Hamlet Adaptación
Hamlet Adaptación
Hamlet Adaptación
Por
William Shakespeare
Adaptación: Mayra Itzel Gómez Criollo
PERSONAJES
CLAUDIO, Rey de Dinamarca.
GERTRUDIS, Reina de Dinamarca.
HAMLET, Príncipe de Dinamarca.
FORTIMBRÁS, Príncipe de Noruega.
LA SOMBRA DEL REY HAMLET.
POLONIO, Sumiller de Corps.
OFELIA, hija de Polonio.
LAERTES, hijo.
HORACIO, amigo de Hamlet.
VOLTIMAN, cortesano.
CORNELIO, cortesano.
RICARDO, cortesano.
GUILLERMO, cortesano.
ENRIQUE, cortesano.
MARCELO, soldado.
BERNARDO, soldado.
FRANCISCO, soldado.
REYNALDO, criado de Polonio.
DOS EMBAJADORES de Inglaterra.
UN CURA.
UN CABALLERO.
UN CAPITÁN.
UN GUARDIA.
UN CRIADO.
DOS MARINEROS.
DOS SEPULTUREROS.
CUATRO CÓMICOS.
Acompañamiento de Grandes, Caballeros, Damas, Soldados,
Curas, Cómicos, Criados, etc.
La escena se representa en el Palacio y Ciudad de Elsingor, en
sus cercanías y en las fronteras de Dinamarca.
HAMLET
Acto Primero
Escena I
Explanada delante del Palacio Real de Elsingor. Noche obscura.
FRANCISCO, BERNARDO
BERNARDO: Mira (señalando) ¿Lo ves?
FRANCISCO: ¿Qué Bernardo? ¿Qué?
BERNARDO: Aquella sombra, que se ve por donde están las tumbas
FRANCISCO: ¿Quién es Bernardo? Se me hace conocido
FRANCISCO: ¿Sabes a quién se parece?
BERNARDO: (Gritando aterrorizado) ¿A quién?
BERNARDO: Al difunto padre de Hamlet
FRANCISCO: (Piensa y luego exclama aterrorizado) ¡Es cierto, un día me lo encontré por las calles de
Dinamarca!
Escena II
HORACIO, MARCELO, FRANCISCO.
HORACIO: (Llegando) Buenas noches compañeros.
FRANCISCO: Buenas noches.
MARCELO: Que pases buenas noches. ¿Quién te relevó de la guardia?
FRANCISCO: Bernardo, se queda en mi lugar. Buenas noches.
MARCELO: ¡Hola! ¡Bernardo!
BERNARDO: Bienvenido, Horacio; Marcelo, bienvenido.
MARCELO: ¿Y qué? ¿Se ha vuelto a aparecer aquella cosa esta noche?
BERNARDO: No me gusta hablar de eso
MARCELO: Horacio dice que son ideas de ustedes, y no quiere creer nada de cuanto le he dicho acerca
de ese espantoso fantasma que hemos visto ya en dos ocasiones. Por eso le he rogado que se venga a la
guardia con nosotros, para que, si esta noche vuelve el aparecido, pueda dar crédito a nuestros ojos, y le
hable si quiere.
HORACIO: ¡Tonterías! No, no vendrá.
BERNARDO: Sentémonos un rato, para que te platiquemos de lo que hemos visto.
HORACIO: Muy bien, sentémonos y oigamos que Bernardo nos cuente.
BERNARDO: La noche pasada, Marcelo y yo, cuando el reloj daba la una.
MARCELO: Calla, mírale por donde viene otra vez
BERNARDO: Con la misma figura que tenía el difunto Rey.
MARCELO: Horacio, tú que eres hombre de estudios, háblale.
BERNARDO: ¿verdad que es idéntico al Rey? Mírale, Horacio.
HORACIO: Muy parecido es... Verlo me causa miedo y asombro.
MARCELO: Háblale, Horacio.
HORACIO: (Se dirige al fantasma) ¿Quién eres tú, que vienes por la noche, con esa presencia noble y
guerrera que tuvo un día el Rey, ¿Habla, por el Cielo te lo pido?
MARCELO: Parece que está enojado.
BERNARDO: ¿Ves? Se va, como despreciándonos.
HORACIO: Detente, habla. Te lo ruego, Habla.
MARCELO: Ya se fue. No quiere respondernos.
BERNARDO: ¿Qué tal, Horacio? Tú tiemblas y has perdido el color. ¿No es esto algo más que ideas
nuestras? ¿Qué te parece?
HORACIO: Por Dios que nunca lo hubiera creído, sin verlo con mis propios ojos.
MARCELO: ¿No es parecido al Rey?
HORACIO: Tan parecido, como cuando estaba con vida... ¡Extraña aparición es ésta!
MARCELO: Pues de esa manera, y a esta misma hora de la noche, se ha paseado dos veces con ademán
guerrero delante de nuestra guardia.
HORACIO: Yo no comprendo, pero en mi manera de pensar, pronostica que le pasara algo a nuestra
nación.
MARCELO: Ahora bien, sentémonos y digan; ¿Por qué nos cansan todas con estas guardias tan
penosas y vigilantes? ¿Para qué están acumulando armas? ¿A qué fin esa multitud, de carpinteros de
marina, para que trabajan hasta el Domingo? ¿Qué causas puede haber para que sudando los hombres
trabaje día y noche? ¿Quién puede decírmelo?
HORACIO: Yo te lo diré. Nuestro último Rey (cuya imagen acaba de aparecérsenos) fue provocado a
combate, como ya saben, por Fortimbrás de Noruega. En aquel desafío, nuestro valeroso Hamlet mató a
Fortimbrás, según las leyes de la guerra el perdedor, cedía al vencedor todos aquellos países que estaban
bajo su dominio. Ahora el joven Fortimbrás, de un carácter vengativo, falto de experiencia y presumido, ha
ido recogiendo una turba de gente, a quien la necesidad de comer determina a intentar empresas
peligrosas; y según claramente vemos, su fin no es otro que el de recobrar con violencia y a fuerza de
armas los mencionados países que perdió su padre.
BERNARDO: es cierto, esa debe ser la razón.
HORACIO: Son negros presagios. Pero. Silencio... ¿Ven?, allí... Otra vez vuelve... Aunque el terror me
hiela, me voy a acercar. Detente, fantasma. Si tienes voz háblame. Si allá donde estás puedes recibir algún
beneficio para tu descanso y mi perdón, háblame. Si sabes los hados que amenazan a tu país, los cuales
felizmente previstos puedan evitarse, ¡ay!, habla... O si acaso, durante tu vida, acumulaste en las entrañas
de la tierra mal habidos tesoros, decláralo... Detente y habla... Marcelo, detenle.
MARCELO: ¿Le daré con mi arma?
HORACIO: Sí, hiérele, si no quiere detenerse.
MARCELO: Se ha ido. Nosotros le ofendemos, siendo él un Soberano,
BERNARDO: Él iba ya a hablar cuando el gallo cantó.
HORACIO: Es verdad, pues estremeció al oírlo. Yo he oído decir que el gallo, hace despertar al Dios del
día, y que, a este anuncio, todo espíritu errante huye y el fantasma que hemos visto acaba de confirmar
esta opinión.
MARCELO: En efecto desapareció al cantar el gallo.
HORACIO: Yo también lo creo. Demos fin a la guardia, soy de opinión que le digamos al joven Hamlet lo
que hemos visto esta noche, porque les aseguro que este espíritu hablará con él, aunque fue para nosotros
mudo. ¿Es parte de nuestra obligación informarle?
MARCELO: Sí, sí, hagámoslo. Yo sé en donde le hallaremos esta mañana.
Escena III
CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES,
VOLTIMAN, CORNELIO, Caballeros, Damas y acompañamiento.
Salón de Palacio.
CLAUDIO: Aunque la muerte de mi querido hermano Hamlet está reciente en nuestra memoria, y nos obliga
a mantener en tristeza los corazones; y de acuerdo a la tradición, he recibido por esposa, a la que un tiempo
fue mi hermana y hoy reina conmigo; si bien esta alegría es imperfecta, pues se han unido a la felicidad,
las lágrimas, las fiestas fúnebres, los cánticos de muerte a los música de boda, pesados en igual balanza
el placer y la aflicción. Les agradezco su presencia. Ahora debo decirles que el joven Fortimbrás, ahora que
mi hermano ha muerto ha decidido provocarnos. Por eso los he reunido. Enviaré un mensaje al Rey de
Noruega, tío del joven Fortimbrás, que doliente y enfermo apenas tiene noticia de los proyectos de su
sobrino, a fin de que le impida llevarlos adelante, pues tengo ya exactos informes de la gente que levanta
en mi contra, por eso Cornelio, y tú Voltiman, ustedes saludarán en mi nombre al anciano Rey; y serán mis
mensajeros. Vayan con Dios, espero cumplan este encargo.
VOLTIMAN: cumpliremos con nuestra misión.
CLAUDIO: No lo dudo. El Cielo los proteja
Escena IV
CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES, Damas,Caballeros y acompañamiento.
CLAUDIO: Y tú, Laertes, ¿qué solicitas? Me has hablado de una petición, En cualquier cosa justa que
pidas al Rey de Dinamarca, no será vano el ruego. En fin, ¿Qué quieres?
LAERTES: Respetable Soberano, solicito la gracia de vuestro permiso para volver a Francia. De allí he
venido voluntariamente a Dinamarca a manifestar mi leal afecto, con motivo de su coronación; ahora deseo
volver, y espero bondad para concederme permiso.
CLAUDIO: ¿Has obtenido ya permiso de tu padre? ¿Qué dices Polonio?
POLONIO: A fuerza de ruegos ha logrado arrancar mi permiso. Al verle tan decidido, firmé la licencia de
que se vaya, aunque a pesar mío; y le ruego, señor, que le des permiso.
CLAUDIO: Elige el tiempo que te parezca más oportuno para salir, y haz cuanto gustes. Y tú, Hamlet, ¡mi
deudo, mi hijo!
HAMLET: Algo más que deudo, y menos que amigo.
CLAUDIO: ¿Qué sombras de tristeza te cubren siempre?
HAMLET: Al contrario, señor, estoy demasiado a la luz.
GERTRUDIS: Mi buen Hamlet, te veo muy triste; no busques entre el polvo a tu generoso padre. Tú lo
sabes, el que vive debe morir, pasando de la naturaleza a la eternidad.
HAMLET: Sí señora, así lo entiendo
GERTRUDIS: Pues si lo es, ¿Por qué aparentas te veo tan triste?
HAMLET: ¿Aparentar? No señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro de este manto, ni los interrumpidos
sollozos, mi querida madre, mi dolor es verdadero. Aquí, aquí dentro tengo lo que es más que apariencia,
lo restante no es otra cosa que adornos del dolor.
CLAUDIO: Es entendible pues era tu padre Hamlet; pero, no debes olvidar, que mostrar gran dolor es una
conducta inútil. No debes oponerte a los designios de Dios, contra la muerte nada se pue hacer, debes
resignarte. Moderate, pues, yo te lo ruego, esa inútil tristeza, considera que tienes en mi a un padre, tú eres
la persona más inmediata a mi trono y que te amo con el afecto más puro que puede tener a su hijo un
padre. Tu deseo de volver a los estudios de Witemberga no lo aprobamos, y antes bien te pedimos que
desistas de ella; quédate aquí, estimado y querido a nuestra vista. Quédate hijo mío
GERTRUDIS: Yo te ruego Hamlet, que no vayas a Witemberga; quédate con nosotros.
HAMLET: Los obedeceré no se preocupen.
CLAUDIO: Que bueno que lo entiendes. Tu respuesta ha llenado de alegría mi corazón.
Escena V
HAMLET solo
HAMLET: ¡Oh! ¡Si esta sólida masa de carne pudiera ablandarse y liquidarse, disuelta en lluvia de lágrimas!
¡O el Todopoderoso no condenara al suicida! ¡Oh! ¡Dios! ¡Oh! ¡Dios mío! !Nada ya me causa alegría, nada,
quiero de este mundo. ¡Lo que pasó a los dos meses que él murió! Aquel excelente Rey tan amante de mi
madre ¡Oh! ¡Cielo y tierra! ¿Para qué conservo la memoria? Ella, que se le mostraba tan amorosa con él.
Y a pesar de todo, en un mes... ¡Ah! no quisiera pensar en esto. ¡Fragilidad! ¡Tú tienes nombre de mujer!
En el corto espacio de un mes, en el que enterró el cuerpo de mi triste padre... Sí, ella, ella misma. Se ha
casado, con mi tío, hermano de mi padre. En un mes... enrojecidos aún los ojos con el pérfido llanto, se
casó. ¡Ah! ¡Delincuente precipitación! ¡Ir a ocupar con tal diligencia un lecho incestuoso! Ni esto es bueno,
ni puede producir bien. Pero, hazte pedazos corazón mío, debo guardar silencio.
Escena VI
HAMLET, HORACIO, BERNARDO y MARCELO
HORACIO: Buenos días, señor.
HAMLET: Me alegro de verte bueno... ¿Es Horacio?
HORACIO: El mismo soy, y siempre su humilde criado.
HAMLET: Mi buen amigo. ¿A qué has venido de Witemberga? ¡Ah! ¡Marcelo!
MARCELO: Señor.
HAMLET: Mucho me alegro de verte con salud también. Pero, la verdad, ¿Porque has venido de
Witemberga?
HORACIO: Señor...
HAMLET: Yo sé que no eres desaplicado. Pero, dime, ¿qué asuntos tienes en Elsingor? Aquí te
enseñaremos a ser gran bebedor antes que te vuelvas.
HORACIO: Vine a los funerales de su padre.
HAMLET: No se burle de mí, por Dios. Yo creo que habrás venido a las bodas de mi madre.
HORACIO: Es verdad, como se han celebrado inmediatamente.
HAMLET: ¡Qué vergüenza, apenas se había servido la comida del velorio, cuando ya se estaba sirviendo
el banquete de bodas¡¡Quisiera morirme cómo mi padre! ¡Parece que lo estoy viendo…!
HORACIO: ¿En dónde, señor?
HAMLET: Con los ojos del alma, Horacio.
HORACIO: Alguna vez le vi. Era un buen Rey.
HAMLET: Era un hombre bueno, como no hay otro.
HORACIO: Señor, yo creo que le vi anoche.
HAMLET: ¿Le viste? ¿A quién?
HORACIO: Al Rey, su padre.
HAMLET: ¿Mi padre?
HORACIO: Escuche con atención, le voy a contar este caso maravilloso apoyado con el testimonio de estos
caballeros.
HAMLET: Si, por Dios, dímelo.
HORACIO: Estos dos, le habían visto dos veces cuando hacían guardia, como a la mitad de la noche. Una
figura, parecida a su padre, armada según él solía de pies a cabeza, se les puso delante, caminando por
donde ellos estaban. Tres veces pasó de esta manera ante sus ojos, acercándose hasta donde ellos podían
alcanzar con sus lanzas; pero débiles y casi helados con el miedo, permanecieron mudos sin hablarle. Me
contaron; y fui a la guardia con ellos la tercera noche, y supe que cuanto me habían dicho era verdad. La
Sombra volvió en efecto. Yo conocí a tu padre, y es tan parecido a él, como lo son entre sí estas dos manos
mías.
HAMLET: ¿Y en dónde fue eso?
MARCELO: En la muralla de palacio, donde estábamos de centinela.
HAMLET: ¿Y no le hablaron?
HORACIO: Sí señor, yo le hablé; pero no me contestó. No obstante, una vez me parece que alzó la
cabeza haciendo con ella un movimiento, como si fuese a hablarme; pero al mismo tiempo se oyó la
aguda voz del gallo y desapareciendo de nuestra vista.
HAMLET: ¡Es increíble!
HORACIO: Es cierto. Nosotros hemos creído que era obligación nuestra avisaros de ello, mi venerado
Príncipe.
HAMLET: Sí, amigos, sí... pero esto me llena de preocupación. ¿Estarán de centinelas esta noche?
TODOS: Sí, señor.
HAMLET: ¿Dicen que iba armado?
TODOS: Sí, señor, de pies a cabeza.
HAMLET: Luego no le vieron la cara.
HORACIO: Le vimos, porque traía la visera alzada.
HAMLET: ¿Y qué? ¿Parecía que estaba enojado?
HORACIO: Más anunciaba su semblante el dolor que enojo.
HAMLET: ¿Pálido o encendido?
HORACIO: Muy pálido.
HAMLET: ¿Y los miraba?
HORACIO: Constantemente.
HAMLET: Yo hubiera querido estar allí.
HORACIO: Le hubiera dado mucho miedo.
