero Carmelo, Abraham partia al norte a
conquistar discipulos, colegas, amigos y seguidores;
popularidad y envidia.
Estaba casi a punto para la accién y maduro ya
para la pasion.
Yo fui uno de los que ensayo sus armas criticas,
en un articulo que acogié El Tiempo en su edicién
del 29 de abril. Bajo la impresién de una reciente
lectura de Critica profana de Julio Casares, libro que
me impresion6 por su sagaz examen sobre el empleo
del adjetivo y otras modalidades estilisticas, traté de
examinar el uso del adjetivo (uno, doble o triple)
en Valdelomar y las formas verbales que preferia. A
Abraham le plugo grandemente el comentario y me
prometio insertarlo en el pliego de glosas que acom-
panarian la entonces aparentemente proxima redi-
cién del libro. Clemente Palma rindié pleitesia
entusiasta a Valdelomar. Muchas otras plumas auto-
rizadas incidieron en el panegirico. Pero, quizds el
mas atrayente, el mas singular fue la ya citada carta
del novel escritor conocido como estudiante de me-
dicina, Juan Francisco Valega. A sus veintitrés afios
(o sea no mucho menor que “El Conde de Lemos’)
formaba parte de un grupo juvenil en el cual resal-
taban Adan Mejia, Leo Mendoza (que nunca escri-
bid), Luis Aurelio Loayza Silva (que escribié poco)
y otros. Valega, usando el seudénimo de “Maximo
304
Fortis’, publicé en la revista Sudamérica, el 20 de
abril, su carta abierta bajo el rétulo de “A Abra-
ham Valdelomar, Conde de Lemos”. Es un documen-
to digno de atencién. En é] aflora el devoto de Ana-
tole France que era Valega, y ademas atento estu-
dioso de psiquiatria. Dice en una parte de su carta:

Asoman en usted dos personalidades: una, la del


periodista que se entrega a la crénica, cuando sin
marrar la nota personal que suscite la acalorada
discusion de los que todavia no le admiran; otra,
la del literato que realza en cuentos y en versos
los ideales artisticos (de) sencillez y sinceridad,
preconizados por Anatolio. Mucho le admiramos,
Conde, y agradezco igualmente, porque practica
usted lo mejor de mi Maestro.

En realidad, “Maximo Fortis” exageraba, Si bien


es exacto que la sencillez y la ironia iban de la mano
en la prosa valdelomariana como queria Anatole
France, no es menos cierto que en el fondo, no muy
al fondo, se traslucia la angustia, la emocion, la ter-
nura de un corazén resueltamente nifo. La maes-
tria de Anatole France, que nos encandilé a casi
todos los que llegamos a la mayoria de edad bajo
la influencia de los arielistas, no fue tanta que nos
hiciera perder la fe en ciertos ideales que monsieur
de Bergeret no habria abrazado sino con escepticis-
mo, Contintia el comentario de “Maximo Fortis”:

Se le censura entonces acremente, con indigna-


cién, digna de mejor motivo. Pero, cuando leen
“Fl Conde de Lemos” al final de un articulo, se
lo suerben integro. {Qué sois, un poseur? En esta
tierra de distraidos era el tinico medio de llamar
la atencion.
305
Junto con este andlisis psicolégico, “Maximo For-
tis” entreteje una glosa literaria penetrante y cor-
dial. Valdelomar reaccioné a la semana siguiente en
un articulo titulado “Respuesta de El Conde de Le-
mos a Maximo Fortis’’.®

El ptiblico —que es y sera siempre un nifo grande,


malcriado y caprichoso—, no fijaba su atenciOén en
el punto que yo habia menester para obtener éxito
en mi arte. Estudié entonces la manera de que las
planchas no me salieran movidas y recurri a la
mafia del fotégrafo. Mis compameros de hoy en la
literatura, y sobre todo, mis sucesores de manana
no acabaran nunca de agradecerme el servicio que
les he prestado ni podrdn medir bien mi sacrificio.
Antes de mi, jamas se ocup6é el publico con mayor
vehemencia, ni se discutid tanto, ni se atacd y
defendio tanto a escritor alguno.

Era la primera vez que Valdelomar decia cosas


tan claras e intimas al publico y en ptblico. Mi pro-
pia experiencia cerca de é] no fue sino una corro-
boracion de tales puntos de vista. De hecho ningtn
escritor peruano recibié tantos elogios, tantas ofen-
sas, tantas censuras, tantos comentarios a causa y
a raiz de su obra escrita, y de su conducta publica
y privada. Hay algo de despedida en la sinceridad
de tal respuesta. Sin embargo, no podia olvidar ni
omitir su habitual insolencia:

Yo sé muy bien que hay cholos que no me quieren.


Tienen razon: yo no puedo tratar con tales cholos.
Mi arte es para los limpios de corazén; para los

8 Cfr. Sudamérica, Lima, afio I, nimeros 18 y 19,


correspondientes al 20 y 27 de abril de 1918 respectiva-
mente.

306
ti
nH

sanos de espiritu; para los ebrios de ilusién; para


los sedientos de esperanza; para los saturados de
fe; para los llenos de amor; para log sencillos;
para los puros, los comprensivos, los buenos; para
los que tienen miel en el panal del corazén, per-
fume en la corola del espiritu, suaves colores en
los pétalos del sentimiento, musica alada en los
vergeles de la conciencia.
Mas hay cholos que tienen el corazén en forma
de sapo, la lengua en forma de vibora, las manos
alacranadas, el aliento cloacal y el alma a oscu-
ras, entelada, maloliente y con sumideros. jAy,
Dios mio! esos cholos son la prole del Cornudo
y Rabudo de las pezunas de cabra.

Esta explosidn temperamental y literaria posee


una fuerza, una sinceridad y un significado eviden-
tes. Asi era Valdelomar y asi consideraba su tarea
en aquellos instantes en que, perdido el apoyo de su
cargo en el periddico, se lanzaba al baratro insos-
pechado de vivir como escritor y sdlo como escritor:
lecci6n magnifica. La “Respuesta” a “Maximo For-
tis” esta firmada, ademas, en una forma que no
admite dudas acerca de la posicién espiritual de su
signatario. Reza asi: “Ancén. Crepisculo. Miércoles.
Primer Afio de El caballero Carmelo.”
Todo quedaba dicho. Pese al humorismo y la pose
valdelomariana no cabe duda de que él estaba con-
vencido de haber dado comienzo a algo asi como
una “nueva era literaria’” en el Pert: la era de El
caballero Carmelo.
Asi concluyé el otofio de 1918. Con el invierno lle-
garon las lloviznas y los viajes. Una especie de “égi-
ra” sin violencia y sin Ala. En todo caso, el nuevo
Mohamed creia en Dios y en el arte. Y acaso mas
que en nada y en nadie, en si mismo.
307
XVII. TU DUCA, TU MAESTRO, TU SIGNOR...

(LEONARDO) (Mayo - Diciembre 1918)

LA HOGUERA del triunfo encendida por su reciente


libro, continuaba llameando. La critica de los mas
diversos origenes y tendencias la habia saludado
como obra singular y maestra. Clemente Palma, el
hirsuto pontifice del gusto (mo digamos si bueno o
malo) literario; el penetrante y fino Alberto J. Ure-
ta; el estridente Alberto Hidalgo, todos coincidian
en el apasionado y sorprendido ditirambo. A su
abrigo, Valdelomar, después de dar por oficialmen-
te inaugurada la nueva era con el “Primer Afio de
El caballero Carmelo”, y hallandose desposeido
de todo empleo fijo, y al par que audaz, lleno de
aprensiones, decidid proseguir en la ruta marcada
el 17 de mayo del afio anterior, fecha de su ruidosa
conferencia en el Centro Universitario de Lima.
Cierto que anteriormente habia ofrecido conferen-
clas y causeries en Arequipa, Ica, Chincha, Pisco,
Huacho, Huaura, Chancay, y promulgado discursos
politicos en Lima y El Callao, pero aquella confe-
rencia del Centro Universitario le habia abierto un
nuevo camino: el de la comunicacién oral y directa
con sus auditores y con sus potenciales lectores —y
acaso con sus seguidores.
Resolvid, pues, lanzarse a recorrer el Perti en fun-
cién de conferenciante, hablando sobre temas esté-
ticos, patridticos y sociales. Toda la gama.
Poco antes de partir al norte, publica en Sudamé-
rica un soneto simple, musical y amoroso; una de
las mas ajustadas expresiones de su adhesién al
308
- modernismo, pero a la vez, de su pertinaz proposito
de ingenuidad, que lo acercaba tanto a Francis Jam-
mes, a quien dedica ésta y otras de sus paginas. Dice
aquel soneto:

L’ENFANT

A Francis Jammes

Sollozante y medroso, vuelve al fin a su nido,


llorando como un nino, mi pobre Corazon.
Vienes lleno de sangre, Corazon {Te han he-
[rido
iqué ojos te hicieron dano, mi pobre Corazén?

Con una herida


has vuelto, cada vez que te has
[ido
Cobijate en mi pecho. Yo solo te he querido.
Yo solo te comprendo, mi pobre Corazon.

Arorro, pobrecito. Conmigo estas de nuevo;


acuéstate en el pecho que adolorido llevo.
Te dormiré con una dulce y nueva cancion.

Arorr6, pobrecito... Ven, no sigas llorando.


Besaré tus heridas, pero no llores... {Cuando
dormiras para siempre, mi pobre Corazon? !

La estructura y las motivaciones de la composi-


cién y el momento en que la escribe, requieren co-
mentario.
Francis Jammes acababa de morir, Da pena que
tan gran poeta desapareciera tan sin ruido. Si bien
de ese modo justificaba su vocacién de modestia y

1 Cfr. Sudamérica, Lima, afio I, nimero 13, 16 de


mayo de 1918.
309
silencio, era un cargo contra la sociedad de su tiem-
po dejarlo irse a la sordina, con un paso de culpa-
ble. Francis Jammes habia llenado de discreta tris-
teza y de sobria simplicidad un ciclo de poesia. De
Vangelus de Vaube & Vangelus du soir es uno de los
libros mas bellos y tiernos de las letras francesas.
Jammes supo acallar sin jactancia la clarineria de
Victor Hugo, y simplificar con humildad las com-
plicaciones de Mallarmé y, ademas, y he ahi su
inaccesible nivel, supo dar aire doméstico a los dul-
ces, pero demasiado literarios desgarramientos de
Verlaine, y comunicar intimidad irrestafiable a las
sabias melancolias de Samain. Sus novelas Clara
d’Ellebeuse y Pomme d’anis figuran entre las mas
insinuantes y tersas narraciones de todos los tiem-
pos. Muchos poetas peruanos se sometieron a aquel
suave yugo para llevar adelante sus ansias de so-
far, Uno de ellos fue Enrique Bustamante y Balli-
vidn, quien evoca a Clara d’Ellebeuse en uno de sus
Elogios. También incidieron en el jammecismo Agui-
rre Morales, Gibson, Morales de la Torre, Maria-
tegui, Falcon y, claro esta, Valdelomar, Dentro de
una auténtica vocacién de humilde piedad cristiana,
Abraham deja fluir de su pluma, sin sancién alguna,
vocablos ordinarios, llenos de mal contenida emo-
cién. Lo sabemos: una de las mas dificiles proezas
para un escritor consiste en usar deliberadamente
vulgaridades, comunicandoles la aristocracia de quien
las emplea, acometer eso que Daémaso Alonso y los
estilistas contemporadneos denominan “el prosaismo
deliberado”. Por otro lado, para compensar acaso
aquella buscada modestia, Valdelomar utiliza alli un
recurso de poesia cortesana: el ritornello o leit mo-
tiv: “mi pobre Corazén’”. Y compensa este alarde
ritmico con el apelamiento a vocativos tan pueriles
como “Arorr6”, 0 “pobrecito”, o el pedestre y colo-
quial “no sigas llorando’’, o el empleo de rimas tan
310
faciles como son las que concluyen en “on”, “ando”,
“ido” y “evo”. Podria decirse que la belleza y ele-
gancia evidentes de aquel soneto (en alejandrino
francés, al modo de Rubén Dario y, naturalmente,
de Hugo) reside principalmente en la cantidad de
platitudes con que allana su palestra Valdelomar, o
sea, en los saltos magnificos que da sin que lo exija
ningun accidente del terreno o ninguna valla. “Be-
saré tus heridas, pero no llores’, adversativo ildgi-
co, y que sin embargo, impresiona. “Acuéstate en el
pecho que adolorido llevo”, es otra formula domés-
tica y penetrante, Si alguien dudase del romanti-
cismo esencial de “E] Conde de Lemos”, tendria aqui
su respuesta negativa. En este soneto se da una ver-
sin mas intima y al par sonora de un triolet de otro
poeta peruano de la época de Valdelomar, Alberto
J. Ureta, aquel de en Rumor de almas que dice:

Pobre amor, no lo despiertes


que se ha quedado dormido
Hay en sus labios inertes
la tristeza del olvido.
Pobre amor, no lo despiertes:
Dios sabe cuanto ha sufrido.
Pobre amor, no lo despiertes
que se ha quedado dormido.

También evoca otros versos de un poeta peruano


de su tiempo y de su amistad: Leonidas N. Yerovi.
Este, en Recéndita (1915), habia dicho:
Con un ir y venir de la ola de mar,
asi quisiera ser en el querer:
Dejar a una mujer para volver;
volver a otra mujer para empezar.
Golondrina de amor en anidar,
huir en cada Otofio del placer,
311
y en cada Primavera aparecer,
con nuevas, tibias alas que brindar.

Esta, aquélla, la otra confundir


de tantas dulces bocas el sabor.
Y, al terminar la ronda, repetir,
y no saber jamas cual es mejor,
y, siempre ola de mar, ir a morir
en sabe Dios qué playa del amor...

La idea de la muerte se presenta en estos tres


poemas, no tanto porque ella sea un recurso poéti-
co, sobre todo romantico (poco modernista), sino
porque los tres poetas (dos de ellos por hoy induda-
ble premonicién de sus tempranos decesos: Valde-
lomar a los 31, Yerovi a los 36; y el tercero, por
su temperamento irreduciblemente agonizante) pro-
venian de un manantial romantico, cuyas aguas se
nutren de limo y hojas secas y arrastra inmoviles
nentfares como ftinebres y ostentosas flores de hielo.
Ademas, el poema de Valdelomar corresponde a una
época de incertidumbre, al término de su epifania,
al inicio de su prematuro y hasta monstruosamente
precoz eclesiastés. Como para librarse de aquel peso,
de su fardo de penas y desaliento, tal vez por eso, es
que habia iniciado ya desde fines de 1917 su carre-
ra en pos de la ruidosa fama de las plazas ptblicas,
el fugaz lenitivo de los aplausos populares.
De hecho, esta renovada actitud en busca del ha-
lago visible era como una redicién o eslabonamiento
de su juvenil condutta frente a la candidatura pre-
sidencial de Billinghurst. No iba ahora en pos de un
caudillo; acaso iba en pos de si mismo. Los prédro-
mos de la entrega al debate y la conferencia, repito,
se hicieron mas patentes desde mediados del afio
anterior, pero se definieron ya, simultaneamente, con
Su pérdida de posibilidades en La Prensa, a raiz de

312
Su visita pascual a Chancay, de la que tom6 pie la
inesperada y poco amigable decisién de Durand, el
duenio del diario; la decisién consistié en mantener
la seccién “Palabras” de “El Conde de Lemos” en
ausencia de éste, encargandola a otro redactor y, lo
que es peor, usandola para censurar a personas gra-
tas a su redactor titular. Lo mas curioso es que
Abraham se veia rechazado de su casa intelectual,
precisamente cuando mayor entusiasmo ponia en
subrayar la nota patridtica de su obra, siguiendo la,
para él, magistral huella de D’Annunzio.
Seguin hemos sefrialado, tres fueron los principales
poemas patridticos que compuso Valdelomar entre
1917 y 1918: “Invocacion a la patria’, “Bandera, ala
de la victoria” y “Oracién a San Martin”.
Son tres himnos liricos escritos en la mas nitida
manera valdelomariana: descriptivos, nostalgicos,
impulsivos, sentimentales y armoniosos. Diria: mel6-
dicos, Escuchemos las enumeraciones poéticas, testi-
monio de una lectura reciente de Walt Whitman, cu-
yas cataratas de sustantivos adjetivados reprodujera
Verhaeren en Les villes tentaculaires y D’Annunzio
en sus Laudi:

Bandera, ala de la Victoria, puro simbolo de la


Libertad, Tabor de sacrificios, dorado cofre de
esperanzas, nido caliente de leyendas, yema fe-
cunda de viriles frutos, meta ideal de claras con-
ciencias, jBandera, ala de la Victoria! Cerebro,
corazén y musculo de la Patria; razon de vida
de las generaciones;
Y LATENTE DE LOS PUEBLOS: orgullo de las socieda-
des; palanca y volante, timén y hélice de las Ra-
zas. Bandera, ala de la Victoria: suefio casto y do-
rado en el cerebro infantil; estimulo, norte, impulso
viril, radiante anhelo en la vigilia del Hombre;
dulce y amada forma eucaristica en el coraz6n de
313
la madre; Unico suefio de la juventud. Bandera, ala
de la Victoria...

Se trata de una letania al modo sagrado de Lea-


ves of Grass. “Oracién a San Martin” comienza
como el Padrenuestro. Es como un remedio del pa-
negirico al mismo héroe escrito por el conspicuo y
sonoro orador argentino del 900, Belisario Roldan,
el cual empieza: “Padre Nuestro que estas en el
bronce...” Roldan visit6 Lima por segunda vez ha-
cia 1916 o 1917, de suerte que su leccién estaba
fresca. Valdelomar pide a San Martin que proteja
“a las generaciones nuevas”; le elogia por haber
fundado escuelas, todo lo cual sitta ésta y las otras
alabanzas como lo que fueron: piezas educativas de
exaltacién juvenil, propias para escuelas y hogar.
Para eso fueron escritas.
El hecho de que “para eso fueron escritas” dichas
oraciones, indica que Abraham se encaminaba a la
prédica, olvidando por el momento la narracién de
dramas pueblerinos que hasta alli le caracterizaran.
Aquélla coincidié con la decisién del Peri (y de
los Estados Unidos después) de entrar en la guerra.
Hasta 1917 la “conflagracién europea’, como la
denominaban los periddicos, no pasé de ser para
la imagen popular sino una lucha mas amplia de las
tantas que habian azotado al viejo mundo. Ya tenia-
mos experiencia al respecto. Durante afios y afios
habiamos oido hablar del viejo culto continente del
placer y de la guerra. En 1913 estallé la guerra de
los Baleanes que decreté la segregacién de Turquia
de Europa; en 1912 la guerra se libré en Marruecos;
1911 fue el afio de los rozamientos francoprusianos;
1910 la guerra italo-turca; en 1909 sucedié el inci-
dente de Agadir; en 1900 se trab6 la lejana guerra
de los boers contra Inglaterra; antes, las batallas de
Sudan destacandose la estupenda figura del general
314
Gordon; la antecedié la guerra de Abisinia, en la
que surge la fabulosa figura del Negus Menelik; las
de China a causa de la rebelidn nacionalista de los
boxers; las de Prusia, Francia y Austria y la de la
unidad italiana. Tantas guerras se produjeron en
menos de cuarenta anos. Es cierto que hubo un largo
interregno de paz, de paz armada y, a pesar de eso,
gozada. Su climax fue la Exposicién Universal de
1900. Empero, la guerra de 1914 comprometié prac-
ticamente a toda Europa (con excepcién de Espafia,
Suiza y los paises escandinavos), al Japon, las colo-
Nias asiaticas y africanas y, a partir de 1917, a los
Estados Unidos de Norteamérica que arrastraron a
la lucha a sus satélites latinoamericanos, con la ex-
cepcion de México, Chile y Argentina.
El ano de 1917 habia abierto la tltima compuerta.
Desde los umbrales de la hasta ahi neutralista y
aislamientista Casa Blanca de Washington un pro-
fesor universitario, rector de Princeton, convertido
en presidente de la reptblica, Woodrow Wilson, ha-
bia lanzado la doctrina de sus “Catorce puntos” a
raiz de los cuales su patria intervino en la contien-
da. Por 6rdenes del general John Pershing, fallido
invasor de México, partieron los boys hacia ultra-
mar, cantando himnos y mascando chicle.
En Lima, el rector de San Marcos, lleno de emo-
cién por tal suceso, dedicd su discurso de apertura del
ano lectivo al “destino histérico de los Estados Uni-
dos”. Se llamaba Javier Prado y Ugarteche, contra
el que se pronunciara Valdelomar a causa de los su-
cesos subsiguientes al derrocamiento de Billinghurst.
El presidente Pardo, tan germanofilo como el rey
Alfonso XIII, resistid hasta donde pudo el empuje po-
pular aliadéfilo que le obligaria a declarar la guerra
en la “Triplice’. Mariano H. Cornejo, antiguo billin-
ghurista, intimo amigo de Valdelomar, presidia la
campafia aliaddfila para obligar al gobierno a pro-
315
nunciarse a favor de Francia y compafia. Valdelo-
mar no dejé de entusiasmarse, sobre todo cuando,
bajo el sefiuelo de D’Annunzio, resolvi6 Italia faltar
a su palabra como Estado para cumplir su destino
como nacion. Adem4s era evidente que, en 1918, el
civilismo clasico habia entrado en franca descompo-
sicién. Se abrian nuevas posibilidades como las que
sefialaron el acceso de Billinghurst.. Valdelomar de-
cidid probar nuevamente fortuna en la politica. Em-
pezaria por alargar su silueta cultural o ensanchar
su 6rbita literaria; lo demas vendria por si solo.
A comienzos de mayo de 1918, acompanado por un
pequeno grupo de amigos, subid a un tranvia eléc-
trico en la estacion de La Colmena y se dirigié a
El Callao, donde lo esperaba el “Ucayali’’, ligero y
flamante barco de la Compania Peruana de Vapores.
La expedicion al norte, como podria llamarse aque-
lla romeria cultural, tenia como antecedente inme-
diato las conferencias ya pronunciadas en diversos
centros; las que habian reafirmado a su autor en
dos certezas: primera, que el trato directo con el
publico posee innegables ventajas y atractivos, y
segunda, que en una tierra de ciegos, el tuerto es
rey. Puede algtin exégeta apasionado alabar con en-
tusiasmo las calidades de ensayista de Valdelomar
a proposito de “Los amores de Pizarro”; le faltaba
lo esencial para serlo: una amplia base informativa;
un contacto permanente con las ideas, con los libros
basicos. En cambio le sobraban imaginacién y em-
paque.
Si uno examina el contenido de las conferencias
de Valdelomar en su periplo norperuano, comprueba
que manejaba una forma periodistica, para sin em-
bargo tener trascendentales resonancias.
Comenz6 la jira: Trujillo fue un romantico suceso.
El] ambiente estaba apto, poroso para el adveni-
miento del artista.
316
Ciudad de abolengo colonial, poblada por “ricos
homes” del algod6én y el azticar; por descendientes de
condes y marqueses; de presidentes de la reptblica;
escenario, al parecer, de la primera proclamacion de
la independencia (de donde proviene el nombre del
departamento: La Libertad) ; poseedora de un colegio
(el de San Juan), un seminario y una universidad,
fundada esta Ultima nada menos que por Bolivar.
Trujillo alentaba a una juventud ardiente, sonadora,
inquieta, estudiosa, sensitiva, anhelante de nuevas
ideas y nuevas sensaciones. Ademas, en ninguna par-
te como alli y en Chiclayo habia cundido con mayor
rigor la propaganda de dAcrata vinculada a Gonzalez
Prada. Y si en Arequipa y Cuzco brotaron inconte-
niblemente los impulsos anticlericales y federalistas
también ligados a Prada, en el norte la semilla dio
otros frutos: los ideolégicos y, por tanto, los esté-
ticos. Ciudad de aristécratas bien hallados en ese
tiempo, Trujillo podia darse el lujo de tener una
juventud voluntariosa y momentaneamente desasida
de intereses inmediatos, atenta a los grandes temas,
a los puros ideales. Es asi como el dandysmo tuvo
alli asiduos exponentes. Y tal vez por eso cuando
Domingo Parra del Riego (hermano del poeta Juan
y del mas tarde novelista Carlos, y de Mercedes, es-
posa de Percy Gibson, e hijo del coronel Domingo
Parra, compafiero de ergastula del poeta Chocano,
alla por 1894, toda una insobornable relacién lite-
raria) comenz6é a lucir su esnobismo y a hablar de
los fumaderos de opio como fuente de ensuefnos y
evasiones, y a poner en practica el vicio de Quincey,
hall6 céncava y hasta ferviente acogida en el nume-
roso y selecto grupo de escritores, artistas y aficio-
nados al arte y las letras que acabaria fundando,
afhios después, el historico grupo “Norte”.
Constituian ese ntcleo avizor Federico Esquerre,
que luego se aparté de toda actividad intelectual y
317
encallé en la burocracia; José Eulogio Garrido, hom-
bre sensitivo e inquieto, paradédjico y sensual; Ante-
nor Orrego, entonces redactor jefe de La Reforma,
cuatro afios menor que Abraham, apasionado de las
ideas y de su forma; Carlos Valderrama, musico
inquieto; Juan Espejo Asturrizaga, caviloso como
pocos; Jorge Imafia, otro engendro del silencio; Cé-
sar Vallejo, quien se hallaba en Lima; Victor Ratl
Haya de la Torre, que pasaba una laboriosa tempo-
rada en el Cuzco; su hermano Agustin, flacucho y
de grandes ojos, espiritual y atrevido; Macedonio
de la Torre, pequefio, agareno, dinamico, en perma-
nente vigilia, misico y pintor; los adolescentes Eloy
Espinosa, Carlos Manuel Cox y Manuel V4zquez
Diaz; el transetinte limefio Carlos Camino Calder6n,
autor de cuentos, novelas y poesias; y lejos del gru-
po, pero en paralela evidente, Victor Alejandro Her-
nandez, un poeta romantico, de la mas nitida cepa
tradicional, que disputaba el aplauso de las damas.
Hacia muy poco que la compania de Amalia de
Isaura habia estrenado Triunfa, vanidad, comedia
primeriza y nica de Victor Ratl Haya de la Torre,
coronada con una cuarteta de Vallejo y saludada por
un soneto de éste, publicado en La Industria. La co-
media era una defensa del poeta Vallejo, a quien
habia rechazado una familia acaudalada al saber sus
amores con una de las hijas de la casa.
Por otro lado, habia comenzado la inquietud ar-
queol6gica para restaurar Chanchan. El] mecenazgo
de don Victor Larco Herrera ponia en aprietos a to-
dos los millonarios del contorno. Don Rafael, su her-
mano, habia iniciado su coleccién de alfareria y tex-
tiles chimties. Valdelomar mantenia estrecha amistad
con algunos magnates trujillanos como don Luis José
de Orbegoso, duefio de Chiquitoy.
Ks natural que la presencia en Trujillo del pon-
tifice maximo del esnobismo y el dandysmo metro-
318
>=

politanos fuera acogida con fervor. Temblaron los


viejos penates locales. Los dioses de Chanchan se
aprestaron a recibir el homenaje y la profanacién de
aquella pléyade hiperestésica e irreverente.
La primera conferencia de Valdelomar se realizé
el 12 de mayo, a los pocos dias de su llegada. Las
invitaciones respectivas, fechadas el 8, llevaban las
firmas del prefecto, el alcalde y el rector: no fal-
taba sino la del obispo. Era prefecto don Jorge Gar-
cia Irigoyen, de vieja estirpe civilista; alcalde, don
Humberto Ortiz Silva, y rector, don José Maria Che-
ca, perteneciente a una antigua familia de Piura y
hombre dedicado al derecho y las letras. Valdelomar
se alojo en el Hotel América, el mejor de la ciudad.
Sus conferencias se realizaron en el Teatro Ideal. Los
periddicos acribillaron a reportajes al juvenil y en-
tusiasta “Conde de Lemos”. Uno de ellos, La Refor-
ma (o sea Antenor Orrego), le hizo una intervit
llena de sugestiones; la reprodujo la revista Sud-
américa de Lima, en su nimero del 8 de junio.
En ese reportaje Abraham se muestra elogioso y
receptivo para con los intelectuales trujillanos. Prin-
cipia nombrando a Vallejo, a quien habia elogiado
llamandole “el poeta del dolor’; ‘a quien conoci en
Lima”... “es un poeta en la mas noble acepcion de
la palabra. Pienso ocuparme de su obra en detalle.”
Menciona a Macedonio de la Torre, a Carlos Valde-
rrama, a Daniel Hoyle, a Ricardo Rivadeneyra, a
don José Luis de Orbegoso, a don Cecilio Cox, a Al-
varo Bracamonte, a José Félix de la Puente y Ga-
noza, casado con Lucia Haya de la Torre y consa-
grado novelista. Las citas reflejan un verdadero
péle-méle. Pero, aparte de ello, y se verdn luego al-
gunos aspectos confluyentes, es interesante anotar
319
que Valdelomar tenia el propdésito de extender su
viaje hacia el norte y hacia el sur.”
En efecto, Valdelomar declaraba al periodista de
La Reforma su propésito de seguir hacia el norte
hasta Guayaquil y Quito. En aquel puerto ecuato-
riano habia un grupo entusiasta de discipulos de
“El Conde de Lemos”, acaudillado por Medardo An-
gel Silva, que redactaba la revista Renacimiento.
Medardo Angel copiaba a Valdelomar en el peinado,
los anteojos, la vestimenta, los gestos, los alardes, el
tono triste de su poesia. Acab6é6 matandose, a los
veinte afios de edad. Decia también ‘El Conde de
Lemos” que, después de un recorrido por el Peru,
continuaria al sur, hasta Chile, sobre todo hasta
Valparaiso y Santiago “donde tengo grandes amigos
y admiradores”. Habl6é de sus libros en preparacion.
Insistia en algunos proyectos revelados a Bustaman-
te y Ballivian desde sus cartas de 1913. Declara:

Tengo en preparacion Belmonte, el tragico, Neuro-


nas, libro de filosofia, y Fuegos fatuos, coleccién de
ensayos de “humour” y listo para ser entregado;
un libro de leyendas incaicas, Los hijos del Sol; una
coleccién de novelas, La ciudad de los tisicos; un
libro de crénicas, Decoraciones de dnfora, prolo-
gado por José Vasconcelos, el insigne intelectual
mexicano; mi tragedia Verdolaga y mis tres Ulti-
mas novelas: El principe Durazno, El extrafo caso
del senor Huamdn y una cuyo titulo, como usted
ve, es intraducible y que es lo mejor de mis tra-
bajos.

Confiesa su preferencia por El caballero Carmelo;


Hebaristo, el sauce que murié de amor y Finis deso-
latrix veritas.

- Cfr. Sudamérica, Lima, afio I, nimero 25, 8 de junio


de 1918.

320
Ahora bien, de toda esa enumeraci6on, poco es lo
que ha quedado y conocemos. Ciertamente Valdelo-
mar hablaba de cien proyectos en marcha, todos
frustrados por su temprana muerte, con la que mu-
rieron otros tantos intentos, entre ellos su novela
incaica, sobre cuyo destino abrigo la sospecha del
“aprovechamiento” ilicito que alguien hizo de ella.
Pero de esto prefiero no hablar.
Del conjunto de trujillanos que menciona Valde-
lomar en aquella entrevista subrayamos los nombres
de Valderrama, Hoyle y Macedonio, misicos los tres.
Valderrama, especialmente, era una fuerza de la na-
turaleza, de aspecto fisico contrapuesto al de Mace-
donio; Valderrama era mas bien rubio, rojizo y
robusto (tres erres sintomaticas) y mantenia un
terco culto a la bohemia. En su casa, no en las rui-
nas de Chanchan, se realizé la legendaria “corona-
cidn” de Valdelomar. Después de una de las orgias
poéticas que seguian a las conferencias, ‘““E] Conde
de Lemos”, en un arranque o paroxismo estético y
acaso algo mas, se tendi6é en el suelo y pidié que lo
cubrieran de rosas. Uno a uno, sus baquicos compa-
heros desfilaron frente a él dejando caer pufados de
pétalos fragantes... “El Conde de Lemos” qued6é
como sepultado bajo ellos.
Las conferencias fueron un éxito clamoroso. Los
temas no podian ser mas variados. Lo tnico unifor-
me era la alegria juvenil y, al par, sosegada de
Abraham; su estudiada, esporadica y periférica arro-
gancia; su entrafiable humildad; su sensibilidad; y
el demasiado frecuente trato de una especie de se-
cretario que habia llevado consigo, un muchacho con
habilidades de negociante, capataz de taquillas, de
ojos azules y frios como hoja de espada; de mentén
afilado; rizos castafios; sonrisa de equivoco angel;
delgado como un pez, sutil como un chino, y ademas
dado al opio. Se llamaba Artemio Pacheco, y se habia
321
doctorado en apicaramientos y pecados de todo cali-
bre, inclusive el de saber tentar a Valdelomar y sa-
carlo de sus casillas. Fue su tal6n de Aquiles hasta
el tltimo momento. Pacheco usaba un enorme dia-
mante en el dedo anular y a menudo, como “El Con-
de’, un 6palo en el indice diestro; llevaba una es-
clava de oro cefida a la mufieca derecha; gustaba
de chaquetas ajustadas; corbatas de colores claros,
perfumes capitosos; sabia sonreir y vivir.
iDe qué no habl6é en ptblico Valdelomar durante
su stage trujillano? Entre el 8 y el 22 de mayo, o
sea, durante catorce dias, anduvo de un local a otro;
de un barrio a otro; de un asunto a otro. Siempre
con elegancia, humor y lirismo. Sus camelots (no del
rey, sino del principe de las letras peruanas) fueron
Valderrama y Macedonio, Un par de adorables y con-
tagiosos locos. José Félix de la Puente ofrecié al
artista iqueno un banquete en el restaurante Estras-
burgo. Estaban frescos los laureles de La visién re-
dentora, novela de ambiente libertino al modo de los
naturalistas hispanos. El era un personaje arrancado
también de una novela. De gran cabezota, de alta
frente; bastante calvo; de ojos miopes y claros; na-
riz corta y curva como pico de céndor; boca desde-
hosa y menton afirmativo. José Félix pretendia ser
un sibarita y en gran parte lo fue a lo largo de su
apacible existencia.
Una vez, ya en 1923, desembarcé el autor de estas
paginas en el Puerto de Chimbote, donde José Félix
ejercia el cargo de funcionario de aduanas. No ha-
bian dado las nueve de la mafiana, pero, segtn el
ritual de De la Puente, el champafia debe servirse
a cualquier hora para saludar a unos amigos. Tuve
que apurar una, dos, hasta tres copas de champafia
a esa hora, en lugar de café con leche. El honor
quedaba a salvo.
Boquiabiertos, dispuestos a seguir cualquier litur-
322
_

gia extravagante con tal de merecer las considera-


ciones del visitante, los adolescentes Eloy Espinosa,
Manuel Vazquez Diaz, Agustin Haya de la Torre y
Julio Galvez Orrego seguian embobados la sucesién
de desplantes con que endulzaba sus tristezas “El
Conde de Lemos”. Desde la alfareria precolombina
hasta las relaciones entre la Iglesia y el Estado;
desde el arte de la caricatura hasta la danza y la
novela; desde las corrientes politicas contempora-
neas hasta el criollismo y el neocriollismo literario,
todo fue tratado por Valdelomar en teatros llenos
de publico que pagaba puntual y gustosamente la
entrada para oir un torrente de paradojas y delicio-
sas insolencias. El 23 de mayo, Abraham viajé por
tren hasta el puerto de Salaverry, cuyo largo muelle
y cuyas olas airadas evocaban el doméstico puerto
de Pisco y la inolvidable rada de San Andrés de
los Pescadores, escenario de su infancia.
Carlos Valderrama y Eloy Espinosa, futuro autor
de Fogatas, acompafaron a Abraham en aquella vi-
sita al puerto natural de Trujillo. Abraham anduvo
de un pueblo a otro a través del departamento. El
7 de junio llegé a la villa de San Pedro. Todo el ve-
cindario esperaba al audaz artista en el cine del
mismo nombre de la poblacion. Ahi estaba, unifor-
mado de campafia con los vivos rojos de artilleria, el
jefe del destacamento del lugar, comandante Anto-
nio Castro. Castro era un hombre nervioso; de ojos
pequefios y rojizos; cabellos ralos y castanos; nariz
afilada; silueta esmirriada; mentén fino, pero terco
y de voz imperiosa. Amaba la historia y la litera-
tura. Preparaba una Historia militar del Peri, cuyo
primer volumen apareceria pocos afios después. Tam-
bién pocos afios después Castro fue senador de la
replblica y alcanzé el grado de general de brigada.
Después de la conferencia de Valdelomar hubo co-
mida y holgorio. Aunque no se tratara del licor de
323
los Incas, por fuerza habia de beberse pisco. Al dia
siguiente Valdelomar debutaba ante el publico de
Pacasmayo. La lista de temas de esas conferencias
ha sido recogida por César Angeles Caballero y por
Estuardo Nifiez.2 El ptblico de Pacasmayo no era
como el de Trujillo. Los temas debian adecuarse a
la indole de los oyentes. En eso Valdelomar, hombre
de campo, sabia acentuar con eficacia. Si en ese mo-
mento se hubiera tratado de ganar elecciones, las
habria ganado ampliamente. Los que no le enten-
dian lo admiraban mas, porque no le discutian. Los
que le odiaban lo seguian mas de cerca para conta-
giarse evitandole. Los que lo admiraban repetian ser-
vilmente cada uno de sus dichos y gestos.
Valdelomar se interné después en la sierra de La
Libertad. No hay datos cabales de aquella travesia,
pero no se puede dudar de que anduvo por Otuzco
y acaso por Santiago de Chuco, la tierra de Vallejo.
A lomo de bestia, expuesto al soroche y las fiebres
palidicas, subio la sierra, la traspuso y llegé a Caja-
marca, tierra anhelada; de ensueno. Su cabalgadura
detuvo la marcha frente a la casa de los Puga el
15 de julio.
Empezaba el invierno. No obstante, el cielo, de
impecable azul anil, gozaba de la gloria de un sol
luminoso y persuasivo.
A diferencia de Trujillo, ciudad abierta y ardien-
te, Cajamarca se acurruca entre los riscos como para
guardar el calor de su perseverante sol. Lo que en
Trujillo eran casas coloniales, en Cajamarca recor-
daba palacios incaicos. En la plaza se conservaba el
cuarto del rescate; a la entrada de la poblacién
circulaban las aguas caliginosas que entibian los

3 C. Angeles Caballero, Valdelomar, Ica, ed. cit., 1964.


Estuardo Nufiez, art. en Fénix, organo de la Biblioteca
Nacional, Lima, nimero 15, 1968.
324
Banos del Inca. Una iglesia decorada con peregrinas
cariatides de doble seno, 0 sea de cuatro tetas, rom-
pia con sus columnas saloménicas la aridez de la
edificacién. Desde el cerro, desde la silla del Inca,
la ciudad remedaba un pafiuelo multicolor y arruga-
dito. La musa del lugar se llamaba intrasferible-
mente dona Amalia, es decir, doha Amalia Puga de
Losada, Tenia a la sazoén unos cuarenta afios y dis-
frutaba de recia fama de poetisa lirica y briosa na-
rradora. El alcalde de Cajamarca era el no menos
famoso coronel don José Mercedes Puga, hombre de
pelo en pecho y de horea y cuchillo.
El Hotel Amazonas no ofrecia las comodidades que
el América de la ciudad de Trujillo, aunque brillaba
de limpieza, acrecentada por el esmero que dofia
Amalia puso en que se atendiera bien a su amigo.
Como muestra de especial deferencia, la ilustre es-
critora ofrecié a Valdelomar un banquete al que con-
currioé la flor y nata de la sociedad cajamarquina.
Valdelomar improvis6 prosas y versos en agradeci-
miento al homenaje. Los escritores jovenes, Nazario
Chavez (que andaba ya por los veinticinco), Pedro
Barrantes Castro y Armando Bazan, se constituye-
ron en su cortejo. No se podria decir qué influencia
tuvo sobre la sensibilidad de Valdelomar su activa
permanencia en Cajamarca. Tampoco lo que signi-
ficdé para él el trato cotidiano con dama de tan finas
calidades como Amalia Puga de Losada, supervi-
viente del movimiento modernista y amiga de los
mas grandes poetas de aquella era.
El 15 de julio aparece Valdelomar en Chepén, nue-
vamente de vuelta a la costa. El 18 dicta una confe-
rencia en la vecina poblacién de Guadalupe. Sin
Animo de colector de votos, sin fanfarrias, aquello
resultaba de veras la “Conquista del Pert” por un
peruano; y la campafia de “villorrio a villorrio” era
un prodigio de intuicién. La conferencia en Chepén
325
tiene algunos aspectos singulares: su tema fue “Es-
tética y religidn” y la patrocind una congregaci6n
religiosa. En Guadalupe el introductor fue el médi-
co Nicol4s Cavassa, hombre fino, inquieto y culto,
amigo y compafiero del grupo de siquiatras que for-
maban desde Hermelio Valdizan, Baltasar Caravedo
y Sebastian Lorente hasta Juan Francisco Valega,
el elocuente, incisivo y retoérico “Maximo Fortis” de
los recientes comentarios sobre El caballero Carmelo.
Es evidente que el periplo nortefio lo hacia Valde-
lomar sin prisa, con regodeo, deleitandose en cada
parte. Nada le apuraba. No tenia compromisos a fe-
cha fija, habia dejado de pertenecer a la redaccion
de La Prensa; no ejercia cargo alguno, era un escri-
tor y un hombre libre, pobre y solo. De ahi que no
asombre saber que llegé a Chiclayo a mediados de
julio. Durante ocho dias habia recorrido la distan-
cia entre Guadalupe y Chiclayo, que hoy se hace en
automovil en menos de hora y media.
Chiclayo ya habia desplazado a la heraldica Lam-
bayeque, capital oficial del departamento y cuna de
sus glorias coloniales y republicanas; patria de Juan
Manuel Iturregui y don Augusto B. Leguia.
Lambayeque, ciudad agraria y sefiorial, se aseme-
jaba a Trujillo en el perdido boato y en el linajudo
empaque. Frente a la plaza, ungida de calma, tiempo
y poesia, levantabase la casa desde cuyos balcones
Iturregui proclam6 la independencia, “antes que la
de Trujillo” segin afirmaban las hablillas aldeanas.
Un balcén alto; alto y largo. Tan largo, que contor-
neaba la fachada de la casa dando vuelta a la es-
quina, con una extensidn de unos 80 metros (40 por
lado), tupido de visillos y celosias (encajes moris-
cos); atalaya de la curiosidad mujeril y refugio de
menesteres domésticos menos exhibibles.
Al revés de Lambayeque, Chiclayo crecia como un
centro comercial, de mercaderes y comisionistas; con
326
a

una poblacion cambiante, cotizante y emprendedora.


