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Sinfonías de Un Corazón

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Sinfonías de un corazón “lo que nunca dije”

Autor: Bolivar Burgos


En los últimos tres años, he aprendido y experimentado emociones que han dado forma a

mi vida, dejándola en un estado amorfo. Este escrito recoge esos sentimientos, especialmente

sobre la única persona que logró controlarme y tener mi mente entre sus dedos, como si fuera

una marioneta sin voluntad propia, necesitada de un motor que la mantenga de pie.

Desde el momento en que la conocí, dejó una huella profunda en mi alma. Recuerdo

aquellos días, antes de conocer a ella, en los que mi espíritu parecía desvanecerse, deseando

empezar de nuevo y acabar solo por mi bien emocional. Sin embargo, por una simple confusión,

encontré a alguien que me dio razones para reconstruirme, para cambiar para bien. El joven que

apenas logró conciliar el sueño, que se dormía envuelto en melancolía después de mojar su

almohada con lágrimas, comenzó a transformarse. Todos tenemos inseguridades y el mayor de

nuestros miedos es mostrarlas, solo para ser heridos y sin importar lo que sucediera logre sentir

la felicidad que necesitaba.

Con el tiempo, aprendí a tenerla cerca; ella era la medicina que evitaba que me

desmoronará. Pero, de alguna manera, algo en ella se fue apagando. Me decía que me quería,

aunque lo único que mostraba era desinterés. Me esforzaba por entender su comportamiento, y,

aunque no era perfecto, siempre intenté hacer lo necesario para que se sintiera bien, aunque sabía

que ciertos aspectos de mí le afectaban y dolían.

Las heridas que intentó cubrir con mentiras y una máscara fría se transformaron en una

maldición. A veces desearía retroceder el tiempo, rehacerlo todo, solo por si existiera la mínima

posibilidad de que ella aún estuviera a mi lado. Pero sé que los errores no pueden borrarse

únicamente para evitar ser herido. Nunca debí haber mentido sobre mis sentimientos; es algo que

aprendí hace un año. Ser narcisista fue mi perdición, creer que lo merecía todo sin medida.

Ahora, no tengo más opción que aceptar su distancia, incluso cuando me trata como un extraño,
alguien que ella solía conocer. Preferiría mil veces que me odiara antes que me tratara como si

no existiera, pues ella sigue siendo el esquema de mi vida y mi existencia misma.

Nunca olvidaré los mejores momentos que compartimos; Incluso, me encanta recordar

nuestras discusiones. Cada vez que pienso en ella, surge una sonrisa y, a veces, una lágrima. Uno

de los recuerdos más imborrables es el de mi cumpleaños. Desde que llegaste a mi vida, esos

días grises cambiaron. Generalmente, nunca celebro mis cumpleaños con mi familia ni me gusta

sentirme especial por un solo día que, para mí, no tiene valor alguno. Me gustaría que estuvieras

en mi próximo cumpleaños, aunque sé que eso no es posible.

Recuerdo también cuando cocinamos juntos. Siempre me alegraba cuando preparabas

algo; tu menestra era inigualable, aunque en hacer tortillas, debo decir, eres la segunda mejor—

se ríe—. No olvidaré el día que intentaste hacer tortillas con su familia, tratando de replicar las

que hace mi madre. Terminaste rompiendo la mesa, y yo no paraba de reír. Siempre serás mi

niña preferida; tus ocurrencias iluminan mi vida.

Cuando la relación terminó, sentí una paz. Solo necesitaba que me dejara ir, que aceptara

lo que hizo y se apartara. Pero no pudo hacerlo. A pesar de mis intentos por bloquearla y

eliminar el contacto, siempre encontró la forma de regresar, impidiéndome superarla. Ya tenía a

alguien más en su vida, entonces, ¿por qué no me dejaba en paz? ¿Por qué no me permitiría, en

algún momento, olvidarla? Me quedé mucho tiempo a su lado, escuchándola llorar por otro y el

simple hecho de saber que la mujer que amo estaba sufriendo me rompía el corazón.

