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La Ira

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LA IRA, EL MIEDO Y LAS FAKE NEWS

Tomás Pérez-Acle

Biólogo computacional, investigador Fundación Ciencia & Vida y profesor, Centro Interdisciplinario de
Neurociencia de Valparaíso, U. de Valparaíso

“Miente, miente que algo queda” dice un viejo refrán que es tan antiguo como la mentira misma. Utilizado a lo
largo de los años por variopintos personajes históricos como el faraón Ramsés, Alejandro Magno y Voltaire, hace
referencia a una técnica propagandística que busca establecer como cierta una propuesta falsa.

El mismo Goebbels, ministro de propaganda de Hitler, acuñó su propia versión indicando que “si se dice una
mentira suficientemente grande, y se repite continuamente, la gente comenzará a creerla”.

Pese a la derrota nazi, la idea de la mentira sistemática como estrategia de propaganda subsistió. Hoy la podemos
reconocer en el periodismo amarillista y en las políticas de postverdad. En ambos casos, el objetivo es el mismo:
desinformar o engañar a las personas de forma deliberada, apelando no a los argumentos, sino a las emociones.
Si bien es un fenómeno de larga data, el reinado de las redes sociales ha creado un terreno fértil para las noticias
falsas o fake news.

Mientras que para producir una noticia falsa a través de los medios tradicionales se requiere de la acción
concertada desde fotógrafos hasta editores, para hacerlo en las redes sociales sólo hace falta un teléfono
inteligente y una conexión a internet.

Hoy, más del 66% de las personas del mundo posee un dispositivo móvil con conexión a internet. Por ende,
producir noticias, sean estas falsas o no, es tan habitual que muchos “caza noticias” reportan directo desde sus
dispositivos móviles. Esta hiperconexión ha creado un fenómeno nuevo donde nuestra vida digital está compuesta
mayoritariamente de quienes piensan como nosotros, creando la llamada “cámara de eco digital” (Tornberg P,
PLoS One 2018).

Más aún, a pesar de nuestra conexión continua, cuando buscamos información en la red tendemos a buscar sólo
aquello que confirme nuestras creencias, guiados por sesgo de confirmación (Waldrop MM, PNAS 2017). Este
comportamiento se extrema en el caso de los más jóvenes, para quienes, querámoslo o no, la vida digital cobra
tanta o más relevancia que la física. Esta es la vía de expresión, comunicación y entretención preferida, siendo
además la fuente fundamental de información. De este modo, las redes sociales crean el escenario ideal para la
dispersión de fake news, mutando y reproduciéndose de forma vertiginosa.

¿Cuánto más rápido se mueve una fake news respecto de una noticia verdadera? Un trabajo reciente publicado
en la revista Science (Vosoughi S, et al 2018) estudió la dispersión de aproximadamente 126.000 fake news en
EE.UU. (entre 2006 y 2017) a través de redes sociales. La conclusión fue lapidaria: mientras que una noticia
verdadera llega en promedio a 1.000 personas, una fake news llega fácilmente a 100.000, y lo hace en un tiempo
menor. Este comportamiento, concluyen los investigadores, se debe a que las fake news explotan la sorpresa,
basándose en las emociones, principalmente la ira y el miedo.

Al ser tocados emocionalmente por una fake news, necesitamos hacer algo y creemos que, al compartirla, nos
hacemos parte de la solución. Es así como, al moverse, éstas lo hacen resonando en nuestras cámaras de eco,
remarcando su veracidad: “Si todo el mundo lo dice, ¡debe ser verdad!”.
En las pocas ocasiones en que tratamos de validar una noticia, buscamos “fuentes externas” que muchas veces
pertenecen a nuestras cámaras de eco, o peor aún, son fuentes seleccionadas por nuestro sesgo de confirmación.
Estas características convierten a las fake news en un fenómeno de comunicación que puede influenciar nuestra
vida de manera brutal. Ejemplo de esto son los movimientos antivacunas o el terraplanismo. Por un lado, negando
toda la evidencia científica, las fake news han promovido que las vacunas causan condiciones como el autismo.
Por el otro, se argumenta que una conspiración mundial nos ha convencido de que la Tierra es redonda.

Lamentablemente, desde que comenzó el estallido social, las fake news se han apoderado de nuestras redes
sociales y lo han hecho apelando a la ira y al miedo, como armas fundamentales. Así, amplifican la exaltación de
nuestra sociedad, nutriéndose de la indignación provocada por la falta de visión política y la violencia impune.

En este escenario, nadie gana. Si queremos lograr el tan anhelado nuevo pacto social que proyecte a Chile a un
desarrollo justo, hay que reconocer y descartar las fake news. Para esto, es fundamental resistir la tentación de
viralizar todo lo que nos llega, particularmente aquello que nos causa emociones profundas. Debemos aplicar
pensamiento crítico, luchando contra nuestro sesgo de confirmación para salir de nuestras cámaras de eco, y así
buscar fuentes externas que nos entreguen una mirada amplia. Así daremos un pequeño pero necesario paso para
abrir el camino conducente al diálogo. Un diálogo que permita corregir las injusticias que nos llevaron a la actual
crisis social, sentando las bases para un nuevo Chile: el Chile de todos.

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