Tenian ahi su emporio los Lora y Cordero; los Doig;
los Arbuli; mientras que en Lambayeque campeaban
todavia los Salcedo; los Aurich; los Baca: los Agui-
naga; los Muro; los Mesones y los Muga.
El 26 de julio, por la tarde, Valdelomar ofrecia
su primera conferencia en Chiclayo. Salié del Hotel
Royal, rodeado de una cohorte de admiradores, la
mayor parte muy jovenes, entre ellos el febril y si-
lencioso Juan José Lora; el sereno y criollo Nicanor
de la Fuente; también el limefio “Cami” o Calderén,
que iba y venia como lanzadera por las ciudades del
norte exhibiendo, ofertando y vendiendo los produc-
tos comerciales de los que era agente.
Dos semanas permanecié “El Conde de Lemos” en
aquel departamento de Lambayeque. Desde luego
pago la indispensable visita a Safia, a Motupe y a
Pimentel. .
Safia, la villa dormida, donde rindi6é su alma santo
Toribio de Mogrovejo, le inspiré sentimientos de paz
y aforanza. En Pimentel desafioé a las olas, montado
en uno de aquellos “caballitos” de totora que han
hecho famosos a los pescadores nortefios. Recorrid
el verge! de Motupe dialogando con sus amigos en
lirica teoria. Recogié la leyenda de mochicas y ta-
llancas; la de los Leguia y los Salcedo, y acaso la
trunca de los Calderén y los Sanchez, que hasta
la revolucién de Balta, en 1868, mantuvieron cierta
preminencia politica en la comarca. E] 14 de agosto
Abraham se hallaba en Piura.
Aquella lengua ardiente de tierra calcinada se pa-
recia hasta la identidad a sus arenales iquefios. Los
puertos asomaban timidamente en la desembocadura
de los rios, realzando con el latigazo de su inespe-
rada presencia la ya cotidiana rutina de la soledad
y la arena. Piura es mas calida que Ica y su puerto,
Paita, contrasta por su sosiego con la braveza del
527
mar de Pisco. Rodeada de calidos yermos Piura re-
suda y deslumbra. En el hotel de su nombre, Piura,
lucia su ancha risa criolla un hombre de corazon
también abierto: Vicente Razuri. Era el patron. Ra-
zuri, campechano, vivaz, jaranista, amaba la litera-
tura y hasta solia cultivarla en sus ratos perdidos.
Los escritores sabian que en el hotel de “Lata” se
podia comer de esperanza y hasta vivir de fiado. El
se compensaba cobrando bien y puntualmente a los
comisionistas. Desde luego Valdelomar fue el parro-
quiano predilecto de Lata, quien, después de retirar-
se de aquel negocio, muchos afios después, se dedicd
a publicar libros, recuerdos, crénicas, pese a la ce-
guera que le asalt6 hacia los anos cincuenta, pero
que no le privé de su alegria, ni de su capacidad de
buen trato, ni de escribir. Murié en 1967, siempre
gozoso al parecer.
En Piura coment6 Valdelomar, con la garganta
apretada de emocion, los detalles del deceso de don
Manuel Gonzalez Prada, ocurrido el 22 de julio, poco
después de haber cumplido los setenta. Por hallarse
ausente, no estuvo “El Conde de Lemos” en las so-
lemnes exequias del Maestro. Pero la huella de sus
lecciones y de su trato marcaron a fuego a todos los
“colonidas”, fraternales compaferos de Alfredo, el
rubio “Ascanio”’, hijo de don Manuel. Uno de sus
confidentes de aquella mala hora fue Luis Carranza,
director de El Tiempo de Piura, diario provinciano
que pagaba puntualmente a sus colaboradores lime-
nos. Don Luis tenia tinta en las venas. Su padre,
de igual nombre, fue socio del chileno Manuel Amu-
nategui, fundador de Hl Comercio de Lima. De manos
de Carranza adquirié el colombo-panamefio José An-
tonio Gdémez Mir6é las acciones que le darian el
control total del diario capitalino.
Entre los mas asiduos contertulios de Abraham en
la tierra de Grau y Merino, figuraban el rico agri-
328
cultor Héctor Garcia Cortés y el joven abogado Ri-
cardo C. Espinosa. Este tltimo era un personaje
alambicado, de ojos pequefios y vivaces; contornos
redondos; sospechoso movimiento de caderas; alto
pecho y hablar insinuante. Amaba la politica y la
literatura. Su padre, también Ricardo Espinosa, ha-
bia obtenido un alto sitial en la magistratura y lle-
garia a ser vocal de la corte suprema, cuando su
hijo desempenaba la direccién de gobierno bajo el
mandato de Leguia, en su época ardiente de la “Pa-
tria Nueva’ (1919). Regresé6 a Piura fugazmente
para acompanar a “El Conde de Lemos” en sus jiras,
Ricardo Vegas Garcia, el “Gualterio sin haber” que
firmara encendidas alabanzas para Abraham en la
juvenil revista Ariel de Piura.
Casi nino, un muchacho pequefio de talla; inqui-
sitivo y lector voraz, no dejaba a sol ni a sombra
al exdtico personaje que defendia tan peregrinas
posturas estéticas: se llamaba Juan Luis Velazquez
y era duefio, por su familia, de una considerable for-
tuna. Andando el tiempo, seria un poeta y ensayista
siempre original.
Pese al ardiente sol piurano, Abraham, vestido de
blanco, con el pecho descubierto, usando camisas
deportivas de mangas cortas y cuello abierto, tocado
con un jipijapa de finisima paja, visit6 Catacaos y
dict6 una conferencia en la paupérrima barriada
cuyos blasones podrian ser los picantes, la chicha,
el seco de chabelo y los tamales de cerdo. Luego
subi6 hasta la frontera con Ecuador, hasta Sullana
y Mufiuela. Se detuvo alli.
Llegaba el verano con su cortejo de calores into-
lerables y soles deslumbrantes. Habia empezado la
primavera que, en aquella zona, flagelaba con su
torridez. Habia pasado ocho meses en aquella ro-
meria iluminada. De hecho habia inaugurado la pro-
fesi6n de escritor. Habia vivido sélo de eso y de
329
dictar conferencias. Conferencias pintorescas, sobre
todos los temas imaginables, segtin se ha visto, y a
las que acudia el ptblico, no siempre numeroso, pa-
gando entrada, atraido por la picante celebridad del
artista y por las “variedades” que acompanaban sus
presentaciones: recitado de versos por senoritas de
moda o por muchachos entusiastas; canto de algu-
nas tonadas tipicas o de himnos rituales; rasgueos
de guitarra; proyeccién de trasparencias o slides,
coleccionados por él, de Roma en donde los tomara
desde 1913; anuncidndolos con el ruido y bambolla
propios de los circos, pero con un estricto contenido
patridtico y estético. Al regresar a Lima Valdelomar
se confes6 con un redactor de La Cronica. Es prefe-
rible oir la confesién de sus propios labios:
Siete meses (duré el viaje). Sali en mayo florido
y he vuelto en diciembre calido. He recorrido en
la primera etapa de viaje, Huacho y Huaura; hu-
be de volver entonces precipitadamente a Lima
para publicar mi tltimo libro El caballero Carmelo.
Reinicié la jira por Salaverry, Trujillo, Ascope,
Pacasmayo, San Pedro, Guadalupe, Chepén, Safia,
Eten, Chiclayo, Ferrefiafe, Lambayeque, Piura,
Sullana, Catacaos, Mufiuela, Sechura.
El periodista le pregunta: “ec ‘“—;Cual fue el origen
y el objeto de su viaje?” Respuesta de Valdelomar:
—Fue esencialmente patridtico. Un grupo brillan-
te, aunque muy limitado de nuestra juventud inte-
lectual, convocado por mi, acord6é en vista del des-
concierto nacional en que viviamos, emprender
una campafia nacionalista, completamente desin-
teresada, y fundar un periddico que fuera el 6rga-
no de la juventud nacional para difundir en el pais
nuestros ideales.®
5 La Cronica, Lima, 10 de diciembre de 1918, p. 8.
330
iNo seria La Raz6n de Maridtegui quien inaugu-
raba poco después ese periddico?

Como hemos dicho, la visita a Huacho y Huaura


se realiz6 hacia diciembre de 1918 y enero de 1919.
El caballero Carmelo habia aparecido entonces priva-
damente en enero y marzo de 1919; la reanudacién
del peregrinaje a Trujillo se inicié en mayo florido,
casi en seguida.
Durante la jira Valdelomar se hizo de muchos
amigos. En aquel reportaje evoca los titulos de sus
conferencias: “La necesidad de formar en el Pert
el espiritu nacional”; “El verdadero y el falso pa-
triotismo”; ‘“Religidn y fanatismo”; “La significa-
cién de las clases obreras en una democracia”; “La
belleza de la moral cristiana”; “Educacién y orga-
nizacién de las clases obreras’”; “Cuento de otofio
en primavera” (para los nifos); “El criollismo en la
literatura”; “El amor en la vida y en el arte’( para
Piura); “Orientaciones nacionales’’; “Los ideales de
la estética moderna”. En total, salvo el “etcétera”,
once temas distintos: buena promesa.
Valdelomar confesaba haber ganado nueve mil
soles en aquella peregrinaci6én, es decir, como tres-
cientos mil soles de 1968; excelente colecta.
Al concluir 1918, Lima estaba cargada de presa-
gios, pero no habia perdido su buen humor, Aunque
se hablaba de una incipiente crisis producida por el
alza de las subsistencias y los alojamientos y aun-
que los obreros estaban en plena ebullicién, comba-
tiendo por cimentar la jornada de las ocho horas,
cuya campafia reunid en mayo a obreros y estu-
diantes.
Los obreros estuvieron representados por Arturo
Sabroso, Fausto Nalvarte, Nicolas Gutarra, Carlos
Barba, Carlos N. Fonken, Samuel Vazquez, Samuel
Rios; y los estudiantes, por Victor Rati] Haya de la
331
Torre, Valentin Quesada Larrea y Bruno Bueno de
la Fuente (los tres trujillanos), como miembros de la
Federacion de Estudiantes del Peri. A pesar de eso
y de la crisis prelectoral, Lima seguia siendo “la
ciudad alegre y confiada” segtin la calificara More
robando un titulo de Benavente.
Los teatros habian visto desfilar a la compania
hingara de operetas de Stefi Czillag, una mujer de
curiosa belleza, rubia y achinada, de tez levemente
morena y picardia parisina; a la compafia de come-
dias Delgado, Caro Campos, que inyect6 nueva savia
en la inquietud dramatica de los escritores.
Se habia ungido poeta de la juventud a un moza-
ll6n de ojos de angelote y talla de boxeador, llamado
Daniel Ruzo, por su poemario Ast ha cantado la natu-
raleza. El] 17 de octubre los estudiantes, en consulta
plebiscitaria, proclamaron “Maestro de la Juventud”
a Augusto B. Leguia, cuya candidatura presidencial
lo perfilaba como invencible adversario del civilismo
pardista. Continuaba ejerciendo el reinado de la
masculina elegancia don José Carlos Bernales, pie-
rolista y medio aristécrata, fumador de grandes pu-
ros y lucidor de inmaculados escarpines, plus una
barbiche enteramente operetesca. Desde las paginas
de Sudamérica (nimero 51 del 7 de diciembre) Val-
delomar publicaba una “‘Accién de gracias a los paisa-
jes peruanos’, dedicando el articulo “Al joven eucalip-
to, de los Bafios del Inca en Cajamarca.” En lirico
arranque, testimonio de su reconocimiento y su sor-
presa, decia: “Yo os recuerdo a todos, oh paisajes
del camino.”
La siembra y la cosecha eran magnificas. Pero
habia que planear otra campafia de viajes, confe-
rencias, suefios, catequismo y amor. Habia que par-
tir de nuevo. Esta vez hacia el sur.

332
XVIII. ;GAONA, EL INEFABLE O BELMONTE,
EL TRAGICO?

MIENTRAS Valdelomar iba de pueblo en pueblo, de


ciudad en ciudad, a través del norpert, las prensas
de la Penitenciaria avanzaban en la impresién defi-
nitiva de su zarandeado libro Belmonte, el trdgico. El
regente del taller tenia instrucciones de aplicar las
mismas pautas tipograficas que a Hl caballero Car-
melo, y usar en la portada el magnifico retrato del
torero hecho por Diego Goyzueta, el fotografo per
excellens de Colénida y la “Generacién del Centena-
rio”. Mas adelante se refieren algunas incidencias
relacionadas con la factura de aquel libro. Seria opor-
tuno, de todas maneras, insistir en algo revelador a
mi juicio: la existencia de lo que podriamos llamar la
impronta de Vasconcelos en ‘‘Brillantes inconexiones
estéticas” y Belmonte, el tragico. Lo primero, la mar-
cadisima influencia del mexicano y sus preocupaciones
filoséficas, en especial de filosofia estética, sobre
Abraham, son evidentes, al punto de que él, un afio
y medio después de que el maestro de Oaxaca aban-
don6é el Pert, todavia hablaba al reportero de La Re-
forma de Trujillo acerca de un imaginario prologo
que aquél escribiria para otro imaginario o interrum-
pido texto de Valdelomar, el de Newronas; en segundo ,
término se refiere al rebote de dichas ensehanzas y
sugestiones sobre la primera incursién de filosofia
del arte que Valdelomar llevé a cabo en su confe-
rencia de mayo de 1917: “Brillantes inconexiones es-
téticas’”; y, tercero, el rebuscamiento seudofiloséfico
con que empez6 a componer su libro sobre el toreo,
buscando como eje a una gran figura, cualquiera de
333
+I a

las dos que le habian deslumbrado, Gaona o Bel-


monte.
Este ultimo se habia casado en mayo de aquel
mismo 1918 con una aristocradtica limefia, Julia Co-
ssio del Pomar. Pertenecian los Cossio del Pomar
por parte materna, segtin se ha dicho, al linaje de
los Tristan. Uno de los Tristan, don Pio, aunque sin
nombramiento de monarca y solo para tratar de sal-
var la cara de la monarquia, fue en 1824 el ultimo
virrey, y mas tarde precario presidente de la repu-
blica durante el régimen de la Confederacién Pe-
ruano-Boliviana; Tristan fue también don Mariano,
hermano de Pio y padre de Flora, la rebelde, amarga
y romantica abuela de Paul Gauguin, la bravia agi-
tadora de las mujeres de Francia en pro del divorcio
y de los trabajadores para formar una especie de
pre-internacional, la “union obrera”’.
De origen, los Cossio fueron dos hermanos venidos
de Espana, el uno quedé en México y echo a volar
una de las dos eses del apellido; el otro, acumulador
y terco, alimefiado al fin, mantuvo las dos eses de
su patronimico y se radicé en Peri. Hermano de Ju-
lia es Felipe (que fue condiscipulo de Valdelomar),
pintor de fama e historiador del arte peruano. Ha
escrito numerosos y ricos volimenes, uno de ellos
novelesco acerca de su genial antepasado Gauguin.
Ahora presentamos el escenario de aquella nueva
y naturalmente vibrante pasidn de “El Conde de
Lemos’’,

La plaza de toros de Acho, construida en tiempos


del virrey Amat, protector de la Perricholi, tenia
fama por extensa, antigua y fiestera. Quien pudiese
recorrer el coso en su integridad debia tener muy
buenas piernas y no mal corazén. En el centro habia
un llamado “templador”, o sea una redondela for-
mada por palos verticalmente plantados, postes pin-
334
tados de blanco y rojo; cuando los toreros estaban
en peligro se refugiaban en ese laberinto de maderos
y escapaban del toro por el lado opuesto. En derre-
dor, en vez de la clasica barrera adosada a los ten-
didos, se agazapaban salpicando los bordes del coso
los “burladeros’”, consistentes en dos gruesos tablo-
nes bicolor, tras de los que se parapetaban los lidia-
dores.
Hasta muy entrado el ultimo cuarto del siglo XIX,
jamas se utiliz6 la suerte de pica, Para “bajar” al
toro se apelaba a la capa de a caballo. Magnifico
espectaculo de potros brivsos, sabiamente adiestra-
dos y montados por jinetes eximios; generalmente
un negro o un zambo (Juan Gualberto Asin, Céspe-
des, Gayoso); vestidos a la usanza campera, sombre-
ro de jipijapa y rebozo o poncho muy suaves. Con
sobrios golpes de talén o sabios apretones de muslo,
dominaban a los briosos e inteligentes caballos —el
inolvidable caballeo de paso— mitad arabe o andaluz,
mitad peruanos. Estos magnificos corceles con las
orejas enhiestas esperaban al toro cerca del toril,
luego lo corrian y lo quebraban en cefiidos, elegan-
tes, exactos y valerosos quites, mas debidos a la ca-
balgadura que a la roja capa del capeador.
Ocasionalmente llegaban a Lima algunos toreros
como Frascuelo; los seguidores Paco Bonal “Bona-
rillo” y Francisco Gonzalez ‘‘Faico’’, los que se ave-
cindaron entre nosotros; pero ni “Guerrita’, ni
“Bombita”, ni “Machaquito” —ases de veras— se
dignaron aceptar contratos para Acho. Faltaban va-
rios elementos: ptblico, ganado de raza y empresa.
Fue un hombre audaz de aspecto amariconado, pero
duro de trato, quien rompi6é aquel intermezzo de es-
téril neutralismo taurino y financiero: Carlitos Mo-
reno Paz Soldan. El se arriesg6 a traer a Gaona y
luego a Belmonte, a Joselito, a Rafael “E] Gallo’, a
“Chicuelo” y nuevamente a Belmonte. Valdelomar
335
no aleanzé a saber de tantos: comenzé su adiestra-
miento taurino sélo con Gaona y acabo con Belmon-
te, es decir, las temporadas de 1916-17 y de 1917-18.
Los aficionados a toros eran gente de pisco en
pecho y “Jest qué toraso” en garganta; eran gente
de jipios. Los criticos de la fiesta brava derramaban
“sabiduria”, hablaban en ‘‘cal6” y se reconocian por
su mal gusto y bronquedad. Uno firmaba “Don Pa-
ce”, otro “Que Se Vaya’, aquél ‘La Tia Grigoria’’,
el de mas alli, “El Duque de Veraguas”, y otro “El
Tio Cencerro” o “Don Quijote”, apodos o seuddéni-
mos que en buen romance correspondian a Fausto
Gastafiete, Juan Castro Osete, Ismael Portal, Julio
Portal y Carlos Solari. E] mas gordo y feliz, Eulo-
gio Garcia Monterroso, se transformaba cada verano,
de diciembre a marzo, en un “andalui clavao”, en un
“cani’, en un “gitanazo de pezo”’, y no hablaba sino
de “chatos”’, “lonjas’”’, “embutidos’, “boquerones”’
y “ay mi nino” y “saleriyo mio” y “rediez que soy
mu macho” —y la mar de modismos flamencos.
Todo este ambiente le chocaba a Valdelomar. Sin
embargo, en 1917 sufrid su impacto, no el de los cri-
ticos, sino el de la fiesta: fue como una revelacién.
Carlitos Moreno y Paz Soldan, medio hermano de
“Marlaci’, o sea de Marcial Helguero y Paz Soldan,
amigo de Abraham desde Roma, se empefié en traer
a Lima “lo mejor de la vidriera’” en materia de to-
reria. Jugandose el todo por el todo, importé desde
Madrid a un mexicano que era de los “cuatro ases”
del toreo hispano de ese tiempo: Rodolfo Gaona.
Desde luego éste cobré el oro y el moro por cada
corrida, pero el resultado lo justificé con creces,
Gaona se hallaba en la plenitud de su arte. Le
llamaban “E] Indio” y él se jactaba del sobrenombre.
Muchos afios después lo he vuelto a ver en México
convertido en ganadero y propietario urbano; aun-
que viejo, andaba siempre erguido y jacarandoso.
336
Estaba un poco grueso. No era asi en 1917. Alto,
atlético, arrogante, de largas piernas; pecho ergui-
do; ojos achinados; nariz chata y color de cobre
claro, Rodolfo Gaona era el amo de las banderillas
y el creador de las “gaoneras”. Hubo tanto entusias-
mo en Lima con su llegada que el compositor nacio-
nal Roman Ayllén produjo un lindo pasacalle, hasta
ahora memorable: “Olé, Gaona”’.
Lima ardia de entusiasmo por admirar al coloso.
En la temporada anterior de 1916, y en el mes de
febrero, Manolo Mejia “Bienvenida”’, “El Papa Ne-
gro”, habia dado en Acho la mas depurada leccién
de tauromaquia matando él solo a seis toros del
Olivar, cuatro de ellos en la suerte de “recibir”.
En torno de Gaona se form6é un inesperado am-
biente taurdmaco-intelectual. A lo segundo contri-
buy6 grandemente su idilio con Carmen Ruiz Mo-
ragas. Carmen figuraba en el elenco de la compafiia
Guerrero-Diaz de Mendoza que actuaba en Lima por
segunda o tercera vez. Dona Maria y don Fernan-
do, el marqués de Balazote, imprimieron caracter
al teatro espafiol. Lo hicieron ajustado, severo y pro-
fundo. Los versos de los viejos y los nuevos cantares
(Calderén y Marquina, Lope y Villaespesa, Tirso,
Tamayo y Baus) sonaban admirablemente en labios
de dofa Maria. Traian ademas consigo a dos actri-
ces bellas, jovenes y cultas, una la senorita Ladron
de Guevara y la otra, Carmen Ruiz Moragas.
Esta ultima era una morena espléndida: alta, cim-
breante, de grandes ojos, no renuentes a una apa-
sionada lectura de Esquilo. La trowpe Guerrero-Diaz
de Mendoza habitaba en el Hotel Maury, donde tam-
bién se alojaba Gaona. El] gran diestro azteca se
enamoro6 de la hermosa actriz, idilio que Gaston Ro-
ger calificé en una crénica con el nombre de “la
bella y la bestia’, anticipando un titulo de Jean
Cocteau.
337
La brecha intelectual que abri6é el amor en la men-
te de Gaona permiti6 a éste otros contactos; uno de
ellos, el de Valdelomar.
Valdelomar que por indole y cultura odiaba lo
flamenco, la toreria y lo hispanico, se encandilé con
el suave, solemne y gallardo estilo de Gaona, y se
convirtié6 en decidido tauréfilo. Se hizo habitué del
ochavo tres de Acho, el de los “entendidos”, y aplau-
dié a rabiar, como un ne6ofito, los airosos desplantes
del mexicano, sobre todo en la suerte de banderillas,
que las ponia de diversos modos: “de poder a poder”,
“al cambio” y al “cuarteo”. Frente a aquel espec-
taculo, Valdelomar concibié toda una teoria estética
a base del ritmo. Teoria nada nueva, pero si fervo-
rosa y reiterativa de los mismos principios (y hasta
las palabras) con que tejid la conferencia “Brillantes
inconexiones estéticas”, aquello que dicto en el Centro
Universitario en 1917. En realidad partes de esa con-
ferencia aparecen en los capitulos iniciales de Bel-
monte, el trdgico. Hasta donde lo he comprobado, lo
vi y el propio Valdelomar me lo dijo, el libro fue
escrito inicialmente para Gaona. La primera edicién
impresa por Alberto de Souza Ferreira, cuyo taller
funcionaba en la calle de Pileta de la Merced, fue
destruida entera por la guillotina del impresor a cau-
sa de las muchas erratas que contenia de lo cual
resulté la incontenible ira del autor.
Carmen Ruiz Moragas y Gaona se casaron: matri-
monio fugaz. Después, segtin es fama, don Alfonso
XIII de Espafia se enamoré de la actriz. Cuando se
derrumb6é6 la monarquia espafiola en abril] de 1931
ya habia concluido aquel capitulo romancesco y ga-
lante.
Al afio siguiente de la visita de Gaona, Carlitos
Moreno contraté a “Terremoto”, es decir, a Juan Bel-
monte. Este lleg6 a Lima en diciembre de 1917 acom-
panado por Diego Mazquiardn, “Fortuna” (notable
338
y joven matador, a quien la muerte aceché en un
manicomio); por Rufino San Vicente, “Chiquito de
Begona’, matador discreto, cumplido y pundonoroso;
y por los grandes banderilleros ‘“Morenito de Valen-
cia”, “Magritas” y “Maera” y por el soberbio pica-
dor “Catalino”. Cada nombre de estos sonaban como
el de héroe. Lima era una inmensa tea de entusias-
mo taurino. Se importaron toros de las ganaderias
del duque de Veragiies, don Eduardo Miura y el
marqués de Saltillo. Se cobraron precios astronémi-
cos por los asientos delanteros y por la graderia de
sombra; los pagamos felices.
Juan Belmonte era un joven de veintidés afios,
desgarbado, taciturno y tartamudo. Tenfa el mentén
borbonico y la mirada romantica; la nariz vigorosa.
Caminaba con desgano: la pierna derecha levemente
chueca a causa de una cornada en la planta del res-
pectivo pie. Era pequeno y delgado; pero material-
mente se crecia toreando. Nadie hasta él produjo
ante los toros una tan tremenda sensacién de pe-
ligro, de temeridad, de absoluto desasimiento de la
vida. Nadie habia toreado mas cerca, ni con menos
recursos fisicos. Nadie habia abolido hasta anu-
larlos los ‘“‘terrenos” de la lidia: Belmonte toreaba
en el “terreno del toro”, pegado a éste, desafiando
a la muerte con feroz, gallarda y lenta impasibilidad.
Valdelomar vio un domingo torear a Belmonte y
se qued6 alelado. Yo estuve dos veces cerca de él, y
recuerdo especialmente una: mi padre y yo llevaba-
mos con nosotros a mi abuelo: “no se ha visto nada
igual’, exclamé el anciano absorto. Dos gradas mas
arriba Valdelomar aplaudia como un nifio enloque-
cido.
Belmonte fue el primer torero que tuvo muchos
amigos escritores. En Espafia sus mas asiduos con-
tertulios se llamaban Ramon Pérez de Ayala, Ramon
del Valle Inclan, Antonio de Hoyos Vincent y San-
339
tiago Rusifiol; en Lima lo frecuentaban Félix del
Valle, Luis Varela Orbegoso, Carlos Solari, Luis
Fernan Cisneros. Del Valle publicé varios articulos
de elogio al torero; al “artista”, decia Abraham. No
fue todo: la vida social limefa se abrid ampliamente
para Belmonte. Ciertas familias taurdéfilas, como los
Grafia Garland, los Devéscovi Lyons, los Menchaca-
Zanelli, los Grafia-Elizalde, ofrecieron el solaz de sus
hogares al genial torero. Julia Cossio del Pomar,
como he dicho, se enamor6 del torero; el torero cayé
bajo el hechizo de la limena, Se casarian muy poco
después: en mayo, bajo la densa neblina de nuestro
persistente otono.
Dada esa atmosfera tan inusitada para un torero
de profesién, Valdelomar encontréd mas de una Co-
yuntura para tratar a Belmonte, para discutir con
él sobre su arte, para informarse acerca de su pro-
pia biografia. De eso y de sus indagaciones estéti-
cas, fue naciendo un libro, que, ya en mayo de 1918,
durante una entrevista para La Reforma de Trujillo,
anunciaba como inminente. El volumen acabé de
imprimirse, segtin uso Valdelomar, en los talleres
de la Penitenciaria en 1918, pero salid al ptblico
poco antes de la muerte de su autor.
Luce el volumen caracteristicas analogas a las de
El caballero Carmelo: dos tintas; orla en rojo; tipo-
grafia en negro; papel ordinario, amarillo, traposo,
intolerable. De principio a fin refleja un estado ani-
mico explosivo y un estilo algo alambicado y como
ajeno, cuya adjetivacién recuerda a D’Annunzio, Quei-
roz y Valle Inclan.
En la portada figura un retrato close-up de Bel-
monte hecho por el fotdgrafo limefio Diego Goyzueta.
La dedicatoria en triple haz: “Al genial poeta José
M. Eguren, en Lima; a Ramon Pérez de Ayala, en
Madrid; a José Santos Chocano, en América, testi-
monio de una profunda admiracién.” La “Nota pre-
340
liminar” es una explosién de egolatria y un poco de
ma! gusto. Por de pronto la repeticién innecesaria del
verbo “manifestar” en los dos primeros renglones
y las pueriles alusiones a sus admiradores y detrac-
tores no igualan al estado de 4nimo juguetén y tier-
no de El caballero Carmelo. Verifiquémoslo:

Quiero manifestar, desde las paginas de este


libro, mi gratitud al ptblico nacional que me
manifiesta su admiracion, ora directamente aplau-
diéndome franco y por unidades, ora indirecta-
mente royéndome las entranas desde la sombra
anonima y estéril. Este libro es un punto de vista
personal. Yo autor, me he colocado en un plano
ideologico que, tal vez, muchos de quienes me leen
no podran escalar.

j Mal sintoma! La susceptibilidad, la arrogancia, el


alcibiadismo y, ademas, segtin se advierte después,
un escaso conocimiento de la materia. La “sinfonia
cerebral” del libro carece de novedad y sobra de jac-
tancia. Pretender teorizar a base del ritmo no era
ni es nada nuevo, tampoco es algo exacto. En cambio
de esa inseguridad conceptual, su expresion, e] esti-
lo ha adquirido mayor seguridad aunque perdiendo
dulzura. He aqui una sucesion adjetival que aparece
en la primera pagina:

“Grave y solemne”... “Complicada y misterio-


sa”... “heleno y armonioso”... “arrogante fuerza
fecunda’”... “enormes ojos abiertos’... ‘“conste-
lado y mirifico”... “agreste tronco herboso”...
“humeda hierba perfumada”.

Ocho frases con adjetivos dobles, o sea dieciséis


adjetivos en ocho frases en un parrafo de dieciséis
lineas en el que hay ademas, sueltos o aislados, otros
siete adjetivos, lo que suma veintitrés en diecisiete
341

ah
,

renglones con aproximadamente cien palabras inclu-


yendo preposiciones y articulos. Un estadistigrafo de
lenguaje sacaria de lo dicho graves consecuencias,
empezando por sefialar un 23% de adjetivos, agre-
garia que alli hay nueve verbos, de ellos cuatro par-
ticipios o sea adjetivales.
Seamos menos minuciosos. La dinamica del estilo
de Valdelomar era lenta, despaciosa, horizontal. Se
detenia en cada momento, en cada escena, en cada
figura. De alli que estuviera en aptitud de entender,
sentir, reflejar e interpretar el lento arte belmon-
tino, mas no el toreo en si, hecho de rapidez, fero-
cidad y violencia.
Empero, atrae en Belmonte, el traégico el sofisticado
esfuerzo por convertir en pasta el jugo, en majestad
el riesgo, en axioma el debate y en corteza la pulpa;
las mejores paginas no son por cierto aquellas en
que pretende reducir a doctrina estética y parangén
literario la técnica del toreo. Se advierten lamenta-
bles vacios de informacién al respecto. Su contacto
con los clasicos castellanos es mas de nomenclatura
que de esencia. Pero, con todo, el libro representa,
dentro de la carrera literaria de su autor, un intento
de liberacién y un propdsito audaz: Asi como tra-
t6 de enaltecer el circo y el hipddromo en sus “Dia-
logos maximos”’, compartidos con Mariategui, asi en
Belmonte, el trdgico reacciona contra el adocenado
cronista taurino y envuelve con el manto de un arte
supremo un oficio cotidiano y hasta vulgar como era
el toreo. Se vale de una personalidad sui generis: la de
Belmonte. De hecho, el libro es otra forma de exal-
tacidn de si mismo, valiéndose de la teoria del genio.
Valdelomar se proclama a si mismo genial al insis-
tir en la genialidad de Belmonte. QuizA pretendiera
exaltar también su propio acento tragico o procli-
vidad: llegaria a alcanzarlo a plenitud y a corto plazo
por implacable decisién de la muerte.
342
No cabe duda de que el titulo de Belmonte, el tré-
gico pudo ser Gaona, el sublime, o algo asi. Aparte
del contexto mismo del libro, con su énfasis en las
banderillas; aparte del testimonio que acabo de re-
cordar, aparece como incontrovertible el del propio
Valdelomar. En una especie de “Didlogo maximo” o
reportaje subtitulado “En el parque de Barranco”
que publicé Balnearios a principios de 1917 se dice lo
siguiente:

—éQué es lo que le interesa mds?