Después de dos meses de haber terminado, surgieron esperanzas de que volveríamos a

estar juntos. Recuerdo sentarme en soledad, luchando con mis demonios, convenciéndome de

que realmente la amo. Me venían a la mente las cosas que me enamoraron de ella como su
sonrisa inocente, su nariz pequeña, y esa actitud caprichosa que encajaba tan bien con su físico.

Pero ya estaba roto de nuevo, sintiendo algo que aún no logro definir. No sé si es dolor o si, de

algún modo, es felicidad.

Por un breve momento, sentí que me estaba superando. Eso me motivó a esforzarme el

doble. Cada día, todo lo que hacía – estudiar, entrenar, cortarme el cabello más seguido – lo

hacía con una razón que, al final, no tenía sentido: pensaba que, si lograba ser mejor, te sentirías

orgulloso de mí. Tal vez lo conseguí, pero no fue suficiente.

Recuerdo claramente aquel día en la loma de Guayabillas, cuando te embriagaste junto a

mis compañeros de clase. En ese entonces, yo no consumía alcohol, ni tenía ningún vicio; Solo te

observaba. Notaba en tu comportamiento algo que te inquietaba, una duda o preocupación que no

te dejaba en paz. Apenas tomaste tres vasos de Switsh, pero tu cuerpo cedió. Supongo que era la

primera vez que bebés.

Después, fuimos a sentarnos en un parque cercano a mi colegio. Te quedaste dormida con

la cabeza apoyada en mis piernas, y durante veinte minutos permanecí en silencio, velando tu

sueño. Al despertar, bajo el efecto del alcohol, me dijiste algo que nunca olvidaré, supiste

manifestar tus sentimientos diciendo lo mucho que me amabas y que no querías que

desapareciera de tu vida.

Solo sonreí. No supe responderte como habría querido, pero en ese instante, en lo más

profundo de mi alma y mi mente, hice una promesa: sin importar lo que sucediera, nunca dejaría

de amarte. Sin importar el daño que pudiera venir, siempre me levantaría para luchar por estar a

tu lado. Y esa promesa, la de no dejarte ir de mi vida, no pienso romperla.


Con el tiempo me di cuenta de que todo lo que habías dicho solo era mentira. Las

personas pueden enamorarse de alguien más, sin importar el daño que eso cause a quienes

consideran especiales o cercanos. Te alejaste de mí, y pensé que ya no sentías nada. Sin

embargo, nuestra cita en Atuntaqui me demostró que las palabras pueden distorsionar la realidad,

convirtiéndola en una mentira dolorosa, la única manera de saber los sentimientos ocultos de ella

era observando sus ojos grandes y entrar a su alma para saber lo que desea.

Pasamos toda la tarde juntos, riendo, llorando, tomándonos fotos. Por un momento,

parecía que volvimos a ser pareja, como si sus sentimientos hacia mí no hubieran cambiado. Pero

al final de ese día ya habías tomado una decisión: querías estar con él. Sin embargo, no querías

que yo me alejara de tu vida. En el camino de regreso, me lo repetías una y otra vez como si

fueras un disco rayado: "¿Qué somos?" Era una pregunta cruel, como si un verdugo le

preguntaría a un prisionero si quiere vivir cuando de todos modos piensa decapitarlo.

Esa noche solo deseaba llegar a casa, acostarme y llorar. Y eso hice: lloré hasta quedarme

dormido. En los cinco días siguientes continuamos conversando hasta que, el primero de agosto,

hiciste algo que nunca te atreviste conmigo: publicaste una historia en Facebook junto a él. Mi

corazón se rompió en mil pedazos; Sentí un dolor que no había experimentado antes. Aun así, fui

a mi primer día de trabajo, pero la tristeza era tan profunda que trabajar en paz se me hizo

imposible. Después de diecinueve días, renuncié, sacrificando una meta importante en mi vida.

