Longa - Estado y Mov Sociales
Longa - Estado y Mov Sociales
Longa - Estado y Mov Sociales
Francisco Longa
¿Desde abajo o desde arriba? Acerca del debate teórico entre Estado y movimientos
sociales en la Argentina reciente
Francisco Longa
IDIHCS-CONICET-UNLP
francisco_longa@yahoo.com.ar
Resumen
Tras la consolidación de los llamados gobiernos progresistas en la región, América Latina experimentó un
significativo cambio de época. En Argentina, numerosos movimientos sociales se incorporaron a la estructura
del Estado y adhirieron políticamente a los gobiernos kirchneristas, reeditando el clásico dilema de los
movimientos sociales ante el Estado sugerido por Unger. El siguiente artículo revisa tres vertientes ideológicas
representativas de los movimientos sociales contemporáneos, en relación con el dilema sugerido: las corrientes
marxista, nacional-popular y autonomista. Como resultado se alcanza una mirada de síntesis entre la
construcción de los movimientos y el poder estatal.
Abstract
After the consolidation of the so-called progressive governments in the region (Sader, 2009), Latin America
experienced a significant change of era (Svampa, 2008). In Argentina, many social movements were
incorporated into the structure of the State, and politically they adhered to the Kirchner governments, reissuing
the classic dilemma of social movements towards the State suggested by Unger (1987). The following paper
reviews three representative ideological traditions of contemporary social movements, regarding the suggested
dilemma: Marxist, National-popular and Autonomist traditions. As a result, a glance of synthesis between the
construction of the movements and state power is reached.
Introducción
El presente artículo se ocupa de presentar algunos aspectos teóricos del debate en torno a
la tensión entre sociedad y Estado, en relación con el dilema de los movimientos sociales
ante el Estado. En la literatura especializada, algunos autores como Gerardo Munck y
Roberto Unger habían planteado ya desde las décadas de 1980 y 1990 la existencia de un
dilema acerca de la pertinencia de la participación de los movimientos sociales en el
Estado, y los límites o potencialidades que dicha participación podría ejercer en sus
proyectos emancipatorios. El dilema planteaba que mientras la apuesta por la
construcción en la arena de la sociedad civil podía terminar por ser solamente defensiva,
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Los debates teóricos más relevantes dentro de los cuales circunscribir la problemática de
la relación entre Estado, poder y sociedad, tríada que considero fundamental para
comprender más en particular la relación entre movimientos sociales y Estado, han
proliferado durante la segunda mitad del siglo XX. Tanto así, que algunos autores situaron
a la relación entre Estado y clases sociales como el núcleo teórico central de los debates
contemporáneos: “toda la teoría política de este siglo plantea siempre en el fondo,
abiertamente o no, la misma cuestión: ¿cuál es la relación entre el Estado, el poder y las
clases sociales?” (Poulantzas, 1979: 5). Coincido con el marxista griego Nicos Poulantzas en
que la cuestión del Estado y su relación con la sociedad y el poder, es uno de los ejes
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La corriente teórica que supone al Estado como factor de consenso respecto del conflicto
social se arraiga tanto en los desarrollos de los filósofos idealistas de principios del siglo
XIX, principalmente Georg Wilhelm Hegel, como en los autores institucionalistas de
finales de dicho siglo y principios del siglo XX, entre los cuales Max Weber es sin dudas
el máximo exponente. Para estos autores el Estado es considerado como la síntesis
histórica capaz de mediar neutralmente en la conflictividad social, institucionalizando el
conflicto en función de un progreso social y armónico. La clásica definición weberiana de
Estado como “comunidad humana que reclama –con éxito- el monopolio del uso legítimo
de la violencia o la fuerza física dentro de un territorio determinado” (Weber, 2008: 78),
supone una relación estrecha entre lo social y lo estatal (Sandoval Ballesteros, 2004: 224).