—Mi libro
—j Qué libro?
—Estoy escribiendo un libro sobre la estética del
toreo, sobre el gento fantastico de Gaona. Voy a
revelarle a la estética un arte nuevo. Gaona es el
substractum de la Estética contempordnea. El arte
universal se reune en él.
—De qué hablara su libro?
—Del arte del toreo, del arte que los escultores
no han visto atin o por lo menos no han manifes-
tado todavia. Estudio la linea, el color, la actitud,
los planos. El toreo es estdético, ni pletérico y musi-
cal, porque la musica es ritmo. El toreo es ademas
la vida entera, comedia, drama, tragedia. El toreo
es la Danza. ¢Y Ud. sabe lo que es la Danza? Hs
la danza integra realizada delante de la muerte.
Cuando yo he visto a Gaona he salido deprimido.
—éConoce Ud. a Gaona?
—Es muy amigo mio. Mi libro ha de gustarle
mucho. Ya hemos conversado mucho sobre ello.

Yo me pregunto ahora, después de leer tan inte-


resante tratado acerca del toreo y de Belmonte, yo

1 Balnearios, Barranco, VII, nimero 293, 14 de enero


de 1917,
B43
me pregunto con la mas auténtica sinceridad, isabia
Valdelomar algo de toreo? Contesto francamente que
no. Franca y felizmente. Un hombre que conoce la
técnica del toreo no esta siempre capacitado para
quintaesenciar el arte en si, ajeno a los revisteros
y “entendidos” habituales.
iDe qué se trata en el libro? Por de pronto Val-
delomar titubeaba entre considerar el toreo como un
arte en si, o un arte de Belmonte; en todo caso,
un arte ajeno a la critica ritual.
Observemos que cuando se trata de analizar, no
ya a Belmonte ni el ritmo general de su arte, Valde-
lomar establece con plausible claridad lo siguiente:

Hay tres fases bien definidas en la fiesta nacio-


nal espafiola: la pica, las banderillas y la muerte.
La de la pica es una suerte atrasada, barbara y
cruel pero de estupenda plasticidad épica; es la
escultura animandose; la pica pide el bronce... ?

Lo dicho es bastante exacto. Un grupo que repre-


senta la suerte de la pica tiene mas de escultura
que de cualquier otra cosa. Pero Valdelomar va mas
alla en las explicaciones que siguen: descubre en
esa suerte “un caracter especial”:

Digo que es una suerte atrasada y barbara. En


ella e] torero pocas veces esta en peligro; va con
la pierna envuelta en hierro, tiene un arma po-
derosa para atacar al toro, y si algo se sacrifica
en la lucha es una bestia simpatica y ciega: al
caballo. La habilidad o destreza del picador con-
siste en humillar a la fiera salvando la vida de
su leal caballo, al cual lleva a ese peligro lleno
de sombras, De otro lado, el picador esta escu-

2 Valdelomar, Belmonte, el trdgico, p, 117,


344
dado por sus ayudantes y en todo caso por todo
el coso, por toda la cuadrilla. Preferible seria,
aunque no tiene la barbara de la pica, la suerte
nacional del Pert, que consiste en que un jinete
desafie a la fiera, defendiendo su cabalgadura
con gracia, pericia y...

Desde luego Valdelomar ignoraba el arte de la


pica. No consiste en la poderosa arma, sino en la lim-
pieza del aguante y del saque, corriendo la mano
sobre la vara, girando el caballo hacia la izquierda
y empujando al toro hacia la derecha, de suerte
de no procurar choques sino deslizamientos, Ademas,
la puya tiene hoy arandela para que no hiera dema-
siado, el caballo esta protegido también por cuero
y hierro para librarse de la ferocidad del astado. De
hecho, antes habia toros que mataban ocho a diez ca-
ballos —-y eso era un honor taurino—; hoy, en cual-
quier corrida con seis toros, no muere mas de uno o
dos caballos: la diferencia es significativa.
Sobre las banderillas, Valdelomar se muestra elo-
cuente y exacto. Primero compara la “suerte con
una comedia de gracia y de buen tono’”’. Caracteriza
el episodio por su donosura, gracia y precision; le
anade “cierto giro volteriano’’, y eso es exacto. Co-
mo también es exacto lo que dice acerca de los “qui-
tes” a los que llama “una ironia delicada, el humour
en el toreo’’.?
En cuanto a la tercera fase —la de la muerte—
los conceptos de Valdelomar son ajustados y severos:
“Al ir a matar, el artista ha tomado otro aspecto
y otra sicologia completamente distinta.”4
Lo cual, aunque verdadero, no agrega mucho a los
conceptos primordiales acerca del toreo, De todos

3 Ibid., p. 125.
4 [bid., p. 129,
345
modos los juicios de Valdelomar confirman los que
respecto de cada suerte han sido formulados por los
clasicos del arte de “Ciuchares”, “Mazzantini”’, “Pepe
Hillo” y “Guerrita’’, en la época antigua; de Vicente
Pastor, “Bienvenida”, Gaona, “El Gallo”, Belmon-
te, “Joselito”, “Chicuelo” y ‘Manolete’” en la época
moderna. La intuicién del artista se sobrepuso al
conocimiento del experto: a menudo suele ocurrir
asi.

346
XIX. LOS HIJOS DEL SOL

AUNQUE el volumen titulado Los hijos del Sol apareci6


en 1921, o sea dos afios después de la muerte de
Valdelomar, se le debe situar dentro de la época
en que sus cuentos fueron escritos o retocados, o
sea cuando el autor los encontré ya “en forma” para
su edicién. Ello corresponde a 1918, época en que
Valdelomar se resolvié a dejar en libertad los ori-
ginales que tan cuidadosamente habia mantenido
inéditos. De hecho, la leyenda titulada “Chaymanta
Huaynui” habia sido publicada con anterioridad en
varias revistas, y fue incluida, indebidamente a mi
juicio, en el tomo de El caballero Carmelo. Por otra
parte, el autor habia dicho numerosas veces, tanto
en la dedicatoria para La aldea encantada, fechada en
Roma, como en cartas privadas a Enrique Busta-
mante y Ballivian y a su propia madre, y en el re-
portaje mas llamativo que le hiciera la revista Bal-
nearios, ese hecho. Desde aquella época, 1913, tenia
listos para la prensa los originales de un tomo titu-
lado Los hijos del Sol y una novela incaica, sin ti-
tulo atin. No se trata de confusion alguna: mas bien,
si acaso, Valdelomar confundia como un solo libro
los cuentos neocriollos que conformaron Fl caba-
llero Carmelo dando dos titulos diversos a un solo
libro que no alcanzoé a editar, tales titulos fueron
indistintamente La aldea encantada y Los hijos del
Sol, al final resultaron en El caballero Carmelo, La
novela incaica que al parecer estaba terminada des-
de 1913, nunca se public6d; ni siquiera hay un es-
quema de ella entre los papeles de “El Conde de
Lemos”, Y 6] no solia mentir en este tipo de cosas.
B47
Después se ha sabido que parte de los cuentos in-
caicos habia sido confiada a Augusto Aguirre Mo-
rales, quien publicé en 1916 un relato incaista de
grande allure, “La justicia de Huayna Capac”, muy
elaborado, con puntillismo decadentista. Varios afios
mas tarde Aguirre Morales edit6 una novela de tema
incaico, El pueblo del Sol (1924). {Se inspiraria ésta
en la desconocida novela incaica de Valdelomar, de
la que no nos queda rastro alguno? {Influyeron en
aquélla las contagiosas y fecundantes conversacio-
nes con “El Conde de Lemos”? No adelantemos cri-
terio, si es que fuera posible formarse alguno.
Prologuista y editor de Los hijos del Sol fue el
poeta Manuel] R. Beltroy. En su prologo encontramos
afirmaciones dignas de examen. Pero antes, quizas
convenga referirnos a la casa editorial en si: se lla-
maba Euforion y fue una auténtica empresa del es-
piritu; la ided el insigne y finisimo poeta cubano
Mariano Brull mientras estuvo en Lima como secre-
tario de la legacién de su pais. Era yerno del minis-
tro plenipotenciario cubano, don Luis A. Baralt, el
cual era marido de la escritora Blanche Z. de Baralt,
y padre de Luis Baralt, sutil critico de arte. Mariano
Brull, con la generosidad e inquietud que le carac-
terizaban y que le llevaron a traducir maravillosa-
mente el dificilisimo Le cimetiére marin de Paul
Valéry y algunas obras poéticas de Mallarmé y Ver-
laine, encontr6é su Sosias pragmatico en otro poeta,
el blando e insinuante Beltroy. Ambos montaron una
pequefia imprenta en Quilca y el Callejon Largo, al
costado de la casa que ocupaban los Beltroy, o sea,
la lavanderia La Torinesa, que daba frente a Quilea,
donde desemboea la calle de Monopinta. Comenzaron
sus labores en 1920. Ya habia muerto Valdelomar.
El primer libro de Euforion fue Los poetas de la co-
lonia, de mi autoria. Con mis propias manos ayudé
a encuadernar mi obra la noche del 3 de enero de
348
“a
=

1921. Luego aparecio una antologia titulada Las cien


mejores poesias (liricas) peruanas. Colaboré larga-
mente en ella, pero su tnico autor visible y oficial
fue Beltroy. Los hijos del Sol aparecié como el tercer
volumen de la serie. Contaré cémo se financié su
edicién. Habia que conmemorar la muerte de Valde-
lomar, en noviembre de 1920, Organizamos una ve-
lada en el Teatro Municipal (hoy Segura). Se realizé
el 22 de febrero de 1920. En ella tomé parte prin-
cipal don Enrique Castro Oyanguren, académico de
la lengua y ex director de El Diario. Castro Oyan-
guren hizo un recuento licido y elocuente de la
obra valdelomariana. Como asistiéd a la funcién re-
gular concurrencia, resolvimos dedicar lo recaudado
a imprimir un volumen. Tengo la vehemente sospe-
cha de que la funcién rindid mas de lo declarado.
En todo caso, el costo del libro tuvo que cefiirse a
aquella recaudacion.
El organizador principal del homenaje y futuro
editor de Los hijos del Sol fue, repito, Beltroy. Bel-
troy enunciaba en el prélogo lo siguiente:

Efectivamente, en el afio de 1910, cuando en el


claustro de San Marcos, fuimos condiscipulos del
Primer afio de Letras con Valdelomar, tuvimos el
placer de escuchar la lectura que de tres o cuatro
de aquellos nos hizo, en las pequefas cuartillas
satinadas, en que se alineaba su inteligente es-
critura, en la que ponia, lo mismo que en todos
los actos de su vida, aquella distincién artistica
que, muy luego, le iba a singularizar.

Si esto fuera exacto habria que buscar e] origen


de tales comentarios en la ya remota época de La
ciudad de los tisicos, pero resulta incierto. No obs-
tante el frecuentamiento de los cronistas coloniales,
segin afirma Beltroy, lo que pudo realizarse mien-
349
eT ' a6 ee

tras estuvo Abraham al servicio directo de Riva


Agiiero, parecerian evidentes algunos otros hechos
—clave:
lo.) Que al menos parte de los cuentos de Los hijos
del Sol hubo de ser rescatada de manos de Augus-
to Aguirre Morales (cuatro cuentos en total), a
quien se los dej6é en custodia Abraham por razones
que hoy resulta dificil de desentranar.
20.) Los cuentos confiados a Aguirre Morales ha-
brian sido los titulados: “El alfarero”’, “El camino
hacia el Sol’, “Los hermanos Ayar’, “Chaymanta
Huaifiui”’, “El hombre maldito”, “El errante” (pudo
ser “E] Tucuyricoc’’), “E] cantor errante’’. Debiéramos
agregar los cuentos titulados: ‘El pastor y el rebano
de la nieve”, “El alma de la quena”. Algunos de los
cuentos eran inéditos, otros publicados. Augusto
Aguirre Morales entreg6 a Beltroy los cuentos que
guardaba. Pero jy la novela? De hecho es la tnica
de las obras anunciadas por Valdelomar de la que
no queda rastro.
Los hijos del Sol aparecieron en una forma suma-
mente modesta. En su confeccion intervino asidua
y desinteresadamente Ricardo Vegas Garcia. Como
era de ritual, se solicité el prédlogo a Clemente Pal-
ma, quien habia escrito un articulo inteligente y
comprensivo a proposito del tragico fallecimiento
de Abraham. No acerté en eso tal vez don Clemente.
Su preludio deja mucho que desear,
El conjunto de cuentos reunidos en aquel volumen
se rige por una directiva comtn. No sélo se trata
de reflejar “la vida del imperio incaico”, como diria
Valcarcel afios después en su espléndido ensayo ti-
tulado “Ars Inka” (inserto en el volumen De la vida
inkatka [1925]), sino que se ve claramente el propé-
sito de embellecerla, de presentarla con relieves y
colores semejantes a los de su alfareria, para que
rivalizaran con la amenidad y policromia de los
350
cuentos sobre Bizancio y la Baja Atenas que hicie-
ron célebres a Pierre Louys (Afrodita y Les Chansons
de Bilttis), a Flaubert (Salammbo y La tentation de
Saint Antoine), o, sin ir tan lejos, en la América
decadentista, a Pedro César Dominici (Sibarys) y,
aunque parezca traido de los cabellos, a Vargas Vila,
“el divino”. Valdelomar habia leido las “crénicas
coloniales”, segin indica Beltroy, el cual en este
caso no era mal testigo, puesto que ambos, Valde-
lomar y Beltroy, trabajaron para Riva Agiiero en
los amos de 1914 y 1915 (Beltroy siguié haciéndolo
hasta 1919). La biblioteca de Riva Agiiero y su cons-
tante preocupacion por tales asuntos, lo habian con-
vertido en el mas autorizado guia para la literatura
virreinal y, a través de ésta, de la incaica. La ver-
sacién rivagiierina sobre el Inca Garcilaso, Cieza,
Ondegardo, Pedro Pizarro, Calancha, Torres, Cor-
dova y Salinas, Montesinos, Cristdbal de Molina, era
realmente impresionante y exhaustiva. No podia,
pues, Valdelomar tener el menor propésito de abrir
nuevos cauces historicos, excepto su magnifico en-
sayo “Los amores de Pizarro”, publicado en Quito el
afio de 1917, pero probablemente redactado por la
misma época en que se dedicé a los escarceos histo-
ricos de que nacieron Los hijos del Sol. Este titulo,
aplicado a tales leyendas, pertenece en cierto modo
a Beltroy, pues Valdelomar lo habia anunciado para
sus cuentos criollos.
Si examinamos, aunque sea brevemente, el conte-
nido de la obra, encontramos algunas sorpresas. Em-
pecemos por “El alfarero” (Safa Camayoc). En el
enfoque del personaje y el argumento se emplean
los mismos recursos y hasta el mismo lenguaje de
Flaubert y Pierre Louys. Estos elaboran sus grandes
cuadros de reconstrucciones del pasado de doble
modo: primero, pintan el ambiente, puntualizando,
acaso con excesiva prolijidad, los detalles visibles,
351
el marco de la época y, luego, una vez levantado el
pedestal, colocan encima la estatua, caracterizandola
con apasionados y numerosos detalles, a fin de que
nadie dudara de su autenticidad. Es lo que ocurre
con los personajes centrales en la novela de Flau-
bert. Valdelomar aplica esa misma técnica a dicho
cuento, el cual debid haberse transformado en una
novela corta o larga, pero de toda suerte, en una no-
vela. Cuando uno lee La novela de una momia de Théo-
phile Gautier y se remonta al estilo evocador que em-
pleaba Dumas (padre) en Los tres mosqueteros, se
da cuenta de que Valdelomar prefiere el aspecto
sicol6gico al anecdotico, y que aquél opera durante
todo su relato, sin dejar de lado el ornamento pic-
térico o plastico, consustancial de tales piezas.
El indio que retrata Valdelomar es un ser atra-
yente, hermoso, vital. Nada hay de repulsivo en él.
No rige en este caso la tremenda apostilla del oidor
Matienzo que definia al indio peruano con una frase
tajante: “para él no hay mafana’’.t Por el contra-
rio, los indios de Valdelomar, como todo ser humano,
poseen derechos al pasado, al presente y al futuro.
Despiden optimismo, son seres creadores. Los rasgos
antropologicos del alfarero quizds no correspondan
aun quechua puro, aunque este término, de origen
y alcance étnico, fuera mas tarde relaborado por
“El Conde de Lemos” haciéndolo sinénimo de servi-
dumbre, cuando llamaba ruidosa y peyorativamente
a los sirvientes y camareros: “Quechua, acércate.”
De cualquier modo la pintura del alfarero no reune
los caracteres adecuados a un miembro de la raza
quechua, segtin se vera en seguida:

Su frente ancha, su cabellera crecida, sus ojos


hondos, su mirada dulce. Una vincha de plata ata-
1 J. de Matienzo, Gobierno del Perzi, 1600; ed. Buenos
Aires, 1910, cap. 4.

352
ba sobre las sienes la rebelde cabellera. Sélo ha-
blaba a los desdichados para regalarles su bolsa
de cancha y sus hojas de coca.

No se limita a estos rasgos la diferenciacién ba-


Sica entre el alfarero aquel y el concepto que regu-
larmente tenemos de] indio, El alfarero Apumarcu
vivia solo, es decir, fuera del ayllu; las autoridades
“le dejaban hacer su voluntad’”. Reivindica, pues,
Apumarcu los fueros del artista, en quien se debe res-
petar una larga cuota de arbitrariedad para que
tenga ocasién de crear. Aun dentro de la delimita-
cidn de que alguna vez he hablado, entre el haravec
y el amauta, entre el pastor solitario y el sabio cor-
tesano, esta imagen del alfarero resulta demasiado
insdlita, en realidad se trata de un doble de Valde-
lomar trasladado a la sociedad colectivista del im-
perio del Tahuantinsuyo.
Los trabajos del alfarero asumen las proporciones
de las creaciones del escultor Parrasios, en e] cuen-
to de Pierre Louys, 0, mejor atin, el destino de Pig-
malion en el viejo mito de Galatea.
El alfarero acomete la elaboracién de una enorme
estatua de Supay, es decir, del demonio incaico, del
genio del mal. El aprendiz que trabajaba al lado
del alfarero, un nifio casi, temblaba de pavor ante
aquel engendro gigantesco y maléfico. No obstante,
el alfarero continuaba su tarea. Un dia, y es una
repeticién casi literal de la leyenda de Baltasar Ga-
vilan (el escultor virreinal que esculpio ‘La Arque-
ra”, o sea la muerte), el alfarero Apumarcu se en-
frenta a su criatura que, al modo de los aguafuertes
de Holbein y Durero, encarnaba una especie de sin-
gular “Danza de la muerte”. Apumarcu, en realidad,
estaba sujeto a continuas visiones y fantasmagorias.
Vivia obsesionado por lo extraordinario. De esas vi-
siones participaba un flautista amigo, experto en
353
ee ee ae

tocar la antara y llamado Yacta Nanay. La amistad


crecida entre ambos artistas es descrita en términos
que la asemejan al amor griego. Tal clase de pasion,
no solo calza con ciertos extravios del grupo “colé-
nida”, sino que coincide con las descripciones del
Inca Garcilaso acerca de la sodomia entre los yun-
gas o habitantes de los valles templados. Tanto Apu-
marcu como Yacta Nanay pretendian, cada cual por
sus propios medios, forma y sonido, escultura y mu-
sica, retratar e interpretar a la naturaleza, lo que
coincide también con la aspiracién de Valdelomar,
quien define al arte, en una de sus Neuronas, co-
mo la versiOn subjetiva de la naturaleza; lo que a
su turno es un paliativo de Wilde, el cual afirmaba
que la naturaleza es una creacion del arte. La exa-
cerbaciOn estética de Apumarcu llega a tal extremo
que utiliza sangre humana para obtener ciertos co-
lores. Su indole no sélo era romantica, sino patética-
mente romantica, como la de su autor. Al fin, Apu-
marcu muere absorbido por su propia inspiracion
y sus métodos de expresarse. Cuando su amigo di-
lecto, el mtsico, penetréd en lo que llamariamos el
taller del escultor, sintié espanto:

A sus pies encontré6 Yacta Nanay una cabe-


cita de barro con la imagen del amigo muerto. Y
siguid tocando, tocando hasta que la noche cay6
como una sola sombra inerte sobre el Mundo si-
lencioso.

Los elementos que constituyen este cuento o em-


brion de novela, pueden datar, en su origen, de 1910,
como dice Beltroy, pero su desarrollo y los elementos
complementarios y definitorios no parecen ser ante-
riores a 1918. Cierto que la idea de la muerte visita
a Valdelomar al menos desde 1911 en La ciudad muer-
ta y La ciudad de los tisicos, mas desde 1913 fue su
354
constante contertulia. Aquella cabecita de Apumarcu,
esculpida por él mismo y legada a su amigo, reune
aspectos interesantes: de un lado indica la profunda
impresion que “La arquera” dejé en él, a punto que,
al menos en dos ocasiones, en La ciudad muerta
(1911) y en el articulo titulado “De Baltasar Gavi-
lan a Reynaldo Luza” (1915), la presencia del etilico
y genial lego del convento de San Agustin, autor de
aquel macabro engendro, estuvo constantemente en
sus vigilias. Por otra parte, cuando habla de “Ome-
ga la calavera, mi amiga” nos dird, ya en 1916, que
fue recogida de una tumba incaica de Nazca. De otro
lado, la expresién “una sombra inerte”’ trae a la
memoria la reminiscencia de aquella ya clasica de
José Asuncion Silva en su célebre Nocturno: “y eran
una, / y eran una, / y eran una sola sombra larga, / y
eran una sola sombra larga”. Se trata de una “re-
miniscencia involuntaria’, no de un plagio; lo cual
es una de esas rememoraciones que sirven para afir-
mar la originalidad de un escritor.
Otro de los cuentos o leyendas del volumen se
titula “E] camino hacia el Sol’. En toda la obra de
Valdelomar no hay ningtn trabajo de tan grande
allure, tan tableau romantique, con tan enorme des-
pliegue de colores y fuerzas animicas, como éste.
Podria considerarse un intérprete literario de la
plastica de Delacroix y ser tema de una sinfonia
de Haydn. Todo, en esa leyenda, todo es fantastico,
tragico, enorme.
Podria definirse como una conjunciOn macrosco-
pica, una saga fundamental del Incario. Inclusive,
en su ambicién y alcance sobrepasa mucho a Ldpez
Albtjar, Flaubert, y acaso se acerque al desfile de
dones y magnates que presenta Flaubert en una pa-
gina de La tentation de Saint Antoine. Desde luego
no hay relacién inmediata ni correspondencia entre
ellas, Probablemente esta leyenda nacié, al menos en
355
su idea germinal, cuando Valdelomar visit Arequipa
en 1910. Su ejecucién es a todas luces posterior; al
menos asi lo indica su terminacién o acabado. Los
pespuntes histoéricos se disimulan en los breves y
enjundiosos datos del Inca Garcilaso y de Montesi-
nos, La influencia historicista de Riva Agtiero, que
ya se advierte en La mariscala, ejerce su accién
sobre Valdelomar, moviéndole a exaltar estéticamen-
te los valores antiguos y tradicionales que Riva
Agiiero glosaba y realzaba en forma documental. El
tema de esta leyenda puede sintetizarse en pocas
palabras, porque sus valores auténticos, su capaci-
dad evocativa, no reside en lo que reconstruye o
evoca, sino en lo que crea. Es una obra de creacion,
de fantasia, de poesia. Rige al autor y a los perso-
najes un fatwm ineludible. Tanto es asi que para
impregnar el relato de cierto acento indigena, el es-
critor desdefa el empleo de toponimias y evita refe-
rirse a costumbres y usos ahora folcl6ricos. Aban-
donando los manidogs recursos del vocabulario y la
topografia, deja fluir la accién como si ocurriese hoy
y en cualquier parte; atento sdlo al quehacer, a su
significado y a la vitalidad de los protagonistas.
“El camino hacia el Sol” se inspira en el acto del
descubrimiento del mar por el pueblo incaico, con
Su emperador a la cabeza. La muchedumbre va en
pos de su padre Sol. Y como éste muere en occiden-
te, hundiéndose aparentemente bajo las olas, tras el
horizonte lejano, la masa indigena avanza con su
Inca en andas adentro el mar, es decir, hacia el Sol,
para rendirle homenaje. Paulatinamente las filas de
cortesanos y guerreros se hunden, estoicos y solem-
nes, bajo las aguas, firmes en su augusta marcha en
pos de Inti, padre y generador de todos los pueblos.
Desde luego Valdelomar no se cifie enteramente a
la versién histéricolegendaria que asigna a Mayta
Capac, cuarto Inca, aquel descubrimiento, previa la
356
fundacion de Arequipa. Segtn algunos fildlogos,
la locucién Mayta Capac significaria ponderativa-
mente “Hasta donde, Senor’, y Arequipa, “Aqui,
quedaos.” Valdelomar salta sobre estos enojosos por-
menores eruditos y deja fluir su fantasia a su real
modo y manera.
Lo primero que hace es, como en todos los otros
casos, inclusive el de “El alfarero”’, aplicar la, pa-
ra él entonces ignorada, teoria de Huizinga: o sea
considerar el pasado como presente y tratarlo como
tal. Dentro de ese canon, insufla al relato una vita-
lidad extraordinaria. Dice, por ejemplo, que “la mu-
chedumbre se mecia como una inmensa ola’’; la plaza
repleta de indios es comparada con un “laberinto
sonoro”, Caracteriza a cada personaje, al Amauta,
al Tucuyricoc de manera inconfundible. Emplea los
tropos chocanescos y el dinamismo lento de las pro-
cesiones que D’Annunzio describe, por ejemplo, en
“El triunfo de la muerte”. E] juego de masas impre-
siona por su majestad, y la conjugacion de diversas
sensaciones (visual, sonora, tactil, olfativa) esta
expresada con singular pericia.
Nadie podria negar ancho y solemne patetismo al
momento en que el pueblo entero, buscando la liber-
tad que sélo puede hallarse definitivamente en el
seno de Dios, avanza impertérrito hacia las olas, en
cuyo remoto término, ardiente y dorado, parpadea
el Sol occiduo, simbolo y corporizacién de Dios. Las
primeras filas se ahogan, hundiéndose bajo el mar.
Vacilan las siguientes, pero reciben la orden del hijo
del Sol, del Inca, para avanzar, y avanzan “bajo la
paz de la luna’’. “Vayamos en busca de los Empera-
dores; vayamos”,, gritan los curacas. Al fin, después
del sacrificio de la doncella Sumaj, a la que se mata
haciéndola mirar cara a cara al Sol, el Inca se acerca
a la orilla y se mete también en el océano buscando
refugio en el seno de su padre, el Sol. Las olas le
357
derriban y luego se cierran sobre su cadaver. Ha
perecido el ultimo quechua.
La grandeza de este relato es verdaderamente im-
presionante. Acaso no haya en toda la obra valde-
lomariana, ni en la de América, embrion de tragedia
mas solemne y profunda que la que se encierra en
este breve cuento.
Otro relato, “Los hermanos Ayar’, podria llevar
como subtitulo “rapsodia de una leyenda ancestral”.
A base de las relaciones de los cronistas y, desde
luego y ante todo, gracias a la poderosa imaginacién
del autor, convierte en un drama moderno el antiguo
mito. De cuando en cuando, deliberada o indelibera-
damente, se desliza algin anacronismo, pero todo
ello sucede en aras de la veracidad artistica, dife-
rente de la hist6rica. Ademas, en vez de narrar, tea-
traliza las situaciones. Los hermanos Ayar tienen su
propio lenguaje, se expresan por si mismos, directa-
mente. Desde luego tal sistema no alienta mucho la
exactitud de la narracién, pero en cambio infunde
vida, trasmite vigor a lo relatado.
En “Chaymanta Huaifuy’”, ya inserto en El caba-
llero Carmelo, no hay otra cosa que didlogo. Recorde-
mos al respecto que Valdelomar gust6 sobremanera de
la forma coloquial. Los “Didlogos maximos’’, algunas
de las crénicas de ‘Palabras’, las piezas teatrales El
vuelo, La mariscala y Verdolaga, estan escritas en esa
forma; del didlogo abusa a veces cuando escribe sus
cuentos y croénicas, {Qué significa esto? Aparte de
lo que en ello pudiera haber de imitacién literaria
al dialogismo de moda entonces (véanse los casos de
los dramas de D’Annunzio, las intenciones y el tea-
tro de Wilde, muchas de las crénicas de Azorin, las
piezas de teatro para leer de Martinez Sierra y Valle
Inclan), ese didlogo permite que el autor no deje
nunca de estar presente en primera persona en lo
que refiere o describe, Una narraci6n en tercera per-
358
=e
sona objetiva en cierto modo la obra; si la ponemos
en boca de varias personas, y si una de ellas es el
propio autor, no cabe duda que cada giro o expre-
sidn se atribuiria directamente al autor. En suma,
el constante dialogo podria significar un exceso de
“yo’”’", una vigilancia cautelosa y dindmica del ego
para que no deje de estar presente en todo cuanto
se relata. Si aplicamos la hipdétesis a Valdelomar se
justificaria con sdlo poner atenciOn en los rasgos
caracteristicos del artista. Precisamente en “Chay-
manta Huaynui” (subtitulado “Mas alla de la muer-
te’) tenemos la oportunidad de enfrentarnos a estas
modalidades: y a la muy especial, caracteristica de
Valdelomar, de usar como elementos decorativos y
hasta como telén de fondo el ambiente doméstico, o
sea, el mas ligado a su persona y a sus recursos: de
ahi la constante presencia en ese cuento de elemen-
tos regionales como ciertas plantas: floripondios,
cantutas, capulies, azahares, chirimoyos, fiorbos, li-
las, “claveles de Hudanuco”, molles, orquideas. La
mencion de tales plantas, arbustos y Arboles regio-
nales indica mucho, por de pronto que, pese a su
horror a las toponimias locales, Valdelomar no les
encuentra remplazo, de donde se induce que de-
biera haber optado también por denominar “calato”’
al desnudo, “chupajeringas” a las libélulas y “ta-
pias” a los cercos; ganariamos todos: las cosas, las
personas y sus intenciones.
E] estilo tierno y patético de “Chaymanta Huai-
fiuy” pone a esta produccién en la misma linea que
dos de los cuentos maestros de Valdelomar; me es-
toy refiriendo a “El caballero Carmelo” y “Hebaris-
to, el sauce que murié de amor”, Aunque por diverso
criterio, considero que son las tres expresiones mas
definidas y distintas del genio literario de ‘“E] Conde
de Lemos”. Y que en las tres, aparte de los elemen-
tos primordiales (ternura, humor y tragedia, res-
359
pectivamente) coinciden la plural concentracion de
adjetivos y el prurito de deleitarse en la descripcion,
sin apartarla del sujeto que habla y mas bien fun-
diendo en una sola sensacién al que ve y lo que
ve. Justificase asi el criterio de Ortega y Gasset
quien, en el primer tomo de El Espectador, dice
que “contemplar es inmunizarse de lo contemplado”,
actitud diametralmente contraria a la de Valdelo-
mar, quien jamas pretende ni logra inmunizarse de
los objetos contemplados, sino que se funde con ellos
hasta formar una sola realidad, y por lo tanto no es
un contemplativo, sino un activista del relato.
Con respecto de los adjetivos y de los ardides ver-
bales, en “Chaymanta Huainuy” tenemos, como en
D’Annunzio, Queiroz y Valle Inclan, la calificacién
triple, doble y en haz; por ejemplo:

taciturnos y graves...
se perdia en los caminos oscuros donde la sombra
enrages.
la reina muda y pédlida...
severos los rostros, y en las manos fuertes mazas
con agudas puntas de piedra y de cobre...
verde y oleoso (el valle)...
las enormes hojas frdgiles...

La predileccién por la adjetivacién caracteriza a


todo pintor verbal. El adjetivo remplaza al colo-
rido, mejor dicho, al matiz, pues cuando se usan dos
o tres adjetivos, uno al otro se atentian produciendo
una combinacién emoliente y simpAatica.
No obstante su conocimiento de los cronistas, Val-
delomar se rinde con facilidad al influjo de los
novelistas mas antiguos. Una escena ceremonial in-
caica evoca el idilico cuadro que de nuestra cultura
aborigen trazaron los iluministas, ll4mense Marmon-
tel o madame de Graffigny. Describe Abraham:
360
Perfumaronse todas las salas con polvos de
anades secos, que se quemaron en tazas de oro.
Sacose de los graneros seis mazorcas de maiz
sagrado, y de las alacenas grandes, jarrones ven-
trudos con la chicha de la cosecha de Intip Raymi.
En otros jarrones decorados por artistas de Nazca
pusose la chicha de jora, mani, mole y papas,
para que bebieran segin sus regiones, los gene-
rales que habian de asistir.2

El desenlace del desigual amor entre la reina


Raurachisca y el valeroso guerrero Chacta es, en
el fondo, una rememoracidn de los amores de Cusi
Coyllur y el genial Ollanta, seguin el clasico drama
incaico Ollantay (acerca del cual dict6 varias confe-
rencias),? y también de Salambo y el fuerte y apa-
sionado Malco. “El hombre maldito” confirma la
habilidad y predileccién del autor por el didlogo y,
por lo tanto, su facilidad para componer piezas de tea-
tro. Los pastores Callpa Sape y Saucapayac conver-
san liricamente (como si fuesen pastores de una
égloga de Virgilio o de una de Garcilasco de la Vega)
teniendo como tercer interlocutor al ciego Nauca
Soneco. Hay mucho de trivial en esta narracién com-
puesta con los mas puros ingredientes idilicos, cuasi
romanticos, por lo que podria remontarse su origen
al tiempo en que Valdelomar dice que compuso
Yerbasanta, esto es, a sus dieciséis afios, aunque la
mencion de ciertos factores como son los de litera-
tura clasica espafiola y clasica grecorromana (Te6-
crito, Catulo, Virgilio) podrian hacer pensar en un
retoque posterior. Como siempre, inclusive en Yerba-

2 A. Valdelomar, Los hijos del Sol, Lima, 1921, p. 69.


3 Cfr. La Prensa, Lima, 5 de marzo de 1917; cfr. Iti-
nerario de conferencias en el norte del Perti, mayo-di-
ciembre, 1918; Xammar, Valdelomar, signo, ed. 1940, y
C. Angeles Caballero, Valdelomar, passim.
361
santa, predomina también en esta narracién el] amor
frustrado, la frustracién erdética.
Igual sucederaé con “El pastor y el rebafio de nie-
ve” cuya trama se imagina bajo el reinado de Tupac
Inca Yupanqui. En ella, el Inca, como en Ollantay,
empefia su palabra de conceder todo lo que le pi-
diera al valeroso guerrero Ritti Kimmig (nombre
quechua y que mas bien rememoraria algunos cuen-
tos de Kipling, en El libro de las tierras virgenes, y
sobre todo a aquel personaje zoologico de tan humana
prestancia: Rikkitikkitavi, la mangusta sabia). El
general victorioso solicita como tnica recompensa,
haciendo valer la promesa del Inca, el amor de una
allca, o sea de una vestal o virgen del Sol.
“Kl alma de la quena” mas que cuento incaico es
un cuento filoséfico. Si cambiamos los nombres de
los personajes, y sus dignidades, no cambiaremos la
esencia del problema, Hay un quenista de habilidad
prodigiosa que tiene embrujada con sus sones a la
corte del Inca. Hay un Inca poderoso que todo lo
puede, menos tocar la quena. El Inca, en una loca
extensidn de sus capacidades, pretende que el que-
nista le ensefie su arte, le trasmita su secreto que,
siendo inherente a su persona, resulta intrasmisi-
ble. Pero el quenista a su turno, harto de servir a
la corte y del sistema colectivista incaico, pretende
conquistar su absoluta libertad mediante el arte em-
brujante de su quena. Ese es el drama, que Se re-
suelve favorablemente a ambos protagonistas: el
magnanimo Inca otorga la libertad al quenista, y
el quenista conquistada su libertad, contintia cantando
al Inca. La alternativa 0, mejor, el dilema encerrado en
tal cuento, repito, puede aplicarse a cualquier época,
a cualquier sociedad, a cualquier individuo. Valdelo-
mar se vale de la época incaica, como Montesquieu
usaba a los persas, madame de Graffigny a los pe-
ruanos y Voltaire a los paraguayos y los liliputien-
362
ses, para caricaturizar los usos y costumbres de su
ambiente, la problematica de los hombres de su
tiempo.
En medio de todo lo dicho, sobresale (o sobrenada)
una caracteristica que imparte a los cuentos “incai-
cos” de Valdelomar un tono unico: son optimistas.
Nada en su relato trasluce sensacién de derrota o
desfallecimiento; nada significa bestialidad o limi-
tacidn estética. Los indios del Pert, los quechuas
son para Valdelomar (y creo que esa intuicién re-
presenta un acierto genial) seres como todos los de
la tierra: sumisos y rebeldes, amantes y repulsivos,
activos y sofolientos, escépticos y creyentes, altos
y bajos, de sierra y costa, viriles y afeminados,
altivos y serviles; toda la gama de la humanidad.
Sin pretender elaborar filosofia alguna, Valdelomar
presenta una sociedad como todas, con dramas como
todos, con pasiones como todas, con ideales y frus-
traciones como todos. En su animo pesan muy poco
los idilicos ensuefios del Inca Garcilaso y las pesi-
mistas apuntaciones del oidor Matienzo; no es par-
tidario de la doctrina del virrey Toledo ni de sus
opositores, Garcilaso y Cieza; no se afilia al bando
del padre Las Casas ni al de los detractores del
indigena americano. Le basta vestirse con su co-
briza piel, sobre los suyos sus tiesos cabellos, acom-
pasar al suyo el “soncco” hermético del quechua. De
ello brota, como de una surgente, una nueva inter-
pretacién, nada académica, nada enfadosa, nada es-
tirada, de la vida incaica. Y el Inca, como el hombre
de todas las edades, a través de sus actos y de la
narracion de su poeta, vive la vida a plenitud, la su-
fre sin remisién, y persigue en todo momento man-
tener incélume su libre albedrio, con lo que, sin pre-
tender sentar teoria, la historia de Los hijos del Sol
es para Valdelomar como para Hegel y Croce, la pe-
renne “hazafia de la libertad”’.
363
XX. EN EL MUNDO DE “NEURONAS”
Y OTRAS FILOSOFIAS

DESDE 1917 la tersa obra literaria de Valdelomar y


su estridente y traviesa biografia, se veian amena-
zadas por una onda filosofante de aguda gravedad.
No sélo se advertia en las pretensiones esteticistas
de Belmonte, el trdgico y algunas de sus singulares
conferencias, sino que la misma sabia sencillez de
sus relatos y la gracia de sus comentarios periodis-
ticos aparecian conmovidas por cierto prurito “ideo-
logista’’. Con frecuencia recurria a citas de ese tipo
y taraceaba sus comentarios, conversaciones y re-
portajes con inttiles y pedantescas menciones de
reconditos filédsofos de la antigiiedad, a quienes aca-
so habia leido o muy recientemente o muy de pasada,
pero de quienes trataba de obtener apoyo para sus
nuevas exploraciones intelectuales. El libro Belmonte,
el trdgico expresa mejor que cualquier digresidn o
ejemplo aquella tendencia al parecer irreprimible
desde que entrara en contacto con Vasconcelos, pero
agravada acaso durante su visita a Trujillo, al acer-
carse a Antenor Orrego, escritor por definicién filo-
sofante y aforistico, segin se vera en su punto. No
olvidemos que ambos, Valdelomar y Orrego, habian
vencido, cada cual dentro de su campo, en el con-
curso de La Nacién de 1918; que Orrego ejercia el
califato intelectual del grupo mas inquieto, el que
rodeo a “El Conde de Lemos” durante su permanen-
cia en Trujillo y que fue él quien puso en circulacién,
a través de su ya mencionado reportaje en La Re-
forma de la ciudad nortefia, los proyectos literarios
de su entrevistado, a quien adjudicé entonces la emi-
364
—_—
nente paternidad de Belmonte, el trégico, y la futura
de Neuronas y Decoraciones de dnfora, esta Ultima
con proélogo de Vasconcelos. Siendo como era Val-
delomar fundamentalmente escritor y, por deriva-
cidn, periodista, era inevitable que tomara aquella
posibilidad filoséfica dentro de un Ambito congruen-
te con ambas connotaciones. De ahi el tono ambi-
valente de Belmonte, el tragico (entre comentario
estético, narracién biografica y descripcién perio-
distica; nunca técnica en cuanto al toreo; poco es-
pecializada en cuanto a estética; mucho mas apro-
piada e impresionante en cuanto a literatura); y de
ahi también que prefiriese para sus meditaciones
joco-serias, filosdfico-humoristicas, la brevedad de un
proverbio al que é] denomino “neurona’’, en implicito
homenaje a don Santiago Ramon y Cajal, el famoso
histélogo espanol, cuyas obras leia en esos momentos
con voracidad y deslumbramiento.
José Carlos Mariategui ha sefalado, en Hl proceso
de la literatura, que las neuronas valdelomarianas
reconocen como antecedente inmediato las greguerias
de Ramén Gomez de la Serna, concepto que com-
parte en cierto modo Estuardo Nunez, el cual insiste
en la influencia de Wilde, reiterando asi una opinion
de Luis Fabio Xammar,! adelantado generalmente
en los estudios valdelomarianos. Escribe Mariategui:

Me consta que los primeros libros de Gémez


de la Serna que arribaron a Lima, gustaron sobre-
manera a Valdelomar.?