HAMLET: Sí, es verdad, sí... ¿Y permaneció mucho tiempo?
HORACIO: El que puede emplearse en contar hasta cien.
MARCELO: Más, estuvo más tiempo.
HORACIO: Cuando yo le vi, no.
HAMLET: La barba blanca, ¿eh?
HORACIO: Sí, señor, como yo se la había visto cuando vivía; de un color ceniciento.
HAMLET: Quiero ir esta noche con vosotros al puesto, por si acaso vuelve.
HORACIO: ¡Oh! Sí volverá, yo lo aseguro.
HAMLET: Si él se me presenta en la figura de mi padre yo le hablaré, aunque el infierno mismo me
impusiera silencio. Yo les pido que, así como hasta ahora han guardado el secreto a los demás, no lo
cuenten a nadie, así como lo que suceda; y yo sabré recompensarlos. Dios los proteja, amigos. Entre once
y doce iré a buscaros a la muralla.
TODOS: Nuestra obligación es servirlo.
HAMLET: Sí, me demuestran amistad y estén seguros de la mías. Adiós. Esto no es bueno. Recelo alguna
maldad. ¡Oh! Esperemos tranquilamente, alma mía. Las malas acciones, aunque toda la tierra las oculte,
se descubren.
Escena VII
LAERTES, OFELIA
Sala de la casa de Polonio.
LAERTES: Ya tengo todo mi equipaje. Adiós hermana, escribirme.
OFELIA: Así lo haré
LAERTES: En cuanto al frívolo cariño de Hamlet, piensa que solo es cortesanía y que no hay nada más.
OFELIA: Nada más.
LAERTES: Puede ser que él te ame ahora con sinceridad, pero debes temer, considera, que no tiene
voluntad propia y que vive sujeto a obrar según a su nacimiento corresponde. Él no puede como una
persona vulgar, elegir por sí mismo; puesto que de su elección depende la salud y prosperidad de todo un
Reino. Así, pues, cuando él diga que te ama, no le creas; piensa que nada puede cumplir de lo que promete,
sino tiene el consentimiento del Rey. Ofelia, cuídate querida hermana; huye del peligro de los amorosos
deseos. La virtud misma no puede librarse de los golpes de la calumnia. Conviene, pues, tener precaución,
pues la mayor seguridad estriba en que seas prudente. La juventud, aun cuando nadie la combate, halla
en sí misma su propio enemigo.
OFELIA: Yo oiré tus consejos, pero se tú el ejemplo, pórtate bien, para que crea en tus palabras
LAERTES: ¡Oh! No lo dudes. Yo me cuido demasiado; pero allí viene mi padre, me despediré de él otra
vez. Su bendición consuelo para mí.
Escena VIII
POLONIO, LAERTES, OFELIA
POLONIO: ¿Aún estás aquí? ¡Apúrate!, el barco va a salir, solo a ti te esperan. Recibe mi bendición. No
digas con facilidad lo que pienses, ni hagas cosas sin pensar. Debes ser amable, pero no vulgar. Elige con
cuidado a tus amigos; pero no te encariñes con los que apenas conoces. No te metas en problemas; pero
una vez metido en ellos, trata de salir bien librado. Presta el oído a todos y a pocos la voz. Oye los consejos
de los demás; pero reserva tu propia opinión. Que sea tu ropa cara cuanto tus facultades lo permitan; rico,
no extravagante, porque la ropa dice por lo común quién es el sujeto, y los principales señores franceses
saben de esto. Procura no dar ni pedir prestado a nadie, porque el que presta suele perder a un tiempo el
dinero y el amigo, y el que se acostumbra a pedir prestado no cuida su economía y no tiene buen orden.
Pero, sobre todo, se honesto contigo mismo, y no podrás ser falso con los demás. Adiós y que Dios permita
que mi bendición haga fructificar en ti estos consejos.
LAERTES: Adiós padre.
POLONIO: Sí, apúrate, tus criados esperan; vete.
LAERTES: Adiós, Ofelia, y acuérdate bien de lo que te he dicho.
OFELIA: En mi memoria queda guardado. Adiós.
Escena IX
POLONIO, OFELIA
POLONIO: ¿Y qué es lo que te ha dicho, Ofelia?
OFELIA: Cosas relacionadas al Príncipe Hamlet.
POLONIO: Bien pensado, en verdad. Me han contado que te ha visitado varias veces, y que tú lo has
recibido. Si esto es así debo advertirte que no te has portado con aquella delicadeza que corresponde a
una hija mía y a tu propio honor. ¿Qué es lo que ha pasado entre los dos? Dime la verdad.
OFELIA: Me ha declarado con mucha ternura su amor.
POLONIO: ¡Amor! ¡Ah! Tú hablas como una muchacha loca y sin experiencia. ¡Ternura la llamas! ¿Y tú das
crédito a esa ternura?
OFELIA: Yo, ignoro lo que debo creer.
POLONIO: En efecto es así, y yo quiero enseñarte. Piensa bien que eres una niña, que has recibido por
verdadera paga esas ternuras que no son moneda corriente. Valórate.
OFELIA: Él me ha hablado de amor, es verdad; pero siempre con una apariencia honesta, que...
POLONIO: Sí, por cierto, apariencia puedes llamarla. ¿Y bien?
OFELIA: Me hizo juramentos.
POLONIO: Sí, esas son redes para atrapar codornices. Yo sé muy bien, cuando la sangre hierve, te
prometen; pero son relámpagos, hija mía, que dan más luz que calor; No debes creerlos ni aun en el
pareciera que son ciertas las promesas. De hoy en adelante cuídate; pon tu conversación a precio más
alto, y no a la primera insinuación admitas promesas. Por lo que toca al Príncipe, debes creer de él
solamente que es un joven, y puede propasarse si lo permites. En suma, Ofelia, no creas sus palabras que
son falsas, ni es verdadero el color que aparentan; son para cumplir sus deseos, y si parecen verdaderas
y buenas te engañas. Por último, te digo claramente, que desde hoy no quiero que pierdas el tiempo en
hablar, ni mantener conversación con el Príncipe. Cuidado con hacerlo así: yo te lo mando. Vete a tu cuarto.
OFELIA: Así lo haré, señor.
Escena X
HAMLET, HORACIO, MARCELO
Explanada delante del Palacio. Noche obscura.
HAMLET: El aire es frío.
HORACIO: En efecto.
HAMLET: ¿Qué hora es ya?
HORACIO: Me parece que aún no son las doce.
MARCELO: No, ya han dado.
HORACIO: No las he oído. Pues en tal caso ya está cerca el tiempo en que el muerto suele pasearse.
Pero, ¿Qué significa este ruido, señor?
HAMLET: Esta noche hace fiesta el Rey con gran borrachera y a cada copa que bebe, los timbales y
trompetas anuncian con estrépito sus victoriosos brindis.
HORACIO: ¿Se acostumbra eso aquí?
HAMLET: Sí, se acostumbra; pero, me parece que sería más decoroso quitar esta costumbre. Los exesos
de ese tipo nos hace ser mal vistos a los ojos de las otras naciones. Nos llaman ebrios; manchan nuestro
nombre con este dicho vergonzoso. Podemos tener muchas virtudes pero ese hecho nos hace quedar
como viciosos.
HORACIO: ¿Ves? Señor, ya viene.
HAMLET: ¡Que los ángeles nos protejan! Ya seas alma dichosa o condenada visión, traigas contigo aura
celestial o ardores del infierno, sea mala o buena intención la tuya, es necesario que yo te hable. Sí, te he
de hablar... Mi Rey, mi Padre... ¡Oh, respóndeme, no me atormentes con la duda! Dime, ¿por qué tus
venerables huesos, ya sepultados, han roto su vestidura fúnebre? ¿Cuál puede ser la causa de que tu
difunto cuerpo, del todo armado, vuelva otra vez a ver los rayos pálidos de la luna, añadiendo a la noche
horror? ¿Y que nosotros, ignorantes y débiles por naturaleza, padezcamos agitación espantosa con ideas
que exceden a los alcances de nuestra razón? Di, ¿Por qué?, o ¿qué debemos hacer nosotros?
HORACIO: Os hace señas de que le sigáis, como si deseara comunicaros algo a solas.
MARCELO: Te llama a que lo sigas a lugar más apartado; pero no hay que ir con él.
HORACIO: No, por ningún motivo.
HAMLET: Si no quiere hablar, habré de seguirle.
HORACIO: No hagas señor.
HAMLET: ¿Y por qué no? ¿Qué temor debo tener? Yo no estimo nada la vida, en nada... Otra vez me
llama... Voy a seguirlo.
HORACIO: Pero, señor, si te lleva al mar o a la montaña y allí toma alguna forma horrible, capaz de
impedirte el uso de la razón... ¡Ay! ve lo que hace. El lugar sólo inspira ideas melancólicas a cualquiera
HAMLET: Todavía me llama... Ya te sigo.
MARCELO: No señor, no vayas. Por favor no le sigas.
HAMLET: Mi alma me exige ir. Aún me llama... Señores, apártense. Por Dios..., no me detengan, que voy
a seguirte.
Escena XI
HORACIO, MARCELO
MARCELO: Sigámosle, que en esto no debemos obedecerle.
HORACIO: Sí, vamos detrás de él... ¿Qué algo le puede pasar?
MARCELO: Algún grave mal se oculta en Dinamarca.
HORACIO: El cielo nos proteja.
MARCELO: Vamos, sigámosle.
Escena XII
HAMLET, LA SOMBRA DEL REY HAMLET
Parte remota cercana al mar. Vista a lo lejos del Palacio de Elsingor.
HAMLET: ¿Adónde me quieres llevar? Habla, yo no paso de aquí.
LA SOMBRA: Casi es ya llegada la hora en que debo regresar a las atormentadoras llamas.
HAMLET: ¡Oh! ¡Alma infeliz!
LA SOMBRA: No me compadezcas: Escucha con atención a lo que voy a decirte.
HAMLET: Habla, te escucho.
LA SOMBRA: Luego que me oigas, prometerás venganza.
HAMLET: ¿Por qué?
LA SOMBRA: Yo soy el alma de tu padre: destinado por cierto tiempo a vagar de noche y aprisionada en
fuego durante el día; hasta que las llamas purifiquen las culpas que cometí. ¡Oh! No debo contarte los
secretos de la prisión que habito, las cosas que diría despedazarían tu corazón, helarían tu sangre juvenil.
Pero estos eternos misterios no son para los oídos humanos. Escúchame, ¡ay! Si tuviste amor a tu tierno
padre...
HAMLET: ¡Oh, Dios!
LA SOMBRA: Venga mi muerte: venga un homicidio cruel y atroz.
HAMLET: ¿Homicidio?
LA SOMBRA: Sí, homicidio cruel, como todos lo son; pero el más cruel y el más injusto y el más aleve.
HAMLET: Cuéntamelo, para que rápidamente, me precipite a la venganza.
LA SOMBRA: Ya veo que estas, y aunque fueras insensible, te conmovería lo que voy a contarte
Escúchame ahora, Hamlet. Ellos dijeron que estando en mi jardín dormido me mordió una serpiente. Todos
los oídos de Dinamarca fueron engañados con esta absurda mentira; pero tú debes saber, hijo mío, que la
serpiente que mordió a tu padre, hoy ciñe su corona.
HAMLET: ¡Oh! Ya me lo decía el corazón, ¿mi tío?
LA SOMBRA: Sí, aquel incestuoso, aquel monstruo adúltero, valiéndose de su talento diabólico ¡Oh!
¡Talento y regalos malditos que tal poder tienen para seducir!... Supo dominar la voluntad de la Reina, mi
esposa, que yo creía tan llena de virtud. ¡Oh! ¡Hamlet! ¡Cuán grande fue su caída! ... Yo, siempre tan fiel,
yo fui aborrecido y se rindió a aquel miserable. Pero me parece que va a amanecer. Debo ser breve. Dormía
yo una tarde en mi jardín. Tu tío me sorprendió en aquella hora de quietud, y trayendo consigo una ampolla
de licor venenoso, y derramó en mi oído la ponzoñosa destilación. Así fue que estando durmiendo, perdí a
manos de mi hermano, mi corona, mi esposa y mi vida a un tiempo. Perdí la vida, sin hallarme dispuesto,
sin haber recibido el pan eucarístico, sin haber rezado en mi agonía, sin lugar arrepentirme de mis culpas.
¡Oh! ¡Maldad horrible!... Que Dinamarca no sea el lecho de la lujuria y abominable incesto. Pero, de
cualquier modo, venga mi muerte, no manches con delito el alma, diciendo ofensas a tu madre. Abandona
este cuidado al Cielo, para que la culpa y la maldad la hieran y atormenten. Adiós. Ya la luciérnaga
amortiguando su aparente fuego nos anuncia la proximidad del día. Adiós. Acuérdate de mí.
Escena XIII
HAMLET, y después HORACIO y MARCELO
HAMLET: ¡Oh! ¡Ejércitos celestiales! ¡Oh! ¡Tierra!... ¿Y quién más? Detente corazón mío, detente, tengo
que ser fuerte ¡Me tengo que acordar de ti! Sí, padre mío, mientras haya memoria en este agitado mundo.
¡Me acordaré de ti! Sí, yo me acordaré. Sí, por los cielos te lo juro... ¡Oh, mujer, la más delincuente! ¡Oh!
¡Malvado! ¡Malvado! Conviene que yo apunte en este libro... Sí... Que un hombre puede halagar y sonreír
y ser un malvado; estoy seguro de que en Dinamarca hay un hombre así, y éste es mi tío... Sí, tú eres...
¡Ah! Pero la expresión que debo conservar, es esta. Adiós, acuérdate de mí. Yo he jurado acordarme.
HORACIO: Señor, señor.
MARCELO: Hamlet.
HAMLET: ¿Hola? amigos, ¡eh! Vengan, vengan acá.
MARCELO: ¿Qué ha pasó?
HORACIO: ¿Qué noticias nos das?
HAMLET: ¡Oh! Maravillosas.
HORACIO: Mi amado señor, cuéntanos.
HAMLET: Es un secreto, y ustedes lo contarían
HORACIO: Le prometo no decir nada
MARCELO: Ni yo tampoco.
HAMLET: Es un asunto grave, Pero ¿guardaréis secreto?
LOS DOS: Sí señor, yo lo juro.
HAMLET: No existe en toda Dinamarca un infame..., que no sea un gran malvado.
HORACIO: Pero, no era necesario, señor, que un muerto saliera del sepulcro a persuadirnos esa verdad.
HAMLET: Sí, cierto, tienen razón, y por eso mismo, no hablemos más, debemos despedirnos y separarnos;
ustedes a donde sus negocios o a donde decidan ir… que todos tienen sus deseos, y negocios, sean los
que sean; y yo, ya lo sabéis, a mi triste ejercicio. A rezar.
HORACIO: Todas esas palabras, señor, no tienen sentido ni orden.
HAMLET: Mucho me pesa de haberlos ofendido con ellas, me pesa en el alma.
HORACIO: ¡Oh! Señor, no hay ofensa ninguna.
HAMLET: Sí, por San Patricio, que sí la hay y muy grande, Horacio...
En cuanto a la aparición... Es un difunto venerable... Sí, yo lo aseguro... Pero, por favor no pregunten lo
que ha pasado entre él y yo. ¡Ah! ¡Mis buenos amigos! Yo se los pido, pues son mis amigos y mis
compañeros en el estudio y en las armas, que me hagan un favor.
HORACIO: Con mucho gusto.
HAMLET: Que nunca le cuenten a nadie lo que vieron esta noche.
LOS DOS: A nadie le diremos.
HAMLET: Júrenlo sobre mi espada.
LA SOMBRA: Júrenlo.
HAMLET: ¡Ah! ¿Estás ahí hombre de bien? Vamos: ya lo oyeron hablar ¿Deben jurar? Juren por mi espada.
LA SOMBRA: Júrenlo.
HAMLET: Señores, acérquense: pongan las manos en mi espada, y juren por ella, que nunca dirán nada
de esto que habéis oído y visto.
LA SOMBRA: Júrenlo por su espada.
HORACIO: ¡Oh! Dios de la luz y de las tinieblas, ¡qué extraño prodigio es éste!
HAMLET: Por eso no deben contarlo nunca. Pero venid acá y, cuando me vean actuar de manera rara, o
cruzando los brazos de esta manera, no dirán si pudiéramos hablar, hay tanto que decir en eso; pudiera
ser que... o, en fin, cualquiera otra expresión, no dirán nada a nadie. Júrenlo.
LA SOMBRA: ¡Júrenlo!