Unos días después, hablé con tu hermano y, entre lágrimas, le conté lo sucedido. Me dijo

que no estabas lista para una relación y que lo mejor era sanar por separado. Que, si el amor

seguía ahí, la vida nos daría otra oportunidad. Sus palabras me dieron algo de paz y esperanza,

como si todo pudiera cobrar otro sentido en el futuro, tal vez una nueva oportunidad a tu lado.

Pasaron exactamente seis meses, y en ese tiempo me dediqué a superarme. Empecé a subir de
peso, leí muchos libros y solo pensaba en el momento de encontrarte para demostrarte cuánto

había cambiado, cuánto me había esforzado por ti.

Fue en esa época que descubrí mi primer vicio: el cigarrillo, una distracción que calmaba

la ansiedad y acallaba esas voces internas que me llenaban de dudas y frustraciones. Entre tener

la mente ocupada y lidiar con tu ausencia, logré un estado de calma que, sin embargo, era frágil;

Una semana después, el dolor regresa. Los recuerdos y sueños felices solo me impulsaban a

querer olvidarte.

Antes de comenzar la universidad, tenía un último deseo: verte, escucharte y abrazarte

una vez más. Así que, el tres de noviembre, te cité a través de una carta anónima que solo tú

podrías entender. Era un recordatorio de nuestras promesas, sin valor alguno quizás, pero para

mí, era todo lo que había planeado hasta esa fecha. Llegué veinte minutos antes, en el lugar que

solíamos encontrarnos cuando éramos pareja, con un ramo de girasoles, escogidos para que

duraran más en tu compañía. Pasaron los minutos, luego la hora y media, y el guardia del banco

me observaba con cierta lástima. Finalmente, me marché al compromiso que tenía con mis

amigos de graduación. Toda la tarde estuve triste, sintiendo que realmente te había perdido.

En casa, quise quemar cada recuerdo y regalo, todo aquello que un día representaba

felicidad y que ahora solo me recordaba que nunca podríamos volver atrás. Sin embargo, guardé

un solo objeto que para mí tenía un valor único: la chompa roja que me cosiste en esos lugares

donde estaba rota. Fue un acto tan hermoso y lleno de ternura que nunca podré olvidarlo, así

como tampoco olvidaré el pastel de One Piece que me llevaste en mi cumpleaños número

diecisiete. Pero comprendí que, para sanar, debía dejar ir incluso esos detalles.
Entré a la universidad, y elegí una carrera que me alejara de los recuerdos, promesas y

lugares que compartíamos. Por un mes, me dediqué a un horario riguroso: gimnasio a las cinco

de la mañana, estudio en las tardes y dormir apenas llegaba a casa, agotado. La rutina me

ayudaba a no pensar en tu voz o tu imagen. Con el tiempo, creí haberte superado, y sentí la

necesidad de verte una vez más para confirmarlo.

Un domingo en la tarde, subí al autobús que me llevaría a Tulcán, vistiendo una camiseta

y pantaloneta, y me senté en los asientos intermedios. Estaba imaginando cómo sería si te viera

subir al mismo autobús, hasta que, para mi sorpresa, ahí estabas. Te vi de reojo, y un torbellino

de emociones me invadió; temblaba, y mi respiración se agitaba como si fuera a darme un paro

cardíaco. Durante todo el trayecto, solo pensaba en ti y en cómo sería hablarte de nuevo. Sin

embargo, no me atreví a decir nada y, agotado, me quedé dormido soñando con nuestra primera

conversación después de tanto tiempo. Quizás era lo mejor.

Pasé las siguientes dos semanas buscando una excusa perfecta para verte. Consulté con tu

hermano, el único que podía ayudarme en mi plan. Te busqué en Instagram y, bajo la excusa de

un libro que fue una promesa entre los dos, te escribí. A pesar de mis bajas expectativas,

responde. Mi alegría fue tan grande que solo podía pensar en el reencuentro. No pude esperar y

te pedí adelantar la cita. Aunque mis expectativas eran bajas, me dijiste que sí, y esa tarde llegué

al punto de encuentro lleno de ansiedad.