El enfoque de Weber puede ser pensado como institucionalista en la medida que supone
que, la efectividad de las funciones de un Estado, se asienta en la creencia generalizada del
derecho de aquellos que han sido llamados a ejercer el poder (Weber, 2008). El Estado
moderno aparece entonces para Weber como la institución privilegiada para consolidar
el tipo de dominación racional-legal, ordenamiento social y territorial más avanzado en
el desarrollo de la sociedad contemporánea (Castorina, 2001). En este primer enfoque se
encuentra una visión considerada estatista, que llevó a sus principales referentes a
observar “ya en los aparatos /instituciones el lugar original y el campo prioritario de
constitución de las relaciones de poder” (Poulantzas, 1979: 48). Con un fuerte asiento en
las estructuras organizativas burocráticas como sistema eficiente y despersonalizado para
el ejercicio del poder, para el enfoque institucionalista o estatista, las sociedades modernas
encuentran en el Estado-nación la forma de realización y de armonización de las
tensiones sociales de la conflictiva y emergente sociedad burguesa.
Por otro lado, se encuentra una corriente para la cual el Estado per se reproduce el conflicto
social. En esta corriente el Estado, lejos de ser un actor neutral, funciona como garante de
la desigualdad social propia de la sociedad capitalista, en especial de los países periféricos.
El vasto campo del marxismo ha dado cuenta en forma destacada de esta mirada. Desde
una perspectiva marxista principalmente, un conjunto importante de autores sostendrá
que la función básica del Estado es “asegurar las condiciones que hagan posible la
acumulación y reproducción del capital” (Thwaites Rey, 1999: 22); así el Estado expresaría
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Teniendo en cuenta estas dos grandes corrientes respecto del Estado, a continuación,
reviso los preceptos básicos sobre los cuales se constituyeron las tres tradiciones políticas
más significativas que enmarcaron la acción de los movimientos sociales ante el Estado
durante los últimos años en el país. Me refiero a las corrientes marxista, nacional-popular
y autonomista. Esta tipología retoma los aportes de Svampa y Pereyra (2004) quienes
clasificaron a los movimientos de desocupados entre aquellos de raíz nacional-popular: por
sus vínculos y trayectorias militantes, partidaria: ligados a los partidos políticos de la
izquierda marxista, o autonomista: quienes rehúsan de ocupar cargos en el Estado.
También Gómez (2010) relacionó a los movimientos sociales contemporáneos con estas
vertientes ideológicas analizando específicamente su posicionamiento respecto del
Estado: “los marxistas son clasistas y proclives al cuestionamiento del Estado burgués (…)
los nacional populares son movimentistas policlasistas (…) y la nueva izquierda heterodoxa
apuesta a la desarticulación el Estado y a la gestión de poder constituyente” (2010: 85).
En este caso tomo los posicionamientos de esa ‘nueva izquierda heterodoxa’ como
homologables a la tradición autonomista, en línea con los planteos previos de Svampa y
Pereyra. Como lo sugieren los autores mencionados más arriba, la tradición nacional-
popular se inscribe dentro de la corriente que postula al Estado como factor de consenso
entre las clases sociales, mientras que las tradiciones marxista y autonomista se enmarcan
en la corriente para la cual el Estado reproduce la conflictividad social.
Esta ausencia de trabajos sistemáticos y específicos respecto de la cuestión del Estado por
parte de Marx, fue señalada en varias oportunidades en el campo de los estudios
marxistas: “Marx nunca intentó realizar un estudio sistemático del Estado” (Miliband,
1988: 7). Para Poulantzas esto se debe justamente a que el marxismo se postula como un
método de análisis concreto de la realidad, por lo cual “el Estado capitalista no permite
plantear, a partir de él, proposiciones generales sobre el Estado [por lo tanto] no hay teoría
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general del Estado porque no puede haberla” (1979: 17). Esto no implicó que no hubiera
una serie variada de definiciones de Estado a lo largo de toda la obra de Marx y también
de Federico Engels.1 Esta ausencia de una teoría estructurada desde la obra de Marx dejó
el campo abierto para que un conjunto de pensadores marxistas llevaran a cabo la tarea:
“lo que me pareció característico entonces es un rasgo permanente de la teoría marxista
del Estado, que persiste todavía hoy y se debe, por lo demás, a ambigüedades profundas
del pensamiento del mismo Marx a este respecto” (Poulantzas, 1979: 54).