HAMLET: Descansa pobre espíritu. Señores, yo les ruego y creed que por más infeliz que Hamlet se halle,
Dios querrá que no le falten medios para mostrarles la estimación y amistad que les tengo. Vámonos. Poned
el dedo en la boca, se los ruego... La naturaleza está en desorden... ¡Maldad espantosa! ¡Oh! ¡Nunca yo
hubiera nacido para castigarla! Venid, vámonos juntos.
****
Acto Segundo
Escena I
POLONIO, REYNALDO
Sala en casa de Polonio.
POLONIO: Reynaldo, entrégale este dinero y estas cartas.
REYNALDO: Así lo haré, señor.
POLONIO: Antes de verle te informaras de su conducta.
REYNALDO: En eso mismo pensaba.
POLONIO: Sí, es muy buena idea, muy buena. Mira, primero has de averiguar, con quién, y en dónde está,
a quién trata, qué gastos tiene; y sabiendo por estos rodeos y preguntas indirectas, que conocen a mi hijo,
entonces ve a tu objetivo, encaminando a él en particular tus investigaciones. Haz como si le conocieras
de lejos, diciendo: sí, conozco a su padre, y a algunos amigos suyos, y aun a él un poco... ¿Lo entendiste?
REYNALDO: Sí, señor,
POLONIO: Sí, le conozco un poco; pero... pero no le he tratado. Si es el que yo creo a fe que es bien
calavera; inclinado a tal o tal vicio... y luego dirás de él cuanto quieras fingir; digo, pero que no sean cosas
tan fuertes que puedan deshonrarle.
REYNALDO: Como el jugar, ¿eh?
POLONIO: Sí, el jugar, beber, jurar, disputar, putear... Hasta esto bien puedes alargarte.
REYNALDO: Y aun con eso hay harto para quitarle el honor.
POLONIO: ¡Ah! Tú querrás saber con qué fin debes hacer esto, ¿eh?
REYNALDO: Gustaría de saberlo.
POLONIO: Mi fin es éste; al oír eso con toda seguridad te contarán algunas cosas más y de esta manera
nos enteraremos de su comportamiento.
REYNALDO: Sí, ya estoy.
POLONIO: Sí, te dirá. Es verdad... Es verdad, yo conozco a ese joven; ayer le vi o cualquier otro día, o en
tal y tal ocasión, con este o con aquel sujeto, y allí como habéis dicho, le vi que jugaba, allá le encontré en
una comilona y.… le he visto entrar en una casa pública, en un burdel, o cosa tal. ¿Lo entiendes ahora?
Con el anzuelo de la mentira pescarás la verdad ¿Me has entendido?
REYNALDO: Sí, señor, quedo enterado.
POLONIO: Pues, adiós; buen viaje.
Escena II
POLONIO OFELIA
POLONIO: Y bien, Ofelia, ¿qué hay de nuevo?
OFELIA: ¡Ay! ¡Señor, que he tenido un susto muy grande!
POLONIO: ¿Con qué motivo? Dímelo.
OFELIA: Yo estaba bordando encuarto, cuando el Príncipe Hamlet, con la ropa desceñida, sin sombrero
en la cabeza, sucias las medias, sin atar, caídas hasta los pies, pálido como su camisa, las piernas trémulas,
el semblante triste como si hubiera salido del infierno para anunciar horror... Se presentó delante de mí.
POLONIO: Loco, sin duda, por tus amores, ¿eh?
OFELIA: Yo, señor, no lo sé.
POLONIO: ¿Y qué te dijo?
OFELIA: Me tomo una mano, me la apretó fuertemente. Se aparto después a la distancia de su brazo, y
poniendo así, la otra mano sobre su frente, fijó la vista en mi largo rato, hasta que, moviendo tres veces la
cabeza abajo y arriba, exhaló un suspiro tan profundo y triste, que pareció deshacérsele en pedazos el
cuerpo, y dar fin a su vida. Hecho esto, me dejó, y se fue lentamente.
POLONIO: Ven conmigo, quiero ver al Rey. Ese es un verdadero éxtasis de amor, en exceso violento,
inclina la voluntad a empresas temerarias. Mucho siento este accidente. Pero, dime, ¿le has tratado con
dureza en estos últimos días?
OFELIA: No señor; sólo en cumplimiento de lo que mandaste, le he devuelto sus cartas, y me he negado
a sus visitas.
POLONIO: Y eso basta para haberle trastornado así. Me pesa no haber juzgado con más acierto su pasión.
Yo temí que era sólo un engaño, para seducirte...¡Eh! Es que como todo viejo no supe comprenderlo.
Vamos, vamos a ver al Rey. Conviene que lo sepa. Si le callo este amor, sería más grande el sentimiento
que pudiera causarle teniéndole oculto, que el disgusto que recibirá al saberlo. Vamos.
Escena III
CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO, acompañamiento.
Salón de palacio.
CLAUDIO: Bienvenido, Guillermo, y tú también querido Ricardo. Los he llamado porque necesito su
ayuda, Algo saben de la transformación de Hamlet. Así la llamó, puesto que ni en lo interior, ni en lo
exterior se parece al que era antes; no me imagino que causa le privo de la razón. Yo les pido por favor
que debido a la amistad que le tienen, se queden un tiempo en mi palacio para que les cuente lo que le
pasa y logremos curarlo del mal que le aflige y recobre la alegría.
GERTRUDIS: Él me ha hablado mucho de ustedes y de la amistad que se tienen, les pido ayuda y se
les gratificará ampliamente.
RICARDO: Ustedes son los Reyes no nos rueguen, ordenen lo que debemos de hacer
GUILLERMO: les obedeceremos en todo lo que se nos pida
CLAUDIO: Muchas gracias, Guillermo. Gracias, Ricardo.
GERTRUDIS: Les agradezco, señores, criados llévenlos a donde este Hamlet.
Escena IV
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, acompañamiento.
POLONIO: Señor, los Embajadores enviados a Noruega, han vuelto ya, lograron su cometido.
CLAUDIO: Siempre has sido portador de buenas nuevas.
POLONIO: ¡Oh! Sí Le puedo asegurar, que mis acciones y mi corazón están al servicio de Dios, y el de
mi Rey; Si mi talento no me falla, creo haber descubierto la verdadera causa de la locura del Príncipe.
CLAUDIO: Pues dila, que estoy impaciente de saberla.
POLONIO: Será mejor que reciba a los Embajadores; mi informe será el postre del festín.
CLAUDIO: Diles que pasen de inmediato (Dirigiéndose a la Reina). Dice que ha descubierto, amada
Gertrudis, la causa verdadera de la indisposición de tu hijo.
GERTRUDIS: ¡Ah! Yo dudo que él tenga otra mayor que la muerte de su padre, y nuestro acelerado
casamiento.
Escena V
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, VOLTIMAN, CORNELIO,
acompañamiento.
CLAUDIO: Bienvenidos. Dime, Voltiman, ¿qué respondió, el Rey de Noruega?
VOLTIMAN: Corresponde con la más sincera amistad. Así que llegamos, mandó suspender los
armamentos que hacía su sobrino, fingiendo ser preparativos contra el polaco; pero mejor informado
después, descubrió que se dirigían en nuestra contra, y ordenó a Fortimbrás, desistir de tal acción y este
le ha jurado nunca más tomar las armas contra su Majestad. Satisfecho de este procedimiento el anciano
Rey, le señala sesenta mil escudos anuales, y le permite emplear contra Polonia las tropas que había
levantado. A este fin ruega concedas paso libre al ejército prevenido para tal empresa, bajo las
condiciones de recíproca seguridad expresadas aquí.
CLAUDIO: Está bien, leeré después sus proposiciones, y reflexionaré lo que debo en este caso.
Entretanto les doy gracias. Descansen. En la noche realizaré una fiesta para celebrar su éxito.
Escena VI
CLAUDIO, GERTRUDIS y POLONIO
POLONIO: Este asunto se concluyó muy bien. Mi Soberano y mi señora... Seré muy breve. Su noble
hijo está loco; y le llamo loco, porque ¿qué otra cosa es la locura, sino estar uno enteramente loco?
Pero, dejando esto aparte...
GERTRUDIS: Al caso, Polonio, al caso y menos artificios.
POLONIO: Es cierto que él está loco. Es cierto y es lástima que sea cierto, y ahora falta descubrir la
causa, y así resta considerar lo siguiente. Yo tengo una hija... La tengo mientras es mía, que en prueba
de su respeto y sumisión... Me ha entregado esta carta. Ahora, saquen conclusiones: Al ídolo celestial
de mi alma: a la sin par Ofelia... Esta es una alta frase... pero, oigan lo demás. Estas letras, destinadas
a que su blanco y hermoso pecho las guarde: éstas...
GERTRUDIS: ¿Y esa carta se la ha enviado Hamlet?
POLONIO: Bueno, ¡por cierto! Escuchen: Duda que son de fuego las estrellas, duda si al
sol hoy movimiento falta, duda lo cierto, admite lo dudoso; pero no dudes de mi amor las
ansias.
Estos versos aumentan mi dolor, querida Ofelia; ni sé tampoco expresar mis penas con arte; pero cree
que te amo. Adiós. Tuyo siempre, mi adorada niña. Hamlet. Mi hija, en fuerza de su obediencia, me ha
hecho ver esta carta, y además me ha contado las solicitudes del Príncipe; según han ocurrido.
CLAUDIO: ¿Y ella cómo ha recibido su amor?
POLONIO: ¿Qué opinión tienen de mí?
CLAUDIO: En la de un hombre honrado y veraz.
POLONIO: Y me complazco en probaros que lo soy. Por lo tanto, señor; yo no lo permití le dije a la niña
ni más ni menos. Hija, el señor Hamlet es un Príncipe muy superior a tu esfera... Esto no debe pasar
adelante. Y después, le mandé que se encerrase en su estancia sin admitir recados, ni recibir presentes.
Ella me ha obedecido, y el Príncipe... al verse desdeñado, comenzó a padecer melancolías, después
inapetencia, después vigilias, después debilidad, después aturdimiento y después la locura que le saca
fuera de sí, y que todos nosotros lloramos.
CLAUDIO: ¿Cres, señora, que esto haya pasado así?
GERTRUDIS: Me parece posible.
POLONIO: Pues, yo descubriré la verdad donde quiera que se oculte.
CLAUDIO: ¿Y cómo te parece que lo investiguemos?
POLONIO: Bien sabéis que el Príncipe suele pasearse algunas veces por la galería cuatro horas
enteras.
GERTRUDIS: Es verdad, así suele hacerlo.
POLONIO: Pues, cuando él venga, yo haré que mi hija le salga al paso; nos ocultaremos detrás de los
tapices, para observar lo que hace al verla. Si él no la ama y no es esta la causa de haber perdido el
juicio, despídanme y mándenme al campo.
CLAUDIO: Sí, yo lo quiero averiguar.
GERTRUDIS: Pero, ¿vean? ¡Qué lástima! Leyendo viene el infeliz.
POLONIO: Retírense, se los pido, que le quiero hablar, si me lo permiten.
Escena VII
POLONIO, HAMLET
POLONIO: ¡Cómo os va, mi buen señor!
HAMLET: Bien, a Dios gracias.
POLONIO: ¿Me conocéis?
HAMLET: Perfectamente. Tú vendes peces.
POLONIO: ¿Yo? No señor.
HAMLET: Si el sol engendra gusanos en un perro muerto y aunque es un Dios, alumbra con sus rayos
a un cadáver corrupto... ¿No tienes una hija?
POLONIO: Sí, señor, una tengo.
HAMLET: Pues no la dejes pasear al sol. La concepción es una bendición del cielo; pero no del modo
en que tu hija podrá concebir. Cuida mucho de esto, amigo.
POLONIO: ¿Pero por qué dices eso? Siempre está pensando en mi hija. No obstante, al principio no
me conoció... Dice que vendo peces... ¡Está rematado, rematado!... Y en verdad que yo también, siendo
joven me vi muy trastornado por el amor... Casi tanto como él. Quiero hablarle otra vez. ¿Qué está
leyendo?
HAMLET: Palabras, palabras, todo palabras.
POLONIO: ¿Y de qué se trata?
HAMLET: ¿Entre quién?
POLONIO: Digo, que ¿de qué trata el libro que leéis?
HAMLET: De calumnias. Aquí dice que los viejos tienen la barba blanca, la cara con arrugas, que vierten
de sus ojos ámbar abundante y goma de ciruela; que padecen gran debilidad de piernas, y mucha falta
de entendimiento. Todo lo eso lo creo.
POLONIO: Aunque todo es locura, ¿Quieres venir, señor, adonde no te dé el aire?
HAMLET: ¿Adónde? ¿A la sepultura?
POLONIO: Cierto, que allí no da el aire. ¡Con qué agudeza responde siempre! Estos golpes felices son
frecuentes en la locura. (Voy a disponer al instante el careo entre él, y mi hija). Señor, si me permite, me
retiro...
HAMLET: No me puedes pedir cosa que con más gusto te conceda.
POLONIO: Adiós, señor.
HAMLET: ¡Fastidiosos y extravagantes viejos!
POLONIO: Si buscáis al príncipe, está ahí.
Escena VIII
HAMLET, RICARDO, GUILLERMO
Escena IV
HAMLET, OFELIA
HAMLET: Existir o no existir, ésta es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros
penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con
atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron
y los dolores de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir
es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán
ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal. Esta es la
consideración que hace nuestra infelicidad tan larga, soporte la lentitud de los tribunales, la insolencia
de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias
de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, ¿el desprecio
de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién
podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta sino fuese que el
temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte nos embaraza en dudas y nos hace sufrir? Pero...
¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones.
OFELIA: ¿Cómo se sentido, señor, en estos días?
HAMLET: Muchas gracias. Bien.
OFELIA: Conservo en mi poder algunas expresiones suyas
HAMLET: No, yo nunca te di nada.
OFELIA: Bien sabes señor, que digo la verdad. Y con ellas me diste palabras, de tan suave aliento
compuestas que aumentaron con extremo su valor.
HAMLET: ¡Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta?
OFELIA: ¿Qué quieres decir con eso?
HAMLET: Que, si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu belleza.
OFELIA: ¿Puede, acaso, tener la hermosura mejor compañera que la honestidad?
HAMLET: Sin duda ninguna. El poder de la hermosura convertirá a la honestidad en una alcahueta... Yo
te quería antes, Ofelia.
OFELIA: Así me lo dabais a entender.
HAMLET: Y tú no debiste creerme... Yo no te he querido nunca.
OFELIA: Muy engañada estuve.
HAMLET: Mira, vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser madre de hijos pecadores? Yo
creo, sería mejor que mi madre no me hubiese tenido. Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso; con
más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos ¿A qué fin los miserables como yo
han de existir arrastrados entre el cielo y la tierra? Todos somos insignes malvados: no creas a ninguno
vete a un convento... ¿En dónde está tu padre?
Escena XIV
CÓMICO 3.º y dichos.
HAMLET: Este que sale ahora se llama Luciano, sobrino del Duque.
OFELIA: Tú suples perfectamente la falta del coro.
HAMLET: Y aun pudiera servir de intérprete entre tu amante y tú,
OFELIA: ¡Vaya, que tienes una lengua que corta!
HAMLET: Con un buen suspiro que des, se le quita el filo.
OFELIA: Eso es; siempre de mal en peor.
HAMLET: Así hacen ustedes en la elección de maridos: de mal en peor. Empieza asesino... Déjate de
poner ese gesto de condenado y empieza. Vamos... el cuervo graznador está ya gritando venganza.
CÓMICO 3: Negros designios, brazo ya dispuesto
a ejecutarlos, tosigo oportuno, sitio remoto,
favorable el tiempo y nadie que lo observe. Tú,
extraído de la profunda noche en el silencio atroz
veneno, de mortales yerbas (invocada Proserpina)
compuesto: infectadas tres veces y otras tantas
exprimidas después, sirve a mi intento;
pues a tu actividad mágica, horrible,
la robustez vital cede tan presto
HAMLET: ¿Ves? Ahora le envenena en el jardín para usurparle el cetro. El Duque se llama Gonzalo, es
historia cierta y corre escrita en muy buen italiano. Pronto veras como la mujer de Gonzalo se enamora
del matador.
OFELIA: El Rey se levanta.
HAMLET: ¿Qué? ¿Le atemoriza un fuego aparente?
GERTRUDIS: ¿Qué tenéis, señor?
CLAUDIO: Traigan luces. Vámonos de aquí.
TODOS: Luces, luces.
Escena XV
HAMLET, HORACIO, CÓMICO 1.º, CÓMICO 3.º
HAMLET: El ciervo herido llora y el corzo no tocado
de flecha voladora, goza por el prado; duerme aquel,
y a deshora ves a éste desvelado,
Y, dígame, señor mío, si en adelante la fortuna me trata mal, con esta gracia que tengo para la música,
y un bosque de plumas en la cabeza, y un par de lazos en mis zapatos rayados, ¿no podría hacerme
lugar entre un coro de Comediantes?
