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Noticia Peste Negra

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La peste negra: relatos de la plaga medieval que azotó a Europa

Expandida durante el siglo XIV, la epidemia difundida por las rutas comerciales cobró la vida de al menos un
tercio de la población europea. Las malas condiciones de higiene, una medicina precaria y alimentación
deficitaria fueron factores clave en su incidencia. La enfermedad golpeó las estructuras sociales, como a la
Iglesia, y fue un antecedente para los cambios que vendrán en el siglo siguiente con la formación de estados
nacionales y el renacimiento.

Felipe Retamal N. 17 Mar 2020 02:13 pm La Tercera

El Triunfo de la Muerte, óleo de Pieter Brueghel el Viejo

Llevaban varios días de asedio. Pese a que los proyectiles disparados desde las catapultas de los mongoles
golpeaban con furia los muros de Caffa, un floreciente enclave comercial genovés en el Mar Negro, no
conseguían someterlo. Pero la frustración era lo de menos. Al poco tiempo, las fuerzas de los atacantes
comenzaron a flaquear. Los hombres caían enfermos, desarrollaban unas enormes ampollas negras (bubones)
en el cuello, ingle y axilas que al romperse despedían un olor nauseabundo. Fallecían sin más. Era la peste
bubónica. Por el color de las heridas, pronto tomó un nombre más aterrador: la peste negra.
Ahora eran los mongoles los sitiados por un enemigo invisible que consumía sus fuerzas. Desesperados por
salir, al estar ubicados entre el mar y la ciudad que intentaban conquistar, optaron por una solución radical.
Según el cronista genovés Gabriele de Mussis, los rudos guerreros de las estepas asiáticas cargaron sus
catapultas con los cadáveres de los muertos y los lanzaron a la ciudad. Algo así como el primer ataque
bacteriológico de la historia.
La pestilencia fue tal, que la plaga se diseminó entre la gente. El hedor de los cuerpos en descomposición,
propios y ajenos, era insoportable. Unos pocos consiguieron huir de vuelta a la península itálica. Pero llevaban
consigo una enfermedad que entre 1347 y 1353 d.c, se cobraría la vida de buena parte de la población
europea. Los cálculos difieren por la dificultad de no contar con cifras claras: unos afirman que falleció un
tercio de la población europea. Pero el historiador noruego Ole J. Benedictow estima que hasta el final del
siglo XIV murieron 50 millones de personas, lo que equivale, más menos, a un 60% del total de los habitantes
del Viejo Mundo.
Los expertos coinciden en que la peste negra entró a Europa desde la actual Italia. Desde allí se propagó muy
rápido por aquellas zonas cercanas al mar mediterráneo, debido al contacto comercial. Luego avanzó, feroz y
mortal, hacia el centro del continente.
“En realidad hubo varias vías de contagio, efectivamente por el comercio -explica a Culto la historiadora y
medievalista, Ana Luisa Haindl-. El comercio entre Europa y Oriente era muy fluido, sobre todo a raíz de las
Cruzadas, y habitualmente a través de Constantinopla”.

“A pesar del relato del enfrentamiento entre mongoles y genoveses, esa no puede haber sido la única forma
de contagio -agrega Haindl-. En Italia la peste fue propagándose de sur a norte. Y los primeros casos en cada
país suelen ser en los centros portuarios, como Messina en Italia o Marsella en el caso de Francia”.
San Sebastián sacando un bubo de peste. Detalle de los murales de la Capilla de San Sebastián, Lanslevillard,
Francia. Anónimo francés del siglo XV.