A pesar que en el seno del marxismo la cuestión de la ‘autonomía’ que el Estado puede
tener respecto de diversas fracciones de las clases dominantes continúa abierta, este
debate no impidió alcanzar un consenso acerca del rol que juega en Estado en la obra de
1Quien se ocupó de relevar dichas referencias, en función de presentar una mirada sistematizada de Marx
respecto del Estado ha sido Norberto Bobbio (1999).
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Marx, para el cual el Estado burgués termina por garantizar siempre la conflictividad
social. De tal forma, la ocupación del aparato estatal por parte de las clases dominadas
debe estar encaminada –desde la perspectiva marxista- a la transformación de dicho
aparato en función de la constitución de una nueva institucionalidad propia de la clase
trabajadora.
Los debates teóricos y políticos acerca de lo que significa el peronismo como ‘programa
de gobierno’ son difíciles de ser sintetizados y, aunque pudieran serlo, demandarían un
espacio que excede las competencias de este artículo. La multiplicidad de experiencias de
gobierno y de construcción de poder enmarcadas bajo la identidad peronista, convierten
al mismo en una categoría de difícil definición para la teoría social local. Tanto así que el
peronismo constituye hoy, según Torre, un “sistema político en sí mismo”, al poder
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encarnar al mismo tiempo los roles de oposición y oficialismo, dada la maleabilidad que
su principal partido, el Partido Justicialista, ha demostrado durante las últimas décadas
(Torre, 1999). No obstante, en lo que refiere a las primeras presidencias de Juan Domingo
Perón (1945-1955), es indudable que el encuadre general reenvía una perspectiva del
Estado como conciliador en el conflicto social. La doctrina clásica acerca del rol del Estado
en el primer peronismo se asemeja a los postulados presentes en el período keynesiano.
Este punto de partida, no obstante, no implicó una mirada monolítica acerca de la relación
que se establece entre Estado y sociedad para la tradición peronista. Cabe destacar, por
ejemplo, que hubo expresiones importantes dentro del peronismo que presentaron una
perspectiva clasista –principalmente grupos de izquierda que proliferaron durante las
décadas de 1960 y 1970-, y que buscaron conciliar la identidad peronista con la lucha de
clases marxista.
No obstante, si bien las corrientes políticas que se han referenciado en el peronismo son
diversas, al igual que lo son los enfoques académicos acerca del fenómeno peronista, en
términos generales existe consenso en afirmar que el peronismo en particular y la
tradición nacional-popular en general, suponen una mirada del Estado como el agente
capaz de mediar en la conflictividad social.
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La cuestión de la autonomía respecto del Estado será entonces central para esta corriente.
La construcción desde la autonomía será entendida para el autonomismo como “la
capacidad de vivir de acuerdo a reglas definidas colectivamente por y para el mismo
cuerpo social que se verá afectado por ellas” (Adamovsky, 2007: 129).
Es por ello que los autores autonomistas propusieron situar al sujeto trabajador y a la lucha
de clases como determinantes al momento de analizar el desarrollo capitalista y el Estado,
y no al revés. Es entonces la presencia de lo que llamaron antagonismo obrero, en la
relación entre Estado y sociedad, lo que cobra centralidad en la lucha social para el
autonomismo.
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En ese marco proliferaron movimientos sociales por fuera de los espacios institucionales
del Estado, tales como asambleas barriales, colectivos culturales, grupos de educación
popular, movimientos de desocupados, etc. (Longa, 2014). Así, el debate intelectual y
político que hegemonizó el campo de la academia y de la militancia ligada a los
movimientos sociales hacia finales de la década de 1990 en Argentina, rondó acerca de la
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‘autonomía’ que los movimientos se deben postular para la realización de sus objetivos
emancipatorios.