HORACIO: Mediano papel.
HAMLET: ¿Mediano? Excelente. Tú sabes, querido,
que esta nación ha perdido al mismo Jove, y violento
tirano lo ha sucedido en el trono mal habido,
un... ¿Quién diré yo? Un..., un sapo.
HORACIO: Bien pudiste haber conservado el consonante.
HAMLET: ¡Oh! Mi buen Horacio; cuanto aquel espíritu dijo es demasiado cierto. ¿Lo has visto ahora?
HORACIO: Sí señor, bien lo he visto.
HAMLET: ¿Cuándo se trató de veneno?
HORACIO: Bien, bien le observé entonces.
HAMLET: ¡Ah! Quisiera algo de música: traigan unas flautas... Si el Rey no gusta de la Comedia, será
sin duda porque... Porque no le gusta. Vaya un poco de música.
Escena XVI
HAMLET, HORACIO, RICARDO, GUILLERMO
GUILLERMO: Señor, ¿permite que te diga una palabra?
HAMLET: Y una historia entera.
GUILLERMO: El Rey...
HAMLET: Muy bien, ¿qué le sucede?
GUILLERMO: Se ha retirado a su cuarto con mucha incomodidad.
HAMLET: De vino. ¿Eh?
GUILLERMO: No señor, de enojo.
HAMLET: Pero, ¿no sería más propio írselo a contar al médico? ¿No ves que, si yo me acerco
aumentará su enojo?
GUILLERMO: ¡Oh! Señor, ¡da algún sentido a lo que hablas!, no es eso lo que te quiero decir.
HAMLET: Estamos de acuerdo. Prosigue, pues.
GUILLERMO: La Reina tú madre, llena de preocupación, me envía a buscarte.
HAMLET: Eres bien venido.
GUILLERMO: Tus palabras no tienen nada de sinceridad. Ni me das una respuesta sensata, cumpliré
el encargo de la Reina; si no, con pedir perdón y retirarme se acabó todo.
HAMLET: Pues, no puedo.
GUILLERMO: ¿Cómo?
HAMLET: Me pides una respuesta sensata y mi razón está delicada; no obstante, responderé del modo
que pueda a cuanto me mandes, o por mejor decir, a lo que mi madre manda. Tú has dicho que mi
madre...
RICARDO: Señor, lo que dice es que tu conducta la ha llenado de sorpresa y admiración.
HAMLET: ¡Oh! ¡Maravilloso hijo! Que así ha podido sorprender a su madre. Pero, dime, ¿esa admiración
no ha traído otra consecuencia? ¿No hay algo más?
RICARDO: Sólo que desea hablar contigo.
HAMLET: La obedeceré, si diez veces fuera mi madre. ¿Tienes algún otro negocio que tratar conmigo?
RICARDO: Señor, yo me acuerdo de que en otro tiempo me apreciabas.
HAMLET: Y ahora también. Te lo juro, por estas manos rateras.
RICARDO: Pero, ¿cuál puede ser el motivo tu problema? Eso, por cierto, es cerrar tú mismo las puertas,
no queriendo comunicar a tus amigos tus penas.
HAMLET: Estoy confundido.
RICARDO: ¿Cómo es posible? ¿Cuándo tenéis el voto del Rey mismo para sucederle en el trono de
Dinamarca?
HAMLET: Sí, pero mientras nace la yerba... Ya es un poco antiguo el tal refrán. ¡Ah! Ya están aquí las
flautas.
Escena XVII
HAMLET, GUILLERMO, dichos.
HAMLET: Dejadme ver una... ¿A qué tengo de ir ahí? Parece que me quieres hacer caer en alguna trampa.
GUILLERMO: Ya ve, que el deseo de cumplir con mi obligación me hace ser terco; acaso el amor que te
tengo me hace grosero también e importuno.
HAMLET: No te entiendo. ¿Quieres tocar esta flauta?
GUILLERMO: Yo no puedo.
HAMLET: Vamos.
GUILLERMO: Pero, si no sé palabra de eso.
HAMLET: Es fácil. Mira, pon el pulgar y los demás dedos según convenga sobre estos agujeros, sopla con
la boca y verás que lindo sonido resulta. ¿Ves? Estos son los toques.
GUILLERMO: Bien, pero si no sé hacer uso de ellos para que produzcan armonía. Como ignoro el arte...
HAMLET: Pues, mira tú, tienes una opinión mala de mí. Tú me quieres tocar como a una flauta, presumes
conocer mis registros, pretendes extraer lo más íntimo de mis secretos, quieres hacer que suene desde el
más grave al más agudo de mis tonos y ve aquí este pequeño órgano, capaz de excelentes voces y de
armonía, que tú no puedes hacer sonar; dame el nombre del instrumento que quieras: por más que le
manejes y te fatigues, jamás conseguirás hacerle producir el menor sonido.
Escena XVIII
POLONIO y dichos.
HAMLET: ¡Oh! Dios te bendiga.
POLONIO: Señor, la Reina quiere hablar contigo.
HAMLET: ¿No ves allí aquella nube que parece un camello?
POLONIO: Cierto, así en el tamaño parece un camello.
HAMLET: Pues ahora me parece una comadreja.
POLONIO: No hay duda, tiene figura de comadreja.
HAMLET: Pues al instante iré a ver a mi madre. Antes de que estos en verdad me vuelvan locos. Iré, iré al
instante.
POLONIO: Así se lo diré.
HAMLET: Fácilmente se dice, al instante viene. Dejadme solo, amigos.
Escena XIX
HAMLET solo
Escena XX
CLAUDIO, RICARDO, GUILLERMO
Gabinete.
CLAUDIO: No, no lo quiero aquí; no conviene dejarlo libre su locura es peligrosa. Te prevengo que haré
que lo lleven a Inglaterra. El interés de mi corona no permite exponerme a un riesgo, que crece por
instantes en los accesos de su demencia.
GUILLERMO: Al momento prepararemos nuestra salida. El más santo temor es aquel que procura la
existencia de tantos individuos, cuya vida pende de vuestra Majestad.
RICARDO: Si es obligación en un particular defender su vida de toda ofensa, por medio de la fuerza,
Nunca el Soberano exhala un suspiro sin excitar en su nación general lamento, es por eso que haremos
lo que nos manda.
CLAUDIO: Yo le ruego que preparen el viaje. Quiero encadenar este temor, que ahora camina
demasiado libre.
LOS DOS: Lo obedeceremos inmediatamente.
Escena XXI
CLAUDIO, POLONIO
POLONIO: Señor, ya va al aposento de su madre, voy a ocultarme detrás de los tapices para ver el
suceso. Es seguro que ella lo regañara, y como usted mismo lo ha dicho, conviene oír la conversación
ya que las madres suelen ser parciales con sus hijos, Regresaré a contarle todo lo que haya pasado.
CLAUDIO: Gracias Polonio.
Escena XXII CLAUDIO solo
CLAUDIO: ¡Oh! ¡Mi culpa es atroz! Y sube al cielo, llevando consigo la maldición más terrible, la muerte
de un hermano. No puedo recogerme a orar, por más que lo intento. Como el hombre a quien dos
obligaciones llaman, me detengo a considerar por cual empezaré primero, y no cumplo ninguna... Pero,
mis manos están teñidas con su sangre, ¿faltará en los Cielos piadosos perdón para mi alma pecadora?
¿De qué sirve la misericordia, si no reconozco mi culpa? ¿Qué hay en la oración sino aquella duplicada
fuerza, capaz pedir perdón? Sí, alzo mis ojos al cielo, y queda borrada mi culpa. Pero, ¿qué oración
debo usar? Olvida, señor, olvida el horrible homicidio que cometí... ¡Ah! Que será imposible, mientras
viva con los objetos que me llevaron a la maldad: mi ambición, mi corona, mi esposa... ¿Podrá merecerse
el perdón cuando la ofensa existe? En este mundo sucede con frecuencia que la mano delincuente,
derramando el oro, aleja la justicia, y corrompe con regalos la integridad de las leyes; no así en el cielo,
que allí no hay engaños, allí comparecen las acciones humanas como ellas son, y no hay nada que
borre nuestros delitos... ¡Oh! ¡Alma mía atormentada! Que cuanto te esfuerzas para ser libre, más
quedas oprimida, ¡Ángeles, ayúdenme! Prueba en mí tu poder. Todo, todo puede enmendarse.
Escena XXIII
CLAUDIO, HAMLET
HAMLET: Esta es la ocasión. Ahora está rezando, ahora le mato... Y así se irá al cielo... ¿y es esta mi
venganza? No, pensemos. Un malvado asesino a mi padre, y yo, su hijo único, mando al malhechor la
gloria. ¿No es esto, en vez de castigo, premio y recompensa? Él sorprendió a mi padre, después de los
desórdenes de la fiesta, cubierto de más culpas que el mayo tiene flores... ¿quién sabe, sino Dios, la
estrecha cuenta que hubo de dar? Pero, según nuestra razón concibe, terrible ha sido su sentencia. ¡Y
quedaré vengado dándole a éste la muerte, precisamente cuando purifica su alma, cuando se dispone
para la partida! No, espada mía, vuelve a tu lugar y espera ocasión de ejecutar más tremendo golpe.
Cuando esté ocupado en el juego, cuando blasfeme colérico, o duerma con la embriaguez, o se
abandone a los placeres incestuosos del lecho, u cometa acciones contrarias a su salvación; mátalo
entonces, y su alma quede negra y maldita, como el infierno que ha de recibirle. Mi madre me espera,
malvado; esta medicina que te quita el dolor no evitará tu muerte.
Escena XXIV
CLAUDIO solo
CLAUDIO: Mis palabras suben al cielo, mis actos quedan en la tierra. Palabras sin actos, nunca llegan
a los oídos de Dios.
Escena XXV
GERTRUDIS, POLONIO, HAMLET
Cuarto de la Reina.
POLONIO: Va a venir al momento. Sea dura, dígale que sus locuras han sido demasiado atrevidas e
intolerables, que su bondad le ha protegido, mediando entre él y la justa indignación que provocó. Yo,
entretanto, escondido aquí, guardaré silencio. Hable con libertad, yo se lo pido.
HAMLET: Madre, madre.
GERTRUDIS: Así te lo prometo, nada temo. Ya le siento llegar. Retírate.
Escena XXVI
GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO
HAMLET: ¿Me mandaste a llamar, señora?
GERTRUDIS: Hamlet, muy ofendido tienes a tu padre.
HAMLET: Madre, muy ofendido tienes tú al mío.
GERTRUDIS: Ven, ven aquí; tú me respondes con ofensas.
HAMLET: Voy, voy allá... y tú me preguntas con lengua perversa.
GERTRUDIS: ¿Qué es esto, Hamlet?
HAMLET: ¿Y qué es eso, madre?
GERTRUDIS: ¿Te olvidas de quién soy?
HAMLET: No, por la cruz bendita, que no me olvido. Eres la Reina, casada con el hermano de tu primer
esposo y... Ojalá no fuera así... ¡Eh! eres mi madre.
GERTRUDIS: Bien está. Yo te pondré delante de quien té haga entrar en razón.
HAMLET: Siéntate, no saldrás de aquí, no iras; sin que te ponga un espejo delante en que veas lo más
oculto de tú conciencia.
GERTRUDIS: ¿Qué intentas hacer? ¿Quieres matarme?... ¿Quién me socorre? ¡Cielos!
POLONIO: Socorro pide... ¡Oh!
HAMLET ¿Qué es esto?... ¿Un ratón? Murió... Un ducado que ya está muerto.
POLONIO: ¡Ay de mí!
GERTRUDIS: ¿Qué has hecho?
HAMLET: Nada... ¿Qué sé yo? ¿Creí que era el Rey?
GERTRUDIS: ¡Qué acción tan precipitada y sangrienta!
HAMLET: Es verdad, madre, acción sangrienta y casi tan horrible como la de matar a un Rey y casarse
después con su hermano.
GERTRUDIS: ¿Matar a un Rey?
HAMLET: Sí, señora, eso he dicho. Y tú, miserable, metiche, loco, adiós. Yo te confundí con otra
persona. Mira el premio que ganaste; ve ahí el riesgo que tiene la curiosidad. No, no te tuerzas las
manos... siéntate aquí, y dejad que yo te tuerza el corazón. Así he de hacerlo, si no es que lo tienes de
piedra, opuesto a toda sensibilidad.
GERTRUDIS: ¿Qué hice yo, Hamlet, para que me insultes?
HAMLET: Una acción que mancho tu rostro, hipócrita, acabaste con un amor puro para caer en la lujuria
y el pecado. Una acción, en fin, capaz de provocar la ira del cielo y trastornar mi vida.
GERTRUDIS: ¡Ay de mí! ¿Y qué acción es esa que así exclamas al anunciarla, con espantosa voz de
trueno?
HAMLET: Ves esta pintura, los retratos de dos hermanos. ¡Ved cuanta gracia residía en aquel semblante!
Los cabellos del Sol; su vista imperiosa; su gentileza, ¡Hermosa combinación de formas! Donde cada
uno de los Dioses imprimió su carácter para que el mundo admirase tantas perfecciones en un hombre
solo. Este fue tu esposo. Ve ahora el que sigue. Este es tu esposo que como la espiga con tizón destruye
la sanidad de su hermano. ¿Lo veis bien? ¿Pudisteis abandonar las delicias de aquella colina hermosa
por el cieno de ese pantano? ¡Ah! ¿Lo ves bien?... Ni podéis llamarlo amor; porque a tu edad las
calenturas ya están tibias ¿Qué espíritu infernal te pudo engañar y cegar así? Los ojos sin el tacto, el
tacto sin la vista, los oídos o el olfato solo, una débil porción de cualquier sentido, hubiera bastado a
impedir tal estupidez... ¿y no te sonrojas? ¡Rebelde infierno! Si así pudiste inflamar las médulas de una
matrona y prostituir su razón.
GERTRUDIS: ¡Oh! ¡Hamlet! No digas más... Tus razones me hacen dirigir la vista a mi conciencia, y
advierto allí las más negras y groseras manchas, que acaso nunca podrán borrarse.
HAMLET: ¡Y permanecerán así entre el apestoso sudor de un lecho incestuoso, envilecida en corrupción
prodigando caricias de amor a aquella víbora impura!
GERTRUDIS: Calla por favor, que esas palabras, como agudos puñales, hieren mis oídos... No más,
querido Hamlet.
HAMLET: Un asesino... Un malvado... Vil... Inferior mil veces a tu difunto esposo... Escarnio de los
Reyes, ratero del imperio; que robó la preciosa corona, y se la guardó en el bolsillo.
GERTRUDIS: No más…
Escena XXVII
GERTRUDIS, HAMLET, LA SOMBRA DEL REY HAMLET
HAMLET: ¡Oh! ¡Espíritus celestes, defiéndanme! Cúbranme con alas... ¿Qué quieres, venerada Sombra?
GERTRUDIS: ¡Ay! Que está fuera de sí.
HAMLET: ¿Vienes acaso a culpar la negligencia de tu hijo, que, debilitado por la compasión y la
tardanza, olvida la importante ejecución de tu asesino?... Habla.
LA SOMBRA: No lo olvides. Vengo a inflamar de nuevo tu coraje. ¿Pero, ves? Mira cómo has llenado de
asombro a tu madre. Ponte entre ella y su alma agitada. Háblale, Hamlet.
HAMLET: ¿En qué piensas señora?
GERTRUDIS: ¡Ay! ¡Triste! Y en qué piensas tú que así diriges la vista donde no hay nada, razonando con
el aire incorpóreo. Toda tu alma se ha pasado a tus ojos, que se mueven horribles, y tus cabellos se erizan
y levantan. ¡Hijo de mi alma! ¿A quién estás mirando?
HAMLET: A él, a él... ¿Le ves, que pálida luz despide? Su aspecto y su dolor bastarían a conmover las
piedras... ¡Ay! No me mires así, no sea que ese lastimoso semblante destruya mis designios crueles y en
vez de sangre se derramen lágrimas.
GERTRUDIS: ¿A quién dices eso?
HAMLET: ¿No veis nada allí?
GERTRUDIS: Nada, y veo todo lo que hay.
HAMLET: ¿Ni oíste nada tampoco?
GERTRUDIS: Nada más que lo que nosotros hablamos.
HAMLET: Mirad allí... ¿Le ves?... Ahora se va... Mi padre..., con el traje mismo que se vestía. ¿Ves por
dónde va?... Ahora llega la puerta.