1 Luis Fabio Xammar, Valdelomar, signo, Lima, 1940


passim.
2 J. C. Maridtegui, Siete ensayos de interpretacion de
la realidad peruana, Lima, Minerva, 1928, p. 216. Cfr.
Luis F. Xammar, Valdelomar, signo, ed. cit., p. 209; Es-
tuardo Ntfiez, Epistolas y notas a Newronas, ver nota
subsiguiente.
365
El testimonio posee un valor pero
casi decisivo,
no absoluto. ’
En esos dias, 1918, tanto Valdelomar como Maria-
tegui, Falcén y Del Valle, estaban vivamente Impre-
sionados por la naciente inquietud espanola, expre-
sada en los escritos de Luis Araquistain, Gabriel
Alomar, José Ortega y Gasset, Ramiro de Maeztu
y, desde luego el primero, don Miguel de Unamuno.
Todos ellos se caracterizaban por las incisiones que
hacian en la pulpa de la vida espafiola, aplicables
con mucho a nuestro propio caso nacional. Recor-
demos que Maridtegui, Falcdn y Del Valle lanzaron
Nuestra Epoca, cuya idea cardinal nace de la revista
Espana del socialista Araquistain; y recordemos
que la campafia antitaurina encabezada por el deli-
rante vikingo hispanico Eugenio Noel, se revestia de
sociologismos como son los que se juntan en Pan y
toros y en Piel de Espana, todo ello siguiendo de al-
guna manera la ruta del Jdeartum espanol de Angel
Ganivet y los duros apotegmas de Joaquin Costa.
Pero Ramon, es decir, Gomez de la Serna, represen-
taba otra cosa. Si bien coincidia en dar juego a la
observacion inteligente y a la frase concentrada, su
indole le llevaba a desleir la tensién en una broma,
a concluir la parabola con un volatin, a hacer una
cabriola como fin de fiesta, Esto tltimo, y la notoria
proclividad de Ramon a rodearse de acdlitos, hacer
su “pena” (el famoso Pombo), a impresionar con
palabra y gesto al auditorio, le hacia mas accesible
para Valdelomar, a quien regia hasta entonces la
tendencia a la paradoja y la parAdbola de Oscar Wil-
de, la brevedad de ciertos principios de Heraclito,
y seguramente la patética concisién de los Pensamien-
tos de Pascal. Valdelomar se hallaba en una encruci-
jada de su vida, en trance de definirse, a los treinta
anos; era exactamente la edad de Ramén Gémez de
la Serna, nacido también en 1888.
366
La “gregueria”’, que algunos han asimilado al modo
de hacer ruido de los loros, tiene, segin su creador
caracteres concretos. Es, dice él, “lo que gritan los
seres desde su inconsciente”. Este rasgo diferencia,
en vez de confundir, “greguerias” y “neuronas”, estas
ultimas flor de agudeza y reflexién mas que de ins-
piracion, Las greguerias han sido definidas por otros
como “la realidad reducida a su mas extremo ab-
surdo”’, lo cual ya tiende un puente entre ambas
formas de expresidn. Por otra parte, Ramén busca-
ba, fuera de sus escritos, un atuendo o paramento
formal llamativo e inesperado que le sirviera de
marco: alguna noche leyé una conferencia en un
circo de Paris sentado en un trapecio; y otra mon-
tado sobre e] lomo de un elefante. La ‘“pefia” de
Pombo engendraba ruidosas y violentas criticas con-
tra todo lo consagrado. Aparte el testimonio del pro-
pio Ramon en su volumen Pombo, podriamos mencio-
nar el de un poeta peruano, Alberto Guillén, en su
libro La linterna de Didgenes (1920), y otras muchas
referencias. Como Valdelomar, Ramén, fruto de la
posguerra, buscaba el aplauso y la _ estupefacci6én
de su ptblico. No usaba quevedos, pero si patillas de
majo goyesco; no se alisaba el pelo, sino que se lo
embrujaba como artista de 1830; no usaba escarpi-
nes, sino que se trajeaba como un bohemio de Mur-
ger que hubiera pasado por Oxford; imitaba y ata-
caba a Marinetti; preludié con sus gritos el ultraismo
y el superrealismo; como Valdelomar, inicié el dan-
dysmo y el neocriollismo. La bisqueda de Ramon fue
hacia adentro; la de Valdelomar, en su contorno.®
Uno buscaba el yo, el otro lo lucia; aquél huia de
los otros, éste fue en su propia procura, Valdelomar,

8 La primera recoleccién de greguerias en volumen es


Flor de greguerias (1925), siguen Nuevas greguerias
(1929) y Greguerias (1940).
367
apegado a los moldes franceses y peruanos de los
siglos XVII y XVIII, se reconcilia con Espana poco
antes de la llegada de Belmonte, diria que a través
del mexicano Gaona, a causa de la esplendidez del
arte taurino. Entonces, si no descubre, se adhiere a
Pérez de Ayala y a Valle Inclan, dos Ramones de
los tres de la fama, tal como siguiera, por coinci-
dencias espirituales, a Azorin y admiré a Unamuno.
Si se juzga bien, agregaremos que la forma afo-
ristica, es decir, por medio de pensamientos breves,
de razonamientos compendiosos, estaba en pleno
auge como consecuencia del cansancio del natura-
lismo, siempre demasiado extenso, y de los numerosos
y largos tratados de la preguerra. Lo demuestra la
avidez con que se lanzaron, primero a la crénica y
después al aforismo, tanto escritores de Europa como
de América, incluido el Peri. Los nombres de Oscar
Wilde, André Gide, Remy de Gourmont, Ortega y
Gasset, Anatole France, Mauricio Maeterlinck, Ga-
briel Alomar, Antonio de Zozaya (El huerto de Epic-
teto) no encierran muy diverso contenido que los de
Enrique Gomez Carrillo, Ventura Garcia Calderon,
José Rodriguez Cerna, Amado Nervo y, ya en el cam-
po vecino de la gregueria y la “neurona’”’, los de An-
tenor Orrego (Aforisticas) y Alberto Guillén (El libro
de las pardbolas).
Asi como en Los hijos del Sol se advierte, a veces,
el rastro de ciertos autores adictos a las pomposas
reconstrucciones (especialmente Louys y Flaubert),
y en Belmonte, el trégico no se puede negar la accién
de algunos pensadores de expresién periodistica
(Ortega, Vasconcelos, Maeztu, Pérez de Ayala, Noel),
asi en Neuronas se advierte la suma y maduracion
de las mas encontradas fuentes: Renan, Barrés, Una-
muno, Gomez de la Serna, D’Annunzio, Wilde, quiza
De Quincey. El escritor se deja arrastrar a ratos
por el inconsciente, como queria Ramon para la gre-
368
gueria auténtica; en otros, por el absurdo, lo que ya
indica escogitamiento y actitud presuperrealista; en
otros, por la travesura, y convierte en frase literaria
el chiste de café, institucionalizando el Palais Con-
cert. Lo desconcertante en este caso es que solo te-
nemos un caudal muy parvo para ejercitar nuestros
propositos de exégesis. Del anunciado libro Neuronas
sdlo queda lo que a continuacién vamos a presentar
y que ha sido recogido con acierto y amor por Es-
tuardo Niunez.*
Esta actitud meditativa, de reflexion estética de
Valdelomar se remonta, lo repito, a fines de 1916 y
sobre todo a los comienzos de 1917; y se acentta
en 1918 y 1919. Las razones pueden ser varias, entre
ellas el arribo a la segunda juventud que marcan
los treinta, que Espronceda calificara en su_inol-
vidable Canto a Teresa como ‘“funesta edad de
amargos desenganos’”. Los treinta de Valdelomar no
fueron menos angustiosos. Se enfrentaba a una in-
forme pero efectiva y plural campafa en contra
suya; a una tempestad de dudas y dicterios; a un
hermético ‘‘no” que le cerraba el paso no sélo en el
campo de la vida social sino en el de la literaria,
como se descubre a través de su despido de La Pren-
sa. Hubo ademas, a mi juicio, en todo esto, una causa
mayor proveniente del trato directo de Vasconcelos.
Repitolo por enésima vez. Yo conoci a Vasconcelos
directa e indirectamente, esto Ultimo a través de
{ntimos amigos suyos, entre ellos Antonio Caso, Al-
fonso Reyes, Gabriela Mistral, Gilberto Owen y
Haya de la Torre. De todos esos testimonios y el de
mi propia experiencia, saqué la conclusion de su
avasallante personalidad, de su terrible capacidad

4 Estuardo Nufez, prélogo a Neuronas. Didlogos md-


sximos, en Letras, Lima, nimeros 74-76, Universidad de
San Marcos, 1965.
369
de contagio, de su entusiasmo frenético, de su enor-
me fuerza convincente, Si eso ocurrié después de
1928, que es cuando la figura de Vasconcelos ad-
quirié caracteres continentales, juzguese jcOmo seria
en 1917, cuando, en plena segunda juventud y con
una dilatada, dramatica y reciente experiencia en la
Revolucién de su pais, contaba solamente treinta y
seis afios!
Ya hemos mencionado la actitud de Vasconcelos
frente a Riva Agiiero y a Valdelomar, y hemos tras-
crito su conversacién con éste sobre la tarima de un
fumadero de opio. Mas que eso, lo que habia en
Vasconcelos de incontenible era su capacidad irra-
diadora, su catequistica inmanente, su misterioso
poder de seduccién y liderazgo. A partir de su amis-
tad con el mexicano, Valdelomar cambia, en el sen-
tido de ahondar ideas antes que sensaciones, y de
buscar fuentes filosoficas para sus deliquios artis-
ticos. Es su iniciador en el trato y lectura con Pita-
goras, Xenofonte, Heraclito, Platén, Kempis, Pascal,
Spinoza, Bergson y, desde luego, su antiguo profe-
sor de filosofia, Alejandro Deustua, en cuya defensa
salié al verlo atacado en la seccién “Palabras” de
La Prensa al finalizar el amo de 1917. Quizds por
eso mismo se interesa Valdelomar, desde fines de
1916, en el toreo. No considero casual que en ese
momento el protagonista de su curiosidad intelectual
fuese un mexicano como Vasconcelos, y en el toreo
Rodolfo Gaona otro azteca, a quien el autor de Raza
césmica trataba como compatriota, admiraba como
torero y estudiaba como “as” o exponente maximo
de un arte hasta entonces juzgado mds bien arte-
sania. Siguiendo tal cauce no llama la atencién que
Valdelomar, en el reportaje que La Reforma le hizo
en Trujillo (mayo de 1918), tratase de Neuronas,
libro de filosofia, ni que en el reportaje de Balnea-
rios (enero de 1917) calificase a su libro Belmonte,

370
~—s —- “

el tragico como una “estética del toreo” en torno de


Gaona; resulta la natural secuencia de aquellas preo-
cupaciones, cada vez menos simples y, por lo tanto,
siendo mas abstrusas, menos valdelomarianas,
La insercion de Gdmez de la Serna, segtn lo re-
cuerda Xammar, no fue decisiva, como pretendia
Mariategui, que dejo de tratar de cerca a Valdelo-
mar en aquella etapa. Todo se juntaba a favor de
una nueva definicién del artista: entre los factores
que conformaban entonces su cosmovisién, no puede
olvidarse a Maeterlinck, a “Xenius”, a Unamuno ni
a Ortega y Gasset. De hecho Valdelomar formé6 par-
te, aunque mas nominal que efectiva, del equipo de
Nuestra Epoca, cuyos dos tnicos numeros aparecieron
en mayo y junio de 1918.
La literatura de ideas principiaba, infortunada-
mente, a tomar cuerpo en el Valdelomar de Neuro-
nas, bajo la advocacioén del padre de las greguerias,
quien corrobor6, no inicié, aquella nueva posicién.
Circunscribéamonos a Neuronas. Este “libro en pre-
paracién” no fue nunca sino un pespunte, un boceto
pequefio, picante, demasiado criollo, casi siempre
iconoclasta y en gran parte antologia de frases ya
publicadas. Si uno compara el] tomo literario de las
greguerias de Ramon con los apdlogos de Wilde,
se da cuenta de que a éste se acerca mas a menudo
nuestro artista.
En la edicién de Neuronas y “Dialogos maximos”
hecha por Estuardo Nitfez, las primeras sdlo ocupan
seis paginas —de la 11 a la 16—, o sea que o Val-
delomar escribi6 o recogié muy pocas, o se han per-
dido muchas. Es evidente, a juzgar por el reportaje
de Balnearios ya citado, que Valdelomar habia es-
erito gran parte de tal libro, pues de otro modo no
se explica que compusiera un prélogo para un texto
inexistente. Es también visible, y ello concuerda con
los “autores predilectos” que menciona en el mismo
371
reportaje de Balnearios, que en ese entonces estaba
leyendo o acabando de leer a Santiago Ramon y Ca-
jal, asi como que trataba con cierta frecuencia a
médicos especialistas en psiquiatria y neurologia,
tales como Baltasar Caravedo; Sebastian Lorente y
Patron; a su joven amigo Juan Francisco Valega,
el “Maximo Fortis” de la ya aludida carta, y, sobre
todo, a Hermilio Valdizan, gran psiquiatra, a quien
frecuentaba desde Italia. La palabra “neuronas” no
es fruto de un acaso: tiene clara genealogia. Val-
delomar lo reconoce en aquel desmesurado prologo,
en que, como era natural, no falta la nota egolatrica
consustancial a “El Conde de Lemos”

Muchos de mis ilustres compatriotas, y no pocos


de mis colegas, creeran que en este libro se trata
de cuestiones de medicina o asuntos de farmacia,
pues el titulo les hara pensar que “neuronas” son
alguna suerte de pastillas como las Peptonas y
los Pyneleptus. Conviene que esos ilustres analfa-
betos, que carecen de ellas, sepan, antes de atacar-
me, que neuronas son cierto linaje de microorga-
nismos a manera de diminutos pulpos o estrellas
de radio vibratiles (a) quienes solemos llevar
unos cuantos desdichados en la corteza cerebral.
Cuando quienes lo ignoran sepan qué cosa son
neuronas, entonces haciendo lujo y practica de
un arduo proceso imaginativo a base de logica,
comprenderadn por qué estos breves comprimidos
de verdad, se agrupan bajo el titulo de Newronas.

Siguen treinta y siete reflexiones, greguerias, me-


ditaciones, apuntes o “neuronas”, compuestas al
compas de las sensaciones e incitaciones mds diver-
sas (algunas repeticiones), y siempre apuntando,
con el humorismo que fuera su fiel companero, hacia
la satisfaccién y la cavilacién de los lectores.
372
~~

No todas las “neuronas” brillan por su ingenio; ni


el humour logra siempre vencer a la preocupacién
cultista. Esto se ve mejor examinando algunas de
tales “piezas”; verbigracia:

E] bombo es el burgués de la orquesta. Es so-


lemne, sonoro, rotundo, definitivo y hueco.

No se trata de una simple observacién periodis-


tica, sino ante todo de un esguince de critica local,
a sus colegas literatos y a los politicos. Pero, por
encima de eso, seria util destacar el uso del vocablo
“purgués”. Su constante presencia obliga a consi-
derar la contrapartida de “artista” y de sus cuasi
sindnimos nietzscheanos “‘beocio” y “‘filisteo” 0, dicho
en el lenguaje valdelomariano, de “gordo” y “uni-
versitario”. Para corroborar lo tltimo bastaria tras-
cribir otra “neurona”’:

El de universitario es el estado natural del


joven peruano.

No hay en esta frase concesidn ni mucho menos


elogio: “universitario” equivale ahi a burgués, a
“beocio”’, a “filisteo”, me atreveria a decir a “estt-
pido”.
Ya hemos advertido los choques y contrastes entre
Valdelomar y el “espiritu universitario”. Su primera
frustracién como tal, en San Marcos; su segunda frus-
traci6n cuando pretendié ser presidente del Centro
Universitario; su tercera e inevitable frustraci6n en
Roma cuando quiso seguir estudios de derecho con
Ferri. Ademas prefirid las lecciones raigalmente
antiuniversitarias de don Manuel Gonzalez Prada, su
maestro, y de don Guillermo Billinghurst, su caudillo.
El esteta amaba a los hombres practicos: tal para-
doja no constituye ninguna excepcion.
373
A fuer de artista Valdelomar profesaba, al menos
explicitamente, cierto racismo, pero un racismo uni-
lateral en su “anti”; era un rabioso antizambo, pero...
sus enemigos le llamaban “el zambo Valdelomar’, y
lo era en cierto modo, aunque en él predominaba la
sangre indoespafiola sobre la africana. He referido
la anécdota segtin la cual una tarde en el Palais me
refirio cudn dificil habia sido “para un zambo como
yo” ganar prestigio y popularidad; y me trasmitié
su decision de vestirse ‘‘de amarillo” si preciso fuere
“para llamar la atencién”. Después de lo cual enten-
di el acto de liberacién inconsciente que encierran
las siguientes “neuronas”, asi como el choque de su
autor con Lépez Albtijar, otro zambo de talento:

El valor sustantivo de las ideas es tan fragil


que cambia por simples cuestiones de raza, Para
el blanco, la calvicie es una desgracia, para el
zambo seria una felicidad. Todo esto desde el pun-
to de vista apolineo o dionisiaco,

Imaginad la tortura de los hombres llamados


zambos: se avergtienzan de sus pasas y no llegan
jamas a la calvicie.

Algo que horripilé siempre a Abraham fue el ri-


diculo. Huia de él como de la peste. Es congruente
con sus ideas y antejuicios lo que sigue:

Tres cosas ridiculas: montar en bicicleta, ena-


morar desde una esquina y obsequiar flores a
las artistas.

La ultima observacion se refiere a la proclividad


desatada entre ciertas gentes “bien” de Lima, en
aquella época, de ofrecer bouquets y coronas a las
tiples, tonadilleras, bailarinas, actrices y hasta co-
ristas que mas o menos atraian el interés piblico
374
ZZ
desde los proscenios. La leyenda de la Perricholi no
parecia haber sufrido eclipse pese al siglo y medio
trascurrido hasta ahi. En cuanto al arte en si, apar-
te las digresiones estéticas de algunas de sus con-
ferencias, se confesaba nitidamente subjetivista y
wildeano en varias de sus “neuronas”’:

El arte es la naturaleza vista a través de un


espiritu, mejor aun, el arte es un instante de la
naturaleza a través de un estado de alma; atin
mas, un instante de infinito plasmado en una
sensacion.
La frase, nada original, encierra empero varias
posibilidades y significados, En primer término nos
coloca ante un discipulo de Leonardo y Goethe: “El
arte es una cosa natural vista en un gran espejo.”
Luego nos enfrenta al mas convicto impresionismo,
andlogo a aquel que hacia exclamar a Remy de
Gourmont cuando encabezaba un estudio sobre Pas-
cal: “Voy a hablar de mi a propésito de Pascal’
(Promenades littéraires); ademas trae el recuerdo de
John Ruskin y también de los impresionistas, que
eso fue en gran escala Abraham. Por itltimo, sin
apartarse del hedonismo clasico, parece referirse a
Maeterlinck, a quien mas adelante elogia sin rega-
teo, en aquello de ligar el cosmos y las humildes sen-
saciones diarias: el tragico cotidiano. Acerca de esta
afinidad con el autor de Le trésor des humbles, pa-
sada por el tamiz de Wilde, Valdelomar no deja lu-
gar a dudas cuando afirma:

La literatura de Maeterlinck produce el efecto


que nos haria ver de improviso sefiales desde la
luna en una noche sombria.

A la manera de Gomez de la Serna y de Jules


Renard, cuya Poil de carotte era una de sus lecturas
375
predilectas, Valdelomar hila tres o cuatro “neuronas”
hiperbdélicas y humoristicas por medio de las cuales
define sus gustos estéticos y su adorable humour:

Mi alma tiembla ante los hombres gordos como


tiembla el cristal de una lampara cuando pasa
una carreta.

Los europeos tienen al cuervo; los peruanos


tenemos al gallinazo.

A lo que los europeos llaman libélula, los pe-


ruanos llaman chupajeringa; ellos dicen anade a
lo que nosotros llamamos gallareta; ellos llaman
cerdo a lo que nosotros llamamos chancho.

Observo en otra pagina, continuando la linea de


dislates expresivos, que ahi donde los europeos ha-
blan de ‘‘desnudo” nosotros hablamos de “calatos’’.
Hay en todo este conjunto de expresiones y es-
guinces conceptuales una innegable capacidad de
caricatura y un buido concepto del humor. E] artista
se burla del criollo, pero no lo rechaza ni execra;
de otro modo no habria nacido el neocriollismo de
El caballero Carmelo.
A primera vista, llama por eso la atencién la in-
esperada mezcla de elementos que podriamos llamar
trascendentales con los locales o criollistas:

Hay mujeres que deberian tener nombres de ca-


lles, ésta se llamaria “Espalda de Santa Clara’.
Asi, los lugares donde hay varias mujeres reuni-
das y que tienen un nombre poco recatado, podrian
llamarse jirones o avenidas,

Sorprende este apunte en hombre siempre tan fino.


Los términos “jirones” o “avenidas” dadog a calles
376
ve

donde se acumulaban prostitutas, que es de lo que


se trata, no guarda armonia con la hermenéutica ge-
neral del estilo valdelomariano. Ademas tengo la
impresion de que se trata de un apunte incompleto,
una “neurona” de “neuronas”, pues habria podido
anadir, y su picardia lo hacia previsible, entre los
nombres de calles aplicables a mujeres, las de “Siete
Jeringas”, “Dona Elvira’, “La Condesa’, “Matamu-
la”, “Siete Pecados” y tantos otros tradicionales que
calzaban maravillosamente a la indole de las refle-
xiones de Valdelomar. En cambio, no cabe duda de
que constituye un desfogue autobiografico aquello
en donde dice:

Un hombre puede tener sortijas en los dedos y


tener talento; hay quienes no tienen ni talento
ni sortijas.

Primero, se debe recalcar el caracter improvisadi-


Simo de esta “neurona”’ pues repite en veinte pala-
bras tres veces el verbo “tener”, pudiendo haberlo
sustituido por otros sinédnimos. Segundo, se repro-
chaba callejeramente a su autor el usar sortijas,
especialmente su famoso opalo en el dedo indice de
la diestra. Por tanto, é1 mismo se defiende defen-
diendo a los que usan sortijas y, en cambio, vitupera
y desdefia a los que no teniéndolas carecian de talento.
Agrega para definir su criterio acerca de sus co-
legas de letras:

Hay escritores que tienen alma como una carreta


de mudanza. Siempre hay algo atado, algo que
se va a caer, algo que se rompe... y un negro
soez encima de todo.

Torna asi a la preocupacién por los hombres de


tez y alma de color oscuro. Como se sabe, las mu-
O77
:a

danzas de muebles se hacian en Lima en unas Ca-


rretas de amplia plataforma, sobre la cual se haci-
naba la carga atandola con sogas sujetas a unas
argollas adosadas a los bordes de aquellas platafor-
mas. El auriga guiaba a las mulas y el cargador,
generalmente un negro, se acomodaba sobre la car-
ga, listo a prestar sus servicios al bajarla y al
subirla. El simil reitera el desdefoso concepto de
Valdelomar sobre los confusos, improvisados y bo-
chincheros de las letras. Lo corrobora a rengl6én se-
guido del siguiente modo:

Las almas tienen raza: hay almas aristocraticas


y hay almas zambas.

Aparte de apuntes como los trascritos, con refe-


rencias inmediatas, aparecen en las Newronas otros
de caracter mas definitorio que seria Util cotejar
con frases de Wilde. Aludo a las estrictamente esté-
ticas, a las que habria de afiadirse algunas asercio-
nes de Hea de Queiroz, autor favorito de aquel tiempo,
y las del propio Valdelomar, cuando resolvié, desde
1917, convertirse en tedrico del dandysmo criollo.
En el prélogo de El retrato de Dorian Gray habia
dicho Wilde:

El artista es el creador de cosas bellas. Reve-


lar al arte y ocultar al artista es la finalidad del
arte.

En este punto debemos aceptar que Valdelomar se


convirtid en el anti Wilde... como Wilde mismo,
pues para ambos la presencia estridente del artista
fue primero que su propio arte. Pero mas adelante,
en dicho libro, Wilde afirmaba puntos que se con-
funden con la vida y la obra de su peruano admi-
rador, como por ejemplo:
378
Existen los elegidos para quienes las cosas be-
llas significan tnicamente belleza... Ningtin ar-
tista es nunca morboso. El] artista puede expre-
sarlo todo.®

Valdelomar, repitamoslo, escribe en Neuronas:

E] arte es la naturaleza vista a través de un


espiritu; mejor atin, el arte es un instante de la
naturaleza a través de un estado de alma; atin mAs,
un instante de infinito plasmado en una sensacion.

Dejando aparte la similitud con aquella frase de


La reliquia en que Eca de Queiroz define el arte
como “la realidad vista a través del diafano man-
to de la fantasia”, volvamos la mirada al propio
“Conde de Lemos” en su abigarrado y poco crista-
lino prefacio a Panoplia lirica de Alberto Hidalgo,
prologo firmado el 30 de agosto de 1917, 0 sea poco
mas de tres meses después de sus “Brillantes inco-
nexiones estéticas” y un afio antes que su azaroso
y triunfal recorrido por el norpert. Pues bien, en
las paginas 25 y 26 de dicha pieza, escribe textual-
mente los mismos conceptos en las mismas palabras.
O sea que extrajo de aquel prdélogo las “neuronas”
trascritas, como haria con frases sueltas de “Didlogos
maximos”, “Fuegos fatuos” y “Decoraciones de anfo-
ra”, de lo que infiero que sus Newronas iban a ser
como la Memoranda de don Manuel Gonzalez Prada
(sélo parcialmente trascrita en El tonel de Didgenes
fed. pédstuma, México, 1945]) un extracto y un vi-
vero de pensamientos sueltos, distribuidos o por dis-
tribuir a lo largo de sus obras.
Si esto es asi, tenemos que enlazar a propdsito de
Neuronas, especie de vademecum filoséfico o pron-
tuario ideolégico de la obra de Abraham, mucho de
5 O, Wilde, El retrato de Dorian Gray, Prologo.
319
lo que desparramara en articulos, cuentos, descripcio-
nes, discursos, crénicas y prélogos, como el de Pano-
plia lirica.
Posee este preambulo algunas calidades insoslaya-
bles. En realidad, enciérrase en él acaso lo mas ca-
racteristico del pensamiento y de la actitud de Val-
delomar, aquello que traté de revestir de armoniosa
forma literaria en Belmonte, el trdégico, libro en el
cual se dan cita, para excluirse, el narrador y el fi-
losofante; el aldeano de corazén sangrante y el uni-
versitario de egoldtrica petulancia; el profundo ma-
cerador de sensaciones y el improvisado platicante de
conceptos. Al mismo tiempo, se refleja ahi, frente a
su amado y ventajista discipulo de Arequipa, el dra-
ma que corroia, sin careta ni analgésicos de ninguna
especie, el alma creativamente pueril de Valdelomar.

Muchos no perdonareis ni perdonardn a Hidal-


go, como no me perdonaran a mi, el gesto altivo y
orgulloso, la l6gica armoénica entre el suefio y la
accion, la protesta sonora, por su convencimiento
Sincero, de la excelencia de nuestra obra literaria. ..
(p. 20), para ser ungido ni individual ni colec-
tivamente tenemos una tradicion de rebeldes...
(p. 21) En nuestro medio la rebeldia es casi un
crimen, algo que no se concibe, que desconcierta y
sorprende. La mediocridad ambulante no puede
comprender que haya un espiritu enamorado de
su libertad que sepa triunfar solo, que se oriente
Sin pasar por la Universidad, que desdefie la cré-
nica social de los diarios, que ignore cémo se llama
al Ministro de Fomento y que no tenga la lejana
esperanza de ser Diputado, afilidndose a un par-
tido politico. (p. 22).6

. Abraham Valdelomar, “Exégesis estética’’, en Alberto


Hidalgo, Panoplia lirica, Lima, WE To, UG) a BA

380
Asi escribia Valdelomar en 1917 antes de su em-
briaguez turistico-patridtica y de su allanamiento a
una diputacion regional por Ica. La confesién aquella
prosigue con detalles desgarradores. Oigdmosla:

Creo con toda la fe que soy capaz, que la Natu-


raleza ha sido, en un principio, una gran unidad
armonica y compleja que perdiéd su concrecién y
que trata de volver a ella. Creo, igualmente, que
la Naturaleza no es, en el mas alto y profundo
sentido, sino la lucha de dos fuerzas: una positi-
va, de atraccién, de armonia, de amor, de bien, y
otra de rechazo, de disgregacién, de odio, de mal.
La lucha de estas fuerzas constituye la gran ecua-
cidn de la vida. Estas dos fuerzas van aparejadas
en todos los fendmenos, desde el mas insignificante
hasta el mds trascendental. Quien esta familiari-
zado con las leyes quimicas, sabe que hay metales
que se buscan, se juntan y producen reacciones;
los hay que se rechazan, no se funden y son esté-
riles. iQuereis un poema mas estupendo, una filoso-
fia mas concreta, una manifestacién mas hermosa
de la naturaleza? En el hombre mismo, {Qué otra
cosa es la vida que una perpetua lucha entre lo
malo, entre lo perfecto y lo imperfecto?, el espi-
ritu es una fuerza que a medida que se depura,
se acerca mas al infinito. A medida que nos aleja-
mos de lo carnal, de lo fragil, de lo perecedero nos
acercamos més a la intvma sustancia de las cosas.
Para alcanzar esta la mas importante de las vic-
torias, son buenos todos los caminos de _ perfec-
cién. Es menester que una fuerza culmine sobre
nosotros mismos, porque ella sera la antena que
nos comunique con las cosas errantes y misterio-
sas. Esa culminaci6n, esa exaltacion de la concien-
cia, se llama embriaguez en el precepto baudelai-
riano, se llama fe en la Biblia, se puede llamar
381
oe
virtud en la Iglesia. “Embriagaos, decia Baudelai-
re, de arte, de vino, de amor, pero embriagaos
siempre.” Para llegar a esas exaltaciones es nece-
sario el sacrificio de San Antonio en el desierto, es
menester desprenderse de toda vana preocupacion,
de todo frivolo temor, de toda fragil empresa.
“Piensa en la muerte’, decia Dumas, “todas las
mananas al ver la luz y todas las noches cuando
vuelvas a entrar en la sombra.”
Hay cAndidas gentes que creen que un artista,
un verdadero artista, vive y obra y crea para ellos;
vive, obra y crea para su gloria; piensa, vive y
crea para ser inmortal. Es como creer que el pere-
grino sacia su tragica sed en la fuente para ver
cOmo se dispersan las ondas sobre la superficie.
Nadie comprenderd, sino quien lo haya sentido, la
inquietud angustiosa, el intimo drama, la obsestén
lacerante que viven en el alma de un artista. Na-
die comprendera cémo, al lado de aquellas intimas
tragedias, son fugaces y pueriles los dolores huma-
nos; nadie comprenderd la tortura dantesca que
significa para el artista el desequilibrio entre el
sueno que él suena y la torpe realidad de la vida.
Almas elegidas, espitritus perfectos jcudntas légri-
mas os cuesta ver un rostro que desfigura la en-
vidia, el odio, las pasiones! Los artistas no odia-
mos por falta de razén para ello, sino porque el
odio carece de belleza; y amamos muchas veces sélo
porque amar es una cosa dulce, grande y divina.
Tenemos piedad, perdonamos siempre, disculpamos
todo, porque ello nos produce una sensacién tan
grata, tan plécida, tan inefable, que los malos no
han gustado nunca; algo que es como sumergir las
manos en la corriente, en medio de los calores ca-
niculares... Ya lo dijo Guyot (sic) “conocerlo todo
es comprenderlo todo y perdonarlo todo”’.

382
Agrega mas adelante:

Quiere decir que la funci6én del artista, y en este


caso del poeta, es descubrir por el sentimiento, lo
que la naturaleza tiene de eterno y esquivo. El
poeta es un cazador de infimito; un buceador de
Verdad en el abismo del Misterio; un vidente que
descubre la belleza en las mudas nebulosas de lo
objetivo.

Desde luego, el “Guyot” citado por Valdelomar es


el fildsofo y poeta Jean Marie Guyau, y la frase que
le atribuye, pudiendo ser auténtica, se parece peligro-
samente al “perdono porque comprendo” de Anatole
France, e] maestro de “Maximo Fortis’. He subraya-
do, ademas, varias expresiones-clave que denuncian
el “panteismo-yoista” del escritor. Se mezcla con
una especie de mazdeismo a retropropulsién. Nada
hay de original en tales pensamientos, ni casi ningu-
no pertenece a “El Conde de Lemos”: lo que atrae
en él es la actitud, la conducta, la capacidad de reac-
cionar sobre el medio, de imponérsele y de, sin em-
bargo, sonreir piadosa o retadoramente. Valdelomar,
con sus Neuronas o sin ellas, no aspiraba a ser un
pensador o un ensayista. Fueron aquéllos meros de-
vaneos con la vida y acaso preludios de la que fue
siempre leal adicto. Dentro de los términos agusti-
nianos la suya fue, pues, por todo concepto, una breve
y luminosa “muerte vital’.