Un mundo sin respuestas


Cuando la peste llegó a la ciudad de Florencia, en
1348, rápidamente se propagó. Algunos se
encerraron en sus casas, otros paseaban por la
ciudad con flores aromáticas para inhalar debido al
fuerte olor a podredumbre. La cantidad de
muertos fue tal, que como cuenta el escritor
florentino Giovanni Boccaccio en su libro El
Decamerón, las iglesias no contaban con espacio
suficiente para recibir los cuerpos, por lo que hubo
que excavar grandes fosas comunes. Y eso que
eran los más afortunados de la sociedad. En los
barrios populares, a los muertos simplemente los
arrojaban a la calle.
Entre la manifestación de los primeros síntomas, y la muerte, no pasaban más de tres días, según Boccaccio,
testigo de primera mano de la emergencia. En su relato describe las grandes manchas negras que aparecían en
los muslos, brazos y zonas de los ganglios. Era la señal de que el virus había invadido el sistema linfático.
“Eran pocos los que curaban sino que casi todos antes del tercer día de la aparición de las señales antes dichas,
quién antes, quién después, y la mayoría sin alguna fiebre u otro accidente, morían”, se lee en El Decamerón
texto publicado en 1353, después de ocurridos los sucesos. Este narra la historia de un grupo de jóvenes que
se refugia en una villa en las afueras de la ciudad, y que para pasar el tiempo, se relatan historias.
Con los años, la investigación científica estableció que la plaga era una enfermedad transmitida por los
animales a partir de un bacilo llamado Yersinia Pestis. Este era transmitido por las pulgas de las ratas, comunes
en las ciudades. Ello explica, en parte, por qué llegó desde las estepas asiáticas a Europa -como el caso de los
mongoles que sitiaron Caffa- y su rápida proliferación.
“Los pueblos de las estepas se habrían contagiado fuertemente porque usaban pieles de animales sin curtir
para vestirse -explica Ana Luisa Haindl-. Entonces, la transmisión de pulgas, agente transmisor de la Peste, era
inevitable. De hecho, hoy los científicos no culpan tanto a las ratas del contagio de la peste, sino más a las
pulgas, presentes no sólo en los roedores, sino también en otros mamíferos”.
Las costumbres de las sociedades tampoco ayudaron mucho para contener la peste. “Las ciudades europeas
solían ser de aproximadamente 40 mil habitantes. Hay que pensar que las ciudades más grandes de la época
eran orientales: Damasco o Constantinopla, con un millón de habitantes -explica Haindl-. Sin embargo, la
forma en la que vivía la gran mayoría de la población, era de unas condiciones de hacinamiento e higiene
bastante precarias para nuestros parámetros actuales”.
“La gente en esos días no tenía la costumbre de lavarse las manos, tampoco el baño era a diario -agrega la
medievalista-. La ropa se usaba varios días seguidos, la gente vivía en casas pequeñas, a veces con una sola
habitación, albergando un grupo familiar completo, muchas veces conviviendo con animales domésticos y
ratas.Hay que pensar en ciudades sin alcantarillado y casas sin baño. Todo eso crea condiciones muy adversas
para evitar la propagación de una peste”.
Giovanni Boccaccio
Además, la medicina de entonces en realidad era más bien un compendio de remedios caseros y brebajes
varios elaborados sin mayor rigor científico. Es decir, no estaba preparada para enfrentar una peste muy
contagiosa. “Y para curar tal enfermedad no parecía que valiese ni aprovechase consejo de médico o virtud de
medicina alguna; así, o porque la naturaleza del mal no lo sufriese o porque la ignorancia de quienes lo
medicaban (de los cuales, más allá de los entendidos había proliferado grandísimamente el número tanto de
hombres como de mujeres que nunca habían tenido ningún conocimiento de medicina) no supiese por qué era
movido y por consiguiente no tomase el debido remedio”, escribe Boccaccio.
“La medicina medieval era muy precaria –explica Ana Luisa Haindl-. No sabían qué provocaba la enfermedad y
mucho menos, cómo curarla o prevenirla. Se usan brebajes de hierbas y piedras preciosas, a veces metales
pesados, sangrías para bajar la fiebre, pomadas para neutralizar el ‘veneno’ de los bubones. Eran prácticas
más perjudiciales que sanadoras. Algunos médicos acertaron con algunas medidas como el uso de mascarillas
o los medios para purificar el aire. Por ejemplo, se cuenta que el Papa Clemente VI se salvó, porque se
mantuvo aislado y rodeado de fogatas con hierbas aromáticas”.