Escena XXVIII
GERTRUDIS, HAMLET
GERTRUDIS: Todo es efecto de la fantasía. El desorden que padece te hace ver visiones.
HAMLET: ¿Desorden? Mi pulso, como tuyo, late con regular intervalo y anuncia igual salud. Nada de lo
que he dicho es locura. ¡Ah! ¡Madre mía! No creas que es mi locura la que habla, y no tu delito. Con tal
medicina sólo lograrás irritar la parte ulcerada, Confiesa al Cielo tu culpa, llora lo pasado, y prevé lo
futuro. Perdona este desahogo a mi virtud, la virtud misma tiene que pedir perdón al vicio; y aun para
hacerle bien, le halaga y le ruega.
GERTRUDIS: ¡Ay! Hamlet, tú despedazas mi corazón.
HAMLET: ¿Sí? Pues aparta de ti aquella porción más dañada, y vivid con la que resta, más inocente.
Buenas noches... Pero, no vuelvas al lecho de mi tío. Si careces de virtud, aparéntala al menos. Contente
por esta noche: este esfuerzo te hará más fácil la abstinencia próxima, y la que siga después la
encontraras más fácil todavía. Buenas noches, y cuando aspires de verdad la bendición del Cielo,
entonces yo te pediré la bendición... La desgracia de este hombre me aflige en extremo; pero Dios lo ha
querido así, a él le ha castigado por mi mano y a mí también, precisándome a ser el instrumento de su
enojo. Yo lo llevaré a donde convenga y sabré justificar la muerte que le di. Buenas noches. Porque soy
piadoso debo ser cruel, ve aquí el primer daño cometido; pero aún es mayor el que después hará... ¡Ah!
Escuchad otra cosa.
GERTRUDIS: ¿Cuál es? ¿Qué debo hacer?
HAMLET: No hagas nada de lo que te he dicho nada. Permite que el Rey, hinchado con el vino, te
conduzca otra vez al lecho y allí te acaricie, apretando lascivo tus mejillas, tiente el pecho con sus
malditas manos y te bese con negra boca. Agradecida entonces, declara cuanto hay en el caso, dile que
mi locura no es verdadera, que todo es artificio. Sí, dile, porque ¿cómo es posible que una Reina
hermosa, modesta, prudente, oculte secretos de tal importancia a aquel gato viejo, murciélago, sapo?
¿Cómo es posible callar? ve, y a pesar de la razón y del sigilo, abre la jaula sobre el techo de la casa y
haz que los pájaros se vuelen, y semejante al mono mete la cabeza en la trampa, a riesgo de morir en
ella misma.
GERTRUDIS: No, temas, que, si las palabras se forman del aliento, y éste anuncia vida, no hay vida ni
aliento en mí, para repetir lo que me has dicho.
HAMLET: ¿Sabéis que debo ir a Inglaterra?
GERTRUDIS: ¡Ah! Ya lo había olvidado. Sí, debes ir.
HAMLET: He sabido que hay ciertas cartas selladas, y que mis dos amigos (de quienes yo me fiaré,
como de una víbora ponzoñosa) van encargados de llevar el mensaje facilitarme la marcha, y
conducirme al precipicio. Pero, yo los dejaré: que da gusto ver volar al minador con su propio hornillo, y
mal irán las cosas; ¡Oh! ¡Es mucho gusto, cuando un pícaro tropieza con quien se las entiende!... Este
hombre me hace ahora su cargador..., lo llevaré arrastrando. Madre, buenas noches... Por cierto, que el
señor consejero (que fue en vida un hablador impertinente) es ahora callado, bien serio y taciturno.
Vamos, amigo, que debo sacarlo de aquí. Buenas noches, madre.
****
Acto Cuarto
Escena I
CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO
Salón de Palacio.
CLAUDIO: Esos suspiros, esos profundos sollozos, alguna causa tienen, dime cual es; conviene que la
sepa yo... ¿En dónde está tu hijo?
GERTRUDIS: Déjennos. ¡Ah! ¡Señor lo que he visto esta noche!
CLAUDIO: ¿Qué ha sido, Gertrudis? ¿Qué hace Hamlet?
GERTRUDIS: Furioso está, como el mar y el viento cuando disputan entre sí cuál es más fuerte. Turbado
con la demencia que le agita, oyó algún ruido detrás del tapiz; saca la espada, grita; un ratón, un ratón,
y en su ilusión frenética mató al buen anciano que se hallaba oculto.
CLAUDIO: ¡Funesto accidente! Lo mismo hubiera hecho conmigo si hubiera estado allí. Ese desenfreno
insolente amenaza a todos: a mí, a ti misma, a todos, en fin. ¡Oh! ¿Y cómo perdonar una acción tan
sangrienta? Nos la imputarán sin duda a nosotros, porque nuestra autoridad debería haber reprimido a
ese joven loco, poniéndolo a donde a nadie pudiera ofender. Pero el excesivo amor que le tenemos nos
ha impedido hacer lo que más convenía; bien, así como el que padece una enfermedad vergonzosa ¿Y
a dónde ha ido?
GERTRUDIS: A retirar de allí el difunto cuerpo, y en medio de su locura, llora el error que ha cometido.
Así el oro manifiesta su pureza; aunque mezclado, con metales viles.
CLAUDIO: Vamos, Gertrudis, muy temprano haré que se embarque y se vaya, entretanto será necesario
emplear toda nuestra autoridad y nuestra prudencia, para ocultar o disculpar, un hecho tan indigno.
Escena II
CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO
CLAUDIO: ¡Oh! ¡Guillermo, amigos! Hamlet, ciego de frenesí, mató a Polonio y le ha sacado arrastrando
del cuarto de su madre. Búsquenlo, háblenle con dulzura y lleven el cadáver a la capilla. Acaso por este
medio la calumnia ha errado esta vez el golpe, y dejará nuestro nombre ileso y herirá sólo al viento
insensible. ¡Oh! Vamos de aquí... mi alma está llena de agitación y de terror.
Escena III
HAMLET, RICARDO, GUILLERMO Cuarto de HAMLET.
HAMLET: Colocado ya en lugar seguro. Pero...
RICARDO: Hamlet, señor.
HAMLET: ¿Qué ruido es este? ¿Quién llama a Hamlet? ¡Oh! Ya están aquí.
RICARDO: Señor, ¿A dónde pusiste el cadáver?
HAMLET: Ya está entre el polvo, del cual es pariente cercano.
RICARDO: Di en donde está, para que le hagamos llevar a la capilla.
HAMLET: ¡Ah! No creáis, no.
RICARDO: ¿Qué es lo que no debemos creer?
HAMLET: Que yo pueda guardar su secreto, y les diga el mío... Y, además, ¿qué ha de responder el hijo
de un Rey a las instancias de un entrometido sirviente?
RICARDO ¿Entrometido me llamas?
HAMLET: Sí, entrometido: que como una esponja chupa del favor del Rey las riquezas y la autoridad.
Pero gentes como tú, a lo último de su carrera, es cuando sirven mejor al Príncipe, porque este,
semejante al mono, se los mete en un rincón de la boca; allí los conserva, y el primero que entró, es el
último que se traga. Cuando el Rey necesite lo que tú (que eres su esponja) le hayas chupado, te coge,
te exprime, y quedas enjuto otra vez.
RICARDO: No comprendo lo que dices.
HAMLET: Me place en extremo. Las razones agudas son ronquidos para los oídos tontos.
RICARDO: Señor, lo que importa es que nos digas en donde está el cuerpo, ven con nosotros a ver al
Rey.
HAMLET: El cuerpo está con el Rey; pero el Rey no está con el cuerpo. El Rey viene a ser una cosa
como...
GUILLERMO: ¿Qué cosa señor?
HAMLET: Una cosa, que no vale nada... pero... Vamos a verle.
Escena IV
CLAUDIO solo
Salón de Palacio.
CLAUDIO: Le he enviado a llamar, y he mandado buscar el cadáver. ¡Qué peligroso es dejarlo en
libertad! Pero no es posible tampoco ejercer sobre él la fuerza. Es muy querido de la fanática multitud,
cuyos afectos se determinan por los ojos, no por la razón, y que en tales casos considera el castigo del
delincuente, y no el delito. Conviene, para mantener la tranquilidad, que esta repentina ausencia de
Hamlet parezca como asunto meditado y resuelto. Los males desesperados, o son incurables, o se
alivian con desesperados remedios.
Escena V
CLAUDIO, RICARDO
CLAUDIO: ¿Qué hay? ¿Qué ha sucedido?
RICARDO: No hemos podido lograr que nos diga adónde ha llevado el cadáver.
CLAUDIO: Pero, él, ¿en dónde está?
RICARDO: Afuera quedó con gente que lo escolta, esperando sus órdenes.
CLAUDIO: Traiganlo.
RICARDO: Guillermo, que venga el Príncipe.
Escena VI
CLAUDIO, RICARDO, HAMLET, GUILLERMO, CRIADOS
CLAUDIO: Y bien y Hamlet, ¿en dónde está Polonio?
HAMLET: Ha ido a cenar.
CLAUDIO: ¿A cenar? ¿Adónde?
HAMLET: No adónde coma, sino adónde es comido, entre una numerosa congregación de gusanos. El
gusano es el Monarca supremo de todos los comedores. Nosotros engordamos a los demás animales
para engordarnos, y engordamos para el gusanillo, que nos come después. El Rey gordo y el mendigo
flaco son dos platos diferentes; pero se sirven a una misma mesa.
CLAUDIO: ¡Ah!
HAMLET: Tal vez un hombre puede pescar con el gusano que ha comido a un Rey, y comerse después
el pez que se alimentó de aquel gusano.
CLAUDIO: ¿Y qué quieres decir con eso?
HAMLET: Nada más mostrar, cómo un Rey puede pasar progresivamente a las tripas de un mendigo.
CLAUDIO: ¿En dónde está Polonio?
HAMLET: En el cielo. Envía a alguno que lo vea, y si tu comisionado no le encuentra allí, entonces
puedes tú mismo a buscar a otra parte. Bien que, si no lo encuentras en todo este mes, lo olerás sin
duda al subir los escalones de la galería.
CLAUDIO: Vallan allá a buscarlo.
HAMLET: No, él no se moverá de allí hasta que vayan por él.
CLAUDIO: Este suceso, Hamlet, exige que atiendas a tu propia seguridad la cual me interesa tanto.
Conviene que salgas de aquí rápidamente. Prepárate, pues. La nave ya está lista, los compañeros
aguardan, y todo está listo para tu viaje a Inglaterra.
HAMLET: ¿A Inglaterra?
CLAUDIO: Sí, Hamlet.
HAMLET: Muy bien.
CLAUDIO: Sí, muy bien debe parecerte, si has comprendido el fin a que se encaminan mis deseos.
HAMLET: Yo veo un ángel que los ve... Pero vamos a Inglaterra. ¡Adiós, mi querida madre!
CLAUDIO: ¿Y tu padre que te ama, Hamlet?
HAMLET: Mi madre... Padre y madre son marido y mujer; marido y mujer son una carne misma,
conque... Mi madre... ¡Eh, vamos a Inglaterra!
Escena VII
CLAUDIO, RICARDO, GUILLERMO
CLAUDIO: Síganlo, embárquenlo pronto. Quiero verlo fuera de aquí esta noche. Váyanse, no se
detengan. Y tú, Inglaterra, si en algo estimas mi amistad (de cuya importancia mi gran poder te avisa)
en dócil temor me pagas tributos; Cumple mi suprema voluntad, que, por cartas escritas a este fin, te
pide con urgencia, la pronta muerte de Hamlet. Su vida es para mí una fiebre ardiente, y tú sola puedes
aliviarme. Hazlo así, Inglaterra y hasta que sepa que descargaste el golpe, por más feliz que mi suerte
sea, no se restablecerán en mi corazón la tranquilidad, ni la alegría.
Escena VIII
FORTIMBRÁS, UN CAPITÁN, SOLDADOS
Campo solitario en las fronteras de Dinamarca.
FORTIMBRÁS: Ve, Capitán, saluda en mi nombre al Monarca danés: dile que, en virtud de su permiso,
Fortimbrás pide el paso libre por su reino, según se le ha prometido. Ya sabes el sitio de nuestra reunión.
Si algo quiere su Majestad comunicarme, dile que estoy dispuesto a ir en persona a darle pruebas de mi
respeto.
CAPITÁN: Así lo haré, señor.
Escena IX
UN CAPITÁN, HAMLET, RICARDO Y GUILLERMO, SOLDADOS
HAMLET: Caballero, ¿de dónde son estas tropas?
CAPITÁN: De Noruega, señor.
HAMLET: Y decidme, ¿adónde se encaminan?
CAPITÁN: Contra una parte de Polonia.
HAMLET: ¿Quién las acaudilla?
CAPITÁN: Fortimbrás, sobrino del anciano Rey de Noruega.
HAMLET: ¿Se dirigen contra toda Polonia, o solo a alguna parte de sus fronteras?
CAPITÁN: A decir verdad, vamos a adquirir una porción de tierra, de la cual (exceptuando el honor)
ninguna otra utilidad puede esperarse. Si me la dieran rentada en cinco ducados, no la tomaría, ni pienso
que produzca mayor interés al de Noruega ni al Polonia; aunque a pública subasta la vendan.
HAMLET: De ese modo el sacrificio de dos mil hombres y veinte mil ducados, no decidirá la posesión
de un objeto tan frívolo. Muchas gracias por su cortesía.
CAPITÁN: Dios los guarde.
RICARDO: ¿Quieres seguir el camino?
HAMLET: Presto les alcanzaré. Vayan adelante.
Escena X
HAMLET solo
HAMLET: Cuantos accidentes ocurren, todos me acusan, excitando a la venganza mi adormecido
aliento. ¿Qué es el hombre que funda su mayor felicidad, y emplea todo su tiempo solo en dormir y
alimentarse? Es un bruto y no más. Sea, pues, brutal negligencia, sea tímido escrúpulo que no se atreve
a penetrar los casos venideros (proceder en que hay más parte de cobardía que de prudencia) yo no sé
para qué existo, diciendo siempre: tal cosa debo hacer; puesto que hay en mí suficiente razón, voluntad,
fuerza y medios para ejecutarla. Por todas partes halló ejemplos grandes que me estimulan. Prueba es
bastante ese fuerte y numeroso ejército, conducido por un Príncipe joven y delicado, cuyo espíritu
impelido de ambición generosa desprecia la incertidumbre de los sucesos, y expone su existencia frágil
y mortal a los golpes de la fortuna y a la muerte, a los peligros más terribles, y todo por un objeto de tan
leve interés. El ser grande no consiste, por cierto, en obrar sólo cuando ocurre un gran motivo; sino en
saber hallar una razón plausible de contienda, aunque sea pequeña la causa; cuando se trata de adquirir
honor. ¿Cómo, pues, permanezco yo en ocio indigno, muerto mi padre alevosamente, mi madre
envilecida... estímulos capaces de excitar mi razón y mi ardimiento, que están dormidos?
Escena XI
GERTRUDIS, HORACIO
Galería de Palacio.
GERTRUDIS: No, no quiero hablar con ella.
HORACIO: Ella pide verla. Está loca, es verdad; pero eso mismo debe darle compasión.
GERTRUDIS: ¿Y qué pretende? ¿Qué dice?
HORACIO: Habla mucho de su padre; dice que continuamente oye que el mundo está lleno de maldad;
solloza, se lastima el pecho, y enojada patea todo. Dice razones equívocas en que apenas se halla
sentido; pero mueve a los que las oyen a retenerlas, pensando el fin con que las dice, y dando a sus
palabras una combinación arbitraria, según la idea de cada uno. Al observar sus miradas, su
gesticulación expresiva, llegan a creer que puede haber en ella algún asomo de razón.
GERTRUDIS: Esta bien, hablare con ella: antes que esparza conjeturas fatales, en aquellos ánimos que
todo lo interpretan siniestramente. Hazla venir. Tan lleno está siempre de recelos el delincuente, que el
temor de ser descubierto, hace tal vez que él mismo se descubra.
Escena XII
GERTRUDIS, OFELIA, HORACIO
OFELIA: ¿En dónde está la hermosa Reina de Dinamarca?
GERTRUDIS: ¿Cómo estás, Ofelia?
OFELIA: ¿Cómo al amante
que fiel te sirva, de otro cualquiera distinguiría? Por
las veneras de su esclavina, bordón, sombrero con
plumas rizas, y su calzado que adornan cintas.
GERTRUDIS: ¡Oh! ¡Querida mía! Y, ¿a qué viene esa canción?
OFELIA: Ha muerto ya, señora, muerto y no está aquí. Una tosca
piedra a sus plantas vi y al césped del prado su frente cubrir.