Cuando te vi llegar, estabas hermosa tu sonrisa llena de inocencia y tu esbelta figura no

había cambiado y me encantaban. Empezamos a caminar sin rumbo, hablando de la vida. Me

contaste que habías terminado tu relación, y eso me llenó de esperanza. Sentía que entre nosotros

aún había una conexión especial, y las noches que pasamos hablando solo del pasado me

permitieron sentir que te acercabas de nuevo. Hubo noches en las que nos quedamos juntos,
acostados en la misma cama, escuchando música, riendo y recordando historias. Una de esas

noches, te confesé que quería besarte. Sabía que tú también lo deseabas, pero me anunciaba que,

si lo hacía, no volverías a verme. Al final, fuiste tú quien dio el primer paso, y ese beso borró

todas mis dudas. Supe que te amaba y que siempre serías mi vida.

Sin embargo, al día siguiente, dijiste que no querías volver a verme. Acepté tu decisión y

me alejé. Pero, en pocos días, volviste a escribirme, invitándome a tu casa. Claramente, me

extrañabas. Las semanas siguientes pasaron entre encuentros nocturnos, como si fuéramos dos

personas que se tenían en una relación secreta. Cada vez que estaba contigo, me invadía la

alegría, aunque el temor de perderte nunca desaparecía.

Entonces, sucedió algo inesperado. Otra persona apareció en nuestras vidas, alguien que

tenía el deseo de reconquistarme, y al ver que me alejaba del amor de mi vida, se marchó

también, dejándome solo con mi dolor. Acepté la situación y decidí alejarme, pero el destino no

dejó de cruzar nuestros caminos.

Jamás esperaba que algo de esto se convirtiera en mi completa perdición. De repente, una

persona inesperada llegó solo para cumplir su propio deseo de volver contigo. Al ver que me

alejaba de ti, del amor de mi vida, también decidió marcharse, dejándome solo con mi dolor.

Acepté lo sucedido y me alejé de la persona que más amaba. No podía volver a verla, y sentí que

había fallado a la promesa que le hice aquel día. Todo iba de mal en peor, y solo quería darme

tiempo para digerir todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Pero entonces, una vez más, me

enteré de que habías regresado con esa misma persona que nos había separado desde el inicio.

En un simple favor, me pediste algo que, por alguna razón, presentí que era una mala

idea: convivir con él unos días. Pronto quedó claro que la convivencia sería un conflicto
constante. Los dos comenzamos a discutir por todo, y mi corazón y mi orgullo me impedían

ceder. Fue entonces cuando revelé lo que había sucedido en la universidad durante su ausencia.

Aquella confesión te enfureció; Todo había terminado entre nosotros, y el odio hacia mí era

evidente. Sabía que había arruinado la oportunidad de una felicidad que quizás podrías haber

alcanzado con él. Aquella decisión me llenó de remordimiento, y jamás imaginé que el lamento

sería tan grave para el futuro. Tal vez este sí era el final de todo… o, quizás, el comienzo de un

cambio que terminaría por consumirme.

Pasaron meses en los que tuve que lidiar con mis problemas sin tenerte a mi lado. Al

final, tú eras mi única medicina, el alivio a mis tormentos, y solo pensaba en buscarte una y otra

vez, aunque el miedo me paralizaba. Había llegado a un punto en el que todo lo que parecía

perder valor, y cada vez que intentaba acercarme, recordaba cómo me dejaste con un simple "yo

no te amo". La misma historia se repetía una y otra vez, y en ocasiones me resignaba a aceptar

mi destino. Me conformaba con tener tu amistad, la única manera de tenerte cerca. No fue la

mejor decisión, ya que mis sentimientos se consumían y solo deseaba gritarte cuánto te amaba.

Pero sabía que decirte esto significaría el fin definitivo, así que nunca me atreví a tomar el

riesgo.