Otro factor clave, es comprender que la peste llega al Viejo Mundo en plena explosión demográfica. Esta fue
propiciada por la mejora en el rendimiento agrícola, gracias a la rotación trienal de cultivos, el uso de nuevas
formas de arado y aperos de hierro. Sin embargo, tras siglos de guerras, invasiones y otras pestes, la población
en general todavía está mal nutrida, lo que facilitó el contagio en organismos con malas defensas naturales.
“Las condiciones del modo de producción feudal, que podían fomentar un cierto progreso técnico, pero que
impedían con toda probabilidad sobrepasar un cierto nivel de mediocridad, no permitían los suficientes
avances cualitativos de la producción agrícola como para responder a las necesidades del crecimiento
demográfico -explica el célebre medievalista francés Jacques Le Goff en su clásico La civilización del occidente
medieval (Paidos, 1999)-. El aumento del rendimiento y del poder nutritivo de las cosechas continuaba siendo
escaso”.

La ira de Dios
Si una emoción era compartida entre la gente de la Europa medieval, era el temor. “Las matanzas de las
invasiones bárbaras, la gran peste del siglo VI, las terribles hambrunas que se repiten de vez en cuando
mantienen la angustiosa espera: mezcla de temor y de esperanza pero, principalmente y cada vez más, miedo,
pánico, terror colectivo. El Occidente medieval, en esa espera de la salvación, es el mundo del miedo
ineludible”, escribe Le Goff.
Por ello es que la idea de un inminente fin del mundo y la llegada de un anticristo eran comunes en la época.
Ello permitió el surgimiento de varias corrientes de pensamiento como el milenarismo, que aspiraba a la
realización de la dicha eterna, en la tierra. También surgieron movimientos como lo cátaros, quienes
propugnaban la idea de la salvación a partir de la vida ascética lejos del mundo material, y cuestionaban a la
Iglesia Católica, quien los combatió con todo su poder al considerarlos herejes.
“Estos tiempos de crisis, donde no sólo hubo peste negra, sino también muchas guerras y en las décadas
anteriores (1314), graves hambrunas; son vistos como tiempos
apocalípticos -explica Ana Luisa Haindl-. Ya en el siglo XII se habían
desarrollado con fuerza las ideas milenaristas (el autor más importante e
influyente fue Joaquín de Fiore): el Fin del Mundo está cerca y la
Segunda Venida de Cristo es inminente. Las calamidades se interpretan
como indicios apocalípticos y algunos líderes son vistos como
encarnaciones del Anticristo. La idea de que la peste es un castigo por los
pecados está muy difundida”.
El mismo Boccaccio en El Decamerón deja entrever la idea de la aparición
de la plaga en Florencia como un designio divino. “Llegó la mortífera
peste que o por obra de los cuerpos superiores o por nuestras acciones
inicuas fue enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios para
nuestra corrección que había comenzado algunos años antes en las
partes orientales privándolas de gran cantidad de vivientes”.
“Desde el punto de vista espiritual, surgen varias reacciones ante la
Peste: algunos aumentan su fe y rezan más que nunca. Pero, este
aumento de la fe, cuando no es bien encauzado, puede caer en prácticas
fanáticas e incluso heterodoxas, como los famosos flagelantes que
recorren Europa, predicando el fin del mundo, ayunando y
protagonizando autoflagelaciones públicas”, detalla Haindl.
La iglesia católica ya venía golpeada por cismas internos y el cuestionamiento a la autoridad papal, debido a la
ostentación y el vínculo con el poder político de reyes y señores feudales. “Algunas personas irán
desarrollando un pensamiento crítico mayor, que los llevará, más adelante, a cuestionar los dogmas y
autoridades religiosas, que llevará a la Reforma Protestante, pero también al Humanismo del siglo XV y XVI
(que es muy católico) y a la Contrarreforma del siglo XVII”, agrega la medievalista.

-En una sociedad como la medieval con fuerte presencia de la religión en su mentalidad ¿cómo afectó la
peste a la Iglesia?
-La religión se vio muy afectada. En primer lugar, mueren muchos sacerdotes, monjes y monjas (murió gente
de todas las edades y estamentos. El clero no fue la excepción). Al haber menos clérigos, la gente recibió
menos asistencia espiritual (además hubo casos de clérigos temerosos que no se atrevían a dar la comunión ni
hacer misa). Al disminuir la cantidad de sacerdotes, durante un tiempo, las exigencias para ordenarse
disminuyeron, lo que repercutió en la formación de los nuevos sacerdotes. Esto, sumado a otros problemas
que había en la Iglesia (hubo una importante crisis de la autoridad papal, el Cisma de Occidente, en las décadas
siguientes), contribuyó a un fuerte desprestigio de la jerarquía eclesiástica.