GERTRUDIS: Sí, pero, Ofelia...
OFELIA: Blancos paños le vestían...
Escena XIII
CLAUDIO, GERTRUDIS, OFELIA, HORACIO
GERTRUDIS: ¡Desgraciada! ¿Ves esto, señor?
OFELIA: Blancos paños te vestían como la nieve del monte y al
sepulcro le conducen, cubierto de bellas flores,
que en tierno llanto de amor se humedecieron entonces.
CLAUDIO: ¿Cómo estás, graciosa niña?
OFELIA: Bien, Dios se lo pague... Dicen que la lechuza fue antes doncella, hija de un panadero. ¡Ah!
Sabemos lo que somos ahora; pero no lo que podemos ser. Dios vendrá a visitaros.
CLAUDIO: Hace a su padre.
OFELIA: Pero no, no hablemos más en esto, y si preguntan lo que significa digan: De San
Valentino la fiesta es mañana:
yo, niña amorosa, al toque del alba iré a que me
veas desde tu ventana, para que la suerte dichosa
me caiga. Despierta el mancebo, se viste de gala
y abriendo las puertas entró la muchacha, que
viniendo virgen, volvió desflorada.
CLAUDIO: ¡Graciosa Ofelia!
OFELIA: Sí, voy a acabar; sin jurarlo, os prometo que la voy a concluir.
¡Torpeza villana! ¿Qué galán desprecia ventura
tan alta? Pues todos son falsos, le dice indignada.
Antes que en tus brazos me mirase incauta, de
hacerme tu esposa me diste palabra.
Y él responde entonces: Por el sol te
juro que no lo olvidara, si tú no te
hubieras venido a mi cama.
CLAUDIO: ¿Cuánto hace que está así?
OFELIA: Yo espero que todo irá bien... Debemos tener paciencia... Pero, yo no puedo menos que llorar
considerando que le han dejado sobre la tierra fría... Mi hermano lo sabrá... Preciso... Y doy las gracias
por sus buenos consejos... Vamos a la carroza. Buenas noches, señoras, buenas noches. Amiguitas,
buenas noches, buenas noches.
CLAUDIO: Acompáñala a su cuarto, y haz que la asista suficiente guardia. Te lo ruego.
Escena XIV
CLAUDIO, GERTRUDIS
CLAUDIO: ¡Oh! Todo es efecto de un profundo dolor, todo nace de la muerte de su padre, y ahora
observo, Gertrudis, que cuando los males vienen, no vienen esparcidos como espías; sino reunidos en
escuadrones. Su padre muerto, tu hijo ausente (habiendo dado él mismo, justo motivo a su destierro) el
pueblo con ideas y murmuraciones, sobre la muerte de Polonio; cuyo entierro oculto ha sido imprudencia
de nuestra parte. La desdichada Ofelia fuera de sí, turbada su razón; y por último (y esto no es menos
esencial que todo lo restante) su hermano, que ha venido secretamente de Francia, y se oculta entre
sombras misteriosas, sin que falten lenguas que envenenan sus oídos, hablándole de la muerte de su
padre. Todos estos problemas juntos, mi querida Gertrudis, como una máquina destructora que se
dispara, me dan muchas muertes a un tiempo.
GERTRUDIS: ¡Ay! ¡Dios! ¿Qué ruido es éste?
Escena XV
CLAUDIO, GERTRUDIS, UN CABALLERO
CLAUDIO: ¿En dónde está mi guardia?... Vengan, defiendan las puertas... ¿Qué es esto?
CABALLERO: Huye, señor. El joven Laertes, ciego de furor; venciendo la resistencia que le oponen tus
soldados. La gente le llama Señor, y como si ahora comenzase a existir el mundo; la antigüedad y la
costumbre (apoyo y seguridad de todo buen gobierno) se olvidan y se desconocen. Gritan por todas
partes: nosotros elegimos por Rey a Laertes. Los sombreros arrojados al aire, las manos y las lenguas
le aplauden, llegando a las nubes la voz general que repite: Laertes será nuestro Rey, viva Laertes.
GERTRUDIS: ¡Con qué fuerza siguen gritando!
CLAUDIO: Ya han roto las puertas.
Escena XVI
LAERTES, CLAUDIO, GERTRUDIS, SOLDADOS, y PUEBLO
LAERTES: ¿En dónde está el Rey? Ustedes, quédense todos afuera.
VOCES: Entremos.
LAERTES: Les pido que me dejen solo.
VOCES: Está bien.
LAERTES: Gracia, señores. Cuiden las puertas... y tú, indigno Príncipe, dame a mi padre.
GERTRUDIS: Menos, gritos, querido Laertes.
LAERTES: Si hubiera en mí una gota de sangre con menos ardor, me declararía por hijo espurio,
difamaría de cornudo a mi padre e imprimiría sobre la frente limpia y casta de mi madre honestísima, la
nota infame de prostituta.
CLAUDIO: Pero, Laertes, ¿Cuál es el motivo de tan atrevida rebelión? Déjale, Gertrudis, no le
contengas... No temas nada contra mí. Existe una fuerza divina que defienden a los Reyes: la traición
no puede, como quisiera, penetrar hasta ellos... Dime, Laertes, ¿por qué estás enojado? Déjalo
Gertrudis... Habla tú.
LAERTES: ¿En dónde está mi padre?
CLAUDIO: Murió.
GERTRUDIS: Pero no le ha matado el Rey.
CLAUDIO: Déjale preguntar cuanto quiera.
LAERTES: ¿Y cómo ha sido su muerte? ¡Eh!... No, a mí no se me engaña. Váyase al infierno la fidelidad,
llévese el demonio los juramentos de vasallaje... La condenación eterna no me horroriza, suceda lo que
quiera, ni éste ni el otro mundo me importan nada... Sólo aspiro, y este es el punto en que insisto, sólo
aspiro a dar venganza a mi difunto padre.
CLAUDIO: ¿Y quién te lo puede estorbar?
LAERTES: Mi voluntad sola y no todo el universo, y en cuanto a los medios de que he de valerme, yo
sabré utilizarlos, que un pequeño esfuerzo produzca efectos grandes.
CLAUDIO: Buen Laertes, si deseas saber la verdad acerca de la muerte de tu amado padre ¿está escrito
acaso en tu venganza, que hayas de atropellar sin distinción amigos y enemigos, culpados e inocentes?
LAERTES: No, sólo a mis enemigos.
CLAUDIO: ¿Querrás, sin duda, conocerlos?
LAERTES: ¡Oh! A mis buenos amigos yo los recibiré con abiertos brazos.
CLAUDIO: Ahora hablaste como buen hijo, y como caballero. Laertes, ni tengo culpa en la muerte de tu
padre, ni alguno ha sentido como yo su desgracia. Esta verdad deberá ser tan clara a tu razón, como a
tus ojos la luz del día.
VOCES: Déjenla entrar.
LAERTES: ¿Qué novedad... qué ruido es este?
Escena XVII
CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES, OFELIA,
acompañamiento.
LAERTES: ¡Oh! ¡Calor activo, abrasa mi cerebro! Por los Cielos te juro que esa demencia tuya será
pagada por mí con tal exceso, que el peso del castigo ¡Oh! ¡Rosa de Mayo! ¡Amable niña! ¡Mi querida
Ofelia! ¡Mi dulce hermana!... ¡Oh! ¡Cielos! Y ¿es posible que el entendimiento de una tierna joven sea
tan frágil como la vida del hombre decrépito?...
OFELIA: Lo llevaron en su ataúd
con el rostro descubierto
Y sobre su sepultura muchas lágrimas llovieron.
Ay no, ay ay no. Adiós, querido mío. Adiós.
LAERTES: Si gozando de tu razón me incitaras a la venganza, no pudieras conmoverme tanto.
OFELIA: Debéis cantar aquello de: Abajito está
llámele, señor, que abajito está.
¡Ay! Que a propósito viene el estribillo... El pícaro del Mayordomo fue el que robó a la señorita.
LAERTES: Esas palabras vanas producen mayor efecto en mí que el más concertado discurso.
OFELIA: Aquí traigo romero, que es bueno para la memoria. Tornad, amigo, para que recuerden... Y
aquí hay trinitarias, que son para los pensamientos.
LAERTES: Aun en medio de su delirio quiere aludir a los pensamientos que la agitan, y a sus memorias
tristes.
OFELIA: Bien os quisiera dar algunas violetas; pero todas se marchitaron cuando murió mi padre. Dicen
que tuvo un buen fin.
LAERTES: Ideas funestas, aflicción, pasiones terribles, los horrores del infierno mismo; ¡todo en su boca
es gracioso y suave!
OFELIA: Nos deja, se va, y no ha de volver. No, que ya murió, no vendrá otra vez... su barba era nieve,
su pelo también. Se fue, ¡dolorosa partida! se fue.
En vano exhalamos suspiros por él. Los Cielos piadosos descanso le den.
A él y a todas las almas cristianas. Dios lo quiera... ¡Eh! Señores, adiós.
Escena XVIII
CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES
LAERTES: Ves esto, ¡Dios mío!
CLAUDIO: Comparto tú pena, Laertes: no me niegues este derecho... Óyeme aparte. Elige entre los
más prudentes de tus amigos, aquellos que te parezca. Si por mí propia o por mano ajena, resulto
culpado: mi reino, mi corona, mi vida, cuanto puedo llamar mío, todo te lo daré para satisfacerte. Si no
hay culpa en mí, deberé contar otra vez con tu obediencia, y unidos ambos, buscaremos los medios de
aliviar tu dolor.
LAERTES: Vamos a hacerlo... Su arrebatada muerte, su obscuro funeral: sin trofeos, armas, ni escudos
sobre el cadáver, ni debidos honores, ni decorosa pompa; todo, todo está clamando del cielo a la tierra
por un examen, el más riguroso.
CLAUDIO: Tú le obtendrás, y la justicia caerá sobre el delincuente. Ven conmigo.
Escena XIX
HORACIO, UN CRIADO
Sala en casa de HORACIO.
HORACIO: ¿Quiénes son los que me quieren hablar?
CRIADO: Unos marineros, que según dicen traen cartas.
HORACIO: Hazlos entrar. Yo no sé de qué parte del mundo pueda nadie escribirme, si ya no es Hamlet
mi señor.
Escena XX
HORACIO, DOS MARINEROS
MARINERO 1: Dios te guarde.
HORACIO: Y a ustedes también.
MARINERO 1: Así lo hará si es su voluntad. Estas cartas del Embajador que se embarcó para Inglaterra
vienen dirigidas a usted si te llamas Horacio, como nos han dicho.
HORACIO: Horacio: luego que hayas leído ésta, dirigirás esos hombres al Rey para el cual les he dado
una carta. Apenas llevábamos dos días de navegación, cuando empezó a darnos caza un pirata muy
bien armado. Viendo que nuestro navío era poco velero, nos vimos precisados a apelar al valor: yo salté
a la embarcación enemiga, que al mismo tiempo logró desaferrarse de la nuestra, y por consiguiente me
hallé solo y prisionero. Ellos se han portado conmigo como ladrones compasivos; pero ya sabían lo que
se hacían, y se los he pagado muy bien. Haz que el Rey reciba las cartas que le envío, y tú ven a verme
con tanta diligencia, como si huyeras de la muerte. Tengo unas cuantas palabras que decirte al oído que
te dejarán atónito. Esos buenos hombres te conducirán hasta aquí. Guillermo y Ricardo siguieron su
camino a Inglaterra. Mucho tengo que decirte de ellos. Adiós. Tuyo siempre, Hamlet. Vamos. Yo los
llevaré para que presentes esas cartas. Conviene hacerlo pronto, a fin de que me lleven después a
donde está el que las entregó.
Escena XXI
CLAUDIO, LAERTES
Gabinete del Rey.
CLAUDIO: Sin duda tu rectitud aprobará ya mi descargo, y me darás lugar en el corazón como a tu
amigo; después que has oído, con pruebas evidentes, que el asesino de tu noble padre, conspiraba
contra mi vida.
LAERTES: Claramente se manifiesta... Pero, decidme ¿por qué no procedes contra excesos tan graves
y culpables? Cuando tu prudencia, tu grandeza, tu propia seguridad, está en riesgo.
CLAUDIO: Por dos razones, que, aunque tal vez las juzgarás débiles; para mí han sido muy poderosas.
Una es, que la Reina su madre vive pendiente casi de sus miradas, y al mismo tiempo (sea desgracia o
felicidad mía al ser mi esposa amada) La otra razón es el gran cariño que le tiene el pueblo, Se volverían
en mi contra. Es por eso que no puedo castigarlo.
LAERTES: Hare lo que me sugieres y mucho más si dispones que yo sea el instrumento que las ejecute.
CLAUDIO: Desde que te fuiste se ha hablado mucho de ti delante de Hamlet, por una habilidad en que
dicen que sobresales. Las demás que tienes no movieron tanto su envidia como ésta sola: que en mi
opinión ocupa el último lugar.
LAERTES: ¿Y qué habilidad es, señor?
CLAUDIO: No es más que un lazo; pero que es muy necesario, puesto que así son propios de la juventud
los adornos ligeros y alegres, como de la edad madura las ropas y pieles que se viste, por abrigo y
decencia... Dos meses hace estuvo aquí un caballero de Normandía.... Parecía haber nacido sobre la
silla, y hacía ejecutar al caballo tan admirables movimientos, como si él y su valiente bruto animaran un
cuerpo sólo, y tanto excedió a mis ideas, que todas las formas y actitudes que yo pude imaginar, no
negaron a lo que él hizo.
LAERTES: ¿Dices que era normando?
CLAUDIO: Sí, normando.
LAERTES: Ese es Lamond, sin duda.
CLAUDIO: Él mismo.
LAERTES: Le conozco bien y es la joya más querida de su nación.
CLAUDIO: Pues éste hablando de ti públicamente, te llenaba de elogios por tu inteligencia y ejercicio
en la esgrima, y la bondad de tu espada en la defensa y el ataque; tanto que dijo alguna vez, que sería
un espectáculo admirable el verte lidiar con otro de igual mérito; si pudiera hallarse, puesto que según
aseguraba él mismo, los más diestros de su nación carecían de agilidad para las estocadas y los quites
cuando tu esgrimías con ellos. Este informe irritó la envidia de Hamlet, y en nada pensó desde entonces
sino en solicitar con instancia tu pronto regreso, para batallar contigo. Fuera de esto…
LAERTES: ¿Y qué hay además de eso, señor?
CLAUDIO: Laertes, ¿amaste a tu padre? O eres como las figuras de un lienzo, que tal vez aparentan
tristeza en el semblante, cuando las falta un corazón.
LAERTES: ¿Por qué lo pregunta?
CLAUDIO: No porque piense que no amabas a tu padre; sino porque sé que el amor está sujeto al
tiempo, y que el tiempo. Cuanto nos proponemos hacer debería ejecutarse en el instante mismo en que
lo deseamos, porque la voluntad se altera fácilmente, se debilita y se entorpece, según las lenguas, las
manos y los accidentes que se atraviesan; y entonces, aquel estéril deseo es semejante a un suspiro,
que exhalando pródigo el aliento causa daño, en vez de dar alivio... Pero, toquemos en lo vivo de la
herida. Hamlet vuelve. ¿Qué acción emprenderías tú para manifestar, más con las obras que con las
palabras, que eres digno hijo de tu padre?
LAERTES: ¿Qué haré? Le cortaré la cabeza en el templo mismo.
CLAUDIO: Cierto que no debería un homicida hallar asilo en parte alguna, ni reconocer límites una justa
venganza; pero, buen Laertes, haz lo que te diré. Permanece oculto en tu cuarto; cuando llegue Hamlet
sabrá que tú has venido; yo le haré acompañar por algunos que alabando tu destreza den un nuevo
lustre a los elogios que hizo de ti el francés. Por último, llegaréis a veros; se harán apuestas en favor de
uno y otro... Él, que es descuidado, generoso, incapaz de toda malicia, no reconocerá los floretes; de
suerte que te será muy fácil, con poca sutileza que uses, elegir una espada sin botón, y en cualquiera
de las jugadas tomar satisfacción de la muerte de tu padre.
LAERTES: Así lo haré, y a ese fin quiero envenenar la espada con cierto ungüento que compré de un
charlatán, de cualidad tan mortífera, que, mojando un cuchillo en él, adonde quiera que haga sangre
introduce la muerte; sin que haya emplasto eficaz que pueda evitarla. Yo bañaré la punta de mi espada
en este veneno, para que apenas le toque, muera.