383
XXI. “NUESTRAS VIDAS SON LOS RIOS...”

EL 11 de noviembre de 1918 se firmé el armisticio


que puso fin a la primera Guerra Mundial. E] viejo
Foch, el hombre de Verdun, y el viejo Clemenceau ex-
perimentaron e] incomparable goce de devolver a su
patria las provincias que le fueran arrebatadas en
1870 después del fracaso de Sedan y Metz. La noche
del armisticio, las colonias francesa, inglesa, italiana
y belga en Lima, enloquecieron las calles con sus hu-
rras, cantos y clamores. Todos hablaban de “‘la libre
determinacién de los pueblos” y de “la paz duradera”.
Por primera vez se mezclaba el nombre de los Esta-
dos Unidos y el de su presidente, Woodrow Wilson, a
un suceso mundial. Los italianos, enardecidos por el
triunfo sobre Austria, precaria aliada por obra de
un arreglo impopular, gritaban a toda voz por Mer-
caderes y Baquijano: “Trieste italiano, Trieste ita-
liano, Viva il Trentino.” E] gordisimo duefio de una
panaderia de la calle de la Toma, Agustin Merea, cu-
yas posaderas necesitaban los dos asientos del ancho
Pathfinder rojo en que se movilizaba, arrojaba mo-
nedas, cantando a garganta plena el famoso himno
italiano de la revancha Las campanas de San Giusto.
Naturalmente, en esta parte del mundo, Bolivia pen-
s6 de inmediato en recuperar su litoral de manos de
Chile, que se lo habia arrebatado también bélicamente
como Trieste y como Alsacia y Lorena. El Pert, a su
turno, planted su propia reivindicacién: Tacna y Arica
al menos, 0, como ya exigia desde Londres don Au-
gusto Leguia: Tacna, Arica y Tarapaca. La suerte de
estas provincias era ‘idéntica a la del Trentino, Polo-
nia, Alsacia y Lorena. Ademas, si el Pert habia roto
384
reiaciones con Alemania y ocupaba un puesto en el
debate de la paz, {por qué no tener su parte en el re-
parto y en las reivindicaciones, tanto mas cuanto que
Chile habia permanecido fiel a la Alemania imperial,
su modelo en ese tiempo?
Como resultado de aquella nueva situacién, Chile,
que habia considerado innecesario, impertinente, in-
oportuno y absurdo el plebiscito estipulado por el
tratado de Ancon de 1883 (ratificado en 1884 para
realizarse diez anos después, esto es, en 1894), prin-
cipid a preocuparse con esa posibilidad y juzgé que
el tratado se podria aplicar aunque fuese con veinti-
cinco anos de demora, dando comienzo a una activa
y dura politica de “chilenizacioén” de las “provincias
cautivas”. De Ja noche a la manana, bajo la direccion
de Maximo Lira, un intendente que dependia directa-
mente de La Moneda, los regnicolas peruanos de Tac-
na, Arica y Tarapaca se vieron amenazados por toda
clase de riesgos, vejados en las calles; sus hijos eran
discriminados en las escuelas; su bandera prohibida;
sus bienes embargados o entorpecidos y, por Ultimo,
puesto que resistian con ejemplar denuedo la presion
de las autoridades chilenas, fueron obligados a aban-
donar sus hogares y expelidos, como en los progrooms
de judios durante la segunda Guerra, en pleno y
precoz uso del genocidio. El] rumbo impuesto natural-
mente era el norte, es decir, el Pert. La imaginacién
publica les dio inmediatamente un nombre inexacto,
pero expresivo: “repatriados’. En realidad era el
término que correspondia mas bien al punto de vista
chileno: si se les repatriaba al enviarlos al Pert era
porque Tacna, Arica y Tarapacd no eran su patria,
o sea que éstas pertenecian a Chile, 0 en Ultimo ana-
lisis, que Tacna, Arica y Tarapacaé por estar bajo el
dominio temporal de Chile, no eran patria de aquellos
peruanos que al cruzar el rio Sama hacia el norte, se
reintegraban a su patria, se “repatriaban”. Adjetivo
385
inadecuado y, en cierta manera, torpe. Si Tacna y
iii
Arica seguian siendo peruanas, cruzar el Sama no
era sino desplazarse dentro de la patria peruana, mas
no pasar de una patria a otra. Como quiera que fuese,
el hecho es que la avalancha de “repatriados” desde
fines de 1918, cred al estado peruano un grave pro-
blema de alojamiento, subsistencia, trabajo, pensio-
nes, escuelas y salud; todas las instituciones publi-
cas y privadas se preocuparon del problema, cuyo
caracter politico crecia al par que el econdémico.
Nadie imaginaba. cual seria la suerte final de las
conversaciones de paz presididas por Wilson, a quien
nego finalmente su apoyo el congreso de los Estados
Unidos. La delegacién peruana, ya bajo el gobierno
de Leguia, estuvo presidida por Mariano H. Cornejo,
el amigo de Valdelomar: fue lucido, insistente, pero. ..
ineficaz.
Mientras los chilenos ‘‘limpiaban” de peruanos los
territorios discutidos, a fin de que disminuyese el
numero de votantes peruanos en el caso de que se
realizara el plebiscito, los diplomaticos de los paises
aliados en Lima no sabian qué hacer, ya que no se
habian adoptado resoluciones finales sobre la aplica-
cidn de los catorce puntos, entre ellos el de la libre
determinacion de los pueblos y aquel que establece
que la victoria no engendra derechos.
A comienzos de 1919, poco después del retorno de
Valdelomar de su jira literaria y patridtica por el
norte del Pert, se realiz6 una actuacién literaria en
el Teatro Colén, de Lima, “en homenaje y beneficio-
de los peruanos expulsados de su patria, en los terri-
torios conquistados por Chile al Pert, en 1879” (tex-
tual). Valdelomar fue invitado a pronunciar un dis-
curso: escogid como tema “El sentido heroico de la
poesia francesa’. De hecho, el tema sélo existié en
el titulo; el texto trataba casi integramente de los
problemas referentes a los “repatriados” y a los de-
386
> an ~F» «“ia a as a

beres de los aliados cuyos representantes diplomati-


cos asistieron al acto. “El Conde de Lemos” habia
dejado, al parecer, de lado al escritor y al cronista;
se habia convertido en un ardoroso orador de barri-
cada, en un entusiasta propagandista, en un chovi-
nista elocuente. Basta recordar el comienzo de aquel
discurso ante los diplomaticos de los paises aliados,
a quienes alude varias veces. Oigamos su interven-
cion:

Al realizar este homenaje publico, de amor fra-


ternal y de admiracion profunda a los peruanos
expulsados de su propia patria, perseguidos en su
propia tierra, ultrajados en (sic) el mismo cielo
donde en horas mas felices abria a todos los vien-
tos sus alas rojas nuestro pabelloén, estoy firme-
mente convencido de que represento no solo al gru-
po de jévenes intelectuales organizadores de esta
fiesta; creo que, al rendir este homenaje a nuestros
heroicos compatriotas, represento a todo el Peru.
Permitid, sefiores, que haga ostentacién de este
orgullo que me invade; escuchad esta voz, vosotros,
senores diplomaticos. No os habla solamente un
joven intelectual afortunado, traido a esta escena
por el afecto y la simpatia de los otros y por
el deseo de cumplir un deber moral en cuanto a él
mismo. Si fuera yo una persona, una persona quien
os invocase, cuan pocos merecimientos tendria para
solicitar vuestra atencién. Pero no soy yo quien
os habla. Yo represento algo mas que una perso-
na: represento ahora (a) la juventud de un pueblo
idealista que protesta contra la brutalidad salvaje,
contra la barbarie poderosa, contra el ultraje pre-
meditado, despiadado, aleve y cinico. Ahora, yo
soy la juventud.. .1

1 Fénix, Lima, numero 15, 1968.


387
En varios lugares de éste y otros discursos, Val-
delomar reiteradamente se proclama el “abanderado
de la juventud” y, desde luego, insiste en que la ju-
ventud, “la aurora de la vida”, es la llamada a diri-
mir el conflicto entre el bien y el mal, entre la luz
y la sombra.
El tono y las afirmaciones de aquel discurso, repi-
ten aseveraciones, vocativos y asuntos enunciados a
lo largo de toda su campafia de conferencias del ano
anterior, lo que se demuestra con los fragmentos y
textos recopilados y editados por Estuardo Nufiez en
el citado nimero 15 de la revista Fénix, 6rgano de
la Biblioteca Nacional de Lima. En efecto, son mu-
chas las veces que, golpeando la voz, afirma: “yo re-
presento a la juventud peruana’’, “yo soy la juventud
peruana’’, “yo soy la juventud”; y otras tantas veces
las que reitera que él encarna a la patria, y que la
patria consiste, sin mencionar directamente al autor,
en “la tierra y los muertos”, como decia Maurice
Barrés. Desde luego, Valdelomar piensa en los héroes
de la guerra y en los escritores, a quienes también
considera heroicos por su cotidiano sacrificio enfren-
tandose a la vulgaridad imperante. Mas tarde, ese
mismo afio 1919, en un discurso pronunciado ante el
pueblo de su amado Pisco, serA atin mas expresivo
y rotundo. Inspirado por una aturdidora embriaguez
patridtica, decidido a salvar a su patria por medio
de una generacién esteticista que confunde el herois-
mo con la belleza, y el amor con el arte, afirmard
lisa y llanamente como un D’Annunzio tropical, como
un nuevo Mesias:

Pretender que yo fracase es insensato. Podria yo


tal vez fracasar si esta empresa encarnara tnica-
mente mi persona, una persona. Represento algo
mas: Yo represento a la juventud, la aurora de la
vida, la semilla fecunda que germina; yo repre-
388
oe
sento mds que una persona y un hombre, yo re-
presento el ideal de toda una generacién y el ansia
infinita de toda una raza. Yo no soy una persona,
sino una idea; yo no soy un ciudadano, sino una
tendencia; yo no soy un cuerpo, sino un ideal. Yo
no represento una persona: Represento algo més;
yo represento la voluntad, la esperanza, la verdad,
el porvenir, el fuego sagrado de un ideal; yo soy
la vida en primavera; por mis labios habla una
patria que se anuncia. Arden en mi corazén las
ansias de mi pueblo; en mi estaban y se concretan
las fuerzas latentes de una generacién; mi volun-
tad es la voluntad de varias juventudes; mi dolor
es el dolor de muchos corazones. Vibra en mi el eco
de la Raza humillada, de pueblos escarnecidos, de
la libertad encadenada; en mj estallan las céleras
que la injusticia ha acumulado sobre la democracia
en la sombra de cien afios de tirania. Yo repre-
sento el Amor, la Esperanza, el anhelo infinito y
latente de muchos corazones en flor; yo represento
la juventud, la nueva juventud del Pert que se
pone en pie, que empufia su bandera, que quiere
hacer una patria libre y fuerte, que viene a ofrecer
su vida jugosa para coronar ese gran ideal. Yo
puedo morir; y puede fracasar cuanto hay en mi
de perecedero y de precario; puede morir cuanto
hay en mi de pasajero y de mortal, pero la idea, mi
idea, nuestra idea, la semilla arrojada en el surco
feraz;... la Patria Nueva, esa patria cuya silueta
aparece ya en el horizonte brumoso... eso no pe-
rece, eso es inmortal. . .”

Se trata de un discurso eleccionario, y por lo tanto


posterior al 4 de julio de 1919, o para ser mas exac-
to, del mes de agosto, cuando se discutia la aplicaci6n

2 Fénix, numero 15, ed. cit., pp. 89-90.

3889
del plebiscito y la integracién de las cAmaras legis-
lativas nacionales y de los flamantes congresos regio-
nales creados recientisimamente. Valdelomar se re-
fiere a la “Patria Nueva” lo que, como hace notar
Estuardo Nifiez, establece un claro nexo con el le-
guiismo imperante. No creo que fuese una mera coin-
cidencia verbal, sino una coincidencia en la emocién
y el propdésito de renovarlo todo y de prestar su con-
curso a la tarea capitaneada por Leguia.
Entre el discurso del Teatro Colén, en honor y bene-
ficio de los “repatriados”’, y esta lirica arenga elec-
toral de Pisco, es decir, dentro del semestre que tras-
curre entre ambas circunstancias, conviene destacar
algunos sucesos quizAs minimos en su apariencia, pero
de positiva resonancia nacional y de indudable im-
pacto en la vida de Valdelomar.
Volvamos pues a enero de 1919. Ese mismo mes,
sus amigos Maridtegui y Falcén, junto con Hum-
berto del Aguila, deciden abandonar El Tiempo y
organizar un nuevo diario, La Razén, que aparecera
sdlo en mayo, el mismo mes en que Se inicia la re-
forma universitaria.
Kn esos dias Augusto Leguia habia regresado
ya, triunfalmente, de su largo exilio en Londres;
vuelve como candidato popular a la presidencia de la
republica.
La renuncia a El Tiempo de Maridtegui, Faleén y
Del Aguila obedecié a motivos de indole politica y de
tipo social. Desde 1918, El Tiempo se habia entregado
a una furiosa, terca y a veces insultante campafia con-
tra el presidente Pardo y sus antepasados politicos y
familiares. La historia del guano y del salitre resu-
cit6 con sus mas depresivos aspectos. En cambio, au-
mentaba su adhesién a Leguia. En lo primero Valde-
lomar estaba parcialmente de acuerdo, segtin se des-
prende del texto de varias de sus conferencias, en las
que, recogiendo las candentes afirmaciones de Gonza-
390
lez Prada, acomete contra los “cien afios de tirania”,
a que alude claramente en su discurso de Pisco.
Durante la campafia de El Tiempo contra el civi-
lismo se produjeron incidentes, con algunos de los
cuales, desde luego, no podia estar Abraham de
acuerdo. Uno de ellos fue el duelo José de la Riva
Agiiero y Pedro Ruiz Bravo, director del diario. E]
mas ardiente, mendaz y en apariencia documentado
promotor de las diatribas era un colaborador de El
Tiempo que firmaba “El Abate Faria’. Correspon-
dia este seuddnimo, extraido de Hl conde de Monte-
cristo, a Manuel Romero Ramirez, un antiguo ra-
bula de juzgado de menor cuantia, tuerto de un ojo,
sordo de cuerpo y alma, oscuro de tez e intenciones
y ademas medio tartamudo. Su tnico mérito consis-
tia en ser hermano de Carlos Alberto Romero, sub-
director de la Biblioteca Nacional y hombre de rara
erudicién y menos rara mala lengua. Utilizando una
técnica de folletin barato, “El Abate Faria’ con-
vertia en prosa libelesca, bajo enormes titulares, los
apuntes que a diario tomaba de la folleteria peruana
de la Biblioteca Nacional. En uno de esos arrebatos
panfletarios sacé a relucir los actos politicos de
1823, en los que participaron Bolivar y don José
de la Riva Agiiero y Sanchez Boquete, bisabuelo del
amigo de Valdelomar. Este, segtin se advierte de sus
conferencias y a través de su “Oracién a San Mar-
tin”, coincidia con su amigo Riva Agiiero y Osma
en la antipatia hacia Bolivar. De suerte que el ata-
que contra el antepasado de su amigo y aquel due-
lo que fue su consecuencia, no contaron con su apo-
yo. El lance se llevé a cabo a sable. Las crénicas
hablan con elogio de la inesperada agilidad y bra-
vura del todavia joven marqués de Montealegre de
Aulestia, mas no de su ponderacién verbal. Parece
que, olvidando las reglas del marqués de Cabrifana
y las de un elemental decoro, la emprendio a cinta-
391
razos y a denuestos contra su adversario, quien so-
porté y retribuy6 con firmeza el tupido y multiple
ataque, de lo que resultaron ambos contendientes
con sendas heridas y una tajante negativa a la re-
conciliacion. “El Abate Faria” siguié hilando rela-
tos “histéricos” casi nunca exactos, acerca de la
forma como se llevé a cabo el proceso de explota-
cién de nuestro guano, los debates sobre el contrato
Dreyffus, a causa de la resistencia de Gibbs y de los
capitalistas nacionales, el enredo Bogardus-Pardo-
Piérola, la aparicién del salitre, la politica ferrovia-
ria de Balta, de todo lo cual el plumario extraia apa-
rentes razones para terminar sus articulos con una
espectacular invocacién: “Dios salve al Pert.” Sobre
tan deleznables cimientos se hizo descansar el nom-
bre y la aspiracién de la “Patria Nueva”.
Nuestro criollo Marat (d’Abate Farie), en vista
de la ausencia de una Carlota Corday, alcanzaria a
convertir en sonantes monedas triunfales sus bilis
e hipocondrias de los tiempos del dicterio. De esto
ultimo no aleanzé ya a ser testigo “El Conde de
Lemos”’.
Mientras tanto, movian sus hilos financieros, pe-
riodisticos y amistosos: Mariategui, Falcén y Del
Aguila, Alfredo Piedra y Salcedo, primo de Leguia
y amante de la literatura y de las conspiraciones
militares, y los siquiatras y amateurs del periodismo,
Sebastian Lorente y Patron y Baltazar Caravedo
Prado. Ellos participaron también en el fletamiento
de La Razon. Valdelomar se habia de dedicar nueva-
mente a viajar; comenzéd por Ica, Moquegua, Are-
quipa, y otra vez Ica, Pisco y Chincha en atrevido
plan de conferencias, en cierto modo comprometido,
puesto que el clima politico no admitia ya neutrales.
De tal guisa trascurrieron los meses de enero a
junio, Se mantenia alejado de la capital, en contacto
con el pueblo y con la juventud de provincias que,
392
segun sus palabras, le habian ungido su portaes-
tandarte.
No descuidaba por eso la tarea literaria. Las co-
laboraciones en los diarios de provincia y en Sud-
américa y Mundo Limefio de Lima fueron tan frecuen-
tes como se lo permitian sus tareas de trashumante
adoctrinador. Como la red vial era muy deficiente y
el numero de automdéviles corto, la mayor parte de
los viajes debia hacerlos por vapor, o a lomo de mula.
El método de trasporte obligaba a mayores pausas.
Como Ica queda inmediatamente al sur de Lima, el
lar nativo de ‘‘E] Conde de Lemos” fue punto de repe-
tidos arribos y de constante transito, una y otra
vez, de ida y de vuelta, dilatando asi deleitosa y
provechosamente las paradas de Valdelomar en su
patria chica. Ello tendria resultados fecundos no
bien se produjo el cambio politico que todas las cir-
cunstancias extremas anunciaban.
En mayo, como si la historia hubiera conjurado
a sus mas variados elementos, Lima fue testigo de
varios sucesos graves y notorios: la agitacién obrera
a causa del alto costo de las subsistencias; la visita
del lider socialista argentino Alfredo L. Palacios;
a renglén seguido de ésta, el estallido de la reforma
universitaria; la aparicién del diario piloteado por
Falcén y Mariategui y la oficializacién de la candida-
tura de Leguia.
Aisladamente, cada uno de tales hechos posee un
valor: limitado, pero su conjunto dio vida a un am-
biente francamente revolucionario.
No seria incurrir en viciosa analogia recordar
que la revolucién rusa habia creado un clima de
extraordinaria expectativa en todas las masas tra-
bajadoras, la mayoria de las cuales creia en Bakunin
mas que en Marx, a quien se ignoraba, pero a quien
se empezé a divulgar entonces. Aparte de lecturas y
teorias, la Guerra Mundial, como toda guerra grande,
393
I1

habia causado una intensa agitaciOn en las bases,


que incitaba a una insurreccion general de masas y
la correspondiente inquietud juvenil. Las afirmacio-
nes de Valdelomar al proclamar su investidura como
abanderado de la “juventud y de la esperanza” na-
cionales, asi como sus definitorias palabras acerca
de una “Patria Nueva’, segtn lo dijera en Pisco,
interpretan aquellos sentimientos. Ya habia ocurrido
el primero de mayo sangriento de Buenos Aires, y
las huelgas y paros obreros en Lima y La Libertad
seguian un ritmo ascendente. La fugaz, pero pene-
trante presencia de un hombre avezado a las lides
sociales, como era Alfredo L. Palacios, contribuy6é en
considerable medida a abrir los oidos de estudiantes
y obreros a las nuevas prédicas. Palacios, entonces
mostachudo y arrogante lider socialista, estaba en
sus treinta y tantos anos. Se habia destacado desde
1907 como el primer socialista que alcanz6 votacién
para ingresar a la camara de diputados argentina,
representando a la circunscripcion de La Boca. Gra-
ciaS a su tenaz y vibrante campamna por el derecho
de libre determinacién de los pueblos y contra las
guerras de conquista y, por consiguiente, a favor de
la reincorporacién de Tacna y Arica al seno del
Pert, gozaba de la simpatia total de los peruanos.
Su visita fue recibida por todas las capas sociales
y politicas con simpatia y hasta con alborozo. El con-
servador presidente Pardo; el liberal rector de la
universidad, Prado; la semianarquista Federacién de
Estudiantes; la ya radicalizada Union sindical, todos
coincidieron en celebrar aquella presencia y ademas
en solicitar la asesoria lirica de Palacios para sus
planes. El socialismo en el Peri apenas contaba con
unas cuantas decenas de adherentes, entre ellos el
joyero Carlos del Barzo, autor de Auras rojas. Pa-
lacios, discipulo de Juan B. Justo, fundador del par-
tido socialista argentino y primer traductor de Marx
394
al castellano, estaba adscrito a la Segunda Interna-
cional, cuya frustracién durante la guera, después
del asesinato de Jean Jaurés, parecié equivocada-
mente definitiva. Ocupando una y otra tribuna —la
del municipio, la de la universidad, la de la Fede-
racion de Estudiantes, la de sociedades patridticas,
la de sindicatos—, Palacios, que poseia magnificas
dotes oratorias, sacudiéd la conciencia de la juven-
tud. No bien se alejé del pais estallé la reforma uni-
versitaria, siguiendo la ruta trazada el afo anterior
por el movimiento de ese nombre nacido en Cérdoba,
Argentina.
A esa agitacion, que el gobierno de Pardo crey6
facilmente reprimible mediante el uso de la fuerza,
se agrego la protesta obrera. A fines de mayo y rei-
terando el rechazo del alza de los alquileres de casas
y de las subsistencias, las organizaciones obreras de
Lima resolvieron lanzarse a las calles, tratando
de hacerse justicia por sus manos. Del choque con
la policia result6 un fatidico saldo de muertos. Ger-
minal, revista leguiista que dirigia un grupo de uni-
versitarios sanmarquinos, entre ellos José Antonio
Encinas, Carlos Doig y Lora, Juan Manuel Carrefo,
Erasmo Roca, José Benigno Ugarte Barton, Jorge
C. Dancourt, Pablo Pizarro, Artemio Izquierdo, de-
nunciéd grosso modo cuatrocientas victimas de la re-
presién “blanca”. Se form6 una “guardia urbana” de
voluntarios, Salieron a relucir banderas rojas como
en casi todas las revueltas populares
El candidato Leguia, desde su triunfal reingreso
al Pert, se movia con penetrante y ubicua agilidad
teniendo como sede su casa de la calle de Pando.
Trataba de captar las simpatias de los militares, a
quienes habia favorecido largamente durante su pri-
mer gobierno; de los repatriados, invocando la rel-
vindicacién de Tacna, Arica y Tarapaca; de los obre-
ros, hablando de abaratamiento de subsistencias y
395
congelamiento de alquileres; de los estudiantes (era
“Maestro de la Juventud” segtn lo eligieron en oc-
tubre del afio anterior), cuyas exigencias reformis-
tas acogié con entusiasmo; de las clases medias, al
prometer un estatuto permanente para los emplea-
dos. Cuando estall6 la amenaza insurreccional de
mayo, Leguia se atrevid a lanzar una seria adver-
tencia al poder ejecutivo; tuvo que ocultarse por
unos dias. El penacho romantico de la persecucién
venia a agregarse a los otros elementos, ardides y
slogans de que se estaba valiendo. El civilismo,
irreconciliable con sus adversarios episddicos, e in-
sensible para con sus enemigos naturales, quiso ce-
rrar el paso legal a la candidatura de Leguia median-
te un proceso que no prosper6é, y apoyando una
candidatura que habia fracasado ya en 1912, cuando
se la quiso enfrentar a Billinghurst: la de don An-
tero Aspillaga, el alto y sonriente y acaudalado cas-
tellano de Cayalti, rival de Leguia en las pistas del
hipodromo (uno era duefio del Stud Cayalti, chaque-
ta blanca y banda dorada, y el otro del Alianza, cha-
queta blanquinegra). Aspillaga era hombre digno de
respeto, pero incapaz de reunir muchos votos a su
favor. Pese a que todos los sintomas ptblicos y
privados indicaban que Leguia seria el vencedor en
los comicios, el gobierno insistié6 en ponerle dificul-
tades de tipo procesalista a través de algunas insti-
tuciones electorales. De toda suerte se realizaron los
comicios. Los primeros anuncios sefialaban la vic-
toria del senor de Vilcahuaura sobre el de Cayalti.
Empero, se divulgé, falsa o no, la noticia de que los
resultados serian vetados por el congreso con mayo-
ria pardista: Situaci6én muy tensa. En la madrugada
del 4 de julio de 1919, rompiendo aquel impasse, va-
rios batallones del ejército forzaron las puertas del
palacio de gobierno. La gendarmeria encargada de
su custodia, al mando del mayor Florentino Busta-
396
en
mante, apresé al presidente Pardo. Fracas6 el jefe
del regimiento nimero cinco, coronel Samuel del
Alcazar, en lograr que sus tropas rescatasen palacio.
Al rayar el alba entraba triunfalmente en la vieja
y codiciada casa de Pizarro el candidato Leguia,
flanqueado por los generales Caceres, héroe de la
Brena, simbolo del patriotismo militante durante la
guerra del Pacifico, y Gerardo Alvarez, de sdlido
prestigio en el ejército. Habia nacido la “Patria Nue-
va”; se extinguia nuestra belle époque...
Fueron muchos los que creyeron en las promesas
del nuevo régimen. Sin embargo, los antecedentes de
los politicos comprometidos con él, en especial el
propio Leguia, no garantizaban las risuefias perspec-
tivas de mafiana. Al lado de Leguia se movian los
mas conspicuos billinghuristas de otrora, coautores
de la campania de El Tiempo y miembros de la opo-
sicidn antipardista en el congreso, Habian sido AI-
berto Secada, discipulo de Gonzalez Prada y lider
del gobierno de Billinghurst, Manuel Quimper, Juan
Manuel Torres Balcazar, Pedro Ruiz Bravo, y, entre
los mas nuevos, Guillermo Segundo Billinghurst,
hijo mayor del ex presidente y amigo intimo de Val-
delomar. Era tedrico de la ‘Patria Nueva’ Mariano
H. Cornejo, consejero de Billinghurst. Figuraba ade-
mas en aquel contorno un selecto punado de provin-
cianos, los redactores de Germinal. Los “cien afios
de tirania” a que se refiriera Abraham en su dis-
curso.de mayo de 1919 en Pisco, abarcaban evidente-
mente toda la historia republicana de 1821 a esa
fecha, También él] empez6 a participar fehaciente-
mente de aquel sortilegio, el sortilegio de Leguia y
de la ‘Patria Nueva’.
E] régimen convocé en seguida a un plebiscito para
aprobar determinadas reformas constitucionales, La
Razén, que apoyaba la reforma universitaria y ata-
caba al civilismo, opuso algunos reparos a tales me-
397
i> p bi tis hy

didas, sobre todo en lo concerniente al establecimien-


to del arbitraje obligatorio para los conflictos del
trabajo, punto que fue el unico con seria votacion
adversa y que recibié severas criticas del diario de
Mariategui y Falcén. De hecho, esto abrevié la vida
del periddico. Cuando el 8 de agosto qued6é re-
suelto que sus directores, abandonando la brecha, em-
prenderian viaje a Europa con pasajes gubernativos,
como propagandistas del Pert (lo cual disimulaba
un exilio amistoso), Valdelomar se hallaba en plena
campafia politica, en el sur, a fin de ser electo dipu-
tado regional.
“Bl Conde de Lemos” habia salido nuevamente de
Lima el primero de febrero. Pasajero de un vapor
de la Compafiia Peruana, llegd a Mollendo el 4 de
dicho mes. Después de descansar algunos dias y re-
correr los alrededores de Islay, se dirigid por tren
hasta Arequipa, cuya universidad, la heraldica de
Nuestro Gran Padre San Agustin, le habia contra-
tado para que pronunciase ocho conferencias que
dict6 durante el mes de marzo. La campafia del sur
result6 tan intensa, aunque mas breve, que la del
norte. De Arequipa pas6é al Cuzco siempre por tren.
Sus ojos escudrinaron los desnudos horizontes y los
ricos nevados y las joyas arqueolégicas. Experimenté
la desgarradora frigidez de Juliaca. Le acompafiaba
siempre como empresario y administrador, el equi-
voco Artemio Pacheco, convertido en su sombra
En Cuzco dict6 cinco conferencias, todas ellas del
mas acendrado nacionalismo. Regresé por donde ha-
bia venido; de nuevo hasta Juliaca, y de alli bajé
al sur, hasta Puno, Era un mes espantosamente frio.
Azotaban ya los vientos invernales. El lago Titicaca,
terso, inmovil y acerado, atraia como una sima em-
brujada. Sobre su superficie, agitada a ratos por
subitas e inesperadas olas, navegaban las legenda-
rias lanchas de totora, con velas de trapo o paja.
398
Valdelomar soporté con alegria aquella desoluctora
frialdad. A pesar de ello dict6 cuatro conferencias.
Nuevamente retorno a Sicuani. Le invitaron a ocupar
el proscenio del teatrito local.
Ya habia entrado junio. El recorrido se habia he-
cho mas lento y parsimonioso, Era en parte un viaje
de estudio y de deleite. A comienzos de julio, Valde-
lomar subid de nuevo al tren crepitante, humoso y
chillon que por entre las abras de los Andes le con-
dujo hasta Arequipa. De la Ciudad Blanca pas6é a
Vitor, emporio de sapidos rocotos y camarones gi-
gantes. Repitio la incansable maniobra de sentarse
en la silla portuaria de Mollendo; una grta le depo-
sito en la lancha que le llevaria a bordo de su barco.
Al dia siguiente anclaron en Ilo. De Ilo, pasando
por hileras de olivos y vides, los arbustos del Sefior,
lleg6 a Moquegua. Otra campifia verde y ubérrima
como la de Arequipa le brindo su regazo. Los obreros
de la ciudad le habian preparado una conferencia
en el Teatro Bolognesi. No bastaba: hablaria otras
tres veces mas. Los temas eran siempre los mismos:
sobre Grau y Bolognesi, sobre los deberes de la ju-
ventud, sobre la grandeza incaica, sobre la corrup-
cién republicana, sobre las excelencias de ser artis-
ta, sobre la belleza, sobre el amor, sobre la natura-
leza, sobre la muerte.
De Ilo paso Valdelomar a Ica, su cuna, Coincidi6
con los dias de la patria. El] domingo 27, entre bom-
bardas, fuegos artificiales de visperas, bandas de
cachimbos, holgorio patriota, zarpé de Ilo hacia Ica,
la ciudad de su natalicio y de su nifiez. Arribé el
lunes 28 de julio: todo el mundo cantaba “Somos
libres, seAmoslo siempre.” Los nifios de las escuelas
desfilaron por la plaza mayor, portando sobre el
hombro palos rojos y blancos, a guisa de rifles he-
chizos, No obstante la neblina matinal del invierno,
el sol se filtraba entre lags nubes muy de mafiana y
399
alumbraba y calentaba, en luminoso alarde, el aire
trasparente como un cendal hasta que empez6 a
caer el véspero sobre el arenal anochecido mas gris
que nunca. El caballero Carmelo, 0 alguno que se le
parece, desperté tempranito al artista, pese a que la
categoria urbana del Hotel Imperial donde se alojaba,
hacia poco previsible aquella zoolégica clarinada.
La Voz de Ica ofrece una pormenorizada aunque no
bien ordenada narracién sobre esta etapa de las jiras
valdelomarianas:

Desde el lunes (28) se encuentra entre nos-


otros, Abraham Valdelomar el prosador admira-
ble, cuyo nombre esta colocado en primera fila
entre los literatos nacionales.

“El Conde de Lemos” se presenta también como


delegado de los intelectuales de Lima y las creden-
ciales que para el efecto le fueron otorgadas por
Mariano H. Cornejo, Clemente Palma, Luis Fernan
Cisneros, José M. Eguren, Pedro Ruiz Bravo, Gaston
Roger, Marcial Helgiero y veinte mas.*
En la nomina anterior aparecen tres leguiistas
conspicuos: Cornejo, Ruiz Bravo y Palma y dos an-
tileguiistas fervorosos: Cisneros y Gaston Roger.
El viernes primero de agosto se presenté Valde-
lomar en el Teatro Piccone, situado en la plaza prin-
cipal de Ica. Hablé sobre “El sentimiento naciona-
lista”. Fue presentado por el doctor Fernando Leén,
director del Colegio San Luis Gonzaga. Estaba alo-
jado en el Hotel Imperial, también en la plaza de
Armas. La segunda conferencia se realizé el 3 de
agosto en el Teatro Variedades y versd sobre temas
obreros. La organiz6 una institucién artesanal. La ter-
cera la llevé a cabo en Los Molinos, el 19 de agosto.

4 Cfr. C. Angeles Caballero, Valdelomar, p. 79.

400
Los Ultimos dias de julio y primeros de agosto son
relativamente frescos en las tierras iquefas. Sin
embargo, los arenales arropan a la ciudad con su
largo calor aprisionado durante el verano. No habia
cambiado mucho el pueblo. Las dos plazas, la Mayor
y la del Senor de Luren, competian en soledad y an-
chura. Seguian imperando por las empedradas calles
borricos, cargueros y vendedores ambulantes, pata
en el suelo. Habia dos diarios: La Voz de Ica, de los
Nieri, y Hl Heraldo, de don Alejandro Parr6. La ciu-
dad tenia dos cines. Los dos hoteles dejaban mucho
que desear. Por las tardes las elegantes del lugar
se paseaban por la plaza; y los hombres de impor-
tancia acudian a la cantina del Imperial. Jueves y
domingos salian las muchachas a la retreta, a la
hora en que el sol se hundia en el ocaso y empe-
zaban los grillos su musica invariable vespertina.
Cuantos recuerdos, cuadntas sensaciones, cuantas ter-
nuras nunca olvidadas, cuantas aventuras y melan-
colias se amontonaban sobre el corazén del artista.
Abraham resolvié visitar Pisco y San Andrés de los
Pescadores, la caleta de su infancia.
El camino entre Ica y Pisco no habia cambiado.
Se salia por tren pasando por el barrio de San Ca-
milo, casi despoblado; se llegaba a la ermita del mi-
lagro; se entraba en el arenal, entre cambiantes
médanos, cactus agresivos y algarrobos retorcidos.
La vista se perdia en el gris claro del desierto. Ha-
bia que marchar muy lentamente unas buenas dos
horas. Valdelomar, rodeado de amigos y admirado-
res, precedido siempre por el infaltable Pacheco,
entré6 el 4 de agosto en Pisco; y de inmediato se
dirigié a la playa, en busca del viejo muelle, cuyos
faroles ha perennizado en “Los ojos de Judas”. En-
tre el 5 y 10 de agosto dicto dos conferencias, una
de ellas dedicada a los nifios y ambas en el Coliseo
Solar. El 11 estaba de regreso en Ica, y después de
401
la conferencia en los Molinos, el 19, paso de nuevo
por Pisco ya en viaje a Chincha, frontera de] depar-
tamento de Lima,
Habia llegado el tiempo de la cosecha y el de cier-
tas amargas comprobaciones. En el nimero 599 de
Variedades, correspondiente al 23 de agosto, se re-
gistran los nombres de los candidatos por Lima a
las representaciones parlamentarias a la asamblea
nacional y al congreso regional; esos candidatos
eran, a la senaduria, don Javier Prado, rector de San
Marcos, y don Felipe de la Torre Bueno, aristécrata
y ex pierolista; a las diputaciones nacionales, Ma-
nuel Quimper, Clemente Palma y Juan Manuel To-
rres BalcAzar; a las diputaciones regionales (la
novedad del dia), Carlos Enrique Paz Soldan, tam-
bién ex simpatizante de Billinghurst, el poeta Julio
A. Hernandez, companero de letras y familiar de
Abraham, Guillermo Segundo Billinghurst, Eduardo
Escribens Correa (el ‘“Tuerto Escribens’”’) y el obrero
Luis B. Castafeda, que pertenecié al elenco de La
Accién Popular, alla en los jacobinos dias de Cur-
tletti, Pujazon y Casaretto.
Valdelomar habia vuelto a Ica, ungido con el es-
paldarazo de su propia candidatura a la diputacién
regional por su provincia nativa. Las elecciones se
llevaron a cabo el domingo 24 de agosto. Triunfaron
las listas oficiales del leguiismo y sus aliados: triun-
f6 desde luego Valdelomar.
Durante aquella ausencia de prédica estética y
politica y captacién electoral, habian acontecido su-
cesos. La Razén habia dejado de publicarse desde el
8 de agosto. Mariategui intent6 convertirse en lider
de masas y areng6é a un conjunto de unos cuatro mil
trabajadores a propdsito de las reformas plebisci-
tarias y contra la undécima de ellas, que obligaba
a solucionar los conflictos del trabajo por medio de
un arbitraje compulsivo. En mayo, antes de cumplir
402
los treinta, habia muerto Ismael Silva Vidal. Con él
se iba uno de los mas precoces, mas inquietos y mas
equivocos de los miembros de la nueva promocién
literaria. Silva Vidal, ex redactor de El Peru y de
La Prensa, se habia formado en Chile; tenia una
apariencia fragil; era magro, pequefo, desgonzado,
llevaba el ensueno impreso en los grandes ojos bor-
deados por largas pestanas, y en el mechén indémito
que le solia velar la frente. Casi al mismo tiempo,
volvieron de Europa dos pintores llamados a influir
decisivamente sobre los jovenes artistas plasticos
peruanos: Daniel Hernandez, un ya maduro discipulo
de Jean Paul Laurens, hombre taciturno, de bar-
biche cana y aire sitibundo, pincel experto en sedas
y desnudos, y José Sabogal, recio mozallén de Caja-
bamba, a quien ocho o nueve afios de autodidaxia
en Italia, Africa del Norte y Argentina, convirtie-
ron en un pintor desconcertante por la rotundidad
de sus colores y la originalidad de sus temas. Aca-
baba de nacer la escuela de Bellas Artes, entusiasta-
mente patrocinada por un primo del presidente Par-
do, el fino pintor de paisajes Enrique (“Tony’’)
Barreda y Laos.
A principios de septiembre, con la aparicién del
sol, retornéd también a Lima el flamante diputado
regional por Ica, Pedro Abraham Valdelomar Pinto.
No le quedaba mucho tiempo para el periodismo, pero
no abandonaba la creacién literaria. A esa época per-
tenece su admirable cuento “El principe Durazno”
(publicado en Variedades del 18 de octubre). Em-
pero, otros hechos atraian la atencién de las gentes.
Atin ardia el fogén criollo de la historia libelesca
del “Abate Faria”, trocado en historiador de los ma-
riscales del Peri. En septiembre, la “Patria Nueva”
habia mostrado las ufias. Como consecuencia de un
incidente parlamentario, se advirtié el peligro. Una
tarde, fletadas desde El] Callao por el prefecto coro-
403
nel Rivero Hurtado, llegaron a Lima, en son de con-
certada vindicta y regimentada protesta, grupos
populares hirvientes de gritos, mugre, pisco y le-
guiismo. Después de aplaudir frente a palacio, ata-
caron las imprentas de El Comercio y de La Prensa,
y los domicilios de sus directores. Habia empezado el
reinado de la calle, del faubourg Saint Honoré, seguin
diria en su dantonesca oratoria don Mariano H. Cor-
nejo, lider del leguiismo y promotor de las reformas
constitucionales, las mismas que seis afios atras
aconsejara sin éxito al presidente Billinghurst.
En octubre, José Carlos Mariategui y César Fal-
con emprendieron viaje a Europa. Sus amigos Al-
fredo Piedra, primo de Leguia, y Focién Mariate-
gui, primo de la esposa de Leguia que era Julia
Swayne Mariategui, obtuvieron que el dictador en
potencia residente en el palacio de Pizarro consin-
tiera en que sus timidos, pero evidentes adversarios
de pluma y linotipo, se deshicieran sin pérdida de
sus acciones en La Razén, y aceptasen los pasajes
y la designacién de propagandistas del Pert en Eu-
ropa; en Espana el uno y en Italia el otro.
Mariategui iba a recorrer el periplo que Valde-
lomar hiciera seis anos atras; también escribiria
algunas crénicas de Roma, visitaria previamente
Paris, se entusiasmaria con los movimientos obre-
ros, asistiria a los prodromos del fascismo, tras de
cuyo duce, Benito Mussolini, se advertia la arrogan-
te fanfarria del Divino Gabriel, el héroe y mentor
de la juventud de “El Conde de Lemos”.
Valdelomar, cuya proclividad politica se expresara
cotidianamente durante dos afios en la punzante sec-
cién “Palabras” de La Prensa, se estaba rencontran-
do en aquella nueva actividad fascinante, oliente a
naturaleza y a pueblo.
En una de sus conferencias del periplo nortefio,
en Chiclayo, “El Conde de Lemos” habia dicho:
404
Tan afectos nosotros a titeres y payasos, nues-
tro pais ha sido siempre un pueblo de payasos y
de titeres. No es posible callar estas cosas, y yo
cumplo con un imperioso deber de honradez mo-
ral denunciando a ustedes estos hechos.