Como fue mencionado al inicio, luego de los extendidos procesos de crisis de los
gobiernos neoliberales en la región, hacia mediados de la primera década del siglo XXI
América Latina en general y Argentina en particular, comienzan a transitar un cambio de
época (Svampa, 2008), con la llegada de gobiernos progresistas al poder. En Argentina,
con el arribo de Néstor Kirchner a la presidencia en 2003 y los posteriores gobiernos de
Cristina Fernández a partir de 2007, se inauguró una política de apertura a algunas de las
demandas históricas de los sectores populares a partir de la cual se reconfiguró el
escenario político (Cheresky, 2004). Los trabajos que se han dedicado a estudiar el
derrotero del primer gobierno de Kirchner destacan una serie de medidas que le
permitieron acrecentar su legitimidad a partir de políticas activas; estas medidas se
focalizaron principalmente en el campo de los Derechos Humanos y de la Justicia (Iraola,
2011).
2 El conflicto alcanzó un marcado nivel de hostilidades entre el gobierno y las llamadas ‘entidades del campo’,
que incluyó bloqueos de rutas y un lock out de las patronales agrarias que amenazaron con desabastecimiento
de insumos para la elaboración de alimentos básicos. La resolución Nº 125 finalmente no pudo ser aprobada, lo
que constituyó una dura derrota para las aspiraciones presidenciales.
3 Es el caso por ejemplo del Movimiento de Unidad Popular (MUP), de raíz anarquista y autonomista, que luego
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Es así que durante se consolidaron dos grandes campos de intervención para los
movimientos sociales durante el ciclo kirchnerista. Por un lado, los movimientos que
adoptaron la causa kirchnerista lo hicieron sosteniendo la necesidad de dejar atrás una
estrategia anclada puramente en la autonomía y en la estrategia identitaria (Munck, 1995),
la cual fue vista como meramente defensiva. Desde esta corriente, aquellos movimientos
que no incorporaron la disputa por el Estado dentro de su estrategia cayeron en el
‘encapsulamiento’ o la ‘autorrestricción’ de sus objetivos políticos; como contrapartida
sostuvieron la necesidad de pasar a una política ofensiva que, necesariamente, dispute la
arena político institucional. En este campo se inscribieron, en particular, los movimientos
sociales que provenían de la tradición nacional-popular. Para estos movimientos la
ocupación del Estado en el marco de un gobierno como el kirchnerista, servía a la
transformación de las desigualdades sociales, en función de caracterizar al Estado como
un espacio capaz de amortiguar la conflictividad social, tal como vimos en una de las
corrientes teóricas reseñadas más arriba.
Por otro lado, los movimientos sociales que se mantuvieron autónomos frente a los
gobiernos nacionales, cuestionaron que aquellos movimientos sociales que se integraron
al gobierno nacional desplegaron políticas ‘desde arriba’, con lo cual habrían perdido su
capacidad transformadora y sus perfiles emancipatorios, habiéndose diluido en la
dominación propia del Estado capitalista. En este campo se inscribieron principalmente
los movimientos sociales que se reconocen marxistas y autonomistas. No obstante, hubo
una diferencia importante entre éstos dos. Los movimientos sociales autonomistas
rechazaron incorporarse a los gobiernos kirchneristas, pero rechazaron también la
disputa misma por el Estado, rehusando la participación en las instancias electorales u
otro tipo de táctica ligada a la toma del poder. En línea con los planteos antes vistos de
John Holloway, continuaron apostando a una transformación de la sociedad desde la
sociedad, y denunciando el carácter de cooptación que la incorporación al Estado implica.
4 Los principales movimientos sociales contemporáneos de carácter marxista, entre otros, están ligados a los
tradicionales partidos políticos de izquierda. Es el caso del Polo Obrero, dependiente del trotskista Partido
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Como se observa, este debate militante entre los movimientos de las distintas matrices
ideológicas acerca de la pertinencia o no de ocupar el Estado para la transformación del
sistema político y social, es tributario del ‘dilema’ de los movimientos sociales ante el
Estado sugerido en las páginas anteriores desde la academia. Es por ello que el recorrido
presentado, permite establecer sólidos vínculos entre los itinerarios que se dieron los
movimientos sociales durante los últimos doce años en Argentina (2003-2015), y las
matrices ideológicas a las que los movimientos adscriben.