CLAUDIO: Reflexionemos más sobre esto... Examinemos, qué ocasión, qué medios serán más
oportunos a nuestro engaño; Conviene, pues, que este proyecto vaya sostenido con otro segundo, capaz
de asegurar el golpe, cuando por el primero no se consiga. Espera... Déjame ver si... Haremos una
apuesta solemne sobre vuestra habilidad y... Sí, ya hallé el medio. Cuando con la agitación se sientan
acalorados y sedientos (puesto que al fin deberá ser mayor la violencia del combate) él pedirá de beber,
y yo le tendré prevenida expresamente una copa, que al gustarla; aunque haya podido librarse de tu
espada ungida, veremos cumplido nuestro deseo. Pero... Calla. ¿Qué ruido se escucha?
Escena XXII
GERTRUDIS, CLAUDIO, LAERTES
CLAUDIO: ¿Qué ocurre, amada Reina?
GERTRUDIS: Una desgracia va siempre acompañada de otra; . Laertes tu hermana acaba de ahogarse.
LAERTES: ¡Ahogada! ¿En dónde? ¡Cielos!
GERTRUDIS: Donde el sauce que crece a las orillas de ese arroyo, Allí se encaminó, coronada de
ranúnculos, ortigas, margaritas y luengas flores purpúreas, que las modestas doncellas llaman, dedos
de muerto. Al llegar, se quitó la guirnalda, y queriendo subir a suspenderla de los pendientes ramos; se
troncha un vástago y caen al torrente fatal, ella y todos sus adornos rústicos. Las ropas huecas y
extendidas la llevaron un rato sobre las aguas, semejante a una sirena, y en tanto iba cantando
pedazos de tonadas antiguas, como ignorante de su desgracia. Pero no era posible que así durarse
por mucho espacio. Las vestiduras, pesadas ya con el agua que absorbían la arrebataron a la infeliz;
interrumpiendo su canto, la muerte.
LAERTES: ¿Se ahogó?
GERTRUDIS: Sí, se ahogó, se ahogó.
LAERTES: ¡Desdichada Ofelia! Demasiada agua tienes ya, por eso quisiera reprimir la de mis ojos...
Bien, a pesar de todos nuestros esfuerzos, imperiosa la naturaleza sigue su costumbre, por más que el
valor se avergüence. Adiós señores... Mis palabras de fuego arderían en llamas, si no las apagasen
estas lágrimas imprudentes.
CLAUDIO: Sigámosle, Gertrudis, que después de haberme costado tanto aplacar su cólera, temo ahora
que esta desgracia no la irrite otra vez. Conviene seguirle.
****
Acto Quinto
Escena I
SEPULTURERO 1.º SEPULTURERO 2.º
Cementerio contiguo a una iglesia.
SEPULTURERO 1: ¿Y la que ha de sepultarse en tierra sagrada, es la que se suicidó?
SEPULTURERO 2: Te digo que sí, apúrate a hacer el hoyo. El juez ha reconocido ya el cadáver y ha
dispuesto que se entierre en sagrado.
SEPULTURERO 1: Yo no entiendo cómo es eso... Aún si se hubiera ahogado haciendo esfuerzos para
librarse, anda con Dios.
SEPULTURERO 2: Así han juzgado que fue.
SEPULTURERO 1: No, no, eso fue; ni puede haber sido de otra manera: porque... Ve aquí el punto de
la dificultad, esto significa por de contado una acción, y toda acción consta de tres partes, que son:
hacer, obrar y ejecutar, de donde se infiere, amigo, que ella se ahogó voluntariamente.
SEPULTURERO 2: ¡Qué!
SEPULTURERO 1: Pero, atiende a lo que digo. Si el agua viene y le sorprende y le ahoga, entonces
no se ahoga ella a sí propio...pero ella sola se metió, quien no desea su muerte, no se acorta la vida.
SEPULTURERO 2: ¿Y qué hay leyes para eso?
SEPULTURERO 1: Ya se ve que las hay, y por ellas se guía el juez que examina estos casos.
SEPULTURERO 2: ¿Quieres que te diga la verdad? Pues mira, si la muerta no fuese una señora, yo te
aseguro que no la enterrarían en sagrado.
SEPULTURERO 1: En efecto dices bien y es mucha lástima que los grandes personajes hayan de tener
en este mundo especial privilegio, para ahogarse y ahorcarse cuando quieren, sin que nadie les diga
nada... Vamos allá con el azadón... Ello es que no hay caballeros de nobleza más antigua que los
sepultureros y cavadores, que son los que ejercen la profesión de Adán.
SEPULTURERO 2: Pues qué, ¿Adán fue caballero?
SEPULTURERO 1: ¡Toma! Como que fue el primero que llevó armas... Pero, voy a hacerte una pregunta
y si no me respondes a cuento, has de confesar que eres un...
SEPULTURERO 2: Adelante.
SEPULTURERO 1: ¿Cuál es el que construye edificios más fuertes, que los que hacen los albañiles y
los carpinteros de casas y navíos?
SEPULTURERO 1: Sí, dímelo y sales del apuro, porque no lo sé.
SEPULTURERO 2: Ya se ve que te lo diré.
SEPULTURERO 1: Pues vamos.
SEPULTURERO 2: Pues no puedo decirlo.
SEPULTURERO 1: Vaya, no te rompas la cabeza sobre ello... Tú eres un burro lerdo. Cuando te hagan
esta pregunta, has de responder: el Sepulturero. ¿No ves que las casas que él hace, duran hasta el día
del juicio? Anda, ve ahí a casa de Juanillo y tráeme una copa de aguardiente.
Escena II
HAMLET, HORACIO, SEPULTURERO 1.º
SEPULTURERO 1: Yo amé en mis primeros años,
dulce cosa lo juzgué; pero casarme, eso
no, que no me estuviera bien.
HAMLET: Qué poco siente ese hombre lo que hace, que abre una sepultura y canta.
HORACIO: La costumbre le ha hecho ya familiar esa ocupación.
HAMLET: Así es la verdad. La mano que menos trabaja, tiene más delicado el tacto.
SEPULTURERO 1: me hundió con mano cruel, y toda se destruyó la
existencia que gocé.
HAMLET: Aquella calavera tendría lengua en otro tiempo, y con ella podría también cantar... ¡Cómo la
tira al suelo el pícaro! Como si fuese la quijada con que hizo Caín el primer homicidio. Y la que está
maltratando ahora ese bruto, podría ser muy bien la cabeza de algún estadista, ¿No te parece?
HORACIO: Bien puede ser.
HAMLET: ¡Oh! Sí, por cierto, y ahora está en poder del señor gusano, estropeada y hecha pedazos con
el azadón de un sepulturero... Pero, ¿costó acaso tan poco la formación, para que esa gente se divierta
con ellos?... ¡Eh! Los míos se estremecen al considerarlo.
SEPULTURERO: Con una azada, un lienzo donde revuelto vaya, y un hoyo en tierra que le preparan:
para tal huésped eso le basta.
HAMLET: Y esa otra, ¿por qué no podría ser la calavera de un letrado? ¿Adónde se fueron sus
equívocos y sutilezas, sus litigios, sus interpretaciones, sus embrollos? ¿Por qué sufre ahora que ese
bribón, grosero, le golpee contra la pared, con el azadón lleno de barro,
HORACIO: ES verdad, señor.
HAMLET: ¿No se hace el pergamino de piel de carnero?
HORACIO: Sí señor, y de piel de ternera también.
HAMLET: Pues, te digo, que son más irracionales que las terneras y carneros, los que fundan su felicidad
en la posesión de tales pergaminos. Voy a tramar conversación con este hombre. ¿De quién es esa
sepultura, buena pieza?
SEPULTURERO 1: Mía, señor.
HAMLET: Sí, yo creo que es tuya porque estás ahora dentro de ella... Pero la sepultura es para los
muertos, no para los vivos: con que has mentido.
SEPULTURERO 1: Ve ahí uno demasiado vivo; pero yo se la devolveré.
HAMLET: ¿Para qué muerto cavas esa sepultura?
SEPULTURERO 1: No es hombre, señor.
HAMLET: Pues bien, ¿para qué mujer?
SEPULTURERO 1: Tampoco es eso.
HAMLET: Pues ¿qué es lo que ha de enterrarse ahí?
SEPULTURERO 1: Un cadáver que fue mujer; pero ya murió... Dios la perdone.
HAMLET: ¡Qué taimado es! Hablémosle clara y sencillamente, porque si no, es capaz de confundirnos.
De tres años a esta parte he observado cuanto va cambiando la edad en que vivimos... Por vida mía,
Horacio, que ya el villano sigue tan de cerca al caballero, que muy pronto le desollará el talón. ¿Cuánto
tiempo hace que eres sepulturero?
SEPULTURERO 1: Toda mi vida, se puede decir. Yo comencé el oficio, el día que nuestro último Rey
Hamlet venció a Fortimbrás.
HAMLET: ¿Y cuánto tiempo habrá?
SEPULTURERO 1: ¡Toma! ¿No lo sabéis? Pues hasta los chiquillos os lo dirán. Eso sucedió el mismo
día en que nació el joven Hamlet, el que está loco, y se ha ido a Inglaterra.
HAMLET: ¡Oiga! ¿Y por qué se ha ido a Inglaterra?
SEPULTURERO 1: Porque..., porque está loco, y allí cobrará su juicio; y si no le cobra a bien que poco
importa.
HAMLET: ¿Por qué?
SEPULTURERO 1: Porque allí todos son tan locos como él, y no será reparado.
HAMLET: ¿Y cómo ha sido volverse loco?
SEPULTURERO 1: De un modo muy extraño, según dicen.
HAMLET: ¿De qué modo?
SEPULTURERO 1: Habiendo perdido el entendimiento.
HAMLET: Pero, ¿qué motivo dio lugar a eso?
SEPULTURERO 1: ¿Qué lugar? Aquí en Dinamarca, donde soy enterrador, y lo he sido de chico y de
grande, por espacio de treinta años.
HAMLET: ¿Cuánto tiempo podrá estar enterrado un hombre sin corromperse?
SEPULTURERO 1: De suerte podrá durar cosa de ocho o nueve años. Un curtidor durará nueve años,
seguramente.
HAMLET: ¿Pues qué tiene él más que otro cualquiera?
SEPULTURERO 1: Lo que tiene es un pellejo tan curtido ya por su oficio, Ve aquí una calavera que ha
estado debajo de tierra veintitrés años.
HAMLET: ¿De quién es?
SEPULTURERO 1: ¿De quién os parece que será?
HAMLET: ¿Yo cómo he de saberlo?
SEPULTURERO 1: ¡Mala peste en él y en sus travesuras!... Pues, señor, esta calavera es la calavera
de Yorick, el bufón del Rey.
HAMLET: ¿Ésta?
SEPULTURERO 1: La misma.
HAMLET: ¡Ay! ¡Pobre Yorick! Yo le conocí, Horacio..., era un hombre sumamente gracioso de la más
fecunda imaginación. Me acuerdo que siendo yo niño me llevó mil veces sobre sus hombros... y ahora
su vista me llena de horror; y oprimido el pecho palpita... Aquí estuvieron aquellos labios donde yo di
besos. ¿Qué se hicieron tus burlas, tus brincos, tus cantares y aquellos chistes repentinos que de
ordinario animaban la mesa con alegre estrépito? Dime una cosa, Horacio.
HORACIO: ¿Cuál es, señor?
HAMLET: ¿Crees tú que Alejandro, metido debajo de tierra, tendría esa forma horrible?
HORACIO: Cierto que sí.
HAMLET: Y exhalaría ese mismo hedor... ¡Uh!
HORACIO: Sin diferencia alguna.
HAMLET: En qué abatimiento hemos de parar, ¡Horacio! Y ¿por qué no podría la imaginación seguir las
ilustres cenizas de Alejandro, hasta encontrarla tapando la boca de algún barril?
HORACIO: A fe que sería excesiva curiosidad ir a examinarlo.
HAMLET: No, no, por cierto. No hay sino irle siguiendo hasta conducirle allí, con probabilidad y sin
violencia alguna. Como si dijéramos: Alejandro murió, Alejandro fue sepultado, Alejandro se redujo a
polvo, el polvo es tierra, de la tierra hacemos barro... ¿y por qué con este barro en que él está ya
convertido, no habrán podido tapar un barril de cerveza? El emperador César, muerto y hecho tierra,
puede tapar un agujero para estorbar que pase el aire... ¡Oh!... Y aquella tierra, que tuvo atemorizado el
orbe, servirá tal vez de reparar las hendiduras de un tabique, contra las intemperies del invierno... Pero,
callemos... hagámonos a un lado, que... sí... Aquí viene el Rey, la Reina, los Grandes... ¿A quién
acompañan? ¡Qué ceremonial tan incompleta es ésta! Todo ello me anuncia que el difunto que conducen,
dio fin a su vida con desesperada mano... Sin duda era persona de calidad... Ocultémonos un poco, y
observa.
Escena III
CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, LAERTES, HORACIO, UN CURA, DOS SEPULTUREROS.
Acompañamiento de Damas,
Caballeros y Criados.
LAERTES: ¿Qué otra ceremonia falta?
HAMLET: Mira, aquel es Laertes, joven muy ilustre.
LAERTES: ¿Qué ceremonia falta?
EL CURA: Ya se han celebrado sus exequias con toda la decencia posible. Su muerte da lugar a muchas
dudas, y a no haberse interpuesto la suprema autoridad que modifica las leyes, hubiera sido colocada
en lugar profano, allí estuviera hasta que sonase la trompeta final, y en vez de oraciones piadosas,
hubieran caído sobre su cadáver guijarros, piedras y cascote. No obstante, esto, se la han concedido
las vestiduras y adornos virginales, el clamor de las campanas y la sepultura.
LAERTES: ¿Con qué no se debe hacer más?
EL CURA: Profanaríamos los honores sagrados de los difuntos, cantando un réquiem para implorar el
descanso de su alma, como se hace por aquellos que parten de esta vida con más cristiana disposición.
LAERTES: En la tierra, sus hermosos e intactos miembros acaso producirán violetas suaves. Y a ti,
clérigo, te anuncio que mi hermana será un ángel del Señor, mientras tú estarás bramando en los
abismos.
HAMLET: ¡Qué! ¡La hermosa Ofelia!
GERTRUDIS: Dulces dones a mi dulce amiga. A Dios... Yo deseaba que hubieras sido esposa de mi
Hamlet, graciosa doncella, y esperé cubrir de flores tu lecho nupcial... pero no tu sepulcro.
LAERTES: ¡Oh! ¡Una y mil veces sea maldito, aquel cuya acción inhumana te privó a ti del más sublime
entendimiento!... No... esperad un instante, no echéis la tierra todavía... No... hasta que otra vez la
estreche en mis brazos... Echadla ahora sobre la muerta y el vivo, hasta que de este llano hagáis un
monte que sea como sobre la azul extremidad del Olimpo que toca los cielos.
HAMLET: ¿Quién es el que da a sus penas idioma tan enfático? ¿El que así invoca en su aflicción a las
estrellas errantes, haciéndolas detenerse admiradas a oírle?... Yo soy Hamlet, Príncipe de Dinamarca.
Escena V
HAMLET, HORACIO, ENRIQUE
ENRIQUE: En hora feliz regresó su Alteza a Dinamarca.
HAMLET: Muchas gracias, caballero... ¿Conoces a este moscón?
HORACIO: No señor.
HAMLET: Nada se te dé: que el conocerle es por cierto poco agradable. Este es el dueño de muchas
tierras fértiles, y por más que él sea un bestia que manda en otros tan bestias como él; ya se sabe, tiene
su pesebre fijo en la mesa del Rey..
ENRIQUE: Amable Príncipe, si lo interrumpo, le comunicaré un mensaje del Rey.
HAMLET: Estoy dispuesto a oírla con la mayor atención... Pero, emplea el sombrero en el uso a que fue
destinado. El sombrero se hizo para la cabeza.
ENRIQUE: Muchas gracias, señor... ¡Eh! El tiempo está caluroso.
HAMLET: No, al contrario, muy frío.
ENRIQUE: Cierto que hace bastante frío.
HAMLET: Antes yo creo... a lo menos para mi complexión, hace un calor que abrasa.
ENRIQUE: ¡Oh! En extremo... Sumamente fuerte, como... Yo no sé cómo diga... Pues, señor, el Rey me
manda que les informe de que ha hecho una grande apuesta a su favor. Este es el asunto.
HAMLET: Ten presente que el sombrero se...
ENRIQUE: Oh! Señor... Lo hago por comodidad... Cierto... Pues ello es, que Laertes acaba de llegar a
la Corte... ¡Oh! Es un perfecto caballero, no cabe duda. Excelentes cualidades, un trato muy dulce, muy
bien visto... es necesario confesar que es la nata y flor de la nobleza, porque en él se hallan cuantas
prendas pueden verse en un caballero.