4Cuales eran los hechos materia de la denuncia


de Valdelomar? Uno de ellos el asunto de la Brea
y Parifas, el intringulis de aquellos yacimientos pe-
troliferos que detentaba la London Petrédleo. Oigé-
mosle sus propias palabras:

Los politicos hicieron la guerra con Chile, porque


habéis de saber que la guerra con Chile la provo-
caron unos cuantos politicos del Pert; los politicos
nos dieron después el] desastre de la derrota y el
tratado de Ancoén, y se opusieron a la resistencia
de Caceres en la cordillera; los politicos nos dieron
las dictaduras militares y por fin acaban de qui-
tarle al Peri, La Brea y Parinas; eso, sefiores, no
es un pais, es una horda, una tribu de degenerados
que esté condenada a ser victima de sus amigos
exteriores.®

En efecto, en 1917 se habia aprobado y promulgado


la ley que sometia a un laudo la suerte de la Inter-
national Petroleum Co., los yacimientos de La Brea
y Parifias, en vista de que no habia acuerdo sobre
su extensién y numero de héctareas ni sobre otros
pormenores de su explotacion.
No siempre tuvo Valdelomar el auditorio que recla-
maba y merecia. En aquella conferencia de Chiclayo
sefiala entre indignado y dolido:

iQué podré perseguir yo en estas conferencias?


Dinero, no, porque hace tres meses (en enero de

5 Fénia, p. 34.
405
1918) que renuncié a mi renta para dedicar algu-
nos dias de mi juventud al servicio de la Patria.
Aplausos tampoco, porque desde hace mucho tiem-
po los cosecho muy nutridos y vehementes. Per-
sigo solamente la cultura de mi pais, el mejora-
miento individual y social, la regeneracion de mi
pueblo envilecido y sin voluntad; quiero desper-
tar la conciencia de un pueblo que parece sufrir
un mal incurable de indiferencia; quiero que
abrais los ojos a la verdad, y que tengais odios
y afectos, entusiasmos y pasiones... La juventud
que yo represento sdlo quiere que aprendais a ser
libres...

“La juventud que yo represento...” Frase alta-


nera y promisoria, ingenua y detonante. El 24 de
agosto de 1919 se abrié para Valdelomar la esperada
ocasién: la de ensefiar a ser libre en nombre de la
juventud. Acababa de cumplir los treinta y uno.
Aunque tarde, sofiaba la hora de su alba politica.
En medio de aquellos triunfos, se hallaba realmente
muy solo, muy perseguido por la envidia y siempre
victima de la incomprensién. Como en sus remotos
dias de la nifiez, se refugié en su madre y sus her-
manos, con aque] entranable amor familiar que per-
fumo toda su obra y su existencia. Tenia ademas,
para decorar y acompasar sus desganos, una novia
aristocratica y culta, Consuelo Silva Rodriguez
—tercero o cuarto amor de su vida. Y como un
cilicio (dulce cilicio entonces, amargo recuerdo des-
pués), un cirineo adolescente, para quien el pecado
era un blasén y la tentacién un deporte: Artemio
Pacheco.
No sé si entonces o poco después, de todos modos
entre junio de 1918 y octubre de 1919 escribié aque-
lla elegia alcibiadesca a un Ganimedes, que, tras-
cerita de su original a lapiz, he publicado alguna
406
vez. En ella vaciaba su ansia de amor, su desamparo
de amante, su vulnerabilidad de irrenunciable efebo:
epitalamio inconfesable, elegia equivoca, pero autén-
tica poesia e insobornable sinceridad como siempre.
Aquella en donde dice, en rapto confidencial que
jamas debio revelar su aleve destinatario:

Gracias, senor, por haber escuchado


mi angustiosa plegaria, mi stplica cordial;
gracias, senor, porque tengo sus htmedos labios
en mi ancha boca ardiente, sabiamente sensual;
gracias por su mirada, su tierna mirada anhelosa,
doliente mirada de tierno cordero pascual;
gracias por su sonrisa, su sonrisa de estatua,
sonrisa de ondulaciones de joven maizal...

En medio de los arrebatos de la pasion politica,


junto a la impaciencia de vencer, germinaba, en ese
insaciable corazon de artista, otra pasion, muy intima,
otra impaciencia inconfesable, de esteta. Recordamos,
precisamente porque se acercaba el triunfo, aquellas
notas de abandono y congoja que escribiera Abra-
ham como portico de Verdolaga, recibidas de sus
manos alla4 por 1918, y que he guardado desde en-
tonces con la unci6n con que se conserva un ex-
voto.

Cuando el rojo crepusculo en la aldea ponia


la silenciosa nota de su melancolia
desdela blanca orilla iba a mirar el mar:
todo lo que él me dijo atin en mi alma persiste:
—Mi padre era callado y mi madre era triste,
y la alegria nadie me la supo ensenar.

407
XXII. “FINIS DESOLATRIX VERITAS”
(Agosto - Noviembre 1919)

LAS ELECCIONES para miembros del congreso regional


de] centro tuvieron los esperados frutos. Como en
el caso de la asamblea nacional, en éste surgieron
gentes de las mas contradictorias posiciones. Asi,
por Angares, resulté electo un descendiente de an-
tiguos gamonales, Conrado Vidal6én; por Cafete, un
animoso hombre de negocios, joven, alegre y jara-
nista, Luis Budge; por El! Callao, el dinaémico, locuaz
y discutido deportista Federico Fernandini; por
Canta, el prematuramente adusto abogado Manuel
Sanchez Palacios, quien mas tarde ganaria una di-
putaciOn nacional; por Huancavelica, el sacerdote
Fidel Castro; por La Mar, el gamonal Artemio Afia-
fos; por Lima, el médico y catedratico Carlos Enrique
Paz Soldan, hijo de un ex ministro de Billinghurst, y
Julio A. Hernandez, ex redactor de Contempordnea,
codirector de Variedades y La Crénica, a causa de
que su madre, viuda de Julio S. Hernandez, casé
con el fotégrafo y editor portugués Manuel Moral,
duefio de aquellas empresas. Julio A. Hernandez
tenia cierto parentesco con Valdelomar, por haberse
casado con Alicia Garcia, prima hermana de dofia
Carolina Pinto, la madre de Abraham. También se
eligid en Lima a Luis B. Castafieda, obrero billin-
ghurista.
En las actas de la primera sesién de las juntas
preparatorias de ese congreso regional y de la se-
sién de instalaciones (31 de octubre y 19 de no-
viembre de 1919, respectivamente) aparece el nom-
bre de Abraham Valdelomar como diputado por Ica
408
y secretario del congreso; el de Ernesto Velit por
Chincha y el de Wilfredo Bussalleu por Pisco.1
Mas tarde, en las actas del congreso regional figu-
ra, con fecha 22 de octubre de 1919, una solicitud de
don Wilfredo Bussalleu para que se le incorporase
como diputado regional por Pisco (no por Ica), lo
que se llev6 a cabo en sesién del 24 de noviembre, esto
es, después del fallecimiento de Abraham. Con poste-
rioridad, el 8 de julio de 1920, el prefecto de Ica, un
senor Saettone, remitia a don César Baiocchi las cre-
denciales que acreditaban a éste como diputado regio-
nal por Ica, sin duda en sustitucién de Valdelomar.
Igualmente hemos tenido a la vista el acta de procla-
macion del mencionado senor Baiocchi en remplazo
de Valdelomar, y un certificado médico emitido por
el doctor Oswaldo Hercelles (padre), el 31 de mayo
de 1921, en el que deja constancia de que el sefor
Baiocchi habia sufrido un ataque al coraz6n a conse-
cuencia de un viaje a cerro de Pasco.
Valdelomar fue electo diputado regional por Ica el
24 de agosto de 1919. Segtin lo establecido, la instala-
cién debia realizarse sesenta dias después. E] 22 de
octubre lleg6 Valdelomar a Huancayo en transito a
Ayacucho, sede del congreso del centro.
El viaje del elenco parlamentario fue azaroso y
pintoresco. Uno de los diputados por Lima, Eduardo
Escribens Correa, se vanagloriaba de ostentar la re-
presentacién personal del presidente Leguia. Don Fe-
derico Fernandini llevé consigo a Artemio Pacheco, el
entusiasta fletador de algunas jiras de Valdelomar.
Ya se vislumbraba una honda y creciente division

1 Catdlogo del Congreso Regional del Centro de 1919.


Lima, 1920. Cfr. archivo de la Camara de Diputados del
Pert. La referencia a Ica es del afio 1920, después del
deceso de Valdelomar, y sefala a Wilfredo Bussalleu como
diputado regional: remplazo a aquél.
409
wr wer eb
’ F

entre los leguiistas: “robertistas” de un lado, “ger-


mancistas” del otro y, finalmente, los “fociocistas”
(partidarios de Roberto Leguia, de German Leguia
y Martinez y de Focién Mariategui, respectivamente).
Tenian que hilar muy delgado. Se habia designado
oficial mayor de aquel congreso al doctor Enrique
Gamarra Herndndez, antiguo condiscipulo y constan-
te amigo de Valdelomar en el Colegio de Guadalupe.
A causa de ciertas raras circunstancias, Pacheco fue
adscrito a la tesoreria de aquel flamante cuerpo legis-
lativo.
En octubre murié don Ricardo Palma. Fue un au-
téntico duelo nacional. Valdelomar, amigo y discipulo
de Gonzalez Prada, admiraba devotamente al autor de
las Tradiciones peruanas. Pese a su investidura, cargoé
el atatid del ilustre escritor, en un acto de lealtad,
justicia y merecida admiracion.
En seguida “El Conde de Lemos” partiO hacia su
destino legislativo. El] viaje de Lima a Ayacucho era
duro, largo y riesgoso. Hasta Huancayo los congre-
sistas llegaron con holgura, usando el cé6modo ferro-
carril trasandino. E] 22 de octubre se hallaba reunido
en esa ciudad el estado mayor del parlamento del cen-
tro. No habia tiempo que perder. De inmediato se
dispuso lo necesario para aquella desagradable proeza
andina. Se trataba de una travesia a horcajadas sobre
una mula, cruzando por riscos, crestas, abismos, puen-
tes colgantes y, de tarde en tarde, alegres vegas. Du-
rante cinco interminables dias los sefiores diputados
regionales anduvieron a lomo de bestia y por caminos
tan dificiles y escarpados como suelen ser los despe-
naderos de la sierra.
No viajaron juntos. Lo hicieron en grupos y algu-
nos por su propia cuenta, aisladamente. Asi, el dia
29 Valdelomar entré solo a Huamanga. Llegé echando
chispas, vociferando como un sargento. La mula que
cargaba sus valijas con la ropa de etiqueta, sus pa-
410
a i a eae a ee
ot —_— " 3°

peles y sus “medicamentos”, se habia perdido o al


menos andaba retrasada. Lleno de congoja e indigna-
cién, “El Conde de Lemos” apelaba a cuantos se pu-
sieron a su alcance en demanda de ayuda para re-
mediar ese para él insuperable trance. Sobre todo, le
afligia la tardanza de los misteriosos “medicamen-
tos”, que eran en realidad, agujas hipodérmicas, pas-
tillas, ampolletas con morfina y tubos con “pasta”, o
sea cocaina. La mula entré, a lento paso, hasta la
plaza de Huamanga, el 30, cargando su codiciada
“impedimenta”: momento de alivio y hasta de alegria
para “El Conde de Lemos”. Ya pudo trabajar.
Seguin el Diario de los Debates (editado por M. Mo-
ral, Lima, 1920; se conserva en la camara de diputa-
dos), la primera sesidn de juntas preparatorias se
llev6 a cabo en la histérica Huamanga, el sdbado 31
de octubre. La presidié6 don Francisco Velarde Alva-
rez, diputado por la localidad; fueron electos primer
vicepresidente don Manuel N. Llaveria, diputado re-
gional por Tarma; segundo vicepresidente, don Julio
A. Hernandez, diputado regional por Lima; secreta-
rios, los sefiores Abraham Valdelomar, diputado re-
gional por Ica, y monsefnor Fidel Castro, por Huan-
cavelica; prosecretarios, el senor Moscoso, diputado
por Cangallo, y el sefior Fajardo; tesorero, el sefor
Fernandini, diputado por El Callao.
Al iniciarse la sesién se suscit6 un incidente joco-
so. Se discutiéd sobre la “forma” de prestar juramen-
to. Unos se opusieron a hacerlo segtin el rito catélico
(el sefior Vasquez), 0 sea que no se formulara la pro-
mesa ante el Cristo. El clérigo Castro insistid, como
es natural, para que se hiciera ante una efigie del
Crucificado. Hallabanse en pleno debate sobre tan
trascendental asunto, cuando un portero aparecié en
la sala portando un Cristo de marfil. Valdelomar in-
terrumpi6o, con oportunidad e ironia, la discusién, di-
ciendo: “Se puede cortar la discusién; aqui esta pre-
411
sente Cristo” (mostrando el Crucifijo); risas en la
camara y en la barra.
Poco después, el mismo diputado por Ica dejaba
constancia en acta, del saludo que enviaba su pueblo
“sa la histérica provincia de Huamanga”’.
En la segunda sesién preparatoria, celebrada el
domingo 19 de noviembre, Valdelomar intervino a fa-
vor de los empleados del congreso.
Las sesiones se realizaban en el local del Colegio
“La Victoria de Ayacucho”, Valdelomar habitaba en
el Hotel Bolognesi propiedad de un sefior Ruiz, situado
en la plaza de Armas, en diagonal con la catedral.
Ocupaba una pieza en el piso bajo. La casa tenia
un segundo piso unido al primero por una amplia es-
calera principal y por otra angosta de servicio.
Después de la instalacién del congreso, al que asis-
tieron las autoridades politicas y militares, estas Ul-
timas representadas por el coronel e historiador Ma-
nuel C. Bonilla, hubo un banquete de etiqueta. Se
prepar6é el comedor en el segundo piso del hotel. Ha-
ll4banse los invitados tomando el aperitivo, a eso de
las ocho de la noche, cuando Valdelomar, vestido
de frac y visiblemente nervioso, pidié licencia para
ir un momento a su habitaci6n, en la planta baja. Pre-
text6 una necesidad urgente. Segtiin los testimonios
que he recogido, la verdad es que Abraham salié para
aplicarse una inyeccién que, a pesar de los eufemis-
mos con que se traté el caso, era sin duda de morfina.
Artemio Pacheco oficiaba de acélito para ofrecer el
pecaminoso rito.
Valdelomar no conocia los recovecos de la vieja casa
colonial. Ayacucho disponia de un alumbrado suma-
mente pobre. La fuerza eléctrica era una aspiraci6én
mas que un hecho. En cuanto al edificio en si, tenia
un sinnumero de vericuetos oscuros y peligrosos, El
primer piso era de unos buenos seis metros de eleva-
cién, La escalera auxiliar, toda de piedra, lucia los
412
peldanos extremadamente altos y desiguales y carecia
de baranda o pretil. Tampoco tenia luz. No obstante
ello, y sin conocer bien la topografia del hotel, Valde-
lomar se dirigid rapidamente al rellano de donde par-
tia la escalera de servicio. Era una noche l6brega. En
la oscuridad, sin guia ni tanteos previos, el flamante
secretario del congreso, de corbata blanca y severo
frac, adelanta el pie izquierdo y lo posé en la primera
grada. Con la premura de la marcha bajé rapidamente
el pie derecho, buscando el peldafio siguiente, cargan-
do sobre é] todo su peso. El pie derecho se balanced
un brevisimo rato en el vacio, bajé impulsado por la
gravedad y arrastr6 al cuerpo. Fue cuestién de un
décimo de segundo. El escritor cay6 sobre un montoén
de piedras que se elevaban a un metro de altura, jun-
to a la escalera. Quizds trat6 de asirse al muro. Qui-
zAS se oyO un grito inmenso, un ruido seco. Enrique
Gamarra Hernandez, quien me ha referido esto nue-
vamente,? dice que a duras penas y a tientas logr6é
dar con su amigo. Estaba doblado sobre la piedra
asesina, hecho un inmenso gemido. El] diagnéstico mé-
dico no dejaba lugar a esperanzas: fractura de la es-
pina dorsal a la altura de las vértebras lumbares. El
examen fue hecho por los doctores Jesis Garcia del
Barco, titular de Ayacucho, y F. A. Canales, residente
en la ciudad. Ambos sentenciaron ‘caso fatal’. Para
calmar los espantosos dolores del herido, precisaban
inyectarle morfina. No la habia en ninguna de las
farmacias locales. Gamarra Hernandez salié a bus-
carla.
(En 1911, Valdelomar escribid el drama El vuelo.
Describia alli la desventura del aviador peruano Car-
los Terraud, quien al caerse en su aeroplano, se quebré
la espina dorsal y agonizé dos afios. {Lo recordaria
en ese instante?)

2 Carta al autor, del 28 de mayo de 1968.


413
Entretanto, en el segundo piso, el agape proseguia
con baquico entusiasmo. Circulaban, como es de ri-
tual, copas y discursos, brindis por la felicidad del
Pert y por la “Patria Nueva” del sefor Leguia. Na-
die pensaba en que en ese momento el que debid de
haber sido héroe de la fiesta se retorcia de angustia
y dolor en su lecho y lecho definitivamente de muerte.
Gamarra Hernandez, desesperado, acudi6 al hospital
a pedir un calmante. Impetré al doctor Garcia del
Barco. Este le revelé que en el “tdépico” habia un fras-
co conteniendo veinte comprimidos de morfina de los
que sélo habian usado dos. Sin embargo, no podia
proporcionarlos sin orden expresa de sus superiores:
era la regla. Gamarra insistid en vano; amenazoé en-
tonces con comunicar a Lima la falta de humanidad
del médico. Este, al cabo, se rindid ante la emergen-
cia y ante el reclamo de Gamarra Hernandez, quien
asumié la plena responsabilidad del caso. Lo comu-
nico asi a la sanidad de Lima.
Copio la carta de este valioso testigo:

Bajo la influencia del calmante, Valdelomar, que


conservaba integramente sus facultades mentales,
se daba cuenta de su situacién desesperada; como
yo habia pasado a su cabecera toda la noche, acom-
panandolo, también el Diputado por Lima Julio
Alfonso Hernandez, y en cuanto era posible los mé-
dicos mencionados, para prodigarle las atenciones
posibles.
En el curso del siguiente dia, abandonando en
cuanto era posible los deberes de mi cargo, volvi a
la cabecera de Valdelomar, el que angustiosamente
me decia: “No me dejes, Enrique, sAlvame.” Des-
graciadamente, su estado se agravaba por momen-
tos. Pasamos asi todo ese dia y la siguiente noche
hasta que cerca de la 1 p.m. del subsiguiente dia,
expird en nuestros brazos. El] Presbitero Dr. Cas-
414
i. «+. %,

tro, Diputado Regional por Huancavelica, le im-


partié la extremauncién y los auxilios espirituales
; antes de que falleciera.
7 La parte del vestuario y los objetos que contenia
q la maleta que se hallaban en la habitacidén, con la
que viajara Valdelomar y que estaba a cargo de
don Artemio Pacheco, sefior que ya hemos mencio-
nado, nos sirvio para vestirlo después de arreglarlo
en la mejor forma posible.

Hasta aqui el relato de la caida y muerte de Val-


delomar segun Enrique Gamarra Hernandez, oficial
mayor del congreso regional del centro y viejo amigo
de Abraham. Veamos ahora cémo dieron la noticia
los periédicos de Lima. Para ello trasladémonos al mo-
vido escenario de la capital.

Ayacucho era una ciudad aislada del resto del pais,


como solian estarlo la mayor parte de las ciudades
serranas. Ya sabemos que entre Huancayo y Ayacucho
habia cinco dias de camino a lomo de mula y era pre-
ciso pasar el amenazante trecho de La Mejorada. El
telégrafo funcionaba mal. No habia teléfono. Por tan-
to, aunque el accidente mortal ocurriera en la noche
del sAbado 19 de noviembre, que era dia festivo por
ser el de todos los santos, y siendo el siguiente do-
mingo 2, también festivo y dia de los difuntos, el
telégrafo practicamente no cumpli6é su cometido con
Lima sino en la manana del lunes 3. Las primeras
noticias aparecieron en la capital sélo en las ediciones
de la tarde de los diarios de ese mismo dia 3 La
Prensa y El Comercio (ediciones vespertinas, Lima,
lunes 3 de noviembre de 1919) registran en sus pri-
meras comunicaciones: Dice Hl Comercio:
Ayacucho, noviembre 2, Director de Gobierno.—
El Diputado Valdelomar, Secretario del Congreso
Regional, se encuentra en estado delicado a conse-
415
cuencia de contusiones sufridas (a consecuencia)
de la caida de una altura de tres metros en el Hotel
Bolognesi. Fue asistido inmediatamente por el Te-
niente Coronel de Sanidad, doctor Alarco, con re-
cursos sanitarios de la tropa de la region.—Termi-
nada la primera curacién fue entregado el enfermo
al médico titular, doctor Garcia del Barco, asistien-
do a la consulta varios médicos de la localidad.
El Doctor Canales es de opinién que sélo manana
se podra precisar el diagnéstico—La junta mani-
fiesta la necesidad de instalarlo en un departamento
apropiado en casa particular, donde sera atendido
por los médicos sanitarios. Solicit6 autorizacién
para los gastos de departamento, medicamentos y
otros mas de caradcter urgente. Es necesario mejor
tratamiento del paciente. De su estado comunicaré
a usted diariamente.—Rivera Navarrete, Prefecto
accidental.3

Dice La Prensa (4 de noviembre de 1919) :

Tarde domingo (2) (Valdelomar) agravoése. Mé-


dicos descubrieron lesiones costillas, declardésele
afeccién pulmonar, fiebre alta. Paséd noche malas
condiciones, casi falta conocimiento, muriendo 2 y
35 dia. Autopsia revel6 lesidn medular grave co-
lumna vertebral destruida dos costillas quebradas.—
Muerte provocada pulmonia doble consecuencia gol-
pe terrible espalda. Cadaver embalsamado poder
trasladarlo Lima.

El diario El Comercio del dia 3 daba cuenta de otro


telegrama enviado por el oficial mayor del congreso
al director de gobierno. No inserta su texto, pero ya
conocemos la versidn directa en la carta trascrita.

8 El Comercio, ed. de la tarde, Lima, lunes 3 de no-


viembre de 1919.
416
Ademas publica un telegrama particular de Julio A.
Hernandez, dirigido a la familia de Abraham:

Ayacucho, noviembre 3. Valdelomar. Lima. Abra-


ham sufri6é una caida en el Hotel Bolognesi. Su es-
tado es delicado. Atendémosle carifosamente. Tele-
grafiaré novedades. Julio Hernandez.

Agrega el diario, lineas mas adelante:

A ultima hora se nos comunica el sensible falle-


cimiento del prestigioso escritor. Un telegrama
recibido por su familia confirma esta noticia.

Inmediatamente Gamarra Hernandez dio cuenta


al secretario del presidente de la Reptblica del la-
mentable deceso ocurrido a las 2 de la tarde del dia
38. El secretario presidencial, que lo era don Abel
Ulloa Cisneros, telegrafid a Ayacucho:

Lima noviembre 3 de 1919. Secretario Asamblea


Regional.—Ayacucho.—Impuesto fallecimiento Di-
putado sefior Valdelomar, Presidente ordena hono-
res correspondenle. Ulloa, Secretario Presidente.

Honores correspondientes a un comandante gene-


ral. Se habia dispuesto ya el embalsamamiento.
Al dia siguiente de la tragedia de Ayacucho, el
presidente de la Federacién de Estudiantes, Victor
Ratil Haya de la Torre, cito por medio de Hl Comer-
cto y La Cronica de Lima:

Para esta noche (la del 4 de noviembre) a las


7, a una reunién que se celebrara en el local de
esa institucién, a los siguientes escritores y estu-
diantes a fin de que se acuerden los honores que
deberan tributarse a los restos de] infortunado
A417
escritor sefior don Abraham Valdelomar.—: Luis
Fernan Cisneros, doctor Clemente Palma, doctor
Oscar Miré Quesada, doctor Pedro Ruiz Bravo,
Ezequiel Balarezo, Roberto Badham, Juan Brom-
ley, Félix del Valle, Carlos Solari, Pablo Abril,
doctor Alberto Ureta, Alejandro Ureta, Manuel
Beltroy, Luis E. Leén, Rafael Marquina, Alberto
Ulloa Sotomayor, Emilio Ribeyro, Hernando de
Lavalle, doctor Fortunato Quesada, Luis Ernesto
Denegri, Octavio Espinoza, Carlos Aramburt, lg-
nacio Brandariz.*

Empezaba el homenaje nacional.

Retornemos a la ciudad de Ayacucho. Valdelomar


ha muerto ahogandose por falta de aire, adormecido
por la morfina. Se han decretado los honores debi-
dos y se ha practicado el embalsamamiento del cada-
ver. Conviene insertar aqui la partida de defuncion.

Partida nimero trescientos cuarentiseis. Hoy a


horas diez de la manana del dia cuatro de no-
viembre de mil novecientos diecinueve se present6
ante esta Dataria Civil el doctor Artemio Afiafios,
abogado de treintiun afios de edad, soltero, natu-
ral y vecino del lugar, domiciliado en la primera
cuadra del Jirén Asambleas, y manifestéd que
ayer, a horas dos y media de la tarde, fallecié
don Abraham Valdelomar, natural de Pisco, de
treintiun anos de edad, hijo legitimo de don Anfi-
loquio Valdelomar y de dofia Carolina Pinto, con
paralisis progresiva por lesién medular, soltero.
Presenté por testigos a don Enrique Gamarra Her-
nandez y al Doctor Manuel Maria Vargas, ambos
mayores de edad. En fe de lo cual firmé el mani-

4 El Comercio, Lima, 4 de noviembre de 1919.


418
festante y los testigos junto conmigo: M. Artemio
Ananfios, Manuel Maria Vargas.—E. Gamarra H.—
Guillén.—Un sello del Concejo Provincial de Hua-
manga.—s. Arangiiena—Un sello de la Dataria
ahh
iat
a Civil.®

Respecto de las circunstancias materiales que ro-


dearon el deceso tenemos a la vista los documentos
del archivo de la camara de diputados, correspon-
dientes a la legislatura regional del centro de 1919,
mediante los cuales podemos reconstruir las ceremo-
nias oficiales y el tratamiento médico prestado a
Valdelomar en su agonia y a su cadaver. Contienen
informaciones realmente sugestivas.
Las facturas de la farmacia y de los servicios mé-
dicos demuestran que, desde el primer instante, el
caso se dio por desesperado. No hubo medios para
someter a Valdelomar a un examen radioscépico, ni
se intent6 curarlo de modo siquiera provisional; todo
se redujo a proporcionarle calmantes. Ya lo ha dicho
Gamarra Hernandez sin ser médico, pero he aqui
la informaci6n que arrojan dichas facturas.
Para ser mas exacto y al mismo tiempo cumplir
con el deber de informar con datos de primera mano
acerca de particularidades tan interesantes, sinte-
tizo los documentos comprobatorios evacuados por
los médicos y el farmacéutico que atendieron a Val-
delomar en su Ultimo trance. Hay que tener en cuen-
ta, de todos modos, las equivalencias monetarias. La
libra peruana entonces en circulacién (la Lp. = libra
peruana) contenia diez soles con ley de 9 décimos
de plata fina. El sol de 1919 valia unas 80 veces mas
que el sol de hoy.®

5 C. Angeles Caballero, ob. cit., pp. 29-30.


6 En 1919, la entrada al cine costaba 0.20 soles; ahora,
entre 10 y 20 soles o sea entre 50 y 100 veces mas; una
419
La primera factura es la girada por los médicos
que atendieron a Valdelomar tanto durante los dos
dias que duré su agonia, cuanto en la tarea de em-
balsamamiento, segtin lo dispuesto por el congreso re-
gional. Dichas facturas tienen fecha del 8 de no-
viembre. Estan firmadas en Ayacucho y por los
doctores F. A. Canales y Demetrio Garcia del Barco.
Algo después, el 29 de noviembre, el propietario de
la Farmacia Central de Ayacucho, don Mariano Fal-
coni, presenta su factura por medicinas y Utiles de
embalsamamiento. El mismo 29 de noviembre, Anfilo-
quio Valdelomar, hermano de Abraham, que se tras-
ladé a Ayacucho para asistir a las exequias, solicita
al congreso regional la cancelacién de los gastos de
sepelio menos el de atatd.?
Los médicos mencionados cobraron Lp. 12, o sea
doce libras peruanas equivalentes a ciento veinte
soles de entonces, por los servicios profesionales
prestados a Valdelomar entre el 19 y el 3 de noviem-
bre, incluyendo el costo de una junta de médicos,
por la que se pagaban altos honorarios convencio-
nales. Por la tarea de embalsamamiento recibieron Lp.
100 cada uno, o sea un total de Lp. 200 —dos mil
soles—, mas Lp. 5 que reclam6é el farmacéutico Fal-
coni por su ayuda en esa tarea y en la de autopsia.
No he encontrado el protocolo de autopsia en el
legajo de la camara de diputados, pero en La Prensa

comida mediana, completa, se pagaba con 1.50 soles; hoy


no baja en ese nivel de 70 soles; un diputado recibia 300
soles al mes; ahora, 15,000; una casa mediana costaba
60 soles al mes, ahora 2,000; un terno de hombre cos-
taba 60 soles; ahora no menos de 2,000; un profesor de
la universidad ganaba 100 soles por lo que hoy se paga
8,000.
7 Los documentos mencionados se encuentran en el ar-
chivo del congreso regional del centro que se conserva en
la camara de diputados del Pert.
420
~ del 4 de noviembre se lo menciona como se ha visto,
ee
- diciendo que tal diligencia demostré que Valdelomar
tenia dos costillas fracturadas y que por la insana-
ble fractura de la espina dorsal el diagnéstico lo
condenaba a una espantosa pardalisis progresiva y
que la causa inmediata del deceso fue una pulmo-
nia doble.
Los gastos de medicinas e implementos de farma-
cia confirman que no se hizo sino calmar los dolores
y levantar la capacidad de resistencia del paciente.
Como se trata de una informacién interesante desde
varios angulos, prefiero copiarla:

A LA FARMACIA CENTRAL

Z ampolletas de Esparteina ........... S/. 1.00


2 . em MOAEOINGT cy inbiae es Ses. 1.00
7 i “ Aceite Aleanforado.... 1.00
eS OLEL Aedes al CONOls Gis. cose aetia 2.6.dour. 2.00
2 Impermeables para la cama ......... 18.00
1 TTubo de pastillas de morfina ........ 1.00
IE SOLErAS Ce RDOLGClANa, "acess als +< 15.00
iecaia de, alivodon Midrofilo 3.0.0... - 1.00
ih Ryevaysley Teheyc
ail| aie oe eens coGe ore cots Pee 4.00
Ryne “PATS oe eee are eta Celilo eterna ae 1.00
em ete Bio oF Moce Losc BSc aes ot ewe de 1.00
Sly apPADEL Ung Re) RO ir Riel) ene Otar ne aaa 1.50

Total de productos farmacéuticos S./48.00

(Cuarenta y ocho soles Oro)

Los gastos de embalsamamiento, también detallados,


aleanzan a 68 soles, lo que arroja un total cobrado
por la Farmacia Central de 16 soles.
421
Apenas se confirmé el fallecimiento de Valdelo- |
“7
mar, el congreso regional acord6é suspender la sesién
de ese dia, Gnica fecha en que el organismo dejé de
funcionar durante el periodo de sesiones a que cons-
titucionalmente fue convocado.
Ese mismo dia 3, el congreso puso en circulacion
una tarjeta de invitacién a las ceremonias ftinebres,
ya que no habia diarios en Ayacucho. Decia lo si-
guiente:

Senor:

El Presidente, Mesa Directiva y Diputados al


Congreso Regional del Centro, tiene el sentimien-
to de participar a Ud. el] fallecimiento del que fue
Diputado por Ica.
SR. ABRAHAM VALDELOMAR
(Qe Digi21DNS)
e invitarlo a la traslacién de sus restos de la casa
mortuoria, Portal de Unién (sic) N® 52, al local
del Congreso, que se verificaraé a las 9 p.m. de
hoy, de alli a la Iglesia Catedral, el dia miércoles
5 del pte. a las 9.80 a.m., donde se realizaran so-
lemnes honras ftinebres, después de las cuales se
inhumaran sus restos en el Cementerio general
de la Ciudad; actos que esperamos se dignara
honrar con su presencia.
Anticipan a Ud. su agradecimiento
Ayacucho, 3 de Noviembre de 1919.