Una nueva era


Las grandes casas y algunos palacios quedaron vacíos. La gente dejó de asistir a misa, y según Boccaccio, los
nobles se quejaban de la falta de servidumbre. Pero poco a poco, por ensayo y error, los europeos comenzaron
a superar la plaga. Aunque algunos en su frenesí, culparon a las minorías étnicas por el mal, fueron medidas
como la quema de ropajes de personas infectadas, el aislamiento y otras tantas, las más efectivas.
“Cuando la Peste volvió, estacionalmente y más localizada, algunos ya se habían hecho inmunes -detalla
Haindl-. Por eso, la mortandad de 1348 llegó al tercio de la población europea. De ahí el nombre de ‘Gran
Mortandad’ que se le dio en la España Medieval, por ejemplo”.
Para Le Goff, este episodio impulsa la crisis terminal del medioevo. La constante disminución de la mano de
obra, agravada por la peste, acelera una transformación que será antecedente para la creación de las estados
nacionales, y con ello, procesos como los viajes de exploración geográficos que, entre otros, traerán a Cristóbal
Colón al Nuevo Mundo.
“Esa crisis favorece y acentúa la evolución anterior hacia la centralización del Estado. Prepara la monarquía
francesa de Carlos VII y de Luis XI, la realeza inglesa de los Tudor, la unidad española de los Reyes Católicos y el
advenimiento casi general, sobre todo en Italia, del ‘príncipe’”, escribe el historiador.
También traerá otras consecuencias. El fuego de las hogueras públicas será más vivo que nunca. “Después de
la peste negra, la conciencia más o menos clara que tiene la Iglesia de la puesta en tela de juicio de su papel
ideológico la conduce a ese endurecimiento que se manifestará en la caza de brujas y, más en general, en la
difusión del cristianismo del miedo”, explica el autor.
Sin embargo, entre los más ilustrados, la crisis impulsará un despertar creativo. Tal como lo hizo el mismo
Boccaccio y otros contemporáneos suyos como el poeta Francesco Petrarca -quien perdió a su esposa por la
peste-, el pintor El Giotto, Dante Aligheri -un poco antes-, entre otros. El comercio favoreció la llegada de ideas
y textos difíciles de hallar en occidente y para el siglo siguiente, surgieron corrientes como el Humanismo y su
expresión artística, el Renacimiento, en que se lucieron nombres como Rafael Sanzio, Miguel Ángel, y el
“hombre universal”, Leonardo da Vinci.

-¿Es posible relacionar el origen del Renacimiento con las consecuencias de la peste en Italia?
-Por supuesto que influyó -explica Haindl- No es casualidad que una de las primeras obras de las que hablamos
cuando hablamos de Renacimiento Italiano es El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, que precisamente se
desarrolla en Florencia, en plena Peste Negra. Este pensamiento crítico también es válido desde el punto de
vista del arte y la literatura.
“Sin embargo -agrega- el Renacimiento en Italia también se desarrolló por otros motivos: tiene que ver con
una evolución cultural que vivía Italia, cuyos precursores son Fra Angélico en el Arte y Dante Alighieri y su
Dolce Stilo Nuovo en la Literatura. También influye la situación económica del norte de Italia (los famosos
mecenas, como los Médicis) y la influencia cultural bizantina, entre otras cosas”.
Si antaño el muerto era transportado directo desde su cama a la sepultura con el rostro expuesto, desde esta
era se le lleva cubierto. Hacia el final del medioevo hay un retroceso ante la muerte. Una reverencia ante el
dolor. Como si hubiese querido que le creyeran, Boccaccio no dudó en expresar su sentir por lo rápida y
implacable de la plaga, acaso como una expresión del final de los tiempos, que se creía venir.

“¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que
Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y
amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo!”.

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