HAMLET: La pintura que de él hacen no desmerece nada en su boca; aunque yo creí que, al hacer el
inventario de sus virtudes, se confundirían la aritmética y la memoria y ambas serían insuficientes para
suma tan larga. Pero, sin exagerar su elogio, yo le tengo por un hombre de grande espíritu, y de tan
particular y extraordinaria naturaleza.
ENRIQUE: Su Alteza acaba de hacer justicia imparcial en cuanto ha dicho de él.
HAMLET: Sí, pero sépase a qué propósito nos enronquecemos ahora, entremetiendo en nuestra
conversación las alabanzas de ese galán.
ENRIQUE: ¿Cómo dices, señor?
HORACIO: ¿No fuera mejor que le hablara más claro?
HAMLET: Digo, que ¿a qué viene ahora hablar de ese caballero?
ENRIQUE: ¿De Laertes?
HAMLET: Sí señor, de ese mismo.
ENRIQUE: Yo creo que no ignoras que...
HAMLET: Quisiera que no me tuvieras por ignorante; bien que su opinión no me añada un gran
concepto... Y bien, ¿qué más?
ENRIQUE: Decía que no puedes ignorar el mérito de Laertes.
HAMLET: Yo no me atreveré a confesarlo, por no igualarme con él; siendo averiguado que, para conocer
bien a otro, es necesario conocerse bien a sí mismo.
ENRIQUE: Yo lo decía por su destreza en el arma, puesto que, según la gente, no se le conoce igual.
HAMLET: ¿Y qué arma es la suya?
ENRIQUE: Espada y daga.
HAMLET: Esas son dos armas... Vaya adelante.
ENRIQUE: Pues señor, el Rey ha apostado contra él seis caballos bárbaros, y él ha impuesto por su
parte, (según he sabido) seis espadas francesas con sus dagas y guarniciones correspondientes, como
cinturón, colgantes, y así a este tenor...
ENRIQUE: El Rey ha apostado que, si batallas con Laertes, en doce jugadas no pasarán de tres
botonazos los que él le dé, y él dice, que en las mismas doce, le dará nueve cuando menos, y desea
que esto se juzgue inmediatamente: si se digna a aceptar.
HAMLET: ¿Y si respondo que no?
ENRIQUE: Quiero decir, si admite el partido que le propone.
HAMLET: Pues, señor, yo tengo que pasearme todavía en esta sala, esta es la hora crítica en que yo
acostumbro respirar el ambiente. Tráiganse aquí los floretes, y si ese caballero lo quiere así, y el Rey se
mantiene en lo dicho, le haré ganar la apuesta, si puedo; y si no puedo, lo que yo ganaré será vergüenza
y golpes.
ENRIQUE: ¿Con qué lo diré en esos términos?
HAMLET: Esta es la substancia; después lo puedes adornar con todas las flores que quieras.
ENRIQUE: Señor, recomiendo nuevamente mis respetos.
Escena VI
HAMLET, HORACIO
HAMLET: Él hace muy bien de recomendarse a sí mismo.
HORACIO: Me parece un pájaro, que empezó a volar y chillar, con el cascarón pegado a las plumas.
HAMLET: Sí. Este es uno de los muchos que en nuestra corrompida edad son estimados, únicamente
porque saben acomodarse al gusto del día, pero se parecen demasiado a la espuma; que por más que
hierva y abulte, al dar un soplo, se reconoce lo que es: todas las ampollas huecas se deshacen, y no
queda nada en el vaso.
Escena VII
HAMLET, HORACIO, UN CABALLERO
CABALLERO: Señor, parece que su Majestad le envió un recado con el joven Enrique, y éste ha vuelto
diciendo que esperabas en esta sala. El Rey me envía a saber si quieres de pelear con Laertes
inmediatamente, o si quieres que se dilate.
HAMLET: Yo soy constante en mi resolución y la sujeto a la voluntad del Rey. Si esta hora fuese cómoda
para él, también lo es para mí, conque hágase al instante o cuando guste; con tal que me halle en la
buena disposición que ahora.
CABALLERO: El Rey y la Reina bajan ya, con toda la Corte.
HAMLET: Muy bien.
CABALLERO: La Reina quisiera que antes de comenzar la batalla, le hablaras a Laertes con
expresiones de amistad.
HAMLET: Es advertencia muy prudente.
Escena VIII
HAMLET, HORACIO
HORACIO: Temo que vas de perder, señor.
HAMLET: No, yo pienso que no. Desde que él partió para Francia, no he cesado de ejercitarme, y creo
que le llevaré ventaja... Pero... No podrás imaginarte que angustia siento, aquí en el corazón. Y ¿sobre
qué?.. No hay motivo.
HORACIO: Con todo eso, señor...
HAMLET: Especie de presentimientos, capaces sólo de turbar un alma femenil.
HORACIO: Si siente interiormente alguna repugnancia, no hay para que empeñaros. Yo iré a decirles
que está indispuesto.
HAMLET: No, no... Me burlo yo de tales presagios. Hasta en la muerte de un pajarillo interviene una
providencia irresistible. Si mi hora es llegada, no hay que esperarla, si no ha de venir ya, señal que es
ahora, y si ahora no fuese, habrá de ser después: Si el hombre, al terminar su vida, ignora siempre lo
que podría ocurrir después, ¿qué importa que la pierda tarde o pronto? Y sepa morir.
Escena IX
HAMLET, HORACIO, CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES, ENRIQUE, Caballeros, Damas y
acompañamiento.
CLAUDIO: Ven, Hamlet, ven, y recibe esta mano que te presento.
HAMLET: Laertes, si estás ofendido de mí, pido perdón. Perdóname como caballero. Cuantos se hallan
presentes saben, y aun tú mismo lo habréis oído, el desorden que mi razón padece. Cuanto haya hecho
insultando la ternura de su corazón, su nobleza, o su honor, cualquiera acción, en fin, capaz de irritarte;
declaro solemnemente en este lugar que ha sido efecto de mi locura. ¿Puede Hamlet haber ofendido a
Laertes? No, Hamlet no ha sido, porque estaba fuera de sí, y si en tal ocasión ofendió a Laertes, no fue
Hamlet el agresor, porque Hamlet lo desaprueba y lo desmiente. ¿Pues quién pudo ser? Su demencia
sola... Siendo esto así, el desdichado Hamlet es partidario del ofendido, al paso que en su propia locura
reconoce su mayor contrario. Permite, pues, que delante de esta asamblea me justifique de toda siniestra
intención y espere de su ánimo generoso el olvido de mis desaciertos. Disparaba el arpón sobre los
muros de ese edificio, y por error herí a mi hermano.
LAERTES: Mi corazón, cuyos impulsos naturales eran los primeros a pedirme en este caso venganza,
queda satisfecho. Mi honra no me permite pasar adelante ni admitir reconciliación alguna; hasta que,
examinado el hecho por ancianos y virtuosos árbitros, se declare que mi pundonor está sin mancilla.
Mientras llega este caso, admito con afecto recíproco el que me anuncias, y prometo no ofender.
HAMLET: Yo recibo con sincera gratitud ese ofrecimiento, y en cuanto a la batalla que va a comenzarse,
lidiaré con usted como si mi competidor fuese mi hermano... Vamos. Dadnos floretes.
LAERTES: Sí, vamos. Uno a mí.
HAMLET: La victoria no será difícil, tu habilidad lucirá sobre mi ignorancia, como una estrella
resplandeciente entre las tinieblas de la noche.
LAERTES: No se burle, señor.
HAMLET: No, no me burlo.
CLAUDIO: Dales espadas, joven Enrique. Hamlet, ya sabes cuales son las condiciones.
HAMLET: Sí, señor, y en verdad que habéis apostado por el más débil.
CLAUDIO: No temo perder. Yo te he visto ya esgrimir a los dos y aunque él haya adelantado después;
por eso mismo, el premio es mayor a favor nuestro.
LAERTES: Este es muy pesado. Déjame ver otro.
HAMLET: Este me parece bueno... ¿Son todos iguales?
ENRIQUE: Sí señor.
CLAUDIO: Cubran esta mesa de copas, llenas de vino. Si Hamlet da la primera o segunda estocada, o
en la tercera suerte da un quite, al contrario, disparen toda la artillería de las almenas. El Rey beberá a
la salud de Hamlet echando en la copa una perla más preciosa que la que han usado en su corona los
cuatro últimos soberanos daneses. Traed las copas, y el timbal diga a las trompetas, las trompetas al
artillero distante, los cañones al cielo, y el cielo a la tierra; ahora brinda el Rey de Dinamarca a la salud
de Hamlet...Comenzad, y ustedes van a ser los jueces, observen atentos.
HAMLET: Vamos.
LAERTES: Vamos señor.
HAMLET: Una.
LAERTES: No.
HAMLET: Que juzguen.
ENRIQUE: Una estocada, no hay duda.
LAERTES: Bien.
CLAUDIO: Espera... Dadme de beber. Hamlet, esta perla es para ti, y brindo con ella a tu salud. Dale la
copa.
HAMLET: Espera un poco. Quiero dar este bote primero. Vamos. Otra estocada. ¿Qué dices?
LAERTES: Sí, me ha tocado, lo confieso.
CLAUDIO: ¡Oh! Nuestro hijo vencerá.
GERTRUDIS: Está grueso, y se fatiga demasiado. Ven aquí, Hamlet, toma este lienzo, y límpiate el
rostro. La Reina brinda a tu buena fortuna querido Hamlet.
HAMLET: Muchas gracias, señora.
CLAUDIO: No, no bebas.
GERTRUDIS: ¡Oh! Señor, perdonadme. Yo he de beber.
CLAUDIO: ¡La copa envenenada! Pero... No hay remedio.
HAMLET: No, ahora no bebo, esperad un instante.
GERTRUDIS: Ven, hijo mío, te limpiaré el sudor del rostro.
LAERTES: Ahora veréis si le acierto.
CLAUDIO: Yo pienso que no.
LAERTES: No sé qué repugnancia siento al ir a ejecutarlo.
HAMLET: Vamos a la tercera, Laertes... Pero, bien se ve que lo tomas a fiesta, pelea, te ruego, con más
ahínco. Mucho temo que te burláis de mí.
LAERTES: ¿Eso decís, señor? Vamos.
ENRIQUE: Nada, ni uno ni otro.
LAERTES: Ahora... Ésta...
CLAUDIO: Parece que se acaloran demasiado. Separadlos.
HAMLET: No, no, vamos otra vez.
ENRIQUE: Ved qué tiene la Reina ¡Cielos!
HORACIO: ¡Ambos heridos! ¿Qué es esto, señor?
ENRIQUE: ¿Cómo ha sido, Laertes?
LAERTES: Esto es haber caído en el lazo que preparé, justamente muero, víctima de mi propia traición.
HAMLET: ¿Qué tiene la Reina?
CLAUDIO: Se ha desmayado al verlos heridos.
GERTRUDIS: No, no... ¡La bebida!... ¡Querido Hamlet! ¡La bebida! ¡Me han envenenado!
HAMLET: ¡Oh! ¡Que alevosía! ¡Oh! Cerrad las puertas... Traición... Buscad por todas partes...
LAERTES: No, el traidor está aquí. Hamlet, tú eres muerto... no hay medicina que pueda salvarte, vivirás
media hora, apenas... En tu mano está el instrumento aleve, bañada con ponzoña su aguda punta.
¡Volviese en mi daño, la trama indigna! Vedme aquí postrado para no levantarme jamás. Tu madre ha
bebido un tosigo... No puedo seguir... El Rey, el Rey es el delincuente.
HAMLET: ¡Esta envenenada esta punta! Pues, veneno, produce tus efectos.
TODOS: Traición, traición.
CLAUDIO: Amigos, estoy herido... Defendedme.
HAMLET: ¡Malvado incestuoso, asesino! Bebe esta ponzoña ¿Está la perla aquí? Sí, toma , acompaña
a mi madre.
LAERTES: ¡Justo castigo!... Él mismo preparó la poción mortal... Olvidémonos de todo, generoso
Hamlet y... ¡Oh! ¡No caiga sobre ti, la muerte de mi padre y la mía, ni sobre mí la tuya!
HAMLET: El Cielo te perdone... Ya voy a seguirte. Yo muero, Horacio... Adiós, Reina infeliz... ustedes
que asisten pálidos y mudos con el temor a este suceso terrible... Si yo tuviera tiempo. La muerte es un
ministro inexorable que no dilata la ejecución... Yo pudiera deciros... pero, no es posible. Horacio, yo
muero. Tú, que vivirás, refiere la verdad y los motivos de mi conducta, a quien los ignora.
HORACIO: ¿Vivir? No lo creas. Yo tengo alma Romana, y aún ha quedado aquí parte del tósigo.
HAMLET: Dame esa copa... presto... por Dios te lo pido. ¡Oh! ¡Querido Horacio! Si esto permanece
oculto, ¡qué manchada reputación dejaré después de mi muerte! Si alguna vez me diste lugar en tu
corazón, retarda un poco esa felicidad que apeteces; alarga por algún tiempo la fatigosa vida en este
mundo llena de miserias, y divulga mi historia... ¿Qué estrépito militar es éste?
Escena X
HAMLET, HORACIO, ENRIQUE, UN CABALLERO y
acompañamiento.
CABALLERO: El joven Fortimbrás que vuelve vencedor de Polonia, saluda con la salva marcial que
oyes a los Embajadores de Inglaterra.
HAMLET: Yo espiro, Horacio, la activa ponzoña sofoca ya mi aliento... No puedo vivir para saber nuevas
de Inglaterra; pero me atrevo a anunciar que Fortimbrás será elegido por aquella nación. Yo, moribundo,
le doy mi voto... Díselo tú, e infórmale de cuanto acaba de ocurrir... ¡Oh!... Para mí sólo queda ya...
silencio eterno.
HORACIO: En fin, ¡se rompe ese gran corazón! Adiós, adiós, amado Príncipe. ¡Los coros angélicos te
acompañen al celeste descanso!... Pero, ¿cómo se acerca hasta aquí el estruendo de tambores?
Escena XI
FORTIMBRÁS, DOS EMBAJADORES, HORACIO, ENRIQUE, SOLDADOS, acompañamiento.
FORTIMBRÁS: ¿En dónde está ese espectáculo?
HORACIO: ¿Qué buscas aquí? Si quieres ver desgracias espantosas, adelante.
FORTIMBRÁS: ¡Oh! Este destrozo pide sangrienta venganza... ¡Soberbia muerte! ¿Qué festín dispones
en tu morada infernal, que así has herido con un golpe solo tantas ilustres víctimas?
EMBAJADOR 1: ¡Horroriza el verlo!... Tarde hemos llegado con los mensajes de Inglaterra. Los oídos
a quienes debíamos dirigirlos, son ya insensibles. Sus órdenes fueron puntualmente ejecutadas: Ricardo
y Guillermo perdieron la vida... Pero, ¿quién nos dará las gracias de nuestra obediencia?
HORACIO: No las recibirás de su boca, aunque viviera todavía, que él nunca dio orden para tales
muertes. Pero, puesto que viniendo victorioso de la guerra contra Polonia y ustedes enviados de
Inglaterra, se hallan juntos en este lugar y los veo deseosos de averiguar este suceso trágico: dispongan
que esos cadáveres se expongan sobre una tumba elevada a la vista pública, y entonces haré saber al
mundo que lo ignora el motivo de estas desgracias. Me oirán hablar (pues todo lo contaré fielmente) de
acciones crueles, bárbaras, atroces sentencias que dictó, muertes ejecutadas con violencia y aleve
astucia y al fin, proyectos malogrados, que han hecho perecer a sus autores mismos.
FORTIMBRÁS: Deseo con impaciencia oír, y conviene que se reúna con este objeto la nobleza de la
nación. No puedo mirar sin horror los dones que me ofrece la fortuna; pero tengo derechos muy antiguos
a esta corona, y en tal ocasión es justo reclamarlos.
HORACIO: También puedo hablar en ese propósito, declarando el voto que pronunció aquella boca, que
ya no formará sonido alguno...
FORTIMBRÁS Cuatro de mis capitanes lleven al túmulo el cuerpo de Hamlet con las insignias
correspondientes a un guerrero. ¡Ah! Si él hubiese ocupado el trono, sin duda hubiera sido un excelente
Monarca...Resuene la música militar por donde pase la pompa fúnebre, y hágansele todos los honores
de la guerra... Quita, quita de ahí esos cadáveres. Espectáculo tan sangriento, más es propio de un
campo de batalla que de este sitio... Y ustedes, hagan que salude con descargas todo el ejército.