De conformidad con el ritual de que da cuenta


esta esquela, el mismo lunes 3, a las nueve de la
noche, se trasladaron los restos de Valdelomar del
portal de la Unién N° 52, 0 sea, del Hotel Bolognesi,
a la casa del senor Ruiz, al local del congreso donde
fueron velados. Arrastraron el duelo, el presidente
del congreso regional, sefior Francisco Velarde Al-
422
varez; los miembros de la comisién de policia del
congreso; rindieron honores las fuerzas del ejérci-
to. Durante todo el martes 4 hubo velacién del cad4-
ver. Montaron la guardia, por turno, todos los dipu-
tados: de 8 a 9 a.m. los sefiores SAnchez Palacios
y Afianos; de 9 a 10 a.m. los sefiores Bedoya y
Pardo; de 10 a 11 a.m. los sefiores Huguet y Casta-
neda; de 11 a 12 a.m. los sefiores Fernandini y Mi-
ller, Asi trascurrié la tarde. La ultima guardia, de
8 a 9 de la noche, correspondié nuevamente a los
sefores Pardo y Bedoya. A esa hora, Ayacucho en-
traba en su viejo, sdélido y severo silencio colonial.
A la capilla ardiente llegaron numerosos aparatos
florales, entre ellos una cruz del presidente Leguia
y sendas del presidente del congreso, el coronel Bo-
nilla, la sociedad de beneficencia de Ayacucho, la
junta departamental del mismo lugar, etc. Entre las
coronas figuraban las del ministro de gobierno doc-
tor Alejandrino Maguifia, Enrique Gamarra Hernan-
dez, los redactores de Hl Granito, la Iv divisién del
ejército.
Enviaron corazones de flores: la familia Valdelo-
mar, Julio A. Hernandez, la Sociedad Ayacuchana,
Guillermo Canales e hijas y Anfiloquio Valdelomar y
- senora.
No aparece ninguna ofrenda floral de la novia.
El dia 5, a las nueve de la mafiana, salié el cor-
tejo hacia la catedral. La misa finebre fue oficiada
por el dedn y el cabildo eclesiadstico; la oracién ft-
nebre. corri6 a cargo del doctor Fidel Castro, sacer-
dote y diputado regional. El también habia sido
quien administré la extramauncion al moribundo.
Concluidos los oficios religiosos, se inicié la mar-
cha hacia el cementerio, guardandose las disposicio-
nes dictadas por el ceremonial, Mandaba la linea, es
decir, la guarnicién que rindié honores, el teniente
coronel José A. Vallejo, uno de los militares mas
423
7 }
P

cultos con que ha contado el Pert. La orquesta in-


terpreto durante la misa la marcha funebre del
maestro Calahorra.
Gamarra Hernandez refiere la ceremonia del se-
pelio con detalles impresionantes. El] cementerio se
hallaba bastante lejos del centro de la ciudad. La
concurrencia era enorme. Habia que conducir el
ataid en hombros, por callejas y caminejos empina-
dos, desiguales, “de dificil acceso”. Para ahorrar
tiempo y aprovechar las pausas tomando descanso,
se acord6é que los discursos fueran pronunciados
escalonadamente durante el trayecto, en diversos pa-
rajes. Julio A. Hernandez leyé una notable oracion
finebre en la esquina de la calle de Buenamuerte,
“ante una inmensa multitud de la que formaba parte
—dice Gamarra— una considerable masa indigena
que habia venido desde las pequenas poblaciones
aledanas”’.
Al inhumarlo us6 de la palabra el] diputado Velit
—quien dijo equivocadamente que Valdelomar habia
nacido en Chincha. jCosas del amor propio pueble-
rino!
El atatid fue colocado en un nicho, el] nimero 193
del cuartel de El Salvador, tumba provisoria hasta
que se hiciera el traslado solemne a Lima.
Mientras tanto iba adelante el proceso del sepelio
definitivo (proceso que habia inspirado a Valdelomar
un cuento), semejante por su cruel ironia a “Heba-
risto, el sauce que murié de amor”.
KE] traslado a Lima habia que hacerlo en dos eta-
pas: primero conduciendo el atatid hasta Huancayo
a pie o a lomo de mula; la segunda, por tren de
Huancayo a Lima.
Destino tragico el de Valdelomar hasta después
de muerto. Envuelto en dos sAbanas que costaron la
suma de 8 soles con 80 centavos, y metido dentro del
ataud, debid soportar tropezones, choques y quizds
424
caidas a causa de la escabrosidad del terreno, la lon-
gitud de las jornadas y la condicién fisica de los
cargadores. Fueron éstos dieciséis indios ayacucha-
nos, dieciséis cargadores, que recibieron como esti-
pendio por trece dias de caminata de Ayacucho a
Huancayo y vuelta de Huancayo a Ayacucho, un sol
diario cada uno, mds una racioén de coca, otra de
alimentos y, desde luego, la correspondiente dosis
de “chacta”’, o sea sendas botellas durante todo el
viaje.
Acompafaba al macabro cortejo una mula, pero
solo para cargar el fiambre de los peones. Queda
en claro que el traslado se hizo a lomo de hombre,
0 para mayor exactitud, a lomo de indio. “Hijos del
Sol” eran esos humildes, tozudos, vigorosos y resig-
nados cargadores, cuyas manos asperas y duras tu-
vieron el insigne honor, segun habria dicho “El
Conde de Lemos”, de cargar su gallardo cuerpo de
artista.
La planilla de gastos informa con detalle lo si-
guiente:

16 hombres hasta Huancayo a un sol


cada ida y vuelta, en 13 dias, 0 sea
SmSOleGMCAC ae UNOw eke cow oe S/. 208.00
Unde arrobawdencocar satescae: 20.00
Alimentacién de 16 hombres a cuatro
_reales cada uno por dia, en 13
ENC (a8 apa tery Fh cee OS. ce ae eee a 83.20
16 ‘botellas de chacta a 80 centavos
evel. SWRA hee ope OeosBIOMED Cae Coace gam 12.80
Una mula para cargar el fiambre a los
DEOMECSaMtereiiinc tances wieew oa ater) ea ene 20.00

Con otros gastos de arreglo del atatid, se pagaron


453 soles con 20 centavos: eso costé el traslado del
cadaver de “El Conde de Lemos” hasta Huancayo.
425
La llegada del cortejo a la capital de Junin fue
todo un acontecimiento. Gran multitud salié a reci-
birlo y acompafié reverente el atatid hasta la esta-
cién del ferrocarril central.
En Lima, la noticia de la muerte de Valdelomar
inspir6d tardios elogios periodisticos. Aparecieron,
entre otros, valiosos articulos necrolédgicos de Cle-
mente Palma, quizds el mejor, en Variedades; de
Félix del Valle en El Comercio; de Ezequiel Bala-
rezo y César Vallejo en La Prensa.
Para la ceremonia finebre predominé la iniciativa
de la Federacién de Estudiantes, cuyo presidente,
Victor Ratil Haya de la Torre, habia convocado a
numerosos escritores, periodistas y directores estu-
diantiles en el local de la institucién, no bien se supo
la noticia del deceso.
Hay un episodio curioso.
Poco antes del viaje a Ayacucho, Valdelomar re-
cibid, segin ocurria periddicamente, a Haya de la
Torre. Fue en la casa de la plaza de la Penitencia-
ria. Hablaron de diversos temas. De pronto, bien
fuese por pose, bien por premonicion, surgié el tema
de la muerte, al que Valdelomar era tan adicto.
Haya de la Torre ha sido y es un incoercible cu-
rioso de las letras y las artes. No sélo publicaba ar-
ticulos y pronunciaba discursos, precoz lider social,
sino que en 1917, en Trujillo, habia hecho poner en
la escena una comedia suya, confiandola a la com-
pafia de Amalia Isaura. Fue César Vallejo quien
escribié la cuarteta que remataba la obra. El argu-
mento se referia a un enojoso episodio sentimental
de la vida del futuro autor de Trilce.
En un pasaje de la conversacién, quiz4s referido
al entonces reciente episodio de Norka Ruskaya,
Valdelomar insistiéd sobre el tema de la muerte. Se
quej6 de que en el cementerio de Lima los cadAveres
descansan en una especie de apartado de correos,
426
nido de palomas o cajén de cémoda, en donde se
los dejaba pudrir ab-aeternum.

Yo no quiero que me metan en uno de esos cu-


biculos, clasificado y rotulado como un artefacto
mas —exclamé el Conde de Lemos—; yo quiero
que me entierren en la misma tierra, que me de-
vuelvan a la tierra madre.

Lo cual, una vez mas, recuerda episodios de la vida


de Chocano.
Cuando llegé a Lima la noticia de la tragedia de
Ayacucho, Victor Rat recordé la conversaci6n. Por
eso convocoé a los escritores. Tenia decidido satis-
facer el deseo de Valdelomar; ahora, un mandato
ineludible. Se publicé el decreto oficial acordando
honores a los restos de Valdelomar para lo cual de-
bian trasladarlos. Ello planted con nitidez la posi-
bilidad de llevar a efecto aquel anhelo del artista.
Los honores suponian, entre otros ritos, el velato-
rio del cadaver en la iglesia de La Merced, lo cual
implicaba diversos gastos. Victor Rat consulté con
un buen asesor: Pedro Garcia de la Arena, adminis-
trador per vitam de la Federacién de Estudiantes del
Pert. La Federacién continuaba teniendo su sede
en el antiguo Palacio de la Exposicién. Don Pedro
Garcia de la Arena habia aplicado a la nueva insti-
tucién universitaria sus largos conocimientos en ma-
teria administrativa. Don Pedro, antiguo pierolista,
habia combatido al lado de Piérola en la Coalicién
de 1895, y habia perdido un brazo a consecuencia de
una herida en combate. Era un hombre pAlido, agil,
sagaz, ordenado, tolerante y astuto. Usaba bigotillo
negro; por lo general vestia de oscuro; lo recuerdo
bien, fue don Pedro quien hallé el modo de cumplir
el deseo de Valdelomar. La idea era simple: basta-
ria que el gobierno permitiera a la Federacién apli-
427
car con una pequena liberalidad parte de la suma
reconocida en el libramiento de gastos para el sepe-
lio, o sea que el ministro de Justicia admitiese que
la Federacién se encargase del ceremonial eliminan-
do en parte la liturgia eclesidstica. Con la diferencia
de gastos, se compraria un pedazo de tierra para
la tumba. Haya de la Torre visit6 al ministro de
Justicia, don Arturo Osores. Este no tuvo inconve-
niente en acceder; a ello cooperé acaso el eventual
secretario del ministro, Manuel G. Abastos, miembro
del grupo del Conversatorio universitario y del Co-
mité de Reforma, de principios de ajo.
Los funerales de Lima tuvieron, pues, como uno
de los principales protagonistas a la Federacioén de
Estudiantes. Haya de la Torre arrastr6é el duelo en el
carruaje presidencial acompafando al diputado por
Huancayo, Augusto C. Penaloza, que representaba a
la region del centro. Anfiloquio Valdelomar fue el
delegado de la familia.
Los restos del artista fueron conducidos al cemen-
terio en hombros de estudiantes y escritores después
de ser velados en el local de la Federacién de Estu-
diantes. La Federacién encargé al alumno de dere-
cho, Manuel J. Rospigliosi Gomez Sanchez, que pro-
nunciara en su nombre el discurso del cementerio.
Anos mas tarde, en 1930, Rospigliosi recibiria de
Haya un poder especial para representarlo en las
tareas politicas que le competian como candidato a
la presidencia de la reptblica. Los otros oradores
fueron Oscar Miré Quesada, por los escritores; Ri-
cardo Caso, por los iquefios, y el coronel Dalmace
Moner Tolmos, senador por Ica, en nombre de la
representacién parlamentaria del departamento na-
tivo del artista.
Mucho se ha escrito acerca de las circunstancias
de la muerte de Valdelomar. Como se trataba de un
personaje adicto a todo lo exético, desdefioso contu-
428
maz de la vulgaridad, se descubrié su Ultimo episo-
dio en falsas e ingratas circunstancias. Asi se ven-
gaban de él la infinita torpeza de aquellos “hombres
gordos que manchan el paisaje’, aquellas ‘“almas
universitarias”, aquellos “buenos burgueses con an-
dar de ganso y panza de cerdo”.
Evidentemente, el martirio que amenazaba a Val-
delomar en caso de sobrevivir habria sido dantesco.
El, que conserv6 la lucidez hasta el fin, sabia lo que
le esperaba. Partida la columna vertebral, es decir,
partido en dos por la cintura, invdlido, le habria
anonadado la falsa conmiseracién de todos aquellos
a quienes é] habia desdenado reiterada y publica-
mente. Tragedia esquiliana la de aquella expectati-
va. Su “Finis desolatrix veritas”, macabra premo-
nicioOn escrita en 1916, y su “Omega la calavera, mi
amiga”, encontraban terrible cumplimiento.
Después de haber cortejado literariamente a la
muerte a través de sus cuentos, crénicas y evocacio-
nes, llegaba el dia de medir premoniciones y reali-
dades, el presentimiento y su aplicacién. Nadie se
resigna a los treinta anos, y mucho menos atin cuan-
do se tiene una altisima idea de si mismo y se aca-
ricia una profunda, alta y dilatada esperanza, nadie
se resigna a convertirse de persona en cosa, de otor-
gador en peticionario, de principe en mendigo. La
angustia de aquel ocaso se expresa desgarradoramente
en las palabras finales de su agonia: “Madrecita, ven,
viejecita ven, me muero, me muero.”’
El accidente fatal habia cortado de stbito la ca-
rrera luminosa y la adorable insolencia de un hom-
bre en perfecta primavera.
De creer en una Providencia vengativa como el
Jehova del Antiguo testamento, el accidente de Aya-

8 Cfr. La Voz de Ica, Ica, 22 de febrero de 1920. Cfr.


C. Angeles Caballero.
429
cucho fue como la presencia de la serpiente en el
Edén para castigar la altaneria de nuestros primeros
padres; como el derrumbe con que Cronos sanciona
la insolencia de los Titanes; como la persecucion de
Neptuno y Venus a la alegre jactancia de Odiseo.
Eso y mucho mas se puede decir en torno de la ma-
cabra incidencia final de Valdelomar.
Como epilogo podriamos decir, aplicando las mis-
mas palabras con que saludé la heroica muerte del
protagonista de su magnifico cuento:

Asi pasé por el mundo aquel héroe ignorado,


aquel amigo tan querido de nuestra ninez: “El
Caballero Carmelo”, flor y nata de paladines y
ultimo vastago de aquellos gallos de sangre y de
raza cuyo prestigio unanime fue el orgullo, por
muchos anos, de todo el verde y fecundo valle de
Caucato.

430
XXII. LO QUE EL VIENTO NOS DEJO

O mort, vieux capitaine! Il est temps! Levons l’anere!

BAUDELAIRE

AHORA, me parece, después de referir en sus mas


significativos pasos, la hazana de “El Conde de Le-
mos”, ahora podemos encarar con mayor propiedad
su obra. La hemos seguido al ritmo de su vida, es
decir, desprendiéndola de cada acto y confundién-
dola con ellos. Quiza este método genético o biold-
gico resulte anticuado y habria sido mas adecuado
al tiempo proceder a la inversa, esto es, extrayendo
la vida de la obra, o sea convirtiendo al estilo en
padre, en lugar de tenerlo, cual es, como hijo. No hago
cuestiédn de medios. Importan las metas, sobre todo
si logramos alcanzarlas. Inductivo o deductivo; ana-
litico o sintético; de la raiz a la flor, o de la flor
a la raiz; de la vida a la obra o de la obra a la
vida; en realidad, si de entender, integrar y explicar
se trata, los juicios valorativos deben abarcar vida
y obra, raiz y flor; analisis y sintesis; induccién y
deduccién. Lo demas no pasa de retoricismo, jactan-
cia, vanidad.
Abraham Valdelomar —lo he dicho— pasé como
un celaje por las letras y la escena del Pert. No
sdlo por la brevedad de su existencia (31 anos ape-
nas), sino por la abundancia extemporadnea y versa-
til de su produccién y por lo fugaz que fue su accion
literaria (practicamente de 1910 a 1919 y, en ver-
dad, de 1914 a 1919) 6] ha cavado uno de los surcos
mas hondos de nuestra historia artistica y ha dejado
431
una de las estelas mas anchas, duraderas, imitadas
y luminosas. De ahi el caudal y variedad de comen-
tarios en torno suyo.
Si fuera posible, empleando un plausible cartabon
evaluativo, diria que las principales observaciones
y fuentes sobre Valdelomar se deben a: Federico
More (1916), Alberto Hidalgo (1917-1920), Maximo
Fortis (1918), Luis Alberto Sanchez (1918), Clemen-
te Palma (1918-1919), César Vallejo (1919), Enrique
Castro Oyanguren (1920), Jorge Besadre (1928),
José Carlos Mariategui (1928), Luis Fabio Xammar
(1940), Augusto Tamayo Vargas (1946-1958), Es-
tuardo Ntfiez (1963-1965), C. Angeles Caballero
(1965), Alberto Escobar (1965), José Diaz Falconi
(1966), Willy Pinto (1968) y Armando Zubizarreta
(1968).
Este material, estrictamente peruano, se divide en
articulos, prodlogos, ensayos y libros. Dentro de tal
clasificacién, débese realzar el mérito de Xammar,
cuyo Valdelomar, signo fue el comienzo de la reivin-
dicacion oficial de “El Conde de Lemos”. Libro de
entusiasmo juvenil, su autor cumplia 20 afios, logré
reunir gran parte del material inédito dejado por
Valdelomar y traté de interpretar con fervor conta-
gioso el conjunto tan diversificado de escritos deja-
dos por el precoz artista iquefio. Es justo y necesario
rendir un tributo de agradecimiento a Xammar, otra
promesa trunca, a quien inesperada y tragica muerte
arrebato en plena juventud, bajo el cielo de Colom-
bia, en agosto de 1946.
Pero, {qué rasgos distinguen, definen, confirman
y hacen perdurar a Valdelomar —hombre y poeta?
Hay una primera perplejidad de origen humano,
cuya repercusién en el estilo pudo ser —y acaso
fue— decisoria: el problema del amor.
Durante todo el tiempo trascurrido desde que Val-
delomar dejé de existir, se han barajado principal-
432
mente las siguientes especies: a) el tnico amor dé
Valdelomar fue el de su madre; b) también tuvo un
amor oficial y-mas aparente que verdadero, el de su
novia de los tltimos afios, y c), cedié al amor griego
y, por causas de mimetismo literario o cualquier
otra, cayO a veces en el homosexualismo. Las tres
versiones no se excluyen y, admitidas, contribuirian
grandemente a explicar el “temple” de la obra de
Valdelomar. Pero inciden en este aspecto psicolite-
rario hechos no registrados por los biégrafos y exé-
getas: los otros amores de “El Conde de Lemos”.
En orden cronologico los podriamos situar asi: el
platonico-infantil a la nifia del cinco que aparece en
“El vuelo de los céndores” (1897), el también platé-
nico de Rosa Gamarra Hernandez (finada en 1913),
el flirt de Maria B., citado en una carta a Enrique
Bustamante y Ballivian (1912), el probable de ‘“‘So-
fia’, mencionada en ‘‘Fuegos fatuos” (1916), y el
de su novia oficial Consuelo Silva Rodriguez, entre
1916 y 1919, afio de la muerte. No es mucho y, ade-
mas, el platonismo rige todas esas relaciones, lo
cual, en vez de alejar el bailador espectro de Alci-
biades, Ganimedes, André Gide y Oscar Wilde, los
introduce y explica. No obstante, e] amor heterose-
xual, aunque fuese idealizado, abre nuevas perspec-
tivas sobre la sensibilidad de Valdelomar y atem-
pera cierta impermeabilidad al sentimiento que
suelen mostrar los homosexuales, friamente intelec-
tualizados y peligrosamente puntillistas en sus ob-
servaciones y juzgamientos. De hecho, la actitud de
Valdelomar frente a la vida, el amor, la naturaleza
y la muerte parece mas bien la de un religioso, la de
un mistico, lo que coincide con su predileccién por
ciertos autores misticos o tendientes al misticismo,
tales como Kempis, Maeterlinck, Guyau, Unamuno,
Dostoyewsky, D’Annunzio, la plastica de Baltasar
Gavilan y la musica de Beethoven y Bach.
433
Me atrevo a pensar que, de otro lado, el amor a
la naturaleza y el filial se confunden en un constan-
te retorno a la infancia, en donde ambas lineas se
entrecruzan. Lo cual no deja de reconocer que la
devocién permanente a la madre, sintoma de un po-
tencial “complejo de Edipo”, suele acompanar al
homosexualismo fisico 0 mental; de hecho o poten-
cial. El caso de Marcel Proust, de Oscar Wilde, de
André Gide, del vizeonde de Montesquieu de Fezen-
sac, de Jean Lorrain, de Antonio de Hoyos y Vinent
ilustran suficientemente este aspecto.
Sin duda Valdelomar por educacion, temperamento
o causas hormonales, no era un adicto a Venus; se
mantuvo siempre en posicién “reluctante” frente al
“machismo” ostentoso y superficial de los “criollos”
de su tiempo y cred, en cambio, otro tipo de criollis-
mo en el cual la contribuci6n regional se acompa-
saba con la ternura, y en él se daban la mano, en
intimo consorcio, el] primitivismo de la escenografia
y de los personajes con un delicado sentido esté-
tico y de amorosa concesion a la belleza pura.
A cambio de aquella amputacién o sofrenamiento
de] amor viril, en su acepcién mas bronca, Valdelo-
mar se rindiéd al dandysmo y a los paraisos artifi-
ciales. {Hasta qué punto, c6mo y por qué?
El dandysmo fue una especie de religién de los
selectos. La aparicién de la burguesia, rica en bienes
de fortuna, cada vez mas duefia del poder, desplazé
a la antigua aristocracia de la sangre, y hasta la
misma élite intelectual se rindidé, sobre todo, a través
de la escuela naturalista y del art pompiter, a la me-
diocridad opulenta. Como reaccién se impone la teo-
ria del extremado individualismo (Stirner, Nietzsche,
Carlyle, Emerson) y dentro del individualismo, a la
manera de una escandalosa flor de invernadero, el
exotismo y el snobismo encarnados finalmente poy
el “Dandy”, protagonista heroico de la resistencia con-
434
tra la obsesionante vulgaridad. No todos los dandies
tuvieron conciencia de su combativo rol, ni casi nin-
guno leyé a Tackeray (La feria de los snobs) ni a
Gantier (El dandysmo) y Barbey d’Aurevilly, gran
ay
senor de la vida y el arte, y ni siquiera a Dario (Los
raros) lirico panegirista de la singularidad aristo-
cratica de los hombres de pluma. Valdelomar si tuvo
plena conciencia de su vocacién original y exética.
Valdelomar quiso ser y fue un dandy a plenitud.
£Qué entendemos por dandy? Los matices de este
concepto, aunque menos vagos que los de dadd, son
empero discutibles y demasiado comprensivos.
El dandy era como un sacerdote o bonzo de la vida
profana, vistoso y singular. Ignoraba la solidaridad,
excepto con sus pares; en eso se parecio a los caba-
lleros de la tabla redonda. El dandy sdlo respetaba al
dandy, y para serlo precisaba despreciar al vulgo, sin-
gularizarse por algo (conducta, indumentaria, gestos
y ademas expresiones orales y escritas). El] dandy
se parecia al “raro”, dentro de la concepcion de Ru-
bén Dario. Podia llamarse Jorge Brummel, Villiers
de l’Isle Adam, Oscar Wilde, Gabriel D’Annunzio; en
cierta época de su vida, Simén Bolivar; durante toda
la suya, Abraham Valdelomar. El dandy se rebelaba
contra las costumbres. Siguiendo la huella de Alcibia-
des, recortaba la cola de su perro para llamar la aten-
cién, o simplemente singularizaba su modo de vestir,
hablar, actuar y... a veces de pensar. No es raro que
en una crénica Valdelomar hable de “Jorge Brummel,
subprefecto de Coracora” (La Prensa, 17 de marzo
de 1917), ni que.se besara en publico las manos, ni
que usara un 6palo en el dedo indice, ni que bordeara
su chaleco de una cinta blanca, ni que abominara de
“los hombres gordos que manchan el paisaje”. Todo
ello es sintoma de rebuscamiento, de singularizacion,
de dandysmo. La literatura decadente fue dandysta.
La persecucion de lo raro, lo artificial y lo exdtico fue
435
también su norma. Valdelomar dio perenne leccion
de dandysmo a quien lo quiso oir, y mirar, pero en
sus cuentos y versos, en su prosa periodistica, por el
contrario, respira y traspira simplicidad, buscada y
sabia simplicidad; espontanea y contagiosa ternura.
Resulta dificil, muy dificil explicarse la adecua-
cién o complementacién de términos tan opuestos. Si
insistiéramos en los parecidos literarios, 0 sea en
las analogias que brotan de la literatura comparada,
tendriamos que aceptar la reduccién a uno de dos
términos o nombres antinédmicos: Francis Jammes y
Stéphane Mallarmé; Dickens y Wilde; D’Annunzio
y D’Amicis. No obstante la aparente imposibilidad
de tal conciliacién, ésta se produjo en Valdelomar.
Debemos examinar otros extremos. El] movimiento
futurista se inicié en Italia hacia 1907; el dadd el
afio de 1916, en Zurich; el ultraismo, el de 1918 en
Madrid; el llamado vanguardismo —orientacioén plu-
ral— domino Paris poco antes, durante y poco des-
pués de la primera Guerra Mundial. Todos ellos
fueron como ramas desprendidas del opulento tronco
de la belle époque; nacieron de la liquidacién roman-
tica como reaccion contra el locuaz y pormenorizado
naturalismo; se enraizaron con simbolistas, parna-
sianos, prerrafaelistas y decadentes: fue Bizancio
redivivo. Dentro de la agitada corriente de tantos
“ismos”, desarrollados en menos de medio siglo, se
mantuvieron limpidas, sencillas y cristalinas algu-
nas notas de porfiada lealtad a la naturaleza. Ellas
fueron las determinantes en la literatura de Valde-
lomar, aldeano por antonomasia; las otras influ-
yeron en su conducta. De esta suerte la personalidad
de “El Conde de Lemos” presenta un curioso dualis-
mo: el blanco, en su estilo de poeta; el rojo, en su
estilo de existencia.
Como pudo librarse Valdelomar, en Roma y en
1913, del “arte mecdnico” de Marinetti, al que sdélo
436
2
* ’
hace la concesién de sus Cuentos yanquis? {Como
logr6 mantenerse incélume a la avasalladora influen-
cia de Tristan Tzara? En cierto modo traté de adap-
tarse a través de sus Newronas, pero en ello coincidié
mas bien con el “absurdo” de Ramon que con el “dis-
parate” de Tzara; aplicé tal vez sin entera conciencia
los Caligrammes de Apollinaire, de los que volvia re-
dimido por su sensibilidad exquisita e ingenua. El
propio Wilde, de quien aprendié el dificil y compli-
cado arte de la paradoja, fue, por encima de todo, una
inteligencia preclara, un logos perfecto que, cual el
btho de la leyenda germanica, podia lucirse con un
lema previsor: Ich wacht.
Es curioso; tanto el arte como la conducta de Val-
delomar, aunque se dejara arrastrar por la sensibili-
dad y la estridencia, lo tuvieron en perpetua vigilia.
Era lucido, lucidisimo ‘“E] Conde de Lemos’; resisti6
y cedio a las tentaciones con lucidez y en vigilia: por
eso peco.
De tales pecados lo redimen la evocacion y el amor,
tema a que regresamos aunque por diferente via.
Al mencionar la palabra “evocacion” tocamos el
meollo de la literatura valdelomariana y tropezamos
con un nombre, con un amable fantasma que apenas
hemos rozado al paso: Edmundo d’Amicis. Como se
sabe, este difundido escritor italiano de mediados del
siglo XIX se hizo famoso a través de dos de sus libros:
Corazon y El tranvia o la carroza de todos. Caracte-
rizan a D’Amicis la nifiez a flor de pluma, la dulce
ingenuidad, la artistica inocencia, la rememoracion
feliz. El mundo de Corazén es ese: el corazon de un
nifio y su infancia, exactamente como el de El caba-
llero Carmelo. Cada uno de los personajes del libro
de D’Amicis aporta una penetrante sensacidn de me-
lancolia y de poético regionalismo. ;No son acaso los
rasgos esenciales de las narraciones de Valdelomar?
Tanto Maureen Ahren y Diaz Falconi, como Escobar
437
y Zubizarreta recalcan esos trazos. Los habian insi-
nuado ya Clemente Palma, Ureta, Xammar, Tamayo y
Niufiez. Lo habia intuido desde 1918 ese poeta conge-
nial que fue Medardo Angel Silva al senalar el paren-
tesco entre el discurso ante la tumba de Yerovi, y
algunas paginas de la Biblia. No sé que haya muchos
cuentos con tanta carga de emocién como “Los ojos
de Judas”, “El vuelo de los céndores” y “Camino
hacia el Sol’; ni son muchos los que describan y re-
flejen mejor un paisaje y a sus sencillos habitantes
como El caballero Carmelo y Yerbasanta.
De ahi que Valdelomar cayera naturalmente en la
descripcién y elogio de los animales domésticos: el
gallo, el perro, la gallina, el pato, los pajaros, el ca-
bailo; nunca el gato bodeleriano, complicado y cruel.
Hay quien piensa que en la escogitacién de un gallo
como héroe de El caballero Carmelo influyé el auge
que Edmond Rostand daba en esos dias a las aves de
corral cual dramatis personae de su discutido, pero
exitoso drama Chanteclair, estrenado en Paris por
1910. Podria pensarse también en el nuevo tipo de
fabula sabia que Rudyard Kipling promulgaba, con
animo imperial, desde las pintorescas paginas de El
libro de las tierras virgenes (The Jungle’s book).
Aplicando aquel enojoso método de similitudes, habria
que concluir en que La Pachanga (1915), la mag-
nifica novela corta de Rafael Maluenda, que gira en
torno de la historia de una gallina, fue una imitacién
de Valdelomar.
En realidad la literatura atraviesa por ciclos que
imponen un modo (a veces una moda) y asemeja a
todos, cualquiera que sea la latitud en donde escri-
ban. Tal seria la etapa de las Cartas persas, filan-
desas, de una peruana, “de mi molino”, ete., por me-
dio de cuyas ficciones, como a través de la fabula, se
hacia mas facil y menos arriesgado aludir al medic
ambiente. El animal fue un recurso politico, ma:
438
que literario, en Esopo, Fedro, Iriarte, Samaniego,
Lafontaine; pero no fue tal en Kipling y Rostand,
Marroquin y Quiroga, Valdelomar y Maluenda, Lon-
don y Alegria. En éstos, el animal es una extensién,
no un sustituto, de la ternura del hombre. E! Car-
melo, la Pachacha, Anaconda, el Giieso, el Moro viven
como animales, pero sienten como humanos, Tal dua-
lidad, como la del dandysmo en la conducta y el
franciscanismo en la literatura, que caracterizan a
Valdelomar, puede ser contrapuesta para obtener de
ello jugosos frutos.
Ahora bien, al mencionar el franciscanismo alcan-
zamos otra orilla.
Ha dicho Luis E. Valcarcel, repitiendo a Adolfo
Vienrich y coincidiendo con Raoul d’Harcourt, que
una de las notas distintivas del alma indigena es
el franciscanismo o sea el amor a los animales, y
ha aseverado José Angel Escalante que la vida del
indio peruano careceria de explicacién y objeto sin
la presencia de los animales domésticos.1 De lo cual
infeririamos una conclusi6n digna de ser varias ve-
ces repensada: el dandysmo representaria la vertiente
europeista, exdtica, adquirida y vistosa de Valdelo-
mar; el franciscanismo, la peruana, regional, congé-
nita y expresiva: en otras palabras: vida de dandy,
arte de neoindio. Aunque no admito tal género de
dicotomias en el campo de la especulacién, no esta de-
mas recordarla.
Asi.como la anterior, se presentan otras tajantes
contradicciones en el autor de Verdolaga; por ejem-
plo, el silencioso y permanente debate entre el anar-