En las páginas que siguen presento entonces algunas reflexiones teóricas de tono
conclusivo entorno a las concepciones entorno a la relación entre Estado y movimientos
sociales que se desprenden de estos enfoques para ofrecer una perspectiva integradora
que pueda trascender algunas dicotomías presentes en el recorrido presentado.
Conclusión: más allá del arriba y el abajo entre Estado y movimientos sociales
Como se observa en las páginas anteriores, los principales debates teóricos en el campo
de la teoría social que enmarcan la tensión entre la participación o no de los movimientos
sociales en el Estado, tienen asiento en distintas tradiciones ideológicas. Estas tradiciones,
a su vez, comprenden de modo diverso la relación entre el Estado, el poder y la sociedad.
A mi juicio, las tres vertientes reseñadas más arriba, la nacional-popular, la autonomista y
la marxista, permiten clarificar los campos ideológicos más representativos de los
diferentes posicionamientos de los movimientos sociales frente al Estado en Argentina
durante los años comprendidos en los gobiernos kirchneristas (2003-2015).
Considero que al margen de las diferencias entre las tácticas de los movimientos marxistas
y los autonomistas, el campo de intervenciones de los movimientos durante estos años
reconoce una división en los dos grandes enfoques presentados al principio. Me refiero a
un primer enfoque en el cual el Estado es capaz de amortiguar la conflictividad social, y
al segundo enfoque para el cual el Estado única o principalmente reproduce las
Obrero, o de la Corriente Clasista y Combativa, creada a instancias del maoísta Partido Comunista
Revolucionario.
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desigualdades sociales. Desde esta delimitación, parecerían haberse dibujado dos campos
o ‘arenas’ para la intervención de los movimientos: por un lado la arena de la sociedad
civil y, por el otro, la de la política institucional. El primero se ajustaría una mirada donde
‘la sociedad es todo’ y el Estado reproduce la conflictividad, mientras que el segundo se
inscribe en una ecuación política donde ‘el Estado es todo’, e incluso es capaz de diluir el
conflicto social. Ahora bien, para concluir, mi interés está puesto en recuperar el
desarrollo teórico que fue presentado, y postular algunos puntos de análisis para una
completa comprensión de las relaciones, complejas y diversas, entre Estado y
movimientos sociales, en función de la etapa política aludida en el país.
Por ello, en función de escapar a visiones demasiado esquemáticas, considero que las
construcciones que despliegan los movimientos sociales deben pensarse como
intervenciones políticas que alteran, modifican, dialogan y construyen relaciones y
sentidos en un campo político que está integrado, tanto por los espacios sociales como
por las cristalizaciones institucionales de las correlaciones de fuerza, es decir, el Estado.
En tal sentido coincido con Álvaro García Linera en que las instituciones estatales son
“solidificaciones temporales de luchas, de correlaciones de fuerza entre distintos sectores
sociales, y de un estado de esa correlación de fuerza que, con el tiempo, se enfrían y
petrifican como norma, institución, procedimiento” (García Linera, 2015: s/n).
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Demasiado anclados en las lecturas lineales tanto desde las corrientes ideológicas como
desde el análisis empírico –identificando por ejemplo si un movimiento se sitúa fuera o
dentro del Estado–, los análisis pueden perder capacidad comprensiva. Así, una de las
conclusiones parciales que arroja nuestra observación doctoral indica que, en la última
década, asistimos a una creciente institucionalización de los vínculos entre movimientos
sociales y Estado. Este proceso tendría lugar más allá de las tradiciones ideológicas en las
cuales se inscriben los movimientos –considerando tanto a movimientos autonomistas,
como marxistas y nacional-populares- y de la integración o no a la estructura estatal que
éstos hubieran presentado. Esto permite matizar algunas apreciaciones totalizantes que
indican relaciones directas y lineales entre la política ‘desde abajo’ o ‘desde arriba’,
impidiendo apreciar las complejidades y particularidades de cada estrategia política, las
cuales en la mayor parte de los casos mixturan integración con negociación y
confrontación con los gobiernos y con el Estado.
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