En nuestras últimas salidas, empezaste a comportarte de forma diferente. Quizás fue por

aquella pelea sobre la chica con la que supuestamente había tenido algo, lo cual te molestó

profundamente. Al final, me dijiste que me alejara de tu vida. Pensé: "Si ella pudo hacerlo, ¿por

qué yo no?" Lo mismo sentí cuando vi las marcas en tu cuello; no tenías derecho a juzgarme. En

otra salida, me dijiste algo que me dejó pensando: si éramos solo amigos, ¿por qué insinuabas

que te tratara como a una princesa, o mencionabas la posibilidad de volver, pero con el temor de

lo que pensarían nuestras familias? Parecía interesarte en mí de nuevo, y no entendía ese


comportamiento tan cambiante. Una vez, incluso, dijiste que tu novio era parecido a mí en su

forma de ser. Era como si fueras la estrella de un juego en el que yo solo podía perder.

Finalmente, decidí decirte mis sentimientos una última vez. Sabía que lo arriesgaba todo,

pero cuando tomó una decisión, nadie me hace cambiar de parecer. El resultado fue como

imaginé: me pediste que te esperara. Ese simple acto me llenó de esperanza, y pensé que por fin

podría ser feliz. Solo debía esperar dos meses para verte y hablarte nuevamente. Esos dos meses

fueron una tortura; Pensaba en ti a diario, y solo salía para trabajar o jugar billar. El contacto cero

puede destruirse, pero necesitaba mantenerme en esa línea para no quebrarme.

Al final, llegó el día en que te vería. Como te prometí, una noche antes de empezar

clases, estaría a tu lado, y desde ese momento, no te faltaría nada. Pero aprendí que no existen

segundas oportunidades: un simple segundo bastó para perderte para siempre y no poder cumplir

lo que más anhelaba. De repente, cambiaste de parecer. Me dijiste que esperabas el fruto de un

amor pasado, pero, por cosas del destino, decidiste dejarlo ir. Aun así, yo no tenía la culpa de

nada; no debía pagar por lo que hizo otra persona.

En los últimos meses hasta hoy, solo he pasado consumiéndome en el deseo de que

regreses, o al menos en comprender por qué Dios permitió que estuvieras en mi vida tanto

tiempo. Y al final, cada vez que intentaba alejarme, el destino te ponía de nuevo en mi camino,

como si fueras mi destino inevitable. Parece que cada vez que trato de olvidarte, el dolor se

multiplica, y entiendo que jamás tendré la valentía suficiente para dejar atrás todos los

sentimientos que construí contigo. Eres mi mundo, mi universo, y no ha pasado un solo día sin

que pienses en ti. No sé si esto es amor o una obsesión, pero desde el principio he sentido lo

mismo.
Te amo, pero no puedo seguir a tus pies para siempre. Quizás en un año cambie mi forma

de pensar o actuar, pero lo que siento por ti no va a cambiar. Intentó encontrar refugio en excesos

y placeres temporales, pero solo aprendí que nada de eso sirve para olvidarte. Dejé el alcohol,

una sustancia que me hacía comportarme de forma descontrolada, pero el cigarrillo aún es mi

compañero en las noches más oscuras, cuando el vacío se vuelve más profundo.

Al final, siempre te esperaré. No es por obsesión; es porque, a pesar de mis momentos de

rabia y dolor, mientras seguía escribiendo este libro me di cuenta de que tú no hiciste nada malo.

Yo también cometí errores. Te amo y siempre justificaré tus acciones, creyendo que eres la

mejor mujer del mundo. No puedo odiarte. Quizás no era el momento para estar juntos. Y como

último acto de amor, me quedaré esperando por ti. Lo bueno es que no me detienes; Solo

guardaré la esperanza de tu regreso en algún momento, anhelando que podamos estar juntos en

un futuro próximo.

“SIEMPRE ENCONTRABA UNA JUSTIFICACION PARA TUS ACCIONES QUE

TANTO DAÑO ME HACIAN, ASI QUE NO DIGAS QUE NO TE AMO “

“POR MAS OSCURO ESTE EL DIA SIEMPRE VOY A TENER ESPERANZA DE TU

REGRESO”

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