1 Luis E. Valcarcel, “Ars Inka”, en De la vida in-


kaika, Lima, 1925; A. Vienrich, “Unos Parias”, en Azu-
cenas Quechuas, Tarma, 1905; R. d’Harcourt, La musique
des Inkas et ses survivances, Paris, 1925; J. A. Escalante,
“Nosotros los nidus”, en La Prensa, Lima, marzo de 1927.
439
quista y el socialista; entre el billinghurista y el
leguiista; entre Caucato y el Palais Concert. Puede
atribuirse a esta serie de alternativas un proposito
retorico y hasta de platica entre sofistas. De toda
suerte, atin admitiendo esa posibilidad, son Utiles.
De hecho, por adhesién a Gonzalez Prada y afilia-
cion al partido de Billinghurst, Valdelomar —esteta
dandy— acept6 el anarquismo, E] diario Accién Po-
pular pertenecia a esa filiacidn; también pertene-
cieron a ella, Bakunin, el principe Kropotkin, Ma-
tilde Serao, Marinetti, Malatesta. Empero, después
de 1917, “la rebelidn de las masas” engendrada por
la primera Guerra Mundial atrajo a Valdelomar ha-
cia un socialismo un tanto retérico, alejado ya del
ut6pico de los primeros maestros (Saint-Simon, Fou-
rier y Owen), pero también lejos del cientifico de
Marx y Engels.
Habia en Valdelomar, como en Mariategui, dema-
siada dosis de poeta para admitir la frialdad de és-
tos, o caer en la utopia de aquéllos: poesia es crea-
cidn, no mimesis; el poeta crea...
Definitivamente, en esencia, ““E] Conde de Lemos”
fue un poeta. Desde luego, escribié versos, algunos
de ellos excelentes; mas la poesia nace del fondo
no de la forma. Los cuentos criollos son poesia, mag-
nifica poesia por cierto.
A proposito de este rasgo, convendria destacar el
aspecto satirico que también coexistid con el poético
en Valdelomar. Paradoja viviente, la pluma empa-
pada en ternura y hasta en lagrimas del cuentista
y el poeta, brinca juguetona, llena de malicia en
las cronicas politicas y en los cuentos chinog y crio-
llos. El] amanerado redactor de “Didlogos maximos” y
“Decoraciones de anfora”, es el mismo que compone
los traviesos, directos y salaces comentarios de “Pala-
bras” (una buena veintena de articulos a lo largo de
dos afios de madurez) y los poéticos de “Fuegos
440
fatuos”. Pareceria, en verdad, hallarnos ante tres
periodistas diferentes: el uno maneja la hipérbole
y la perifrasis; el otro la ironia y el sarcasmo; el
tercero la deprecaciOn y la concesién. Rara vez —a
diferencia de Vallejo, Neruda, Giiiraldes— utiliza la
anafora y, aunque lector devoto de Whitman, no
demuestra preferencias por la enumeracién. En cam-
bio su adjetivacion precisa y sensual rodea al sujeto
hasta imponer sobre él su plural sefiorio. A lo largo
de las paginas anteriores se han presentado nume-
rosos ejemplos de la adjetivacién valdelomariana,
generalmente plastica, poco auditiva, nada olfativa:
hecha de relieves y colores, escultura y pintura al
mismo tiempo. “El Conde de Lemos”, debutante al
fin y al cabo, tiene ojos de ver y manos de tocar;
sus sensaciones primordiales serdn las de la vista
y las del tacto. E] oido no le traicion6é jamas, cierto;
pero no era su vehiculo sensorial predilecto. La ca-
dencia de su frase obedece al ritmo general de toda
Su obra, no a un sentido musical muy acusado. Cuan-
do cita a los grandes maestros de la musica, se ad-
vierte un repertorio valioso, pero corto: Beethoven,
Bach, Mozart, Haydn, Wagner. No, no es por alli
por donde resalta “El Conde de Lemos”; su mismo
entusiasmo por el] violinista Dalmau y por el basso
italiano Nicoletti Korman, asi como por la 6pera en
general, revelan un espiritu poco evolucionado en el
campo de la musica. La aficién al ballet no resulta
de filarménica, sino de filoplastica. Ya que habla-
mos de autores, es facil comprobar que Valdelomar
no ley6 con exceso, pero asimilé muy bien sus lec-
turas. En Belmonte, el trégico pretende abrir en aba-
nico, para impresionar, sus lecturas de autores
espafioles; se revela escaso y débil. En cambio,
no cabe duda de que domin6 el Aambito que llenan
Maeterlinck, D’Annunzio, Wilde, Nietzsche, Ana-
tole France, Remy de Gourmont, D’Amicis, Tolstoy,
441
Pushkin, Gorki, Papini, Eca de Queiroz, Guerra
Junqueiro, Quincey, Baudelaire, Verlaine, Francis
Jammes, Maurice Barrés, Jean Lorrain, Pierre Loti,
Azorin, Ramén y Cajal, Pérez de Ayala, Benavente,
Martinez Sierra, Marquina, Villaespesa, Unamuno,
Araquistain, Dario, Nervo, Herrera y Reissig, Alo-
mar; y no olvidemos a Pitégoras, Schopenhauer,
Heraclito, Esquilo, Platén, Spencer, Petronio, la Biblia
y Kempis; y, entre los peruanos, a Gonzalez Prada,
Palma, Chocano, Eguren, Cornejo, Gibson. Si exami-
namos estos autores nos daremos de manos a boca
con una cultura cuyo calificativo habria sublevado
a su expresador: universitaria. Es la que poseia un
promedio de los estudiantes de San Marcos; mas
formal que fundamental; mas literaria que cienti-
fica; mas novelesca que filoséfica. No obstante sus
publicas demostraciones contra el “alma universi-
taria’, las lecturas de Valdelomar correspondian a
un alma de ese jaez; pero él la super6, superandose
a si mismo.
Sabemos que la O6rbita literaria de Valdelomar
abarca entre sus veinte y sus treinta y un afios, de
1910 y 1919. Nunca dejé de ser joven; prefirié, sin
embargo, ser a menudo nifio, o simplemente no pudo
dejar de serlo nunca. Cuando se lanza a la carrera
publica, su mayor aspiracion consistira en no dejar
de parecer joven; en representar a los jévenes del
Pert; en ser la garganta, la voz y la idea de la
juventud. Lo repite en todas sus conferencias desde
Sullana hasta Moquegua; desde Cajamarca y Cuzco
hasta Huacho y Trujillo. El es “el joven por anto-
nomasia”, reclama el titulo y el tratamiento de tal.
iPor qué? {Influiria en ello, aparte de su natural
estado de joven y su deseo de permanecer siéndolo,
las inolvidables palabras de su maestro Gonzdlez
Prada, “los viejos a la tumba, los jévenes a la
obra”? jAy, no sabia el triste que ya estaba echada
442
su suerte y que como los predilectos de los dioses,
segtin Menandro, él moriria en plena juventud! Es
util decir a este propdsito que Valdelomar tuvo la
ht
Ld suerte de que se cumpliera el destino que él bus-
caba: marcharse del mundo sin arrugas ni canas;
sin debilitamiento ni amarguras; erguido y optimis-
ta; caminando hacia arriba, bruscamente detenido
en su ascenso, como un pajaro herido, como un
avion derribado: destino de gavilan y de piloto.
La necesidad de conservar el optimismo y de evitar
el doloroso destino de “capitan en puerto” o sea el de
barco permanentemente en ancla, le hizo buscar sen-
saciones fuertes y paraisos artificiales en un deno-
dado afan de renovarse incesantemente, de no de-
jarse arrastrar por la rutina. Al recordarle ahora,
como era, sonriente, arrogante, sano, atlético, pulcro
en el vestir, generoso en el decir y en el reir, no po-
demos compaginar esa imagen viril y saludable con
ja del fumador de opio, absorbedor de morfina y tal
vez asexual. Sin embargo, ambas realidades coexis-
tieron en “El Conde de Lemos”: de su coloquio o cho-
que brot6 su personalidad avasallante, y su arte sano
y delicado: “natural como un movimiento respirato-
TO.
Aparte ya la tipologia fisica e intelectual de Valde-
lomar, conmueve y asombra la magnitud de su influen-
cia sobre su época. Por cierto que se esforz6 en cap-
tar catecimenos. Desde su primera juventud se manej6
de modo de conseguir discipulos, sabios y adeptos. No
le era dificil. Distinguié siempre a “El Conde de Le-
mos” una incuestionable capacidad de irradiacién.
Atraia por su don de entrega, por su inteligencia, por
su sinceridad, su travesura, su brillantez y también
por su efusividad y su melancolia. Era el primero en
adoptar un camino nuevo. Estaba en permanente ac-
titud receptiva. No era de los que se encerraran en
dogmas, ni siquiera en los nuevos. Aceptaba el valor
443
de donde viniere. Para él, segin el caso y la hora;
el genéro y la finalidad; tanto daba Gonzalez Prada
como Palma; Eguren como Chocano; Vallejo como
Gibson; Mariadtegui como Lopez Albtjar; Aguirre
Morales como Parra del Riego; Martinez Lujan como
Faleén. Por curiosa e insustituible porosidad, para él
—y lo digo a su manera, un tanto dramatizada— ha-
bia estaciones en las que le gustaba Kempis, otras
que preferia a Maeterlinck y otras a Pitagoras. Sus
gustos variaban con las horas y los momentos. No se
puede calificar a eso de versatilidad. Era inquietud,
solo inquietud.
Primero Valdelomar se ocup6 en ser, o tratar de
ser lider politico-literario: fue durante su campana
pro Billinghurst. Después de su regreso de Italia y
su fugaz detencién en un calabozo policial se lanz6
de lleno al arte y la literatura. Al final, en los dos
ultimos afios de su vida (noviembre 1917 a noviem-
bre 1919) retorno a la politica. Felizmente, a causa
de la renuncia que ese acto representaba, felizmente
entonces se lo llev6é la muerte.
E] grupo de sus amigos y seguidores debe ser di-
vidido por lo menos en dos sectores, los literatos puros
y los socialistas. Entre los primeros figuraban Enri-
que Bustamante, Eguren, Hidalgo, Garrido, Macedo-
nio de la Torre, Rodriguez, Vallejo, L. E. Leén; entre
los segundos, Mariategui, Orrego, Falcén, Badham,
More. Todos reconocieron en 1916 el capitanazgo de
Valdelomar, del mismo modo que reconocieron el
de Chocano en 1905. Vallejo fue en ello tan explicito
o mas que Mariategui y que un hombre de promoci6on
anterior, Alberto J. Ureta, quien reconocid el valor
pristino del arte de ‘““El Conde de Lemos’. No se debe
olvidar que Valdelomar se proclamaba a si mismo:
“Yo escritor maximo de esta joven generacién de ar-
tistas”’, asi lo decia en su elogio a Dalmau. En muchas
otras producciones repite este autoelogio que sacé de
444
quicio a “Sansén Carrasco”, o sea a Enrique Lépez
Albiijar, segtin se ve en el Ultimo de gus cuatro ar-
ticulos de respuesta a aquél. De esa primacia estaba
tan seguro que cuando planeaban, él y Enrique Bus-
tamante, la edicién de Cultura, y éste insistid en pun-
tos de vista distintos a los de él, Valdelomar prefirié
apartarse tranquilamente de la empresa y esper6 casi
un afio para lanzar Coldnida, para la que solicit6é y
obtuvo la cooperacién de Bustamante. De otra parte,
Valdelomar se mostré muy a menudo condescendiente
y humilde. Asi en sus expectativas con respecto del
concurso de La Nacién en 1913. En sus cartas a su
madre y a Enrique Bustamante no puede ocultar
su tensidn, su poca confianza en obtener el premio
y, a la vez, su seguridad de que ese relato, entresa-
cado de un conjunto de “novelitas” andlogas, poseia
un valor intrasferible.
Sorprende que un hombre de tal sencillez y tan
humano resultara el specimen del exotismo y de los
snobs. El] cantor de las vidas iquefias sucumbe ante
la amapola de zumos usados en Asia; el admirador del
mango y los olivos, se rinde ante la cocaina y la mor-
fina. Hay una serie extrafia de contradicciones en
todo lo que rodea a Valdelomar; de ellas emerge la
desconcertante personalidad de ‘El Conde de Lemos”.
Una de las contradicciones mas palmarias de este
hombre singularisimo es la que opone y concilia el
amor a la vida sin trabas y la amorosa detectaci6n
de la muerte. Casi no hay pagina de Valdelomar en
que no se haga alguna referencia a la muerte. Sus
lecturas preferidas seran por eso las de aquellos au-
tores familiarizados con el mas alla: el mistico me-
dieval Tomas de Kempis; las mas sombrias paginas
de la Biblia (las del Eclesiastés y algunos profetas);
Mauricio Maeterlinck, apasionado exégeta de lo “tra-
gico cotidiano” en Le trésor des humbles y en su lt-
cido La mort; Arturo Schopenhauer, acufador de
445
pesimismo; Gabriel D’Annunzio, desesperado amante
de la muerte; Miguel de Unamuno que, aun cuando
no habia escrito todavia La agonia del cristianismo, ©
ya habia publicado su desgarrador El sentimiento trda-
gico de la vida. En la mas leve de sus narraciones, en
el mas sencillo de sus cuentos aparece como protago-
nista principal o secundario la muerte. Muerte de dife-
rentes tipos; de diversa intensidad; en diferentes
momentos, pero muerte, simple y llanamente, muerte.
San Agustin escribe en sus Confesiones que todos
llevamos la muerte con y en nosotros; no es exacto,
pues, hablar de una “‘vida mortal” sino, mas bien, de
una ‘muerte vital’. Es la que acompano sin tregua
a Valdelomar. Como cierto comensal de Tazs, novela
de Anatole France, pudo Abraham afirmar que la
muerte es el Ultimo capitulo de la vida y por tanto
pertenece a ésta.
Podemos repasar toda su obra. Un examen somero
de ello nos presenta al ‘“‘personaje muerte” en las si-
guientes producciones suyas: La ciudad de los tisicos,
La ciudad de los muertos, Yerbasanta, El caballero
Carmelo, El vuelo de los céndores, Los ojos de Judas,
Hebaristo, el sauce que murié de amor, Fints desola-
trix veritas, Belmonte, el trdégico, El camino hacia el
Sol, Chaymanta, Hauyfui, El alfarero, El extrano
caso del Senor Huamdn; los poemas El hermano au-
sente en la cena de pascua, Tristitia, Confiteor; las
prosas Omega la calavera, mi amiga; el discurso a
Yerovi, muchas de sus colaboraciones periodisticas en
las secciones llamadas “Fuegos fatuos” y “Decora-
ciones de anfora”, la dedicatoria de La aldea encan-
tada, etc. En todo ronda constantemente la muerte.
Pareciera que Valdelomar hubiese firmado, como
Satanas con Fausto, un pacto con omega, la cala-
vera nazquefa que guardaba siempre junto a si, y
que exorna su magnifico retrato hecho por Raitl
Maria Pereyra. De este permanente contubernio con
446
|) Ape 6s) 4 es FOr ee ees,

la muerte emana, como un perfume capitoso, el


romanticismo valdelomariano.
Romanticismo esencial, indudable. Me atreveria a
afirmar que no hay entre los clasicos-romanticos de
nuestra literatura, nadie tan definitivamente senti-
mental como este artista que otorgé al criollismo el
nivel que le correspondia, convirtiendo en expresién
estética las vulgaridades de cierto folclor. Signo de tal
romanticismo es la fe en Dios, una fe como la de
Chateaubriand y Francis Jammes, como la de D’Ami-
cis y Unamuno. La carta pascual al Nifio Jesis de
1917, es una bellisima profesién de fe. Es emocionan-
te: Dios y la madre son los dos protagonistas princi-
pales de la obra de Valdelomar, Si la nifiez juega un
papel importante en sus narraciones, es porque el nifio
y la madre son los mediums mas sensitivos entre
Dios y el hombre. Ambos viven desposeidos de todo
egoismo, aman con devocion y ternura, se sacrifican
sin regateos por sus ideales, por su amor.
De nuevo retornamos al tema del amor. Ya no dis-
cutimos si ese amor fue carnal o espiritual; hetero-
sexual, homosexual o asexual. No es ese ya el punto
de mira. El amor que nos preocupa ahora es ese sen-
timiento imponderable de darse sin tasa, que convierte
en gozo el sufrimiento; en ganancia la entrega; en
victoria el sacrificio. Valdelomar fue un amante, casi
diria, un amante vocacional. Su vocacién y su destino
fue amar. El odio no existe en la obra de “E] Conde
de Lemos”. A veces, si, la ironia, que alcanza los ni-
veles del humor. Nosotros hemos tenido muchos fes-
tivos, irénicos, satiricos: muy pocos humoristas. Val-
delomar es uno de ellos. En “Palabras” y “Didlogos
maximos” a menudo surge ese rasgo.
La obra de Abraham Valdelomar fue esencialmente
narrativa. Yo diria evocativa y confesional. Cada pa-
gina o episodio de su obra guarda intima relacion con
la propia biografia de su autor. Valdelomar fue un
447
extravertido por excelencia; no guardaba secretos ni
misterios salvo para desentrafiarlos, para revelarlos,
exhibiendo sus entrafias. La vida familiar, los vincu-
los domésticos, la modestia del hogar, la esplendidez
de sus propios triunfos, la dulzura de sus sentimien-
tos filiales y fraternales, todo ese material gloriosa-
mente poético, es la raiz y flor de su obra magnifica,
Pudo decir como Dario:

...Mi juventud monto potro sin freno...


...8i hay una alma sincera, esa es la mia...
.. Sentimental, sensible, sensitiva...

Como se marché tan pronto y tan repentinamente


de la vida, ha dejado, mas que un vacio, una inc6g-
nita y una inquietud. Atenderlas es ser fiel a su bella
leccién y a su estimulante ejemplo.

448
APENDICE

XXIV. EL ESPECTADOR: GLOSARIO


DE ALGUNAS GLOSAS

EN TORNO de Valdelomar ha ido creciendo, a partir


de Colénida, un denso y contradictorio oleaje de co-
mentarios. Generalmente, salvo anédnimas y pasajeras
diatribas, ha habido coincidencia en reconocer las
dotes excepcionales de su temperamento y de su es-
tilo. Aquél, su temperamento, fue calificado por lo
menos de singular y exquisito; éste, el estilo, de colo-
rido, tierno, plastico y poético. Aunque hubo consenso
en exaltar sus magnificas dotes de narrador y, por
tanto, de cuentista, cada dia se abre paso la version
que le otorga mayores virtudes al poeta. Si en el co-
mienzo hubo quienes negaron densidad lirica a sus
versos y los consideraron, como algtn escritor dijo,
“meros solfeos para componer la prosa’’, en la actua-
lidad se ha invertido el criterio, y nadie renuncia a
los versos de Valdelomar en aras de su prosa; se ad-
vierte entre ambos un misterioso consorcio, una ade-
cuacion perfecta que, por encima de los elementos
formales de la estrofa, identifica ambos modos de elo-
cucion, segtin se advierte, muy senaladamente, en mu-
chas de sus llamadas “prosas poéticas”’.
La exégesis de Valdelomar comienza durante su
vida. Podriamos citar entre los adelantados de esos
elogios encendidos, pero vigilantes, a Alberto J. Ureta,
Clemente Palma, César Falcén, Enrique Bustamante
y Ballividn, Ezequiel Balarezo Pinillos, Antenor Orre-
go, Alberto Ulloa Sotomayor, César Vallejo. Lo hicie-
ron inclusive en las notas necroldgicas, las cuales, tra-
449

j
tandose de artista tan personal, no podian desprender
al uno del otro. Nosotros mismos, el 29 de abril de
1918, esto es, en nuestros diecisiete anos, dedicamos
uno de nuestros primeros articulos criticos, insertos
en El Tiempo de Lima, a la aparicién del volumen
El caballero Carmelo. En aquel comentario, que con-
sumi6 muchas de nuestras jactanciosas horas de ado-
lescente, dominados por la lectura atin fresca de Cri-
tica profana de Julio Casares, pusimos el acento en
la adjetivacién del escritor, resaltamos el empleo de
varios calificativos, al modo de Eca Queiroz y de Valle-
Inclan, y creimos haber descubierto que en el fondo de
las entonces estrepitosas hazafias externas de Valde-
lomar, es decir, en las poses para asombrar al hombre
de la calle, palpitaba un alma sencilla, dulce, rural,
cuya “revelacién” exaltamos con ingenua petulancia
juvenil.
Por ese mismo tiempo, junio de 1918, se publica en
la revista Sudamérica la critica de “Maximo Fortis”
(o sea del entonces estudiante de ultimo afio de me-
dicina Juan Francisco Valega), también a propdsito
de El caballero Carmelo. Tuvo esa pagina la virtua-
lidad de despertar el sentimiento intimo de Valdelo-
mar y ponerlo en trance de confidencias. Valega pre-
tendia inducir a Abraham a que escribiese una novela
en la que fuese siempre tan sincero como hasta alli:
insinuacién que corre pareja por innecesaria a la que
nosotros formulamos al pedir mas sencillez a quien
en su hondén era la sencillez misma, aunque no lo
fuese en su conducta exterior.
Hubo después, a raiz del deceso de “El Conde de
Lemos”, un autorizado, severo y penetrante comenta-
rio: el de don Enrique Castro Oyanguren, en su dis-
curso de homenaje leido en la velada que organiz6 un
grupo de amigos, el 22 de febrero de 1920, y cuyo
producto crematistico dedicamos para imprimir Los
hijos del Sol. El discurso de Castro Oyanguren,
450
escritor vigoroso y castizo, podria considerarse la pri-
mera “cala’”’ en la personalidad y el estilo de Valde-
lomar.
Castro Oyanguren pertenecia a la Academia de la
Lengua. Era un hombre apacible, estudioso, purista.
Habia ejercido el periodismo y la catedra. Por su
relacion juvenil con Valdelomar le correspondia, de
derecho, pronunciar aquel discurso de orden. Su
Elogio, que ha sido recogido en el volumen Péginas
olvidadas,) es terso y hondo, revela simpatia y com-
prension. En é] define a Valdelomar como “ejemplo
de perfecto modernismo” y agrega refiriéndose a su
obra: “‘nada tan distante del concepto de clasicismo”.
Destaca la aficién de Valdelomar a la historia, aun-
que alejado de “cartularios” y documentos, aprecia-
cién que difiere en esencia de la de Basadre, el cual
desestima la veta historiografica de “El Conde de
Lemos’”’. Castro Oyanguren destaca los cuentos, en los
que, como en los discursos de Valdelomar, se percibe
un sincero e intenso “amor al Pert’.
Castro Oyanguren considera dichos cuentos como
“neorromanticos”, o sea distintos tanto del naturalis-
mo que todavia predominaba como del romanticismo
demasiado sentimental.
El producto de aquella velada de 1920 se destind,
segun dijimos, a editar Los hijos del Sol, pero el ma-
yor logro de ella sin duda fue aquella rendicion del
académico, representado por Castro Oyanguren, ante
las multiples facetas del artista recién sepultado.
Jorge Basadre, en sus “Equivocaciones. Viaje con
escalas por la obra de Abraham Valdelomar”, tenia
involuntariamente la riqueza tematica y sugestiva de
éste. Lo mas audaz que se lee en su trabajo es, sin
embargo, demasiado parco. “Con Valdelomar llega a

1 Enrique Castro Oyanguren, Paginas olvidadas, Lima,


Cervantes, 1920, pp. 293-319.
451
su madurez entre nosotros la literatura periodistica.”
Esto es insuficiente e injusto. M4s lo sera lo que dice
a continuacién: su regateo de los valores estéticos del
cuento valdelomariano, el desconocimiento de su poesia
y el justificable menosprecio de la parte histérica,
para excusarlo todo con la muerte intempestiva que
habria “impedido” a Valdelomar ser un “escritor de
vanguardia”. Con excepcién de lo respectivo a La ma-
riscala no hay en este juicio mucho de equitativo ni
de estimulante.2
Maridtegui, en plena lucha socializante, trat6 de
adecuar ésta a sus pretéritos gustos esteticistas y a
su amistad con un aristécrata de la vida y de la pluma
como fue ‘El Conde de Lemos”.
José Carlos presenté en “El proceso de la literatura
peruana’”’, publicado primero en la revista Mundial e
incluido después en el volumen Siete ensayos de inter-
pretacion de la realidad peruana, una silueta bastante
exacta de Valdelomar y el movimiento “‘colénida’, al
que el propio Mariadtegui pertenecié en calidad de her-
mano menor. La misma técnica de ese estudio revela
hasta qué punto conservaba en su espiritu la huella
del colonidismo el autor de La escena contempordnea.
En efecto, en vez de un examen total, prefirié los
analisis individuales, haciendo girar las épocas y las
tendencias en torno de personalidades; coincidencia
plena con la filosofia individualista, nada colectivista
ni socializante, que inspiré a Valdelomar y a su grupo.
Mariategui cuida de llamar a Colénida sélo una “‘in-
surreccién”, mas no una revolucién: es en gran parte
cabal, salvo que las orientaciones de vanguardia tuvie-
ron también su cuna en aquella “insurreccién’”. “Re-
clamaron sinceridad y naturalismo”, dice de los “co-

- Jorge Basadre, “Equivocaciones. Viaje con escalas


por la obra de Abraham Valdelomar”, La Opinién Na-
cional, Lima, 1928, p. 32.
452
eo
et ee ee
e Se eee

lénidas”, lo que introduce un concepto perturbador, el


ultimo, ya que el romanticismo o neorromanticismo
fue el tono predominante en Valdelomar, segtin acer-
tadamente lo ratifica Monguid. “La bizarria, la agre-
Sividad, la injusticia y hasta la extravagancia de los
‘colonidas’ fueron Utiles.”” Cumplieron una funci6n
renovadora. Sacudieron la literatura nacional, dice
Mariategui: expresiOn certera. Agrega que “el colo-
nidismo nego e ignoro la politica” a causa de “su
elitismo, su individualismo”: podria afirmarse igual,
_ pero por causa adversa. De toda suerte, en el centro
de aquel movimiento de insurreccién se coloca a Valde-
lomar. Fue su inspirador y gran capitan. La “perso-
nalidad recia y exuberante” de “El Conde de Lemos”
aparece sefialada sobre todo por el rasgo del humo-
rismo, pero un humorismo sin acerbia, sano, que en
ocasiones cay6 en un pesimismo al par tierno y amar-
go. Senala también con acierto “el panteismo”, “el
lirismo”, el caradcter fragmentario y el crecimiento
por “escisiparidad”’ de Ja obra valdelomariana; por
eso insiste en que “la gregueria empieza entre nos-
_ otros con Valdelomar’”’. De todas estas delimitaciones
surge limpia y rotunda la fisonomia sefiera de “El
Conde de Lemos’, Aunque con excesivas reticencias,
- explicables sdlo por la actitud de lider socializante y
antiliterario que, a pesar de sus propias esencias,
adoptaba en ese momento Mariategui, y que al pare-
- cer lo empujaban a mostrar algtn desacuerdo con su
~ mentor de la adolescencia, y con su propio pasado
mistico y definitivamente neorromantico.?
Querria decir que hasta 1928 no habia atin adqui-
rido plena vigencia el concepto que mas tarde ha de
florecer, devolviendo a tan singular artista, post mor-
tem, la preminencia que disfrut6 durante su vida.

3 José Carlos Maridtegui, Siete ensayos de interpreta-


— cton de la realidad peruana, Lima, Minerva, 1928.
4 453
,Cuestion de cercania? No lo creemos. Cuando vol-
vemos a leer el entusiasta comentario de Hidalgo
quien en 1918 lo llama “el primero de los escritores
peruanos”; + y de Ureta en 1919; y de Clemente Pal-
ma y César Vallejo también en 1919, debemos con-
cluir que en las apreciaciones de Basadre y Maria-
tegui incidieron ciertos prejuicios sociologizantes que
en poco contribuyen a limpiar de maculas la visién
literaria. Un escritor es lo que es o no Ssirve para
nada. Valdelomar fue un escritor que fue lo que quiso
ser.
Trascurren varios anos de funerario silencio en
torno de Valdelomar. Son los siguientes al derroca-
miento de Augusto B. Leguia y a la entronizacién de
sucesivas tiranias militaristas.
Aparece entonces, en 1940, el primer estudio orga-
nico sobre Valdelomar, debido a la pluma de un joven
escritor y maestro Luis Fabio Xammar (1913-1946),
miembro del grupo literario que, al iniciarse en la
vida universitaria, lanzara sucesivamente las revistas
Palabra y Tres. E) libro, tiulado Valdelomar, signo,
constituye la primera piedra de la revaluacién y res-
cate del gran escritor. Todos los miembros de ese
grupo, Estuardo Ntfez, Augusto Tamayo Vargas,
Alberto Tauro, José Alfredo Hernandez, Arturo Ji-
ménez Borja, seran desde entonces fieles propagan-
distas de la fama de “El Conde de Lemos’. Debemos
abonarselo en su cuenta.
El libro de Xammar parece ahora inseguro y resul-
ta incompleto. Sin embargo, nadie habia estudiado tan
sistematicamente a Valdelomar, ni nadie habia usado
sus escritos inéditos depositados en la Biblioteca Na-
cional. Como obra de juventud, adolece esta obra de
inevitables raptos de elocuencia; de cierta retérica in-

# Luis Fabio Xammar, Valdelomar, signo, Lima, Pa-


labra, 1940.
454 %"
evitable; de glosas fervorosas, a menudo lejos del
rigor critico; pero, a cambio de defectos tan veniales,
sobre todo si se atiende a la edad de quien los escri-
biera, el libro ofrece una visién cabal del autor de
El eaballero Carmelo, a quien se aplican ahi los car-
tabones de una incipiente critica estilistica, aunque
mucho mas impresionista que otra cosa.)
Para Xammar, el movimiento Colénida repre-
senta el auge del modernismo, pero, al par, el des-
cubrimiento de la mas intima entrafia del Pert cos-
teno. Analiza con uncién la vertiente infantil que
Valdelomar conserv6 siempre en carne viva, su amor
al hogar; su fervor peruanista; su compenetracién
con el paisaje provinciano, todo lo que hasta hoy
forma el meollo del arte literario del autor de La
mariscala.
Desde luego, a la luz de nuevos documentos, de
nuevas lecturas, de nuevos métodos de critica, la
visidn de Xammar ha sido superada, pero casi todo
lo que hoy se trata al respecto esta ahi, citado de
larva o expresamente en espera de que quien lo re-
examinara, corroborara y reivindicase.
Del libro de Xammar parten varias sintesis, en es-
pecial la de Tauro en sus EHlementos de literatura pe-
ruana (Lima, Palabra, 1946) y Tamayo Vargas (La
literatura peruana, Lima, 1946), asi como en parte,
ayuddndonos de nuestra propia experiencia, el capi-
tulo ad hoc que figura en el tomo v de la primera
edicién completa de mi obra La literatura peruana
(Buenos Aires, Guarania, 1951). Dos afios después,
en mi Proceso y contenido de la novela hispanoame-
ricana (Madrid, Gredos, 1953, p. 247 etc.), tratamos
de realzar, en medio de un vasto conjunto de narra-
dores, el valor sui géneris de los cuentos de “E] Conde

5 Luis Fabio Xammar, Valdelomar, signo, Lima, Pa-


labra, 1940.
455
de Lemos”. El criterio vigoroso de Luis Monguid, en ©
La poesia postmodernista del Pert (México, FCE,
1954), diametralmente opuesto al de Castro Oyan-
guren, sostiene que Valdelomar fue un “modernista
terminal’, o sea que, siendo “producto del moder-
nismo peruano”, utiliza temas ajenos a los modernis-
tas y se lanza en busca de otros caminos, por lo cual
Colénida habia sido un hecho simbdélico (pp. 27-33).
Segin Castro Oyanguren Valdelomar fue un “moder-
nista perfecto”.
Mario Castro Arenas, que ha dedicado interesantes
trabajos periodisticos a nuestro autor, se ocupa de é]
con cierta latitud en su libro La novela peruana y la
evolucién social (Lima, Ediciones Cultura y Libertad,
1964), no obstante de que (salvo en su ensayo histo-
ricobiografico La mariscala, los embriones de La ciu-
dad muerta y La ciudad de los tisicos) el cuento (y
la novela) es el género predilecto de ‘‘El Conde de
Lemos”, empero algunos criticos como Zubizarreta y
Escobar, insinian que el cuento valdelomariano tiene
aspectos de novela corta: de hecho el propio autor las
llamaba asi, novelas, cuando se referia a ellas en su
epistolario de 1913. Castro Arenas analiza somera-
mente los elementos exotistas de tales obras y reitera
la ubicacién literaria de Valdelomar con la expresién
de que usaba “el procedimiento modernista del. epis-
tolario” especialmente en La ciudad muerta. Luego se
detiene a senalar ciertas influencias en la primera
etapa esteticista de Valdelomar (pp. 141-152). En la
segunda etapa de la narrativa de “El Conde de Le-
mos”, denuncia Castro el abandono del exotismo y el
apegamiento a ciertos modos y temas criollos, des-
provistos del “manierismo retérico” que recargaba las
primeras producciones juveniles,
Estuardo Ntfiez, que tanto ha hecho por la difusién
y mantenimiento de la obra de Valdelomar y que ha
contribuido decisivamente a revelar aspectos descono-
456
_cidos de ella, segin se ha visto en el texto de este
libro, reune algunas de sus observaciones, dandoles un
caracter unitario, en su libro La literatura peruana
en el siglo Xx (México, Ed. Promaca, 1965). Alli ex-
pone sus ideas al respecto en la forma sobria y acaso
demasiado rigurosa que, profesoralmente, acostumbra.
Para Nufiez (pp. 76-79) Valdelomar se caracteriza por
haber insurgido “contra el academismo” y porque su
obra, a pesar de ser corta, ha sido de las mas influ-
yentes y dio vida “no(a)una escuela” sino(a) un mo-
vimiento’’, en lo que se repite a Mariadtegui.
En su primera edicién de La narracién en el Pert
(Lima, Letras peruanas, 1956) y mas particularmente
en la segunda (Lima, Juan Mejia Baca, 1960),
Alberto Escobar ubica con mayor claridad la figura
y obra valdelomariana. Aparte de un rapido apunte
en el prologo, hay una nota biocritica, al pie del pri-
mer cuento seleccionado, en cuya nota no vacila en
calificar al autor de Los ojos de Judas como el “per-
sonaje central de un periodo que ha impreso rumbos
en la marcha de la narracién peruana’”’. Afirma que
“el sentido de su obra en el proceso literario de este
‘siglo se plantea a la critica en términos apasionan-
tes”. Ademas, llama a Valdelomar “poeta de sensi-
bilidad exquisita’”’, lo cual representa un indudable
avance sobre los conceptos enteros vigentes hasta en-
tonces. Si recordamos lo dicho por Mariategui, Basa-
dre, Castro Oyanguren y “Maximo Fortis’, se adver-
tira que ninguno de ellos puso atencién en lo que, a
nuestro criterio, representa lo mas caracteristico de
“El Conde de Lemos’, esto es, su afirmacion lirica,
su condicién de poeta por encima de todo.
En medio de ambas ediciones se debe considerar el
valioso prélogo de Tamayo Vargas al tomo Cuento y
poesta (Lima, Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, 1959), en el que traza un cuadro bastante
complejo de la época valdelomariana, haciéndola girar
A57
en torno de su escritor mds representativo. Tamayo
sefiala los perfiles del estilo y la tematica del autor de
“El caballero Carmelo’, y se reafirma en el juicio
de que Valdelomar encarné a cabalidad el postmoder-
nismo peruano.
En cierto modo era una respuesta a Luis Monguio
y una refrendacién a Castro Oyanguren. El critico
espafiol presenta el movimiento en sus diferentes pel-
dafios y facetas, tratando de rememorar y hasta ac-
tualizar su proceso, a fin de que escritos y escritores
surgieran como frutos naturales de aquel juego de
potencias y vocaciones. La figura de Valdelomar se
destaca en el libro de Mongui6é en toda su pureza con-
trastandola en cierto modo con la de Vallejo, de quien
aquél fuera heraldo y bautista. Todos coinciden en
que el cuento valdelomariano abre una nueva trocha
dentro de la narrativa neocriolla y en que su acen-
drado y tierno lirismo infunde una auténtica vita
nuova a las letras del Pert.
Un coterraneo de Valdelomar, el senor C. Angeles
Caballero, ha publicado un libro informativo (Valde-
lomar; su vida y su obra, Ica, Universidad, 1961). En
él se aportan algunos datos interesantes en especial el
programa de la jira por el norte del Perti en 1918;
no asi las inferencias cronolégicas acerca del dia del
nacimiento, que estan equivocadas a causa del error
de un pendulario parroquial, tan inseguro como mu-
chos de sus congéneres de ese tiempo. Angeles divide
el libro en biografia, planteamientos literarios y an-
tologia. E] examen estilistico es de tipo diddctico, mas
que critico. El libro reproduce con provecho algunos
recortes de periddico muy ttiles para esclarecer la
vida de “El Conde de Lemos”, entre ellos, los relati-
vos a su deceso.
Probablemente los estudios mds profundos y finos
acerca del arte valdelomariano sean los debidos a

458
Maureen Ahern y a Armando Zubizarreta. Maureen
Ahern, estudiante norteamericana de la Universidad
a) de San Marcos, se compenetré del estilo de “El Conde
de Lemos’, y traz6 de él una silueta literaria inolvi-
dable en su trabajo Mar, magia y misterios en Valde-
lomar (Anexo 5, Sphynizx, Lima, 1960); Armando
Zubizarreta, después de ensayarse en varias calas
parciales, ha elaborado el libro Perfil y entrana
de “El caballero Carmelo” (Lima, Universo, 1968)
que es un vigoroso plinto para la figura mas discu-
tida y mas eximida de la prosa peruana de nuestro
siglo.
La sencillez pristina; el amor filial; la identifica-
cidn permanente con su madre; la consustanciacién
con la naturaleza (vegetal o animal) de la provincia
nativa; exaltado concepto de la belleza; la intrasfe-
rible ternura; los secretos de su adjetivacién plastica
y a veces musical, siempre multiple; las analogias
entre el Carmelo y don Quijote; ciertos supuestos
resabios de estilo caballeresco en aquel gallo epénimo,
todo eso ha sido analizado en buidas, aunque a veces
demasiado verbalistas, paginas por Zubizarreta. Ahern
ha insistido en tres conceptos fundamentales no solo
en el caso de Valdelomar, sino en el de la tierra natal
de éste: el mar, que meci6é su nifez en San Andrés de
los Pescadores y que constantemente reaparece en
versos y prosas; el misterio, que lo acerca permanen-
temente a la muerte, y la magia, fruto de lo que po-
driamos denominar supersticiones vitandas de la tierra
iquefia. De tales elementos —mas la infancia a flor
de piel— resulta un compuesto estético de una cali-
dad realmente excelente y de inconfundible persona-
lidad.
Dejo de lado las apreciaciones insertas en diarios y
revistas, muchas de ellas valiosas, asi como las antolo-
gias y los comentarios extranjeros, entre ellos los muy
elogiosos de Pedro Henriquez Uretia (Las corrientes
459
‘a
7

literarias en la América Hispdnica, México, 1949);


de Max, hermano de éste (Breve historia del moder-
nismo, México, 1955), cuya autoridad es inutil re-
saltar. La obra de “El Conde de Lemos” crece con
los afios, segtin la frase de Choquehuanca saludando
a Bolivar, “como la sombra cuando el sol declina’”’.

El conde de Lemos
visto en 1917 por el autor.
INDICE

EPCOT GIG Gam re a Md Sie ein oe, ge ee


. “En Ica, Hincha la Bota y Pica” .......
. Y la alegria nadie mas la supo ensefiar ..
. La capa del estudiante (1904-1912) .....
waies We teens aaoe— hse oS ee
see veeenets (1910-1991) oe ae
bit OME heLe Se ee ids
. Noticias del Peri (1913-1914) ........
. El doloroso retorno a “Siké”’ (marzo-
BOOS MER LA Vie rey oeiaca cis ivtres Se tadts. 2 Oped
SARIN ATSC Alas wom, len tl tks oe a cree
. Intermezzo primero (1914-1916) .......
. 1916: VariacioOn sobre el mismo tema ...
. Colénida: El] derecho al placer y la liber-
CAT Oe TOATATSO aceite Moe Ses Hees dtc 209
. Polémicas, “fuegos fatuos” y opio (marzo-
PUTCO SIE el tie in PAE I osoo, vince
PUMISNUNeVO -ELOMeTeOn CHOIGis. 22's 4.0
SLNLCEINEZ7Z OR SCO MIMGO, Seeeaats
fn nica sols shius
. Afio primero de “El Caballero carmelo”’
(enere-iayy, A9TBV re ones ys bo be the
. Tu duca, tu maestro, tu signor (mayo-
ORCA AAOLe toe asi, 2 on Re ae pn Ce 308
. ¢Gaona, el inefable o Belmonte, el tra-
1 COp Meee Ee are rts nln gale es hsurpa ele
oe Lis aeOre ed SOL is cam capes 3 e.0 ooo ole
. En el mundo de “neuronas” y otras filo-
CORBSIIG). coWaei gery he. oma: lk Ree aaa ea
DW INUestras vidas: SON) LOS FIOS: . 42 2 1a.)
. “Finis desolatrix veritas” (agosto-no-
MICHIEO MLO UO hae cM dena AG) oly myst oie 02 oie
. Lo que el] viento nos dejé ............:
OS er
Este libro se acabo de imprimir
el dia 31 de julio de 1969 en los
talleres de EDIMEX, S. DE R. L.,
Andrémaco 1, México 17, D. F.
siendo Director del FCE el Lic.
Salvador Azuela. Se tiraron 6 000
ejemplares y en su composicion se
utilizaron tipos Century de 9:10 y
8:9 puntos. La edicidn estuvo al
cuidado del autor y de César Ro-
driguez Chicharro.

EJEMPLAR Neo 2066


a ioe
ALVERNO COLLEGE LIBRARY
Valdel
106538 na

0 College Library
lee Wisconsil
La COLECCION POPULAR significa (iia™
un esfuerzo editorial —y se (i
cial— para difundir entre nu-
cleos mds amplios de lecto-
res, de acuerdo con normas de
calidad cultural y en libros de precio accesi-
ble y presentacion sencilla pero digna, las
modernas creaciones literarias de nuestro 4
idioma, los aspectos mds importantes del x
pensaimiento contempordneo y las obras de _ |
interés fundamental para nuestra América.

LUIS ALBERTO SANCHEZ + VALDELOMAR


Sélo Luis Alberto Sanchez, amigo de Valdelomar y de casi
todos los escritores peruanos que nacieron en las postrimerias
del siglo xn (Vallejo, Mariategui, Falcon...) podia habernos
dado —con su proverbial amenidad y su rigor exento de
pedanteria— un fresco del Perd cuando éste “sufria” la =
influencia de Europa —{ de Francia ?— de antes y de poco v
después de la primera Guerra Mundial (1914-1918): vanguar- c
dista, contradictoria y decadente. Valdelomar simbolizé6, en ~
el Peri, sustancialmente, ese espiritu: el de la belle époque.
Con el Valdelomar poseur y hedonista convivié el estoico,
codeandose con el Valdelomar que incursiona -——con increfbles
atisbos— en la estética o en la tauromaquia —Belmonte e
tragico—, figura el autor de un centén de cuentos —Lo
hijos del Sol—, de un nutrido haz de poemas, de un conjunt
de articulos y ensayos, de varias obras dramaticas —L
Mariscala, Verdolaga...—, dignos, casi siempre, del ma
encendido elogio.
El libro de Luis Alberto Sénchez es el relato emocionado, e
simpatia de la vida de un hombre —espejo de su época
y el estudio de su obra realizado con seriedad y hondur

(Dibujo de la portada Aubrey Beardsley)

FONDO DE CULTURA ECONOMICA


MEXICO

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